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Jorge Panesi
El entusiasmo teórico
Conversaciones con
Marcelo Topuzian
XXXXX, XXXX
XXxxxxXXXXXXXXXXXXXXXXXX XXXXXXXXX. - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras
Universidad de Buenos Aires, 2019.
XXX p. ; 20 x 14 cm.
ISBN XXXXXXX
1. XX. 2. XX. 3. XXXXX XXXXXXX IV. Título.
CDD XXXXXX
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–cuando se enseña en la universidad, por ejemplo, por más
que estudiemos la cultura popular y acerquemos la literatura
a los medios masivos de comunicación–, siempre hay una
jerga. Todo grupo de conocimiento construye, desarrolla o
practica una jerga. Ahí funciona cierto elitismo necesario en
la crítica literaria.
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los periódicos. Por otro lado, los formalistas rusos, fundadores
de la teoría literaria moderna, estaban implicados todos ellos
con el cine. Hacían teoría del cine y Victor Shklovski incluso
escribía guiones. En el nacimiento de la lectura crítica hay una
ósmosis tanto con el periodismo como con los medios masivos
ya en un sentido más moderno. Aunque esto no implica que
esa pincelada elitista de que hablaba no esté siempre presente.
Lo primero que la gente que se dedica a tareas intelectua-
les hace ante un problema es buscar la bibliografía –incluso
cuando va a hacer algo práctico, como cocinar (yo ahora ade-
más de la bibliografía me fijo en YouTube, que es como la
enciclopedia de Diderot de los tiempos modernos)–. Sobre el
tema del surgimiento de la crítica literaria hay dos libros muy
importantes. Uno es Historia y crítica de la opinión pública de
Jürgen Habermas, que sitúa el origen de la crítica y, específi-
camente, de la crítica literaria o artística, en los cafés, las ter-
tulias, es decir, donde los burgueses hablaban de literatura. La
crítica y la literatura nacen al mismo tiempo, son gemelas. Y
el segundo libro, por cierto, es El absoluto literario de Philippe
Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy, que curiosamente tardó
en traducirse al español mucho más que el de Habermas, y
permite entender cómo la universidad absorbe la literatura o
acoge la enseñanza de la literatura moderna, y le da importan-
cia a cómo se lee, y a la institucionalización de la crítica.
La literatura no es un continuo total y este es un punto
pedagógico esencial. Cuando en mis clases decía que la li-
teratura moderna nace, y que lo demás es otra cosa, no lo
que entendemos actualmente por literatura, lo primero que
me contestaban los alumnos era: “¿Cómo? ¿Homero no es
literatura?”. Pensamos la literatura como un continuo his-
tórico que arranca en Homero y al mismo tiempo sabemos
perfectamente que la literatura es móvil como cualquier otro
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ente histórico, y que, por lo tanto, la literatura de Homero
es totalmente incomparable –institucionalmente, escritura-
riamente, etc.– con la literatura del siglo XIX, que es cuan-
do nace lo que entendemos hoy como literatura. No se lee
siempre de la misma manera; hay episodios de lectura: un
Shakespeare del siglo XVI, uno romántico del siglo XIX y
un Shakespeare actual.
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una encuesta, y en una de las primeras, la de Adolfo Prieto
en la Universidad Nacional del Litoral, se puede ver que hay
gente que no tiene nada que ver con la universidad. Y, ade-
más, todos publican en los periódicos, se ganan la vida como
pueden. Que la crítica académica sea la hegemónica es un
proceso que me parece posterior.
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La crítica se conjuga en tiempo
presente. El lector común
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tiempo presente sobre la crítica literaria. No hay nada más pre-
sente que la moda; la moda no es el futuro, es el ahora. Hay un
imperativo de la crítica que es estar situado en la problemática
del presente. Una crítica argentina rotundamente académica
como Josefina Ludmer es, a la vez, como una ventana abierta
a otra cosa, no solo a la literatura o a la escritura académicas,
especialmente en su último libro Aquí América Latina. Una
especulación, que muchos todavía no saben cómo leer en serio,
que nadie integró con otra cosa porque no tiene que ver con
nada de lo que ella venía haciendo.
–En ese libro, el uso de la forma del diario íntimo tiene que
ver con toda una puesta en escena de la inmediatez donde se lee
ese desiderátum crítico por captar el pulso del presente, lo que
está pasando en ese mismo momento. Aunque el libro venga de la
universidad, es cierto.
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tiempo a la lectura, y podemos dejar que los textos en cierta for-
ma decanten en relación con el peso que tienen en una tradición
también, en relación con otros textos contemporáneos suyos. Ahí
podría estar el valor de ese aparente defecto, de sentir que se está
tomando demasiada distancia respecto de lo que está pasando y
manejarse con una lógica propia de lecturas, una lógica más in-
terna que tiene que ver con las modas, pero en este caso las líneas
y los movimientos dentro del ámbito de la crítica universitaria,
que imponen su propia lógica y a veces generan conflictos, por
ejemplo con los escritores que se ven reconocidos o no por la crítica
universitaria, y con los grandes excluidos a los que se les adosa esa
etiqueta: Sabato, Cortázar.
–Lo que pasa es que Sabato tiene una conducta política tan
errática a lo largo del tiempo, que es un poco difícil simpatizar
con él. Siempre hay un grupo que se va a quedar atrás, ya sea
peronista, antiperonista, proproceso, antiproceso… Siempre
pasando por todas. Es un poco complicado.
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universitarios nada más que para parecer más sesudo. Me
parece que el mecanismo de identificaciones es el mismo.
Lo que pasa es que las ‘teorías’ que circulan entre los ‘lecto-
res corrientes’ o ‘comunes’ son menos sofisticadas, aunque
muy difundidas. Leer literatura es ya un gesto que implica
una especie de autoconsciencia, de valoración diferente del
lenguaje, de la lectura. El que se va para la literatura da un
paso hacia otra dimensión; se retrae sobre sí mismo. No es lo
mismo pensar la lectura cuando uno se comunica vía redes
sociales con otro, que cuando se pide auxilio. Y todo eso es
lo que, en definitiva, hace el lector universitario. El lector
común puede entrar dentro de una estadística, y aun así los
libreros y los editores saben muy bien que cuanto más refi-
nado e identificado tengas el target, mejor va a ir tu negocio.
El lector común no funciona ni para la academia, ni para el
negocio editorial, ni para nada; no hay un lector común. Un
lector ingenuo lee apasionándose e identificándose, pero el
lector universitario también. En la primera lectura que hace
el lector universitario hay como un otro yo que está diciendo:
“Mirá este, se copió, está en la misma cosa que otro, mirá
cómo maneja el lenguaje, qué ridículo”. Pero, en realidad,
nuestro interés como lectores es que nos desarmen de todas
esas armas con las que venimos montados y valoramos cuan-
do quedamos desarmados. Después nos volvemos a armar,
pero hay un momento en que uno busca, como lector no
ingenuo, ese momento de ingenuidad que tiene que estar en
toda lectura. No siempre quienes nos dedicamos a las Letras
somos los lectores más críticos.
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La escritura de la crítica:
transparencia, hermetismo y jerga
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hay otra mecánica dentro de Internet –habría que ver cuál es el
lenguaje–, pero me temo que esté bastante ligada a la hegemo-
nía de la crítica universitaria.
Cuando salió mi librito Críticas, una de las cosas que me
decían, como gran elogio, era que se entendía lo que yo decía.
Uno trata de hacerse entender siempre, tanto cuando escribe
una carta como cuando escribe un artículo. Puede haber una
crítica hermética seguramente, como alguna literatura hermé-
tica, pero la crítica literaria es crítica, es hija del Iluminismo,
del discurso iluminista; por lo tanto, no puede haber una crí-
tica hermética. Por eso la crítica lacaniana difícilmente se haya
conseguido –más allá de algún logro, como el libro sobre Ma-
cedonio Fernández de Germán García.
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crítica, que es poder plantear autónomamente sus problemas
independientemente de otra cosa, se convierte también en el
encierro. Es una posición bastante desafortunada.
