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E studios sobre
la teoría d el
im p erialism o '

Ediciones Era
Roger Owen
Bob Sutcliffe
Selección y presentación
de textos
Primera edición en inglés: 1972
Título original: Studies in the Theory o/ Imperialism
© 1972, Roger Owen y Bob Sutcliffe
c/o Patrick Seale Books. Londres
Traducción: Ana María Palos
Primera edición en español: 1978
Derechos reservados en lengua española
© 1978, Ediciones Era, S. A.
Avena 102, Méitico 13, D. F.
Impreso y a hecho en Méitico
Printed and M ade in M éxico
INDICE
ganzl912

RECONOCIMIENTOS, 13

v / INTRODUCCIÓN
^ ROGER O W EN , 15

PRIMERA PARTE
TEORÍAS DEL IMPERIALISMO
•/. (T) LA TEORIA MARXISTÁ DEL IM PERIALISM O
TOM K E M P, 2 7 :>
1. Cuestiones de método e interpretación, 27
2. ¿Qué es el imperialismo?, 29
3. Capitalismo monopolista e imperialismo, 33
4. La contribución de Lenin, 37_
5. El imperialismo hoy, 40
Discusión, 43 ;
© UNA CRITICA DE LAS TEORIAS MARXISTAS
DEL IM PERIALISM O
M ICHAEL BARRATT BROW N, 47
1. Apunte sobre las teorías en general
y las teorías marxistas en particular, 48
2. La relación del imperialismo con el capitalismo,^ 50
3. El modelo económico de Marx, 52
4. La opinión de Marx sobre el comercio exterior, 54
5. El estudio de Hilferding sobre el capital financiero, 59
6. La opinión de Rosa Luxemburgo sobre el nacionalismo
y el militarismo, 61
7. El “imperialismo” de Lenin, 63
8. Una revisión de las pruebas, 65
9. Explicaciones neomarxistas del imperialismo, 67
10. Una nota sobre el imperialismo soviético, 71
11. Capitalismo y subdesarrollo hoy, 73
12. Conclusión, 77
Discusión, 79
III. EL CRECIM IENTO INDUSTRIAL
Y EL IM PERIALISMO ALEMÁN TEMPRANO
iia n s - u l r ic h w e iil e r , 83
1. Las consecuencias sociales del crecimiento económico inestable, 86
2. El Estado intervencionista y el imperialismo social^ 87
3. La expansión comercial y la adquisición del imperio formal, 89
4. Imperialismo social y la defensa del status quo, 93
5. Imperialismo social después de Bismarck, 97
Discusión, 99
(TV) ALGUNAS TEORÍAS AFRICANAS Y TERCERMUNDISTAS
SOBRE EL IMPERIALISMO
THOM AS HODGKIN, 104
1. Los autores de las teorías, 104
2. El propósito de las teorías, 105
3. Características de la época del imperialismo, 108
4. Crítica de los apologistas occidentales del imperialismo, 112
5. La relación del tercer mundo con la teoría mancista, 117
6. Conclusión, 121
Discusión, 122
Q ) BASES NO EUROPEAS DEL IMPERIALISMO EUROPEO:
ESBOZO PARA UNA TEORIA DE LA COLABORACIÓN
RONALD ROBINSON, 12 8
1. Una definición del imperialismo moderno, 129
2. La idea de élites colaboradoras o mediadoras, 131
3. El colono blanco: colaborador prefabricado ideal, 134
4. Colaboración en Afro-Asia: la fase externa o informal, 136
5. El carácter de la colaboración afroasiática, 138
6. La toma de posesión imperial, 139
7. Colaboración y no-cotaboración afroasiáticas
bajo el dominio colonial, 141
8. No-colaboración y descolonización, 146
9. Conclusión, 146
Discusión, 148

SEGUNDA PARTE
ASPECTOS TEÓRICOS DEL IMPERIALISMO
CONTEMPORANEO ,
IMPERIALISMO SIN COLONIAS
HARRY MAGDOFF, 155
1. La presión del capital excedente, 157
2. La tasa de ganancia decreciente, 165
3. Monopolio e inversión extranjera, 167
4. Imperialismo y crisis, 170
5. El papel del gobierno, 172
6. Imperialismo sin colonias, 174
Discusión, 17 8
VII. IMPERIALISMO E INDUSTRIALIZACIÓN
EN EL TERCER MUNDO
BOB SU TC LIFFE, 183
1. Problemas de definición, cobertura y periodización, 183
2, Las condiciones de la industrialización independiente, 186
3. Opiniones maixistas recientes sobre la posibilidad de industrialización en
la era del imperialismo, 188
4. Opiniones marxistas anteriores, 191
5. Una caracterización de la industrialización en el tercer mundo, 195
6. Obstáculos económicos a la industrialización capitalista, 197
7. Monopolio, protección y desarrollo desigual, 200

TERCERA PARTE
ESTUDIOS DE ACTUACIÓN DEL IMPERIALISMO
V III. EGIPTO Y EUROPA: DE LA EXPEDICIÓN
FRANCESA A LA OCUPACIÓN BRITÁNICA
ROGER OW EN, 207
1. La transformación de la economía, 209
Muhammad Al i, 210
La expansión comercial europea, 211
La expansión financiera europea, 212
2. Cambios de posición de importantes grupos sociales, 213
La comunidad extranjera, 214
Los terratenientes egipcios, 214
Los burócratas, 215
La clase dirigente turco-circasiana, 215
3. Bancarrota y ocupación 1875-1882, 216
4. Conclusión, 218

IX. IMPERIALISMO Y NACIMIENTO DEL CAPITALISMO


EN LA INDIA
PRABHAT PATNAItC, 221
1. Colonialismo y evolución de la burguesía india, 222
2. Naturaleza del capitalismo de Estado en la India, 225
3. La “nueva” inversión extranjera, 227
4. Contradicciones del capitalismo de Estado indio
en la primera fase de desarrollo, 228
5. Una nueva fase de desarrollo, 230
6. Contradicciones de la nueva fase, 234

X. EL IMPERIALISMO FRANCÉS EN GUINEA


R. W . JO H N S O N , 241
1. El periodo hasta 1920: la economia del pillaje, 242
Conquista, 242
Explotación, 244
2. El periodo de plantación, 1920-1945, 245
Colonos, 245
La movilización de la mano de obra, 247
3. El periodo 1945-1958, 251
El surgimiento de los intereses mineros, 251
La dimensión política, 252
4. Conclusiones, 255
X I . E L IM PERIALISM O DEL REY LEOPOLDO
J . STENGERS, 259
1. L a voracidad territorial de Leopoldo, 259
2. 1898, 261
3. Los métodos de Leopoldo, 267
4. Los motivos de Leopoldo, 269
5. L a visión patriótica de Leopoldo, 274
6. Los patrones de acción de Leopoldo, 276
7. Los resultados del imperialismo de Leopoldo, 281
8. Conclusión, 283
Discusión, 283

X I I . L A EXPANSIÓN FRANCESA EN AFRICA:


L A T E O R IA M ITICA
a . s. kanya-forstner, 288
1. El mito del Sudán occidental, 289
2. El mito del Alto Nilo, 291
3. La elaboración de la mitología africana de Francia, 294
Discusión, 301

C x i u ) E L IM PERIALISM O ECONÓM ICO Y EL HOMBRE


D E N E G O C IO S: INGLATERRA Y AMERICA LATINA
A N T E S DE 1914
D . C. M. PJLATT, 306
1.Los bancos británicos y el otorgamiento de crédito, 307
2.Monopolios británicos en Latinoamérica, 310
3.Relaciones cntie el productor y el exportador de materias primas, 313
4.Las limitaciones del control comercial británico
de la economía sudamericana, 315
5. Conclusión, 319
Discusión, 321
CONCLUSIÓN
BO B S U T C U F F E , 324
1. Las ambigüedades del •imperialismo, 324
2. La discusión en torno a los orígenes históricos del imperialismo, 326
3. Los orígenes e intereses propios de la teoría
maixista del imperialismo, 331
4. Cuestiones del imperialismo resueltas y por resolver, 333
r e c o n o c im ie n t o s

Deseamos agradecer particulai mente a las siguientes personas por su ayuda


en la preparación de este libro: Thomas Hodgkin, Olga Nicholson, Ursula
Owen y Patrick Seale; Judy Mabro, que mecanografió casi todo el mate­
rial; Pat Moss, que también mecanografió; James Hamilton-Paterson, por
su ayuda editorial; y a todos los que colaboraron en nuestro seminario
en Oxford sobre Teorías del imperialismo, incluyendo a aquellos que pro­
porcionaron textos que no pudimos utilizar. Deseamos también expresar
nuestro agradecimiento a Tom Kemp, cuyo libro Teorías del imperialismo
fue el estímulo original tanto para el seminario como para este libro.

13
I
g a n z l9 1 2
INTRODUCCION
ROGER OWEN

En años recientes ha habido un gran resurgimiento del interés por las


teorías del imperialismo. No es difícil entender por qué. Así como la pri­
mera oleada de interés se produjo durante las primeras décadas de este
siglo, cuando el mundo estaba siendo finalmente dividido entre los impe­
rios de las potencias europeas, así también la segunda oleada, que comenzó
en los cincuentas, fue en gran medida un reflejo de la nueva situación pro­
ducida por el desmantelamiento de aquellas mismas estructuras imperiales.
Para algunas personas, esto representó una oportunidad para volver la
mirada hacia el mundo que habían perdido; para otras, los rasgos princi­
pales del período poscolonial —las divisiones internas en los movimientos
de liberación nacional, los problemas que enfrentaban los países del tercer
mundo en su búsqueda de un rápido desarrollo económico, las guerras
en el Congo y Vietnam— representaban más bien un solo aspecto de un
proceso histórico único que sólo podría entenderse correctamente en tér­
minos de la larga historia de las relaciones entre Europa y las naciones de
África, Asia y Latinoamérica.
El resurgimiento de este interés ha adoptado gran variedad de formas.
Entre los historiadores británicos la discusión ha tendido a centrarse en
tomo a los argumentos planteados por J. Gallai;her y U. Robinson en su
artículo "El imperialismo del libre comercio” (1953).1 Este artículo fue
un intento por poner de cabeza cierto número de supuestos de los mode­
los de imperialismo económico (o capitalista), desarrollados por Hobson v
Lenin. En vez de concordar con Hobson en que la expansión de Europa
entró en una nueva fase a partir de Í870, Gallagher y Robinson alegaban
que, al menos por io que se refiere a Inglaterra, no hubo ningún cambio
radical de política en ese período. De igual manera mantenían, en contra
de Hobson y Lenin, que la "rebatiña” por Africa en la década de 1880
no fue provocada por la situación en Europa, sino por movimientos con
origen en la misma África. Una segunda línea de ataque contra los mode­
los de Hobson y Lenin fue inaugurada por los mismos autores en su Africa
y los Victorianos (1961) en donde afirmaban que la repartición de Áfri­
ca se debió a motivos estratégicos más que económicos. Más tarde, hubo
nuevas críticas a las teorías de Hobson y Lenin por parte de D. K. Field-,
house, quien se ocupó de resucitar el enfoque político del imperialismo de
vV. L.. Langer y otros, para quienes la división del mundo después de 1870
fue una consecuencia de las rivalidades diplomáticas dentro de Europa.

15
D u ran te ese mismo periodo reapareció el interés por las teorías econó­
m icas del imperialismo. M ichael Barran Brown, Harry Maerdoff y otros
tra ta ro n de explicar el "nuevo imperialismo” posterior a 1870 no tanto
en térm inos de la exportación de capital excedente de Europa (como hizo
H o b so n ) sino más bien como una función de la creciente competencia in­
ternacional que condujo a una búsqueda intensiva de mercados protegidos
y a l acceso a materias primas vitales. De nuevo, cierto número de eco­
nom istas políticos, entre los que se encontraban P. A. Baran y A. Gunder
F ra n k , llamaron la atención hacia el proceso mediante el cual se inhibió,
si n o es que se impidió, el desarrollo de los países afroasiáticos y latino­
am ericanos, por la forma como fueron incorporados al sistema económico
m u n d ial. Se despertó tam bién un nuevo interés por la hipótesis de que el
im p u lso a la expansión ultram arina a finales del siglo xrx fue en gran
m e d id a resultado de la necesidad de las naciones industriales avanzadas de
h a c e r frente a las presiones impuestas a sus sociedades por periodos de cre­
cim ien to económico irregular e inestable. Entre los exponentes de este con­
cep to particular de lo que ha sido llamado "imperialismo social” se cuen­
ta n W . Lafeber en Estados Unidos y H.-U. Wehler en Alemania.
Finalm ente, en años recientes ha habido un esfuerzo por invertir el tra­
dicio n al eurocentrismo de las teorías del imperialismo basadas en un aná­
lisis del impulso de expansión dentro de las naciones industriales avanza­
das, concentrándose en lo que Georges Balandier llamó "la situación colo­
n ial” ,2 es decir, el efecto de la colonización en la sociedad de los coloniza­
dos. Indudablemente, los trabajos que más influencia han ejercido en este
cam p o han sido los de Frantz Fanón.
P ero a pesar de este nuevo interés en el imperialismo, las discusiones
e n tre representantes de teorías rivales han tendido, por lo general, a pro­
d u c ir más confusión que claridad. Por lo pronto no hay un acuerdo general
respecto al significado de la palabra misma, o acerca del fenómeno que
p re te n d e describir. Para algunos, el tema de estudio de una teoría del im­
perialism o es todos los imperios en todas las épocas, para otros, los imperios
coloniales formales de los siglos xix y xx, para otros más, solamente la
situación de imperios "competidores” que Hobson describió como caracte­
rística del mundo a partir de 1870. Incluso entre los marxistas, la palabra
se em plea a menudo ambiguamente, dándosele tanto un significado técni­
co — la etapa final de desarrollo del capitalismo (y así, el sistema de rela­
ció n entre Estados de todos los tipos)— y un sentido coloquial —las rela­
ciones entre los países capitalistas avanzados y el tercer mundo.
U n a segunda fuente de confusión brota del desacuerdo sobre la natura­
leza y el propósito de la teoría. Mientras que incluso los historiadores bri­
tánicos del impierio más empíricamente orientados han llegado a la conclu­
sión de que es deseable alguna teoría del imperialismo (aunque sólo sea para
re fu ta r las teorías de otros) , hay gran variedad de opiniones acerca de si

16
tal teoría debe ser probada, cuán general debería ser, y cómo habría que
usarla. ¿Debe una teoría del imperialismo explicar todos los fenómenos
etiquetados.como “imperialistas” o sólo los más importantes? ¿Qué puede
tomaise como prueba de su verdad o falsedad? ¿Cómo debe relacionarse
con teorías de otros tipos? Todas éstas son preguntas que marxistas y no
marxistas, historiadoies y economistas, académicos y activistas políticos, han
tendido a responder de diferentes formas.
Uno de los mejores ejemplos de desacuerdos de este tipo concierne a los
historiadores que escriben sobre imperialismo, por una parte, y a los eco­
nomistas (y, en cierta medida, historiadores economistas), por la otra. Co­
mo regla, los primeros están más interesados en lo particular que en la
general. Su preocupación primordial se refiere a por qué algo ocurrió era
determinado momento. En el caso del imperialismo, estas preocupaciones;
conducen naturalmente a un interés en cómo se hace la política y cuáles
son los motivos de algunos políticos en particular. Además, casi todos los
historiadores británicos le temen a la teoría; la usan sólo rara vez, e incluso
entonces juzgan su utilidad no tanto en términos de su poder interpretador
sino, más bien, de si plantea cuestiones interesantes y sugiere hipótesis fruc­
tíferas. En contra de esto, los economistas e historiadores de economía de­
dicados al estudio del imperialismo tienden a ver a éste en relación con
un cuerpo de teoría ya existente. Están interesados, también, en lo general
más que en lo particular, en los efectos de las políticas más que en cómo
y cuándo se hacen éstas. Por todas estas razones las discusiones entre histo­
riadores y economistas suelen acabar rápidamente. Gomo las dos mujeres
que se gritan desde lados opuestos de una calle en la ilustración de Sydney
Smith de una situación en la que es imposible llegar a un acuerdo, ellos
argumentan a partir de premisas diferentes.
Una última y muy importante fuente de confusión ha nacido del con­
texto en que se han hecho las teorías del imperialismo y de las diferentes
posiciones políticas de los diversos protagonistas. Difícilmente hubiera po­
dido ser de otra manera. Considerando que los autores de las primeras
teorías del imperialismo, tanto si eran liberales como Hobson o marxistas
como Lenin y Rosa Luxemburgo, estaban interesados no sólo en analizar o
explicar el fenómeno, sino también en hallar las formas de acabar con él,
era inevitable que los debates que se produjeron fueran algo más que sim­
ples ejercicios académicos. Quienes atacaban las teorías elaboradas por los
críticos del imperialismo estaban frecuentemente interesados en defender
la posesión del imperio o, más generalmente, en demostrar que si el pen­
samiento radical o marxista estaba equivocado en este campo también
debía estar equivocado en todo lo demás. Más tarde, cuando los historia­
dores e historiadores económicos empezaron a emplear teorías particulares
para ayudarse en sus estudios, también ellos se vieron lanzados a un debate
que trataba implícitamente, si no explícitamente, de política contempo-

17
ránea. Incluso en la actualidad, cuando los estudiosos discuten sobre los
imperios del pasado lo hacen frecuentemente con las pasiones del presente.
Las polémicas abundan; las teorías rivales son parodiadas hasta el absurdo
con el fin de demolerlas más rápidamente; con frecuencia parece haber un
desdén casi deliberado por la complejidad de la posición de un oponente.
For todas estas razones es necesario dedicar algún tiempo a un intento
preliminar de analizar el carácter de las diversas teorías.- Esto es lo más
importante y es imposible clasificar los diferentes enfoques del tema del
imperialismo en términos de un conjunto de simples polaridades: marxista
y antimarxista, economía e historia, teoría y práctica, siglo xix y siglo xx,
la certidumbre de que el imperialismo está muerto y la seguridad de que
sigue viviendo. Estas no son categorías recíprocamente excluyentes; las fron­
teras entre teorías son rara vez tan claras. Un intento preliminar de análisis
<es necesario también si el estudio de las teorías del imperialismo ha de ir
más allá del punto en que cada escritor que trata del tema se ve forzado
a introducirlo con una explicación idéntica de todas las fuentes tradicio­
nales de incomprensión.
Tomando en cuenta estas consideraciones fue que los editores de este
libro decidieron organizar un seminario sobre teorías del imperialismo en
el que se presentarían cierto número de textos, algunos subrayando diver­
sas teorías o demostrando cómo tales teorías podrían ser utilizadas para
ayudar a la investigación de problemas históricos o económicos particula­
res. Nuestro objetivo era triple. Primero, queríamos echar un vistazo a las
teorías existentes y a la naturaleza de las diferencias entre ellas. En particu­
lar estábamos ansiosos por descubrir de qué manera esas diferencias se
basaban en distintos supuestos acerca del fenómeno del imperialismo mis­
mo y acerca de la naturaleza y propósito de la teoría. El segundo objetivo
del seminario era intentar establecer la utilidad de cada teoría viendo cómo
podía ser aplicada a situaciones históricas concretas. Para este fin, solici­
tamos cierto número de estudios de caso a economistas, historiadores e his­
toriadores de economía con ideas muy diferentes sobre el papel de la teoría
en el estudio del imperialismo. Nuestro tercer y último objetivo era aislar
algunas de las áreas en las que parecía particularmente útil realizar una
investigación más a fondo. El resultado, esperábamos, sería una mejor com­
prensión de la naturaleza del debate entre teorías rivales que nos permi­
tiría a nosotros y a otros seguir adelante con el estudio del imperialismo
sin tener que pasar una y otra vez sobre el mismo terreno.
Llegado el momento, los textos presentados en el seminario (celebrado
en Oxford en 1969-70), así como las discusiones que se suscitaron, permi­
tieron alcanzar algunos de estos objetivos, pero de ninguna, manera todos
.ellos. U na limitación obvia fue que ciertas teorías muy influyentes apenas
fueron tocadas. Éstas incluían las teorías diplomáticas y políticas de Lan-
-ger y Fieldhouse, la teoría estratégica relativa a África de Gallagher v

18
Robínson, y la teoría sociológica de J. A. Schumpeter. Además, incluso
con las teorías que se discutieron, no siempre fue posible aislar sus carac­
terísticas esenciales o, más importante aún, las diferencias entre ellas. En
el último caso lo que hizo la tarea particulaimente difícil fue el hecho de
que esas diferencias abarcaban cuestiones de finalidad, de enfoque, de méto­
do, de manera que tenían que ser examinadas en una cantidad de niveles
distintos. Además, en algunos casos, los desacuerdos entre teóricos rivales
se manifestaban en la interpretación de evidencia que no está nada clara,
por ejemplo toda la cuestión del papel de la exportación de capital en el
desarrollo económico de Europa (tema que se trata con mayor amplitud en
la conclusión). Por otra parte, pensamos que los análisis y los casos con­
cretos permiten una mejor comprensión de la utilidad de las teorías par­
ticulares. Una vez más, los textos y las discusiones plantearon gran variedad
de tópicos importantes que requieren una más profunda investigación;
algunos de los más importantes se examinan en la conclusión de este libro.
La primera parte contiene la exposición de varías teorías del imperia­
lismo. Para empezar, T. Kemp presenta la teoría marxista. El punto más \
importante señalado aquí es que, para los marxistas, "imperialismo” es
una palabra adoptada por Lenin para describir el monopolio, últim a etapa
del capitalismo que comenzó hacia 1900 y que continúa hasta el día de
hoy. Esto la pone de inmediato en una categoría muy especial. Por una
parte, la teoría tiene muy poco que ver con la posesión de un imperio como
tal, o con el capitalismo como sistema mundial antes de 1900. Por la
otra, puede ser empleada para analizar todo el desarrollo del capitalismo
norteamericano y europeo (incluyendo las importantes cuestiones de sus
relaciones con el mundo no europeo) durante el siglo xx. Si se olvida este
punto la confusión es inevitable.
No obstante, una vez hecha esta afirmación básica, hay que señalar tam­
bién que ha sido práctica común abstraer ciertas ideas de Lenin (así como
algunas de Marx) con el fin de producir una veisión “marxiana” de la
expansión de Europa a finales del siglo xrx. En esencia, esto es lo que M.
Barratt Brown hace en su "Crítica de las teorías marxistas del imperialis­
mo , aunque en su caso trata de apoyarse más en algunas ideas de Maix
que en las de Lenin, en particular el énfasis del primero en la tendencia
del desarrollo capitalista a llevar a una concentración de capital cada vez
mayor. A esto fue, en opinión de Barratt Brown, que se debió u n a de las
más importantes' características del nuevo imperialismo de finales del siglo
xix, el impulso hacia los mercados ultramarinos de industrias europeas com­
petidoras respaldadas por Estados europeos competidores. Fue esto, tam­
bién, lo que proporcionó una parte importante de la explicación de por
qué la expansión de Europa fue acompañada por una polarización de la
riqueza a escala tanto internacional como nacional, y un ensanchamiento de
la brecha entre el nivel de desarrollo de los países industriales y el resto.

19
E n c o n tra de esto, Barratt Brown critica una de las proposiciones básicas
d e la teoría leninista, su éníasis en la importancia de la exportación de
c a p ita l europeo.
O tro tipo de teoría del imperialismo, el imperialismo social, es discutido
p o r H .-U . Wehler en su “Crecimiento industrial y el imperialismo alemán
tem p ra n o ” . La creencia de que la expansión ultramarina puede ser utili­
za d a p ara hacer frente a la tensión social interna era un lugar común entre
los políticos de Europa y Estados Unidos a fines del siglo xtx. Como de­
m u estra Wehler, esta creencia fue particularmente importante en Alema­
n ia, donde el inestable crecimiento industrial de las décadas de 1870 y 1880,
al originar un gran aumento en el apoyo a los socialdemócratas, pareció
am en a zar toda la1base social del nuevo Estado alemán. Esta, sobre todo,
fue la razón existente detrás de la persecución por parte de Bismarck de
u n a política de expansión comercial dirigida por el Estado. Además, dado
q u e la competencia aumentaba tan rápidamente entre las grandes poten­
cias industriales, era casi invitable que esta expansión debiera, en parte,
a d o p ta r la forma de una búsqueda de colonias,
r Por último, háy dos ensayos que esbozan teorías parciales opuestas al
en fo q u e euroccntrico de la gran mayoría de los teóricos europeos. Uno,
el texto de T . Hodgkin “Algunas teorías africanas y tercermundistas sobre el
im perialism o”, es un recordatorio de que los africanos y asiáticos tienen su
p ro p ia contribución particular a un análisis del fenómeno. Hodgkin se­
ñ a la su preocupación con lo que para ellos es el hecho central de la era
del imperialismo: la derrota y pérdida de soberanía de sus naciones a ma­
nos d e Europa. Señala también su insistencia en que cualquier teoría gene­
ra l debe ser lo bastante amplia para incluir un análisis de la naturaleza de
la relación colonial y de sus efectos en la sociedad tanto de los coloniza­
dores como de los colonizados. De igual importancia, es el análisis que
h ac e Hodgkin de cómo los trabajos de los teóricos del tercer mundo re­
p resentan un reto ininterrumpido, no sólo frente a los argumentos plantea­
dos p o r los apologistas del imperialismo, sino también frente a la posición
d e aquellos marxistas o partidos marxistas que se basa en el supuesto de la
p retendida “superioridad” de sociedades o culturas más “avanzadas”.
E l siguiente articulo, “Bases no europeas del imperialismo europeo”, de
R . E. Robinson; representa un ataque totalmente distinto a¡ eurocentrismo
de las teorías tradicionales. Su autor no está interesado en los efectos del
control europeo sobre el resto del mundo, sino en los métodos mediante los
cuales dicho control se ejerce. Suponiendo que el propósito general de este
control era el de remodelar las sociedades no europeas según la imagen de
E u ro p a, prosigue explicando las formas particulares que adoptó en térmi­
nos d e una relación cambiante entre los europeos y los grupos colaborado­
res o mediadores locales. En casi todos los paises afroasiáticos hubo un pro­
ceso en tres etapas. Para empezar, Europa trató de obligar a los regímenes

20
locales a la colaboración necesaria para abrir sus países al intercambio y
el comercio, desde el exterior. Sin embargo, esto demostró muy pronto ser
insatisfactorio, y una u otra potencia europea asumió el control político
directo, aunque utilizando todavía colaboradores nativos que se encarga­
ban de vigilar que sus políticas fuesen realizadas. Finalmente, a medida
que iban aumentando su fuerza los movimientos independentistas locales,
fueron capaces de destruir el mecanismo colaboracionista existente y los
colonialistas tuvieron que marcharse. De esta fonna, Robinson pretende no
sólo describir cómo se ejercía el control imperialista, sino también cuándo
y por qué la naturaleza de este control cambió en el curso del tiempo.
Los cinco capítulos de la primera parte no agotan de ninguna manera
la gran variedad de teorías del imperialismo. Foro sí ilustran algo de su
alcance, de los fenómenos que tratan de analizar o explicar y, sobre todo,
del campo que abren a la discusión. Con la posible excepción del hecho
de que los protagonistas de estas teorías ven el imperialismo relacionado en
cierta forma con el crecimiento del capitalismo en la Europa del siglo xrc,
es difícil hallar muchas otras cuestiones en las que estén de acuerdo. De
particular importancia son las siguientes tres zonas de desacuerdo:

1. El fenómeno a explicar. Mientras que para Wehler y Barratt Brown el


principal fenómeno a explicar es la expansión de Europa a . partir de 1870,
Hodgkin y Robinson se ocupan primordialmente de las relaciones entre los
Estados europeos y sus colonias durante todo el siglo xix y la primera mitad
del xx. Kemp, por su parte, se concentra en el desarrollo del capitalismo
desde 1900.

2. Tipo de enfoque. Mientras que las teorías de Wehler y Hodgkin de­


penden del entendimiento de un conjunto complejo de relaciones entre fac­
tores económicos, sociales y políticos, Robinson se ocupa principalmente
de los niveles políticos y sociales y Kemp y Barratt Brown del económico.

3. El propósito de la teoría. Para Wehler y Barratt Brown el principal


objetivo de una teoría del imperialismo es explicar cómo y por qué Europa
se expandió en términos de cambios dentro de la misma Europa, mientras
que Robinson se aboca a las mismas cuestiones pero a través de un énfasis
en los acontecimientos del mundo no europeo. Hodgkin, por su parte, re­
clama una teoría que, aunque interesada en la expansión de Europa, con­
ceda también una importancia primordial a un análisis de los efectos
de la relación colonial tanto en las sociedades de Europa como en las con­
quistadas por ésta. Por último, la teoría de Lenin, tal . como la describe
Kemp, trata de aislar las características básicas del capitalismo en su etapa
final.
Además, debe advertirse que mientras Barratt Brown, Wehler y Robinson

21
ven la teoría, primordialmente, como una herramienta del historiador,
Kemp y Hodgkin subrayan enérgicamente que también debe conducir a la
acción. En el caso de Hodgkin existe también el temor de que el estudio
de las teorías del imperialismo pueda ser utilizado como pretexto para
renunciar a la responsabilidad política.
La segunda parte contiene textos que ilustran la forma como una teoría
particular, la marxista, puede ser utilizada para ayudar al análisis de la
naturaleza de la relación, pasada y presente, entre los países industriales
avanzados y el resto del mundo. En el primero, “Imperialismo sin colo­
nias”, H. Magdoff examina la manera como esta relación ha evolucionado
desde finales del siglo xix, mientras que en el segundo, “Imperialismo e
industrialización en el tercer mundo”, B. Sutcliffe plantea la cuestión:
¿Puede el capitalismo contemporáneo conducir a una industrialización to­
talmente independiente en Afro-Asia o Latinoamérica? Ambos autores em­
piezan con un análisis de diversos argumentos planteados por anteriores
autores marxistas antes de concentrarse en aquellos que consideran de
particular importancia. E n el caso de Magdoff, por ejemplo, se rechaza la
idea de que la marcada elevación de la exportación de capital europeo a
finales del siglo xix se debiera a una superabundancia de capital en las
economías industriales, viéndola más bien como una consecuencia natural
de 1] el desarrollo del capitalismo como sistema económico mundial y 2]
la creciente competencia internacional entre las industrias durante los úl­
timos veinticinco años del siglo xix. Sutcliffe, por su parte, demuestra cómo
el actual consenso entre los mandstas acerca de que el capitalismo con­
temporáneo es un obstáculo insuperable para proseguir la industrialización
en el tercer mundo va contra el espíritu, y a menudo contra la letra, de
buena parte del pensamiento marxista del pasado.
Finalmente, la tercera parte contiene los estudios de seis casos, destinado
cada uno de ellos a ilustrar algún aspecto de la relación de la teoría con
algún problema histórico particular. Para hablar en forma muy general,
esta relación se concibe en dos formas distintas: en algunos estudios se
emplea una teoría ya existente para orientar el análisis del problema; en
otros, el análisis del problema se utiliza para probar una teoría.1 Así, mien­
tras que R. Owen (“Egipto y Europa” ), P. Patnaik (“El imperialismo y el
nacimiento del capitalismo indostánico” ) y R. W. Johnson (“El imperia­
lismo francés en Guinea” ) buscan analizar su tema dentro del contexto
general de la teoría del imperialismo capitalista, J. Stengers (“El impe­
rialismo del rey Leopoldo” ) y S. Kanya-Forstner (“La expansión francesa
en África” ) tratan de demostrar que los agentes del imperialismo, tanto
si se trata del rey de Bélgica como de los militares franceses, pudieron
actuar autónomamente, sin influencia del sistema económico del Estado al
que pertenecían. D. G M. Platt (“El imperialismo económico y el hombre
de negocios” ) señala un punto emparentado con el anterior: para él,, los

22
hombres de negocios sólo pueden ser considerados agentes del imperialismo
si son capaces de ejercer control sobre las economías de los países en que
actúan.
Es mucho lo que se ha dicho para mostrar los contrastes básicos entre
las diferentes teorías en discusión y las distintas formas en que pueden ser
utilizadas. No obstante, aun cuando los distintos textos tienen tan poco en
común por lo que respecta a propósito, enfoque y método, esto no significa
que no haya ciertos temas generales que todos comparten. El primero se
refiere al llamado “nuevo imperialismo” de la década de 1870. Para muchos
de los colaboradores, la expansión europea en el último cuarto del siglo
xix fue cualitativamente diferente a la de los periodos anteriores. En este
punto, casi todos estuvieron en desacuerdo con la posición adoptada res­
pecto a Inglaterra por Robinson y Gallagher en su “El imperialismo de!
libre comercio”. Las razones de este desacuerdo fueron variadas, pero hubo
cierto apoyo para el punto de vista de que el “nuevo imperialismo” fue
causado, en parte, por el hecho de que la predominante posición de Ingla­
terra en los mercados mundiales empezaba en aquella época a ser amena­
zada por rivales industriales como los alemanes y los norteamericanos. El
resultado fue una competencia acelerada por los restantes mercados en
Asia y África, la mayoría de los cuales fueron sometidos al control político
directo de una u otra de las potencias con el fin de evitar la exclusión
de sus propios productos.
Una segunda área de acuerdo más o menos general fue la referente a
los efectos del imperialismo capitalista en las economías de los países no
europeos. Con casi toda la industria indígena destruida y todos sus recur­
sos concentrados en la producción de unos pocos productos agrícolas —o
minerales— para la exportación, tales economías se convirtieron en poco
más que mercados para los productos industriales europeos y en fuente de
materias primas. Una vez establecido, era muy difícil, si no es que impo­
sible, romper este patrón. Así, por lo que se refería a esas economías, el fin
de la colonización representó poca diferencia; la mayor parte de las vie­
jas barreras a la industrialización y la diversificación de exportaciones per­
maneció inalterada.
Un tercer tema concierne al hecho de que muchas teorías del imperia­
lismo fueron vistas como eurocéntricas debido a que centraban su atención
en los cambios ocurridos dentro de la sociedad europea, y tenían poco que
decir acerca de sus efectos fuera de Europa. El elocuente alegato de Thomas
Hodgkin a favor de una teoría que dé cuenta del rompimiento que causó
el imperialismo en África y Asia encontró amplia respuesta. Por otra par­
te, hubo cierto desacuerdo acerca del peso relativo que se debe conceder
al estudio del mundo europeo como opuesto al no europeo. A su vez, esto
dio origen a la cuestión más general de si el crecimiento del capitalismo
en el siglo xrx hubiera sido posible si no se hubiera contado con el resto

23
del m u n d o para ser explotado, y si el actual sistema capitalista sobrevi­
viría si fuese privado de sus mercados y fuentes de materias primas afri­
canos y asiáticos.
P o r último, hubo una ininterrumpida discusión acerca de la relación en­
tre econom ía y política. "Una vez más la cuestión fue planteada con par­
ticu lar claridad en el texto de Thomas Hodqkin, Aun cuando los teóricos
tercerm undistas que él describe creen que el imperialismo es, en su base,
un sistem a de explotación económica, un hecho de mayor importancia para
ellos fu e el de que sus pueblos fueron subordinados políticamente a una
po ten cia extranjera. Ser colonizado fue verse sometido a una intolerable
experiencia de dominación política: ésta, a sus ojos, es la realidad esen­
cial de la era del imperialismo.

N O TA S
1 P ara las obras de todos los autores mencionados en esta introducción, véase la
bibliografía.
2 Sociologie actuelle' de l’Afrique noire. Parts, 1955 y 1963, trad. por D. Gor­
man com o The Sociology of Black Africa. Deutsch, Londres, 1970.
3 E ste punto se discute con mayor amplitud en la introducción a la tercera
parte.

24
PR IM E R A PA R TE

TEORIAS DEL IMPERIALISMO

La literatura marxista, y en particular la de Lenin, domina la cuestión del


imperialismo. Tom Kemp hace aquí unq/evisión de los orígenes de la teoría
marxista en el análisis económico de Marx en El C apita^fsección 2 ), espe­
cíficamente el problema de la realización, la tendencia decreciente de la
tasa de ganancia y la concentración y centralización del capital.prosigue
señalando su desarrollo a cargo de Lenin, para quien el imperialismo era
virtualmente sinónimo de la época del capitalismo monopolista (secciones
3 y 4 ), y finalmente su pertinencia contemporánea y las formas como se la
puede poner a prueba y desarrollar/(sección 5).
Dos de los puntos señalados por él deben ser recordados en toda discusión
sobre el imperialismo. Primero, los marxistas emplean el término imperia­
lismo para significar algo distinto y generalmente mucho más amplio que
lo significado por otros escritores, especialmente historiadores (sección 2).
Esto es fuente de constantes malentendidos tanto accidentales como deli­
berados. Segundo,¿úna auténtica teoría marxista del imperialismo, o de
cualquier otra cosa, no puede ser concebida desligada de su importancia
para una lucha política por el socialismo/(sección 5 ); y ése es en última
instancia el criterio a emplear por un marxista para probar su teoría. Re­
velar la verdad acerca del mundo es sentar las bases para cambiarlo.
Parte de la terminología de la sección 2 puede no serle familiar a algu­
nos lectores. Ella se explica más ampliamente en el libro de Tom Kemp
Theories of Imperialism (capítulo 2 ), pero tal vez una muy breve expli­
cación pueda ser útil aquí. En el análisis de Marx del modo de produc­
ción capitalista el valor de una mercancía se compone de: primero, el
valor del capital constante (c ), esto es, la maquinaria y las materias pri­
mas empleadas en la producción; segundo, el capital variable (v ), el volu­
men de trabajo usado, medido en términos de los salarios pagados para
conservar vivos a los obreros; y , tercero, la plusvalía ( p ) ,e l exceso de valor
de una mercancía sobre su costo de producción ( c ^ - v ) .
Los capitalistas tienen el problema de obtener esta plusvalía: en el ftro-
ceso de circulación (de mercancías y dinero) deben encontrar un mercado
para sus productos. No sólo debe el mercado de bienes en general ser su­
ficiente para vender todo lo que se produce, riño que, por supuesto, debe
haber también suficiente demanda tanto de bienes de consumo como de
bienes de producción (lo que Marx entiende como los dos compartimentos
de la economía). Las condiciones para esta proporcionalidad en la deman-

25
da tanto en una economía estática como en una economía en crecimiento
se encuentran formalmente establecidas en el esquema de la reproducción
en el volumen I I de El Capital. '' 't ;
En opinión de Marx, el progreso técnico tiende a elevar la composición
orgánica del capital (c /v ) en la producción, reduciendo el volumen de tra­
bajo necesario en relación al capital. Dado que la lucha de clases tiende a
mantener constante la tasa de plusvalía, o tasa de explotación (p /v ), re­
sulta que existe una tendencia a que descienda la tasa de ganancia en el
sentido que le da Marx — ^--- .
c+ v

26
I. LA TEORIA MARXfSTA DEL IMPERIALISMO
TOM K.EMP

El intento de una vieja y conservadora escuela de historiografía por borrar


el término “imperialismo” del vocabulario de los especialistas ha fracasado
en forma conspicua. Cualquiera que sea el contenido que se le dé, tanto si
nos aproximamos a él con la intención de encontrar una explicación gene­
ral o con una actitud completamente escéptica con respecto a la teoría,
existe ahora un acuerdo general de que abarca fenómenos reconocibles que
deben ser explicados. Puesto que el término ya no puede ser desechado, la
necesidad de una mayor precisión resulta aún más imperativa, Y por lo
tanto, el reto de la teoría maixista, o marxista-leninista —a pesar de todas
las vicisitudes a las que la teoría marxista se ha visto sometida—, se hace
sentir con renovada fuerza. La discusión ha tendido a convertirse en un
debate acerca de la teoría. Más o menos conscientemente, incluso en el
paraíso académico de los países anglosajones, los trabajos en este campo,
tanto si son realizados por historiadores como por economistas, buscan re­
futar, y más raramente probar o verificar, lo que esta teoría afirma o se
supone que afirma. La ortodoxia académica predominante es necesariamen­
te hostil al marx'ismo en estos países y es improbable que abjure. Pero ello
no es necesariamente cierto respecto a los estudiosos jóvenes y los estudian­
tes que están insatisfechos con el subjetivismo, idealismo y carga ideológica
de casi toda la enseñanza académica y que son conscientes de su incapa­
cidad para captar o entender los verdaderos procesos que actúan actual­
mente para modelar nuestra época. El interés en el problema del imperia­
lismo lo demuestra. ¿En qué consiste, pues, la teoría marxista?
1. CUESTIONES DE MÉTODO E INTERPRETACIÓN

La teoría marxista del imperialismo forma parte del conjunto teórico co­
nocido como marxismo que se basa en el materialismo dialéctico, incluye su
propia economía política y proporciona las tácticas y estrategias de la re­
volución proletaria. Se ha visto afectada por las vicisitudes del movimiento
marxista en este siglo y particularmente por las revisiones y perversiones
del stalinismo.* Como resultado, quienes hoy día declaran ser marxistas
tienen serias diferencias acerca de la teoría del imperialismo, así como en
otros aspectos de la teoría y la práctica. Más que ocuparse de esas diferen­
cias, lo que sigue a continuaci ón pretende insertaisc dentro de la auténtica
tradición marxista y dejará a otros la tarea de discutirla si así lo desean.
Una vez dicho esto puede añadirse, aunque el punto es bastante obvio,

27
cjnevia teoría marxlsta del imperialismo} no fue proyectada como una ava­
d a p a r a el estudio y la escritura de la historia tal como se practica en las
universidades,(T uvo, y tiene todavía, un definido carácter operativo como
¡autía p a r a la elaboración de políticas y para la acción^ No obstante, los
m a rx ista s estudian y escriben historia y afirman que en manos expertas su
m é to d o permite que la historia se entienda más plenamente.® Así pues, es
n ec esario para comenzar decir algo, aunque sea breve e inadecuadamente,
rvcerca del materialismo histórico.4 El marxismo rastrea la dinámica de la
a c tiv id a d social y del desarrollo histórico hasta sus raíces en la producción
y reproducción de los medios de existencia. De esa base material, a su vez
co n tin u am en te cambiante a medida que los hombres establecen mayor con-'
tro l sobre el medio que los rodea, es de donde surge la superestructura de la
c u ltu r a , las instituciones, las leyes y los sistemas políticos. Si bien estas fuer­
zas superestructurales pueden y en efecto asumen una autonomia propia y
re a c c io n a n sobre la base material, son, en último análisis, remitibles a ella.
H a y q u e subrayar que la concepción materialista de la historia no es esa
especie de tosca interpretación “económica” que los críticos mal informa­
d o s o deshonestos a veces suponen que es. Así como tampoco ve la evolu­
c ió n h u m an a como un producto de “ factores” separables de los cuales el
eco n ó m ico es el determinante. Asume la totalidad de las relaciones huma­
n as, rastrea sus interrelaciones y busca la fuente del cambio histórico no
en m otivos, no en ideologías, sino en la base material de la sociedad en
c u e stió n . Así pues, el estudio del imperialismo comienza con la estructura
ec o n ó m ic a y halla ahí las fuerzas que ponen en movimiento “grandes ma­
sas, pueblos enteros y clases enteras en cada pueblo”, como lo define En-
gcls.Q ’a ra el marxismo, el imperialismo no es un fenómeno político o ideo­
lógico, sino que expresa las necesidades imperativas del capitalismo avan­
zado^
P a r a los marxistas, por tanto, la explicación de tales aspectos del impe­
rialism o como la expansión colonial y las luchas por el poder entre los Es­
tados debe buscare en las condiciones materiales más que en la ideología
y la política. La explicación subjetiva o psicológica del imperialismo ha
sido m u y convincentemente expresada por Joseph Schumpeter —quizá el
vínico pensador no marxista que presenta una teoría general— pero ciertos
elem entos de ella se descubren en la mayoría de las teorías no marxistas,
si n o es que en todas.® Aunque no niega la influencia de fuerzas que son
principalm ente superestructurales, la teoría maixista rechaza la opinión de
q u e el curso de la historia puede ser explicado en términos de impulsos
de poder, amor a la guerra, deseo de gloria y la influencia de personalida­
des extraordinarias. En particular, niega que las masivas fuerzas tecnoló­
gicas y económicas del capitalismo avanzado hayan sido convertidas de
a lg u n a manera en impulsos imperialistas, contrarios a sus tendencias inhe­
ren tes, por hombres de Estado, líderes militares, castas aristocráticas o in-

28
cluso por pueblos enteros. Comienza con el modo de producción capitalis­
ta en su estado de movimiento y ve lo que define como “imperialismo”
como la expresión del desarrollo de sus leyes inmanentes. La complejidad
de las formas en que estas leyes se materializan, su interacción con fuer­
zas en la superestructura y la infinita variedad de situaciones históricas
reales, hacen la tarea de una auténtica explicación histórica no menos di­
fícil, y en ciertos aspectos más difícil, para el historiador marxista que para
el no marxista.

2. ¿Q U É ES EL IMPERIALISMO?

La teoría marxista del imperialismo se propone explicar las características


que muestra el modo de producción capitalista en su últi ma y más avan­
zada etapa como resultado de la acción de sus “leyes del movimiento” des­
cubiertas por Marx. Emplea así el termino “imperialismo” en un sentido
técnico, que debe ser cuidadosamente diferenciado del significado variable
que le asignan los historiadores y otros estudiosos. Para estos últimos, gene­
ralmente significa principal o exclusivamente la relación entre el país avan­
zado, imperial, y las áreas coloniales o scmicoloniales que quedan dentro
de su imperio formal o informal. La teoría marxista hace más que esto.
Emplea el termino para describir una etapa especial del desarrollo capita­
lista y, por extensión, se refiere a la época del imperialismo en que éste se
ha convertido en la forma dominante y hace hincapié en los rasgos nuevos
y característicos de esta etapa. Puesto que trata específicamente del modo
de producción capitalista, no se ocupa de una teoría más general y global
del imperialismo en un sentido más amplio. Si el mismo término se aplica
a otros periodos, o en un sentido más cercano a sus orígenes etimológicos,
no puede haber objeción en principio siempre que las diferencias se seña­
len claramente y se eviten las confusiones.
Aunque Marx no nos dejó una teoría del imperialismo, el análisis que
hizo del modo de producción capitalista proporciona el punto de partida
para la teoría marxista-leninista. En E l Capital, Marx se esforzó por mos­
trar que el modo de producción capitalista no estaba gobernado por la sa­
tisfacción de las necesidades humanas, sino por el deseo de extraer plusva­
lía de una clase de trabajadores asalariados, de realizar esta plusvalía en­
contrando un mercado para los productos en que estaba encerrada y de
capitalizar esta plusvalía en nuevos medios de producción. La teoría del
imperialismo trata de la forma fenoménica especial que adopta este proceso
en una etapa particular en el desarrollo del modo de producción capita­
lista. El trabajo de Maix sobre economía política requería la construcción
de un modelo de “capitalismo puro” en un nivel de abstracción relativa­
mente elevado. La teoría del imperialismo, al ocuparse, como debe hacerlo,
de los efectos reales de las “leyes del movimiento” que Marx descubrió,
trata de dar mayor concreción a la forma como estas leyes se han mani­

29
festado en la historia. Lenin, en particular,. comenzó con los nuevos des­
arrollos en el capitalismo que deb'ian ser explicados.
Aquellas partes de El Capital que resultan más importantes para explicar
la nueva etapa del modo de producción capitalista, el imperialismo, son las
siguientes:

a] los esquemas de reproducción en el volumen n que tratan del problema


de cómo se realiza la plusvalía extraída de la clase obrera. Tenemos así lo
que se conoce como “el problema de la realización”, un problema de mer­
cados, asi como el del mantenimiento de las proporciones entre los dos
principales compartimentos de la producción {el referente a los medios de
producción y el referente a los medios de consumo). Rosa Luxemburgo es­
taba piimordialmente interesada en estos aspectos.®

b] la tendencia decreciente de la tasa de ganancia que es consecuencia del


cambio técnico que aumenta la proporción de capital constante a capital
variable, de trabajo “muerto” cristalizado a trabajo vivo, produciendo, en
otras palabras, una elevación en lo que M arx llamó la composición orgá­
nica del capital. Para Marx, esta ley era una ley de tendencia: es contra­
rrestada por otras fuerzas y por los esfuerzos de los capitalistas por encon­
trar modos de mantener la rentabilidad a pesar de la ley. De todo ello se
trata en los manuscritos incluidos en el volumen m de El Capital.

c] la concentración y centralización del capital como resultado inevitable de


la lucha competitiva. Esto se menciona en el volumen i y se trata más es­
pecíficamente en el volumen m, donde se relaciona con los cambios estruc­
turales ya visibles en el capitalismo y que estaban preparando el camino
para el “capitalismo monopólico”, según el término que los marxistas em­
plearían más tarde. Véanse, por ejemplo, las observaciones de Marx sobre
el surgimiento de la empresa comercial y los “empresarios”, el papel de la
bolsa de valores y los bancos. Estas tendencias las trata también brevemente
Engels en el Anti-Dühring.
Las partes componentes del análisis de Marx del capitalismo fueron par­
te de un modelo que, aunque inconcluso, pretendía revelar las “leyes del
movimiento” de este modo de producción en su desarrollo total. El méto­
do de Marx de abstraer un aspecto a fin de examinarlo de cerca era parte
necesaria de esta tarea. Edificar una teoría sobre sólo una parte de la es­
tructura total, como hizo Rosa Luxemburgo con los esquemas de reproduc­
ción del volumen u, puede conducir a graves errores. También es necesa-
sario ser muy claros acerca de la distinción entre las características del
“capitalismo puro” del modelo —esto es, la existencia de sólo dos clases,
capitalistas y trabajadores— y el mundo real que es el que en última
instancia tiene que explicar la teoría. Asi, por ejemplo, ningún análisis

30
sofisticado o construcción de modelos basados en los esquemas de repro­
ducción de Marx puede representar completamente el carácter dialéctico
y contradictorio de las relaciones económicas reales en su contexto especi­
fico, derivado históricamente. Hay que tomar en cuenta el carácter de la
superestructura y su interacción con la base económica. Esto se aplica par-
ticulaimente al Estado nacional, la forma de organización gubernamental
dentro de la cual toma forma el modo de producción capitalista.
Las fuerzas productivas puestas en marcha por el modo de producción
capitalista no pueden estar contenidas dentro de las áreas geográficamente
confinadas de los viejos Estados dinásticos de Europa. El surgimiento del
capitalismo, y la industrialización de los países avanzados a que condujo,
generan un mercado mundial y una división internacional del trabajo. Fue
a través de su relación con el mercado mundial como los Estados capita­
listas nacionales adquirieron su fisonomía específica y como las áreas me­
nos desarrolladas, a medida que entraban en contacto con el mercado mun­
dial, asumieron una posición de dependencia. Para fines del siglo xix la
mayor parte del mundo había sido dividida en imperios y esferas de in­
fluencia de las potencias dominantes. Aparte de los países de colonización
europea, sólo Japón fue capaz de desarrollarse independientemente según
patrones capitalistas.
Al mismo tiempo, la burguesía, la clase dirigente capitalista, se estable­
ció políticamente a través del Estado nacional y así surgió un sistema de
Estados que encarnaban diferentes intereses nacionales. El Estado se definió
en la esfera económica mediante sus propias leyes, sistema monetario, tari­
fas y restricciones al movimiento de los factores de producción. Había, por
lo tanto, una contradicción entre las tendencias internacionales unificado-
ras de las nuevas tecnologías y la influencia constrictora del Estado nacio­
nal. Esto se manifestó en rivalidades y tensiones entre las principales po­
tencias, en la expansión colonial, en alianzas y preparativos de guerra y
finalmente en la guerra misma. Para finales del siglo xtx, según afirma el
marxismo, el papel progresivo del capitalismo habia llegado a su fin: co­
menzaba ja época del imperialismo.
Las relaciones y conflictos entre los Estados proporcionan casi todo el
material de la historia política. En apariencia, predominaban las cuestio­
nes políticas, diplomáticas y militares, y gran parte de los escritos históri­
cos sobre el pen’odo posterior a 1870 presta muy poca o ninguna atención
a las fuerzas económicas que actuaban bajo la superficie. Al mismo tiempo,
casi toda la historia económica académica está escrita como si el estallido
de la primera guerra mundial no tuviera ninguna relación con el tema
que estudia.7 Para el marxismo, esta dicotomía es totalmente irreal y pro­
viene del hecho de que gran parte del estudio académico de la historia
moderna está cargado ideológicamente. Para la teoría marxista, existe cla­
ramente una conexión entre los cambios que tuvieron lugar en la estruc-

31
tu r a d e l capitalismo en los países más poderosos durante el período que
siguió a 1870 y las nuevas formas de rivalidad entre Estados y la configu­
ra c ió n del mundo en imperios coloniales y esferas de influencia que seña­
la ro n el comienzo de la época del imperialismo. De la aplicación del m a­
terialism o histórico se deduce que en su orientación principal las tenden­
cias políticas del llamado “nuevo imperialismo” expresaban el resultado de
leyes económicas y la contradicción entre el desarrollo de las fuerzas pro­
d u ctiv a s y el Estado nacional.
V olviendo a las secciones de El Capital que nos interesan aquí, pueden
señ a la rse brevemente los siguientes puntos. Primero, las empresas capita­
listas d e los países avanzados buscaron ampliar sus mercados (para realizar
p lu sv alía) y mantener elevadas sus ganancias introduciéndose en el mer­
c a d o mundial. Siempre que les fue posible, lo hicieron con la ayuda y apo­
yo d e sus gobiernos y/o empleando su fuerza de negociación superior al
t r a t a r con socios más débiles, obteniendo concesiones y otras ventajas. Se­
g u n d o , otras áreas del mundo estaban vinculadas económicamente a los
cen tro s de industria avanzada, haciendo posible así la adquisición en tér­
m in o s favorables de materias primas que entraban en el proceso de circu­
la c ió n , como capital variable y constante, ayudando así a contrarrestar la
te n d e n c ia decreciente de la tasa de ganancia. Tercero, esto requería la ex­
p o rta c ió n de capital a áreas subdesarrolladas para construir vías férreas y
p u e rto s, abriendo vías de acceso en el interior y poniendo así nuevos sec­
to res d e sus economías bajo la dependencia del mercado mundial. Cuarto,
estos desarrollos de la división internacional del trabajo, determinados por
las necesidades de los países avanzados, fueron acompañados por la expre­
sión d e aquellos cambios estructurales —especialmente el crecimiento de
los monopolios— cuyos comienzos fueron señalados por Marx y Engels
p e ro que se habían convertido ya, o se estaban convirtiendo, en las formas
d o m in an tes del modo de producción capitalista en su etapa superior. Estas
características, especialmente la cuarta, fueron el punto de partida del
an á lisis del imperialismo de Lenin que examinaremos más adelante.
S u rg e n aquí numerosos problemas que sólo podemos señalar brevemente.
T o d o s ellos dependen de si es posible establecer una conexión entre, por
u n a p arte, las políticas del “imperialismo”, sus ideologías y expansión co­
lo n ial y, por la otra, los cambios en la estructura económica que, según
los m arxistas, fueron en última instancia las fuerzas motrices de la nueva
é p o c a histórica. Hay que admitir que formular la teoría apropiada a esta
e ta p a en términos marxistas no es prueba suficiente para aquellos que no
a c e p ta n los mismos postulados. Sigue siendo difícil ver qué “prueba" es
la q u e éstos exigen o estarían dispuestos a aceptar. Dentro de los límites
del presente estudio, por lo tanto, nos parece mejor proceder comenzando
p or aclarar qué es lo que ellos tienen que refutar.

32
3. CAPITALISMO MONOPOLISTA E IMPERIALISMO
Para enfocar el problema desde un ángulo diferente, puede decirse que mu­
chos no marxistas que emplean el término “imperialismo” lo hacen en un
sentido político más que económico.8 Se refieren a la relación establecida
entre los paises metropolitanos avanzados y sus colonias, o también pue­
den ampliarlo para incluir otras dependencias, el imperio “informal”. Co­
mo consecuencia, algunos autores han concluido, en forma algo malinten­
cionada, que con el fin de la dominación colonial el imperialismo ha
llegado a su fin. El término se usa también algunas veces dé manera menos
precisa para describir las políticas expansionistas de cualquier época y el
sometimiento político y militar de unos pueblos por otros. Podría decirse
así que el “imperialismo” comienza con el surgimiento de Estados organiza­
dos empeñados en la conquista. Sin negar tales empleos en su contexto
apropiado, como ya dijimos, el término, piara los marxistas. tiene un sentido
técnico o científico definido. La teoría marxista, que lo emplea en este
sentido, no puede ser refütada, por lo tanto, introduciendo en la discusión
algún otro significado ni, menos aún, manipulando definiciones. Así pues,
para centrar la cuestión, los marxistas entienden por imperialismo una etapa
especial en el desarrollo del capitalismo, que comenzó a finales del siglo
x a y que define la naturaleza de 1a actual época de la historia. En palabras
de Lenin: “Si fuera necesario dar una definición lo más breve posible del
imperialismo, debería decirse que el imperialismo es la fase monopolista del
capitalismo” (subrayado mío, T. K .).
Por monopolio, los marxistas no entienden literalmente la ocupación de
cada industria o rama de empresas por una sola firma. Emplean la expresión
^ “capitalismo monopolista” para indicar el paso del capitalismo de su etapa
anterior de competencia más o menos libre a una en la que firmas gigantes,
trusts y cárteles dominan el mercado.
Marx y Engels fueron de los primeros estudiosos de la economía capi­
talista en reconocer que las' mismas leyes del mercado tienden a hacer
inherentemente inestable la competencia entre los productores. Como dijo
yMarx: “U n capitalista mata a muchos otros.” Llegaron a esta conclusión
no a través del estudio de las situaciones reales del mercado (las cuales
eran en su época predominantemente competitivas), sino mediante una
combinación de condiciones —técnicas, económicas, financieras— que ayu­
dan al capitalista afortunado a aumentar el volumen del capital que empleó
y le permiten sacar del mercado o absorber a sus rivales menos afortunados.
Mediante el proceso que Marx llama centralización del capital, un número
menor de grandes capitalistas tiende a dominar el mercado en cada campo
comercial (“oligopolio” ). Al mismo tiempo, por el proceso de concentra­
ción, los capitales individuales separados fueron amalgamados para formar
unidades mayores con el mismo efecto (fusiones, absorciones). Estos capita­
les más grandes hicieron posible embarcarse en las inversiones crecientemente

33
costosas que se requerían para establecerse en los negocios cuando la tec­
nología exige un gran gasto inicial de planta y maquinaria. La necesidad
de grandes volúmenes de capital para iniciar un negocio protegía a las
firmas existentes de nuevos competidores. Además, la gran firma de éxito
no sólo poseía mayores cantidades de capital propio a su disposición, sino
que también podía adquirir nuevo capital en efectivo de los bancos y la
bolsa en términos favorables. Todo el proceso estuvo vinculado histórica­
mente al surgimiento de compañías de capital social y el crecimiento de
grandes bancos de depósito e inversión e instituciones financieras que cen­
tralizaban las reservas financieras del sistema.
Estas tendencias, sobre las que M arx y Engels llamaron la atención eii
secciones de sus escritos que tienen un tono particularmente moderno, em­
pezaron a interesar a los economistas profesionales de orientación institu­
cional en Alemania, Estados Unidos y otros países aproximadamente a
fines del siglo xix. Los marxistas comenzaron a dedicarse al estudio de los
acontecimientos actuales y Hilferding, el más notable de cuantos tiataron
la cuestión, acuñó el término “capital financiero” para describir lo que
estaba convirtiéndose en una tendencia dominante. Los economistas, que
estaban primordialmente interesados en las situaciones del mercado, fueron
lentos en reconocer lo que habia de nuevo en esos desarrollos y siguieron
hasta la década de los treintas trabajando basados en el supuesto de que
existe una competencia perfecta.
Una característica importante de las nuevas tendencias era su desigual­
dad de un país a otro. Aparecían más fuertemente marcadas en los recién
iniciados en la industria, y sobre todo en Alemania. Los marxistas tendie­
ron a generalizar partiendo de estos casos -—como hizo el mismo Lenín—
y sobre la base de la considerable literatura técnica que se había acumu­
lado. En Inglaterra, por su parte, el individualismo competitivo, era aún
muy pronunciado en la industria donde firmas familiares, establecidas de
antiguo, bien provistas de capital, se resistían a la amalgamación. De cual­
quier forma, este “retraso” industrial iba acompañado del predominio en
marina mercante, inversión internacional y servicios financieros, y la pose­
sión del mayor imperio mundial. Los recién llegados, saltando .muchas eta­
pas, llegaron más directamente a formas modernas de organización indus­
trial-financiera. También entraron en conflicto con los intereses británicos
arraigados en los mercados y colonias. Esto fue un aspecto de lo que los
marxistas llaman la ley del desarrollo desigual.
En la teoría marxista, los impulsos expanstoñistas del capitalismo avan­
zado van asociados al surgimiento de grandes amalgamas de capital tan­
to en forma industrial cuanto en forma de dinero en manos de bancos
y grandes instituciones financieras. Fue para estos intereses, en particu­
lar, para quienes los confines del mercado nacional empezaron a resultar
demasiado estrechos. Una parte conspicua estaba representada por las fir­

34
mas, casi todas de gran escala, que operaban en la industria pesada,
produciendo medios de producción y de destrucción, cuyo crecimiento ex-
cedía invariablemente los límites del mercado intemo. Por lo tanto, la
continuación de la acumulación y el mantenimiento de la rentabilidad exi­
gían un mercado grande y en aumento. Los contratos gubernamentales
internos y extranjeros, tales como órdenes de armas y concesiones de ferro­
carriles, resultaban indispensables para tales intereses. De igual manera, los
grandes bancos, acumulando los fondos aislados del público inversionista
en bloques mayores, buscaban nuevas salidas a la inversión — y en forma
no menor las ganancias de la promoción misma— en el extranjero y en las
colonias. Inevitablemente surgieron divisiones de opinión dentro de la cia­
se capitalista: algunos intereses alentaban y otros se oponían a estas orien­
taciones hacia el exterior, manifestadas en expansión colonial y en una
política exterior activa. En particular, el colonialismo tenía que mos­
trar alguna perspectiva de ganancias a los intereses directamente involu­
crados antes de que los negociantes le dieran su apoyo. Además, a primera
vista, los exponentes más activos del expansionismo parecían ser rabiosos
nacionalistas surgidos principalmente de la clase media o encabezados por
patriotas de viejo cuño de la aristocracia terrateniente. Y en los centros
gubernamentales, así como en el campo de la acción, las decisiones tenían
que ser tomadas finalmente por políticos, procónsules y jefes militares que
no tenían contacto directo ni necesariamente simpatía por los capitalistas
monopolistas, los magnates de la industria pesada y los banqueros y agio­
tistas que personificaban las nuevas fuerzas del capitalismo.
Estas complejas situaciones históricas plantean indudablemente difíciles
problemas para establecer los hechos, avanzando desde las interconexiones
de la base material hasta la superestructura y detectando el origen de los
impulsos dominantes en el desarrollo. Se requiere toda una explicación so­
ciológica que debe reflejar la gran complejidad y variedad de las situacio­
nes reales. Obviamente, la teoría marxista no convencerá a sus críticos
mediante afirmaciones; pero no es nada claro qué “prueba” exigen esos
críticos. Además, cuando ellos exponen su propia explicación o teoría al­
ternativa, revelan su propia debilidad. Su posición asume, en muchos casos,
el predominio de exactamente aquellos factores ideológicos y políticos que
los marxistas llamarían fuerzas “superestructurales”.
Confrontada con estas situaciones, la teoría marxista se afianza en su
punto de partida que consiste en el análisis de los cambios en la base ma­
terial tal como se reflejan, aunque en forma compleja y contradictoria, en
la superestructura. Busca descubrir los orígenes de las nuevas fuerzas des­
encadenadas por el modo de producción capitalista en su desarrollo, fuer­
zas que no pueden ser contenidas dentro de las viejas formas pero que no
obstante, en cierto grado, tienen que operar a través de ellas. El crecimien­
to del monopolio y el capital financiero era incontenible; el capitalismo no
p o d ía permanecer fijado a su anterior etapa competitiva. Los impulsos ex-
pansionistas que se generaban dentro de los Estados nacionales arrastraban
a los gobiernos ‘con ellos. Políticos, militares, ideólogos, opinión pública,
constituían otros tantos estratos interrelacionados que reflejaban diferentes
presiones e interactuaban en formas complejas. U na enoime variedad de
esquem as era el resultado de este entrelazamiento de influencias.
E l meollo de la cuestión es realmente éste. Dado el alcance y la fueiza
d e los impulsos tecnológicos y económicos del capitalismo avanzado, repre­
sen tad o por firmas poderosas e instituciones financieras que poseían y con­
tro la b a n los principales medios de producción, las fuentes de la riqueza y
el poder, ¿puede sostenerse seriamente que el papel decisivo y determi­
n a n te en el desarrollo mundial fue representado por esas fuerzas que los
m arxistas llaman superestructurales? Como hipótesis teórica, juzgada en
relación al poder impulsor de las dinámicas de la producción, circulación
y acum ulación que gobiernan la operación del modo capitalista de produc­
ció n , parece altamente improbable. Utilizado con propiedad y habilidad,
p o r lo tanto, el método marxista de materialismo histórico es el más capaz
de proporcionar, una explicación objetivamente válida y científica de la
é p o c a del imperialismo.
E n resumen, puede decirse que en los países de capitalismo avanzado,
aquellos cu donde los cambios estructurales característicos del “capital fi­
n an ciero ” y el “capitalismo monopolista” estaban teniendo lugar, en donde
la presión para encontrar nuevos mercados y fuentes de materias primas,
p a r a abrir campos de inversión más amplios, se estaba edificando, empezó
a despertarse un interés más agudo por una activa política exterior y co­
lonial. Aunque'las colonias todavía eran conquistadas y conservadas por
“ v iejas” razones, políticas y estratégicas, y a menudo eran insatisfactorias
económicamente, la expansión colonial era sólo una parte del empuje hacia
a fu e ra emprendido por los grandes bancos y la gran industria en los países
avanzados. Al hacer esto, arrastraron a sus gobiernos o, tal vez, puede que
los gobiernos asumieran la dirección en la esperanza de obtener beneficios
económicos. El proceso de expansión en el mercado mundial asumió inevi­
tablem ente un carácter internacionalmente competitivo debido a la forma
de Estado nacional en que se manifestaba el predominio de la burguesía
com o clase dirigente. Por lo tanto, se realizó bajo una apariencia de nacio­
nalism o y patriotismo; encontró portavoces ideológicos y políticos y mili­
tares comprometidos sobre cuyas palabras y decisiones los intereses indus­
triales y financieros no ejercían necesariamente mucho control, si es que
ejercían alguno. En la superficie dominaban la política y la ideología; en
el fondo eran las imperativas necesidades del modo de producción capita­
lista las que ejercían el papel determinante.

36
4. LA CONTRIBUCIÓN DE LENIN
La teoría marxista del imperialismo no se deriva directamente de Marx
sino de la aplicación por parte de Lenin del método de Marx a un estu­
dio de los desarrollos económicos y políticos que produjeron la primera
guerra mundial, en su famoso trabajo El imperialismo, fase superior del
capitalismo.* Si bien otros marxistas de su generación hicieron importantes
contribuciones a la teoría, es indudablemente a la obra de I^enin que tanto
par idarios como críticos deben dirigirse si quieren entender la naturaleza
de la teoría marxista. 1"
La publicación en años recientes de las notas redactadas por Lenin mien­
tras escribía su libro muestran la amplitud del material que consultó.*4
Gran parte de la literatura que utilizó estaba en alemán y trataba de los
acontecimientos de Alemania, e indudablemente eso dejó su huella en el
libro. Si bien es cierto que el capitalismo británico estaba todavía oponién­
dose a la tendencia hacia el "capitalismo monopolista” y el “capital finan­
ciero”, Lenin demostró estar en lo cierto al ver lo que sucedía en Alemania
como algo típico de la dirección en que avanzaban todos los países capi­
talistas.
Debemos recordar que Lenin no pretendió escribir u n tratado académi­
co, sino un folleto destinado a explicar al movimiento socialista internacio­
nal la naturaleza de las fuerzas que habían provocado la guerra y, al mis­
mo tiempo, el colapso de la Segunda Internacional. Los acontecimientos
que siguieron a su aparición, especialmente la revolución bolchevique, ase­
guraron a este libro un lugar importante en la literatura maixista, un valor
que, sin duda, hubiera sorprendido al mismo Lenin dadas las dhitaciones
impuestas, tanto desde fuera como por él mismo, a sus objetivos.
Cuando Lenin escribió El imperialismo no pensaba estar diciendo la úl­
tima palabra sobre el tema. El lector puede observar que sus pretensiones
son modestas y cuidadosamente especificadas. Al mismo tiempo, trataba de
caracterizar total pero sucintamente, pedagógicamente por así decirlo, lo
que él consideraba que eran los rasgos representativos de la última etapa
del desarrollo capitalista, al cual, siguiendo una práctica extendida, él daba
el nombre de “imperialismo”. Es importante subrayar que para Lenin co­
mo para otros marxistas el término debía emplearse en un sentido especial,
científico. Lenin elaboró su propia definición con cierto detalle y ahora
generalmente la teoría marxista se refiere a este sentido y no a cualquier
otro.
En primer lugar Lenin combinó las tendencias dominantes en el capita­
lismo observables en cierto número de países en un cuadro organizado del
“capitalismo monopolista”. Esto puede ser considerado como un desarrollo
y extensión, en una forma conceptual más acabada, de aquellos rasgos acer­
ca de los cuales Marx y Engels escribieron algunas décadas antes cuando
por primera vez comenzaron a mostrarse. Lenin subrayó que el capitalis-

37
mo monopolista era un producto necesario del capitalismo competitivo de
viejo estilo, que se desarrolló en forma muy desigual y produjo nuevos an-
tagonismos y contradicciones. Asoció estas nuevas formas de capitalismo,
que surgían dentro del Estado nacional, con la división del mundo en im­
perios y esferas de influencia económica y por lo tanto con las rivalidades
y tensiones internacionales que produjeron la guerra. De tal forma, Lenin
sumó las principales tendencias económicas y políticas del periodo con el
fin de definir la naturaleza de la época del imperialismo.
Una lectura cuidadosa de El imperialismo confirmará que Lenin no pre­
tendía haber realizado una teoría del imperialismo totalmente elaborada.
Mostrará igualmente que algunas de las objeciones a esta teoría se basan
en una idea equivocada de sus intenciones y de cuanto Lenin afirmaba de
ella. Lenin vio su contribución como parte de una investigación conjunta
con otros maixistas, particularmente con sus propios colaboradores Zinó-
viev y Bujarin, futuras víctimas ambos de las purgas de Stalin.11 Es evi­
dente que Lenin daba por supuesto en gran medida que sus lectores esta­
rían familiarizados con E l Capital y otios clásicos del marxismo. No con­
sideró en absoluto el proceso de reproducción, que constituyó la esencia
de la admirada obra de Rosa Luxemburgo, ni el “problema de la realiza­
ción” que surge de aquél, y al cual hizo una importante contribución en
algunos de sus primeros trabajos teóricos.12 Como puede verse en los Cua­
dernos sobre el imperialismo, Lenin realizó un estudio empírico exhaustivo
tic los úl tunos cambios estructurales en los países capitalistas avanzados
que mostraba el crecimiento de las prácticas monopolistas y la integración
de la industria y los bancos. No trató de actualizar el modelo de M arx del
proceso de la reproducción para tomar en cuenta estos cambios, porque
tal cosa no formaba parte de su objetivo. Está implícito, sin embargo, que
los fenómenos investigados por él reflejaban los esfuerzos de los capitalis­
tas para eludir o prevenirse contra las tendencias a la crisis inherentes al
proceso de la reproducción: la necesidad de realizar plusvalía, de preser­
var la proporcionalidad entre los diferentes compartimentos de la produc­
ción y de combatir la tendencia decreciente de la tasa de ganancia.
Desde este punto de vista Lenin está más interesado en los efectos que
en las causas y en las lecciones que tenía que aprender el movimiento so­
cialista del paso del capitalismo a la etapa monopolista. Según él, “el im­
perialismo surgió como producto y continuación directa de las caracterís­
ticas fundamentales del capitalismo en general”. Al definir al imperialismo
se refirió a las siguientes cinco características esenciales. A pesar de que
son citadas con tanta frecuencia, vale la pena hacerlo de nuevo, tanto para
mostrar que la teoría del imperialismo de Lenin pone el mayor énfasis
en los cambios estructurales del capitalismo más que en las relaciones en­
tre los países metropolitanos y sus colonias, cuanto para sugerir que aún
siguen caracterizando los rasgos dominantes del capitalismo hoy en día.

38
Después de señalar el “valor condicional y relativo de todas las defini­
ciones, que nunca pueden incluir todas las conexiones de un fenómeno ple­
namente desarrollado”, su definición va como sigue:

a] “La concentración de la producción y del capital ha llegado a un grado


tan elevado de desarrollo, que ha creado los monopolios, los cuales desem­
peñan un papel decisivo en la vida económica.” La evidencia de lo persis­
tente de esta tendencia es abrumadora; pocas ramas de la actividad eco­
nómica han escapado a ella.

b] “La fusión del capital bancario con el industrial y la creación, sobre la


base de este ‘capital financiero’, de la oligarquía financiera.” Si bien hay
lugar para diferentes interpretaciones de la relación entre la industria y
los bancos, y para discutir dónde se encuentra el control real —esto sólo
puede ser establecido mediante una investigación empírica—, el papel do­
minante de una “oligarquía financiera” reconocible no puede ser cuestio­
nado.

c] “La exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercan­


cías, adquiere una importancia particularmente grande.” U na vez más, el
papel de la exportación de capital, en particular desde Estados Unidos,
ha sido de fundamental importancia en el desarrollo del capitalismo du­
rante las últimas décadas. La controversia sobre el “desafío norteamerica­
no”, la debilitación del dólar y las crisis en el sistema monetario interna­
cional están vinculadas a esta característica.

d] “La formación de asociaciones internacionales monopolistas de capita­


listas, las cuales se reparten el mundo.” Los nombres de esas corporaciones
gigantescas son familiares a cualquier lector de las páginas financieras de
los periódicos. Su papel crecientemente dominante las ha colocado en el
centro de la controversia actual.

e ] .En realidad, es solamente acerca del último pumo, “la terminación del
reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas más impor­
tantes”, que puede plantearse una discusión seria. Los viejos imperios te­
rritoriales de los Estados capitalistas europeos en los cuales pensaba Lenin
ya no existen. Estados Unidos, que muestra las otras características del
“imperialismo” en la forma más avanzada, nunca ha poseído colonias de
importancia. N o obstante, el imperialismo norteamericano domina “un im­
perio sin fronteras” que no tiene paralelo en el pasado.

El mismo Lenin se mostró cauteloso acerca de esta definición que, des­


pués de unos sesenta años de historia turbulenta, está abierta a que se la

39
precise y amplíe. Pero esto sería para incluir las nuevas formas asumidas
p o r el imperialismo, no para cambiar la esencia del asunto. Lo que él lla­
m ab a “capitalismo parasitario y decadente” ha tardado en morir mucho
más de lo que él esperaba, no debido a su fortaleza inherente, sino como
consecuencia de la crisis de dirigentes en el movimiento socialista. Entre­
tan to , los antagonismos, contradicciones y desigualdades de desarrollo que
L en in señaló como inseparables de la época del imperialismo se han mani­
festado en toda su plenitud.
El destino de la obra de Lenin a manos de sus “epígonos” y la crítica a
q u e h a sido sometida por los oponentes o revisores del marxismo requeriría
un estudio más detallado del que podemos dedicarle aquí. Una teoría debe
ser juzgada como un todo: tomar pasajes arrancándolos a su contexto y
p reten d er después que su postura ha sido invalidada, como hacen algunos
críticos, no hace daño alguno a lo que es esencial en el modelo de Lenin.
E l intento de disminuir su contribución haciendo hincapié en su reconoci­
d a deuda con Hobson y Hilferding en particular, difícilmente merece aten­
ción. En todo caso, la posición de Lenin era completamente diferente de
la del subconsumista, Hobson, y tiene serias diferencias políticas con la es­
cu ela austríaca de marxismo a la que pertenecía Hilferding.
Extrayendo su fuerza de una interpretación de muchos datos económicos
recientes, la obra de Lenin no pretendía ser una contribución ni a la eco­
n o m ía ni a la historia. Buscaba caracterizar la naturaleza de la época,
definir las tareas del movimiento obrero y aislar a las falsas teorías y los
líderes responsables de la traición de 1914. En conjunto, sin embargo, Le­
n in no estaba interesado en las repercusiones generales del imperialismo
en los campos de la ideología y la política. Así como tampoco, en sus estu­
dios económicos, se ocupó del proceso de la reproducción y el problema de
l a realización, n i investigó las vinculaciones entre el imperialismo y la ten­
d en c ia decreciente de la tasa de ganancia. Estos aspectos están más implí­
citos que explícitos. No examinó con detalle la relación entre el militarismo
y la producción de armamentos y el imperialismo, que interesó a Rosa
Luxem burgo. L a cuestión de la naturaleza del Estado en condiciones de
imperialismo sería tratada más ampliamente en escritos posteriores. El he­
cho de que ha habido tan poco estudio marxista especializado de tales pro­
blem as en las décadas siguientes a la publicación de El imperialismo sig­
nifica que actualmente existe un constante desafío a continuar y llevar
adelante el trabajo iniciado por Lenin y sus colaboradores cuando eran
oscuros exiliados en Suiza tai la primera parte de la primera guerra mun­
d ial de la época imperialista.

5. FJL IMPERIALISMO HOY

L a importancia de la aportación de Lenin está en su habilidad para agru­


p a r todos los aspectos contradictorios del capitalismo avanzado bajo un

40
solo encabezado. Halló útil el término “imperialismo” para lograr su pro­
pósito, y es difícil imaginar que hubiera podido inventar otro mejor. La
teoría marxista del imperialismo descansa en esta definición. Por supuesto,
a cualquiera le es posible definir y usar el término “imperialismo” en al­
gún otro sentido, o mostrar que Lenin estaba completamente equivocado
o que está necesitado de corrección en este o aquel punto. De lo que se
trata, sin embargo, no es de la interpretación de ciertos episodios de la his­
toria, o simplemente la explicación de la política colonial, sino la justeza
del término para describir una fase en el desarrollo del capitalismo y de
toda una época histórica. Tanto si tenía en mente este aspecto como si no,
el anónimo crítico que dijo que "tan imperfecto como indudablemente
fue el diagnóstico de Lenin, nadie desde entonces ha hecho avanzar ni un
paso el argumento en el plano teórico, ni reforzándolo, ni refutándolo”
no estaba lejos de 1a verdad.
En la época del imperialismo las fuerzas desencadenadas por la tecno­
logía moderna siguen chocando con los estrechos límites de las viejas for­
mas estatales que garantizan la dominación política de la burguesía y pre­
servan las relaciones sociales de las que depende. El intento de establecer
una Comunidad Económica Europea muestra que los mismos capitalistas
comprenden ahora las limitaciones del Estado nacional. El mercado mun­
dial capitalista está crecientemente dominado por un pequciio número de
firmas gigantes estrechamente relacionadas con poderosas instituciones fi­
nancieras. Las íntimas relaciones establecidas entre las grandes corpora­
ciones, incluyendo las de carácter “transnacional”, y el Estado, hace cada
vez más difícil decir dónde termina la esfera del capital privado. El Esta­
do es arrastrado directamente a la palestra, no sólo para defender las con­
diciones legales generales para la propiedad privada y la producción de
mercancías, sino también activamente para ayudar al proceso de acu­
mulación. La contradicción entre la socialización de la producción y la
propiedad privada de los medios de producción, y así del excedente social,
se manifiesta más abiertamente.
Como resultado de la segunda guerra mundial tuvieron lugar grandes
cambios en el capitalismo mundial.13 La posición dirigente de Estados
Unidos se ha fortalecido; el sistema imperialista mundial tiene ahora su
centro en Norteamérica. Las formas de dominación imperialista de los
países dependientes han cambiado considerablemente. El control directo
ha sido abandonado casi en todas partes: una retirada estratégica, pero una
retirada de todos modos. Parte del mundo se ha cerrado para él. Sobre el
“mundo libre” el imperialismo norteamericano ejerce un control inseguro.
Las grandes corporaciones internacionales, principalmente norteamericanas,
controlan los principales recursos de esta zona del globo. Las demandas de
la industria tecnológicamente avanzada no pueden satisfacerse sin peinar el
mundo en busca de materias primas.

41
Al mismo tiempo, fuera de unas pocas zonas favorecidas, la pobreza y
el hambre acosan a millones de seres humanos, quizá en grado mayor que
nunca antes. Y, mientras que los patrones materiales se estancan o dete­
rioran, el sentimiento de despojo se extiende e intensifica. Los Estados
políticamente independientes de Latinoamérica, Asia y Africa siguen atados
al mercado mundial en una posición de dependencia económica, No pa­
rece haber para ellos ninguna posibilidad de seguir el mismo camino hacia
la industrialización que siguieron, históricamente, los actuales pa'ises avan­
zados. Sus destinos económicos no son decididos por los políticos que de
tiempo en tiempo pueden luchar contra problemas insuperables, sino por
gigantescas corporaciones y bancos extranjeros y sus aliados nativos. El de­
rrumbe de los viejos imperios coloniales, el acceso de docenas de nuevos
Estados a la independencia política, ha cambiado las formas de la do­
minación imperialista mucho más que su sustancia. Grandes áreas del
mundo, que carecen de recursos o potencial para la inversión y desarrollo
productivos a cargo del capital internacional, están condenados al estan­
camiento y la decadencia. El imperialismo norteamericano se interesa por
ellos sólo en la medida en que se convierten en terrenos de cultivo para la
revolución y trastornan así el precario equilibrio con el bloque soviético
del que depende el mantenimiento de su posición militar mundial.
Todos estos y otros aspectos del imperialismo contemporáneo constitu­
yen un desafío para los estudiosos del marxismo, incitándolos a refutar y
desarrollar su teoría para abarcar una situación constantemente cambian­
te. Nada sugiere que los desarrollos de la posguerra destruyan o contradi­
gan la teoría maixista del imperialismo.1* Por el contrario, parecen ofrecer
una rotunda confirmación de su crítica esencial de un sistema mundial que
ha convertido las conquistas de la moderna tecnología en terroríficos me­
dios de destrucción masiva y que condena a millones a la miseria y a una
muerte lenta por subalimentación.
Esta exposición de lo que la teoría marxista del imperialismo se esfuerza
por hacer no es, necesariamente, más que el comienzo. No resuelve el tipo
de problema en el que los participantes en una discusión académica de la
historia o del desarrollo económico estar'ian primordialmente interesados.
La validez general de la teoría será difícilmente aceptable para aquellos
que rechazan los principios del marxismo como un todo. De cualquier for­
ma, es responsabilidad de los marxistas mismos probar y desarrollar la teo­
ría en contacto con hechos concretos, históricos y contemporáneos. La
explicación de la naturaleza de la época, el descubrimiento de la operación
de las leyes del movimiento del modo de producción capitalista, la exten­
sión y el pulimiento de la teoría, constituyen un reto constante. La teoría
marxista del 'imperialismo es más que un instrumento indispensable para
la comprensión del curso del desarrollo mundial en nuestra época. Es tam ­
bién parte de un bloque de teoría que se propone, conscientemente, trans­

42
formar el mundo: una tarea práctica que requiere que se convierta en la
teoría de la única clase objetivamente revolucionaria de la sociedad capi­
talista, el proletariado o dase obrera. Separada de su objetivo de vincu­
larse a las luchas de la clase explotada y de elevar su conciencia política
hasta que llegue a ser una clase para sí misma, cualquier parte de la teo­
ría marxísta será vista simplemente como un interesante concepto acadé­
mico o un dogma sin mayor importancia.
• DISCUSION

¿Eurocentrismo? K em p reconoció que falta por hacer gran cantidad de tra­


bajo aclaratorio sobre los efectos del imperialismo, especialmente en relación
al tercer mundo, puesto que Lenin consideró la cuestión más o menos des­
de el punto de vista de los países avanzados. No obstante, se manifestó
cierta insatisfacción acerca de lo que fue descrito en una de las preguntas
como el “eurocentrismo" del enfoque del ponente. Esto provocó un debate
que reapareció en diversas formas a lo largo de la serie de seminarios: la
mayor parte de sus elementos aparecieron por primera vez en esta discusión.
Teóricos tercermundistas. Se plantearon y discutieron cuatro cuestiones,
todas ellas relacionadas en tdguna forma al supuesto eurocentrismo de
algunas presentaciones de la teoría marxista. La primera fue la contribu­
ción a la teoría del imperialismo por autores y teóricos del tercer mundo
(tema tratado más adelante por llodgkin con mayor profundidad). Kemp
mostró dudas acerca de si Frantz Fanón, por ejemplo, ¡jodiía ser integrado
a la corriente general de la teoría leninista, aunque uno de los participan­
tes pensaba que el análisis de Fanón del factor político en la naturaleza
cambiante del control imperial, especialmente de la burguesía nacional del
tercer mundo, era importante. Kemp pensaba que afirmaciones seme­
jantes fueron hechas ya por Trotsky, quien vio el papel del imperialismo
en el retraso del progreso industrial de los países atrasados; la famosa obser­
vación de Marx de que en el país desarrollado el subdesarrollado puede ver
la imagen de su propio futuro, resultaba obsoleta. Este desarrollo ya no era
posible.
¿Industrialización bajo el imperialismo? Ésta fue la segunda cuestión plan­
teada acerca del imperialismo desde el punto de vista del tercer mundo:
si era posible una industrialización capitalista independiente durante la épo­
ca imperialista. A todo lo largo del seminario hubo muy poco desacuerdo
sobre esta cuestión; fue generalmente aceptado que esa posibilidad ya no-
estaba abierta. (El tema se discute más ampliamente en el texto de Sut-
cliffe.)
Importancia económica del tercer mundo. En la tercera cuestión el des­
acuerdo fue mayor. Kemp tomó partido por algunos marxistas declarados

43.
quienes afirmaban que los países del tercer mundo ya no eran de gran
im p ortancia económica para el imperialismo. En respuesta a una duda ex­
presada acerca de la grave división temporal entre el control político de las
colonias y la exportación de capital a ellas, dijo que era una falacia basar
el análisis de las relaciones imperialistas en la balanza de pagos y los cálcu­
los de pérdidas y ganancias. Las ganancias las realizan las corporaciones
V los bancos; pero puede ser el contribuyente quien carga con el costo de
la a n exió n y el control imperialista. Un participante añadió en apoyo de
esto que una aparente disminución en la inversión externa de Estados
U n id o s en el tercer mundo, o el hecho de que la inversión neta de Es­
tad o s Unidos en Latinoamérica fuese negativa, pueden ser ilusorios des­
d e el m om ento en que la inversión exterior de las ganancias retenidas rara­
m e n te aparece en-los datos disponibles. (Estos puntos se discuten más am­
p lia m en te en la conclusión, sección 4.)

¿ C u á l es la importancia de las revoluciones del tercer mundo? La cuarta


cuestión fue más debatida: se trataba del papel de las revoluciones del ter­
cer m u n d o en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, tema que
brotaba naturalmente de los otros y de la posición general marxista de que
el objetivo de analizar el imperialismo es ver cómo acabar con él. La posi­
ción d e K em p fue que la crisis actualmente en curso dentro del imperia­
lism o tiene su centro en los países avanzados; por lo que éstos deben ser
políticam ente centrales. De hecho, los pueblos del tercer mundo están
su frie n d o las consecuencias del atraso de la revolución en los países avan­
zados. Las luchas del tercer mundo, según él, son importantes pero no
decisivas.

C h in a . E sta opinión fue discutida por gran número de participantes. Un


p u n to de desacuerdo lo constituyó China donde, se dijo, el campesinado
representó un papel dominante en una revolución socialista basada en una
ideología proletaria. K em p insistió en que el campesinado es una clase
a m o rfa incapaz por si sola de desafiar a la sociedad de una manera socia­
lista; en China la revolución se hizo mediante una alianza entre el proleta­
riado y el campesinado bajo la dirección de un partido que tuvo sus oríge­
nes e n las zonas urbanas; no tuvo ni una dirección campesina ni una estra­
tegia campesina.

V ie tn a m . Un segundo argumento fue Vietnam. Un participante alegó que


la guerra de Vietnam debilitó seriamente la estructura del capitalismo nor­
team ericano. Kemp concedió a esto cierta importancia, pero no un papel
decisivo; era llaga doloroso pero no una carga intolerable. Después de todo,
la guerra coincidió con un periodo de crecimiento de la economía norte­
americana.

44
I
I
India. El acuerdo fue mayor acerca de un país: la India. Aunque mante­
niendo su posición de que una condición para el éxito definitivo de la
revolución tercermundista es el triunfo de la revolución en los países avan­
zados, Kemp reconoció que la India puede tener una importancia particu­
lar. Un levantamiento en gran escala allí seria de una importancia tan
inmediata y directa para el imperialismo que podría producir una reacción
en cadena en otros países del tercer mundo, extendiéndose su impacto in­
cluso a los mismos países avanzados.

NOTAS

1 Dentro de las limitaciones del espacio dictadas a este ensayo, no es posible ha­
cer una exposición y defensa adecuadas de la teoría mandsta del imperialismo y ocu­
parse de sus diferentes variantes. Por lo tanto se remite al lector a la obra del mismo
autor Theories of Impcrialism (Ed. Pobsen, Londres, 1967), en la que se tratan más
ampliamente algunos de los puntos considerados aquí. El presente ensayo sigue las
líneas generales de un artículo anterior que apareció en Labour Revino, 7, n. 3,
1962 y en Partisans, n. 13, diciembre de 1963-enero de 1964.
2 Thtories of Imperialista, cit., cap. vm passim.
3 Véase la cita de Franz Mehiing en ibid., p. 10.
4 Thcotits of Imperialista, cit., pp. 8-15 y las referencias allí citadas.
5 Ibid., cap. vi passim.
s Ibid., cap. iv passim.
7 David S. Landes se ba ocupado en forma más realista de la rivalidad anglo-
geimana y anima que “En reacción contra los slogans (sic) marxistas de ‘guerra
| imperialista’ y ‘la última etapa del imperialismo', los especialistas han dado marcha
i atrás para expurgar todo rastro de determinismo económico de sus elucubraciones.
Sin embargo, la doctrina nunca ha sido una guia válida para el conocimiento, en
I ninguno de los extremos del espectro ideológico, y este esfuerzo para desechar las
| consideraciones materiales como causas de la guerra mundial revela ingenuidad e
ignorancia de la naturaleza del poder y la importancia de las relaciones de fuerza
para la definición de intereses nacionales.” The Cambridge Economic History of
Europe. Cambridge University Press, Cambridge, 1965, vol. vi, parte i, p. 554.
s Theories of Imperialista, cit., cap. vm, para una revisión de algunas de estas
teorías.
9 El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito en 1916 tomando en cuen­
ta la censura zarista Lenin escribió un nuevo prefacio en 1920 en el que dijo que
su propósito era ofrecer “un cuadro de conjunto de la eeonomía mundial capita­
lista en sus relaciones internacionales, a comienzos del siglo xx, en vísperas ae la
primera guerra imperialista mundial". Existen innumerables estudios sobre este tra­
bajo y el centenario del nacimiento de Lenin ha producido una nueva cosecha de
' artículos. Véase Theories of Imperiabsm, cit., cap. v passim para una discusión más
extensa. También el texto leído por Georges Labica en el coloquio de Argel sobre
el imperialismo en 1969 en La Pensie, n. 146, agosto de 1969.
10 V. I. Lenin. Cuadernos sobre el imperialismo. Obras completas, Ed. Cartago,
Buenos Aires, 1972, vol. XLni y xliv.
11 Lenin escribió el prólogo de la obra de Bujarin La economía mundial y el im­
perialismo; en español, véase N. Bujarin, La economía mundial y el imperialismo.
Ed. Ruedo Ibérico, París, 1969.
18 Véanse los primeros cuatro volúmenes de sus Obras completas, en donde ésta
es una de las principales cuestiones examinadas en su crítica de los narodniki.

45
* ' En este contexto, obras Como las de P. Jalée, T he Píllate of the Third World,
Ed. Monthly Review, Nueva York; El imperialimo en 1970, Ed. Siglo XXI, Mé­
xico, 1970; H. Magdoff, La era del imperialismo, Ed. Nuestro Tiempo, México;
1969 y C- Julien, El imperio americano, Ed. Grijalbo, a pesar de sus limitaciones
y brevedad, indican un resurgimiento en los estudios del imperialismo de tenot
marxista. De lo que estos estudios carecen principalmente es de una base teórica
satisfactoria; tienden a quedarse en un nivel de impresiones superficiales y empi­
rismo.
14 No hay espacio aquí para ocuparnos>de todos los teóricos: Strachey, Kidron,
Barratt Brown, et al. Cía gama es amplia pero el método similar) que afirman
que el imperialismo ha llegado a su fin o ha cambiado fundamentalmente. Algunas
de sus opiniones son examinadas en T heoríes of ImpertaÜsm. Las obras citadas en
la nota anterior son útiles para responder a sus pretensiones.

46
II. UNA CRITICA DE LAS TEORfAS
MARXISTAS DEL IMPERIALISMO
MICHAEL BARRATT BROWN

Los escritos teóricos sobre el imperialismo han recorrido muy diversas ru­
tas a partir de Marx, y los autores contemporáneos no siempre consideran
el mismo aspecto de la descripción del imperialismo hecha por Marx para
los orígenes de su propia teoría. Barratt Brown, como Kemp, sitúa el punto
de partida de la teoría marxista del imperialismo en el modelo económico
de Marx en El Capital (secciones 3 y 4). Pero el primero da más impor­
tancia que Kemp a la visión de Marx del comercio exterior y menos a la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia; y aunque ambos subrayan el
problema de la realización, Barratt Brown es más escéptico acerca de la
importancia de la centralización y concentración del capital, al menos por
lo que se refiere a ciertos periodos y países. (Para una explicación de estos
términos véase la introducción a Kemp.) Estas diferencias de énfasis son
resultado del hecho de que buscan los orígenes de dos concepciones algo
diferentes de la idea marxista del imperialismo (véase conclusión, sección
3). Avanzando para delinear la teoría a través de Hilferding, Rosa Luxem-
burgo y Lenin (secciones 5, 6 y 7), Barratt Brown considera principalmente
la cuestión de cómo la acumulación de capital y el desarrollo (la forma­
ción de las fuerzas productivas) en los países avanzados ha ido )• va
asociada con el subdesarrollo en el resto del mundo, cuestión que reapa­
rece otras veces en este libro (véase Sutcliffe, vn, y Patnaik, íx).
La sección 8 contiene cierto número de datos que, según Barratt Brown,
exigen nuevas explicaciones por parte de los marxistas. Para el periodo has­
ta 1939, incluyen el hecho de que el ingreso por propiedades superó a la
exportación de capital. Antes de 1914 esta exportación de capital no era,
en cualquier caso, una inversión directa de los monopolios sino una c artera
de inversiones; no tenía una tasa de utilidad mayor que la inversión interna
y no iba principalmente a las colonias. Además se daba el hecho de que
la interrupción en la industrialización colonial no era una ayuda para la
metrópoli. La aparente inconsistencia entre la importancia concedida por
Hobson y Lenin a la exportación de capital en relación al imperialismo y
el hecho de que normalmente la afluencia de ganancias en cualquier pe­
ríodo fue mayor que ¡a salida de capital, fue mencionado frecuentemente
durante el seminario y para muchas personas fue una fuente de dificultades
(véase Magdoff, vr.2 y conclusión, 4). Barratt Brown lo menciona nueva­
mente como uno de los aspectos problemáticos en el periodo anterior a
1945. Los otros son: la mayor parte de la exportación de capital se realiza

47
I
ahora por monopolios a sus subsidiarias pero, como el comercio, se dirige
principalm ente a otros países desarrollados; su tasa de utilidades ha sido
m ás elevada que la inversión interna en el caso de las compañías norte­
am ericanas, pero no en el de las británicas.
L a polarización en la economía mundial continúa y aumenta como con­
secuencia de una acumulación de causas (sección 10); y Barratt Brown
estu d ia las consecuencias que esto tiene para el potencial revolucionario en
el tercer mundo ( sección 9 ); véase también la discusión del texto de
K e m p . i, y Hodgkin, iv, y para el desarrollo económico potencial del tercer
in u n d o (véase también Sutcliffe, vil).

1. A P U N T E SOBRE LAS TEORÍAS EN GENERAL Y LAS TEORÍAS


M A R X IS T A S EN PARTICULAR

E scrib ir acerca de las teorías del imperialismo equivale a contar de ante­


m a n o con una teoría. Sin duda, hasta hace muy poco tiempo, se hubiera
ac ep tad o generalmente que las teorías del imperialismo deben ser teorías
m nrxistas. Simplemente el hecho de emplear la palabra era colgar una
e tiq u e ta a lo que se decía. Esto no era simplemente porque esa palabra
te n ía asociaciones emotivas para aquellos que consideraban que la política
d e Estados Unidos estaba guiada por algo menos que altruismo. Mucho
m ás importante para nuestro propósito, la palabra —como capitalismo—
im p licab a una teoría de sistemas económicos sociales y políticos y épocas
que podían ser identificados y analizados claramente; y que, puesto que
m ás de uno de ellos podía ser identificado en la historia humana, estaban
presum iblem ente sometidos a algunas leyes de cambio, incluso a un cambio
rá p id o para no decir revolucionario. Para aquellos que prefieren que las
cosas sigan lo más posible como están, o que cambien sólo muy lentamente,
esto e ra inquietante. Un proceso constante sin esas distinciones claras era
m ás tranquilizador.
A h o ra todo esto ha cambiado y no es un solecismo hablar de capitalismo
e imperialismo. En parte, sin duda, esto se debe a que cada vez es mayor
el núm ero de personas que se preguntan cuáles pueden ser los motivos
d e Estados Unidos para hacer lo que está haciendo en Vietnam; pero
m ás importante que eso es el resultado de un nuevo enfoque del marxismo
d e n tro de los círculos académicos. El marxismo ya no puede ser ignorado,
gracias a una generación de estudiantes más crítica; pero las palabras y
conceptos que se desarrollaron dentro de la tradición marxista son exami­
n ad o s y reciben nuevos significados. Los auténticos seguidores de la tradi­
ción m aixiana deberían estar agradecidos; la posición marxista había sido
red u cid a a un dogma, excluyendo un gran caudal de teoría creado por la
tradición. Lo que sigue es una crítica de las teorías marxistas del imperia­
lism o por alguien que permanece dentro de la tradición marxiana; cierta­
m e n te no se limita a la única teoría recibida y, si bien es crítica, cierta­


mente no rechaza toda la tradición.
He hablado aqui de la tradición marxista; hubiera podido hablar del
sistema de ideas marxista o de la teoría general marxista de la sociedad.
Cualquier teoría general de la sociedad como el marxismo proporciona un
modo de observar los hechos y de ordenar nuestra recopilación y clasifica­
ción de ellos. La recopilación dé hechos que poseen cierta similaridad (co­
mo las ciencias naturales al tratar de rocas, plantas o animales) revela cier­
tas regularidades y secuencias y ciertas discontinuidades, todas las cuales
requieren explicación. Estas sugieren hipótesis que probamos para obtener
posibles teorías dentro de nuestra teoría general. La naturaleza de tales sub­
teorías dependerá, por supuesto, de la decisión original de agrupar ciertos
hechos, en un mismo cajón por así decirlo. Podemos encontrar que nuestras
teorías dan explicaciones satisfactorias y que no quedan hechos sobresalientes
que no hayamos incluido en nuestra colección original. Esto es una cuesti ón
de juicio de lo que es relevante. En las ciencias naturales podemos realizar
predicciones precisas, una vez que hemos aislado ciertos factores de una
situación, acerca de cómo se afectarán recíprocamente estos factores. Po­
demos hacer aproximadamente lo mismo en las ciencias sociales, pero el
proceso de aislamiento es más difícil. Los escritos de los científicos sociales
están salpicados con la expresión “si todas las demás variables permanecen
constantes”.
. En historia, para nuestras pruebas tenemos que confiar principalmente
en la retrospectiva, en ver si lo que sucedió es lo que nosotros hubiésemos
esperado que sucediera. Algunas veces, como en el caso de Marx, podemos
comparar lo que el escritor dijo que sucedería con lo que realmente suce­
dió. El problema no consiste en que los hombres sean menos predecibles
que las fuerzas naturales, sino en que nosotros mismos estamos dentro del
sistema social y podemos emprender acciones evasivas cuando se nos pro­
nostican terribles calamidades. El valor de una teoría general, como lo seña­
ló- E. H. Garr, es la fecundidad de las hipótesis que sugiere.1 Este punto
se señaló en la critica al ataque dirigido por el profesor Popper a la utili­
dad de las predicciones que se basan en la historia. Pero el mismo Popper
defendió que todos los científicos sociales parten de alguna teoría o hipó­
tesis. Nadie sale en busca de hechos con la mente en blanco.2 Para ello
hay demasiados hechos; es preciso hacer alguna clasificación preliminar.
Popper sugiere que ésta se realiza por la necesidad de resolver un problema
específico; los marxistas creen que ésta es la utilidad de una teoría general.
La teoría general de Marx es bien conocida y se formula en la forma
más sucinta en el prólogo a la Contribución a la crítica de la economía po­
lítica (1859). Las formaciones sociales de épocas sucesivas pueden distin­
guirse por. sus modos de producción; estos Últimos dependen de un cierto
nivel de tecnología (lo que Marx llama las “fuerzas productivas” ), al que
corresponde la estructura económica de la sociedad. Esto, a su vez, es “la

49
base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a
la que corresponden determinadas formas de conciencia social” * Los cam­
bios revolucionarios se producen cuando el avance de la tecnología entra
en conflicto con la estructura económica existente, por más que este conflic­
to pueda parecer que se haya dado en términos ideológicos. Por lo tanto,
los matxistas tienden a recopilar datos acerca de las sociedades en dife­
rentes épocas de acuerdo a las relaciones económicas o de propiedad que
se encuentren, y no según las ideas de los hombres acerca de ellas. Sin
embargo, no deben olvidar la insistencia con que Marx señaló que es a
medida que los hombres se hacen conscientes del conflicto existente entre
las fuerzas de producción y las relaciones económicas que las contienen
.como se llevan a cabo los cambios revolucionarios; y las fuerzas antagó­
nicas consisten en clases de individuos que tienen una relación especial con
las nuevas fuerzas de producción y las viejas.
2. LA RELACIÓN DEL IMPERIALISMO CON EL CAPITALISMO

Indudablemente, el imperialismo se ha desarrollado como una teoría mar-


xista. Como tal fue utilizada para describir y explicar la propagación del
capitalismo británico y después de otros capitalismos europeos por todo el
mundo en el siglo xdc. El término no pasó a integrarse en la lengua inglesa
hasta las décadas de 1850 y 1860 (aunque “imperialista” se había em­
pleado ya desde mucho antes como un adjetivo para describir anteriores
potencias imperiales). En su origen, sin embargo, no fue una palabra mar-
xista y no aparece en los escritos de Maix ni Engels. Se empleaba para
describir la posición de quienes deseaban fortalecer los vínculos entre In ­
glaterra y el imperio británico tal como estaba surgiendo en la década de
1870. ¿Quiénes eran esos hombres? Eran Disraeli y Camarvon en los se­
tentas, los imperialistas liberales en los ochentas, Chamberlain, Rhodes y
Hevvins en los noventas, autores como Froude y Seeley, Tennyson y Kip-
ling, unos cuantos sindicalistas y un grupo de hombres como Torrens que
eran ellos mismos coloniales, esto es, australianos y canadienses.4
Es una variada colección de nombres. Lo que tenían en común era,
ante todo, un interés primordial en las colonias de gobierno autónomo
(los dominios). Estos territorios de desarrollo reciente tenían gran necesi­
dad de capital, de know-how técnico y de artesanos especializados de
Inglaterra. En segundo lugar, todos ellos eran profundamente conscientes
de las tensiones existentes dentro de la sociedad inglesa. Schumpeter,s
.quien se inició criticando la interpretación marxista del imperialismo, diio
que Disraeli utilizó el imperialismo en 1872 simplemente como anzuelo
para ganar las elecciones;* es posible, pero ganó las elecciones; fue un
anzuelo eficaz, la gente se lo tragó. Conscientemente, al menos en los casos
d e Disraeli, Rhodes y Hewins, inconscientemente tal vez en otros, se exten­
dió la opinión de que lo que se necesitaba tras la concesión de la franquicia

50
en 1867 era una superación de las tensiones de clase mediante un senti­
miento de pertenencia nacional. En Inglaterra, el nacionalismo no fue ali­
mentado por una guerra de liberación, ni siquiera por guerras de domina­
ción (aunque hubo bastantes de éstas), sino para glorificación del imperio
y de los intereses comunes del pueblo británico. El emotivo llamado de
Disraeli no ha perdido toda su fuerza.
Para J. A. Hobson/ que escribió la primera crítica importante del impe­
rialismo a principios de siglo, la “principal raíz económica del imperialis­
mo” es la exportación de capital en busca de oportunidades de inversión
agotadas dentro de sus fronteras.11 De hecho, como demostré en otro lugar,
la exportación de capital británico a que se refería Hobson, no se dirigió
principalmente a los territorios recientemente añadidos al imperio británi­
co. La iniciación en ellos de una producción de minerales y materias pri­
mas era de indudable importancia y vino a remplazar la decreciente afluen­
cia de inversiones en la India, pero no logró elevar la cuota de la inversión
británica de ultramar en el imperio dependiente. Los dominios y Sudamé-
rica recibieron la porción principal, y entre la década de 1860 y 1913 su
participación del total creció de un tercio a más de la m itad.'
Schumpeter, consciente de esta tendencia británica, declaró en 1919 que
la conexión entre el capitalismo y el imperialismo no estaba comprobada.
Lenin, inconsciente de la tendencia, y basándose en los datos de la expor­
tación de capital de otros países europeos distintos a Gran Bretaña, apoyó
enérgicamente los principales elementos del análisis de Hobson.10 Esto basta
para demostrar la importancia que tienen los datos que se eligen para aco­
piarlos en el cajón titulado “Imperialismo”.
El hecho que estamos tratando de explicar bajo el concepto de impe­
rialismo es la pretensión de los líderes de los países avanzados, durante
los últimos veinticinco años del siglo pasado y en lo que va de éste, de obte­
ner posiciones privilegiadas en otros países. Muchos de esos líderes afir­
maron que tales posiciones eran de gran importancia económica. Sin em­
bargo, puede que se hayan engañado a sí mismos así como a otros. En
Inglaterra, el motivo real puede haber sido el de “empleos para los m u­
chachos” como sugiere Schumpeter, para una aristocracia militar en deca­
dencia y para una clase media subempleada y envanecida. Rhodes puede
haber sido impulsado en realidad por su propia autosuficiencia, Chamber-
lain por los cálculos políticos y Hewins por el místico objetivo de un im­
perio católico. Pero en ese caso habrá que encontrar explicaciones seme­
jantes para los imperios edificados en Áfn'ca por Francia y Bélgica, para el
colonialismo francés y alemán en Asia sudoriental, para la expansión rusa
en Asia central, para las presiones norteamericanas en América Latina, para
la guerra japonesa contra Rusia, y para el alemán drang nach Osten [expan­
sión hacia el oeste]. Solamente si podemos descubrir ciertos factores que to­
das las potencias coloniales poseyeron en común en el último cuarto del siglo

51
X íx podrem os hablar de una conexión causal. Aunque una aristocracia mili­
ta r en decadencia y una clase media subempleada eran características comu­
nes de Inglaterra, Japón, Austria y Alemania y tal vez también de Francia,
n o e ra n características propias de Estados Unidos o Rusia, Bélgica u Holan­
d a. P o r otra parte, estructuras sociológicas similares existían en otros paí­
ses que no dieron ninguna señal de expansión exterior para obtener posicio­
nes privilegiadas en otras tierras: China proporciona un ejemplo obvio.
L o que tenían en común todos los países expansionistas era un cierto
n iv e l de desarrollo tecnológico —unos más avanzado que otros— y la fuer­
za im pulsora en este desarrollo tecnológico de una clase capitalista. Las
especiales circunstancias de esta clase y las relaciones económicas que ella
establece son el punto de partida de las teorías marxistas del imperialismo.

3. EL M ODELO ECONÓMICO DE MARX

Ilo b s o n no era marxista, pero Hilferding y Luxemburgo habían ya inten­


ta d o aplicar el análisis marxista a la cuestión del imperialismo antes de Le-
n in . P a ra comprenderlos es necesario, ante todo, resumir muy brevemente el
m odelo de las estructuras económicas capitalistas de Marx. Su esencia se
co n tien e en la fórmula D-M-D (dinero-mercancía-dinero). Los propietarios
tlcl dinero (capital) lo convierten en mercancías con el fin de hacer más
d in ero . Éste es el fundamento de la propiedad de capital privado: en el
capitalism o industrial el dinero no se hace mediante atesoramiento ni un
consum o extravagante, sino poniendo a los obreros a producir mercancías
p a r a su venta con ganancia. Una parte esencial de este modelo es la com­
p eten cia de las firmas privadas por nuevo capital. De ahí se sigue que las
firm a s deben aumentar al máximo sus ganancias para generar su propio nue­
vo capital o para atraer capital de las ganancias de otros; para esto deben
seg u ir ¡nrirtiendo en nuevos equipos, y para esto, a su vez, deben ampliar
Sus mercados a fin de obtener la economía de las operaciones en mayor es­
cala. Los límites del crecimiento de escala en la producción han demostrado
ser mucho más amplios de lo previsto por Schunipeter. Para el productor
m ás avanzado técnicamente el libre comercio es totalmente beneficioso. Los
m eao s avanzados tienen que protegerse mediante tarifas, hasta que puedan
co m p etir en igualdad de términos. En cualquier área de libre comercio (y
ciertam ente en todo el mundo en cuanto quedó abierto al comercio capita­
lista ) habrá un límite posible a la expansión. La presión competitiva para
inaxim izar la ganancia creará un excedente de capital en busca de buenas
oportunidades para la inversión. Puesto que cada aumento en la ganancia
e stá, el menos relativamente, a expensas del poder de compra corriente de
las masas, regularmente se producirán crisis de sobreproducción en el inun­
d o capitalista. Así pues, no sólo son inevitables los ciclos de auge y depresión,
sino que también en todo el mundo capitalista se producirá una polariza­
c ió n constante de riqueza y pobreza.

52
Así pues, de una parte, los nuevos capitales formados en el transcurso de
la acumulación atraen a un número cada vez menor de obreros, en propor­
ción a su magnitud. De otra parte, los capitales antiguos periódicamente
reproducidos con una nueva composición van repeliendo a un número cada
vez mayor de los obreros a que antes daban trabajo.11
Por eso, lo que en un polo es acumulación de riqueza es, en el polo con­
trario, es decir, en la clase que crea su propio producto como capital, acumu­
lación de miseria, de tormentos de trabajo, de esclavitud, de despotismo
y de ignorancia y degradación moral.12
Éste es, en esencia, el modelo económico marxista, pero, como vimos an­
tes, la teoría general de la sociedad de Marx fue más allá del análisis del
conflicto entre los avances de la tecnología y las relaciones económicas de la
propiedad de capital privado, para abarcar toda una superestructura, como
él la llamó, de formas políticas, militares, legales y religiosas que corres­
ponden a las relaciones de propiedad y las sostienen. Señaló, además, la
presencia de restos de las superestructuras de formaciones sociales pasadas
así como de embriones de superestructuras de formaciones sociales futuras,
de todas las cuales deriva la conciencia social humana. Cuando Schumpeter
resalta el papel de reyes y aristócratas en el desarrollo del capitalismo no
está contradiciendo a Marx. Las viejas formas son utilizadas y transforma­
das por la nueva clase capitalista que durante largo tiempo existió junto a
la vieja dase dirigente y mezclada con ella. No obstante, en cierta etapa
puede decirse que la fuerza impulsora central de la sodedad es la propiedad
privada de capital y maquinaria y no la de la tierra y la fuerza militar con­
junta.
Con la ayuda de este modelo central, los manústas enfocaron y enten­
dieron las relaciones internacionales durante el siglo pasado. Podemos hacer
una lista de las relaciones que les parecieron centrales en su definición del
imperialismo como una etapa del capitalismo:
a] la brecha (creciente) en el desarrollo económico entre los países euro­
peos industrializados (y los poblados por europeos) y aquellos l'unitados a
la producdón primaria;
bl el movimiento hacia fuera de trabajo y capital (especialmente capital)
de los países más desarrollados hacia los menos desarrollados;
c] la anexión de territorios de todo el mundo por las nadones más desarro­
lladas en una rebatiña competitiva por supuestas ventajas estratégicas y
económicas, especialmente en el último cuarto del siglo XIX;
d] el aumento de rivalidades económicas internacionales y de una serie de
carreras armamentistas que condujeron a dos guerras mundiales y amena­
zan con una tercera;

53
e] la aparición de la empresa internacional y la continuación de los inten­
tos, por parte de las naciones más desarrolladas económicamente, por man­
tener y ampliar su poder político, militar o económico sobre las menos
desarrolladas, incluso después de la conclusión del dominio colonial di.
recto.
Es de esperarse que la redacción de esta serie de hechos observados, y
particularmente la asociación de acciones e intenciones económicas y mi­
litares en c, d y e, no parezca que da por supuestas demasiadas de las cues­
tiones que están por responderse. Pocos serán los que nieguen qué hechos
económicos y militares han ocurrido juntos y al mismo tiempo, y señalar
este hecho no implica una relación causal.
Tras estos preliminares, bastante extensos, el procedimiento a seguir
aquí consiste en una breve revisión de las principales teorías marxistas del
imperialismo, tanto en su forma original como en las de sus seguidores.
Después de revisar cada teoría, veremos brevemente las principales críti­
cas que han provocado. Al final haremos un resumen de lo que queda, tan­
to de las teorías marxistas como de las teorías de sus críticos y, en base a
esto, daremos algunas sugerencias sobre la forma general que deberá adop­
tar una teoría del imperialismo para que resulte aceptable. Anotaré primero
las opiniones de Marx; después las de Hilferding, Rosa Luxemburgo y
Lenin, y finalmente las de los seguidores de cada uno de éstos y sus críticos.
Una nota sobre el imperialismo soviético lleva a nuestro ensayo al terreno
de ciertas predicciones que pueden hacerse acerca del futuro de las rela­
ciones entre el mundo desarrollado y el subdesarrollado.

