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El Imperio Romano

I. El marco geográfico.

1. LÍMITES Y FRONTERAS.

La difusión del cristianismo en el primer siglo fue específicamente en el imperio romano. Roma se
extendía entonces por todos los países costeros del mar Mediterráneo . En Europa, los límites al
norte eran el mar del Norte, el río Rin, el río Danubio y el mar Negro. En África, el límite estaba en los
márgenes del desierto, al sur de las antiguas posesiones de Cartago y al sur de Egipto. Al este,
(Oriente Próximo), Asia Menor, Siria y Palestina (desde Galilea hasta Idumea). Hacia el Oriente lejano
hasta los confines del imperio parto, que se extendía al este del Eufrates; pero desde el Ponto Euxino
hasta el mar Rojo, se alargaba como un cordón de pequeños Estados tributarios de Roma.

Dentro de estas fronteras, la expansión primera del cristianismo se produjo de este a oeste,
iniciándose en Palestina y en Siria, en Jerusalén y en Antioquía, durante el primer siglo. Recién hacia
comienzos del segundo siglo se expandió hacia oriente (Mesopotamia y más allá).

El Mediterráneo constituía como un lazo físico entre las diversas regiones que lo bordeaban. Con
razas múltiples en el contorno de este gran lago interior, eran constantes los contactos y los
intercambios entre las poblaciones costeras. Todas las grandes ciudades se hallaban en la costa o en
sus inmediaciones: Roma, Alejandría, Antioquía, Éfeso, Esmirna, Tarso, y Corinto entre otras.

2. LAS VÍAS DE COMUNICACIÓN.

Las diversas regiones o provincias del Imperio estaban enlazadas entre sí y con Roma mediante una
red de vías terrestres y marítimas. Las grandes arterias eran las vías romanas que constituían la red
de comunicaciones terrestres. En Europa, se destacan la vía Apia que comunicaba Roma con Brindis
atravesando Italia, y la vía Egnacia que atravesaba las actuales Albania, Macedonia del Norte, Grecia
y Turquía.

En Asia Menor había una red de carreteras más antigua y desarrollada. La arteria principal partía de
Éfeso, y pasaba por Laodicea, Colosas, Antioquía de Pisidia, Iconio y Listra, hasta Tarso de Cilicia. Otra
carretera (vía Regia), comunicaba a Esmirna, Éfeso y Sardes con Frigia y Capadocia, hasta la región
del Eufrates. Una tercera vía costeaba el litoral anatolio enlazando ciudades marítimas desde Cízico
hasta Tarso en Cilicia. La Siria antioquena comunicaba por el norte con Tarso por una vía que
atravesaba el monte Amano en las puertas Sirias; al este, con Mesopotamia; al sur, con Egipto por
una vía costera que partía de Antioquía y descendía por Fenicia y Palestina hacia el delta del Nilo.

El mar Mediterráneo era muy navegado por navios mercantes y la flota del Estado. La navegación
era más intensa en la parte oriental del Mediterráneo. Corinto, Tesalónica, Esmirna, Éfeso, Tarso,
Antioquía, Alejandría, eran grandes centros comerciales. Las naves transportaban tanto carga como
pasajeros, quienes viajaban por negocios, cuestiones de Estado, peregrinaciones y turismo. Las
gentes humildes viajaban en cubierta, mezclados con los hombres de la tripulación y cuando no
podían pagar el modesto precio podían pagar con trabajo a bordo. Hay registros de naves que
llegaban a transportar 600 personas. El clima y los vientos marcaban la duración de los viajes. De
noviembre a febrero estaba casi interrumpida la navegación, que no se reanudaba hasta la
primavera.

II. Geografía Humana

1. DIVERSIDAD DE ELEMENTOS ÉTNICOS.


En el imperio, los diferentes grupos humanos, de diverso origen y civilización, se hallaban
yuxtapuestos, más bien que amalgamados. Los numerosos pueblos englobados en el orbis romanus
formaban parte de una misma unidad gubernamental y administrativa fuertemente centralizada, sin
embargo las antiguas razas seguían subsistiendo y cada una de ellas conservaba más o menos sus
características y sus tradiciones. No obstante, poco a poco se operaba la fusión por razón de los
contactos en los terrenos económico, cultural y religioso. En todos los centros importantes existían
colonias de extranjeros; y más aún de de los judíos. En las ciudades, la lengua más universalmente
hablada era el griego, el griego koiné. En los medios rurales subsistían los antiguos idiomas indígenas.

2. ORGANIZACIÓN CÍVICA Y SOCIAL.

En los campos, lo mismo que en las ciudades, los esclavos eran casi tan numerosos como los
hombres libres. La mayoría de esclavos lo eran por nacimiento, otros eran esclavizados por deudas o
por ser cautivos de guerra. No tenían derechos y se los trabaja como cosas. Los romanos solían
castigar corporalmente peor a sus esclavos que los helenos. Cuando un esclavo conseguía la libertad,
sea de su amo o del estado, se convertía en liberto (libre) pero no ciudadano. Los libertos serían la
tercera parte de la población libre.

Los ciudadanos eran de derecho miembros de la comunidad cívica y política, con participación en la
dirección de los asuntos de la colectividad. El ciudadano romano tenía aún mayores derechos, como
protección contra castigos corporales y penas infamantes, además de poder apelar al tribunal del
César. Este título se compraba, recibía como recompensa o por herencia.

3. SITUACIÓN ECONÓMICA.

Hacia comienzos de la era cristiana, el imperio gozaba de paz y se disfrutaba de orden en el interior
de las fronteras. Por esto aquella época se señaló por un amplio desarrollo de la vida económica,
particularmente del comercio. Los que tenían algún oficio se enriquecían de prisa. Por todas partes
se construían templos, gimnasios, basílicas, teatros, ágoras y pórticos. El Estado y las ciudades tenián
recursos abundantes y se estimulaba y financiaba las obras de interés público. La plebe de las
grandes ciudades tenía trabajo y, consiguientemente, pan en suficiente cantidad. Lla clase media
vivía en régimen de decente suficiencia; en cuanto a los miserables, esperaban del Estado o de la
municipalidad mantención.

III. Régimen administrativo y divisiones provinciales.

El imperio limitaba su acción y su peso en la administración de las provincias. Mayormente se


respetaba la autonomía municipal; y las ciudades y las provincias tenían sus asambleas compuestas
de representantes elegidos por los ciudadanos. Había pocos funcionarios imperiales, excepto los
recaudadores de impuestos. El régimen común era el régimen cívico. Entre el poder central y los
magistrados locales se interponía la autoridad del gobernador provincial, delegado por el senado en
calidad de procónsul o por el emperador con título de legado.

Las provincias más antiguas, pacificadas de muy atrás, se llamaban senatoriales, mientras que las
provincias con anexión reciente o que estaban próximas a las fronteras, eran llamadas imperiales. En
cuanto a Palestina, estaba colocada bajo régimen especial, teniendo a la cabeza a un procurador bajo
la vigilancia del legado de la vecina Siria.

LA CIVILIZACIÓN HELENÍSTICA

I. Naturaleza e importancia del helenismo.

El helenismo fue un tipo o una forma de civilización que era producto del genio griego. Estaba
fundada esencialmente en una concepción ideal del hombre, de su naturaleza, de su libertad, de su
vida individual y social. Interesado por las cosas del espíritu, hallaba su expresión en el arte, en la
literatura, la filosofía, la religión; y se reflejaba hasta en los actos más sencillos de la vida de todos los
días. Se adquiría con la educación por lo que todo hombre de cualquier raza formado con arreglo a
este tipo de civilización era un heleno. El resto de la humanidad recibía la designación corriente de
bárbaros. La concepción griega de la divinidad, el ser humano, del mundo material y la vida social
organizada había sido influida por dos grandes corrientes filosóficas: Platón y la escuela estoica. Bajo
esta influencia concibió el hombre el universo y lo comprendió como un todo inteligible para él,
animado por un poder divino inmanente y gobernado por una ley racional, comprendiendo su lugar
en el kosmos.

Gracias al helenismo adquirió el hombre conciencia de ciertas nociones y principios que regían su
actitud y su actividad frente a la divinidad, a sus semejantes y a sí mismo. El cristianismo sufrió sus
influjos durante la edad apostólica, siendo la principal categoría.

