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LA ERA PREMENDELIANA

Entre todos los símbolos biológicos, tal vez los más utilizados y más antiguos sean el espejo de mano y el peine de
Venus (♀) y el escudo y la lanza de Marte (♂), signos científicos de hembra y macho respectivamente. Las ideas
acerca del papel biológico del macho y la hembra son aún más antiguas que estos símbolos ya que desde muy
temprano en la historia del hombre éste debe haber notado que tanto uno como la otra eran necesarios para generar
descendencia y que ambos trasmitían características a los hijos. En épocas muy remotas de su historia el hombre
domesticó plantas y animales y aprendió a mejorarlos mediante la reproducción selectiva de aquellos individuos que
presentaban características deseables.
Aparentemente, el primer científico que argumentó acerca de la herencia fue Hipócrates (460
– 360 a. C.), aproximadamente cuatro siglos antes de Cristo, quien propuso que ciertas
partículas específicas o semillas, producidas por todas y cada una de las partes del cuerpo,
eran trasmitidas a la descendencia en el momento de la concepción haciendo que ciertas partes
de los hijos se asemejen a las mismas partes de los progenitores: el cabello de la madre, la
nariz del padre, etc. Un miembro de la escuela de medicina hipocrática propuso un
mecanismo de variación muy parecido al que Lamarck y Darwin plantearían 2200 años más tarde al sugerir que el
ambiente podía ser causa de variaciones heredables.
Un siglo después, Aristóteles (384- 322 a. C.), si bien adhirió a la teoría de la herencia de los
caracteres adquiridos, rechazó la propuesta hipocrática al observar que los niños parecen a menudo
heredar características de sus abuelos o de sus bisabuelos más que de sus padres, identificando el
fenómeno hoy conocido como recesividad. Ante este hecho Aristóteles se preguntó de qué manera
esos parientes lejanos en el tiempo podían haber contribuido con las semillas de la carne y de la
sangre que los padres transmiten a su descendencia. Aristóteles resolvió el conflicto afirmando que el semen era una
mezcla de ingredientes, algunos de los cuales provenían de generaciones pasadas. Ese semen se mezclaba con el flujo
menstrual o semen femenino dándole forma y potencia a la sustancia amorfa y, a partir de ese material, se formaba la
carne y la sangre de la progenie. Estas ideas se mantuvieron durante 2000 años; William Harvey (1578-1657, )
denominó aura seminalis.
En 1677 Anton van Leeuwenhoek (1632-1723, derecha) observó espermatozoides en el líquido
seminal de diversos animales, incluyendo el hombre, y los denominó animálculos. Los que
observaban estos animálculos del semen humano creían ver en su interior una criatura diminuta, el
homúnculo (figura de la derecha), que no era más que el futuro ser en miniatura. Una vez que este
pequeño ser se implantaba en el vientre de la hembra, crecía nutrido por la madre cuya única
función era la de servir de incubadora al feto en crecimiento. Cualquier semejanza de un niño con
su madre se debía a estas influencias prenatales del vientre. Durante la misma época, el
anatomista holandés Reignier de Graff (1641-1673) descubrió el folículo ovárico, la estructura en
la cual se forma el óvulo. Si bien fueron necesarios 150 años más para visualizar al
huevo humano real, su existencia fue rápidamente aceptada en esa época. Surgieron así los ovistas que
sostenían que era el huevo femenino el que contenía el futuro ser humano en miniatura y que los
animálculos del fluido seminal del macho simplemente estimulaban el crecimiento del huevo. Ovistas y
Espermistas se enfrentaron abiertamente y llevaron su discusión a un paso lógico más adelante. Los
espermistas postularon que cada homúnculo tenía dentro de sí a otro ser humano perfectamente formado,
sólo que más pequeño, y que dentro de este último había, y así sucesivamente: hijos, nietos, bisnietos,
etc., todos ellos en reserva para un uso futuro. Los ovistas, por su parte, postularon que Eva había
contenido dentro de su cuerpo a todas las generaciones futuras, con cada huevo encajado perfectamente uno dentro del
otro, de forma tal que cada generación de hembras había contenido un huevo menos que la generación precedente y
que después de 200 millones de generaciones todos los huevos se habrían terminado y la vida humana llegaría a su fin.
El preformacionismo, si bien equivocado, introdujo el concepto que un organismo se desarrolla a partir de materia
transmitida por sus progenitores Por un lado, el anatomista y fisiólogo alemán Kaspar Friedrich Wolff (1733-1794)
demostró que distintas estructuras propias de los individuos adultos, tanto animales como vegetales, se
desarrollaban a partir de tejidos embrionarios uniformes que no revelan ningún indicio de su destino ulterior. El
preformacionismo fue entonces reemplazado por la epigénesis que proponía que durante el desarrollo de un
organismo aparecían muchos elementos nuevos tales como tejidos y órganos que no estaban presentes en su
formación original

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