4. I.A OPINIÓN RE MARX SOBRIi EL COMERCIO EXTERIOR

La opinión de Marx sobre la expansión del poderío militar y político m un­


dial de Inglaterra, incluyendo la expansión colonial, era que esto era una
parte esencial de la liberación del mercado mundial para los productos
del productor industrial más avanzado. Para tal productor el libre comer­
cio, no la protección ni el privilegio, era la clave de mayores ganancias.
Esto no significa que M arx ignorase que también actuaban otras fuerzas.
Sus opiniones se declaran más explícitamente en sus escritos sobre la India,
pero deben ser complementados con lo que dice sobre el comercio exterior
en el volumen m de El Capital, y comprendido en relación a su visión
general de la acumulación capitalista, es decir, que ésta tiende a ser un
proceso polarizador en el que la riqueza se centraliza en un número cada
vez menor de manos mientras que la pobreza y la degradación aumentan
en el otro extremo de la escala. Esto se deduce del hecho de que el capital
no es atesorado, sino empleado para hacer trabajar a más obreros para
aumentar el volumen del capital y que el proceso mediante el cual se rea­
liza esto es, según Marx, el de extraer plusvalía de los obreros a los que

54
se hace trabajar. A pesar de la competencia de capitales, la relación entre
los dueños del capital y los dueños de fuerza de trabajo es desigual y existe
una tendencia a que la desigualdad se vuelva acumulativa.
Se supone que la nueva tecnología ahorra trabajo, de manera que el
equipo de capital empleado en la producción aumenta en relación a la
mano de obra usada en la producción. Con cada nuevo avance de la tec­
nología se crea un "ejército industrial de reserva”, y la tasa de ganancia
tiende a disminuir.* No obstante, existen tendencias contrarias. La tecn o­
logía puede ahorrar capital, la explotación puede ser aumentada y los sa­
larios pueden ser disminuidos, pero sobre todo el comercio exterior puede
proporcionar nuevas oportunidades para expandir el excedente de los ca­
pitalistas.

Así, escribiendo en 1853 acerca de la East India Gompany, dice Marx:


En la misma proporción en que las manufacturas algodoneras adquirie­
ron interés vital para toda la estructura social de G ran Bretaña, la India
oriental se tornó vitalmente importante para la manufactura algodonera
británica.
Hasta entonces los intereses de la dinerocracia** que había convertido a
la India en su posesión territorial, los de la oligarquía que la conquistó
con sus ejércitos y los de la industriocracia que la inundó con sus telas
hablan ido de la mano. Pero cuando más dependían los intereses indus­
triales del mercado indio, más necesidad sentían de crear nuevas fuerzas
productivas en la India, después de haber arruinado su industria nacio-

' * Esto es una consecuencia lógica, porque 3a tasa de ganancia en la ecuación de


Marx es la relación de la plusvalía con el capital empleado en equipo y mano de
obra, esto es — - — (donde p = excedente, c — capital empleado en equipos y
c+ a
v = s a l a r i o s ) . Pero esto es lo mismo Q ue
P_
v

es decir que el excedente (#) en relación a los salarios (n) depende de la rela­
ción del capital invertido en equipo (c) respecto al empleado en salarios (u). Si e
p
aumenta en relación a v, entonces para que la tasa de ganancia -— permanezca
v
invariable, el excedente (p) en relación a los salarios (ti) debe aumentar en la
misma proporción. Esto es posible, aunque Marx lo consideraba improbable por
varias razones, incluyendo la acción de los sindicatos.
** Por dinerocracia Marx parece referirse a los comerciantes, financieros y aristó­
cratas; véase su artículo en el número del día siguiente del New York Daily Tribuíis.

55
nal. No es posible continuar inundando un país con las propias manu­
facturas, si no se le permite entregarle a uno algún producto en cambio.
Los intereses industriales descubrieron que su comercio declinaba en lu­
g ar de aumentar [• ..] y se sintieron exasperados por tener que depender
de Norteamérica, en lugar de obtener en la India oriental el algodón
en rama suficiente.13

E n el tercer volumen de El Capital M arx se refiere al comercio exterior


com o una de las fuerzas contrarias a la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia.
. . . el comercio exterior [...] permite ampliar la escala de la producción
[. . .] Asimismo, la expansión del comercio exterior, aunque en la infan­
cia del régimen capitalista de producción fuese la base de él, a medida
que este régimen de producción se desarrolla, por la necesidad interna
de él, por su apetencia de mercados cada vez más extensos, va convir­
tiéndose en su propio producto [...] lo que permite al país más adelan­
tado vender sus mercancías por encima de su valor, aunque más baratas
que los países competidores [...]
P or otra parte, los capitales invertidos en las colonias, etcétera, pueden
arro jar cuotas más altas de ganancia en relación con el bajo nivel de
desaiTollo que en general presenta la cuota de ganancia en los países co­
loniales y en relación también con el grado de explotación del trabajo
que se obtiene allí mediante el empleo de esclavos, culis, etcétera [...]
El país favorecido obtiene en el intercambio una cantidad mayor de
trabajo que la que entrega, aunque la diferencia, el superávit, se lo em­
bolse una determinada clase, como ocurre con el intercambio entre ca­
pital y trabajo en general [...] Pero el mismo comercio exterior fomenta
en el interior el desarrollo de la producción capitalista. . 14
En estas citas, y en el contexto en que está situada la segunda, están
implícita^ cuatro etapas de expansión imperialista.
Primera, los intereses combinados de comerciantes, ejércitos y aristocracia
en la East India Company: combinación que Schumpeter consideró como
explicación básica de la sociología del imperialismo.
Segunda, el creciente interés de los capitalistas británicos propietarios de
hilanderías en ampliar el mercado para sus productos, que no se absorbe­
rían en mercado doméstico debido a los bajos salarios pagados a los obre­
ros en la metrópoli. En esta etapa, las ventas de textiles realizadas en In ­
glaterra por la East India Company tuvieron que ser impedidas mediante
elevadas tarifas para proteger a la recién nacida industria manufacturera
británica; pero el control de la compañía sobre el mercado de la India
fu e crucial para la expansión de la producción en gran escala de la indus­
tria británica.

56
Tercera, habiendo inundado el mercado indio con los productos de Lan-
cashire —más baratos en aquel entonces—, y arruinado a los artesanos in­
dios en el proceso, este mercado decayó. La critica de los keynesianos al
análisis de Marx, según la cual éste ignora la crucial expansión del merca­
do por hacer hincapié en los avances de la tecnología y la acumulación de
capital como explicación del crecimiento económico, es anticipada de esta
manera. Para Marx, el capitalismo británico se desarrolló arrasando los
mercados existentes primero en Europa, luego en Norteamérica y América
Central, luego en Sudamérica, después en la India y por último en China.
Cuarta, a medida que cada uno de estos mercados declinaba, algo que­
daba para sustentar la continuación del comercio. En la mayor parte de
las áreas esto era una nueva división mundial del trabajo, en la que Gran
Bretaña producía los bienes manufacturados y el resto del mundo las ma­
terias primas. En el primer tomo de El Capital, refiriéndose a la pro­
ducción de algodón, Marx comenta:

Se implanta una nueva división internacional del trabajo ajustada a los


centros principales de la industria maquinista, división del trabajo que
convierte a una parte del planeta en campo preferente de producción
agrícola para las necesidades de otra parte organizada primordialme'nte
como campo de producción industrial.”'

En semejante división del trabajo la fuerza de negociación estaba mar­


cadamente del lado de la economía más avanzada. Al principio se abrie­
ron nuevas oportunidades para la inversión de capital que enfrentaba en
el mercado domestico una tasa de ganancia decreciente. El capital que se
acumulaba en Gran Bretaña comenzó a fluir hacia la construcción de
ferrocarriles, instalaciones portuarias, plantaciones y minas en ultramar,
y las utilidades de estas inversiones volvían a emplearse en nuevas inversio­
nes. Pero si Marx tenía razón respecto a la explotación de las colonias, era
imposible esperar que esto durase, y una vez más tenemos que preguntar
con los críticos keynesianos: ¿dónde estaban los campos para tales inver­
siones, una vez arrasada la riqueza existente y establecida la producción
de materias primas con las máximas utilidades para el país inversionista?
La respuesta es que Marx indudablemente preveía una cuarta etapa en
este proceso de expansión. Podemos observar esto en otro de sus artículos
en el New York Daily Tribune:

Inglaterra tiene que cumplir en la India una doble misión: una des­
tructora, la otra regeneradora; la aniquilación de la vieja sociedad asiá­
tica y la colocación de los fundamentos materiales de la sociedad occi­
dental en Asia [...]
La unidad política de la India [...] era la primera condición de su

57
regeneración [...] La prensa libre [__] es un nuevo y poderoso factor
de la reconstrucción [— ] De entre los indígenas [...] está surgiendo una
nueva clase que reúne los requisitos necesarios para gobernar el país e
imbuida de ciencia europea [...]
La industriocracia ha descubierto que sus intereses vitales reclaman
la transformación de la India en un país productor, y que para ello es
preciso ante todo proporcionarle obras de riego y vías de comunicación
interior [...]
Ya sé que la industriocracia inglesa trata de cubrir la India de vías
férreas con el exclusivo objeto de extraer, a un costo más reducido, el
algodón y otras materias primas necesarias para sus fábricas. Pero una
vez que se ha introducido la maquinaria en el sistema de locomoción de
un país que posee hierro y carbón ya no es posible impedir que ese país
fabrique dichas máquinas. No se puede mantener una red de vías fé­
rreas en un país enorme, sin organizar en él todos los procesos indus­
triales necesarios para satisfacer las exigencias inmediatas y comentes
del ferrocarril, de las cuales debe surgir la aplicación de la maquinaria
a otras ramas de la industria no directamente, relacionadas con el trans­
porte ferroviario. £1 sistema ferroviario se convertirá por lo tanto en la
India en un verdadero precursor de la industria moderna.16

Esto es casi exactamente lo que no sucedió, al menos durante unos cien


aiios. Por supuesto, Marx fue lo bastante prudente para añadir:
Los indios no podrán recoger los frutos de losn uevos elementos de la
sociedad, que ha sembrado entre ellos la burguesía británica, mientras
en la propia Gran Bretaña las actuales clases gobernantes no sean des­
alojadas por el proletariado industrial, o mientras los propios indios no
sean lo bastante fuertes para acabar de un vez y para siempre con el
yugo británico.17

Pero es claro que, para decirlo con las palabras de uno de sus seguido­
res, él suponía que:

la dirección general del movimiento histórico parece haber sido la mis­


ma tanto para los contingentes atrasados como para los avanzados.18

En el Prefacio al primer volumen de El Capital, M arx advirtió a sus


colegas alemanes De te fabula narratur: Ustedes son los próximos. “Los
países industrialmente más desarrollados no hacen más que poner delante
de los países menos progresivos el espejo de su propio porvenir.”1* Pero
aunque Marx previo correctamente la introducción en todo el mundo del
modo capitalista de producción, y con él la creciente centralización del

58
capital, fue solamente en ciertas áreas “favorecidas” de Europa y de po­
bladores europeos y en Japón donde la industrialización tuvo lugar, y no
como resultado del libre comercio sino, precisamente, debido a que supie­
ron inmunizarse contra los efectos del libre comercio tras barreras protec­
toras de tarifas y monopolios. En los demás lugares, lo que se produjo fue
la distorsión del desarrollo económico que conocemos como “subdesarrollo”.
5. EL ESTUDIO DE HILFERDING SOBRE EL CAPITAL FINANCIERO

La respuesta de otras naciones de Europa y Norteamérica a la supremacía


industrial británica es lo que requirió cierta revisión de las conclusiones de
Marx por parte de quienes aceptaban su análisis general del capitalismo.
Entre la publicación de El Capital en 1867 y el fin de siglo, tonto Esta­
dos Unidos como Alemania superaron a Inglaterra en producción indus­
trial. Otras naciones europeas y tierras pobladas por europeos, y también
los japoneses, estaban empeñados en alcanzar a Inglaterra en su carrera.
Como vimos antes, todos ellos lo consiguieron con la ayuda estatal y me­
diante aranceles que protegían sus propios mercados, mientras que en todo el
mundo desafiaban a la industria británica en los mercados que el poder
militar (o naval) y económico británico había abierto.
Rudolf Hilferding, basando su trabajo en el estudio de Otto Bauer sobre
La cuestión nacional y la socialdemocracia en Austria, partió de la impor­
tancia dada por Marx a la centralización de capital que tiene lugar a medi­
da que aumenta la escala de la producción y el control del capitalismo se
extiende más allá de los límites de su posesión de capital. Hilferding vio
en Alemania y Estados Unidos que los bancos estaban conquistando una
posición de líderes en la extensión y el control del capital industrial y ex­
presó esto en el título de su libro El capital financiero. En Inglaterra, los
bancos no representaban ese papel en aquella época, pero la fusión del ca­
pital financiero e industrial es un proceso que desde entonces se ha produ­
cido en todo país capitalista avanzado a lo largo de este siglo.
El argumento de Hilferding consistía en que esas posiciones monopolis­
tas del capital en su propio mercado nacional se creaban gracias a la pro­
tección estatal y se desarrollaban hacia la expansión exterior.
El viejo arancel proteccionista tenía la misión de acelerar el nacimiento
de una industria dentro de las fronteras protegidas [...] Con el desarro­
llo del sistema de primas el arancel proteccionista ha cambiado por com­
pleto su función, e incluso la ha invertido. De un medio de defensa con­
tra la conquista del mercado nacional por industrias extranjeras se ha
convertido en un medio para la conquista de mercados exteriores por la
. industria nacional, del arma defensiva del débil ha devenido el arma
ofensiva del fuerte.20

59
Hilferding vio la expansión imperialista como una exigencia de los ca­
pitalistas monopolistas de cada nación de nuevas zonas que poner bajo la
jurisdicción del Estado capitalista para desarrollar la producción de mate­
rias prim as, salvaguardar la inversión de capital y garantizar mercados para
cada u n a de las inversiones de los capitalistas monopolistas nacionales. El
libre comercio y los mercados abiertos de los británicos que habían llegado
prim ero tenían que ser desafiados; respondiendo a este desafío, los britá­
nicos extendieron también su poder imperialista. La exportación de capital
afluyó entonces hacia préstamos garantizados por el gobierno para obras
públicas, ferrocarriles, servicios públicos, puertos y producción de materias
primas, creando las condiciones para el desarrollo de la industria local, co­
mo M arx había previsto.
Lo que Hilferding recalcaba era el desarrollo nacional del capitalismo y
el creciente conflicto entre los monopolios nacionales en lo que llamó, en el
subtítulo de su libro, “ la últim a fase del capitalismo”.

[el capital financiero] necesita un Estado fuerte que reconozca los inte­
reses del capital financiero en el exterior y use del poder político para
arran car tratados ventajosos a los Estados más pequeños; un Estado que
pueda ejercer su influencia en todo el mundo a fin de poder convertir
el m undo entero en zona de inversión. El capital financiero, por último,
necesita un Estado que sea bastante fuerte para realizar una política de
expansión y para adquirir nuevas colonias.21

Los monopolios nacionales pueden constituir cárteles para dividirse el mun­


do, pero no debe pensarse que éstos impliquen algo más que una insegura
tregua, un acuerdo temporal que será cancelado tan pronto como uno de
los monopolios vea la oportunidad de avanzar su posición. L a rivalidad eco­
nómica de los grandes Estados nacionales es vista así como algo que con­
duce inevitablemente a la guerra. Pero Hilferding incluía en su pensamien­
to algo de la creencia de Marx en el papel regenerativo del capitalismo en
las áreas atrasadas del mundo:

en los mismos países recién puestos en explotación el capitalismo impor­


tado [ ...] excita la resistencia creciente de los pueblos que despiertan a
la conciencia nacional contra los intrusos [...] Las viajas estructuras so­
ciales se subvierten por completo; se rompe la milenaria vinculación agrí­
cola de las “naciones sin historia” [...] El mismo capitalismo les da poco
a poco a los subyugados los medios y el camino para su liberación.22

Hilferding, además, esperaba que todo el proceso, reduciendo la compe­


tencia, equilibrara las tasas de ganancia y, promoviendo las exportaciones
hacia los países atrasados, equilibrara el desarrollo económico y mantuvie-

€0
ra la viabilidad de la acumulación capitalista, aun cuando esta estuviese
crecientemente minada por la amenaza de una guerra mundial. De estas
conclusiones de Hilferding fue de donde partieron las muy diferentes líneas
de pensamiento marxista que desarrollaron Rosa Luxemburgo y Trotskv
por una parte y Lenin por otra. La explicación de Hilferding, basada en el
capital financiero, del nacionalismo tanto en los países avanzados como en
los atrasados, fue aceptada por Lenin y más tarde por seguidores de Hil­
ferding como Paul Sweezy.23 Despertó dudas en las mentes de los marxistas
* más estrechamente comprometidos en los problemas del sentimiento nacio­
nalista centroeuropeo, como antes había despertado dudas en la mente de
Hobson.31
6 . LA OPINIÓN DE ROSA LUXEMBURGO SOBRE E L NACIONALISMO
Y EL MILITARISMO

La teoría del imperialismo de Rosa Luxemburgo suele ser descartada bastan­


te despectivamente por los marxistas y otros a causa de estar, simplemente,
basada en un error. Ella trató de probar que “en un sistema capitalista
cerrado” la acumulación de capital resulta absolutamente imposible, puesto
que daba por sentado que el consumo no aumenta según aumenta la inver­
sión. En realidad, naturalmente, aumenta a través del aumento de la pro­
ductividad y de otras maneras; y Marx solía aclarar cuidadosamente que
tanto las desproporciones entre inversión y consumo y la sobreproducción
de medios de producción eran tendencias que conducían a crisis regulares,
y no necesidades absolutas del sistema. Rosa Luxemburgo pudo probar que
la acumulación de capital resultante del aumento del consumo era impo­
sible, porque desde el primer momento dio por supuesto que el consumo
no aumentaría.
Parte del “error” de Rosa Luxemburgo se debió a que siguió tratando la
economía nacional y mundial como un sistema autorregulador. Era razo­
nable que Marx hiciera esto cuando los gobiernos, en realidad, apenas si
intervenían en su regulación, si es que llegaban a intervenir. Sin embargo,
lo que Hilferding describió fue una situación en la que la activa interven­
ción estatal podía estabilizar la economía al tiempo que provocaba rivalida­
des interestatales muy peligrosas. El valor del trabajo de Rosa Luxemburgo
está en recordamos que las tendencias a la crisis en la economía seguían
estando ahí, tras la administración de los Estados nacionales. Su descripción
del proceso mediante- el cual las potencias avanzadas arrasaron los mercados
del mundo no capitalista que aún quedaba, dejándoles más pobres que como
los encontraron, correspondía a las opiniones de Marx tal como las vimos
antes en sus ensayos sobre la India. El “error’ de Rosa Luxemburgo consistió
en sugerir un inevitable rompimiento mecánico en el sistema en vez de,
como sugirió Marx, una tendencia a la polarización de lá riqueza y la mise­
ria que podía conducir al rompimiento.25 Su gran virtud fue la de sugerir

61
que este proceso de polarización estaba produciéndose a escala mundial,
haciéndose las naciones ricas aún más ricas y las pobres cada vez más pobres,
proceso que en estos días podemos reconocer muy fácilmente.2®
El conflicto entre el pensamiento de Hilferding y el de Rosa Luxemburgo
no es tan grande como parece. Ambos describían procesos distintos que esta*
ban sucediendo al mismo tiempo. Hilferding describía un proceso genuino
de expansión económica capitalista en el que los movimientos de capital (y
trabajo) a tierras subdesarrolladas de Europa y tierras de población europea
en ultramar conducía a la construcción de una industria en esas tierras
con la ayuda de la protección estatal tras un muro de tarifas. Rosa Luxem­
burgo describía el fracaso de la expansión, en parte debido al tributo a las
potencias avanzadas, pero principalmente porque los movimientos de capi­
tal hacia tierras no europeas y no pobladas por europeos no conducía al
desarrollo industrial local. La razón era que estas tierras estaban manteni­
das por el libre comercio en una división mundial del trabajo artificial
como productoras de materias primas para siempre.
Aparte de sus elementos subconsumistas mecánicos y dogmáticos, la teoría
de Rosa Luxemburgo resaltaba la constante contradicción entre los fines de
la producción como un proceso técnico de producir mercancías para el con­
sumo humano y los fines del capitalismo como un sistema histórico para
extender la plusvalía capitalista. Paradójicamente podemos ver que la im­
portancia de esto no requiere ninguna teoría de rompimiento para apoyar
la creencia en las respuestas socialistas a las contradicciones capitalistas, al
menos en los países avanzados. La guerra y la cartera de armamentos en­
tre esos países proporcionó a Rosa Luxemburgo su máximo ejemplo de las
contradicciones capitalistas. Fue ella quien primero vio que el militarismo
intensificado y la construcción de barcos durante los años anteriores a
1914 tenían una función económica crucial. En esto, se anticipó a opiniones
muy posteriores.
El elemento central en el pensamiento de Rosa Luxemburgo se reve­
la ahora: su preocupación por el nacionalismo considerado en cualquier
caso como fuerza antisocialista*’ Compartía con Hilferding el temor a las
rivalidades económicas nacionalistas que conducen a la guerra. No compar­
tía con él su fe en el potencial revolucionario de los pueblos coloniales ex­
plotados. Esperaba, como Hobson, que esos pueblos desarrollasen una con­
ciencia más nacionalista que socialista; quizá, como naciones pobres, po­
drían rebelarse contra las naciones ricas, pero en el proceso la conciencia
nacionalista superaría sin duda a la conciencia de clase. Era una visión
extraordinariamente aguda de lo que estaba por venir; pero lo había vis­
to todo en Europa central. El socialismo no era nada para ella si no lo­
graba superar los estrechos límites del Estado nacional. Porque ¿acaso no
era el Estado nacional la forma política más esencial del capitalismo? La
fuerza del deseo de autodeterminación de los pueblos de los imperios ruso

62
y austríaco, que Marx y Engels estimularon y que Lenin tuvo que contener,
era para Rosa Luxemburgo una desviación respecto a la lealtad bási'ca a
la clase obrera.
Rosa Luxemburgo fue derrotada en la discusión con los comunistas ru­
sos, polacos y alemanes. Fue derrotada también por los acontecimientos.
El nacionalismo fue adquiriendo cada vez más fuerza, tanto en el comu­
nismo ruso como en el nacionalsocialismo alemán. A partir de 1945 los
pueblos coloniales añadieron cincuenta nuevos nombres a las llamadas Na­
ciones Unidas. Solamente los seguidores de Luxemburgo, en forma total­
mente consistente, se aferraron al principio de que la revolución socialista
debe ser internacional o no ser nada. Lenin se comprometió gustosamente
con el nacionalismo para sus fines políticos, pero tal compromiso implica­
ba el reconocimiento de la conciencia nacionalista como una fuerza inde­
pendiente del desarrollo capitalista del Estado nacional. Cuando, no obs­
tante, llegó a examinar el imperialismo, Lenin no dejó lugar a ninguna
distinción entre sus raíces nacionalistas y capitalistas.

7. el “ im p e r ia l is m o ” de l e n in
El Imperialismo de Lenin fue escrito en Zurich a comienzos de 1916, en
medio de la carnicería de la primera guerra mundial y en vísperas de la
revolución rusa. Según sus propias palabras, se proponía demostrar “que
la guerra de 1914-1918 ha sido, de ambos lados, una guerra imperialista
(esto es, una guerra de conquista, de bandidaje y de rapiña), una guerra
por el reparto del mundo, por la partición y el nuevo reparto de las colo­
nias, de las ‘esferas de influencia* del capital financiero, etc.”2* Era un llama­
miento pidiendo el apoyo de los “mil millones de seres (en las colonias y
semicolonias), es decir, a más de la mitad de la población de la tierra en
los países dependientes y a los esclavos asalariados del capital en los países
‘civilizados*

El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de sojuzga­


miento colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría
de la población del planeta por un puñado de países “adelantados” [...]
un puñado de países particularmente ricos y poderosos que [...] saquean
a todo el mundo [...] Es evidente que tan gigantesca superganancia [...]
permite corromper a los dirigentes obreros y a la capa superior de la aris­
tocracia obrera.*’
La “prueba” consistió en una combinación del análisis de Hilferding del
capital financiero y el análisis de J. A. Hobson. Pues Hobson, a pesar de
no ser maixista, era considerado por Lenin como alguien que comprendió
lo que Hilferding (y Kautsky) pasaron por alto, esto es, que el imperia­
lismo no sólo es destructivo sino también parasitario y decadente. La opi­

63
n ió n d e Hobson era que el orgullo nacionalista perfectamente correcto
h n b ía sido distorsionado por las presiones de los monopolizadores del capi­
tal. Estos hombres se veían forzados por la búsqueda de nuevos mercados
p a ra sus productos y capital a

e m p le a r a sus gobiernos para asegurar para su uso algún lejano país


subdesarrollado pur medio de la anexión y la protección [...] Es cosa ad­
m itid a por todos los hombres de negocios que el aumento de las fuerzas
productivas en su país excede al aumento en el consumo, que pueden
producirse más artículos de los que pueden venderse con gananda, y
q u e existe más capital del que puede encontrar una inversión remune­
ra tiv a . Es este estado de cosas el que constituye la raíz del imperialismo.®0

L o que Lenin tomó de Hobson fue la importancia dada por éste a la


n ecesid ad de exportar capital. Aunque la necesidad del comercio exterior
de bienes es típica del primitivo capitalismo de libre competencia, lo típi­
co d e l capitalismo monopolista es la exportación de capital y eso requiere
la división y redivisión del mundo, la repartición de África y China entre
las g ran d es potencias.
Podem os citar las palabras de Lenin para explicar esta necesidad de ex­
p o r ta r capital:

M ien tras el capitalismo sea capitalismo, el excedente de capital no se


co n sag ra a la elevación del nivel de vida de las masas del país, ya que
esto significaria la disminución de las ganancias de los capitalistas, sino
r>l acrecentamiento de estos beneficios mediante la exportación de capi­
tales al extranjero, a los paises atrasados. En estos pa'ises atrasados el
beneficio es de ordinario elevado, pues los capitales son escasos, el precio
d e la tierra relativamente poco considerable, los salarios bajos y las ma­
terias primas baratas. La posibilidad de la exportación de capitales la
d eterm in a el hecho de que una serie de países atrasados han sido ya in­
corporados a la circulación del capitalismo mundial, han sido construi­
d a s las principales lineas ferroviarias o se ha iniciado su construcción, se
h a n asegurado las condiciones elementales de desarrollo de la industria,
etcétera. La necesidad de la exportación de capitales obedece al hecho de
q u e en algunos países el capitalismo ha “madurado excesivamente” y al
c a p ita l (atendido el desarrollo insuficiente de la agricultura y la miseria
de las masas) le falta campo para su colocación "lucrativa”.®1

L e n in reconviene a Hobson por suponer que la capacidad de consumo


d el pueblo puede aumentar bajo el capitalismo. Pero fundamentalmente
p arece compartir ampliamente su visión subconsumista. Como él m'ismo
d ic e :

64
Naturalmente, si el capitalismo hubiera podido desarrollar la agricultu­
ra, que hoy se halla en todas partes enormemente atrasada con respecto a
la industria; si hubiera podido elevar el nivel de vida de las masas de la
población, la cual sigue arrastrando, a pesar del vertiginoso progreso de
la técnica, una vida de subalimentación y de miseria, no habria motivo
para hablar de un excedente de capital [...] Pero entonces el capitalis­
mo dejaria de ser capitalismo.82
>
Quienes siguieron a Hobson, como John Strachey, vieron el Fin del im­
perio13 precisamente en la habilidad del capitalismo para desarrollar la
agricultura y elevar el nivel de vida de las masas mediante las providencias
del “Estado de bienestar”. Los leninistas se ven obligados a alegar que lo
que se ha hecho en unos pocos Estados de bienestar avanzados ha sido ne­
cesariamente a expensas de las masas de las partes más pobres del mundo.
En otras palabras, la pobreza de éstas sigue siendo esencial para la acumu­
lación capitalista.

8. UNA REVISIÓN DE IA S PRUEBAS

La constante y sin duda creciente brecha entre la riqueza de las naciones


capitalistas avanzadas y la pobreza de las naciones pobres dentro de la es­
fera capitalista proporciona una prueba circunstancial a la teoría de Le-
nin. Ciertos hechos básicos acerca de la exportación de capital, sin embar­
go, deben ser tomados en consideración aquí. Los hechos pueden tesumitse
brevemente como sigue:**

a] En el periodo anterior a 1939


i] El ingreso proveniente de las inversiones británicas en ultramar excedió
a la salida de capital durante la mayor parte del siglo xrx y hasta 1914.
De hecho, sirvió para financiar parte del déficit comercial en bienes y servi­
cios en que cada año incurrían los británicos, así como para financiar nue­
vas inversiones. No hizo nada para reducir la abundancia de capital en el
pais, aunque tal vez mantuviera elevada la tasa de ganancia.

iij Con gran diferencia la mayor parte (por lo menos más de tres cuartos)
de las exportaciones británicas de capital antes de 1914, y nuevamente en
el periodo entre las dos guerras, no consistió en exportaciones de capital
por compañías monopolistas capitalistas a sus subsidiarias de ultramar, sino
más bien en préstamos del gobierno y utilidades públicas garantizadas por
el gobierno. El surgimiento de firmas monopolistas en Gran Bretaña fue
lento antes de la década de los veintes, aunque la mayor parte del capital
extranjero en el mundo, al menos hasta 1914, era británico.

65
iii] La tasa de utilidad del capital británico invertido en ultramar no era
marcadamente más elevada que la del invertido dentro del país, excepto en
inversiones muy pequeñas en plantaciones y minas coloniales, y eso sola­
mente en años de gran demanda de materias primas.

iv] Con gran diferencia la mayor parte de las exportaciones británicas de


capital antes de 1914 y de nuevo entre las guerras fue a países indepen­
dientes. Sólo cerca del 20 por ciento fue invertido en las colonias británi­
cas incluyendo la India y otro 20 por ciento en Sudamérica. La principal
inversión, como ha sugerido Hilferding, se hizo en otros países capitalis­
tas, principalmente en Europa y Norteamérica sajona que estaban superan­
do rápidamente a Gran Bretaña en riqueza absoluta y per cápita.

v] La interrupción del desarrollo industrial en las colonias, principalmente


debido al libre comercio, si bien fue desastrosa para las colonias, no fue
ventajosa para Gran Bretaña. Aunque los accionistas de algunas minas y
haciendas extranjeras recibieron altos beneficios por su capital, y aunque
los alimentos y materi as primas importados de las colonias eran baratos en
la década de los treintas, el resultante empobrecimiento de los pueblos co­
loniales se reflejó en una elevada tasa de desempleo entre los trabajadores
de las industrias británicas de exportación. Las ventajas derivadas de la
exportación de capital, como sugirió Hilferding, provinieron más del des­
arrollo económico real de tierras europeas y tierras pobladas por europeos
en Norteamérica sajona, etcétera, que proporcionaron mercados crecientes
para los productos británicos y la base para un aumento de la productividad.

fe] En el periodo ¡Mstenor a ¡945


i] El ingreso proveniente de la inversión del Reino Unido y de Estados
Unidos en países subdesarrollados ha superado por lo general la salida de
capital privado a esas tierras, pero ambas corrientes han ido declinando
en importancia relativa.

ii] La nueva oleada de exportación de capital pos-1945 de Estados Uni­


dos e Inglaterra ha consistido primordialmente en la exportación de capi­
tal por firmas monopolistas al establecer subsidiarias en otros países.
iii] La mayor parte de este capital, sin embargo, no ha ido a las tierras sub­
desarrolladas o ex coloniales más pobres, a pesar de las inmensas inversio­
nes en petróleo y ciertos minerales, sino que ha consistido en una especie
de inversión cruzada de empresas manufactureras gigantes cada una en el
mercado de las otras.

iv] La tasa de utilidad comparativa del capital invertido en ultramar com-

66
parada con la de las inversiones en el interior ha sido más elevada en el
caso de Estados Unidos, pero no en el de Gran Bretaña. L a inversión en el
extranjero, sin embargo, es obligatoria para las firmas británicas si quieren
conservar su lugar en el mercado mundial.

v] El comercio internacional, como la inversión internacional, se ha ido


concentrando cada vez más en intercambios entre los países industriales
avanzados y, a pesar del otorgamiento de ayudas de diversos tipos, los paí­
ses subdesarrollados han quedado por lo general fuera del rápido desarrollo
en los movimientos internacionales de bienes y capital.
Estos recientes desarrollos explican ampliamente la creciente brecha en­
tre los paises ricos y los pobres en el mundo capitalista, pero son más bien
el resultado del retiro de capital que de la exportación de capital. Esto debe
ser explicado de alguna forma nueva que abarque el surgimiento de la prác­
tica de inversión cruzada de las firmas internacionales cada una en los
mercados domésticos de las otras. Con excepción de las inversiones en pe­
tróleo y minería, y ni siquiera de todas ellas, el continuado ejercicio del
poder económico por los países avanzados a expensas de los subdesarrolla-
dos aún no ha sido explicado en términos de exportaciones de capital. En
consecuencia, los marxistas han estado buscando nuevas explicaciones.

9. EXPLICACIONES NEOMARXISTAS DEL IMPERIALISMO

La primera explicación que debemos considerar es la de Harry Magdoff.35


Afirma en primer lugar que el flujo de capital incluso a los países desarro­
llados ricos implica una forma de imperialismo (sobre compañías y paí­
ses más pequeños) que los ingleses deberíamos entender muy bien. Sigue
proporcionando una salida esencial para la masa de capital norteamericano
generado en el interior. Hay en esto una parte de verdad evidente, pero
no explica la constante preocupación de la política de Estados Unidos por
conservar el control norteamericano sobre las tierras subdesarrolladas, y
ésta es nuestra preocupación principal. El segundo argumento de Mag-
doff es que la cantidad de inversión en los países subdesarrollados puede
ser ahora relativamente pequeña, pero es de crucial importancia para el
capitalismo norteamericano porque implica el control de materias primas
estratégicas clave que no existen ya en Estados Unidos. Puesto que la ma­
yor parte de los paises subdesarrollados están ansiosos por vender esas
materias pilmas (generalmente es todo lo que tienen para ofrecer en el
mercado mundial), lo que se da aquí es una batalla entre las compañías
gigantes para obtener el control, más que una lucha directa entre los paí­
ses industriales avanzados y los subdesarrollados. Esta competencia inter­
capitalista debe constituir, ciertamente, un elementq_básico en cualquier
interpretación del imperialismo actual, así combólo constituyó en las rivali­
dades imperialistas a fines del siglo xix.

67
La explicación central del imperialismo en el pensamiento de marxistas
modernos como Paul Baran y P, M. Swcezy, esta en el reto de la Unión
Soviética y de la revolución de inspiración comunista. Es un reto al capi­
talismo. La competencia entre las naciones capitalistas rivales debe ser con­
tenida frente a este desafío común. Este cuadro corresponde al énfasis dado
a la últim a etapa de la centralización del capital, la aparición de la firma
transnacional como entidad más poderosa que el Estado nacional. Los nue­
vos imperios son de las corporaciones gigantes. Los Estados nacionales son
sus instrumentos. El objetivo puede seguir siendo t
el control monopolista de las fuentes de abastecimiento extranjeras y de
los mercados exteriores, que les permite comprar y vender en términos
especialmente privilegiados, cambiar los pedidos de una subsidiaria a
otra, para favorecer a este o a aquel país, dependiendo de cuál ofrezca
la política más ventajosa de impuestos, mano de obra, etcétera; en una
palabra, quieren hacer los negocios en las condiciones y lugares que ellos
¿elijan. Y para esto lo que necesitan no son socios comerciales sino “aliados”
y clientes dispuestos a ajustar sus leyes y políticas a los requisitos de los
grandes negocios norteamericanos.3*1

L a competencia contra otras potencias capitalistas es ahora secundaria


respecto a la competencia contra el poder soviético. La competencia entre
firmas continúa, aunque ahora es una batalla mundial de gigantes, y pro­
porciona el necesario eslabón a la cadena causal del pensamiento de Marx
que vincula la propiedad de capital privado con la acumulación de capital.
Pero ahora las firmas son internacionales. Más aún, según esta teoría
la iniciativa revolucionaria contra el capitalismo, que en los días de Marx
correspondió al proletariado de los países avanzados, ha pasado a manos
de las masas empobrecidas de los países subdesarrollados que están lu­
chando por independizarse de la dominación y explotación imperialista.31

Hemos regresado a la creencia de Hilferding en el potencial revolucio­


nario de las naciones pobres, que Rosa Luxemburgo ponía en duda. Pero
la existencia de un centro de poder anticapitalista en la Unión Soviética,
según la teoría neomarxista, proporciona una carga de fuerza y aliento para
los “condenados de la tierra” en los países subdesarrollados. La exporta­
ción de capital a los países subdesarrollados no se considera ya, en esta
teoría, como una ayuda para resolver el problema de la acumulación de
capital excedente. El ingreso anual en la posguerra proveniente de las in­
versiones en ultram ar de las compañías norteamericanas es considerado su­
perior a la salida anual de capital, de la misma manera que el ingreso
proveniente de las propiedades del Reino Unido en ultramar era superior
a las exportaciones de capital antes de 1914.

68
I
I

Solamente se puede llegar a la conclusión —dicen Baran y Sweezy—, de ^


que la inversión extranjera, lejos de ser una salida para los excedentes
creados interiormente, es un instrumento muy eficiente de transferencia [
de los excedentes creados en el extranjero para el país inversionista.** !
La tasa de utilidad de las inversiones norteamericanas en el extranjero i
puede ser más elevada que la de las inversiones norteamericanas en el in- i
terior, pero el problema de absorber el excedente sigue existiendo.
Hasta la segunda guerra mundial el excedente de capital acumulado en
los países industriales avanzados del capitalismo creó, según las interpreta­
ciones marxistas, las crisis periódicas del sistema, muy especialmente en
1929 y 1937. Las vastas demandas de gastos militares por el Estado absor­
bieron el excedente después de 1937, pero la crisis reapareció a fines de los j
cuarentas en Estados Unidos. Posteriormente, se dice, los gastos militares
de Estados Unidos combinados con la carrera espacial mantuvieron una
tasa de crecimiento constante aunque lenta para toda la economía, y desde
1963 en adelante el gran aumento en el gasto militar generó una tasa de
crecimiento mucho más rápida. Queda por aclarar si las grandes compa­
ñías, habiendo desarrollado cierto tipo de tecnología, deseaban que el go­
bierno de Estados Unidos comprase esa tecnología para las armas y la ca­
rrera espacial, y de ser necesario para la guerra, y luego encontraron buenas
razones para persuadir al gobierno de satisfacer sus deseos, o si por el con­
trario las compañías gigantes realmente temían el avance del comunismo
y el socialismo e invocaron por eso la protección estatal.
Para nosotros es importante decidir esta cuestión porque si pudiera de­
mostrarse que el temor vino primero, y éste pudiese ser eliminado median­
te garantías de la Unión Soviética y una satisfactoria coexistencia compe­
titiva, entonces presumiblemente el gobierno de Estados Unidos gastaría
menos en armamentos y más en mejorar las condiciones de vida de sus
ciudadanos más pobres y en el desarrollo económico de las naciones más
atrasadas^ Las compañías gigantes les venderían entonces más productos.
Aunque, por su parte, Baran y Sweezy rechazan la idea de que la Unión
Soviética es agresiva, evidentemente creen que las corporaciones gigantes tie­
nen razones válidas para temer la propagación del socialismo en el mundo.
La expansión del poderío militar y político de Estados Unidos en el
mundo es vista así como muy similar a la del poderío militar y político de
Inglaterra a fines del siglo xdc. E s resultado de las presiones del capital
industrial y financiero para obtener mercados de privilegio garantizados
para sus productos y capital y fuentes de materias primas a salvo de la
amenaza de sus rivales económicos. Actualmente existen dos diferencias:
una es que el principal rival es lo que Baran y S^veezy llaman “un sistema
socialista en el mundo, como rival y alternativa del sistema capitalista”.3*
La otra es que la misma firma industrial gigante proporciona ahora el ca-

69
pital financiero de su propia acumulación de capital y supera a muchas
naciones en recursos y conexiones internacionales. Baran y Sweezy señalan
repetidamente que si las corporaciones gigantes desearan únicamente au­
mentar su comercio con el “sistema socialista mundial’’ (o para el caso con
la parte más pobre de la población de Estados Unidos), podrían hacer­
lo sin gastos militares ni un control de privilegio sobre los mercados y ma­
terias primas.40
El hecho de que no hagan esto implica tanto un temor por su propio
poder cuanto un temor a perder la fuente de su propia acumulación de
capital en los niveles de ingresos más bajos de los obreros y productores
de materias primas de todo el mundo. Por lo tanto, la concesión de ayuda
gubernamental a los países pobres, e igualmente de medidas de beneficen­
cia keynesianas en el interior, están limitadas a aquellos casos que dejan
intacto el poder de acumulación de la corporación gigante. La predicción
de Marx acerca de una miseria creciente demostró estar equivocada sólo
en la medida en que a un sector de los trabajadores debe permitírsele
aumentar su capacidad de consumo. Otros sectores quedan para generar
la acumulación de capital.
Economistas como Kenneth Boulding sugieren que en vista de que “aho­
ra es posible obtener cien dólares de la naturaleza por cada dólar que se
puede exprimir a un hombre explotado [...] los beneficios del imperio se
han reducido radicalmente y los beneficios del ‘milorg’* también” .*1 Esta
teoría fue respaldada incluso por un Comité de las Naciones Unidas sobre
las Consecuencias Económicas y Sociales del Desarme, formado en 1962 y
que incluía a miembros soviéticos, polacos y checoslovacos. Los problemas
de la transición del gasto militar al civil fueron considerados difíciles pero
no imposibles. Una teoría quizás más realista es la elaborada por el autor
del fingidamente oficial Re porl jrom Ike Jron Mountain. El “desperdicio”
de la producción de guerra posee la gran ventaja según su punto de vista
de que no sólo resulta obsoleto muy pronto sino de que “se ejerce entera­
mente fuera del cuadro de la economía de oferta y demanda. Como tal,
proporciona el único segmento críticamente amplio de la economía total
que está sometido a un completo y arbitrario control central [...] Es una
producción que de otra manera no tendría lugar”.** Pero el autor, si bien
muestra dudas acerca de la eficacia de cualquier programa de beneficencia
o ayuda para proporcionar un sustituto al gasto en armamentos, cree que
el programa de investigación espacial podría proporcionar el necesario ele­
mento expansionista para la economía. Esto parece mucho menos verosímil
después de los alunizajes conseguidos en 1969.
De cualquier forma, tal vez no debemos tomar demasiado en serio los
argumentos de lo que fue concebido como truco propagandístico, pero las
. * “Milorg” es la palabra que emplea Boulding para todo el Conjunto de la orga­
nización militar nacional

70
cuestiones planteadas acerca de los posibles sustitutos para las funciones de
la guerra sirven para recordarnos que la dedicación del diez por ciento
de la inversión industrial mundial a la preparación de la guerra es el re­
sultado de un conjunto de presiones económicas, políticas, sociológicas,
ecológicas, culturales y científicas, que no pueden ser tan fácilmente redu­
cidas a una simple causa económica, aun cuando se trate de una tan po­
derosa como la fuerza de la acumulación de capital en cierto número de
compañías internacionales gigantes. No puede dudarse de que, mientras
que la producción de armamentos tiene la gran ventaja de su rápida obso­
lescencia y un control central efectivo, también encuentra, aparentemente,
cierta resistencia de parte de amplios grupos de personas respecto a si es
una forma aceptable de que el Estado gaste sus impuestos. Pero deja a los
marxistas enfrentados incómodamente a su manifestación equivalente y
opuesta: los presupuestos militares y espaciales de la Unión Soviética y otras
naciones comunistas. Aún menos cómodo para ellos es la muy evidente tre­
gua concertada en 1969 entre Estados Unidos y la Unión Soviética.

10. U N A N O T A S O B R E E L IM P E R IA L IS M O S O V IE T IC O

No fue Lenin, sino Rosa Luxemburgo, quien vio a Rusia como fuerza re­
volucionaria internacional. Lenin estaba muy dispuesto a hacer arreglos
temporales con el nacionalismo campesino ruso para llevar adelante la re­
volución rusa y defender sus fronteras. Stalin convirtió estos arreglos en
un sistema permanente. Después de la muerte de Lenin, la presión soviética
sobre sus tierras vecinas y la influencia soviética en el movimiento comu­
nista mundial promovían menos el avance de la revolución que la defensa
de la patria. Esto fue particularmente cierto bajo el régimen de Stalin,
pero no parece que haya habido gran cambio en este aspecto de la poli-
tica a partir de su muerte.
• La primera revolución contra el capitalismo no se produjo en un país
en el que los adelantos tecnológicos y una clase obrera cr cientemente cons-
cient y educada trataba de derribar las fronteras de las relaciones econó­
micas capitalistas, como Marx había esperado. Se produjo allí donde un
Estado capitalista atrasado se hundió derrotado por armas superiores en
una guerra total. Las revoluciones en Europa oriental (excepto en Yugos­
lavia) que siguieron a la segunda guerra mundial, fueron menos el resul­
tado del desarrollo comunista interno que de la fuerza de los tanques del
Ejército Rojo. Con las excepciones de Checoslovaquia y Alemania oriental,
los regímenes comunistas fueron establecidos en países económicamente atra­
sados. Esto se aplica también a las revoluciones china y cubana. El resul­
tado fue que la Unión Soviética tendió a considerarse, y a ser considerada
(hasta que los chinos impugnaron tales pretensiones), como campeona de
los pueblos cuyas economías habían sido distorsionadas por la dependencia
respecto de los países capitalistas avanzados, más que como gam ^oña del
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Íjroletariado en los países avanzados mismos. La influencia soviética, por
o tanto, fue mayor en los países situados a lo largo de las fronteras sovié­
ticas y en los pa'ises ex coloniales.
N inguna de estas explicaciones puede parecer enteramente adecuada pa­
ra justificar los cohetes rusos en Cuba y los tanques rusos en Budapest,
Praga o en la frontera china, y menos aún por lo que se refiere a la inten­
sidad de la participación soviética en la carrera espacial. Se han ofrecido
dos teorías. En opinión de Isaac Deutscher, en 1917 los rusos vivieron la
últim a revolución capitalista y la primera proletaria, realizadas ambas bajo
dirección bolchevique. Al colectivizar la agricultura, Stalin destruyó la re­
volución capitalista, a costa, sin embargo, de crear un permanente conflic­
to entre la ciudad y el campo, que tuvo que ser contenido mediante el
aparato stalínista y su política exterior nacionalista.43 Otros, como E. H.
C arr, argumentaron que fue menos una combinación de revoluciones capi­
talista y proletaria que una combinación de revoluciones industrial y pro­
letaria . 44 Según esta teoría, el partido comunista acfuó como “protector”
del proletariado. En Europa oriental este papel lo representó el Ejército
Rojo; en China la Guardia Roja. En ambos casos el programa tuvo como
prim era etapa una revolución industrial organizada “desde arriba”. Oscar
Lange añadió que
el asentimiento de la población [.. .] se obtuvo ex post fado a través de
la propaganda y de las actividades educativas del Estado y del partido
comunista .46

Lo q u e tienen en común Deutscher y Carr es la opinión de que el régi­


men soviético, al menos bajo Stalin, implicaba una tensión entre obreros
y campesinos que era consecuencia del proceso de acumulación de capital
para la industrialización mediante la explotación de los campesinos. El pa­
pel dom inante de la maquinaria militar soviética nacía directamente de la
necesidad de contener esta tensión interna, tanto como de las indudables
presiones externas. Además, la forma altamente centralizada de planeación
económica que se requería para llevar adelante una revolución industrial
“desde arriba” creó un aparato tecnocrático lado a lado del militar. Stalin
controlaba ambos aparatos mediante su policía secreta personal. Los tec-
nócratas intentaron recientemente debilitar la posición dominante de los
militares, pero este cambio no parece haber afectado en mucho las r da­
ciones soviéticas con los demás países comunistas o con el resto del mundo.
Por qué los tecnócratas están tan ansiosos como los militares por conser­
var el control sobre el “sistema socialista mundial” es algo que el análisis
Deutscher-Carr no explica enteramente. Muchos marxistas alegarán que la
unidad socialista bajo una dirección central es algo vital en un mundo hos­
til, pero la ocupación soviética de Checoslovaquia y los choques en la fron­
tera china han enmudecido a muchos. En realidad, los marxistas no deben

72
sorprenderse si una formación social basada en un nivel de tecnología bas­
tante bajo resulta no ser socialista. Marx no hubiera esperado que lo fuese.
La correspondencia, dentro de una formación social, de la superestructura
de las instituciones políticas (y militares) con el modo de producción y,
dentro del modo de producción, la correspondencia de la estructura econó­
mica (de relaciones de propiedad) con la tecnología (las fuerzas produc­
tivas), está en la base misma del modelo social de Marx. Así como tam­
poco hubiera esperado Marx que formas de pensamiento sobrevivientes de
formaciones sociales anteriores cambiarían muy rápidamente, incluso des­
pués de haberse producido cambios para poner las relaciones de produc­
ción económica en correspondencia con las fuerzas tecnológicas. ¿Será la
expansión soviética solamente un resto de fases de desarrollo anteriores?
La explicación dada por un “reformador” checoslovaco como el profe­
sor Ota Sik a la resistencia soviética a sus reformas económicas puede dar­
nos la explicación que estamos buscando. La forma centralizada de la eco­
nomía planificada soviética ha requerido un control total de los insumos
y rendimientos de las unidades de producción. A medida que los procesos
de producción se fueron volviendo más complejos, los sectores más avanza­
dos y las plantas más grandes han ido alcanzando una posición dominante
dentro del plan. £1 periodo de gestación de la producción se ha alargado,
y con él la importancia del control absoluto de cada etapa de la produc­
ción para poder satisfacer los objetivos. Las ventas a organizaciones estata­
les, incluyendo a las militares, son más fáciles de controlar para los proyec­
tistas y directores de fábricas que las ventas a consumidores individuales
cuyos gustos son variables y no pueden ser manipulados mediante la publi­
cidad. Los sectores tecnológicamente avanzados comienzan a dictar la nor­
ma de crecimiento de la economía, igual que en los países capitalistas. En
la medida en que el comercio exterior forma parte del plan, y el comercio
recíproco entre los países comunistas está ciertamente planeado, también
esto debe someterse al control central. Las fuentes exteriores tanto de ma­
terias primas como de maquinaria y los mercados extranjeros deben ser
seguros. No está lejos el momento en que, como en el sistema capitalista
mundial, se vuelvan dependientes. Los avances tecnológicos de la industria
exigen un control mucho mayor al planear su uso. Hasta que se desarrollen
formas de control democrático, avanzan en el sentido de la menor resisten­
cia, por canales militares y paramilitares.
11. C A P IT A L IS M O Y S U B D E S A R R O L L O H O Y

Lo que se ha sugerido en este ensayo es que el principio central que actuó


en la extensión del capitalismo fue la necesidad de acumular. Aunque esto
encaja naturalmente en el modelo de polarización de Marx, en realidad
fue Myrdal quien lo mostró explícitamente.*® En un sistema competitivo,
las ventajas para un capitalista ■—hombre o nación—■de ser el primero en

73
llegar son inmensas. Cuanto más crece el capital en un sitio, más sigue
creciendo. La riqueza atrae y la pobreza repele. “Al que tiene se le dará
y al que no tiene, etcétera. . Toda nación debe adoptar las más desespc-
ludas medidas de inmunización para aislarse de este proceso polarizador una
vez que ha comenzado. Antes del siglo xvnr, el nivel de vida de las regiones
entonces subdesarrolladas era casi seguramente más elevado que en Europa.
En Asia era ciertamente más elevado. Pero el tributo extraído por el pi­
llaje colonial y, después de la revolución industrial británica, la destrucción
de las industrias nativas por las manufacturas importadas, invirtieron esta
situación. Hizo aún más que eso; condujo a una artificial división mundial
del trabajo mantenida mediante el libre comercio, en el que los países redu­
cidos a la producción primaria se volvieron dependientes de aquellos con
inversiones diversificadas y principalmente industriales. En este aspecto, m an­
tener el status que se convirtió en una cuestión política importante para las
firmas capitalistas y los gobiernos de los países industriales, puesto que man­
tenía bajos los costos de los alimentos y materias primas, y generaba acu­
mulación en los centros del capital.
Ésta es una teoría que encaja bastante bien en el modelo de las relacio­
nes económicas capitalistas de Marx, en el que la acumulación de capital
en un polo crea empobrecimiento en el otro. Sin embargo, es un concepto
muy diferente del de los marxistes, incluyendo a Lenin, para quienes la
exportación de capital va de los países ricos a los pobres, de los lugares
donde el capital existe en exceso a aquellos en donde la mano de obra
es barata. La razón para que Lenin y otros insistieran en esta teoría de ex­
portación de capital es que aceptaban el modelo económico determinista de
Marx, dentro ae su teoría general, de que la estructura de las relaciones
económicas es esencialmente autorreguladora y tiende si no a un derrum­
bamiento inevitable (ése fue el “error” de Rosa Luxemburgo), al menos
a algo bastante aproximado. La teoría se basa en el argumento de que la
producción por ganancia tiende, en una situación competitiva, a crear
acumulaciones de capital que no pueden ser empleadas lucrativamente
porque son extraídas de las mismas masas que tienen que proporcionar el
mercado para esa producción lucrativa incrementada. Así pues, esas acumu­
laciones tienen que ser exportadas. Había una obvia contradicción en una
teon'a basada en la exportación de capital a países ds salarios ba jos, porque
podría suponerse que sería aún menos factible encontrar en eflos empleo
lucrativo para el capital posteriormente a la inversión inicial, puesto que
las masas de las que se extraían las superganancias serían aún menos capa­
ces de comprar los productos de subsiguientes inversiones. Con esto no se
niega que hubiera ricos campos de explotación para el capital en las regio­
nes de mano de obra barata. El hecho es, como vimos antes que la mayor
parte del capital se exportaba a tierras escasas de mano de obra, donde las
tasas de ganancia no eran marcadamente más elevadas que en casa.

74
La exportación de capital, en realidad, sí proporcionó un contrapeso al
proceso de polarización, puesto que ayudó a un desarrollo económico real
en Europa y los países de población europea, donde los gobiernos indepen­
dientes tuvieron éxito en la tarea de interrumpir el proceso de polarización
mediante protección y subsidios a las industrias jóvenes. Más adelante, los
gobiernos contrarrestaron el proceso de polarización dentro de sus propias
economías mediante medidas de beneficencia y el manejo keynesiano de la
demanda. Las contradicciones internas de la estructura económica del capi­
talismo se resolvieron parcialmente, pero sólo a expensas, ante todo, de una
creciente rivalidad económica nacional y, luego, del creciente empobreci­
miento y rebeldía de las restantes naciones subdesarrolladas. Desde este
punto de vista, las naciones pobres ocuparon el lugar de las masas proletarias
de Marx.
Las dos cuestiones clave del futuro son, primero, si estas naciones sub­
desarrolladas podrán escapar a la artificial división del trabajo en que están
atrapadas y, segundo, si las naciones avanzadas podrán unirse para aplicar
medidas keynesianas a escala mundial. El problema para las naciones sub­
desarrolladas es que el subdesarrollo no es una falta de desarrollo, sino una
distorsión del desarrollo. Sus economías están desbalanceadas tanto en la
concentración de la producción de uno o dos productos primarios para un
mercado de exportación cuanto en la orientación hacia el exterior del
capital y las empresas. No es necesario dar ejemplos de la posición domi­
nante de dos o tres productos primarios tanto en las exportaciones como
en la producción nacional total de casi todas las economías subdesarrolladas.
Lo que suele entenderse menos es el efecto que esto tiene en la dirección
del capital y las empresas locales, y por supuesto en toda la estructura so­
cial de las sociedades subdesarrolladas. El dinero y el poder deben buscarse
más en el sector del comercio exterior que en el desarrollo industrial domés­
tico, que está limitado a aquellos productos que no tienen que competir
en el mercado libre con productos extranjeros técnicamente más avanzados.
Paul Baran ha analizado en la forma más clara toda la “morfología del
subdesarrollo”, como él la llama, social, política y económica, en los pa'ises
subdesarrollados.47 El capital y la empresa locales se convierten en lo que
él llama “comprador”, lomando el término del comercio portugués en China,
es decir, invertido en el comercio exterior y frecuentemente en compañías
extranjeras o agencias de compañías extranjeras. Por ello resulta tan sor­
prendente que Baran suponga, como vimos en una cita anterior, que una
burguesía y proletariado nacional surgirá para llevar adelante el “movi­
miento histórico en los contingentes más atrasados como en los más avan­
zados” -48 ¿Cuáles son las posibilidades de que esto suceda? Con las nota­
bles excepciones de Japón y, más recientemente, China, el desarrollo econó­
mico ha estado limitado a las regiones de Europa y pobladas por europeos
(incluyendo a Israel). Ya observamos antes que puesto que los recursos

75
naturales no se limitan de esta manera, y las diferencias raciales pueden
descontarse, la explicación debe estar relacionada con los orígenes históricos
de la revolución industrial en Europa. Dados estos orígenes, la “parentela”
bien hubiera podido lograr más fácilmente una posición menos depen­
diente en relación a las potencias más avanzadas, proteger sus industrias
jóvenes mediante aranceles y obtener capital para el desarrollo en térmi­
nos que no fuesen prohibitivos. Esto es tan cierto de Israel cuanto de los
dominios británicos. Cuanto más se retrasó esta independencia, más difícil
h a sido conseguirla. Además, el continente africano, América Latina y
gran parte de Asia han sido divididas por las políticas coloniales e im­
perialistas en una proliferación de Estados la mayor parte de los cuales
no son económicamente viables.
Actualmente se necesitan estudios detallados acerca de la forma en que
un desarrollo económico bastante limitado se ha venido produciendo en las
regiones subdesarrolladas. De hecho, la mayor parte comenzaron a imponer
aranceles sobre los bienes importados para proteger sus nacientes industrias,
pero como aquéllas se han limitado generalmente a los artículos de lujo,
se h a dado la irónica situación de que las industrias de lujo han sido las
primeras en establecerse. Además, lo que ha sucedido por lo regular, es que
incluso en estas industrias han sido firmas extranjeras las que han establecido
subsidiarias para producir dentro de las murallas arancelarias. Dondequiera
que surge un nuevo mercado, la gigantesca compañía internacional se intro­
duce para ampliar sus ventas. El ensamblado de automóviles está alcan­
zando ahora proporciones importantes en Argentina, Brasil y Venezue­
la. La cuestión sigue siendo saber si una clase capitalista nacional puede
emerger en tales países, decidida a desarrollar sus propias industrias básicas
y a limitar la salida de capital; o, alternativamente, un proletariado indus­
trial, como en Rusia, determinado a hacer lo mismo. De acuerdo al modelo
chino puede que haya señales de una revolución campesina contra el régi­
men colonial, como en Guinea, 49 que exprese exigencias revolucionarias de
un desarrollo económico.
Las insurrecciones en lo que llamamos tercer mundo indudablemente
abarcan los objetivos del desarrollo económico. Los países industriales avan­
zados, sin embargo, han tendido a emplear medidas militares para aplastar
tales insurrecciones siempre que parecieron amenazar sus intereses. Esas
intervenciones militares se consideran generalmente como el más obvio ejem­
plo de imperialismo hoy día. Aún tenemos que determinar si esos intereses
son fundamentalmente económicos y si tienen su origen en la expansión
capitalista o en la defensa capitalista. Puede alegarse que sen'a beneficiosa
para todos los países industriales avanzados, y para las gigantescas concen­
traciones de capital dentro de ellos, el que surgieran nuevos y crecientes
mercados en las regiones subdesaTrolladas. No cabe duda acerca del rápido
crecimiento del mercado soviético y europeo oriental en los últimos veinte

76
aiíos. Si otros se ven impedidos de seguir la dirección comunista, la razón
puede ser el temor de los capitalistas a la repercusión que tendría en la re*
lación general entre el capital y el trabajo en los países avanzados, o la sim­
ple dificultad de llegar a un acuerdo entre los países avanzados y sus corpo­
raciones gigantes acerca de una estrategia común.
La cuestión que falta por responder al examinar el valor de la teoría de la
polarización en el modelo de Marx, es si los gobiernos capitalistas son capa­
ces de unii-se para controlar sus rivalidades económicas y para aplicar me­
didas proteccionistas a escala mundial. La respuesta que daría un marxista
sería que no pueden hacer esto porque lá acumulación de capital se realiza
todavía en unidades competitivas y lucrativas individuales, por más grandes
que algunas de ellas puedan ser. Ciertamente, el simple tamaño de las
modernas compañías internacionales gigantes reduce el poder de los. gobier­
nos para controlar su acumulación de capital. Sólo produce confusiones el
referirse a tales compañías como monopolios, cuando es su competencia lo
que constituye la clave de sus operaciones. El control de las fuentes de mate­
rias primas, bases para sus actividades productivas y mercados para sus
productos son procurados tan competitivamente hoy día por las compañías
gigantes como por los Estados nacionales de la época de Lenin. El hecho
de que la mayoría de las compañías gigantes sean norteamericanas, da al
gobierno de Estados Unidos un lugar especial en la defensa de los inte­
reses generales del capital. Los otros Estados capitalistas tienen esencialmente
un papel de clientes, pero los antagonismos no se aquietan fácilmente; las
perspectivas de unión no parecen optimistas, a pesar del odio y temor ge­
nerales a la Unión Soviética. El hecho es que muy pocos gobiernos poseen
recursos semejantes a los de las compañ'ias más grandes. Los gobiernos apo­
yan a “sus” compañías, proporcionando ayuda estatal para investigación y
desarrollo en casa y protección estatal para sus negocios e inversiones en
el extranjero. Grandes sumas se han empleado en ayuda a las regiones
subdesarrolladas; pero la evidencia sugiere que las órdenes militares y la
ayuda militar en el extranjero son preferidas a las medidas de bienestar
y ayuda en casa. Son más fáciles de colocar bajo control central; no com­
piten en el mercado normal de oferta y demanda; la obsolescencia les es
inherente. Lo que es quizá más importante para responder a nuestra pre­
gunta inicial es que, mientras los gobiernos nacionales pueden asegurarse de
que cada firma pague su parte de impuestos para aumentar el volumen total
del pastel, no existe un gobierno internacional para asegurar que cada firma
internacional haga lo mismo. El nacionalismo sigue siendo una fuerza
poderosa.

12. C O N C L U S IÓ N
Para Marx, la principal característica de las relaciones económicas capita­
listas era la acumulación de capital por una clase de capitalistas, no para

77
atesorarlo, sino para el desarrollo, bajo presión competitiva, de nuevas fuer­
zas productivas para generar todavía más capital. Esto creó grandes avances
para la humanidad; pero el simple paso del progreso y la escala de la acumu­
lación de capital llevarían con el tiempo, según Marx, a rebasar el marco de
las relaciones de propiedad privada. En particular, Marx veía la creciente
centralización del capital como un proceso polarizador que dejaba en el
otro extremo una miseria creciente, por lo que los trabajadores acabarían
por rebelarse.
Ciertamente, la centralización del capital se produjo en los Estados capi­
talistas avanzados, como Marx esperaba, conduciendo a las gigantescas con­
centraciones de capital de las firmas internacionales de hoy. Pero, además,
la propagación del capitalismo por todo el mundo condujo al desarrollo de
algunos países y al subdesarrollo de otros. Esto también encaja en el mo­
delo de acumulación capitalista de Marx, aunque no fuese claramente pre­
visto por Maix. El resultado no consistió solamente en crear una estruc­
tura particular de relaciones económicas entre los Estados; con este desarro­
llo desigual de los países apareció una fuerte conciencia nacional, primero
entre las naciones desarrolladas y luego, en respuesta a ello, entre las sub-
desanolladas. Y como también sucedió, por muy complejas razones históri­
cas, que el capitalismo apareció primero en Europa y se extendió a las
regiones de población europea y algo más allá, surgió una fuerte conciencia
racial, primero entre los europeos y luego, en respuesta a esta, entre los no
europeos. Ninguna teoría del imperialismo puede excluir esta conciencia
nacional y racial; pero, a no ser que creamos que existen diferencias ade­
cuadas de dones naturales entre naciones y razas, o entre los territorios en
que viven, para explicar este desarrollo desigual, entonces debemos buscar
alguna explicación histórica económica como explicación para las diferen­
cias de desarrollo.
Lo que queda de marxismo en una posible teoría del imperialismo hoy
día parece ser la insistencia central de Marx en el conflicto entre el des­
arrollo de la tecnología bajo el capitalismo y las relaciones económicas (o
de propiedad) —esto es, de la producción para la ganancia capitalista de
los capital» privados— apropiadas piara un nivel inferior de tecnología. Los
aumentos en escala y complejidad de la producción requieren una planea-
ción a plazo cada vez más largo de la inversión y un control cada vez ma­
yor del mercado para los productos. La competencia hace esto extraordi­
nariamente difícil de lograr. Las firmas mayores utilizan al Estado para que
les proporcione posiciones privilegiadas. Eso resulta evidente incluso para
un agudo economista no marxista como J. K. Galbraith, quien entiende per­
fectamente la importancia del gasto militar (incluyendo la parte dedicada
a la carrera espacial) tanto en Estados Unidos como en la Unión So­
viética, como la forma más aceptable y controlable de gasto público.™ Lo
que Galbraith parece pasar por alto es la importancia igual de la inversión

78
en el exterior en la producción de materias primas y, aún más, en la pro­
ducción por subsidiarias de productos acabados para los mercados extran­
jeros.
La tecnología moderna empuja a las firmas mucho más allá de las fronte­
ras de las naciones e incluso de los planes nacionales. La búsqueda de ga­
nancia individual en una compañía, por más grande que sea, crea anarquía
en el mercado mundial cuando el estado de la tecnología exige planeación.
Para remplazar la anarquía del mercado por una planeación a escala mun­
dial se requiere un nuevo concepto de propiedad social democrática de los
medios de producción en lugar de la competencia de los capitales privados.
El concepto soviético fue efectivo, evidentemente, en cuanto a llevar a cabo
una primera etapa de revolución industrial, pero condujo a un sistema de
control burocrático estatal, no sólo de la economía soviética sino también
de sus satélites. El gigantesco departamento de estado soviético (no menos
que la gigantesca firma norteamericana) exige control sobre su inversión
y producción porque, a pesar de la propiedad estatal, aún no se ha elaborado
ningún sistema de control social de la distribución para hacer frente a los
planes de los tecnócratas. Podemos concluir que solamente cuando toda la
sociedad esté involucrada en este control, empezarán a debilitarse los anta­
gonismos nacionales y el imperialismo llegará a su fin.

• D IS C U S IÓ N

¿Keynesianismo internacional? Uno de los participantes preguntó si a los


países capitalistas les seria posible cooperar en un programa internacional
destinado a invertir el proceso de polarización del ingreso entre ricos y po­
bres. Barratt Brown dudó que esto fuese posible. “El punto esencial es que
la acumulación de capital tiene lugar en empresas industriales competitivas
que se ven impulsadas a invertir por la competencia reciproca.33 En tanto
que dichas empresas sigan siendo competitivas seguirán tendiendo a sobre­
acumular. Esto hace que el control de la economía internacional sea muy
difícil.
Otro participante puso en duda si tan siquiera seria posible para el capi­
talismo manejar la economía lo suficientemente bien en el contexto de un
país aislado del tercer mundo con objeto de garantizar su desarrollo. Por
ejemplo, para cualquier economista razonable era obvio que la industria­
lización de la India es deseable para el capitalismo, pero las condiciones
objetivas para ello no existen. "La India no se desarrolla porque tiene una
forma de gobierno ¡¡articular.33
¿Hay una contradicción entre explotar a] tercer mundo y venderle mercan­
cías? Una pregunta relacionada se refirió a la afirmación de Barratt Brown
de que hay una contradicción básica implícita en la idea de Lenin del im­
perialismo como un sistema mediante el cual el capitalismo podía obtener

79
más mercados para sus productos en el tercer mundo, y su idea de que el
imperialismo es un sistema que permite gran explotación. ¿Pero es realmen­
te así? Si se considera la cuestión en términos de capitalistas individuales
se verá que ambas eran posibles. Por ejemplo, los capitalistas que invertían
en minas y agricultura en el tercer mundo podían producir materias prirruts
para otros capitalistas a un precio menor del que les costaba antes. Así pues,
no había contradicción para el inversionista, ni para los fabricantes, puesto
que estos últimos podían producir materias {¡rimas a precio más bajo y ven­
der los productos acabados en otro país capitalista. Barratt Brown no estu­
vo de acuerdo. En su opinión, la contradicción seguía existiendo. Si las em­
presas capitalistas acumulaban mediante las ganancias, no habría nadie para
comprar sus productos.
L a posibilidad de desarrollo en el tercer mundo. Se señalaron varios pun­
tos acerca del problema del desarrollo económico del tercer mundo. En sus
respuestas, Barratt Brown subrayó la importancia del efecto distorsionador
de la división internacional del trabajo. Esto hace muy difícil el desarrollo
en el tercer mundo. Sus burguesías nacionales, por ejemplo, se han conver­
tido en agentes del capital extranjero. Quizá la única vía que queda abierta
para los países que buscan desarrollarse es aislarse completamente de la eco­
nomía internacional.
El Estado y la gran corporación internacional. Otro grupo de preguntas
tuvo que ver con la relación entre el Estado y las grandes corporaciones
internacionales. Se señaló que estas últimas deciden a menudo su propia
política exterior, pues no pueden contar con un Estado único para que las
defienda. En cierto momento puede no ser políticamente conveniente para
Estados Unidos o Inglaterra intervenir a su favor. Barratt Brown estuvo
de acuerdo. "Lo importante es que son las compañías gigantes y no las po­
tencias imperialistas las que compiten.” Señaló igualmente que es necesario
analizar la política del Estado norteamericano en un área como Asia sud-
oriental en dos niveles diferentes. En un nivel Estados Unidos trata de
defender todo el sistema capitalista; en el otro, la situación puede verse
en términos de competencia entre grandes firmas norteamericanas, impul­
sadas por la tecnología, para obtener una parte del mercado doméstico más
controlable: el militar. "Así, toda la cuestión recibe una segunda presión
por parte de factores domésticos.”

La contabilidad de las estadísticas concernientes a las exportaciones de ca­


pital y la tasa de ganancia. Por último, se hicieron varias preguntas sobre
la afirmación de Barratt Brown de que, aparte de Estados Unidos, por
cuanto él sabía, ninguno de los países que exportan capital está obteniendo
una tasa de ganancia más elevada en el extranjero que dentro de sus {ron-

80
teras. E n particular se alegó que no es posible sacar ninguna conclusión
segura de las cifras publicadas, porque las empresas no declaran las canti­
dades reales involucradas; el empleo de precios de transferencia disfraza el
volumen de capital y tas tasas de ganancia reales, (Esto se discute nueva­
mente en la conclusión, 4.)

NOTAS

1 E. H. Carr, ¿Q,u¿ es la historia? Ed. Seix Barral, Barcelona, 1976.


2 K. Popper, The Poverty of Historicism. Ed. Routledge, Londres, 1960.
8 Karl Marx, Prólogo a la Contribución a la critica de la economía política en
Obras escogidas. 2 vol. Ed, Progreso, Moscú, 1971, t. i, p. 343.
* Para todo esto véase C. A. Bodelsen, Studies in Mid-Victorion Jmperialism.
Ed. Heineman, Londres, 1960.
5 J. A. Schumpeter, The Sociology of Imperialism. Ed. Kelly, Nueva York, 1951,
sección 2.
* Ibid., p. 10.
7 J. A. Hobson, Imperialism; a Study. Ed. Alien & Umvin, 1938.
8 Ibid, p. 81.
® M. Banatt Brown, Después del imperialismo. Ed. Siglo XXI, Buenos Aires,
1976, cuadro v, p. 541.
10 V. I. Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo en Obras escogidas.
3 vol. Ed. Progreso, Moscú, sf, t. L
u Karl Marx, El Capital. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1959, vol.
i, p. 532.
• se Ibid, sección 4, p. 547.
18 K. Marx, New York Daily Tribuna,, 11 de julio de 1853, reimpreso en Marx
y Engets, Sobre el colonialismo. Cuadernos de Pasado y Presente n. 37, Córdoba,
1973, p. 42.
14 K. Marx, El Capital, ed. cit., vol. m, cap. Xiv, sección 3, pp. 236-38.
18 Op. cit., vol. i, p. 376.
t® Marx-Engels, Sobre el colonialismo, ed. cit-, pp. 71-74.
17 Op. cit., p. 75.
18_Paul Baran, La economía política del crecimiento. Ed. Fondo de Cultura Eco­
nómica, México, 1969, p. 164.
>s K. Marx, El Capital, ed. cit., vol. I, prólogo a la primera edición, p. xiv.
w Rudolf Hilferding, El capital financiero. Ed. El Caballito, México, 1973, pp
344, 348.
Ibid., p. 378.
=s Ibid., p. 362.
38 Paul M. Swcezy, Teoría del desarrollo capitalista. Ed. Fondo de Cultura
Económica, México, 1973, especialmente los cap. xiv y xvi.
34 Hobson habla de que el “imperialismo agresivo” no sólo "alimenta las ani­
mosidades entre imperios competidores" sino que “estimula un exceso cortespon-
diente de autoconci'encia nacional” en los “pueblos demasiado extraños para ser
absorbidos y demasiado compactos para ser permanentemente aplastados", lmpe-
rialism, c it, p. 11.
26 Rosa Luxemburgo, Accumulation of Capital. Ed. Routledge, Londres, 1951;
véase especialmente la introducción de Joan Robinson, pp. 14.19. En español, La
acumulación de capital. Ed. Grijalbo, México, 1967.
38 Ibid, ed. español, pp. 281 ss.
z; Véase J. P . Nettl, Rosa Luxemburgo. Ed. Era, México, 1974, pp. 587-608.

81
13 Lenin, El imperialismo.. ed. cit., I. t, p. 695.
33 Ibid., pp. 696, 699.
*® Hobson, op. c it., p. 81.
11 Lenin, op. cit., p. 742.
32 Ibíd-
33 J. Stracbey, El fin del imperio. Ed. Fondo de Cultura Económica, México,
1974, p. 126.
Véase Barratt Brown, Después del imperialismo, donde se proporciona la evi­
dencia para estas afirmaciones.
33 H. Magdoff, La era del imperialismo. Ed. Nuestro Tiempo, México, 1969,
cap. i.
*® Paul Baran y Paul M. Swee2y, El capital monopolista. Ed. Siglo XXI, Mé­
xico, 1975, pp. 160.61.
33 Ibid., p. 13.
*» Ibid., p. 89.
3» Ibid., p. 147.
“ Ibid., pp. 153 ss.
41 K. Boulding, Disarmament and ¡he Economy. Ed. Harper & Row, 1963, p.
17; Naciones Unidas, The Economic Consequences of Disarmament, Nueva York,
1962.
43 L- C. Lewin, ed., Report from the Iron Mountain. Ed. Dial, Nueva York.
1967, pp. 67-68.
43 Isaac Deutscher, La revolución inconclusa. Ed. Era, México, 1967, p. 62.
44 E. H. Carr, “Revolution from above”. New Left Review, n. 46, 1968.
49 Citado en Baran, La economía política del crecimiento, cit., p. 311.
43 Gunnar Myrdal, Teoría económica y regiones subdesarrolladas. Ed. Fondo de
Cultura Económica, México, 1974.
4T Baran, op. cit., pp, 189-279,
49 Ibid., p. 164.
49 Véase Basil Davidson, The Liberation of Guinea. Penguin African Series,
Hermondsworth, 1968.
60 J, K. Galbraith, El nuevo Estado industrial. Ed. Ariel, Barcelona, 1971.

82
III. EL CRECIM IENTO INDUSTRIAL Y EL IMPERIALISMO
ALEMAN TEMPRANO
H A N S -U L R IC H W EHLBR

Un segundo grupo de teorías se ocupa del fenómeno del imperialismo so­


cial. Como las teorías marxistas, se concentran en los hechos que se produ­
cen dentro de los países capitalistas. Pero, a diferencia de aquéllas, tienen
poco que decir acerca del imperialismo como sistema mundial o sobre cues­
tiones económicas particulares tales como ¡a inversión del capital exceden­
te. Se centran más bien en losproblemas sociales producidos por periodos
de rápido desarrollo industrialr notablemente el aumento de los conflictos
de clases, aunque en este punto tienen importantes conexiones con la teo­
ría marxista (véase conclusión, 4). Además, algunos de los estudiosos del
tema han señalado la tensión impuesta a la estructura del Estado nacional
por este mismo proceso de desarrollo rápido. Para estos teóricos, la expan­
sión imperial debe considerarse primordialmente como un medio de hacer
frente a las crisis domésticas potenciales.
En el siguiente ensayo, Wehler trata de aplicar algunas de estas teorías
a Alemania y, en particular, a los años entre 1873 y 1896. Se trata de un
Estado en el que la primera fase de su revolución industrial fue seguida,
en las décadas de 1870 y 1880, por un periodo de crecimiento económico
mucho más irregular y por una creciente tensión social. En estas circuns­
tancias, los líderes del gobierno empezaron a preocuparse por una posible
amenaza a la posición de la jerarquía social y política tradicional, mientras
que los líderes de los negocios estaban ansiosos por volver a una situación
en la que la posibilidad de predecir y la ganancia iban de ¡a mano.
Para ambos grupos, como Wehler se propone demostrar, la única solu­
ción a su problema parecía ser proseguir el avance económico basado en
una expansión del comercio ultramarino. Ésta es, para él, la ^explicación
central de la búsqueda-de colonias por parte de Alemania en los ochentas.
En lo que no se interesa esta teoría es en la cuestión de si las políticas se­
guidas tuvieron el éxito que se deseaba; o si la expansión económica fue
suficiente para producir al mismo tiempo crecimiento y un alivio de la
tensión social. Su principal preocupación, como la de casi todos los histo­
riadores, consiste en descubrir por qué sucedieron las cosas y cuándo.

La historiografía del imperialismo necesita urgentemente teorías históricas


críticas para proporcionar análisis y explicaciones reveladores sobre los
procesos socioeconómicos y políticos que impulsaron la expansión occiden­

83
tal. Ciertamente, no faltan teorías del imperialismo, pero a menudo son o
demasiado generales o demasiado unilaterales. Además, en muchos casos no
parecen satisfacer ciertos requerimientos mínimos de cualquier teoría socio­
lógica, que debe combinar un máximo de información obtenida empírica­
mente y verificable con tanta capacidad de explicación como sea posible;
es decir, debe permitir al historiador comparar las formas modernas de im­
perialismo .1
El concepto de colonización de Herbert Lüthy, por ejemplo, parece de­
masiado general.2 Si acaso llegamos a aceptarlo como teoría, deberíamos
aislar un subsistema de su teoría de la colonización para conseguir un cua­
dro conceptualizado significativo para una discusión sobre el imperialismo
moderno.
David I-andes ha reclamado repetidamente una teoría del imperialismo
que proceda de una teoría de equilibrio general y discuta la expansión im­
perial como consecuencia de disparidades de fuerza.* Estos argumentos
conducen rápidamente a una discusión del desarrollo económico desigual
y cambio social, y parece más útil para discutir el imperialismo dentro de
ese marco más específico. U na teoría general del conflicto social, desde el
hombre d e las cavernas hasta el general LeMay, que es lo que Landes pre­
tende a largo plazo, necesita sin duda más contenido opcracional si busca
explicar un fenómeno como el nuevo imperialismo después de 1870. Esto
no quiere decir que neguemos el uso de tales conceptos generales, sino más
bien que reclamamos los elementos particulares ^jue deben combinarse.
Si indicamos el progreso tecnológico como el principal factor de expan­
sión, definiendo de tal suerte al imperialismo como una especie de inevita­
ble consecuencia “natural” de las innovaciones tecnológicas, también equi­
vocamos el camino. No hay relación causal directa entre esas innovaciones
y el imperialismo. Se podría argumentar más convincentemente que el im­
perialismo es en parte resultado de la incapacidad de las élites dirigentes
para hacer frente a los resultados económicos y sociales del cambio tecno­
lógico. O se podría sostenér, por otra parte, que el imperialismo es en parte
una reacción precisamente a la falta de esas innovaciones tecnológicas que
proporcionan algunos de los más importantes estímulos al crecimiento in­
dustrial moderno. Ello parecería tener una pertinencia directa para la ex­
pansión alemana y norteamericana de las décadas de 1870 y 1880.
La discusión del imperialismo como nacionalismo extremo recuerda los
argumentos de Friedjung, uno de los primeros historiadores continenta­
les del imperialismo.* Pero Carlton Hayes y, recientemente, Wolfgang J.
Mommsen han sostenido la misma opinión.* El nacionalismo extremo pare­
ce ser una variable extraordinariamente compleja, sin embargo, y no de­
bería ser sustituida por otra variable compleja llamada imperialismo. Ade­
más, si empleamos expresiones figurativas como "nacionalismo extremo" o
“fiebre de imperialismo", en realidad estamos hablando de los síntomas de

84
una enfermedad de la sociedad o cuerpo político. Lo que habría que hacer
ante todo sería intentar un análisis socioeconómico y político de esa socie­
dad particular antes de que podamos definir acertadamente síntomas como
“fiebre”. Esto requeriría más bien el lenguaje de la sociología y la economía
que el de la patología médica. Por último, sería ciertamente difícil descu­
brir fiebre en el proceso particular de toma de decisiones en Washington,
D. C., Berlín o Londres. Políticos responsables y profesionales como Cleve­
land, McKinley y Taft, Bismarck, Witte y Salisbury no estaban directamen­
te afectados por lo que algunos escritores han decidido llamar fiebre de
imperialismo. Como modelo explicativo, la teoría del nacionalismo extremo
resulta excesivamente estrecha.
La teoría de Schumpeter, que se centra en torno a la influencia de men­
talidades atávicas y feudales y ciertas estructuras sociales en el desarrollo
del imperialismo, es sumamente arbitraria en sus definiciones, una de las
cuales excluye a Gran Bretaña de entre las potencias imperialistas. Dentro
de este cuadro es imposible explicar un imperialismo específico como el ale­
mán, el japonés o el norteamericano. De muchas maneras sobrevalora la
errónea idea de una superestructura. Políticamente hablando, sin embargo,
podría considerarse como una especie de antiteoría contra las teorías neo-
marxístas, aun cuando distrajo a los historiadores haciéndoles apuntar sus
ataques contra las ideas y estructuras precapitalistas en vez de ayudarles a
empezar el análisis de aquellos sistemas sociopolítícos que produjeron el im­
perialismo.
Durante la última década, el proyecto cliché de la “primacía de la po­
lítica” ha sido sometido también a muchos intentos de revigorización. Como
la mayor parte de la historiografía alemana desde el último tercio del si­
glo xix, algunos autores, como D. K. Fieldhouse, han hecho del Primat
der Aussenpolitik su tópico central.* Desde el punto de vista epistemoló­
gico, su tajante distinción entre la política y la economía es extremada­
mente poco convincente con respecto a cualquier periodo, y ciertamente
con respecto a los años siguientes a la revolución industrial. En segundo
lugar, sería una difícil tarea empírica encontrar evidencia que permita ex­
plicar el imperialismo germano o norteamericano en términos de esta teo­
ría política particular. Por lo que respecta al argumento de que no hubo
cambios económicos profundos después de 1870, esta curiosa noción nace
de una falta de conocimiento de la historia económica. Las diversas revo­
luciones industriales —por ejemplo en Alemania, Estados Unidos, Bélgi­
ca y Francia— crearon ciertamente un conjunto de factores muy especí­
ficos que condicionaron los acontecimientos posteriores, entre los que el me­
nor no fue el nuevo carácter de la competencia internacional- Esto por lo
que se refiere a algunas teorías con obvias deficiencias.
Cualquier teoría del imperialismo que espera tener éxito tanto empírica
como explicativamente necesitará, a mi parecer, combinar teorías de cre­

85
cimiento económico, cambio social y fuerza política. Deberá establecer
vínculos entre los problemas del desarrollo económico inestable en los paí­
ses industriales y los cambios en sus estructuras sociales y políticas. En otro
lugar he intentado1 desarrollar en detalle tal teoría histórica del imperia­
lismo, ecléctica aunque crítica. Dos elementos de ella merecen ser discuti­
dos aquí ya que son particularmente importantes para este modelo expli­
cativo.

I. L A S C O N S E C U E N C IA S S O C IA L E S D E L C R E C IM IE N T O E C O N O M IC O
in e s t a b l e

Existe la peligrosa leyenda de que el rápido crecimiento económico promue­


ve la estabilidad social y política, inhibiendo con ello las políticas radicales
e irresponsables. La experiencia histórica ha demostrado exactamente lo
contrario, que el crecimiento rápido —y, económicamente hablando, afor­
tunado— produce problemas socioeconómicos y políticos muy agudos. Ale­
mania es un caso revelador. A-sí, tras el triunfo de la revolución industrial
(1850-73) ,8 la industrialización quedó encadenada a gran número de pro­
fundas dificultades en el desarrollo interno alemán. Hace más de un siglo,
Thorstein Veblen señaló el problema básico: la absorción de la tecnología
más avanzada por una sociedad esencialmente tradicional en un lapso de
brevedad sin precedentes hasta entonces. Y Alexander Gerschenkren pensa­
ba también en la experiencia alemana cuando propuso su teoría general de
que cuanto más rápida y abrupta es la revolución industrial en cualquier
país, más obstinados v complejos serán los problemas asociados a su indus­
trialización.8 Después de la primera fase de la revolución industrial alema­
na, siguió un periodo de industrialización intensiva, puntuado por tres de­
presiones industriales (1873-79, 1882-86, 1890-95), al tiempo que la crisis
estructural de la agricultura desde 1876 en adelante aumentaba las tensio­
nes del crecimiento económico. Para muchos contemporáneos, el cambio
social apareció como una subversión e incluso una revolución social. En
otras palabras, los problemas del crecimiento inestable, junto con sus efec­
tos sociales, fueron de inmensa importancia en el nuevo Reich. Como re­
sultado, los problemas de control social del proceso de crecimiento se vol­
vieron particularmente urgentes. El sistema de capitalismo organizado, el
“capitalismo corporativo” de las empresas de gran escala, se desarrolló co­
mo uno de los medios para traer estabilidad al desarrollo industrial. El
capitalismo organizado —como algo cualitativamente diferente del anterior
capitalismo competitivo de unidades de mediana escala— surgi ó en las dos
décadas anteriores a 1896, ese “dique entre dos épocas en la historia social
del capitalismo”, como lo llamó Schumpeter,1® de manera que es posible
caracterizar el periodo entre 1873 y 1896 como uno de crisis estiuctural
extraordinariamente difícil en el desarrollo del moderno sistema industrial.
En Alemania ese mismo periodo fue testigo del comienzo del moderno

86
I

Estado intervencionista, que buscaba controlar los problemas del desarrollo


inestable y los cambios sociales que producía. Tanto el Estado intervencio-
i nista como el capitalismo organizado consideraron que una política prag­
mática y anticíclica era un medio importante de estabilización. Ambos, por
lo tanto, concedieron una importancia decisiva a la promoción de una ofen­
siva de exportaciones y a la conquista de mercados extranjeros, bien fuera
í con los métodos del imperio informal o a través del régimen colonial di­
recto. Esto se consideraba de importancia decisiva tanto para la pros­
peridad económica como para la estabilidad social y política doméstica, por
las mismas razones que hacen que la ley de la creciente importancia del
comercio exterior durante periodos de depresión económica siga pareciendo
válida todavía hoy.
No serviría de nada imaginar un imperialismo de depresión antes de
1896 y un imperialismo de auge después. El fenómeno básico entre 1873
y 1914 fue la incapacidad de la comunidad comercial para hacer con tiem­
po cálculos racionales de las oportunidades económicas, debido a la inesta­
bilidad del crecimiento. De esa manera, el bienestar del país se hizo de­
pendiente del éxito de las expansiones formales e informales. Si aceptamos
las premisas del mismo capitalismo liberal, podríamos llamar a esto un ex-
| pansionismo pragmático que se adaptó a las necesidades de un sistema di-
| námico que “evidentemente” dependía de la extensión del mercado más
i allá de los límites nacionales,

2. E L IÍS T A U O IN T E R V E N C IO N IS T A Y E l, IM P E R IA L IS M O S O C IA L

Puesto que la preservación de la jerarquía social y política tradicional fue


| frecuentemente el motivo dominante detrás de la expansión, podemos tam-
! bién definir este expansionismo como un imperialismo social. En su fase
i militar, el gran imperio prusiano de Bismarck de 1871 fue el producto de
' la “revolución desde arriba”. La legitimidad del joven Estado no tenía ba­
ses aceptadas generalmente, ni se asentaba en un código generalmente acep­
tado de convicciones políticas básicas, como quedaría inmediatamente de­
mostrado en los años de crisis posteriores a 1873. Bismarck tuvo que hacer
frente a las diferencias sociales y políticas en la sociedad de clases cargada
de tensiones de su nueva Alemania, y para ello confió en la técnica de la
integración negativa: su método consistía en inflamar los conflictos entre
aquellos grupos supuestamente hostiles al Reich (Reichsfeinde), como los
socialistas y los católicos, liberales de izquierda y judíos de un lado, y aque­
llos grupos supuestEimente leales al Reich (Reichsfreunde). Debido al con­
flicto permanente entre estos grupos enemigos, Bismarck lograba mayorías
para su política.
El Canciller estaba también bajo constante presión para dar metas a su
Reichspolitik, y para legitimar su sistema, consiguiendo periódicamente
nuevos triunfos políticos. Dentro de una tipología de estructuras de fuerza

87
contemporáneas'íen la segunda mitad del siglo xix, el régimen de Bismarck
puede se r clasifícalo'cohio una dictadura bonapart’iía, esto es, una"estíüc~
tu ra tradicional, social y políticamente inestable que se hallaba”amenazada
por poderosas fuerzas de cambio social y político y que tenía que ser defen­
dida y estabilizada distrayendo la atención de la cuestión de la emancipa­
ción en el interior a cambio de compensatorios triunfos en el exteriorADe
esta fo rm a la represión sin disfraces se mezclaba con concesiones limitadas,
mientras que la dictadura neoabsolutista y seudoconstitucional del Can­
ciller p u d o mantenerse incluso después de que la influencia de su carismá-
tico liderazgo se hubo erosionado bajo constantes ataques. Garantizando
proteger a la burguesía de las demandas obreras de emancipación política
y social a cambio de su propia abdicación política, aplacando a la aristo­
cracia terrateniente que sufría el impacto de la crisis agraria y a los indus­
triales q u e se quejaban de la depresión y la competencia extranjera con
tarifas rápidam ente crecientes, el ejecutivo alcanzó un grado notable de
independencia política frente a los diversos grupos sociales e intereses eco­
nómicos. Y así como la expansión ultramarina, motivada por consideracio­
nes domésticas y económicas, se había convertido en un elemento del esti­
lo político del bonapartismo francés, igual Bismarck, después de un breve
periodo de consolidación de los asuntos extranjeros, vio las ventajas de tal
expansión como una respuesta a los recurrentes retrocesos económicos y a
las perm anentes amenazas directas o latentes a la estructura de poder
que él representaba. Asi fue como se convirtió en el “estadista cesarista”
alemán.1*
El p rim er imperialismo alemán puede considerarse también como la fase
inicial d e un fenómeno aparentemente contemporáneo. Habermas ha de­
m ostrado recientemente cómo, en el actual sistema occidental de capitalis­
mo regulado por el Estado, fél poder político se legitimiza principalmente
por una deliberada política dé intervención estatal que trata de corregir las
alteraciones de la economía, en particular las fallas en el crecimiento eco­
nómico, con el fin de asegurar la estabilidad del sistema social.3 La de­
m anda d e legitimación a que están sujetas estas sociedades conduce a una
situación en l a que un “programa sustituto” remplaza a la desacreditada
ideología de la economía de mercado liberal-capitalista. En consecuencia,
las élites dirigentes se ven obligadas a hacer dos cosas si quieren preservar
el sistema y sus propios intereses invertidos en él. Primero, deben asegurar
que “se m antengan para todo el sistema social condiciones favorables para
la estabilidad y que se eviten los riesgos del crecimiento económico”. Se­
gundo, deben “seguir una política de evitar conflictos concediendo com­
pensaciones, con objeto de asegurar la lealtad de las masas asalariadas”.
Así, el avance tecnológico y una tasa de crecimiento económico constante
asumen crecientemente la función de “legitimar el poder político”. Estos
problemas no tienen una importancia exclusivamente moderna. Sus géne­

88
sis históricas pueden rastrearse hasta el último tercio del siglo xcs, y en
Alemania hasta la época de Bismarck.
Puede ser revelador considerar al imperialismo alemán desde la década
de 1870, y muchas otras acciones del Estado crecientemente intervencio­
nista, como un intento por parte de sus élites diri entes de crear mejores
condiciones para la estabilidad del sistema social y económico. Puesto que
las autoridades tradicionales y carismáticas estaban perdiendo su efectivi­
dad, esperaban apaciguar así las disputas internas acerca de la distribución
del in reso nacional y del poder político, y al mismo tiempo proporcionar
nuevas bases para el predominio de un régimen autoritario y de grupos so­
ciales privilegiados centrados en torno a las élites preindustriales de la aris­
tocracia. El régimen bonapartista y dictatorial,, d e . Bismarck, junto a las
fuerzas sociales que lo apoyaban, como los últimos, exponentes de la
politik guil ennina, esperaban que el imperialismo económico y. social le­
gitimaría' su 'autoridad.' Los más agudos- observadores contem oráneos re­
conocieron muy claramente este hecho.15 Mutatis mutandis lo mismo es
válido para el efecto de la expansión extranjera de Estados Unidos en la
economía política y en la estructura de poder doméstica.14
De la consideración de estas dos cuestiones teóricas —el problema del
crecimiento económico inestable y la necesidad de un. sistema .autoritario
para légTtimáHe^uañ^oTa m cientejs^igJadjpUustrjal, erosiona su base d e ..
pOTer— "surge un punto fundamental: elJjmperiaÜTO9 ^ alemán^debe.ser„
visto 'prlmprriialipehte^cpmq result?ulo dqjfuerzás.socioeconómicas, y políti­
cas endógenas, y no como una reacrión_a presiqnes,{»ógenas, ni ..como, un,
medio para defender intercses^éxtranjeros tradicionales,15..

3. LA E X P A N S IO N C O M E R C IA L Y L A A D Q U IS IC IO N D E L IM P E R IO F O R M A L

Con respecto a la larga controversia sobre los motivos de Bismarck para


lanzaise al campo de la Weltpolitik debe señalarse un importante punto
preliminar: en la política ultramarina de Bismarck hay una. nPtable con­
tinuidad tanto”érTTas Ideas "como én_la estrategia de un expansionismo co­
mercial ‘d e'libr’e 'camKó.- Bismarck adoptó esta- política'particular* desde
1862'hasta 1898‘ porque reconoció “claramente" las cargas“ fiñañciéfasjTa5
responsabilidades olíticas y los riesgos militares implícitos en el régimen
colonial formal. Estaba profundamente influido, también, por el enorme
éxito del imperio informa británico de mediados de la era victoriana. En
los años 1884-86 no se produjo una súbita revisión de sus ideas básicas, o
un repentino cambio de posición respecto al entusiasmo por las colonias.
Hubo, sin embargo, ciertos motivos que indujeron a Bismarck a comprome­
ter durante algún tiempo al Estado en el gobierno de protectorados. Es
indiscutible que Bismarck hubiera preferido entregar esos territorios a sin­
dicatos de grupos de intereses privados como colonias comerciales, con cier­
ta forma de protección imperial débilmente formalizada. El verdadero

89
problema, por lo tanto, no lo plantea la continuidad de sus intenciones,
sino más bien las condiciones para la estrategia del imperio formal de la
década de 1880.
Bísmarck siguió su política ultramarina por motivos que permiten en
parfe"desigriárla' como expansionismo pragmático. En contraste con el tipo'
dé imperialismo determinado por ideas de prestigio, de. autoafirmación na*
cionalista, y de un sentimiento de misión, el expansionismo pragmático
nacía primordialmente de una afirmación de intereses económicos y soqío-""
políticos!" Sus' fmies "úkuñós’erán" asegurar ún "constante" crecimiento econó­
mico y estabilidad social promoviendo J a expansión como medio de pre­
servar la jerarquía~sociaT~y la estructura de poder político!" Enceste" puntó
su" afinidad con el imperialismo social resulta evidente. El^gxpansionismo-
pragmático, de* Bismarck _correspondía, perfectamente a sus actitudes con-
cemientes a la Realpolitik, que armonizaba también con laí füerzasjjenc-
radas por una economía en pennanente expansión." Bísmarck no alimentaba
ilusiones acerca de la dinámica del crecimiento moderno en la “era de los
intereses materiales”. Se expresó en estos términos desde 1848 mientras que,
casi cincuenta años más tarde, reconoció explíci amente que una tendencia
básica de su época era que la “fuerza impulsora” dé los “asuntos económi­
cos” constituía el “agente principal” del desarrollo moderno. Su nombra­
miento como primer ministro de Prusia coincidió con el triunfo definitivo
de la revolución industrial en Alemania, y desde comienzos de la década de
1860 en adelante, Bismarck siguió una activa política exterior para promo­
ver el comercio exterior de productos agrícolas e industriales. Su política
de libre comercio era un reflejo de los intereses económicos y'políticos
dominantes entonces. En el Extremo Oriente, por ejemplo, Bismarck llevó
a cabo una política de “puertas abiertas” desde 1862. Si sus propósitos se
hubieran realizado, Prusia hubiera adquirido una base allí hacia 1870,
su propio Hong Kong; solamente su tercera guerra hegemónica en Euro­
pa central impidió que este plan se realizara.
Durante más de cincuenta años, este expansionismo comercial de libre
comercio no creó problemas particulares, pero cuando la primera de las tres
depresiones industriales posteriores a 1873 afectó al país, Bismarck empe­
zó a recurrir a medidas proteccionistas. Esta tendencia se intensificó cuando
se hizo sentir el impacto de la crisis agraria a fines de la década de 1870.
Su política de una alianza conservadora (Sammlung) entre los grandes
terratenientes y los principales industriales sentó las bases para el sistema
proteccionista después de 1879. El moderno Estado intervencionista alemán
empezó su ascenso durante aquellos años. El comercio exterior fue enérgi­
camente apoyado y se coordinaron sistemáticamente las iniciativas para su
extensión. Bismarck definió su nueva política económica como una adap­
tación pragmática a la cambiante situación, y su expansionismo pragmático
fue un aspecto de la precoz política económica anticíclica del Estado. Esa

90
política influyó directamente en su actitud con respecto al impierio formal.
¿Por qué decidió a mediados de la década de 1880 que ya no era posible
optar simplemente por la expansión del libre comercio? ¿Por qué, aunque
fuese de forma titubeante, llegó a la idea de que era necesario asumir el
control territorial formal? Bismarck vio su propia política como una res­
puesta a las exigencias del sistema económico, social y político. En Alema­
nia, como en todas partes, el nuevo periodo de depresión comenzado en
1882 tuvo un efecto catalizador en las políticas imperialistas. Las medidas
proteccionistas, que habían sido consideradas el más efectivo instrumento
anticiclico, demostraron ser de poca utilidad cuando empezó la quiebra
mundial. La crisis agraria coincidía con la nueva depresión en la industria:
tanto la élite agraria como la industrial resultaron fuertemente golpeadas.
Las tensiones sociales se hicieron más agudas, el temor al “peligro rojo”
se extendió por las áreas industriales. El sentimiento de que el pais se ha­
llaba en estado de crisis se volvió cada vez más general. El régimen bona-
partista de Bismarck y su alianza conservadora se vieron enfrentados a una
dura prueba. Frente a los efectos económicos, sociales y políticos del creci­
miento económico desigual, las élites políticas de Berlín no podían perma­
necer pasivas: la expansión ultramarina fue una de las medidas adoptadas
con el propósito de aliviar la crítica situación. “El desarrollo industrial
en Alemania, que ha tenido como resultado una sobreproducción, empuja a
Alemania a buscar la adquisición de colonias” ; esta opinión del embajador
francés en Berlín era compartida por otros numerosos observadores y tam­
bién por quienes tomaban las decisiones.1"
Mientras que los representantes de los grandes intereses económicos re­
damaban urgentemente el apoyo gubernamental, Bismarck tomó enérgicas
medidas para ayudar a las industrias exportadoras. Se introdujeron dife­
rentes medidas: subsidios para lineas navieras; establecimiento de subsidia­
rias ultramarinas de los bancos; apoyo consular al comercio de exportación;
tarifas especiales en ferrocarriles y canales para artículos de exportación; tra­
tamiento preíerencial bajo la tarifa de 1879 para las industrias expor­
tadoras. Todas estas medidas deben ser consideradas en bloque con el fin
de reconocer la forma como el Estado inteivencionista se fue abriendo
camino. La política que condujo a la adquisición de colonias en Africa y
el Pacifico fue sólo uno de los métodos mediante los cuales el Estado pro­
movió el comercio exterior. Además, la importancia del hecho de que el
desarrollo económico nacional ya no se realizaba en un relativo aislamiento
—como sucedió cuando los británicos empezaron a establecer su singular
monopolio en los mercados mundiales— no debe ser subestimada. Ahora
el desarrollo iba unido a una dura competencia económica a escala mun­
dial entre varios Estados industriales, luchando cada uno de ellos con pro­
blemas y efectos de crecimiento similares. David Landes ha llamado a esta
lucha competitiva “el más importante factor” entre las precondiciones para

91
el “n u ev o imperialismo”. Resultaba inútil esperar éxito en esta lucha sin
el enérgico respaldo del Estado.”
M uy seguramente la política de “puertas abiertas” siguió siendo siem­
pre el ideal de Bismarck; pudo aún llevarla a cabo en China y en el Con­
go. Si Inglaterra y Francia hubieran garantizado el libre comercio en
África, la expansión comercial sin restricciones hubiese satisfecho los obje­
tivos económicos de Bismarck. Pero las razones esenciales que lo induje­
ron, desde 1883-84 en adelante, a aceptar una formalización gradual del
control imperial fueron dobles: por una parte las presiones internas resul­
tantes de la crisis seguían en aumento y tenían que ser reducidas; por la
otra, el fin de la era del libre comercio ultramarino parecía inminente. En
otras palabras las obvias desventajas de que el Estado representara un pa­
pel pasivo estaban empezando a superar a las igualmente obvias desven­
tajas d e una mayor actividad estatal. En África occidental parecía que
A lem ania estaba a punto de quedar en completa dependencia respecto a
las o tra s potencias coloniales con tarifas proteccionistas, incluso prohibiti­
vas. E n Sudáfrica, África oriental y Nueva Guinea, Gran Bretaña y sus
colonias parecían prontas a anexarse nuevos territorios. En Berlín se creía
que a menos que el gobierno actuase, esos rivales, con su imperialismo
“excluyente”, lograrían definitivamente la superioridad. Había un innega­
ble tem o r a ser dejados fuera del reparto. La frase de Bülow frecuente­
mente citad a de “un lugar al sol” o la de Rosebery de “establecer derechos
para el futuro” describen también una actitud que tuvo gran influencia
d u ra n te la década anterior a 1880. De manera que Bismarck cedió gra­
d u alm en te a la doble presión exterior e interior, a los amenazantes peligros
de la competencia ultramarina y al creciente deseo de dominar la crisis
cau sad a por una industrialización explosiva e inestable. Su expansionismo
buscaba proteger ventajas actuales y oportunidades potenciales de las pre­
tensiones de las potencias rivales, de tal modo que finalmente tuvo que pa­
gar el precio del dominio colonial formal.
E n diversas formas, la expansión ultramarina siguió siendo para Bis­
m arck u n a cuestión para la que no tenía ninguna respuesta rígida. Utili­
zaba ta n to métodos de libre comercio como proteccionistas, subsidios esta­
tales e intervención directa; seguía los pasos del comerciante y a veces
creaba p a ra éste zonas en las que pudiese comenzar a operar. Esta amplia
variedad de medidas de asistencia iba dirigida a un objetivo permanente:
el de asegurar, afianzar y aumentar las ventajas económicas. Había que
d efen d er las oportunidades comerciales existentes, mantener abiertas las
posibilidades futuras y por último, pero no menos importante, había que
tranquilizar a la comunidad comerciante respecto a la disposición del Es­
tado p a r a ayudarla a superar los graves problemas de la crisis. La expan­
sión e ra parte de la política económica anticíclica orientada a contrarres­
tar e l pesimismo de los años de depresión y a estimular los negocios. La

92
intención seguía siendo la misma: aliviar la presión del mercado domésti­
co extendiendo el comercio exterior, estimular un resurgimiento económico
y reducir así la tensión del sistema social y político.
Por supuesto que no hay ninguna forma empírica de deteiminar si el
apoyo estatal al comercio exterior, la protección estatal a la inversión ex­
tranjera. o la adquisición formal de colonias aliviaron en realidad las fluc­
tuaciones de la economía alemana o siquiera si condujeron a la fase de
recuperación desde 1886 en adelante. Por otra parte, está muy claro que,
de los tres métodos importantes mediante los cuales los gobiernos modernos
tratan de controlar el crecimiento económico —políticas monetarias, finan­
cieras y de comercio exterior—, los dos primeros fueran incapaces de afian­
zar la política económica de Bismarck durante el periodo de crecimiento
extremadamente inestable posterior a 1873. Puesto que el Reichsbank se
sujetaba al patrón oro, la política monetaria no podía respaldar a la polí­
tica económica. Igualmente, como no había una institución central, con­
trolada por el gobierno, a través de la cual se pudiera hacer una política
financiera nacional para influir en la economía de todo el Reich, la polí­
tica presupuestaria podía también contribuir muy poco. Así, según la opi­
nión entonces prevaleciente, el único campo de acción que quedaba en el
que las políticas anticíclicas podían operar era el del comercio exterior. £1
gobierno tomó exactamente este camino. Primero experimentó con la pro­
tección del mercado doméstico, luego se concentró cada vez más en las
promociones estatales del comercio exterior. “Si todo el pueblo alemán
encuentra que sus ropas le quedan demasiado apretadas en casa’’, dijo
Bismarck en 1884, entonces “nos vemos obligados a garantizar protección a
las iniciativas alemanas” en el extranjero .18
£1 primer Estado intervencionista alemán dio los primeros pasos impor­
tantes para someter el proceso del crecimiento económico al control social.
Las explosivas fuerzas desencadenadas por el crecimiento económico des­
igual habían demostrado ser demasiado peligrosas para poderlas dejar
durante más tiempo a la “mano invisible” descrita por Adam Smith. Henry
A. Bueck, durante treinta años director ejecutivo de la Asociación Central
de Fabricantes Alemanes y uno de los principales campeones de la alianza
conservadora, expresó un punto de vista ampliamente aceptado. “Se reco­
noce ahora generalmente que la prosperidad económica es la más impor­
tante tarea de los Estados civilizados modernos”, dijo en 1906. “La princi­
pal tarea de la política de fuerza (Grosse Politik) hoy en día es asegurar y
promover esta prosperidad bajo cualquier circunstancia.”1*
4. IM P E R IA L IS M O S O C IA L Y L A D E F E N S A D E L S T A T U S Q U O

La reveladora afirmación de Bueck nos trae a nuestro segundo problema.