II. La filosofía «popular».

Era una filosofía renovada basada en el estoicismo antiguo, que tenía una moral, una metafísica, una
cosmología y una teología; que pretendía informar e instruir sobre todo lo que interesaba al hombre.
Sus propagandistas se dirigían a todas las clases de la sociedad, eran numerosos, y ocasionalmente.
desempeñaban el papel de directores de conciencia. Surgían no de la formación; sino de un
llamamiento interior; y eran aislados e itinerantes, tomando su predicación como oficio. Su lenguaje
era lleno de imágenes, expresiones pintorescas y exposiciones en forma dialogada (diatriba)

Su mensaje era un Dios universal y providencial, padre de dioses y hombres; y la igualdad y


fraternidad de todos los hombres. Exigían el ejercicio ascético para librarse del yugo de las pasiones y
lograr la felicidad. Esta filosofía fue la expresión más elevada de la fe en un Dios creador providente
en la antigüedad pagana.

III. La helenización del mundo antiguo.

El helenismo nació en la Grecia clásica, las islas del mar Egeo y las ciudades griegas de Asia Menor.
Fue impulsado por Alejandro Magno hacia el Oriente Próximo y su impulso continuó después de su
muerte. Sólo Judea se mantuvo al margen del movimiento que arrastraba irresistiblemente al mundo
antiguo hacia una nueva forma de civilización.

Una vez que Alejandro hubo dado el impulso, el movimiento se continuó después de la muerte del
héroe en todos los países abiertos a sus ejércitos. Los pequeños Estados de Asia Menor, el reino de
Siria con los Seléucidas y el de Egipto con los Ptolomeos, fueron profundamente helenizados, por lo
menos en sus clases selectas, a lo largo de los dos últimos siglos antes de la era cristiana. Éste fue el
resultado más importante y más duradero de las conquistas de Alejandro. En el Oriente Próximo, sólo
Judea se mantuvo al margen del movimiento que arrastraba irresistiblemente al mundo antiguo. El
judaismo palestino se rebeló en una lucha a muerte entre Antíoco iv Epífanes de Siria y los Macabeos
(167-141), con victoria para los judíos.

Los romanos se habían apoderado de Macedonia y de Grecia en 146 A.C. Ya antes de esta fecha se
había afirmado en Roma la influencia del helenismo. A partir de 146 la ciudad fue helenizándose
cada vez más. Roma venció militarmente y era económicamente superior, pero Grecia venció
conquistando con su espiritualidad.

Ya que la educación formaba al heleno. En las ciudades griegas o helenizadas tomaban la función de
formar a los niños y adolescentes, con el objetivo de formar ciudadanos. Los romanos en cambio
tenían una educación familiar, donde el padre era quien inculcaba cualidades como la energía y la
voluntad para formar hombres de acción.

Las sociedades helenizadas reposaban sobre la ciudad como fundamento de vida colectiva
organizada. Ésto también fue razón por la cual el helenismo casi no tuvo influencia fuera de los
medios urbanos. Los vínculos cívicos que unían a los miembros de la ciudad estaban sancionados y
reforzados por la religión, por lo que salvo que fuesen judíos, debían adorar a los dioses de la ciudad
y participar en su culto.

EL PAGANISMO GRECORROMANO

El mundo antiguo estaba penetrado por el sentimiento religioso; con cultos numerosos, de origen y
naturaleza muy diversos.

I. Los cultos nacionales tradicionales.

En el primer siglo de nuestra era los antiguos cultos oficiales formaban parte del patrimonio nacional
por el que velaba el patriotismo, incluso en los países conquistados por Roma. Además estaban
renovados porque el emperador Augusto había decidido restaurar la religión de los antepasados.

En el mundo helénico, los templos de Zeus, de Apolo, de Atenea y de todas las grandes divinidades
nacionales estaban todavía en pie y eran frecuentados por las muchedumbres. También se edificaban
o reconstruían templos por todo el imperio.

En Roma, los dioses y las diosas habían sido identificados con los del panteón griego incorporando
leyendas de la mitología griega. Venerar a las divinidades nacionales equivalía a manifestar piedad y
dar testimonio de lealtad cívica. Además, se mantenía adoración de dioses menores (penates, lares y
genios domésticos) en busca de su favor y protección.

II. Las religiones orientales.

Las conquistas de Alejandro habían puesto en contacto directo e íntimo al mundo helénico y al
mundo oriental, que tenía el sentimiento religioso más profundo. Las religiones orientales con inicios
en tributos a las fuerzas de la naturaleza, tenían ceremonias ruidosas, los ritos excitantes, a veces
inmorales. Estas religiones penetraron en el mundo grecorromano antes de la era cristiana.

Desde Egipto, negociantes, marinos y esclavos introdujeron los cultos de Isis y de Serapis en Asia
Menor, en las islas del mar Egeo, en Grecia y en Italia. Isis se presentaba como diosa benéfica, reina
de los vivos y los muertos. Serapis era dios curador como su colega Asclepio.

Los cultos sirios de Atargatis (Astearte y Afrodita) y de Adonis, dios fenicio de la vegetación, habían
sido propagados por el mundo helénico por marinos fenicios. Sus cultos eran de carácter naturalista.

El culto de Cibeles y de Atis fue importado de Frigia a Italia en 204 A.C. por decisión oficial del
senado. Este culto ganó popularidad por la derrota de Anibal, quien amenazaba Roma para esa
época, poco después que instalaron la piedra negra (su símbolo) en un templo Palatino. Implicaba
ritos y prácticas bárbaras como la castración ritual, que repugnaban a los romanos, por lo que hasta
la época de Claudio estuvo confinado al templo.

Entre los dioses iranios, introducidos en tiempos de Alejandro y helenizados posteriormente, se


destacaba Mitra, asimilado al dios Sol. Este culto se hizo muy popular en los ambientes militares.
Al principio estos cultos extranjeros eran tenidos por sospechosos por la autoridad imperial; pero por
fomentar las aspiraciones religiosas y sentimiento de piedad individual, ganaron rápidamente
muchos adeptos de todos los medios sociales.

III. Los misterios.

Se designan con el nombre de misterios ritos de carácter sacro que constituían una iniciación en
secretos religiosos y divinos, que garantizaba la protección del dios o diosa y la felicidad póstuma
(todos incluían la creencia de la inmortalidad). Las religiones que practicaban la iniciación mística se
llaman «religiones de misterios». Los cultos griegos de Deméter y de Dioniso, el culto frigio de
Cibeles, los cultos fenicios de la diosa siria y de Adonis, los cultos egipcios de Isis y de Serapis y
también otros tenían sus misterios.

Había misterios locales (se celebraban en un sólo santuario, por ej Deméter); y otros eran
universalistas (se celebraban en cualquier lugar, por ej Dioniso). No había requisitos para participar.

Todos los misterios entrañaban como elemento esencial una serie de ritos cuyo conjunto constituía
la iniciación. Podían tener diversos grados. A los candidatos se les revelaban los secretos religiosos
por medio de imágenes, que en conocimiento de los ritos eficaces garantizaban la salud

Los misterios helénicos más antiguos y más populares eran los de Dioniso. Los misterios dionisíacos
incluían ayunos, purificaciones, cantos salvajes, danzas frenéticas y banquetes sagrados, que
producían una especie de éxtasis o de delirio religioso. El iniciado se sentía liberado de todo
impedimento a la acción divina en él y sentía la presencia divina, con una promesa de vida
bienaventurada después de la muerte.

En cambio, los misterios de tradición y doctrina pitagóricas, son filosóficos y sus ritos tienen valor
como símbolos doctrinales. Se basaban en ideas puras, sin ritos sensibles con imágenes de valor
simbólico.

Las doctrinas pitagóricas tenían por objeto el origen del alma humana, su unión pasajera con el
cuerpo dominado por las pasiones, las impurezas contraídas y la necesidad de purificación, el retorno
a la esfera celeste y la felicidad adquirida en la visión eterna de la divinidad. Por lo tanto lo esencial
para el alma es purificarse, lo cual se logra por la ascesis y la disciplina moral.

