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Lectura de pasajes selectos de Lucas, a la luz de los

criterios de “Honor y Vergüenza” de la antigüedad.

El Honor - Vergüenza, en la antigüedad.


En los pueblos mediterráneos de la antigüedad, los criterios de “Honor y Vergüenza”,
tenían mucha importancia1. Jesús se queja de que “un profeta carece de honor en su
propia tierra” (Mt. 13,57), cuando sus conciudadanos dudan de su calidad de profeta
enviado por Dios. Para ellos, Jesús no era más que uno más del pueblo. Pablo también
se justifica diciendo que no ha buscado gloria –honores- de nadie (Cf. 1 Tes. 2,6),
cuando hizo su trabajo de evangelización.

Podemos definir el “Honor”, como “el mérito, el valor, el prestigio y la reputación que
un individuo reclama y que le son reconocidos por los otros”2. Por eso el honor, es un
valor social, que solo se experimenta, de cara a la sociedad. El honor, puede ser
heredado, si se nace un una familia “honorable”, también por la posesión de la
riqueza, o adquirido por los propios méritos o hazañas. El honor puede acrecentarse o
disminuirse. Por eso las sociedades que valoran mucho el honor, son muy
competitivas, y desarrollan gran sensibilidad a la “Envidia”, ya que consideran que el
honor de otro, es en demérito del propio. La gente en estas sociedades tiene en gran
valor el honor, y lo busca por todos los medios, lo mismo que busca desafiar el honor
ajeno.

Cuando el honor de una persona es desafiado, en su pretensión de valía y mérito, el


público es el que decide si la respuesta del desafiado, o la crítica del retador, es la que
alcanza el éxito. Por esto, los retos, se hacen siempre delante de público. Se considera
que solo los iguales pueden entrar en este juego de “desafío y respuesta”. Dado que
estos desafíos se hacen en público, se espera que solo sean varones los que los hagan,
ya que solo los varones eran los que se desenvolvían en el ámbito público.

1
Cf. Neyrey, Jerome H., Honor y Vergüenza. Lectura cultural del Evangelio de Mateo. Ed. Sígueme,
Salamanca, 2005.
2
Op. Cit. Pg. 32.

1
Esta naturaleza “pública” del honor, hace que todos tengan gran cuidado en
conformarse a los códigos sociales de comportamiento esperados por el grupo.

A las personas “honorables”, ricas y con poder, se les reconoce este honor, con
unciones y coronaciones en la cabeza. También se consideraban partes honorables, el
brazo y la mano derecha, portadoras de las armas ofensivas. “Los pies, por regla
general, no eran considerados honorables, a menos que pertenecieran a una persona
de tal estatus que otros cayeran al suelo ante ellos, lavándolos o ungiéndolos” 3. Una
forma de afrentar a alguien, era desnudándole o dejando al descubierto sus nalgas, lo
mismo que negándole las muestras de respeto que merece su honor.

En las sociedades antiguas, las personas tomaban su identidad básica, del grupo o clan.
Los intereses de la familia y/o la nación, se ponen por encima de los intereses o deseos
individuales. Las personas en estas sociedades nacen para la comunidad, y desde
pequeños aprenden lo que los demás esperan de ellos, y tratan de acomodarse a estas
expectativas. Un individuo que se salga de estas expectativas sociales, deshonra al
grupo al que pertenece.

En lo que respecta a los géneros, los papeles o funciones genéricas estaban


fuertemente diferenciados: los varones, orientados a la vida pública, destinados a ser
“amos y señores”, y las mujeres, orientadas al ámbito doméstico, seres subordinados.
Se consideraba “impuro” o impropio el que los diversos géneros se mezclaran. Una
mujer NO pertenecía a los espacios masculinos ni a sus tareas y viceversa. De los
varones se esperaba valentía y coraje. De las mujeres, obediencia, sumisión y silencio.
Una señal externa de este sometimiento femenino era la norma de que la mujer se
cubriera la cabeza en público. Se consideraba deshonroso, pecaminoso, salirse de
estos patrones culturales.