No sólo el Estado intervencionista se veía empujado gradualmente a ex­
tender la interferencia estatal con el fin de garantizar el bienestar material

93
y la estabilidad social, sino que también advertía, en un momento en el
que las viejas tradiciones políticas se estaban derrumbando y la carismática
autoridad del Canciller sufría cada vez más ataques, que este vasto cam­
po de la política socioeconómica proporcionaba nuevas posibilidades para
que la autoridad tradicional pudiera ser legitimada. De igual forma, las
políticas imperialistas exitosas prometían ayudar a legitimar la autoridad
gubernamental, que estaba siendo más cuestionada cada vez. Por una parte,
el expansionismo pragmático siguió la dinámica del crecimiento económico
irregular y sirvió como un medio para proporcionar una terapia anticícli­
ca. Por la otra, asumió funciones domésticas especiales integrando fuerzas
en conflicto y distrayendo la atención de los problemas internos. De esta
forma el imperialismo actuó como válvula de escape social. Dio a Bismarck
la oportunidad de explotar el movimiento colonial para fines domésticos
y electorales y de usar los efectos unificadores de esta propaganda para
hacer frente a las graves tensiones sociales y políticas dentro del Reich. De
esta manera fortaleció también su propia posición política como dictador
bonapartista y restableció el dañado prestigio del gobierno.
El inestable crecimiento económico sucesivo a 1873 sometió a la estruc­
tura económica y política del imperio germano a constantes tensiones que
intensificaron la presión sobre el Canciller para mantener a las élites y al
pueblo satisfechos con su mandato autoritario. Desde fines de los setentas
el imperialismo social fue haciéndose cada vez más importante para él
como táctica. Esto se debió a circunstancias funcional y causalmente rela­
cionadas con los cambios socioeconómicos básicos ocurridos a partir de
1873. Seis años de la más profunda depresión económica fueron seguidos,
en 1878-79, por un enconado debate acerca de las tarifas proteccionistas,
del nuevo curso conservador del gobierno del Reich, de la purga de la bu­
rocracia liberal y de los planes para establecer monopolios estatales en la
industria. Al mismo tiempo, el Partido Liberal Nacional se desintegró,
mientras que los socialdemócratas se hacían más fuertes cada año.
Entre 1873 y 1879 todos los aspectos igualitarios de la moderna ideolo­
gía nacionalista demostraron ser ilusiones a medida que la dura realidad
de la estructura de clases de una sociedad industrial surgía en la superfi­
cie del nuevo Estado autoritario. Puesto que Bismarck y las fuerzas socia­
les que apoyaban su política habían fracasado en la tarea de instituciona­
lizar la posibilidad de esa oposición parlamentaria legítima que requiere
la estructura constitucional de cualquier sociedad industrial moderna que
pretenda estar a la altura de las exigencias de un constante cambio social,
Bismarck liberó al sistema político y social del Reich de las presiones legí­
timas para llevar a cabo reformas y modernizaciones. Sin embargo, esto
aumentó las presiones para estabilizar las estructuras tradicionales. Alre­
dedor de 1880 Bismarck descubrió el potencial de la política ultramarina,
tanto como factor integrador a largo plazo que ayudaba a estabilizar una

94
estructura de poder y social anacrónica, cuanto cebo electoral táctico. Reco­
nocía que el imperialismo podía proporcionar “un nuevo objetivo para los
alemanes” ; confiaba en “dirigir a los alemanes hacia nuevos caminos” en el
extranjero ,10 alejándolos de los muchos problemas domésticos. Así el impe­
rialismo se convertía en una fuerza integradora en un Estado reciente­
mente fundado que carecía de tradiciones históricas estabilizadoras y que
era incapaz de ocultar sus agudas divisiones de clases.
Cuando Bismarck reconoció estas posibilidades domésticas del imperia­
lismo no titubeó en explotarlas. El consenso ideológico que se había crea­
do le demostró que algunos de los necesarios prerrequisitos estaban satis­
fechos; el entusiasmo por las colonias estaba suficientemente extendido; su
atractivo potencial era lo bastante prometedor para actuar como meta y
argumento electoral; daba también suficiente margen a ilusiones y temo­
res para una propaganda bien dirigida que presentaba la política colonial
como una decisión de fundamental importancia para el bienestar material,
social y político del Reich. El creciente entusiasmo por el imperio colonial
puede seguramente ser visto como una ideología de cr'isis que canaliza
las tensiones emocionales, la histeiia y la creciente frustración —que en­
tonces, como ahora, acompañan a los periodos de depresión económica—
hacia un vago objetivo exterior. En términos de psicología social, la “fie­
bre colonial” actuó a menudo como una forma de escapismo de los pro­
blemas socioeconómicos y políticos resultantes de la transformación de
Alemania en una sociedad industrial. Los paralelos con el antisemitismo
político de los setentas, otra forma del mismo escapismo, son obvios.
Debido a los conflictos coloniales con Gran Bretaña, Bismarck propició
deliberadamente los sentimientos anglófobos. Este Englandkass era un ins­
trumento especialmente apropiado para distraer las altas presiones de los
problemas internos hacia la periferia y hacia oponentes externos, porque
Inglaterra, el poderoso rival con una ventaja casi inalcanzable en los mer­
cados mundiales, había llegado a ser vista cada vez más como un compe­
tidor contra quien era muy fácil activar antipatías. Además, en cierta
medida, la anglofobia alemana recibió la función de externar sentimien­
tos anticapitalistas dirigiéndola contra el Estado capitalista par excellence.
El mismo Bismarck pensó tal vez que sería capaz de conservar el control
de estas corrientes, pero el efecto a largo plazo de su fuerte nacionalismo
anglófobo demostró ser una pesada carga para la política alemana en 1890
y años posteriores.
Aparte de seguir las tendencias expansivas de un Estado industrial, el im­
perialismo germano sirvió también para afirmar la supremacía de las élites
dirigentes tradicionales y para preservar la jerarquía social y la estructura
de poder autoritario. Este aspecto social y doméstico del imperialismo, esta
C rimada de la constelación política interna, debe ser considerado proba-
lemente el más importante de los motivos de Bismarck (y, por lo demás,
t 95
ta m b ién de sus sucesores). Fue en esa coyuntura que la tradición de la
“revolución desde arriba” prusiana, continuada por métodos bonapartistas,
se transform ó en el imperialismo social de un Estado industrial avanzado.
Así pues, todas las políticas de la "alianza conservadora” seguidas desde
m ediados de los setentas —la política de tarifas proteccionistas, la “purifi­
cación” d e la burocracia, las leyes antisocialistas y la nueva política social,
junto con el ensayo de política anticíclica y el imperialismo— pertenecen
a un m ism o y único contexto socioeconómico y, sobre todo, político, puesto
que el gobierno pretendía no sólo restringir las dinámicas de la sociedad
in d u strial, sino también explotarlas como forma de defender el status quo
d en tro d e Alemania.
E n este caso, semejante política recordaba los trabajos de Sísifo, porque
im p licab a el esfuerzo interminable por salvar la posición política y social­
m ente am enazada de las clases dirigentes, así como la propia posición auto-
crática de Bismarck en la cima de la pirámide del poder. El propio Bis-
m arck e r a bien consciente de este aspecto. Una y otra vez describió las
funciones defensivas de sus medidas. Siempre vio claramente que el Reich
era u n a estructura muy precaria y nunca perdió su pesimismo acerca de
si serta posible estabilizarlo. Pero siguió creyendo que el Reich podía ser
asegurado permanentemente sólo si las clases dirigentes tradicionales eran
conservadas, respaldadas por una burocracia conservadora sumisa y por
un a p a ra to militar independiente del parlamento y regido por normas
semiabsolutistas. Sentía secretamente que la situación muy bien podía ser
desesperada. No obstante, pensaba que la defensa valía la pena, indepen­
dientem ente de lo que ello le costara globalmente a la sociedad. Holstein,
a p esa r de su posición cada vez más crítica respecto al Canciller, admitió
que solam ente Bismarck podía “realizar [...] la mayor de todas las tareas,
la d e fren ar la revolución” .21
S i consideramos al imperialismo como p aite integral de la lucha de Bis­
m a rc k p o r defender sus ideas de orden social y su propia posición de po­
der, entonces podremos entender su declaración al embajador en Londres,
M ü n ste r, de que “por razones internas la cuestión colonial [...] es de vital
im portancia, para nosotros”. Es bien sabido que Bismarck era muy reticente
en su empleo de téimi'nos como “vital interés”. Si decidió referirse a la
cuestión de esta forma, fue sin duda porque concedía al imperialismo una
función doméstica tan importante que consideraba que "¡a posición de
nuestro gobierno depende de su éxito”. En 1886 Herbert von Bismarck,
entonces ministro de asuntos exteriores, declaró por instrucciones de su
p ad re q u e “había sido su preocupación por la política doméstica” lo que
“h ab ía hecho esencial para nosotros” embarcamos en la expansión colonial
form al, "puesto que todos los elementos leales al Reich tienen el mayor, in­
terés en el triunfo de nuestros esfuerzos colonizadores”. Esto revela el mis­
m o vínculo del imperialismo social con la política intem a que puede verse

96
en la declaración del presidente Cleveland acerca de la expansión norte­
americana en Latinoamérica, cuando dijo que no era una cuestión de po­
lítica exterior, sino “la más clara de las cuestiones domésticas”, de cuya
solución dependía el “bienestar” de Estados Unidos .22
La política ultramarina de Bismarck era también un componente de su
política de preservar el status quo en el Estado y en la sociedad. Aunque
estaba familiarizado con el darwinismo social de su época y reconocía que
la lucha era la esencia de la política, tenía la visión de un Estado de paz
social y política definitiva, libre de conflictos permanentes. A pesar de toda
su predilección por la Realpolilih, perseguía la ilusoria utopia conservadora
de una comunidad finalmente ordenada y estática. Sin embargo, en el mun­
do industrial de permanente cambio social, difícilmente existirá ninguna
otra utopía que sea más peligrosa y más propensa a fracasar que este pro­
pósito conservador de congelar la estructura históricamente anacrónica de
ia sociedad. En una perspectiva histórica, por lo tanto, el dilema de la po­
lítica de Bismarck, así como también el de su imperialismo social, se en­
cuentra en el hecho de que sus ideas de una utopía conservadora le indu-
jeron a reaccionar a un periodo de rápido desarrollo con medidas represivas
y diversivas, mientras que una Realpolitik auténticamente realista hubiese
debido intentar mantenerse a tono con el proceso de democratización que
se acompaña —y es parcialmente causado— por el crecimiento industrial.
Como muchos otros después de él, Bismarck trató de frenar el irresistible
proceso de modernización.
Esto no quiere decir, sin embargo, que en su sistema bonapartista no se
hallasen presentes algunos prerrequisitos para un triunfo a corto plazo, en­
tre ellos una dirección capaz, una fuerte maquinaria burocrática, una in­
dependencia relativamente explícita del Canciller respecto a la sociedad y
a las influencias extremas de izquierda y derecha. Pero bóricamente, a lar­
go plazo, la política del régimen enfrentaba un problema insoluble. La
modernización parece imposible sin una transformación de la estructura
social y de las relaciones de fuerza existentes en su interior; y de igual
forma es imposible sin emancipación social y política, si se pretende con­
servar la paz dentro y fuera del pa'is. Los fatal.es efectos de la política del
gobierno, gracias a la cual se preservó el control político de las clases diri­
gentes preindustriales durante el periodo de industrialización intensiva, re­
sultaron absolutamente claros entre 1914 y 1929, cuando se derrumbaron
las viejas estructuras. Hasta entoces, aquellas políticas habían ayudado a
crear las peligrosas condiciones que permitieron al fascismo, en su forma
más radical, triunfar en Alemania.

5. IM P E R IA L IS M O S O C IA L D E S P U E S D E B IS M A R C K

Una mirada a la política alemana después de la dimisión de Bismarck


muestra la continuidad de la estrategia iniciada por él. Las bases de la po-

97
litica socialconservadora y socialimperialista siguieron siendo la alianza
conservadora entre las clases de los terratenientes y los grandes financieros
que fue una de las herencias de la depresión de 1873-79. El ministro de
finanzas von Miquel, una de las figuras más poderosas de la administración
de Guillermo II, explicó el programa de su planilla en 1897 declarando
que sólo el impen'alismo era capaz de “apartar” a los elementos revolucio­
narios y de “poner los sentimientos de la nación [...] en una base común”.
También el almirante von Tirpitz expresó una declaración clásica de los
objetivos del imperialismo social en las décadas anteriores a 1914 cuando
dijo que “en esta nueva e importante tarea nacional” del imperialismo y
“en los beneficios económicos que resultarán de ella, tenemos un poderoso
paliativo contra los socialdemócratas tanto educados como ineducados”. Xa
Weltpolitik guillermina tuvo sus más profundos orígenes en las divisiones
internas de clases que necesitaron ser contrarrestadas con un vigoroso im­
perialismo social. Sólo asi —como declaró el canciller von Büllow muy fran­
camente— podrían aliviarse las tensiones entre el Estado autoritario, la no­
bleza terrateniente y la burguesía feudalizada por una parte, y por la otra,
las crecientes fuerzas de la parlamentarización y la democratización. “Sola­
mente una política exterior afortunada puede ayudar, reconciliar, agrupar
y unificar”, escribió Bülow, quien prosiguió describiendo el imperialismo
alemán como una política tendiente a ocultar las divisiones internas distra­
yendo la atención en ultramar. En qué otra cosa, si no, podía estar pen­
sando el consejero privado von Holstein cuando, a propósito de la situación
domestica desesperadamente confusa, declaró: “El gobierno del kaiser Gui­
llermo necesita algún triunfo tangible en el extranjero que tendrá un bené­
fico efecto en casa. Semejante triunfo puede ser esperado como resultado
de una guerra europea, una política arriesgada a escala mundial, o como
resultado de adquisiciones territoriales fuera de Europa .” 23
Igual que en tiempos de Bismarck, el imperialismo social del gobierno
de Guillermo II tuvo como su más importante función la de retrasar el
proceso de emancipación social y política. Como patrón de acción política
sigue siendo de fundamental importancia para cualquier consideración de
continuidad en la historia alemana moderna. “Después de la caída de
Bismarck, hubo una creciente inclinación a neutralizar las profundas dis­
crepancias ‘heredadas’ entre la estructura social y el sistema político, el
cual apenas si había tomado en cuenta la transformada situación social
producida por la industrialización”, declaró Karl D. Bracher, el eminente
historiador de la historia alemana moderna. Y esta neutralización

fue conseguida distrayendo la presión de los intereses hacia objetivos en


el extranjero: el imperialismo social que ayudó a ocultar la necesidad de
la tan demorada reforma de la estructura intema de Alemania. Tirpitz,
en particular, comprendió el imperialismo alemán ■ —junto con su nuevo

98
instrumento de poder, la marina de guerra— en este sentido. Él, tam­
bién, iba tras una utopía conservadora, pero una en la que el lugar de
la élite industrial fuese ocupado por la burguesía acomodada y educada.
Para él, el grupo de referencia del imperialismo social había cambiado,
pero con todo esta estrategia aún ofrecía numerosas ventajas a las viejas
élites que por aquel entonces se aprovechaban de él más que la burgue­
sía. Las fuerzas motivadoras siguieron empujando la política alemana
hacia objetivos militares y anexiones durante la primera guerra mundial,
porque estas políticas también se proponían indudablemente posponer lo
más posible la tan retardada restructuración interna de Alemania. Una
\rez más, se tomó una afortunada política exterior expansionista como
sustituto para una política doméstica moderna.21
Ni siquiera la catástrofe de 1918 destruyó definitivamente la fuerza de
atracción de aquel imperialismo social que posponía la emancipación do­
méstica mediante la expansión en el extranjero. Un último esfuerzo extre­
mo se sumó, no muchos años más tarde, a la fatal continuidad de esta
política seguida desde los setentas. Si seguimos esta línea específica de des­
arrollo, el hilo rojo del imperialismo social, podremos trazar una línea que
una a Bismarck, Miquel, Bülow y Tirpitz con el imperialismo social extre­
mo de la variedad nacionalsocialista, que una vez más trató de bloquear
el avance doméstico lanzándose primero hacia la Ostland y luego hacia
ultramar, distrayendo así ia atención de la pérdida de todas las libertades
en el interior; aunque la ideología racista del fascismo alemán añadió un
nuevo elemento que a largo plazo se proponía restructurar, biológica y cua­
litativamente, toda la. historia de la humanidad futura. El atractivo de la
utopía conservadora germana siguió dominando durante cerca de setenta
años.
Por más largo y tortuoso que pueda haber sido el camino que condujo
desde Bismarck a Hitler, el fundador del Reich resulta ser el responsa­
ble de un cambio de política, o al menos de legitimar una política, cuya
última y fatal consumación, en nuestros días, ha sido demasiado obvia.26

• D IS C U S IÓ N

¿Qué tipo de teoría es ésta? Se le hicieron a Wehler muchas preguntas


acerca de la naturaleza de su “ecléctica” teoría. JJna de ellas se refirió al
status de los distintos factores existentes en ella: económicos, sociales y po­
líticos. ¿Variaba su importancia según las circunstancias? ¿ O predominaba
siempre el factor económico? En respuesta, Wehler declaró que en una
teoría de ciencia social no es necesario especificar el peso de los diferentes
factores. Lo que él hizo fue combinarlos en forma bastante amplia para
producir una fórmula capaz de ser aplicada en general. El peso de los dife-

99
rentes factores es diferente en diferentes momentos y sólo puede averiguarse
m e d ia n te la investigación empírica. El problema de los motivos de expan­
sión im perial es demasiado complejo para ser encerrado en un estrecho
a rg u m en to económico. Es necesario estudiarlo en varios niveles interrela­
cionados.
S e le preguntó a Wehler por qué no combinó los cuatro factores econó­
m icos m á s importantes -—el rápido crecimiento partiendo de una posición
de atraso, el crecimiento inestable, la importancia del comercio exterior y
la im portancia de la creciente competencia internacional— en una teoría
eco n ó m ica general. Wehler replicó que el rasgo dominante del periodo en
discusión era el de un crecimiento inestable con muchas recestones. Esto
es algo acerca de lo cual los modelos estáticos empleados por los economistas
no tien en nada que decir. Es también algo que debe ser aislado para dis­
cutirlo en particular.

¿Es universal esta teoría? Varias personas preguntaron si la teoría podría ser
a p lica d a a otros países además de Alemania. Wehler respondió diciendo
que, en su opinión, ciertamente se aplicaba a Estados Unidos. Este país,
com o Alemania, experimentó dos depresiones en la década de 1880. Hubo
otra m á s entre 1893 y 1896 que frrodujo lo que el historiador norteamericano
R ic h a r d Hofstadter llamó “la crisis psíquica de los noventas”. Cierto nú­
m ero d e fenómenos diferentes — la aparición de ”ejércitos” de desemplea­
dos, el surgimiento del populismo, el casi total control de la American
F ed era tio n of Labour por los socialistas en 1894— produjo un sentimiento
general de alarma basado en la creencia de que las fuerzas sociales que
operaban en el sistema político norteamericano y que determinaban la cul­
tura política norteamericana estaban cambiando a una velocidad peligrosa.
L o s diarios personales de diversos ministros del gabinete y otros consejeros
presidenciales revelan que esta situación se tomaba muy seriamente en
W ashington. En opinión de muchos, la revolución social sólo podría evi­
tarse m ediante alguna especie de alivio externo. Esto, a su vez, condujo a
u n a “política de crisis” basada en la extensión del imperio informal norte­
am ericano en el Oriente.
W ehler pensaba también que un modelo similar podría emplearse para
exp lica r la expansión francesa bajo Napoleón I I I y la expansión rusa hacia
el E ste en la década de 1880.

C recim iento inestable, tensión social y expansión. Se solicitó a Wehler


que explicara los vínculos existentes entre los esfuerzos por hacer frente a
ciertos urgentes problemas sociales domésticos y el argumento de que es
necesaria la expansión ultramarina. Replicó señalando varios puntos cus­
ía dos. Uno se refería a Estados Unidos, en donde los políticos están muy
conscientes de que el correcto funcionamiento del sistema político depen­

100
de del bienestar económico. En opinión de éstos, ese bienestar sólo puede
obtenerse mediante una expansión del comercio exterior. Igualmente, en
Alemania, sus propias investigaciones en los archivos de Bismarck le re­
velaron que el Canciller estaba mucho mejor informado acerca de cues­
tiones económicas de lo que suponía la mayor parte de la gente. Duran­
te un periodo de tiempo muy largo estuvo recibiendo una carta quincenal
de su banquero conteniendo información detallada sobre los altibajos de
la economía. Posteriormente, h.ubo gran presión a favor de la expansión
por parte de la comunidad financiera, en la que las depresiones de las
décadas de 1870 y 1880 tuvieron efectos sensibles. Esta presión fue parti­
cularmente fuerte por parte de aquellos industriales que habían sido los
líderes en la primera etapa de industrialización — algodón en Estados Uni­
dos y Gran Bretaña, hierro y acero en Estados Unidos y Alemania— pero
que ahora tendían a rezagarse. Los intereses norteamericanos del hierro y
el acero, por ejemplo, fueron los que apoyaron la expansión hacia América
Latina y el norte de China.

Las ventajas de la expansi'ón ¿son ilusión o realidad? Se formularon mu­


chas preguntas acerca de la verdadera naturaleza de las ganancias obte­
nidas con la expansión comercial. Wehler replicó diciendo que sólo era
posible responder respecto a cada industria por separado. También era
necesario observar la forma como las industrias particulares podían traba­
jar a toda su capacidad y así mantener sus precios en el mercado domésti­
co enviando sólo una pequeña proporción de sus productos a los mercados
extranjeros. Esto está bien ilustrado en el estudio de IV. A. Williams sobre la
agricultura norteamericana a fines del siglo xd c .
Sin embargo, también es cierto que en algunos casos la expansión ultra­
marina se basaba en una ilusión. En el caso de Alemania, por ejemplo,
había exageradas esperanzas de encontrar un gran mercado africano, es­
peranzas que en su mayoría no se realizaron. Otra pregunta relacionada con
ésta concernía a ¡a medida en que hombres de Estado como Bismarck com­
partían esta ilusión o simplemente la utilizaban para sus propios fines.
Wehler dijo que esto era difícil de responder, pero que en su opinión
Bismarck no la compartía. Ciertamente, había evidencia que demostraba
que Bismarck comprendía que el mercado africano necesitaría veinte o
treinta años para poder ser explotado. También era necesario señalar que
Bismarck estaba muy influido por la creencia de que era vital establecer
derechos para el futuro, que las grandes potencias estaban empeñadas en
algún tipo de carrera cuyo resultado determinaría su futuro durante mu­
chos años. Así pues, había poderosas razones para lo que se ha llamado
imperialismo “excluyente
£1 éxito del imperialismo social. Por último, se señaló que en el siglo xix

101
se recurrió con frecuencia a una política de imperialismo social como un
medio para prevenir que la conciencia de la clase obrera evolucionase hacía
un movimiento revolucionario. Hubo muchos ejemplos de esto en Inglate­
rra y en otros países. Pero ¿puede explicarse el éxito de esta política sólo
en términos de la creación de un sentimiento ideológico nacional detrás de
las tendencias colonialistas? ¿O se beneficiaba objetivamente la clase obre­
ra de esa política? En respuesta Wehler afirmó que, por la razón que fuese,
la política de Bismarck de procurar contener la fuerza de los socialdemó-
cratas mediante un énfasis en la expansión ultramarina resultó fatalmente
afortunada. A principios de siglo la mayor parte de los socialdemócratas
aceptaban el hecho de que Alemania poseía colonias y que la clase obrera
derivaba algunas ventajas de ello. Esto dejaba solamente un pequeño gru­
po de opositores radicales como Rosa Luxemburgo para seguir manifestan­
do una protesta continua contra la política colonial alemana.

NOTAS
I La siguiente discusión está basada parcialmente en H. U. Wehler, ed., Impe­
rialismos (Colonia, 1970), pp. 11-36. Yo definiría el imperialismo como el domi­
nio directoformal e indirecto-informal de los países industriales sobre regiones sub-
desarrolladas.
* H. Lüthy, “Colonization and the making of mankind”. Journal of Economie
History, 21, 1961.
3 D. Landes, “Some thoughts on the nature of economie imperialism”. Journal
of Economie History, p. 21, 1961.
* H. Friedjung Das Zeitalter des Imperialismos, Berlín, 1919.
5 C. Hayes. A Generation of Materialism, Ed. Harper Row, Nueva York, 1941,
1966, pp. 216-29; W. J. Mommsen, La ¿poca del imperialismo, Ed. Siglo XXI,
Madrid, 1971.
® D. K. Fieldhouse, “Imperialism”. Economie History Review, 14, 1961.
T Sf. H. -U. Wehler, Birmarck und der Imperialismos (Colonia, 1970) ; también
H. -U. Wehler, “Bismarck’s Imperialism 1862-90”, Past and Present, n. 48, agosto
de 1970; partes de la siguiente discusión están basadas en ese artículo. Deseo agra­
decer por ello a los editores. Teoría histórica se emplea aquí en el sentido del
“principia media” de J. S. Mili o las nociones de teoría de C.- Wríght Mills o la
definición de J. Habermas.
8 La revolución industrial se define aquí en un sentido económico muy restrin­
gido (ingreso per capila. tasas de crecimiento de industrias estratégicas, porcenta­
je de inversión neta); cf. H. -U. Wehler, ' 'Theorie-probleme der modernen deuts-
chen Wirtschaftsgeschichte 1800-1945”. Festchrift fas H. Rosembtrg, Berlín, 1970.
* A. Gcrscbenkron, Economie Backwardness in Historícal Perspective. Harvard
University Press, Cambridge, Mass., 1962.
10 J. A. Schumpeter, The Theory of Economie Deoelopment. Harvard Univer-
sity Press, Cambridge, Mass., 1961, p. 67.
11 H. Gollwitzer, “Der Cásarismus Napoleons III”. Historische Zeitschrift, 173,
1952, p. 65.
II J. Habermas, Technik u. Wissenschaft ais Ideologie. Prankfurt, 1969.
13 Ibid., pp. 76 ss.; cf. Wehler, Bismarck, passim. Weber, Hilferding, Hobson,
Bauer y Lenin vieron hace mucho tiempo, por supuesto, este efecto legitimador
del imperialismo.

102
11 Cf. W. A. Williams, The Roots of the Módem American Empire, Ed. Ran-
dom House, Nueva York, 1969; W. LaFeber, The Neto Empire, Comell University
Prest, Itbaca, 1963; T. McConnick, China Market, Ed. Quadrangle, Chicago, 1967.
le
11 Contra Gallagher y Robinson, cf. mis argumentos en Past and Present, n. 48.
1884.
Documentt Diplomatiques Froncáis, 1 $er., v, P- 427, 28 de septiembre de
17 D. S. Landes, The Unbeund Prometheus. Cambridge University Press, Cam­
bridge, 1969, p. 240.
Bismarck al Comité del Presupuesto del Reichstag, 23 de junio de 1884, Akten
des Reichstags, vol. 2621, 186, Deutsches Zentralarchiv i, Potsdam.
*• H. Kaelble, Industrien» Interessenpolitik in der wilhelminischen Gesellschaft,
1894-1914. Berlín, 1967, p. 149.
*° M. v. Hagen, “Graf Wolff -Mattemich über Haldane". Deutsche Zukunft 3,
1935, p. 5 (Mettenüch citando a Bismarck).
2271 F. v. Helstein, Die Caheimen Papiere. Gottingen, 1957, 11, p. 181.
Grobbe Politi k der Europñisehen Kabinette, lv., p. 96. H. v. Bismarck a
Plessen, 14 Oct. 1886, Reichskolonialamt, vol. 603, pp. 21-29, Deutsches Zentra­
larchiv t; K. v. Rantzau an Auswártiges Amt, 29 de septiembre de 1886, ibid. 13;
G. F. Parker, Receileetions of C. Cleveland, Nueva York, 1909, p. 271.
5* Miquel, citado por H . Bdhme, Deutschlands Weq tur Crobmacht, Colonia,
1966, p. 316; A. v. Tirpitz, Erinnerungen, Leipzig, 1920, p. 52; Bülow, citado por
J. Rehl, Deutschland ohne Bismarck, Tiibingen, 1969, p. 229; cf. Bülow, Imperial
Germany, Londres, 1914 y la excelente d scusión sobre el tema en el brillante libro
de Hugh Stretton; The Political Sciences, Londres, Routledge, 1969, pp. 77-88;
Holstein, citado por Wchler, Bismarck, p. 499.
24 K. D. Bracher, Deutschland ztoischen Demokratie und Diktatur, Munich, 1964,
p. 155, e "Imperialismos”, en Bracher y E. Fracnke!, eds., Internationale Beziehun-
gen, Frankfurt, 1969, p. 123.
25 H. Rothfeis, "Probiemc einer Bismarck-Biographie”. Deutsche Beitrñge, 11,
Munich, 1948, 170.

103
IV . A LGU NAS TEORIAS AFRICANAS Y TERCERMUNDISTAS
S O B R E E L IM PERIALISM O
T H O M A S H O D G K IN

C asi todas las obras sobre teoría del imperialismo existentes en Occidente
son eurocéntricas en dos aspectos importantes: están escritas por europeos
y, en su mayor parte, tratan de las economías, las sociedades, los sistemas
políticos de los Estados europeos. En el siguiente ensayo, Thomas Hodg-
kin trata de de restablecer el equilibrio insistiendo en las contribuciones he­
chas a la teoría por autores no europeos desde el siglo xix en adelante.
S i bien la mayoría de aquellos cuyas ideas describe pertenecen, en forma
m u y amplia, a la tradición marxista-leninista, difieren de ella en numero­
sos e importantes aspectos. Uno de ellos es su énfasis en el relativismo cul­
tural: la imposibilidad de tratar de clasificar las sociedades en alguna es­
cala de “superioridad" e "inferioridad"; otro es la importancia que conceden
a la división creada entre europeos y no europeos por la misma experiencia
colonial, por el hecho de que uno fue el colonizador y otro el colonizado.
P ero existen importantes implicaciones también para otros tipos de teo­
ría. Estos autores están convencidos de que cualquier teoría general debe
conceder un papel vital al efecto del imperialismo en las sociedades no
europeas. También aquí insisten en que la relación entre colonizador y co­
lonizado se defina no sólo en términos económicos, sino también con res­
pecto a las actitudes y creencias sociopoliticas e ideológicas de las que va
inevitablem ente acompañado.
En este ensayo me propongo discutir una pequeña muestra de las teorías
del im perialismo que han sido desarrolladas por sus consumidores, o vícti­
m as, primordialmente en África, pero en cierto grado también en otras re­
giones d el tercer mundo. Deseo considerar particularmente si es que hay
ternas constantes en los escritos de aquellos teóricos de los siglos xix y xx
q u e se h a n interesado por el fenómeno del imperialismo y han tratado de
explicarlo. También deseo considerar cuál es la importancia de sus ideas
p a r a u n intento de construir una teoría general. He elegido este tema en
p a r te porque creo que existe aún una fuerte tendencia entre los occidentales
a ig n o rar, o subestimar, o malentender las contribuciones no occidentales a
é s te y otros campos del pensamiento político y social.
1. L O S AUTO RES DE LAS TEORIAS

E n p rim e r lugar, debo decir algo acerca de las personas cuyas ideas me pro­
pongo discutir. Aunque mi punto de partida es el pensamiento político afri­

104
cano, hay un sentido obvio en el cual, cultural e intelectualmente, África
forma un continuum con las Indias Occidentales y la América negra en
una dirección y el más amplio mundo islámico en la otra. De modo que
parecería razonable, y aun esencial, en una discusión de este tipo, tomar
también en cuenta las teorías de Edward Blyden y Marcus Garvey, Armé
Césaire y Frantz Fanón, Jamal al-din al-Afghani y Sultán Galiyev, en­
tre otros. Históricamente, estos teóricos pueden ser considerados como per­
tenecientes a tres periodos distinguibles a grandes rasgos: la fase de ex­
pansión imperial de fines del siglo xrx; la fase de 1900-45 de dominación
colonial parcialmente efectiva; y la fase posterior a 1945 de surgimiento
de movimientos nacionalistas y descolonización parcial. Aunque, a mi jui­
cio, hay ciertos temas comunes en sus escritos, naturalmente todos ellos
fueron muy afectados en sus actitudes ante el fenómeno del imperialismo
y su manera de explicarlo por las muy diferentes situaciones históricas en
que cada uno de ellos se encontraba individualmente. Si presto particular
atención aquí a las ideas de un grupo de africanos occidentales con base
en el París del periodo entre las dos guerras —'T ovalou Houénou, Lamine
Senghor, Garan Kouyaté y Emile Faure— se debe en parte a que consi­
dero sus ideas de un gran interés intrinseco, y en parte a que recientemente
han sido el tema de un excelente y detallado estudio a cargo del doctor
James Spiegler, a quien es mucho lo que yo debo.1
Tal vez debo añadir que, al hablar de "teorías” y "teóricos” del impe­
rialismo, no pretendo sugerir que aquellos cuyas ideas discutiré las hayan
presentado necesariamente en una forma organizada y sistemática. En mu­
chos casos sus opiniones se manifestaron en trabajos polémicos y de pro­
paganda, en artículos periodísticos, discursos, conferencias e informes rela­
cionados con problemas contemporáneos inmediatos. Lo que los distingue,
a mi parecer, es que fueron agudamente conscientes del moderno impe­
rialismo occidental como de un fenómeno global relativamente nuevo y muy
importante históricamente, que debía ser entendido, ante todo, para poder­
lo así resistir, modificar o transfoimar más efectivamente. En esto difieren
de aquellos que siguieron empleando categorías de explicación tradiciona­
les, quienes, por ejemplo, vieron la ocupación de Seketo por los cristianos
en 1903 como un suceso histórico comparable con el saqueo de La Meca
por los qarmatos en 930 o el derrocamiento del califato abbasí y el
saqueo de Bagdad por los mongoles en 1258.a

2. EL PROPÓSITO D E LAS TEORÍAS

¿Cuál ha sido, pues, la contribución especifica de los teóricos africanos y


del tercer mundo al esfuerzo de construir una teoría general del imperia­
lismo? Una forma de encarar el problema es considerar las respuestas que
han dado a cuestiones particulares dentro de este campo de investigación
particular. U na de tales cuestiones —quizá la más básica— es: ¿De qué

105
debe tratar una teoría del imperialismo? ¿Q ué debe pretender explicar?
Acerca de esto parece haber un claro consenso. Una teoría del imperia­
lismo debe tratar de explicar, primero: ¿Cómo surgieron las relaciones
particulares de dominación y sometimiento entre las sociedades “occiden­
tales”, industrial y tecnológicamente avanzadas, y las “no occidentales”,
industrial y tecnológicamente atrasadas, que a grandes rasgos se habían
establecido ya para fines del siglo xix? ¿En qué aspectos el moderno im­
perialismo occidental difiere de otros procesos constructores de imperios en
otras situaciones históricas? Segundo, ¿cuáles han sido los principales efec­
tos del imperialismo occidental, y de los sistemas coloniales y semicolonia-
les que originó, en las sociedades de colonizadores y colonizados, los pue­
blos dominantes y los sometidos, y en la situación general del mundo?
Tercero, ¿cómo puede todo este sistema de relaciones, y las actitudes que
surgen de él, ser abolidos o transformados? ¿Cuáles son los problemas bá­
sicos de la liberación, de la descolonización, y cómo pueden ser resueltos?
Al llegar a este punto vale la pena hacer tres observaciones. Una, ya
señalada, es la necesaria importancia dada por casi todos estos autores a la
relación entre teoría y práctica. Esto resulta evidente ya en el enfoque de
un teórico del siglo xtx como Afghani, quien plantea su problema central
muy simplemente: “ ¿Cuál es la causa de la pobreza, indigencia, indefen­
sión y angustia de los musulmanes y hay una cura para este importante
fenómeno y gran desdicha o no?”3 (Una excepción a esta generalización
es el blyden tardío, que llegó a aceptar una creencia casi hegeliana en el
artificio de la razón histórica que aseguraría que, como el tráfico de escla­
vos, el imperialismo occidental contribuiría a la eventual regeneración y
renacimiento de los pueblos africanos y la raza negra.)4 Para pensadores
del periodo del auge imperialista como Lamine Senghor y Kouyaté, y
por supuesto para la generalidad de los teóricos posteriores a 1945, el pro­
pósito de comprender el imperialismo se concibe, esencialmente, como el
de acabar con él
Segundo, de este punto de vista acerca de lo que se supone que trata
una teoría del imperialismo se desprende que cualquier teoría que se inte­
rese solamente en algunos aspectos limitados de las cuestiones a que me he
referido, es necesariamente inadecuado. Por ejemplo, las teorías que se in­
teresan exclusivamente en la génesis histórica del moderno imperialismo
occidental, o en los mecanismos de control y los cambiantes esquemas de
relaciones entre los dominadores imperialistas y los grupos indígenas cola­
boracionistas, y que no toman en cuenta las consecuencias sociales del im­
perialismo (tanto para los colonizadores como para los colonizados) o los
problemas de la liberación y descolonización, son consideradas (desde el
punto de vista de la mayoría de los teóricos tercermundistas), a lo sumo,
muy parciales e incompletas y, en el peor de los casos, modos de justificar
el proceso de construcción del imperio y del orden colonial o poscolonial.

106
Esto no quiere decir, por supuesto, que los teóricos tercermundistas no se
interesan en tales cuestiones limitadas —a partir de Afghani se ha escrito
mucho sobre el papel de los grupos colaboracionistas— sino solamente que
su primera exigencia respecto a una teoría del imperialismo es que debe
ser, en este sentido, global.
Un tercer punto, vinculado en cierta forma con el anterior, es que, com­
prensiblemente, los teóricos tercermundistas no se han interesado por lo ge­
neral profundamente en aquel grupo particular de problemas por el que
se han preocupado los autores occidentales, tanto maixistas como anti­
marxistas: ¿Cuál (para decirlo crudamente) fue la naturaleza de los im­
pulsos, o contradicciones, o cambios estructurales en los países capitalistas
avanzados, o en el mundo occidental en general, que generaron, o contri­
buyeron a generar, el moderno imperialismo occidental? Casi todos ellos,
me parece, han afirmado o supuesto que esos impulsos surgieron directa­
mente de los intereses de las clases dirigentes en los países avanzados, tan­
to si el interés era el pillaje, o las materias primas, o los mercados, o la
inversión, u oportunidades para la burguesía, o la gloria militar para los
oficiales del ejército, o diversas combinaciones de algunos de éstos en di­
ferentes momentos históricos. Hay algunas excepciones a esta generali­
zación. Algunos, como Nkrumah en sus comienzos, adoptaron en lo esen­
cial una posición leninista.* Abdoulaye Ly, en su libro Les masses africai-
nes et l'acttielle condition humaine, realiza un interesante análisis sobre las
raíces del imperialismo siguiendo líneas similares por lo general a las de
Rosa Luxemburgo.® Pero, por lo común, estos teóricos han estado mucho
más interesados en el imperialismo occidental como un fenómeno en el
mundo africano, o islámico, o en el tercer mundo, o incluso en la historia
mundial, y particularmente en el problema de explicar su arrollador triun­
fo global y la peculiar vulnerabilidad de sus propias sociedades no occi­
dentales en el contacto histórico de fines del siglo xix. En un nivel esto
puede explicarse, como insistía constantemente Afghani, en términos de la
correlación entre el poderío político y militar y el dominio de la ciencia
y tecnología modernas:
Ahora [1882], los europeos han puesto sus manos en todas partes del
mundo. Los ingleses han tomado Afghanistán; los franceses se han apo­
derado de Túnez. En realidad esta usurpación, agresión y conquista no
han venido de los franceses o los ingleses. Más bien es la ciencia la que
manifiesta dondequiera su grandeza y poderío. La ignorancia no tiene
más alternativa que postrarse humildemente ante la ciencia y reconocer
su sumisión.
En realidad, la soberanía no ha abandonado nunca la morada de la
ciencia. Sin embargo, este gobernante, que es la ciencia, cambia conti­
nuamente de capital. A veces se ha trasladado del Este al Oeste, y otras
veces del Oeste al Este.1

107
P ero esto simplemente pone el problema de la explicación un escalón más
a trá s. ¿C óm o se puede explicar el relativo atraso científico y tecnológico
del m u n d o no occidental en esta situación histórica? Para Afghani un fac­
to r prim ordial era la incapacidad de la intelligentsia (en la sociedad mu­
su lm a n a , la conservadora ulama) y el sistema tradicional de educación.
“ ¿A caso no es una falta para un sabio perspicaz [...] cuando el mundo ha
c a m b ia d o de un estado a otro y é! no levanta su mano desde su sueño ne­
g lig en te?” 8 Otros estaban interesados en las contradicciones internas de las
sociedades africanas —o del tercer mundo— en ese periodo, y la medida
en q u e éstas ayudaron al proceso de penetración imperialista, y por ello
com enzaron a explorar cuestiones a las que ahora ha regresado la moderna
g en eració n de historiadores. Kouyaté, por ejemplo, recalcó en este contexto
la im portancia de las divisiones políticas intemas africanas.
T a l desunión frente a la solidaridad colonialista de la Europa imperia­
lista en el siglo xix condujo a África a su actual situación [...] Si Sa-
m ory Touré, Behanzin, Rabat [Rábih], Albouri N’Diaye, Ahmadou Cheik-
h o u , Babemba Traoré y otros reyes africanos cayeron en defensa de su
país, fue porque estaban desunidos. Ciertas necesidades de nuestras gue­
rra s nacionales, alentadas y explotadas por esclavistas e imperialistas euro­
peos, pudieron en ocasiones perjudicarlos a los ojos de las masas*

3. CARACTERÍSTICAS DE LA EPOCA DEL IMPERIALISMO

U n a segunda cuestión, relacionada con la anterior, es si realmente ha habi­


d o u n a “época del imperialismo”, una era colonial, en cualquier sentido
inteligible del término y, en caso afirmativo, cuáles han sido sus caracte­
rísticas propias. Parece haberse convertido en una moda entre algunos aca­
d ém ico s occidentales considerarlo un concepto vacío. Los teóricos del con-
sum ism o, por otra parte, particularmente quienes vivieron y experimentaron
la fase del auge imperialista, parecen no haber dudado nunca de la
ex isten cia de una realidad correspondiente a la idea. Aunque el pro­
b le m a de distinguir periodos históricos no era una de sus principales
preocupaciones, ellos aceptaban ampliamente, a mi juicio, que algunos cam­
bios fundamentales en las relaciones entre las sociedades occidentales y sus
p ro p ia s sociedades se produjeron a fines del siglo xix, o a comienzos del
x x , y que esos cambios poseían cierta coherencia; en verdad, tal como ellos
los entendían, eran aspectos de una estrategia general de las potencias im­
perialistas. Los cambios que consideraban como particularmente significa­
tivos eran en su mayor parte los más obvios: la eventual derrota de los
m ovim ientos de resistencia militar y política; la eliminación física, median­
te deportación, encarcelamiento, ejecución, etcétera, de los dirigentes que
n o colaboraban o resistían; el constante proceso de “pacificación”, esto es,
de operaciones militares contra movimientos de resistencia; la imposición

108
gradual de una red administrativa colonial, una jerarquía de dirigentes asa­
lariados extraidos de la burguesía metropolitana, que disfrutaban de una
amplia gama de poderes en relación a la población indígena; el desarrollo
de sistemas paralelos de control de su vida comercial y cultural, a través de
compañias extraterritoriales, misiones, etcétera; la construcción de un cua­
dro de instituciones (por ejemplo, el Indigénat en los territorios franceses)
destinadas a preservar el dominio europeo durante un periodo indefinido;
la organización de un sistema de grupos colaboracionistas, formado por
jefes, marabovts, elementos de la burguesía y la pequeña burguesía (donde
éstas existían) ; el bloqueo, en la medida de lo posible, de los canales de
comunicación precoloniales a través de las fronteras coloniales; la elabo­
ración de una ideología del imperialismo destinada a explicar y justificar
la nueva estructura de relaciones sociales y políticas y las nuevas formas de
poder europeo, y la penetración de esta ideología, y las actitudes racistas
asociadas con ella, en la propia sociedad colonizadora.
Los teóricos africanos que escribieron durante la “época del imperialis­
mo” y que eran capaces de una visión retrospectiva, no dudaban por lo
general de que habían entrado en una nueva fase de la historia: que vivir
en el Sudán angloegipcio era muy diferente a vivir en el Sudán del ca­
lifa; que vivir en el Dahomey francés era muy diferente a vivir en el
Dahomey de Behanzin; que vivir en Rhodesia del Sur era muy diferente
a vivir en el Estado Ndbele de Lobengula. Quienes vivieron y escribieron
en un periodo algo anterior, a finales del siglo xix, muestran diferencias
en la medida en que captaron la naturaleza de los cambios que se estaban
produciendo. En parte, es la relativa claridad de sus percepciones lo que
hace de Afghani un escritor tan interesante. Pero ya en 1885, en la con­
clusión de la Conferencia de Berlín, el Lagos Observer describió el proceso
de repartición imperialista en radicales términos nacionalistas:
Quizá el mundo nunca presenció hasta hoy tan inconsiderado despojo en
tan gran escala. África es impotente para evitarlo [...] Está escrito que
este negocio “cristiano” sólo puede acabar, en fecha no lejana, con el
aniquilamiento de los nativos.10

Sin embargo, esos teóricos eran perfectamente conscientes del aspecto de


continuidad tanto como del de cambio. Percibían, y ciertamente señalaron,
las vinculaciones históricas entre las viejas formas de dominación occiden­
tal, ascendencia, influencia, presión, explotación, etcétera, combinadas con
una anexión limitada, y el nuevo modelo de imperialismo, del que la ex­
presión más típica, por lo que concernía a África, era el establecimiento
de sistemas coloniales organizados. La “época del imperialismo”, afirmaban,
debe ser entendida simplemente como la fase más reciente en todo el pro­
longado proceso histórico mediante el cual las naciones europeas utilizaron
su superior tecnología y su poderío militar para esclavizar y subyugar a los

109
pueblos no europeos para su propio enriquecimiento. Pusieron particular
interés en recalcar las semejanzas entre los supuestos subyacentes al moder­
no imperialismo y el tráfico europeo de esclavos, a consecuencia del cual:
£1 desarrollo de los pueblos africanos fue bruscamente interrumpido y su
civilización {que, en muchos lugares, había alcanzado un grado muy
avanzado) fue completamente destruida. Estas naciones fueron luego de­
claradas paganas y salvajes, una raza inferior, destinada por el dios cris­
tiano a ser esclavas de los superiores europeos.11
Estaban muy interesados también por la forma como el nuevo modelo
se había desarrollado a partir de los imperios europeos “informales”, los
cuales (al menos en lo concerniente al África costera occidental) habían
venido operado en una u otra forma desde finales del siglo xv. De ahí su
interés en la alianza, o asociación de trabajo, según ellos la velan, entre
los misioneros europeos, el comerciante, el político-diplomático y el militar
{o aventurero) •—que de por sí tenía antiguas raíces— y en el papel que
éstos representaban en el establecimiento de sistemas coloniales.12 (Com-
Í iárese la observación frecuentemente citada de Charles Domingo acerca de
os lazos entre “cristiandad”, “europeidad” y capitalismo en el contexto
del Nyasaland colonial.)13
Quizá deberíamos incluir otro inciso en este punto para aclarar que el
concepto de “época del imperialismo”, tal como lo emplean o asientan im­
plícitamente los teóricos africanos o del tercer mundo, es enteramente com­
patible con la noción de desarrollo desigual y fases superpuestas (discuti­
do por BaiTatt Brown, entre otros).11 Es decir, que no hay nada en esta
concepción que haga que resulte extraño c inexplicable que una forma
rudimentaria de sistema colonial se estableciera en la costa de Argelia,
por ejemplo, en fecha muy anterior que en Marruecos; o que algunos Es­
tados, como Etiopía, quedaran durante la mayor parte de la “época del
imperialismo” en una relación casi colonial con un consorcio de potencias
europeas, y que sólo durante un periodo relativamente breve se vieran so­
metidos al dominio colonial formal de una sola potencia; o que coexistie­
ran en la misma región geográfica y durante el mismo tiempo cronológico
(por ejemplo, África noroccidental a principios de los veintes) constantes
movimientos de resistencia a la “pacificación" colonial, una monarquía
precolonial parcialmente fosilizada dentro de un aparato admin'istiativo
colonial bastante típico, y un movimiento insurreccional popular que inten­
taba establecer -—y durante algún tiempo estableció realment — un moder­
no Estado republicano independiente (la República del Rif). Ciertamente
hay un sentido en el que es posible decir que la descolonización estaba ini­
ciándose ya antes de que las potencias imperialistas lograsen imponer sus
sistemas coloniales. Sin embargo, esto no hace ocioso el concepto de “épo­
ca del imperialismo”.

110
Una cuestión muy grave que surge en relación a esto es: ¿Tienen estos
teóricos una opinión clara, o compartida, acerca de las características pro­
pias del imperialismo, acerca de lo que constituye una “situación colonial"
o una “relación colonial”? Claro está que todas las relaciones de dominio y
sometimiento entre Estados, o sociedades, en la época del imperialismo no
pueden ser descritas de esa manera. Respecto a esto, a mi juicio, existen
diferentes opiniones. La posición de Fanón es interesante, en parte porque
desarrolla ideas que se encuentran en los escritos de generaciones anterio­
res de radicales de habla francesa del tercer mundo. Fanón parece definir
la “situación colonial" en términos de conceptos como violencia: violencia
en uso activo y constante por los colonizadores contra los colonizados y,
potencialmente y al menos anticipadamente, por los colonizados contra los
colonizadores. A ésta se asocia la idea de polarización: “El mundo coloni­
zado es un mundo cortado en dos. . . un mundo maniqueo.” Este dualis­
mo fundamental del mundo colonial se expresa fisicamente en la división
entre la ciudad de los colons, una ciudad de blancos bien alimentados,
“su vientre está lleno de cosas buenas permanentemente”, y la ciudad na­
tiva, la medina, la reservación, una ciudad hambrienta, “una ciudad de
negros, una ciudad de bicots”. “A veces ese maniqueísmo llega a los extre­
mos de su lógica y deshumaniza al colonizado. Propiamente hablando lo
animaliza. Y, en realidad, el lenguaje del colono, cuando habla del colo­
nizado, es un lenguaje zoológico.” 11 Esta noción del sistema colonial que
tiene como necesaria consecuencia la deshumanización de los colonizados
se remonta por lo menos hasta principios de los veintes, cuando apareció
en artículos (probablemente de Ho Chi-Minh) en el periódico de la Unión
Intercolonial, Le Paria, que hablan del “abominable nivel de vida nativo,
una institución que coloca a los hombres al nivel de los animales y que es
la deshonra del llamado mundo civilizado”.14 Desde el punto de v'ista de
los imperialistas, “los anamitas y los argelinos no son hombres sino repug­
nantes ‘nha que’ y ‘cabras’ ”.17 A esto va vinculado el concepto del surgí-
miento de una “intelligentsia nativa”, que asimila la cultura del opresor,
estudia en las universidades del opresor y adopta sus formas de pensar, de
manera que “en un repliegue de su cerebro podía descubiirse un centinela
vigilante encargado de defender el pedestal grecolatino”.1* La existencia
de tal burguesía indígena -—adoctrinada con valores occidentales, segre­
gada de la masa de los colonizados, para quien los únicos valores que cuen­
tan son “tierra, pan y dignidad” (que sólo pueden ser conquistados me­
diante la expulsión de los dominadores europeos)—- como grupo media­
dor es, para Fanón, y para los representantes de la tradición radical en
general, otra característica esencial, o normal, de la situación colonial. (Ob­
sérvese que Fanón y quienes adoptan su enfoque en general se esfuerzan
por definir una situación colonial primordialmente en términos de su su­
perestructura; esto es, de la clase de relaciones y actitudes y creencias socio-

111
políticas que genera, capaces ellas mismas de muchas variaciones y modi­
ficaciones, basadas, se infiere, en una relación económica esencialmente
explotadora entre la clase dirigente colonial y la masa de los colonizados.)

4. CRÍTICA DE LOS APOLOGISTAS OCCIDENTALES DEL IMPERIALISMO

Pasemos a la tercera cuestión. ¿Qué líneas han seguido estos teóricos en


sus criticas de los supuestos de los historiadores occidentales imperialistas
y de los apologistas en general? Han hecho un uso particular de su propia
forma de dialéctica, exponiendo las incorrecciones de esos supuestos (como
Kant en las antinomias de la razón pura) afirmando sus contrarios. Por
ejemplo, contra la clásica tesis occidental (particularmente de los misione­
ros occidentales) de que el imperialismo ha significado la sustitución de
sistemas de gobierno, sociedad, valores, etcétera,19 “bárbaros” por otros “ci­
vilizados”, estos teóricos afirman la antítesis de que él imperialismo ha
significado, en realidad, la destrucción de la civilización africana auténtica,
no occidental, y su sustitución por nuevas formas de barbarismo occiden­
tal. En lugar de los anciens régimes africanos (cuyos aspectos opresivos han
sido enormemente exagerados por los apologistas del colonialismo) Europa
inauguró en las colonias la era de la verdadera barbarie y salvajismo; lo­
grados éstos con ciencia y premeditación, con todo el arte y refinamiento
de la civilización, como dijo Tovalou Houénou.20
T al vez valga la pena considerar esta contraproposición particular, o
contrasuposición, que ha representado un papel tan importante en las teo­
rías del tercer mundo, con cierto detalle, y preguntar: ¿Qué es exacta­
mente lo que se afirma? A mí me parece un tipo de afirmación algo com­
pleja en la que tienden a combinarse al menos tres diferentes argumentos,
con diversos grados de énfasis cada uno. Primero, está la proposición —evi­
dente por si misma por lo que respecta a casi todos los teóricos del tercer
mundo, pero a menudo negada o ignorada por los historiadores imperia­
listas— que el proceso de penetración y conquista europea fue un proceso
bárbaro: la “civilización” fue impuesta por los europeos “á coups des ca-
nons, á coups d’alcool et á coup de spirochéte”.21 (La prolongada influen­
cia de la apología imperialista en el tratamiento de esta fase de la historia
en la literatura ortodoxa, incluso en la época posterior a la independencia,
puede ilustrarse sencillamente con un reciente libro de texto sobre historia
de África: “El sistema colonial surgió porque gran número de pueblos en
Europa occidental que tenían ciertas ideas en cuestiones de religión, polí­
tica social, política y economía, entró en contacto con pueblos africanos que
tenían distintas ideas y vivían en sistemas diferentes.” 92
Sobre este punto —el barbarismo esencial de las hordas “civilizadoras”—
parece haber un claro consenso. Compárese, por ejemplo, al indio occiden-
tal, René Maran, en el prefacio a su famosa novela, Batouala:

112
Civilización, civilización —el orgullo europeo y su cementerio de inocen­
tes. El poeta hindú, Rabindranath Tagore, estando un día en Tokio, dijo
lo que sois. Vosotros edificáis vuestro reino sobre cadáveres [.. ,]23
con esta afirmación más o menos contemporánea del tártaro Sultán Galiyev:
Fue necesario que decenas de millones de nativos de América y de negros
americanos murieran y que la rica cultura de los incas desapareciera
completamente para que la América moderna, con su “pasión por la
paz”, con su cultura “cosmopolita” de “progreso y tecnología”, pudiera
establecerse. Los orgullosos rascacielos de Chicago y Nueva York y otras
ciudades de la América “europeizada” se edificaron sobre los huesos de
los “pielesrojas” y los negros asesinados por hacendados inhumanos, y so­
bre las ruinas humeantes de las ciudades de los incas.24

Pero no fue simplemente el proceso de invasión y ocupación europea el


que fue presentado como bárbaro, sino los sistemas coloniales a los que dio
vida, las nuevas formas de gobierno y administración, de organización eco­
nómica, de ideología dominante, las cuales (como ya se ha señalado) im­
plicaban esencialmente la deshumanización de las masas de la población
indígena. Para citar nuevamente a Tovalou Houénou:
Toda la fatalidad que pesa sobre las tragedias de Esquilo no se aproxima
siquiera a la sombría tragedia africana. Bajo pretexto de civilizar se per­
sigue a los hombres como fieras, se les acosa y saquea, se les mata, y
enseguida se presenta estos horrores, en los discursos elocuentes, como
benefactores.28
Además, encima del barbarismo asociado con la actuación normal del
sistema colonial, los africanos experimentaron el barbarismo especial de las
“guerras por la civilización” europeas, particularmente la de 1914-18, en
la que la “refinada” burguesía europea aterrorizó con su crueldad a aque­
llos a quienes consideraba “salvajes”.16 El efecto de esta guerra en el pen­
samiento y la práctica política africana —y del tercer mundo—, el estímu­
lo que dio al desarrollo de movimientos anticolonialistas radicales, es por sí
mismo, naturalmente, un amplio e interesante tema. A este respecto com­
párese la famosa carta de John Chilembwe al Nyasaland Times de diciem­
bre de 1914, en vísperas del alzamiento de Nyasaland, citada por George
Shepperson:
Entendemos que hemos sido invitados a derramar nuestra inocente san­
gre en esta guerra mundial que avanza ahora en todo el mundo. Al
comienzo de la guerra entendimos que se dijo indirectamente que África
no tenía nada que ver con la guerra civilizada. Pero ahora descubrimos
que el pobre africano ha sido arrojado ya a la gran guerra,2*

113
U n segundo elemento en esta reinterpretación de la antítesis civilización/
barbarismo es la proposición de que no existen conexiones necesarias entre
el nivel del desarrollo tecnológico de un pueblo y la calidad de su civili­
zación. Esta es, esencialmente, la posición cultural relativista, tan defendida
por Blydeu, según la cual términos como “superior” e “inferior” pueden
ser aplicados a niveles de desarrollo tecnológico o económico, pero no a
civilizaciones; que no existe ningún criterio en base al cual puede alegarse
racionalmente que la civilización de la burguesía francesa bajo la Tercera
República era cualitativamente superior a, por ejemplo, la civilización del
imperio Segú bajo Ahmadu Shehu o la civilización de los Dogón carentes
de Estado —una proposición que nunca ha sido muy apreciada por la bur­
guesía francesa, o para el caso tampoco por la inglesa. Esta tesis puede ser
llevada más adelante y desarrollada en una teoría narodniki de lo pernicio­
so e indeseable de las civilizaciones “elevadas” en general, como hizo por
ejemplo Emile Faure por los años de 1930;
Como durante siglos unos cuantos depravados libertinos y prostitutas con­
siguieron hacerse edificar palacios en Versalles, y templos en otras par­
tes, son llamados “civilizados” [...] Los pueblos campesinos, sin ambi­
ciones y trabajadores, que cultivan la tierra, crían ganados y veneran a
sus ancestros, son despojados y diezmados por naciones que son tan in­
dustriosas como inhumanas.**
De ahí el particular énfasis que pone Faure en la brutalidad de las civi­
lizaciones “latinas”, que adquirió especial importancia durante la invasión
italiana de Etiopía. Pero no era necesario, ni usual, que esta tesis fuese
expresada en esta forma narodniki. Más fundamental era la afirmación de
que, incluso suponiendo que el desarrollo tecnológico fuese deseable para
los africanos, esto no implicaba en absoluto la adquisición de la “menta­
lidad” o cultura europea;
No hay ninguna relación entre los zapatos de cuero, los foxtrots o el có­
digo napoleónico por un lado y la civilización por el otro [...] No es que
los negros no puedan modernizarse ellos mismos dentro de sus propias
organizaciones, sino que los europeos les obstruyen el camino.1*
El tercer elemento en esta contrasuposición es, crudamente, que el avan­
ce tecnológico y el cambio social, en una dirección centralizadora y mo-
demizadora, se estaba llevando a cabo de todos modos en gran número de
sociedades africanas desde finales del xvm y el siglo xix, tanto como resul­
tado de las fuerzas internas como de los estímulos externos. Obsérvese a
este respecto la interesante afirmación de Kouyaté acerca de Samory Turé:
Las ambiciones de Samory tendían a la unificación política del África
occidental [__] Algún día la historia dirá si él era verdaderamente un

114
condottiere. Ciertamente, la imperativa necesidad de unidad nacional
le obligó a perpetrar, o a aceptar, la perpetración de abusos y de cierto
excesivo rigor. Un orden social nuevo nace solamente a través del em­
pleo de una fueiza inflexible contra toda resistencia, una fuerza justa y
saludable para la reconstrucción. Asi es, desgraciadamente, la naturaleza
humana. El error de Samory consistió en despertar demasiado temor en
las masas negras, y en indisponerlas contra él, aun cuando era amado
por ellas.30

Esta tesis —que África contenía en sí misma las semillas de su moderni­


zación, y que el efecto de los sistemas coloniales europeos fue, en general,
el de retardar más que acelerar el proceso de transformación técnica y
social que se había venido produciendo durante el siglo anterior—, aunque
bastante ampliamente aceptada por los historiadores africanos contemporá­
neos, era una audaz generalización cuando Kouyaté la afirmó en 1930,
desafiando el mito imperialista (o una de sus versiones) de que el colonia­
lismo era la necesaria precondición de “la integración de África al mundo
moderno”.31
A mi parecer, éstas son las líneas generales a partir de las cuales estos
teón'cos criticaron el familiar supuesto occidental de que “imperialismo equi­
vale a civilización”. Hay otras antinomias similares que vale la pena exa­
minar. Por ejemplo, existe la tesis, que ha representado un importante
papel tanto para los antiguos apologistas del colonialismo, como para los
modernos, la de los “imperialistas a disgusto”.32 Las potencias imperia­
listas, se ha dicho, particularmente Gran Bretaña, adquirieron sus posesio­
nes coloniales de mala gana, como consecuencia de una serie de accidentes
históricos asociados en particular con acontecimientos producidos en el
mundo no occidental: por ejemplo, la destrucción de los mecanismos de
colaboración de tipo informal, el aumento de una “reacción populista xenó­
foba” hacia las tendencias occidentalistas locales, la creciente “fragilidad”,
“inestabilidad”, etcétera de los Estados no occidentales, o incluso el sur­
gimiento de nuevos imperialismos no occidentales. Afghani ridiculizó esta
tesis general ya en 1884 en un pasaje deliciosamente irónico de un artículo
publicado en el al-Urwa al-Wuthga:
Los ingleses entraron en la India y jugaron con las mentes de sus prín­
cipes y reyes de una forma que hace que los hombres inteligentes no
sepan si reír o llorar. Penetraron profundamente en el interior de la
India y tomaron sus tierras pedazo a pedazo. Dondequiera que se conver­
tían en amos de la tierra se tomaban libertades con sus habitantes, y
mostraban indignación y desprecio en cuanto a su propia presencia entre
ellos, diciendo que los ingleses se ocupan solamente de asuntos comer­
ciales. Y por lo que respecta a la administración y organización, eso no
es asunto suyo. Sin embargo, lo que los impulsa a soportar la carga de la

115
adm inistración y la política es su compasión por los reyes y príncipes que
so n incapaces de gobernar sus dominios. Cuando los reyes o príncipes
sean capaces de controlar su tierra, ningún inglés permanecerá ahí, se­
g ú n dicen porque tienen otros importantes asuntos que han abandonado
p o r p u ra compasión. Con esto los ingleses roban la propiedad a todos los
q u e tienen algo, con el pretexto de que trabajar en sus propiedades es
ag o b ian te para las personas y fatigoso para la mente y el cuerpo. Es
m e jo r que el dueño de la propiedad descanse y muera pobre y humilde,
lib re de tales sufrimientos. Los ingleses declaran que cuando se presente
la oportunidad, y cuando llegue el día en que los asuntos de este mun­
d o y del otro no tengan influencia sobre los cuerpos y los pensamientos,
en to n ces estarán preparados a dejar el país (en el día de la resurrec­
c ió n ). Y ahora están repitiendo exactamente esas mismas palabras en
E g ip to .”

E n o tras palabras, lo que afirma esencialmente esta antítesis es que mos­


t r a r q u e se adquieren territorios coloniales de mala gana, dar una impresión
a la sociedad colonizada — y a la colonizadora— de que esto se hace a disgus­
to , incluso convencerse a uno mismo de esa falta de interés, escribir memo­
r a n d a y despachos desganados, producir evidencia de desgano para facilitar
el tra b a jo de los futuros historiadores del imperialismo, todo esto es una
de las técnicas básicas del imperialismo. No obstante, sigue siendo cierto
q u e la expansión imperialista no podría haber ocurrido de no haber sido
im p u lsa d a por los intereses dominantes de las clases dirigentes de las poten­
cias imperialistas. El significado de “accidentes” debe ser entendido dentro
d e este amplio contexto histórico.
Podríam os considerar también la antinomia “colaboradores-resistentes”,
q u e se ha convertido en un interesante tema en la controversia histórica
reciente. Según la tesis imperialista convencional, los colaboradores con
el imperialismo occidental, entre los líderes políticos africanos de fines
d el siglo xix, eran los que veían el futuro y estaban guiados por considera­
cio n es racionales de interés nacional y eran “buenos”; los resistentes eran
quienes miraban al pasado, estaban equivocados y eran “malos”.3* Esta
tesis ha sido criticada, tanto por teóricos africanos como por historiadores
contem poráneos, en tres aspectos principales: a] Los resistentes también
en m uchos casos “miraban al pasado” por lo que respecta a sus objetivos
sociales y políticos (cf. el párrafo de Samory citado más arriba), b] Des­
de el p u n to de vista del interés nacional, la colaboración no era necesa­
riam e n te más beneficiosa que la resistencia, incluso en el contexto nacional
a corto plazo. (Nótese a este respecto el artículo de Faure en Race Negre de
principios de 1936, en que compara las vidas perdidas en defensa de la
independencia de Etiopía con las pérdidas humanas, mucho mayores, y en­
teram en te fútiles, debidas al trabajo forzado en la construcción del ferro-

116
carril Congo-Océano una década antes, y en el que indica la moraleja:
que el sometimiento al dominio colonial resulta ser no sólo menos honora­
ble sino incluso más peligroso que la lesistencia arm ada.)ss c] Desde un
punto de vista a largo plazo los resistentes también en otro importante sen­
tido “miraban hacia delante”, en el de que eran los precursores históricos
' de los modernos movimientos de liberación.59

5 . LA REI.ACIÓN DEL TERCER MUNDO CON LA TEORÍA MARXISTA

La última pregunta que me gustaría plantear es ésta: ¿Hasta qué punto las
ideas dominantes de estos teóricos africanos y tercermundistas encajan con
las líneas básicas de la teoría marxista, y más específicamente leninista?
¿En qué concuerdan esencialmente? ¿En qué se suplementan o modifican?
¿Dónde hay una clara divergencia? Obviamente esta cuestión es demasia­
do amplia y difícil para poder responder adecuadamente aquí. De todas
formas deseo considerar principalmente la posición de aquellos teóricos de
habla francesa, africanos y de las Indias occidentales, del periodo posterior
a la revolución bolchevique y el final de la primera guerra mundial, in- •
discutiblemente muy influidos por ideas marxistas-leninistas por una parte
y por teorías pan-negras y panafricanas por la otra. Pero incluso aquí, por
supuesto, hay grandes divergencias entre las posiciones de los diferentes
individuos, o en cada individuo en diferentes fases de su evolución.
Permítanme primero resumir brevemente los que parecen ser los prin­
cipales puntos de consenso. Estos teóricos africanos parecen por lo general
de acuerdo con los marxistas en la cuestión del objetivo de la teoría del
imperialismo, particularmente por lo que concierne a la total interdepen­
dencia de teoría y práctica: que el objetivo primordial para tratar de en­
tender el imperialismo es acabar con él. También parecen estar de acuerdo
en que (para decirlo de la forma más sencilla) hay cierto tipo de nece­
saria conexión entre el desarrollo de las sociedades capitalistas avanzadas
y la persecución de políticas imperialistas activas por sus clases dirigen­
tes. Están de acuerdo acerca de los efectos destructivos y distorsionantes del
imperialismo en las economías, instituciones y culturas de las sociedades
colonizadas (en la “época del imperialismo” por lo menos), y sobre la
dependencia por parte de los colonizadores de que surjan grupos e intereses
colaboracionistas, que se generan por lo común entre las viejas clases diri­
gentes prccoloniales y entre la nueva burguesía indígena. Están ampliamen­
te de acuerdo acerca de los efectos corruptores del imperialismo en la so­
ciedad colonizadora: por lo que toca al fortalecimiento del poder polí­
tico de los sectores más reaccionarios de la clase dirigente, el aumento y
difusión de ideologías imperialistas y racistas, el incremento del oportunis­
mo y chovinismo dentro del movimiento laboral, etcétera. Unos y otros,
por supuesto, consideran la intensificación de las rivalidades entre las po­
tencias imperialistas como causa primera de la guerra internacional. Y

117
tanto unos como otros creen que el fin del imperialismo requieres como
una de sus precondiciones esenciales, la organización de movimientos de
liberación efectivos en las sociedades colonizadas, incluyendo a todos los
sectores de la población oprimida {aparte de los pequeños intereses y
los grupos colaboracionistas) —campesinos, nómadas, clase obrera {o clase
obrera embrionaria), “lumpen-proletariat”,31 pequeña burguesía y elemen­
tos patrióticos entre la burguesía— bajo una dirección revolucionaria entre­
nada, disciplinada y consagrada a su causa. Como afirmaba uno de los
primeros manifiestos de la Union Intercolonial: “¿Qué podéis hacer para
alcanzar vuestra emancipación? Aplicando la fórmula de Karl Marx, os
decimos que sólo podéis lograr vuestra liberación con vuestros propios es­
fuerzos.” 38
Al examinar los puntos de desacuerdo nos enfrentamos a una gran diver­
sidad de posiciones, interpretaciones y énfasis en amplia variedad. Cuatro
temas, quizá, merecen especial atención. Uno es la importancia que, como
ya sugerí antes, estos teóricos conceden al concepto de relativismo cultural:
su énfasis en los valores e instituciones comunales, anticapitalistas (y no
simplemente precapitalistas), cooperativos, democráticos y fraternales de las
sociedades africanas, o no occidentales, “sistemáticamente destruidas por
el imperialismo” ;38 su rechazo de las teorías que afirman o implican la
idea de un progreso lineal desde etapas de organización social “bajas” a
otras “altas”, y así de aquellas interpretaciones (¿o distorsiones o vulgari­
zaciones?) del marxismo que entran en esta categoría. El siguiente pasaje
de la Lettre h Maurice Thorez de Aimé Césaire señala este punto muy
claramente, cuando habla de
. .] algunos de los defectos más obvios que observamos entre los miem-
tchovinismo
ros del Partido Comunista Francés: ni asimilamiento inveterado; ni
inconsciente; ni convicción tan primaria —que comparten
con los burgueses europeos— de la superioridad omnilateral de Occiden- '/
te; ni creencia de que la evolución tal como tuvo lugar en Europa es
la única posible, la única deseable, que es la que debe seguir el mundo
entero; en fin, ni creencia rara vez confesa, pero real, en la civilización
con C mayúscula, en el progreso con P mayúscula (léase ni hostilidad
a lo que llaman con desdén “relativismo cultural”. . ,)40

Este tema me parece fundamental. Subyace, en cierto grado, y sostiene


a los otros, y merece una discusión mucho más amplía que la que es po­
sible aquí.
U n segundo tema es la noción de los efectos deshumanizantes del im­
perialismo en las sociedades colonizadas y la reimportación a las sociedades
metropolitanas de las ideas, actitudes, instituciones y técnicas empleadas
por la burguesía de los países colonizadores, para imponer y mantener su
dominación sobre los colonizados, para utilizarlas contra su propio pue­

118
blo. Esta idea, de los efectos especialmente corruptores del imperialismo
en la vida social y política de los imperialistas, existió y fue importante,
por supuesto, para M arx y sus sucesores, Lenin en particular (y en los es­
critos de críticos liberales del imperialismo, como Hobson) .41 Pero para
teóricos del tercer mundo como Césaire y Fanón la idea de los terribles
efectos reactivos del imperialismo tiene una nueva y decisiva importancia.
Fascismo y nazismo son esencialmente imperialismo vuelto hacia dentro.
El liberal burgués occidental que permite que la gente no occidental reciba
un trato inhumano de parte de “sus” imperialistas, está preparando el mis­
mo eventual destino para sí mismo:
Habría que estudiar primero cómo la colonización opera para descivili-
zar al colonizador, para embrutecerlo en el verdadero sentido de la pala­
bra, para degradarlo, para despertarle los instintos ocultos, la codicia,
la violencia, el odio racial, el relativismo moral, y mostrar que, cada vez
que en Vietnam se corta una cabeza y se revienta un ojo y en Fran­
cia se acepta, una niña violada y en Francia se acepta, un malgache
torturado y en Francia se acepta [...] el veneno entra en las venas de
Europa y viene un progreso lento, pero seguro, de saivajización del con­
tinente [...]
Si, valdría la pena estudiar clinicamente, en detalle, el avance de Hi-
tler y el hitlerismo, y revelarle al muy distinguido, muy humanista, muy
cristiano burgués del siglo xx que lleva en sí a un Hitler que se ignora,
que Hitler habita en él, que Hitler es un demonio, que si lo vitupera es
por falta de lógica, y que en el fondo lo que no le perdona a Hitler no
es el crimen en si, el crimen contra el hombre, no es la humillación del
hombre en si, sino el crimen contra el hombre blanco, la humillación
del hombre blanco, y el haber aplicado a Europa los procedimientos co­
lonialistas que no regían hasta ahora más que para los árabes de Argelia,
los culíes de la India y los negros de África.42

Mucho de lo que hay aquí, claro está, es terreno común a Césaire y los
maixistas occidentales. Donde es más posible que surja la tensión o el con­
flicto es acerca de la condena total, sobre una base moral, del imperialis­
mo occidental en todo tipo de situación histórica posible, de manera que
todos los posibles y familiares argumentos tecnológico/sociológicos para
el papel “fundamentalmente” progresista o beneficioso del imperialismo son
excluidos a priori.*3
Un tercer tema es la idea de un antagonismo necesario, constante, irre­
conciliable (en el contexto de un mundo en el que el imperialismo sigue
siendo una fuerza dominante) entre los intereses de las sociedades coloni­
zadoras avanzadas, occidentales y predominantemente “blancas”, y los inte­
reses de las sociedades coloniales y semicoloniales proletarias, no occidenta­
les y predominantemente “no blancas”. En cierto sentido esto significa to-

119
m a r la contradicción entre los países imperialistas y los pueblos coloniales
e in sistir en que tiene prioridad sobre todas las demás contradicciones, bo­
rr a n d o (desde un punto de vista marxista más “ortodoxo”) las contradic­
ciones internas tanto de las sociedades colonizadoras como de las coloniza­
das. Así, Sultán Galiyev argumentaba que “puesto que casi todas las clases
d e la sociedad musulmana fueron oprimidas anteriormente por los colo­
n ialistas, todas ellas merecen ser llamadas proletarias [...] Los pueblos m u­
su lm an es son pueblos proletarios”,44 Significa también afirmar que esta
con trad icció n básica no es simplemente una contradicción de objetivos e
intereses económicos entre naciones opresoras y oprimidas, explotadoras y
ex p lo tad a s, avanzadas y atrasadas, burguesas y proletarias. Surge también
d e profundas diferencias entre los pueblos occidentales y no occidentales
p o r lo que respecta a sus historias y culturas, incluyendo diferencias que
b ro ta n d e la experiencia colonial misma (habiendo sido la experiencia de
los agentes del imperialismo esencialmente diferente de la experiencia de sus
v íctim as) ,45 Por lo tanto, se alega que este antagonismo, u oposición, no
se ría necesariamente eliminado por una transformación de las relaciones
eco nóm icas existentes, o por revoluciones sociales en los países avanzados,
q u e llevasen consigo la sustitución de regímenes proletarios por los bur­
gueses. Sultán Galiyev, escribiendo en 1918, discute este punto específica­
m e n te :
Perm ítasenos tomar el ejemplo del proletariado británico, el más desarro­
lla d o de todos ellos. Si una revolución triunfase en Inglaterra, el proleta­
ria d o continuaría oprimiendo a las colonias y siguiendo la política del
g o b iern o burgués existente, porque está interesado en la explotación de
esas colonias.4®

E strecham ente vinculado a éste encontramos el cuarto tema, la concep­


c ió n leninista de la esencial interdependencia de intereses de las1 clases
tra b a ja d o ra s en los países capitalistas avanzados y las masas explotadas en
los países coloniales y semicoloniales, que debe expresarse políticamente
m e d ia n te una alianza efectiva entre los partidos proletarios revolucionarios
de los primeros y los movimientos de liberación nacional con dirección revo­
lu c io n a ria de los segundos.47 Estos teóricos del tercer mundo han tendido
a a d o p ta r una actitud de metódica duda con respecto a esta tesis, implican­
d o to d a u na gama de actitudes desde una aceptación con reservas hasta un
ra d ic a l rechazo. Esta duda o escepticismo surge, creo yo, de una variedad
de factores, incluyendo consideraciones tanto de tipo práctico como teórico.
E n tre éstas están el cuestionamiento del potencial revolucionario del proleta­
ria d o en los países avanzados y, quizá todavía más, un temor a la subordina­
c ió n de los intereses de los movimientos de liberación en los países coloniales
a los intereses, o supuestos intereses, de las clases trabajadoras metropolita­
n as, o , m uy sencillamente, a las estrategias mundiales de los partidos co-

120
munistas metropolitanos dentro del cuadro de una alianza dominada por
ideas de lo que Ccsaire llamó “fraternalismo” occidental.*8 Ligada a esto
ha habido una rebelión general contra los hábitos occidentales de arrogan­
cia y dogmatismo intelectual (caracteristi'cos de algunos marxistas, así
como de caá todos los liberales y de todos los imperialistas) ; una creencia
en la necesidad que tienen los pueblos coloniales y ex coloniales del mundo
de recuperar la iniciativa histórica, y de que la dirección, carácter, ritmo y
métodos de cambio dentro del tercer m undo sean primordialmente su res­
ponsabilidad, no la responsabilidad de ni siquiera los sectores más radica­
les o revolucionarios de las poblaciones de los países avanzados; un nuevo
énfasis en la importancia de la idea (afirmada por Sultán Galiyev y otros
de su generación) de crear alianzas más amplias entre ios pueblos del ter­
cer mundo, que podrían veise obstruidos por una excesiva dependencia de
alianzas exclusivas con partidos metropolitanos revolucionarios, o supuesta­
mente revolucionarios.*9 Este punto fue particulaimente recalcado por Cé-
saire:
No hay aliados de derecho divino. Hay aliados que nos imponen el lugar,
el momento y la naturaleza de las cosas. Y, si la alianza con el proleta­
riado francés es exclusiva, si tiende a hacernos olvidar o a contrariar
otras alianzas necesarias y naturales, legítimas y fecundas, si el comunis­
mo trastorna nuestras amistades más vivificantes, la alianza que nos une
a las otras Antillas, la que nos une a África, entonces yo digo que el co­
munismo nos ha hecho un flaco favor al hacemos trocar la fraternidad
viviente por lo que está en peligro de aparecer como la más fría de las
frías abstracciones.80
6 . CONCLUSIÓN

Mi principal esperanza al escribir este texto es que pueda ayudar al esfuer­


zo general de liberamos de la ininterrumpida tendencia eurocéntrica, u
occidentalista, con respecto a cuestiones de teoría. La teoría es tal vez la úl­
tima ciudadela intelectual de los imperialistas. Se ha concedido al fin, aun­
que a regañadientes e incompletamente, que los africanos poseen sus pro­
pias historias, que son tan interesantes como las historias de los demás pue­
blos y que pueden ser estudiadas, esencialmente, con los mismos métodos.
Pero quizá queda aún por reconocer que los africanos, y los pueblos del
tercer mundo en general, han hecho sus propias contribuciones a las teorías
que utilizamos para entender e interpretar la historia humana —incluyen­
do la historia del imperialismo occidental, del cual ellos tienen su propia .
y especial experiencia— y que esas teorías son también, intrínsecamente,
muy dignas de estudio.

121
* DISCUSIÓN

¿H asta qué punto son progresistas estos movimientos e ideas? Gran parte
de la discusión estuvo relacionada con las dudas de muchos participantes
acerca del carácter progresista a largo plazo de los movimientos antimpe-
rialistas basados en las ideas descritas por Hodkgin. Uno de los presentes
reconoció la importancia de Afghani, quien introdujo la idea de resistir la
expansión europea en el Mediterráneo oriental y usó al Islam como Vía
para resucitar el orgullo del pueblo; pero se refirió a los argumentos en su
contra de Anouar Abdel-Malek en su libro Idéologie et renaissance natio*
nale (París, 1969). En éste, critica a Afghani, no por su indiscutible impor­
tancia en la revolución de 1882 en Egipto, sino debido a la herencia que
dejó. Afghani promovía un tipo de Islam que no contiene autonomía cul­
tural, conduciendo a un consenso borroso y general que impide al pueblo
pensar en términos de clases. La tradición de Afghani fue combatida por
los demócratas liberales y por los constitucionalistas de los años de 1870, de
cuya tradición emergieron más tarde los comunistas de la década de 1940.
Hodgkin estuvo de acuerdo con la mayor parte de lo anterior, pero pen­
saba que para Afghani el Islam era una conveniencia ideológica; su ver­
dadera preocupación era la lucha antimperialista. De cualquier modo es
importante juzgar las ideas en su contexto histórico y no en términos de lo
que hacen de ellas las generaciones posteriores. Por supuesto, la debilidad
ae este tipo de ideología estaba en que a menudo era adoptada por gru­
pos reaccionarios; esto no quiere decir que en su propio contexto particular
el creador de tales ideas no haya contribuido a una forma de pensar re­
volucionaria.
Sultán Galiyev, un marxista, trató de ver cómo podía el Islam ser apli­
cado como medio de movilizar el potencial revolucionario del tercer mun­
do, aunque esto lo hizo entrar en conflicto con el partido.

¿Eran nativistas o exclusivistas? Una objeción que se hizo fue la de que


tales movimientos eran en cierto sentido reaccionarios, por ser "nativistas”.
En última instancia podrían no haber sido antimperialistas en absoluto; a
menudo eran una ventaja para el poder imperialista cuando subrayaban
el valor de instituciones tales como la jefatura. El imperialismo podía tole­
rar a tales grupos porque podía "encerrarlos” en una relación de dependen­
cia. La cuestión de si tales grupos podían ser progresistas depende de si
surgieron antes o después de que estuviese plenamente forjada una relación
de dependencia. Si era después, entonces eran objetivamente reaccionarios.
Hodgkin rechazó el calificativo de "nativistas” para los movimientos que
analizó. Tampoco las ideas de Afghani, por ejemplo, eran siempre exclu­
sivistas, como lo demuestran sus escritos indios. Él pensamiento exclusivo
—que solamente era importante para movilizar a los musulmanes (o a otros
pueblos, como los africanos negros)—■sólo conduce al comunalismo, como

122
en Pakistán. La idea de hombres como Césaire ( o Sultán Galiyev) aspiraba
a los circuios concéntricos: un llamado en primer lugar a la solidaridad de
la gente local, luego a los pueblos africanos y de las Indias occidentales (o
islámicos) y por último a la solidaridad proletaria de los pueblos oprimidos,
coloniales y semicoloniales, de todo el mundo.

¿Eran puramente culturales? Otro participante alegó que un movimiento


puramente cultural podría ser capaz de conducir una lucha más allá de un
estrecho nacionalismo, pero que no podría proporcionar una base sólida para
una teoría antimperialista; porque se necesita algún tipo de análisis econó­
mico. Una vez más Hodgkin negó que los movimientos fuesen puramente
culturales. Tendían a aceptar el análisis económico del pensamiento pos-
marxista; en donde añadieron una contribución original fue en ver el siste­
ma colonial desde el punto de vista de sus efectos políticos en los coloniza­
dos y en los colonizadores.
¿Es el racismo necesario al imperialismo? Se hizo la sugerencia de que
mientras Lenin se preocupó por definir el imperialismo en términos econó­
micos, los teóricos del tercer mundo lo han definido en términos políticos,
especialmente en relación a sus soportes ideológicos. Con esta comprensión
de tales teorías es fácil ver, por ejemplo, que el racismo fue producto de la
época imperialista. Otro participante añadió que la actitud de la clase di­
rigente en los países imperialistas con respecto a sus propias clases trabaja­
doras puede ser un reflejo de su actitud hacia ¡os pueblos de sus colonias.
Pero otros pusieron en duda la medida en que estas características ideoló­
gicas eran necesarias para el funcionamiento del imperialismo. Ilodgkin
opinó que no puede haber un sistema político sin la ideología apropiada a
ese sistema. Lenin, de cualquier modo, no consideró el imperialismo única­
mente desde un punto de vista económico, sino que pensó que una ideología
imperialista (incluyendo el racismo) era inseparable de las relaciones eco-
nómicas y sociales generadas por el imperialismo. Ambas cosas eran inter­
dependientes.

La historia perdida de los pueblos coloniales. Siguiendo con el tema de las


contrapropon dones adversas al imperialismo producidas en el tercer mun­
do (véase el texto de Hodgkin, iv, 4 ), un participante mencionó una obser­
vación de Amilcar Cabral referente a que, con la llegada de los portugueses,
la historia del pueblo de Guinea se interrumpió y sólo volvió a empezar con
el inicio de la lucha armada contra los portugueses. Hodgkin añadió que la
recuperación de la iniciativa histórica en el tercer mundo debe significar
el fin de los mitos de un tipo " Trevor-Roper" de que la historia africana
sólo poseía un interés marginal. En general, el efecto del imperialismo en
la enseñanza de la historia ha sido más reconocido por los marxistas del
tercer mundo que por los metropolitanos.

123
¿Cuáles son los supuestos económicos? La última parte de la discusión se
refirió a algunos de los supuestos económicos acerca del tercer mundo que
subyacen a las teorías del imperialismo. Se sugirió que quienes kan visto
al imperialismo primordialmente en términos económicos no kan concedido
mucha autonomía a la revolución en el tercer mundo. Lo han visto como
un añadido a la revolución en los países avanzados, o bien han alegado que
los países del tercer mundo tienen que pasar primero por su revolución
burguesa y la fase económica asociada a ésta. La oposición del Partido Co­
munista Francés al establecimiento de partidos comunistas en África hasta
que el desarrollo haya generado un proletariado suficientemente fuerte es
otra instancia de lo mismo. Otro participante observó que esta opinión debe
estar basada en la idea de que el colonialismo interrumpió el desarrollo ca­
pitalista, que podrá entonces realizarse después de la liberación nacional.
Éste es un punto de vista muy diferente al que ahora prevalece entre los
marxistas, de que el desarrollo capitalista independiente en el tercer mundo
ya no es posible. (Esta cuestión se discute más ampliamente en el texto de
Sutcliffe, vu.) Es diferente también de la idea narodniki (ahora extendida
en Africa) de que, puesto que los costos del desarrollo capitalista son tan
elevados, debe intentarse un desarrollo socialista mediante las instituciones
comunales tradicionales. En este contexto, las posiciones de Lenin y Trotskv
acerca de la marcha progresiva del desarrollo capitalista en Rusia, quizá
erari un buen punto de partida para pensar en el tercer mundo. Lenin tenía
mucha razón, añadió alguien, cuando veía al capitalismo como histórica­
mente progresivo en Rusia; lo que constituye la diferencia en el tercer mun­
do es que no sólo las relaciones de producción son explotadoras, sino que
la dominación política también es impuesta; esto cambia toda la situación.
Tkomas Hodgkin señaló que, frente a los argumentos de que el impacto de
la expansión zarista a costa de los tártaros fue progresista, o que los negros
sudafricanos deberían estar contentos de poseer una base industrial tan avan­
zada, no resulta difícil sentirse impulsado a regresar a la actitud esencial­
mente moral de Fanón, y decir que todo el proceso fue sanguinario y más
valdría que no hubiera ocurrido.

NOTAS
1 J. S. Spiegler, Aspeets of nationalist ihougth among French-speaking West Afri-
cans, 1921-1939, tesis doctoral en filosofía, Universidad de Oxford, 1968; de aquí
en adelante se citará como Spiegler.
2 Estas analogías fueron, de hecho, señaladas por Ahmad ibn Sad, el Alkalin
Gwandu, y citadas por el Wazir de Sokoto, Muhammad al-Bukhari, en su libro Ri-
¡ala, de 1903, para justificar su colaboración con los ingleses, después de la ocupa­
ción. Véase R. A. Adeleye, “The dilemma of the Wazir: the place of the Risalat
al-waár Ha ahí al-ilm wa’l-tadabbur in the history of the conquest of Sokoto Ca*
liphate". Journal of the Historical Society of Nigeria, iv, 2 de junio de 1968, pp.
297-98 y 308-9.

124
8 Jama] al-din al-Afghani, “The benefits of philosophy”, en Nikki R. Keddie, An
Islamic Response to lmperialism. University oí California Press. Bcrkeley y Los Án­
geles, 1968, p. 120.
4 Véase Hollis R. Lynch, Edward Wilmot Blyden, Pan-Negro Patriot, 1832-1912.
Oxford University Press, Londres, 1967, todo el capítulo, particularmente p. 197.
* Kwame Nkrumah, Towards Colonial Freedom. Ed. Heinemann, Londres, 1947,
* Abdoulaye Ly, Les masses africaines et l'actuelle condition humaine. París, 1956.
T Al-Afghani, “Lecture on teaching and learning”, en Keddie, An Islamic Response
to lmperialism, pp. 102-3.
8 Al-Afghani, “The benefits of philosophy”, op. eit., Keddie, An Islamic . . . , cit.,
p. 121.
* Garan Kouyaté, “II y a 35 ans, le 12 mars 1894”. Race Nigre, 1929, citado
por Spiegler, p. 156.
M Lagos Obtemer, 19 de febrero de 1885, citado por J. F. A. Ajayi. “Colonialism:
an episode in Afiican history”. L. H. Gann y Petcr Duignan, Colonialism in Africa
1870-1960, vol. i, The ffutory and Politice of Colonialism, 1870-1914. Cambridge
,
University Press, Cambridge, 1969, p. 507, n. 1.
' 11 Cita de la Resolución sobre el Problema Negro del Primer Congreso Interna­
cional de la Liga contra el Imperialismo y la Opresión Colonial, celebrado en Bruse­
las. del 10 al 15 de febrero de 1927, publicado en Voix des nigres, marzo de 1927,
citado por Spiegler, p. 140 y también por Das fiammenzeieven oam Palais Egmont.
Berlín, 1927. (Lamine Senghor presidió la comisión que redactó esta resolución.)
12 Para un ejemplo temprano de la interdependencia entre el suministro de armas
r las empresas misioneras en la diplomacia occidental, véase la carta de 1514, de
Manuel, rey de Portugal, al Oba de Benin, citada por A. F. C. Ryder, Betún and
the Europeans, 1485-1897. Ed. Longmans, Londres, 1969, p. 47.
■18 George Shepperson y Thomas Price, Independerá African. Edinburgh Univer­
sity Press, 1958, pp. 163-64.
14 Véase el cap. u de este libro.
18 Frantz Fanón, Los condenados de la tierra. Ed. Fondo de Cultura Económica,
México, 1969, pp. 32-35, 37.
18 Nguyen Ai Quoc, “Proceso a la colonización francesa”, en Bernard B. Fall (com­
pilador), Sobre la revolución, escritos escogidos 1920-66 de tío Chi-Minh. Ed. Siglo
XXI, México, 1975, p. 108, citado por Spiegler, p. 106.
” Ibid., p. 91.
18 F. Fanón, Los condenados de la tierra, ed. cit., p. 41.
18 Por ejemplo, J . T. F. Halligay, jefe de la Misión metodista en Yorubaland,
1886-1890, citado por E. A. Ayandcle, The Missionary Jmpact on Modtrn Nigeria,
1842-1914, Ed. Longmans, Londres, 1966: “La sustitución del condenable despotis­
mo de los poderes paganos y mahometanos por una autoridad civilizada constituye
una intervención divina y misericordiosa.”
80 Tovalou Houénou, "Le probléme de la race noire”. Action Coloniale, 25 de
marzo de 1924, citado por Spiegler, p. 66.
28 Houénou, Continente, 1 de junio de 1924, citado por Spiegler, p. 62.
22 "W, E. F. "Ward, “Colonial rule in West Africa”. Joseph C. Anene y Godfrey
N. Brown, Africa in the Nineleenth and Twentieth Centuries. Ibadan, 1966, p. 308.
28 René Maran, Batouala- París, 1948, p. 11, citado por Spiegler, p. 108; véase
también Spiegler, p. 103, n. 3.
24 M. Sultán Galiyev, “La revolution sociale et L’Orient”. Zhizn National’ nosley,
42 (50), 2 de noviembre de 1919, citado por Atcxandre Benningsen y Chantal Quel-
quejay, Les mouoemenlt natíonaux chez ¡es Musulmans de Russie. París y La Haya,
1960, p. 211.
* Houénou, “Le probléme de la race noiie”, op. cit. Spiegler, p. 107.

125
24 Nguyen Ai Quéc, “Proceso a la colonización francesa", cit., p. 56, citado por
Spiegler, p. 107.
Sheppenon y Pnce, Independent African, cit., p. 234.
2» Emile Faure, "Mon ami Indochinois". Race Nigre, febrero de 1932, citado por
Spiegler, p. 133.
z* Faure, “To be or not to be”. Race Nigre, febrero de 1932, citado por Spiegler,
p. 230.
zo ICouyaté, “Centenaire de la naissance de Samory Touré, 1830-1930". Race N i­
gre, julio de 1930, citado por Spiegler, p. 158.
Para una discusión crítica de este mito en el contexto de Africa Occi’dental,
véase Michael Crowder, West Africa under Colonial Rute. Ed. Hutchinson, Londres,
1968, en particular, pp. 7-10.
** Véase, por ejemplo, un libio reciente que lleva este título, C. J. Lowe, The
Reluclant Imperialists, vol. i, British Foreign Poticy, 1878-1902. Ed. Routledge, Lon­
dres, 1967.
ss AI.Afghani, “The materialists in India”, al-Urwa al-Wuthqa, 28 de agosto de
1884, citado por Keddie, An Islamic Response to Imperialism, p. 175.
*♦ Por ejemplo, Roland Oliver y John D. Fage, A Skort History o f Africa, Pen-
guin, Harmondsworth, 1962, p. 203, citado y discutido por T. O. Ranger, “African
reactions in East and Central Africa”. Gann y Duignam, op. cit. Colonialism in
A fric a ..., i, 302 ff.
Faure, “Éthiopie: legón d’un díame”. Race Nigre, enero-febrero de 1936, re­
ferencia de Spiegler, p. 216, n. 4.
a* Ranger, op. cit., pp. 317-21, y “Connexions between 'primary resistance’ and
modern mass nationalism in East and Central Africa”. Journal of African History,
ix. 3-4, 1968.
*r Para una discusión del concepto de “Lumpen-proletariat”, en el contexto afri­
cano, véase, C. H. Alien, “Lumpen-proletariat” (mimeógrafo inédito), Oxford, 1969.
as Nguyen Ai Quuc, op. cit., p. 118, citado por Spiegler, p. 103.
s» Véase Spiegler, pp. 229 ss.
♦o Aimé Césaire, Lettre i Maurice Thoiez. Pan's, 1956, p. 11.
*> Véanse los pasajes relevantes en Marx y Engels Sobre el colonialismo, Cuader­
nos de Pasado y Presente, n. 37, Córdoba, 1973, que incluyen el conocido pasaje
de la carta de Engels a Kautsky, pp. 318-19; pasajes de £1 imperialismo, fase supe­
rior del capitalismo de Lenin citados en Héléne Carrire d’Encausse y Stuart Schram,
£ / marxismo y Asia, Ed. Siglo XX!, Buenos Aires, cap. i y n.
+2 Aimé Césaire, Discours sur le colonialisme. París, 1955, pp. 12-13.
*3 Por ejemplo, Margery Perham, The Colonial Reckoning. Ed. Collins, Londres,
1961, cap. V, “The colonial account”. Para una discusión de algunas interrogantes
comparables en e] contexto de la Unión Soviética, véase Bennigsen y Quelquejay,
Islam and the Soviet Union. Pall Malí Press, 1967. cap. xv.
ss De un discurso de Sultán Caliyev al Congreso Regional del Partido Comunista
Ruso, en Kazan, en marzo de 1918, citado por Bennigsen y Quelquejay, op. cit.,
p. H2.
« No existe, por supuesto, una división tajante: pueblos, clases, grupos, indivi­
duos, pueden ser víctimas deí imperialismo en un contexto y agentes de él en otro.
44 Bennigsen y Quelquejay, op. cit., p. 114; véase también, de los mismos autores,
Les mouvements nationaux ckez ¡es musulmans de Russie, p. 103, n. 2.
si Cf. Carr, op. cit., iü, cap. xxvi, y d’Encausse y Schram, op. cit., presentación
y cap. o. _
4a Césaire, Lettre A Maurice Thorez, cit, p. 11.
43 Para la idea de Sultán Galiyev de una Internacional Colonial, véase, Bennigsen
y Quelquejay, Islam in the Soviet Union, pp. 117-18. Para una discusión más com­
pleta de esta forma particular de esta teoría y estrategia intercolonia], panturánica,

126
panislánúca, panasiática y de su desarrollo, véase, Les mouoements nationaux ches
íes musulmáns de Russie, en especial las pp. 134-40 y 176-82, cf. d’Encausse y Sch-
ram, El marxismo y Asia, pp. 50-53 y Anuar Abdel-Malek, “Marxi’sme et liberation
nationale", Le centennaire du Capital (Décades du Centre Culturel International
de Cerisy-Ía-Salle), La Haya, Parts.
80 Césaire, Lettre á Maurice Thorez, cit., p. 15.

127
V. BASES N O EUROPEAS DEL IM PERIALISM O EUROPEO:
ESBOZO PARA UNA TEORIA DE LA COLABORACIÓN

RONALD ROBINSON

Como el autor del texto anterior, Robinson también4¡¿ritica el egocentris­


mo de las teorías clásicas ( él la.s llama “las viejas") del imperialismfy aun­
que por muy diferentes razones. En su opinión, cualquier nueva teoría debe
dejar lugar para el análisis dfcl más importante mecanismo de la adminis­
tración europea del mundo no europeo: el empleo de grupos colaboradores
locales — bien sean élites dirigentes o terratenientes o comerciantes—- como
mediadores entre Europa y el sistema político y económico indígenty
Usando la definición (planteada primero en su artículo “El imperialismo
del libre comercio") de que(gl imperialismo es una función política del pro­
ceso de integrar algunos países en ciertas épocas a la economía internacio­
nal^ prosigue sugiriendo que el carácter del mecanismo colaboracionista era
el que determinaba si a un país se le permitía permanecer independiente o
si se le incorporaba al imperio formal o informal de una de las principales
potencias europeas. Cuanto menos “europeos” eran los colaboradores en sus
instituciones sociales y políticas, menos fácil le era a su economía alinearse
con la de Europa sin intervención europea directa. También hubo cambios
importantes a través del tiempo, de modo que, al paso de los años, un sis­
tema colaborante podía dejar de ser útil para maximizar las ventajas eco­
nómicas y tenía que ser remplazado por otro. De tal manerapía forma que
adoptaba el control imperial, así como el punto particular de la historia
en que una forma de control se transformaba en otra, depende de un con­
junto de condiciones que Robinson sitúa firmemente en Afro-Asia, no en
Europa\
La noción de un mecanismo colaborante tiene supuestamente otras dos
ventajas. Explica por qué Europa pudo dominar áreas tan extensas del mun­
do a un costo tan bajo y con tan pocas tropas. También proporciona una
explicación del proceso de descolonización en términos de la creciente ca­
pacidad de los movimientos independenlistas en las colonias para destruir
los compromisos de colaboración o para utilizarlos para sus propios fines.
E n o tro lugar de este volumen se rinde un nuevo homenaje a la peligrosa
simetría de las viejas teorías del imperialismo que confundían la política
del imperio con la economía del capitalismo. Desde que esas teorías fueron
inventadas, sin embargo, la perspectiva se ha ampliado y la descolonización
ha destruido muchas de sus impenetrables suposiciones eurocéntricas. Una
teoría más histórica del funcionamiento del imperialismo europeo en los si*
glos xix y xx es algo que se necesita urgentemente.

128
En su mayor parte, las viejas nociones se limitaban a explicar la génesis
de los nuevos imperios coloniales en términos de las circunstancias en Euro­
pa. La teoría del futuro tendrá que explicar, además, cómo fue que un
puñado de procónsules europeos se las arregló para manipular las polimór-
ficas sociedades de África y Asia y cómo, eventualmente, élites nacionalis­
tas comparativamente pequeñas los obligaron a marcharse.
Sin embargo, hay una razón aún más poderosa para buscar una síntesis
mejor que las de los viejos maestros. Actualmente sus análisis, deducidos
más de principios que de la observación empírica, parecen ideas acerca de
la sociedad europea proyectadas al exterior, más que teorías sistemáticas
sobre el proceso imperialista como tal. Eran modelos en los que la construc­
ción del imperio se concebía simplemente como una función de la economía
política industrial de Europa. Erigidas sobre el supuesto de que todos los
componentes activos debían ser europeos, lo que excluía por definición los
elementos no europeos igualmente vitales, las viejas teorías se basaban en
una gran ilusión.
Cualquier nueva teoría debe reconocer que el imperialismo era en no
menor medida una función de la colaboración o no colaboración de sus
víctimas —de sus politicas indígenas— como lo era de la expansión euro­
pea. Las fuerzas expansivas generadas en la Europa industrial tenían que
combinarse con elementos de las sociedades agrarias del mundo exterior para
que el imperio pudiese ser practicable.
Este ensayo tiene como objetivo explorar este primer supuesto más realis­
ta como base para un nuevo enfoque. No pretende edificar una teoría.
Sugiere, sin embargo, que las búsquedas sobre el tema tomen una nueva
dirección. El modelo teórico revisado del imperialismo debe fundarse en es­
tudios sobre la naturaleza y funcionamiento de los diversos arreglos de cola­
boración mutua, mediante los cuales los componentes europeos externos, y
los no europeos internos, cooperaron en el momento del impacto imperia­
lista. Antes de reflexionar sobre esta idea, es necesario situarla 'en un con­
texto más amplio.
1. UNA DEFINICIÓN DEL IMPERIALISMO MODERNO

fel imperialismo, en la era industrial, es un‘ proceso mediante el cual los


agentes de una sociedad en expansión conquistan una desmedida influencia
o control sobre los órganos vitales de sociedades más débiles gracias a la
diplomacia del “dólar” y los “cañoneros”, la persuasión ideológica, la con­
quista y el dominio, o estableciendo en el extranjero colonias de sus propias
gentes} El objetivo es modelar o remodelar a estos países en su propio in­
terés y más o menos a su propia imagen^ Implica el ejercicio de la fueraa
y la transferencia de recursos económicos^ pero ninguna sociedad, por más
dominante que sea, puede manipular civilizaciones arcanas y densamente
pobladas, o colonias blancas en otros continentes, proyectando simplemente

129
su fuerza sobre ellas, dominación sólo es practicable en la medida en
que el poder extranjero se traduce en términos de economía política in-
dígenaj
Históricamente, el imperialismo europeo puede ser definido como unq. ac­
ción política refleja entre un componente no europeo y dos europeosUíe
Europa surgió el impulso económico para integrar nuevas regiones coloni­
zadas y antiguos imperios agrarios a la economía industrial, como mercados
e inversiones. De Europa también nació el imperativo estratégico de asegu­
rarlos contra los rivales en la política de fuerzas mundialjEstas condiciones,
citadas por los viejos maestros1 pueden darse por descontadas, aunque por
supuesto eran indispensables para el proceso.
No obstante, su importancia ha sido exagerada. Por sí mismas no tenían
por qué desembocar en el imperio. Si lo hubieran necesitado, las pugnas
territoriales de fines del siglo xix hubieran tenido lugar en las Améiicas,
donde Europa estaba invirtiendo el grueso de su exportación de recursos
económicos y humanos, más que en Africa y Asia. Una nación puede co­
merciar con otra y estar interesada estratégicamente en ella sin intervenir
en su política. No había nada intrínsecamente imperialista en la inversión
extranjera o en la rivalidad de las grandes potencias. El capital y la tecno­
logía europeos, por ejemplo, fortalecieron la independencia de Japón y de
Transvaal, al mismo tiempo que debilitaban la de Egipto. L a gran rivali­
dad de las potencias que fragmentó a África, también impidió que fuese
rebanado “el melón chino” y retardó la partición otomana. Debería ser
generalmente admitido, por lo tanto, que de principio a fin el imperialismo
fue producto de la interacción entre políticas europeas y extraeuropeas, ^.a
expansión económica y estratégica europea tomó forma imperial cuando es­
tos dos componentes actuaron en sentido contrario al tercer componente,
el no europeo: el de la colaboración y resistencia indígena^ La clave que
falta para una teoría más histórica se encuentra quizá en este tercer ele­
mento.
Si, en gran medida, esta triple interacción hizo que el imperialismo fuera
necesario y practicable, su mecanismo de control se construyó con las rela­
ciones entre los agentes de la expansión externa y sus “colaboradores” in­
ternos en las economías políticas no europeas. Sin la cooperación voluntaria
o forzosa de sus élites gobernantes, los recursos económicos no hubieran
podido ser transferidos, ni protegidos los intereses estratégicos, ni contenida
la reacción xenofóbica y la tradicional resistencia al cambio. Tampoco
hubieran podido los europeos, cuando llegó el momento, conquistar y do­
minar sus imperios no europeos sin la colaboración indígena. Desde el co­
mienzo ese dominio fue continuamente resistido; así como continuamente
también se necesitó la mediación nativa para evitar la resistencia o apaci­
guarla. Los cipayos y las rentas del Indostán, por ejemplo, conquistaron y
conservaron para el Raj la joya más brillante de la corona imperial China

130
y Japón, por el contrario, no proporcionaron colaboradores como los de la
India y por eso, significativamente, no pudieron ser sometidos al yugo.
Es fácil confundir la fuente de poder que sostuvo estos imperios colonia­
les africanos y asiáticos. Las compactas filas de sus ejércitos parecen indicar
que el poder venía de Europa. Pero de ser así hubieran seguido siendo ti­
gres de papel. Aunque potencialmente el poder estaba en Europa, en rea­
lidad sólo una mínima fracción de él fue destinada alguna vez a África o
Asia. Normalmente, la política europea fue la de que si el imperio no salía
barato, no valía la pena tenerlo. El neivio financiero, el músculo militar
y administrativo del imperialismo se formó gracias a la mediación de las
élites indígenas de los mismos pa'ises invadidos.
Su mecanismo central, por tanto, puede encontrarse en los sistemas de
colaboración establecidos en las sociedades preindustriales, que lograron (o
no) introducir los procesos de expansión europea en las políticas sociales
indígenas y consiguieron cierto tipo de equilibrio evolutivo entre ambos.

2. LA IDEA DE ÉLITES COLABORADORAS O MEDIADORAS

A medida que los agentes de la civilización industrial en gran escala inva­


dían las sociedades agrarias de pequeña escala, el cebo de cuanto tenía que
ofrecer la gran sociedad en comercio, capital, tecnología, ayuda militar o
diplomática, o el temor a su venganza, atrajeron a los “colaboradores” po­
líticos y económicos indígenas. Debemos hacer hincapié en que no emplea­
mos este término en sentido peyorativo. Desde el punto de vista de los co­
laboradores o mediadores el invasor importaba una fuente alternativa de
riqueza y poder que. si no podía ser excluida, tenía que ser explotada con
el fin de preservar o mejorar la situación de las élites indígenas en el orden
tradicional. Como muestran los casos de Japón de 1858 a 1867® y de Bu-
ganda de 1886 a 1900,1 entre muchos otros, si la élite dirigente elegía la
resistencia había por lo general otra contraélite que optaba por la cola-
boración, o viceversa. Al mismo tiempo, las “ventajas” de la colaboración
no eran, y no podían ser, unilaterales, pues de otro modo dejaban de ser
efectivas. Colaboradoras o no, las élites sociales de África y Asia que cons-
tituyeron la gran mayoría de los involuntarios socios del imperialismo, te­
nían que mediar con el extranjero en beneficio de sus instituciones y consti­
tuyentes tradicionales. Las concesiones demasiado drásticas en áreas sensitivas
hubieran minado las bases de su autoridad y hubieran anulado sus contratos
foi-zados con Europa. La ironía de los sistemas colaborantes está en el hecho
de que aunque los invasores blancos podían ejercer presión sobre las élites
dirigentes, no podían hacerlo sin su mediación. Incluso cuando las venta­
jas eran desiguales se tenían que reconocer los intereses mutuos y la inter­
dependencia si querían conservarlas. Cuando los mediadores no recibían
suficientes cartas para seguir su juego, su autoridad sobre su propio pueblo
se desvanecía, surgían las crisis, y las potencias expansionistas tenían que

131
elegir entre ver limitados sus intereses o intervenir para promoverlos direc­
tamente. Tampoco les era posible más adelante, como gobernantes, tratar
con las sociedades sometidas como si fuesen colecciones amorfas de indivi­
duos. Así pues, los términos en que se realizaba la colaboración eran bási­
cos para determinar no sólo los modos políticos y económicos de la expansión
europea, sino también las oportunidades de sus agentes para ganar in-
fluencia, conservar el control, promover cambios y contener la reacción
xenófoba.
Así pues, dos conjuntos de eslabones interconectados formaban el meca­
nismo de colaboración: uno consistía en acuerdos entre los agentes de la so­
ciedad industrial y las élites indígenas que cooperaban con ellos; y otro que
conectaba a esas élites a las rigideces de los intereses e instituciones locales.
Los colaboradores tenían que representar un conjunto de funciones en el
sector externo o “moderno”, pero tenían que compaginarlas con otro con­
junto más crucial, el de la sociedad indígena. La clase de arreglo posible
en un sector determinaba así la clase de arreglo posible en el otro. Cuando
los colaboradores conseguían resolver estas complejas ecuaciones politico­
económicas, como hicieron los modernos samurais del Japón, el progreso
era casi milagroso; cuando no lograban hacerlo, como les sucedió a los
mandarines chinos y a los pashás egipcios, el resultado, tarde o temprano,
fue catastrófico.
Aunque los mediadores permanecían integrados en la sociedad local, en
su doble papel raramente formaban un grupo unido de intereses o un sec­
tor unificado moderno dentro de aquella sociedad. Empujados por ia nece­
sidad, representaban su papel de colaboradores más o menos con referen­
cia a sus papeles en su propia sociedad. Sus mutuas rivalidades dentro de
esa sociedad interferían con sus intereses comunes como intermediarios. Por
ello, los sistemas colaborantes tendían a consistir en colecciones de funcio­
nes mediadoras aisladas y dispersas en 1a sociedad nativa más que en grupos
sociales unificados dentro de ella. Esta diferenciación entre papeles y gru­
pos mediadores es simple, por cuanto el mismo grupo a veces se aliaba, y
otras veces se oponía, al imperialismo. En ocasiones la transformación de
los aliados era drástica debido a una crisis.
La eficacia de este sistema era claramente proporcional al volumen de
riqueza y poder europeos involucrados. Esto determinaba el peso de las
funciones orientadas hacia el exterior dentro de la sociedad indígena. Don­
de las actividades extemalizadas eran pequeñas en comparación con las
tradicionales, naturalmente los colaboradores concedían más importancia a
su papel tradicional que a su papel mediador. Cuanto mayores eran los re­
cursos que llegaban de Europa, menos dependía el imperialismo de la me­
diación indígena. En Argelia, Kenya y las Rodesias hasta la década de
1950, por ejemplo, los políticos nativos estaban asfixiados por la presencia
de una minoría de colonos blancos. De esta manera el control imperial po-

132
día prescindir en gran medida de la cooperación nativa; no podía, por
otra parte, ser mantenido sin el consentimiento de los colonos. Incluso en
estos casos especiales los mediadores nativos resultaron más necesarios pos­
teriormente al gobierno colonial, a medida que creció la organización na­
cionalista. En las dependencias de África occidental donde no había colonos
blancos, los mediadores fueron siempre vitales para sus gobernantes. La ne­
cesidad de intermediarios variaba de acuerdo a la fuerza militar de que se
dispusiera y a la disposición de los gobernantes a emplear la violencia como
sustituto de la colaboración. El elemento militar en el imperialismo fran­
cés en África septentrional y occidental,5 en el periodo anterior al surgi­
miento del nacionalismo africano, lo hizo frecuentemente menos dependien­
te de los mediadores que los británicos, situación que reflejaba los diferen­
tes recursos expansivos de un país continental con un gran ejército y una
isla dependiente de una gran armada para su seguridad europea.
Durante toda la era imperial, los insumos económicos en África y Asia,
con excepción de la India, fueron pequeños, apenas rozando la superficie
social o interrumpiendo la implacable continuidad de la historia indígena.
Como resultado, los sistemas de cooperación permanecieron comparativa­
mente inefectivos e inestables. En las colonias blancas, sin embargo, donde
los insumos europeos eran comparativamente grandes, la colaboración resul­
tó estable y eficaz.5 Por consiguiente, el régimen colonial se fue introdu­
ciendo en Afro-Asia cada vez más directa y extensamente tratando de crear
y retener la cooperación indígena; mientras que en los dominios blancos,
cuanto más confiables resultaban los mecanismos de colaboración, más re­
trocedía el dominio colonial.
Casi podría decirse que los variables beneficios de la colaboración o la
mediación definían la actuación efectiva del imperialismo en el punto de
impacto en cada momento particular. Por lo tanto, su estudio ofrece una
visión más completa de los factores implicados que un análisis unilateral
de las fuerzas europeas.
La sustancia histórica para este esqueleto abstracto puede tomarse del
caso del solitario misionero de Londres en las tribus Tswana, para ilustrar
el mecanismo en su aspecto m á s débil, y de aquel del colono blanco del
siglo X rX , que muestra su actuación en su aspecto m á s fuerte.
En Bechuanaland. durante las décadas de 1840 y 1850, el misionero era
el único agente de la expansión europea. Aunque sus recursos espirituales
eran grandes, no parecía que a su espalda estuvieran las grandes poten­
cias ni la economía industrial. Además, su evangelio no tenía ninguna uti­
lidad ni significado para la mayor parte de los jefes y ancianos Tswana,
quienes sabían que podía subvertir tanto su religión como su autoridad. De
manera que, si bien le permitían enseñar, le asignaban a este “sector moder­
no” de un solo hombre los papeles de experto en irrigación, jefe del departa­
mento de defensa, armero y agente comercial y diplomático para tratar con

133
el mundo exterior. Su recompensa en almas era reducida. Para 1870, se diri­
gía a la potencia imperial de £1 Cabo para aumentar el lado europeo del
negocio con más recursos materiales.
Este sencillo episodio,1 que se repitió con ciertas variaciones dondequiera
que los misioneros llegaron en el África negra, ilustra la tendencia de la
colaboración, en ausencia de un insumo suficiente, a poner a los agentes de
la expansión europea al servicio de la sociedad tradicional. Por un lado, la
élite Tswana ampliaba el trato para aprovecharse del europeo con el fin
de fortalecer su propia posición en la política tradicional; por otro, neu­
tralizaba sus efectos potencialmente destructivos y de tal forma frustraba
en gran medida el objetivo europeo. Los misioneros creían representar un
papel europeo. El papel que realmente representaban era asignado y defini­
do en términos de la sociedad Tswana,

3. el colono blanco : c o l a b o r a d o r p r e f a b r ic a d o id e a l

En el otro extremo está el caso del colono blanco con el poder de una eco­
nomía industrial a sus espaldas que trasplanta las actitudes e instituciones
europeas que llevaba dentro de su cabeza. Éste era el colaborador ideal,
prefabricado; pero ¿mediante qué mecanismo proyectó Inglaterra estos úti­
les satélites económicos a continentes distantes miles de kilómetros?
En Australia, Nueva Zelandia, y en menor medida en otros lugares, aun­
que la filiación cultural original también tenía su papel, la colaboración
política nacía principalmente de la dependencia económica. Durante la ma­
yor parte del siglo esas colonias no tuvieron ninguna alternativa que opo­
ner a Inglaterra como fuente de capital, mercados de exportación, inmi­
grantes y protección. En las primeras etapas de crecimiento, la inversión
metropolitana preseleccionaba los inmigrantes a la economía colonia! y go­
bernaba la dirección y velocidad de su crecimiento. Por consiguiente, el
sector exportador-importador dominante moldeaba las políticas coloniales
en beneficio de la colaboración comercial y política con Londres. Los nego­
cios en colaboración resultaban fáciles de hacer y de conservar cuando la
asociación comercial era mutuamente beneficiosa y cuando se permitía a
los colonos manejar sus propios asuntos internos. En la madre patria era
donde le ponían mantequilla a su pan. Exportador e importador, banque­
ro y dueño de astilleros, granjero, y ganadero de la colonia votaban por los
políticos que garantizaban respetar los acuerdos que mantenían abiertos
los mercados de exportación y el flujo de capital. El desempleo y la derrota
en las siguientes elecciones eran los castigos para los que no cumplían. En
tales condiciones, el control imperial directo era innecesario. Más aún, pues­
to que provocaba violentas reacciones nacionalistas, era una positiva des­
ventaja y fue cayendo en desuso. La cooperación imperial se lograba prin­
cipalmente mediante la atracción económica a través de los procesos polí­
ticos normales en la misma colonia. Había suficientes insumos económicos

134
para mantener la alianza política.
Claro está que este arreglo platónico es demasiado bueno para ser abso­
lutamente cierto históricamente, ni siquiera en Australasia; pero cuanto ma­
yor es la síntesis, menor es la precisión detallada de la historia. El modelo
colonial blanco tenía sus obstáculos y también podía fallar. Había algunos
detalles en los casos de Canadá y Sudáfrica que no encajaban enteramente
con los requerimientos clásicos de la dependencia económica. Los canadien­
ses tenían un socio externo como alternativa en Estados Unidos. Tanto
las colonias canadienses como las sudafricanas hasta 1890 tenían un sector
exportador-importador pequeño y un gran sector de subsistencia. Los fran-
cocanadienses, una gran minoría, y la gran mayoría de afrikaaners en Sud­
áfrica, de origen preindustrial europeo, tenían razones históricas para re-
sentir el imperialismo británico y ninguna conexión comercial estrecha con
él. Sin embargo, y esto es bastante curioso, en Canadá, después de 1847, el
temor de los francocanadienses a los yanquis fue la causa principal que
ancló políticamente a las colonias canadienses en el imperio y en contra del
empuje de Estados Unidos. El nacionalismo canadiense y la atracción del
capital, los mercados y las lealtades británicas hicieron el resto para gene­
rar la colaboración entre Inglaterra y las colonias canadienses.
En el mecanismo colonial sudafricano, durante los primeros tres cuartos
del siglo xix, la asociación comercial con Gran Bretaña también parece ha­
ber atraído a los holandeses de El Cabo a cooperar económicamente, así
como políticamente, con los sudafricanos de habla inglesa del sector expor­
tador-importador y con la conexión imperial. La cosa fue diferente con sus
primos afrikaaners, los poco cooperativos trekboers republicanos de las in­
trovertidas economías de tierra adentro del Transvaal y el septentrional
Estado Libre de Orange. Después de 1887, un accidente geológico dio a
los habitantes del Transvaal el control político del sector importador-expor­
tador a través del que tenían sobre las minas de Witwatersrand; y los
empresarios político-económicos ingleses, divididos de sus colaboradores ho­
landeses de El Cabo, perdieron el control de Sudáfrica e iniciaron una
cadena de venganzas en el Jameson Raid, la guerra de los boers y la reacción
nacionalista afrikaaner que siguió.® Este caso demuestra claramente que
los insumos económicos muy incrementados, si llegan a afectar los puntos
débiles, pueden destruir, tanto como construir, un sistema de colaboración
colonial. Otros ejemplos de este mismo tipo son Argentina entre 1828 y
1852° y Uiuguay en la primera mitad del siglo, En ambos casos, el cuadro
de unificación política estaba demasiado inmaduro para contener el cho­
que de intereses político-económicos entre los porteños del sector exporta­
dor-importador y los hacendados y gauchos de las tierras interiores dedica­
das a la producción de subsistencia. Por consiguiente, hasta la segunda mitad
del siglo, los porteños fueron incapaces de extender el control político del
sector exportador-importador lo bastante rápidamente para inducir a las tie-

135
iras del interior a cooperar económicamente.
A pesar de estas dificultades con los nacionalistas coloniales, las fallas
institucionales y las rupturas temporales, el mecanismo de colaboración por
asociación comercial en las colonias blancas convirtió al poder económico
externo en cooperación política interna. Actuó constructivamente, y esas
colonias eventualmente “despegaron”. Gradualmente, a medida que se di­
versificaban sus economías, la formación de capital local aumentó, los lazos
de colaboración política con Inglaterra se aflojaron y disminuyó la depen­
dencia económica. En la medida en que sus sectores de importación-expor­
tación perdían importancia relativa respecto a la economía doméstica, las
élites colaboradoras asociadas a ellos perdieron influencia sobre los movi­
mientos nacionales populistas en la política colonial. Pero para entonces el
sistema de colaboración ya había realizado su tarea; porque las ex colonias
blancas — Estados Unidos y Latinoamérica, junto con los “dominios” bri­
tánicos—- se habían vuelto expansivos por derecho propio, en persecución
de su propio “destino manifiesto”.