Ninguna cualidad moral se exigía a los candidatos a la iniciación en los misterios; en cambio, los ritos
y las purificaciones debían practicarse escrupulosamente; la salud estaba ligada a la iniciación y no a
la reforma de las costumbres o a la adquisición de conocimientos teológicos, por lo que los misterios
no influían en la vida moral. Las exigencias del culto sólo se trataban de observancias rituales, y en
casos podían favorecer los peores desórdenes.

Aunque los misterios sólo creaban una exaltación pasajera, actuaban en forma más continua y más
profunda en el sentimiento religioso de las masas. Ofrecían el sentido del más allá, el recurso a
dioses «salvadores», la esperanza de una vida inmortal en la felicidad, la unión personal con la
divinidad, entusiasmo místico, entre otras tantas realidades preciosas.

En tiempo de san Pablo, los misterios estaban florecientes y tenían numerosos adeptos. Aun cuando
tenían puntos en común con el mensaje del cristianismo (una religión de salud, un “dios salvador”,
etc), el Dios que anunciaban los nuevos predicadores tenía en el orden religioso y moral tales
exigencias que para la mayoría de los oyentes constituían un obstáculo insuperable.

IV. El gnosticismo.

Los cultos de los misterios pretendían dar al hombre un camino infalible para la salud. La corriente
gnóstica, previa al cristianismo y con mezcla de diversas corrientes, persigue el mismo fin pero por la
vía del conocimiento. El sincretismo religioso del mundo helenístico fue un medio favorable para su
germinación, y también los cultos de misterios influyeron en él.

Se distinguen diversas tendencias en el interior de la corriente gnóstica: una más popular en estrecha
conexión con la astrología y con la magia; y otra más filosófica trata de dar un fundamento al
«conocimiento» saludable.

La gnosis se caracteriza por una verdadera pasión por el conocimiento religioso, buscado en una
revelación divina a la que el hombre puede tener acceso por vía de iniciación y del que se espera la
salud. Su modo de exposición toma todos los elementos posibles de los mitos, griegos u orientales,
combinados en un amplio sincretismo.

Lo que constituye la importancia del gnosticismo para el estudio del Nuevo Testamento, es el hecho
de que en la antigüedad cristiana forma uno de los componentes fundamentales del pensamiento
religioso. Desde el siglo I parece que los autores de la edad apostólica tienen ya que luchar contra la
tentación gnóstica en el interior de las comunidades (por ejemplo, en la carta a los Colosenses).

V. El culto imperial.

Con la dominación romana se había introducido en el mundo helénico un culto nuevo: el de la diosa
Roma o del genio de esta ciudad. Era una creación artificial, de carácter netamente político y no
producto del sentimiento religioso. Como era una abstracción, se asoció muy pronto el el culto al
emperador: así quedó fundada la religión imperial.

Anteriormente los griegos habían practicado el culto a los héroes; y esto se sumó a la adoración que
en Oriente se daba frecuentemente a los soberanos, aun éstos vivos. Viendo la obra deslumbradora
de Alejandro, terminaron reconociendolo como un dios revestido en forma humana. Esto también
ocurrió en Egipto y Siria. Los sobrenombres de Soter (salvador) y de Evergetes (bienhechor) fueron
corrientes.

Este uso fue recibido en Roma y hábilmente explotado en favor de la institución imperial. Julio César,
Augusto y en lo sucesivo los emperadores eran considerados dioses, y esta idea religiosa servía para
darle unidad al inmenso imperio. Posteriomente en Roma se instituyó un colegio de sacerdotes para
el culto nuevo que se convertía en nacional. El movimiento siguió con la construcción de templos
“augusteos” en todo el imperio y en cada ciudad se elegían anualmente quienes oficiaban de
sacerdotes; y celebraban fiestas, asambleas, sacrificios y juegos. Todo esto afirmaba la lealtad al
emperador.

Es lógico por lo tanto, comprendiendo poder que representaba este culto, su larga duración por
siglos y el obstáculo para el cristianismo. Los títulos de “dios”, “salvador” y “señor” atribuidos al
emperador eran opuestos a la fe cristiana, que a su vez se convirtió en enemiga por su rebeldía al
emperador en este asunto. El resultado fue que muchos cristianos terminaron pagando con su
sangre la lealtad a Jesucristo.

El Mundo Judío

En los tiempos evangélicos, el pueblo judío no vivía ya agrupado en el suelo de Palestina; de hacía
siglos, la mayoría de los judíos se hallaban dispersos en medio de poblaciones paganas (goyim). En
Palestina había alrededor de millón y medio de judíos, repartidos por igual entre Judea, donde la
raza había conservado su pureza, y Galilea. Los judíos de la diáspora o de la dispersión, establecidos
casi por todas partes en el mundo, romano y aun más alla, debían de ser de cinco a seis millones. Las
colonias más importantes estaban en Mesopotamia, en Siria y en Egipto. En Alejandría los judíos
eran dos quintas partes de la población (medio millón de habitantes).
El mundo judío no tenía unidad geográfica pero mantenía unidad étnica, religiosa y moral (por su fe
monoteísta y su consanguinidad, excepto por los prosélitos). Su fe era lo que garantizaba la
supervivencia de la nación. El credo religioso era para los judíos de la dispersión el mismo que para
los de Palestina. En Palestina y en Siria se hablaba arameo; y en la mayoría de las colonias de la
dispersión, griego. Su fe en Yahveh, el Dios de la nación, estaba viva dondequiera que vivieran. Todos
los judíos tenían el corazón en Jerusalén, y contribuían con sus ofrendas a los gastos del culto
celebrado en el templo. Aunque el judío de la dispersión pudiera sentirse ciudadano del mundo no
abandonaba su fe ni sentido de pertenencia.

La religión Judía

I. Creencias y prácticas religiosas.

La fe en un Dios único, creador, muy santo, justo y misericordioso, señor soberano del universo, era
el fundamento de la religión judía. Sólo el Dios de Israel es Dios, y los dioses paganos e ídolos son
locura. La creencia religiosa se expresaba por el culto oficial del templo, las reuniones en las
sinagogas y los actos de piedad individual. Estaba alimentada por la esperanza mesiánica y sostenida
por la enseñanza que daban los escribas, quienes interpretaban la ley.

1. LA FE MONOTEÍSTA.

Cuando a Jesús le preguntaron por el mayor de los mandamientos respondió citando Deuteronomio:
«Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor» (Mr 12,28-29). Esta creencia en el Dios uno
tenía sus conexiones y su punto de apoyo en la revelación del Sinaí. Para los judíos la fe monoteísta
revestía el mismo grado de verdad y de certeza que un hecho material, fuera de toda demostración o
especulación racional.

El Dios único es todopoderoso, santísimo, justísimo y misericordiosísimo. Por razón de su


misericordia y de su bondad, al Dios altísimo y todopoderoso le invocan como «padre» los que le
sirven y le aman. Esta idea de la paternidad de Dios, tan enseñada por Jesús, era familiar al judío
piadoso aun antes de la predicación evangélica aunque no con tanto énfasis.

Sin embargo mismo desde el siglo III A.C. los judíos no pronunciaban el nombre divino, seguramente
por respeto. En la versión de los Setenta, el tetragrama sagrado (yhwh) había sido sustituido por la
palabra Kyrios (Señor) y en la lectura pública por Adonay (nuestro Señor). Paralelamente, los
doctores judíos para hablar de Dios manteniendo su divinidad fuera del mundo material, utilizaban
palabras intermediarias o suplentes, que eran atributos de Dios que tomaban personalidad. Ejemplos
son el Espíritu de Dios, la sabiduría y la presencia (sekina). No había influencia de otras culturas en
esto.

En la antigüedad, el dios de una nación era considerado como su defensor e invocado como su
padre. El pueblo israelita tenía un pacto sagrado el Dios, iniciado por Él con Abraham, renovado con
Moisés, e inscrito en la torah, que implicaba protección de Dios y fidelidad del pueblo. Israel,
consideró la elección de Dios y su fe monoteísta como patrimonio propio; y que Su soberanía se
establecería a través del dominio de Israel sobre todos los demás reinos del mundo.

2. EL MUNDO DE LOS ESPÍRITUS: LOS ÁNGELES Y LOS DEMONIOS.

Los judíos en general, con la excepción de los saduceos, creían en la existencia de los ángeles y
demonios, quienes existen por creación de Dios. Constituyen mundos opuestos y enfrentados.