Así como los varones eran los responsables de cuidar el “Honor” de la familia o clan, de
las mujeres se esperaba que valoraran la “Vergüenza”, no haciendo cosas que
contribuyeran al deshonor y a la censura pública. De los varones se espera que
compitan por el honor en público, mientras que de las mujeres se espera más bien que
defiendan el honor de la familia mediante la virtud de la castidad, con un
comportamiento recatado y reducido a los espacios domésticos privados. Las mujeres
son “honorables y virtuosas” cuando manifiestan este tipo de “Vergüenza” y “son
juzgadas positivamente en el tribunal de la reputación, cuando cumplen las
expectativas codificadas en el estereotipo de género”4.

3
Op. Cit. Pg. 47.
4
Op. Cit. Pg. 58.

1
Sanación del siervo del Centurión (Lc. 7,1-10).
En esta narración de Lucas, hay varios
elementos interesantes que podemos resaltar,
con respecto al tema que nos ocupa. El
Centurión le reconoce a Jesús un honor
privilegiado. Lo expresa cuando dice que
“aunque soy un hombre sometido a poderes…”
(Lc. 7,8), haciendo alusión a que es un simple
ser humano, bajo los poderes de los espíritus
superiores (Cf. Col. 1,13-16), algunos malos,
como el que aqueja a su siervo, “sin embargo tengo personas que están sometidas a
mí”. Pero en Jesús reconoce la presencia de un Espíritu más fuerte que cualquiera de
esos poderes superiores, y por lo tanto, no necesita acercarse a la casa del Centurión
para sanar al enfermo, sino que su poder lo puede ejercer desde lejos, ya que es un
poder más elevado. El honor que el Centurión le reconoce a Jesús, sería lo que en la
cultura judía se entendía como el de un profeta o enviado de Dios.

Los ancianos judíos se mueven dentro de los estereotipos culturales de Honor –


Vergüenza, al recordarle a Jesús, que siendo él un judío, es justo que le conceda el
favor solicitado por el Centurión, ya que este se ha comportado como un Patrón con
ellos, al construirles la sinagoga. Por lo tanto es un deber social corresponderle. No
hacerlo, sería una deshonra para el grupo (Lc. 7,5).

Jesús en casa de Marta y María (Lc. 10,38-42).


Este acontecimiento, es Lucas el único evangelista que lo
cuenta, y no podemos saber a ciencia cierta en qué
momento se dio. Dadas las similitudes de esta escena con
la unción de Jesús, yo me inclino a pensar que se dieron el
mismo día, en el mismo banquete. Podríamos pensar que
se dio el mismo día, en un crescendo de críticas, antes del
escándalo colectivo por las acciones de María al ungir a
Jesús.

Las similitudes que encuentro, son el hecho de que María


esté colocada (¡echada! “”) a los pies
de Jesús, y las críticas que se levantan por el hecho de que María se ha salido de su rol
esperado según las expectativas de género en ese tiempo. Lucas separa los
acontecimientos, por razones de sus intereses teológicos, ya que con cada escena,
comunica un mensaje diferente.

1
Desde el punto de vista de los patrones de conducta sociales de Honor – Vergüenza,
vemos cómo María de Betania, se sale de lo esperado socialmente para su género, al
introducirse en el espacio de los varones, y asumir una conducta de discípula, tarea
también reservada a los varones. Marta, la hermana de María, salta en defensa de los
valores tradicionales: el espacio asignado a María, como mujer, es la cocina. No tiene
nada que hacer en la sala del banquete, escuchando las conversaciones de los varones.
Aunque la crítica está dirigida a su hermana, veladamente Marta también critica a
Jesús, que no hace respetar los códigos sociales, permitiéndole a María “salirse del
guacal”.