4. COLABORACIÓN E N AFRO-ASIA: LA FASE EXTERNA O INFORMAL

Para África y Asia se requiere un modelo totalmente distinto, aunque mu­


chos Victorianos creían al principio que el modelo colonial blanco podría
servir. Sus esperanzas de que el libre comercio y el cristianismo convertirían
a los señores otomanos, los traficantes levantinos, los mandarines chinos,
los brahmines de la India y los jefes africanos en colaboradores europeiza­
dos, dedicados a modernizar sus “religiones reaccionarias” y sus imperios
“destartalados”, no se realizarían.
Desde 1820 a 1870, en lo que podemos llamar la etapa externa o infor­
mal del imperialismo industrial, Europa intentó convertir a los regímenes
afroasiáticos en colaboradores y reformar sus instituciones mediante el co­
mercio. La fuerza naval y diplomática obligó a sus dirigentes a abolir los
monopolios comerciales, a reducir sus tarifas y a abrir sus puertas al “im­
perialismo del libre comercio” .10 Más adelante, a cambio de préstamos, o
bajo la amenaza de armas de alto poder, fueron obligados a liberalizar sus
instituciones políticas, legales y fiscales tradicionales para dar lugar a que
sus “clases productivas” en colaboración comercial con Europa, tomaran el
poder. Como los proyectistas contemporáneos del desarrollo, los economistas
clásicos sobrestimaron el poder de los insumos económicos para revolucionar
la sociedad oriental.
El resultado, tarde o temprano, fue el desastre en todas partes excepto en
Japón y la India, ésta ya bajo el dominio blanco. En Japón, desde 1869,
el samurai occidental derrocó al Shogunato, modernizó peligrosamente sus
instituciones cuasi feudales, explotó el nacionalismo neotradicionalista y
calculó cuidadosamente el trato con el Oeste a fin de proteger su indepen­
dencia sobre la base de una “nación rica, un ejército fuerte”. Para 1914

136
estos colaboradores japoneses habían conseguido lo que antes sólo los colo­
nos blancos parecían capaces de lograr. Consiguieron traducir las fuerzas de
la expansión occidental en términos de política indígena. Adoptando las
técnicas e instituciones de estilo europeo, se las arreglaron para controlarlas
de modo que fortalecieran al gobierno japonés en vez de destruirlo, y que
actuaran a favor no del imperialismo, sino de Japón .11
En contraste, el mecanismo colaborador de China funcionó superficial­
mente. Es cierto que el momento de la irrupción europea —mediados del
siglo X 2X — fue desfavorable, porque China se enfrentaba a una crisis de­
mográfica. La burocracia de los mandarines estaba en peligro ante la gran
insurrección campesina de los Tai-pings11 y musulmanes; y, al suprimir a
éstos, el gobierno central perdió poder a manos de los señores de la guerra
y la nobleza provinciana. Éstos utilizaron su poder para defender el orden
tradicional en contra de los esfuerzos de los colaboradores para reformar
las instituciones chinas desde arriba. El imperialismo del libre comercio
permitió que los mercaderes europeos de los puertos francos, asociados con
mercaderes chinos, controlaran las ramas fluviales y marítimas del comercio
doméstico chino; pero el régimen manchú rechazó el capital y los ferroca­
rriles europeos, de manera que el sector exportador-importador apenas si
afectó a la vasta e introvertida economía doméstica. Cuando K’ang Yu-wei,
en 1898, intentó volver a centralizar el gobierno manchú y sustituir la edu­
cación confuciana por la occidental, a imitación de los japoneses, la buro­
cracia y la nobleza tradicionalistas vetaron eficazmente todos sus decretos.
Y cuando las potencias europeas rivales trataron de introducir por la fuerza
en la sociedad sus capitales y ferrocarriles entre 1895 y 1900, la dramática
reacción xenófoba de los boxers los hizo retroceder, y se atrincheraron en
sus legaciones de Pekín.15
Desde el periodo de la reforma conservadora de los sesentas y setentas
hasta la abortada centralización militar de Yuan Shi-k’ai en la primera
década de este siglo, los modernizadores y colaboradores indígenas del ré­
gimen manchú permanecieron prisioneros de las impenetrables unidades
sociales confucianas que vinculaban a la burocracia inferior con la nobleza
provinciana y los campesinos.14 En una época éste había sido un sistema
imperial de control campesino. Se convirtió en un sistema de desafío popu­
lar que cancelaba los tratos de colaboración de Pekín con Occidente. Por
lo tanto, las ideas modernas, la técnica militar, el capital y las institucio­
nes no pudieron ser de ninguna manera traducidos en términos de proce­
sos políticos indígenas. Los ferrocarriles fueron planeados demasiado tarde
para reimponer el control de Pekín; la artillería moderna, los barcos de
guerra y los préstamos provocaron una resistencia provincial y popular aún
más profunda; de tal modo, el régimen manchú siguió desintegrándose has­
ta caer definitivamente durante la revolución de 1911.
En las sociedades musulmanas del imperio otomano, Egipto y Túnez, sin

137
embargo, los regímenes colaboradores tuvieron al principio más éxito que
en China. Para 1850 y 1860 el libre comercio y la inversión de capital
internacional habían hecho ya considerable impresión en sus economías
mediante la colaboración forzada de los dirigentes tradicionales y la aso­
ciación comercial con las clases urbanas levantinas. Los dirigentes trataron
esforzadamente de modernizar sus ejércitos y armadas y de explotar los
ferrocarriles para fortalecer su control sobre las provincias rebeldes o para
'conquistar otras. Pero el régimen otomano consistía en una autocracia mi­
litar musulmana y un núcleo central turco que dominaban un imperio mul-
tirracial intranquilizado por nacionalistas eslavos, cristianos armenios y di­
sidentes árabes. Un puñado de turcos cosmopolitas, en su mayoría milita­
res —la principal fuente de modernización en los Estados musulmanes—,
trató de secularizar la constitución y de dar a los no musulmanes igual
representación e igualdad de oportunidades en el régimen. Las reformas
decretadas por Resid Pashá en 1839 y por Midhat y Huseyin Avni después
del golpe de 1876 en Constantinopla, igual que las de K ’ang Yu-wei en la
China de 1898, fueron ahogadas al nacer por las reacdones xenófobas de
las élites tradicionales.1* Los reformadores del Tanzimat pretendieron mu­
cho más quelos chinos. Acabaron haciéndolo mucho peor. La reacción tra-
dicionalista hamidiana del panislamismo y el panturquismo después de 1876
fue por ello tan apasionada. Si, eventualmente, los colaboradores turcos
fueron ineficaces, los gobernantes y banqueros europeos que les dieron tan
malas cartas para jugar en la política otomana fueron en buena parte cul­
pables.
5. EL CARÁCTER DE LA COLABORACION AFROASIATICA

Algunas de las razones por las que los mecanismos de colaboración afro­
asiáticos funcionaron en foima distinta a los sistemas coloniales blancos re­
sultan obvias con los anteriores ejemplos. Las economías afroasiáticas, al
estar en gran parte indiferenciadas de sus instituciones sociopolíticas, eran
más o menos invulnerables al juego del mercado internacional. Las barreras
institucionales a la invasión económica resultaron indestructibles; la refor­
ma económica estaba sometida al veto político del conservadurismo social;
como resultado, el sector exportador-importador siguió siendo casi siempre
una pequeña excrecencia en la sociedad tradicional, y esto significaba que
los colaboradores comerciales eran pocos e incapaces de conquistar el poder.
En las colonias blancas la economía internacional actuaba a través de ac­
titudes e instituciones no-europeas que permitían a sus sectores exportado­
res-importadores convertir el poder económico británico en colaboración
política colonial con el imperio. En caá todos los ejemplos afroasiáticos
las brechas institucionales mantuvieron los insumos industríales a un nivel
demasiado reducido para permitir tal mecanismo. Pequeños como eran,
además tenían que ser introducidos mediante el martillo de la intervención

138
europea. La presión política externa tenía que suplir la falta de presión
económica sobre la economía política indígena antes que se pudiera obte­
ner cualquier medida de colaboración económica. Por consiguiente, la fuen­
te principal de colaboradores afroasiáticos no se encontraba en el sector
exportador-importador sino entre las oligarquías dirigentes y las élites terra­
tenientes, que en lo esencial no eran comerciantes. Una vez más, los térmi­
nos del tratado bajo el imperialismo del libre comercio les permitían dis­
traer recursos económicos con el fin de mantener el status quo, a cambio
de proteger las empresas europeas y como medida de alianza política.
En un plazo más o menos breve, por consiguiente, estos regímenes orien­
tales colaboradores cayeron en la bancarrota internacional como les sucedió
al sultán otomano y al khedive egipcio en 1876, al bey de Túnez en 1867
y al imperio manchú en 1894. Uno tras otro se convirtieron en presas por
ías que contendían las potencias europeas, sometidas a una creciente inter­
ferencia exterior para reformar la administración de sus asuntos financie­
ros y políticos internos. En ese punto Europa forzaba a sus colaboradores
intemos a competir por premios elevados contando con muy pocas cartas.
Sus exigencias privaban a los regímenes de la lealtad de las élites tradicio­
nales que antes los sostenían —tanto si eran terratenientes turcos o chinos,
jefes musulmanes o confucianos-—, hasta que eventualmente surgían insu­
rrecciones populares xenófobas y neotradicionales que se enfrentaban a su
impotencia. La presión del imperialismo del libre comercio interno y ex­
terno destruía su control sobre la política interna. En diferentes épocas este
tipo de crisis destruyó sistemas de colaboración del tipo informal en la ma­
yor parte de África y Asia; y, a medida que se derrumbaban, las potencias
europeas se veían obligadas a cambiar su modo de expansión de imperia­
lismo de libre comercio al de ocupación y dominio colonial. Casi siempre,
este componente no europeo de la expansión europea fue lo que produjo
la extensión de los imperios coloniales en las dos últimas décadas del siglo
xix y la primera del xx.

6. LA TOMA DE POSESION IMPERIAL

Sin duda que una quiebra de este tipo fue el imperativo que provocó la
ocupación británica de Egipto en 1882 y por lo tanto, incidentalmente,
gran parte de la consiguiente rivalidad que impuso la repartición de Áfri­
ca .16 Después de la imposición del libre comercio en 184-1, el sector expor­
tador-importador egipcio se basó notablemente en el cultivo del algodón
bajo el control de comerciantes levantinos y europeos.17 Puesto que éstos
eran extraños a la sociedad indígena, su éxito comercial les permitió co­
rromper y explotar, pero no reformar o dirigir, el régimen político. El khe-
divato recibió cuantiosos préstamos de capital extranjero para proyectos
de prestigio, objetivos militares y otros propósitos igualmente no producti­

139
vos, y cayó en la bancarrota en 1876. Entonces Europa impuso drásticos
controles financieros y reformas constitucionales al khedive Ismail a cam­
bio de futuros préstamos, que le hicieron perder a la élite dirigente. Cuan­
do se resistió a los controles para reconquistar su popularidad, Inglaterra
y Francia ~lo depusieron y nombraron a Tewfik en su lugar. Como resulta­
do, para 1881 el khedivato colaboracionista había perdido el control de
la política indígena frente a una reacción neotradicional dirigida por Ara-
bi y sus coroneles, líderes religiosos musulmanes y terratenientes que enca­
bezaron una oleada de sentimiento antiextranjero popular.1® Enfrentadas
a la crisis, Inglaterra y Francia tenían dos opciones: sacar del país sus in­
tereses comerciales y estratégicos, o reunir las piezas rotas y reconstruir el
mecanismo de colaboración lanzando su propio peso a la política interna
egipcia.1®
Así pues, fue la crisis en el gobierno egipcio, provocada por exigencias
de colaboración demasiado gravosas, más que la rivalidad en Europa, lo
que primero puso a competir a Francia e Inglaterra para obtener ventajas
en la nueva situación; y la falta de colaboradores egipcios de confianza,
más que el temor a Francia o a cualquier gran interés en Egipto, llevó a
los soldados británicos al Canal de Suez en 1882 y los mantuvo allí hasta
1956.
En la repartición de China en esferas de influencia europeas, de 1895 a
1902, también representó un papel principal la ruptura de la colaboración
de “puertas abiertas’* basada en un régimen oriental. Las fuerzas que lo
destruyeron -—crisis financiera, intervención extranjera intensificada y
reacción antieuropea— fueron notablemente semejantes a las que derriba­
ron el khedivato; pero la secuencia y combinación chinas fueron diferen­
tes. La victoria japonesa sobre China y las indemnizaciones de guerra im­
puestas en 1894 causaron la quiebra del régimen manchú, haciéndolo por
primera vez depender de préstamos europeos. U na alteración del balance
de poder regional del Este fue lo primero que precipitó la crisis, más que
la rivalidad europea. En el fondo, esa alteración fue resultado del asalto
de la modernización revolucionaria de Japón sobre Ja resistencia reaccio­
naria china a las reformas modernas. Fueron estos factores esencialmente
no europeos los que provocaron la acción imperialista europea. Las con­
quistas japonesas amenazaban los intereses estratégicos rusos en el norte de
China. La bancarrota manchú presagió el colapso del régimen indígena.
Rusia junto con Francia, su aliada, sintió la necesidad, y aprovechó la
oportunidad, de adoptar medidas alternativas para asegurar sus intereses
en el Celeste Imperio. Habiendo expulsado a los japoneses mediante pre­
siones diplomáticas, obtuvieron esferas de influencia exclusivas señaladas
con concesiones ferroviarias de Pekín a cambio de préstamos extranjeros y,
necesariamente, Inglaterra y Alemania se sumaron al reparto para salvar
sus intereses.

140
La reacción antiextranjera a la intensificada intervención imperialista
que precipitó la ocupación británica de Egipto, ayudó a detener la ocupa­
ción de China. La rebelión de los boxers de 1900 decidió a los rusos a in­
vadir Manchuria en forma muy semejante a como la rebelión de Arabi
provocó la ocupación británica de Egipto. Poco tiempo después, sin embar­
go, esta resistencia popular china, junto con la alianza anglojaponesa de
1902 y la derrota de Rusia ante Japón, restablecieron el equilibrio de
poder oriental y detuvieron la conquista imperialista de China. Al ser eli­
minada la necesidad original, la repartición de China abortó. La naeda de
la colaboración había dado una vuelta completa, suficiente al menos para
restaurar el sistema internacional de puertas abiertas, ya que no para sal­
var de sus propios súbditos al régimen mañchú.
Explicar las conquistas imperiales en África y Asia a fines del siglo pa­
sado exclusivamente en términos de capitalismo y estrategia europeos es
desconocer el punto más importante. La transición no fue normalmente
activada por tales intereses en cuanto tales, sino por la ruptura de los me­
canismos de colaboración en las politicas extraeuropeas que hasta entonces
les habían proporcionado oportunidades y protección adecuadas.

7 . COLABORACIÓN Y NO COLABORACION AFROASIATICAS BAJO


EL DOMINIO COLONIAL

Así como la teoría eurocéntn'ca pasa por alto el papel determinante de los
sistemas de colaboración en la transición del imperialismo externo a la do­
minación total, igualmente exagera la luptura con los anteriores procesos
de colaboración que implicó el régimen colonial. Es cierto' que la transición '
al imperio formal resulta dramática en cuanto a la forma constitucional y
la épica proconsular, y que los tiros fueron bastante reales. A primera vista
lo que al parecer sucedió fue que la potencia colonial arrojó todo su peso
sobre la política indígena, en cuyo juego ahora participaba desde dentro.
Pero los procónsules no lo veían así. Incluso con las colonias, los gobiernos
europeos insistían en una política de compromisos limitados en el uso de
hombres y dinero metropolitanos. El volumen de fuerza a disposición de
los dirigentes coloniales parecía mínimo en comparación con las posibilida­
des de descontento e insurrección. Los refuerzos solían enviarse de mala
gana, y la necesidad de ellos era considerada señal de incompetencia admi­
nistrativa. La coerción era cara y contraproducente excepto en emergen­
cias, y todos sabían que ningún grado de fueiza podría controlar durante
mucho tiempo la política indígena.
Aunque los agentes oficiales del imperialismo actuaran desde fuera o des­
de dentro de las sociedades afroasiáticas, siempre tenían que hacerlo a tra­
vés de colaboradores indígenas y procesos políticos. Su propio poder era
limitado. E ra suficiente para manipularlos, pero no para abolirlos. La sus­

141
tancia de la autoridad directiva debía extraerse en gran medida de sus súb­
ditos. Esencialmente, por lo tanto, el régimen colonial representaba una re­
construcción de la colaboración. Esta forma de imperialismo funcionaba,
aún más que en sus anteriores manifestaciones externas, como una función
de la política no europea.
Sin embargo, la ocupación de territorios hacía mucho más fácil resolver
las viejas ecuaciones de la colaboración. Con el patronazgo del gobierno
en sus manos, los procónsules podían hacer mejores tratos con las élites
indígenas y controlarlas mejor. También estaban en aptitud de crear una
pequeña élite moderna de colaboradores y dotarla de una autoridad subor­
dinada. El régimen colonial alteraba el contexto en que actuaban las enti­
dades políticas indígenas. Sin embargo, como su poder para mantener ese
contexto dependía de su aquiescencia, su capacidad para reformarlas era
reducida.
Aunque el buen gobierno y el desarrollo moderno eran objetivos del ré­
gimen colonial, su primer interés era conservar el control. Los incentivos y
premios p ara sus colaboradores eran en parte comerciales pero principal­
mente gubernamentales: emolumentos extras, honores, contratos, servicios
sociales y todos los favores que podían ser dados o quitados a través de las
políticas administrativas agrarias, fiscales y educativas. Los dirigentes re­
partían recompensas con el fin de mantener del lado del gobierno a la
mayoría de los elementos políticos. La táctica de sus oponentes, ya fuese que
provinieran como al principio, de las élites tradicionales o, como más tarde,
de élites modernas, consistía en manipular los resentimientos y arrastrar a
esa misma mayoría a la no cooperación o a la resistencia contra los dirigen­
tes coloniales. El patronazgo nunca resultaba suficiente para todos. Antes
de la propagación de las organizaciones políticas nacionales, sin embargo,
las autoridades coloniales siempre podían obtener aquiescencia cuando no
cooperación activa. Se sentían seguros en tanto que las élites tradicionales
y los campesinos rehusaban ser politizados por supuestos “agitadores”. Por
lo tanto, cuanto menos inteiferian los procónsules con las autoridades tradi­
cionales e instituciones, más estaban a salvo; y cuanto más trataban de al­
terarlas dándoles formas seculares modernas, más difíciles se hacían las
ecuaciones de la colaboración.
En la India 10 y en África hasta 1947, hubo gran abundancia de colabo.
radores indígenas. Eran de muchos tipos: algunos eran activos, pero la ma­
yoría eran pasivos; algunos eran modernos, pero la mayoría consistía en
élites tradicionales; algunos colaboraban a nivel central, otros en niveles
provinciales o locales; algunos cooperaban comercialmente, otros adminis­
trativa, educacional o eclesiásticamente. El secreto del éxito de un sistema,
desde el punto de vista europeo, estaba en esta variedad de opciones y com­
binaciones. Suele decirse que era una política de divide y vencerás. Pero es
más exacto decir que la victoria era posible porque sus súbditos estaban

142
socialmente divididos y no eran capaces de unión. La autoridad europea
negociaba más fácilmente con los colaboradores tradicionales porque los in­
tereses de estos últimos se centraban en la política regional y las actividades
tradicionales, mientras que al europeo le interesaba sobre todo la política
central y las actividades modernas. Los dirigentes tenían amplio campo de
acción sin necesidad de chocar con los líderes de las organizaciones socia­
les, religiosas y políticas indígenas; y así muchos tratos de colaboración
adoptaban la forma de acuerdos tácitos de no interferencia y apoyo mutuo
entre el gobierno colonial y la sociedad indígena. En la India, el foco po­
lítico indígena era provincial; en África era normalmente local o tribal. La
naturaleza minúscula de las unidades tradicionales y su carácter indiferen­
ciado solía hacer efectivos tales tratos. Los colaboradores, por su parte,
tenían interés en explotar la riqueza, prestigio e influencia que se derivaban
de la asociación con el gobierno colonial, para aumentar sus beneficios tra­
dicionales o mejorar sus oportunidades modernas. Por estas razones la co­
laboración, como comprendían perfectamente los gobernantes coloniales,
podía ser un juego peligroso. Implicaba confiar algunas de las mejores
cartas a sujetos potencialmente demasiado poderosos. Si un grupo de co­
laboradores, como resultado, se volvía demasiado fuerte, el patronazgo de­
bía serle retirado dándoselo a otro.
De esta forma, los administradores europeos estaban hundidos hasta el
cuello en la política de sus supuestos súbditos, aun cuando no la entendie­
ran realmente. Estaban en el negocio indígena de las facciones y la con­
quista de clientes con samindars y talukdars, bhadralok indostanos y líderes
jihad musulmanes, jefes de tribus africanos y reyes. Las permutaciones
en que basaban sus cambios, la habilidad que se precisaba para impulsar
las políticas indígenas en las direcciones modernas deseadas, constituyen el
verdadero genio de la administración colonial.
Hay muchos ejemplos de colaboración como base del dominio colonial
en el funcionamiento del Raj hindú y del “dominio indirecto” africano.
Sólo hay espacio aquí para un ejemplo, el de la administración britám'ca
en el Sudán angloegipcio.21 Después de derrotar a sus jefes mahdistas en
1898 con tropas y dinero egipcios, los británicos controlaron esta depen­
dencia hasta 1924 a través de autoridades subordinadas egipcias y sudane­
sas en colaboración con “personalidades” antimahdistas. Los acuerdos de
Kitchener y Wingate se planearon en primer termino para prevenir el re­
surgimiento y rebelión del movimiento mahdista. Por lo tanto, aliaron su
administración a los intereses de la orden rival musulmana khatmia, los
musulmanes ortodoxos ulama y los jefes y jeques antimahdistas de las zo­
nas rurales. Las organizaciones sociorreligiosas khatmia y mahdista, desde
el punto de vista británico, eran la clave para controlar la política interna
puesto que sólo ellas poseían la organización potencial para unificar la
ciudad y el campo y una tribu con otra, en un vasto levantamiento popular.

143
i

Implícitamente, por lo tanto, el trato consistía en que la administración


ejercía su patronazgo a favor de los elementos antimahdistas a cambio de
su apoyo; mientras que su aumento en prestigio, riqueza y número de se­
guidores aseguraban la m utua defensa contra un resurgimiento del fana­
tismo mahdista.
Después de 1924 los gobernantes remodelaron sus ecuaciones de colabo­
ración para hacer frente a la emergencia, en el motín de la “Bandera Blan­
ca”, de una minoría radical y proegipcia en el seno de la reducida élite
moderna sudanesa. En Sudán, como en la India y en todas partes del Áfri­
ca negra, no eran las élites radicales modernas como tales lo que temían
los gobernantes coloniales. Era más bien la combinación de estos desconten­
tos urbanos con movimientos populistas entre los campesinos y tribus me­
diante una alianza entre élites urbanas modernas y élites i-orales tradicio­
nales. Prever este peligro fue el principal objetivo de los sistemas de cola­
boración y dominio indirecto en todo el imperio británico entre las dos
guerras mundiales.
L a política de control indirecto de Sir John Maffey en el Sudán de
1927 a 1933 concedió prestigio oficial, poderes y patronazgo a los jefes y
dirigentes tradicionales de las aldeas y tribus en tanto que “autoridades lo­
cales nativas”. Su propósito era fortalecer tanto su lealtad respecto a la
administración colonial como su control sobre las comunidades rurales
locales, previniendo así que los radicales urbanos o los agentes neomahdis-
tas sentaran las bases para un resurgimiento de la política indígena. Los
arreglos del control indirecto servían a tres propósitos: reforzaban la divi­
sión local y étnica y así ponían obstáculos a la agitación anticolonial a
escala nacional; fortalecían el control de las élites rurales sobre los cam­
pesinos y las tribus, para evitar que surgieran esfuerzos radicales para de­
bilitarlo; y reducían a un mínimo el contacto entre los “graduados” en la
administración central y las sociedades rurales locales.
En la política de las élites modernas de las tres ciudades de Jartún, Om-
durman y El-Obeid, los acuerdos coloniales de colaboración lograron man­
tener a la mayoría de “graduados” moderados y opuestos a la minoría
radical. El término “graduado” calificaba al individuo que había comple­
tado al menos Ja educación primaria en inglés. Casi toda esta élite moder­
na en Sudán estaba en el servicio civil. Su sociedad Unión y los poste­
riores clubes nacionales Congreso de Graduados, al igual que el anterior
Congreso Indio, estaban más interesados en obtener mejores oportunidades
profesionales que en la organización de masas contra el dominio colonial.
La desposesión de empleados y militares egipcios después de 1924 les pro­
porcionó más y mejores empleos.
Después de 1933 el sistema de colaboración tuvo que ser reorientado
una vez más para hacer frente a la amenaza del neomahdismo. No sólo se
estaba expandiendo su organización rural, sino que su líder, Sir Abdel Rah-

144
m an el Mahdi, estaba ganando influencia sobre los graduados urbanos des­
plazando a Jos líderes leales de la organización kahtmia. Para impedir
esta conjunción de descontentos urbanos y agrarios a través de la organiza­
ción religiosa neomahdista, el nuevo gobernador, Sir George Symes, aban­
donó el control indirecto para superar a los mahdistas en la pugna por el
servicio civil, sistemas educativosmás
apoyo de los graduados. La nueva táctica les ofreció la sudanización del
elevados, consultas políticas con el
Congreso de Graduados y, eventualmente, “Sudán para los sudaneses” ; y
hasta 1940 logró su objetivo de mantener a los graduados moderados en el
control del Congreso, y de evitar una alianza entre el Congreso y el móvil
miento político-religioso neomahdista que podía politizar a la población rural.
Después de 1940, sin embargo, el ritmo de sudanización pareció dema­
siado lento. El Congreso, dividido entre neomahdistas y las alianzas reli­
giosas khatmia, fue dominado por los graduados radicales y exigió el de­
recho a la autodeterminación para Sudán al acabar la guerra. En 1942-
como resultado, los gobernantes coloniales intentaron un reacercamiento a
los neomahdistas y graduados moderados, apartando a los neomahdistas
de su alianza con los radicales, pero empujando a los khatmia a la oposi­
ción contra los británicos y la alianza con los graduados extremistas.
Así fue como de las permutas de la colaboración imperial surgieron los
dos partidos nacionalistas sudaneses que, una vez logrado el acuerdo sobre
un frente unido de no colaboración con el gobierno colonial, pudieron per­
suadir a los británicos de que hicieran sus maletas y se marcharan en 1956.
Cada partido combinaba elementos de la pequeña élite moderna con una
organización religiosa musulmana tradicional. De esta forma ambos acar
barón por lograr esa combinación de los agravios de la élite moderna con
los descontentos populares rurales que el sistema imperial de gobierno se
había esforzado tan ingeniosamente por evitar. La independencia fue posi­
ble, y la dominación colonial imposible, cuando el nacionalismo dejó de
ser simplemente un insignificante movimiento elitista y consiguió aliarse
con las fuerzas religiosas históricas, populares, de la historia sudanesa.
Las conclusiones que se pueden sacar del ejemplo sudanés se aplican más
o menos exactamente al dominio colonial moderno en caá todas las depen­
dencias afroasiáticas. Su organización, política y carácter estaban más o
menos determinados por la necesidad de buscar la colaboración indígena y
dividir la oposición indígena. En ese sentido, el imperialismo en la forma
de dominio colonial fue una- función menor de la sociedad europea, pero
una función mayor de la política indígena. Las permutas de colaboradores
tenían lugar cada vez que un elemento colaborador, tanto de la élite mo­
derna como de la neotradicional, se tornaba demasiado poderoso o dema­
siado insatisfecho y, sobre todo, cuando un elemento esencial de la política
colonial,“ cooperador u opositor, amenazaba con unificar a una élite urba­
na con una masa rural.

145
8. n o - c o l a b o r a c ió n y d e s c o l o n iz a c ió n

No menos que el dominio colonial, el nacionalismo anticolonial de las pe­


queñas élites modernas tenía que ser traducido a términos más amplios de
políticas indígenas, neotradicionales, antes de que pudiera amenazar y des­
truir el sistema imperial de colaboración y establecer un sistema rival de
no-colaboración,!a Los nacionalistas tenían que provocar una situación en
la que sus gobernantes se quedaran sin colaboradores. Tenían que volver
a alinear contra el imperialismo a ios mismos elementos políticos que, hasta
entonces, habían estado del lado imperial. Necesariamente, tratándose de
sociedades preindustriales, éstas eran predominantemente unidades neotra-
dicionalistas religiosas, sociales y étnicas. En este sentido todos ios movi­
mientos nacionalistas que conquistaron la independencia estaban más o me­
nos en función de una política neotradicional organizada en forma de parti­
dos políticos modernos. Cada partido era esencialmente una confederación
de intereses neotradicionales locales, étnicos, religiosos y de status, dirigidos
p o r una pequeña élite moderna. El partido, como el régimen colonial antes
que él, cambió el contexto en que operaban estos intereses sociales y los inte­
gró consigo mismo en nuevas alineaciones. A medida que el partido se con­
vertía en una función de ellos, ellos también se convertían en cierta medida
en una función del partido. En tanto que el partido nacionalista estaba en
oposición lespecto al régimen colonial, era comparativamente sencillo re­
conciliar estos dos papeles. Pero cuando el partido se convirtió en gobierno
de la nación su función como representante de los intereses neotradiciona­
les chocó cada vez más con su papel como agente de desarrollo para la
nación como un todo. La experiencia de la década de 1960 muestra que la
reconciliación de los dos papeles y el problema implícito de colaboración
social ncotradicionalista no es más fácil para los nuevos nacionalistas de lo
que fue para los viejos colonialistas.

9. CONCLUSIÓN

La teoría de la colaboración sugiere que en cada etapa, desde el imperia­


lismo externo hasta la descolonización, la actuación del imperialismo estuvo
deteiminada por los sistemas de colaboración indígenas que unían a sus
componentes europeos y afroasiáticos. Fue tanto, y a menudo más, una
función de las políticas afroasiáticas como de la política y economía europeas.
En un principio, el que las invasiones imperialistas de África y Asia fue­
sen practicables o no, dependía de la ausenci a o presencia de colaboradores
indígenas efectivos, y del carácter de la sociedad indígena. En segundo lu­
gar, la transición de una fase de imperialismo a la siguiente estaba contro­
lad a por la necesidad de reconstruir y conservar un sistema de colaboración
•en trance de derrumbarse. La ruptura de la colaboración indígena nece-
¿ta b a en muchas instancias la profunda intervención imperial que con­

346
ducía a la toma de posesión imperial. En tercer lugar, la elección de cola­
boradores indígenas, más que cualquier otra cosa, determinaba la organi­
zación y carácter del dominio colonial; en otras palabras, sus políticas ad­
ministrativas, constitucionales, agrarias y económicas eran en su mayor parte
institucionalizaciones de las alianzas políticas indígenas que las sostenían.
Cuarto, cuando los gobernantes coloniales se quedaban sin colaboradores
indígenas, o bien decidían marcharse o eran obligados a hacerlo. Sus opo­
nentes nacionalistas en la élite moderna tarde o temprano lograban apartar
del régimen colonial a los elementos políticos indígenas hasta que llegaba
el momento en que formaban un frente unido de no-colaboración contra
aquél. Por lo tanto, la transformación de la colaboración en no-coopera­
ción determinaba en gran medida el momento de la descolonización. Por
último, puesto que los movimientos anticoloniales, coaliciones de no-colabo­
ración, surgían de las ecuaciones colaborantes del régimen colonial y de la
transferencia de poder, los elementos y el carácter de los partidos y gobiernos
nacionales afroasiáticos en la primera etapa de la independencia proyec­
taban una especie de imagen refleja de la colaboración bajo el imperia­
lismo.
David Fieldhouse ha llamado a la idea general que sostiene este análi­
sis la “teoría periférica”.1* Pero aún más exactamente es lo que podría
llamarse un enfoque “excéntrico” del imperialismo europeo. Para tomar un
ejemplo geométrico, tenemos el círculo eurocéntrico de la estrategia indus­
trial con diversas intersecciones con círculos centrados en las implacables
continuidades de la historia africana y asiática. El imperialismo, especial­
mente en su escala de tiempo, no era precisamente una función de ninguno
de esos círculos. En muchas formas era excéntrico a ambos. Debe subrayarse
que las crisis afroasiáticas que evocaron al imperialismo a menudo no fue­
ron esencialmente productos de fuerzas europeas sino de cambios autónomos
en las políticas domésticas africanas y asiáticas. Cambiando a una analo­
gía mecánica, el imperialismo fue en otro sentido el “centro de la masa”
o resultante de ambos círculos. De ahí que la motivación y los modos del
imperialismo fuesen funciones de la colaboración, la no-colaboración, la
mediación y la resistencia en intelecciones variables de los dos círculos.
No es sorprendente, por lo tanto, que sus directores y agentes europeos, no
menos que sus víctimas, considerasen el imperialismo como un proceso ine­
vitable pero fortuito que estaba fuera de su control.
Lo que todavía no queda claro es que haya una respuesta firme a la
crítica cuestión de las perspectivas del tercer mundo para 1970 y 1980.
Su posición internacional ha cambiado del imperialismo a la independencia
formal con ayuda exterior. Sin embargo, la importancia del marco interna­
cional para decidir sus destinos es marginal. Sus oportunidades de estabi­
lidad están en la política indígena y en la colaboración entre las élites mo­
dernas y las neotradicionales. Este factor es el que determinará si llegan a

147
ser verdaderamente independientes o son víctimas del “neocolonialisnio”.
Al derribar los regímenes coloniales, ¿en qué medida los nacionalistas de
África y Asia simplemente realinearon las unidades tradicionales y neotra-
dicionales de las políticas indígenas en una base temporal? ¿Hasta que pun­
to lograron, mediante la organización del partido nacional, unificarlas y
transformarlas permanentemente? Los nacionalistas son más “representati­
vos” de las entidades históricas de lo que los gobernantes coloniales lo fue­
ron nunca, y los líderes nacionales pueden llevar a cabo sus políticas más
íntimamente y organizarías mejor. Precisamente porque los nacionalistas son
más “representativos” de las unidades neotradicionales, es que corren un
peligro mayor que sus predecesores de convertirse en sus prisioneros políti­
cos. La experiencia de los sesentas sugiere que los nacionalistas a menudo
vuelven a alinear esas unidades negativamente en vez de transformarlas
positivamente. Las décadas de 1970 y 1980 tal vez demuestren lo contrario.

• DISCUSIÓN

El mecanismo de colaboración y las teorías más amplias del imperialismo.


Durante la discusión surgieron varias dudas acerca de la relación entre el
concepto de “colaboración“ con una teoría general del imperialismo. Una de
ellas se refirió a la afirmación de Robinson de que el imperialismo era una
función de las políticas internas del mundo no europeo. ¿Implicaba él con
esto que los países estaban más o menos sometidos al imperialismo de acuer­
do a la naturaleza de su sistema político, o que la forma como el imperia­
lismo operaba en cada país individual dependía de la naturaleza de su
sistema político? En respuesta, Robinson dijo que en cierto sentido trató
de implicar ambas cosas. La primera implicación era un corolario a la
definición del imperialismo dada por él ya antes, en la que mantenía que
el sistema capitalista no era inherentemente imperialista en todo momento,
sino que era imperialista en sus relaciones con algunos países en algunas
épocas. Sin embargo, también le interesaba mostrar que donde tales rela­
ciones eran imperialistas, el grado de imperialismo (con lo que quería
significar todas las formas de influencia política así como aquella influencia
económica que tenia un efecto sociopolitico) era en gran medida una
función de las condiciones políticas y sociales de los países satélites.
Otro punto señalado en muchas preguntas se refería al hecho de que la
noción de colaboración, si bien aclaraba la naturaleza de la política en una
situación colonial, no tenia nada que decir acerca de cómo o por qué se
produjo esa situación o cuál era el control político que se necesitaba. Para
esto sería necesario situar la idea de un mecanismo de colaboración dentro
de una teoría del imperialismo más amplia y general. Robinson estuvo de
acuerdo con esto; su empleo de la idea debía ser visto en el contexto de
una Europa en expansión.

148
El aspecto económico de la colaboración. Otras preguntas se centraron más
directamente en la noción misma de colaboración. ¿No sucedía, por ejem­
plo, que era muy difícil trasladar la idea a términos económicos? La ma­
nera como se usaba en el texto parecía implicar un trato de cierto tipo
entre grupos de europeos y no europeos, pero resultaba difícil ver cómo
podía decirse que las economías globalmente hacían tratos unas con otras.
La respuesta de Robinson fue que él no se interesaba en economía, sino
sólo en la forma como influye en la política y ésta influye en ella. Para dar
un ejemplo, los europeos utilizaban el mecanismo de colaboración para
establecer cierto tipo de arreglos políticos en países no europeos con el fin
de que las economías de estos últimos se desarrollaran de cierta manera.
Igualmente, Robinson se interesaba en la forma como ciertos tipos de acti­
vidad económica, por ejemplo la inversión de grandes sumas de dinero, pro­
ducían ciertos efectos políticos, por ejemplo el surgimiento de nuevos gru­
pos de colaboradores potenciales.

¿Quiénes eran los colaboradores? Se hizo una pregunta conexa relativa al


método mediante el cual se podía identificar y definir a los grupos colabo­
radores. ¿No daba el texto de Robinson poca orientación sobre esto? Su
nomenclatura parecía variar a lo largo del texto: a veces hablaba de clases,
otras de grupos o élites; unas veces definía a los colaboradores en térmi­
nos de un trato con Europa, otras en términos de sus relaciones económicas
locales. Robinson replicó a esto que su ensayo no pretendía dar una teoría
acabada sino sólo un programa para estudios posteriores. Faltaba mucho
trabajo por hacer antes de que tales cuestiones pudiesen ser respondidas sa­
tisfactoriamente. No obstante, él creía que era posible avanzar algo en el
sentido de averiguar quiénes eran los colaboradores. En muchos casos era
posible encontrarlos no como grupos sino como colecciones de personas de
distintos tipos, en diferentes niveles, que habían sido llevados a colaborar
como resultado de la creación de instituciones europeas dentro de sus so­
ciedades. El ejemplo más obvio de esto lo proporcionaban los individuos
locales que trabajaban para el gobierno colonial. Otro grupo podía ser defi­
nido en términos del grado alcanzado por ellos en el sistema de educación
moderna, y así sucesivamente. Sin embargo, también era importante recor­
dar que eran pocos los colaboradores que colaboraban en forma absoluta.
La mayoría de los pertenecientes al sector moderno también mantenían sus
vínculos con el sector tradicional. En respuesta a una pregunta similar
acerca de que su teoría no explicaba nada sobre la manera como las estruc­
turas de clases se habían desarrollado fuera de Europa como resultado del
contacto con la economía mundial, Robinson afirmó que era muy difícil
saber cómo identificar a tales clases en un área en donde las sociedades
tendían a estar fragmentadas y donde los intereses económicos estaban tan
estrechamente vinculados a los usos religiosos y sociales.

149
NOTAS
1 Estas teorías se encuentran muy bien analizadas por D. K. Fieldhouse, The
Theory of Capitalist Imperialism, Ed. Weidenféld & Nicolson, Londres, 1967; cf-
Tom Kemp, Theoriet of Imperialism. Ed. Dobson, Lond es, 1967.
2 Cf. su fo ululación mis temprana en J. Gallagher y R. Robinson, “The Impe-
rial'ian of f ee trade”. Econ. Hist. Rev., marzo de 1953, pp. 5-6.
3 En particular, véase, W. G. Beasley, Great Britain and the Opening of Jopan,
1834-1858, Ed. Luzac, Londres, 1951, y Select Documente on } apanese Foreign Po-
licy, 1853-1868, Oxford University Press, Londres, 1955; A. M. Craig, Choshu in
the Meiji Restoration, Harvard University Press, Cambridge, Mass, 1961; M. B. Jan-
sen, Sakamolo Ryóma and the Meiji Restoration, Princeton University Press, 1961.
4 D. A. Low, Buganda in Modetn Hisloty, Ed. Weidenfeld & Nicolson, Londres,
Rule, 1900-1930”, 10,
1971, cap. i: M. Twaddle, “The Bakungu Chiefs of Buganda under British Colonial
Journal of African llislory, 2, 1969 y “The Muslim Revolu-
tion in Buganda”, Institute of Commonwealth Studies Seminar Paper (sin publicar,
1971).
6 A. S. Kanya-Forstner, “Myths and realities of African resistance”, Historical
Papere 1969, The Canadian Histórica! Association, 1969, y The Conquest of the Wes­
tern Sudan: A Study in French Military Imperialism, Cambridge University Press,
Cambridge, 1969.
4 Un ejemplo extremo del tipo de colaboración que et capital inglés conseguía en
países que estaban fuera de su imperio formal, se puede ver en la política chilena
desde 1879 hasta 1883, sin que se haya producido una intervención política abierta.
J. R. Brown, “The frastration of Nitrate Chile’s impe ialism”. Journal of Pacific
History, noviembre de 1963.
7 Véase, A. Dachs, Missionary Imperialism ¡n Bechuanaland, 1826-1890, tesis p a­
ra doctorado, Universidad de Cambridge, 1968.
8 Véase R. Robinson, J. Gallagher y A. Denny, Africa arad the Viclorians, the
official mind of imperialism. Ed. Macmillan, Londres, 1961, cap. m, vti, xrv.
® H. S. Fems, Britain and Argentina, Oxford University Press, Londres, 1969;
T. F . McGann, Argentina, T he United States and the Inler-American System, 1880-
1914, Harvard University P ess, Cambridge, Mass., 1957; véase también J. F.
Rippy, “The British investment ‘boom’ of the 1880s in Latin America”, Uispmic
American Historical Reoiew, mayo de 1949.
10 Véase Gallagher y Robinson, “Imperialism of free trade”, op. cit., 1953; B.
Semmel, The Rise of Free Trade Imperialism, Cambridge University Press, Cam­
bridge, 1970; A. G. L. Shaw (ed.), Great Britain and the Colonias, 1815-1865, Ed.
Methuen, Londres, 1970; D. C. M. Platt, Finante, Trade and Politics, British Fo­
reign Policy 1815-1914, Oxford University Press, Londres, 1970, y “The imperia­
lism of f ee trade; some reservations”. Ec. Hist. Rev., xxi, 1968.
11 Véase, E. O. Reischauer, J. Faiibank y A . M. Crai'g, East Asia: The Modern
Transformation. Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1965.
12 F. Michael, T he Taiping Rebellion. 3 vol. University of Washington Press,
Seattle, 1966.
13 E. S. Weh le, Britain, China and the Antimtssionary Riots: 1891-1900, Uni­
versity of Minneapolis Press, 1966; Paul A. Cohén, China and Christianity: The
Missionary Movemenl and the Growth of Chínese Anliforeignism 1860-1870, Har­
vard University Press, Cambridge, Mass., 1963.
14 Véase, M. C. Wright, The Lasl Strand of Chínese Conseroatism: The T'ung-
Chih Restoration, 1862-1874. Stanford University Press, Nueva York, 1966, passi'm.
16 Véase, R. H. Davison, Reform in Ottoman Empire, 1839-1876, Princeton Uni­
versity Press, 1963; W. R. Polk y R. L. Chambers, Beginning of Modernizalion in
the Middle East, The Nineteenth Cenlury, University of Chicago Press, 1968.

150
14 Alñca and (he Victort'ans; R. Robinson y J. Gallagber, “The African Parti-
tion”, The New Crambridge Modera History, xi, 1962; cf. C. "W. Newbury, “Victo-
rians, icpublicans and tbe partition of "West Africa", Journal of African History, 3,
1962; Newbury y Kanya-Forstner, “FrencK policy and the origi'ns of the scramble
of tbe "West Africa” , Kanya-Forstner, The Conquest of the Western Sudan, E. Sto-
kes, "Late ninetcenth expansión and the attaclt on the theoiy of economic imperia-
lism”, Hist. Journal, n. 12, 1969.
lT E. R. J. Owen, Cotton and the Egyptian Economy, 1820-1914, Oxford Uni-
vrrsity Press, Londres, 1969; G. Baer, Land Reform in Modera Egypt, 1800-1950,
Nueva York, 1962; P. M. Holt, Política! and Social Change in Modera Egypt, Ox­
ford University Press, Londres, 1968.
14 A. Hourani, Arabic Thought in the Liberal Age, Oxford University Press, Lon­
dres, 1962; S. G. Haim, Arabic Nationalism, University of California Press, Berke-
ley, 1962.
18 Véase Africa and the Victorians, cit., cap. iv.
so Para algunos ejemplos de sistemas indios, véase The Emergence of Indian Na­
tionalism, Cambridge University Press, 1968; R. Frykenberg, Guntur District, 1788-
1848: a history o¡ local ir/.fturnee and central authority in South India, Oxford
University Press, Londres, 1965; J. H. Broomfield, Elite Conflict in a Plural Society,
twentieth century Bengal, University of California Press, Berkeley, 1968; G. Johnson,
Indian politics, 1895-1905, tesis doctoral de la Universidad de Cambridge, 1969;
para ejemplos de micropolítica de crbis, véase S. B. Chaudhuri, Civil Rebellion in
the Indian Mulinies, y E. Stokes, “Rural revolt in tbe Great Rebellion of 1857 in
India”, Hist. Journal, n. 12, 4, 1969.
21 El ejemplo está tomado de G. Bakheit, British administraron and Sudanese
nationalism, tesis doctoral inédita, Universidad de Cambridge, 1966; véase tam-
hién M. Abd al-Rahim, Imperiaiism and Nationalism in the Sudan, Oxford Uni­
versity Press, Londres, 1967.
22 Para algunos ejemplos africanos, véase, M. Perham, Natine Adminislration in
Nigeria, Oxford University Press, 1936, y Lugard, 2 vol., Ed. Collins, Londres, 1956,
1960; J. D. Hargreaves, "West African States and the European Conquest"; J. E.
Flint, "Nigeria: the colonial experience from 1880 to 1914”, Colonialism in Africa
1870-1960, L. II. Gann y P. Duignan (eds.), Cambridge University Press 1970; J. M.
Lonsdale, “Political association in western Kenya” y otros artículos en Protest and
Power in Black Africa, R. I. Rotberg y A. A. Azrui (eds.), Oxford University Press,
1970; Lonsdale, “Some origins of African nationalism in East Africa", Journal Afri­
can History, 9, 1, 1968; T. Ranger, “African reactions to the imposition of colo­
nial rule in East and Central Africa”, op. cit., Colonialism in Africa, 1870-1960;
J. lliffe, Tanganyka under Germán Rule, 1905-1912, Cambridge University Press,
1969; M. Twaddle, " 'Tribalism* in Eastern Uganda", Tradilion and Transition in
East Africa, P. H. Gulliver (ed.), Ed. Routledge, Londies, 1968; M. Crowder, West
Africa under Colonial Rule, Ed. Hutchinson, Londres, 1968; West African Rest's-
tance, Ed. Hutchinson, Londres, 1971; A. H. M. Kirk-Greene (ed.), The Princi­
pies of Native Administraron in Nigeria, Selected Documents 1900-1947, Oxford
University Press, 1965; D. Austin, Politics in Ghana, 1946-1960, Oxford Univeisi-
ty Press, 1964; D. A. Low y R. Pratt, Buganda and British Over-Rule, Oxford
University Press, 1960-
25 T. O. Ranger, “Connections between ‘primary resistance' movements and mo­
dero mass nationalism in east and central Africa”, Journal of African History, ix,
3 y 4, 1968; E. Stokes, “European administraron and African politi'cal Systems,
1891-1897” . Conferencia sobre la Historia de Africa Central, Lusaka, 1963; D.
Ashford, “The politics of rural mobilisation in North Africa”, Journal Mod. Afr.
Studíes, 7, 2, 1969; J. M. Lonsdale, “African politics in Western Kenya: its lea-

151
dcrship, scale and focus’’, tiabajo inédito para el Seminario de Historia de la Co­
m unidad Británica de la Universidad de Cambr idge, 1967, y "Dccolonisation in
East A frica”, Seminario de Historia de la Comunidad Británica, 1971.
Fieldhouse, op cit. Theory of Capitalist Impeñ alism, xv, pp. 193-94.
S E C U N D A P A R T E

ASPECTOS TEÓRICOS DEL IMPERIALISMO


CONTEMPORÁNEO
r
VI. IMPERIALISMO SIN COLONIAS
HARRY MACDOFF

La identificación del imperialismo con el control político formal en forma


de colonialismo es una fuente de confusiones que obstaculiza casi todas las
discusiones sobre el imperialismo, incluyendo la que se conforma en este li­
bro. (Véase conclusión, 4.) Es una característica común en todos ¡os enfo­
ques marxxstas, como aquí afirma Magdoff, asentar que aunque la división
territorial del mundo fue sin duda una parte del “nuevo imperialismo” de fi­
nes del siglo X IX , el imperialismo ha sobrevivido intacto a la descoloniza­
ción.
Una de las partes esenciales de esta continuidad es la inversión extranjera
en gran escala. La mayor parte del ensayo trata de diversos aspectos de esta
exportación de capital. Primero sus causas: aquí Magdoff rechaza las ex­
plicaciones, como la dé Hobson, bqsadas.,en . la .existencia de capital exce­
dente _(sección 1), así como aquellas basadas en la tasa de ganancia decre­
ciente (sección 2; compárese con el anterior texto de Kemp, 1.2). Seña­
lando la ¡alacia de comparar tasas de ganancia promedio en una época de
monopolio, en vez de tasas marginales individuales en las que realmente se
basan las decisiones acerca de los movimientos de capital, Magdoff indica
como causa básica,de.la constante exportación de capital la estructura mo­
no polista'de~la industria en los países capitalistas avanzados.
En segundo término, el ensayo de Magdoff se extiende en la descripción
de las exportaciones recientes de capital ya señaladas en parte por Barratt
Brown (u. 8b). Muestra, por ejemplo, que el capital norteamericano con­
trola más fondos que los suyos propios; que sólo una pequeña proporción
de su inversión externa es financiada por un ¡lujo directo de capitales desde
Estados Unidos, y que el resto es financiado con los ingresos retenidos o con
fondos obtenidos localmente; y que la gran mayoría del capital norteame­
ricano en el extranjero está en manos de las mayores corporaciones. Todas
estas características pueden observarse desde otro ángulo privilegiado en el
estudio del imperialismo en la India de Patnaik (secciones 3 y 5 más ade­
lante).
Después de rechazar numerosos errores acerca del imperialismo y la crisis
y acerca del papel del Estado (secciones 4 y 5), Magdoff señala algunas de
las características y consecuencias del imperialismo en la era poscolonial,
descubriendo que es un método para perpetuar la división internacional del
trabajo existente. Esto se relaciona con las opiniones de Barratt Brown so­
bre la causalidad acumulativa (n. 12), y también con la discusión sobre

155
industrialización en el tercer mundo de Sutcliffe y Patnaik ( vn y ix más
adelante ).

L a sú b ita aceleración en la búsqueda agresiva de colonias por parte de casi


todas las grandes potencias a fines del" siglo xex es, sin duda, una caracterís­
tica csenciaLdcl..‘.‘lluevo im peria 1ismo’ Es segmámente la marca dramática
d e este proceso histórico,'y_sm_cmbargo no es en absoluto la esencia del
nu.evo.iraperialisnio. En realidad, la acostumbrada'ideritif ica ciórf"de impe­
rialism o con colonialismo es un obstáculo para el correcto estudio del tema,
S pu esto que el colonialismo existía antes de la forma moderna del imperia­
lism o y este último ha sobrevivido al colonialismo.
Si b ien el colonialismo tiene una larga historia, el colonialismo de los
cinco últimos siglos está estrechamente asociado con el nacimiento y madu­
ració n del sistema socioeconómico capitalista. La búsqueda y adquisición
d e colonias (incluyendo la dominación política y económica, a falta de pro­
p ied ad colonial) fue un atributo importante de la revolución comercial que
co n trib u y ó a la desintegración del feudalismo y a la fundación del capita­
lismo. Los esquemas precapitalistas de comercio regional en toda la exten­
sión del globo no fueron destruidos por las inexorables fuerzas del mercado.
P or el contrario, las fuerzas militares superiores fueron las que sentaron las
bases para, transformar ésos esquemas'comerciales tradicionales en un mer­
cado m undial centrado en las necesidades c intereses de Europa occidental.
E l salto adelante en potencia naval —basado en los avances d é 'la -attílle^
ría y en barcos capaces de transportar la artillería— creó la contundente
fu erza utilizada para anexar colonias, abrir puertos comerciales, imponer
n uevas relaciones comerciales y desarrollar minas y plantaciones. Basado en
el dom inio marítimo, estejrolonialismo estaba principalmente confinada
l a c r e a s costeras, excepto para las Améficás,"dónde la dispersa población
te n ía uñaHechólogía primitiva y era muy susceptible a las enfermedades
infecciosas europeas.1 Hasta el siglo xdc las relaciones económicas con estas
colonias, desde el punto de vista europeo, estaban orientadas hacia la im­
p o rtació n : ampliamente caracterizadas por el deseo de las naciones metro­
politanas de obtener los bienes y riquezas esotéricos que sólo podían hallarse
en las colonias. Durante casi todos esos años, en realidad, los conquistado­
res europeos tenían muy poco que ofrecer a cambio de las especias y pro­
ductos agrícolas tropicales que deseaban, así como los metales preciosos de
las Américas.
¿ L a relación metropolitano-colonial cambió bajo el impacto de la revo­
lución industrial y del desarrollo de la locomotora de vapor. Con esto, el
cen tro de interés se trasladó de las importaciones a las exportaciones, dando
com o resultado la ruina de la industria nativa, la penetración de grandes
territorios, una nueva fase en el sistema bancario internacional y crecien­
tes oportunidades para la exportación de capital. Todavía más cambios fue­

156
ron introducidos por el desarrollo de la industria en gran escala basada en
la nueva metalurgia, la aplicación industrial de la química orgánica, nue­
vas fuentes de energía y nuevos medios de comunicación y transporte trans­
oceánico.
A la luz de las disparidades geográficas e históricas entre las colonias y
de los diferentes objetivos a que éstas h an servido en distintas épocas, difí­
cilmente puede evitarse la conclusión de que los intentos realizados por
algunos historiadores y economistas para hacer encajar todo el colonialismo
en un modelo único son fatalmente insatisfactorios. Sin dudajh ay un factor .
común._a .todas ja s diversas experiencias coloniales: la explotación de las
colonia para benefició de jos centros metropolitanos.* Además, hay unidad
en el hecho de que los considerables cambios que se produjeron én'eTmúh-
do colonial y semicolóñial fueron primordialménte en respuesta a las cam­
biantes* necesidades de un capitalismo en_ expansión y que avanzaba*técnica­
mente. Sin embargo, Hsi queremos entender la economía y la política del
mündo colonial en determinado momento, tenemos que reconocer y d stin-
guir las diferencias asociadas a los periodos de capitalismo mcrcanliL, ca­
pitalismo.industrial competitivo y capitalismo monopolista, asi como tene­
mos que distinguir estas etapas de desarrollo en los centros metropolitanos
mismos si es que queremos entender el proceso del desarrollo capitalista.
La identificación del imperialismo con el colonialismo no sólo oscurece
la variación histórica en las relaciones coloniales-metropolitanas, sino que
hace más difícil evaluar la última transfounación en el sistema capitalista
mundial, el imperialismo del periodo del capitalismo monopolista. Este os­
curecimiento resulta a menudo como consecuencia de la práctica de crear
modelos conceptuales rígidos, estáticos y ahistóricos para explicar fenóme­
nos complejos y dinámicos. Me propongo examinar algunos de los errores
más comunes en los que este tipo de modelos suelen basarse en la creencia
de que ayudarán a clarificar el tema del imperialismo sin colonias. .Dos de
estos_errofes_son_ p ^ticül ármente comunes^ ambos‘rélaciqna3 os_cqn el_vital
papel representado por la exportación de capital: los basados en'argumen­
tos concern ¡entes- a la' exportación de capital excedente y en la tasa de ganan-
cia'decreciente en los países capitalistas avanzados.'---------------------- 1

1. LA PRESIÓN D EL CAPITAL EXCEDENTE

Un rasgo característico del nuevo imperialismo asociado al periodo del ca­


pitalismo monopolista (esto es, cuando la corporación gigante se halla en
ascenso y hay un alto grado de concentración económica) es un marcado au­
mento en la exportación de capital. El vínculo entre la exportación, de
capital y la expansión imperialista es la obvia necesidad por parte de los
inversionistas de capital de un medio ambiente seguro y amistoso.
Pero ■¿^rqué se-debe el ^aumento de-Ia_migración,,de capital durante el
último cuarto del siglo xix jTsu continuación, hasta nuestros, dias? U na ex-

157
plicación usual es que las naciones capitalistas avanzadas comenzaron a ver­
se agobiadas por una superabundancia de capital que no podía hallar buenas
oportunidades de inversión dentro de sus fronteras y por lo tanto debía
buscar salidas en el extranjero. §i_bien debemos aceptar la proposición de
que el crecimiento del monopolio conduce a un aumento dé las dificultades
de inversión, de ahí no se sigue'necesariamente qué la ex^rtaciSfT’iJe’capUaT"
fu'ese estimulada primordialmcntc por la presión, de. un excedente" de ca­
pital.5
La respuesta a esta cuestión se encuentra, en mi opinión, en compren­
der y "considerar el capitalismo com ojjn sistema mundial. La existencia de
naciones Estados póüerosas'yla importancia del nacíoitalismo tiende a os­
curecer el concepto de un sistema capitalista global. Sin embargo, el nacio­
nalismo de las sociedades capitalistas es el alter ego del internacionalismo
del sistema. Las clases capitalistas triunfantes necesitan la fuerza de las
naciones Estados no sólo para dearrollar mercados intemos y construir in­
fraestructuras adecuadas sino también, y esto es igualmente importante,
para asegurar y proteger las oportunidades, el comercio e inversión exte­
riores en un mundo de naciones Estados rivales. Cada nación capitalista
desea protección para sí, tratos preferenciales y libertad para operar inter­
nacionalmente. El proteccionismo, una fuerte posición militar y ja^urgen^.
cía de mercados exteriores forman 'parte dé uñ~ m¡smoj^qu£te.«_
Él_deseo y ja necesidad de'operar a escala mundial forma_par.tejntríru-
secn de ía economía del capitalismo. Las presiones competitivas, los avan­
ces técnicos y los desequilibriós'réfiürfentes entre capacidad productiva y
demanda efectiva crean constantes presiones en pro de la expansión de los
mercados. Los peligros e incertidumbres de los negocios, combinados con
un impulso adquisitivo de riqueza sin límites, activan al empresario para
acumular bienes cada vez mayores y para, en el proceso, escudriñar todos
los rincones .de- la tierra en busca de, nuevas oportunidades. Lo que obstacu-
liza sujayance, además de los límites técnicos de^oQrahsportea.y comumj”
cácíoñes, es Ja-resistencia d ejo s nativos, yJ a rivalidad d e„ o tras„ naciones
Estados capitalistas,__
—-Co'ñsidérada de esta forma, la exportación de capital-, como el comercio
exterior, es una función normal de la empresa capitalista. Más aún, la ex­
pansión de" la exportación de capital' está'estrechamente relacionada con la
expansión geográfica del capitalismo. Ya desde los primeros días del capi­
talismo mercantil, el capital; empezó a traspasar sus fronteras originales para
financiar plantaciones y minas en América y Asia. Con esto llegó el creci­
miento de la banca ultramarina para financiar el comercio con Europa, así
como para ayudar a lubricar las operaciones de inveisión extranjeras.
Aun cuando las oportunidades para la inversión doméstica pueden haber
escaseado algunas veces en ciertos lugares, el impulso principal para la ex­
portación de capital no fue la presión del capital excedente sino la utiliza-

158
( , /.
Ca y* ■A.J ’ t Ir.

b
ción del capital allí donde existían buenas oportunidades, dentro de los
limites, por supuesto, de la tecnología de la época, las condiciones econó­
micas y políticas en otros pa'ises y los recursos ae la metrópoli. Por ejemplo,
puesto que la potencia militar se necesitaba para conseguir muchas de esas
oportunidades de lucro, la escasez de mano de obra y recursos económicos
que pudieran ser dedicados fácilmente a tales propósitos limitaba también
las oportunidades de inversión.
Como ya mencionamos, durante el impacto de la revolución industrial
y el surgimiento de las manufacturas producidas masivamente se produce
un_ retroceso en las relaciones comerciales. La empresa capitalista busca
desesperadamente mercados de exportación, mientras que las áreas ultra­
marinas son las que sufren una escasez de bienes que ofrecer a cambio. Co­
mo resultado, muchos de los países que compran a las naciones industria­
lizadas contraen deudas, puesto que sus importaciones tienden a exceder sus
exportaciones. En esas condiciones, las oportunidades y la necesidad de re­
cibir préstamos de capital de los centros metropolitanos aumentan. Así,
las exportaciones de capital se convierten en un importante apoyo para la
exportación de bienes. Como es bien sabido, el verdadero aumento de la
demanda de exportación de capital.británico aparece con el desarrollo de los
ferrocarriles,_No era solamente la industria británica la que proporcionaba
los” ríeles y equipos ferroviarios a gran parte del mundo, sino que también
los préstamos de capital británico hacían posible la financiación de esas ex­
portaciones. Además, las instituciones financieras que evolucionaron en la
larga historia del comercio internacional y la exportación de capital adqui­
rieron intereses en la obtención de negocios extranjeros. Siguiendo sus pro­
pios imperativos de crecimiento, buscaron nuevas oportunidades para el
empleo del capital en ultramar, al tiempo que reunían y estimulaban enér­
gicamente capital doméstico para tales inversiones.
El punto importante es que la exportación de capital tiene una larga his­
toria. Es producto a] de las operaciones a escala mundial de las naciones
capitalistas avanzadas, y b] de las instituciones y estructura económica que
evolucionaron en la maduración del capitalismo como sistema mundial. No
es producto del capital excedente como tal. Esto no quiere decir que nunca
haya un problema de “capital excedente” (alimentado a veces por el re­
tomo del flujo de intereses y ganancias del extranjero), ni que en algunas
ocasiones el capital no pueda actuar bajo la presión de tales excedentes.
Una vez que existen complejos mercados internacionales de dinero, diversos
usos pueden hacerse de ellos. Los préstamos a corto plazo, por ejemplo,
traspasarán las fronteras en respuesta a las escaseces o abundancias de dine­
ro en los distintos mercados. El dinero se prestará para fines políticos y
económicos más generales, para qué- un país gane influencia y trato prefe­
rencia! en otro. Pero el verdadero puntal de los mercados financieros inter-
nacionales'"es_la red internacional de comercio e inversión que generaron

159
las naciones industriales avanzadas debido a su necesidad de operar en los
m ercad qi;.müiidiales." 'Así, mientras que en ocasiones el capital doméstico
'ex ced en te puede ser un factor que contribuya a los movimientos de capital
en el extranjero, la explicación más importante, en nuestra opinión, se
h a lla en las interrelaciones entre la situación económica doméstica de las
n acio n es capitalistas avanzadas y la de sus mercados ultramarinos .4
¿ P o r qué, entonces, el súbito aumento de las exportaciones de capital
aso ciad o aLimperialismo moderno? Eti iñi "opinión, la respuesta'es conse­
c u e n te con el análisis anterior"así como con la naturaleza de esta última fase
del capitalismo. Primero,^Ja__aparición del jiueyo imperialismo _va acompa­
ñ a d a p o r la entrada en eíceñá de" ”váricis Estados ’industríales capaces de
d is p u ta r la hegemonía británicá en él coiiíerció y las finanzas intemaciona-'
les.. E s ta s otras naciones expanden sus exportaciones de capital porJá¿"mis-
m a s razonesjJ aumentar su comercio exterior y obtener mercados preferen­
cia! es 3 Así, én vez de que Inglaterra siguiera siendo el primer país expor­
ta d o r d e capital entre muy pocos, surge un nuevo grupo_ ele exporta­
dores, con el resultado de que el volumen total délás'exportaciones de
c a p ita l aumenta notablemente. Segundo, a la intensificada rivalidad de las
) n ac io n e s industriales avanzadas va asociado el aumenta de,las tarifas pro­
teccionistas: una forma dc_saltar por encima de ese muro de tarifas es la
i in v ersió n exterior. Tercero, la nueva fase del capitalismo se basa en indus­
tria s q u e requieren grandes suministros de materias"primas, tales como pe­
tróleo y metales ferrosos y no ferrosos. Esto no sólo requiere grandes sumas
d e c a p ita l para la exploración y desarrollo de los recursos extranjeros, sino
ta m b ié n préstamos de capital para construir los servicios públicos y trans­
portes complementarios. Cuarto, J a maduración de las. compañías por ac-,
ciones, el mercado de valores y otras instituciones financieras proporcionó,
los m edios para movilizar el capital m ás. eficazmente_para. su_ uso en el
e x tra n je ro tanto como en la metrópoli. Finalmente, el desarrollo de las cor­
poraciones gigantes apresuró el crecimiento del monopolio? La capacidad y
deseo d e estas corporaciones., de controlar los mercados proporcionó otro
g ra n incentivo.a la expansión del capital en el extranjero. ""
L o s datos de la "inversión d e Estados Unidos e ñ _el extranjero en la
é p o c a actual son muy reveladores respecto al tema del capital “exceden­
te ” ; pueden ayudamos a responder también las cuestiones históricas. Podría
suponerse que si una de las principales razones, si no es que la principal,
p a ra l a exportación de capital norteamericano en la actualidad fuese la
p resió n de u na superabundancia de capital doméstico, tanto capital como
p u d ie ra ser lucrativamente invertido en el extranjero saldría de Esta­
dos Unidos. Pero no es esto lo que sucede. Tenemos los datos referentes a
la estru ctu ra de las inversiones directas de Estados Unidos en el extran­
je ro durante el año de 1957. (Este es el último año para el que se dispone
d e ta le s datos. Un nuevo censo de las inversiones extranjeras se realizó en

160
1966, pero los resultados aún no han sido publicados.) Lo que encontramos
es que el 60 por ciento de los fondos de inversión directa de las corpora­
ciones con base en Estados Unidos es propiedad de residentes norteameri­
canos y el 40 por ciento es propiedad de personas que no residen en Esta­
dos Unidos, principalmente residentes locales, pero incluyendo capital euro­
peo y canadiense invertido en Latinoamérica, etcétera. (Véase cuadro I. B.)
cuadro i. Inversión directa norteamericana en otros países en 1957: *
Fondos propiedad de residentes norteamericanos y locales
A. Porcentaje de fondos totales en acciones y préstamos

Activos totates Activo en acciones Activo por deuda


_S $ $
Miles de Por Miles de Por Miles de Por
millones ciento millones ciento millones ciento
Propiedad de
residentes
norteamericanos $24.0 100.0 $19.7 82.3 $4.2 17.7
Propiedad de
residentes
locales** 15.6 100.0 3.2 2 0 .6 12.4 79.4
T otal $39.6 100 .0 $22.9 58.0 $16.6 42.0

B. Porcentaje de distribución de fondos de propiedad norteamericana y local

Activo por
Activos totales Activo en acciones deuda
Propiedad de residentes
norteamericanos 60.5 8 6 .0 25.4
Propiedad de residentes
locales** 39.5 14.0 74.6
Total 100 .0 100 .0 100 .0

(Los decimales han sido redondeados.)


* Se han excluido la inversiones financieras y de seg ros.
** Más precisamente, personas que no residen en Estados Unidos. Los propietarios
son primordialmente residentes en las áreas en que está situada la empresa norte­
americana, aunque probablemente hubo un flujo de fondos de Europa y Canadá
a las empresas de propiedad norteamericana en otras áreas.
Fuente: Calculado de U S. Business Inuestments in Foreign Countries (Departamen­
to de Comercio de Estados Unidos, Washington, D.C., 1960), cuadro 20.

161
Ahora bien se puede dar un giro interesante a estos datos. Si separamos los
fondos en acciones y deuda, descubrimos que los residentes norteamerica­
nos poseen el 8 6 por ciento de las acciones y sólo 25 por ciento de la
deuda. Lo que esto refleja es la práctica empleada por las firmas norte­
americanas para asegurar el control sobre sus fondos extranjeros y para cap­
tu rar la mayor parte del flujo de ganancias “perpetuo”. Por lo que se refiere
al capital en préstamos (a corto y largo plazo), que a su tiempo será paga­
do con las utilidades de la empresa, tanto d a conceder una oportunidad a
los ricos nativos. Los fondos “excedentes” que supuestamente presionan en
el país metropolitano apenas si se usan para las necesidades de préstamos
de capital de la empresa extranjera.
Pero también es necesario advertir que la participación de 60-40 de los
fondos de capital, mencionada arriba, exagera los fondos de capital propor­
cionados por Estados Unidos. Veamos cómo una publicación para hom­
bres de negocios, Business Abroad, describe las prácticas de inversión en el
extranjero de las corporaciones norteamericanas:
Al calcular el valor de la inversión de capital, la General Motors, por
ejemplo, da a los intangibles tales como marcas registradas, patentes y
know-how un valor equivalente al doble del capital real invertido. Al­
gunas corporaciones calculan el know-hou>, los planos, etcétera, como un
tercio del capital invertido, y luego añaden un tercio en acciones propor­
cionando maquinaria y equipo.®

Así pues, buena parte del 60 por ciento de los fondos de propiedad de fir­
mas norteamericanas no representa una inversión en efectivo sino una va­
luación de sus conocimientos, marcas registradas, etcétera, y de su propia
maquinaria valuada a precios establecidos por la oficina central.®
Podría preguntarse si este fenómeno de utilizar capital local es una carac­
terística que predomina en las prácticas de inversión en países extranjeros
ricos. La respuesta es no. Es verdad que la porción proporcionada por el
capital local es mayor en los países europeos (54 por ciento) y menor en los
países latinoamericanos (31 por ciento), pero la práctica de obtener local­
mente el capital en préstamo es característica de todas las regiones donde se
halla invertido capital norteamericano (véase cuadro n).
Los datos referentes al flujo de fondos para financiar las inversiones di­
rectas de Estados Unidos en el extranjero son aún más impresionantes.
Poseemos los datos referentes a las fuentes de fondos empleados para finan­
ciar estas empresas para el periodo 1957 a 1965. Si bien esta información se
refiere a un periodo limitado, otras evidencias disponibles indican que no
hay razón para considerar este periodo como atípico .1
Estos datos revelan que durante el periodo en cuestión unos $ 84 mil
millones fueron empleados para financiar la expansión y operaciones de las
inversiones extranjeras directas. De este total, sólo un poco más del 15 por

162 i
cuadro ii. Porcentajes de la distribución de fondos de empresas norteame­
ricanas de inversión directa en otros países, por propietarios y
áreas (en 1957)*

Activoen Activo por


Propiedad Fondos totales acciones deuda

En Canadá
Residentes Estados Unidos** 62.0 78.5 37.2
Residentes locales 38.0 21.5 62.8
Total 1 0 0 .0 1 0 0 .0 100 .0

En Europa
Residentes Estados Unidos 46.2 83.9 11.1
Residentes locales** 53.8 16.1 88.9
Total 100.0 100 .0 100 .0

En Latinoamérica
Residentes Estados Unidos 69.1 92.9 24.9
Residentes locales** 30.9 7.1 75.1
Total 100,0 1 0 0 ,0 1 0 0 .0

En África
Residentes Estados Unidos 51.5 80.7 23.9
Residentes locales** 48.5 19.3 76.1
Total 100,0 100.0 100.0

En Asia
Residentes Estados Unidos 62.4 94.1 13.1
Residentes locales** 37.6 5.9 86.9
Total 100.0 100.0 100.0

Notas y fuente: igual que en el cuadro i.

ciento vino de Estados Unidos. El restante 85 por ciento fue obtenido fuera
de Estados Unidos: 20 por ciento de fondos locales y 65 por ciento del efec­
tivo generado por las operaciones mismas de la empresa extranjera (véase
cuadro ni. A ).

> 163

i
l
cuadro ni. Fuentes de los fondos de las empresas norteamericanas de inver­
sión directa en otros países: 1957-1965
A. R esum en de todas las áreas

F o n d o s o b te n id o s
F u e n t e s d e lo s fo n d o s
M ile s d e m illo n e s t P o r c e n ta je d e l to ta l

De Estados Unidos $ 12.8 15.3


O btenidos en el extranjero 16.8 20.1
O btenidos de operaciones
de empresas extranjeras 54.1 64.6
D el ingreso neto 33.6 40.1
D e depreciación y
reducción 20.5 24.5
T o tal $83.7 1 0 0 .0

B . D is tr ib u c ió n e n p o r c e n ta je s , p o r á re a
-
P o r c e n ta je d e f o n d o s o b te n id o s

D e E s ta d o s D e fu e r a
U n id o s d e E s ta d o s U n i d o s * T o ta l

C anadá 15.7 84.3 100 .0


E u ro p a 2 0 .2 79.8 1 0 0 .0
Latinoam érica 11.4 8 8 .6 100 .0
T o d as las demás áreas 13.6 86.4 1 0 0 .0

* Incluye los fondos obtenidos en el extranjero de personas que no residen en Estados


U n id o s y de operaciones de empresas extranjeras.
F u en te : Datos de 1957, igual que los del cuadro i; 1958-65. Datos de Surtey of Cur-
ren t Business, septiembre 1961; septiembre 1962; noviembre 1965; enero 1967.

U n a vez más, el patrón es semejante para los paises ricos y para los países
pobres. Si acaso, la contribución de capital de Estados Unidos es menor
en los países pobres que en los ricos: la contribución de capital norteameri­
cano es de 16 por ciento para las empresas en Canadá, 20 por ciento en
E u ro p a, 11 por ciento en Latinoamérica y 14 por ciento en todas las demás
áreas. No hay que inferir demasiadas conclusiones de estas diferencias; cuan­
tiosos fondos de Estados Unidos se destinaron en estos años para financiar
la rá p id a expansión de empresas en Europa. Sin embargo, es correcto obscr-

164
var que sólo un pequeño porcentaje de los fondos necesarios para financiar
sus inversiones extranjeras proviene de Estados Unidos. Y difícilmente es
esto lo que se esperaría en base a la teoría de que la principal razón para
la inversión externa es la presión de una superabundancia de capital do­
méstico.

2 . LA TASA DE GANANCIA D ECRECIENTE

En segundo orden de importancia, a menudo se presenta la tasa decreciente


de ganancia como explicación ^del aumento en lasexportacionés"de' capital.’
El"razonamiento que sustenta esta idea es que la acumulación de capital!
acompañada por una proporción siempre creciente de capital fijo sobre el
trabajo, produce una tendencia dominante de la tasa de ganancia prome­
dio a declinar. Tal declinación induce a los capitalistas domésticos a invertir
en el extranjero donde los costos de mano de obra son bajos y las ganancias
más elevadas......
No’podemos, ni nos es necesario para nuestro propósito, examinar ahora
ni la consistencia teórica interna de esta teoría, si es que los hechos la
sostienen, o, de ser cierta, de qué manera actuaría esta tendencia en con­
diciones de monopolio. Este examen no es necesario, en mi opinión, porque
en cualquier caso la tasa de ganancia decreciente no explicaría el patrón
de movimientos del capital internacional. En otras palabras, no es una hipó­
tesis necesaria a este respecto, tanto si en sí misma es verdadera como si
no. Este punto se puede probaren relación a dos tipos de inversión externa:
la compra re bonos extranjeros y el desarrollo de pozos petroleros y minas.
Sin 'embargo, antes de presentar las razones que tengo para decir esto,
deseo señalar que estamos ante dos cuestiones distintas. Aquí nos interesan
las causas de la exportación de capital en el periodo del imperialismo. El
efecto"dé la exportación de capital en las tasas de ganancia doméstica es
una cuestión diferente, aunque indudablemente importante.
Pero volvamos al patrón de los movimientos internacionales de capital.
Primero, la_h¡pótes¡s de la tasa de ganancia decreciente no puede aplicarse
al capital prestado. Las tasas de interés del dinero prestado en el extranje­
ro suelen”'sér atractivas, pero, para préstamos relativamente seguros, están
considerablemente por debajo de la tasa de ganancia industrial. Así, una
compra de bonos extranjeros por una corporación normalmente no será una
acción compensatoria contra una tasa de ganancia decreciente.
Debemos también eliminar esta hipótesis piara explicar la inversión di­
recta extensiva en extracción de petróleo y minería. Las inversiones en estas
industrias no están motivadas primordialmente por tasas de ganancia com­
parativas o tasas de ganancia decrecientes en el campio doméstico, sino p>or
hechos geológicos. Los factores decisivos son dónde puso Dios los minerales,
y los problemas de transporte para llevarlos a los centros de consumo. Por
supuesto, las tasas de ganancia siempre entran en juego, y generalmente son

165
muy elevadas. Igualmente, el inversionista sacará provecho de los salarios
más bajos que pueda conseguir. Sin embargo, la utilidad de estas industrias
extractivas no se basa en los salarios bajos, sino en la abundancia de los
recursos naturales allí donde se ubican esas industrias y en las estructuras
monopolistas a través de las que son puestos en el mercado.
Es verdad que las tasas de ganancia comparativas entran en juego cuan­
do, como en el caso de la minería del hierro en Estados Unidos, se
agotan unas reservas de mineral de hierro antes muy ricas. Entonces co­
mienza una carrera para aprovechar las reservas de hierro de Labrador,
Venezuela y Brasil. Pero también aquí el factor decisivo no es una tasa de
f anancia decreciente debido al proceso de acumulación capitalista: es más
ien una tasa de ganancia decreciente debida a las condiciones de la n'at,
tu ralezai
Un tercer tipo de inversión, la inversión externa directa en manufacturas,
es el que proporciona la única prueba real de la tesis. Aquí es donde podn'a
verdaderamente esperarse que el capital se moviera en respuesta a simples
diferencias de tasa de ganancia. ¿Qué hay, pues, acerca de las inversiones
directas en manufacturas? No hace falta decir que la tasa de ganancia do­
mina todas las decisiones de inversión, y también debe quedar claro que
el capital buscará continuamente la tasa de ganancia más elevada que sea
posible obtener. En el campo doméstico, tanto si las tasas de ganancia as­
cienden o decrecen, debemos esperar que el capital tienda a salir en la me­
dida en que en el extranjero puedan obtenerse tasas de ganancia más ele­
vadas. Pero no es necesario que las tasas de ganancia tengan que ser más
elevadas que las tasas de ganancia promedio domésticas para justificar este
movimiento. Lo que interesa al inversionista es una comparación de la
rentabilidad de la inversión adicional (o marginal) en la industria domés­
tica y en la industria en el extranjero. Teóricamente, la nueva inversión
en el extranjero puede tener un retorno más bajo que la tasa de ganancia
promedio doméstica y, sin embargo, seguir siendo atractiva. Por ejemplo,
supongamos que un fabricante de refrigeradores está obteniendo una recu­
peración de 20 por ciento en su inversión doméstica. Quiere hacer una
nueva inversión y descubre que en su país obtendrá sólo el 15 por ciento,
pero que puede conseguir 18 por ciento si emplea esos fondos para fabricar
refrigeradores en el extranjero. Eso le impulsará a ir al extranjero, con el
resultado de que sus inversiones en el exterior producirán menos que su
inversión doméstica. (Esta es la razón, por otra parte, de que las compa­
raciones de datos sobre las tasas de ganancia promedio en fabricación do­
méstica y en el extranjero no sean realmente significativas, aparte de insu­
ficiencias de las mismas estadísticas.) De modo que esta diferencia en la\
rentabilidad marginal es la que produce el movimiento de la inversión \
exterior; no tiene necesariamente ninguna conexión con ningún descenso en >
la rentabilidad promedio de las inversiones domésticas. I

166
3. MONOPOLIO E INVERSIÓN EXTRANJERA
U na hipótesis mucho^más útil que la de la tasa de ganancia decreciente,
en mi_opjiiión," es lá que've el impulso principal para la inveisión directa
a escala mundial en los imperativos de la operación del capital en condi­
ciones monopolistas. Este marco analítico abarca una explicación de a]
el cuerpo principal de la inversión, tanto en industrias extractivas como
manufactureras, y b] el aumento en las exportaciones de capital durante
el periodo de imperialismo. Su objetivo central es demostrar la interrela­
ción existente entre el aumento concomitante en las exportaciones de ca­
pital y el monopolio como base del nuevo imperialismo.
Los negocios, en general, pueden entenderse mejor como un sistema de
poder, para usar una frase de Robert Brady. La esencia de los negocios
consiste en tratar de controlar su propio mercado y en operar, en la me­
dida de lo posible, como si todo el mundo fuese su coto. Esto fue así desde
el principio mismo de la era capitalista. Sin embargo, como en muchas in­
dustrias había demasiados competidores, las oportunidades de lograr el con­
trol eran muy limitadas. Con el desarrollo de las condiciones de monopo­
lio —esto es. cuando un puñado de compañías domina cada uno de los
mercados importantes— el ejercicio de controlar el poder no sólo se vuelve
posible sino cada vez más esencial para la seguridad de la firma y sus
fondos.
-La. .aparición de un grado significativo de concentración de poder no
significa el fin de la competencia. Significa que la competencia ha sido ele­
vada a un nuevo nivelacuerdos temporales entre los competidores acerca
de las políticas de producción, precios y ventas pueden lograrse con una
razonable anticipación de cuál será la respuesta de los competidores. Pues­
to que el capital opera a escala mundial, los arreglos comerciales para divi­
dir los mercados y/o la lucha competitiva por los mercados entre los gigan­
tes alcanza grandes sectores del globo.
- Por otra parte, la estrategia competitiva cambia a partir del periodo de
la competencia. Reducir los precias no es ya el método preferido p a ra ad­
quirir una porción mayor del mercado. Los precios se mantienen altos, y
la expansión de la producción es reducida por las limitaciones de la deman­
da efectiva a precios elevados o la habilidad para ganarles a los compe­
tidores porciones mayores del mercado de precios elevados. No obstante, la
necesidad de crecer persiste y el capital disponible para crecer aumenta; de
ahí la constante presión .entre los rivales para obtener porciones mayores de
los mercados de los otros dondequiera que éstos estén. Debe observatse que
esta lucha por mercados mayores tendrá lugar, naturalmente, en los países
más desarrollados, donde ya existen mercados para productos sofisticados y
donde es posible sacar ventaja de las canales comerciales privilegiados de
cada uno de los demás imperios coloniales o semicoloniales. Esta lucha se
da también en los países menos desarrollados, donde es posible intro*

167
d u c irse en nuevos mercados, aunque estos sean pequeños, y donde las pri-
m eras firm as en llegar suelen lograr las ventajas más duraderas.
( El ím p e tu que mueve a invertir en el extranjero surge de esta lucha com-
{^petitiva entre los gigantes. Primero, la propiedad de las fuentes de materias
p rim a s es de importancia estratégica en la lucha por controlar los precios,
por do m in ar a los competidores que también controlan las fuentes de ma­
terias prim as y para limitar el crecimiento de los competidores que no
poseen sus propias fuentes. Segundo, la necesidad de controlar y ampliar
los m ercados es un gran estímulo e incentivo para la exportación de capital,
. especialm ente cuando las tarifas u otras barreras al comercio impiden la
ex p an sió n de la exportación de productos.
L a correlación entre motivos monopolistas y la propagación de la inver­
sión ex tern a resulta reforzada no sólo por este análisis sino por el actual
p a tró n d e inversiones, al menos en el caso del mayor inversionista extran­
jero , Estados Unidos. Los aspectos monopolistas de las inversiones de
E stad o s Unidos (y otros) en petróleo y minería son demasiado conocidos
p a r a q u e sea preciso exponerlos aquí. En la manufactura, claro está, la
in v ersió n en el exterior es un juego para las firmas mayores. Así, en 1962,
el 9 4 p o r ciento de los fondos de las corporaciones manufactureras nor­
team ericanas en el extranjero estaba controlado por firmas con fondos de
5 0 m illones de dólares o más.8 Además, un estudio del censo de 1957 sobre
la inversión externa de Estados Unidos demostró que el grueso de las in­
versiones en manufacturas correspondía a firmas oligopólicas en áreas don­
de las ventajas del monopolio pueden trasladarse al extranjero: operaciones
pro teg id as por patentes, conocimientos técnicos exclusivos o avanzados y/o
diferenciación de los productos mediante indentíficaci'ón de marcas y téc­
n icas similares.®
E ste argumento no niega de ninguna manera la primacía del motivo de
lucro. El objetivo total del control monopolista es asegurar la existencia v
a u m e n to de las ganancias. La motivación utilitaria y el capitalismo, des­
pués de todo, son una sola cosa. Lo que necesita explicación es por qué,
con l a motivación utilitaria siempre presente, la exportación de capital en
fo rm a d e inversión directa se acelera con la llegada de la etapa imperia­
lista. A quí yo sugeriría que buscar la respuesta a la naturaleza y propaga­
ción d el monopolio (o, más exactamente, del oligopolio) es una explicación
m ejo r que la proporcionada por la teoría de la tasa de ganancia decre­
ciente, o bien, como antes se vio, por la teoría de la presión del capital
excedente.
I U n a vez que hay la oportunidad de obtener ganancias adicionales en el
ex tran jero a una tasa marginal mayor, el empresario se aferrará a ella,
i siem pre que la política del país extranjero sea propicia a la inversión ex-
. te rn a y a permitir que se saquen ganancias de ese país. Sin embargo, hay
m uchos factores que influyen en el volumen del margen de ganancia. Los

168
salarios bajos y los costos reducidos de las materias primas son sólo dos de
esos elementos; los gastos de transporte, la productividad del trabajo, la ca­
pacidad administrativa y los gastos generales también son significativos. Y
las influencias monopolistas o semimonopolistas que protegen las cuotas de
ventas a precios elevados tienen un peso enorme. En este contexto, hay que
señalar que las decisiones de inversión pueden ser atemperadas por consi­
deraciones adicionales. El hecho de que una gran compañía establezca una
cabeza de puente en mercados extranjeros incitará a sus competidores a
seguir sus pasos: aun cuando las ganancias inmediatas puedan no ser cla­
ramente favorables, los requerimientos a largo plazo para asegurar la par­
ticipación en el mercado mundial dictan tal estrategia. Y, como indicamos
antes, las restricciones al comercio motivarán a una filma a invertir en el
extranjero para proteger su mercado al otro lado de la barrera comercial.
Cuando el balance de los ingredientes es favorable a la ganancia y/o a
la estrategia de mercado, la decisión de invertir en el extranjero se produce
como una conclusión obvia.
Ya que estamos en este tema, vale la pena señalar que una de las más
comunes entre las explicaciones demasiado simplicadas del movimiento tras­
nacional de capital es aquella que asigna un papel decisivo a las diferencias
de salarios entre los países exportadores de capital y los importadores. Pa­
ra Estados Unidos, donde los salarios son relativamente elevados, cual­
quier exportación de capital podría interpretarse de esta manera. Pero de
esto no hay que deducir que la principal corriente de inversión extema es
sustituir en el mercado de Estados Unidos los productos de fabricación
doméstica por productos de fabricación extranjera. Todo lo más, podría
decirse que parte de la producción extranjera ocupa el lugar de lo que
de otra manera sería exportado por Estados Unidos. (De esta forma,
las diferencias de salarios quedan eliminadas como elemento competitivo
en los mercados extranjeros.) Los datos referentes a la distribución de las
ventas de firmas manufactureras norteamericanas establecidas en el ex­
tranjero (de 1962 a 1965) muestran que, excepto para Canadá, menos del
2 por ciento de la producción norteamericana en el extranjero es enviada
a Estados Unidos (véase cuadro ív). El alto porcentaje correspondiente
a Canadá consiste principalmente en manufacturas basadas en recursos
canadienses (papel, por ejemplo).
Aunque aún no se dispone de datos completos, parece que desde 1965
ha habido un aumento en las firmas norteamericanas que fabrican en el
extranjero partes y equipos para ser vendidos en los mercados domésticos
de Estados Unidos. No obstante, la relativa importancia de esta activi­
dad no prueba aún el argumento de que este sea el determinante prin­
cipal de la inversión externa norteamericana. Por otra parte, estos bajos
porcentajes no significan que los cambios que ocurren en la producción
no causen un impacto muy real y grave en el obrero norteamericano. La

169
tendencia a fabricar componentes y productos terminados en Japón, Italia,
Corea, Hong Kong, etcétera, ha sido indudablemente sentida por ciertos
sectores obreros norteamericanos.

cuadro iv . Dirección de las ventas de filiales manufactureras norteameri­


canas establecidas fuera de Estados Unidos, 1962-65

Exportación Exportación
Ventas V entas a a otros
Áreas totales locales Estados Unidos países

DISTRIBUCIÓN EN PORCENTAJES

Total 1 0 0 .0 82.3 4.1 13.6


Canadá 1 0 0 .0 81.1 10.8 8.1
Latinoamérica 1 0 0 .0 91.5 1 .6 6.9
Europa 1 0 0 .0 77.2 1.0 21.8
Otras áreas 1 0 0 .0 93.9 1.4 4.7

Fuente: 1962. Svruay of Curren» Business, noviembre de 1965, p. 19; 1963-65.


Ibid., noviembre de 1966, p. 9.

4. IM PE R IA L ISM O Y C RISIS

Antes de referimos a cómo estas relaciones económicas han persistido tras


la decadencia del colonialismo, hay otras dos áreas de discusión acerca del
nuevo imperialismo que debemos analizar. Éstas son la relación del impe­
rialismo con la crisis y el papel del Estado.
Estudiemos la primera de ellas: el imperialismo como vía de escape
capitalista de la crisis. Cualquiera que sea el mérito de este enfoque, puede
crear confusiones si no se separa bien la causa del efecto. Las depresiones
de 1870 y 1880, los conflictos agrarios así como las crisis industriales de
aquellos años, probablemente aceleraron el nacimiento de un nuevo im­
perialismo. Pero ellos mismos no fueron la causa del imperialismo. Si acaso,
tanto la gravedad de los trastornos económicos como las políticas imperia­
listas tienen su origen en las mismas rápidas transformaciones de finales
del siglo xix.
Las raíces del imperialismo están a profundidad mucho mayor que cual­
quier crisis particular o que la reacción de cualquier gobierno a la crisis.
Se hallan en los factores que antes discutimos: el impulso expansionista de
cada nación capitalista avanzada para operar a escala mundial, el desarro­
llo del monopolio y las rivalidades nacionales asociadas a las necesidades de
las economías avanzadas con estructuras monopolistas.

170
Lo que logran frecuentemente las crisis económicas es dar a las clases
dirigentes y a los gobiernos una aguda conciencia de la necesidad de un
remedio vigoroso. Recuerdan su “deber” a los gobiernos perezosos y los
impulsan a la acción. Así como la realidad de las contradicciones del capi­
talismo se revela más francamente durante los periodos de tensión, así
las reacciones de los gobiernos se hacen más patentes bajo esa presión. Pero
las po ticas y prácticas del imperialismo económico y político forman par­
te tanto de la prosperidad como de la depresión. Los gobiernos más enérgi­
cos y previsores actuarán, o se prepararán para actuar, en periodos de
calma y prosperidad. Los gobiernos temerosos y miopes despertarán en el
momento en que la crisis los golpee, o bien serán derribados por un grupo
político más fuerte.
Un corolario al argumento de que el imperialismo fue un medio para
salir de la depresión es la idea de que el capitalismo se derrumbará a
medida que disminuya el área disponible para la expansión imperialista.
Esta tesis se basa en una visión rígida y poco realista de cómo funciona el
capitalismo. La reducción de mercados y fuentes de materias primas crea
serios problemas a la empresa capitalista, pero no implica necesariamente
su desaparición.
No debería ser preciso señalar lo anterior después de tantos años de ex­
periencia durante los cuales numerosas áreas del mundo han salido por
sí mismas de la órbita imperialista. Pero las formulaciones excesivamen­
te simplificadas y mecanicistas parecen poseer una vida propia. Es im-
]X>rtante entender los grados de flexibilidad que existen en la sociedad ca­
pitalista y que la hacen un sistema más durable de lo que sus oponentes
acostumbran suponer. Los organismos biológicos muestran la misma cua­
lidad: la oclusión de una arteria coronaria puede ser compensada por la
dilatación de otra arteria que toma a su cargo la función de la primera.
Sin duda, estos ajustes orgánicos no son eternos y a menudo conducen a
distintas y mayores complicaciones. Pero una lección importante que de­
bemos aprender de la historia del capitalismo es que los grandes problemas
no conducen a un colapso automático.
La experiencia de la posguerra de la segunda guerra mundial propor­
ciona un buen ejemplo de esta flexibilidad. El crecimiento del aparato mi­
litar de Estados Unidos se convirtió en una poderosa ayuda p ara su
economía. A su vez, el éxito obtenido por Estados Unidos como organi­
zador del sistema imperialista mundial a punto de derrumbarse dio un
importante empuje a otros capitalismos avanzados, creando mercados y
ampliando el comercio internacional. Sin embargo, esta flexibilidad no ca­
rece de límites. En los más recientes acuerdos imperialistas h^y--grietas-^
claramente evidentes en las presiones de los mercados monetarios ■jtáéáia--’. \
dónales, así como en las crecientes dificultades de la misma econqpltá n o r-\ .
teamericana. Nuevas reducciones de los territorios imperialistas crearán x < _
a ú n m ayores problemas: pueden conducir a una agudización del ciclo eco­
nó m ico , depresión prolongada, desempleo ma.sivo. No obstante, como sa­
bem os p o r experiencia histórica, todo esto no trae consigo necesariamente
la d ecadencia del sistema. En último análisis, la suerte del capitalismo será
d e c id id a solamente por las clases vigorosas dentro de la sociedad, y por los
p a rtid o s basados en esas clases que tengan la decisión y capacidad de rem­
p la z a r el sistema existente.

á. i-:L p a p e l d e l c o b i f .r n o

O t r o terreno de discusión sobre el significado del imperialismo concierne


a la función del gobierno, bien sea como iniciador del imperialismo o
co m o agente ¡Kjlitico para la abolición del imperialismo. Tenemos aquí
dos extrem os: a] aquellos que ven el gobierno simplemente, como sir­
vien te directo de las grandes corporaciones y bancos, y b] aquellos que
ven el gobierno como una fuerza independiente que actúa como árbitro
de intereses en conflicto y que tiene amplia libertad para establecer su
p o lítica .
E n mi opinión, ninguna de estas posiciones es correcta. Las operaciones
del gohierno en una s ciedad compleja dan como resultado una estructura
ix d ític a q ue adopta el carácter de una división especial de la sociedad, con
responsabilidades y problemas de comportamiento adaptados al manteni­
m ien to del poder político. Como tal, un gobierno puede ser más o menos
sensible a las necesidades de firmas o industrias particulares. Aparte de
d iferen cias sobre táctic s, las acciones de los grupos gobernantes estarán
in flu id as por la experiencia política y el entrenamiento previos, así como
por su propio sentido de qué es lo más adecuado par conservarse en el
p o d e r. Incluso un régimen político sensible a las presiones de u n a indus­
tria o firm a particular, si es que es competente e íntegro, rechazará esas
presiones en beneficio de los intereses generales y a largo plazo de la clase,
o clases, con que cuenta para seguir en el poder.
P o r o tra parte, los grados de libertad disflutados por los grupos dirigen­
tes son mucho más limitados de lo que suelen creer los liberales. Para con­
servar el poder, los regímenes políticos deben tener una economía próspera.
Por lo tan to deben esforzarse en mejorar la estructura económica y finan­
ciera a su disposición, y no pueden entregarse a ociosas fantasías del tipo
de “ lo que podría ser sí — ” . Los regímenes políticos más previsores y agre­
sivos — aquellos que comprenden el manejo de las más dinámicas palancas
de la economía— propiciarán el crecimiento del sistema económico: cons­
tru irá n carreteras, puertos, canales, ferrocarriles, marina mercante, adqui­
rirá n colonias para estimular el comercio, lucharán por el control de las
ru tas marítimas para proteger su comercio y aumentarán agresivamente su
territo rio (como Estados Unidos en los siglos xvm y xix). Los regímenes
incompetentes, especialmente aquellos agobiados por demasiados conflictos

172
internos entre distintos posibles grupos dirigentes, tendrán una economía
tambaleante. Como señalamos antes, los gobiernos suelen aprender lo que
se necesita para sostener y perfeccionar los puntales económicos de su so­
ciedad de la forma más dura; alertados y espoleados por la depresión in­
terna y/o por el empuje de naciones competidoras.
Las limitadas alternativas abiertas a los regímenes políticos se han ido
haciendo cada vez más claras durante la historia del imperialismo. Aquí
debemos recordar los dos desarrollos estratégicamente significativos que
señalaron el nacimiento, o prepararon el camino, para el nuevo imperia­
lismo: 1. Los conflictos internos entre grupos de intereses competidores
dentro de las grandes potencias se resolvieron a favor de las necesidades de
la industria en gran escala y de los financieros de esas industrias. Podemos
observar tres ejemplos: a] el compromiso entre los industriales del norte
y los conservadores del sur en Estados Unidos después de la guerra ci­
vil; b] el compromiso entre la aristocracia terrateniente y los grandes in­
dustriales en Alemania; y c] el esfuerzo de la restauración Meiji para crear
las condiciones para el surgimiento en Japón de la industria pesada en
gran escala. 2. El éxito en el desarrollo de la industria en gran escala va
asociado a una creciente concentración del poder.
Una vez que la estructura de cada sociedad se ha adaptado con éxito a
las necesidades de los mayores centros industriales, el camino hacia el fu­
turo desarrollo económico queda trazado bastante exactamente. Un gobier­
no posterior, aunque no haya sido parte en la previa resolución del con­
flicto, tiene que seguir el mismo camino: un ambiente confortable para los
principales industriales y banqueros, un ambiente capaz de extenderse so­
bre un territorio tan amplio como requieran esos grupos de intereses para
sus operaciones. Las decisiones de cómo crear mejor ese ambiente, nacional
e ¡nternacionalmente, las toman los dirigentes políticos y militares, con la
influencia de las ambiciones e ideologías de estos últimos. Sin embargo, la
prueba definitiva de la competencia de un gobierno —su habilidad para
lograr sus objetivos políticos y militares— es una economía próspera: nin­
gún sistema de beneficencia puede sustituir el empleo pleno y seguro, las
fábricas en operación y las finanzas sólidas. Y ese éxito económico, a su
vez, descansa en el éxito de los grandes negocios y las grandes finanzas.
Las prácticas de la administración reformista de Franklin Roosevelt ofrecen
un buen ejemplo: el énfasis en la expansión del comercio exterior como
vía de salida de la crisis, y el franco pacto con los “monárquicos económi­
cos” (el término usado por el presidente Roosevelt en sus más violentas
diatribas contra el gran capital) cuando se enfrentó a las necesidades de
la producción de guerra. También resulta instructivo examinar las prác­
ticas de los regímenes liberales y “socialistas” en las sociedades capitalistas.
Careciendo de los compromisos específicos y vínculos permanentes con los
intereses comerciales particulares que tienen los partidos conservadoies, son

173
frecuentemente más eficaces cuando hacen las reparaciones necesarias a la
estructura del comercio monopolista. Lo que no hacen es emprender refor­
mas que vayan contra los intereses básicos del gran capital.

6 . IM PE R IA L ISM O S IN CO LO N IA S

Seria equivocado decir que el moderno imperialismo hubiera sido posible


sin colonialismo. Pero el fin del colonialismo no significa en absoluto
el fin del imperialismo. La explicación de esta aparente paradoja es que el
/colonialismo, considerado como la aplicación directa de la fuerza militar
' y política, era esencial para remodelar las instituciones sociales y econó­
micas de muchos países dependientes en beneficio de los centros metropo­
litanos. Una vez ejecutada esta remodelación, las fuerzas económicas —el
precio internacional, el mercado y los sistemas financieros— fueron sufi­
cientes por sí solas para perpetuar e intensificar la relación de dominio y
, explotación entre la metrópoli y la colonia. En esas circunstancias, era po­
sible garantizar a la colonia la independencia política formal sin cambiar
nada de lo esencial, y sin interferir demasiado seriamente en los intereses
(que originalmente condujeron a la conquista de la colonia.
Esto no quiere decir que el colonialismo fuese abolido gratuitamente. Las
revoluciones, las rebeliones de las masas y la amenaza de revolución, el
temor al crecimiento aún mayor del mundo socialista, y las maniobras de
Estados Unidos para introducirse en las reservas coloniales de otros impe­
rios, todo esto preparó el camino para la declinación del colonialismo des-
¡pués de la segunda guerra mundial. El punto importante, sin embargo, es
. que la necesaria disolución de las colonias se llevó a cabo de tal manera
j que la metrópoli pudiera conservar el mayor número de ventajas posible,
I y que se evitaran las revoludones sociales que buscasen directamente una
j independencia real para la antigua colonia. Mientras fuese posible mante-
; ner las bases socioeconómicas para la continuación de la reladón metró­
poli-colonia, quedaba aún la posibilidad de que los intereses más benefi-
\ ciados por el control colonial no fuesen amenazados.
Estas observaciones no se aplican a todas las relaciones de dominación
y dependencia que caracterizan al imperialismo moderno. Algunos países
independientes que ya poseen instituciones sodales y económicas adecuadas,
han caído bajo el dominio económico de una de las grandes potencias,
convirtiéndose asi en países dependientes sin siquiera pasar por la fase co­
lonial. Algunos de ellos pueden incluso poseer sus propias colonias. Así,
Portugal fue durante largo tiempo un país dependiente de Inglaterra, y
el imperio portugués fue en sentido auténtico un imperio dentro de un
imperio. No es sorprendente, por lo tanto que la historia del imperialismo
muestre una amplia gama de formas y grados de dependencia política.
Tampoco es difícil entender por qué, en conjunto, los aspectos principa­
les del esquema imperialista puedan existir en la era de declinación del

174
colonialismo abierto así como existían en el periodo de franco colonia­
lismo, puesto que los determinantes básicos del imperialismo siguen siendo:
a] la estructura monopolista del gran capital en las metrópolis, b] el
imperativo, para esos centros económicos, de crecer y controlar las fuen­
tes de materias primas y los mercados, c] la continuación de una división
internacional del trabajo t re sirve a las necesidades de los centros metro­
politanos, d] la rivalidad t>«.cional entre las potencias industriales para la
exportación y oportunidades de inversión en sus correspondientes mercados
y en el resto del mundo. A todo esto se añade un nuevo factor que genera
temor en las naciones capitalistas avanzadas y hace que el mantenimiento
del sistema imperialista sea más urgente que nunca: la invasión represen­
tada por el aumento de sociedades socialistas y la extensión de los movi­
mientos de liberación nacional que buscan liberar sus países de la red del
comercio e inversión imperialista.
Naturalmente que la declinación del colonialismo ha presentado proble­
mas reales, unos viejos y otros nuevos, para los centros imperialistas:
1. Cómo mantener mejor la dependencia económica y financiera de las
naciones subordinadas, dado el despertar de expectativas que acompaña a
la independencia y la mayor capacidad de maniobra de que se dispone
con la independencia política.
2. Para los anteriores dueños de colonias, cómo mantener su posición
económica privilegiada y evitar las asechanzas de las jxilencias rivales.
3. Para Estados Unidos, cómo extender su influencia y control a las
reservas privilegiadas de las antiguas potencias coloniales.
El problema de mantener la dependencia económica en las nuevas cir­
cunstancias posteriores a la segunda guerra mundial se ha complicado más
aún por la rivalidad de la Unión Soviética y las exigencias de las nuevas
naciones independientes: estas últimas, en parte debido a las presiones de
las masas y en parte debido a que la nueva élite busca una oportunidad de
representar un papel de mayor importancia. A pesar de estas complica­
ciones, que demandaban nuevas tácticas de las potencias imperialistas, la
estructura esencial de dependencia económica ha persistido en el período
de imperialismo sin colonias. No es fácil erradicar relaciones de dependen­
cia que han venido madurando y afirmándose durante un largo periodo
histórico, comenzando desde los días del mercantilismo. En las diversas
etapas de desarrollo de los vínculos comerciales y financieros de las eco­
nomías coloniales y semicoloniales, la estructura económica de estas últimas
se adaptó cada vez más a su papel de apéndice del centro metropolitano.
La composición de precios, la distribución del ingreso y la distribución de
los recursos evolucionaron, con ayuda del poderío militar así como de las
ciegas fuerzas del mercado, con el objeto de reproducir continuamente la
dependencia.
Este punto merece atención especial puesto que los economistas se incli-

175
nan a considerar el sistema de precios y mercados como un regulador im-
parcial de la economía, que distribuye los recursos con el fin de lograr la
máxima eficacia en su uso. A su vez, esto se basa en el supuesto de que
existe una eficiencia absoluta y objetiva igualmente aplicable a todos los lu­
gares y en todas las épocas. En realidad, las cosas son muy distintas, La
distribución de los recursos es resultado de muchas fuerzas históricas. Para
mencionar sólo unas cuantas: guerras, colonialismo, la forma como los Es­
tados h an ejercido su poder fiscal y otros poderes, las manipulaciones (en
distintas épocas), de comerciantes, industriales y financistas influyentes, el
manejo de acuerdos financieros internacionales. A su debido tiempo, sala­
rios, precios y relaciones comerciales se convirtieron en instrumentos efica­
ces para la reproducción de la distribución de los recursos económicos ya
conseguida. Y en el caso del antiguo mundo colonial, esto significa repro­
ducción de las relaciones económicas de dependencia.
Para llegar a ser dueños de sus propios destinos, estos países tienen que
superar los patrones comerciales internacionales existentes y transformar su
estructura industrial y financiera. A falta de tales cambios básicos, el cua­
dro económico y financiero permanece, con o sin colonias. Incluso las enér­
gicas políticas proteccionistas, adoptadas por muchas de las semicolonias,
han sido incapaces de romper los lazos de la dependencia. En verdad que,
en cierta medida, estimulan el desarrollo de las manufacturas domésticas.
Pero en muchas de las áreas más productivas, los fabricantes extranjeros
abrieron fábricas dentro de los muros de tarifas expandiendo así, en reali­
dad, la influencia económica extranjera.
El estado de dependencia no es mantenido y reproducido solamente por
las relaciones de mercado. Lo sostiene también la estructura de poder p.o-
lítico y social del país dependiente. En los términos más generales, hay tres
grupos constituyentes de la clase dirigente en esos países: los grandes terra­
tenientes, los grupos de empresarios cuyos negocios se hallan interrelaci'o-
nados con los intereses comerciales extranjeros, y los comerciantes con po­
cos o ningún vínculo con la comunidad comercial extranjera,10 Si bien el
espíritu nacionalista puede estar presente, más o menos, en estos tres gru­
pos, ninguno de ellos tiene razones poderosas para promover el tipo de
cambios económicos estructurales que se requieren para una economía in­
dependiente. Los intereses de los dos primeros grupos se verían seriamente
amenazados por movimientos independentistas decisivos. El único grupo
que podría visualizar una ganancia en la independencia económica sería
el de los capitalistas nativos, es decir, aquellos cuya prosperidad no depende
de vínculos extranjeros y para quienes habría nuevas oportunidades como
resultado de la independencia. Pero generalmente este grupo es pequeño y
débil y p ara predominar tendría que quebrantar la presión de los otros dos
sectores y destruir la base económica del poder de éstos. Para tener éxito
en semejante lucha se requeriría poseer la habilidad de conservar el poder

176
a través de todas las vicisitudes implicadas en la transformación; y depen­
dería de la movilización de obreros y campesinos, una empresa azarosa en
una época en la que las masas buscan resarcirse de los agravios y en las que
la revolución socialista puede hacer una súbita aparición.
Asi pues, las estructuras tanto económicas como políticas de las antiguas
colonias son propicias a la perpetuación de la dependencia económica aún
con la independencia política. Y las necesidades del imperialismo en la
nueva situación pueden satisfacerse, excepto por una debilidad: la inestabi­
lidad de la estructura de poder en las antiguas colonias. Esta inestabilidad
tiene sus nubes en el mismo sistema colonial. En muchas colonias, el poder
dominante debilitó en el pasado a los grupos dirigentes tradicionales y
destruyó su poder político. Además, los países metropolitanos crearon y pro­
tegieron élites que eran psicológica y económicamente dependientes de los.
amos extranjeros. En aquel momento, éste resultaba un medio efectivo,
y relativamente barato de conservar una nación anexada al imperio. Su de­
bilidad consistía en impedir el surgimiento de la autosuficiencia y energía
necesarias para que algún sector se hiciera con el poder en nombre propio»
y remodelara la economía para sus propios fines. Además de esto, las aliamos
que se creaban para controlar el poder político interno eran temporales y
necesariamente inestables. Finalmente, el cambio a la independencia política,
especialmente en aquellos países donde las masas intervinieron en la lucha
independentista, propiciaron la aparición de mayores esperanzas de mejoría
en las condiciones de vida de lo que podían garantizar los débiles regímenes
poscoloniales. Los pueblos de las colonias identificaban el colonialismo no
sólo con el despotismo extranjero sino también con la explotación de quienes
se habían adaptado a las potencias coloniales y habían cooperado con ellas.
Por lo tanto, la conservación de influencia y control por parte de los
centros metropolitanos en el periodo poscolonial ha requerido atención espe­
cial. Las técnicas empleadas, unas viejas y otras nuevas, entran en diversas
categorías:
a] Donde esto es posible, se establecen vínculos económicos y políticos for­
males para conservar los antiguos lazos económicos. Esto incluye acuerdos
comerciales de tipo preferencial y el mantenimiento de bloques monetarios.
b] Manipulación y apoyo a los grupos dirigentes locales con vistas a con­
servar la influencia especial de los centros metropolitanos y a evitar la re­
volución social interna. Aquí se incluyen, además de las operaciones tipo
CIA, la ayuda militar, entrenamiento del cuerpo de oficiales del ejército
y ayuda económica para carreteras, aeropuertos y similares necesarios para
el ejército local.
c] Establecer influencia y control sobre la dirección del desarrollo econó­
mico y, en la medida de lo posible, sobre las decisiones gubernamentales que

177
afectan a la distribución de recursos. En este capítulo entran los acuerdos
económicos bilaterales y las políticas y prácticas del Banco Mundial y del I
Fondo Monetario Internacional. Estas actividades, además de influir en la
dirección del desarrollo económico, tienden a intensificar la dependencia I
financiera de los que reciben la ayuda respecto a los mercados monetarios!
metropolitanos. 1

En el periodo del imperialismo sin colonias un papel básico es el repre­


sentado por Estados Unidos. El hundimiento de otros centros imperialistas
a consecuencia de la segunda guerra mundial y el simultáneo crecimiento
de fuertes movimientos revolucionarios generaron tanto la urgencia para
Estados Unidos de restablecer la estabilidad del sistema imperialista como
la oportunidad de realizar conquistas para su propio beneficio. Quizá la
mayor ventaja obtenida por Estados Unidos como resultado de la quiebra
económica de los años de la guerra y la inmediata posguerra fue el triun­
fo del dólar norteamericano como moneda dominante internacional y el
establecimiento de Nueva York como principal centro bancario internacio­
nal. Así se creó el mecanismo financiero para ampliar la base económica
de los intereses comerciales de Estados Unidos mediante la expansión de las
exportaciones y la ampliación de las inversiones de capital y el sistema
bancario internacional tanto en las bases domésticas de las naciones capi­
talistas avanzadas como en el tercer mundo.
Además de utilizar su nuevo poder económico y financiero, Estados Uni­
dos aumentó sus esfuerzos por entrar en los costos de las antiguas poten­
cias coloniales por los siguientes medios: a] convirtiéndose en principal pro­
veedor de ayuda militar y económica, y b] construyendo una red global de
bases militares y zonas de estacionamiento de tropas. El sistema extensivo
de bases militares está diseñado para amenazar a los países socialistas e
impedir la disgregación de los componentes de lo que queda del sistema
imperialista. AI mismo tiempo, la presencia militar global de Estados Uni­
dos (junto con las fueizas militares de sus aliados) y su predisposición a
utilizar activamente estas fuerzas (como en Vietnam) proporciona la sus­
tancia de la fuerza política que mantiene el sistema imperialista en ausencia
de las colonias.•

• D ISC U SIÓ N

Capital excedente. Parte de la discusión tocó los puntos señalados en el tex­


to contra las ideas del capital excedente y de la tasa de ganancia decre­
ciente como explicación de la salida del capital. En los últimos años del si-
'lo xix solamente en Inglaterra, en opinión de Magdoff, podía hablarse de
f a existencia de capital excedente. Pero lo que se señala como evidencia de
esto es en realidad evidencia del atrincheramiento del capitalismo británi-

178
co como sistema mundial. A esto ayudó la creación de un cuadro de insti­
tuciones financieras que facilitaban una fuerte corriente de capital hacia
el extranjero. Y si bien hay un gran aumento en el capital exportado du­
rante este periodo, no es la exportación de capital en cuanto tal lo que
define la época imperialista. Siempre ha habido inversión extranjera, nota­
blemente por parte de las potencias coloniales en una época anterior. Al
mismo tiempo, Magdoff añadió algo a sus observaciones sobre la teoría de
la tasa de ganancia decreciente. Una tasa de ganancia decreciente sólo
puede basarse en una economía competitiva con capitalistas competidores
capaces de ser sustituidos por otros. Bajo el monopolio, los capitales no son
suslituibles y por lo tanto hay tasas de ganancia discretas.
Efectos de la exportación de capital en la explotación doméstica. Se le pre­
guntó a Magdoff acerca del efecto de la exportación de capital en la tasa
de explotación doméstica. No estuvo seguro de la respuesta. Por una parte.
el volumen de lo fabricado en el extranjero tiende a reducir las tasas de
salarios en Estados Unidos, pero el efecto es marginal puesto que pocos
de estos productos son reimportados a Estados Unidos, aunque, por otra
parte, algunos de ellos podrían ser producidos con mano de obra norteame­
ricana y exportados. Por otro lado, el programa de inversiones extranjeras
ha estimulado de otras maneras la producción de exportación de Esta­
dos Unidos.

