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Evaluación de Lengua.
Alumno:
La cacerola mágica.
Dorina vivía con su madre en una región lejana, bajo un techo de paja y entre paredes de
adobe. Al fondo de la casa había un corral con gallinas. La niña cada mañana, recogía los
huevos y atravesaba el bosque para venderlos en una aldea cercana.
Una tarde, cansada ya de andar, hizo un alto a mitad de camino, bajo la sombra de un árbol.
Del bolsillo de su delantal sacó un trozo de pan, pero antes de dar el primer mordisco se
detuvo: escondida en las ramas una vieja mujer la observaba. Vestía como vagabunda y era
muy delgada. Tenía las manos huesudas, la piel muy fina y el rostro arrugado. Dorina le ofreció
pan:
La mujer se acercó, tomó el pan que la niña le ofrecía y comió con las manos temblorosas.
Antes de irse le dio a Dorina un regalo, por haber sido tan bondadosa: una cacerola tiznada por
el fuego y un poco abollada.
Dorina no comprendía ¿Estaba la anciana tomándole el pelo? No tenía sentido que una mujer
tan hambrienta tuviera una cacerola. Sin embargo agradeció el regalo. La vagabunda se
marchó con estas enigmáticas palabras: -Que nunca falte en tu mesa un buen guiso de
lentejas-
Al llegar a casa Dorina le contó a su madre lo sucedido. Luego puso la cacerola sobre la mesa y
pronunció las palabras mágicas. La cacerola comenzó a burbujear, un aroma delicioso inundó
la casa ¡Era cierto! Cacerola detente que ya hay guiso suficiente, dijo Dorina apenas la comida
comenzó a volcarse. Aquella noche Dorina y su madre comieron hasta hartarse.
A la mañana siguiente la niña recogió los huevos del corral y se dirigió hacia la aldea. Antes de
adentrarse en la espesura del bosque la madre la llamó:
Al mediodía a la madre le dio hambre asi que puso la cacerola sobre la mesa y ordenó:
Tuvo que abrir la puerta, porque el guiso avanzaba como un río. El guiso finalmente se
convirtió en un océano que atravesó el bosque y llegó a la aldea. Dorina estaba allí, y en
cuanto pronunció las palabras que le había dicho la mendiga:
Dicen que, desde entonces, nadie sale de su casa sin un tenedor en mano, de otra forma
es imposible atravesar la gran montaña de lentejas que se coló en las calles, los puentes y
las plazas. Eso sí, ya nadie pasa hambre ni se pierde jamás: basta seguir el olor a guiso para
encontrar el camino.