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Oscar Masotta, que leído en la época era una cosa rara. Era
una biografía y al mismo tiempo un sujeto sartriano que dice
la verdad, que se desnuda; una pieza muy distinguible dentro
de la crítica argentina. En cambio, me costaría encontrar un
ejemplo de alguien que desde el plano académico, sin tratar de
saltar el cerco académico, trate de innovar sea como sea en ese
asunto formal de la crítica sin hacer payasadas.
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Recuerdo algo mucho más banal. Una mala cosa de los ju-
rados de tesis en humanidades: cuando quieren desacreditar
ciertas libertades de la tesis que se está presentando, se dice
que es ensayística. Pero Lévi-Strauss escribía maravillosamen-
te bien, era ensayístico y no creo que perdiera nada haciendo
eso, muy por el contrario. Creo que muchos no han leído an-
tropólogos que sí tienen una empatía literaria, como Clifford
Geertz y otros tantos, a quienes en una época por eso llama-
ban posmodernos, y decían que no eran serios.
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Crítica y política
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que haber un punto de partida: ahí es aceptable que la crítica
describa un estado de cosas más o menos inapelable. Hay que
ubicarse en el momento actual de una problemática que quizás
tiene siglos y que no se puede ignorar en ninguna lectura.
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–Todo esto no aparecía tematizado en la crítica. La crítica
podía pensarse, en esa época, como una práctica más o menos
aséptica, encerrada en la universidad, dedicada al trabajo con
textos históricos lejanos en el tiempo, pero vos pensás que ahí,
directamente, se podían leer todas esas tensiones de ese momento.
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–Esto yo no lo sabía. ¿No querrías dar algún detalle?
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un pajarito. Lo que más recordaba era el olor a sopa de todos
los pabellones, y lo volví a encontrar otra vez. Después, en la
época del Proceso, dos o tres veces me vinieron a buscar por
averiguación de antecedentes. Obviamente, quedás fichado de
por vida. Y me detuvieron ahí en la dependencia, veinticuatro
horas las dos o tres veces que estuve.
Yo no era militante y podía tomar cierta distancia, como en
“La crítica argentina y el discurso de la dependencia”. A Josefina
Ludmer, mi artículo no le gustó para nada. Gran decepción mía,
porque para mí ella era una maestra, un personaje notable. Pero
ella estaba implícita en ese artículo sobre Los Libros. Alguna vez
llegó a prohibirme que hablara de ella; obviamente, no le hice
caso. Después, en otro momento, mi artículo le pareció maravi-
lloso, aunque no me dijo las razones; pero en el primer momento
–que era el que a mí me interesaba, porque todavía no estaba
publicado–, no; y su pregunta era: “¿Y vos desde dónde hablás?
¿Dónde estás acá? ¿Qué representás en esto?”
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revista Los Libros había un tipo de literatura con el que uno se
sentía identificado, el psicoanálisis, en contra de otra lectura,
que era la de Jorge Lafforgue, la de Luis Gregorich, la de la re-
vista Crisis, por ejemplo. Eran dos visiones, y entre una y otra
yo no dudaba. Pero no de una manera política tan directa.
Todos en este grupo que yo estudié, del cual tampoco parti-
cipé –era conocido de Piglia y amigo relativamente no muy
estrecho de Luis Gusmán–, algunos más teóricamente, como
en el caso de Piglia, tenían interés en ciertas teorías como el
marxismo, pero al mismo tiempo eran muy reticentes respecto
de cierta versión sociológica vulgar de la crítica imperante en
esos momentos. Quizá también ese prejuicio esté funcionando
en mi artículo: tratar de no caer en eso.
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con lapsos mínimos, siguiendo el pulso de los acontecimientos his-
tóricos, políticos recientes.
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Investigación literaria
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una tesis universitaria. Un doctorando que siguió todos los pa-
sos tiene más o menos la idea de las buenas tesis, de las malas
tesis. En realidad, lo que uno necesita para construir una tesis
son dos cosas: paciencia y tener un par de buenas asentaderas
y una silla cómoda. Hay regulaciones, hay un sometimiento,
pero es un sometimiento que me parece que no es un some-
timiento. Puede ser un sadomasoquismo, donde un someti-
miento puede ser un goce. A mí, por ejemplo, no te imaginás
el placer que me causa hacer notas al pie. Aunque haya notas
que más vale borrarlas; pero forma parte del trabajo. David
Viñas no ponía una sola nota, cuando era absolutamente nece-
sario para el pobre lector muchas veces que hubiera una nota.
Es un autosarcasmo, pero es tan universitario el rechazo de la
nota académica como el placer de la nota.
El trabajo de investigación y el de escritura van juntos. La
práctica de lectura académica es un trabajo en el que se siguen
varios hilos al mismo tiempo. Uno sabe que pueden cruzar-
se o no, y que a lo mejor hay unos hilos que va a tener que
cruzar, porque no están dados. Uno tiene una masa bastante
considerable de esos hilos que llevan a obras, a movimientos,
a autores, a archivos. Está leyendo una cosa porque está en sus
planes, pero de repente un libro lo lleva a otro y no puede de-
jarlo. Ningún investigador, ningún lector deja ese hilo que está
‘mandando luces’, que no estaba en sus intereses, pero está ahí
y hay que agotarlo. Y de repente, entre esas cosas previstas o
imprevistas, hay algo así como un descubrimiento. La tarea es
en sí feliz, más allá del resultado, porque es un encadenamiento
de descubrimientos. En un territorio, de repente se descubre
una particularidad, un terreno que se desconocía. Este trabajo
forma parte de la penuria y del placer de la investigación. Uno
puede recomponer las operaciones, como vos hacías recién con
mi artículo, pero yo estaba trabajando algo que no se hacía en
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la crítica; solo quería hacer algo original. Nunca pensé que lo
estaba haciendo, pero sí era consciente de que no había leído
muchos trabajos dedicados a las revistas. Hoy creo que es un
interés bastante grande, que forma parte de la historia; un ob-
jeto evidente. Es algo que como acción de la crítica me parece
notable: hay cosas que ni siquiera hay que construirlas, que son
de una evidencia tal que uno dice: ¿cómo alguien no se dedicó
a esto? ¿Cómo alguien no investigó esto? ¿Cómo alguien no
vio esto? Ese es el propósito de la tarea, pero no siempre uno
tiene claro cuál va ser el producto final de lo que está haciendo,
porque si no, ese descubrimiento paulatino no se produciría.
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Vocabularios y cientificidad
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–Es interesante el tema de los vocabularios: la idea, que
muchas veces te escuché formular en tus clases, de que la crítica
es una manera de hablar de la literatura; es un discurso, una
conversación, incluso. Pero también de que es muy difícil ac-
ceder a un vocabulario definitivo cuando hablamos de lite-
ratura, que es una aspiración tal vez de las corrientes más
cientificistas dentro de la crítica literaria. Sin embargo, de
todos modos, a la crítica literaria le cuesta abandonar la hipó-
tesis del posible salto a la cientificidad. Franco Moretti viene
haciendo un trabajo cuantitativo sobre literatura hace ya casi
veinte años, y el año pasado apareció un libro, Canon/Archi-
ve: Studies in Quantitative Formalism, que en realidad es
una recopilación de trabajos de varios autores, en el labora-
torio literario de la Universidad de Stanford –un grupo de
investigadores liderados por Moretti–, sobre metodología del
estudio de la literatura a través de programas de computación
y bases de datos. Todo en la publicación alude a las ciencias
duras. Estamos en una circunstancia donde la tecnología digi-
tal parece ofrecerles a las humanidades un nuevo posible esta-
tuto de cientificidad. Pero la crítica literaria se mueve siempre
en este conflicto o tensión entre, por un lado, la vieja vocación
humanista, que apuesta en última instancia a lo indecidible,
a la responsabilidad personal, a la contextualización radical
–como pensaba Derrida– y a un posicionamiento ‘carismá-
tico’ del crítico; y, por otro, esta aspiración a un vocabulario
definitivo; para hablar en los términos de una discípula tuya,
Annick Louis, una epistemología de los estudios literarios. La
crítica literaria no ha podido resguardarse en una vocación
exclusivamente humanista, y ese horizonte de cientificidad,
más o menos hipotética, tiende a reaparecer como síntoma
de la práctica crítica. Vos te reías de muchos de esos plan-
teos, como los de Sieg fried J. Schmidt, o de los excesos de los
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formalistas o los estructuralistas duros, pero a la vez era algo
que aparecía constantemente en tus clases.