Colonización e imperialismo; ¿cuál es la diferencia? Se discutió también


la distinción hecha por Magdoff entre colonialismo e imperialismo. Uno de
los participantes opinó que mientras el imperialismo es una relación econó­
mica, política e ideológica, el colonialismo es simplemente una forma po­
lítica, algunas veces necesaria, dentro del cuadro general del imperialismo.
Magdoff estuvo de acuerdo sólo en parte: él piensa que el colonialismo nun­
ca puede ser simplemente político; el colonialismo es un instrumento, mien­
tras que el imperialismo, tal como él emplea el término en su sentido leni­
nista, es una fase del capitalismo.

Continuidad y cambio en el imperialismo. En el curso de la discusión, Mag­


doff se extendió sobre esto en dos aspectos. Primero, opinó que el colonia­
lismo es anterior al imperialismo. Existió desde el comienzo del capitalismo;
sin algunas de sus características ■— la trata de esclavos, por ejemplo— el
capitalismo no hubiese comenzado de la forma como lo hizo. Segundo, el im­
perialismo sigue existiendo después del fin del colonialismo. En ciertos as­
pectos el análisis de Lenin está superado, pero en una forma no lo está,
puesto que un elemento crucial de continuidad en el sistema imperialista
hasta ahora ha sido la estructura monopolista del capitalismo señalada por
Lenin. Los aspectos del imperialismo que se han transformado actualmente
fueron causados por tres factores: la existencia de países socialistas, la natu-

179
raleza de la tecnología moderna y la hegemonía de Estados Unidos dentro
del sistem a imperialista.

¿Contradicciones intercapitalistas? Hubo alguna discusión acerca de si el


tercero de los aspectos antes mencionados podría cambiar pronto. En res­
puesta a una pregunta acerca de si la guerra de Vietnam fue imperialista,
M a g d o ff sostuvo que sí, pero no debido a un estrecho e inmediato interés
económ ico en el mismo Vietnam. La guerra en Vietnam fue sólo una fase
de la gran estrategia de Estados Unidos en Asia. Uno de los componen­
tes de esta gran estrategia consiste en asegurar el control de las materias
prim as, los mercados y las oportunidades de inversión en Asia sudoriental
globalmente. Otra consideración importante es la creación y extensión de
u n a fuerza militar para asegurar lo que resta del sistema capitalista en
Asia y , de ser posible, obligar a retroceder a los sistemas comunistas. El mo­
vim ien to de liberación nacional vietnamita amenazaba con reducir el siste-
m a capitalista. Esto no podía permitirlo el sistema y fue necesario defender
sus eslabones más débiles. Acerca de esta necesidad básica de mantener in­
tacto el sistema no hay conflicto entre las potencias capitalistas. No obstan­
te, el actual conflicto entre el capitalismo norteamericano y el francés es
algo más que una contradicción menor, como sostenía uno de los partici­
pantes. Cualquier acuerdo implícito entre Estados Unidos y la URSS pro­
vocará un efecto en las rivalidades nacionales de Europa occidental; y Ja­
pón puede que pronto necesite un fuerte ejército para proteger su poderío
económico en ultramar. M agdoff sugirió que no sería posible asumir para
el fu tu r o un objetivo común entre los países capitalistas bajo el liderazgo
aceptado de Estados Unidos.

NOTAS
1 G arlo M. Cipolla, Guns, Sails and Empires: technological innovation and early
phases o f European expansión 1400-1700. Ed. Pantheon, Nueva York, 1965, “Epí­
logo” ,
2 Obviam ente, los objetivos inmediatos en la adquisición de colonias no eran
uniform es: algunas colonias eran codiciadas a causa de su valor estratégico-militar
para construir y conservar un imperio; otras, para evitar el crecimiento de imperios
competidores, etcétera. El factor común al que nos referimos arriba reside en la
experiencia colonial misma. Independientemente de las característi’cas planeadas o
accidentales del proceso de adquisición, la administración de las colonias (y la
manipulación de las áreas semicoloniales) se proponía, o conducía a, la adaptación
de las Areas periféricas a los fines de beneficio económico de los centros metro­
politanos.
3 E l análisis de la cuestión del excedente está bien desarrollado en la obra de
Baran y Sweezy El capital monopolista, Ed. Siglo XXI, México, 1975. No obstan­
te, es preciso hacer una distinción entre la cuestión planteada por Baran y Sweezy
y la que estamos examinando aquí. En realidad, ellos tratan del concepto “exce­
dente económico’’ y no de “capital excedente”. El término “excedente económico”
no im plica necesariamente “demasiado” capital. Es simplemente un excedente sobre

< 80
los costos de producción necesarios, y si cualquier parte de él es también excedente
en el sentido de las teorías que relacionan el capital excedente con la exportación de
capital es una cuestión totalmente distinta e incluso sin relación con aquella. Baran
y Sweezy, en El capital monopolista, tratan de la dinámica básica de la inversión y
el empleo en relación a las tendencias inductoras de estancamiento del monopolio.
Ellos afirman que la exportación de capital no compensa la tendencia al estanca­
miento, puesto que el ingreso que regresa es mayor que el flujo de inversión hacia
el exterior. Así pues, la exportación de capital intensifica el problema _del exce­
dente de las salidas a las inversiones en vez de aliviarlo. Hay que advertir que Ba­
ran y Sweezy tratan del efecto de la exportación de capital, no de la causa. Y,
tratando del efecto de esta exportación, no pretenden analizarlo en todas sus ra­
mificaciones. Están interesados únicamente en su efecto sobre la utilización del ex­
cedente económico en su pais de origen. Ésta es una cuestión muy diferente a la
que nosotros planteamos: cuál es la causa del aumento en la exportación de ca­
pital.
* Sobre la interrelación entre la exportación de capital y la exportación de bie­
nes en Inglaterra, véase A. G. Ford, “Oveocas lending and intemal fluctuations
1870-1914” , y A. J. Brown, “Britain in the world economy 1820-1914” , ambos en
el Yorkshire Bullettn of Economic and Social Research, mayo 1965. Sobre la cues­
tión del excedente y/o escasez de capital, véase la interesante observación de A. J.
Brown en el artículo antes citado: “ . . .el profesor Tinbergen, en su notable estu­
dio econométrico del Reino Unido en este periodo (Business Cycles in the United
Kingdom 1780-1914, Amsterdam, 1951), encuentra una asociación positiva entre
las exportaciones de capital neto y la tasa de intereses a corto plazo, sugiriendo
que el dinero se volvió escaso debido a que se prestaba al extranjero en vez de que
se prestara al extranjero por ser abundante” (p. 51).
e Business Abroatt, 11 de julio de 1966, p. 31.
n Es difícil desenmarañar todos los factores para obtener un cuadro más realista.
Primero, no todo el capital por acciones representa la inversión original; parte de él
es excedente reinyertido. La observación de Business Abroad se aplicaría solamente a
la inversión original. También existe una tendencia contraria que, conduce a una
subestimación de la inversión de Estados Unidos. En algunas industrias, espe­
cialmente en las extractivas, algún fumas suscriben acciones que aún están siendo
empleadas productivamente.
T Obsérvese el más reciente aumento de las inversiones directas de Estados
Unidos en el extranjero a pesar de las restricciones gubernamentales a la salida de
capital para inversiones a fin de reducir el déficit de la balanza de pagos. Business
Week comenta: "Más importante, sin embargo, es la creciente facilidad con que
las compañías norteamericanas pueden reci’bir empréstitos en el extranjero. Este
año [__] algunas compañías financiarán el 91 por ciento de su gasto planeado en
el extranjero mediante fuentes de fuera de Estados Unidos, en comparación
con un 84 por ciento del pasado año. . . El financiamiento en el extranjero se ha
vuelto tan fácil, de hecho, que los controles federales de movimiento de dólares
de Estados Unidos han representado sólo un obstáculo menor a los planes de gasto
exterior” (9 de agosto de 1969, p. 38).
® Departamento del Tesoio de Estados Unidos, Foreign Income Taxes on Cor­
poration Income Tax Retaras. Washington, 1969.
* Stephen Hymer, “T he Theory of Direct Investment”, tesis de doctorado, Massa-
chusetts lnstitute oí Technology, 1960.
' 10 Esta generalización es obviamente demasiado amplia para ser útil en el aná­
lisis de cualquier país específico. La composición de clase y social de un país cual­
quiera será mucho más compleja que lo que sugieren los tres grandes grupos indi­
cados en el texto: se requiere un análisi’s especial pais por país para poder enten­
der la dinámica de cualquier área particular. Así, en algunos países, debe prestarse

181
atención al papel representado por los pequeños propietarios de tierras, campesinos
ricos y prestamistas y comerciantes rurales. Los grupos comerci'antes urbanos están
frecuentemente más estratificados de lo indicado en el texto, con disu'nc'iones in­
significantes entre grupos de intereses comerciantes e industriales, y, dentro de esas
categorías, con diferentes grados de dependencia respecto a los asuntos industriales
y financieros de los centros metropolitanos.

182
VII. IMPERIALISMO E INDUSTRIALIZACIÓN
EN EL TERCER MUNDO

BOB S U T C L IF F E

Muchos marxistas y otros escritores de izquierda consideran que el impe­


rialismo es la misma cosa que el sistema capitalista en una fase avanzada
de su desarrollo, o al menos parte integrante de él. Se afirma que el impe­
rialismo, en este sentido, perpetúa una desequilibrada división internacio­
nal del trabajo. (Esto se afirma en los textos de Barratt Brown, II, y Mag-
doff, vi.J En particular, se considera que el imperialismo evita, interrumpe
o distorsiona la industrialización de los países subdesarrollados. En este en­
sayo, Sutcliffe examina los aspectos económicos de esta cuestión y analiza
los más recientes escritos marxistas sobre el tema, relacionándolos con an­
teriores opiniones marxistas sobre el capitalismo y el atraso económico. Den­
tro de esto, encuentra una teoría implícita sobre la naturaleza del imperia­
lismo en áreas atrasadas que, según él afirma, debe integrarse a la parte
más explícita de la teoría marxista sobre el imperialismo. El reciente creci­
miento industrial en los países subdesarrollados se examina en relación a
las consideraciones teóricas. Este ensayo se interesa principalmente por la
cuestión de por qué el desarrollo capitalista en los países subdesarrollados
no parece ya adoptar la forma de industrialización independiente. La mis­
ma cuestión es abordada en forma más concreta en el texto de Patnaik, ix,
en el que se examina la naturaleza del desarrollo capitalista en la India.

i. problem as d e d e f in ic ió n , c o b e r t u r a y p e r io d iz a c ió n

El imperialismo, tal como lo definió Lenin, es cierta fase de desarrollo del


sistema capitalista: sucintamente, la etapa monopolista del capitalismo, ca­
racterizada, como resultado del monopolio, por rivalidades ínter capitalistas,
y también por la exportación de capital en gran escala; además, es un
periodo en el que el capital financiero adquiere gran importancia en com­
paración con el capital industrial. Si bien esta definición fue útil para los
objetivos políticos de Lenin para los que escribió El imperialismo, quizá no
es tan útil cuando el problema no consiste en explicar la génesis de la gue­
rra imperialista (la primera guerra mundial) sino observar la situación de
los países subdesarrollados dentro del sistema mundial capitalista/imperia-
lista, en particular sus perspecivas de industrialización dentro de éste (lo
que constituye el tema de este texto) y en última instancia (aunque no en
este texto) la situación y perspectivas de sus movimientos revolucionarios.
En otras palabras, las leyes de movimiento del imperialismo moderno en sus
efectos sobre el tercer mundo.

183
Pero h a y una característica de extraordinaria importancia en la definición
de L en in del imperialismo que no debemos descartar; ésta es su amplitud:
ve al imperialismo como una totalidad que abarca todas las principales ca­
racterísticas de la fase de capitalismo, en vez de ocuparse estrechamente de
La relación “entre Estados capitalistas avanzados y las colonias”. Los auto­
res no marxistas tienden a usar la palabra imperialismo en ese sentido li­
m itad o ; por lo tanto no es sorprendente que parezcan incapaces de com­
prender las proposiciones marxistas sobre la cuestión.
N aturalm ente, el problema de la definición está estrechamente relaciona­
do con el del ritmo histórico o periodización, que es empleado por los ata­
cantes del marxismo como un método de refutación. Algunos de éstos afir­
man que el imperialismo existió desde siempre; otros sostienen que nada
cam bió fundamentalmente en los objetivos y métodos del imperialismo en­
tre el siglo xvni y la primera guerra mundial; en cualquier caso, según esta
opinión, Lenin y los marxistas se equivocaron en señalar algún cambio no­
table a fines del siglo xtx.
A hora bien, en los escritos marxistas sobre el tema hay, a mi juicio, tres
fases bien marcadas (definidas lógicamente más que temporalmente) en las
relaciones entre el capitalismo y los países y áreas periféricos del mundo.
Una (prominente en las obras de Marx y Engels) implica el despojo (de
riquezas o esclavos) y las exportaciones de manufacturas capitalistas a los
países periféricos. La segunda (sobre todo en los escritos de Lenin) implica
la exportación de capital, la competencia por suministros de materias pri­
mas y el crecimiento del monopolio. La tercera implica una dependencia
poscolonial más compleja de los países periféricos, en la que el capital ex­
tranjero (las corporaciones internacionales), la repatriación de las utilida­
des y los cambios adversos en los téiminos del trato (intercambio desigual)
juegan todos un papel para confinar, distorsionar o interrumpir el desarro­
llo económico y la industrialización.
En ca d a una de estas fases de la relación imperialista las áreas periféri­
cas satisfacen las necesidades del capitalismo cuya base está en los países
avanzados. En la primera ayudan a la acumulación primitiva y le permiten
form ar sus mercados iniciales básicos. En la segunda, representan un papel
en el escape parcial de un capitalismo más maduro a las consecuencias de
sus contradicciones. Y en la tercera, el capitalismo avanzado maduro se pro­
tege c o n tra el surgimiento de una competencia que podria amenazar su
estabilidad, organización y crecimiento. Pero es esta tercera fase (el tema
principal de este ensayo) la menos adecuadamente definida.
No es que las otras estén libres de problemas. Para empezar, establecer
los tiempos históricos es muy difícil La acumulación primitiva para la in­
dustrialización capitalista tuvo lugar, por supuesto, en momentos muy dife­
rentes p ara cada uno de los diferentes países europeos. Asi, un capitalismo
británico maduro pudo necesitar las áreas periféricas para la exportación

184
del capital excedente al mismo tiempo que los nacientes capitalismos indus­
triales ruso o japonés las necesitaban para su acumulación primiti va o (más
probablemente a fines del siglo x e x ) para establecer u n mercado inicial
para productos manufacturados. Más generalmente, si las diferentes fases
de la relación imperialista se relacionan sistemáticamente con el desarrollo
capitalista, entonces es lógico comparar el imperialismo no sólo en diferen­
tes épocas sino también en diferentes países en la misma época, puesto que
las etapas alcanzadas por el capitalismo eran distintas en diferentes pa'ises
en una misma época.
Por supuesto, no basta con pensar en términos de capitalismos naciona­
les, puesto que el capitalismo avanza, aunque muy irregularmente, para
convertirse en un sistema mundial. Esto significa probablemente que, en la
tercera fase en particular, cualquier idea de un imperialismo capitalista
nacional debe ser notablemente modificada. Además, históricamente algu­
nos paises pueden haber avanzado desde una posición en la que estaban pre­
dominantemente sometidos al imperialismo a otra posición en la que j>e
convirtieron en paises imperialistas; o bien características de ambas condi­
ciones pueden haberse presentado simultáneamente. Rusia antes de 1917 y
Japón fueron indudables ejemplos de esto.
De manera que volvemos a la necesidad de ampliar la definición de Le-
nin del imperialismo. Pero, en mi opinión, es mejor no limitarse estrecha­
mente a su forma explícita, |jor las razones antes mencionadas y porque
todo lo que Lenin (y sus contemporáneos) tenía que decir sobre la cues­
tión del imperialismo no puede hallarse en su discusión explícita del mismo.
La teoría del imperialismo de Lenin es frecuentemente criticada en la
actualidad basándose en su eurocentrismo: se afuma que al hacer hincapié
en los impulsos h a d a el imperialismo en los países capitalistas avanzados
dijo demasiado poco acerca de los cambios traídos por el imperialismo a
las economías y sociedades periféricas. Pero esta acusación no es enteramen­
te honesta. La ambigua posición de Rusia en las postrimerías del zarismo,
como sujeto y objeto de una relación imperialista, ya ha sido mencionada.
Y ciertamente Lenin analizó la Rusia de fines del siglo m y principios del
xx de una manera que resulta importante para comprender el impacto del
imperialismo, aun cuando él no lo hiciera como parte de una contraparti­
da histórica a su teoría de los orígenes y tendencias del imperialismo. Esta
visión implícita, junto con las ideas de los narodniki con quienes se enfrentó,
y el análisis más explícito y detallado de Trotsky, proporcionan una contri­
bución profundamente importante para entender la cuestión de si la evo­
lución de la economía imperialista acaba con la posibilidad de proseguir la
industrialización capitalista independiente en el tercer mundo.
En respuesta a esta cuestión se sostiene casi como un axioma del pensa­
miento marxista (y en general de gran parte del pensamiento de izquierda)
que ningún piáis ael tercer mundo puede esperar actualmente salir de un

185
estado de dependencia económica y avanzar hacia una posición económica
a la altura de las grandes potencias capitalistas. Ésta es una proposición
muy importante puesto que no sólo establece la medida en que el capitalis­
mo sigue siendo históricamente progresista en el mundo moderno sino que
también, como consecuencia, define el trasfondo económico de la acción
política. Sin embargo, demasiado a menudo la cuestión es mal definida, no
es evidente por sí misma, sus orígenes intelectuales son un poco oscuros y
sus bases reales son discutibles y necesitan un análisis más a fondo.

2. LAS CO N D ICIO N ES DE LA IN D U STRIA LIZA CIO N IN D E P E N D IE N T E

La industrialización implica tanto un aumento cuantitativo en la produc­


ción industrial como un cambio cualitativo en la naturaleza de la sociedad,
con el surgimiento de nuevas clases sociales y nuevos estilos de vida y tra­
bajo. La noción de una industrialización independiente abarca algo más
que esto. No significa autarquía sino que lleva en sí la idea de que la in­
dustrialización no “deriva” simplemente de la industrialización de otra eco­
nomía, tal como la de los pequeños principados europeos derivaba de la
industrialización de sus grandes vecinos, de la cual no era más que una
parte.1 Así pues, la idea de la independencia de una industrialización es en
parte la de sus orígenes y fuerzas impulsoras. Una industrialización inde­
pendiente debería ser originada y mantenida por fuerzas sociales y econó­
micas existentes en el país en vías <ie industrialización.
Un aspecto importante de esta noción concierne a los mercados. Si bien
los mercados de exportación pueden tener alguna importancia (como en
la industrialización de Inglaterra y Japón), el mercado doméstico es deci­
sivo. De ahí la importancia de la existencia de un mercado doméstico para
el capitalismo ruso a fines del siglo xrx, en la que insistía Lenin en su po­
lémica con sus opositores narodniki.2
La industrialización independiente tiene otras características notables ade­
más de los mercados. Una de ellas concierne a la estructura de la produc­
ción industrial. Una industrialización no puede ser considerada totalmente
independiente a menos que el país de teferencia contenga dentro de sus
fronteras una amplia gama de industrias, incluyendo industrias de bienes
esenciales económicamente estratégicos.
Otra característica de la independencia concierne a la fuente del finan-
ciamiento para la industrialización. Normalmente puede esperarse que el
capital industrial extranjero socave la independencia, aunque, esencialmen­
te, lo importante es el control más que la fuente de los fondos como tales.
El capital extranjero, aunque fue importante en la industrialización de Es­
tados Unidos durante el siglo x d c , por ejemplo, aparentemente no obstacu­
lizó su independencia. Eso se debió a que los usuarios del capital no eran
los que lo aportaban y no estaban muy sujetos a su control. Hay una im­
portante distinción que hacer aquí entre inversión directa e indirecta. Los

186
poseedores de bonos o de bonos en cartera (esto es, inversionistas indirectos)
nunca tienen más que un débil control sobre la utilización de su capital, a
menos que un gobierno intervenga en otro país en su beneficio, mediante el
establecimiento de un gobierno colonial o alguna otra forma de ocupación
o control. De esa manera, por mediación del Estado, los inversionistas indi­
rectos pueden ejercer cierto control sobre el uso de su capital; al menos pue­
den esperar que estará protegido de la expropiación. Por el contrario, los in­
versionistas directos tienen por lo general un control casi completo sobre el
uso de su capital; normalmente éste es exportado sólo para algún uso es­
pecífico; y pueden protegerlo de la expropiación por muchos medios tales
como la monopolización de los mercados, el mantenimiento de secretos téc­
nicos, la negativa a adiestrar obreros locales, etcétera.3 Además, pueden
ejercer mucho más control de lo que su posesión sugiere.*
El elemento final en la noción de independencia económica se refiere a
la tecnología. La tecnología es un concepto bastante abstracto; por lo tan­
to, es difícil decir en forma precisa o concreta qué es lo que constituye la
independencia tecnológica. En la época moderna, ningún país lia estado
tecnológicamente aislado. Y, sin embargo, el progreso tecnológico claramente
independiente ha sido uno de los pilares de toda industrialización lograda
desde la revolución industrial británica. La habilidad y oportunidad para
copiar, desarrollar y adaptar, o al menos para elegir una tecnología adap­
tada a los recursos del país, ha sido una condición de la industrialización.
La independencia/elección/progreso tecnológico ha sido el cuadro que ha
consolidado el naciente sistema industrial y que finalmente lo ha converti­
do en una estructura integrada capaz de un desarrollo independiente, aun­
que no totalmente autárquico o aislado.
Esta cuestión de la independencia tecnológica está relacionada, tanto
causalmente como por sus consecuencias, con los otros aspectos de la inde­
pendencia económica. Por ejemplo, un sector industrial en crecimiento no
siempre puede abastecer al mercado doméstico a menos que pueda desarro­
llar una tecnología nueva, o al menos adaptada, capaz de producir artícu­
los según las especificaciones exigidas por ese mercado. La alternativa es
que se transforme la naturaleza de las preferencias en el mercado domés­
tico de modo que éstas coincidan con lo que la tecnología de que se dispo­
ne, inadaptada y extranjera, sea capaz de producir. Al mismo tiempo, si la
industria de un país debe manufacturar primordialmente para el mercado
extranjero, se ve obligada en casi todos los casos a utilizar la técnica ex­
tranjera. Una vez más, la amplitud de la estructura industrial tiene tam ­
bién importantes vínculos con la posibilidad de independencia tecnológica;
una tecnología independiente requiere una estructura bastante amplia con
conexiones entre las industrias de demanda final y las industrias de bienes
de los productores.
Por otra parte, puesto que las técnicas extranjeras tienden a ser de ele-

187
v ada intensidad de capital, el ingreso que producen se concentra en pocas
m anos, refoizando así la tendencia a satisfacer los gustos de la minoría, la
única capaz de consumir cantidades significativas de productos, para copiar
los gustos de los países capitalistas más avanzados. El que esas preferencias
socialm ente determinadas puedan ser evitadas depende de la política y
au to n o m ía del gobierno.
No e s posible dar ninguna definición exacta de la independencia econó­
m ica, p ero la noción se compone claramente de estos elementos: localiza­
ción d e los mercados (mercado de exportación o doméstico), naturaleza
del m ercad o (gustos), fuente del capital de inversión y grado de abarata­
m iento completo de la estructura industrial, y tecnología, todos los cuales
están interrelacionados de una manera compleja y aún no perfectamente
en ten d id a.
E stos son factores económicos que tienen sus contrapartidas sociales y
políticas. El desarrollo económico sólo tiene lugar cuando el excedente lle­
ga a m anos de quienes pueden usarlo productivamente, es decir, financiar
la inversión industrial. Esto implica en parte la necesidad de una burgue­
sía in d u strial sostenida por un Estado capaz de defender sus intereses. E
históricam ente se ha demostrado en forma concluyente que una burguesía
n acien te en un país en vías de industrialización requiere cada vez más la
fu erza del Estado para apoyarla y defenderla; cuando la industrialización
se in ic ia a partir de niveles de atraso extremo, el papel de la burguesía
puede necesitar ser ejecutado predominantemente a través del Estado.' El
E stad o debe ser ampliamente independiente tanto de aquellos intereses so­
ciales locales opuestos a la industrialización como de los intereses extranje­
ros (los capitalistas u otros Estados). Es como resultado de todo esto que
d e algunos gobiernos del tercer mundo, opuestos a los intereses agrarios
tradicionales y al mismo tiempo agresivamente nacionalistas, se ha esperado
en ocasiones que tengan éxito al promover la industrialización.
3 . O P I N I O N E S M A R X ISTA S R E C IE N T E S SO B R E LA POSIBILID A D
D E IN D U S T R IA L IZ A C IÓ N e n l a e r a d e l i m p e r i a l i s m o

C on g ra n frecuencia, sin embargo, se expresa la opinión de que una mayor


industrialización capitalista ya no es posible ni deseable. U n apoyo indirec­
to p a r a semejante opinión deriva del logro por parte de la URSS (y la
obvia potencialidad en China, Corea del Norte y al cabo Vietnam del Nor­
te) d e la industrialización bajo el socialismo. En principio también la exis­
tencia d e países socialistas industrializados y ricos debería aligerar la carga
de la acumulación primitiva en otros países socialistas del tercer mundo
que empiezan a industrializarse. En la práctica existen obvias reservas a
esto; y en cualquier caso es difícil ver cómo podría la experiencia de la
industrialización stalinista convencer a nadie de que son posibles formas de
' desarrollo menos gravosas. Además, Lenin hubiera opinado probablemente

188
que puesto que la revolución soviética fue resultado de la incompleta in­
dustrialización capitalista de Rusia, entonces la más completa industriali­
zación posrevolucionaria no ofrece modelo alguno para otros países subdes­
arrollados con un desarrollo del proletariado inferior al de Rusia en 1917.
Es de suponer que un maoísta estaría en desacuerdo.
La opinión de que el imperialismo es un obstáculo insuperable para fu­
turas industrializaciones capitalistas, aunque muy contraria a la sostenida
por la Comintern en la era stalinista, está muy extendida actualmente. A
pesar de esto, es difícil hallar una buena explicación de ello en la literatu­
ra. La afirmación más clara es la de Mandel, quien tiene una sección de
su Tratado de economía marxista titulada “El imperialismo, obstáculo a
la industrialización de los países subdesarrollados’’. Según Mandel hay cua­
tro razones para esto: control político adverso a la industrialización ejerci­
do por los países imperialistas; la débil posición competitiva de los indus­
triales capitalistas potenciales del tercer mundo respecto de los productores
más eficientes de los países imperialistas; empeoramiento de las condiciones
comerciales; y la repatriación de las ganadas por parte de las corporacio­
nes extranjeras.* Pero la opinión de Mandel no resulta enteramente clara
puesto que declara que:
Todos los países semicolonialcs o coloniales que han conquistado su
independenc/a política o han sido gobernados por representantes de la
burguesía industrial, han emprendido un enérgico esfuerzo de industria­
lización que contrasta con la actitud de los gobiernos bajo el imperialis­
mo. El ejemplo de Argentina bajo Perón y de Egipto bajo Nasser es
característico, entre otros muchos; igualmente, el ejemplo de los planes
quinquenales de la India.’
Es dudoso que estos países puedan ser considerados como excepciones a
la norma en el resto del tercer mundo, si bien esto hace surgir la interro­
gante de qué es lo que debemos entender por industrialización.
La opinión de Baran en este asunto es aún menos clara. Por una parte
parece ciertamente contemplar la industrialización capitalista. Porque como
afirma:
Por lo tanto, si se quiere que en las condiciones del capitalismo, la refor­
ma agraria contribuya a impulsar el desarrollo económico general y no
se reduzca a ser un vehículo de propagación y de multiplicación de los
tugurios rurales, ésta no sólo debe traer consigo una acumulación de ca­
pital, sino que debe estar acompañada de un avance rápido hacia el
capitalismo industrial.8

Obviamente Baran considera que el capitalismo sólo conduce a “tugu­


rios rurales”. Pero más adelante afirma más inequívocamente que:

189
Todo mercado para los productos manufacturados que aparecía en los
países coloniales y dependientes, no se convertía en el “mercado interno”
de estos países, sino que [. . .] se transformaba en un apéndice del “mer­
cado interior” del capitalismo occidental [. . .] el crecimiento del Occiden­
te, extinguió, en los hoy países subdesarrollados, la chispa que pone en
marcha la expansión industrial3

Baran, junto con Barratt Brown en Después del imperialismo10 y muchos


historiadores antimperialistas de la India,11 y por supuesto Marx, sostiene
que la política imperial británica en la India fue responsable de la deten­
ción de su crecimiento industrial.1® Y Baian, como Mandel, cita a Japón
como ejemplo de un país cuya industrialización tuvo éxito gracias a su
aislamiento del resto del mundo capitalista.13 Pero en un nivel más abstrac­
to la posición de Baran tiene mucho en común con la de Andre Gunder
Frank cuando dice:
El dominio del capitalismo monopolista y del imperialismo en los países
avanzados está estrechamente ligado al atraso económico y social de los
países subdesarrollados, pues son simplemente dos aspectos distintos de
un problema global.14

Frank señala que algunos brotes muy rápidos de industrialización capi­


talista independiente tuvieron lugar en periodos en los cuales fue posible
un relativo aislamiento del mercado mundial: en la depresión de los trein-
tas y durante la segunda guerra mundial. Pero los acontecimientos recien­
tes han integrado más profundamente a las economías latinoamericanas a
la “estructura metrópoli/satélite del sistema capitalista mundial” ;15 y aho­
ra, en el caso de Brasil por ejemplo,
sería mucho más difícil e incluso imposible para Brasil el sacar partido
de la oportunidad con una similar involución capitalista activa y otro
paso en el camino de la industrialización.18
Frank implica que lo mismo puede decirse a fortiori de otros pa'ises lati­
noamericanos con sectores industriales aún más débiles que Brasil. Y en un
escrito más reciente ha opinado en forma bastante explícita que
la neodependencia económica crea {...] una estructura de clases y genera
una neopolítica del subdesarrollo que no sólo implica que la burguesía
entera no pueda propiciar una política del desarrollo porque sus intere­
ses creados lo impiden, sino que la resultante política burguesa del sub­
desarrollo promete profundizar de tal modo las contradicciones econó­
micas, sociales y políticas en Latinoamérica que el pueblo habrá de
responder con su propia política revolucionaria y de desarrollo socia­
lista.11

190
Actualmente, algunos autores parecen sostener que, en vísta del constan­
te desarrollo de la tecnología en el sentido de operaciones a escala cada vez
mayor, y dada la estructura de la economía mundial, ya no es posible nin­
gún avance significativo hacia la industrialización ni siquiera después de
una revolución socialista en los países del tercer mundo. Según esta opi­
nión, cualquier progreso significativo en esta dirección está detenido ahora
hasta que se realice la revolución socialista en los países avanzados.18

4. O P IN IO N E S M ARXISTAS ANTERIORES

No cabe duda de que la idea de que una industrialización capitalista aún


mayor es imposible va contra el espíritu y a menudo contra la letra de bue­
na parte del pensamiento histórico marxista. Por supuesto, esto no prueba
que esté equivocada; pero vale la pena contraponer esta ¡dea a opiniones
anteriores con el fin de examinar si la diferencia es de circunstancias o de
diagnóstico.
Para comenzar con el mismo Marx, en una de sus últimas cartas subraya
que las leyes del movimiento económico descritas en El Capital fueron pen­
sadas únicamente para el caso de Europa occidental;10 y los borradores de
la polémica carta a Vera Zasúlich sugieren que Marx había llegado a la
conclusión de que para Rusia (y por lo tanto, presumiblemente, para paí­
ses aún más atrasados) el costo del desarrollo capitalista en términos de
sufrimiento humano era demasiado grande para que pudiera considerarse
como un desarrollo progresivo.20 Pero de todo esto se desprende claramente
que Marx creyó casi siempre que el capitalismo industrializaría el mundo.
En la famosa frase, que sin duda no estampó con ligereza en el prefacio a
la primera edición de El Capital,
los países industrialmente más desarrollados no hacen más que poner de­
lante de los países menos progresivos el espejo de su propio porvenir.21

Por lo que puede verse ■—afirma V. G. Kiernan—, lo que tenía en mente


no era una extensión aún mayor del imperialismo occidental, sino una pro­
liferación de capitalismo autónomo, tal como el que esperaba en la India
y presenció en Norteamérica.22 Al mismo tiempo, los escritos de Marx so­
bre la India subrayan, aparte de la política imperial, una característica de
la penetración capitalista que debe ser uno de los aspectos principales en
cualquier explicación de los aspectos inhibidores del imperialismo sobre la
industrialización: el efecto de las importaciones de textiles ingleses, y otros
productos manufacturados, en la industria tradicional india (y china). Des­
de el punto de vista británico el mercado indostano permitía a la industria
textil ir mucho más allá del crecimiento de la demanda británica y crecía
en un mercado prexistente donde su única competencia eran productos de
una tecnología muy inferior. Desde el punto de vista indio, sin embargo,

191
esto tenía numerosas consecuencias que Marx nunca mencionó. Primero,
conducía a la destrucción de un stock de capital que de otra manera hu­
biera proporcionado un ingreso futuro con el que hubiera podido realizarse
la acumulación. Segundo, se adueñaba de un mercado haciendo su con­
quista más difícil para una industria textil indígena que en lo futuro ten­
dría que competir contra productos tecnológicamente superiores. Tercero,
ayudaba a romper los vínculos vitales entre la industria de productos bá­
sicos (con una producción textil creciente) y la industria textil de bienes
de consumo que utilizaba sus productos.
Al mismo tiempo, correspondiendo a la decadencia de una gran industria
tradicional, se realizó la rápida expansión de una industria moderna; pero
no sólo esta expansión tuvo lugar en Inglaterra sino que también, por esto
mismo, se hizo más difícil para la India alcanzarla en el futuro. Marx ex­
plicó la importancia de este proceso para la formación del mercado indus­
trial británico temprano, aunque no dijo explícitamente que obstaculizaría
la industrialización futura. Además, la importancia que Matx concedía a la
explotación, esclavización y al intercambio desigual para financiar la acu­
mulación originaria inglesa lleva en sí una implicación similar: que una
vez estas cosas han ocurrido ya no son posibles para ningún otro país que
en el futuro pretenda industrializarse, el cual, por lo tanto, tendrá que in­
tentar otros métodos para financiar su acumulación originaria a partir de
fuentes domésticas.
Al parecer, también las ideas de Lenin están en total desacuerdo con la
idea contemporánea del papel del capitalismo:
El papel histórico progresivo del capitalismo puede resumitse en dos bre­
ves tesis: aumento de las fuerzas productivas del trabajo social y sociali­
zación de éste. Pero estos dos hechos aparecen en procesos muy diversos
en los distintos terrenos de la economía nacional.2*

El objetivo de la obra de Lenin El desarrollo del capitalismo en Rusia


era principalmente político; era un arma en su lucha contra los narodniki,
quienes propugnaban alianzas políticas con el liberalismo burgués en vez de
un partido para la clase obrera. Los economistas narodniki establecían ci­
mientos teóricos para esta estrategia política mediante el argumento de que
Rusia no era, ni podía convertirse, en un país capitalista, puesto que los
obstáculos al desarrollo capitalista eran demasiado grandes; cualquier des­
arrollo capitalista que se produjese no podía ser considerado históricamente
progresivo.
Aparte de sus aspectos políticos, la dimensión económica del debate tie­
ne, hasta cierto punto, vida propia y considerable importancia contempo­
ránea. Ciertamente, fue en los escritos narodniki donde por primera vez se
manifestaron las primeras expresiones de la idea de la imposibilidad de la
industrialización capitalista. Según Vorontsov, “cuanto más se pospone el

192
proceso de industrialización, más difícil es llevarlo a cabo según las normas
capitalistas”.24 Al mismo tiempo el atraso proporcionaba una ventaja con*
sistente en que los beneficios tecnológicos del capitalismo moderno podían
ser empleados al tiempo que se rechazaba su estructura. Rusia, según in­
sistían los narodniki, podía omitir la fase capitalista de desarrollo y pasar
directamente al socialismo mediante el establecimiento de la comuna rural
tradicional parcialmente restructurada. En cierto momento pudo parecer
que el mismo Maix estaba persuadido de este punto de vista, pero más
tarde Engels se situó decididamente en contra.
Pero el ataque decisivo fue de Lenin. El capitalismo en Rusia, afirmaba,
aunque sus efectos fuesen terribles era históricamente progresivo porque
ya (para 1899) había conducido a la diferenciación del campesinado en
una pequeña burguesía rural y una creciente clase de proletarios rurales
sin tierras; al mismo tiempo el crecimiento de la industria propiciaba el
crecimiento del proletariado. Los narodniki, simplemente, equivocaban los
datos:
la circulación mercantil y, por consiguiente, la producción mercantil,
están firmemente asentadas en Rusia. Rusia es un país capitalista. Por
otra parte, [, ..] Rusia está aún muy atrasada con relación a otros paises
capitalistas en su desarrollo económico.2’

Al observar que el capitalismo condujo en Rusia al desempleo y subem-


pleo en escala masiva, los narodniki, según Lenin,
han convertido una de las condiciones fundamentales del desarrollo del
capitalismo en prueba de que el capitalismo es imposible, equivocado.2®

De toda esta controversia brota, en mi opinión, una especie de teoría


implícita de los efectos de la expansión imperialista del sistema capitalista
en Rusia. Lenin, por ejemplo, señala el hecho de que las industrias tradi­
cionales fueron anuladas en Rusia en parte por los productos de la industria
europea occidental pero en parte también por los productos de la nueva
industria rusa. M arx dijo en el prefacio a El Capital que
. muestro país [...] no sólo padece los males que entraña el desarrollo de
la producción capitalista, sino también los que supone su falta de des­
arrollo.2'

Esto era especialmente cierto en Rusia, como Lenin admite implícita­


mente. Pero la falta de desarrollo, en parte resultado de la relación impe­
rialista, no era tan grande como para que el capitalismo no fuese histórica­
mente progresivo. Esta opinión fue presentada después más explícitamente
por Trotsky cuando subrayó dos características del capitalismo ruso. La
primera era la gran importancia del capital extranjero (europeo-occiden-

193
tal) en su desarrollo, un hecho que propició que Rusia sólo poseyera una
clase burguesa reducida, débil y dependiente.28 La segunda característica
era el hecho de que el proletariado industrial, aunque pequeño en pro­
porción a la población, era, como resultado de la introducción de los más
recientes productos y técnicas productivas del capitalismo, mucho más con­
centrado en grandes fábricas (más socializado) que el proletariado de una
etapa equivalente en el desarrollo de la industrialización capitalista en
Europa occidental. El resultado de esto fue el vital papel político inde­
pendiente representado por un proletariado industrial cuantitativamente no
muy importante.
Hasta cierto punto Rusia fue el primer país en experimentar el moderno
subdesarrollo capitalista. Empezó a industrializarse “tarde”, con el capital
y las técnicas extranjeras representando un papel decisivo. El surgimiento
de clases sociales fue diferente, y quizá más complejo, que en Europa occi­
dental: la burguesía comparativamente débil y dependiente, el proletaria­
do reducido pero poderoso y el “subproletariado” —los desempleados y
subempleados para quienes el capitalismo no tenía lugar— comparativa­
mente numeroso. La cuestión de si este modelo se ajusta a las más atrasadas
regiones del mundo ha sido desde entonces un tema básico de debate entre
los marxistas.
La cuestión de la posibilidad de industrialización capitalista en los pa'ises
coloniales ocupó un lugar importante, si no es que central, en los debates
y cambios de política del Comintern en las décadas de 1920 y 1930, así
como en determinar la política exterior de la URSS, en aquella época y
en lo sucesivo. Las famosas tesis de Lenin sobre la cuestión colonial adop­
tadas en el II Congreso de la Internacional, abogando por una alianza
limitada y condicionada con los movimientos de liberación nacional burgue­
ses democráticos, al tiempo que mantenían intacta la organización del
partido comunista, se basaban al menos parcialmente en el supuesto de
que el colonialismo constituía un obstáculo importante para el pleno des­
arrollo de una burguesía nacional en las colonias, aunque era poco lo qúc
implicaban acerca de qué tipo de avance económico sena capaz de lograr
esa burguesía tras la victoria de la revolución colonial El adversario de
Lenin en éste y posten’ores congresos el comunista indio M. N. Roy, creía
que la contradicción crucial era ya aquella entre el proletariado y la bur­
guesía en la colonia, más que aquella entre la población total de la colouia
y el imperialismo. Y basaba esta idea en su op'inión de que
el capitalismo, lejos de querer retrasar el desarrollo industrial de las co­
lonias, trataba por el contrano de precipitarlo con el objeto de proveerse
de nuevos mercados extrametropolitanos. Por eso la burguesía nacio­
nal de las colonias tendía naturalmente a tratar de acercarse a las po­
tencias imperialistas, cuya política era favorable a sus intereses y se halla-

194
ba por ello mismo en una posición absolutamente opuesta con respecto al
proletariado obrero y a los campesinos.29
El sexto congreso de la Comintern en 1928 cambió de táctica y rechazó
cualquier politica de alianza con la burguesía. Esta politica parece que se
basaba no tanto en ningún cambio de opinión acerca del papel del capi­
talismo en las colonias, como en la idea de que el capitalismo en los países
avanzados había entrado en una nueva fase en la que su hostilidad hacia
la Unión Soviética había aumentado.*0
Sucesivos cambios de política siguieron a éste hasta que, en el vigésimo
congreso del partido soviético de 1956, se realizó una revisión más profunda.
Las tesis aceptadas fueron, de hecho, similares a aquellas propugnadas en
los primeros días de la Comintern por los comunistas musulmanes, a saber
que las contradicciones entre la burguesía nacional de los jóvenes Estados
y el imperialismo son infinitamente más profundas que las contradic­
ciones entre la burguesía nacional y el proletariado de un país atrasado.01
En cierta medida, por supuesto, esta actitud se basaba en la idea de que
Los imperialistas frenan conscientemente el desarrollo de las fuerzas
productivas en las colonias e impiden el desarrollo de los sectores indus­
triales competitivos ,. ,3*

Al mismo tiempo parece contradictoria, puesto que si la hostilidad impe­


rialista hacia la industrialización en las colonias era tan enérgica, resulta
difícil creer que la burguesía tuviera ningún papel progresivo que repre­
sentar. Y sin embargo las tesis fueron consideradas como base de alianzas
duraderas con la burguesía.**
5. U N A CARACTERIZACIÓN DE LA IN D U ST R IA LIZ A C IO N E N E L TER CER M U N D O

Los paralelos entre Rusia y el tercer mundo son bastante obvios. No obs­
tante, se presentan aquí dos problemas. El primero se refiere a si el capita­
lismo en cualquier parte del tercer mundo podría conducir a una indus­
trialización totalmente independiente según el modelo del Japón (éste es
el problema tratado por Andre Gunder Frank). La experiencia rusa plan­
tea el segundo: si el capitalismo puede seguir siendo considerado como
históricamente progresivo debido a que, aunque sea incapaz de producir
una industrialización completa, puede ir lo bastante lejos para crear fuer­
zas sociopolíticas progresivas.
Cualquier respuesta a estas cuestiones requiere cierta información acerca
del crecimiento industrial del tercer mundo. En primer lugar, los últimos
veinte años han presenciado una tasa muy rápida de crecimiento industrial
en algunos países capitalistas subdesarrollados. Entre 1950-54 y 1960-64

195
7. M ONOPOLIO, PROTECCIÓN Y DESARROLLO DESIGUAL

El m onopolio es un elemento central en la teoría de Lenin acerca de la


fuerza impulsora del imperialismo europeo a fines del siglo xdc . Ocupa
tam bién un lugar central en la explicación de por qué el sistema capitalista
opera en forma que permite sólo a algunos de los países que lo componen
industrializarse plenamente, mientras que impide a otros países seguir el
mismo camino. Una de las características que definen una situación mo­
nopolista es que el monopolio limita la libertad de entrada. Por otra parte,
como ya vimos, el crecimiento industrial se ha producido en algunos países
subdesarrollados, algunas veces a un ritmo mucho más rápido que en cual­
quier país europeo en el siglo xix. El monopolio, por lo tanto, no es abso­
luto; su naturaleza debe estar evolucionando.
Sobre este punto Andre Gunder Frank ha hecho una importante suge­
rencia q ue merece ser citada con cierta extensión:
/La tecnología intercede en estas conflictivas relaciones y ayuda a generar
e n el satélite un subdesarrollo aún más profundo. La tecnología se está
convirtiendo rápida y crecientemente en la nueva base del monopolio
m etropolitano sobre los satélites [— ]
D u ran te la era mercantilista, el monopolio metropolitano se ejercía a
través del monopolio comercial; en la era del liberalismo, el monopolio
m etropolitano vino a ser la industria; en la primera mitad del siglo xx,
el monopolio metropolitano se desvió cada vez más hacia la industria de
bienes de capital. La producción de bienes de consumo de la industria
ligera fue entonces más factible para los satélites. En la segunda mitad
del siglo xx, la base del monopolio metropolitano parece estar desvián­
dose crecientemente hacia la tecnología. Ya los satélites pueden tener
hasta industria pesada en sus países. Hace 100 o aún 50 años, tal indus­
tria pesada pudo haber emancipado a algún satélite de la dependencia
de su metrópoli; lo habrían convertido en otra metrópoli y en una po­
tencia imperialista. Pero ningún satélite pudo escapar entonces del mo­
nopolio metropolitano de la industria pesada. Sólo la URSS lo consiguió,
abandonando para siempre el sistema imperialista y capitalista y adop­
tando el socialismo.
E n nuestros tiempos, no obstante, la industria pesada no basta ya para
q u ebrantar este dominio monopolista de la metrópoli, porque este do­
minio dispone ahora de una nueva base: la tecnología.41

Esta interesante observación no es aún una respuesta completa al pro­


blema. N o dice, por ejemplo, si ésta es la última etapa del monopolio o
si a su vez sera sustituida por otra. Es difícil imaginar qué podría sustituir­
la. Y esa dificultad revela un aspecto insatisfactorio de la idea de Gunder
Frank. I-a tecnología es algo diferente a las industrias de bienes de capital

:200
o a las industrias de bienes de consumo. La tecnología no es algo indepen­
diente, sino que está encerrada en ciertos bienes de capital. En este sentido,
por lo tanto, la tecnología ha sido siempre la base del monopolio metropo­
litano. Las áreas subdesarrolladas han sido incapaces de establecer una es­
tructura industrial completa porque han sido incapaces de establecer las
industrias que en el momento poseían la tecnología más compleja y avanza­
da. En ese caso, la base de la tecnología no se ha trasladado hoy a una nue­
va categoría, la de la tecnología, sino a un nuevo y más restringido grupo
de industrias de bienes de captial.
Una contrapartida parcial a la idea de que es el monopolio el que im­
pide la posibilidad de industrialización independiente es la noción de que
la protección {del capital por parte del Estado) es esencial para promo­
verla, Está muy claro que todas las industrializaciones capitalistas poste­
riores a la británica (o quizá incluyéndola)44 tuvieron éxito porque estu­
vieron protegidas por tarifas comparativamente altas como en Estados
Unidos, Alemania e Italia, o respaldadas por el Estado como en la Rusia
prerrevolucionaria o el Japón, o ambas cosas. Por lo tanto, cualquier otra
industrialización capitalista independiente que se proyecte deberá realizatse
en condiciones de gran protección e intervención estatal según los ejemplos
de México o la India. Un análisis cuidadoso de los países mencionados,
desde este punto de vista, resulta una necesidad inaplazable.45 También lo
es, en un plano más general, el análisis de si, dado el volumen de pene­
tración capitalista existente en el tercer mundo, las atm as defensivas siguen
siendo lo bastante efectivas para defender el naciente capitalismo del ter­
cer mundo. En muchos paises latinoamericanos, a pesar de sus niveles tari­
farios muy elevados, parecen ser aún demasiado débiles.
Habría también que considerar si una protección socialista tendría ma­
yor fuerza. Los dos tipos de protección no son estrictamente comparables,
puesto que la protección socialista estaría en el contexto de una producción
planificada y su arma sería el comercio planificado más que las tarifas.
Como afirma Preobrazhensky, la protección socialista posee distinta natu­
raleza y objetivos:
Por otra parte, en los países en que la industria está débilmente desarro­
llada, una política aduanal protectora, orientada hacia la defensa de
una industria dada contra la competencia de un país capitalista más
evolucionado, no tiene nada en común, salvo la apariencia exterior, con
el proteccionismo socialista. Se trataba allí de la protección de una in­
dustria contra otra industria, ambas pertenecientes a un solo y mismo
sistema económico. Estamos aquí, en cambio, en presencia de la protec­
ción de un modo de producción que se halla en una situación de debi­
lidad infantil contra otro sistema económico que le es mortalmente hos­
til y que, aún en el periodo de la decrepitud senil, seguirá económica y
técnicamente, durante algún tiempo, más fuerte que el nuevo sistema

2 0 1
económico. Sólo por una completa despreocupación respecto de la teoría
se puede ver en el proteccionismo socialista una completa analogía con
el proteccionismo capitalista.*4

En conclusión, industrialización, independencia económica o monopolio


son todos conceptos en términos de los cuales sólo es posible hacer afirma­
ciones relativas, y no absolutas. Lo que podemos decir acerca de países o
grupos de países en términos de esos conceptos, en la actualidad, no es
cierto para todas las condiciones, pasadas o futuras. En el pasado hubo pe­
riodos durante los cuales cierto número de países subdesarrollados parecie­
ron avanzar en dirección de una industrialización capitalista independiente,
aun cuando tal movimiento se interrumpiera posteriormente. Esto ocurrió
principalmente en periodos de guerra entre países capitalistas o en épocas
de agudas crisis capitalistas, como la de los treintas, cuando la base de la
posición competitiva superior de las empresas de los países avanzados fue
destruida y la fuerza del monopolio se debilitó parcialmente. En décadas
recientes, cuando un crecimiento industrial rápido parece haberse produ­
cido solamente, o al menos principalmente, en aquellos países capitalistas
más obviamente ‘'satelizados” por los países avanzados, ésta no es ya nece­
sariamente una situación permanente. El capitalismo no se ha librado de
las crisis; y no podemos estar seguros de que la renovada competencia
intensiva dentro del sistema capitalista entre Estados Unidos y el reju­
venecido capitalismo europeo y el fortalecido capitalismo japonés no des­
emboque eventualmente en una nueva guerra. En base a esto no es impo­
sible que, como resultado de cambios en la estructura del imperialismo,
podamos presenciar nuevos intentos de industrialización capitalista inde­
pendiente. Por otra parte, si la presente crisis del capitalismo señala su fin,
entonces esta perspectiva dejará de tener incluso la limitada importancia
que aún tiene actualmente.

NOTAS
a Alexander Gerschenkron esbozó la idea de la industrializarión derivada como
opuesta a la autóctona en “The typology of industrial development as a tool of
historical analysis”, en Continuity in Histoty and Other Essays. Harvard Univeraity
Press, Cambridge, Masa., 1966.
2 V. I. Lenin, El desarrollo del capitalismo en Rusia. Ed. de Cultura Popular,
México, 1971.
* Esto sugiere una de las razones por las qué la descolonización posterior a la
segunda guerra mundial ha sido un proceso tan fácil y da una clave de la natu-
xaíeza deí neocolonialismo. La inver ión extranjera moderna es principalmente di­
recta y así, en ausencia del colonialismo fotmal, garantiza a sus poseedores cierto
control (excepto durante las crisis) sobre los impuestos, nacionalizaciones, etcétera.
En contraste, la inversión extranjera anterior a la primera güeña mundial era casi
exclusivamente indirecta, y para que fuese posible ejercer algún control se reque­
rían arreglos más formales. Para un análisis más completo de este punto véanse

202
los (extos de Barratt Brown (n) y Magdoff (v i): ambos discuten la naturaleza
cambiante de las exportaciones de capital durante la época imperialista.
4 Sobre este tema véanse los textos de Magdoff, vi y Patnaik, rx.
B Sobre este tema véase A. Gerschenkron, Economía Backwardness in Histórica!
Perspective. Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1962, capítulos 1, 2 y 3
y postfacio; y David Landes, The Undound Prometheus, Cambridge, University
Press, Cambridge, 1969.
“ Firnest Mandel, Tratado de economía marxista. Ed. Era, México, 1972, t. n,
cap. Xlti.
7 Ibid., p. 94.
$ Paul Baran, La economía política del crecimiento, ed. cit-, p. 195.
* lbid-, p. 201.
,0 M. Barratt Brown, Después del imperialismo, ed. cit., pp. 138-39.
31 Para una discusión reciente sobre estas lineas véase Bipan Chandra, “Rein-
terpretation of Indian nineteenth-century economic history”. Indian Economic and
Social History Review, marzo de 1968.
p.
12 Baran, op. cit., p. 169.
13 lbid., 184, Mandel, op. cit., p, 94, y D, Horowitz, Imperialism and Retio-
lution, Ed. Alien Lañe, Londres, 1969, p. 125
'•* Baran, op. cit., p. 281.
15 A. Gunder Frank, Capitalismo y subdesarrollo en América Latina. Ed. Signos,
Buenos Aires, 1970, p. 210.
>» lbid.
17 A. Gunder Frank, "Dependencia económica, estructura de clases y política del
subdesarrollo en Latinoamérica”. Revista Mexicana de Sociología, México, 1970,
vol. xxxn, n. 2, p. 280.
18 Véase M. Kidron, "Memories oí developmcnt”. Hew Society, 4 de marzo de
1971.
18 Marx y Engels, Correspondencia. Ed. de Cultura Popular, México, 1973, voL
Ut, pp. 25-26.
20 E. J. Hobsbawm, "Introducción a C. Marx. Formaciones económicas precapi­
talistas". Cuadernos de Pasado y Presente, n. 20, Córdoba, 1971, p. 36.
21 Carlos Marx, El Capital. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1975, t.
i, p. x»v.
-'2 V. G. Kieraan, "Marx on India”. Socialist Regxster, 1967, p. 183.
s! Lenin, op. cit., p. 588.
24 V- Vorontsov, citado en A. Walicki, The Controversy over Capitalista. Oxford
University Press, Londres, 1969, p. 121.
23 Lenin, op. cit., p. 494.
38 lbid., pp. 574-75.
21 C. Marx, E l Cabria!, ed. cit., t. i, p. xrv.
98 León Trotsky, Historia de la Revolución Rusa. Ed. Juan Pablos, México, 1972,
vol. i, cap. i y ni.
" H. Carriére d’Encausse y S. Schram, E l marxismo y Asia. Ed .Siglo XXI, Bue­
nos Aires, 1974, pp. 57-58 y véase p. 73; véase también Franz Borkenan, World Co-
munism, University of Michigan Press, Ann Arbor, 1962, p. 292.
80 D’Encausse y Schram, op. cit-, p. 74.
31 lbid., p. 88.
32 Zhukov, citado en lbid., p. 285.
39 lbid., p. 88.
84 Véase United Nations Industrial Development Organisation, Industrial De-
velopment Surveyl 1969, vol. t.
35 Lenin, op. cit., p. 45.
38 Gunder Frank, Capitalismo y subdesarrollo en América Latina, ed. cit., p. 203-

203
17 P. M. Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista. Ed. Fondo de Cultura Eco­
nómica, México, 1973, p. 357.
88 La literatura sobre el intercambio desigual no es satisfactoria. La idea se ori­
gina con M arx y ha sido muy elaborada recientemente desde un punto de vista
internacional Por A, Emmanuel en El intercambio desigual. Ed, Siglo XXl, Mé­
xico, 1972.
88 Alguna discusión acerca de la importancia de estos precios de transferencia
puede encontrarse en E. T. Penrose, The Large International Firm in Developing
CountrieS'. Ed. Alien & Unwi'n, Londres, 1968.
48 La idea de la inversión extranjera como una bomba de extracción mediante
la_ cual se saca el excedente de un pais está muy extendida actualmente. Véase, por
ejemplo, Paul M. Sweezy, “Obstacles to economic dcvelopment”, en C. H. Feinstein,
ed, Socialism, CapitaHsm and Economic Crowth, Essays Presentad to Maurice Dobb,
Cambridge University Press, Cambridge, 1967. La idea se discute más amplia­
mente en la conclusión de este libro.
4t Cunder Prank, op. cit., pp. 207-08.
47 Véase F . Engels, "Proteccionismo y libertad de comercio”, en M arx y Engels,
Sobre el colonialismo. Cuadernos de Pasado y Presente, n. 37, Córdoba, 1973, p.
286.
43 Para el análisis sobre la India ver el texto de P. Patnaik, cap. IX-
44 E. Preobrazhensky, La nueva economía. Ed. Era, México, 1971, p. 130.

204
T E R C E R A P A R T E

ESTUDIOS DE ACTUACIÓN DEL IMPERIALISMO

La sección final del libro se ocupa de la relación entre las cuestiones teó­
ricas y las prácticas. Por supuesto, es un error pensar excesivamente en térmi­
nos de una clara dicotomía entre teoría y práctica. Los hechos relativos a
cualquier situación no se presentan simplemente in toto para ser inspecciona­
dos. Brotan de las investigaciones históricas, y luego tienen que ser selec­
cionados, ordenados y presentados en cierta forma. N i la búsqueda de
hechos, ni su selección y presentación, son independientes de una teoría,
aun cuando ésta pueda estar solamente implícita. Utilizar “hechos” histó­
ricos como prueba de una teoría ó hipótesis es por lo tanto una tarea peli­
grosa, puesto que los hechos pueden contener en sí mismos una teoría im­
plícita que puede ser igual, o que puede contradecir, a la que se trata de
probar.
Los seis estudios de casos que se presentan scguidamer.ite son todos ellos
acerca de regiones o países del tercer mundo. Cuatro de ellos se ocuftan
principalmente del siglo xrx; pero los que tratan de la India y Guinea ex­
tienden su análisis a épocas más recientes. Todos tratan de cómo el impe­
rialismo operó o echó ralees en las áreas subdesarrolladas; pero Stengers,
Kanya Forstner y Flatt centran su atención en las actividades, motivos y
políticas de los países imperialistas avanzados, mientras que los otros tres
ensayos se ocupan mucho más de cómo la experiencia del imperialismo
afectó a las propias áreas subdesarrolladas.
En conjunto, estos estudios de casos ilustran las diversas formas en que
la teoría puede ser referida a situaciones históricas concretas. En general,
existen dos formas en las que la teoría se relaciona con los acontecimien­
tos. En primer lugar la teoría es considerada como la sugerencia de un
patrón que los acontecimientos, en cualquier área, supuestamente seguirán
más o menos. En otras palabras, proporciona un paradigma de aconteci­
mientos y motivos con el que se puede confrontar una situación real. En
este caso, por lo tanto, lo que interesa es la consistencia del conjunto de
acontecimientos y motivos reales con aquellos implicados en el paradigma.
En el segundo caso, una teoría del imperialismo proporciona una forma de
organizar el material histórico real disponible; y de esta manera da un
patrón a los acontecimientos. De suerte que hay dos enfoques: por una par­
le, los hechos se utilizan para probar la teoría; por otra, la teoría se utiliza
para orgatizar los hechos.
En los primeros dos casos ■—Owen sobre Egipto en el siglo xix y Palnaik

203
sobre la India, principalmente en el siglo xx— domina el segundo enfoque.
Ambos encuentran que la teoría marxista, o ciertos aspectos de ella, pro­
porciona una base más o menos satisfactoria para dar coherencia a los
acontecimientos. En el caso de Egipto, Owen afirma que hay dos áreas
importantes, incluyendo el papel del Estado, para las cuales la teoría exis­
tente es inadecuada; para la India, Patnaik considera necesario un análisis
más completo de la burguesía india y del Estado que el que proporciona
directamente la teoría. En el caso de Guinea, Johnson combina ambos
enfoques; por una parte, trata de que Guinea encaje en el patrón de la
expansión' capitalista mundial; y por la otra compara lo sucedido en Gui­
nea con un paradigma de sucesos implícitos; Guinea no .parece estar mtty
próxima a este paradigma; pero la historia de su relación con el imperia­
lismo no es de ninguna manera inconsistente con la teoría marxista.
En los otros tres ensayos predomina el primer enfoque. La teoría marxista
o una versión implícita de ella no se utiliza, sino que en cierto sentido se
pone a prueba. En el ensayo sobre el Congo, Stengers afirma que los hechos
y los motivos de Leopoldo no encajan.en el patrón supuesto por la teoría;
pero añade que ésta no es razón suficiente para creer que la teoría no
funcione mejor en otras partes. El Congo es una excepción: no prueba la
regla, pero tampoco la contradice. Los motivos franceses en Africa, según
Kanya Forstner, estuvieron también muy alejados de los que se suponen
en la teoría; y concluye que la .teoría es más o menos irrelevante para los
sucesos que describe. Los motivos británicos en Sudamérica fueron de ín­
dole bastante económica; pero, a juicio de Platt, la actuación política de
los británicos fue muy diferente de lo que la teoría permitiría esperar. En
este caso, Platt cree que los hechos son inconsecuentes con la teoría; por lo
tonto debe ser considerado como una excepción que en cierta forma contra­
dice la regla.

206
V III. EGIPTO Y EUROPA: DE LA EXPEDICIÓN FRANCESA
A LA OCUPACIÓN BRITÁNICA

R O C E R O W F .N

La absorción de—UTt^pc¿s-como Estado dependiente dentro del sistema im­


perialista fue un proceso más lento de lo que parecen sugerir ocupaciones
dramáticas como la de Egipto en 1882. En Egipto, implicó una transfor­
mación a largo plazo. de la economía. Los esfuerzos para utilizar al Estado
para promover la industrialización independiente fracasaron al ser arras­
trada la economía a la división internacional del trabajo; y, como en la In­
dia, el Estado perdió su autonomía en relación a las potencias exteriores
(véase Patnaik, v tj.
Owen afirma que gran parte de lo ocurrido en Egipto en el siglo xix
encaja perfectamente en las teorías de M arx, Hobson, Luxemburgo, llil-
ferding y Batan. Pero quedan tres áreas en donde las teorías no propor­
cionan un cuadro adecuado; el papel de los Estados metropolitanos en
relación a sus capitalistas, la naturaleza del Estado egipcio y los cambios
en la estructura social egipcia producidos por la penetración imperial.
El bombardeo de Alejandría y la invasión de Egipto por tropas británicas
en 1882 provocó reacciones apasionadas, semejantes a las que más tarde
despertaría el ataque anglo-francés a Suez en 1956. La política del gobierno
fue duramente atacada en el parlamento por los diputados radicales e ir­
landeses. Fue también objeto de comentarios hostiles en una serie de libros
y panfletos como el de J. S. Keay, Spoiling the Egyptians. Un ministro,
John Biight, dimitió como protesta.
Entre los oponentes del ataque a .Egipt o predominaba un lema único:
la afirmación de que se había realizado para asegurar que ei gobierno
egipcio continuase pagando los intereses de la gian deuda externa de su
país. “Es una guerra de agiotistas”, escribió uno de los amigos de John
Bright, “muy probablemente tendremos más cosas de éstas” .1 Por primera
vez eh la historia de Inglaterra fue la comunidad financiera más que lós
soldados Q-las-autoridades coloniales quien fue considerada principal res­
ponsable de un acto de expansión imperialista. Este punto de vista se con­
virtió pronto en un estímulo para una crítica nueva y más radical del im­
perio, que prestaba una atención creciente a la noción de que Jas colonias
eran obtenidas porque constituían una fuente de ganancias para ciertos gru­
pos de negociantes y financieros,’-»y que tuvo a uno de sus más enérgicos
expónentes en J. A. Hobson, cuyo Imperialism: a study apareció en 1902.
Así pues, la invasión de Egipto ocupa un lugar central en la génesis de las
teorías del imperialismo capitalista.

207
Debido a razones de este mismo tipo fue que la invasión siguió siendo vis­
ta no simplemente como un ejemplo más de expansión europea sino como
uno de sus casos clásicos. Como tal, ocupa un lugar importante en los li­
bros de los primeros escritores que se ocuparon del imperialismo capita­
lista, como Hobson ,2 así como de los que continuaron escribiendo según la
misma tradición, como John Strachey .5 Como consecuencia, la invasión
ocupa también un lugar central en las obras de autores como Robinson y
Gallagher 4 y D. C. M. Platt ,5 quienes tratan de demostrar que Egipto fue
dominado por motivos estratégicos más que económicos. U na vez que la
ocupación británica hubo sido presentada como una de las primeras mani­
festaciones del imperialismo del siglo xix, era inevitable que se convirtiera
en campo de batalla de teorías rivales.
Decidir si esta es una forma particularmente fructífera de considerar el
fenómeno del imperialismo o la historia de Egipto es otra cuestión: mi
opinión es que no. Uno de los principales argumentos _en el estudio del
presente caso es que la_ ocupación británica no’ puede estudiarse aislada­
mente, que sólo puede ser entendida en términos de una importantejierie
de desarrollos'qüc venían”produciéndose a partir de 1798, laLmayor parte jle
los cuales estaban relacionados, con la transformación de la economía como
resultado de la política del Estado egipcio y de su 'incorporación, como
productor de materias primas, al sistema económico eiifopcoi’ Visto en estos
términos, el análisis de las relaciones entre Egipto y Europa’ en el siglo xix
se convierte en un tipo de caso de estudio muy diferente de aquellos que se
concentran simplemente en los sucesos que condujeron a la ocupación bri­
tánica. Se interesa en los cambios en el carácter de la expansión económica
europea durante muchas décadas y en el impacto de esos cambios en_todos
los sectores de la sociedad egipcia. Además, abarca el estudio de la crisis
de los años entre la bancarrota de 1875 y la ocupación en 1882, no tanto
en sus propios términos sino más bien como uno de esos periodos en los
cuales, bajo la presión de los acontecimientos, los procesos básicos de cam­
bio económico y social quedan al descubierto para ser examinados.
Un enfoque de este tipo tiene numerosas ventajas. Nos permite enfocar
la atención encuna, de las características especiales del imperialismo del si­
glo x ix : la form a como, eñ muchos casos, ]á“ colonización de un territorio
africano o asiático era precedida por un”derrúmbe de las instituciones po­
líticas y sociales como resultado" de u n periodo de contacto forzoso con ]a
economía europea. Igualmente, nos permite revisar nuevamente las prin­
cipales obras sobre teoría del imperialismo para descubrir cuál de ellas
proporciona una guía útil no simplemente acerca de la ocupación de Egipto
sino también acerca de todo el carácter de la expansión europea y sus efec­
tos en las sociedades no europeas. Además, semejante estudio resulta más
interesante gracias a otras dos consideraciones. Primero, Egipto contenía
lo que era ciertamente una de las sociedades más variadas entre las que

208
Europa encontró en África. Esto, en parte, fue resultado del hecho de que
durante tantos miles de años tantos pueblos habitaron el valle del Nilo. Ade­
más, Egipto fue siempre punto de cruce de importantes rutas de comercio
internacional. Fue ocupado muchas veces e incorporado a una serie de im­
perios mundiales. A principios de la Edad Media fueron mercaderes egip­
cios quienes introdujeron en Europa técnicas comerciales tan vitales como
la letra de cambio. Incluso en 1798, cuando ya quedaba poco de su anterior
importancia política o económica, cuando Napoleón, según se afirma, rein­
trodujo en Egipto los vehículos de ruedas, su larga historia seguía refleján­
dose en el hecho de que contaba con una de las universidades más antiguas
del mundo, un complicado sistema de organización municipal, un alto gra­
do de conciencia comercial y una población agrícola, gran parte de la cual
se empleaba para producir cosechas de fácil venta para exportar o vender
en numerosos mercados urbanos. Segundo, existe más información acerca-,
de Egipto en el siglo x e x que sobre casi cualquier otro país africano o asiá­
tico. Desde la Description de l’Egypte, producida por los estudiosos de la
expedición de Napoleón, y las obras del gran historiador egipcio al-Jabarti
hasta la voluminosa enciclopedia de Ali Mubarak, al-Khitat al-Taufigiya.
al-]adida y las obras de autores egipcios contemporáneos como Anouar Ab-
del-Malek, hay una inmensa cantidad de libros de autores preocupados por
estudiar el impacto de Europa en la sociedad egipcia. Además, hay muchí­
simo material en los archivos de los gobiernos egipcio, turco y otros más.
. Lo que sigue es un breve análisis de los principales acontecimientos eco­
nómicos y sociales en Egipto entre 1798 y 1882. Comienza con una descrip­
ción de la transformación de la economía. Luego sigue una ex osición de
los cambios de posición de ciertos grupos sociales importantes dentro de
Egipto. Finalmente, concluirá con una presentación esquemática de la pro­
longada crisis ocurrida entre 1875 y 1882.

1. LA TRANSFORMACIÓN DE LA ECONOMIA*

En 1798 Egipto era un país de unos 2 500 000 o 3 000 000 de habitantes,
de los cuales aproximadamente una décima parte vivían en El Cairo, que
era con mucho la ciudad más importante. La gran mayoría de la población
estaba dedicada a la agricultura. En el Altó Egipto los campesinos se con­
centraban Vñ”el'tuitivo de cereales de invie rno irrigados por las avenidas
anuales del Nilo. Pero en el Bajo Egipto (el Delta) aproximadamente _una
octava jjarte deria^superficie cultivada estaba, dedicada- a- la producción de
cosechas de alto valor, como lino y algodón de fibra corta, que exigían, gran­
des sumas de capital y un sistema de riego más complicado para asegurarles
pl agua durante los'meses de’verano cuando las aguas del río estaban en su
nivel más bajo. Otra diferencia entre el Alto y el Bajo Egipto consistía en
que, e n el Delta, los impuestos siempre_fuerpn, al parecer, pagados en efec­
tivo y ño en~especfercori-érrestiltádo de que los cultivadores se veíarídbliga-

209
dos a venderjjarte^de sus cosechas enjos mercados más próximos. Por_ésta_
'y Dtrásrazones casi todos los campesinos deí Delta teñían cierta experiencia
en operar,_en.los_márgenes__de_una_economía monetar a, y en un gran nume­
ro de áreas el dinero en efectivo parece haber sido tan importante como la
costumbre o la tradición en tanto que base para las relaciones rurales.
Al mismo tiempo, las ciudades servían^como mercados _para_los_ pro­
ductos rurales, así como centros para la producción de aquellos artículos
manufacturados,.esp’ec alm enteel liñb'y'la seda~qué~requerían mayor habi-
lidad, capital y organización de la que podía encontrarse en las aldeas.
Algunas de las más populosas eran también ceñiros importantes para el
consumo de Jos_biePes_ suntuarios que constituían la mayor parte de las
mer canelas que participaban entonces.en el comercio internarinnal
Para fines del. siglo.xviii ul poder del gobierno era débil. No sólo la admi­
nistración central era incapaz de garantizar In seguridad en las,zonas rura­
les o de supervisar el mantenimiento de los pr ncipales canales, sino que
virtiiál mente también había perdido el co ntrol_del sistema de administración
rural y recaudacion.de impuestos^Como resultado, el grueso del excedente
agrícola no llegaba al tesoro del gobierno sino que se quedaba en manos
de una casta de agricultores-recaudadores que lo empleaban principalmente
para dotarse a sí mismos de los ejércitos pr vados que necesitaban para sus
interminables luchas unos contra otros por riqueza y poder^
^En_ los primeros años_jlel siglo_jox_usta ecoriomía_ predominantemente
agrícola fue activada pojados nuevos grupos de fuerzas. Uno dtTellos estuvo
constituido por los esfuerzos de una serie de dirigentes —Muhammad Alí
(1805-49), Said (1845-62) e Ismail (1863-79)— para modernizar el ejér­
cito y la burocracia o, según ellos lo veían, para sentar las bases de un Esta­
do moderno. El otro fue el impacto de la economía europea en expansión,
primero a través d e un comercio en aumento, luego mediante la_exportación
de capital europeo.'Examinémoslos por orden.
Muhammad Alt. U na vez conquistado el poder, en 1805. el principal obje­
tivo de Muhammad Alí fue asegurar su dominio creando un_ejército y una
marina poderosos. Durante Iós~pr uñeros años de su régimen confió casi
exclusivamente en mércénánbs extranjeros. Pero durante la década_de_1820
empezó a reclutar' nativos egipcios y a principios de los treintas contaba
probablemente“con liños 100000 hombres. Obviamente, un ejército seme-
jante_requería. grandes sum asde dinero y Alt comprendió muy pronto que
la clave para obtenerlo era aumentar las cantidades obtenidas de los im-
puestos. agrícolas,, sustituyendo.a _los agricultores-recaudadores por un sis-
tema de recaudación directa mediante..agentes del gobierno. Esto tóenla
además la- ventaja de (¿destruir los* centros altemativos_d e~poder polítkojíy
.dejperm itir’ál gobierno ponef’fiií a las áñárquicas condiciones vigentes eñ
los medios rurales.)? Por añadidura, se recaudaron fuertes sumas extendien­
d o los monopolios del Estado hasta cubrir casi absolutamente todos_ los

210
tipos de producción agrícola. A los campesinos se les tomaban sus cose­
chas en lugar de impuestos y eran vendidas en el extranjero por cuenta del
gobierno, dejando a los cultivadores poco más de lo imprescindible para
su subsistencia. Finalmente, un tributo sobre el trabajo, la corvée, fue im­
puesto a todos_los varones adultos. De esta forma Muhammad Alí buscaba' i
perfeccionar un sistema mediante el cual el gobierno podía apropiarse la
mayor parte del excedente rural, empleándolo para fines militares o para
un ambicioso proyecto de desarrollar los recursos del país. A diferencia de
sus predecesores, este dirigente egipcio parecía estar perfectamente cons­
ciente del hecho de que un aumento constante de los ingresos del gobierno ¡
era imposible sin una expansión continua de la actividad económica. A
esto se debía que se mostrara tan ansioso por estimular la introducción de
nuevos conflictos, como el algodón de fibra larga que contaba con un .mer­
cado cada vez mayor en Europa, por construir canales y por mejorar las
comunicaciones. Más tarde, en un esfuerzo por reducir las importaciones,
los obreros textiles egipcios fueron sacados de sus talleres y puestos a tra­
bajar en fábricas del gobierno productoras de telas de algodón (en su ma­
yor parte para uniformes del ejército) con maquinaria europea. Mientras
tanto, se enviaba al extranjero a un número siempre creciente de jóvenes
egipcios para .que aprendieran las técnicas industriales más modernas.
Sin embargo, el intento de Muhammad Alí de situar al Estado en el cen­
tro del desarrollo de la economía egipcia demostró muy pronto ser excesivo I
para el rudimentario sistema administrativo del país, y desde finales de la 1
década de 1830 en adelante muchas fábricas empezaron a cerrarse o a pasar
a manos de particulares y gran parte de las tierras fueron asignadas a
autoridades y miembros de la familia real haciéndolos responsables de la
supervisión de la producción agrícola, así como de la recaudación de im­
puestos. Este proceso fue acelerado por la convención comercial anglo-
turca de 1838 que abolió los monopolios del Estado y estableció una redu-'
cida tarifa externa de ocho por ciento. Tres años después el ejército egipcio
fue j ’educido, por orden del gobierno otomano, a 18 0 0 0 hombres, privan­
do así á Muhammad Alí de un mercado protegido para los productos de
sus fábricas. Como resultado, se dificultó notablemente proseguir la indus­
trialización y, cuando el régimen egipcio fue finalmente obligado a aban-
donar’sus monopolios a mediados de la década de 1840, el gobierno perdió
las considerables sumas que había venido obteniendo de su control sobre las
exportaciones agrícolas.
La expansión comercial europea. Los intentos de Muhammad Ali por
desarrollar la economía requerían la ayuda europea y los mercados euro­
peos, pero Alí tenía gran interés en reducir a un mínimo el impacto de
Europa. Los comerciantes europeos fueron confinados a Alejandría y se
Ves prohibió hacer contacto con los campesinos del interior. Se establecieron
"escuelas profesionales y se enviaron al extranjero jóvenes egipcios para

211
reducir la necesidad de técnicos europeos. Se hicieron grandes esfuerzos
para sustituir las importaciones europeas por articule» de manufactura lo­
ca!. Sin embargo, esta política acabó en 1840. Como resultado de la pre­
sión política europea, primero en Estambul, luego en el mismo Egipto, el
país fue abriéndose rápidamente al comercio exterior, proceso indudable­
mente propiciado por los grandes terratenientes egipcios que estaban an­
siosos por acabar con el sistema de monopolio para poder vender sus.pro­
ductos directamente a los comerciantes europeos y no al gobierno. La ex­
portación de algodón aumentó un 300 por ciento entre 1840 jé 1860 al
establecerse los prestamistas en el Delta para otorgar los créditos que antes
proporcionaba el gobierno, al introducirse las desmotadoras de vapor y al
construirse el primer ferrocarril entre El Cairo y Alejandría, Todo esto fa­
cilitó el camino para la rápida expansión de la producción durante la
guerra civil norteamericana (1861-65), cuando el área dedicada al cultivo
del algodón aumentó en cinco veces su tamaño y el volumen de las cose­
dlas cuatro veces. Mientras tanto, la creciente importancia de los estrecho^,
lazos que se iban creando con la economía británica puede apreciarse por
el hecho de que entre 1848 y 1860 Egipto ascendió del puesto vigesimo-
sexto al duodécimo entre los mercados para exportaciones británicas, mien­
tras que entre 1854 y 1860 avanzó del décimo al sexto lugar entre los más
importantes proveedores de importaciones británicas.
La expansión financiera europea. El creciente comercio con Europa fue se­
guido por un rápido aumento en la .importación de capital. Durante..los
cincuentas, los primeros bancos eur opeos se establecieron en Alejandría. Al
mismo tiempo, la construcción de más obras públicas, la modernización
del ejército y la burocracia y, sobre todo, la necesidad de financiarle 1
proyecto de Lesseps para el Canal de Suez, tuvieron como resultado que el
gasto gubernamental comenzara a sobrepasar sus ingresos normales. Said
empezó a recibir importantes préstamos de los banqueros y comerciantes
locales y más adelante {quizás a sugerencia de Lesseps) emitió bonos del
tesoro. Finalmente, en 1862, obtuvo su primer empréstito extranjero. Éste
fue seguido por muchos otros hasta que, para 1875, Egipto había recibido
en préstamos de Europa una suma nominal de aproximadamente 100 mi­
llones de libras, de las que el Tesoro no había recibido en realidad más
que 6 8 millones,
David Landes describió este proceso desde el punto de vista europeo:
como el fin del auge de los ferrocarriles en 1840 fue seguido por el desarro­
llo de nuevas instituciónesjjfinancieras, especialmente la compañía- finan­
ciera, capaces de obtener grandes sumas de dinero de nuevos grupos de in­
versionistas ; cómo el carácter particular de estas instituciones las impulsó
a buscar calidas especulativas para su capital en el extranjero; cómo el
dinero europeo fue atraídpTal Oriente Medio por el señuelo de las fabulosas
tasas de interés que, según se suponía, podían obtenerse prestando dílero

212
a los comerciantes y agricultores.8 Otros autores, especialmente J. Bouvier,
han descrito la manera cómo, a principios de la década de 1870, cierto
número de compañías financieras francesas empezaron a depender nota­
blemente de sus préstamos al gobierno egipcio.®
¿Pero cómo se empleaba_el.dinero recibido en préstamo de Europ_a?_ En
resumen, Ismail tenía_ los mismos objetivos, generales,que su abuelo, M u -'
hammad Alí. Éstos eran: edificar un Estado moderno,, afirmar la indepen-'
dencia egipcia frente^a.Iurquía.y.Jiuropa y diversificar la economía. In­
fortunadamente, estos objetivos demostraron ser mutuamente contradictorios,
^T odos sus esfuerzos por usar capital europeo para edificar un Estadó~y~una
*■ economía lo bastante fuertes para hacer frente a las presiones europeas sólo
Xcondujeron a aumentar cada vez más su dependencia de Europa,! Esto
puede verse claramente en sus esfuerzos_por desarrollar la economía. Aquí
eran importantes tres factores.. Primero, en J a medida en que el dinero
recibido en_préstamo_de_ Europa .era. dedicado a fines_útiles, y no sólo dila­
pidado, se_eiripleaba en inversiones de infraestructura de ...un tipo que sólo
poda^ beneficiar. el...ingreso del gobierno.a. mediano, y largo plazo. Mien­
tras tanto, los esfuerzos del_ gobieriio. por obtener más dinero de los im­
puestos sobre la tierra eran anulados por uii sistema de recaudación inefi­
caz y por el hecho de que el grueso de la tierra iba pasando a manos de
particulares poderosos. En estas circunstancias era inevitable que resultara
imposible pagar los intereses de los préstamos extranjeros. Segundo,1 los
esfuerzos" por diversificar la economía eran obstaculizados por. la creciente
fuerza e" importancia del sector algodonero. A medida que una proporción
constantemente creciente de los recursos egipcios se dedicaba a la produc­
ción y exportación de este único cultivo, se hacía cada vez más difícil
desarrollar formas alternativas de actividad económica. Los ricos terrate­
nientes que cultivaban el algodón y los comerciantes que lo vendían, unían
sus esfuerzos para defender sus intereses particulares y para asegurarse de
ser los primeros en beneficiarse de la distribución del dinero del gobierno,
de los cambios en el sistema legal o cualquier otra actividad estatal. Terce-
Xo¡! a diferencia de los dirigentes de Japón después de_1868, Ismail fue
incapaz de_ poner ninguna clase de_barrera entre, la economía egipcia y la
de Europa. Sus intentos por crear una industria azucarera, por ejemplo,
fueron frustrados por su incapacidad para impedir la importación de azúcar
barato, subsidiado por el gobierno, de Rusia y Alemania. Ej resultado de
estos tres_factores fue lajncorporación de Egipto, como productor de al­
godón y mercado- para artículos manufacturados, al sístema. económico
"europeo. 1Por "más" esforzadamente" que Ismail luchase por la independen”
cía, estaba condenado a acabar sirviendo a los propósitos de Europa.

2. CAMBIOS DE POSICIÓN DE IMPORTANTES GRUPOS SOCIALES1®

La transformación de la economía egipcia durante el siglo xix provocó

213
cambios significativos en la posición de varios gn¡po¡^sociales, Cuatro de
listos son de particular importancia.
La_ comunidad_extMnjera. El número de europeos en Egipto aumentó de
aproximadamente unos 8 000 o 10 000 en 1838 a 90000 en 1881. La ma­
yoría estaban interesados en la producción y exportarión.de algodón o en la
banca y las finanzas. Pero un número cada.Vvez mayor era._empleado_por
el gobierno, como funcionarios_o.expertos. A fines de la década de 1860,
por ejemplo, había más de cien europeos en la policía.11 Más tarde, como
resultado del informe de la Comisión de Investigaciones en 1878, más de
1 300 funcionarios extranjeros entraron en la administración.13 La .comu­
nidad^ europea ocupaba una_posición_ privilegiada como resultado de las
capituIaciories¡“ lbs‘ tratados que regían el status de los extranjeros dentro
del. imperio otomano. Los europeos estaban virtualmente por encima dé” Ja
ley egipcia hasta la introducción de las Cortes Mixtas en 1876. Importaban
productos según sus propios avalúos. Era extraordinariamente difícil hacer­
les”pagar impuestos. Además, con elapoy.o de _sus cónsules, se, convirtieron
en u n grupo de presión cada_vez_más_poderoso, dedicado a defender sus
propios iñteréses como banqueros y exportadores así como, en virtud de ser
poseedores de cantidades importantes de bonos egipcios, a asegurax-se de
que el gobierno cumpliera con los pagos de intereses de los diversos prés­
tamos.

Los terratenientes egipcios. El _surgimiento.de_ una_clase_,de terratenientes


egipcios se produjo en tres etapas, ¿Primero)» a fines He la déraHarle los
treinta.s_y principios de los cuarentas, casi lajtotalidad de. las mejores tierras
de Egipto fueron parceladas y puestas bajo él control de miembros de_ía
familia real y altos funcionarios. Aunque algunas de estas propiedades fue­
ron quitadas a sus propietarios durante el reinado de Abbas (1849-54) gran
parte de ellas permaneció en manos particulares. j&U mismo tiempofmuchos
notables locales, particularmente los jeques de las aldeas, pudieron sacar
ventaja de_.su posición_como agentes,deL.gobierno central para_obtener
tierras para sí mismos. Había numerosos incentivos para esto, por supuesto,
toda vez que_la producción d e . algodón y otros cultivos resultaba cada
vez más provechosa.4Finalmentejl durante el reinado de Ismail los favoritos
dé la corte, oficiales del ejército, burócfatás y otros," recibieron tierras como
regalos o en iugar de una pensión. Mientras tanto, el propio gobernante
'aumentó notablemente las tierras de la familia real hasta que, a finales
de su reinado, controlaba aproximadamente uña quinta parte de toda el
área cultivada.
Hasta ahora ningún historiador ha podido hacer una distinción satisfac­
toria entre los terratenientes de diversos tipos, pero no hay duda de que,
corno grupo, ocupaban una posición particularmente favorable,..laborando
frecuentemente sus propiedades mediante_cori’«eí„.de obreros locales, sus-

214
trayendo agua de los canales para sus propios campos cada vez que la nece­
sitaban y pagando* impuestos más bajos que sus vecinos campesinos. Ade­
más, los terratenientes eran los mayores beneficiarios de todos los fondos
públicos gastados en la construcción de nuevos canales y del sistema ferro-
yiário. Ellos, tanto como los cónsules europeos, fueron responsables de la
abolición de los monopolios agrícolas de Muhammad Alí; así como sin duda
también fueron ellos quienes sometieron a presiones a sucesivos gobiernos
egipcios para que promulgaran las leyes necesarias para crear un sistema
de propiedad privada de la tierra.
En su mayor parte, las grandes y medianas propiedades creadas entre
1840 y 1880 se formaron con tierras poseídas anteriormente por campesi­
nos independientes. La mayoría de estos campesinos pasaron a ser trabaja­
dores agrícolas en sus aldeas, o fueron agrupados en las nuevas propiedades
en poblados conocidos como ezbas. El cultivo del algodón es particular­
mente intensivo, y los terratenientes parece que se preocuparon por con­
servar a la vieja fuerza de trabajo más o menos intacta. A estos trabaja­
dores se les pagaba en especie o, más frecuentemente, se les permitía
cultivar una pequeña parcela.
Los burócratas. Los esfuerzos para crear un Estado moderno requerían un
número creciente de empleados civiles. Éstos se obtenían en muchos nive­
les, entre los graduados de las escuelas de Muhammad Alí e Ismail y entre
los muchos egipcios jóvenes que regresaban de estudiar en Europa. Con
el paso del tiempo la burocracia fue sometida a un proceso de racionali­
zación. Se formaron ministerios separados; los empleos se volvieron más
específicos; se introdujeron las pensiones. Como resultado se desarrolló lo
que Abdel-Malek califica adecuadamente como intereses burocráticos es­
peciales.19 Los burócratas tendían a compartir ideas acerca del papel del
Estado. Más adelante, hacia 1870, estaban bastante unidos en su deseo de
evitar cualquier aumento en el número y los privilegios de los europeos al
servicio del gobierno. Por otra parte, suele ser difícil hacer una distinción
clara entre los burócratas como grupo y los terratenientes desde el momen­
to en que los primeros empezaron a ser también propietarios de tierras.
La clase dirigente turco-circasiana. Durante el siglo xvm casi todos los car­
gos elevados en el gobierno y el ejército eran detentados por una minoría
de habla turca, descendiente de los esclavos mamelucos o de funcionarios
enviados desde Estambul. Más tarde, durante los primeros años del siglo
xix, muchos de ellos fueron sustituidos por soldados de fortuna otomanos
que habían servido en el ejército de Muhammad Alí. Con el tiempo su
importancia como grupo separado comenzó a disminuir, particularmente
a medida que la administración se iba volviendo más “egipcia” como re­
sultado del empleo creciente de nativos y de las reglamentaciones para
imponer el uso del árabe en el servicio del gobierno. Entre tanto, por su

215
parte, ca d a vez más turco-circasianos se casaban con mujeres egipci.as, par­
ticipaban en las administraciones de los distritos o_j>e incorporaban más
estrecham ente a la sociedad egipcia de otras formas. No obstante", su po­
der y prestigio se sentía aún especialmente en el ejército "doñde^por 7a
década de los setentas, ocupaban todos los puestos de grado superior al
de coronel.

3. bancarrota v OCUPACIÓN 1875-188214


La bancarrota dé Egipto en 1875 señaló el principio de un periodo de
siete años de cambios rápidamente acelerados en muchas áreas del gobier­
no y la sociedad egipcios. Una serie de acuerdos financieros destinados a
asegurar que el país pagase sus deudas facilitó el control europeo, sobrp
la administración. Esto, a su vez, pioypcp una enérgica respuesta egipcia,
encabezada primero por Ismail, por lo que fue depuesto en 1879, y luego
por un núm ero creciente de soldados y funcionarios. Finalmente el sur­
gimiento^ cle_ un movimiento nacionalista popular en 1881 y 1882 pareció
suficientemente amenazante a los intereses europeos para motivar la ocu­
pación d e Egipto por tropas británicas.
Los esfuerzos para explicar estos sucesos se concentran generalmente,
por una parte, en buscar la génesis del movimiento nacionalista; por la
otra, en tratar de descubrir cuáles fueron los motivos para la creciente
intervención europea. Este método tiene dos inconvenientes principales.
Primero, empuja a los autores a ignorar el contexto socioeconómico en el
que tuvieron lugar estos acontecimientos. Segundo, casi todas las explica-
. ciones de la crisis, al concentrarse bien sea en el punto de vista egipcio o
^ en el europeo, tienden a subestimar la importancia de la constante interac­
ción e n tre estos dos elementos. Lo que sigue es un intento de señalar unos
cuantos puntos acerca de la crisis a la luz de estas dos consideraciones.

a] El m ovim iento nacional egipcio debe considerarsecomo una coalición de


diferentes grupos todos lós cuales, ~éñ cierta- forma, habían sido afectados
por el régim en financiero impuesto a Egipto por sus acreedores europeos'a
partir d e la declaración de bancarrota. Se contaban entreéstos los terrate­
nientes (q u e estaban ansiosos por bloquear los intentos de los controladores
financieros europeos por obtener más ingresos aumentando sus impuestos),
los burócratas (preocupados por la gran cantidad de europeos empleados en
el servicio del gobierno), los militares (muchos de los cuales se veían ame­
nazados con el retiro prematuro como resultado de los planes para econo­
mizar gastos militares), y los ulama o notables religiosos.

b] A fines de la década de 1870, los temores de los miembros de estos cua­


tro grupos fueron utilizados por el kedive Ismail para sus propios fines
pero, inmediatamente después^ de su deposición en 1879, empiezan a cq-

2 1 6
operar más estrechamente en base a_un programa tendiente.aJim itar los
podérés’Hér gobernante mediante la introducción de una constitución libe­
ral.' Este movimiento prosiguió'bajó el sucesor de Ismail, Taufiq, aunque
'siguió siendo poco eficaz hasta el verano de 1881. No fue sino hasta que
los constitucionalistas civiles empezaron a aliarse mas estrechamente- con
los militares nacionalistas encabezados por el coronel Arabi que obtuvieron
suficiente poder para forzar un cambio de régimen.
c] La coalición de diferentes intereses que constituiría el movimiento na­
cional egipcio alcanzó su punto más cohesivo en los últimos meses de 1881
y principio de 1882, cuando su fuerza se vio constantemente reavivada por
los esfuerzos de los gobiernos británico y francés por sostenerla debilitada
autoridad de Taufiq. Se fortaleció también mediante un constante llamado
a grupos sociales_que previamente..no habían tomado parte en el juego de
la política del país, especialmente los pequeños propietarios de tierras que
estaban inquietos pordas extensiones de tierra de que los extranjeros se es­
taban apropiando con el pretexto de la falta de pago de las deudas, a con­
secuencia de la introducción de una ley de amortización europea en 1876.
y Más adelante, sin embargo, a medida que la amenaza de intervención euro-^
I pea se hacía más real y los lideres del movimiento nacionalista lograban
| cada vez mayor apoyo popular, muchos de aquellos que tenían importantes
\ intereses económicos que defender abandonaron el movimiento y se pasaron
al lado del ltedive y los europeos.
d] Desde un punto de vista europeo hay que hacer una distinción entre los
intereses y actividades de los poseedores de bonos ingleses y franceses y sus
correspondientes gobiernos. En los primeros meses que siguieron al anuncio
de la bancarrota egipcia, fueron los poseedores de bonos, y no sus gobier­
nos, quienes se esforzaron por arreglar sus diferencias lo suficiente para
obtener un acuerdo financiero que protegiera sus intereses. De ahí resultó
el acuerdo de Goschen-Joubart de 1877. Fue sólo cuando este acuerdo ame­
nazó con romperse que los gobiernos francés y británico intervinieron más
directamente'primero instituyendo una comisión de investigación de la si­
tuación financiera egipcia y, más adelante, forzando a Ismail a aceptar un
gabinete de dos ministros europeos para implementar la recomendación del
informe. Al siguiente año volvieron a intervenir cuando temieron que se
produjera alguna alteración en los acuerdos existentes.

e] La cooperación anglo-francesa ocultaba importantes.diferencias de obje­


tivos. En general, los franceses estaban más ansiosos por proteger los inte­
reses de sus poseedores de bonos, los británicos por evitar que la situación
se deteriorase hasta un punto 'en el que alguna otra potencia pudiese inter­
venir en Egipto'y cerrar así la ruta hacia la India. No obstante, ambos
gobiernos lograron actuar concertadamente, primero en apoyo de un pro­

217
gram a de defensa de cualquier arreglo financiero hecho en beneficio de los
poseedores de bonos y luego, en 1882, tratando- de fortalecer la autoridad
del gobernante egipcio en contra del movimiento nacionalista. Fue esta úl­
tim a política la que co: dujo directamente.aJa__ocupación_británica.
f] Finalmente, los sucesos de los años entre 1875 y 1882, intercalados en un
periodo de rápidos cambios económicos y sociales, ayudaron a mostrar la
naturaleza esencial de la transformación en curso. La naturaleza de los
vínculos que ataban la economía egipcia a la de Europa está clara; igual
lo está la forma como se fortalecieron con la presencia de poderosos grupos
dentro de Egipto. Una vez más, la composición del movimiento nacional
muestra el alcance de la hostilidad contra los usurpadores europeos presen­
te en casi todos los sectores de la sociedad egipcia, así como también revela
parte de la división entre quellos que estaban preparados a resistir la pro­
longación de la intervención extranjera, incluso por la fuerza de ser nece­
sario, y aquellos otros que no lo estaban.

4. CONCLUSIÓN

/L o que he tratado de describir en este estudio de caso es un proceso par-


\cialmcnte analizado por numerosos teóricos. Marx y Hqbsqii_nqs. dejaron
una. explicación d e ja forma-coma Europ -invadió el mundo no europeo
mediante el comercio y la exportación de capital,1' mientras que Rosa Lü-
xeniburgo escribió sobre las distorsiones económicas y sociales causadas por
esto.10 Baran y otros han descrito el proceso mediante el cual Ja Jjncorpo-
ración forzada de un país al sistema económico europeo impone una ca-
roisa de fuerza a su futuro desarrollo obligándole a concentrar todos sus
esfuerzos y todos sus recursos en la exportación de materias primas.11 Ilobr
son y Hilférding señalaron la forma como la expansión de Europa cónd uce,
inevitablemente, a la creación de -movimientos de liberac ión nadorial."1*-
JPero tam bien _hq_ tratado de sugerir, aunque sólo por im plicación que
un estudio de las relaciones entre Egipto y Europa en el siglo xrx revela la
existencia de v rias áreas e n ja s que las teorías existentes no noS-gnentan.
(T res'de ést s son de importancia poco común. La (primera' concieme_aL
papel del Estado europeo y, en particular, a sus relaciones' con-su-propia
comunidad comercial. Para tomar sólo un ejemplo, en el periodo posterior
a 1815 Inglaterra y, en menor medida, Francia, émp!eáron_ conscieñte-
iriéhte el~podefdel Estado para abrir el Mediterráneo oriental _a su propio
comercio. Este procesó fue señalado, éntre otras cosas, por la convención co-
“mérciár anglo-turca de 1838, que estableció lo que virtualmente era libre
comercio para los productos británicos y franceses en el área. Una vez más,
cada Estado se mostró bien dispuesto_a emplear su.. representatióiLjQCal
p ara'Iñtéryemr/a favor/de..sus~ nacionales y las ganancias de éstos. Una
forma dé caracterizar estos esfuerzos podría ser decir que el principal^ob­

218
jetivo d d Estado^ capitalista en el siglo xdc era extender su propio sistema
écoñóhtíco':—sus propias leyes, sus propias prácticas comerciales, su pro-
pio“'sistema de relaciones entre gobierno y comerciantes e industriales—
más a!lá^de_$us fronteras. Pero es demasiado poco lo que se ha hecho en
el terreno de las relaciones entre los poderes económico y político para
poder ser dogmático. (Véase, sin embargo, el artículo de Platt, “El impe­
rialismo económico y el hombre de negocios: Inglaterra y América Latina
antes de 1914”, capítulo Xiu del presente libro.)
Una (Segunda áreá en la que existen pocas guías teóricas concierne a la
naturaleza del Estado egipcio. La caracterización hecha de éste por Rosa
Luxemburgó como un “despotismo oriental” 18 es indudablemente errónea.
Por una parte existe el hecho de que a todo lo largo del siglo xrx, los diri­
gentes egipcios hicieron continuos esfuerzos para organizar el aparato del
gobierno según métodos más racionales y para dotarlo de expertos capaces
de llevar a cabo tareas cada vez más complicadas. Igualmente, en la esfe­
ra, de la ideólo Ja, estuvo la introducción en Egipto de las nociones euro­
peas, nuevas y cada vez más fuertes, de que el crecimiento era natural para
una economía y que este crecimiento podía ser estimulado mediante una
correcta acción estatal. Pero ¿acaso esto quiere decir que Egipto estuviese
necesariamente obligado a seguir un patrón de desarrollo "europeo” según
líneas capitalistas? La cuestión sigue abierta.
¿Finalmente, están los problemas planteados por el intento de analizar los
cambios producidos en la sociedad egipcia por la incorporación del país al
sistema económico mundial. Por ejemplo ¿en que medida es posible hablar
de la creación de clases en Egipto antes de 1882? En cierto modo esto for­
ma parte de la dificultad general que envuelve al uso de tales términos
cuando se habla de una sociedad preindustrial. Es resultado también de
una situación peculiar egipcia, donde no había una categoría definida de
“terratenientes” y en la que muchos de los que poseían fincas agrícolas eran
al mismo tiempo comerciantes o burócratas u oficiales del ejército o nota­
bles religiosos. En estas circunstancias, sería más conveniente.considerar el
desarrollo social_de_ E ipto en el siglo xix menos en. términos de clases, es­
trictamente definidas,.y_más en términos de la creación de cierto número
dé~grupqs_de_intereses superpuestos cuyos miembros “forman una clase sólo
en la medida en que tienen que pelear una batalla común contra otra
clase";29
No obstante, aparte de estos problemas, las líneas generales de las rela­
ciones entre Egipto y Europa en el siglo xdc están claras. Una_vez aniqui­
lados los esfueizos de_ Muhammad Alí_por lograr la autarquía, la d,ívisióit_
'intérriácíó n ard értrabajo se estableció rápidamente y Egipto fue introduci­
do en él sistema capitalista mundial como productor de materias primas,
como_mercádo paraTBiéheslrianufacturados^y como campo de inversión pa­
ra _el_capital_eyropeoEsto, a su vez, tuvo profundas repercusiones en la es.

219
tm c tu ra de la sociedad egipcia y condujo, entre otras cosas, al_su.rgimienlo
de u n movimiento de protesta nacional y luego a la ocupación extranjera.
El esquem a es sencillo: la pérdida de independencia económica no sólo
precedió a la perdida de independencia política'sino que también le pre­
p a ró el camino.

N O TA S

3’ G. M. Trevelyan, The Life of John Bright. 2a. ed. Ed. Constable, Londres,
1925, p. 434.
2 Hobson, Imperialism: a Study. Ed. Nisbet, Londres, 1902, pp. 54-55, 108, 199.
31 J . Straehey, El fin del imperio. Ed. Fondo de Cultura Económica, México,
1974.
‘ A frica and the Victorians. Ed. Macmillan, Londres, 1961, cap. iv.
5 Finance, Trade and Politics. Oxford University Press, Londres, 1968, parte
m, ca p . vn.
® G f. G. Baer, A History of Landownership in Modern Egypt 1800-1950, Ox­
ford University Press, Londres, 1962; A. E. Crouchley, The Eeonomic Develop-
m ent o f Modern Egypt, Ed. Longmans, Londres, 1938; A. M. Haraza, The Public
Debt o f Egypt 1854-1876, El Cairo, 1944; E. R. J. Owen, Cotton and the Egyp-
tian Economy 1820~1914, Oxford University Press, Londres, 1969; y S. J. Shaw,
O tto m an Egypt in the Age of French Revolution, Harvard University Press, Cam­
bridge, Mass, 1964.
T C f. S. J. Shaw, The Financial and Administrativa Organisation and Develop-
m ent of Ottoman Egypt ¡715-1798, Princeton University Press, 1958, pp. 62-63,
95, y A. Raymond, "Essai de géographie des quartiers de résidence aristocratique
íiu C aire au xvméxne siiele”, Journal of the Eeonomic and Social History of the
O rient, 6, 1963, pp. 84-85, 95.
8 O . Landes, Bankers and Pashas. Ed. Heinemann Education, Londres, 1958,
pp. 47-68.
* “ Les intérets financie» et la question d’Égypte (1875-76)”. Revue Historique,
224, julio-septiembre de 1960.
10 Cf. A. Abdel-Malek, Idéologie et renaissance nationale: L'Égypte moderne,
París, 1969; I. Abu-Lughod, "The transíormation of the Egyptian elite: prelude to
the Ú ra b i revolt”, Middle East Journal, 21, verano, 1967; G. Baer, Studies in the
Social History of Modern Egypt, University of Chicago Press, 1969; S. Nour Ed-
D ine, “ Conditions des fellahs en Egypte”, Revue d'Islam, 1898.
11 Stanton, 7 de octubre de 1869: FO 78/2093 (Public Record Office, Lon­
dres) .
32 M alet, 18 de mayo de 1882: FO 78/3436.
13 Abdel-Malek, pp. 420-23.
14 Cf. Abdel-Malek, cap. xn; Bouvier, op. cit.; P. .). Vatikiotis, The Modern
llisto ry of Egypt, Ed. 'Weidenfeld & Nicolson, Londres, 1969, cap. vi y vn.
35 M atx, El Capital, vol. i, sección vn, cap. xxi y xxm; Hobson, pp. 76-79.
15 Rosa Luxemburgo, La acumulación del capital. Ed. Grijalbo, México, 1967,
cap. xxix.
11 P. Baran, La economía política del crecimiento, ed. cit., pp. 158 ss.
18 Hobson, p. 11; R. Hilferding, El capital financiero, ed. cit-, 1973, p. 362.
39 Luxemburgo, op. cit., p. 332.
20 C. Marx, Formaciones económicas precapitalistas, ed. cit.

220
IX. IMPERIALISMO Y NACIMIENTO DEL CAPITALISMO
EN LA INDIA

PRABHAT PATNAIK.

La posibilidad de una industrialización capitalista independiente en un país


subdesarrollado depende, dentro del sistema imperialista, de que la burgue­
sía local, y el Estado que la respalda, puedan adquirir suficiente poder,
independencia e incentivo para desempeñar las tareas necesarias. En este
contexto, Patnaik examina el desarrollo de la burguesía india en las épocas
colonial y poscolonial. En su opinión, y a pesar de ciertos avances hacia
una industrialización autónoma después de la independencia, cuando el ca­
pital indio estaba aumentando y el Estado tenia cierta autonomía en rela­
ción a los países imperialistas, una nueva fase comenzó a principios de la
década de 1960. Ésta fue una fase de gran dependencia en la que tanto el
Estado como la clase capitalista india se vieron debilitados con respecto a
los gobiernos y los capitalistas de los países imperialistas.
Una proposición fundamental que está en la base de gran parte de los es­
tudios marxistas acerca de los países del tercer mundo, es la que afirma que
el desarrollo capitalista no es posible actualmente para ellos, que sus fuer­
zas productivas no pueden desarrollarse adecuadamente dentro de las rela­
ciones capitalistas.1 La proposición debe ser interpretada cuidadosamente.
En primer lugar, no es una proposición económica abstracta. Si en el sis­
tema económico no se producen rupturas espontáneas, alguna especie de
crecimiento seguirá teniendo lugar y, con el tiempo, las fuerzas productivas
siempre podrán desarrollarse lo suficiente. Creer, como lo creen muchos
grupos de izquierda, que cualquier desafío serio al capitalismo debe aguar­
dar hasta que alguna forma de desplome automático venga a demostrar que
el sistema ha agotado su potencial, es favorecer la pasividad. Semejante fa­
lla en exponer las contradicciones del capitalismo le peimite volverse relati­
vamente más fuerte y, por lo tanto, hace de la pasividad algo que se auto-
justifica y autoperpetúa. Lo que precisa ser considerado es la totalidad de
la situación, esto es, las interacciones entre todos los elementos, incluyendo al
elemento de la acción consciente.
En segundo lugar, no hay ningún criterio simple para afirmar si las rela­
ciones capitalistas son una traba para el desarrollo o no. "Sería un error
creer que esta tendencia a la descomposición descarta el rápido crecimien­
to del capitalismo.” * Igualmente erróneo es el argumento al estilo narod-
niki de que la desigualdad del crecimiento, como tal, equivale a no crecer
en absoluto. En realidad, para ponderar los logros y perspectivas del capi­
talismo, tenemos que ir más allá del proceso ae crecimiento para observar

221
su naturaleza: sus implicaciones estructurales, su capacidad para generar su
propio ímpetu y, por supuesto, su habilidad para satisfacer las aspiraciones
de las personas, cambiantes ellas mismas a través de una mayor conciencia.
En general, los estudios sobre este tema han enfocado su atención en el
papel de la penetración imperialista en los países del tercer mundo. Un as­
pecto de la cuestión que no ha recibido mucha atención, sin embargo, es la
interrelación entre la burguesía doméstica de los países del tercer mundo
y el capital internacional. Incluso los autores más peiceptivos han tendido a
tratar a la burguesía doméstica o como un obstáculo al desarrollo que re­
presenta el capital extranjero,3 o como una fuerza genuinamente progresi­
va contrarrestada por el capital extranjero .4 En ambos casos, las burguesías
doméstica e imperial son vistas separadamente y se pasa por alto su inter­
conexión. En este ensayo trataré de esbozar algunos aspectos de esta in­
terconexión, tomando a la India como ejemplo específico.