Los ángeles
La creación de los ángeles se remonta a los tiempos más antiguos. Son seres espirituales e
incorpóreos, que no comen ni beben, no se multiplican ni mueren. Cuando se manifiestan a los
hombres, adoptan una apariencia humana y llevan vestiduras de una blancura resplandeciente. Sus
funciones son: cuidado de los elementos del universo, ser mensajeros de Dios y velar por los
hombres justos.

Los espíritus celestiales están repartidos en diferentes grupos: serafines, querubines, ofanim, y por
clases, potencias, principados, dominaciones, tronos, etc. Los ángeles superiores son Miguel, Rafael y
Gabriel. También se mencionan Uriel, Raguel, Saraquiel y Remeyel. La mayoría de la información de
ellos provienen de los libros de Enoc.

Los demonios

Los demonios son ángeles caídos, que por su culpa perdieron la calidad de seres celestiales. Tan
numerosos como los espíritus buenos, despliegan su actividad para el mal, pues se aplican a
perjudicar a los hombres, sea induciéndolos al pecado, sea causándoles daños corporales y
materiales. Inspiran a los impíos y a los paganos, a quienes enseñan las prácticas idolátricas, los
maleficios y los sortilegios. Satán (literalmente: adversario o acusador) es el jefe supremo de los
espíritus impuros o malos, cuya potencia será aniquilada en los tiempos mesiánicos. También se lo
conoce por Azazel, Mastema, Belial y Belzebub.

Flavio Josefo menciona con frecuencia la intervención de los agentes del mal, y los apócrifos del
Antiguo Testamento abundan en detalles sobre la demonología.

3. LA VIDA FUTURA Y LA RETRIBUCIÓN.

Hasta los últimos siglos de la era antigua los israelitas creían que no había vida de ultratumba, sino
que esta era algo similar a un letargo separado de Dios. Creían en la justicia divina pero no tenían
idea de cómo se concretaría en el Seol.

Más adelante con la mención de la resurrección en Daniel 12:2, junto con escritos apócrifos la idea
comienza a cambiar. Los fariseos le hicieron ganar terreno, aunque los Saduceos no la aceptaron.

No había certeza de ningún grupo, pero el sacrificio expiatorio ofrecido por Judas Macabeo por los
soldados muertos, varias secciones del libro de Henoc, la doctrina de los Jubileos y hasta los esenios
descriptos por Josefo, consideraban la creencia de un juicio luego de la muerte. Los textos
evangélicos mostraban que también había creencia en una resurrección.

4. MESIANISMO Y ESCATOLOGÍA.

Observaciones.

1) Se entiende por escatología todo un conjunto de ideas, de esperanzas y de especulaciones que


tenían por objeto el establecimiento en la tierra del reino de Dios en los últimos tiempos. En este
marco, el mesianismo concierne a la venida del Mesías, su persona y su obra, la restauración
nacional de Israel y el triunfo definitivo del pueblo escogido sobre sus enemigos. Las doctrinas y
especulaciones mesiánicas eran fluctuantes e imprecisas, pero la expectativa mesiánica era intensa
en las masas al acercarse la era cristiana.

2) La influencia del mesianismo en la vida religiosa del pueblo judío no fue tan grande como el de la
fe en la torah o en la alianza.

3) De ordinario la enseñanza de los doctores versaba más sobre el reino mesiánico, considerado
como restauración nacional, que sobre la persona del Mesías.
4) Se observa que muy a menudo las especulaciones mesiánicas están integradas en descripciones
apocalípticas, presentándose «los días del Mesías» como una primera fase del establecimiento en la
tierra del «siglo futuro».

5) Las palabras mesías (transcrita del arameo) y Cristo (del griego) tienen el mismo significado que
ungido, y en ocasiones fue aplicada al rey.

Persona, origen y función del Mesías.

El mesianismo precisa un Mesías, a menos que una intervención directa de Dios actúe como tal. La
descripción del Mesías, como ungido, enviado y representante de Yahveh, no podía tener una
descripción bien definida por el misterio que envolvía su personaje y el género literario que lo
describía (profético o apocalíptico).

La esperanza mesiánica estaba fundada en la convicción de que el Dios de Israel cumpliría las
promesas hechas a la nación escogida, que establecería su reino en la tierra y haría beneficiar a sus
fieles de la felicidad en la paz adquirida para siempre; Yahveh tendría su hora, e Israel se vengaría de
los paganos. Se pensaba también en el Mesías como un rey terrestre, descendiente de David, puro
de todo pecado, revestido de la fuerza de lo alto, rico en ciencia y en sabiduría, reunirá a las tribus
dispersas, tomará venganza de los opresores, tendrá bajo su yugo a los pueblos paganos y
apacentará en la justicia la grey del Señor.

Estas imágenes eran muy diferentes de la del siervo de Yahveh, de la del justo perseguido, que sufre
y muere para expiar las faltas de su pueblo (Is 53; Zac 12,10ss). La idea de un Mesías nacional
desconocido y humillado parece haber permanecido ajena al pensamiento judío, que sólo creia en
un Mesías en forma de un triunfador esplendoroso y absoluto de la justicia y del poder de Dios.

Según la opinión más divulgada, el Mesías debía ser del linaje davídico. Se le llama comúnmente «el
hijo de David» tanto por las gentes del pueblo como por los doctores. Y el título del Mesías como
«hijo de Dios» era un título humano; como también se lo daba a Israel.

Los tiempos mesiánicos.

La venida del Mesías, la restauración nacional y el establecimiento del reino mesiánico son otros
tantos acontecimientos considerados como obra de Dios.

Fenómenos aterradores serán las señales anunciadoras de la próxima venida del Mesías. El profeta
Elias retornará y preparará los caminos del enviado de Dios. El Mesías aparecerá mientras los
exiliados se reintegrarán a Palestina. Los poderes del mal se alzarán contra el ungido y serán vencidos
por él. La ciudad de Jerusalén será purificada y el príncipe de la paz establecerá en ella su trono. Los
muertos resucitarán y Dios juzgará a los buenos y a los malos. La era de la felicidad mesiánica
comenzará para los justos: será una verdadera edad de oro en una tierra renovada. En ciertos textos
se trata de dos juicios; el primero sigue a la resurrección sólo de los justos; el segundo para todos los
hombres al final del reinado mesiánico. Algo de esto aparece en el Nuevo Testamento.

Los evangelios testifican en varias ocasiones la expectativa mesiánica en tiempos de Jesús (con Juan
el Bautista, la samaritana y el pueblo en la entrada triunfal a Jerusalén. También el historiador judío
Josefo da testimonio en el mismo sentido, cuando habla repetidas veces de los aventureros que
habían hallado crédito entre las turbas utilizando en su provecho la esperanza nacional, de un
hombre que se haría dueño del universo

5. LA LEY Y LA TRADICIÓN.

La «torah».
Entre Yahveh e Israel existía un lazo concreto: era la torah, expresión de las voluntades divinas y, al
mismo tiempo, fuente de vida para quien la conocía y la ponía en práctica. El origen divino de la
torah es una verdad fundamental, es la palabra misma de Dios, que comunicó su texto a Moisés.

Algunos autores la representan como la hija de Dios, concebida por él anteriormente al mundo, su
consejera y su instrumento en la obra de la creación. Así personificada goza de la veneración debida
a los seres y cosas sagradas.

El judío ama la torah, fuente de vida y de ciencia; porque ve en ella el signo sensible del amor de Dios
hacia él. Si llega a perder sus bienes, su patria, tiene el consuelo de conservar la ley, que le viene de
Dios. Por ella sabrá sufrir y morir, si es necesario. Los rabinos dedicaban toda su actividad a su
estudio, los hombres piadosos eran asiduos en asistir a las lecciones de los doctores y los padres
tenían cuidado de hacer que se diese a sus hijos la instrucción religiosa. Josefo declara: «Pregúntese
a cualquiera de entre nosotros sobre cualquiera de las leyes: las dirá con más facilidad que su propio
nombre». Los salmos 19 y 119 permiten tener una idea del sentimiento de los israelitas hacia la
torah, que vivían de ella, con ella y para ella.

La tradición.