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–Moretti dice expresamente que él está realizando el proyecto
de los formalistas, gracias a la “ lectura distante”.
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Entre la Filosofía y la Lingüística
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ochenta y tres; era el final de la dictadura y, curiosamente, eso
que uno veía como un acto de cientificidad necesario, ‘tengo
que aprender Chomsky para…’ –y pongo puntos suspensivos
porque hoy no veo muy claramente para qué– no creo que
haya movido absolutamente nada.
–¿Y cuál te parece que fue el rol de los formalistas rusos en esta
historia?
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más distendida la relación de la crítica con la lingüística, y ha
quedado como mucho más fundamental la cuestión del proce-
dimiento. Peter Bürger les rinde un justo tributo a los forma-
listas por esta centralidad del procedimiento, que es algo obvio
pero que no se había conceptualizado antes. Muchas veces la
crítica literaria pone en el vocabulario o en conceptos cosas de
las que todo el mundo hablaba sin poder formalizar. La crítica
literaria batalla con cosas que parecen obvias, sobre las que se
habla y se discute, pero falta el concepto de qué uno está ha-
blando y qué está discutiendo. Siempre hay dos bandos, pero lo
interesante es saber qué es eso sobre lo que se discute.
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eso también es coherente revalorizar todo el interés de Borges
por las religiones, por la metafísica, y tomárselo en serio. No
es que Borges no se lo tomase en serio, aunque siempre hay
una distancia muy irónica en la utilización de esos concep-
tos. Otra cosa que vulgarmente siempre ha existido en contra
de Borges es su apoliticismo. Yo, en cambio, siempre he leído
a Borges políticamente, pero no en contra de Borges porque
tiene una posición política contraria. Borges era muy político
evidentemente, y esto parece demostrar que la crítica literaria
argentina es política lo quiera o no lo quiera. Recién hablaba
de dos columnas y la política me parece que es otra. La polí-
tica siempre está ahí, quieras o no quieras, incluso en el For-
malismo Ruso. En la Argentina siempre parece apremiante el
contexto político; hace siempre ruido.
A mí me resultó divertido, y me parece muy importante
para entender ciertas cosas de Borges, el personaje doméstico.
En la parte de su diario dedicada a Borges, Bioy Casares me
parece mucho más esteticista que él, porque no podía entender
que Borges se preocupara no por la política del peronismo,
sino por la pequeña política de las elecciones en la Sociedad
Argentina de Escritores. Eso de decir “Me afilié al Partido
Conservador” era para que lo dejaran tranquilo.
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la poesía está ligada no a la filología de la vista, sino a la filo-
logía del oído. La poesía es todo un problema para cierta rama
de los estudios literarios. Como Sartre no sabe qué hacer con
ella, la excluye; no la quiere comprometer porque la poesía
está del lado de las cosas. Algo que se reproduce en Derrida,
porque en su sistema la poesía es un caso aparte. Solo se ocu-
pa de ella vía Heidegger, en “¿Qué es poesía?”, y la relaciona
con la oralidad, con el recitado de memoria. Pero después de
Mallarmé, la poesía no es la historia de la sonoridad: ¿por qué
otorgarle entonces un estatus especial? Históricamente tiene
justificación, quizá: existía esa conciencia de que la poesía era
para recitar. Pero hoy ya nadie piensa en la poesía como un
fenómeno de la oralidad.
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–La idea de texto importa cuando viene ligada a un tipo de
práctica crítica que el concepto habilita. Durante una época de
la historia de la crítica literaria, funcionó como una abreviatura
para indicar que la práctica crítica de la que se trataba no tenía
que ver precisamente con develar un sentido que estaba oculto en
la obra. El texto aparecía como una garantía –no del todo confia-
ble– de que la práctica del crítico es una producción de sentido y
no una investigación de la intención del autor. Hoy estamos lejos
ya de esa situación. Hay una conciencia mucho mayor de que en
la lectura crítica hay algo del orden de la invención, y que difícil-
mente pueda pretender ser interpretación definitiva.
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Derrida
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mistificación, ‘el poder del arte’ o ‘el poder de la literatura’,
ese tipo de discursos cuasi panfletarios. La literatura puede
tener secretos, pero la crítica literaria –como también lo dice
Henry James– es iluminista; por lo tanto, está ligada siempre
a un saber. Y donde hay saber, el secreto necesariamente tiene
que retroceder. La crítica literaria nació kantiana, iluminista,
y está ligada a un proceso de saber, de intelección. En cambio,
la literatura puede darse el lujo de excluir esos procesos racio-
nalistas. En determinados contextos, a veces esos procesos son
políticamente desdeñables y entonces la literatura los dice, con
lo cual no es ni más racional ni menos racional. Por eso leemos
literatura: hay cosas que escapan al sentido común general.
Uno lee novelas donde el sentido común no aparece y está
contento con eso; no sé si estaría contento un lector con que
en su vida cotidiana la irracionalidad esté totalmente presente,
aunque de hecho lo está, pero es algo que uno tiende a olvidar
para seguir viviendo, y se cree que todos los fenómenos tienen
alguna explicación racional o lógica.
Parece que, modernamente, la literatura siempre se refugia
o funciona con un carácter cerrado, elitista. El elitismo lleva
a un misterio y si hay misterio tiene que haber un ‘sacerdote’
que explica a los fieles de qué se trata el secreto, pero con la
consigna de que ese secreto, lo último que podría ser, es de-
rribado. Por eso la crítica literaria sí tiene la obligación de no
creer el misterio. La literatura es otra cosa. Esto es importante
para marcar la diferencia entre discurso literario y discurso
crítico, que a veces ciertas manifestaciones contemporáneas
tienden a hacer desaparecer. Me parece que es una mala in-
terpretación de su obra: Derrida tiene claras las fronteras entre
literatura y filosofía, aunque a veces se entremezclan, pero eso
no quiere decir que las fronteras no existan.
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–Derrida también se refirió, en su polémica con John Searle a
propósito de Austin y la teoría de los actos de habla, a esta idea de
que la literatura es una especie de uso irresponsable del lenguaje,
irresponsable en el sentido de que se aprovecha de que cualquier
acto de habla puede llevarse a cabo por motivos no serios –que
puedo citar, sacar de contexto, con las mismas palabras que uso
para sí hacerme cargo de lo que digo–. ¿Cómo pensás esta noción
de ficción y qué rol te parece que tiene para la crítica?
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Narrador, género, valor
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–Estamos hablando sobre términos totalmente controversia-
les o que tienen un manejo bastante ambiguo también. ¿Qué
es un tono? Me parece que no hay ningún problema si estos
conceptos se aplican a casos específicos, textos o grupo de textos
específicos, si se especifica qué queremos hacer, qué operación
va a resultar o cuál es el interés de hacer la operación que lleve
por resultado el concepto de “voz”. Ludmer usa la noción de
“tono” a propósito de la gauchesca, que es un género relacio-
nado con la oralidad, la recitación, el verso. Hay una justifica-
ción del uso perfectamente determinada. En la palabra “voz” tal
como se emplea en Bajtín y sus seguidores también hay mucho
de este asunto de la oralidad. Cada vez que uno trata de concep-
tualizar problemas del lenguaje surge la oralidad como lo más
‘obvio’. Hay una relación de la literatura con la oralidad, pero
esa relación es siempre compleja. El mismo Bajtín subsume todo
bajo el problema de la voz, por ejemplo la ideología, algo que
Voloshinov estudió mucho mejor y con más rigor que Bajtín.