1. COLONIALISMO V EVOLUCION DE LA BURGUESÍA INDIA

La India es un caso especialmente interesante, porque su burguesía se en­


contraba más desarrollada y madura en comparación con las de muchos
otros países del tercer mundo, y existía sólo un pequeño elemento estricta­
mente comprador (es decir, aquellos dedicados únicamente al comercio ex­
terior o al servicio del capital extranjero en otras fonnas, por ejemplo como
agentes locales). Por supuesto, como otras burguesías nacionales, se desarro­
lló en un medio colonial y por lo tanto comparte con aquéllas ciertas ca­
racterísticas comunes, pero había una diferencia de grado que reflejaba en
parte el importante desarrollo económico que tuvo lugar en la India pre­
británica. l a estructura prebritánica era extremadamente compleja, con
una jerarquía de derechos territoriales y también, al menos en cierta medi­
da, con relaciones de clase identificables. Había una considerable monetari-
zación y producción de mercancías, con la consiguiente tendencia hacia la
diferenciación en el seno del campesinado y el surgimiento del comercio
como un proceso de doble sentido entre el campo y la ciudad.’ La indus­
tria estaba bastante desarrollada; no mecanizada, pero sí proveedora de un
mercado internacional.’ El sistema, tanto si decidimos caracterizarlo como
feudal o n o / se hallaba en estado de descomposición, y la posibilidad de
un desarrollo del tipo del de Japón no podía darse.’ El capital comercial
era importante y, aunque la burguesía posterior no fuera descendiente lite­
ral de la previa, había cierta continuidad. El capital doméstico persistía en
el comercio interno y un gran sector de la moderna burguesía industrial
provenía de un origen mercantil.
El régimen colonial destruyó esta economía precapitalista en dos fases:
primero mediante la llamada “sangría de riqueza” , la cual, podría objetar­
se, continuó a todo lo largo del periodo colonial, pero que fue particular­
mente importante a fines del siglo xvnx. El saqueo privado y el tratamiento

222
dado a la administración por la East India Company, como si se tratase
de un provechoso negocio, tuvo como resultado una reducción del circu­
lante, provocando la recesión de la agricultura y la dislocación del comer­
cio y la industria.* La segunda fase, que se inició después de las guerras
napoleónicas, consistió en la declinación de las artesanías debida a la com­
petencia de las fábricas. La industria urbana de telares manuales fue casi
totalmente destruida. La destrucción alcanzó también a los tejedores rura­
les, pero muchos sobrevivieron —en parte debido a imperfecciones del
mercado y en parte reduciéndose a un nivel de subsistencia— sólo para
sucumbir luego victimas del hambre. El agotamiento de la tierra, el aumen­
to de las rentas y la baja de los salarios de los trabajadores rurales, sugie­
ren que una gran población fue despojada de sus empleos, pero qué tan nu­
merosa fue y con cuánta severidad continuó este proceso es algo todavía
sujeto a discusión.10
En estas condiciones, no es sorprendente que el capital industrial indio
no creciera. Habiendo sido despojado de sus mercados potenciales, enfren­
tado a un Estado que seguía una política de “intervencionismo discrimina­
torio’’11 en beneficio del capital británico, y excluido del sistema, dominado
por los británicos, que controlaban la mayor parte de la banca y el comer­
cio exterior,12 difícilmente tenía alguna posibilidad. Los negociantes Parsi
que podían entrar a este club exclusivo tenían, naturalmente, más oportu­
nidades. Más difícil resulta explicar la repugnancia del capital extranjero
a empezar a fabricar en gran escala. Incluso la predicción de M arx de que
los ferrocarriles propiciarían el crecimiento de las industrias metalúrgica y
de maquinaria resultó en gran parte injustificada .13 El clima es una de las
explicaciones posibles.14 Influía sobre la inmigración de Inglaterra, limi­
tando la afluencia de técnicos y haciendo que el capital británico tuviese
sólo un interés transitorio en la India .13 Pero un factor quizá más poderoso
fue el hecho mismo del control político británico. El capital tiende a con­
centrarse regionalmente. Crea un medio ambiente que atrae a otros capita­
les, y este proceso es acumulativo. La restricción del capital indio interrum­
pió este proceso. Como no hubo efectos encadenados que se propagasen
por toda la economía, cada acto de inversión se convirtió en un episodio
aislado, sin pasar de ser un matiz de algunos procesos en la cadena de fa­
bricación de Inglaterra a la India, y esto restringió aún más la entrada
de capitales. Además, como el mercado estaba cuidadosamente protegido,
había poca necesidad para la industria de establecerse en el sitio mismo.
Por añadiduia, las presiones políticas saboteaban el crecimiento de la po­
tencialmente importante industria de locomoción.1* Durante largo tiempo,
por supuesto, ninguna otra potencia industrial se halló en posibilidad de
competir efectivamente con Inglaterra.
La situación empezó a cambiar aproximadamente con el comienzo del
siglo. Alemania y Estados Unidos desafiaron la primacía británica y empe­

223
zaron a penetrar el mercado indio. En la India, un movimiento politico
encabezado por la burguesía comenzó a perfilarse.
Los periodos de crisis del imperialismo británico, como las dos guerras
mundiales, fueron favorables para sus principales contrincantes: los indus­
triales indios y los norteamericanos.” Esforzándose por mantener fuera a
sus rivales internacionales, Inglaterra hizo concesiones al capital indio. U n
contrato del gobierno para la compra de acero ayudó a los Tatas a esta­
blecer la primera planta de acero en la India .18 La implantación de un
criterio de protección a la industria recién nacida permitió una notable
expansión industrial. Al mismo tiempo, el sistema de preferencias impe­
rialistas, el pool del dólar y el intento de congelación de las reservas de
dólares fueron intentos de estrechar los lazos de la India con Inglaterra. A
pesar de todo esto, en el momento de la independencia Estados Unidos
era el principal socio comercial de la India. Este comercio alcanzó su nivel
más alto durante la guerra de Corea cuando, aparte de artículos de yute,
la India exportó grandes cantidades de materiales estratégicos como mona-
cita, mica, manganeso y otros, que durante algún tiempo interesaron a los
norteamericanos.1®
Pero si los norteamericanos tenían la esperanza de conquistar para sí el
papel hcgemónico de Inglaterra en la India, la burguesía india no estaba
dispuesta a concedérselos. Buscaba fortalecer su propia posición con la ayu­
da del Listado. Este periodo de nacionalismo económico se caracterizó por
la lucha entre el capital extranjero y el crecimiento del capitalismo de
Estado. Gran parte del viejo capital extranjero había estado estrechamente
ligado al imperio. Había adoptado la forma de inversión en sucursales en
las áreas del comercio, seguros, banca, te, yute y minas. Con la decadencia
del imperio, su declinación era inevitable. La nacionalización del Imperial
Bank derribó al capital británico de su posición dominante. Cierto número
de empresas extranjeras pasaron a manos de capitalistas indios, por ejem­
plo las de yute, te y comercio. Algunas agencias importantes cambiaron
también de manos, por ejemplo Forbes & Campbell;8" en otras, importan­
tes acciones minoritarias fueron ofrecidas a casas indias, por ejemplo Mac-
neil y Barry. En donde no hubo cambios de propietarios, se produjo un
relativo estancamiento, como en el caso de Andrew Yule y Bird Heilger.21
Durante este periodo entró muy poco capital extranjero. El aumento en
los fondos extranjeros a principios de los cincuentas se debió principalmen­
te a la repatriación de las ganancias o a la revaluación de los activos.28 Es
cierto que la industrialización de la India aún no había comenzado y el
capital extranjero no estaba todavía interesado, pero la hostilidad recíproca
era innegable. Con el respaldo ruso, el gobierno negó a los alemanes la par­
ticipación en la planta de acero de Rourkela. La política del gobierno fue,
al menos en parte, la causa de que decrecieran las importaciones norteame­
ricanas de materiales estratégicos y de que se dirigieran a otras partes en

224
busca de fuentes de abastecimiento cautivas. Las minas de manganeso de
Gabón y Brasil fueron desarrolladas por US Steel y las de Ghana y Guya­
na por Union Carbide.2* Finalmente, esta hostilidad adoptó la forma de
guerra abieita entre el gobierno y las compañías petroleras.24

2. NATURALEZA DEL CAPITALISMO DE ESTADO EN LA INDIA

La necesidad de un capitalismo de Estado fue reconocida muy pronto por


la burguesía,2* pero su forma precisa fue resultado de la naturaleza de cla­
se del Estado. Al no haber dejado la estructura colonial ninguna clase fuer­
te, el poder estatal sigue basándose en una coalición entre la burguesía y
los grandes terratenientes. Más específicamente, la coalición consta de tres
elementos: la burguesía monopolista, cuyos miembros controlan los impe­
rios comerciales distribuidos en gran cantidad de esfeias y en ciertos me­
dios; la pequeña burguesía urbana, consistente en hombres de negocios con­
finados a industrias aisladas y estratos o grupos profesionales que no son
explotadores directos pero que están integrados en el sistema de explota­
ción, como abogados, administradores y alta burocracia; y finalmente la
clase de los terratenientes y agricultores ricos, que viven principalmente de
la explotación, bien sea a través de las rentas o a través del trabajo asala­
riado o ambas cosas. Estos últimos pueden parecer demasiado heterogéneos,
pero las reformas agran'as posteriores a la independencia han llevado a sus
constituyentes a unirse en una categoría más o menos única, de manera
que más vale tratarla como tal. La democracia burguesa y una estructura
política federal crean el ambiente para que actúe esta coalición. Si el ca­
pitalismo de Estado fue considerado un fenómeno permanente y el Estado
no consideró la posibilidad de entregar las fábricas a empresarios particu­
lares como en Pakistán o Japón, ello se debió a que semejante medida hu­
biera perjudicado la alianza. Necesariamente hubiera beneficiado a las
empresas monopolistas; y la mediana burguesía, apoyada por la pequeña
burguesía, se hubiera opuesto a ello.
La debilidad del capitalismo de Estado estriba en el hecho de que la na­
turaleza del Estado, sin bien aparentemente le da una enorme fuerza, lo
hace fundamentalmente débil. Mientras por una parte tiene que mantener
el equilibrio de la coalición de clases (reprimiendo efectivamente a cual­
quiera de los grupos constituyentes que se vuelva demasiado fuerte), y ha­
cer concesiones periódicas a los explotados, por la otra no puede cambiar
la posición de ninguno de los grupos constituyentes con demasiada energía,
pues tal cosa afectaría la fuerza colectiva de la coalición. Así, aunque el
Estado parecía independiente, situado muy por encima de todas las clases,
en realidad tenía que conformarse estrictamente a las reglas del juego. Los
límites a la acción estatal estaban claramente delimitados y cualquier re­
forma estructura] estaba descartada. Más tarde discutiremos la local'ización
precisa de esta debilidad.

225
Durante el Primer Plan, la actividad estatal estuvo esencialmente limii
tada a la construcción de capital de punta. La industrialización real sólo
comenzó con el Segundo Plan, que permitió una gran inversión por parte
del sector estatal, en su mayor parte para la construcción de industrias pe­
sadas.26
Pero éste fue el periodo de John Foster Dulles, y si la política de no ali­
neación tropezó con la hostilidad norteamericana, igualmente lo hizo la
política económica, que después de todo era un movimiento similar en di­
rección a una relativa independencia. £1 programa de industrialización fué
atacado —implícitamente por un equipo de la Fundación Ford 22 y explí­
citamente por una misión del Banco Mundial— llamándolo “excesivamen­
te ambicioso”. Un ataque simultáneo fue lanzado contra el sector estatal.
El Banco Mundial demostró su voluntad de financiar la expansión del sec­
tor privado proporcionando ayuda a las dos plantas de acero privadas.
Por supuesto, la independencia de la India no debe ser exagerada. En
agosto de 1956 el gobierno accedió a comprar el excedente de trigo norte­
americano —que la India no necesitaba en aquel momento— a precios in­
flados, contra pagos en rupias que daban a los norteamericanos un gran
poder potencial sobre la economía hindú.1* Igualmente, aunque los norte­
americanos proporcionaron grandes cantidades en concepto de ayuda, la
mayor parte de ésta era para importaciones de alimentos o para inversio­
nes de infraestructura. La ayuda para desarrollar la base industrial fue li­
mitada. El capital privado norteamericano estaba aún muy poco interesado
en la India. Al contrario, Inglaterra y Alemania occidental mostraron mar­
cado interés por llegar a un entendimiento con la política india y sacar el
mayor partido de ello. Las sugerencias de colaboración entre el gobierno.y
el capital privado alemán comenzaron ya desde 1953 a propósito de la plan­
ta de acero de Rourkela. Cuando el acuerdo se concluyó en 1956, Inglate­
rra siguió con un arreglo similar en Durgapur. También se demostró un
gran deseo de colaborar con el capital privado indio. La Unión Soviética
y los países de Europa oriental dieron su apoyo más entusiasta al capita­
lismo de Estado. Comenzando con la cooperación en exploraciones petro-
liferas y el establecimiento de refinerías en el sector estatal, el bloque orien­
tal proporcionó ayuda estratégica para construir una base de industria
pesada. La viabilidad real del capitalismo de Estado estuvo así estrechamen­
te vinculada a la Unión Soviética.
La actitud norteamericana cambió visiblemente a fines de los cincuen­
tas. Políticamente, la influencia soviética sólo podía ser contrarrestada me­
diante una mayor participación en el esfuerzo de desarrollo, mientras que
los beneficios económicos de tal participación no eran pasados por alto. Con
el capitalismo de Estado expandiendo el mercado indio, las exportaciones,
especialmente las de maquinaria y manufacturas sofisticadas, podían ser
impulsadas mediante la ayuda para el desarrollo (y aquí, debido a su ante-

226
rior reticencia, Estados Unidos había sido derrotado incluso por In ­
glaterra y Alemania). No sólo Estados Unidos aumentó su ayuda, sino
que también insistió en darla “atada” para impedir que fuese gastada en
productos europeos más baratos. Esto constituyó un cambio importante:
todavía a mediados de 1958, de los 5 000 millones de rupias que la India
debía a Estados Unidos, 3 079.5 millones eran a cuenta de alimentos;
solamente a fines de 1957 se prometieron a la India 225 millones de dóla­
res para la compra de equipos. Este cambio no significó un alivio de las
presiones políticas y de las constantes amenazas de posponer la ayuda que
siempre pesaban sobre la India; pero ésta alardeaba de la ayuda soviética
para mantener sus ataduras políticas al mínimo .28 Así, el capitalismo de
Estado indio pudo sobrevivir sin hacer demasiados compromisos, en parte
debido a la naturaleza específica de la situación internacional.

3. LA “ n u e v a ” INVERSIÓN EXIRAN JERA

Mientras tanto, un nuevo tipo de capital extranjero privado empezaba a


llegar al país. La crisis de divisas de 1957-58 condujo a drásticos controles
de importación, incluyendo restricciones cuantitativas. La protección re­
sultante, combinada con un gran gasto gubernamental, creó en la India
mercados extraordinariamente ventajosos para toda una serie de produc­
tos. Para explotar este mercado, el capital indio debía necesariamente diri­
girse al exterior en busca de tecnología. El capital extranjero fue atraído
tanto por el mercado en expansión como por la necesidad de superar las
barreras de impuestos (y más tarde de cuotas). En las nuevas circunstan­
cias resultaba necesario y útil contar con un aliado indio, y la “empresa
asociada” surgió como un matrimonio de conveniencia.
Este nuevo capital extranjero difería del anterior en tres aspectos prin­
cipales. Primero, estaba interesado en los sectores modernos y tecnológica­
mente avanzados de la industria, que eran las áreas más dinámicas de la
economía. Entre 1948 y 1955 sólo 284 acuerdos de colaboración fueron
aprobados por el gobierno, pero en 1956 hubo 82, 81 en 1957, 103 en
1958, 150 en 1959 y 380 en 1960. A partir de entonces han sido aprobados
de 300 a 400 por año. De un total de 1 051 acuerdos estudiados por el
Banco de Reserva, a la rama manufacturera le correspondieron 1 006: 115
fueron para equipos de transporte, 250 para maquinaria y herramientas,
107 para metales, 162 para artículos de electricidad y 177 para químicos.
En segundo lugar, el capital extranjero empezó a depender más de la par­
ticipación de capital indio. La forma de inversión ya no siguió siendo en
sucursales de una compañía europea, sino en subsidiarias locales o, más
frecuentemente, en empresas de participación minoritaria, Incluso en las
subsidiarias hubo un descenso en la participación de la compañía matriz .30
En el otro extremo de la escala, los acuerdos de colaboración puramente
técnica, aunque más numerosos, o bien carecían de importancia finan­

227
ciera (abarcando transferencias de marcas registradas, etcétera) o, más re­
cientem ente, incluían que el pago fuese hecho en participaciones. De 2 000
aprobaciones anteriores a 1963, 1 750 fueron acuerdos puramente técnicos.
lJero en 1967, de 341 acuerdos de este tipo, 211 incluyeron participación
financiera.31 Esto convenía al gobierno tanto como al socio extranjero, que
de esta m an era conseguía establecerse en el mercado indio. Por último, el
socio extranjero, significativamente, solía ser una gran corporación inter­
nacional interesada exclusivamente en el mercado indio. Esto estaba en
contraste directo con el antiguo capital extranjero. En sus operaciones to­
tales. el socio indio era notablemente pequeño en comparación, particular­
mente d ad o que eran las casas monopolistas más pequeñas las que demos­
traban el mayor entusiasmo por asociarse. Sus ventajas eran obvias. El gru­
po M afatla l aumentó su capital total en un 176 por ciento entre 1963-64
y en 1966-67 principalmente extendiendo sus intereses a la industria quí­
mica gracias a la colaboración extranjera.85 Si el capital indio no quería
verse en dificultades, precisaba el respaldo del Estado y, en la primera
fase de desarrollo, el Estado conservó cierta autonomía en relación al capi­
tal ex tran jero y a los Estados extranjeros.

-k C O N T R A D I C C I O N E S DF.L C A P IT A L IS M O D E E S T A D O IN D IO
EN IA riU M E R A F A S E 1)F, D E S A R R O L L O

Esta situación, sin embargo, contenía numerosas contradicciones. La debi­


lidad inherente a la naturaleza del capitalismo de Estado indio se mani­
festaba en su incapacidad para movilizar recursos adecuados para el creci­
miento económico. Dado el nivel de productividad, la tasa posible de acumu­
lación la determinan dos factores: primero, la tasa de crecimiento de la
ag ricu ltu ra, que provee a las necesidades básicas, y, segundo, la fuerza de
las diversas clases, que detennina la medida en que el consumo masivo o
el consum o suntuario pueden ser restringidos. En esencia, por lo tanto, el
problem a de los recursos consiste en cómo aumentar la acumulación ac­
tuando sobre estos factores.
La principal barrera al crecimiento agrícola ha sido la estructura de
las relaciones agrarias. La desigualdad extrema de propiedad y operación
deja generalm ente al grueso de los agricultores sin medios ni incentivos para
invertir. E ntre tanto, para aquellos que obtienen el excedente, el consumo
conspicuo y el atesoramiento de dinero, la compra de tierras para arren­
darla o cultivarla mediante obreros y préstamos de dinero, todo ello com­
pite con la inversión productiva en tierras. Con una producción que de­
pende principalmente de la lluvia, los riesgos para una inversión productiva
son grandes, de manera que el volumen invertido es relativamente pequeño.
La coexistencia de modos capitalistas y precapitalistas (esto es. arrenda­
miento y cultivo en pequeña escala) implica una opción para el terrate­
niente en tre la expansión de la renta o la explotación salarial obteniendo

228
más tierras y una intensificación de la explotación salarial aumentando la
productividad de la tierra que ya posee. Los atractivos relativos de la pri­
mera opción limitan a la segunda. La reforma de esta estructura ha sido
el requerimiento mínimo para un rápido crecimiento agrícola. No obstan­
te, las reformas agrarias, aunque eliminando algunos excesos como los gran­
des terratenientes ausentistas que a menudo controlaban docenas de aldeas,
han dejado la vieja estructura esencialmente intacta.3* Así, aunque se creó
una clase de terratenientes relativamente más homogénea, fortaleciendo la
coalición de clases dirigente, las barreras al crecimiento siguieron existien­
do. La inversión agrícola, virtualmente estancada durante todo el medio
siglo anterior a la independencia, aumentó en los cincuentas a una tasa de
3.5 por ciento anual, siendo este aumento igualmente atribuible a aumentos
en área y rendimiento (45 por ciento cada uno),** que fueron resultado
principalmente de la ampliación del área irrigada.** Hubo límites a este
proceso, sin embargo.30 La sequía afectó desastrosamente la inversión a prin­
cipios de los sesentas, acentuando el problema de los recursos.
Las barreras a las restricciones al consumo eran igualmente fuertes. El
consumo masivo fue disminuido por la inflación; los salarios reales en 1964
estaban sólo ligeramente por encima del nivel de 1951.** Pero a pesar de
su débil organización la clase obrera fue capaz de imponer límites a este
proceso. Por otra parte, con los ahorros y las decisiones de inversión toda­
vía en manos privadas, y con el Estado tan estrechamente asociado a dis­
tintos intereses, el consumo suntuario no fue restringido adecuadamente.
Después de un aumento inicial, la tasa de ahorro permaneció estacionaria
en alrededor de un 10 por ciento durante más de una década.** En con­
secuencia, cualquier intento por elevar la inversión significaba un déficit de
divisas que sólo podía ser financiado mediante la ayuda. Además, la cons­
trucción de una base industrial a través de la sustitución de importaciones
requiere, como contrapartida financiera, un aumento en la tasa de ahorro
marginal. Los recursos disponibles se concentran entonces en sectores estra­
tégicos y no se dispersan imprevistamente en otros sectores de la economía.
Aunque la evidencia estadística sugiere una tasa de ahorro marginal rea­
lizado muy elevada, esto podría deberse a reducciones en el consumo,39 y
es dudoso si la tasa de ahorro aumentó mucho. En esta situación una polí­
tica de sustitución de importaciones no hizo más que trasladar a la India
toda una serie de procesos manufactureros pero manteniendo la dependen­
cia de la India respecto a las importaciones requeridas para etapas previas
de la producción, tales como maquinaria y mantenimiento. Otros factores,
como una política más liberal de importación de maquinaria y las dificul­
tades de encontrar colaboradores occidentales para la construcción de plan­
tas también tuvo su importancia, pero la “sustitución de importaciones de­
pendiente de la importación”, con su continua dependencia de la ayuda
para financiar un déficit cambiarlo, subrayó el fracaso del capitalismo de

229
Estado en movilizar suficientes recursos para el crecimiento requerido.
L a posibilidad de la sustitución de importaciones en lo referente a paten­
tes era igualmente limitada. Como la mayor parte de la información basada
en investigaciones realizadas por las grandes corporaciones era de carácter
privado, la dependencia tecnológica de la India sólo podía reducirse em­
prendiendo investigaciones dentro del país mismo. Pero virtualmente nin­
guna empresa india contaba con un departamento de investigación. Los
colaboradores extranjeros, lejos de estimular la investigación, tendían a
obstaculizarla. El control de la tecnología era un instrumento eficaz en ma­
nos de las firmas extranjeras, al tiempo que para muchas de ellas la venta
de patentes era un negocio lucrativo. Así, algunos acuerdos ponían límites
explícitos a la investigación y desarrollo de nuevos productos por el socio
hindú.10 Los colaboradores extranjeros poseían válidos argumentos econó­
micos a favor de la investigación centralizada y un poder de negociación
que les permitía incluso retener información técnica vital y mantener es­
tricto control sobre las actividades de su personal técnico más capacitado.
Además, la libre importaci'ón de patentes reducía la necesidad de la sus­
titución de importaciones. Así, en grandes sectores de la industria el para­
sitismo tecnológico era inherente a la situación.11
Finalmente, el nacionalismo económico fue posible debido a la naturaleza
específica de la situación política interna. No había ningún desafio revo­
lucionario serio a la hegemonía de las clases dirigentes. Habían salido for­
talecidas del movimiento de independencia y la temprana amenaza de la
rebelión campesina de los Telengana había sido solucionada satisfactoria­
mente. Como resultado, la situación política en la década de 1950 era tran­
quila. La burguesía se sentía lo bastante segura en su propia casa para
atreverse a reclamar sus derechos frente al capital extranjero. Si las cir­
cunstancias hubieran sido diferentes, quizá hubiera tenido que dirigirse al
extranjero en busca de ayuda,

5. U N A N U E V A F A S E DE D ESARRO LLO

La agudización de algunas de estas contradicciones coincidió con un giro


en la situación internacional. Después del choque de 1962 con China, la
India se volvió militar y políticamente más dependiente de Estados Unidos.
El elevado presupuesto de defensa fue un gravamen adicional sobre los
recursos, haciendo al Estado todavía más vulnerable. Mientras tanto, la
Unión Soviética empezó a buscar un deshielo en la guerra fría. Su ayuda,
que nunca fue amplia, se redujo aún más. La nueva fase de desarrollo de
la India, todavía vigente, había comenzado.
Si en la fase anterior la política estatal fue relativamente autónoma,
ahora hubo una mayor subordinación respecto al imperialismo. El pasivo
externo neto del sector oficial aumentó de 10 734 millones de rupias en
diciembre de 1961 a 23 416 millones en marzo de 1965,42 Unicamente la

230
amortización de la deuda absorbió cerca del 11 por ciento de las expor­
taciones en 1966, y 27 por ciento si se incluyen los pagos sobre la cuenta
de ingreso invertido.44 Mientras que en maizo de 1967 la existencia total
de dinero público era de 50030 millones de rupias, los depósitos de pro­
piedad gubernamental de Estados Unidos (resultado de 480 operaciones de
venta de alimentos de la American Public Law), eran de 20 700 millones
de rupias, dando a Estados Unidos amplios poderes sobre la economía in­
dia.44 Las presiones exteriores y locales sobre la política estatal impusieron
un debilitamiento de los controles y una tendencia hacia una libertad cada
vez mayor para el capital. Tres aspectos específicos de este cambio merecen
atención. Primero, ante la insistencia de los países donadores, la actitud
hacia el capital extranjero fue suavizándose. Si en 1948-49 el gobierno, al
tiempo que prometía trato “justo”, hablaba de “regular cuidadosamente”
el capital extranjero y de asegurar un control indio efectivo, en 1963 el
ministro de finanzas opinaba que “estaría justificado abrir aún más nues­
tras puertas a la inversión privada extranjera”.45 Igualmente, antes de 1962V
la concesión de acciones a los no residentes por consideraciones que no
fuesen de dinero en efectivo estaban mal vistas, pero ahora eran comunes
las concesiones de participación a cambio de plantas y maquinaria o asis­
tencia técnica. La tendencia es clara y el capital extranjero amplió consi­
derablemente sus operaciones en la India. Cierta indicación de su impor­
tancia ya en 1963-64 la proporciona una comparación del capital total em­
pleado en todas las compañías limitadas públicas con colaboración finan­
ciera extranjera (esto es, subsidiarias y empresas minoritarias) con el capi­
tal total empleado en un grupo selecto de 1 333 compañías limitadas pú­
blicas cuyas cifras se conocen. Este último grupo incluye algunas de las
compañías pertenecientes al primer grupo, aunque no todas. No es dema­
siado inadecuado para la comparación, puesto que representa un segmento
muy amplio del sector corporativo indio: las compañías incluidas repre­
sentan cerca del 70 por ciento del capital amortizado de todas las compa­
ñías públicas limitadas no financieras y no gubernamentales, y aproxima­
damente una proporción igual de capital amortizado en la mayoría de las
industrias privadas.
' Por supuesto, hemos incluido empresas minoritarias, pero el 92 por cien­
to del capital empleado en este grupo estaba en compañías de 10 millones
de rupias o más, y la participación extranjera en compañías tan grandes
suele ser sustancial. Entre 1956 y 1963, por ejemplo, de todas las inversio­
nes con participación extranjera que fueron aprobadas, cuarenta y ocho
fueron empresas minoritarias con acciones superiores a los 10 millones de
rupias; y de éstas, veintiocho tenían una participación extranjera superior
al. 25 por ciento, a menudo más que suficiente para garantizar el control.
Podemos afirmar, por lo tanto, que el capital extranjero tiene una posición
significativa en el petróleo, maquinaria, químicos y caucho. Además, el

231
estudio del Banco de Reserva de lo que él llama “compañías en rupias con­
troladas por extranjeros”, tanto públicas como privadas limitadas, demues­
tra que éstas crecían mucho más rápidamente que las compañías indias.
Por ejemplo, en 1965-66 las reservas brutas de capital de 320 compañías
extranjeras aumentó en 13.0 por ciento contra el aumento de 9.6 por ciento
de 1 944 compañías privadas y públicas indias.4®Cualquiera que sea el cri­
terio empleado, las compañías extranjeras son más productivas que las
com pañías indias en el sector corporativo. Todos los estudios disponibles
muestran que son también más productivas que sus compañías matrices.

cuadro i. Proporción entre ( 1 ) capital total empleado en compañías limi­


tadas públicas con colaboración financiera extranjera en una in­
dustria y (2} capital total empleado en compañías pertenecientes
a la misma industria en la muestra de 1 333 compañías
fP o rcen ta jes )

Capital empleado en
Industria C o m ía n la ;
Subsi­ minori­
diarias tarias Total

Plantaciones y minería 0.3 28.3 28.6


Petróleo 48.0 51.3 99.3
Alimentos, bebidas, tabaco 19.7 10.0 29.7
Productos textiles — 7.1 7.1
Equipo de transporte 14.5 56.1 70.6
M aquinaria y herramientas 8.1 33.0 41.1
Metales y productos de metal 13.3 13.9 27.2
(excluyendo hierro y acero) 29.43 30.96 60.39
Artículos eléctricos y maquinaria 27.9 52.9 80.8
Productos químicos y similares 49.3 46.7 96.0
(incluyendo m edianas y farmacéuticos) 58.4 45.1 103.5
Artículos de caucho 82.5 ------ - 82.5
Miscelánea 3.4 23.6 27.0'
Servicios 5.7 25.3 31.0

T otal 13.1 24.1 37.2

Fuente: Compilado de los cuadros de la Encuesta del Banco de Reserva, “Finances


of Indian Joínt-Stocfc Compames, 1965-66” . Reserve Bank of Indian Bulletin, di'
ciembre de 1967, pp« 22, 51.

232
De esta manera el capital extranjero, colaborando con el capital indio, y
a menudo dominándolo, parece haber adquirido un control estratégico de
los sectores más productivos y dinámicos de la economía.
Aunque la inversión británica sigue superando a las de otros pa'ises,
el capital norteamericano ha empezado a representar también un papel
importante. Si tomamos los acuerdos que incluyeron colaboración finan­
ciera, la distribución en el periodo desde 1956 hasta 1960 fue como
sigue: Reino Unido, 94; Alemania occidental, 36, y Estados Unidos, 18.
Durante los cuatro años siguientes, 1961-65, por otra parte, las cifras
cambiaron a 120, 38 y 77 respectivamente.*1 Este aumento no significa
que el capital estuviera afluyendo a la India en grandes cantidades.
Incluso las compañías gigantes en la India representan una porción muy
pequeña en las operaciones de las compañías matrices. Además, este cre­
cimiento se ha producido simultáneamente con una salida sustancial de
excedentes de la India. Por ejemplo, entre 1956 y 1961 la salida neta
(es decir, el exceso del ingreso por inversiones y transferencias de regalías
sobre la entrada neta de capital) de la empresa privada extranjera fue
de 672 millones de rupias.4®
Un segundo aspecto del cambio es la tendencia a eliminar las restric­
ciones al comercio. Atrapado en las contradicciones de una tímida susti­
tución de importaciones, el gobierno, siguiendo el consejo del Banco Mun­
dial, decidió devaluar en 1966 así como liberalizar las importaciones de
algunos artículos esenciales. Esto debía ser financiado con una ayuda or­
ganizada por el Banco Mundial. Cualesquiera sean los cambios que ahora
se realicen, la vieja políti'ca de controles pertenece ciertamente al pasado.
Sin embargo, el libre comercio no favorece siempre a los intereses del capital
metropolitano. Si un capital metropolitano domina una economía, la pro­
tección sigue siendo, después de todo, la protección a ese capital. No obs­
tante, en la India el control ejercido por el capital extranjero, sin hablar
del capital de cada país por separado, está lejos de ser completo. Así, el
libre comercio aumenta la libertad de inversión y beneficia particularmente
al capital norteamericano mientras permanezca en un segundo lugar.
Finalmente, el papel del Estado como controlador del capital privado
está siendo debilitado directamente mientras que su papel como inversio­
nista es debilitado indirectamente. Aun cuando la iniciativa estatal es
necesaria para el capital privado, las propiedades del Estado significan un
área igual de actividad fuera del alcance de los inversionistas privados. Por
esta razón se han hecho intentos esporádicos de emplear la ayuda como
medio para restringir el sector estatal. Aún más, la persistente demanda de
que la ayuda sea sustituida, siempre que resulte posible, por capital priva­
do extranjero, representa un intento sistemático en la misma dirección.
En cualquier caso, donde [la participación extranjera] no excede del 50

233
por ciento de la inversión total, la aprobación de tal inversión extranjera
raramente encuentra ninguna dificultad ” .18 Por añadidura, con la reciente
liberalización de los trámites de licencias80 se está permitiendo al capital
privado, incluyendo al extranjero, operar libremente en un segmento mayor
de la economía.

6. CONTRADICCIONES DE LA NUEVA FASE

Estos cambios parecen de poca envergadura y muchos economistas los jus­


tifican basándose en la eficiencia. Lo que nos interesa, sin embargo, no
es una comparación abstracta entre dos politicas diferentes para determi­
nar cuál de ellas es más eficaz, sino un análisis concreto de las contra­
dicciones de la nueva situación. Si las contradicciones de la fase de na­
cionalismo económico han conducido directamente a la nueva situación,
¿a dónde podrán conducir las nuevas contradicciones? La mayor libertad
del capital y la dependencia de las fuerzas del mercado tendrán segura­
mente como resultado una integración más estrecha de la India a la
órbita imperialista. Además, virtualmente todas las viejas contradicciones
aún permanecen. Por supuesto, con una política de importaciones liberal
la utilización del equipo mejorará, pero también aumentará el endeuda­
miento de la India. Asimismo, el aumento de la inversión solamente per­
mitirá una mejoría neta en la posición de los recursos si el consumo se
restringe adecuadamente. Dada la creciente demanda doméstica, no pode­
mos estar seguros de que esta restricción se produzca automáticamente; al
contrario, en algunos países hay evidencia de un descenso real en el aho­
rro a medida que aumenta la ayuda. Además, un aumento en las impor­
taciones puede afectar adversamente el actual programa de sustitución
de importaciones.61 Ya en algunos casos ha obligado a los productores in­
dios a reducir la producción (acero) o los precios (polietileno), cerrar fá­
bricas (superfosfatos) e incluso a exportar (aluminio) . 61
Lo menos que puede decirse, por lo tanto, es que el problema de los
recursos no se ha modificado en lo esencial. El resultado es que, en con­
tra de los dogmas de la economía ortodoxa, para mantener el crecimiento
se necesita una constante dependencia del extranjero. Además, esta
dependencia es aumentada por aquellas contradicciones adicionales que sur­
gen cuando el capital internacional centralizado se enfrenta a una nación-
Estado. .
Debido a su mayor capacidad de previsión y a su preferencia por los
monopolios seguros, el capital necesita constantemente de estímulos exter­
nos para respaldar una rápida expansión;63 y los elevados gastos estatales
que expandieron enormemente el mercado indio representaron este papel.
Pero el capital estatal y el privado compiten por los mismos recursos y

234
cuanto mayor es la libertad del último más restringido se ve el Estado.
El contar con la ayuda le peimite mantener el ritmo, pero sólo a expensas
de limitar aún más su capacidad de dominar al capital privado, particu­
larmente al capital extranjero que goza de la protección de un Estado
más poderoso. Hay aquí tres posibilidades formales. Primero, la mala
distribución de los recursos puede no revelarse en forma inmediata por
medio de una gran salida de excedente, por ejemplo, si el sector estatíil
continúa creciendo; pero tal cosa precisa, un aumento constante de la
ayuda. Segundo, la inversión estatal puede disminuir, los mercados pueden
crecer más lentamente y el capital extranjero puede irse a otra parte.
Como resultado la salida real de excedente aumenta, tal como lo hace el
consumo suntuario doméstico; y la expansión industrial a largo plazo
retarda su crecimiento. Tercero, la misma tasa de crecimiento puede man­
tenerse durante algún tiempo no mediante la inversión estatal sino pro­
porcionando grandes incentivos al capital privado, incluyendo concesiones
al capital extranjero. Así, el mantenimiento del crecimiento requiere o ma­
yor ayuda o más concesiones, conduciendo ambos caminos al debilitamiento
progresivo del Estado y al fortalecimiento del capital extranjero.
Pero un Estado más débil significa igualmente un capital doméstico
más débil, de modo que este último tiende a ser absorbido por el capital
extranjero y, como en Brasil, sectores de la burguesía se ven reducidos al
status rentista.54 Además, una vez debilitada la hegemonía del Estado, las
contradicciones internas ayudan también al capital extranjero. En la India,
la nacionalización de los bancos de propiedad doméstica, un movimiento
forzado por la pequeña burguesía en contra del creciente poder de las
casas monopolistas, si es que tiene éxito y logra restringir el crédito a las
grandes empresas y difundirlo más ampliamente, fortalecerá indirectamen­
te al capital extranjero.
Éste es un punto que suele olvidarse. Por ejemplo, algunos han afirma­
do que la burguesía monopolista india, o un sector de ella, une sus fuer­
zas a las del capital extranjero con riesgo de resultar dominada, con tal
de debilitar al Estado. De esta manera se traza una división entre dos
grupos dentro de la burguesía: uno, consistente en la gran burguesía, es
aliado del imperialismo, mientras que el otro es “progresivo” y antimperia-
lista. La distinción es irreal y crea confusión: es irreal porque con la
“revolución verde” respaldada por Estados Unidos la clase terrate­
niente (que se está convirtiendo en una burguesía rural) ha surgido como
un aliado político potencial del imperialismo al menos tan importante
como la gran burguesía; crea confusión porque enfoca el problema en
forma excesivamente 'simplificada. Cuando el poder estatal se basa en
una coalición de clases, las contradicciones existen entre las clases dirigen­
tes y entre cada una de las clases y el Estado. Por lo tanto, cada clase o

235
grupo maniobra para promover sus propios intereses; por ejemplo, la pe­
queña burguesía exige la nacionalización de la banca, mientras que la
burguesía monopolista demanda la restricción del sector estatal. En tanto
que el Estado conserva cierta relativa autonomía frente al capital extran­
jero, este último es mantenido al margen y no puede aprovecharse de estas
m aniobras; pero cuando esta autonomía se debilita, el capital extranjero
puede sacar provecho, tal como lo hizo, por ejemplo, de la nacionaliza­
ción de la banca. Por lo tanto, no son las maniobras en sí mismas las
que son pro o antimpeiialistas; su efecto sobre los intereses del capital
metropolitano depende de las condiciones objetivas, esto es, de la fuerza
con que el Estado pueda hacer fiante a las presiones extranjeras. La for­
taleza del Estado, que no debe ser confundida con la extensión del sector
estatal, depende en última instancia de su habilidad para obtener recursos
domésticamente. Se afirmó antes que a no ser mediante cambios drásticos,
que afectarían a las clases dirigentes, incluyendo a la burguesía en general,
el Estado indio no puede obtener suficientes recursos internamente.
Así pues, la posición de la burguesía es paradójica: desea introducir un
desarrollo nacional independiente pero no puede hacerlo sin el respaldo
de los países metropolitanos. Es nacionalista pero debe colaborar con el
imperialismo. La incapacidad para apreciar esta paradoja conduce a la
identificación de un grupo de la burguesía como nacionalista y a otro como
colaboracionista. Una contradicción que está en la base de la posición
de la burguesía en su conjunto, se identifica como existente entre secto­
res de la burguesía. Sin embargo, está claro que no es el antinacionalismo
de ningún grupo en particular, sino la naturaleza de la situación, lo que
favorece al capital extranjero. El debilitamiento del Estado y la bur­
guesía avanzan a un mismo ritmo y el movimiento fuera del nacionalismo
económico conduce simultáneamente al campo imperialista. No existe un
equilibrio a medio camino.
Un factor adicional refuerza esta tendencia. Hasta ahora nos hemos con­
centrado en la cuestión de los recursos en general, tomando el déficit
cambiario como un simple reflejo de aquélla, Esto no siempre es necesa­
riamente así y un déficit cambiario puede ser resultado de razones estruc­
turales independientes cuando, por ejemplo, el capital extranjero que está
exclusivamente interesado en el mercado del país que lo recibe impone
restricciones a la exportación. De 1 051 acuerdos revisados por lo que
concierne a la India, 455 incluían cláusulas restrictivas a la exportación;
52 por ciento de éstos señalaban los pa'ises (a menudo vecinos de la In ­
dia) a los que se permitían las exportaciones, 33 por ciento requerían el
permiso del colaborador extranjero y el 8 por ciento imponían una pro­
hibición total. Los acuerdos con restricciones representaban el 44 por
ciento del total de subsidiarias, el 57 por ciento de las compañías mino­

2 3 6
ritarias y el 40 por ciento de las cornpañias con colaboración técnica úni­
camente. Puesto que las restricciones no necesitan ser explícitas en el
primer grupo, ni importantes en el último grupo, el grado efectivo de res­
tricción es probablemente mayor. Además, las restricciones eran altas en
equipos de transporte (62 por ciento del total en este sector), maquinaria
y herramientas (50 por ciento), industria eléctrica (50 por ciento) y me­
dicinas y farmacéuticos (50 por ciento); relativamente bajas en metales
y productos metálicos (39 por ciento), química industrial básica y muy
reducidas en alimentos y textiles.*5 Esto significa que a medida que cre­
cen las importaciones y la economía es privada al mismo tiempo de las
exportaciones potenciales de sus sectores más dinámicos, el déficit resul­
tante requiere un apoyo cada vez mayor de la ayuda y el capital ex­
tranjero.
Por supuesto, la absorción dentro de la órbita imperialista no impedirá
el crecimiento. Este crecimiento, sin embargo, será irregular y conducirá
a un mayor endeudamiento. También dejará al grueso del trabajo social
en un bajo nivel de productividad. Después de todo, entre 1951 y 1961,
la proporción de fuerza de trabajo empleada en las manufacturas per­
maneció relativamente sin cambios. En este contexto, debemos considerar
también los recientes intentos por encontrar una solución tecnológica al
problema agrícola de la India mediante la llamada “revolución verde”.
Pero su probable impacto es discutible.** Si eleva la tasa de crecimiento
agrícola ciertamente aligerará la posición de los recursos. Pero las contra­
dicciones existentes y sus resultados económicos estarán aún lejos de su
solución. Como el pilar de esta “revolución” es la clase terrateniente,
su poder de negociación económico y político en la coalición de clases
dirigentes aumenta, de modo que la reforma agraria o la restricción del
consumo suntuario rural se vuelven aún más imposibles, Al mismo tiem­
po, la creciente diferenciación entre el campesinado, con desigualdades
económicas cada vez mayores, se suma al reto político a las clases dirigen­
tes. En esas circunstancias, será inevitable que se produzca una tendencia
cada vez mayor a buscar el apoyo político del imperialismo.
Es indudable que, si las circunstancias internas e internacionales se pre­
sentan favorables una vez más, es posible un retomo a la política nacio­
nalista. Incluso en ese caso, sin embargo, la tendencia hacia la subordina­
ción se afirmará nuevamente. La total libertad respecto del imperialismo
exige, como condición necesaria, la eliminación de los obstáculos internos
al crecimiento, esto es, la transformación de la estructura social. En la
era clásica del capitalismo, la burguesía, habiendo establecido su propio
Estado, demolió el feudalismo y prosiguió a enfrentar el reto del proleta­
riado embrionario en un proceso que Gramsci llama “la revolución per­
manente” .*7 En Francia la aristocracia fue destruida, mientras que en

237
Inglaterra fue absorbida por la burguesía. En un periodo posterior, en Ja­
pón, la revolución burguesa fue realizada, sin demoler primeramente el
feudalismo, por un Estado fascista que poseía sus propias colonias. Ac­
tualmente, en la India y otros países del tercer mundo, la burguesía, ha­
biendo entrado en escena demasiado tarde, se ve forzada a aliarse con los
restos del feudalismo y, al no poseer colonias y verse amenazada por la
creciente conciencia política del pueblo, se reintegra a la estructura impe­
rial. Al transigir con el feudalismo, se ve forzada a transigir con el imperia­
lismo. El hecho de que la burguesía india haya buscado su independencia
demuestra su fortaleza relativa; el hecho de que fracasara demuestra los
límites objetivos de la revolución burguesa en nuestros días.

NOTAS
1 P. Baran, La economía política del crecimiento, ed. cit.
1 V. I. Lcnin, El imperialismo fase superior del capitalismo. Obras escogidas.
Ed. Progreso, Moscú, sf., t. i, p. 795.
3 P. M. Sweezy, "Obstacles to Economic development”, en C. H. Feinstein, ed.,
Socialism, Capitaltsm and Economic Crowth. Cambridge University Press, Cam­
bridge, 1967.
* Este último punto de vista en particular caracteriza gran parte de la posición
de ECLA sobre el tema.
5 Para una breve discusión véase Irían Habib, “Distribution oí landed property
in pre-British India”, E n q u ir y , Delhi, invierno de 1965; véase también B. N. Gán­
guil, ed., R e a d in g s in I n d ia n E c o n o m ic H is to r y , Asia Publishing House, Londres,
1964, pp. 80-81.
0 H. R. Ghoshal, “Industrial Production in Bengal in Early Nineteenth Century” ,
en Ganguli.
7 D. D. Kosambi, A n I n tr o d u c tio n to th e S t u d y o f I n d i a n H is to r y , Bombay, 1956,
llama “feudal” a la estructura. Para una opinión contraria víase D. Thorner, “Fcu-
dalism in India”, en R. Coulburn, ed., F e u d a lis m in H is to r y , Princeton University
Press, 1956.
8 T. Raychaudhury, “ A reinterpretation of nineteenth-centuiy Indian economic
history?”. I n d i a n E c o n . S o c . H is t . R e v ie w , 5, n. 1, marzo de 1968.
® Para un resumen de las investigaciones recientes sobre el tema, T. Raychau-
dhuiy, “Recent Writings in British Indian Economic History”, en C o n tr ib u tio n s to
I n d i a n E c o n o m ic H is to r y t Calcuta, 1960, vol. i, editado por él mismo.
10 Véase la controversia de Bipan Chandra con M. D. Morris sobre “Reinter­
pretation of nineteenth-Century Indian economic history” en I n d . E c o n . S o c. H is t.
R e o ., marzo de 1968.
11 La frase fue acuñada por S. Bhattacharya. “Laissez-faire in India”, I n d . E c o n .
S o c . H is t. R e v ., 2, n. 1, enero de 1965.
18 A. K. Bagchi, “European and Indian entrepreneurship in India 1900-30”,
E. Lcach y S. Ñ- Mukherji, ed.; E lite s in S o u th A s ia , Cambridge University Press,
Cambridge, 1970.
18 A. K. Bagchi, P r ív a te in v e s tm e n t in I n d i a 7990-7939, Cambridge University
Press, Cambridge, 1972. El cap. x analiza el desarrollo de la industria de maqui­
naria.
14 Baran, op. cit., cap. v.
is La complementariedad entre la afluencia de capital y de técnicos es resaltada

238
en R. Nurkse, “The problem of international investment today in the ligth of ni-
neteenth-century experience”. E c o n o m ic J o u r n a l, 1954.
F. Lehman, “Great Britain and the supply of raiiway locomotrves to India”.
I n d . E c o n . S o c . H is t. R e o ., 2» n. 4, 1965.
17 La naturaleza de la¿ ganancias indias está clara. La interrupción de las im­
portaciones significó mayores mercados y utilidades. Para las gananci'as norteamerica­
nas de mercados, véase L. Natarajan, A m e r ic a n S h a d o w O v e r I n d ia . PPH, Delhi,
1954, cap. n.
18 S. K. Sen, E c o n o m ic P o lic y a n d D e v e lo p m e n t o f I n d ia . Calcuta, 1966, cap,
IV .
39 Natarajan, cit., cap, n.
30 Entre 1947 y 1952, 66 empresas de las cuales 64 eran británicas fueron com­
pradas por indios; K. M. Kurian, I m p a c t o f F o r e ig n C a p ita l o n th e I n d i a n E c o -
n o m y , cit., Delhi, 1966, p. 71.
21 R. K. Hazari, T h e S tru C tu re o f t h e C o r p o r a te P r ív a te S e c to r . Ed. Asia Pu-
blishing House, Londres, 1966, cap. vn.
28 Kurian, op. cit., cap. rrr.
33 G. R- Sheshadri, informe sobre la India en M i n in g A n n u a l R e v ie w , junio de
1969, p. 369.
M, Kidron. F o re ig n I n v e s tm e n ts i n I n d ia . Oxford University Press, Londres,
1965, pp. 166-75.
F. Chattopadhyaya, “State Capitalism in India”. M o n t h l y R e v i e w , marzo de
M Para un resumen de la experiencia de la India en planeación véase Charles
Bettelheim, I n d i a I n d e p e n d e n t . Ed. MacGibbon & Kee, Londres, 1968, cap. vn.
77 Una crítica del informe del equipo, “Ploughing the plan under”, se encuentra
en D. Thorner y A, Thorner, L a n d a n d L a b o u r in I n d i a . Ed. Asia Publishing Hou­
se, Londres, 1964.
28 V. I. Pavlov, I n d ia '. E c o n o m ic F r e e d o m V e r s u s I m p e r ia lis m . Delhi, 1963, p.
120.
29 Ibid., pp. 120, 126.
sn Banco de Reserva de la India, F o r e ig n C o lla b o r a tio n i n I n d i a n I n d u s tr y . Sur-
vey Report, Bombay, 1968, pp. 4. 102, 14.
31 R. K. Hazari, ed., F o r e ig n C o lla b o r a tio n . Bombay, 1968, p. 140.
32 Gobierno de la India, Departamento de Asuntos Comerciales, C o m p a n y N e w s
a n d N o te s . Delhi, 1 de enero de 1969.
33 D. Thorner y A. Thorner, “Agrarian problem in India today”. L a n d a n d
L a b o u r i n I n d ia .
51 B. S. Minhas y A. Vaidyanathan, “Growth of crop output in India, 1951-54
to 1958-61; analysis by component elements”. J o u r n a l o f th e I n d i a n S o c ie ty o f
A g r ic u ltu r a l S ta tis tic s , diciembre de 1965.
35 K. N. Raj, “Some questions concerning growth, transformation and planning
in agriculture in developing countries". Naciones Unidas, J o u r n a l o f D e v e lo p m e n t
P la n n in g , n. 1, 1969, pp. 26-34.
38 Ibid., p. 34.
97 Gobierno de la India, P o c k e t B o o k o f E c o n o m ic I n f o r m a t i o n 1 9 6 9 . Compá­
rense los cuadros 2.5 y 11.1.
38 R e s e r v e B a n k o f I n d i a B u U e tin , marzo de 1965; “Est'rmates of savings and
investments in India” ; y P. D. Ojha, “Mobilisation of savings”, E c o n . a n d P ol.
W e e k ly , Bombay, Annual Number 1969.
39 K. N. Raj, “The marginal rate of saving in the Indian economy”. O x f . E c o n .
P a p ., 14, n. 1, febrero de 1962.
'40 Kidron, F o r e ig n I n v e s tm e n ts , pp. 287-96.

239
41 A. V- Desai, “Potentialities of collaboration and their utilisation”, en Hazari,
ed., F o r e ig n C o lla b o r a tio n .
42 “ India’s International investment position in 1963-64 and 1964-65”, R e s e r v e
B a n k o f I n d i a B u lle tin , enero de 1967.
45 H. Magdoff, L a e r a d e l im p e r ia lis m o , ed. cit-, p. 183.
** “ S a t y a k a m ’’, “P. L. 480 and Ilidia’s Freedora”. L ib e r a tio n 2, n. 5, Calcuta,
marzo de 1969.
-*5 Citado en Hazari, ed., F o r e ig n C o lla b o r a tio n , p. 6.
*® “Finances oí branches of foreign companies and foreign-controlled rupee com-
panics”, R e s e r v e B a n k o f I n d i a B u lle tin , Junio de 1968.
47 Banco de Reserva, S u r v e y , cuadros de las pp. 25 y 53.
4* S. Kumarasundaram, “Foreign collaboralions and Indian balance of paynienls”.
Hazari, ed., F o r e ig n C o lla b o r a tio n , p. 207.
49 Hazari, ibid., p. 7.
50 Un informe muy breve sobre las últimas posiciones respecto a licencias apa­
rece en The Financia/ Times, Londres, 29 de septiembre de 1970.
51 Para una discusión sobre el caso de Pakistán, véase K. N. Raj, India, Pa­
kistán and China. Allied Publishers, Bombay, 1967, pp. 13-16.
68 "AríAagnani", “Proflígale ¡gnorance”. Econ. and Pol. Weekly, Bombay, 8 de
febrero de 1969.
53 P. A. Baran y P. M. Sweezy, El capital monopolista, ed. cit.
54 Eduardo Galeano, "¿Qué bandera flamea sobre las máquinas? La desnacio­
nalización de la industria en el Brasil”. Monthly Review, selecciones en español,
n. 67, octubre de 1969, Santiago de Chile.
55 Banco de Reserva, Survey, pp. 106-08,
7,11 K. N. Raj, "Sotne qucsliotis . .." . Jour. Dev. Plann., 1969, pp. 34-38.
67 A. Gramsci. E l moderno principe. Obras, Ed. Juan Pablos, México, 1975, vol.
i, p. 69.

240
X. EL IMPERIALISMO FRANCÉS EN GUINEA

R. W . J O H N S O N

¿Eran buen negocio las colonias? Esta cuestión sigue siendo el tema de
acalorados debates entre los historiadores del imperialismo. En tic o so de
la fiítinga francesa — tema del siguiente ensayo— no cabe ninguna duda,
fTanto si consideramos los presupuestos del Estado colonial como las ga-\
i nancias obtenidas, primero de la recolección de caucho virgen, luego de
\las plantaciones y minas, la colonia siempre produjo buenas utilidades. /
■ _oc«/ia ta»¡bién de los métodos mediante los cuales_se
obtuvieron estas ganancias, y, al igual que los dos textos anteriores, del
impacto del imperialismo en la sociedad indígena que encontró. En par­
ticular, enfoca la atención en la forma como fue utilizada la maquinaria
del gobierno colonial^ para complementar las actividades del comerciante
y el colonizador._ Cuando la principal exportación era el hule virgen, la
institución de un impuesto general aseguró qtte los africattos se viesen
obligados a cosecharlo para los comerciantes o recaudadores de impues­
tos> luego, con el establecimiento de grandes plantaciones después de la
primera guerra mundial, los obreros fueron empujados al sector capitalis­
ta de la economía mediante la introducción de un sistema de trabajos
¡orzados. En ambos casos, el efecto conseguido fue proseguir la descom­
posición de la organización tradicional de la sociedad local.
A maese Noel, llamado el limpio
por quienes le aman, yo le heredo
un barco sin timón, una calle sin casas,
un libro sin palabras, una vaina sin espada,
una campana sin badajo, un serrucho sin dientes,
una cama sin sábanas, una mesa sin carne,
para hacer completa su nada.
El testamento de Franfois Vitlon

El territorio de lo que conocemos hoy como República de Guinea cayó en


el ámbito del control colonial francés en las dos últimas décadas del siglo
pasado y se liberó del control político de Francia en 1958} Este ensayo se
propone examinar y definir la actividad económica imperial en Guinea
durante ese periodo. Si bien no es posible sacar conclusiones generales
acerca de ninguna teoría del imperialismo partiendo del estudio de un
país o área aisladamente, puede sin duda afirmarse que gran parte de I6 _
que se dice aquí se asemeja bastante exactamente a Ja experiencia jmpe-
rialrcblonial_.de gran número de otros paises africanos. En la medida en
que las discusiones sobre el imperialismo nos llevan a consideraciones so­
bre la forma y naturaleza de la explotación imperial de las colonias, Gui­
nea es un buen caso de estudio por ser tanto lo que podia ofrecer a cual­
quier potencia imperial: oro, diamantes, marfil, caucho, café y té de alta
calidad, maderas, ganados, arroz, cuero, y una inmensa variedad de pro­
ductos y subproductos agrícolas, muy especialmente plátanos, piñas y na­
ranjas. Además, el territorio posee algunos de los mayores depósitos que
se conozcan en el mundo de mineral de hierro de grado elevado y bauxi-
ta. La lista está lejos de haberse completado ni siquiera en la actualidad
•debido a lo inadecuado de las exploraciones y controles, pero parece pro­
bable que cuente también con cantidades considerables de niquel, cobalto,
manganeso, cobre y otros metales semirraros que podrían explotarse. Gui-
nea es quizá el país mejor dotado de toda el Africa occidental, particular-
mente si consideramos que una gran proporción de sus riquezas naturales
se encuentran cercanas a la costa, junto a ríos importantes y buenos puer­
tos naturales, y que el país cuenta con los medios para proporcionar
fuerza hidroeléctrica barata y superabundante. En una palabra, e¡_marco
de la actividad económica impen’al era muy amplio.
' La í cuestiones generales de las que se ocupa este ensayo se refieren á
la cambiante naturaleza de la implantación económica imperial en Gui­
ñeadla" naturaleza de los cambios económicos que ello trajo, y las impli­
caciones de estos cambios para la estructura social indígena. Con el fin
de enfocar más precisamente las principales características del cambio,
comenzaremos por ordenar el material que tenemos que manejar1 en un
tosco esbozo en el que el periodo colonial se subdivide en tres épocas
según el tipo y extensión (o falta) de inversión imperial: 1] El periodo'
hasta 1920; 2] el periodo entre 1920-1945; 3] el periodo posterior a 1945.
Si bien el autor es consciente de que históricamente hubo considerable
superposición entre estas tres épocas en términos de inversión y actividad
económica, y aunque conoce demasiado bien los peligros de erigir esque­
mas, considera sin embargo que este sistema puede servir para estimular
posteriores investigaciones.

1. EL PERIODO HASTA 1 9 2 0 : LA ECONOMÍA DEL PILLAJE

Conquista^Desde el siglo xvi en adelante,® las costas de Guinea fueron


•sistemáticamente exploradas por las principales potencias europeas, y por
los portugueses en particular, en busca de esclavosj Cuán grande fue la
hemorragia de recursos humanos sufrida en ese periodo es algo imposible

242
de calcular exactamente, pero puede suponerse que fue enorme. Los más
encarnizados cazadores de esclavos eran los portugueses, y Bissau era el
principal centro de distribución de este comercio. La influencia portu­
guesa penetró profundamente en Senegal, Guinea y Gambia y de todos
estos países se obtenían esclavos. James Duffy señala que

para 1700 la demanda de Brasil era de 10 000 esclavos por año, cuota
que no siempre podía ser satisfecha por Angola [ ...J A mediados del siglo
xvm la poderosa compañía Gráo-Pará y Maranháo, en la que tenía inte­
reses el dictador portugués Pombal, fue formada para financiar la recons­
trucción de Bissau como importante centro de esclavos. Durante parte del
periodo, Guinea superó a Angola en el número de esclavos enviados a
Brasil. Para fines del siglo, sin embargo, Guinea había quedado virtual-
rnente despojada de esclavos.®

I Durante el siglo xrx gran número de casas comerciales europeas se csta-


jblecieron en la costa de Guinea, traficando en gran cantidad de artículos:
loro, diamantes, marfil, caucho y productos agrícolas. Aunque la mayoría
’de estas empresas eran francesas, los británicos, alemanes y norteamerica-
[nos se hallaban también representados. Entre 1865 y 1890 toda la faja
costera cayó_ bajo el control colonial francés, consolidando la posición de
las casas comerciales francesas, y para 1896 este control se había extendi­
do hasta cubrir el Fouta Djalon en el interior. En 1899 la vasta sabana
interior del Sudán meridional se añadió a Guinea y el área boscosa de
la frontera con Libia fue anexada por la fuerza, abarcando toda la colonia
un área ligeramente superior a la del actual Reino Unido.
La motivación para esta decidida expansión del control imperial parece
haber sido'aproximadamente unas tres partes comercial y una parte mili­
tar —si es que aceptamos la dudosa afirmación de que pueda alguna vez
existir una razón puramente militar para hacer cualquier cosa:
(a) Las casas comerciales con base en Marsella y establecidas en Guinea
estaban empeñadas en establecer una zona interior comercial independien­
te dé las casas con base en Burdeos que se encontraban establecidas en
Senegal. Redundaba en beneficio de las primeras que el tráfico Fouta tu­
viera su ruta a través de Conakry, Benty, Boffa y Boleé, en vez de Dakar
y St. Louis.
ib] Los_/ranceses procuraban adelantarse a los británicos, quienes supues­
tamente alimentaban proyectos imperiales y comerciales para el mismo
territorio. En particular, los franceses temían que las grandes compañías
de Manchester y Liverpool establecidas en Sierra Leona establecieran lazos
comerciales con la zona interior.'*
(' c] Muchos jefes africanos en el interior. asaltaban continuamente a las

243
caravanas que iban de costa a costa; solamente la conquista y, el control
colonial podían asegurar la “libertad de comercio”. Por otra parte, los
mismos jefes mostraban predilección por reorientar gran parte de ese trá­
fico h a c ia Freetown, de modo que los mismos medios se requerían para
lim itar la libertad de comercio de tales jefes.
d] C u a n d o los dirigentes africanos —Samory en Sudán, numerosos jefes
en las áreas boscosas— hicieron resistencia a los franceses mediante la lucha
arm ad a, los militares fueron autorizados a llevar adelante la lucha hasta
sus ú ltim as consecuencias. Toda la credibilidad de la empresa imperial
exigía la destrucción de tales líderes, más o menos independientemente de
consideraciones comerciales.®

Explotación. Los principales beneficios a fines de la primera guerra mun­


dial llegaron en forma de caucho. El caucho crecía silvestre y sin cultivar
en m u ch as partes de Guinea y desde fines de la década de 1880 en ade­
lante existía una enorme demanda mundial de este producto. El resultado
fue q u e hasta que el mercado se saturó en 1911 (aunque la demanda vol­
vió a recuperarse con la guerra hasta 1918-19), las compañías comerciales
hicieron grandes ganancias con el caucho obtenido de los africanos. Así
pues, ésta fue la principal característica del desarrollo del sector privado
antes d e 1920. El otro aspecto importante de actividad económica, ^el_
aspecto administrativo público francés, estaba en dos áreas principales: (¡j)
el establecimiento de una infraestructura básica: carreteras, el puerto de
C onakry y sobre todo el ferrocarril Conakry-Kankan (crucial debido a que
el ca u ch o se encontraba sobre todo en la región de la sabana y el F o u ta );
en e s ta eta p a los franceses anticipaban claramente un periodo de auge con
la evacuación en gran escala del caucho y otros recursos guiñéanos j(íT) la
im posición de un impuesto general uniforme a cada africano mayor de
ocho a ñ o s de edad. La “mente oficial” hizo gran hincapié en la necesidad
de q u e la Administración equilibrara su presupuesto y remontara el cuan­
tioso déficit de años anteriores. Por supuesto, la imposición y recaudación
de este impuesto necesitó una considerable (y cara), fuerza militar durante
varios años (y la región de los bosques permaneció bajo control militar
h asta 1931), pero ya para 1905 la Administración disfrutaba de un cons­
tan te y sustancial excedente. Solamente el impuesto general representaba
más d e l 90 por ciento de todos los ingresos por impuestos.6 Incluso un
sistem a de cálculo como el de Gallagher y Robinson7 encontraría que los
franceses hicieron dinero en Guinea, aunque naturalmente el hecho bá­
sico aq u í no son excedentes presupuestarios de la Administración, sino las
elevadas ganancias que las compañías comerciales privadas obtenían del
caucho.
Así pues, para resumir, este periodo, inicial constituye una época inde-

244
I pendiente en virtud del hecho de que un tipo de actividad económica esen-
I cialmente igual continuó ininterrumpidamente desde el siglo xvi en adelante:
■ esto es, el.pillaje. Con esto me refiero a la evacuación pura y simple de
¡ recursos, con la inversión de capital mínima imprescindible dentro de la
i colonia, con el fin de' satisfacer en forma extremadamente mecanicista las
demandas más directas y a corto plazo de los intereses económicos impe­
rialistas franceses. Esto es tan cierto respecto__al auge del caucho como lo
fue acerca d e ja esclavitud. No hubo ningún intento de cultivar las plan­
tas de caucho o de invertir en las plantaciones. Por el contrario, se estimu­
laba e incluso forzaba a los africanos a arrancar las plantas de raíz y trans­
portarlas a las casas comerciales de la costa. Solamente cuando examinamos
la naturaleza del saqueo del caucho es que comprendemos la relación entre
las diversas tendencias de este periodo, y sólo de esta forma es que podemos
ver cómo —a pesar de las tensiones superficiales entre ambos grupos—^ la
Administración actuaba.sistemáticamente .con vistas a aumentar las venta­
jas comerciales y los márgenes de ganancia.de las compañías. Ciertamente,
se daba "una feliz coincidencia de intereses entre la Administración y las
compañías. Las compañías querían las mayores cantidades posibles de cau­
cho obtenidas a 'los precios más bajos posibles de una población africana
indiferente. Si las compañías hubieran confiado vínicamente en el meca­
nismo de precios para estimular a la población africana del interior para
recoger, acumular y transportar a la costa las cantidades de caucho que
deseaban, hubieran tenido que elevar su precio de compra muy conside­
rablemente y quizá incluso, como resultado, hubieran tenido que reducir
sus márgenes de ganancia. Esta desagradable alternativa se evitó gracias
a la política fiscal de la Administración. Se impuso un elevado impuesto
general a una población que tenía muy poco o ningún contacto con la
economía monetaria y .así, literalmente, no tenía dinero con que pagarlo.
De este modo los africanos estaban obligados a_ recoger el caucho para
venderlo a precios irrisorios a las compañías con objeto de conseguir dine­
ro para pagar el impuesto. Incluso, al principio, el mismo impuesto se
podía pagar con caucho, Las áreas Fouta y de la sabana fueron sistemá­
ticamente arrasadas de sus plantaciones de caucho a medida que, cada
año, los pobladores africanos avanzaban en círculos cada vez más amplios
desde sus aldeas para recoger el caucho^Así, la política fiscal de la Admi- \
nistración servía para foizar a los africanos a entrar en la economía mone- ;
tana para el mayor beneficio de las compañías comerciales y, simultánea- j
mente, para ayudar al equilibrio del presupuesto administrativo.} •

í, 2 D e l p e r io d o d e p l a n t a c ió n : 1920-1945 .

Colonos. El desarrollo de la industria hulera malaya {basada en el cultivo

245
de árboles de caucho que eran mucho más productivos que las plantas de
caucho de Guinea) frenó totalmente el auge guineano del caucho en 1911.
A pesar de que durante la guerra la producción de caucho se reanudó, para
1919-20 resultaba obvio que el auge del caucho habia. pasado para, siem­
pre.® El periodo de guerra fue" espantoso en Guinea. Miles oe africanos
fueron alistados en el ejército francés, y la mayoría nunca regresó. Debido
al incremento en las demandas hechas por F ranciaa.sus colonias durante
la guerra de productos de. todas clases, el alistamiento exacerbó notable­
mente la ya aguda escasez de mano de obra conla que satisfacer esas
demandas. La corvée .y otras prácticas de trabajo forzado ya habían sido
introducidas y fueron entonces explotadas sistemáticamente por primera
vez con el f in de compensar esta escasez.
Después de la guerra un número reducido pero importante9 de pobla­
dores franceses emigraron a Guinea y extendieron esta irregular explota­
ción a un patrón más permanente de actividad económica. Particularmen­
te en lá región costera, pero también en los bosques, se creó un importante
sector de plantaciones, produciéndose principalmente plátanos, pinas y gran
variedad de otros frutos para su exportación a los mercados metropolita­
nos. Mientras que el caucho se había vendido en el mercado mundial, los
colónos estaban relativamente seguros bajo la sombra de la preferencia
imperial que les daba mercados'protegidos en Francia y el resto del impe­
rio francés, hecho que contribuyó notablemente al procéso de integración
de la economía guineana.en la economía imperial, Las exportaciones de
plátano aumentaron de 7 toneladas en 1903 a 260 toneladas en 1920,
26 000 toneladas en 1934 y 52 000 toneladas en 1938; más del 80 por ciento
de la cifra total para la AOF (Federación del África Occidental France­
sa). A partir de 1930 empezó también a producirse café para la exporta­
ción: 11 toneladas fueron exportadas en 1932 y 1 000 toneladas en 1940.11>
L a creación de muchos cientos de grandes y prósperas plantaciones marcó
una nueva etapa en el desarrollo económico del territorio. Si bien la in­
versión real en estas empresas era muy reducida, ya no se trataba tanto de
pillaje_ cuanto de explotación racional.
Todo el periodo entre las dos guerras careció .casi por completo de nue­
vas inversiones. El /ferrocarril, destinado originalmente a unirse con la
linea'Dakar-Bamako-Niamey, se detuvo en Kankan. Las facilidades por­
tuarias de Conakry mejoraron un poco y se abrieron muchas nuevas
carreteras, pero esto fue todo. Las compañías comerciales continuaron sus
actividades, abarcando una gama cada vez más amplia de productos, y mu­
chos miles de comerciantes sirios y libaneses llegaron para ocupar los in­
tersticios del sistema económico. Los vanos miles de colonos blancos y
libaneses representaban un nuevo interés económico en la situación guiñea­
ra, pero éste no chocaba fundamentalmente con los de las grandes com­

246
pamas comerciales ya establecidas.11 La principal demanda de los colonos,
y particularmente de los plantadores, consistía en una gran reserva de
mano de obra africana barata, La principal demanda de las compañías
seguía siendo fundamentalmente la misma que antes de la guerra, excepto
que ahora había una aguda necesidad de una variedad de otros produc­
tos para sustituir al caucho. La Administración mantuvo su política de
equilibrio fiscal y mostró también un apetito cada vez mayor de mano
de obra africana barata. En cierta medida esto se debía a simples razones de
ley de Parkinson, incluyendo los grandes deseos personales de los adminis­
tradores de poseer numerosos sirvientes y grandes mansiones; pero se debía
también a que la Administración estaba obligada a construir y conservar
al menos..una rudimentaria infraestructura de comunicaciones. Esto, com­
binado con la política de equilibrio presupuestario, significaba que todos
los proyectos de obras públicas empleaban principalmente la barata mano
de obra local, con objeto de minimizar el desembolso de capital .12 Puesto
que, una vez construida, la infraestructura facilitaba el control político y
las ganancias comerciales, todo esto equivalía, en realidad, a recaudar im­
puestos de los africanos para pagar con ellos los costos de su propia ex­
plotación y subordinación.
: Porque la realidad era que los africanos aún cargaban prácticamente con
todo el peso de los impuestos, y los colonos sólo tenían gravámenes indi­
rectos y las compañías comerciales estaban totalmente exentas. (Pagaban
algunos derechos aduanales, pero no impuestos fiscales.) El impuesto ge­
neral. fue duplicado, y siguió constituyendo la mayor parte del ingreso total
del jgobiemo. hasta 1945.a®Los africanos estaban sometidos también a un
impuesto regional, tributos y contribuciones en especie pagadas a los jefes
(y a menudo, informalmente, también a los administradores), un impues­
to por tenencia de animales, impuesto sobre ingresos y, por supuesto, car­
gaban también con el tremendo peso de los impuestos indirectos. Esto
parecería inevitable, puesto que constituían el 99 por ciento de la pobla­
ción, pero en realidad los libaneses, las compañías comerciales y los colo­
nos estaban en una situación tan superior a la de los africanos que repre­
sentaban una considerable base potencial para el pago de impuestos.

La movilización de la mano de obra. El aspecto principal del sistema im­


positivo, sin embargo, seguía estando —como antes— no tanto en el
equilibrio del presupuesto, sino en su utilización como palanca para forzar
á gran número de africanos a entrar en la economía monetaria. Para pagar
los impuestos los africanos simplemente tenían que producir excedentes
agrícolas de fácil venta, o bien ofrecer su fuerza de trabajo a los blancos,
o ambas cosas. El producto excedente se enviaba al mercado a través de
las Sociétés Indigénes de Prévoyance (SIPs), especialmente creadas por

247
ta Adm inistración para este fin. Funcionaban como cooperativas autorita­
rias e n las cuales, como tendría que admitir nada menos que el ministro
de colonias en 1947, la población era sistemáticamente coaccionada por
jefes y administradores para producir excedentes que a menudo eran aca­
p arad o s casi enteramente por estos dos giupos y vendidos a las compañías
com erciales a precios de ganga. En esencia, claro está, se trataba simple­
m en te de una nueva versión de la historia del caucho. Lo que había de
n u ev o y diferente en el periodo de entreguerras era la" forma como las
m ism as armas fiscales se utilizaban para crear una corriente de mano de
o b ra b a r a ta que cubriera las necesidades de la Administración y'los plan­
tadores. Producía también una considerable emigración de mano de obra;
éste es el primer periodo en el que se produce un crecimiento urbano
significativo y también el comienzo de las migraciones masivas anuales a
Senegal en busca de trabajos temporales p ara poder pagar los impuestos.
Estas migraciones causaron estragos en las estructuras sociales tradicionales
d e m u ch as áreas y grupos étnicos.
L a principal característica de la historia económica del periodo entre
las dos güeñas, por lo tanto, fue la creación de una reserva de mano de
o b ra africana. Gomo ya vimos, esto se logró básicamente en beneficio
de los plantadores y de la Administración. Los conflictos de intereses po­
tenciales entre estos dos grupos y las compañías comerciales se limitaban
a sim ples escaramuzas, porque todas sus demandas económicas simplemen­
te se acumulaban sobre las espaldas de la población africana.'
E l intento de la administración por crear esta reserva de mano de obra’
provocó una confrontación decisiva entre la economía “tradicional” y la
elem en tal economía “moderna". Dicho de otra forma, fue una batalla
inev itab le entre las demandas económicas y sociales del imperio por uña
p a rte y la estructura socioeconómica africana ya existente por la otra;
u n a b atalla que el primero tenia necesariamente que ganar. Fue una con­
fro n tació n particularmente crucial para los grandes jefes Peul del Fouta
cuyo poder y riqueza no se basaba en la posesión de capital o tierra, sino
en su posesión de personas, los siervos y esclavos del Fouta. Perderlos equi­
v alía a perderlo todo. Pero la desesperada resistencia de los jefes fue sólo
u n a d e las razones por las qué"fue tan largo y difícil crear una reserva
de fu e rza de trabajo. La general dureza del régimen colonial, las presiones
acu m uladas de los impuestos y la producción de alimentos y la importante,
y constante sangría de recursos humanos representada por la conscripción
m ilita r tuvieron como resultado un largo periodo de estancamiento de­
m ográfico .”4
A su vez, esto creó una escasez de mano de obra en la economía de
subsistencia “tradicional”, e hizo doblemente difícil reclutar mano de obra
p a ra el sector “moderno”. Enfrentándose a las demandas de pago de im-

248
puestos, los africanos buscaron otros medios para satisfacerlas, utilizando
fuentes de ingresos dentro del circuito comercial “tradicional" —las exca­
vaciones de oro o el comercio itinerante (el comercio dioulá). Muchos
procuraban simplemente evadir el pago de impuestos de todas las formas
imaginables. Algunos se escondían de los jefes y administradores recauda­
dores, mientras que otros emigraban del territorio en forma permanente,
o temporal. (Tales migraciones, por supuesto, a menudo tenían como con­
secuencia un subsidio oculto que regresaba a la economía rural en forma
de ganancias repatriadas de Senegal. Pero en general la emigración repre­
sentaba una clara pérdida de recursos para la economía rural “tradicional"
y aumentaba aún más sus cargas.) El hecho era, finalmente, que los
africanos noje.prestaban fácilmente a trabajar para los plantadores y au­
toridades administrativas francesas, porque con frecuencia sentían temor.
Las condiciones de trabajo en las'plantaciones eran conocidas. Los salarios
eran extremadamente bajos —en realidad, a menudo eran totalmente “ol­
vidados”— j las jomadas de trabajo eran largas, la. disciplina dura y las
enfermedades endémicas. Eran comunes las historias sobre espantosas bru­
talidades"^ privaciones que sólo se comparaban con los relatos de horror
semejantes sobre las condiciones de trabajo existentes durante la construc­
ción del ferrocarril antes de la primera guerra mundial.
La solución a todo esto fue bastante obvia y directa: trabajos forzados.
La Administración venía recurriendo a este expediente desde 1910, pero
después de 1920 se hizo un esfuerzo sistemático para obtener trabajo for­
zado sobre una base permanente. Todos los africanos varones estaban obli­
gados a siete días de trabajo forzado gratuito por año. De hecho, esta ley
era “liberalmente” interpretada, tanto por la Administración, como por
los plantadores, con ePresultado de que podían obligar a tantos africanos
como quisieran a prestar servicios no pagados durante tanto tiempo como
desearan. Estas levas produjeron a su vez nuevos movimientos de población
para escapar a la persecución de los capataces de la administración. Sin
embargo, para la década de 1930 el sistema estaba suficientemente bien
establecido para que la Administración descubriera que simplemente no
tenía en qué emplear los millones de días de trabajo no pagado que “le
debía” la población africana.06 De modo que el sistema se modificó para
permitir que los más afortunados quedaran exentos mediante un pago
anual, lo cual creaba una importante fuente de ingresos extra.
Para entonces, sin embargo, se había alcanzado un punto crucial. A me­
dida que la mano de obra, era- arrancada a. la_economía “tradicional” en
beneficio de la economía “moderna”, o simplemente empujada a la emi­
gración, se_ deterioraba ¡a posición del sector rural de subsistencia. Y a me­
dida que empeoraban las condiciones, comenzó a dirigirse al sector “moder­
no” una corriente de mano de obra voluntaria, impulsada por las pésimas

249
condiciones del campo. Se crearon nuevos patrones sociales y_ los africanos
empezaron a establecerse en los centros urbanos y alrededor de éstos. Como
era de esperar, esto ocasionó una nueva crisis para la muy endeudada, eco­
nomía rural. Los Fouta sufrieron la más grave perdida de mano de obra
y éste fue el principal factor causante de la gran hambruna de 1931-36.
A su vez esto produjo una nueva hemorragia de recursos y aumentó la
miseria. Gilbert Vieillard describe la situación en 1936:
Los jóvenes enviados por los jefes para recaudar el impuesto aún no
habían regresado. Los causantes que se habían marchado, ocultado o hui­
do y los muertos registrados en los censos, aumentaban enormemente la
carga que debían soportar los que quedaban. Peor aún, tenían que en­
contrar dinero [con el cual pagar]; en consecuencia se veían obligados
a vender no sólo los objetos que suelen comprarse y venderse, sino tam­
bién cosas en las que normalmente no se piensa como en artículos ven­
dibles [. ..] pero nadie se atrevía a lamentarse demasiado. Primero
vendieron sus animales, sus vacas, ovejas y gallinas; luego su grano, sus
utensilios de cocina y sus Koranes__todo lo que podía venderse. Los
precios eran muy bajos, porque ios hombres de los' jefes y los sirios pes­
caban en aguas revueltas. £1 causante rara vez mencionaba la diferen­
cia entre el precio de venta y el aumento de los impuestos que debía
pagar. Cuando ya no quedaba nada empeñaban sus cosechas aún en el
campo y sus hijos.1*

La segunda guerra mundial fue un periodo aún más .espantoso. Nueva­


mente fueron alistados innumerables africanos: primero para la causa de
los aliados en 1939-40; luego para Vichy, aunque éstos fueron relativamen­
te pocos, debido a la política racista de Vichy; luego un número mucho
mayor para la Francia Libre desde 1942 en adelante.. Hay muy poca duda
de que la vida se volvió mucho más dura bajo la Francia Libre. Nueva­
mente hubo una enorme demanda de productos de todas clases para el
bloqueado mercado doméstico. Esto era sobre todo cierto con respecto al
’caücHo) después de veinte años de no producirlo en absoluto. Cuando
Guinea quedó bajo el dominio de Vichy en 1940 estaba operando nueva­
mente en un mercado en el que no existía la competencia malaya. Los
alemanes no podían obtener caucho de Malaya —puesto que estaba en
poder de los aliados— y ésta era una materia prima vital. De manera que
la economía títere de Guinea fue revivida otra vez y se repitieron los ho­
rro re¿jld.J^niei^auge^el_cauchp. En 1942, precisamnte al volver a caer
Guinea dentro del campo aliado, los japoneses tomaron Malaya y privaron
a los aliados de su principal fuente de caucho.17 La demanda aliada era
aún más urgente y el trabajo forzado alcanzó nuevosjgrados de intensidad.
Mucho antes de la segunda gueira mundial, sin embargo, la batalla

250
por la mano de obra había sido dada, ganada y perdida. La estructura
social existente de la sociedad rural africana —particularmente en los Fou-
ta— había sido,minada profundamente. Al experimentar Guinea el influjo
del mundo de posguerra las grietas se ensancharon. Lo que había sido un
goteo demográfico constante de los Fouta se convirtió en un chorro y luego
en un torrente. En el curso de los años el empleo por parte de la Adminis­
tración de los jefes como intermediarios había subvertido gradualmente su
status y autoridad tradicionales en todos los rincones de Guinea. En los
Fouta, sin embargo, las instituciones de mando eran excepcionalmente
fuertes, opresivas y autoritarias. A medida que los Fouta (territorio de
aproximadamente un 40 por ciento de toda la población de Guinea) su­
frían una creciente pérdida de recursos humanos (particularmente hombres
jóvenes), un tributo igual o incluso mayor se extraía desuñá base social
numéricamente disminuida y empobrecida de siervos y hombres libres. Así,
el resultado final de la victoria de la economía “moderna” fue producir )
una tasa creciente de explotación en la economía rural "tradicional”. Estos '
acontecimientos encontrarían un nivel de intensidad totalmente nuevo en
el periodo posterior a 1945. Es en ellos — y en la respuesta que provoca­
ron— donde podemos encontrar la explicación básica a la naturaleza revo­
lucionaria de la lucha campesina contra los jefes en los cuarentas y cin­
cuentas. Y esta lucha fue la que proporcionó la base dinámica sobre la que
el Parti Democratique de Guinée (PDG) se elevó al poder en ese periodo.
Para entonces, sin embargo, una nueva serie de consideraciones se había
posesionado de la “mente oficial”.i

i 3) el P E R ip u o . 1945-1958

El surgimiento de los, intereses mineros. El periodo 1945-58 se caracterizó


principalmente en la esfera económica por la aparición en Guinea del tipo
de inversión en gran escala que, según los supuestos leninistas más estric­
tos, debía haberse presentado mucho antes. La existencia de hierro y cromo
había sido descubierta en 1902 y la de bauxita en 1920, pero no se hizo
ningún esfuerzo decisivo para explotar esta riqueza ni para descubrir su
extensión total. Existían muchas pequeñas compañías que compraban oro
y diamantes a los buscadores africanos, pero por lo demás la única acti­
vidad en el campo de la minería era el otorgamiento de cierto número de
concesiones de derechos mineros a compañías que no los utilizaban para
nada. O casi nada. A toda costa querían evitar la inversión de capital
y en general parecen haber tenido las actitudes comunes de los empresarios
inmobilistes de la Tercera República en el periodo entre las dos guerras.
Pero sin ningún costo de capital, dejaban flotar sus participaciones en la

251
bolsa d e París y se hacían grandes ganancias especulando sobre la base de
los elocuentes panfletos de la compañía.
No fue sino hasta 1948 que las firmas mineras establecidas en la costa
hicieron la s primeras exportaciones de minerales. Las operaciones de hierro
y b au x ita fueron conducidas por consorcios internacionales con intereses
predom inantem ente franceses. Estas operaciones envidenciaban nuevamen­
te el deseo de mantener la inversión de infraestructura al mínimo. E n '1953
se fo rm ó u n consorcio internacional para explotar las enormes reservas de
bauxita e n Fría, aunque fue sólo hasta 1957 cuando la planta quedó insta­
lad a y pudieron hacerse las primeras exportaciones.
En pocos años, estos acontecimientos transformaron completamente el
rostro económico de Guinea. Las empresas mineras implicaban inversión
a una escala temporal y financiera muy distinta a todo lo conocido antes.
H abía com enzado una nueva fase en la historia económica del territorio:
la explotación tecnológica y científicamente avanzada de los recursos natu­
rales a base de capital intensivo.
En v is ta de que esta fase se dio con un atraso tan sorprendentemente
grande, igual podríamos preguntarnos por qué ocurrió finalmente. De he­
cho es difícil estar seguros de la naturaleza exacta de lo que motivó este
surgim iento de las empresas mineras, pero puede afirmarse que todas las
siguientes consideraciones tuvieron su importancia: a]' la urgencia que
tenía F ra n c ia de materias primas de todo tipo en el periodo de recons­
trucción d e la posguerra; fb] una decisión consciente tomada en París en
el sentido de que las colonias debían ser desarrolladas más que hasta enton­
ces; u n a política de mise en valeur muy deliberada era evidente en todas
las colonias francesas en África, administradas por un grupo de goberna­
dores excepcionalmente duros: en la Costa de Marfil, Péchoux, en Gui­
nea, R o la n d Pré; .c] consideraciones en torno a los minerales estratégicos,
a resultas del Plan Marshall y el auge de minerales de la guerra de Corea;
d] la conciencia de que las facilidades existentes podían acabarse (en 1949
P ré h ab lab a ya de” la necesidad de desarrollar Guinea dada la inminente
pérdida d e Indochina por parte del imperio), o de que algún otro podía
aprovecharlas primero (en 1947 una compañía norteamericana había co­
menzado la explotación de las reservas de hierro de Conakry).
L a aparición, en aquel momento, de poderosos intereses mineros, muy
bien p u d o surgir originalmente de consideraciones principalmente políticas
y estratégicas .18 Ciertamente, la nueva fase tenía una dimensión política
dentro de Guinea. Esto es lo que debemos considerar ahora: es decir, in­
virtiendo el título del conocido artículo de Berg,1® la base política de la
elección económica.

La dimensión política. El final de la guerra anunció una nueva era política

252
en Guinea, junto con el resto del África francesa, y _1945_.traja.los inicios
de la__representatividad africana, de las oportunidades para los africanos
en los niveles medios de la Administración y de esperanza en cosas aún
mejores para el. futuro. Aún más importante,_en J946.se abolieron los tra­
bajos., forzados, al menos_f.Qcmalmente, pues tanto administradores como
plantadores eran lentos en olvidar los malos hábitos viejos y rápidos en
aprender malas mañas nuevas para obtener resultados parecidos. Pero
en todo caso hubo una afluencia sostenida, numerosa y voluntaria de mano
de obra africantra la economía moderna y simplemente ya no fue necesa­
rio recurrir al trabajo forzado en la escala masiva.de antes de la guerra.
Y lo que era más importante, la concesión, aunque fuese a regañadientes,
del derecho a meterse en política y a formar sindicatos, significó que las
decisiones económicas tendrían que tomarse en, lo. sucesivo teniendo en
cuenta sus probables efectos politicos. Tales consideraciones no interesaban
demasiado a los plantadores, que eran en su mayoría reaccionarios faná­
ticos, ni a los hombres que manejaban las compañías comerciales; ambos
grupos tendían a prestar una exclusiva y miope atención a sus ventajas
económicas inmediatas sin calcular las posibles desventajas políticas re­
sultantes de actos tales como tratar de destruir el movimiento sindical afri­
cano o de representar un papel activo y conservador en la política local.
Pero la Administración, aunque tendía a ponerse del lado de estos grupos,
tenía necesariamente que interesarse en la cuestión de cuáles decisiones
económicas eran políticamente productivas y cuáles eran contraproducentes.
P ara-1253. la importancia de los intereses mineros —y la certidumbre
de su creciente importancia futura— significaba que tales consideraciones
estaban adquiriendo cada vez mayor trascendencia.(T,as compañias mine­
ras, con sus grandes e irrecuperables capitales en juego, y su horizonte
comercial mucho más .vasto, tenían claros intereses en una política mucho
más flexible y liberal con respecto a los africanos que las simples reacciones
viscerales de los plantadores votantes del RPF. Sobre todo necesitaban es­
tabilidad politica y social a largo plazo, con todas las posibles medidas que
esto requiriese.20 Ni querían ni necesitaban el trabajo forzado. Puesto
que podían darse el lujo de pagar, querían una fuerza de trabajo estable,
querían trabajo especializado y semiespecializado, y eran conscientes de que
los intentos de los plantadores por perpetuar el sistema de trabajo forzado
eran la mayor fuente de radicalismo político en África^
Aproximadamente de 1950 en adelante la Administración empezó a adop­
tar ese .mismojsunto de 'vista, lo que provocó un alejamiento de su antigua
posición de apoyo decidido a los intereses económicos de los plantadores
y las compañías comerciales. Así, en 1952-53, la Administración permitió J
que se abriera paso la agitación africana a favor del código laboral tanto *
tiempo prometido y que tales intereses habían venido combatiendo tan en - 1

253
carnizadamente y durante tanto tiempo^ En forma aún más dramática,
resultó claro que los intentos por elevar el impuesto general —o incluso por
recaudar el impuesto general existente— eran muy contraproducentes polí­
ticamente. La agitación anti-impuesto era uno de los grandes temas del
PDG, que crecía en forma tan alarmante. En v is ta jd e ja enorme fuerza
d<i los sentimientos campesinos en contra del Impuesto, resultó obvio para
aquellos que poseían inversiones ^ largo plazo —laa compañías mineras
y la Administración— que en este.terreno era absolutamente necesario in­
troducir algún, cambio. Oficialmente, por supuesto, la justificación tradi­
cional para el odiado impuesto era que constituía la única forma como
Guinea podía equilibrar su presupuesto. En realidad, como ya vimos, su
justificación económica real era orientar la mano de obra y los servicios
en una dirección distinta. Ahora que esto ya se había conseguido; más
aún, ahora que se enfrentaban a un creciente desempleo urbano, sol ámente^
el énfasis dado por la “mente oficial” a la probidad fiscal se_oponía al
cambio. Y la “mente oficial” cambió muy rápidamente una vez que las
prioridades*á largó plazo de los principales intereses resultaron claras. A pe­
sar de los dogmas de la Administración, repetidos durante medio siglo, de
que el presupuesto debía siempre equilibrarse, de 1950 en adelante cada
vez fueron menos serios los intentos de recaudar los impuestos y Guinea
empezó a caer en un déficit presupuestario constante y creciente. A pesar
de todas las terroríficas amenazas de años anteriores, el déficit fue contro­
lado simplemente mediante subvenciones de fondos públicos.
/ A s í fue como la década de 1950 vio el triunfo, en la esfera política, del
capitalismo liberal ilustrado de los grandes intereses mineros nuevos, par­
cialmente a ¡expensas de los intereses establecidos de más antiguo, La
apoteosis de este proceso se alcanzó aparentemente en 1957 con el clímax
del ascenso al poder del PDG. Las primeras medidas económicas de la
nueva administración africana consistieron en reducir el impuesto general
e imponer una serie de impuestos que atacaban la posición anterior (vir­
tualmente inmune) de los colorís, especialmente un impuesto sobre bebidas
¡ alcohólicas. Puesto que (al menos en teoría) sólo los malos musulmanes
beben,- esto afectaba principalmente a los blancos, y despertó una tremenda
^indignación} Pero no hubo ninguna propuesta de aumentar o decretar
nuevos impuestos para las compañías mineras, un objetivo mucho más rico
y obvio. De hecho, para 1957 el triunfo del liberalismo ilustrado demostró
ser completo, pues una vez que el antes alarmantemente radical PDG estu­
vo en el poder, resultó que tanto el partido_.como ,su .líder, Sekou Touré,
no eran en absoluto tan enemigos del capital privado como se temía. Touré
competía con el gobernador en sus alabanzas a la contribución del sector
privado a la economía del país, y pedía aún más inversiones extranjeras
privadas del mismo tipo.®1

254
La singular crisis política de 1958 y la súbita e inesperada adquisición j
de independencia complicó, como es natural, muy considerablemente esteí
cuadro. Ahora es extraordinariamente difícil caracterizar el desarrollo eco­
nómico de Guinea tan a grandes rasgos como lo acabo de hacer. No obs­
tante, es indudable que a pesar de la retórica socialista y, más ambigua­
mente, el comportamiento socialista de! régimen, la herencia de este último
periodo sigue aún muy presente. Pero (jos plantadores se fueron ya y lo
mismo las compañías comerciales, compradas, expropiadas o expulsadas. Las
minas son ahora el único sector realmente dinámico de la economía y pro­
porcionan más del 80 por ciento de todas las exportaciones y divisas fuer­
tes de Guinea. Siguen disfrutando una posición notablemente privilegiada!)
Aparte de las minas, sin embargo, la impresión dominante ante la
Guinea actual es cuán poco, en realidad, desarrolló Francia este país po­
tencialmente tan rico. En muchos sentidos Guinea está todavía al comienzo
en muchos terrenos de la economía. El pillaje y explotación de cincuenta
años produjeron muy poca cosa durable. El ferrocarril nunca llegó más
allá de Kankan, aunque tal vez lo haga ahora con ayuda china. El hospi­
tal que los franceses edificaron en Conakiy en 1902 siguió siendo el único
en toda Guinea hasta 1955. Los caminos son aún extraordinariamente ru­
dimentarios e incluso ficticios en su mayor parte: el tipo de caminos que
interesa a los cartógrafos, pero aterroriza a los viajeros. Y, por supuesto,
gran parte de lo que los franceses instalaron en Guinea, lo destruyeron o se
lo llevaron en la terrible operación destructiva de 1958.4

4. CONCLUSIONES

Desde hace mucho ha sido común entre los apologistas del imperialismo
ofrecer justificaciones concluyentes apelando a un análisis rudimentario de
costos y ganancias (“El colonialismo puede que haya sido desagradable
para los colonizados, pero sin él aún estarían en la Edad Media” ). El autor
no tiene nada que añadir a este debate histórico y sin sentido, excepto la
sugerencia de que debería ser planteado no en términos de costos y bene­
ficios, sino de, inversiones y explotación.
^ Hemos visto que en Guinea hubo tres fases distintas de inversión impe­
rial, que fueron creciendo en magnitud y complejidad a lo largo de los
años. La explotación (de hombres y materiales) a la que esta inversión
dio origen directa e indirectamente en cada fase, modeló la naturaleza de
la respuesta de la estructura social tradicional a cada fase sucesiva. Es
decir, hubo un retardo crucial entre causa, efecto y efecto indirecto, que
causó que los remedios puramente políticos del periodo de posguerra no
resultaran nunca totalmente efectivos, Para decirlo crudamente, la renuen­
te tolerancia administrativa de los sindicatos y organizaciones políticas del

255
p eriodo, posterior a 1945 (tercera fase) siivió de muy poco, porque la^es-
tru c tu ra social africana respondía aún a los efectos de la explotación cíe
p re g u erra (segunda fase). Por otra parte, si la primera fase de conquista
y pillaje hubiera sido seguida inmediatamente por la inversión minera en
gran escala de la tercera fase, parece poco probable que los franceses hu­
bieran tenido que enfrentar una respuesta tan coherente y radical por par­
te de la población africana.
N in g u n a de estas observaciones, debo señalar, arroja ninguna luz
notable sobre las teorías que buscan explicar las razones de la primera arre­
m etid a del imperialismo y la conquista de colonias. Limitándonos a la evi­
dencia proporcionada por el caso de Guinea podemos afirmar que la con-_
quista fue esencialmente un ejercicio preliminar, mediante el cual Francia^
se reservaba las posibilidades de inversión y explotación futura que ofrecía^
la colonia. El que la explotación fuese tan intensa, pero la inversión tan _
vacilante y tardía, solamente indica la necesidad de un segundo tipo de.,
teoría, una teoría que explique no cómo fue que el poder imperial llegó
a colonizar otros territorios, sino que explique cómo éste proceso de colo­
nización (y eventualmente de descolonización) funcionó realmente.!

NOTAS
u x
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ic eanció1n968re,coggeindearosdaum raennte
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céns,ial"Je,anSuret-Canale, en,pna.rticy en lo s es cr it o s
uladriciseum so br
arre­
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de 1959-enerode19P6a0rí;s,la1s96se4c;cyionseuslirberfoerentesaGuineadesulibroParís, 1970.
Priience Africaine 29 , L’Afrique
b
raaEolhisasto
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Portugal in Africa. fricanSeries,Harmondsworth,1962,
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sur
anril
situation politique (et agricole) des Riviires du Sud et de la Gttinie Frattfaise. 21
7
1890-30 septembre 1895. Rapport de février 20-mars 7, 1892. Archives F idi-
rales de Dakar, G 53.

256
5 Es difícil afirmar que ni siquiera tales operaciones “puramente militares” ca­
recieran de consideraciones comerciales. Al ganar en Sudán victorias sin ningún
interés comercial, los franceses estaban demostrando (lo mismo que los ingleses en
su Sudán) que la resistencia al imperialismo no era conveniente. Para decirlo cru­
damente, estaban ayudando a crear un mundo propicio a la explotación colonial.
Aun cuando tales objetivos sean considerados irrealmente remotos, debe recordarse
que en Guinea no sólo los militares saquearon todo lo que quisieron, sino que sin
su intimidante presencia los franceses no hubieran sido capaces de recaudar im­
puestos, reclutar trabajadores ni imponer tratos comerciales en términos desfavo­
rables.
8 En 1905 el impuesto general representaba el 93.8 por ciento de todos los in­
gresos presupuestarios; en 1915 la proporción fue de 89,9 por ciento; en 1925 de
81.9 por ciento; en 1935 de 55.4 por ciento. Las cifras están basadas en cálculos
del autor sobre estadísticas proporcionadas por el anuario B u d g e t C i n i r a l d e la
G u in ie F ra n fa is e .
7 Véase J. Callagher y R. Robinson, Africa and ihe Victorians,
Londres, 1961, cap. xv.
Macmillan, Ed.
8 Suret-Canale afirma que en 1910 el hule (árbol) del Extremo Oriente repre­
sentaba el 12 por ciento de todo el mercado hulero mundial; en 1913 la cifra era
mayor del 50 por ciento. En Conakry el precio ofrecido por kilo de caucho des­
cendió de 15-20 Fr. en 1900 a 2.50 Fr. en 1915. L a R e p u b liq u e d e G u i n i e , p.
102.
8 Había 1 600 blancos en Guinea en 1910; 2 262 en 1926; 4 135 en 1945; 7 052
en 1951. Maurice Houis, Guinie Franfaise. París, 1953, p. 51.
10 Suret-Canale, L a R i p u b l i q u e d e G u i n i e , pp. 115-18. La producción de plá­
tano alcanzó un récord de 98 000 toneladas en 1955, el café un récord en 1956 de
12 000 toneladas.
Com pagnie,yFrlaangC aisepdagenl’ieAdfruiquN eO ercocm idraennqtaalics,qlaue,Soa-
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19 Para tom ar las cifras d e 1935 ya citadas (n . 13), se “ debían” 4 7 6 9 0 0 0 dias-
hom bre d e trabajo forzado y sólo 2 705 000 d e esos días-hom bre fueron efectiva­
m ente trabajados. Gobierno G eneral de la A O F, A n n u a ir e S ta tis tiq u e d e l 'A O F ,

ro-a1f#1ebG rEel.rogV ideela1rd9,40“,N o.te1s,spu.r1l7e1s.peulsduFouta-Djalon”. ene­


1 9 3 6 -1 9 3 7 -1 9 3 8 , p. 123.

n
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Buh'elin de l’IFAN,

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257
18 R oland Pré, en el prefacio a su libro, U Avenir de la Guiñee Franfaise (C o ­
nakry, 1949), cita las palabras del jefe d e la división de m inerales estratégicos e n
W ashington: “ Con respecto a la O E E C y el cuarto punto de T ru m an de enero de
1949, sabemos que las m ayores posibilidades de riqueza m ineral — v las m ejores
oportunidades de extracción— se encuentran en el Á frica francesa.’1 V éase tam ­
bién J. C hardonnet, Une oeuvre nécessaire: l’industrialisation de t'Afrique, París,
1956, especialm ente' p. 54, donde se afirm a que la fu tu ra ocupación soviética d e
E u ro p a occidental h a rá precisa la re tirad a a u n reducto africano que, convenien­
tem en te industrializado, servirá com o base p a ra “ ofensivas de reconquista y libera­
ción”.
38 E lliot Berg, “ T h e economic basis of political chotee in French W est A frica” .
American Political Science Reviera, ju n io de 1960.
20 Sekou T o u ré alega que' e n 1952 la C om pagnie M inicre de C onakry (de p ro ­
p iedad norteam ericana) sobornó al entonces secretario general del PD G, su único
d ip u ta d o , p a ra que se d iera de b a ja e n el partido. A. S. T ouré, Le pouvoir popu­
la iré, vol. xvi de las Obras de T o u ré, Conakry, 1968, p p . 37-38.
21 Acerca del reacercam iento d e T ouré y la Adm inistración e n e ste periodo véase
R , W . Johnson “ T h e PD G a n d the M am ou ‘deviation’ ”, en C. H . Alien y R . W .
Johnson, eds., African Perspectivas, Cam bridge U niversity Press, Cam bridge, 1970;
y tam bién R, TV. Johnson, "Sekou T ouré and the G uiñean revolution”, Afñcaa
Affairs, 69, n. 277, octubre de 1970.

258
XI. EL IMPERIALISMO DEL REY LEOPOLDO

j. sten c er s

Uno de los capítulos más extraños en la historia del imperialismo del siglo
X IX se refiere a las actividades de Leopoldo II, rey de los belgas. Era un
rey, un monarca constitucional, determinado a dar a su pueblo la ventaja
de ¡as posesiones ultramarinos quisiéronlo o no. Con este propósito, como
describe Stengers, trató de obtener territorios que explotar en casi todas
las partes del mundo, y mediante casi cualquier método. Cuando no le
resultaba posible simplemente ocuparlos, ofrecía cómprenlos, o tomarlos
en arriendo. Ningún proyecto le parecía demasiado grande ni demasiado
pequeño y al fin logró obtener una buena porción de Africa, el Congo, que
se convirtió virtualmente en su propio feudo privado.
En este ensayo Stengers se propone analizar y demostrar que las activi­
dades de este excéntrico pero decidido monarca, son una excepción en las
“teorías económicas” del imperitúismo. Ofrece dos razones para esto. Pri­
mero, fueron los actos de un individuo que no contaba con ningún apoyo
de parte de los principales capitalistas o instituciones capitalistas de su
propia sociedad. Segundo, su objetivo era simplemente el “pillaje” de la
forma más vieja que se conozca y no tenía nada que ver con las relaciones
económicas más sofisticadas desarrolladas por el capitalismo de finales del
siglo X I X . Éste es el argumento discutido, en otro contexto africano, por
el ensayo de Johnson sobre Guinea (cap. x ).

Al rey Leopoldo se le conoce ante todo como fundador y soberano del Es­
tado Libre del Congo. El tipo particular de imperialismo que puso en prác­
tica en África sólo podría describirse como voraz. El mismo Stanley es­
cribió que Leopoldo demostraba “enorme voracidad" —queriendo decir
codicia territorial— al establecer sus dominios.1

1. LA VORACIDAD TERRITORIAL DE LEOPOLDO

La historia de la expansión territorial de Leopoldo en el corazón de África


es sorprendente. Entre 1880 y 1884 el rey envió expediciones, dirigidas ge­
neralmente por Stanley, que establecieron una ocupación bastante infor­
mal en territorios del Congo mediante puestos avanzados. Casi todas estas
estaciones estaban en el bajo Congo, entre Leopoldville (ahora Kinshasa)

259
y el inar. Incluso para 188+ esta ocupación, aparte de LeopoldviUe, se
reducía a unas pocas estaciones a lo largo del río, algunas veces alejadas
cientos de kilómetros, siendo la más distante Stanley FalJs. Pero cuando
Leopoldo se dirigió a Bismarck en un intento por obtener el reconoci­
miento alemán de su Association Internationale du Congo, exigió desver­
gonzadamente la mayor parte de la cuenca del Congo. En agosto de 1884
dibujó sobre el mapa de África las fronteras que deseaba, y abarcaban una
extensión notable de verdad. En algunos casos las fronteras llegaban 1 000
o 1 500 kilómetros más allá de los puestos de la Asociación. Hacia el nor­
te, la frontera seguía al paralelo cuarto; hacia el este, llegaba al lago Tan-
ganika, y se extendía hacia abajo llegando al paralelo sexto al sur del
ecuador. Esto representa aproximadamente dos tercios del Congo actual.
Al m irar el mapa de Leopoldo, al principio Bismark se alarmó pero, en
octubre de 1884, hacia el final de sus negociaciones, decidió, aparentemen­
te llevado por un impulso, dar al rey cuanto deseaba. Seguramente consi­
deró que no había nada malo en dar un poco de esj>acio a un filantrópico
soberano dispuesto a sacrificar su fortuna personal para abrir África.
Leopoldo no se conformó con este triunfo más que por unas pocas se­
manas. En enero de 1885, durante negociaciones similares con Francia
buscando el reconocimiento por parte de ésta de sus derechos en el Congo,
los representantes de la Asociación de Leopoldo presentaron un nuevo
mapa. Las fronteras oriental y septentrional eran las mismas ya reconocidas
j>or Alemania, pero en el sur se habían alargado hasta la línea divisoria
entre el Congo y el Zambe2 ¡. En relación a las fronteras aprobadas por
Bismarck esto representaba un aumento meridional de mas de cuatro
grados de latitud, y no se debía de ninguna manera a que en el ínterin
los agentes de la Asociación hubiesen trasladado sus puestos más hacia el
sur. El hecho era que la voracidad de Leopoldo estaba manifestándose.
Seguramente pensaba que, puesto que bajo los términos de un tratado con
la Asociación, Francia tenía un derecho de preferencia sobre su territorio,
los franceses no pondrían objeciones a su rapacidad.
Así fue como el Estado del Congo, que fue establecido en 1885 con
sus fronteras así definidas, resultó ser un territorio monstruosamente des­
proporcionado para los recursos a su disposición. Sus raquíticas finanzas
no permitieron al principio más que el establecimento de un gobierno
rudimentario. En vastas áreas —la zona “árabe” al este y los Katanga al
sur— la influencia del Estado siguió siendo insignificante. El rey, aunque
incapaz de ocupar eficazmente más que una fracción de su territorio,
siguió fiel a su movimiento de expansión y continuó procurando extender
sus fronteras en todas direcciones.
En 1888-89 puso sus ojos en metas distantes: el Alto Zambezi, el lago
Nyasa, el lago Victoria y el Alto Nilo. Se planearon expediciones. El tiem-

260
I

po se echaba encima, explicó Leopoldo a su más íntimo colaborador, por­


que "después del año próximo ya no quedará nada que adquirir en Afri­
ca”.2 Su idea básica estaba clara: cuanto más, mejor. La mayor parte
de sus esfuerzos para ampliar las fronteras del Estado resultaron inútiles;
pero en dirección al Nilo persistieron hasta el momento en que acabó el
Estado Libre. Esta campaña particular constituye por sí sola un largo
capítulo en la historia del imperialismo de Leopoldo en África.
Los grandiosos designios de Leopoldo para el África negra no deben
oscurecer su imperialismo más general, porque a través de su vida sus
esfuerzos imperialistas literalmente cubrieron el globo. Incluso cuando el
Congo parecía reclamar toda su atención nunca olvidó el resto del mundo.
Al contrario, tan pronto como el Congo pasó de un riesgo a ser un capital
financiero gracias a los ingresos del caucho, los planes de Leopoldo fuera
del Congo se ampliaron aún más.

2. 1898

Como un ejemplo, vale la pena examinar las actividades de Leopoldo en


un solo año, el de 1898.
a] Leopoldo estaba aún dominado por su gran sueño de extender su
. soberanía al Alto Nilo. Sus fuerzas habían alcanzado el Nilo cerca de
Lado y ahí se establecieron. Hasta entonces, sin embargo, no habían tenido
la fuerza necesaria para empujar hacia el norte en un área firmemente
controlada por los derviches. Había también un obstáculo diplomático
representado por el tratado con Financia del 14 de agosto de 1894. Des-
! pués que Gran Bretaña le cedió (12 de mayo de 1894) la parte de la
I cuenca del Nilo al sur del paralelo diez (la misma latitud de Fashoda),
Leopoldo se había plegado, ante las grandes presiones de Francia, y renun­
ciado a casi todas las ventajas de su acuerdo con Inglaterra. De hecho,
se había comprometido a abstenerse de cualquier ocupación política de
la mayor parte del territorio arrendado a él.
Por consiguiente, dio órdenes para reforzar sus contingentes del Nilo
con el fin de hacer posible el movimiento hacia el norte. Las órdenes datan
, de septiembre de 1897; las autoridades del Congo deben
hacer todo lo posible para que a fines de año haya una buena fuerza,
artillería, armas, municiones, embarcaciones y mercancías en Redjaf, a
fin de que Chaltin [el oficial al mando] esté provisto de manera tal que
pueda ejecutar [...] nuestros planes, es decir, descender el Nilo en viaje
de reconocimiento evitando fundar puestos [...] aguas arriba de Sennaar,
y si no encuentra obstáculos a esta altura, fundar un establecimiento sin
1 bandera en Sennaar o en la proximidad de esta ciudad y otro más sólido
t
261
dentro del antiguo territorio italiano, el que les reconoció el protocolo
anglo-italiano de 1892, lo más cerca de la ciudad de Sennaar.*

El plan, tal como se renovaba aquí (ya tenía dos años), consistía en
cruzar la frontera prohibida a Leopoldo por su tratado con Francia y esta­
blecer sus fuezas congoleñas mucho más hacia el norte en la región sennaar.
Obviamente esto era el preludio a un juego diplomático en el que Leopoldo
trataría que fuese reconocido su control sobre el área y también sobre el
territorio inmediato entre el Sennaar y el Estado del Congo. Sin embargo,
a principios de 1898 este plan resultó irrealizable debido a la persistente
debilidad militar de las fuerzas del Nilo, que tenían que enfrentar la con­
traofensiva de los derviches. Comprendiendo que no podía esperar ningún
resultado militar en un futuro próximo, el rey trató más bien de triunfar
. diplomáticamente. Su objetivo era inducir a Inglaterra a darle el territorio
del Alto Nilo que ya le había arrendado (desde 1894) y posiblemente una
tajada más. De esa forma evitaría las inminentes dificultades entre Francia
e Inglaterra. En consecuencia, se hicieron contactos diplomáticos al más
alto nivel.
El 6 de abril de 1898 el rey Leopoldo se entrevistó con Lord Salisbury
en el sur de Francia. Estos son sus comentarios sobre la entrevista:
Hice notar que tal vez habría modo de allanar la s dificultades inter­
nacionales por medio del arriendo. Lord Salisbuiy pareció abundar en
este orden de ideas, dijo que se trataba de una cuestión que tendría
que examinar con nosotros, que tal vez el arriendo tendría que ser
muy prolongado, que los países al norte de Jartum serían muy caros
•de administrar para Egipto y sin duda le costarían menos al Estado del
Congo. Usted es librecambista, me dijo Lord Salisbury; le dije: abso­
lutamente. Eso nos sienta bien, continuó su señoría. Los franceses son
proteccionistas, tendencia que tememos. Entonces le hice notar que cuan­
do se tratara de arreglar las cuestiones de amor propio internacional, tal
vez sería más fácil emplear a un pequeño que a un grande.4

Por su parte, el informe de Lord Salisbury de la entrevista es muy dife­


rente; dice de sí mismo que permaneció completamente imparci'al acerca
de las sugerencias del rey.®
El 13 de abril de 1898 el rey se entrevistó con Hanotaux, ministro de
asuntos exteriores francés. Leopoldo le dijo que “se acercaba el momento
en que le sería factible servir a los intereses de su política reconociendo al
miedo que antaño había combatido”. Hanotaux, añadió Leopoldo, “se
reserva la ocasión de reflexionarlo y también cree que existe quizá en ello
un elemento de conciliación”.®
Más tarde ese mismo año se hizo un nuevo esfuerzo en la prensa para

262
popularizar la idea de que la efectiva ocupación del Alto Nilo por Leo­
poldo podía permitir una “conciliación” entre Francia e Inglaterra. Nu­
merosos artículos aparecieron en periódicos y revistas tanto en Inglaterra
como en Bélgica, llevando todos ellos la marca de la propaganda p>agada
de Leopoldo. Fue poco lo que consiguieron.
b] Si Leopoldo estaba tan ansioso por llegar al Sennaar era porque ya
tenía un dedo hundido en otro pastel: Eritrea. Viendo que desde Aduwa
la mayoría de los italianos parecía sentir aversión hacia Eritrea, Leopoldo
tenía la espieranza de que Italia le arrendase el territorio. El plan fue pre­
sentado al gobierno italiano en diciembre de 1896, y el año siguiente
comenzaron muy serias negociaciones. El primer ministro y el secretario
del exterior italianos parecieron responder bien a la idea de Leopoldo. Uno
de los negociadores italianos, general Del Verme, fue dos veces a Bruselas,
a ;entrevistarse con el rey, en marzo y julio de 1897. El arriendo se daría
a. una compañía congoleña —una especie de “concesionaria”— controlada!
por el rey mismo.
.. Había que superar dos obstáculos. Primero, la opinión pública italiana
tenía que ser aplacada, pues era casi seguro que se manifestarían protestas
contra la humillación italiana en la transacción. Segundo, Inglaterra tenía
que aceptar. De hecho, era esencial un doble acuerdo inglés para sancionar
tanto el acuerdo (que no podría sobrevivir la oposición británica) como
las demandas de Leopoldo. El rey consideró que la cesión de Eritrea por
Italia debía coincidir con la cesión del Sennaar por Inglaterra con el fin de
establecer contacto, más al sur, con el Estado Libre del Congo. Ésta era
la única forma como podía realizar su visión de una inmensa posesión
que se extendiese desde el Atlántico hasta el mar Rojo. Fue por eso que
Leopoldo pidió a Italia que interviniese a su favor respecto a la cesión del
Sennaar.
Pero las reacciones británicas fueron negativas. En noviembre de 1897
el ministro de asuntos exteriores italiano, sin mencionar para nada el tema
de la cesión de Eritrea, envió un memorándum al embajador británico
explicando los deseos de Leopoldo respecto al Sennaar:

Memorándum
El rey de los belgas en tanto que soberano del Estado del Congo desea
abrir a su dominio africano una desembocadura al mar Rojo. Su pro­
yecto consiste en establecer para tal fin una serie de etapas comerciales
‘ entre el Congo y Massowab. Por cuanto toca a Inglaterra, el Rey Leo-
. poldo le pediría:
1. Un simple tránsito libre a través de los países incluidos en su zona
de influencia desde la frontera congolesa hasta el Sennaar.
2. El arriendo de esta última provincia.

