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Vinculadas con esta primera dificultad, encontramos otras dos: la dificultad de definir y
precisar cuál es el objeto de esta disciplina y, por otro lado, cuáles son los
alcances concretos de la teoría literaria. A priori, uno diría que el objeto de la teoría
literaria es la literatura. Y la literatura como objeto (al menos la literatura a la que la
teoría suele prestarle atención) ya es un problema, precisamente porque opera en y
sobre los límites de lo representable e imaginable. Pero, además, la literatura toma
como asunto cualquier experiencia humana y, en especial, la ordenación,
interpretación y articulación de esa experiencia: trata de la historia y también de lo
inexistente, de la vida cotidiana así como de las experiencias límites, de sí misma y de
otras formas de representación de modo que por intermedio de ella ingresan como
objeto de reflexión otros objetos (los medios masivos de comunicación, la moda, la
cultura popular, etc.) que nos fuerzan a ampliar los alcances de la teoría literaria.
Ahora bien, el momento en que la teoría literaria se revela como una fuente
especialmente provechosa para la descripción de las cuestiones de racionalidad y
significación más generales coincide, en palabras de Jorge Panesi, con “(…)
el repliegue de la literatura en el mundo contemporáneo, inclusive su marginalidad
creciente” (2014, p. 329). La idea de la centralidad y la utilidad política de esta
disciplina se gesta y desarrolla en los estrechos límites de la vida académica.
Lo interesante (y también paradójico) es que, como bien advierte Peter Bürger (1992),
las tres categorías centrales de la estética romántica relativas a la producción, la
recepción y la obra de arte se oponen a la modernización pero, al mismo tiempo, son
una consecuencia de ese mismo proceso sociocultural. Estas categorías son:
Por otra parte, la teoría literaria tiene una impronta netamente romántica al asumir
la relatividad geográfica e histórica del gusto estético. El relativismo romántico se
oponía a la doctrina clásica heredada del Iluminismo que concebía al arte y a la
literatura según parámetros canónicos, es decir, estables y universales que perduran
aún en cierta crítica del siglo XX (ver, por ejemplo, los trabajos de Harold Bloom,
como El canon occidental). La valoración del Romanticismo tanto del localismo y
el folklore como del genio individual creador impulsó política y culturalmente los
nacionalismos europeos y la autonomía de los pueblos. En términos estéticos, esto
implicó un verdadero alegato a favor de la autonomía tanto del artista como de la obra
de arte lo que llevaría, paradójicamente, a fines del siglo XIX a propugnar la idea del
“arte por el arte”, es decir, una concepción del arte desvinculado de su contexto social
y cultural.
La oposición entre “clasicismo y romanticismo” es solo una entre otras que van a
atravesar el presente curso, todas ellas estrechamente relacionadas: “imitación e
innovación”, “antiguos y modernos”, “tradición y ruptura”.
El Formalismo ruso
Antes de desarrollar los principales lineamientos de esta corriente teórica, es bueno
recordar que el Formalismo es impensable sin las rupturas que, simultáneamente,
provocaron los movimientos de vanguardia de principios de siglo XX en el campo
artístico. Con las vanguardias, como señala Peter Bürger (2000), el arte alcanza
el estadio de la auto-crítica al poner en cuestión no solo las tendencias artísticas
precedentes sino también la “institución arte” (esto es el aparato de producción y
distribución del arte y las ideas que sobre el arte dominan en una época dada) tal y
como se ha formado en la sociedad burguesa. Y, ¿cómo llevan a cabo esta crítica?
Exhibiendo los procedimientos y principios constructivos que otras estéticas ocultaban
o escamoteaban y proponiendo nuevas formas de producción y circulación para los
objetos artísticos. Volveremos sobre este punto en la clase dedicada a la
Representación.
En las primeras décadas del siglo XX surge en algunos círculos intelectuales del Este de
Europa una corriente que, a partir de diversas investigaciones y reflexiones en torno a
la literatura, cambiaría el pensamiento de Occidente: el Formalismo ruso (1915-1930).
Los formalistas rusos fueron, mayormente, un grupo de lingüistas que buscaron hacer
del estudio de la literatura una ciencia. Su principal preocupación fue buscar qué es lo
que hacía de un texto cualquiera un texto literario, es decir, indagar acerca de la
“literariedad”, de lo propio y lo específico de la literatura. Su objetivo era crear
una ciencia de la literatura cuyo objeto no fuera la literatura sino aquello que hacía
de una obra concreta una obra literaria.
Y para los formalistas lo que hacía de una obra en particular una obra literaria era
su forma.