Conjuntamente con la torah, como con cualquier ley en cualquier sociedad, ésta debía ser
interpretada para ser aplicada. Esta función comenzó siendo de los sacerdotes, pero posteriormente
se agregaron doctores y se terminó formando una “torah” oral, que se transmitió como la tradición
de los padres, hasta Hillel y Sammay, contemporáneos de Jesús. La masa de interpretaciones y
decisiones siguió acrecentándose en el transcurso de los siglos convirtiéndose en una carga de
excesiva rigidez.

6. LA PIEDAD INDIVIDUAL Y SUS PRÁCTICAS.

La fe en Dios de los judíos se afirmaba en la participación en las ceremonias litúrgicas del templo y en
el culto público celebrado por la comunidad en las asambleas sinagogales. Se expresaba también, y
sobre todo, en la oración individual y en los actos de santificación personal.

La oración privada ocupaba un lugar importante en la vida cotidiana del judío. El judío debía orar
varias veces al día, principalmente por la mañana, al mediodía y por la tarde, recitando el Sema, que
era a la vez una profesión de fe y una oración; y recordaba el deber el de servir a Dios con el
cumplimiento de los preceptos.

Los rabinos enseñaban que para las oraciones públicas convenía servirse de estos dos textos
escogidos y fijados por los antiguos sabios, pero que en las oraciones privadas era mejor dirigirse a
Dios con toda simplicidad y libertad, sin usar fórmulas estereotipadas.

Los salmos, que eran utilizados regularmente en la liturgia del templo y de las sinagogas, servían
también en privado como formularios de oración, para adoración, alabanza, acción de gracias,
arrepentimiento, súplica, etc.

Había bendiciones especiales para los alimentos y las bebidas, pues los judíos daban gracias a Dios
por estos dones antes y después de las comidas.

Muchos judíos practicaban por iniciativa personal el ayuno, ya para humillarse delante de Dios, ya
para expiar sus faltas, o también para obtener del cielo auxilio y favores.

Una forma de la piedad para con Dios era también la práctica de las obras de misericordia:
hospitalidad, cuidado de los huérfanos, rescate de prisioneros, asistencia a los necesitados, ayuda a
los afligidos. Con ello el judío se mostraba verdadero hijo de Abraham, obtenía la remisión de sus
faltas, adquiría la justificación y se aseguraba el beneficio de la felicidad en el mundo venidero.
Mayormente el pueblo, los humildes y los sencillos, tenían el deseo y la voluntad de honrar y servir al
Dios de Israel.

II. Los sacerdotes y el culto.

El templo

En el Nuevo Testamento se trata, con frecuencia, del templo de Jerusalén. Jesús y sus apóstoles
oraron en él, en él enseñó el Salvador, los cristianos de la primera generación lo frecuentaron y
veneraron mientras estuvo en pie. Durante más de un milenio había sido el templo orgullo de la
nación judía y objeto de su amor: el único lugar de la tierra donde el verdadero Dios, el Dios de
Israel, daba audiencia a sus fieles, aceptaba las ofrendas y los sacrificios debidos al Creador. Así todo
judío, dondequiera que viviese, se volvía hacia el templo durante la oración.

Todo israelita llegado a la edad de veinte años debía satisfacer anualmente un impuesto llamado «del
templo», sea que viviera en Palestina o en cualquier otro lugar.

Las peregrinaciones a Jerusalén representaban otra forma de homenaje. Según una prescripción de
la ley (Dt 16,16), los judíos debían acudir a la ciudad santa tres veces al año (Pascua, Pentecostés y
Tabernáculos), aunque muchos galileos iban a Jerusalén únicamente por pascua. La afluencia era
enorme, por decenas de millares. Josefo habla de 2 700 000 el año 67.

En el transcurso de los siglos precedentes habían existido otros templos de Yahveh en Elefantina, en
el Alto Egipto, sobre el Garizim y en Leontópolis en el Bajo Egipto. Pero el templo de Jerusalén era
considerado por el sacerdocio y por la masa de los judíos como el único santuario legítimo.

El edificio.

El derruido templo salomónico había sido reconstruido después de la cautividad. Profanado por
Antíoco Epífanes en 167, fue respetado por Pompeyo cuando la toma de Jerusalén en 63. Herodes el
Grande emprendió su reconstrucción en el año 18 de su reinado, el año 20-19 A.C.

Para su construcción se contrataron 10 000 obreros y peones; 1000 sacerdotes hubieron de aprender
el oficio de albañil. Se duplicó casi la extensión de la explanada sobre la que se elevaba el templo.
Para ello hubo necesidad de hacer grandes cortes por el norte en la colina de Bezetha y construir al
sur potentes muros de contención para el terraplén, que en algunos lugares alcanzaba 40 metros de
espesor. Se edificaron pórticos en la explanada alrededor de los patios o atrios, y la «casa de Yahveh»
fue reconstruida sobre sus antiguos cimientos con materiales de alta calidad.

En el ángulo noroeste la torre Baris se convirtió en un palacio fortaleza y se llamó la torre Antonia.
Flanqueada por cuatro potentes torres y enlazada con el atrio de los gentiles por dos escaleras,
dominaba todo el conjunto de edificios y patios del templo: era una atalaya al mismo tiempo que
ciudadela.

En lo esencial las obras duraron diez años: el año 9 A.C, pero las obras siguieron hasta el año 64 D.C.

Dos palabras griegas se traducen habitualmente por templo, pero tienen significados diferentes.
Hieron se refiere a todo el espacio incluido dentro del muro; mientras que naos se refiere al
santuario propiamente, o sea, el lugar de los sacrificios.

La explanada estaba dividida en dos patios o atrios concéntricos perfectamente delimitados. El atrio
exterior llamado «de los gentiles», accesible a todo el mundo y rodeado de pórticos por los cuatro
lados. Todos podían circular libremente por este atrio; la gente lo atravesaba, los doctores enseñaban
allí, los cambistas los vendedores de palomas y de animales instalaban allí sus mesas.
Del atrio de los gentiles se pasaba al atrio interior donde no debían pasar paganos o incircuncisos, lo
cual era penado con muerte. El atrio interior era la zona santa, donde se elevaba el santuario
propiamente dicho, todo rodeado de muros. De este a oeste se sucedían, siguiendo el mismo eje,
tres patios descubiertos perfectamente separados. El primero, era el atrio o patio de las mujeres, el
segundo era el patio de los hombres, o atrio de Israel, y el tercero el patio de los sacerdotes, donde
se alzaba el altar de los holocaustos. En el patio de los sacerdotes, a unos diez metros del altar,
estaba el santuario. La disposición del edificio era la misma del templo salomónico: primero un
pórtico de 50 m de alto y de ancho; luego el santo, de 20 m de largo y 10 de alto y de ancho, donde
se hallaba el altar de los perfumes, la mesa de los panes de la proposición y el candelabro de siete
brazos; finalmente, separado del santo por una doble cortina, el lugar santísimo (10 x 10 x 10 m),
vacío desde la desaparición del arca de la alianza. Los sacerdotes de servicio penetraban en el santo;
sólo el sumo sacerdote entraba en el santo de los santos una sola vez al año, el día de la expiación.

El templo herodiano había sido un éxito prestigioso, pero en la toma de Jerusalén por las legiones de
Tito el año 70, el templo fue devorado por el incendio y completamente destruido.

2. EL SACERDOCIO.

El servicio cultual o litúrgico del templo era desempeñado por los sacerdotes que se reclutaban entre
los descendientes de Aarón y constituían una verdadera casta cerrada, netamente distinta de la masa
del pueblo. A la cabeza de la clase sacerdotal estaba el sumo sacerdote. Los levitas ejercían las
funciones inferiores en la casa de Dios.

Durante el primer siglo de nuestra era, el sumo sacerdote desempeñaba un papel preponderante en
la vida religiosa y nacional del pueblo judío, puesto que representaba la autoridad suprema en una
sociedad regida por el principio teocrático. Desde el retorno del destierro se habían ido ampliando e
imponiendo sus poderes, tanto en la comunidad palestina como en la dispersión. Los romanos y
Herodes el Grande crearon y depusieron a los sumos sacerdotes conforme a sus intereses. Los que
habían sido destituidos formaban con los otros miembros de sus familias aquel grupo privilegiado la
clase de los sumos sacerdotes.