Esta perícopa, y la siguiente, que narra la unción de Jesús por una mujer, plantean un
mismo interrogante: ¿cuál es el lugar de la mujer en la sociedad y en la comunidad de
la Iglesia? Según las costumbres del Honor-Vergüenza, el lugar de la mujer es la casa, el
área privada, no los espacios públicos, que están reservados a los varones.

Los evangelistas presentan a Jesús como estimulando a las mujeres a saltarse estos
tabúes sociales, y a actuar en libertad, en igualdad a los varones. La queja de Marta en
esta escena es que María no está actuando en público según los cánones de
comportamiento “vergonzoso”, propios de la mujer, y por eso también critica a Jesús,
ya que él es el que fomenta ese tipo de actitudes.

En la siguiente escena, ya no es una amiga y discípula la que critica a Jesús, sino el


fariseo anfitrión del banquete, que considera a la mujer “pecadora-desvergonzada”,
por saltarse los cánones de conducta “honorables”, y a Jesús por permitirlo.

La mujer que ungió los pies de Jesús (Lc. 7,36-49).


Esta perícopa es una de las más
interesantes en Lucas, con respecto al
tema que nos ocupa, ya que hay varios
elementos relacionados con las
costumbres sociales de Honor –
Vergüenza, que podemos observar.

Lo primero que llama la atención, es el


hecho de que el Fariseo Simón, no
considera a Jesús de su misma clase, y por lo tanto no le ofrece los signos de cortesía,
según las costumbres de la época. El Fariseo no le reconoce a Jesús el honor que se le
atribuye popularmente –un profeta-, y reta su honorabilidad, al negarle el lavado de
los pies, el saludo, y la unción con aceite perfumado. Según los estereotipos
culturales, Jesús como varón desafiado, debería de justificarse o defender su
honorabilidad, pero llama la atención que no se defienda, sino que toma las ofensas a
su honor, sin decir palabra.

1
Estando las cosas así, entra en escena una mujer del pueblo, que Lucas no identifica,
más que con la caracterización de “pecadora”, sin especificar por qué la llama así.
Nosotros no sabemos si el evangelista también la considera tal, o simplemente se hace
eco de lo que piensan de la mujer y sus acciones, el anfitrión, y los invitados. Por el
evangelio de Juan, sabemos que esta mujer es la hermana de Lázaro, llamada María
(Jn. 12,3), (aunque algunos especialistas no aceptan esta identificación, ya que no es
posible establecer con total certeza que ambas narraciones se refieren al mismo
acontecimiento). En mi opinión, a la luz de los criterios de Honor – Vergüenza de la
antigüedad, podemos concluir, que las acciones escandalosas que hace la mujer en
esta ocasión, son las que le merecen el apelativo de “desvergonzada” o “pecadora”,
que para el caso significaría lo mismo.

María de Betania, primero irrumpe en el ámbito de los varones, en el banquete, lo que


era considerado totalmente impropio de una mujer, según los estereotipos de género.
Segundo, aumentando la incredulidad de su audacia, se atreve a desafiar los
cuestionamientos del Fariseo anfitrión, sobre la honorabilidad de Jesús. Él no le
reconoció las muestras de cortesía que su honor de profeta merecían, pero María, lo
hace: baña sus pies con lágrimas, los seca con sus cabellos, se los besa
insistentemente, y los unge con un derroche de perfume de Nardo finísimo, y muy
caro. María reconoce el honor de Jesús con estos gestos, y manifiesta qué tan grande
es su honor, ya que todas estas muestras de reconocimiento las hace en sus pies,
reconociéndole como el gran profeta enviado por Dios que es. María, una mujer, para
mayor ofensa, es la que responde al reto del fariseo al honor de Jesús, dejando sin
habla al fariseo.