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de los medios. Algo que a la historia de la literatura le lleva-
ría cierto esfuerzo estudiar a lo largo del tiempo se puede ver
directamente en la evolución de los géneros en sí misma. Es
algo que cualquier espectador de cine o de televisión ve: los
cambios, las mezclas, las cosas que pasan por esa oxidación
o automatización –como dirían los formalistas– de los mis-
mos géneros. Es una herramienta válida, que va de suyo, y
no solamente para la literatura. Todo aquel que la estudia se
encuentra con el problema de los géneros literarios más allá de
la posición teórica que tome. La lectura de los clásicos rusos
y de la literatura popular en Arlt; la literatura policial en Bor-
ges: siempre vas a tener el problema del género. Aunque todos
tenemos claro que la vieja perspectiva sobre el género como
algo rígido ha desaparecido, ante cada objeto de estudio no
es posible desentenderse del problema. Si me estoy ocupando
de Perlongher, hay una historia de la lengua poética antes de
Perlongher, y Perlongher fue una inflexión en esa lengua. Hay
una comprensión instantánea del poema “Cadáveres”, que fija
el tema de la dictadura como ningún otro texto, pero ¿qué ha
pasado con el género poema? La fórmula te obliga a reflexio-
nar sobre la evolución de la poesía argentina, aunque no hay
que dividir al Perlongher poeta y al Perlongher militante. De
alguna manera hay que plantear el problema del género, y si
no, tiene que estar de algún modo.
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–También es productivo estudiar cómo se utilizan los géne-
ros en una situación literaria dada para entender la aparición
de un Borges o un Perlongher. Por lo tanto, me parece que
hacer como un repertorio de características históricas en un
género es esencial para ver cómo pensó el género el tipo de li-
teratura o autor del que te estás ocupando. Así podés meter un
montón de autores que a lo mejor no tienen nada que ver entre
sí en un momento o a lo largo de un eje temporal. No soy
un gran admirador de Moretti, pero me parece deslumbrante
todo lo que él ha pensado en este sentido. El género es espe-
cialmente importante cuando se trata de organizar el análisis
de una serie temática en una masa muy grande.
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–Lo que me parece más interesante y original de Derrida es
ligar la literatura con la normatividad, con la juridicidad, con la
ley. Hay una correlación bastante interesante con Mukařovský,
aunque no desarrollada con esa contundencia que le permite
Kafka a Derrida. En el sistema de Mukařovský, la norma que
impera es la norma jurídica; es la matriz de todas las normas
o el modelo de todas las normas posibles. La norma estética y
las otras normas son variables. En cuanto al valor, hasta cierto
corte, que uno puede poner en el Formalismo y en el Estructu-
ralismo, la crítica literaria estaba ligada al juicio, algo que hoy
hasta las reseñas en los diarios evaden, o hacen una serie de cir-
cunloquios, que todos hemos empleado y en los que los buenos
lectores leen tus secretas intenciones malévolas. En el caso de la
novela de Piglia sobre Macedonio, La ciudad ausente, yo empleé
todos los circunloquios habidos y por haber para decir que no
me había gustado, más allá de celebrarla como una aparición;
cosa que sintió el mismo Piglia, que se resintió profundamente.
Él entendió. Me sentí como un hereje en ese momento, pero a
mí me gustaba Plata quemada, que me parece más espontánea,
más divertida. Respiración artificial es artificiosa. En cambio
Plata quemada estaba a contracorriente de la época. Ahí me pa-
reció necesario que la crítica expresara un juicio estético.
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sistema de gusto el que dice que en crítica literaria no se puede
hablar ahora de Florida y Boedo, que ha sido dicho todo y no
hay nada más que decir. Esto es un juicio de valor estricta-
mente académico. Entonces la tesis intentó convertir a Boedo
en una vanguardia al mismo nivel que la otra, en contra de las
lecturas tradicionales que siempre ponen a Florida en un pla-
no de superioridad estética y de innovación. Inmediatamente
uno puede decir que ahí había un gusto por Boedo, pero no
es solamente un problema de gusto: inmediatamente surge lo
político atrás, es inevitable. Pero a diferencia de la crítica pe-
riodística, la crítica académica tiene un horizonte de cientifici-
dad o de objetividad más marcado; trata de que los conceptos
sean lo más refinados posible.
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Objeto de imaginación y gusto
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–Los lectores contemporáneos, mis jueces, mis pares, inme-
diatamente van a decir: ‘¿Para qué te pusiste a escribir sobre
algo si no dijiste nada nuevo?’. Hablo de la crítica académica.
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contrario: no mezclaría mi elección de género sexual. No digo
que no sea lícito hacerlo, pero yo soy de otra época y no lo haría;
no lo he hecho, creo. Hay un circunloquio, supongo: ocuparse
de Perlongher no es una manifestación de elección de género.
Siempre me resisto a esa frase de Barthes: “En lo que escribe,
cada uno defiende su sexualidad”. No la puedo pensar. Uno
defiende su sexualidad, su politicidad, miles de cosas defiende.
Pero este tipo de crítica del que hablo defiende notoriamente su
propia sexualidad de forma manifiesta. En realidad, la sexuali-
dad se defiende en muchos planos; no solo, paradójicamente, en
el plano de la sexualidad misma. Hay logros y conceptos impor-
tantes, como el mismo concepto de género. Siempre propon-
go el ejemplo de Cortázar cuando habla de “lector-macho” y
“lector-hembra”: solo lo puede decir en determinado momento,
cuando esta metáfora de los machos como cosa activa, positiva
y valorada era una cosa corriente, y nadie pensaba que era ma-
chista adherir a esta idea, o recitarla, como hizo buena parte de
la crítica argentina. El feminismo y el concepto de género me
permiten leer eso de otro modo.
52
modo que pueda ser aceptado y compartido sin resquemor por
la mayor parte de la comunidad de la crítica académica con-
temporánea. Y me parece que la cuestión de la crítica de género
se puede pensar en relación con eso. La noción de género es un
tipo de elección de gusto que ya no se piensa como personal. Al
convertirse en una categoría de análisis, en una categoría de la
crítica, la noción de género crea un colectivo, y así se transforma
en militancia académica –no solo política: militancia de una
práctica de lectura, por ejemplo– en relación con un problema
social mucho más amplio.
–Es más fácil darse cuenta con las tortas que con las obras de
arte.
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el futuro de la crítica queer. Depende de cosas que no tienen que
ver exactamente con la literatura de tipo queer o con la mirada
queer sobre la literatura: depende de otras cosas, sobre las cuales
uno no puede sentenciar absolutamente nada. Modernamente,
como residuo de la vieja profesión crítica que todavía funciona
o es necesario, el problema del ‘gusto’ se ha trasladado a las edi-
toriales. Las grandes editoriales tienen lo que llaman “lectores”.
Es uno de los pocos lugares donde uno podría pensar que la crí-
tica, tal como siempre funcionó, sigue funcionando. A la gente
que hace informes de lectura se le exige justamente el gusto,
la representación de un tipo de lector al cual la obra sobre la
que está informando pertenece. Nadie es informante de lectura
toda la vida; me parece que es algo residual por lo errático de la
actividad. Pero en esos informes hay todo un análisis: textual,
contextual, de público. El juicio de gusto está ahí presente toda-
vía como residuo. Hay gente que practica la crítica en un sentido
de investigación que para ganarse la vida ha hecho eso tempo-
rariamente; entonces, tiene que cambiar de esquema, porque es
totalmente diferente.
54
estas nuevas celebridades, como los youtubers: un editor detecta
la popularidad de este personaje e introduce entre sus posibles
intereses la cuestión de la escritura literaria, normalmente a car-
go de un escriba con el que el youtuber conversa o que accede a
los materiales del youtuber y los recicla en algo legible. Ahí ya
no habría intervención ninguna del gusto, en el sentido en que
hablábamos.
55
Teoría literaria, sociología de
la literatura y estudios culturales
56
como metodología, y funcionaba. El “modelo” aparecía aso-
ciado a la lingüística y a la semiología.
57
fundamentales de la madeja entre cientificidad y política en la
crítica argentina es la creencia generalizada en que la crítica
nunca va a poder definirse epistemológicamente por la natura-
leza constitutivamente histórica y política de sus materiales y de
sus propios procedimientos. De todos modos, es una madeja muy
productiva.