El sumo sacerdote era el presidente sanhedrín, que mantenía a la masa de los judíos en la obediencia
material a la ley. Una sola fuerza espiritual y moral podía, en ciertos casos, poner obstáculos al
pontificado: la de los escribas o doctores de la ley, de que hablaremos luego.

El sumo sacerdote solo celebraba el servicio litúrgico el día de la expiación, penetrando en esta
ocasión en el lugar santísimo. Era a los ojos de los judíos el representante de Dios en la tierra.

Los sacerdotes pertenecían sin excepción a la descendencia de Aarón. Estaban repartidos en 24


clases, cada una de las cuales desempeñaba por turno el servicio del templo durante una semana. Su
número, según Josefo, se cifraba en varios millares.

Los levitas eran ministros subalternos encargados de quehaceres materiales y no tenían acceso al
atrio de los sacerdotes.

3. EL CULTO LITÚRGICO.

En la religión judía, como en todas las religiones antiguas, el sacrificio representaba el elemento
esencial del culto. El sacrificio era un homenaje tributado a Dios, a su soberanía y, al mismo tiempo,
un medio de propiciación expiatoria, tanto por las faltas individuales como por los pecados de la
nación.

El sacrificio público ofrecido mañana y tarde en nombre de la nación y por ella, era una afirmación,
cotidianamente renovada de la fe. Los sábados, en las neomenias (lunas nuevas) y las fiestas,
aumentaba el número de los sacrificios. Se ha calculado que sólo para los sacrificios ofrecidos
obligatoriamente por la nación durante un año se necesitaban 1093 corderos o cabritos, 113 toros y
32 machos cabríos, a lo que se añadían la harina, el vino y el aceite en cantidades importantes.

En cuanto a los sacrificios privados ofrecidos a petición individual o impuestos como reparación o
expiación de alguna falta, eran tan numerosos que centenares de sacerdotes debían encargarse de su
servicio. Hablando del personal del templo, Josefa da en conjunto la cifra de 20000.

4. EL SÁBADO Y LAS FIESTAS.

Ciertos días o ciertos tiempos tienen carácter sagrado porque pertenecen a Dios, que se los tiene
reservados. Tales son los sábados y las fiestas.

El sábado.

El sábado (nombre transcrito del hebreo y derivado de una raíz semítica: cesar, vacar) era día de
reposo y de oración al fin de la semana. Comenzaba el viernes a la puesta del sol y terminaba el
sábado a la misma hora. Durante este tiempo, toda actividad material o todo trabajo manual estaba
severamente prohibido.

Los tratados de la Misna, Sabbat y Erubin, dan minuciosas instrucciones respecto del sábado, que
eran imposibles de cumplir y terminaban haciendo recurrir a sutilezas para hacer lícito o ilícito. Aun
así el sábado era apreciado como un don de Dios a su pueblo.

Las fiestas.

Las fiestas representaban un elemento importante en la vida religiosa de la nación. Las principales
eran pascua, Pentecostés y los tabernáculos, llamadas «fiestas de peregrinación» (a Jerusalén).

La pascua, memorial de la salida de Egipto, se celebraba en el mes de nisán (marzo-abril).


Comenzaba la tarde del 14 con una comida familiar de carácter religioso y se enlazaba con la fiesta
de los panes sin levadura, que duraba siete días. La víctima — cordero o cabrito — había sido
inmolada en el templo, en el atrio interior. Los convidados — diez al mínimo — tomaban asiento
alrededor de la mesa, extendidos en divanes a la manera griega, y alternaban bendiciones, la comida
del cordero asado con hierbas amargas y panes sin levadura, y diferentes copas de vino.

La fiesta de las (siete) semanas, o Pentecostés en griego, caía cincuenta días después de pascua y
duraba sólo un día. El memorial de la alianza concluida en el Sinaí entre Yahveh e Israel y de la
promulgación de la ley.

El mes de tisri (septiembre-octubre) — comienzo del año para los judíos — tenía lugar la fiesta de los
tabernáculos o de las tiendas. Se abría el 15 y se prolongaba durante una semana. Los judíos
gustaban de reunirse en cabanas hechas con ramajes como recuerdo de los albergues provisionales
que se habían construido los hebreos en el desierto.

Algunos días antes de la fiesta de los tabernáculos, el 10 del mes de tisri, se celebraba Xa. fiesta de la
expiación (yóm kippur). Esta fiesta se distinguía por un ayuno riguroso, único prescrito por la ley, por
sacrificios por el pecado. Ese día, el sumo sacerdote penetraba en el lugar santísimo.

A estas solemnidades había añadido el judaismo la de la dedicación, que conmemoraba la nueva


consagración del templo, purificado por Judas Macabeo en 164 A.C. Esta fiesta aniversaria
comenzaba el 25 de kisleu (fin de diciembre) y duraba ocho días; Josefo la llama «fiesta de las
luces», porque en esta ocasión se encendían lámparas en la puerta de las casas.

5. LAS SINAGOGAS.
La institución.

La palabra sinagoga quiere decir asamblea, reunión, comunidad. Los palestinos decían keneset para
designar la asamblea y el edificio. Josefo emplea a veces sabbateion, porque las reuniones litúrgicas
se tenían sobre todo en el día del sábado.

La institución de las sinagogas tiene su origen en las reuniones cultuales organizadas por los judíos
en la cautividad. Nacieron en Babilonia, de donde pasó a todos los centros de la dispersión y mismo a
Palestina. Toda localidad de alguna importancia tenía su sinagoga.

El edificio y el personal.

La sinagoga de tipo corriente era una sala rectangular, más o menos vasta, las mayoría de las veces
dividida por una doble hilera de columnas y a veces precedida de un atrio. No incluían figuras pero
posteriormente se introdujeron algunas.

En una especie de pequeño santuario, detrás de un velo, se hallaba el arca sagrada, que contenía los
rollos de las Escrituras. Hacia la mitad de la sala se levantaba un estrado con pupitre para el lector y
el comentador. La enseñanza se daba ordinariamente a los niños en una pieza contigua a la gran sala.

Al frente de la sinagoga había un dignatario elegido entre los ancianos de la comunidad con el título
de «jefe de la sinagoga». Estaba encargado de custodiar y vigilar el edificio, de mantener el orden en
las asambleas, de dirigir las oraciones y los cantos y de asignar funciones a los asistentes.

Las sinagogas no eran templos y como no había sacrificios, tampoco había sacerdotes a su servicio.
Los mismos escribas apenas intervenían en las reuniones para comentar el texto sagrado o dar algún
mensaje de consolación.

El culto sinagogal.

Las reuniones tenían lugar los días de sábado o de fiesta. El oficio se componía de tres partes: la
oración, la lectura de una o varias secciones de la Escritura y la instrucción o comentario. Se abría
con la recitación del sema (¡Escucha, Israel!...) y de las dieciocho bendiciones ?. Después se procedía
a la lectura: primero la torah y luego los profetas. Después de la lectura, el presidente de la asamblea
o algún escriba comentaba el texto. La reunión terminaba con la bendición sacerdotal respondida
por los asistentes con un “Amén”.

Lugar de la sinagoga en la vida religiosa y nacional de los judíos.

Toda comunidad judía regularmente organizada cobraba allí conciencia de sí misma, de su


pertenencia a la familia israelita, de sus deberes y del papel que debía desempeñar en la esfera
religiosa y moral. En la dispersión eran las sinagogas a la vez hogares nacionales y centros de
proselitismo. Los miembros de estas comunidades se sostenían mutuamente, se vigilaban, se
animaban, compartiendo la misma esperanza como la misma fe. La sinagoga subsistirá todavía y
seguirá desempeñando un papel capital en la supervivencia de Israel.