263-
Si Inglaterra accede a esta doble petición, el rey Leopoldo se propone
pedir igualmente a Italia el tránsito libre a través de Eritrea.
El rey da importancia muy especial a saber, en principio, las dispo­
siciones del Gabinete de Londres hacia sus proyectos en la medida mis­
ma que éstos afectan los derechos e intereses del Imperio Británico.7

Al parecer, el Foreign Office no tomó muy en serio este plan, y decidió


dejar el memorándum sin respuesta.
D urante 1898, en Roma, el rey seguía insistiendo en un pronto fin a las
negociaciones sobre la cesión de Eritrea. En caso de que se objetaran los
términos de la cesión, añadía el rey, una alternativa podía consistir en
que la Compañía congoleña se hiciera responsable de la administración de
E ritrea por un pago por contrato (á jorfcüt). “El gobierno italiano paga­
ría a la sociedad una suma anual por discutirse y la sociedad administraría
la colonia, asumiría los gastos y, en cuanto obtuviera beneficios, entrega­
ría las tres cuartas partes al gobierno italiano” (enero 1898).®
En julio de 1898 este plan fue firmemente vetado por Roma; el temor
a la opinión pública debió ser el factor decisivo. “Se diría en el país y
el extranjero”, indicó el ministro de asuntos exteriores, “que somos inca­
paces d e administrar [ . . . ] el gobierno confesaría su incapacidad”.®
c] Simultáneamente, Leopoldo estaba jugando lo que él esperaba fuese
una c a rta de triunfo en Abisinia. En diciembre de 1897 dio una audiencia
en Bruselas al celebrado aventurero ruso Leontiev. Lcontiev alardeaba de
haber recibido una concesión que incluía el gobierno de “las provincias
ecuatoriales de Abisinia” (un territorio bastante indefinido en donde la
autoridad del Negus era aún bastante tenue). Estaba tratando de recaudar
dinero p a ra explotar su territorio ya que, según creía, había minas de oro
en las proximidades del lago Rodolfo.
Leopoldo se interesó. “Leontiev da la impresión de un condottiero”, es­
cribió. “Puede lograrlo.”1®Bosquejó las bases de un acuerdo entre Leontiev
y los inversionistas potenciales en su empresa. “La concesión de las niinás
de oro, si las hay en Abisinia, con reparto por mitades del beneficio supe­
rior a la remuneración de los capitales de explotación.”11 Sin embargo,
como esto requería la creación de una compañía comercial, el rey no pudo
actuar e n nombre propio. Tendría que conformarse con estimular el esta­
blecimiento de tal compañía según los planes discutidos con Leontiev...
El capital privado, principalmente belga, fue movilizado por el finan­
ciero belga coronel Thys. Esto condujo a la fundación de la Sociedad
Anónima Belga para el Desarrollo de la Industria y el Comercio en ilas
Provincias Ecuatoriales de Abisinia (mayo de 1898). Pero Thys actuaba sola­
mente bajo la guía directa del rey, con quien estaba en estrecho contacto;
■ésta era la empresa privada del rey y contaba con todo su apoyo.

264
Este tipo de patronazgo real no fue capaz, sin embargo, de impedir el
desastre. Leontiev resultó ser un estafador además de aventurero; todas
las inversiones belgas y extranjeras de la Société Anon>me Belge —un total
de casi dos millones de francos— se perdieron.
d] Durante la guerra hispano-nortcamericana, el ’rey Leopoldo dirigió
su atención una vez más a un territorio que un cuarto de siglo antes ya
había tratado de conseguir: Filipinas. Aquí también la idea era la de
un arriendo, como en el caso de Eritrea; éste parecía uno de los re­
cursos favoritos del rey. Las Filipinas serían arrendadas a la misma com­
pañía congoleña propuesta para Eritrea: la Société Générale Africaine,
Esta compañía, huelga decirlo, era un instrumento del rey. Este explicó en
una carta que había sido fundada para llenar “las funciones administra­
tivas en vastos territorios que le confiarían ya una carta, ya una arrien­
do”.
Hay bastantes grandes propietarios que arriendan sus tierras no queriendo
ocuparse por sí mismos de ellas, o que encargan de la gestión de sus bie­
nes a un intendente. La Société Genérale Africaine es un instrumento
análogo que se ofrece no a los particulares sino a los Estados que no
desean administrar por sí mismos los territorios que les pertenecen.11

En julio de 1898 el rey hizo dos propuestas. En Madrid dijo al gobierno


español que la Société Générale Africaine estaba dispuesta a tomar en
arriendo las Filipinas. Luego uno de los directores de la Société dijo al
embajador norteamericano en Bruselas que su compañía estaba deseosa
de servir a Estados Unidos,. Para empezar, estaba preparada para en­
viar tropas negras para ayudar a la pacificación de las islas. “Mi compañía”,
señaló el director en forma conmovedora, “no busca soberanía alguna y
se limitaría a servir como instrumento de pacificación y civilización, en
nombre del poder superior, sea cual fuere”.13 De esta forma el rey hacía
una doble apuesta.
Pero cuando, un poco más tai-de, se iniciaron las negociaciones de paz
entre España y Estados Unidos, el rey se vio obligado a proponer la
misma fórmula a ambas partes: esto es, el arriendo de las Filipinas a Es­
paña. Esto fue considerado una especie de compromiso entre España y
Estados Unidos. Al parecer, en noviembre de 1898 el gobierno español
aceptó plenamente la idea como única forma de mantener la soberanía
española sobre las Filipinas. Sin embargo, no querían plantear) la cues­
tión directamente a los norteamericanos, pues esto debilitaría su posición
en las negociaciones; por consiguiente, pidieron al rey que planteara la
cuestión en su nombre. Del lado norteamericano la sugerencia de Leo­
poldo también despertó un interés inicial; en el caso del ministro nor­
teamericano en Bruselas este interés fue muy marcado. Por consiguiente

265
/

el rey envió un agente a París a entrevistarse con los plenipotenciarios


norteamericanos en las conversaciones de paz, pero de pronto todo se
desbarató cuando los norteamericanos decidieron quedarse ellos mismos
con las Filipinas.
Como en el caso del Alto Nilo, el rey habia confiado en que los antago­
nistas aprovecharían la oportunidad que les ofrecía de una “solución neu­
tral”. Pero en ambos casos la parte más fuerte —Inglaterra en el Alto
Nilo, Estados Unidos en las Filipinas— era ella misma demasiado im­
perialista para aceptar cualquier solución que no fuese la propia.
e] Aún más tarde, en 1898, cuando Leopoldo se enteró de que quizá
España estaría dispuesta a vender las islas Carolina y Mariana, ordenó al
embajador belga en Madrid que averiguara el precio inmediatamente.1*
El rey Leopoldo estaba de nuevo en el mercado. Pero esta vez Alemania
estaba alerta y se negó a tolerar un competidor en una venta en la que
ya era compradora. Alemania presentó una protesta en Bruselas y el rey
se retiró.
f ] Leopoldo hizo aún otro intento de negociar con Madrid al mismo
tiempo que el anterior (noviembre de 1898). ¿Estaría dispuesta España a
vender las islas Canarias y Femando Po? Y en caso afirmativo, ¿a qué
precio? Estas preguntas tropezaron con una negativa inmediata. Las islas
Canarias formaban parte del territorio nacional, le dijeron al embajador
belga en Madrid; y respecto a Femando Po, estaba siendo explotado por
compañías españolas.
g] Entre tanto, en otra parte del mundo, Leopoldo se afanaba en torno
a uno de sus más importantes planes. En el verano de 1898 se concedió a
una compañía belga un contrato para la construcción y explotación del
ferrocarril Pekín-Hankow, una línea de 1200 kilómetros en el corazón
de China. Esto se consiguió en gran medida gracias a los considerables
esfuerzos de Leopoldo. Para él no era más que el comienzo. Lo hizo se­
guir por una misi on especial a China, y en una carta al embajador belga
en Pekín fechada el 9 de diciembre de 1898 le explicaba cuáles eran sus
objetivos:
Quisiera para los belgas un barrio de Hankow con municipio belga.
La concesión de las minas de Kansú.
L a concesión del ferrocarril Hankow-Fucheu y Amoy y los ramales fu­
turos.
La concesión de las minas en las provincias atravesadas por esta línea,
concesión independiente de la del ferrocarril.1'

Leopoldo sazonaba que las concesiones de minas y ferrocarriles servirían


como cabeza de puente para el control territorial. Un hombre de con­
fianza del rey era Emile Francqui, el cónsul belga en Hankow, quien

266
años después se convertiría en el mayor financiero belga del siglo xx. Sin
duda él estaba en los planes de Leopoldo:
A juicio del soberano, la línea Pekín-Hankow debe servir de base a toda
una serie de negocios belgas de los cuales el más importante es el control
sobre dos provincias {Hupeh y Honán) al obtener el monopolio de las
concesiones mineras en esas dos provincias. Su majestad quiere reservara:
esas dos provincias para el día en que las potencias se repartirán China .111

En los años siguientes, China usurparía el lugar del Alto Nilo y otros
lugares del mundo en las preocupaciones y actividades del rey.

3. LOS MÉTODOS DE LEOPOLDO

Todos esos planes datan del año 1898 solamente. Aunque fue un año
particularmente ocupado, resultaba muy característico del tono general
de las actividades del rey. Después de todo, había estado en busca de
oportunidades durante toda su vida. Esto no era visible para sus con­
temporáneos, sin embargo, y sigue siendo parcialmente ignorado por sus
historiadores; la razón de ello es el extremo secreto que rodeaba la mayor
parte de los esfuerzos del rey. Nuevamente, el año de 1898 nos proporciona
varios ejemplos.
Aunque la política de Leopoldo en el Nilo despertó grandes sospechas,
sus instrucciones a las fuerzas del Nilo para que tratasen de llegar al
Sennaar nunca fueron descubiertas. Las negociaciones de Eritrea, igualmen­
te, fueron supersecretas. Del lado belga, solamente el chef de cabinet det
rey y el m'inistro belga en Roma estaban enterados. El jefe de la admi­
nistración del Estado del Congo permaneció ignorante de todo; lo misino
el secretario de Estado van Eetvelde, a pesar de que era estrecho colabo­
rador del rey en cuestiones africanas. Igualmente, cuando Leopoldo estaba
tratando con los italianos el secreto se guardó celosamente. Cuando el
negociador italiano general Dal Verme llegó a Bruselas, el embajador de
Italia ahí preguntó a su colega británico si tenía alguna idea acerca del
motivo de la visita.11 El ministro francés admitió que había “vigilado los
hechos y los gestos” de Dal Verme, pero sin sospechar nada.1* Del mismo
modo, cuando el embajador belga en Madrid habló al gobierno español
acerca de la posible venta de las islas Carolina y Mariana, lo hizo siguien­
do órdenes del rey pero sin que el gobierno belga tuviera conocimiento
de ello. Cuando llegó la protesta alemana, les tomó completamente por
sorpresa y el ministro belga de asuntos exteriores presentó a su vez una
protesta al rey. Los sondeos tentativos sobre las islas Canarias y Fernando
Po al parecer no los sopechó nadie; por lo que respecta a los designios

267
últimos del rey acerca de China, es dudoso que fuesen más de cinco o
seis personas las que tenían alguna idea de ellos.
I.a extraordinaria variedad de los proyectos del rey no era en lo más
mínimo resultado de una demencia megalómana, sin embargo. Al con­
trario, era consecuencia directa de una convicción firme y razonada de
que era preciso hacer todo lo necesario para obtener las máximas ganan­
cias. “La riqueza y prosperidad de los pueblos no derivan de una sola
empresa, ni pueden provenir de una sola región. Hay que trabajar por
doquier, no desaprovechar ninguna oportunidad, ningún golpe de suerte”,
escribió en 1886 (y esto en el momento de sus peores dificultades finan­
cieras en el Congo ) . 16 O, como observaba con tono más familiar: “Hay
que colocar huevos en todos lados, en cien lugares diferentes, siempre habrá
varios que acabarán por abrirse” .20 Desde sus primeros años Leopoldo es­
tuvo a l’affút, al acecho, de cualquier oportunidad digna de ser apro­
vechada. Esta expresión se repite frecuentemente en sus cartas; Leopoldo
siguió á l’affút hasta el día de su muerte.
Los años 1888-94 nos proporcionan unos cuantos ejemplos de lo que
la actitud alerta de Leopoldo significaba en términos prácticos. Planeaba,
por ejemplo, enviar a un explorador alemán a algún lugar de Oceanía:
“Sigo buscando un viajero, de preferencia alemán, para una misión muy
delicada en Oceanía. Se trata a la vez de lograr que un sultán nos ceda
su Estado y de no dejar que los ingleses se enteren” (23 de febrero de
1888) 21
En el momento en que Inglaterra parecía retroceder ante la perspectiva
de responsabilizarse de Uganda, Leopoldo se ofreció a ocupar su lugar.
Un arriendo de Uganda, escribió cortésmente a Gladstone el 29 de sep­
tiembre de 1892, le acomodaría perfectamente . . . 22 Dos años más tarde,
hizo una discreta investigación a través del encargado de negocios belga
en Atenas, con respecto a si “los griegos estarían dispuestos a vender Corfú
para sanear sus finanzas”.3® Finalmente, en noviembre de 1894, preguntó
al gobierno portugués si estaría dispuesto a considerar la cesión de su
colonia de Macao a una compañía.24
Una colonia nueva era lo que contaba, sin que importase dónde estu­
viera. En 1897 insistía a van Eetvelde acerca de que debían estar pron­
tos a “emprenderlo allí donde se puedan colonizar las concesiones territoria­
les sin aparentarlo; gestión de la N orth Borneo Company si ésta se desalenta­
ra” .^' Y tres años más tarde insistía nuevamente a otro de sus consejeros
sobre la importancia de estar á l’affút. “El interés belga consiste en obtener
concesiones territoriales donde se las pueda colonizar sin aparentarlo; debe­
mos procurar informamos sobre todo lo que podríamos emprender dentro
de este marco de ideas.”2®
Leopoldo nunca dejó pasar una oportunidad. Para entenderlo es pre­

268
ciso tomar en cuenta su noción de “oportunidad”, algo que era sin duda
muy importante para él. El rey no fue nunca un jugador en el sentido de
casino de juego, pero en muchos aspectos fue un apostador político; ten­
tando la suerte buscaba el triunfo. En septiembre de 1897 ordenó a sus
fuerzas del Nilo dirigirse al Sennaar, a mil kilómetros de donde se en­
contraban, y una alta autoridad del Congo le recordó respetuosamente
que esto sería extraordinariamente difícil. “Claramente me dijo”, escribió
esta autoridad, “que no creía en el éxito, pero que había que arriesgarse,
que la suerte podría ser muy favorable” .27 Sobre el mismo asunto, el rey
escribió a otro funcionario: “El no esforzarse actualmente por ser po­
derosos en el Nilo sería exponerse a perder oportunidades. [ . . . ] Prefiero
con mucho los aprietos financieros momentáneos al abandono de cualquier
oportunidad. Los aprietos se reparan y las oportunidades no reaparecen
jamás.” *3
Así pues, éste era el rabioso imperialismo de un hombre cuya política
consistía en tentar su suerte siempre que era posible. La cuestión de sus
motivaciones sigue abierta.

4. LOS MOTIVOS DE LEOPOLDO

Hay un motivo que muchos de sus contemporáneos le hubieran achacado


gustosamente; su voracidad personal. Al menos, eso es lo que se rumo­
reaba abiertamente hacia el final de su vida. De hecho, la imagen de
Leopoldo sufrió la más extraordinaria transformación a ojos de sus con­
temporáneos. De ser un noble filántropo descendió al nivel de un paria
internacional
Como maestro de la propaganda política, Leopoldo logró durante m u­
cho tiempo que sus actividades en África parecieran filantropía. En 1876
fundó la Association Internationale Africaine, una organización verdade­
ramente científica e independiente. Esto le proporcionó una maravillosa
aureola que consiguió conservar por años, mucho después de que los
ideales de la Asociación fuesen abandonados. La explicación de sus ob­
jetivos, y los de su recientemente fundada Asociación Internacional del
Congo, en el momento en que en realidad estaba luchando por lograr el
control político del Congo, fue una obra maestra de sutil ambigüedad y
superchería. “La Asociación Internacional del Congo”, anunció descara­
damente en marzo de 1883, “como no busca ganar dinero, y no mendiga
ayuda de ningún Estado, se asemeja en cierta medida, por su organización,
a la Sociedad de la Cruz Roja; ha sido formada mediante grandes con­
tribuciones voluntarias, y con el noble propósito de prestar servicios dura­
deros y desinteresados a la causa del progreso” .39 Los admiradores del rey
respondieron con entusiasmo a su propaganda. Jacob Bright escribió en

269
1883 a un amigo belga: “La generosidad y espíritu social de vuestro rey
son admirables. Es muy raro que una persona en su posición haga tales
sacrificios en beneficio de la humanidad ” .*0 El American Sanford ensalzó
en mayo de 1884 la empresa del rey en África como “la más benéfica obia
del siglo” .31 En 1885, Mackinnon se refirió al “plan más noble y más desin­
teresado para el desarrollo de África que jamás se haya intentado ” .32
Todo esto sirve para explicar por qué ciertos eminentes ingleses, entre
ellos Lord Wolseley, pensaron a principios de 1884 en dar a Leopoldo la
soberanía nominal del Sudán, poniendo a Gordon a su servicio. De esta
forma, el Congo y Sudán hubieran sido unificados bajo la égida de una
sola organización filantrópica.
También para el gran público la imagen del rey parmaneció durante
largos años envuelta en su aureola de noble altruismo. “ ¿Cuándo ha visto
el mundo, en años recientes, la devoción de un rey a una tarea más regia,
con más sincera filantropía, con tan total ausencia de interés egoísta, con
tan majestuosa liberalidad?”, preguntaba un intelectual norteamericano
en 1887. “Ciertamente, semejante empresa basta para hacer ilustre un
reinado. Es suficiente para hacer que un norteamericano crea en los reyes
para siempre.” 33
Veinte años después, sin embargo, cuando el mundo tuvo notici'a de las
atrocidades cometidas en el Congo, el lenguaje fue muy diferente. Cuando
en 1908 la cámara de diputados belga discutió los términos de la anexión
del Congo, que tomaba en consideración un “testimonio de gratitud” fi­
nanciera para el rey, los miembros permanecieron en silencio cuando un
veterano político liberal tronó: “¿Un testimonio de gratitud? Jamás. Si
acaso, la amnistía.” Fuera de Bélgica, hasta la amnistía le fue negada.
De esta suerte Leopoldo acabó por ser visto como un hombre de insa­
ciable codicia. Todo el mundo creía que había obtenido inmensas ganan­
cias personales en el Congo. Sin duda ésta era la firme convicción de Sir
Edward Grey cuando habló en 1908 de “arrebatar el Congo de las manos
del rey”. Esto podía hacerse, dijo, sin ninguna indemnización, “porque
aún le quedarían las ganancias que hizo mediante su monstruoso siste-
ma " .11 En consecuencia, ha habido quienes han tratado de explicar el
imperialismo de Leopoldo como una simple búsqueda de beneficios per­
sonales. Pero ciertamente esto sería erróneo en el caso del Congo, como
lo demuestra la declaración del mismo Leopoldo en 1906, de que “finan­
cieramente hablando soy un hombre más pobre, no más rico, a causa del
Congo” ,35 afirmación que nadie creyó en aquel momento pero que luego
los documentos han demostrado que era perfectamente cierta. Para ser
exactos, el rey Leopoldo que conocemos a través de las fuentes actuales
está muy lejos de ser lo que generalmente se considera codicioso. Induda­
blemente no despreciaba los beneficios de la riqueza (su generosidad con su

270
amante al final de su vida es sólo un ejemplo) ; pero cuando utilizaba el
dinero como instrumento político lo hacía usualmente por su país más
que para sí mismo. El Congo le produjo dinero, pero lo empleó casi ex­
clusivamente en enriquecer el patrimonio nacional belga adquiriendo pro­
piedades, construyendo monumentos y mejorando las ciudades. Su fortuna
personal no le obsesionaba; la prosperidad y grandeza de Bélgica, sí.
Casi siempre que Leopoldo hablaba en la intimidad acerca de su im­
perialismo lo hacía en forma fervientemente patriótica. No hay razón para
dudar de la sinceridad de sus ardientes referencias a su “patria apasiona­
damente amada”. En cambio, todo hace creer —como creían todos los
que mejor le conocían— que esas declaraciones son la clave de la forma
especial de imperialismo de un rey que sirve a su país. Sin embargo, esto
debe ser cuidadosamente calibrado. El imperialismo patriótico es gene­
ralmente más o menos sinónimo de anexión política. La “enorme voraci­
dad” de Leopoldo parece indicar esta interpretación, pero no es más acer­
tada que la hipótesis de su codicia personal. La anexión política era una
cuestión totalmente indiferente para el rey; si uno de los numerosos terri­
torios que trató de arrendar hubiera permanecido bajo su soberano nomi­
nal local, ello no le hubiese preocupado. Lo que buscaba no era la gran­
deza política, sino el beneficio económico. Bélgica, que había alcanzado
su independencia política en 1830, debía ser económicamente “completa­
da” mediante posesiones en ultramar. Esta, y nada más, era la misión de
Leopoldo.
Una tercera interpretación que hay que desechar por completo es que
su imperialismo patriótico fue una respuesta directa a los deseos y aspi­
raciones de su país. En la época en que comenzó sus actividades coloniales,
el gobierno belga, las clases altas y la opinión en general estaban de acuer­
do en creer que las empresas ultramarinas serían una carga pesada y pe­
ligrosa para el país. Es imposible encontrar ningún grupo, o siquiera
algún individuo influyente, que pensara en forma distinta y pudiese haber
animado al rey. “Ni el gobierno ni las cámaras quieren colonias; si ma­
ñana se les ofrecieran gratis las Filipinas, las rechazarían”, escribió Leo­
poldo en 1873.a0 Los sentimientos del pueblo belga, dijo una de sus con­
sejeros años más tarde, “son todavía tan confusos que vería la adquisición
hoy de una posesión colonial como una desgracia” .27 Tales actitudes expli­
can por qué el rey tuvo que actuar solo. Al principio confió poder inducir
al país en bloque a pensar colonialmente, pero cuando descubrió que esta
tarea era imposible emprendió la acción colonial por su cuenta. A medida
que pasaban los años, consiguió conquistar el apoyo de un número cre­
ciente de sus compatriotas, especialmente para su aventura .en. el Congo;
y en algunos casos este apoyo llegó incluso a teñirse de eíitusiasino. Pero
el apoyo y el entusiasmo se dieron siempre después de que'gL rey tomara \
!a iniciativa. En ninguna de sus numerosas empresas en todo el globo se
advierte ninguna indicación de que jamás recibiera el menor estímulo o
inspiración.
En este caso, la fuente de donde brotaba el imperialismo era únicamente
la obstinación de un solo hombre. Ciertamente, las doctrinas económicas
de sus contemporáneos no le proporcionaban ningún incentivo; su primer
intento por conseguir colonias se produjo en un momento en que prácti­
camente todas las economías eran hostiles a ello. Incluso cuando más ade­
lante el pensamiento económico, como el de Leroy-Beaulieu, se mostró
favorable al colonialismo, ello ciertamente agradó al rey, pero no le im­
presionó particularmente. El argumento a favor de las colonias entre los
economistas de la nueva escuela —y aún más entre sus seguidores— con­
sistió en recalcar la creciente importancia de los mercados coloniales. Para
el rey, sin embargo, la cuestión de los mercados no era tan importante.
Hablaba de ellos de tiempo en tiempo, incluso con elocuencia; pero era
más bien para adaptarse a los puntos de vista de quienes Je escuchaban.
En lo personal, a él le importaba algo que creía mucho más vital que los
mercados: el botín de una eficiente explotación.
Durante toda su vida el alma de su imperialismo fue la creencia en
que el mundo exterior ofrecia a Europa doradas oportunidades. Era par­
ticularmente vehemente acerca de las perspectivas de una colonia, o do­
minio como a veces las llamaba. Esta creencia en las grandes ventajas de
la explotación colonial no derivaba de ninguna teoría económica; parecía
ser más bien una teoría propia que había formado desde joven sin llegar
nunca a revisarla. Un ejemplo, sobre todo, le hizo gran impresión y ayudó
a moldear todo su pensamiento: el imperio colonial holandés. En su ju­
ventud, Leopoldo era un apasionado admirador del sistema colonial ho­
landés que, tal como funci'onó a mediados del siglo xix, produjo enormes
ganancias al tesoro holandés en las Indias orientales y especialmente en
Java. Algunos de los territorios españoles en ultram ar parecían haber sido
igualmente ventajosos, aunque las cifras exactas no estaban claras. En cual­
quier caso, Leopoldo se aferró a la idea de que la explotación bien pla­
neada de una posesión ultramarina podía enriquecer directamente a la
potencia colonial, y esta idea nunca le abandonó.
Las primeras cartas y notas del rey, de los años 1860-65, muestran cla­
ramente la génesis de este concepto. Con juvenil exuberancia despliegan
una montaña de argumentos a favor de las colonias. Las colonias ofrece­
rían nuevas carreras a los ciudadanos de la madre patria.
El ejército de las Indias holandesas, la marina de las Indias, la admi­
nistración de las Indias [son] tres inmensas carreras abiertas a la activi­
dad de la juventud holandesa. [Eran también una fuente de fortunas
personales que beneficiarían a la madre patria.] En la India, cada fa­

272
milia inglesa tiene uno o dos hijos que viven allí, y allí buscan y hacen
fortuna. Estas fortunas se envían a Londres y esta capital, semejante a
un panal de abejas al que estos insectos, luego de haber chupado las
mejores flores, vienen a dejar su miel, es una de las ciudades más ricas
del mundo.

En las colonias se podía invertir capital a una tasa mucho más elevada
que en Europa (“En la India, el capital inglés se coloca a 20, 30 y 40
por ciento” ) ; también eran buenos mercados para los productos de la
metrópoli (“Inglaterra tiene con la India un comercio inmenso; y se ocu­
pa de las aduanas de ese vasto imperio, que constituye un mercado inigua­
lable para todos sus fabricantes” ), y por lo tanto estimularían sus activida­
des comerciales (“¿Qué no sería Ambercs, ciudad de comercio y puerto de
guerra, si tuviéramos una provincia en China?” ). Leopoldo no pasa por
alto un solo argumento a favor de las colonias, pero sobre todo pone el
más impresionante y decisivo: las colonias pueden proporcionar ingresos
inmensos. Las Indias orientales holandesas son citadas una y otra vez por
“el ingreso inmenso que esas islas proporcionan a la madre patria ” .*'8
Pocos meses antes de subir al trono en 1865 Leopoldo escribió una “nota
sobre la utilidad y la importancia para los Estado de la posesión de do­
minios y provincias fuera de sus fronteras europeas”. Nos sentimos orgu­
llosos de nuestras posesiones nacionales, dice, y cita los ferrocarriles que
son en su mayor paite de propiedad estatal y que eran lucrativos. ¿Pero
qué sucede con las colonias?
- Si se estudia el presupuesto de los diversos Estados* se constatará que
Java, las Filipinas y Cuba son los dominios nacionales más ricos que exis­
ten, y que su rendimiento anual en provecho de Holanda y España
rebasa con mucho el de nuestro ferrocarril.
Holanda y España, tras de haber hecho pagar a sus posesiones exte-
1 riores todos los gastos de la conquista y preseivación, todavía se procu­
ran allá recursos independientes del impuesto obtenido en Europa.
Si Bélgica, que ya tiene su ferrocarril, pudiera agregarle alguna nueva
Java, podría esperarse la reducción del impuesto a la sal, la supresión
de las aduanas, etcétera, etcétera, y todo ello sin causar la menor dis­
minución de nuestros recursos y erogaciones actuales.
Las aduanas caerán el día en que los ingresos trasatlánticos provee­
rán a la madre patria una dotación igual al producto de los derechos
aduaneros.
Java proporciona actualmente 75 millones de francos, las Filipinas y
Cuba tal vez de 15 a 20 millones.39

273
Si se administraban bien, las colonias eran convenientes tanto desde el
punto de vista financiero como desde el económico. Ésta era una convic*
ción de Leopoldo que nada podía variar. Por1 esta razón nunca dejó, de
buscarlas siempre que creyó poder conseguirlas, y cuando encontró una
trató siempre de agrandarla lo más posible. Por eso, cuando su Estado
del Congo pareció estar al borde del colapso nunca perdió la fe. Los ob*
servadores extranjeros que analizaban las tenebrosas perspectivas del Congo
después de 1885 se asombraban de la “robusta fe del rey en el futuro del
país” . Era su inconmovible fe en el colonialismo: siendo una colonia, él
Congo debía inevitablemente, con el tiempo, producir buenos resultados.

5. LA VISIÓN PATRIÓTICA DE LEOPOLDO

Pero la fe de Leopoldo nunca hubiera conducido a la acción de no haber


estado combinada con un extraordinario dinamismo y, aún más impor­
tante, con una imaginación poco frecuente. Del mismo modo que creía
en las colonias, Leopoldo soñaba con ellas; y sus sueños a la edad de cin-
cuentisiete años eran exactamente igual de grandiosos que cuando tenía
veinticuatro.
Tenía veinticuatro años en noviembre de 1859 cuando escribió a un
ministro belga acerca de China, a donde deseaba enviar tropas belgas para
acompañar a la expedición franco-británica. He aquí cómo trazó sus
planes:
Se afirma que China propiamente dicha no ofrecerá más que pocas
oportunidades de satisfacer la avidez europea. Es todo en tomo a China,
en el achipiélago Indio, en América Central, hacia Guatemala, que se
ubican las islas o territorios que debemos intentar poseer. Esta supues­
ta pobreza del Celeste Imperio no es una objeción: China será por
cierto nuestra primera etapa, el objetivo confeso de nuestros esfuerzos,
el motivo para que nos transporte una gran potencia, pero ¿quién nos
impediría, una vez cumplida la tarea y en caso de que los beneficios co­
sechados no fueran suficientemente considerables, lanzarnos en seguida
en pos de un lote mayor? Si logramos enviar 4 500 belgas a Pekín, habría
que ser muy torpes para no aprovechar tal posición estratégica, y coq la
ayuda de nuestros aliados no irradiar provechosamente en todas direc­
ciones.*®

Esta misma ambición global reaparece en 1892 cuando Leopoldo, enton­


ces de cincuentisiete años, afirma durante una conversación:
Por cuanto a mí, yo quisiera hacer de nuestra pequeña Bélgica, con sus
seis millones de habitantes, la capital de un inmenso imperio; y hay

274
forma de lograrlo. Tenemos el Congo; China ha llegado al periodo de
descomposición; los Países Bajos, España y Portugal están en decaden­
cia; sus colonias pertenecerán un día al que ofrezca más.*1

La imaginación de Leopoldo proporcionaba alimento permanente a su


energía. Pero semejante imaginación no siempre era una ayuda; más de
una vez le llevó a soñar los proyectos más fantásticos. Mientras el rey
confiaba en el consejo prudente de quienes le rodeaban, su desbocada
fantasía podía ser refrenada por cierto control. Pero hacia el final de su
vida, cuando ya se había librado de casi todos sus antiguos consejeros y
se había vuelto mucho más porfiado, en ocasiones asombraba a quienes
escuchaban sus más recientes planes. En 1896, por ejemplo, en presencia
del cortés pero atónito Lord Salisbury, bosquejó un proyecto según el cual,
mediante un arriendo a] Khedive — en realidad, claro está, a Inglaterra—
podría adquirir la parte del valle del Nilo aún en manos de los mahdis-
tas, Salisbury escribió más tarde:
Habló con gran admiración de las excelentes cualidades militares de
los mahdistas, y las ventajas que podríamos obtener si los tuviéramos a
nuestro servicio. Este resultado se obtendría gracias a nuestro arrenda­
tario (él mismo) y al parecer no veía ninguna dificultad en la tarea que
proyectaba. Cuando los hubiese sometido, convirtiéndolos en dóciles ins­
trumentos de la voluntad de Inglaterra, estarían a nuestra disposición
para cualquier tarea que deseásemos [. . .] Podríamos utilizarlos para
invadir y ocupar Armenia, y así poner fin a las masacres que tan pro­
fundamente están conmoviendo a Europa .*2

La “idea de un general inglés a la cabeza de un ejército de derviches


marchando desde Jartum hasta Lake Van con el objetivo de impedir que
los mahometanos siguieran maltratando a los cristianos” le impresionó a
Salisbury como “verdaderamente muy curiosa”. También la reina Victoria,
al leer el informe, expresó algunos coméntanos apenados: “La reina real­
mente cree que su buen primo el rey Leopoldo debe haber perdido el juicio
al hablar [. . .] en foima tan extraordinaria [. . .] Él es inteligente y la
reina está verdaderamente muy afligida de verle sugerir semejantes cosas.”
Sus orígenes, proseguía la reina, no hubieran hecho suponer tales rarezas-
“Su padre, el amado tío de la reina, fue uno de los hombres más sabios y
piudentes, y su madre muy inteligente y un ángel de bondad. Su hermano
el conde de Flandes es muy diferente, muy agudo, inteligente y prudente,
pero desgraciadamente sordomudo.”*’
Contrariamente a la interpretación de Victoria, Leopoldo no había per­
dido el juicio; su inteligencia estaba tan alerta como siempre pero su ima­
ginación ya no reconocía ningún freno.

275
Al año siguiente, en otro rapto de fantasía en lo más agudo de la crisfe
de Greta, Leopoldo se presentó con un plan según el cual se daría a la
isla un gobernador alemán el cual llamaría a la isla a tropas congoleñas
para establecer la paz y el orden. Gracias al empleo de las tropas congole­
ñas el rey esperaba ganar buen dinero, y presentó su proyecto simultá­
neamente a San Petersburgo y a Berlín.
Pero cualesquiera que fuesen sus planes, Leopoldo nunca dejaba de pen­
sar en Bélgica. En cualquier parte del mundo donde actuase, trabajaba
para Bélgica. Sus esfuerzos tenían que beneficiar a su país; de modo que,
inevitablemente, lo conseguirían; y esto era lo único que importaba. Su
corazón no estuvo nunca en el Gongo (nunca quiso visitarlo), ni en China;
estaba firmemente arraigado en Bélgica. En un periodo en que estaba
consagrado a hacer lo más posible en África, escribió a uno de sus pa­
drinos: “Vea usted cómo podríamos hacer en este mismo siglo xix de Bru­
selas la verdadera capital de África central” (3 de enero de 1891).44 La
llama eterna en el corazón de Leopoldo era el patriotismo.

6 . LOS PATRONES DE ACCIÓN DE LEOPOLDO

Tomados en conjunto, los planes y esfuerzos imperialistas de Leopoldo


iban desde las islas Canarias y África hasta el Pacífico. Incluso las posi­
bilidades europeas recibían su atención, como en el caso de Corfú. Pero
Leopoldo no podía adoptar métodos idénticos uniformemente a lo largo
de esta inmensa área; tenia que adaptarlos a las distintas circunstancias.
Fuera del África negra, sin embargo, puede decirse que su actuación seguía
dos líneas principales. La primera puede identificarse como el “modelo
Java” y la segunda el “modelo egipcio”.
El modelo Java era el favorito del rey. Consistía en establecer control
sobre un territorio en donde la población nativa era obligada metódica­
mente a realizar un trabajo productivo de forma que recompensara a sus
amos europeos con beneficios financieros y económicos. En resumen, con­
sistía en conseguir una colonia productiva.
Dentro de este modelo general podían adoptarse varias fórmulas. Una
era el empleo de la fuerza militar. Leopoldo concibió esto en una época
en la que aún confiaba en poder impulsar a la acción a la misma Bélgica
pudiendo, por lo tanto, emplear la fuerza militar belga. Su plan en los
años 1860-65 consistía en obligar a China por la fuerza a ceder una de
sus provincias; en particular, sus esperanzas se centraban en Formosa. Otra
fórmula era la de la ocupación pacífica, que Id parecía adecuada para
las islas del Pacífico. U n tercer enfoque consistía en tratar de comprar o
arrendar alguna de las posesiones de las potencias coloniales. Con esta

276
idea en mente, Leopoldo hizo contactos o negoció con España, Portugal y
Holanda, aunque realmente era en las Filipinas donde esperaba tener
éxito.
La tarea de encontrar otra Java ocupó a Leopoldo desde el principio.
Sometió al Extremo Oliente y a las islas del Pacífico a un estrecho escru­
tinio. La isla de Borneo ilustra particularmente bien el objetivo y la obs­
tinación de sus esfuerzos. Para Leopoldo, la parte más prometedora de
Borneo era naturalmente Sarawak. que estaba en manos del famoso “Rajá
Blanco”, el rajá Brooke. Cabía la posibilidad de inducir al rajá a vender,
de manera que en el verano de 1861 Leopoldo hizo los primeros tanteos.
Las negociaciones continuaron en estricto secreto con el regreso del rajá a
Inglaterra a fines de ese año. Incluso se discutieron ciertas sumas; sir Ja­
mes Brooke seguía indeciso. Pero a fines de 1862 su sobrino, que estaba a
cargo del gobierno de Sarawak en su ausencia, envió un "no” definitivo,
con gran disgusto de su tío. Esto puso fin a las negociaciones pero no a las
esperanzas de Leopoldo. Todavía en 1874 escribió a uno de sus asociados:
“Si nos entendiéramos un día con Sarawak, habría que levantar a unos
cuantos hombres para defenderla y extenderla. . . extendernos” .*1 Las po­
sesiones del rajá le parecían al rey muy poca cosa.
Otra parte de la isla que le tentaba —la parte mayor— estaba bajo la
soberanía de Holanda. En febrero de 1062 Leopoldo sondeó al embajador
holandés en Bruselas acerca de la posibilidad de que Holanda cediera a
Bélgica parte de sus posesiones en Borneo. Al no obtener respuesta, Leo­
poldo dedujo que la idea de una cesión formal era inaceptable y se dis­
puso'a intentar otro camino. Poco después de subir al trono probó nuevos
acercamientos a través de Inglaterra. A solicitud de Leopoldo, Lord Cla-
rendon comunicó a La Haya que el rey de los belgas “deseaba vivamente
que las relaciones entre Bélgica y Holanda fuesen no solamente amistosas
sino cordiales”.'** “Su gran anhelo es que los dos países se unan mediante
lazos comerciales y que en una u otra forma el capital belga sea utilizado
en las colonias holandesas” Leopoldo sugirió igualmente la fundación de
“una compañía holandesa-belga para proseguir la exploración y cultivo”
de parte de las posesiones holandesas; en abril de 1866 Borneo estaba en
cabeza de la lista. La reacción holandesa fue helada. El ministro de asun­
tos exteriores dijo al embajador británico en La Haya "que no veía cómo
podría llevarse a cabo la sugerencia acerca de la exploración y cultivo de
la isla de Borneo por una compañía holandesa-belga” .*7 El asunto no si­
guió adelante, pero el hecho de que buscase la intercesión de Inglaterra
muestra cuánto significaba el proyecto para Leopoldo.
Una tercera posibilidad en Borneo era establecer una colonia totalmente
nueva, y Leopoldo acarició esta idea en 1876. En una nota a la reina
Victoria fechada en junio de aquel año escribió:

277
Borneo es una isla tan grande que al lado de los holandeses hay sitio
para otras nación». Inspirándose del ejemplo de sir James Brooke, se
podría crear un establecimiento cerca de Sarawak. Parece que el rajá
de Sarawak estaiia dispuesto a favorecer un plan semejante, que con*
viene a sus intereses puesto que asi tendría cerca de él a un reino civili­
zado y amistoso.48

Antes de empezar, el rey quiso saber si habría alguna objeción al plan


po r parte del gobierno británico. Debido a un malentendido, al principio
pareció que sí podría haberla, lo que provocó que la reina se expresara
con lo que pueae considerarse una frase memorable: “La reina debe decir
que no puede parecerle correcto que siempre objetemos que cualquier otra
nación, salvo la nuestra, tenga colonias.1*49 Sin embargo, después de con­
siderar la cuestión, el ministerio de colonias no encontró razón alguna por
la que Inglaterra pudiera poner objeciones. No obstante quiso prevenir al
rey. “Lord Caemaivon consideró oportuno añadir”, escribió a Bruselas el
secretario de la reina,
x
que sugeriría al rey considerar esta cuestión muy cuidadosamente antes
de embarcarse en lo que le parece una empresa muy azarosa [ . .. ] La
experiencia de Labuán no es alentadora, esa colonia ha llevado una exis­
tencia miserable y precaria a pesar de toda la ayuda que le han pro­
porcionado nuestro comercio oriental y nuestro sistema colonial. Un
clima en el que los europeos no pueden trabajar, guerras con tribus sal­
vajes, gastos enormes y complicaciones políticas se oponen al éxito de
una empresa que podría resultar un pozo sin fondo para hombres y di­
nero .®0

Esta advertencia debió enfriar el entusiasmo del rey considerablemente,


puesto que abandonó el proyecto. El área de Borneo que le interesaba pasó
poco después bajo el control de la North Borneo Company. Como ya men­
cionamos, sin embargo, todavía en 1897 Leopoldo tenía la idea de apo­
derarse de esas posesiones de la Compañía.
Esta breve mención de los planes de Leopoldo respecto a sólo una parte
del Extremo Oriente muestra la naturaleza de sus esfuerzos: a menudo eran
tentativos, pero los repetía una y otra vez.
La otra forma que adoptaban las actividades de Leopoldo, el llamado
“modelo egipcio”, era de una especie diferente. Era un tipo de imperia­
lismo aplicado a países donde el poder político existente no podía —al
menos en corto plazo— ser desalojado. En esos casos la idea era obtener
distintos privilegios, garantías y concesiones de ese poder. El primer lugar
donde Leopoldo intentó este sistema fue Egipto, y de ahí el nombre.

278
¡Era en 1855,' cuando Leopoldo aún no cumplía veinte años. Los si­
guientes extractos de sus cartas hablan por sí solos:
. 27 de enero de 1855, desde Trieste [Leopoldo se disponía a partir para
Egipto, donde se entrevistaría con Said Pacha]: Tal vez haya manera de
. arrancarle a este príncipe algunas ventajas comerciales. Está predispues­
to hacia los europeos, acaba de abolir la esclavitud, acordó a una com-
' pañía francesa la concesión del canal de Suez [ . ., ] A fin de aprovechar
estas tendencias es preciso que yo me arme en consecuencia y pueda
conseguir su buena gracia por su lado débil. Yo soy al primer príncipe
que recibe. Creo que se pondrá a cuatro patas para agradarme.

3 de febrero de 1855, desde Alejandría: Aquí hay negocios dorados que


concluir [...] Espero poder arreglar las cosas de manera que mi viaje-
sea benéfico no sólo para mi salud sino también para mi país.

15 de marzo de 1855, desde el Cairo: Hay mucho terreno baldío en Egip~


to. El virrey no está reacio a colonizarlos. Me ocuparé sobre todo de obte­
ner para una sociedad belga el desecamiento de los lagos Mareotis,
Gourlos y Manzaleh. A Said Pacha le ofrecí encargarme de esto [...]
Egipto es una mina de oro, pero para explotarla no hay que privarse de
esfueizos. El negocio de los lagos daría una suma anual de por lo menos
5 millones de francos.

20 de marzo de 1855: Volví a ver al virrey [...] Le hablé de ciertos te­


rrenos baldíos que basta con regar para poder cultivarlos. La hectárea
rendiría de 5 a 6 libras esterlinas. Hay varios centenares de miles. Su
Alteza me prometió que examinaría la cosa [...] Vi al señor de Lesseps.
■ Es un canalla. [Leopoldo se convertiría más adelante en gran admirador
y amigo de Lesseps.] Pienso que una vez se desgaste, lograremos obte­
ner su sucesión. [Y como conclusión a la misma carta:] No perdamos un
instante, ni la menor ocasión de desarrollamos.31

Después de Egipto, muchos otros países dieron a Leopoldo la oportu­


nidad de actuar en forma similar durante los siguientes cincuenta años.
Entre éstos estuvieron Marruecos, Etiopía, China y varios países de Asia
Menor. En tales ocasiones el vocabulario del rey, aunque fue haciéndose
algo menos retumbante a medida que pasaba el tiempo, siguió siendo
notablemente consistente; lo mismo sucedió con sus proyectos. La frase
de 1855, ‘‘Aquí hay negocios dorados que concluir”, encuentra eco, por
ejemplo en 1899, en algunas líneas sobre China: “Es del interés nacional
que los belgas saquen provecho de los mejores negocios de China [...]
La línea Pekín-Hankow, si pudiéramos agregarle Hankow-Cantón, sería la

279
columna vertebral de todo el movimiento interior comercial e industrial de
China, el negocio más importante y productivo del mundo .” 62
Hay que decir dos cosas acerca del ‘‘modelo egipcio’’. Primero, de tener
éxito conduciría necesariamente a una concesión comercial o industrial,
o al menos a una concesión con posibilidades lucrativas. Pero como el rey
por sí mismo no podía participar en el comercio o la industria, sería in­
capaz de aceptar personalmente tal concesión y ésta tendría que ser dada
a una compañía. Las compañías que Leopoldo trataba de establecer no
eran puramente belgas; a este respecto el rey no era estrechamente na-
■cionalista. De hecho, él más bien favorecía la asociación de capital belga
con el capital extranjero porque, a su juicio, tal sistema solía ser garantía
de fortaleza y éxito. La única exigencia era que tales compañías tenían que
ser útiles a Bélgica. Por otra parte el rey no invertía inevitablemente su
propio dinero en sus empresas; cuando lo hacía toda la evidencia parece
probar que su principal interés era ayudar a las compañías que deseaba
promover más que el hacer dinero. “Usted sabe que mi deber y mi oficio
me obligan a buscar activamente servir sin cejar los intereses belgas”, es­
cribió en 1899.“®Le interesaba mucho más ese “oficio” que el dinero. .
Segundo, aunque emplease en ocasiones el “modelo egipcio”, Leopoldo
nunca perdió de vista el “modelo Java”, que consideraba ideal. Mientras
promovía numerosas empresas en China a fines del siglo xix, nunca dejó
de pensar en la posible partición del país. Los ferrocarriles y las minas
eran un medio para conseguir eventualmente las provincias, que eran lo
que verdaderamente le interesaba. Ya en 1860-65 Leopoldo aspiraba a po­
seer una provincia china; ése seguía siendo su objetivo treinticinco años
más tarde.
Queda pendiente una cuestión. Cuando el rey dirigió su atención. al
Áfiica central en 1875-76, mientras que hasta entonces había dedicado la
mayor parte de sus energías el Extremo Oriente, ¿cuál de sus modelos
decidió adoptar? La simple y asombrosa respuesta es: ninguno de ellos.
Porque Leopoldo no tenía un modelo para la explotación de regiones tan
vastas y en su mayor parte inexploradas, regiones que no podía conquistar
por la fuerza porque carecía de fuerzas a su disposición. Pero lo que: le
faltaba en planes le sobraba en resolución, pues estaba decidido a toda
costa a conseguir una porción de lo que fuese, o, como dijo en 1877, a
“procurarnos una parte de ese magnífico pastel africano”. La cuestión
era ¿cómo? Al no contar con una solución precisa piara un problema que
le resultaba totalmente nuevo, se dedicó a cambiar de un plan a otro.
La historia de sus primeros años en África se caracteriza por una constante
evolución.
Su primer intento fue el de establecer un grupo de estaciones comer­
ciales en algún lugar de África, posiblemente en Camerún, para mono­

'280
polizar el comercio de las regiones más prometedoras. Luego, cuando en­
vió a Stanley al Congo, tuvo la visión de una enorme compañía comercial
cuyas actividades se extenderían desde un océano al otro mediante una
cadena ininterrumpida de estaciones que llegarían desde las bocas del Con­
go hasta Zanzíbar. Más tarde, comprendió que tales estaciones comerciales
corrían el peligro de ser capturadas por potencias extranjeras como Fran­
cia y, en consecuencia, abandonó por el momento todos sus esfuerzos co­
merciales y optó en cambio por la fónmila política de las “estaciones li­
bres” : estaciones soberanas esparcidas por toda el África central. Poste­
riormente, con el fin de proporcionarles alguna defensa contra los ataques
extranjeros, trató de extender la soberanía de esas estaciones para incluir
en ellas a los jefes y tribus locales. El fácil éxito de esta política, que con­
sistía simplemente en firmar tratados, no sólo le dio “estaciones libres”,
sino también “territorios libres”. Finalmente, advirtiendo que estos “terri­
torios libres” (a los que, poco después, decidió llamar “Estados libres”)
en ocasiones resultaban incómodamente contiguos a resultas de su creci­
miento, tuvo la idea de que un Estado único sería mucho más fácil de
controlar, y así nació el Estado Libre del Congo.
Fue en gran parte una historia de pruebas y errores. Mientras trató de
establecer compañías comerciales, Leopoldo se concentró en la adquisi­
ción de privilegios y monopolios comerciales. Una vez que optó por la
fórmula política, optó también —r-y éste fue un cambio total de política—
por un régimen de libre comercio que sería de gran popularidad con todos
los países extranjeros. De ser el supuesto fundador de una gran empresa
comercial privilegiada, acabó por convertirse en el de un “Estado sin
aduanas ” .1

7. LOS RESULTADOS DEL IMPERIALISMO DE LEOPOLDO

Habiendo examinado los esfuerzos de Leopoldo, ha llegado el momento


de hacer una especie de balance de lo que consiguió.
Allí donde adoptó la técnica del “modelo Java”, todos los esfuerzos
de Leopoldo fueron inútiles a pesar de ser tantos, tan variados y tan per­
sistentes. No logró inducir a Bélgica a conquistar ningún territorio ultra­
marino, y cuando abandonó sus ideas de conquista y optó por los arrien­
dos o compras nunca encontró un país extranjero dispuesto a arrendarle
o venderle. Aquí el veredicto debe ser de fracaso total.
Por otra parte, el “modelo egipcio” dio algunos resultados, si bien nunca
fueron proporcionales a sus esfuerzos. Los mejores resultados fueron los
que obtuvo en China a fmes de siglo. Sin embargo, en general, podríamos
decir que Leopoldo sólo fue medianamente afortunado en sus empresas.

281
En realidad, el rey sólo fue plenamente recompensado en la única oca­
sión en que improvisó: en el Congo. No es difícil explicar esto. Cuando
trataba de conseguir una colonia o una concesión, Leopoldo participaba
en un juego en el que participaban muchos otros jugadores que conocían
las reglas; ganar era muy difícil con tan dura competencia. En el Congo,
sin embargo, él inventó prácticamente un nuevo juego. En su “Estado sin
aduanas" ofrecía al mundo algo único y desconocido. El Estado que estaba
estableciendo en el centro de África, prometía Leopoldo, no tendría im­
puestos a la importación, estaría abierto al comercio de todo el mundo
como un paraíso del Ubre comercio. Fue esta maravillosa promesa la que
por sí sola le conquistó el reconocimento para su Estado.
N o debe sorprendemos que él fuese la única persona en hacer semejante
promesa; en realidad se trataba de un proyecto extraordinariamente estúpi­
do. En aquella época, todos los economistas consideraban que durante la
primera fase de existencia de un país recién inaugurado, sus recursos más
lucrativos estaban en sus derechos de importación, y los economistas tenían
razón. Privar al Estado del Congo de todos los impuestos sobre la impor­
tación equivalía a privarlo de una fuente de ingresos esencial. La posi­
ción de Leopoldo sólo les pareció menos extraña a sus contemporáneos
porque la atribuyeron sobre todo a filantropía (probando una vez más
cuán importante era su reputación de altruista), estaban convencidos de
que estaba dispuesto a arrostrar enormes pérdidas por el bien de la civili­
zación y el libre comercio en África central. Pero quienes conocían al rey
mejor y estaban al tanto de que no tenía la menor intención de malbara­
tar su fortuna en empresas filantrópicas consideraron pesimistamente que
se estaba encaminando a la ruina. Sin duda, ésta era la opinión de muchos
inteligentes estadistas belgas. El Estado del Congo, afirmaban, había sido
engendrado pero se había privado a sí mismo de sus medios de vida. T e­
mían lo peor para el futuro.
También ellos tenían razón. Desde un punto de vista lógico, una vez que
el rey dejó de derramar su dinero en el Estado del Congo (y su bolsa no
era sin fondo), éste quedó condenado. Al principio pareció como si la
lógica debiera prevalecer, pues las dificultades financieras del Estado pa­
recieron insuperables y su ruina amenazaba ser inminente.
Al borde del colapso, fue salvado por dos cosas: la astucia del rey y
la pura suerte. Mediante lo que sus honrados consejeros consideraron un
rompimiento de palabra, pero que él juzgó una astuta prueba de razona­
miento legal, Leopoldo consiguió al cabo de algunos años evadir casi
completamente las estrictas obligaciones legales que había aceptado al
fundar el Estado. En vez del libre comereio, introdujo lo que equivalía
en realidad a un sistema de monopolios estatales. Por decreto, la mayor
parte del caucho y el marfil del Congo pasaron a ser productos de pro*

282
piedad estatal y sólo el Estado podía negociar con ellos. Puesto que habia
muy pocos productos más con los cuales comerciar, esta medida, según
afirmaban algunos críticos, equivalía a decir que el comercio era absolu­
tamente libre, sólo que no había nada que comprar ni vender.
Aproximadamente por esta época el destino decidió intervenir revelan­
do una fuente de riqueza que nadie hasta entonces había sospechado. Ca­
sualmente fue aquello sobre lo cual el Estado había afirmado sus derechos
casi exclusivos: el caucho virgen. Cuando éste se descubrió, la producción
se elevó en brevísimo tiempo. En 1890 el Congo exportó sólo cien tonela­
das métricas de caucho; en 1901 las exportaciones alcanzaron 6 0 0 0 tone­
ladas métricas. Esto trajo la salvación y luego la prosperidad.
Según toda lógica, Leopoldo debía fracasar en el Congo. T entó su suer­
te y ganó. Fue el triunfo de un jugador.

8 . CONCLUSIÓN

El imperialismo de Leopoldo era imperialismo económico en su forma más


pura: la persecución de la ganancia. Sin embargo, no encaja en ninguna
de las teorías económicas del imperialismo existentes. Todas esas teorías
se basan en las necesidades y tendencias de las sociedades industriales de
cuya situación económica se dice que surgió el mismo imperialismo. El
imperialismo de Leopoldo era un producto exclusivo de sus propias creen­
cias; no reflejaba nada más que su propia mente. Por supuesto, podría
objetarse que el paso del capitalismo industrial al imperialismo, tal como
se describe en las teorías económicas del imperialismo, es un fenómeno
que puede influir en los individuos tanto como las sociedades y que puede
modelar la psicología de un hombre. Pero ciertamente no modeló la de
Leopoldo. Sus ideas e ideales eran los de la ganancia en su forma más
vieja. “El mundo ha sufrido un fuerte pillaje”, escribió en 1865, pero
aún quedaban buenas perspectivas de explotación fructífera .*1 Leopoldo
hubiera afirmado exactamente lo mismo en el momento de su muerte.
Esto no tiene nada que ver con el capitalismo industrial.
Si el imperialismo personal de Leopoldo ha de ser considerado como
una excepción a la regla, entonces, considerando el lugar que ocupa el
Congo en la historia del imperialismo, no se trata de una excepción in­
significante.

• DISCUSIÓN
El imperialismo de Leopoldo y las teorías económicas del imperialismo.
Hubo numerosas preguntas acerca de (a afirmación de Stengers de que

283
el imperialismo del rey Leopoldo no encaja en “ninguna de las teorías
económicas del imperialismo e x i s t e n t e s S e dijo que Bélgica misma no
podía ser considerada como una excepción a la teoría marxista que subraya
la importancia de la expansión comercial y la exportación de capital por pai­
res capitalistas maduros; así como tampoco el papel representado por el
Congo era diferente al de cualquier otra colonia africana en sus relacio­
nes con el capitalismo europeo a fines del siglo xix. Otros pusieron en
duda que sea correcto separar las políticas del rey de un país capitalista
de las políticas de ese mismo país. Otros más expresaron la opinión de
que la afirmación de Stengers acerca de que el imperialismo de Leopoldo
no encaja con las teorías existentes se basaba en el falso supuesto de que
el rey mismo podía ser equiparado con una parte del sistema capitalista.
No hay hombre que pueda actuar “como un modelo del capitalismo mun­
dial”. Finalmente, se alegó que no puede existir una teoría que explique
las acciones de cada imperialista individualmente.
En su réplica Stengers puso empeño en señalar el hecho de que Leo­
poldo se rio siempre forzado a actuar por sí mismo y que los capitalistas
belgas se mostraron notablemente indiferentes a sus diversos proyectos. Co­
mo ejemplo citó el caso de la principal institución financiera belga, la
Soaété Genérale, a la que no pudo persuadir de que respaldara sus acti­
vidades en ninguna fiarte del mundo. “Leopoldo era rey de un país ca­
pitalista, sí. Pero la principal empresa capitalista permaneció indiferente a
sus e s f u e r z o s E n cuanto a la teoría, en su opinión, debe ofrecer una ex­
plicación general de todos los fenómenos vinculados con el imperialismo.

La importancia del contexto. Fueron muy similares las preguntas que se


plantearon a propósito del contexto mundial en el que Leopoldo tuvo que
operar. ¿Acaso no era cierto que todos sus esfuerzos por obtener posesio­
nes ultramarinas sólo tenían sentido en términos de «ti contexto general de
expansión capitalista mundial? ¿Hubiera sido capaz de actuar a no ser
por una situación en la que al menos algunas de sus fantásticas ideas eran
tomadas seiiamente? Stengers aceptó que el rey sólo pudo penetrar en el
Congo porque fue ensalzado por todos los capitalistas europeos como cam­
peón del libre comercio. Pero esto no equivalía a decir que Leopoldo fue
a África específicamente con el fin de beneficiarse de tal política. Lo que
él (Stengers) trataba de hacer era llamar la atención sobre el hecho de
que la “inspiración” de Leopoldo no provenía de las razones económicas
sugeridas por las teorías económicas del imperialismo.
La cuestión del contexto provocó también varias intervenciones acerca
del supuesto internacionalismo y humanitarismo de Leopoldo. Por ejem­
plo, ¿no dependió su éxito en el Congo principalmente de que fue capaz de
hacer buen uso del hecho de que muchos europeos estaban empezando a pen-

284
sor en términos de cooperación internacional en vez de rivalidad nacional?
Stengers opinó que esto era cierto en parte. Pero también había que re­
cordar que Leopoldo a menudo tuvo problemas debido a que su tendencia
era más intemacionalista que la de muchos de los que trabajaban para él.
Por lo que respecta a su humanitarismo está claro que pudo utilizar su
reputación como hombre “humano” para conseguir apoyo para su plan
de establecer una cadena de estaciones en el Congo.

Los motivos de Leopoldo para la expansión. El problema de averiguar los


motivos reales de Leopoldo fue mencionado repetidamente. ¿Sabía algo
de la riqueza económica del Congo antes de decidir establecer allí un Es­
tado? ¿No estaba interesado, al menos en parte, en promover una forma
de "imperialismo social” destinado a compensar las grietas producidas en
la sociedad belga por la industrialización? ¿No había una contradicción
entre la afirmación de Stengers de que Leopoldo buscaba la grandeza para
Bélgica y el hecho de que se dijera que a él no le importaba quién poseía
un territorio particular siempre que le fuese permitido operar en él? En
respuesta Stengers dijo que la única fuente de información de Leopoldo
acerca del Congo fue el explorador Stanley, quien había observado la
exuberante vegetación a cada lado del río Congo, que él sólo había argu­
mentado a favor del "imperialismo social“ en su juventud en una época
en que aún creía ( erróneamente) que el Estado belga podía ser persua­
dido de tomar para sí algunas colonias y que su principal propósito, en
todo momento, fue el de obtener dinero para el pueblo belga independien­
temente de si era o no capaz de impulsarlos a obtener posesiones ultra­
marinas por sí mismos. Era la ganancia lo que perseguía, pura y simple­
mente. Y estaba dispuesto a obtenerla donde fuese.

Leopoldo ¿rey o capitalista? En respuesta a una pregunta acerca de la


concepción de Leopoldo sobre su papel como rey, Stengers afirmó que
estaba completamente satisfecho con actuar como monarca constitucional
en la misma Bélgica Además, no era cierto, como algunos habían afirma­
do, que Leopoldo utilizase el Congo corno una especie de "válvula de se­
guridad", un lugar donde poder ejercer su autoridad fuera del control del
parlamento. En Africa y en los demás lugares se consideraba a sí mismo
menos como un rey que como una especie de capitalista!promotor, aun
cuando no estaba particularmente interesado en su ganancia personal. Pa­
ra él, Bélgica ocupaba siempre el primer lugar.

285
N O TA S
1 Stanley a Sanford, 4 de marzo de 1885, en Frangois Bontinck, Aux origines de
l’État Indípendant du Congo, Louvain-Paris, 1966, p. 300.
* Bruselas, Archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores, Documentos Strauch.
3 Rey Leopoldo a Liebrechts, 2 de septiembre de 1897. Brusetas, Archives Gé-
nérales du Royaume, Documentos Van Eetvelde, 106.
4 Documentos Van Eetvelde, 122.
** F. O. (Foreign Office), 10/710-
4 Documentos Van Eetvelde, 122,
I Sir Clare Ford a Salisbury, 22 de noviembre de 1897. F. O. 45/768.
R Conde de Borchgrave a Van Loo, 9 de enero de 1898. Bruselas, Archivos Rea­
les, Documentos Van Loo.
B Van Loo a Borchgrave, 21 de julio de 1898. Documentos Van Loo.
10 Rey Leopoldo a Van Eetvelde, diciembre de 1897. Documentos Van Eetcel-
de, 33-
II Bruselas, Archivos Africanos del Ministerio de Asuntos Exteriores, series "Ar­
chives de l'Institut Royal Colonial Belge”.
12 Rey Leopoldo a Verhaeghe de Naeyer, 16 de julio de 1898. Bruselas, Ar­
chivos Reales, Congo, 365.
13 Memorándum de Sam Wiener, 2 de agosto de 1898. Bruselas, Archivos Rea­
les, series “Cabinet Léopold II”.
14 Rey Leopoldo a Borchgrave, 28 de noviembre de 1898. Bruselas, Archivos
Reales, Congo 365.
16 Rey Leopoldo al Barón de Vinck, 9 de diciembre de 1898. Bruselas, Archi­
vos Reales, senes "Cabinet Léopold II”.
14 Memorándum de Jean Jadot sobre una entrevista con Emile Francqui, 4 de
enero de 1899. Bruselas, Documentos Jadot.
17 Plunkett a Salisbury, lo. de agosto de 1897. F. O. 10/687.
18 Montholon a Hanotaux, 25 de octubre de 1897. París, Quai d’Orsay, Co-
rrcspondance politique Afrique, Éthiopie, 7.
18 En Jean Stengers, “Rapport sur les dossiers ‘Reprise du Congo par la Bcl-
giciue’ et ‘Dossier économique’ ” . Instituí Royal Cotomal Belge. Bulletin des S¿an­
ees, 24, 1953, p. 1225.
20 Barón van der Elst, “Souvenirs sur Léopold II". Refue Gfnfralt, 15 de mar­
zo de 1923, p. 268.
21 Bruselas, Musée de la Dynastie, Documentos Strauch.
22 Museo Británico, Add. MSS 44.516, Documentos Gladstone.
22 Conde van den Steen de Jethay al Rey Leopoldo. 24 de septiembre de 1894.
Bruselas, Documentos van den Steen de Jenay.
24 Verhaeghe de Naeyer al Rey Leopoldo. 28 de noviembre de 1894. Bruselas,
Archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores, Documentos Lambermont.
26 Rey Leopoldo a Van Eetvelde, 9 de agosto de 1897. Documentos van Eetvel­
de, 106.
2® Rey Leopoldo a Sam Wiener, 18 de enero de 1900. Bruselas, Documentos
Sam Wiener.
27 Liebrechts a Van Eetvelde, 4 de septiembre de 1897. Documentos Van Eet-
vclde, 45.
25 Rey Leopoldo a Van Eetvelde, 31 de agosto de 1897. Documentos Van Eet-
velde, 33.
T h e T im e s , 28 de marzo de 1883, artículo de “un corresponsal belga”. El ar­
tículo era de pluma del rey.
50 Jacob Bríght a Emile de Laveleye, 15 de marzo de 1883, Bruselas, Archivos
Reales, Congo 1.

286
11 Bruselas, Archivos Reales, Congo 98.
32 Bontinck, A u x o r ig in e s d e l ’É ta t I n d é p e n d a n t d u C o n g o , p. 276,
15 William T. Hornaday, F r e e R u m o n th'.e C o n g o . Chicago, 1887, pp. 44-45.
94 G. M. Trevelyan, G r e y o f F a llo d o n . Ed. Longmans, Londres, Í937, p. 200.
31 Entrevista al Rey Leopoldo, publicada en el New York American del 10 de
diciembre de 1906.
38 Léopold Greindl, A l a re c h e rc h e d ’ u n É ta t i n d é p e n d a n t: L é o p o ld 11 e t Íes P h i-
U p p in es, 1 8 6 9 -1 8 7 5 . Bruselas, 1962, p. 266,
37 A. Roeykens, L e d e sse in a fr ic a in d e L é o p o ld I I . Bruselas, 1956, p. 24.
35 León Le Febve de Vivy, D o c u m e n ts d ’h isto ir e p r é c o lo n ia le b e l g e , 1867-186.5.
L e s id é e s co lo n ia le s d e L é o p o ld , d u c d e B r a b a n t. Bruselas, 1955, pp. 18-24.
39 Ibid., pp. 30-116.
44 Bruselas, Musée Royal de l’Armée, Documentos Chacal.
A. Roeykens, L e Barón L é o n d e B é th u n e a u Service d e L é o p o ld I I . Bruselas,
1964, p. 56.
•*2 T h e L e tte r s o f Q u e e n V ic to r ia , 3a. serie, vol. ni, ed. por G. E. Buckle. Mu-
rray, Londres, 1932, pp. 24-25.
43 Oxford, Documentos Salisbury.
44 Tervuren, Musée de l’Afrique Céntrale, Documentos Thys.
49 Greindl, A la r e c h e rc h e d ’u n E ta t in d é p e n d a n t, cit., p. 330.
45 Oxford, Bodleian Library, Documentos Clarendon.
47 I b !d
4S Windsor, Archivos Reales. Por cortesía de Su Majestad la Reina.
49 Ibid.
90 Ibid,
61 E, Vandewoude, “Biieven van de Hertog van Brabant aan Conway in verband
met Egj'pte, 1855”, A c a d é m ie R o y a le d e s S c ie n c e s d ’O u tr e -M e r . B u ll e t i n , 1964,
pp. 872-76.
82 Rey Leopoldo a Borchgrave, 14 de febrero de 1899. Bruselas, Archivos Rea­
les, Congo 340.
53 Rey Leopoldo a Thys, 28 de mayo de 1899. Documentos Thys.
94 De Vivy, D o c u m e n ts d ’h is to ir e p r é c o lo n ia le , pp. 33-84.

287
X II. LA EXPANSIÓN FRANCESA EN AFRICA:
LA TEO R ÍA M ÍTICA

A. S . KANYA-FORSTNER

Los historiadores del imperialismo suelen declararse intrigados por el he­


cho de que las potencias europeas persiguieran políticas expansionistas en
Africa y otros lugares donde parecía haber pocas esperanzas de cualquier
ganancia económica o estratégica real. Kanya-Forstner presenta dos ejem­
plos de tales políticas: la creación de un imperio francés en el Sudán oc­
cidental y los intentos de impulsar este imperio al oriente, en dirección al
Nilo. En ambos casos, según sus propias palabras, la urgencia de nuevos
territorios se basaba en una "ilusión”, o en la persecución de "objetivos
irremediablemente irreales”.
La cuestión entonces pasa a ser la de cómo fue posible que en la políti­
ca africana de Francia influyeran tan decisivamente los mitos e ilusiones.
Aquí la respuesta se encuentra principalmente en la forma como se toma­
ban las decisiones jtor parte de las autoridades de París; en los supuestos
compartidos por los autores de las políticas, en las actividades de los gru­
pos de presión y en la general falta de coordinación y control del lado de
ios políticos. Además, se concede cierta importancia al papel de los hom­
bres utilizados para ejecutar aquellas políticas, especialmente los miem­
bros del ejército colonial francés, que tenia sus propios intereses a menu­
do muy diferentes a los de sus amos políticos.

Las teorías generales del imperialismo se ocupan de los procesos de


expansión europea en sentido amplio; pueden iluminar las tendencias pro­
fundas, pero no pueden explicar plenamente las actividades expansionis­
tas de una potencia europea particular en un periodo de tiempo limitado.
El caso de la expansión francesa en África durante las dos últimas décadas
del siglo xix resalta este hecho obvio. Los desarrollos industriales y tec­
nológicos determinaron sin duda la escala en que se edificaría el imperio,
y los cambios en la balanza de poder europea proporcionaron indudable­
mente un incentivo a los franceses para reconquistar en ultramar el status
y prestigio que habían perdido en el continente. Pero estos factores eran
más bien las condiciones y no las causas positivas del imperialismo. Los
comerciantes e inversionistas franceses, por ejemplo, mostraban poco inte­
rés en el imperio africano; la mayor parte de sus necesidades podían sa­
tisfacerse en la misma Europa .1 Y si los desastres de la guerra franco-pru­
siana contribuyeron al resurgimiento colonialista posterior a 1870, también

288
reforzaron las preocupaciones referentes a la seguridad continental que se
oponían a la distracción de recursos en la expansión africana. Asimismo,
ninguna teoría general toma en cuenta el rasgo más notable de la expe-
rencia francesa en África: la enorme disparidad entre los objetivos defini­
tivamente irreales de los dirigentes políticos franceses y los resultados
concretos de sus políticas.

1. EL MITO DEL SUDÁN OCCIDENTAL

Los aparentes absurdos de la política francesa en África son relativamente


fáciles de demostrar. Según cualquier cálculo racional de poder, ganancia
o incluso prestigio, la energía francesa debiera haberse concentrado al norte
del Sahara. La seguridad de Argelia y el Mediterráneo occidental necesi­
taba el establecimiento y conservación de la influencia francesa en todo
el Maghreb. El equilibrio de poder en el Mediterráneo oriental y la segu­
ridad de las comunicaciones con un imperio creciente al este de Suez hacían
igualmente importante mantener la influencia en Egipto. África del Norte
y el Levante eran también áreas tradicionales de penetración económica,
cultural y tecnológica. Francia protegía los Santos Lugares en Palestina;
los sabios franceses dieron principio al resurgimiento intelectual del siglo
xrx en Egipto; los ingenieros franceses construyeron el Canal de Suez; y los
inversionistas franceses ayudaron a satisfacer los voraces apetitos de los mo-
dem'izadores khedives egipcios y los corrompidos beys tunecinos. Los inte­
reses en juego en África occidental eran desdeñables en comparación, y no
parecía haber razón para justificar que las dispersas posesiones francesas
en esa zona debieran expandirse para formar un vasto imperio territorial.
Sin embargo, durante la mayor parte de ese periodo las políticas fran­
cesas no reflejaron estas prioridades. La ocupación de Túnez no fue segui'da
por un intento de establecer un predominio sobre Marruecos, que era la
siguiente área lógica de expansión francesa. Los esfuerzos semioficiales para
remplazar al sultán por un rival- francófilo se interrumpieron bruscamen­
te en 1884, y durante los siguientes quince años los sucesivos gobiernos
franceses se consagraron a mantener la independencia e integridad territo­
rial de Marruecos. Por supuesto, había buenas razones para tal prudencia.
Para 1881 Túnez, como ya había señalado Bismarck, era una pera madura
para cosechar. Su corrompida oligarquía mamluk había agotado sus recur­
sos y acumulado una deuda inmensa. La autoridad beylikal estaba minada,
la administración estaba derrumbándose y la intervención europea era
reconocida por todos como inevitable. Francia, la más influyente potencia
europea en la Regencia desde 1850, era la candidata más obvia. Podía
contar con el apoyo incondicional de Alemania y la aprobación, aunque

289
renuente, de Gran Bretaña. Solamente debía enfrentarse a la oposición de
Italia y Turquía, y estos países eran actores menores en la escena diplomá­
tica. Marruecos era otra cuestión. Su enérgico sultán, Muley Hassán, re­
sistió las tentaciones del desarrollo económico rápido y se concentró en la
tarea más modesta de fortalecer el gobierno central. Sus cautelosas refor­
mas contaban con el pleno apoyo de Gran Bretaña, el principal consejero
y socio comercial del sultanato y primer defensor contra las ambiciones de
otras potencias europeas. Dada la atmósfera de tensión creada por la ocu­
pación británica de Egipto, Francia no podía arriesgarse imprudentemente
a otra confrontación seria en el norte de África. Pero la declinación de
los intereses franceses en el Maghreb reflejaba también un cambio más
fundamental en sus prioridades africanas. P ara 1880 su atención había
comenzado ya a desplazarse al África occidental, a medida que se embar­
caba en la creación de un imperio en el interior sudanés.1 El potencial
económicamente ilimitado de tal imperio fue el primero de los mitos en
que se basó la política francesa en África a fines del siglo xoc.
En sí mismo el mito no era nuevo. Las leyendas de la riqueza sudanesa
habían influido en Francia ya desde la ocupación de Saint-Louis en el
siglo xvii. Para la década de 1850, la creación de un imperio comercial,
con base en Timbuctú y abarcando tanto a Argelia como a Senegal, era
un objetivo político reconocido, aunquz algo vago. Para la década de
1870, principalmente a través de la iniciativa de las autoridades locales,
se preparó una base senegalesa para el avance hacia el Níger. Pero los
dirigentes políticos de mediados del siglo pensaban solamente en extender
el comercio y la influencia. En 1879-80 esas viejas nociones de imperio in­
formal fueron descartadas a favor de un imperialismo más positivo. El
gobierno aceptó entonces la carga financiera de la expansión y el estableci­
miento del control político como condiciones previas al desarrollo económi­
co. Y lo más significativo de todo fue la decisión de crear un nuevo imperio
por medios mi litares. En 1879 se enviaron partidas de reconocimiento para
trazar las rutas posibles para un ferrocarril trans-sahariano que comunicase
a Argelia con el Sudán occidental. En febrero de 1880 se presentaron al
parlamento los planes de un sistema ferroviario Senegal-Níger, que sena
financiado parcialmente con fondos públicos. En septiembre, fueizas mili­
tares avanzaron hacia el Níger, y así comenzó la era del imperialismo fran­
cés en África occidental.*
Este impulso imperialista seguiría siendo el rasgo característico de la
política en África occidental durante los veinte años siguientes. El ambi­
cioso programa de construcción de vías férreas fue abandonado muy pron­
to, mientras que los costos siempre crecientes acabaron también con el
entusiasmo gubernamental por la expansión militar. Los comandantes mi­
litares locales, por su parte, seguían sus propios impulsos, que a menudo

290
los conducían mucho más lejos de los límites impuestos por Par'is. Pero el
interior conservaba su poder de atracción. El Parlamento ratificó el trata­
do de Brazza con los batéké en 1882, en parte porque el Congo era con­
siderado como la puerta de África central. Los intereses franceses en el
complejo Bajo Níger-Benue se basaban en la misma consideración. Durante
toda Ja década de 1880, la importancia concedida a Guinea y la Costa de
Marfil era directamente proporcional a las oportunidades que ofrecían para
la expansión hacia el interior. Para la década de 1890, el lago Chad había
sustituido a Timbuctú como punto focal del proyectado imperio de Africa
noroccidental, y en 1900 tres expediciones, desde Sudán, el Congo y Ar­
gelia* convergieron en ^el lago para señalar la simbólica creación del
imperio.
La esperanza de ganancias futuras servía de justificación para la cons­
trucción de un imperio en tan gran escala. Los gobernadores senegaleses
en los cincuentas habían soñado con un imperio que llegaría un día a riva­
lizar con la India en riqueza y magnificencia. Todavía en 1904, unos cuan­
tos colonialistas entusiastas seguían proclamando que la cuenca del Chad
era “un nuevo Egipto, si no es que un Egipto mayor” .5 Los dirigentes po­
líticos hablaban también de mercados potenciales de 2 0 0 millones de per­
sonas, y basaban sus políticas en tan optimistas predicciones: el costo
proyectado para el Estado del ferrocarril Senegal-Níger era de 54 millones
de francos. Pero la primera investigación seria, realizada en 1890, descartó
a Sudán como “país inculto, habitado por una población dispersa, sin
necesidades actuales, sin iniciativa, sin actividad”. Económicamente, el im­
perio nunca había valido el precio de su adquisición. Su adquisición me­
diante la conquista militar lo convirtió en un riesgo aún mayor. Para 1898,
después de dos décadas de régimen militar, el comercio exportador de
Sudán ascendía a unos 3 millones de francos anuales.® l-'ascinados por
el atractivo del interior sudanés, los franceses edificaron un imperio que
no tenía sus bases en sólidos cimientos económicos, sino en una gran ilusión.

2. EL MITO DEL ALTO NILO

En contraste, la política francesa en Egipto durante la década de 1880


y principios de los noventas fue un modelo de cautela y moderación. No se
discutía la importancia de Egipto. Las humillantes circunstancias de la ocu­
pación británica y la consiguiente pérdida de influencia francesa eran
amargamente resentidas. Sus implicaciones estratégicas para el equilibrio
mediterráneo y la seguridad de las rutas francesas hacia el Este se apre­
ciaban plenamente. Destruir los efectos de 1882 siguió siendo durante todo
el periodo “la consideración que domina a todas las demás” .7 Pero Francia
no tenía ningún deseo de remplazar a sus rivales como amos de Egipto. Sus

291
objetivos eran negociar una evacuación británica, neutralizar el país, garan­
tizar libertad de paso por el Canal de Suez —en tiempos de guerra, tanto
como de paz— y, sobre todo, impedir que el problema egipcio provocara
una ruptura irreparable en las relaciones franco-británicas. La persecución
de estos objetivos fue igualmente circunspecta. Los franceses estaban deci­
didos a conseguir la evacuación mediante un acuerdo con Gran Bretaña
y limitaron su actividad a la esfera diplomática. En Egipto, se abstuvieron
de alentar a la oposición nacionalista, e incluso su apoyo al khedive Abbas
no fue nunca más que a medias.* Afirmaron repetidamente el carácter
internacional de la cuestión egipcia y se mantuvieron apartados de inicia­
tivas particulares. Ferry rehusó encabezar una campaña contra la ocupa­
ción en 1884, a pesar de las seguridades de apoyo brindadas por Alemania.
El ministro del exterior Spuller y su sucesor, Ribot, se mostraron igualmente
indecisos en 1890.* L a presión diplomática estaba igualmente limitada
a periodos en que los británicos parecían mostrarse abiertos a la persua­
sión. Cuando el clima era considerado inadecuado para las negociaciones,
como ocurrió después del fiasco Drummond-Wolfí en 1887, los franceses
generalmente no hacían nada.
El curso de la política egipcia no era absolutamente consistente, y perio­
dos de firmeza se alternaban con otros de conciliación. En 1884 Ferry
rechazó el acuerdo financiero del que dependía el arreglo político. En
1887 Flourens recusó los términos de la Convención Drummond-VVolff
y organizó la campaña que condujo a su destrucción. Pero la tendencia
general era h ad a una mayor moderación. Para 1889, Spuller daba señales
de su disposición a aceptar el indefinido derecho británico a volver a tomar
posesión que Flourens había rechazado dos años antes. Se negó a aprobar
propuestas para la conversión del Departamento Egipcio, a menos que los
británicos reafirmasen el carácter temporal de su ocupación, pero en 1890
Ribot concedió también este punto.1®El ministro del exterior y su embajador
en Londres, W. H. Waddington, siguieron buscando un acuerdo negociado
a pesar de su gradual pérdida de fe en las promesas británicas de evacuar.
Solamente en noviembre de 1892, "Waddington admitió finalmente la derro­
ta y anunció su intención de retirarse.11
Los principios básicos de la política egipcia se transformaron entonces
completamente. Las esperanzas de una solución amistosa a la cuestión egip­
cia fueron abandonadas a favor de ejercer presión directa mediante el
establecimiento de la presencia francesa en el Alto Nilo. Al mismo tiempo,
la acción se desplanó de la esfera diplomática a la colonial y del delta del
Nilo a la línea Congo-Nilo. En la primavera de 1893 el nuevo subsecreta­
rio de colonias, Théphile Delcassé, y el presidente de la república, Sadi
Carnot, enviaron al comandante Monteil a ocupar Fashoda y “reabrir’* a s
la cuestión egipcia En noviembre de 1894, después de que complicaciones

292
diplomáticas con Gran Eretaña y el Estado del Congo impidieran la marcha
de Monteil, el gobierno ordenó al comisionado Liotard del Alto Ubangi
marchar sobre el Nilo. Liotard fracasó igualmente en este objetivo, pero
en el verano de 1895 el capitán Marchand presentó nuevos planes para la
ocupación de Fashoda. El ministro del exterior Hanotaux, previamente el
más encarnizado opositor de cualquier acción provocadora en la cuenca
del Nilo, puso entonces toda su iniluencia en apoyo del plan y ayudó
a asegurar la aprobación del gabinete. En junio de 1896 Marchand partió
para el Congo, y con su marcha la política francesa entró en un nuevo
curso.18
Durante los dos años siguientes la “estrategia Fashoda” dominaría toda
la política francesa en África. Para salvaguardar la posición de Marchand
en el Alto Nilo se hicieron intentos para conseguir el apoyo activo de Etio­
pía, y en 1897 ambas partes firmaron un acuerdo repartiéndose entré ellas
todo el Sudán meridional.38 Incluso los acérrimos partidarios del “Plan
Chad’’ habían aceptado ya, para entonces, la primacía del Alto Nilo. La
expansión en África occidental no perdió su ímpetu, y ahí también los
conflictos anglo-franceses se intensificaron. Pero hacia 1898, cuando la situa­
ción en el Níger alcanzó su punto crítico, la mayor parte de los dirigentes
políticos tuvieron que reconocer la relativa poca importancia de las dispu­
tas de África occidental comparadas con la inminente confrontación en
Fashoda.34 Cuando Marchand y Kitchener entraron en contacto, Inglaterra
y Francia estaban más cerca de la guerra que en ningún momento des­
de 1815.
En términos de prioridades francoafricanas, los objetivos últimos de la es­
trategia de Fashoda —la evacuación y neutralización de Egipto— no eran
irracionales. Pero los supuestos que estaban tras ella eran aún más terrible­
mente erróneos que aquellos en los que descansaba el plan Chad. La presen­
cia de Marchand en Fashoda tenía como finalidad asustar a los británicos
y obligarlos a negociar resucitando el espectro de una interferencia extran­
jera en el curso del Nilo. En 1893 un ingeniero hidráulico francés, Víctor
Prompt, había indicado la confluencia del Nilo-Sobat como el punto donde
una presa podría perjudicar más al abastecimiento de agua de Egipto, y el
presidente Camot tenía en su poder una copia de este informe cuando
habló con Monteil. Pero Prompt nunca había pretendido que sus observa­
ciones fuesen tomadas en serio; él solamente mencionó la posibilidad de
“operaciones debidas a la mala fe’’, con el fin de reforzar su argumento
a favor de la construcción de diques de irrigación río abajo.1* Una presa
en Fashoda era completamente impracticable en todo caso, porque los equi­
pos y materiales necesarios no podían ser transportados desde el Congo;
Marchand necesitó dos años de esfuerzos sobrehumanos para lograr su
objetivo con un vapor fluvial y 160 hombres.

293
Éste fue el error de cálculo menos grave, porque los dirigentes políticos
tampoco estaban planeando represar el Nilo; se suponía que la simple ame­
naza de tal posibilidad bastaría para atraer a Inglaterra a la mesa de con­
ferencias. El optimismo de los franceses se basaba en un planteamiento
totalmente incorrecto de la situación diplomática. Se suponía que la llegada
de Marchand a Fashoda tendría como consecuencia inevitable una confe­
rencia internacional en la que una Europa unida, encabezada por Francia,
Rusia y Alemania, obligaría a Inglaterra a respetar sus promesas y evacuar
Egipto. Esta suposición se apoyaba en la evidencia más endeble imagina­
ble: la acción solidaría en China después de la guerra sino-japonesa, el
débil apoyo ruso en 1896 y una tentativa propuesta alemana para un frente
común en la cuestión de Mozambique en junio de 1898. Pero los franceses
tenían tanta confianza en el éxito que no hicieron ningún preparativo di­
plomático para la confrontación con Inglaterra. Todavía en julio de 1898
el ministerio de asuntos exteriores seguía convencido de que todo tendría
que acabar resolviéndose favorablemente.1*
Lo más grave de todo fue el no haber considerado toda la gama de posi­
bles reacciones británicas. Los franceses subestimaron por completo la im­
portancia que los gobiernos británicos de los noventas concedían al Alto
Nilo. No podían creer que Inglaterra estuviese dispuesta a arriesgar sus
intereses comerciales mundiales a causa de una guerra por Fashoda.17 Como
resultado, los franceses llegaron a la confrontación muy mal preparados
diplomática y militarmente. En la humillante retirada de Marchand al
perder Fashoda y en la consiguiente pérdida de Iíahr al-Ghazal, pagaron
el precio de su falta de juicio.

3. LA ELABORACIÓN DE LA MITOLOGÍA AFRICANA DE FRANCIA

¿Cómo fue posible que los mitos influyeran en la política francesa en África
tan decisivamente? La respuesta a este problema debe buscarse en la na­
turaleza de la elaboración de políticas en Francia, y particularmente en sus
deficiencias. La más obvia de éstas era la escasa informaci on en que se
basaban esas políticas. Cuando en la década de 1850 se bosquejaron los
primeros planes del imperio africano, el interior era en su mayor parte térra
incógnita,- y en consecuencia las leyendas medievales acerca de su riqueza
eran igualmente fáciles de creer. Cuando los planes volvieron a salir a la luz
en los setentas, los mismos cálculos exagerados sobre el potencial económico
del Sudán fueron aún ampliamente aceptados. Por lo tanto, los dirigentes
políticos recibían frecuentemente información distorsionada por parte de los
jefes militares ansiosos de lograr aprobación oficial para sus propios planes
expansionistas.18 De igual manera, los supuestos que respaldaban la estrategia
de Fashoda fueron reforzados por las tranquilizadoras afirmaciones del em­

294
bajador francés en el Cairo, de que Inglaterra podía ser forzada a negociar.
Pero la información inadecuada no fue más que un factor secundario. Ya
para los noventas existía amplia evidencia, incluso en los informes militares,
de que el Sudán no era un Eldorado y que nunca llegaría a serlo. El opti­
mismo del Cairo debía también ser contrapesado con los informes mucho
más sombríos de la embajada en Londres y de las repetidas advertencias del
gobierno británico acerca de las consecuencias que tendría una acción fran­
cesa en el Alto Nilo.1* A menudo la falla no estaba en la información obte­
nida, sino en su interpretación.
Al evaluar la información de que disponían, los que decidían la política
a seguir tendían a dejarse influir por sus propias actitudes y ambiciones.
Charles de Freycinet (ministro de obras públicas: 1876-79; primer minis­
tro: 1880, 1882) y el almirante Jean Jauréguiberry (ministro de marina
y de colonias: 1879-80, 1882-83), arquitectos del imperio africano a prin­
cipios de los ochentas, tenían ambos intereses personales en el Sudán occi­
dental. Freycinet era un tecnócrata, decidido a hacerse una reputación
como fundador del moderno sistema ferroviario francés. Para él, el Trans-
sahara era simplemente parte de un programa aún más amplio de construc­
ción de ferrocarriles en Argelia. Jauréguiberry, oficial de carrera y antiguo
gobernador de Senegal, se inclinaba tanto por temperamento como por
profesión a preferir soluciones militares para los problemas de la expan­
sión. Eugcne Etienne, subsecretario de colonias responsable de la realización
y ejecución del plan Chad después de 1889, era el más poderoso de los
diputados argelinos y futuro líder de todo el movimiento colonialista fran­
cés. Todos estos hombres eran imperialistas genuinos, preocupados por las
perspectivas a largo plazo del imperio y el papel del gobierno en la expan­
sión imperial. El valor inmediato del territorio africano era para ellos
menos importante que su potencial de desarrollo una vez que el Estado
proporcionase los fondos necesarios y estableciese el control político ne­
cesario.80
Las debilidades de cada político en particular también representaron su
papel, especialmente en la formulación de la estrategia de Fashoda. La
preocupación de Delcassé por la cuestión egipcia equivalía a una obsesión,
y su excesivo optimismo era característico de su enfoque general de la
política exterior.11 Marcellin Berthelot, el ministro que aprobó formalmente
la expedición Marchand en noviembre de 1895, era totalmente inexperto
en asuntos extranjeros y se hallaba gravemente perturbado por el dolor
que le causó la muerte de su hija.22 El supuestamente astuto Hanotaux
era, en realidad, igual de inestable. Su apoyo a M archand en 1895 repre­
sentó un cambio repentino y completo respecto a su política anterior. Para
1897 su errática conducta se hacia cada vez más positivamente alarmante.
“Estoy verdaderamente aterrado desde que los asuntos extranjeros están

295
en sus manos”, escribió el presidente Félix Faure en enero: “está tan fuera
de sí que a veces es inconsciente y habla sin reparar en absoluto en lo que dijo
la víspera y sin pensar en el sentido y las consecuencias de sus palabras”.21
Pero las idiosincrasias personales eran menos importantes que las actitu­
des colectivas creadas, principalmente con base en precedentes, en el sistema
político mismo. Los responsables de las decisiones políticas llegaron a com­
partir un conjunto de supuestos comunes acerca del valor del imperio afri­
cano, aun cuando difiriesen sobre su naturaleza y sobre los métodos a usar
en su adquisición. Consideraban también la expansión africana como un
aspecto de la rivalidad anglo-francesa; una de sus principales justificacio­
nes para la construcción del imperio después de 1880 fue el peligro de que
la inacción trajese como consecuencia la pérdida del inteiior afiicano en
beneficio de los británicos. El carácter antibritánico de la estrategia de
Fashoda era aún mucho más obvio. Virtualmente todos los responsables
políticos compartían estos puntos de vísta. Incluso los ministros más anglo­
filos, como Ribot, aceptaban la inevitabilidad de la rivalidad anglo-francesa
en ultram ar y trataban simplemente de mantener esa rivalidad dentro de
límites amistosos.
L a estructura del sistema de gobierno francés hacía que estas actitudes
fueran aún más peligrosas potencialmente. Los gobiernos de la Tercera
República, a menudo precarios, siempre preocupados con los asuntos inter­
nos, rara vez intentaban imponer el control del gabinete sobre las políticas
exteriores y coloniales. Por tradición, el Quai d’Orsay actuaba como un
ministerio virtualmente independiente; por inadvertencia, el Departamento
Colonia] consiguió el mismo status. El subsecretario colonial no informaba
al gabinete hasta 1889, e incluso después de esa fecha las cuestiones co­
loniales se consideraban generalmente demasiado triviales para merecer
atención.514 La expansión en África occidental apenas si se discutió. Mucho
más inexcusable es que la estrategia de Fashoda, con todas sus implicacio­
nes para el curso de las relaciones franco-británicas, fue igualmente descui­
dada. La expedición Marchand fue aprobada por los gobiernos Bourgeois
y Méline en la primavera de 1896; no fue discutida nuevamente sino hasta
el verano de 1898.®’
La ausencia de control central hizo que la coordinación efectiva entre
las esferas exterior y colonial de la política fuese imposible. Las repercu­
siones diplomáticas de la expansión tenían que ser manejadas por el minis­
tro del exterior, pero las decisiones que precipitaban crisis internacionales
solían ser tomadas por el Departamento de Colonias sin consultar al Quai
d’Orsay. El desordenado poder de este departamento gubernamental rela­
tivamente menor explica gran parte de la confusión que se observa en la
política africana. La expansión sudanesa estuvo bajo su control desde el co­
mienzo. Jauréguiberry creó el cuerpo militar sin informar a ninguno de sus

296
colegas.®* Etienne organizó el avance sobre el lago Chad y el Níger en
contra de la oposición inicial del Quai d’Orsay.®* Y la misma tradición se
mantuvo durante toda la década de 1890. Después de 1893 el Pavillon de
Flore (domicilio del Departamento Colonial) consiguió también el control
de la política egipcia. Delcassé planeó la expedición Monteil sin el cono­
cimiento del ministro de asuntos exteriores, Develle. Envió a Liotard al
Alto Nilo en 1894 contra los deseos de Hanotaux.23 Este último representó
un papel crucial en la organización de la expedición Marchand, pero para
1897 su autoridad había sido burlada una vez más. El ministerio colonial
llevaba a cabo en Etiopía lo que equivalía a una política exterior propia.
Sólo en septiembre de 1898, cuando la crisis estaba a punto de estallar, el
Pavillon de Flore salió de escena y dejó a Delcassé, entonces ministro
del exterior, enfrentar las consecuencias de sus anteriores decisiones.2*
La inestabilidad ministerial añadía otro elemento más de irresponsabili­
dad. El rápido cambio de gobiernos aumentaba la importancia de las auto­
ridades permanentes como depositarios de la tradición departamental, ga­
rantes de la continuidad de las orientaciones políticas, y los poseedores de
experiencia. Pero sus puntos de vista tendían a ser estrechos y especializa­
dos, y raramente consideraban todas las implicaciones políticas de las deci­
siones que recomendaban. Estos defectos eran particularmente aparentes
en el Departamento Colonial en donde el subsecretario, aunque ocupase
un cargo político, no era políticamente responsable de sus actos. Puesto
que los ministros de marina o de comercio, nóminalmente a cargo, solían
dar mano libre a sus subsecretarios, estos últimos disfrutaban en realidad
de poderes ministeriales sin la responsabilidad ministerial. Etienne y Del­
cassé sabían cómo explotar esta situación al máximo, y lo mismo sus subor­
dinados civiles. Jacques Haussmann y Jean-Louis Deloncle dirigieron de
hecho el Departamento durante los meses entre la partida de Etienne y la
llegada de Delcassé, y mantuvieron el ímpetu del avance sobre Chad.8®
Después de 1895, una serie de ministros débiles permitieron a los funciona­
rios permanentes —general Louis Archinard (director de defensa), Emest
Roume (jefe de la sección administrativa) y más tarde Gustave Binger
(jefe del Bureau d’Afrique)-— asumir poderes aún mayores. La influencia
ae los funcionarios civiles, por supuesto, dependía en última instancia de
la energía y experiencia de sus jefes políticos. Hombres como Freycinet,
Jauréguiberry y Delcassé no eran alfeñiques transitorios, y muchas de las
decisiones cruciales fueron suyas. Pero no puede decirse otro tanto de Ber-
thelot y Guieyssc, ministros del exterior y de las colonias que aprobaron
formalmente la expedición Marchand, y que simplemente firmaron los
documentos que sus subordinados, Archinard y Georges Benoit (sous-direc-
teur des protectorats en el Quai d’Oi-say), pusieron ante ellos.0
No menos influyentes eran los agentes de la expansión francesa sobre

297
el terreno. La ejecución de la política francesa, tanto en África occidental
como en el Alto Ni lo, solía ser confiada a soldados de la infantería y de la
artillería de marina. Una vez establecidos en sus centros de operaciones,
estos hombres podían conformar decisivamente el curso de la política. Las
dificultades de comunicación y una tradición de escaso control metropo­
litano sobre los representantes militares en las colonias, daba a éstos am­
plios poderes de iniciativa y les permitía pasar por alto impunemente las
instrucciones no deseadas. Ellos proporcionaban la información en que
tenían que confiar quienes, en París, tomaban las decisiones políticas. Al
completar sus periodos de servicio frecuentemente pasaban a engrosar las
filas de los funcionarios permanentes como expertos sobre África en el
Departamento de Colonias. El coronel Gustave Borgnin-Desbordes, prime­
ro de los comandantes sudaneses, ocupó esa posición en los ochentas. Su
amigo y protegido, el general Archinard, fue una autoridad clave en el
Pavillon de Flore entre 1895 y 1897.a*
Como militares de carrera, los officiers soudcmais apoyaban natural­
mente una política más agresiva que la de sus colegas civiles. Estaban
obsesionados con los problemas de la seguridad militar y confiaban en el
empleo de la fuerza para resolverlos. Profesionalmente, la expansión militar
les ofrecía tentadoras perspectivas de rápido ascenso en un ejército de
tiempo de paz cuyos canales regulares de promoción estaban desesperan-
tcmente obstruidos por las normas de antigüedad. Políticamente, los o]fi-
cters sondaríais, y Marchand era uno de ellos, eran anglófobos al extremo,
y su hostilidad hacia Inglaterra era aún más peligrosa, puesto que, en última
instancia, los oficiales no eran responsables de sus actos. Las consecuencias
de su irresponsabilidad fueron desastrosas. Indiferentes al potencial econó­
mico del imperio africano, convirtieron el Sudán en una reserva militar
improductiva administrada enteramente en su propio beneficio. Incluso la
estrategia de Fashoda fue proyectada para servir a sus ambiciones perso­
nales. Archinard apoyó la expedición Marchand no porque estuviese
particularmente interesado en Egipto, sino porque él era el protector de
Marchand y vio la expedición como una oportunidad de afirmar su supre­
macía sobre Roume y los elementos civiles del ministerio.®* La confronta­
ción franco-británica fue, en cierta medida, resultado de un mezquino con­
flicto interdepartamental.
Finalmente, la política se veía afectada también por presiones originadas
fuera de la red encargada de la toma de decisiones. Aunque la expansión
africana nunca contó con un apoyo popular masivo, los sueños de crear
una nueva India creaban breves arrebatos de entusiasmo, y los dirigentes
políticos tomaban en cuenta esos entusiasmos.** Guando se despertaban
pasiones más nacionalistas que puramente colonialistas, la influencia de la
opinión pública podía ser decisiva. En 1882 el gobierno sometió a ratifica­

298
ción el tratado de Brazza en contra de su voluntad y en respuesta directa
a la indignación general ante la ocupación británica de Egipto.** Durante
la década siguiente, “el viejo e inagotable germen de anglofobia que yace
en el fondo de la opinión pública” fue el obstáculo principal a un arreglo
amistoso de la cuestión egipcia.** El parlamento obligó a Ferry a endurecer
sus condiciones para un acuerdo financiero en 1884. El temor a la oposi­
ción parlamentaria impidió a Ribot la búsqueda de soluciones después
de 1890.”
Mucho más importante aún era la influencia de un grupo de presión
reducido pero extraordinariamente enérgico, el Comité de 1’Afrique Fran-
£aise. Desde su creación en 1890, el comité disfrutaba de acceso privilegia­
do a los centros de toma de decisiones. Su secretario general, Hariy Alis,
era tenido en alta consideración por el Q uai d’Orsay. Etienne y Delcassé, en
el Departamento Colonial, daban a la organización especial consideración.
Haussmann y Binger eran miembros fundadores, y Deloncle era también un
aliado seguro. Los “oficiales sudaneses” estaban igualmente bien represen­
tados; Borgnís-Desbordes era miembro fundador y Archinard se unió tam­
bién en 1894. En parte por la esperanza de ganancias financieras, pero
principalmente debido a su ferviente nacionalismo, el Comité propugnaba
la “unión, a través del Sudán, del Congo francés, el Senegal y de Argelia-
Túnez”, lo que era el primero de sus objetivos. Después de 1892 se con­
virtió en un partidario igualmente decidido de la acción enérgica en el
Alto Nilo. Su influencia en ambos aspectos de la política francesa en
Africa era verdaderamente notable. Ayudó a organizar casi todas las misio­
nes al lago Chad y al Níger entre 1890 y 1898 y muchas se emprendieron
a iniciativa suya. Originó el plan para la ocupación de Fashoda, contribu­
yó a los costos de la expedición Liotard, ayudó a allanar el camino para
la aceptación del proyecto Marchand, y propagó la ilusión de que la
llegada de éste al Nilo conduciría a la evacuación británica de Egipto.**
Grupos de presión como los “oficiales sudaneses” y el Comité de 1’Afrique
Frangaise fueron los verdaderos culpables de muchas locuras cometidas en
nombre de Francia. Poseían la fuerza de voluntad necesaria y sus relacio­
nes con el gobierno les daban la oportunidad de hacer que su concepto
de los intereses nacionales fuese oficialmente aceptado, y así llevaron a su
nación a las desiertas orillas del Sudán occidental y a los pantanos del
Alto Nilo. Como señaló el presidente Félix Faure en lo más agudo de la
crisis de Fashoda: “nos hemos comportado como locos en África, arras­
trados por gente irresponsable que se llaman los coloniales”.** La política
francesa en África no podría haber tenido más adecuado epitafio.
Por debajo del caos político, sin embargo, se hallaban dos factores de
carácter más inteligible que hicieron realizable esta especie de folie afii-
caine. El primero era la ausencia de restricciones. Militarmente, la expan­

299
sión africana era una empresa fácil, y las pérdidas sufridas fueron notable­
mente bajas. No se utilizaban fuerzas metropolitanas, y la defensa
metropolitana no entraba en la cuestión. El temor a debilitar las defensas
continentales pudo mantener a Francia fuera de Egipto en 1882, pero no
pudo evitar la conquista de un imperio en África occidental por cuatro
mil tirailleurs africanos bajo un mando francés. Tampoco la carga finan­
ciera de la construcción del imperio era, en términos globales, inaceptable­
mente pesada. La expansión militar en el Sudán occidental era indudable­
mente cara, y en ocasiones los gobiernos se vieron forzados a imponer
límites ai avance militar. Pero el gasto anual, incluso en la década de
1890, era inferior a 10 millones de francos anuales, cantidad relativamente
insignificante dentro del gasto gubernamental total. Tales problemas no
obstaculizaron la estrategia de Fashoda; el costo estimado de la expedición
Marchand fue de 600 000 francos.*® Aún más importante era que la expan­
sión africana no planteaba cuestiones de importancia nacional vital. Ni
siquiera los expansionistas más fervientes consideraban la adquisición de
un imperio sudanés o la evacuación británica de Egipto como cuestiones
de vida o muerte. Como resultado, los franceses podian permitirse llevar
a cabo sus juegos en África, y los jugaban según reglas laxas pero bien
definidas. La expansión territorial era una política aceptable, tanto si su
obejtivo era conquistar un imperio como ejercer presión diplomática sobre
los rivales europeos. Pero los costos financieros y militares de la expansión
debían ser mantenidos dentro de límites, y cualquier crisis diplomática de­
bía ser ventilada en la mesa de conferencias. Sin importar cuáles fuesen
las apuestas —y las apuestas en el Alto Nilo eran elevadas— la guerra era la
única carta que nunca podía jugarse. Los franceses podían esperar ganar
esos juegos de fanfarronadas territoriales y diplomáticas sólo en tanto sus
oponentes jugaran según las mismas reglas. Cuando Inglaterra, que con­
sideraba en juego sus intereses vitales, cambió las reglas y desenmascaró
las fanfarronadas, los franceses tuvieron que mostrar sus cartas.*1
En segundo lugar, los mitos en que se basaba la política francesa no eran
peculiarmente franceses. Los supuestamente flemáticos y calculadores bri­
tánicos eran presa de las mismas ilusiones. Las leyendas de la riqueza
sudanesa se empezaron a propagar en el siglo xdc gracias a los esfuerzos de
la African Association, y trazaron el curso de la política británica en África
occidental hasta la década de 1850. Después de 1895 volvieron a ganar
influencia: los objetivos de Chamberlain eran los mismos que los de Frey-
cinet y Jauréguiberry quince años antes.® Y el absurdo de la estrategia
de Fashoda sólo fue equiparado por la seriedad con que la consideraron
los británicos. Los franceses, al menos, jugaban en Africa; para 1898 los
británicos no jugaban. Tampoco eran Inglaterra y Francia las únicas vícti­
mas del “espejismo sudanés” ; su entusiasmo por el Alto Nilo era tibio com­

300
parado con el del rey Leopoldo.'4’ En el “neurótico mundo de los noven­
tas”, los cálculos racionales de los dirigentes políticos daban origen
a obsesiones irracionales acerca de “falta de espacio vital” y “últimas opor­
tunidades de grandeza en el próximo siglo de superpotencias” .*4 Quizá,
después de todo, el mito pueda servir como base para una teoría general del
imperialismo.

• DISCUSIÓN

Objeciones metodológicas. El tema principal de la discusión fue la meto­


dología utilizada en el ensayo y, en particular, la idea de que las pregun­
tas planteadas acerca de la naturaleza de la expansión francesa en Africa
podrían contestase concentrándose en los procesos mediante los cuales se
hace la política. Tres criticas diferentes, aunque relacionadas entre si, se hi­
cieron a este enfoque. Primero, se afirmó que no se realizó ningún intento
por situar el proceso de toma de decisiones en su contexto económico y so­
cial o por vincularlo con la actitud mental con que la mayoría de los
políticos europeos consideraban la cuestión del imperio — r‘el espíritu de
la época”, como lo llamó uno de los presentes— debido al énfasis en la
competencia por territorios entre las principales potencias y la necesidad
de cierto tipo de imperialismo “de adelantados”, Segundo, se le preguntó
a Kanya-Forstner si no pensaba que debería haber concentrado menos aten­
ción en los motivos de los políticos individuales y más en las presiones con
que operaban. T a l como era, podría decirse que el ensayo se basaba en el
supuesto implícito de que la tarea }mncipal del historiador consiste en es­
tudiar las biografías de los principales líderes políticos. Al mismo tiempo,
el ensayo ignoraba la existencia de presiones tales como el hecho de que
los franceses ya habían creado un gran imperio norafrica.no. Por último,
se dijo que en este tipo de historia puede decirse que la naturaleza de la
explicación de los sucesos está condicionada por la clase de evidencia dis­
ponible. Como restdtado de la existencia de inumerables notas diplomáti­
cas e informes administrativos resultaba fácil asignar demasiada importancia
a los motivos subyacentes a decisiones particulares, mientras que la escasez
de datos de otro tipo (por ejemplo, información concerniente a los intere­
ses económicos implicados en la expansión ultramarina) significó que se
concediese mucha menos atención a las razones por las que tales decisiones
tuvieron que ser tomadas en primer lugar. Así, había un sesgo sistemático
a favor de un modelo de comportamiento político.
En sus réplicas Kanya-Forstner subrayó el hecho de que las decisiones
no se tomaban en el vacío. Las influencias externas eran importantes y po­
dían ser estudiadas mediante el uso de los diarios de políticos (que nos di­

301
cen con quiénes se reunían) o de las cartas de políticos contenidas en las
actas departamentales. Pero la pregunta importante- era ¿cómo influían
en las decisiones? Uno se mueve de un estudio de la política a un estudio
de la sociedad y luego otra oes se vueloe a la política, no se estudia pri­
mero la sociedad. Asi pues, la base de toda la cuestión seguía siendo siem­
pre el cuadro en el que se hacía la politica. Esto debía ser siempre el tema
central. También discrepó de quienes hablaron en términos del “espí­
ritu de la época”. No le parecía un concepto útil. Para considerar sólo un
ejemplo, los principios detrás de la actitud de los políticos franceses con
respecto a Africa en 1879-80 no eran los mismos que los de sus colegas
británicos. Si esto es así, ¿cuál es la utilidad de una explicación basada en
el supuesto de una “noción del mundo” común?

Mito versus realidad. Otra serie de preguntas se refirió a la forma como


Kanya-Forstner filantéá la cuestión histórica central que trataba de resol­
ver. Importaba menos que los franceses se engañasen acerca de las posibles
ganancias de sus políticas africanas, que el hecho de que realmente estable­
cieran un imperio en el Sudán. Se perdía demasiado tiempo discutiendo si
esto no debía o no tenía que haber ocurrido cuando el hecho era que sí lo
hicieron. Como consecuencia de lo anterior se sugirió que la expansión
hacia el interior que partió de la costa de Guinea fue guiada por dos nor­
mas generales: /] avanzar hacia un área adyacente siempre que se pueda
hacer fácilmente o si alguna otra potencia está tratando de llegar ahí pri­
mero; 2 ] independientemente de cuáles sean tus ganancias o pérdidas terri­
toriales, nunca debes dejarte vencer por un movimiento o dirigente africa­
no; una vez que comienzas una guerra no puedes perder.
Kanya-Forstner estuvo de acuerdo en que el aspecto militar era
importante. Los soldados en el Sudán occidental estaban constantemente
preocupados por su seguridad. Asimismo, siempre que esto los impulsaba
a desear hacer un avance, podían estar seguros de que no seria vetado
con tal que se plantease en los términos correctos. No obstante, había que
recordar que fue el gobierno quien puso allí a los militares en primer
lugar, y era necesario preguntar por qué lo hizo. Además, como regla, el
empuje inicial para la expansión siempre llegaba desde París.