58
En la sociología de la cultura contemporánea hay mucho más
espacio para aquello que en los años ochenta llamábamos teoría
literaria. Pensemos en la difusión del pensamiento de Foucault,
Derrida, Deleuze, que hoy están mucho más presentes dentro del
trabajo de los investigadores en ese ámbito; eso era inimaginable
en los ochenta para el proyecto de Punto de Vista.
59
de la literatura (un Mignolo anterior al de la crítica decolonial);
y en la clase siguiente Ludmer lo defenestra diciendo: “¿De qué
comunidad científica me viene a hablar si acá no tenemos nada,
no tenemos acceso ni a la bibliografía?”. Se ubica en un lugar
completamente distinto respecto de la vocación anterior de cienti-
ficidad y dice que lo que los críticos literarios hacemos es política
de cabo a rabo, pero política específica, no política en general. Me
parece que eso define perfectamente la manera en que se terminó
de conformar el discurso de la teoría literaria en esos años, y ex-
plica el sex appeal de la teoría literaria también.
60
–Uno ahí tiene la impresión de que está ante una especie de
doxa, de modelo estándar generalizado de alcance global, y que
además permite que los críticos literarios se entiendan con gente
que pertenece a otras disciplinas en distintos lugares del mundo a
partir de las claves que ofrece ese perfil disciplinar. Pero esto tiene
como consecuencia el carácter vacío del contenido metodológi-
co de los estudios culturales. En el libro de Lawrence Grossberg
Estudios culturales en tiempo futuro, de 2010, hay un lu-
gar común reiterado, que es que los estudios culturales estudian
lo concreto en su concreción, lo singular en su singularidad, la
coyuntura en tanto coyuntural, evitando cualquier pretensión
de abstracción, de regularización, de establecimiento de méto-
dos alejados de las prácticas concretas. Pero, como decías vos,
siempre hay en juego una teoría más o menos elaborada, más o
menos compleja; es una posición imposible, o vacía, la que busca
el estudio de la coyuntura por los rasgos de la coyuntura misma, y
de hecho la ‘coyuntura’ sería la herramienta teórica radicalmen-
te abstracta y no coyuntural de este tipo de pensamiento. En la
historia más local, los veo como otra vía que quedó en la nada,
aunque hubo un momento de gran explosión y debate interno,
hacia mediados de los años noventa.
61
en las revistas de divulgación masiva de la época, me parece
que es absolutamente válido. Es un procedimiento que incor-
pora ciertos elementos coyunturales, que no son exactamente
literarios pero tienen que ver con lo literario. Así, ese objeto,
‘Alfonsina Storni’, ‘poesía femenina’, ‘escrituras de las mujeres’
o como quieras llamarlo, funciona de otro modo.
62
los estudios culturales. Es la teoría literaria la que en ese momen-
to le permite hacer eso en el ámbito local.
63
al mismo tiempo está intrínseca y constitutivamente ligada con
la política. La teoría literaria vino a resolver eso en los años
ochenta: permitía disponer de una conceptualidad que se podía
compartir y se podía enseñar en la universidad, y al mismo tiem-
po le daba cierta sensibilidad o alcance político a la literatura.
–Era una acusación que venía muchas veces desde las ciencias
sociales respecto de lo que se hacía en Letras. Ahora todo esto
cambió completamente, porque dentro de las ciencias sociales la
referencia a los autores que entonces se calificaba como posmo-
dernos sin que lo fueran, como Foucault o Deleuze, se volvió
absolutamente habitual.
64
Circulación de las teorías
65
momento era cómo acceder a la bibliografía. La excusa era:
‘Acá no llega nada; no tenemos sino lo estrictamente necesa-
rio’. Hoy a nadie se le ocurriría decir eso, gracias a Internet y
las bases de datos. Se ha producido una mundialización de la
crítica o la teoría literaria, y un intercambio generalizado, en
la profesión de enseñar literatura, o crítica, o teoría literaria,
con los centros europeos y regionales. Ha sido un cambio
absolutamente notable y definitorio en la crítica argentina. El
cambio ha sido tan espectacularmente vertiginoso –porque
son dos momentos no tan alejados en el tiempo: yo soy viejo,
tengo toda una carrera de años, pero no son tantos en la his-
toria de la literatura; no son nada– que todavía no ha podido
ser estudiado.
66
–Hoy ya no se vería a un importador intelectual como un
mercachifle que trata de apoderarse de una mercancía y ven-
derla para obtener un provecho, como era usual en el ima-
ginario cultural argentino. Además, Estados Unidos, el país
capitalista por excelencia, es un importador de teoría en las
Humanidades, y sin remordimiento. Sin embargo, en la Ar-
gentina, parece que eso causa todavía cierto escozor político.
Y la cercanía de la universidad argentina con la política es más
estrecha que en la academia norteamericana, aunque aquí han
pasado muchas cosas en los últimos años.
67
La tesis universitaria
más allá del claustro
68
con los ires y venires surrealistas de la política argentina, el
esquema falla porque no hay suficientes becas, pero que sea
un escándalo quiere decir que hay un camino ya formado sin
vuelta atrás en el amplio espectro de las universidades nacio-
nales argentinas. Pero se han mitigado las periódicas catástro-
fes que forzaban la expulsión de los investigadores y profesores
de la universidad. No digo que no haya discriminación, pero
está mitigada. Me parece bien que haya proliferación de tesis
porque muestra que la enseñanza y el aprendizaje en la uni-
versidad se han vuelto adultos por una vez. El gran peligro de
la proliferación es el de las tesis en los Estados Unidos, que es
como una fábrica de embutidos. Es todo un desafío, porque
continúa la expectativa de que aparezca la gran tesis. El inves-
tigador ha tenido tantos años de estudio, ha hecho tantos pos-
grados y ha hecho su tesis, pero no todas pueden ser grandes
tesis porque la originalidad es un bien muy preciado que no
se fabrica todo el tiempo, aunque haya tesis muy bien hechas.
También es difícil de evaluar en el momento de aparición, por-
que habría que ver qué se propone y qué se produce a partir
de esa tesis; es el gran problema que las tesis comparten con la
literatura: hay grandes libros que se olvidan, que están ahí en
una especie de purgatorio.
69
–Sería para mí un desiderátum que quien escriba una tesis
piense en todos los protocolos académicos necesarios en cuan-
to a una tesis, pero al mismo tiempo, sin grandes cambios,
piense en un libro. ¿Se puede pensar en un discurso que pue-
da ser leído por el jurado pero además por alguien a quien le
gusta la literatura o está medianamente informado y no muera
en el intento? Entiendo que si alguien quiere hacer una tesis
acabadamente académica, el problema de quien no pertenece
al ámbito académico no es realmente un problema. Pero ¿para
quién se escribe la tesis? Fui jurado del Premio Nacional de
Literatura dos veces. No es un orgullo para mí, porque no
hay realmente un lugar de acuerdo perfecto en un jurado y
ocurren cosas caprichosas. ¿Por qué se recomienda la publica-
ción de una tesis? Un misterio, pero es una práctica, y en la
codificación de la práctica hay algo que se quiere llenar: es tan
importante esta tesis que todo el mundo debe leerla, pero al
mismo tiempo este gesto habla de la conciencia de que el saber
universitario es un saber enclaustrado, limitado, etc., etc. En
los Estados Unidos –no sé acá– hay una cultura universitaria
con sus normas, que no consiste solamente en enseñar y escri-
bir –que sería el prototipo de las actividades de los profesores
universitarios–, sino que pretende interpretar y participar en
la vida corriente, en los fenómenos políticos y culturales más
allá del ámbito académico. Los estudios culturales tienen que
ver con esto: una cultura, la universitaria, que se sabe circuns-
cripta a un ámbito, tiene también pretensiones de intervenir
en un campo más vasto. Los estudios culturales no son una
intervención concreta que haya tenido efecto, cosa que dudo,
sino la pretensión de tener ese efecto.