III. Los guardianes de la ley y de la tradición.

El Sanedrín

La tradición rabínica, basándose en Núm 11,16-17.24-25, atribuía a Moisés la fundación del


sanhedrin. En realidad no existe la menor relación, la menor continuidad entre la asamblea de los 70
ancianos, de que se habla en el libro de los Números, y el sanhedrin, del que se trata en el Nuevo
Testamento. Asimismo no hay nada común entre este último y la academia rabínica que fue
organizada en Jamnia después de la ruina de Jerusalén y que duró unos diez siglos.
El sanedrín, se cree, comenzó concretamente como un consejo que asistía al sumo sacerdote en la
época de la dominación persa. Aparece documentada en la época de Antíoco el Grande (223-187) y
aparece con el nombre de sanedrín recién en la época de Hircano II (67-40). Pero no hay certeza de
cuando fue constituido. En la época de Arquelao, la administración del Estado fue de forma
aristocrática y el gobierno de la nación pasó a manos de los sumos sacerdotes. Este senado llamado
sanedrín, estaba formado por 70 miembros más el sumo sacerdote que lo presidía. Estaban repartido
en tres grupos: el sumo sacerdote, el de los anciano (la aristocracia seglar) y los escribas o doctores
de la ley. Éste último grupo mayormente fariseo, los otros dos saduceos.

El sanhedrín gobernaba en todos los asuntos que concernían a la vida religiosa de la nación judía. El
sanhedrín, que tenía su guardia y su policía, podía mandar detener y encarcelar a los delincuentes,
infligir multas y castigos corporales, excluir a los criminales de la comunidad israelita, aunque las
sentencias de muerte que pronunciara debían ser ratificadas por el representante de Roma.

Fuera de Jerusalén existían tribunales locales, llamados también «sanhedrines». En ellos se resolvían
los asuntos locales de acuerdo a la jurisprudencia fijada por el gran sanhedrín de Jerusalén.

Los Escribas.

En esta época los escribas gozaban de autoridad y de prestigio. Su actividad se extendía a dos esferas
bastante diferentes. La primera era la de la reflexión moral y religiosa: la sabiduría. La segunda esfera
era la del derecho.

Junto a los sacerdotes hubo también juristas seglares, cuya influencia fue creciendo con el tiempo,
Estos maestros seglares ejercían generalmente un oficio humilde para ganarse el pan cotidiano; pero
sólo le consagraban el tiempo estrictamente necesario.

A la sombra del templo y de las sinagogas, escribas sacerdotales y escribas seglares hicieron escuela
y formaron discípulos, fueron guías de almas y los maestros espirituales de la comunidad judía. No
todos los doctores adoptaban la misma actitud frente a esta tradición y había divergencias. Un
ejemplo claro tenemos en dos célebres jefes de escuela que enseñaron en Jerusalén durante el
primer cuarto del primer siglo de la era cristiana: Hilel y Sammay. El primero propendía fácilmente a
las soluciones benignas; el segundo se atenía a la letra de los textos y mostraba una rigurosa
severidad. Es verosímil que esta diferencia de actitud correspondiera a las tendencias de las dos
sectas de que pronto hablaremos: los fariseos y los saduceos.

Aunque en los evangelios aparecen los escribas aparecen relacionados con los fariseos, son
anteriores a ellos y no siempre compartían las mismas doctrinas; aunque muchos de ellos fueron
fariseos.

Los escribas tenían la preocupación y la voluntad de proteger la torah y por eso se aplicaban con
ardor infatigable a levantar «una cerca en torno a ella». En este sentido, también cayeron en el
peligro del legalismo convirtiéndose en blanco del reproche de Jesús (Mt 23:13).

IV. Los partidos religiosos y políticos en el seno del judaismo.

Las fuentes disponibles para el estudio de este punto son en casos contradictorias o sesgadas, tal
como el caso de Flavio Josefo con sus conexiones con los fariseos. Por lo tanto las conclusiones no
deben ser rígidas.

1. Los Fariseos.

Origen.
Los fariseos entran en la historia con este nombre en tiempos de Juan Hircano (135-104) . El nombre
marca por sí solo una toma de posición, pues significa separados o separatistas, que se separaban de
la masa del pueblo (del vulgo) de los ignorantes y de los pecadores. Más tarde se llamarían entre si
«hermanos».

Todo induce a creer que el primer núcleo del partido se había formado en tiempo de las guerras
macabeas, entre los grupos de hasidim («piadosos ») que se unieron a la rebelión y se constituyeron
en los defensores, a mano armada, de la ley y del templo. Esta intervención, si bien dictada por la fe,
los había mezclado en la política. Bajo Juan Hircano y Alejandro Janneo, los fariseos se separan de la
dinastía Asmonea y, por motivos de orden religioso, pasan a la oposición. A partir de allí se
mantienen como los defensores de la ley y de la tradición, los representantes de la estricta
observancia, los protagonistas de la piedad en la comunidad israelita.

Tendencias doctrinales.

El partido se reclutaba en todas las clases del mundo judío, de todas las clases sociales. Para formar
parte de esta asociación espiritual y poder llamarse fariseo, había que poseer un conocimiento
exacto de los preceptos mosaicos y de las tradiciones de los antepasados, adherirse, en espíritu y de
corazón, a las enseñanzas de los doctores del partido y distinguirse por el cumplimiento minucioso
de todos sus preceptos.

La ciencia jurídica de los rabinos fariseos se había manifestado particularmente en tres puntos: la
observancia del sábado, la pureza legal y la satisfacción de los censos sagrados, engrosando en todos
los casos la cantidad de prohibiciones por detalles ínfimos. La ley escrita contenía 613 preceptos. A
éstos, le agregaban con toda la tradición una inmensa cantidad de restricciones. Aun así, ellos
experimentaban verdadero gozo en el cumplimiento de los mandamientos, aun los más
insignificantes.

Los fariseos creían en la inmortalidad personal, en el juicio después de la muerte, en la resurrección


— por lo menos en la de los justos —, en la existencia de los ángeles. Daban gran importancia a la
libertad del hombre y a la acción de la Providencia. Esperaban firmemente la venida del reino de Dios
a la tierra y profesaban la más viva fe mesiánica. Como teólogos, aparecían como progresistas y los
saduceos les reprochaban ser innovadores

Influencia en el seno del judaismo.

Los fariseos gozaban del favor y de la estima de las masas por el celo piadoso de que daban muestra,
la dignidad de su conducta moral, el ideal religioso que proponían y su independencia frente a los
poderes públicos. Extrañamente, a pesar de la actitud usualmente despectiva de los fariseos sobre el
resto del pueblo, a quienes tildaban de “malditos” (por desconocer cabalmente la ley y por lo tanto
no cumplirla fielmente); su influencia sobre el pueblo se mantenía alta.

Lamentablemente, el culto a la ley de los fariseos se degeneraba en una búsqueda del conocimiento
en sí mismo, cuyas prácticas formalista, exteriores y mecánicas observadas minuciosamente, hacían
olvidar el profundo sentimiento del corazón que debía impulsarlas.

2. Los Saduceos.

Origen.

Los saduceos no constituían una secta, más bien eran una tendencia ortodoxa, con frecuente
carácter político, aunque era un partido religioso.El origen del nombre es incierto aunque se lo
relaciona con Sadoq (antepasado del linaje de los sumos sacerdotes).
Los saduceos entran en escena como partido organizado en tiempos de Juan Hircano, hacia 130-120
A.C. Se introducen en la vida política por proceder mayormente de familias de pontífices o del
mundo seglar pudiente. Se enfrentan con los fariseos cuando la influencia por lucha de influencia.
Desde que Judea fue anexionada a la provincia romana de Siria, los saduceos practicaron una política
de conciliación frente al poder ocupante, intentando evitar choques y conflictos y manteniendo la
calma. Entre los años 6 y 70, casi todos los sumos sacerdotes eran saduceos. Su historia termina con
la ruina de Jerusalén.

Tendencias doctrinales e influencia.

Los saduceos eran “dueños” del templo, jefes del personal cultual, herederos de las tradiciones
sacerdotales y conocedores de la liturgia. A sus ojos la torah era la única regla de la creencia y de la
conducta moral. El partido tenía sus escribas que en sus interpretaciones se hallaban con frecuencia
en oposición con los doctores fariseos.

En materia religiosa aparecían como conservadores intransigentes y rechazaban los desarrollos


doctrinales que carecían de apoyo escriturario explícito. Así se negaban a admitir la resurrección de
los muertos, la inmortalidad personal y la retribución de ultratumba, la existencia de los ángeles y de
los demonios. Satisfechos con su vida en la tierra, no se inquietaban mucho de la venida del reino de
Dios y, por conservar su situación privilegiada, soportaban con bastante facilidad su sumisión a los
romanos. Por esto fue casi nula su influencia en las masas en todo lo que concernía a la vida religiosa
y moral.

