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Prologo
Sí. Joven. Sí. Chibolita. No. Actriz. Sí. Sí. Niña. Sí. Catorce. Sí. Yo barro. Sí. Yo lavo y
plancho. Sí. Sí. También seco. Si me gusta. No no. soy bastante tímida Sí. Flaca. Sí. Todo
blanquito. Si todito todito. Sí. Yo limpio toda la casa. Sí. Mansión. Por supuesto, la mansión es
grande. Sí. Puedo limpiarla toda. Sí. Mi abuela. Sí. Le cambio el agua. Sí. Claro que sí. Le lavo
sus espaldas. Jabón. Sí. Champú en los ojos. No. Hasta que le queme, no. Sí. Limpio también su
orina. Sí. También limpio la mía. Sí. Saliva. También. Sí, florezco la casa y su vida. No. Mi vida
no es un mar de flores. Niña hija de puta. Niña hija de perra. Sí. Placer. Sí, yo también abro las
piernas. Sí, para todos. Sí. Sigo siendo fruta verde. Sí. Tetas de cachorra. Sí, pero tengo que
pagar. Sí. Lo haré. Sí, soy fuerte. Sí. Se quemó al viento. Se quemó al viento. ¡Sí, abuela!
Musica: El día de mi suerte, actores cantan, bailan como niños y se posicionan para la
próxima escena. Ya pueden estar con sus telas que tendrán el rol del trapo de baño a seguir.
Baño de la abuela
Cuando acabó de bañarla, llevó a la abuela a su dormitorio. Era tan gorda que sólo podía
caminar apoyada en el hombro de la nieta, o con un báculo que parecía de obispo. Eréndira
necesitó dos horas más para arreglar a la abuela. Le desenredó el cabello, se lo perfumó y se lo
peinó, le puso un vestido de flores ecuatoriales, le empolvó la cara con harina de talco, le pintó
los labios con carmín, las mejillas con colorete, los párpados con almizcle y las uñas con
esmalte de nácar, y cuando la tuvo emperifollado como una muñeca más grande que el tamaño
humano la llevó a un jardín artificial de flores sofocantes como las del vestido, la sentó en una
poltrona que tenía el fundamento y la alcurnia de un trono, y la dejó escuchando los discos
fugaces del gramófono de bocina.
Abuela canta “Llorona”
Mientras la abuela navegaba por el pasado, Eréndira se ocupó de barrer la casa, que era
oscura, con muebles frenéticos y estatuas de césares inventados, y un piano con barniz de oro, y
numerosos relojes de formas y medidas imprevisibles. Estaba lejos de todo, en el alma del
desierto.
Eréndira en el micrófono: Mi casa es esta: una enorme mansió n de argamasa lunar
perdida em la soledad del desierto. Una casa pintada de dolor con líquido mío: color verde
musgo.
El día en que empezó su desgracia debió hacer su rutina diária: uno fregar los pisos.
ABUELA: Eréndira.
Dos: cocinar el almuerzo y bruñir la cristalería.
ABUELA: Eréndira.
Tres: Hacia las once, cuando le cambió el agua a la terma y regó las plantas del jardín.
ABUELA: Eréndira.
Tuvo que contrariar el coraje del viento que se había vuelto insoportable, pero no sintió el
mal presagio de que aquél fuera el viento de su desgracia.
ABUELA: Eréndira.
Cuatro: A las doce estaba puliendo las últimas copas de champaña, cuando percibió un olor
de caldo casi quemando y tuvo que hacer un milagro para llegar corriendo hasta la cocina sin
dejar causar desastre. Casi no logra apagar el fuego de la gran olla. Trabajaba dormida.
ABUELA: Eréndira.
(Despertada de golpe, deja caer la sopera).
ABUELA: No es nada, hija. Te volviste a dormir caminando.
ERÉNDIRA: Es la costumbre del cuerpo, abuela
(Recoge la sopera, y trata de limpiar la mancha de la alfombra).
-Déjala así esta tarde la lavas.
De modo que además de los oficios naturales de la tarde, Eréndira tuvo que lavar la alfombra
del comedor, y aprovechó para lavar la ropa del lunes, mientras el viento daba vueltas alrededor
de la casa buscando un hueco para meterse.
ABUELA: Aprovecha mañana para lavar también la alfombra de la sala
ERÉNDIRA Sí, abuela
ABUELA: Plancha toda la ropa antes de acostarte para que duermas con la conciencia
tranquila.
ERÉNDIRA Sí, abuela.
ABUELA: Revisa bien los roperos, que en las noches de viento tienen más hambre las
polillas.
ERÉNDIRA Sí, abuela.
ABUELA: Con el tiempo que te sobre sacas las flores al patio para que respiren.
ERÉNDIRA Sí, abuela.
ABUELA: Antes de acostarte fíjate que todo quede en perfecto orden, pues las cosas sufren
mucho cuando no se les pone a dormir en su perfecto lugar.
Eréndira no le contestó más. Cuando acabó de revisar las ventanas y apagó las últimas luces,
cogió un candelabro del comedor y fue alumbrando el paso hasta su dormitorio, mientras las
pausas del viento se llenaban con la respiración apacible y enorme de la abuela dormida.
Vencida por los oficios bárbaros de la jornada, Eréndira no tuvo ánimos para desvestirse,
sino que puso el candelabro en la mesa de noche y se tumbó en la cama. Poco después, el viento
de su desgracia se metió en el dormitorio como una manada de perros y volcó el candelabro
contra las cortinas.
Incendio
Apagón
Se canta el cuarto de tula
Se prende una esponja de acero quemando
ABUELA: ¡Mi casa! ¡Mi mansión de argamasa lunar! ¿Qué hiciste, niña? ¡Has destruido
todo! Niña hija de puta. ¡Niña hija de perra! Mi Piano, mis flores del Jardín, ¡mis estatuas! ¡Ni
toda la vida, niña será suficiente para pagarme todo esto! Niña hija de puta. ¡Niña hija de perra!
No te alcanzará la vida para pagarme esta deuda. Y empezarás a pagar hoy mismo.
ESCENA 3 Camión
Cuando no hubo en el pueblo ningún otro hombre que pudiera pagar algo por el amor
de Eréndira, la abuela se la llevó en un camión de carga hacia los rumbos del contrabando.
Detrás de la pila de latas y sacos de arroz, Eréndira pagó el viaje haciendo amores a veinte pesos
con el carguero del camión.
CHOFER: De aquí en adelante ya todo es mundo.
ABUELA: No se nota
CHOFER: Es territorio de misiones
ABUELA: A mí no me interesa la caridad sino el contrabando
CHOFER: No sueñe despierta, señora. Los contrabandistas no existen.
ABUELA: ¡Cómo no, dígamelo a mí!
CHOFER: Búsquelos y verá. Todo el mundo habla de ellos, pero nadie los ve. Son 50 pesos.
ABUELA: Ya su esclavo se pagó por la derecha.
El conductor mira sorprendido al ayudante, y éste le hace una señal afirmativa.
CARGUERO: Eréndira se va conmigo. Es con buenas intenciones.
ABUELA: Por mí no hay inconveniente, si me pagas lo que perdí por. Son ochocientos
setenta y dos mil trescientos quince pesos, menos cuatrocientos veinte que ya me ha pagado, o
sea ochocientos setenta y un mil ochocientos noventa y cinco.
CARGUERO: Créame que le daría ese montón de plata si lo tuviera. La niña los vale.
ABUELA: Pues vuelve cuando lo tengas, hijo, pero ahora vete, que si volvemos a sacar las
cuentas todavía me estás debiendo diez pesos.