70
Modos de existencia:
la autorreflexividad, las polémicas
71
–Así es. Siempre me llamó la atención –lo he dicho hace
muchos años– cómo la crítica argentina operaba en ciertos
momentos en los que parecía que había que reflexionar; algo
había pasado en el orden de la política, de la cultura, de la
crítica misma, que obligaba a ver dónde estaba parada la crí-
tica. Como la crítica no era solamente universitaria, todo está
registrado a lo largo de la historia de las encuestas, que apa-
recían más o menos cada diez años, desde la primera, que era
universitaria, pero en la que había críticos no universitarios,
como Masotta –bueno, en el límite–. Es un rasgo idiosincráti-
co de la crítica argentina. Uno lo puede ver hasta en Los Libros
y Capítulo. La crítica siempre está haciendo crítica de la críti-
ca; es una manera de operar y forma parte de sus operaciones
más ‘naturales’. No es la única posibilidad: también se puede
hacer una historia de las posiciones críticas ante determinada
cuestión, o estructurar ciertos rasgos ante una problemática
determinada haciendo teoría. Siempre me pareció que en lite-
ratura la manera de producir o la manera de funcionar es más
o menos polémica, no negociable. Hice un programa en la
cátedra de Teoría y Análisis Literario sobre la polémica. Hoy
no sé; hubo un momento, el menemismo, por ejemplo, en que
no había polémica. Tanto la China Ludmer como Horacio
González decían que no había polémica, y yo pensaba: ¿cómo
no hay polémica? No había polémicas estentóreas, como la
de Contorno contra la revista Sur, por razones que uno podía
intuir o estudiar, pero las polémicas se seguían manteniendo.
Los poetas se seguían peleando: había una revista que se lla-
maba La Guacha, que yo salí a buscar en mis investigaciones
por los quioscos, donde se ponía en tela de juicio a las grandes
estrellas de la poesía argentina.
72
–La encuesta no solo supone el acto de habla de la toma de
posición dentro de un campo conflictivo, sino también la posibili-
dad de inscribir esa toma de posición en algún colectivo, en algún
bando. Tal vez eso es lo que testimoniaba la época de las encuestas
dentro de la crítica argentina, no sé si cerrada ya, dado que hace
unos cuantos años que no hay.
73
Instituciones: el mapa de la
crítica literaria argentina
74
–Ha cambiado el concepto de institución de la literatura.
Las revistas siguen existiendo, me parece, aunque el rol es me-
nos destacado. Todavía hay gente, como Giordano –a pesar de
que también publique en Facebook–, que sigue pensando que
es ineludible la ‘institución-libro’, con lo que esto implica: una
editorial, universitaria o no. Eso me parece que está bien: el
libro puede tener distintos formatos, pero como concepto sigue
funcionando, incluso como concepto físico, aunque lo lea en la
computadora o en la tableta. El horizonte sigue siendo el libro.
–Pero uno tiende a hablar más de las revistas, como Los Li-
bros o Literal, que marcaron el pulso de la historia de la crítica
argentina, cuando quiere pensar en un lugar por donde pasaban
más o menos todas las líneas.
75
–Sospecho que, para medir el pulso de lo que está pasando
dentro de la crítica argentina, ya no se puede leer solo una, dos o
tres revistas, sino que hay que leer no sé si Twitter, pero Facebook
seguro, algunos blogs…
–Yo diría que si hay una institución por donde pasa el saber
de la crítica, es la universidad. Cuando los profesores quie-
ren escribir un libro piden un año sabático, pero en el fondo
de todo eso está la enseñanza, están las clases. El componen-
te más grueso de la crítica pasa por enseñar y aprender en la
universidad, que sería la institución hegemónica. Por eso el
regocijo de que esa cultura universitaria tenga algunos pará-
metros míos. Frente a los Estados Unidos, en la Argentina la
crítica universitaria parece más reconocida por los que están
afuera, o pretenden o tienen la ilusión de que están afuera de
esa hegemonía cultural en la literatura que es la universidad –y
entonces hablan de un ‘efecto Puan’–. Uno no siente que está
en una burbuja con sus propios preconceptos; simplemente los
actúa y los vive en distintos momentos; son los que intentan
separarse –quizás porque no están tan separados– los que la
delimitan. Esto da por resultado una paradoja: en la medida
en que desde ahí se pueda hablar de la literatura de Puan, del
canon de Puan, uno en realidad puede pensar que la univer-
sidad tiene sus efectos exteriores. No en vano el libro Políticas
de exhumación, de Analía Gerbaudo, empezó por la cultura
76
de Puan, como si no existieran otros centros –y esto no es un
reproche–. Aunque uno olvida que, antes de los años setenta,
el asunto no pasaba por Buenos Aires, sino por Rosario o por
el Litoral: Adolfo Prieto enseñaba ahí, Jitrik enseñaba ahí, Al-
calde enseñó ahí, de ahí salió Gramuglio, sin olvidarme de Ni-
colás Rosa. Ahí ha actuado de una manera más contundente,
más militante, en el plano de la literatura, un Juan José Saer.
Aunque el libro de Gerbaudo está centrado con razón acá,
vale la pena recordar que Ludmer se formó en Rosario con
esos maestros –los “maestros de Contorno”, como dice ella–.
Aunque empezamos hablando de las instituciones y yo me fui
por la historia.
77
La teoría como forma de vida
78
una teoría política sobre las corporaciones, el tomismo, una
ensalada de cosas retardatarias increíbles de pensar.
Frente a una idea de alma bella y de goce estético, parece
que la teoría pone todo al desnudo; es la desnudez del proce-
dimiento. Yo creo exactamente lo contrario: quien se interesa
por un problema de orden estético y es capaz de leer teoría
y de, eventualmente, teorizar algún campo específico, goza
más. El goce, teóricamente hablando, tendría que poder in-
tensificarse en vez de poner una distancia. Cuando uno asiste
con amigos a una película o un espectáculo de cualquier na-
turaleza, todos hablan de la película pero también se inclinan
a teorizar sobre ella. Es la cosa más elemental de cualquier
experiencia estética. Cualquiera puede en algún momento
ponerse a teorizar; los filósofos de café son teóricos insospe-
chados. Entonces no me parece que la teoría venga a sobreim-
ponerse, como creían ciertos trogloditas anglosajones; incluso
un George Steiner.
La teoría nació llena de prejuicios en contra y yo los ex-
plicaría por este grado de reflexión y de generalización de la
reflexión que tiene la teoría. Hay que estudiar más casuística-
mente el estructuralismo, que, con una especie de connatural
ahistoricismo que podría no ser tal, pero que de hecho fun-
cionó siempre así, parece ideal para enseñar teoría. Una teoría
aséptica que no daba cuenta de los contextos políticos y so-
ciales, donde uno podía ‘refugiarse’ y enseñar perfectamente
literatura haciendo análisis a la manera de la “Introducción al
análisis estructural de los relatos” de Barthes, un artículo que
se leía mucho. Ahora, ¿por qué el estructuralismo no tuvo éxi-
to en la Argentina, salvo en algunos lugares, como Córdoba,
donde había una cátedra greimasiana? Incluso aquellos que
enseñaban el análisis sintáctico por la vía de Saussure, Ama-
do Alonso y Ana María Barrenechea, retrospectivamente lo
79
vieron como ‘estéril’ también. ¿Pero por el estructuralismo
en sí mismo, por la teoría sintáctica, o por una mala imple-
mentación de esos principios? Creo que se intentaba hacerlo
culpable de esta especie de castración –estar en contra del
gusto de la lectura, de la literatura, etc.–, lo que me parece
injusto. No es el principio en sí, sino enseñar el análisis sin-
táctico por el análisis sintáctico como se hacía, sin que eso,
que me parece muy útil, reditúe en algún lado, en la escritura,
por ejemplo.
80
un poco peyorativamente, hablan del “reino de la teoría”, los
“años de la teoría”, la “demagogia de la teoría”, el “totalitarismo
de la teoría”. El lacanismo, Lacan y sus seminarios tienen mu-
cho que ver en esto. El mismo Foucault se ponía nervioso por
la afluencia a su curso, porque, según él, no le permitía ejecutar
una política de investigación tal como él la quería. Esa ‘subcul-
tura universitaria’ en esos años explotaba; era otra manera de
mirar las cosas y, por lo tanto, de experimentar la vida.