NOTAS
1 Véase H. Brunschwg, Mythes et réatitis de t'impérialisme colonial francais,
París, 1960, pp. 84-101; H, Feis, Europe. the World'i Ban.ker, Yale University Press,
New Haven, 1930, pp. 49-57.
2 Sobre las políticas francesas con respecto a Túnez y el trasfondo diplomático
del protectorado, ver J. Ganiage, Les origines du protectoral franfais en Tunisie
(1861-1881), París, 1959. El informe más completo sobre las relaciones de Marrue­
cos con Europa en el siglo x a es J.-L- Miége. Le Maroc et fEuro pe (1830.1894),

302
4 vol., París, 1961-63; para las políticas francesas posteriores a 1885, véase espe­
cialmente iv, 233-55.
8 S o b re lo s o ríg e n e s d e l im p e ria lis m o f ra n c é s e n Á f ric a o c c id e n ta l v é a s e A . S .
K a n y a - F o rs tn e r , T h e C o n q u e s t o f í k e W e s t e r n S u d a n : a S t u d y ¿n F r e n c h M i l i t a r y
I m p e r i a l i s m , C a m b r id g e U n iv e r s ity Press, C a m b r id g e , 1 9 6 9 , p p . 2 2 -7 2 . L a n a t u ­
r a le z a y s ig n ific a c ió n d e los c a m b io s e n 1 8 7 9 -8 0 se d is c u te m á s a m p lia m e n te e n
C . W . N e w b n ry y A . S. K a n y a - F o r s tn e r , " F r e n c h p o lic y a n d t h e o r ig in s o f th e
sc ra m b lc f o r W e s t A f r ic a ” , J o u r n a l o f A f r i c a n H i s t o r y , 10, 1 9 6 9 , n . 2 5 0 -7 5 ,
* V é a s e K a n y a - F o rs tn e r , T h e C o n q u e s t o f W e s t e r n S u d a n , c it., y e s p e c ia lm e n te
p p . 151 -5 6 ( p a r a G u in e a y la C o s ta d e M a r f i l ) ; X . B la n c , R a p p o r t , J o u r n a l O f f i -
ciel, D é b a t s P a r l a m e n t a i r e s , S é n a t , 28 d e n o v ie m b r e d e 1 8 8 2 , p p . 1 0 8 9 - 9 1 ; M . R o u -
v ie r, R a p p o r t, / . O . D o c u m e n t s P a r l a m e n t a i r e s , C h a m b r e , n . 14 0 6, p p . 2 4 4 7 - 8 ( p a ­
r a e l tr a t a d o d e B ra z z a ) ; N e w b u r y a n d K a n y a - F o r s tn e r , " F r e n c h p o lic y ” , p p . 2 6 8 -
7 2 ; A . S, K a n y a - F o r s tn e r , “ F r e n c h A fric a n p o lic y a n d t h e A n g io - F r e n c h A g re e -
m e n t of 5 A u g u s t 1 8 9 0 ” , T h e H i s t o r i c a l J o u r n a l , 12, 1 9 6 9 , 6 4 7 -5 0 ( p a r a e l c o m ­
p le jo N íg e r -B e n u e ).
8 F a id h e r b e , M e m o r á n d u m , 1 d e o c tu b r e d e 1 8 5 8 , A rc h iv e s N a tio n a le s (S e c tio n
O u tr e - M c r ) ( A N S O M ) S é n é g a l I 4 5 / a ; P . I.e ro y - B e a u lie u , L e S a h a r a , le S o u d a n ,
ei les c h e m i n s d e f e r tr a n s s a h a r ie n s , P a r ís , 1 9 0 4 , p . 3 5 3 .
6 P ic a n o n to E tie n n c , 1 d e s e p tie m b re d e 1 8 9 0 , A N S O M S o u d a n x t x 2 ; N o te ,
n . d., A N S O M S o u d a n x m , 13.
7 F e r ry a D e c ra is , 17 d e a b r il d e 1 8 8 4 , D o c u m e n t s d i p l o m a t i q u e s f r a n f a i s . l a .
se rie ( D D F ) , v . n . 2 3 9 ; F e r r y a W a d d in g to n , 14 d e n o v ie m b r e d e 1 8 8 4 , M in is té re
d e s A ffn ire s É tr a n g é r e s ( A E ) W a d d i n g t o n M S S 4 ; R ib o t a C a m b o n , 3 0 d e e n e ro
d e 1892, D D F ix , n . 180.
8 R e v e rs e a u x a D e v e lle , 8 d e n o v ie m b re d e 1 8 9 3 , D D F , x , n . 4 2 1 ; n o t a so b re
R e v e re a u x a C a s im ir- P é r ie r, 27 d e e n e ro d e 1 8 9 4 , D D F , x i , n . 3 1 .
0 Courcel a Ferry, 25-6 de agosto de 1884; Ferry, nota 6 de octubre de 188-4,
DDF, v, n. 377, 421; Spuller a Montebello, 2 de marzo de 1890, DDF, vil, n. 572;
Ribot a Montebello, 20 de marzo, lo. de abril, 6 de junio de 1890, DDF, vm, n.
2, 20, 76, 81.
10 Salisbury a Egerton, 24 de junio de 1889, Foreign Office Confidential Print
51)26, n. 132: Spuller a Waddington, 7 de junio de 181)9; Waddington a Spuller,
21 de junio de 1889; Spuller a Waddington, 2 de julio de 1889, DDF, v b , n. 395,
405, 410; Kanya-Forstner, “French African policy”, pp. 630-31.
11 Ribot a Waddington, 9 de noviemhre de 1892 (copia); Waddington a Ribot,
11. 12 de noviembre de 1892, AE Rihot MSS 3.
'12 El mejor resumen del lugar ocupado por el Alto Nilo en la diplomacia euro­
pea se encuentra en G. N. Sanderson, England, Europe and the Upper Nile, Edin-
burgh University Press, 1965. El informe más completo sobre la expedición Mon-
teil está en J. Stengers, “Aux origines de Fachoda: 1’expcdition Monteil”, Revue
belge de phiiologie et d'histoire, 36; 1958, pp. 436-50; 30, 1960, pp. 366-404, 1040-
65. Acerca del trasfondo político de la expedición Marchand: y especialmente sobre
el papel representado por Hanotaux, ver M. Michel, “La mission Marchand” (Pa­
rís, doctorado de tercer ciclo, 1967), pp. 36-63. El estudio más reciente sobre po­
lítica francesa, R. G. Brown, Fashoda Reconsidered: the impact of domestic poli-
tics on french policy in Africa, 7893-7898, Baltimore, 1969, debe ser utilizado con
precaución.
i? H. de Beaucaire, proyecto de reglamento de cuestiones pendientes en et nor­
deste africano, 10 de febrero de 1897, A. B. Hanotaux MSS, 10; Lebon a Hanotaux,
5 de marzo de 1897; Lebon a Lagarde, 14 de marzo de 1897; Convención para
w/.
el Nilo blanco, 20 de marzo de 1897, DDF, xm, n. 137, 149, 159.
O. Déb. Parí. Chambre, 28 de febrero de 1895, p p . 610-11 (discurso de
Fransois D eloncle); K anya-Forstner, pp. 244*49.

303
>D V . Prompt, “Soudaji Nilotique”, 20 de enero de 1893. Bulletin de ¡'Instituí
E g yp tie ti, 1893, 3, pp. 71-116.
18 H anotaux a Cogordan, 16 de noviembre de 1897, DDF, xm , n. 360; Hano-
taux a Cogordan, 21 de junio de 1898: nota del Departamento, 18 de Julio de
1898, D D F xiv, n. 236, 258.
i r Cogordan a Bourgeois, 16 de abril de 1896, DDF, xii, n. 373; Cogordan a
H anotaux, 17 de marzo de 1897, DDF, xin» n. 154; Cogordan a Delcassé, 21 de
noviem bre de 1898, DDF, xiv, n. 531.
i® Kanya-Forstner, T he Conquest of the Western Sudan, passim.
it» D ’Estournelles a Hanotaux, 3 de diciembre de 1894; Courcel a Hanotaux, 2
de a b ril de 1895, DDF, xr, n. 303, 429.
Sobre las opiniones de Freycinet y Jauréguiberry, véase Newbury y Kanya-
F orstner, “French African policy”. Para las opiniones de Etienne, véase H. Sieberg,
E ugene Etienne und die franzosische KotomalpoUtik. (1887-1904), Colonial/Opla-
den, 1 968, especialmente cap. n.
!1 C- M. Andrew, Thiophile Delcassé and the Making of the Entente Cordiale.
Ed. Macmillan, Londres, 1968, pp. 21-25.
2:2 Félix Faure, “Le ministére Léon Bourgeois et la politique étrangére de Mar­
ee! lin Berthelot au Quai d’Orsay”. Revue d’lfistoire Diplomatiquc, 71, 1957, pp.
114-15.
23 Félix Faure, Mémoires, enero de 1897, Faure MSS xvti, p. 207.
24 Véase F. Berge, L e sous-secrétariat et les sous-secrétaires d’État aux colonies.
París, 1962.
23 M ich I, pp. 51, 55; Félix Faure, “Fachoda”. Revue d’Histoire Diplomatiquc,
69, 1955, p. 30.
20 P r cés-Vcrbaux de la Commission du Budgct, 4 de junio de 1880 (declara-
cién d e Freycinet), Archives Nationalcs C 3176.
2T litie n n c a Ribot, 9 de agosto de 1890; Ribot a Etienne, 19 de agosto de 1890;
E tienne a Ribot, 7 de septiembre de 1890, AE Afrique Nouvelle Serie 1. (Deseo
agradecer estas referencias a T. R. Roberts de la Universidad de Abcrdeen.)
=s Stengers, “L’expédition Monteil”, p. 449; Hanotaux, nota, 17 de noviembre
de 1894, DDF, xt, n. 285.
29 Tróuillot a Delcassé, 15 de septiembre de 1898, DDF, xiv, n. 352. El con-
flicto entre el Quai d’Orsay y el Pavillon de Flore acerca de la política en Etiopia
se discute en G. N. Sandcrson, “The Origins and Sigriificance of the Anglo-French
Confrontation at Fashoda”, que aparecerá en P. Gifford y W. R. Louis, ed., Britain
and Frunce in Africa. Agradezco al profesor Sanderson que me haya permitido
hacer uso de su manuscrito.
30 Haussmann, Rapport au sous-secrétaire, 22 de julio de 1892, ANSOM Afrique
m 1 6 /c ; Lebon al Quai d’Orsay, 14 de diciembre de 1893 (proyecto de J. L. De-
loncle) , ANSOM Afrique vi 106/g.
81 Sobre el papel de Benoit y Archinard, ver Sanderson, England, Europe and
the U pper Nile, cap. xu; Michei, pp. 36-63.
82 Kanya-Forstner, passim.
33 Archinard, proyecto de instrucciones, enero 1896, ANSOM Afrique tu 32/a;
M ichei, op. citv 36-54. Sobre el conflicto de Archinard con Roume acerca de la
p o lítica en Áfnca occidental, véase Kanya-Forstner, p. 241.
34 Freycinet, Rapport au Présidcnt de la République, 12 de julio de 1879, J. O.
14 de julio de 1879, pp. 6633-5.
36 H . Brunschwig, L ’avénement de {‘Afrique noire, Paris, 1963, pp. 143-53; J.
Stengers, “L’impérialisme colonial de la fin du xix siécle: mythe ou réalité”, Jour­
nal o f African History, n. 3, 1962, pp. 473-76.
38 Ferry a Waddington, 26 de Junio de 1884, AE 'Waddington MSS 4; Ribot a
W addington, 8 de abril de 1890, A£ ‘Waddington MSS 5 bis.

304
37 ]. O■Déb. P a rí. C h a m b r e , 23, 26 de junio de 1884; Lytton a Salisbury, 26
de jumo de 1890, Public Record Office, F, O. 84/2029; Lytton a Salisbury, 27 de
junio de 1890, F. O. 84/2027.
38 Los orígenes y naturaleza del Comité, y su papel en la formulación de la po­
lítica africana, se discuten en C, M. Andrew y A. S. Kanya-Forstner, “The French
'Colonial Party’: Its Compostti'on, AimS and Influence, 1885-1914”. The Ilistori-
eal Journal, 14, 1971, pp. 99-128.
*■ Faure, ‘Tachoda", cit, p. 34.
40 Michel, p. 53. El oosto final de la expedieión fue de 1300 000 francos.
41 Esta misma idea se plantea en Sanderson, “The origins and significance of
the Anglo-French confrontation at Fashoda”.
42 A. Adu Boahen, Britain, the Sahara, and the Western Sudan, 1783-1861, Ox­
ford University Press, Londres, 1964; A. S. Kanya-Forstner, “Militaiy expansión
in the "Western Sudan-French and British style”, de próxima publicación en Gifford
y Louis, ed., Britain and Fronte in Africa.
43 J. Stcngers, "Une facette de la question du Haut-Nil: le Mirage Soudanais”.
Journal of African History, n. 10, 1969, 599-622.
41 R. E. Robinson, Introducción a ÍL Brunschwig, French Colonialism, 1871-
1914: Myths and Realities. Ed. Praeger, Nueva York, 1966, p. x.

305
X III. EL IMPERIALISMO ECONÓMICO Y EL HOMBRE
DE NEGOCIOS: INGLATERRA Y AMÉRICA LATINA
ANTES DE 1914

D.C.M. PLATT

CDurante el siglo xix, el capital británico fue en América Latina más im-
[ portante que el de cualquier otra nación. Y sin embargo, no sólo el go-
'• biemo británico no asumió nunca un control formal en ningún país lati­
noamericano, sino que rara vez interfirió en forma alguna. ¿Significa esto
una negación de las conclusiones de la teoría del imperialismo, o acaso el
imperialismo sólo apareció bajo un disfraz más inform ali^latt afirma que
\ los financieros, comerciantes y otros intereses económicos británicos, aun-
1 que obtuvieron influencia e incluso control en diversos momentos y lugares,
j tuvieron también áreas de notable debilidad)
Su control nunca poseyó la firmeza o permanencia asociadas al imperio
formal. Basándose en este criterio, Platt concluye que_esa_^zona_fue una
excepción a las reglas del imperialismo e ñ el’resto del mundo. Como con­
secuencia de esto, plantea en forma distinta las cuestiones de definición del
imperialismo y de las relaciones entre imperialismo y colonialismo ya con­
sideradas en un contexto más teórico por Kemp, I, Barratt Brown, n y Mag-
doff, vi, y vueltas a examinar en la conclusión.

En una discusión que ya ha llegado tan lejos sería poco razonable preten­
der introducir una nueva dimensión. El debate acerca de qué es lo que
influye en los gobiernos para determinar la forma de su imperialismo está
llegando a un punto en el que las líneas generales están claras. Podemos
y debemos proseguir definiéndolo en detalle. Pero, en general, existe ac­
tualmente una sensibilidad mayor a las proporciones relativas de las con­
sideraciones económicas, sociales y políticas en la formulación de la política
oficial. Igualmente, a mi parecer, aun cuando hayamos llegado tan lejos
en la definición de la “mente oficial del imperialismo”, toda la teoría del
imperialismo está aún incompleta por falta, al menos en su frente econó­
mico, de un estudio profundo del poder político y económico de los indi­
viduos privados, esto es, un estudio del “imperialismo informal” y el “con­
trol” ejercidos por el financiero, inversionista, concesionario, contratista,
comerciante y administrador extranjeros, operando independientemente de
la ayuda gubernamental en el sector subdesarrollado del mundo.
Naturalmente, en muchos casos es difícil distinguir el poder e influencia
del empresario dé las'presiones ejercidas por su gobierno,'.Hárry Magdoff
líos ha mostrado cuán estrechamente pueden identificarse uno y otro en

306
el imperialismo contemporáneo/ 1 Pero la empresa británica en América
Latina antes de 1914 proporciona un raro ejemplo —quizá el único ejem­
plo" importante en la época moderna— dé la empresa privada, operando
en gran escala en un área subdesarrollada sin promoción o asistencia di­
plomática. En este aspecto, nos sirve como el más prometedor punto de
partida para un análisis general de lo que, después de todo, es y ha sido
siempre un constituyente esencial del imperialismo o “neocolonialismo” : el
control ejercido por el 'empresario^ extranjero.
Antes de examinar algunos de los matices del “imperialismo informal”
y el “control”, hay dos puntos que deseo aclarar. Primero, casi todo mi
trabajo hasta la fecha se ha ocupado de las relaciones empresa/gobiemo,
y sólo recientemente me he interesado en el control empresarial tout courtJ, .
Así pues, por el momento estoy únicamente rondando el tema; la investi­
gación a fondo está aún por hacerse.® Segundo, he dicho que la empresa
británica en América Latina antes de 1914 operaba independientemente
de la promoción o asistencia diplomática, y este punto es importante para
nú planteamiento general, puesto que significa que cuando identifico las
presiones y el control británicos, puedo estar seguro de ciue éstos se deriva­
ban fundamentalmente de fuentes privadas más que gubernamentales. Esta
puede ser, o no, una proposición difícil de aceptar, pero ya en otro lugar
he discutido extensamente todo el tema de la política oficial británica en
América Latina,’ y espero que, en este punto, se me permita considerar
demostrada la no intervención oficial.

1. LOS BANCOS BRITÁNICOS Y EL OTORGAMIENTO DE CREDITO

Es una perogrullada decir que los_acontecimientos producidos en Europa


durante el siglo xix dieron formaba las economías latinoamericanas. U na
población en aumento y una industria en expansión dieron a Latinoamé­
rica sus mercados de exportación para ciertos tipos de productos alimen­
ticios y materias primas. Las repúblicas dirigieron cada vez más su aten­
ción a la producción para exportar, frecuentemente a expensas del
consumidor local. Algunos cultivos y el desarrollo de ciertas industrias se
sacrificaron a las importaciones europeas. El simple volumen de las em­
presas extranjeras, particularmente en el desarrollo de las comunicaciones,
h'izo imposible evitar la influencia de otras economías; el bienestar de pro­
vincias enteras podía depender de una simple decisión comercial —por
parte de una compañía ferroviaria, una empresa de colonización, o una
mina— de reajustar su inversión. (Las decisiones estaban en demasiadas \
manos y dependían de factores diversos e impredecibles fuera del control )
de los individuos en una época de laissez-faire y ausencia de planeación.

307
f Pero, indudablemente, el vínculo económico existía. Si “imperialismo” es ^
solamente la descripción de una relación económica automática entre pal- ■ :
ses capitalistas y países subdesarrollados, entonces los europeos eran cier-t
tam ente imperialistas en América Latina antes de 1914,
¿ Q u é puede decirse, sin embargo, sobre el control deliberado, sobre el
imperialismo informal? En_finanzas, dado que no se contaba con la ayuda
del gobierno británico, el más poderoso instrumento de control era la
negación del crédito. Sobre el papel, el Listing Committee del London
Stock Exchange y la Corporación de Accionistas Extranjeros eran enemi­
gos formidables, y no pocos gobiernos latinoamericanos se derrumbaron
por faltarles su apoyo. (Pero en la práctica era sorprendentemente raro que
una negativa de crédito resultase efectiva, por lo menos durante mucho
tiempo. En primer lugar, el gobierno insolvente debía estar ansioso de
obtener nuevos préstamos} y respecto a muchos de los más insolventes las
rivalidades y crisis políticas eran tan persistentes que los políticos no tenían
ni tiempo ni deseos de dirigirse a los mercados mundiales de capital. Ade­
más tenía que haber una escasez general de crédito. Si existían grandes
reservas, primero la competencia entre las bolsas europeas y luego entre
especuladores y aquellos en busca de altos rendimientos anuales era más
que suficiente para que hubiera dinero disponible, casi independiente­
m ente de la reputación del solicitante. Los sujetos de crédito, en todo caso,
podían contar 'Con un conflicto de intereses entre los prestamistas. La
supervisión de las nuevas asignaciones que mantenía el Comité del Stock
Exchange era frecuentemente poco más que nominal; los corredores ob­
tenían ganacias estimulando nuevas asignaciones, no negándolas. La Cor­
poración de Accionistas Extranjeros recibía un porcentaje de las asigna­
ciones; no recibía nada cuando no se conseguía llegar a un compromiso
con un gobierno extranjero. Los bonos eran comprados por los especula­
dores a precios de ganga, para venderlos con una rápida ganancia tan
p ronto como el gobierno insolvente ofrecía una liquidación (aunque fuese
insatisfactoria para el inversionista original). No había una necesaria co­
m unidad de intereses entre los im'eisionistas extranjeros en préstamos na­
cionales rivales, o entre los tenedores de acciones nacionales, provinciales o
municipales. K fin de cuentas, lo que resultaba de esto es que cuando
corrían buenos tiempos en las bolsas europeas, virtualmente cualquier go­
bierno podía llegar a un acuerdo con sus acreedores y conseguir nuevos
préstamos; cuando los tiempos eran malos nadie, por más honesto que
fuera, podía obtener dinero. En la amplia zona intermedia, cierto control
podía resultar efectivo de tiempo en tiempo, pero era un control sujeto a
desaparecer repentinamente tan pronto como las condiciones mejoraban o
empeoraban en un mercado de préstamos muy volátil.
P or otra parte, el contacto directo y personal d ejas grandes casas finan-

308
rieras de.Londres con.los.gobiernos latinoamericanos —los Rothschild con
el gobierno de Brasil, Baring Brothers con Argentina— propició cierto gra­
do de^coqtrol. Además, las relaciones entre las firmas financieras menos
reputadas y las repúblicas menores, más particularmente en las décadas
de 1860 y 1870, permitió un ascenso temporal antes de que el crédito se
hundiera por completo._En general, hasta que un mercado monetario local
y un sistema bancario se desarrollaban en escala adecuada —como sucedió
en las mayores repúblicas para la primera década de este siglo— todos los
gobiernos latinoamericanos dependían de casas financieras europeas para
sus préstamos y ayudas a corto plazo.] Cuando una economía se hallaba en
decadencia, los financieros internacionales —en el siglo pasado como en
éste— tendían a imponer condiciones drásticas antes de considerar un
préstamo de ayuda: el pago de los derechos de aduana directamente a
bancos extranjeros, destrurión del papel moneda supervisada por extran­
jeros, acuerdos para restringir el gasto gubernamental. Es posible exagerar
la influencia de las casas financieras. Ellas mismas estaban sometidas a la
competencia._ Tenían_que conservar la buena disposición de una rápida
sucesión de políticos rivales. A menudo estaban mal informadas. No po­
dían, al igual que otros intereses comerciales británicos, obtener ayuda
diplomática contra un gobierno en quiebra. Pero su posición como primer
eslabón'én la cadena que ataba-áTás "repúblicas a los recursos financieros
de Europa les otorgaba funciones de consejeros y asesores que iban mucho
más allá de las que tenían cualquier Comité del Stock Exchange Listing o
grupo de presión de accionistas.
No obstante, existe una clara distinción entre casas financieras y bancos
comerciales. La banca extranjera de cualquier tipo tiene una poco envi­
diable y hasta siniestra reputación, en parte reflejo de la posición autén­
ticamente fuerte de las casas financieras, en parte por los excepcionales
dividendos de los bancos comerciales, más particularmente del London
and River Píate Bank y el London and Brazilian Bank. Lo que quizá no
es tan generalmente comprendido es que la naturaleza conservadora de
las prácticas bancadas .comerciales de los bancos británicos en Latinoamé­
rica "apartó a los tañeos comerciales de las hipotecas agrícolas, Jos presta­
mos especulativos. industriales, el "capitalismo financiero” que, en con­
junto, hubieran creado genuinas oportunidades para el control de las
economías extranjeras. Ningún banquero, en la América Latina del siglo
xixj escapó a la tentación ocasional de especular con la tasa de cambio.
Pero con raras, y generalmente infortunadas, excepciones, las instituciones
británicas se limi aron a "la banca legítima según principios sólidos y
conservadores” :
Ni los fondos de crédito, ni los depósitos comerciales, ni el capital pro­
porcionado para la seguridad de tales créditos y depósitos, deberá em-

309
pleaise para ningún propósito de promoción, explotación ni garantía
[ ...] deberá haber una clara diferenciación en los reglamentos legales
y públicos entre la banca comercial y explotación de empresas públicas y
la administración de corporaciones.4

/ " La columna vertebral de la banca comercial británica en Latinoamérica


i era el negocio tradicional en descuentos, en adelantos sobre pagarés y en
I operaciones de cambio. Los bancos existían fundamentalmente para dar
, servicio al negocio de importación/exportación bajo normas convenciona-
Vjes y muy conservadoras. Los principales bancos británicos, que ofrecían
seguridad y una amplia gama -de eficientes servicios, atrajeron hasta un
tercio de los depósitos bancarios en Brasil en 1914, y un cuarto de los
mismos en Argentina y Chile. Como capitalistas financieros según el mo:
délo de Lenin, muy bien hubieran podido crear serios problemas políticos
a las repúblicas. Tal como fueron, actuaron simpjementg_ comcuservicios
i comerciales, prósperos, bien, administradós^ influyentes.en las transaccio-
^ 1 nes_normales, cotidianas, del_raercado, peio.esencialmente . apolíticos,, sin
' conexión directa con el desarrollo industrial general. En cualquier caso,
puede decirse que los mismos latinoamericanos eran financieros capaces.
/'Desde mediados del siglo xix, a medida que crecía el capital local, los lati-
! noamericanos utilizaron su conocimiento local, su experiencia, sus conexio-
, nes políticas, familiares y comerciales para desarrollar la banca y los
seguros. Esta era un área en donde nuestra ventaja competitiva estaba
simplemente en la seguridad ofrecida por una banca conservadora, y en
el constante acceso a capital barato en el Reino Unido. Era una ventaja
que los bancos y compañías de seguros británicos hubieran perdido de no
seguir siendo las instituciones sólidas y conservadoras que eran.

2. Mo n o p o l io s b r it á n ic o s en L a t in o a m é r ic a

Pero ¿qué puede decirse sobre el poder de los monopolios extranjeros en


las comunicaciones, en los servicios públicos, en la exportación? En este as­
pecto, las críticas se han din'gido siempre en cierta medida a la noción
general de monopolio, además del hecho de que algunos de los mono­
polios eran_extxan jeros sencillamente los hacía más conspicuos y_"jr¡as
vulnerables. Las exportaciones de trigo denlos' “Cuatro'Grandes’’_en. Ar-
gentinYVprincipios de siglo, siendo argéhtiños_ellos mismos, representaban
un" problema, l á n ' grave ’par ¿Jos productores rurales corno_cualqüier_ái5-
clációñ" extranjera, con la ventaja, desde’su punto de vista, de. qúe..<;onip
argentinos. éstábáiTen condiciones de lograr una notable influencia pplí-
tica directa. No pretendemos-negar^iueJos i^noTOhoT extranjeros podían
njantener y envéféctb"~mantenían a toda^una ^iacioñ como rehén; el ferro-

310
carril Sao Paulo-Santos, de propiedad británica, lo hizo así durante déca-
- das'. Pero al mismo tiempo no sería posible_ ignorar las debilidades de los
monopolios, asociaciones, pools y^consorcios . del siglo xtx. Casi todas las
rutas de*vapores estaban bajo el control de los acuerdos de la Conferencia
Marítima desde 1880. Sin embargo, Douglas North ha demostrado, al cabo
de una amplia investigación de las tarifas marítimas para carga entre
1750 y 1913, que con algunas notables excepciones “el mercado de carga
marítimo era competitivo y tanto los ajustes a corto plazo como la lenta
declinación secular durante el siglo xix reflejaron la operación de un
mercado impersonal’’.4 Ningún ^acuerdo, ni de la Conferencia ni de ningún
otro tipo, era suficiente para mantener estables los precios de carga contra
el descenso general de los precios mundiales, el aumento en la capacidad de
carga de la marina moderna, y las mejoras en máquinas y calderas que
aumentaban la velocidad al tiempo que economizaban combustible. Igual­
mente, nosiempre_ era, posible,controlar, la nueva competencia. Una y otra
vez, bien fuese en los pools ferroviarios, en las alianzas navieras o en las
asociaciones exportadoras, uno de los socios rebasaba su cuota, exigía más
y, no hallando satisfacción, salía del grupo.
En forma semejante, los monopolios de productores estaban en peligro
bien fuese de colocarse, por sus precios, fuera del mercado, o de estimular
el desarrollo de sustitutos. El interés de sucesivas asociaciones chilenas de
nitratos, organizadas desde 1884, por limitar la producción para mantener
altos los precios, chocó con el interés del gobierno de Chile por aumentar
y mantener las exportaciones de nitratos para preservar un ingreso esencial;
ambos sufrieron cuando su posición monopolista fue amenazada por la
manufactura de nitrógeno sintético y por la competencia de productos
derivados del sulfato de amoniaco. Los exportadores monopolistas se en­
frentaban por un lado a los productores, algunas veces bien organizados y
políticamente influyentes en sus propios países, y por el otro a los mercados
mundiales —el mercado del azúcar en Nueva York, el mercado del cau­
cho en Londres, los mercados de trigo europeos—, en donde los precios
eran determinados por factores ajenos a su control. Incluso para los prin­
cipales productos de exportación, uno de los elementos frecuentemente
olvidados al discutir el “control” es el tamaño del merca"do interno. A
fines del_ siglo xix el mercado interno para el tabaco y el café mexicanos,
para la carne argentina, para el azúcar y el algodón brasileños, era lo bas­
tante grande para conservar una fuerte influencia sobre los precios locales
y para defender a los productores, protegidos cuando era necesario por
elevadas tarifas, contra los efectos negativos de las grandes fluctuaciones
en los precios mundiales.
En. razón de. los .negocios en gran escala que operaban —ferrocarriles,
servicios públicos, exportación de artículos que requerían grandes inver­

311
siones p a ra su almacenamiento, embarques rápidos y un sistema de ventas
elaborado— , las empresas extranjeras adoptaban a menudo la forma de
monopolios, Pero a menos'que, como el ferrocarril Sao Paulo-Santos, hu-
Bieran sido capaces de protegerse con toda clase de garantías legales y
constitucionales, estaban siempre expuestas a la intervención gubernamen­
tal, a la competencia alentada por el gobierno. En el preciso momento en
que la empresa ferroviaria británica en Argentina, indudablemente influ­
yente en los círculos políticos y económicos, estaba aparentemente en la
cima de su poder y prosperidad —durante los ocho años siguientes a 1904'—,
sus compañías estaban de hecho por una política gubernamental de con­
cesiones a líneas directamente competitivas, respaldadas por capitales fran­
ceses, norteamericanos e incluso británicos.
f El poder de los gobiernos latinoamericanos en sus relaciones con la em­
presa comercial extranjera a fines del siglo xdc suele subestimarse. En las
¡ últimas décadas del siglo se convirtió en una práctica usual en casi todos
! los contratos gubernamentales, incluir una “Cláusula Calvo”, por la cual
los contratistas extranjeros renunciaban a recurrir en forma alguna a la
intervención diplomática y convenían en aceptar las decisiones de los tri­
bunales municipales. Los gobiernos europeos, conscientes de las limitacio­
nes de muchos sistemas judiciales latinoamericanos, se inclinaban a mirar
con desdén tal autonegación. Pero en la práctica las cláusulas Calvo im­
pedían la intervención diplomática'excepto en casos de la más flagrante
injusticia. “Aquellos que consideran correcto aceptar semejante posición”,
explicó al juez J. D. Harding en la década de 1850,
no me parece que tengan, en principio, ningún derecho especial al apo­
yo e interferencia formales del gobierno de Su Majestad. Muy bien
pueden aplicárseles los máximos caveant emptores. La intervención a
su fav o r del gobierno de Su Majestad debería realizarse en circunstan­
cias muy desventajosas e incómodas desde un punto de vista interna­
cional.®

Los empresarios británicos en Latinoamérica descubrieron desde el pri-


! mer momento que estaban tratando con hombres que conocían todos los
¡ aspectos d e su negocio tan bien como ellos, y las condiciones locales aún
\ mejor. N o había escasez de “genios” en Buenos Aires, “ni de hombres ca-
' paces de dirigir a otros; ni de proyectistas, ni de hombres instruidos, ni de
hombres sutiles; los mejores de estos últimos en Inglaterra se verían supe-
' rados por los criollos” .7 El político profesional era un trabajador sofisticado,
conocedor y a menudo dotado de talento, y actuaba en un contexto que
le, era ta n familiar como resultaba extraño para el negociante británico.
Ross Duffield, del London and River Píate Bank, dio lo que, en aquellas

3 1 2
circunstancias, era el único consejo sensato. Hacia 1890 advertía a sus ad­
ministradores que
En todos los tratos con un gobierno deberán actuar con la mayor cir­
cunspección y prudencia [ . .. ] recordar la dificultad de rechazar a perso­
nas con elevada autoridad, la envidia y los celos y las consiguientes in­
trigas que pueden despertar entre los ambientes menos favorecidos, y
el hecho de que los contratos y acuerdos con los gobiernos pueden ori­
ginar dificultades si necesitan ser impuestos con alguna pérdida para la
más elevada de las dos partes contratantes .8

Las negociaciones comerciales entre capitalistas ingleses y los que eran j


fundamentalmente Estados europeos consistían en un equilibrio entre el |
poder y la ventaja; nunca eran unilaterales. Las repúblicas necesitaban [
nuestro capital y sabían que podíamos proporcionárselo a la tasa más ¡
barata posible. Nosotros deseábamos sus negocios, y apreciábamos sus co- |
nocimientos locales, su experiencia y su control político. Un buen negó- ¡
ció era aquel que tomaba en cuenta todos estos factores. /

3. RELACIONES ENTRE EL PRODUCTOR Y EL EXPORTADOR DE MATERIAS PRIMAS

Nos falta por examinar un área tradicional de control que hasta ahora
sólo hemos ro?.ado de pasaría: la relación de la empresa exportadora extran­
jera con el productor latinoamericano. En un sentido amplio, general, co-
mo'yá'~añtes sugerí, el mercado europeo determinaba que se diera una im­
portancia especi al , a "ciertos artículos básicos de exportación: productos
agrícolas tales como azúcar, algodón, café, tabaco, granos, carne de res,
ovejas; minerales como plata, oro, cobre, nitratos. La produción para es­
tos mercados, si Jsi en. llevaba prosperidad y desarrollo a amplios sectores
de la economía, también creaba una situación comercial peligrosamente
dependiente de'lós'fluctuantes precios mundiales. Los .mismos latinoameri­
canos eran perfectamente conscientes de los peligros de las economías de ©
monocultivo. Ni las autoridades del estado de Pará (Brasil) ni los terra­
tenientes ignoraban que su posición económica a principios de siglo, ba­
sada únicamente en la producción de caucho, era insegura. Pero también
sabían que tenía muy poco sentido económico producir un cultivo alter­
nativo tal como'él cacao, que estaba restringido por un mercado mundial
limitado, que era producido en otras partes, y que podía sufrir un descenso
de precio si aumentaba' lá'producción de Brasil. En este caso ¿quién hu­
biera tomado la iniciativa de diversificar? La decisión no estaba solamente
en manos del exportador extranjero. Tanto .los exportadores como los te­
rratenientes jugaron deliberadamente la carta de una demanda mundial

313
constante para, un cultivo en cuya producción disfrutaban de ventajas na­
turales muy superiores. ¿Y quién, en aquel momento, hubiera podido sen­
tirse lo bastante seguro de si m'ismo como para aconsejar otra cosa?
La cuestión es que los productores se inclinan a satisfacer el mercado
más ventajoso, aun cuando las perspectivas a largo plazo no sean entera­
mente claras. En el siglo xix, sin los, incentivos o la inteiyención^di recta
del gobierno, a nadie le interesaba diversificar hasta que llegase el último
momento, y ningún productor podía estar seguro de cuándo el último mo­
mento había llegado. Igualmente, el interés del exportador estaba.en abas­
tecer los mercados existénte$7 más que especular en”nuevos mercados de
valor desconocido. Simplemente para mantener su posición' estaba también
ansioso por diversificar en el momento justo. Pero en este aspecto no estaba
mejor colocado que el productor. Sin duda, ambos.sufrian^uando el mer­
cado finalmente se hundía. En esta relación, ^ninguna de las dos partes
femá~Tm'”«mtrid‘’gehüino~sóbrenla, oirá, puesto que ambas estaban- some­
tidas'a factores de demanda mundial y competencia, a fluctuaciones en
los mercados mundiales abastecidos por muchos productores en competen­
cia unos con otros, muy por encima del nivel de sus negocios o su control
personal.|El_control podía_ex)st¡r_cuando unajola_firma^o_inchisp„un.solo.
mercado,.rnanejaba el productoi la American Sugar Refinig Company (el
'‘Silgar Trust”) y la producción de azúcar cubano-dominicana; la Car-
negie Corporation de Pittsburg y el manganeso cubano; la United Fruit
Company y los plátanos caribeños; el mercado de Hamburgo y liremen
para el tabaco dominicano y brasileño, el mercado de Londres para la
carne argentina. Pero.obviamente el control de un exportador se hacía
mucho más especulativo en cuanto un producto llegaba a más de un solo
distribuidor o mercado, y pocos productos, excepto los plátanos, perma­
necían por mucho tiempo eií manos de un solo distribuidor.
L a relación individual entre el exportador y el productor ha atraído
una gran cantidad de atención desfavorable. Sin embargo, se trata de
una relación determinada por el volumen; una parte no posee automáti­
camente ti control de la otra. Los pequeños productores, bien sean cam­
pesinos o mineros, se encuentraiTinuyprontb atados a los comerciantes o
a sus agentes por las facilidades crediticias tradicionales; se vuelven de-
i pendientes en cuanto necesitan negociar nuevos créditos, y son yírtua’men-
V te impotentes para determinar un precio justo. Esto puede aplicarse a los
'"productores de tabaco cubanos y colombianos, a los caucheros y pesca­
dores de mariscos en Nicaragua, a los madereros de caoba de Honduras,
a los chicleros peruanos y brasileños, a los naranjeros, productores de
, yerba y madereros paraguayos, a los “colonos” argentinos. Pero los gran-
-■ |„des_p.rpductores, los plantadores de azúcar y café de Brasil, los ganaderos
-- ¡ argentinos, los grandes productores de nitratos de Chile, todos éstosJeníaji

314
la sartén, por. el mango. Su posición política y económica era demasiado
' fuerte’para set. debilitada o derribada por las firmas exportadoras extran-
jeras. Cuando las compañías biitánicas intentaron recrear en Brasil el sis-
'tem a de producción azucarera centralizada —que tanto éxito tuvo en
Europa consiguiendo el control total sobre la producción de los pequeños
productores de remolacha— se encontraron a merced de los fazendeiros,
propietarios de la tierra (que se negaban a vender a las fábricas centrales)
y productores en escala suficientemente grande como para poder buscar
procesadores alternativos, o para procesar por sí mismos su azúcar con
métodos tradicionales. Este contraste se ¡lustra con el caso de los dos
principales artículos atgentinos de exportación: carne y trigo.,/Los peque*
ños productores de trigo argentinos, los “colonos”, cayeron en manos de
los Cuatro Grandes, las firmas exportadoras de Buenos Aires,[.'Los produc­
tores de carne, por otra parte, encabezados por los líderes de la oligarquía
terrateniente argentina que tenía un control político total en Buenos Aires,
demostraron que en cualquier conflicto de intereses suficientemente crítico
para unir a los criadores y engordadores locales en contra de los empaca-
dotes de carne extranjeros, eran los empacadores, a fin de cuentas, ios de­
rrotados. )

4. LAS LIMITACIONES DEL CONTROL COMERCIAL BRITÁNICO 1>K LA


ECONOMÍA SUDAMERICANA

Si bien es cierto que algo que podría describirse como relación de control
existía indudablemente en áreas particulares de contacto entre los em­
presarios británicos y los latinoamericanos, es obvio que debemos ser pru­
dentes en la definición de “preminencia”, “hegemonía", “supremacía",
“imperialismo informal”, “control”, antes de emplear tales términos en el
contexto de la actividad financiera y comercial británica en América La­
tina antes de 1914. En la literatura sobre el imperialismo económico es
tanto lo que se da por sentado que vale la pena hacer algún esfuerzo por
distinguir los factores que operan en ambos lados. Mi opinión personal es
que cuando el estudio de la empresa comercial simple y legítima, en la
pequeña escala común en el siglo xix, se lleva más adelante, lo más pro­
bable es que el énfasis radique en las limitaciones a la autoridad del em­
presario extranjero y no en el alcance de su “control”. Se veía privado del
apoyó" de su gobierno excepto en casos de grave injusticia o ataque per­
sonal. No tenía voz ni experiencia política. Era constantemente manipu­
lado por políticos experimentados. Muy frecuentemente era como un niño
en manos de su agente local. No tenía ningún recuiso seguro contra los
tribunales locales. Era el blanco obvio de las críticas en épocas de desas­

3 1 5

v
tre económico. Como extranjero, sus irregularidades, no mejores ni peores
1 que las d e otros, eran doblemente obvias. Su negocio, mediante las tasas
de im portación, cargaba la mayor parte de los costos del gobierno. Su úni­
ca, v erd ad era salvaguardia era su indispensabilidad, y cuando los compe­
tidores y sustitutos locales se desarrollaban, rápidamente se le desplazaba.
E n últim a instancia, el control real depende tanto del volumen de la
organización comercial como de su habilidad para allegarse el apoyo gu­
bern am en tal, y en este punto podría resultar útil señalar la distinción
existente entre la situación actual y las condiciones anteriores a 1914. Ha-
rry M ag d o ff describió recientemente, en forma por demás plausible, la
m ed id a en que los intereses comerciales de Estados Unidos dependen ac­
tu alm en te de los mercados y fuentes de materias primas de ultramar
p a ra m antener y ampliar sus ganancias. Asimismo, explicó el amplio mar­
gen de responsabilidad aceptado por el gobierno de Estados Unidos pa­
ra salvaguardar sus intereses y mercados.® En ciertos aspectos la posi­
ció n del gobierno de Estados Unidos no se distingue de la del gobierno
británicoQ intes de 1914, cuando el Foreign Office aceptaba la responsabi­
lid ad d e mantener un “terreno despejado y sin favoritismo” para el co­
m ercio y las finanzas británicas en todos los mercados ultramarinos, des­
arro llad o s y subdesarrollados^Pero hay importantes diferencias, muy inde­
pendientem ente de la ausencia de un espantajo internacional a la escala
del comunismo, que transformaron la posición anterior a 1914:
a] T o d o s los gobiernos reconocen actualmente una responsabilidad mu­
cho m ay o r en cuanto a promover sus intereses financieros y comerciales
i en el cxtrunjeroXjLas actividades de promoción del gobierno de Su Ma­
jestad en A m cricaLatína antes de 1914 se limitaban simplemente a pro­
p o rc io n a r información comercial^ La primera ruptura real con esta tra­
dición fue el Acuerdo D’Aberaorf con Argentina en 1929, y la activa iden­
tificación de los servicios gubernamentales con el comercio ultramarino fue,
p a ra G ra n Bretaña, un producto de la década de 1930.
b] Pocas empresas privadas en el siglo pasado eran lo suficientemente gran­
des, o estaban lo suficientemente coordinadas, para ejercer un control mo­
nopolista en los mercados mundiales, Aparte de las grandes compañías de
/ servicios públicos y los bancos comerciales, el patrón usual de los negocios
¡ b rit nicos en Latinoamérica, comerciales o industriales, era la asociación
de u n grupo de individuos, que operaban en base a los recursos de capital
que p u d ieran obtener privadamente por sí mismos.
c j Los “canales de finanza internacional”, aunque ciertamente estaban
, en m anos de inversionistas europeos antes de 1914, estaban en condiciones
! desorganizadas y a menudo francamente xompetitivas. Es difícil, por ejem-
pío, h a b la r en forma realista de “control’^durante cualquiera de los largos
periodos de "optimismo”. Además, excepto por unas pocas negociaciones

316
de importancia política (ninguna de las cuales afectaba a América Latina),
Cjio había ninguna dirección ni control británico sobre la inversión extran- 1
jera)
d] En el siglo xrx no existía para Inglaterra y Latinoamérica ningún \
equivalente de los productos actualmente vitales: cobre, hierro, aluminio, 1
petróleo. Inglaterra poseía su propio combustible, el carbón; nuestro hie- i
rro lo hallábamos en otros lugares; el cobre no era aún un artículo esen- /
cial. La preocupación del siglo xx por asegurar los suministros de materias
primas vitales comenzó, por lo que toca al gobierno de Su Majestad y
Latinoamérica, solamente con ciertas negociaciones bastante imprecisas de
Pearson acerca del petróleo mexicano al comienzo de la primera guerra
mundial. En realidad, fue sólo en los tres primeros meses de guerra que
Inglaterra comprendió hasta qué punto dependían sus industrias de ciertos
productos.ÍLa tendencia era comprar simplemente en el mercado más ba­
rato, dondequiera que estuviese} El Comité para el Comercio del Hierro
y el Acero, al recomendar una actitud más positiva, explicaba que:
El comercio de mineral de hierro en Gran Bretaña estaba, y sigue es­
tando, principalmente en manos de comerciantes que actúan como in­
termediarios entre el consumidor y el transportista o productor del
mineral transportado. En algunos casos, quienes utilizan el mineral han to­
mado medidas para obtener intereses en las propiedades mineras en el
extranjero, pero generalmente es cierto quefla conexión entre consumidor y
productor era simplemente comercial, y que no había ninguna solidaridad j
real de intereses para impedir una súbita interrupción en los suministros^® !

e] En Inglaterra existía u a oposición tradicional a los préstamos "ata­


dos”, a las concesiones y contratos “atados”. Los comerciantes, contratistas
y empresarios británicos tendían naturalmente a “comprar inglés” siempre
que podían, siempre y cuando los productos británicos no fueran exage­
radamente caros. Pero el estrecho y deliberado vínculo entre la ayuda para
el desarrollo y los contratos paia los fabricantes domésticos, que en tan gran
medida se ha convertido en norma común del siglo xx, no tenía ningún
paralelo en Inglaterra antes de 1914. Tanto las finanzas como las manu­
facturas en la Inglaterra victoriana. y eduardiana actuaban según un sis­
tema de normas totalmente distinto; eran tan independientes e n . sus
contactos comerciales como lo eran en su jocalización geográfica. E! divor­
cio entre la producción y las finanzas disminuyó seriamente el poder eco­
nómico británico en el mundo. Las cosas podían haber sido muy diferentes
si el “capitalismo financiero” de Lenin hubiera descrito la situación en
Inglaterra en la misma forma en que se ajustaba a la Alemania de en­
tonces.
{] Inglaterra tenía atadas las manos en aquello que, para un mercado

317
fuerte, hubiera sido su arma económica más poderosa: la manipulación de
las tarifas. Inglaterra siguió practicando el libre comercio hasta principios
de los treintas. La opinión pública le negaba el uso de tarifas, y al hacerlo
bloqueaba la posición de fuerza que automáticamente hubiera disfrutado
como eí mercado más importante para el cobre chileno, el algodón brasileño,
él estaño boliviano y la carne argentina. No tenía nada que ofrecer a cam­
bio de una reducción de las tarifas extranjeras a sus artículos manufactu­
rados. Naturalmente, había estratagemas. Nunca se ha determinado con
toda exactitud si la prohibición de las importaciones de ganado argentino
al Reino Unido a principios de este siglo fue genuinamente ordenada para
combatir la fiebre aftosa, o si fue una medida defensiva en interés de los
productores británicos. Pero generalmente la regla se respetaba. Magdoff
señala que “la enérgica protección de los negocios ^domésticos mediante
tarifas, cuotas y tratados especiales, es un elemento esencial de la.pplítica
económica internacional de Estado? Unidos”. Esta opción no se ofrecía
al gobierno de Su Majestad antes de 1914.
/ L a situación antes de 1914, incluso durante los años cumbre del “nue­
vo imperialismo” dejaban así muchas menos oportunidades para el control
económico directo que el neocolonialismo actual, tanto al nivel empresarial
.. como al político*) Pero hay un punto que debe señalarse específicamente
acerca del “control” o “hegemonía” de Inglaterra en Latinoamérica du­
rante el primer siglo de independencia. El ^principal interés británico lo
I constituía la capacidad de Latinoamérica como'“mercado para sus bienes
manufacturados. Sólo más tarde comenzó a considerarla como una salida
convéniénte para"el_capital." Por último, niücho después de las dos posi­
ciones anteriores, Inglaterra'empczó" a ver a' las repúblicas como proveedor
ras de alimentos y materias primas para la industria. Por supuesto, esto
significó una notable diferencia en la naturaleza y posibilidades de ‘.‘con-"
trol”. Como cliente monopolista, el control no es difícil. Como proveedor,
"especialmente de productos de los que la masa de población no necesitaba
en realidad, Inglaterra se encontraba en una posición mucho más .débil,
sujeta al colapso de los mercados en tiempos de guerra civil, .al aumento
arbitrario de las tarifas y a la protección de las industrias competidoras
locales.
Una relación diferente comenzó a desarrollarse cuando las repúblicas,
durante y después de los cincuentas, empezaron a interesarse genuinamen­
te en atraer al capital británico. Pero, en una discusión sobre el “control”,
el momento en que se produjeron las operaciones comerciales británicas en
América Latina es tan importante como su escala.(Los intereses británicos enl
Latinoamérica durante los primeros cuarenta años de independencia, du­
rante el periodo más vulnerable en la historia de las repúblicas, eran'
casi exclusivamente mercantiles. Los primeros préstamos gubernamentales j

318
fueron un fracaso, las empresas mineras un fiasco, e, incluso, los negocios |
de importación-exportación, aunque proporcionaron prosperidad a u n a s '
cuantas firmas mercantiles, se realizaban en pequeña escala comparados conJ
los de fines del siglo xixj El desarrollo de empresas más grandes y una K
mayor elaboración en los métodos comerciales, bien fuese en las finanzas ■
internacionales, en la banca comercial, en el procesamiento y exporta­
ción, en la construción de ferrocarriles o en la administración, coinci­
dieron con el surgimiento, en la relativa paz y prosperidad de las décadas
anteriores a 1914, de sistemas políticos más elaborados. Coincidieron tam­
bién con una mayor diversificación en las exportaciones, con la desapari­
ción de los monopolios de la importación debida a una feroz competencia,
con la creación de mercados de capital locales, de prósperos sistemas ban-
carios nacionales v de nuevas industrias. En general, los comerciantes e
inversionistas británicos no estaban interesados en las repúblicas menores;
el contacto directo con los mercados de Centroamérica, Ecuador, Para­
guay y Bolivia (hasta la era del estaño) fue abandonado a las naciones
industriales más jóvenes. En las repúblicas mayores, los recursos nacionales,
económicos y políticos, se desarrollaron paralelamente a la empresa ex­
tranjera; en lo que respecta al "imperialismo informal” y el “control”,
actuaban como frenos recíprocos^n la medida en que la misma tasa de
interés a corto plazo de cuatro por ciento existia tanto en Londres como en
Buenos Aires, como sucedió desde 1903, el imperialismo financiero estaba
muerto. A un negociante británico en Buenos Aires, Río o Santiago en los
primeros años de este siglo le hubiera sorprendido mucho enterarse de que
el era quien “controlaba” el activo, progresista y próspero país en que oj»e-
raba.)

5. C O N C L U SIÓ N

Podría ser más conveniente, en realidad, abandonar el vocabulario, tradi­


cional de.“imperia!ismo económico”, y considerar en su lugar.las categorías
de comercios, industrias y setvicios que, por su naturaleza, dieron poder
y control a. los .individuos, nativos o extranjeros, que los manejaban. La
regla más sensata que aplicar a cualquier comerciante es la de que siempre
comprará en el mercado más barato y venderá en el más caro. Igualmente,
un monopolista sacará del negocio tanto como el comercio o tráfico so­
porte. Esto era tan cierto respecto a las dos compañías ferroviarias que
operaban en Sheffield a fines del siglo xix, como respecto a los monopo­
lios ferroviarios británicos en América Latina: los ferrocarriles mexicanos,
con su monopolio de la principal ruta de comercio exterior en México, la
de Veracruz a la ciudad de México; la compañía ferroviaria de Sao Paulo,

319
con su nudo gordiano en la crítica línea Sao Paulo-Santos; el ferrocarril de
A ntofagasta, en una posición única para controlar la mayor parte del tráfi­
co generado por el auge del estaño boliviano. El control gubernamental de
tasas y precios, el desarrollo, primero, de concesiones ferroviarias alter­
n ativ as y, luego, del tráfico por carretera, destruyó a su tiempo cada uno
d e estos monopolios pero, mientras éstos duraron, el monopolista, nativo o
extranjero, se comportaba lógicamente como monopolista. Los productores
d e azúcar de Tucumán, La Colligagao Assucareira do Brasil, el sindicato
del azúcar en Ecuador, todos ellos impecablemente nacionales, se compor­
ta b a n como cualquier otro trust acaudalado, privilegiado y protegido.
f P or cada uno de los productos para los que existía un mercado fijo o
ilim itad o , y en el que existía alguna oportunidad de restringir la produc­
c i ó n , se desarrolló una organización apropiada. L a organización podía ser
d o m in ad a desde el extranjería las uniones del nitrato de Chile, el sindicato
internacional del yodo, el sindicato del borato. Podia ser nativa: el comité
q u e controlaba la '‘valorización” del café brasileño antes de l 9 T 4 ; los pro­
m otores de un infructuoso intento en 1908 por organizar a los productores
d e cacao de Brasil, Sao Thomé, y Príncipe para la valorización del cacao;
los participantes en las discusiones para la valorización del azúcar brasileño
en 1912-13. Si un mercado, local o internacional, ofrecía una capacidad
fija a competidores poderosos, lo más seguro es que se negociase un acuer­
d o a expensas dd consumidor, tal como los acuerdos entre las compañías
tabacaleras inglesas y norteamericanas en los mercados mundiales ante­
riores a 1914, o los acuerdos para el reparto del mercado de la asociación
b ritá n ic a de fabricantes de ferrocarriles con las asociaciones alemana y
b elga en 1884, extendidos a los norteamericanos y franceses en 1904. Si una
in d u s tria agrícola o ganadera se encontraba escasa de capital, de trans­
po rtes, de facilidades de almacenamiento y ventas, de acceso a los mercados,
d e m edios para disponer rápidamente de productos perecederos, normal­
m en te la producción y distribución acababa cayendo en manos de aquellos
que contaban con el capital o los recursos para proporcionar algunas o
to d as estas cosas: los monopolistas del azúcar y el vino del oeste de Ar­
g e n tin a , los “Cuatro Grandes” en Buenos Aires y el trigo argentino; La
In d u strial Paraguaya (controlada por británicos) y la yerba paraguaya; la
S ociedad Explotadora de Tierra del Fuego, la Sociedad Industrial y Ga­
n a d e ra de Magallanes y la Sociedad Ganadera “Gente Grande”, con sus
g ra n d es rebaños de ovejas en los helados territorios del sur; la United
F ru it Company y la producción de plátanos en el norte tropical.
í E n cada caso, la naturaleza del comercio o de la industria es la que
/ 1 determ ina su necesidad de “controlar” un mercado, y esto se aplica igual-
v 'm e n te tanto si está bajo dirección nativa como extranjera. Del mismo mo­
do, las condiciones locales, sociales, políticas y económicas, pueden ser

320
dcterminántes para que esej'control” sea o no adecuado, tanto si es nativo
como si es extranjero. Demasiado a menudo, en el pasado, la coexistencia ;
d e ‘financieros, inversión 6 tas, comerciantes y diplomáticos extranjeros,Jfue. J,
considerada* súficiénte_ evidencia por sí sola de un “control” efectivo, del
‘‘-imperialismo económico” en acción^ Yo he tratado de sugerir que, _por__ ¡
más cierto gue pueda ser en ocasiones particulares, esto no^ puede ser con-
siderado .como reglaj Las generalizaciones sobre la ~existenciá"'y—extensión “
'del "imperialismo económico”, del “imperialismo informal” y del “control”
deben basarse, de hecho, en cierta experiencia con respecto a la operación
cotidiana de las empresas, cierta comprensión de las limitaciones que ex­
perimentan en la práctica todos los hombres de negocios, así como de los
poderes genuinos que frecuentemente poseen.

• D ISC U SIÓ N

El imperialismo como “control”. Se hicieron muchas preguntas acerca de


lo que el texto d e j ’latt implicaba en cuanto a que el imperialismo es sinó­
nimo de_control ppUtico_ (o económico) “co n sc ie n teS e señaló, por ejem-
-plo, que los pyvxistas, emplean el término en un sentido mucho más am­
plio. Para ellos, la cuestión del control no carece de importancia, pero lo
que debe analizarse es por qué el control político fue importante para los
Estados europeos en algunas áreas y no en otras. La respuesta es que si se
quería que hubiera comercio e inversiones fuera de Europa, entonces tam-
bién era preciso que hubiese un sistema político y legal para protegerlos.
"En Africa, durante el siglo xnc, estaba muy claro que la única forma
de proteger esos intereses era el control colonial directo. El colonialismo
era necesario para establecer un marco legal en el que pudiesen operar las
relaciones capitalistas^ En^ América Latina, por otra parte, ya existía un
sistema legal lo suficientemente estable para que continuara el comercio.
Platt no estuvo de acuerdq cQn esto. Si no hay control consciente no hay im
perialismo. Asimismo, nunca hubo suficientes garantías del tipo mencionado. \
Durante todo el siglo, los intereses económicos británicos fueron constan- J
temente dañados sin que Inglaterra'pudiese hacer nada. "Si hubiésemos I
sido verdaderamente imperialistas hubiésemos intervenido una y otra vez”/
Durante la discusión que siguió sobre la cuestión del control se afirmó
también que una de las principales razones por las que Inglaterra no in­
tervino más directamente en América Latina durante el siglo xnc fue por
temor a Estados Unidos. Esto lo reconocía Lenin, quien reconocía que
algunos países podrían lograr conservar su independencia nominal gracias
a los conflictos entre las potencias.

321
Relaciones entre los capitalistas locales y extranjeros en Latinoamérica.
Otra serie de preguntas trató de las relaciones entre los británicos y otros
comerciantes y banqueros extranjeros en América Latina y sus rivales lo­
cales. ¿Por qué hay que suponer que sus intereses estuviesen necesariamente
en conflicto? ¿Acaso las élites locales no estaban estrechamente integradas
a la estructura imperialista? En respuesta, Platt dijo que prefería consi­
derar la cuestión de otra forma. En su opintón, la tearía de. Robinson re­
f e r e n t e ^ las élites colaboradoras (ver v.2) podía ser puesta de cabeza
por lo que concierne a América Latina. Así la cuestiórLconsistía en que los
eximñjerorteman que cooperar con las élites locales, y no de que esas élites
tuviesen qué colaborar con los ingleses o los franceses.

¿C uánta fue la intervención extranjera en Latinoamérica? Las preguntas


se basaron en algunos de los ejemplos de Platt destinados a demostrar
que los negociantes británicos a menudo fracasaban en ,sus disputas con
grupos locales. En el caso de la industria argentina de la carne, ¿no se
dio el caso de que las empresas empacadoras extranjeras siempre ganaron
contra los productores argentinos? También se afirmó que esas empresas
recibieron más apoyo por parte del gobierno británico de lo que Platt ase­
guraba. En respuesta, Platt sostuvo que su interpretación de la evidencia
contenida en la obra de Peter Smith Politics and Beef in Argentina de­
mostraba que su punto de vista era el correcto.
Por último, otro crítico del texto de Platt declaró que su argumenta­
ción acerca de las actividades de las empresas europeas en Latinoamérica
estaba distorsionada por el hecho de que solamente habló de los británi­
cos. Safándose en la experiencia de Venezuela resultaba claro que muchos
empresarios extranjeros impusieron demandas exageradas en contra de los
negociantes locales, pero que muchos de ellos no eran británicos.

NOTAS'
a Harry Magdoff, “Economic aspects of U. S. imperialism”. Monthly Revieiv,
18, n. 6, 1966; La era del imperialismo, ed. cit.
s El British Social Science Research Counci'l está financiando un proyecto dé
investigación de tres años, con ayudantes de investigación, que llevará el titulo
“ ‘Informal Imperialism' and ‘Control’: British Business experience in Latín Ameri­
ca before 1914” . Espero poder describir los resultados durante el año académico
1973-74.
~ D. C- M. Platt, Finance, Trade, and Politics in British Foreign Policy, 1815-
1914, Oxford University Press, Londres, 1968; "British diplomacy in Latin Ame­
rica since the emancipati'on”, Inter-American Economic Affairs, n. 21, 1967, pp. 21-
41; “The imperialism of free trade; some reservations”, Economic History Revieio,
2a. ser., 21, 1968, pp. 296-306, . ,
4 Cónsul general Leaiy, Informe sobre Chile para 1907. Parliamentary Papers,
Gran Bretaña, 1908, ex, pp. 93-94.

322
s Douglas North, “Occan freight rales and economic development 1750-1913”.
Journal of Economic History, 18, 1958, 539.
* Citado por Lord McNair, International Law Opinions. Cambridge Univertity
Press. Cambridge, 195$, in pp. 203-0*.
T J. A. B. Beaumont, Traoeís «n Buenos Ayres and the adjacent Prooinces of the
Rio de la Plata. Londres, 1828, p. 255.
* Citado por David Joslin, A Century of Banking in Latín America. Oxford Uni-
versity Press, Londres, 1963, p. 142.
* En los artículos citados en la primera nota a este capitulo.
10 Informe del comité para el comercio del hierro y el acero: Parliamentaty
Papers, 1918, m i, p. 437.

323
CONCLUSIÓN

BOB S U T C L IF F E

1 . LAS AM BIGÜEDADES D E L IM PE R IA L ISM O

La teoría del imperialismo es al mismo tiempo una de las ramas más fuer­
tes y una de las más débiles de la teoría marxista. Su fuerza se revela, en
la mayoría de las discusiones históricas sobre el imperialismo, en el res­
peto con que es tratada por los estudiosos no marxistas. Virtualmente todas
las discusiones sobre el imperialismo a un nivel teórico asignan importan­
cia a la teoría marxista, bien sea como explicación satisfactoria o como
explicación errónea pero que requiere ser impugnada. La teoría marxista
del imperialismo, como admiten incluso sus críticos más apasionados,1 pa­
rece haber representado para los estudiosos ortodoxos no marxistas un
reto más fuerte que el que nunca ha logrado representar la mayoría de
las otras ramas del marxismo. Es improbable, por ejemplo, que un eco­
nomista- no marxista considere seriamente la teoría marxista del valor, pero
son muy pocos los historiadores del tema que no prestan atención a lo
que ellos consideran que es la teoría marxista del imperialismo.
La debilidad de la teoría marxista del imperialismo se revela en las
pocas contribuciones hechas a ella en las décadas transcurridas después
que Lenin escribiera su El imperialismo, fase superior del capitalismo. Las
políticas seguidas por el movimiento comunista internacional desde fines
de los veintes en adelante conllevaron que, excepto por lo que concierne
a unos pocos escritores situados fuera de los partidos comunistas oficiales,
la teoría se congeló en la misma posición en que fue dejada por Lenin.
Sin embargo, el capitalismo pasaba entre tanto por fluctuaciones de la
mayor importancia en su desarrollo y estructura: el desplome en la época
entre las dos guerras, la recuperación durante la guerra y el rápido cre­
cimiento de posguerra en las décadas de 1950 y 1960; el surgimiento, a
partir de 1945, de la supremacía de Estados Unidos en la economía
mundial y su más reciente erosión; y, en un nivel más político, la desco­
lonización del tercer mundo, la revolución china, el auge y la disminu­
ción de la guerra fría y los movimientos hacia la integración de Europa
occidental. Durante muchos años la teoría no fue capaz de mantenerse
al ritmo de estos cambios. Cuando, en años recientes, comenzó nuevamen­
te a propagarse la discusión sobre la teoría del imperialismo, se vieron los
daños causados por esta larga interrupción. Los autores marxistas actuales,

324
aunque unidos en el convencimiento de que el imperialismo está todavía
vivo en cierto sentido como una característica importante del sistema ca­
pitalista, difieren notablemente acerca de su significado, acerca de sus le­
yes de movimiento, acerca de los temas que deben constituir la discusión
del imperialismo a un nivel teórico, y acerca del valor actual de los textos
marxistas clásicos sobre el imperialismo.
El seminario en el que principalmente se basa este libro, fue proyectado
en parte para iniciar una discusión sobre los aspectos teóricos del impe­
rialismo entre marxistas y no marxistas, y entre marxistas con muy dis­
tintos enfoques. Tuvo éxito en la medida en que muchos de los partici­
pantes vieron al terminar sus propias ideas con mayor claridad. Pero en
otros aspectos fracasó; muchas veces sucedió que algunas vehementes dis­
cusiones llegaron a evidentes callejones sin salida. Sin duda estas dificul­
tades son comunes a muchas discusiones similares.
La causa principal de estos problemas fue mencionada en la introduc­
ción: se trata de la profunda ambigüedad de que el término imperialismo
se halla imbuido en la práctica. Para los líderes políticos del siglo x k ,
para sus críticos liberales como Hobson o Brailsford o Parker T. Moon,
para sus apologistas como Seeley, para los políticos e intelectuales de las
colonias, para algunos de los primeros participantes en discusiones mar-
xistas sobre el imperialismo como Kautsky, los rasgos más notables en
una definición del imperialismo eran, primero, la política seguida por las 1
grandes potencias al conquistar y administrar las colonias y, segundo, las ’
relaciones políticas y económicas entre las naciones avanzadas y las atra- l:
sadas en el sistema capitalista.
Claro está que, para Lenin, el imperialismo significaba mucho más. Como
indica francamente en EÍ imperialismo, él emplea la palabra para caracte­
rizar la etapa alcanzada a~fines del siglo xix por el sistema capitalista a
escala mundial." Sus “cinco características esenciales11 de esta etapa son bien
conocidas:, el _papcl_ c!e’r.ísTvo"dePmónopolio, el surgimiento del capital
industrial y financiero^cl predominio de la exportación de capital sobre
la exportación de bienes, la división del mercado mundial entre monopo­
lios capitalistas internacionales y competidores y la conclusión de la divi­
sión territorial* deh inundo. La definición más breve posible,. dice Lenin,
sería “la fase_monopqlísta del capitalismo”, i
Así pues, como señala Tom Kemp en el primer texto, los maixistas suelen
emplear imperialismo en este sentido “técnico”, de Lenin, que no es idén­
tico a su sentido en el uso más general. Y un tema central en el ensayo de
Magdoff es negar la coincidencia frecuentemente supuesta entre colonia­
lismo e imperialismo.2 Probablemente la incomprensión más común e im­
portante de la posición de Lenin se refiere a las contiendas por territorios
en el siglo xdc. Esto no es lo que Lenin entendía por imperialismo. Al

325
contrario, era un preludio al imperialismo que realmente comenzó como
resultado del hecho de que la división del mundo se completó. El s'istema
cambió de carácter a fines de siglo porque a partir de entonces tanto la
expansión como la rivalidad de las principales potencias capitalistas tuvie­
ron que adoptar nuevas formas, puesto que las oportunidades de expansión
territorial se habían agotado.
A partir de Lenin los marxistas han fluctuado, de hecho, en su empico
del termino imperialismo. Muy frecuentemente se usa para describir todo
el sistema capitalista; con igual frecuencia se refiífens"las‘relaciones entre
paísés~ávanzajdos y atrasados dentro del sistema. Á veces 'se usa en ambos
sentidos simultáneamente, bien sea con, o más a menudo sin, tener con­
ciencia de la ambigüedad implicada. En general, cuando los autores mar­
xistas de las dos o tres últimas décadas han escrito sobre la teoría del im­
perialismo, han escrito en realidad sobre el subdesarrollo y los aspectos
internacionales del capitalismo. Esta ambigüedad, por lo tanto, está en la
raíz de los malentendidos entre marxistas y entre marxistas y no marxis­
tas; y es causa de que fracasen los esfuerzos por unir los escritos de Lenin
sobre el imperialismo y los escritos marxistas contemporáneos acerca del
subdesarrollo. Es, por tanto, mucho más que una cuestión semántica.
El reconocimiento de esta ambigüedad y la conciencia de sus conse­
cuencias pueden ser, sin embargo, la clave para una mejor comprensión
de los aspectos teóricos del imperialismo, y la solución de numerosos pro­
blemas. Resulta más fácil determinar el desacuerdo entre los marxistas y
otros acerca de los orígenes históricos del imperialismo, delinear el objetivo
correcto de una teoría del imperialismo en la actualidad, e identificar al­
gunas de las preguntas más importantes, contestadas y no contestadas, acer­
ca de la teoría del imperialismo.

2 . LA D ISC U SIÓ N EN TO R N O A LOS O R ÍG EN ES H IST O R IC O S DEL IM PERIA LISM O

Al ignorar o malinterpretar esta ambigüedad, los historiadores y economis­


tas no marxistas han inventado dos mitos; la teoría “Hobson-Lenin” del
imperialismo y, lo que es casi la misma cosa, la teoría “económica” del im­
perialismo. El brillante, independiente, antisemita, liberal y protokey-
nesiano Hobson, escribió Imperialism, a study y otros libros y folletos en
un esfuerzo por revelar, y de ser posible cambiar, ciertas políticas expan-
sionistas del gobierno británico a principios de siglo. Como es bien sa­
bido, Lenin le debía mucho a Hobson por la evidencia mostrada por éste
acerca de las relaciones entre la política imperialista británica y las expor­
taciones de capital. Pero Lenin casi no le debía nada a Hobson desde un
punto de vista teórico. Aunque Hobson asociaba la expansión impeiial y

326
la exportación de capital con el subconsumo doméstico (resultado de la
desigual distiibución del ingreso), no lo consideraba como una fase espe­
cial en el desarrollo capitalista. Lo que Lenin tomó de 1-Iobson fue cierta
evidencia concerniente a un país que parecía establecer una conexión entre
dos elementos de su multiforme definición del imperialismo como una
fase del capitalismo. Por lo tanto, hablar de una "teoría Hobson-Lenin”
es exagerar enormemente la proximidad teórica de ambos.8 Lenin repudió
explícitamente la perspectiva teórica de Hobson.
Pero Lenin estaba de acuerdo con Hobson respecto a la asociación entre
la exportación de capital y la división territorial del mundo en el siglo
xix ("imperialismo” en el sentido más limitado de Hobson). En realidad,
fue muy poco lo añadido por Lenin a lo dicho por Hobson acerca de esto.
Ninguno de ellos, sin embargo, sostuvo la tosca visión mecanicista que a
menudo les achacan los historiadores con ei nombre de "teoría económica
del imperialismo”. Esta idea, que sostiene que existe una conexión simple
entre la causa económica y el efecto político (en este caso entre la expor­
tación de capital y la anexión colonial) fue condenada por Lenin en otro
contexto como "economicismo”, al cual consideraba como una forma muy
vulgar de marxismo.4 Pero cuando los dos mitos gemelos, la “teoría Hob­
son-Lenin” y la “teoría económica” son atacados, al menos en relación al
siglo xix, generalmente lo que se condena es alguna forma de "economi-
cismo”.
Suelen haber en estos ataques cuatro elementos frecuentemente emplea­
dos, y casi todos ellos fueron discutidos durante el seminario. El primero
implica tomar un país o área individual que estuvo bajo el yugo imperialis­
ta e identificar los intereses inmediatos (muy a menudo no económicos) que
condujeron a su anexión. Entonces suele sacarse una de estas dos con­
clusiones: bien sea que esto niega la teoría “Hobson-Lenin” o que, aun­
que la teoría “Hobson-Lenin” pueda ser un análisis correcto de otros paí­
ses, no se aplica al estudiado en particular, (El ensayo de Stengers sobre
el Congo, es en parte, un ejemplo de esto.) En realidad, este enfoque rara­
mente logra adaptarse al de Hobson o Lenin, puesto que ambos se refi­
rieron a una relación general entre la exportación de capital y la necesi­
dad de la anexión, y no a que hubiera en todos los casos una simple rela­
ción única. Tanto Kemp (en su ensayo) como Wehler (en la discusión
del suyo) subrayan la necesidad de considerar una teoría globalmente. El
peso particular que deba concedérsele en general, o a cada uno de sus ele­
mentos diferentes, en situaciones particulares, es una cuestión de juicio. En
otras palabras, es necesario distinguir entre teorización (explicar la esencia
de un fenómeno) y generalización, que debe aplicarse igualmente a todos
los casos. La excepción no confirma la regla; pero tampoco desautoriza una
teoría.

327
Por supuesto, en un sistema capitalista que en cualquier caso era expan-
sionista, cualquiera que fuese el origen de ese expansionismo, era lógico
que hubiera una cantidad de factores —especialmente estratégicos y polí­
ticos— que se sumarían unos a otros para justificar o precisar las anexio­
nes territoriales. Esto no quiere decir que estos factores no económicos no
fuesen los factores reales que causaban la anexión. Eran perfectamente
reales y en muchos casos decisivos. La teoría simplemente sostiene que los
factores económicos estructurales eran los que subyacían en la posición ex-
§ ansionista general de los países capitalistas avanzados a fines del siglo xix.
in embargo, a veces se alega en contra de la teoría que los motivos eco­
nómicos, aunque indudablemente existían, no eran los fundamentales,’ o
bien eran empleados sistemáticamente como pantalla de humo o fachada
que encubriera las razones básicas (políticas) .8 Las opiniones de este tipo
acerca de las causas de la expansión son probablemente afectadas por la
clase de evidencia que se examine. No es sorprendente que un examen com­
pleto de las notas diplo áticas sugiera que los motivos diplomáticos y es­
tratégicos tenían vida propia ,7
El segundo elemento del ataque, y tal vez el más común, es en un plano
bastante más general. Consiste en decir que hubo muy poca correlación
entre los países a los que se dirigía el capital, por una parte, y los países
que fueron anexados en la era del imperialismo, por la otra: los países
que eran anexados (especialmente en Africa) recibían muy poco capital;
y ciertas áreas que recibieron grandes cantidades de capital, como afirma
Christopher Platt con respecto a América Lati'na, no fueron anexadas y
ni siquiera fueron el escenario de una gran actividad diplomática britá­
nica.® Actualmente está firmemente establecido que la mayor parte d d
capital británico en el periodo posterior a 1870 no fue a las colonias que
se anexaron por aquella época.® Pero, una vez más, este argumento puede
convertirse fácilmente en una caricatura del enfoque de Hobson o -de
Lenin de la conexión entre economía y política, aunque es preciso reco­
nocer que Hobson (y Lenin por asociación) fue muy impulsivo en su
empleo de evidencia de este tipo. Hobson es en este aspecto más vulnera­
ble que Lenin, quien, como ya mencionamos, estaba más interesado en
las consecuencias del hecho de que, para 1900 aproximadamente, el mun­
do estaba ya totalmente repartido entre las potencias imperialistas que en
estudiar la forma exacta en que se había realizado este reparto. Este se­
gundo argumento padece la misma debilidad general que el primero. Ade­
más, puede decirse que en ciertos casos la anexión por parte de potencias
europeas era imposible por obvias razones políticas (como en el caso de
Estados Unidos y América Latina, por ejemplo). En cualquier caso,
desde el punto de vista de proteger las inversiones, la necesidad de ane­
xiones políticas variaba según el grado de inestabilidad del área involu-

328
erada, la extensión en que la ley de propiedad y contratos operase en ¡a
práctica y así sucesivamente. En ciertas partes de África, por ejemplo, era
muy poco el posible comercio o inversión seguros sin control colonial. Casi
seguramente, al menos durante la rebatiña por África, gran parte de las
anexiones fueron del tipo preventivo que Johnson describe en d caso de
Guinea.0*
El tercer elemento del ataque es la pretensión de que los beneficios eco­
nómicos postulados por la “teoría económica” no llegaron a materializarse.
Algunos intentos por realizar un balance de costos y beneficios coloniales
sugiere que fue más el dinero colocado en las colonias por las potencias
coloniales que el que nunca sacaron de ellas. Hay gran diversidad de
razones por las que este tipo de argumento resulta inapropiado como cri­
tica tanto de Hobson como de Lenin. Primero, y en forma bastante trivial,
a menudo era cierto que los colonialistas e inversionistas potenciales tenían
sueños que nunca llegaron a materializarse acerca de los beneficios econó­
micos que una colonia en especial podría dar o acerca de qué mineral u
otra riqueza podría ser hallada. CWehler y Kanya-Forstner sostienen que
tales sueños eran comunes en Alemania y Francia.). Más fundamental­
mente, el imperialismo, incluso en el sentido de Hobson, era un fenómeno
general, en el que el valor del imperio era visto en cierta medida como
un todo; de manera que un balance separado sobre cada colonia o incluso
no-colonia podía no ser apto para medir el valor adjudicado a ese país
como parte de todo el sistema. En cualquier caso, un balance nacional tiene
muy poco sentido. De hecho, tanto Lenin como Hobson condenaron el
sistema colonial porque mediante los impuestos imponía costos (de admi­
nistración y similares) a muchos, mientras que producía beneficios sólo
para unos pocos. Por lo tanto, un costo administrativo comparádo con las
utilidades de una inversión no es de ninguna manera un argumento plau­
sible respecto a las causas básicas del imperialismo.01
El cuarto argumento en contra de Ja visión de Hobson o Lenin del im­
perialismo no está tan asociado con la ambigüedad del concepto, pero
igualmente vale la pena mencionarlo aquí puesto que lo hallamos con
igual frecuencia que los otros tres. Se refiere a la rentabilidad de la in­
versión. Lenin, siguiendo a Marx, mencionó la tasa decreciente de ganan­
cia en los países avanzados como un factor que ayuda a explicar la ex­
portación de capital a los países de ultramar. Esto ha sido interpretado
erróneamente por los críticos en el sentido de que significa que las tasas
de ganancia eran más elevadas en ultramar que en la metrópoli.11 En
ocasiones se hace una comparación de tasa de ganancia para demostrar,
con la escasa información disponible, que las tasas promedio eran en rea­
lidad muy poco más elevadas en el extranjero que en el mercado domés­
tico. Esta evidencia es interesante para algunos fines,'x* pero en relación

329
a esta discusión es casi irrelevante. Esto es, primero, porque la evidencia es
principalmente acerca de tasas de ganancia promedio, mientras que la
cuestión (como señala Magdoff en su artículo) si es que se quiere que
tenga algún sentido, debe relacionarse con las tasas de ganancia margi­
nales (esto es, la ganancia sobre la última unidad de inversión). Mientras
las tasas marginales sean más elevadas en el extranjero que en casa, el ca­
pital se dirigirá al extranjero. En una situación competitiva, tal flujo ten­
derá a igualar las tasas de ganancia marginales (pero no las tasas promedio)
en ambas partes. Pero en realidad (como demuestra Magdoff) en la era
del monopolio, cuando la entrada de capital a ciertas industrias está res­
tringida, las ideas de una tasa de ganancia general (promedio o margi­
nal) o de la igualación de las tasas de ganancia, pierden gran parte de
su importancia, puesto que las tasas de ganancia tenderán a diferir entre
las distintas industrias incluso a largo plazo.
El efecto del monopolio en las tasas de ganancia relativas es más im­
portante quizá en el periodo que siguió a la segunda guerra mundial, cuan­
do la mayor parte de la exportación de capital tendió a adoptar la forma
de inversión directa de corporaciones en sus subsidiarias extranjeras; no
es tan importante en el jjeriodo anterior a 1914, cuando la exportación de
capital adoptaba principalmente la forma de bonos, de manera que el
mercado de capital puede que fuese más competitivo. Pero en cualquiera
de estas épocas los efectos de la exportación de capital sobre la tasa de
ganancia no pueden definirse simplemente en base a la tasa de ganancia
obtenida en la inversión extranjera por sí sola. Debe haber tenido algún
efecto en la rentabilidad de otro capital en el extranjero, puesto que
muchas inversiones eran complementarias. Debe también haber afectado
la rentabilidad del capital domésticamente. Algunas inversiones extranjeras
llevaban a un aumento en la demanda de bienes producidos doméstica­
mente (por ejemplo, locomotoras y vías); en el periodo reciente la in­
versión en producción de bienes de consumo ha restringido las exporta­
ciones en algunos casos. Más generalmente, si todo lo que se invierte en
el extranjero fuese, por el contrario, invertido en casa, es obvio que la
rentabilidad cambiaría en forma significativa. En cualquier circunstancia,
los inversionistas deben esperar más beneficios de su inversión en el ex­
tranjero del que obtendrían invirtiendo en otra parte, pues de otra manera
no invertirían afuera.
Como algunos de los otros argumentos, este punto es en realidad más
lógico que empírico. Así pues, la evidencia presentada en su contra tiene
muy poca importancia. Y ésta es una característica general de todo el
debate entre marxistas y no maixistas acerca de las fuerzas impulsoras del
imperialismo en la historia. Gran parte de 'la crítica empírica lanzada
contra la teoría maixista es correcta pero está mal orientada. El blanco

330
es frecuentemente un espejismo y las armas son inapropiadas. Y una de
las principales razones de esto parece ser la ambigüedad del término im­
y perialismo.

3. I OS ORÍGENES E IN T E R E S E S PR O PIO S DE LA TE O R ÍA M ARXISTA


DEL IM PE R IA L ISM O

Esa misma ambigüedad es responsable también de la gran confusión en­


tre los autores marxistas acerca del origen de la teoría marxista y acerca
de cuáles son sus intereses propios. Una de las proposiciones fundamentales
del marxismo es que diferentes aspectos de la teoría de la sociedad y des­
arrollo capitalista son indivisibles; estrictamente hablando, no es posible
tener una teoría maixista del imperíalismo, sino únicamente examinar el
imperialismo como un aspecto de la teoría del capitalismo. Pero tanto si
el imperialismo es considerado como una fase del capitalismo o si es visto
como aquellos espectos del desarrollo capitalista que han relacionado los
destinos de las áreas avanzadas y atrasadas, a partir de Lenin ha venido
ocupando una posición importante, y a veces central, en el análisis mar­
xista. Sus intereses pueden clasificarse en tres grupos:
a] el desarollo y la estructura económica y de clase de las sociedades
capitalistas avanzadas (especialmente los factores que las empujan a la
expansión geográfica de sus economías) y las relaciones entre ellas;
b] las relaciones económicas y políticas entre las naciones avanzadas y
las naciones atrasadas o coloniales dentro del sistema capitalista mundial;
c] el desarrollo de la estructura económica y de clase en las naciones
más atrasadas del sistema capitalista, especialmente las bases de su domi­
nación y su incapacidad para industrializarse.
Gran número de textos marxistas tratan en principio de agrupar estos
tres grupos de intereses y construir una teoría de todo el sistema capita­
lista. Pero el equilibrio entre ellos ha cambiado frecuentemente. El prin­
cipal interés de Marx, por supuesto, era el primero de los tres, el desarro­
llo del capitalismo en los países avanzados. Pero también estaba interesado
en las naciones atrasadas, considerándolas desde muy variados enfoques.
Veía en ellas algunas de las fuentes de acumulación orginaria para los
países más tempranamente industrializados, a través del saqueo, la escla­
vitud y las actividades de las compañías comerciales. Marx también previo
el desarrollo de las colonias y países atrasados bajo el capitalismo en la
cauda de la industrialización de los países avanzados.
El imperialismo de Lenin desciende directamente de los escritos de Marx
acerca de la tasa decreciente de ganancia, del crecimiento del capitalismo
monopolista y financiero (posteriormente elaborado por Hilferding). Ba-

331
sándonos en esa obra podría parecer que Lenin, aún más que Marx, estaba
primordialmentc interesado en el primero de los tres grupos, excluyendo
virtualmente a los otros dos. Pero la obra de Lenin debe estudiarse como
un todo; de hecho, pocos han hecho más que él por desarrollar el estudio
del tercer grupo de intereses, la absorción por parte del capitalismo de
las áreas atrasadas y las perspectivas de éstas dentro del sistema. Este es­
tudio se encuentra en sus escritos sobre Rusia, cuya situación como país
atrasado dentro del sistema capitalista a fines del siglo xtx y principios
del xx fue analizada a un nivel más profundo que la mayoría de países
semejantes desde entonces. Además de Lenin, quien más contribuyó a este
análisis fue Trotsky, Entre ellos, aunque no concertadamente, desarrolla­
ron lo que equivale a una teoría implícita del imperialismo desde el punto
de vista de los países atrasados. La frecuente acusación de que la teoría
del imperialismo de Lenin es eurocéntrica nace de un fracaso para consi­
derar esta parte implícita de la teoría. Rosa Luxemburgo, más explícita­
mente, situó su análisis de los países atrasados en el contexto de una teo­
ría del imperialismo que se inició con un examen (también heredero direc­
to de Maix) del desarollo del capitalismo en los países avanzados. La tra­
dición del pensamiento marxista establecida por estos tres autores implica
la discusión de todos y cada uno de los tres grupos de intereses de la
teoría del imperialismo. En otras palabras, trata de incorporarlos como
parte de un análisis integral del sistema capitalista.
En las dos décadas que siguieron a 1930 el maixismo fracasó en casi
todo el mundo en hacer progresar su análisis del sistema capitalista, a pe­
sar de que dicho sistema estaba experimentando profundos cambios. Pero
sí se llevó a cabo cierto análisis acerca de la situación económica de los
países atrasados y de su lugar dentro del sistema, y en particular de sus
relaciones políticas y económicas con los países avanzados. Pero la teoría
del imperialismo se vio perjudicada en su desarrollo por la separación
del análisis de clase del análisis nacional. En otras palabras, la teoría que
tuvo su origen (en Lenin, Marx y Luxemburgo) como una teoría de clase,
una extensión del análisis marxista del capitalismo en una nueva fase,
fue elaborada posteriormente como una teoría de las relaciones económicas
entre Estados desarrollados y subdesarrollados.
En otras palabras, el énfasis se trasladó casi exclusivamente al tercero
de los tres grupos de intereses de la teoría. Esto reflejaba en parte las
cambiantes perspectivas políticas dentro del movimiento comunista inter­
nacional; alejándose de la esperanza en la revolución de los países avan­
zados, que Lenin había alimentado, hacia un énfasis en las luchas de libe­
ración anticoloniales y nacionales en los países subdesarrollados.
Este cambio en el énfasis político dio origen a una ambigüedad que es
la exacta contrapartida de esa otra ambigüedad que tan importante lugar

3 3 2
ocupa en los malentendidos del debate histórico acerca del siglo x d c . El im­
perialismo en su sentido moderno ha llegado a connotar tanto el sistema
capitalista globalmente como el dominio político y económico de los paí­
ses avanzados que lo integran. Si se toma en el sentido de todo el sistema
capitalista, entonces una de sus preocupaciones principales debería ser,
como lo era hace cincuenta años, las relaciones de los países capitalistas
avanzados unos con otros. Ésta sigue siendo una fuente de considerable
confusión en las discusiones acerca del significado del imperialismo, espe­
cialmente entre maixistas y no marxistas.** Un problema relacionado con
éste es lo que se conoce por imperialismo británico o norteamericano en
relación con el imperialismo como un todo. Muchos marxistas seguramen­
te contestarían a esto diciendo que el capitalismo (o imperialismo), es al
mismo tiempo un sistema y muchos sistemas, cada uno de los cuales posee
cierta cantidad de autonomía en relación a los otros. El imperialismo de
un país en particular se utilizaría más apropiadamente en la discusión de la
rivalidad entre los países avanzados o bien de la forma cómo la domina­
ción sobre el tercer mundo opera en la práctica.
El debate contemporáneo, a diferencia del histórico, ya n a incluye a
muchos no maixistas; la creencia en la utilidad de la categoría imperialis­
mo está ahora casi totalmente limitada a aquellos que profesan el marxis­
mo o están influidos por él. En otros círculos, la descolonización ha si­
do tomada como señal del fin del imperialismo, aunque teóricamente
otros conceptos más vagos, neocolonialísmo o neoimperialismo, tengan cier­
ta vigencia incluso fuera de los círculos socialistas. Los participantes en
el debate sobre el imperialismo han cambiado; igualmente ha cambiado
el terreno de la discusión. Pero la herencia de ambigüedad aún sigue in­
tacta.

4- C U E S T IO N E S D E L IM P E R IA L IS M O R E S U E L T A S V P O R R E S O L V E R

El punto de partida para Marx y Lenin fue un análisis del capitalismo en


los países avanzados que, a continuación, ampliaron para incorporar a los
países subdesarrollados. Los estudiosos marxistas están empeñados ahora en
un esfuerzo por profundizar su comprensión de la estructura del capitalis­
mo avanzado y por unificarla con un análisis de la posición de los países
atrasados acerca del cual hay un acuerdo mucho más amplio. Esto signi­
fica que actualmente, si bien existe un importante conjunto de útil trabajo
descriptivo y analítico sobre los países subdesarrollados desde un punto de
vista más o menos marxi'sta, el nivel de análisis de los países capitalistas
avanzados sigue siendo aún muy inadecuado. Los temas concernientes a
las relaciones de los países avanzados y los atrasados (que es el segundo

333
de los tres grupos de intereses antes mencionados) siguen ocupando una
gran proporción en las discusiones sobre el imperialismo: temas tales como
el papel de la inversión extranjera, el intercambio desigual, la dependencia
de los países avanzados respecto a los atrasados, y el papel de la empresa
internacional. Vale la pena decir algo más acerca de estas cuestiones puesto
que todas ellas surgieron durante el seminario en que se basa este libro.
Retrospectivamente resulta más fácil verlas como parte de un cuadro gene­
ral, y ver por qué las cuestiones que plantean han permanecido sin res­
puesta.
El problema que surge con más frecuencia en la discusión de la inver­
sión extranjera es el de cómo reconciliar dos cosas: primero, la opinión,
generalizada en otro tiempo, de que la inversión extranjera en los países
atrasados fue una respuesta a la falta de buenas oportunidades de inversión
en los países avanzados y, segundo, la opinión ahora común de que la
inversión extranjera ha permitido un retomo de ganadas mucho mayor
para los países inversionistas y de tal suerte actúa “como una bomba gi­
gantesca que extrae los excedentes de los países subdesarrollados,,.B* (Este
segundo punto se plantea en los textos de Barratt Brown, Magdoff y Sut-
cilffe.) Esta es una confusión comprensible pero innecesaria puesto que
en realidad no existe contradicción. Si la inversión extranjera logra obte­
ner ganacias, esto implica por sí mismo (excepto cuando el total de nue­
vas inversiones aumenta en forma excepcionalmente rápida) que durante
cierto periodo el flujo de regreso de ganancias será mayor que la salida
original de inversiones. Es indiscutible que en Gran Bretaña, entre 1870
y 1914, en el apogeo de la exportación de capital, las ganancias totales
eran mayores que el nuevo capital enviado a ultramar. Y la contrapartida
es ahora cierta respecto a muchas áreas de los países subdesarrollados: la sa­
lida de ganancias es mayor que la entrada de capital. Este flujo de ganan­
cias, por supuesto, aumenta la búsqueda de excedentes para oportunidades
de inversión por parte de los países avanzados; pero en el análisis mar7
xista esto no es una contradicción mayor que la creada por la rentabili­
dad del capital, independientemente de dónde se invierta éste.
La cuestión del intercambio desigual es más complicada y sólo ha em­
pezado a discutirse recientemente. La noción del intercambio desigual en­
tre dos diferentes capitales de poder de negociación desigual aparece ya
en E l Capital donde es considerada una función del monopolio temporal
o poder monopsónico. En un mundo en el que el monopolio está exten­
dido el intercambio desigual debe lógicamente ser la regla más que la
excepción. Este tema se ha situado en primer plano recientemente como
consecuencia de la publicación de E l intercambio desigual de A. Emma-
nuel, quien afirma que el intercambio desigual existe sistemáticamente en
el comercio entre países desarrollados y subdesarrollados, y es un medio de

334
explotación de los segundos por parte de los primeros. Esta opinión posee
importancia política pues Emmanuel afirma que el intercambio desigual
debilita las bases objetivas para la solidaridad internacional de clase: la
clase obrera de ¡os países avanzados explota realmente a la clase obrera de
los países subdesarrollados; y, debido a la tendencia de la tasa de ganan­
cia a equilibrarse, la clase obrera gana gracias al intercambio desigual más
que el capital.17 En un reciente y enérgico debate con Emmanuel, llettel-
heim afiimó que “la tasa de explotación es mucho más elevada en los
países capitalistas desarrollados que en los otros”.118
En otras palabras, Bettelheim opina que la brecha entre productividad
y salarios es relativamente mayor en los países desarrollados que en los
subdesarrollados. La evidencia sobre esto es muy insegura e incompleta,
pero en la actualidad parece ir en contra de la opinión de Ilettelheim En
todo caso, en condiciones de división internacional del trabajo dentro de
las corporaciones internacionales, la productividad no es algo que pueda
medirse en diferentes operaciones de una sola empresa. La capacidad de
la empresa para establecer precios arbitrarios para las transferencias de
artículos semiacabados de la misma firma significa que la productividad
relativa entre diferentes ramas de Ja empresa adoptará un valor arbitrario.
Así como en una planta donde, por ejemplo, los obreros de la línea de
producción reciben distintos salarios que los obreros de limpieza, la pro­
ductividad (y por tanto, la noción de explotación) es indivisible.1® Por
otra parte también cabe dudar de que la evidencia demuestre la afirma­
ción de Emmanuel de que la tasa de ganancia tiende, de hecho, a equi­
librarse.
Económicamente, esta cuestión del intercambio desigual sigue sin res­
puesta. Uno de los problemas es que el comercio y la inversión no pueden
analizarse correctamente en fotma aislada. Para empezar, la exportación de
capital puede conducir muy directa e inmediatamente a la exportación
de bienes, y casi siempre tiene un efecto indirecto en los patrones comer­
ciales. Igualmente, dado un sistema de comercio y pagos multilaterales,
un excedente comercial en un lugar “financia” (esto es, gana las divisas
necesarias para) la inversión en otro lugar; así sucedió en el siglo x jx
cuando la India financió la inversión en Estados Unidos y otras par­
tes. Este hecho debilita en parte las críticas dirigidas contra la asociación
de la expansión imperial con la exportación de capital. Ahora bien, pues­
to que es tanto el comercio que tiene lugar entre las firmas internaciona­
les,70 debe tener lugar a precios de transferencia falsos. Cuando, como por
ejemplo en el caso del petróleo, una rama de la firma vende bienes a otra
rama en un país distinto, los precios de estas ventas pueden ser manipu­
lados en vez de efectuar movimientos de capital y la firma puede distribuir
su ingreso y así obtener sus ganancias en cualquier país que desee. Así, el

335
cargar u n precio de transferencia bajo para las materias primas produci­
das en u n país y exportadas a otro dentro de la misma firma, puede ser
financieramente equivalente a cargar un precio elevado y luego repatriar
las ganancias. Ésta es una de las razones por las que la teoría del inter­
cambio desigual debe ser incorporada a los aspectos de la teoría del im­
perialismo que tratan de la inversión.
Políticamente, el debate sobre el intercambio desigual recuerda algo que
Lenin consideraba un elemento esencial en sus escritos teóricos sobre el
imperialismo: la teoría de la aristocracia obreraF1 Algunos sectores de la
clase obrera británica a fines del siglo xrx y comienzos del xx no sólo
compartían algunas de las ventajas del imperialismo, sino que en mu­
chas instancias adoptaron una posición política proimperialista. Y esto si­
gue ocurriendo hoy día en muchos países avanzados con algunos sectores
de la dase obrera. Baran y Sweezy se han manifestado en El capital mo­
nopolista en contra del potencial revolucionario de la clase obrera nor­
teamericana aunque, al contrario de Emmanuel, no lo atribuyen al inter­
cambio desigual.
Todas estas opiniones combinan elementos ideológicos y económicos en
diferentes proporciones. Emmanuel es una excepción cuando afirma que la
base económica objetiva para la unidad de la clase obrera contra el im­
perialismo se ha desvanecido. Casi ciertamente, su opinión concede de­
masiada. importancia a la noción de intercambio desigual, la cual no puede
ser la sustancia total de la explotación de la clase obrera en un plano
internacional. Sería mejor ver el intercambio desigual como mediador en­
tre las diferentes tasas de explotación en los pa'iscs avanzados y los sub­
desarrollados. (Es muy posible que, debido al intercambio desigual, una
tasa de explotación más baja de lo normal en los países avanzados sea
]X>sible con la ayuda de una más elevada en los países subdesarrolladosj
Pero aunque esto sea cierto —y hace falta mucho más trabajo para de­
mostrarlo— prueba que los intereses de la clase obrera en los países avan­
zados y subdesarrollados sólo son inconsistentes si se asume la existencia
permanente del capitalismo en los países avanzados. En tanto que exista
la explotación en los países desarrollados y subdesarrollados, el fin del
capitalismo implicaría el fin de esta explotación y, en principio, abriría el
camino p ara el mejoramiento del nivel de vida material de la clase obrera
en ambas áreas al mismo tiempo.
Ésta es la perspectiva que subraya la teoría de Lenin de la aristocracia
obrera. Y existe una estrecha vinculación entre esta teoría y la noción de
imperialismo social que, en el contexto de' Alemania y Estados Unidos,
se discute en el texto de Wchler. La idea de que, independientemente del
interés objetivo, una clase dirigente puede utilizar el imperialismo para
distraer la atención de los gobernados respecto de los abusos y problemas

336
domésticos, ha sido bien conocida por muchos gobiernos. Puede esperarse
más discusi'ón acerca de si existen y cuáles son las bases objetivas para
cualquier socialimperialismo o si es simplemente una cuestión de la po­
sición política adoptada por la clase obrera en contra de sus intereses
reales.
Es interesante señalar que “socialimperialismo” es también el término
empleado por el gobierno de la República Popular China para describir
la política de la Unión Soviética. La cuestión de si el imperialismo puede
ser atribuido en algún sentido a los países socialistas es un tema apasio­
nadamente discutido a nivel político. Los aspectos económicos de la cues­
tión han sido muy poco discutidos hasta ahoia. Fueron planteados en una
sesión de nuestro seminario y se vio claramente que la base económica para
el imperialismo de los países socialistas, si es que existe alguna, debe ser ra ­
dicalmente diferente de la del imperialismo capitalista. La inversión privada
y la obtención de ganancias son irrelevantes para el primero; los términos
de los préstamos oficiales y los términos de los acuerdos comerciales pue­
den, en principio, tener importancia. Pero más allá de esto, hasta ahora,
tropezamos con la ignorancia; en un nivel teórico y empírico éstas siguen
siendo cuestiones sin respuesta.
(L a importancia de la cuestión del intercambio desigual depende en par­
te, por supuesto, del volumen del comercio que tiene lugar actualmente
entre países desarrollados y subdesarrollados y del cuadro institucional den­
tro del que se realiza este comercio!) Er» relación a esto, recientemente ha
habido algunas discusionei.^cerca del grado en que el .capitalismo avan­
zado es dependiente de los países subdesarrolladó£', U na medida de esta
dependencia son las proporciones en que se distribuye el comercio total en­
tre estos dos grupos de países; a partir de la guerra, el comercio- de los
países subdesarrollados ha venido creciendo en fonna notablemente más
lenta que el comercio internacional globalmente; pero el comercio entre
los países avanzados ha crecido mucho más velozmente. Considerando las
materias primas únicamente encontramos no sólo lo que es predecible, que
los alimentos y materias primas han decrecido proporcionalmente en las
importaciones de los países desarrollados, sino también, más sorprendente­
mente, que una proporción creciente de los alimentos y materias primas
proviene de los mismos países avanzados. Su participación en. este comercio
representa, de hecho, más de la mitad. Hay excepciones a esto —los car­
burantes (petróleo en particular)— en las que desde la guerra una parte
cada vez mayor de las importaciones ha provenido de países subdesarro­
llados; también la madera, y cierto número de materiales esenciales para
la fabricación de motores de avión.*2
Tales excepciones sugieren que las cifras comerciales acumuladas no re­
velan necesariamente mucho acerca de la dependencia en un sentido a

337
largo plazo. Parte del comercio entre países avanzados (especialmente en
manufacturas) podiía suplirse en caso de emergencia con recursos do­
mésticos; parte de las materias primas importadas de los países subdesarro­
llados (y de los países desarrollados, por supuesto) son irremplazables. A
largo plazo, actualmente parece temerse cada vez más que dentro de un
futuro previsible los suministros de algunos recursos importantes lleguen
a agotarse. Y las reservas de los países desarrollados se agotarán, muy pro­
bablemente, antes que las de los países subdesarrollados. Por lo tanto, las
tendencias actuales en la proporción del comercio de materias primas po­
dría invertirse en el futuro.®*
Es más revelador observar el comercio y la inversión menos en términos
de movimientos entre amplios bloques de países “desarrollados” y “sub­
desarrollados”. Esa distinción oculta los rasgos más notables de la econo­
mía capitalista mundial. El hecho es que desde la segunda guerra mundial
el sistema capitalista mundial se ha hecho cada vez más interdependiente
e intemacionalista en términos tanto de comercio como de inversión. Los
patrones de movimiento de capital han conducido a una creciente inter­
penetración económica, especialmente en los países capitalistas avanza­
dos. Y el comercio ha aumentado más rápidamente que la producción,
de manera que la mayon'a de los países se han vuelto más dependientes
tanto de las importaciones como de los mercados extranjeros. Un ejemplo
particularmente dramático de esto es la importación de minerales a Es­
tados Unidos. Las importaciones netas como un porcentaje del consumo
han aumentado de -3,1 por ciento en 1910-19, a 5.65 por ciento en 1945-
49 y 14 por ciento para 1961.24
U no de los vehículos de esta creciente internacionalización del sistema
es la firma internacional, que se está convirtiendo en uno de los aspectos
más ampliamente discutidos del capitalismo moderno. Puesto que una gran
proporción del comercio mundial y la inversión internacional se realiza
entre ramas de esas firmas, las medidas de dependencia que dan parti­
cular importancia al comercio o movimientos de capital entre países no
conseguirán comprender todo el significado de este cambio en la estructu­
ra del capitalismo mundial. El papel de la firma internacional en aumen­
tar la concentración y competencia internacional es obviamente impor­
tante. Su naturaleza exacta, sin embargo, sigue siendo una cuestión sin
respuesta, lo mismo que la relación de esas firmas con el Estado*’ y el sen­
tido en que pueden ser llamadas internacionales.
Gran parte del análisis reciente de todas estas características del im­
perialismo ha sido realizado a nivel de países y de las relaciones políticas
y económicas entre ellos. Lo que ha faltado, en comparación con la ante­
rior tradición marxísta de la teoría del imperialismo, ha sido un análisis
de la economía política y estructura de clase tanto de los países avanzados

338
como de los subdesarrollados. Solamente esto permitirla reunir los tres
temas propios de la teoría del imperialismo en un adecuado análisis del
sistema capitalista como un todo. Por supuesto, algún trabajo útil en esta
dirección se ha hecho ya.** Pero hasta ahora el análisis marxista del im­
perialismo, en el sentido tanto de todo el sistema como de las relaciones
de los países que lo componen, no tiene respecto al mundo moderno la
coherencia que poseía en los tiempos en que Lenin, Luxemburgo y Trotsky
hicieron sus contribuciones a él. Y por lo que respecta a las ciencias so­
ciales no marxistas contemporáneas, no aceptan que el concepto de impe­
rialismo posea importancia, ni siquiera en cuanto a comercio internacional
o relaciones internacionales.
La teoría maixista floreció siempre en un clima de intensa lucha po­
lítica. Y para los marxistas, detrás de toda la búsqueda de teorías está en
muchos casos la búsqueda de una estrategia política apropiada para la eta­
pa actual del imperialismo. Dentro de ésta parece haber gran número de
investigaciones comparativamente fútiles. Una de ellas es la pretensión de
identificar cuál es ia mayor contradicción de Ja fase actual del capitalis­
mo: la que existe entre el capital y la clase obrera en los países avanzados
o la existente entre pa'ises avanzados y países subdesaiTollados. La teoría
ha reflejado aquí los acontecimientos políticos: en una época en que las
luchas revolucionarias en los pa'ises subdesarrollados parecen más comunes
que el conflicto político real dentro de los países avanzados, casi todos los
escritos teóricos reflejan esto concentrándose en la contradicción entre
países avanzados y subdesarrollados. En años más recientes, la intensifica­
ción de la lucha de clases en países europeos, y en forma bastante vaga
en Estados Unidos, ha conducido a un cambio de énfasis si no es que
a un cambio de actitud mental Parece virtualmente imposible, sin em­
bargo, dar un criterio adecuado que nos permita juzgar si una de las con­
tradicciones del sistema capitalista domina sobre otra.
La prolongada existencia del imperialismo implica para muchos mar­
xistas que la cuestión de cómo combatirlo aún no ha sido contestada. Esta
cuestión es la que nunca se halla lejos de la superficie en muchas de las
contribuciones a este libro. Kemp subraya la importancia de la lucha de
clases en los países avanzados. Hodgkin describe el surgimiento de teorías
en el tercer mundo basadas en la duda de que una lucha común de los
pueblos oprimidos tanto en los países subdesarrollados como en los des­
arrollados sea posible. Estas cuestiones serán contestadas, en cierto sentido,
por los acontecimientos políticos; no pueden hallar su respuesta definitiva
en ningún libro.
Sin embargo, esperamos que este libro, aunque no responde a cuestio­
nes de este tipo, pueda al menos ayudar a los marxistas a eliminar algunas
de las confusiones más comunes en la discusión y a apuntar caminos para

339
futuras investigaciones. Al mismo tiempo esperamos que, para marxistas y
no marxistas igualmente, este libro ofrezca algunas lecciones objetivas so­
bre los problemas, posibilidades y limites de la confrontación intelectual.

NOTAS

1 Por ejemplo, Raymond Aron, The Century of Total War. Londres, 1954. p. 57.
2 Una reseña reciente (de Marxist Sociology in Aclion por J. A. Banks] en el
Times Lilerary Supplemenl comete dos errores basados en esta falsa identificación
del colonialismo con el imperialismo. Primero, afirma que la teoría de Lenin sos­
tenía que “cuando el colonialismo llegue a su fin [ ...] la clase obrera perderá sus
ilusiones socíaldemócratas y se volverá más receptivamente al marxismo revolucio­
nario". Segundo, la reseña intenta destruir la teoría afirmando que “los niveles
más elevados entre las clases obreras europeas se encuentran en Suecia, un pais sin
posesiones coloniales” (TLS, 11 de diciembre de 1970, p. 1438).
3 D. K . Fieldhouse hace aproximadamente esto m'ismo en su introducción a The
Theory of Capilalist Imperialism. Ed. Longmans, Londres, 1967, aunque también
subraya las más antiguas ralees teóricas en el marxismo de las ideas de Lenin.
■* V. I. Lenin, “Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrá­
tica". Obras escondas, Ed. Progreso, Moscú, sf., t. i, p. 481.
s D. K. Fieldhouse, “ Imperialism: an histon'ographical revisión”. Bconomic His-
lory Review, 2a. serie, 14, 2 de diciembre de 1961.
8 Algo absurdamente, Raymond Aron, por ejemplo, afirma que la actual rela­
ción es más frecuentemente lo contrario de la aceptada por la teoría usual del im­
perialismo; los intereses económicos son sólo un pretexto o una racionalización,
mientras que la causa más profunda se halla en la voluntad de poder nacional (The
Century of Total War, cit., p. 59).
r Esto parece haber afectado las opiniones de Robinson y Gatlagher, por ejem­
plo, en Africa and the Victorians, ed. cit.
3 Por ejemplo, L. H. Gann y P. Duigan en Burden of Empire, Pall Malí Press,
Londres, 1967, acusa a Hobson de “impostura intelectual" al presentar las cifras
(p. 41). Fieldhouse señala algo semejante en The Theory of Capitalist Imperialism,
p. 189-90. A. Emmanuel alterna que “no hay vínculo posible entre la acumulación
de estas inversiones desde 1870 hasta 1914 y la expansión territorial de los impe­
rialistas durante el mismo periodo" (“ White settler coloniabsm and the myth of
¡nvestment imperialism”, ponencia para el simposium de Elsínore sobre el imperia­
lismo, abril de 1971); véase también M. E. Chamberlain, The New Imperialism
Historical Association, Londres, 1970, pp. 2l-3.
,
9 M. Segal y M. Simón, “British ioreign capital issues 1865-94” . Journal of Eco-
nomic History, 21, 4, 1961.
10 P, Sweezy ha señalado un punto relacionado con éste en forma más general:
“aunque los capitalistas ingleses puedan tener poco que ganar de la anexión [ .. .]
pueden tener mucho que perder de la anexión [ .. .] El resultado puede parecer
una pérdida neta [pero] lo que importa no es la pérdida o ganancia comparada con
la situación prexistente, sino más bien fo pérdida o ganancia comparada con la
situación que habría prevalecido si un rival hubiera logrado adelantarse”. Teoría
del desarrollo capitalista, ed. cit., p. 332.
11 Fieldhouse ve este punto pero lo utiliza en forma bastante extraña: “Aun
cuando la expansión de Europa produjo beneficios económicos a inversionistas, co­
merciantes y exportadores, éstos eran intereses privados: de ahí no se sigue que los
Estados europeos globalmente se beneficiasen en consecuencia.” The Colonial Em­
pires, Ed. Weindenfeld & Nicolson, Londres, 1966, p. 392. Muy cierto; pero fra­

340
casará si pretende ser, como parece implicar, un argumento contra Hobson o Le-
nin.
15 Fieldhouse hace esto (The Colonial Empites, p. 386, pero más adelante se
autocorrige: “Una comparación directa entre las tasas de dividendos de las inver­
siones europeas y coloniales es imposible debido a que las tasas europeas se elevaban
necesariamente por la posibilidad de inversión en ultramar” (ibid., p. 389).
** Por jemplo, A. K. Caimcross, Home and Foreign Tnvestment 1870.1913,
Cambridge University Press, Cambridge, 1953.
>« Lo mismo hace Richard D. "Wolff en “Modern imperialismo T he view from
the metrópolis”. American Economía Review, Papers and Proceding, mayo de 1970.
p. 228.
18 Un reciente debate en Estados Unidos ¡lustra esto. Harry Magdoff condena
un artículo crítico acerca de su trabajo porque “el imperialismo [declaran los au­
tores] concierne solamente a las relaciones entre los países avanzados y subdesarro­
llados [ . . . ] Reducir el imperialismo al comercio con y la inversión en el tercer
mundo, elimina un sector vital de actividad política y económica: las rivalidades
imperialistas asociadas a las operaciones de inversión de las naciones capitalistas
avanzadas más allá de sus fronteras reciprocas” (Monthly Review, octubre de 1970,
pp. 5 y 8). Magdoff responde a un artículo de S. M. Miller, R. Bennett y C. Ala-
patt en Social Poiicy, Nueva York, 1, n. 3, 1970.
14 P. M. Swceay, “Obstacles to econotnic dévelopment”, en C. H. Feinstein, ed.,
Sociolism. Capitalism and Economía Crowth Essays presentad to Maurice Dobb.
Cambridge University Press, Cambridge, 1967.
tt “Los superbeneficios son sólo temporarios. Los supersalarios se convierten au­
tomáticamente y a la larga en salarios nonnales.. . " A. Emmanuel, “El proleta­
riado de los países privilegiados participa en la explotación del tercer mundo", en
Samir Amin et al., Imperialismo y comercio internacional. Ed. Cuadernos de Pasado
y Presente, n. 24, Córdoba, 1972, p. 166.
18 Charles Bettelheim, “Los trabajadores de los países ricos y pobres tienen in­
tereses solidarios", en ibid., p. 171.
ls La teoría del intercambio desigual empieza con K . Marx, El Capital, ed. cit.,
t. 1. Más adelante contribuyen a ella E. reobrazhensky, La nueva economía, ed.
cit.; A. Emmanuel, El intercambio desigual, ed. cit.; C. Bettelheim, introducción
crítica y conclusión a Emmanuel, supra; J. Palloix, Problimes de la ctoissance en
iconomie ouoette, París, 1969; E. Mandel, en Pensamiento Crítico, n. 36, La Ha­
bana; S. Amin, La acumulación a escala mundial, Ed. Siglo XXI, Madrid, 1974.
10 Un cálculo reciente del GATT sugiere que cerca del 30 por ciento del co­
mercio mundial total puede ser actualmente de este tipo.
si Martin Nicolaus escribió: “La aristocracia obrera no era para Lenin simple­
mente un epíteto, un insulto retórico [.. .] Era una explicación teórica seria, basada
en et método de análisis de clase, apropiado en fa época imperialista, de las ten­
dencias recurrentes y persistentes hacia el chovinismo imperial entre los obreros de
la metrópolis.” (“The theory of labor aristocrac/’, Monthly Review, abril de 1970,
P- 91).
23 Lo cual subraya Magdoff en Lo era del imperialismo, ed. cit,, p. 62.
71 Sobre estas cuestiones véase la ponencia presentada en el seminario de Elsinore
sobre el imperialismo por Michel Barratt Brown, mimeo, 1971 (estos documentos
serán publicados).
34 H. Magdoff, op. cit., p. 56.
** Sobre esta cuestión véase Robin Murray, “The intemationalisation of capital
and the theory of the State” , The Spokesman, Londres, diciembre de 1970, y New
Left Review, 67, Londres, 1971.
14 Para los países subdesarroOados, especialmente en Latinoamén'ca, ha sido im­
portante la obra de Andre Gunder Frank. Véase, por ejemplo: Capitalismo y sub­

341
:
desarrollo en América Latina, ed. dtv y América Latina subdesarrollo o revolu­
ción, ed. Era, México, 1973. El análisis de Frank de la estructura de clase ha sido
criticado recientemente por Giovanni Arrighi en su trabajo presentado en el sim­
posio de Elsinore en abril de 1971, y Ernesto Laclau en New Left Review, 67,
Londres, 1971. Arrighi también ha escrito sobre las relaciones de la estructura de
clase con el subdesarrollo en Africa. Véase por ejemplo: T he Political Economy
oj Rhodesia, La Haya, 1967; "International Corporations, labor aristocracies and
economic dcvelopment in tropical Africa”, en R. I. Rhodes, ed., Imfierialism and
Underdevelopment, M. R. Press. Nueva York y Londres, 1970.
N? 1540
Imprenta Madero, S. A.
Avena 102, México 13, D. F.
10-VI-1978
Edición de 4 000 ejemplares
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