Aun con sus falencias, varios sacerdotes de ellos, en el tiempo de la gran insurrección, se dejaron
degollar delante del altar de los sacrificios antes que interrumpir el servicio litúrgico, mostrándose
dignos de su vocación sellada con su sangre.

3 . Los Esenio, Según Filón Y Josefo.

La tercera secta judia.

El nombre de los esenios no se lee en el Nuevo Testamento ni en las fuentes rabínicas, pero existen
testimonios convergentes que describen la vida de esta secta judía en el primer siglo de nuestra era.
Plinio, Filón y Josefo dan ciertos datos de ellos, como un pueblo que vive aislado, sin mujeres ni
dinero, que se mantiene por la afluencia de nuevos huéspedes. Son relacionados con los pitagóricos.
Pero ni aun su nombre se conoce con exactitud: “eseenos” o “esenios”. Podrían tener alguna relación
con la secta de Qumrán.

Una secta monástica.

El rasgo más nuevo destacado por Plinio, Filón y Josefo, es el carácter monástico de la institución
esenia. Ninguno tiene casa propia, dice Filón; viven en congregaciones; tienen despensa común,
gastos comunes, hábitos comunes, alimento común; se pone en común el dinero que se recibe por el
trabajo de cada día; todavía más: renuncian al matrimonio y practican la continencia total.

Josefo refiere los mismos hechos y agrega los pasos previos para ingresar a la asociación, que
incluyen “juramentos terribles” y compromisos de no revelar ninguna información. Por esto se los
considera una secta monástica con muy posibles contactos pitagóricos.

Las creencias esenias.

En resumida cuenta lo esenios podrían tratarse de un fariseísmo en un grado superlativo, aunque con
ciertas diferencias, que lo acercan pitagorismo. Aun así parte de su escatología podría tener base en
el libro de Enoc.
4. EL PROBLEMA DE QUMRÁN

Datos de los textos.

Con los descubrimientos de las cuevas de Qumrán, aparecen documentos que muestran una
sociedad religiosa denominada “la comunidad” o “la nueva alianza”. Los miembros no parecen tener
nombre oficial aunque adoptan vocablos como “los elegidos”, “los santos”, etc. Esta sociedad
religiosa está fuertemente jerarquizada con los sacerdotes ejerciendo prácticamente todos los
poderes y nada se hace en que ellos no intervengan. Los levitas están a sus órdenes los levitas, luego
los jefes seglares, después los simples miembros están obligados a una obediencia estricta y
minuciosa. Todos los bienes se ponen en común y cada uno vive en completa pobreza y
dependencia. Los demás detalles muestran una observancia de la ley de Moisés muy estricta. Su
conjunto y su relieve dan a esta familia espiritual una fisonomía que permite compararla hasta cierto
punto con alguna que otra de nuestras órdenes religiosas actuales. La admisión requería un
noviciado de dos años, los miembros indóciles podían ser excluidos por algún tiempo o para siempre.
Había una lista precisa de penas con que se castigaban rigurosamente las menores negligencias
(mentira: exclusión durante seis meses de los baños de purificación y disminución de la cuarta parte
del alimento; venganza o rencor: seis meses; palabra grosera: tres meses; reir necio: dos meses;
crítica: un año...).

Identificación de la secta.

Aunque esta secta la intentó identificar con los saduceos, los fariseos, los celotes, los judeocristianos
y hasta grupos de la edad media; la mayoría de los eruditos asocian esta secta con los esenios. Esto
aun cuando puedan quedar no totalmente complacidas cuestiones como el celibato total. La
pertenencia de las gentes de Qumrán al movimiento esenio puede considerarse casi cierta en el
estado actual de la ciencia.

Líneas generales de la historia de la comunidad.

Los doctos más calificados propenden a relacionar la fundación de esta comunidad con la
sublevación macabea, por un renacimiento religioso apoyado en una práctica escrupulosa de la ley.
Desde sus principios tuvo una personalidad religiosa de primera categoría, el doctor de justicia, que
fue su inspirador y legislador. Los documentos sugieren conflictos violentos con los pontífices
escandalosos y los tiranos perversos de la dinastía Asmonea, su reiteradas capturas, tormentos y
destierros. También, la posible ida a Damasco de los esenios por posible persecución y el
ocultamiento de su biblioteca en diferentes cuevas antes de morir a mano armada, probablemente,
por la legión x.

5. LOS SAMARITANOS.

La ruptura entre judíos y samaritanos estaba ya consumada por lo menos desde comienzos de la
época griega. Los samaritanos tenían como libro sagrado el Pentateuco y celebraban su culto en el
templo de Garizim. El año 128 Juan Hircano, que había anexionado la provincia, destruyó el templo
del Garizim, pero los samaritanos siguieron celebrando la pascua en la santa montaña.

En tiempos de Jesús no formaban ya sino un grupo bastante reducido, localizado en Samaría. Al igual
que los judíos, los samaritanos profesaban el monoteísmo y veneraban a Moisés como el profeta por
excelencia que les había dado el Pentateuco. Esperaban el día en que Dios restauraría su pueblo por
medio de un enviado relativamente semejante a Moisés: el taheb («el que vuelve»). A esta
concepción mesiánica bastante esfumada hace alusión Jn 4:25.
La influencia del helenismo en el mundo samaritano tuvo como resultado en tiempo de Jesucristo la
aparición en Samaría de grupos sincretistas, probablemente al margen de la religión oficial. Es
posible que constituyeran uno de los puntos de partida del movimiento gnóstico.

6. Los Celotes.

Una medida administrativa del poder romano forma el punto de partida del movimiento celote, que
durante más de un siglo luchó contra la potencia ocupante.

Cuando, el año 6 ó 7 de nuestra era, Quirinio, legado de Siria, hizo que se procediera en Palestina a
un censo general de las personas y de los bienes, la indignación de los judíos llegó al colmo y en todo
el país estallaron movimientos de rebelión. A la cabeza de la resistencia se hallaba un fariseo por
nombre Sadduq, y un galileo, Judas de Gamala. Estos dos hombres reclutaron adeptos y organizaron
la lucha. Con ello nacía el partido de los celotes, que apelaban a Dios, «único jefe y único señor». La
insurrección fue aplastada por Roma, pero el movimiento siguió propagándose.

Los celotes, patriotas ardientes, nacionalistas fogosos, se separaron de los fariseos, a los que
consideraban excesivamente pasivos. Usaban de todos los medios incluidoel asesinato, para liberarse
del opresor extranjero y para castigar a sus compatriotas sospechosos de colaboracionismo.
Trabajaban en las sombras de la clandestinidad. Como usaban corrientemente el puñal corto llamado
sica por los romanos, el nombre de «sicario» vino a ser equivalente de celote.

En la época de la gran guerra (66-70) el fanatismo de los celotes llegó al máximo. Los que se libraron
de la muerte cuando el sitio y toma de Jerusalén se reagruparon después del 72 en el desierto de
Judá en las cercanías del mar Muerto. Una nueva y última insurrección estalló en esta región en el
reinado de Adriano (117-138) para la «liberación de Israel». Fue el último levantamiento de un
partido cuyos miembros habían preferido siempre morir antes que someterse a los gentiles.

Uno de los apóstoles, Simón, llevaba el sobrenombre celote deben entenderse en el sentido de
«celoso, diligente» o «celante», pero no como indicio de pertenencia al partido de los celotes.

7. LOS HERODIANOS.

Los herodianos representaban una tendencia política diametralmente opuesta a la de los celotes.
Son mencionados en los evangelios (Me 3,6; 12,13; Mt 22,16) y también en el Bellum iudaicum de
Josefo. El epíteto se aplicaba a los partidarios de la dinastía de los Herodes. Se hallaban sobre todo
en Galilea. En Judea, algunas familias de Jerusalén, que habían sacado partido del régimen
herodiano, seguían adictas a los príncipes idumeos. Parece que los herodianos buscaron
habitualmente el apoyo de los fariseos por su influencia en el pueblo. Ambos grupos se adaptaban a
la situación política creada por la ocupación romana.

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