En su artículo “Teoría literaria: una primavera interrumpida
en los años setenta”, Leonardo Funes recordaba las experien-
cias de las distintas cátedras de teoría que aparecieron en los
años setenta y tres o setenta y cuatro en la Argentina. Era un
momento donde la teoría era muy importante. Funes plantea
lo que no fue. Sostiene que hubo una especie de entronización
o de centralidad de la teoría no relacionada con alguna lite-
ratura o algún problema, sino la teoría funcionando tal cual,
como una disciplina académicamente autónoma. Y eso, según
Funes, se perdió. Pero, al mismo tiempo, me parece contradic-
torio que, en ese momento, aparezca la reivindicación de una
acción política, con lo cual me parece, mutatis mutandis, que
Funes está diciendo exactamente lo que siempre digo yo: que
en la Argentina la teoría literaria iba detrás del carrito de la po-
lítica, o entreverada de una manera muy notoria. Sin embar-
go, me parece que no habría que olvidar algo anterior: que el
modo de leer de la crítica argentina siempre tuvo una mirada
muy atenta a las posibilidades teóricas. Nunca olvidó la teoría
para dedicarse solo a la literatura nacional por ella misma, con
una aproximación histórica a los textos, los movimientos y las
literaturas. Dar ese paso de generalización parece ser necesario
a la crítica académica argentina.
Este modo de leer fue inaugurado por Contorno. El exis-
tencialismo y Sartre funcionaban como una grilla teórica que
81
servía para interpretar no solamente la literatura y la política,
sino casi la vida misma. Uno lo puede ver en Carlos Correas,
por ejemplo, o en Masotta, que –uno podría decir muy insi-
diosamente– cambió a Sartre por Lacan. La teoría, también
en la Argentina, formó parte, más allá de la teoría literaria,
o antropológica, o política, de un modo de vivir para cierto
núcleo de gente, no sé si numeroso, pero que llegó a tener
papeles importantes en la vida cultural. Me pareció muy ilu-
minador el último tomo de las memorias de Piglia: ¿cómo un
escritor se gana la vida? Enseñando. El plano académico es
bastante importante en la vida argentina, de una manera di-
ferente de lo que uno puede encontrar en los Estados Unidos.
En los ochenta, en la universidad argentina había una sed de
teoría. Pero frente a ese fervor que antes se había trasladado al
modo de vida o a la vida misma, había en los primeros alumnos
de la democracia un entusiasmo más calmo por la teoría, ya no
ligada a la política, en ese momento de la universidad que a mí,
por suerte, me tocó vivir, porque fue un momento muy gozoso,
donde se abrían perspectivas de renovación y uno se sentía parte
de esa energía de futuro, de toda una serie de cambios. Y uno
también estaba empezando a advertir ciertas disidencias polí-
ticas que no tardaron en establecerse; con el alfonsinismo, por
ejemplo. No era un fervor vital, era un fervor de la teoría por la
teoría, incluso desligada de todo ese anclaje político que tuvo
en su historia argentina, aunque no en todos los casos. Era muy
reciente todo esto como para ser procesado por los que enseñá-
bamos y aprendíamos en aquel momento ¿glorioso?, alegre más
bien, no hay nada glorioso. Fue un cambio notable, quizá no
tan perceptible, pero creo que en ese momento la teoría estuvo
cerca de eso que echaba de menos Funes. Son dos momentos
que habría que distinguir muy claramente en lo que podría ser
una historia de las ideas teóricas en la Argentina.
82
–Vos decís que la teoría literaria está en el ‘gen cultural argen-
tino’, en esa vocación de la cultura argentina, en razón de su po-
sición periférica respecto de los grandes centros culturales mundia-
les, por revisarse a sí misma continuamente para ver si está al día.
–Pero si uno observa qué pasa con los Estados Unidos, que
es nuestro faro cultural, encontramos la misma dependencia
teórica de las ideas francesas, alemanas, etc., etc. Y no parece
tener un complejo ni de inferioridad, o algún nacionalismo que
reivindicar, frente a la circulación de ideas teóricas, más allá de
que a veces sea ridículo que una teoría pensada en un contexto
determinado, para un tipo de textualidad europea determinada
y una serie de problemáticas bastante acotadas, directamente se
traslade al campo norteamericano. Uno lo nota en esos artículos
de mirada muy directa a la teoría que desembocan, como en
una especie de callejón muy estrecho, en algún texto o literatura
vernácula estadounidense, y uno dice: ‘acá hay una fractura que
no se llena, algo que no funciona, ça cloche, hace ruido’.
83
en todo gesto de autorreflexión personal, de vuelta sobre sí mis-
mo; y así Peller lee teóricamente los textos semiautobiográficos y
autocríticos de Masotta, por ejemplo, ya que lo mencionamos, y
operaciones parecidas en Literal.
84
con ese grupo en su manera de usar la teoría para hacer litera-
tura, una manera un poco más distanciada, en esas notas psi-
coanalíticas famosas de El beso de la mujer araña. Ahí se narra
de otra manera con el instrumento teórico, aunque este ha sido
un tema polémico y no hay una interpretación satisfactoria de
esas notas psicoanalíticas lacanianas. No porque brinden una
riqueza semántica inusitada; al contrario, me parece que ese lu-
gar que tienen las notas, narrativamente hablando, hace ruido,
desencaja, aunque no es la primera vez que Puig utiliza objetos
o procedimientos no narrativos para narrar. Ya en La traición
de Rita Hayworth hay un muestrario de ese tipo de cosas.
A veces la literatura también se une a la teoría; la teoría
no se queda archivada en las aulas universitarias. Uno de los
fundadores de la revista Tel Quel, Philippe Sollers, no era un
académico, y sin embargo en algún momento, todos los aca-
démicos de nota, empezando por su esposa, Julia Kristeva, y
siguiendo por Foucault y Derrida, formaron parte de ella. Hay
una alianza en busca de otros horizontes, aunque todos ellos
eran la quintaesencia del profesor universitario, convencidos
de las excelencias de eso que enseñaban y de las instituciones
de enseñanza-aprendizaje francesas. Había algo que Derrida
no atacaba a fondo, que era la institución. La deconstrucción
sirve para desatar toda una serie de mitos, pero al mismo tiem-
po lo único que no deshace es la institución misma. Sacar cier-
tos textos de su tesis porque no tenían pertenencia filosófica
es arrepentirse de uno de sus principios aseverados una y otra
vez, y marca muy claramente la fe de Derrida, y de todos ellos,
en la institución académica francesa. Bien por ellos.
85
la llamada ‘universidad de las catacumbas’, se transforma en el
carácter masivo del acercamiento de estudiantes y del público en
general a la carrera de Letras y particularmente a los cursos que
tenían que ver con la teoría literaria, en esos años como resultado
de la reforma del plan de estudios que introdujo varios cursos y
un área completa dedicada a la disciplina en la carrera de Letras
en Buenos Aires. La teoría accede definitivamente a los espacios
universitarios y el pensamiento teórico en la Argentina adquiere
su perfil definitivo y se vuelve hegemónico. No solo las cátedras de
teoría, sino también muchas cátedras de literatura, tenían una
bibliografía teórica muy importante, y de ningún modo los pro-
gramas se organizaban exclusivamente sobre la base del corpus y
la crítica, sino alrededor de un problema teórico. La teoría era
omnipresente. De todos modos, se siguieron dando los coletazos de
un debate respecto de la importación de los modelos, aunque ya
con una idea más clara de que la teoría literaria francesa era algo
también construido en los Estados Unidos. En esta época de pre-
dominio de la teoría, sin embargo, se la piensa exclusivamente a
partir de la posibilidad de importar modelos de lectura, pero siem-
pre para leer nuestro contexto más inmediato. La frase de Nicolás
Rosa, “somos lectores de lo universal, pero solo somos escritores de lo
particular” resume bien esta idea de que nosotros podemos impor-
tar teorías, importar modelos –ahí está ese momento de distancia,
generalización, abstracción de la teoría de que hablabas–, pero
cuando practicamos la crítica, siempre estamos haciendo lecturas
concretas y situadas. Ahí se cobraba venganza el posicionamiento
periférico del aparato de la institución universitaria argentina.