Otro elemento, escandaloso y a la vez, muy significativo, de lo provocativo de los


gestos de María, es que hace estas manifestaciones con Jesús en un lugar público.
Porque si Jesús se hospedaba en casa de Marta y María (Lc. 10,38), bien podía esta
haber “honrado” a Jesús en privado, con su agradecimiento. Pero según los códigos de
Honor – Vergüenza, los retos al honor y sus respuestas –que debían ser hechos por
varones- obligadamente se hacían en público, ya que es precisamente el público el juez
que reconoce la valía del honor o de la ofensa no respondida. El atrevimiento del reto
de María es doblemente audaz, ya que lo hace ella, que es una mujer, en un sitio
público, que según las costumbres marginantes de su tiempo, eran lugares y roles que
no le correspondían.

Las costumbres relacionadas con la pureza, hacían impropio que una mujer tocara a un
varón, ya que a la mujer se la consideraba un ser impuro, por su menstruación. Así
pues, los gestos de María de tocar, besar, ungir y secar con su cabellos los pies de
Jesús, son una auténtica provocación en público a estas costumbres. Más que como
parte de los roles de género atribuidos a la mujer, se esperaba que manifestara el
“honor” de la familia, presentándose en público con la cabeza cubierta en señal de
sumisión. María ostensiblemente exhibe su cabellera suelta, y con ella en un gesto

1
profundamente atrevido y a la vez misteriosamente femenino, unge los pies de Jesús,
diciendo claramente: “Jesús tiene el máximo honor posible”, y a la vez “me muero si no
grito esto en público”. “La gente me llamará desvergonzada, atrevida, pecadora, pero
yo necesito decirlo. Desde mi yo más íntimo, y delante de Dios, lo que yo hago, está
bien. Yo honro a Jesús con mi agradecimiento, y él me honra con su amor, y su
comprensión”.

Por eso Jesús, responde finalmente al reto a su honor, con la parábola de los dos
deudores, reconociendo a su vez, la honorabilidad de la mujer. Por supuesto que es un
profeta. El más grande de los profetas. María lo reconoce en su agradecimiento por la
sanación de su hermano Lázaro, y por ponerla a ella mujer, de pie, en medio de la
sociedad. En cambio el Fariseo, el leproso –aunque no nos explica el evangelista el
sentido de este título, obviamente, si fuera leproso todavía, no podría estar en el
banquete -, no muestra ningún agradecimiento. Se cree merecedor de lo que Dios le
ha regalado: su salud.

Con respecto al Honor que el Fariseo pretende negarle a Jesús, y a la mujer, al


despreciarla como “pecadora”, respondiendo al desafío público del Fariseo, que le ha
negado los signos de respeto merecidos, Jesús aclara que el verdadero “deshonrado y
desvergonzado”, es el Fariseo que no ha sido capaz de manifestar “agradecimiento”.
En cambio, la mujer ha manifestado su honor y su valía, con el exceso de sus gestos
atrevidos. Tan contundente es la respuesta de Jesús al desafío público del Fariseo, que
este no puede responder nada, y se queda callado, dándole la razón a Jesús y a la
mujer.

Por eso Jesús concluye afirmando, dirigiéndose a la mujer que es su fe, la que la ha
sanado-salvado, y le ha dado la paz y la libertad ante los tabúes sociales. Su confianza
en el honor real de Jesús como profeta enviado por Dios, le ha permitido saltarse las
barreras culturales que le impedían desarrollarse totalmente como mujer y como ser
humano. Su madurez, y la profundidad de su persona, ella la ha manifestado –en
público-, con la audacia de su amor.

En el texto paralelo de Marcos (Mc. 14, 9), Jesús afirma que estos gestos de la mujer,
serán para siempre proclamados como evangelio, Buena Noticia para los pobres y
liberación para las mujeres y los varones de los estereotipos culturales que esclavizan y
marginan a las personas.

El amor agradecido y solidario es el que nos pone en pie como seres humanos dignos,
con el honor de hijos de Dios. Jesús enseña con sus palabras y actitudes, que para Dios
son iguales en dignidad los varones y las mujeres. El amor es el que cuenta al final: el
que nos da la paz, y la vida.

1
Guatemala, 24 de Octubre del 2008 (Rev. Set. 2011).

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