Para no dejar de lado a esta figura que ocupó buena parte de las reflexiones en torno a
la literatura hasta el siglo XX, vamos a dedicar nuestra segunda clase al autor.
Por otra parte, como nos recuerda Panesi (2014), al querer afirmarse como un
conocimiento objetivo y científico, la teoría literaria formalista incursionó en el análisis
del discurso político y cinematográfico, y contribuyó así a la constitución de un nuevo
campo cognoscitivo para los objetos culturales. Esta ampliación de los alcances
de la teoría literaria, también se acentuaría con la teoría estructural y semiótica de los
años sesenta y setenta.
La lectura de estos objetos “al modo literario” los llevó, incluso, a afirmar
la indistinción entre el lenguaje literario y el no literario, colocando así a la
teorización literaria en un lugar destacado dentro del juego institucional de las
disciplinas teóricas. Si todo discurso es una construcción que se hace sobre la base de
determinados códigos y convenciones de escritura, qué mejor que la teoría literaria
para identificarlos y describirlos, para descomponer sus constituyentes. El rigor
científico se pone al servicio del cuestionamiento del signo, la representación y el
sujeto y, llevado a un extremo, del socavamiento de toda “verdad”. La especulación
lógica así practicada nos conduce a los fundamentos “ilógicos” sobre los que se erige
todo sistema de pensamiento.
Las teorías de Platón y Aristóteles en torno a los géneros, las formas, los modelos y
figuras no pueden considerarse en rigor parte de la teoría literaria en la medida en que
su interés se centraba en la decodificación de la literatura misma y no de los estudios
literarios, es decir, que predominaba en sus planteos una impronta prescriptiva
respecto de la producción de los productos culturales de su época.
En este sentido, suele considerarse a la teoría literaria como una disciplina que nos
proporciona las herramientas necesarias para apreciar y valorar acabadamente los
grandes textos literarios y que es útil, por lo tanto, para llevar a cabo un trabajo de
crítica literaria. Culler ha señalado con cierta suspicacia esta definición que buena parte
de los críticos ingleses y norteamericanos dan por buena de una forma casi intuitiva y
naturalizada: la teoría literaria vendría a ser la sierva de una sierva ya que su
propósito es colaborar con el crítico en vistas a la explicación de las obras maestras
(1984, p. 13). En última instancia, la teoría literaria se constituye como una disciplina
auxiliar de los estudios literarios.
Sin embargo, y como ya hemos señalado en los apartados anteriores, la teoría literaria
se contrapone a los estudios literarios, tanto a la historia de la literatura como a la
crítica literaria, dado que analiza estas prácticas, las describe, expone sus
presupuestos, en suma, las critica. De este modo, podríamos decir que la teoría
literaria es la crítica de la crítica, o metacrítica (Compagnon, 1998, p. 19). Es una
conciencia crítica que puede describirse como una auto-reflexión literaria. Si la crítica
literaria (que surge en los salones del siglo XVIII) pone el acento en la experiencia de
la lectura y aprecia, evalúa y juzga una obra, y la historia literaria (nacida como
disciplina académica en el transcurso del siglo XIX), por su parte, atiende a los factores
externos a la experiencia de la lectura, como la concepción o la transmisión de las
obras literarias, y explica el texto, la teoría literaria, en cambio, exhibe
los presupuestos según los cuales se evalúa o se explica una obra literaria: ¿a qué se
denomina literatura? ¿Cuáles son los criterios de valor literario? En definitiva, la teoría
literaria, lejos de ser un método o una técnica, insiste en poner bajo sospecha todo
método o técnica y nos incita a ser lectores suspicaces y escépticos.
En síntesis, desde esta última perspectiva, podemos deducir estas dos premisas:
Bibliografía
Bürger, P. (1992) “Literary Institution and Modernization”, en The Decline of
Modernism, Pennsylvania, Pennsylvania State University Press, pp. 3-18.
Bürger, P. (2000) Teoría de la vanguardia, Barcelona, Península.
Compagnon, A. (1998) Le démon de la théorie. Littérature et sens commun,
París, Seuil.
Culler, J. (1984) Sobre la deconstrucción, Madrid, Cátedra.
Habermas, J. (1993) “Modernidad, un proyecto incompleto”, en Casullo, Nicolás
(comp.), El debate modernidad posmodernidad, Buenos Aires, El cielo por
asalto, pp. 131-144.
Panesi, J. (2014) “La caja de herramientas o qué no hacer con la teoría
literaria”, El taco en la brea, 1, pp. 322-333.
Actividades obligatorias
Actividad 1