Rosa parece plantear como límite casi trascendental lo que Lud-
mer, en su seminario, hacía depender de la carencia –no tenemos
acceso a la bibliografía, no hay comunidad científica–: podemos
leer lo que queramos, pero cuando nos ponemos a hacer crítica e in-
vestigación, cuando escribimos, necesariamente vamos a tener que
86
leer literatura argentina. Y esto lo confirmaban los cuadros que
formaban las cátedras de teoría literaria en ese momento, que se
dedicaban a investigar sobre literatura argentina.
A mí me llama la atención que esa omnipresencia de la teoría
en la Argentina no haya generado profesores de teoría dedicados a
la teoría, y que a pesar de ello hoy haya un interés por investigar
la teoría literaria argentina de aquellos años –en la producción
de Analía Gerbaudo, de Annick Louis, de Diego Peller– pero que
tiene que hurgar en revistas, programas de materias y seminarios,
desgrabaciones de clases, porque uno no termina de encontrar un
gran libro de teoría, el gran acontecimiento teórico dentro de la
cultura argentina manifiesto en una obra, más allá de la omni-
presencia de la teoría en tus Críticas, en tu libro sobre Felisberto
Hernández, en las recopilaciones de Nicolás Rosa, en El género
gauchesco de Ludmer. Resulta difícil precisar esta omnipresencia
de la teoría en la Argentina en un conjunto de ideas, de conceptos,
de metodologías de trabajo. Aunque que la teoría literaria como
disciplina no cuajara no pasó solo acá –si bien quizás en ninguna
parte fue más evidente que acá.
87
mismo modo, la idea de Beatriz Sarlo era que, para la litera-
tura, el eje del plan tenía que ser la literatura argentina, y que
incluso las materias de literatura comparada o de historia de la
literatura europea, como Literatura del Siglo XIX o Literatu-
ra del Siglo XX, funcionaran como pilares para comprender
la literatura argentina. Pero en la práctica, más allá del obvio
interés por la literatura argentina y latinoamericana, hubo un
interés muy grande en las literaturas extranjeras, que no se ha
perdido, a pesar de que en el plan de estudios las literaturas
extranjeras estaban como satélite cuya órbita no se entendía
demasiado bien que tenía que ser la literatura nacional. A mí
lo que me maravilla es cómo con ese plan los alumnos hicieron
totalmente otra cosa. Hoy uno le pregunta a un alumno: “¿cuál
es el eje del plan?”. Evidentemente, en la puesta en práctica hay
otros imponderables.
En el plano teórico, una cosa que me llamaba profunda-
mente la atención era el papel que se le otorgaba a la teoría
literaria en el armado de los concursos docentes de las distintas
materias. Era el supuesto, que duró hasta hace poco, de que
la teoría era una especie de gendarme que podía intervenir en
todas partes. Por supuesto, esto no tiene que ver con la teo-
ría literaria, sino con las personas que hacen bajar como un
gendarme a la teoría literaria. La teoría era hegemónica pero
en un sentido bastante político, de política académica. En la
literatura alemana, o en la francesa, puede haber distintas co-
rrientes, distintas interpretaciones, distintas escuelas, distin-
tas personalidades, pero ¿alguien que pueda intervenir desde
afuera, y en un sentido marcadamente jerárquico? Se suponía
que el teórico podía hablar desde un plano general: era el pa-
pel que la filosofía había tenido en una época. En el prólogo
a la reedición de uno de sus libros, Nicolás Rosa se arrepiente
–o le parece no adecuada a las nuevas épocas– de la teoría que
88
él desarrollaba en ese libro; entonces yo muy amistosamente le
llamaba la atención, en la presentación de su libro, no sobre la
extinción, pero sí sobre la pérdida de importancia de la teoría,
su cambio de función, en la frontera o bisagra entre los años
ochenta y los posteriores, cuando los alumnos habían perdido
ese remanente tan político de los comienzos. Rosa lo percibía.
También Ludmer, con ese tono tan particular que tenía, decía
que en el área de teoría ya a nadie le importaba la teoría, que
la teoría había muerto. A mí me parece que no es tan así, sino
que hay como un reacomodo, una reformulación evidente.
89
Literatura, crítica, teoría:
problemas en la enseñanza
90
–Esa enseñanza proponía cierta complejidad, cierta forma
estricta de lectura y de estudio. Esa forma estricta de proceder
no fue solamente la de una cátedra y de la teoría, sino de toda
la carrera de Letras. No creo que haya muchas maneras dife-
rentes de estudiar teoría. Es un vocabulario, y un vocabulario
se aprende así, de una manera compleja, en parte razonada
y en parte intuitiva. Aquí hay algo muy general y acuciante,
para cualquiera que se dedica a enseñar, en el colegio pri-
mario o secundario, que es una decadencia total y absoluta
que yo puedo casi vivir corporalmente. Cuando yo entré a la
universidad, ya habían pasado ciertas polémicas, como la que
oponía educación laica y libre, dos concepciones antagónicas
muy fuertes. Yo soy un hijo de esa discusión, de lo que hoy se
conoce, en una especie de lugar común, por la defensa de la
educación pública. Luego, no sé cuándo, se instaló cultural-
mente lo que yo llamo la ‘teoría del pobrecito’. La universidad
pública da todas las garantías para que cierta idea de rigor en
la enseñanza de Letras funcione. Las carreras de Letras en las
universidades públicas de la Argentina tienen un nivel aca-
démico más que aceptable, muy superior al de las privadas.
Hay un consenso sobre que las carreras de Letras están bien,
independientemente de que tengan más o menos bibliotecas,
o esos parámetros objetivos que mide la CONEAU. En el
ochenta y cuatro, cuando yo empecé a enseñar en la Uni-
versidad de Buenos Aires, había una tierra casi baldía: eso
siempre estuvo en la conciencia de los que participamos de
esos años felices. Era difícil porque además de esa pretensión
de excelencia estaba la experiencia de una universidad abierta
–aunque nunca la universidad es completamente abierta; ahí
está el famoso CBC.
Pero en materia de enseñanza no todo se circunscribe a las
paredes académicas y la cosa es mucho más complicada. La
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situación me parece desastrosa y no veo que haya una vía de
arreglo. Las últimas reestructuraciones de la escuela secundaria
llevaron al fracaso. Ahora pareciera que el espíritu es que la en-
señanza secundaria tiene que tener buenos maestros enseñantes
que sean realmente competentes. ¿Cómo se hace eso? Convir-
tiendo los institutos de profesorado en universidades. Pero el
Instituto Superior del Profesorado “Joaquín V. González” o el
Lenguas Vivas tienen una historia. Es como si dijéramos: ‘Va-
mos a desterrar todo lo que se hace en Harvard’, como si la
historia de Harvard no sirviera y hubiera que hacer otra cosa
competitiva. Mejorá lo que está; no conviertas una estructura
burocrática –en el fondo es eso– en otra estructura burocrática,
creyendo que la estructura universitaria es per se mejor que la
que puede tener el instituto cuyo designio es formar profesores.
–En tus clases, lograbas que algo que podía parecer muy lejano
–el Estructuralismo Checo, el Formalismo Ruso– se convirtiera
en una materia de afectividad fuerte, de reconocimiento de valor
en lo que se estaba estudiando, de aprecios y rechazos. Llevabas a
la clase el carácter siempre polémico de la teoría…
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–El estudio de cualquier literatura nacional, cuando lo nacio-
nal es central, tiende al historicismo.
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Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de Buenos Aires
Consejo editor
Grisel Azcuy
Sergio Castelo
Gustavo Daujotas
María Marta García Negroni
Silvia Gattafoni
Rosa Gómez
Flora Hillert
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Jimena Pautasso
Fernando Rodríguez
Ayelén Suárez
Carlos Marcelo Topuzian
Leandro Verdecchia
Subsecretario
de Publicaciones
Matías Cordo
Este libro se terminó de imprimir en el mes de julio de 2019,
en Altuna Impresores, Doblas 1968, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.