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DOMINGO III DE ADVIENTO

¡ESTÉN ALEGRES. EL SEÑOR ESTÁ CERCA!


Todo el adviento es un llamado (y donación por parte de Dios) a la esperanza. El primer
domingo se nos exhortaba a la vigilancia, el segundo a la conversión que prepara el
camino y este tercero a la alegría, porque el Señor está cerca. Su venida está ya cercana.
Pero no se trata de una alegría cualquiera, una alegría superficial, puramente emotiva,
que va y viene según sean las circunstancias exteriores, sino la alegría profunda, don del
Espíritu Santo, que ensancha el corazón y da ánimo y empuje para la acción.
La alegría del Mesías, la alegría de María, la alegría de Juan Bautista
El texto del libro de Isaías que escuchamos en la primera lectura, una profecía
claramente mesiánica, junto a la misión del ungido de Dios, nos lo presenta desbordante
de gozo, alegre con su Dios, porque lo ha vestido con traje de gala y le ha puesto un
manto de triunfo. Después, el salmo responsorial, tomado del Magnificat de María,
canta la alegría de la Madre del Salvador: “se alegra mi espíritu en Dios mi salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava”. María, que había escuchado el saludo
del ángel “alégrate, llena de gracia”, se alegra por las obras que el Poderoso ha hecho en
ella, porque Dios es santo y misericordioso y auxilia a su pueblo elegido. También Juan
Bautista se alegra en el Señor. Todavía no nacido, saltó de alegría en el seno de su
madre ante la presencia del Verbo encarnado ya en María. Y cuando estaba terminando
su misión en la tierra, exclamó: “el amigo del esposo que le asiste y lo oye, se alegra
con la voz del esposo; esta alegría mía está colmada; él tiene que crecer y yo tengo que
menguar” (Jn 3, 30). ¡Alégrate tú hoy con y en Jesús, con María, con Juan!
La alegría del cristiano, testigo de la Luz
Una participación más intensa en la alegría del mesías, en la de María y en la de Juan es
la que nos quiere transmitir el Señor en estos días. San Pablo, en el fragmento de su
carta primera a los tesalonicenses que hoy escuchamos, nos invita, más aún, nos ordena:
“estén siempre alegres”; alegres sí, pero ¿siempre?, ¿es eso posible? Sí, porque es
palabra de Dios, viva y eficaz, que, escuchada con fe, siembra en nosotros o hace crecer
lo que pide, en este caso la alegría. Ya antes, en la oración colecta, le pedimos al Señor
que nos conceda llegar a la navidad, fiesta de gozo y salvación “y poder celebrarla con
alegría desbordante”, con alegría contagiosa. ¿Vives alegre? ¿Esperas esta alegría?
Esta alegría no esconde los motivos de tristeza y sufrimiento que cada uno pueda tener,
pero los redimensiona. Son abundantes en los escritos del nuevo testamento las
exhortaciones a estar alegres cuando compartimos los sufrimientos de Cristo. El motivo
fundamental de nuestra alegría es que el Señor viene a salvar. Isaías nos anuncia la
salvación como buena noticia para los que sufren, sanación para los corazones
desgarrados, libertad para los desterrados y prisioneros, año de gracia del Señor.
“Esperamos la llegada saludable -dice la oración colecta del miércoles de la 2ª semana-
del que viene a sanarnos de todos nuestros males”, del que viene “con esplendor a
visitar a su pueblo con la paz y comunicarle vida eterna” (antífona com. Viernes 1ª).
Como Juan Bautista, que vino como testigo de la Luz para que todos vinieran a la fe, no
podemos guardarnos para nosotros solos esta alegría. Es necesario anunciar, como Juan,
que en medio del mundo hay uno a quien muchos no conocen que quiere darles luz,
sentido, salvación, alegría y libertad verdaderas. Como la gente preguntaba a Juan
“¿quién eres tú?” y él dejaba oír su voz -un grito- para que escucharan al Verbo, así con
nuestra vida, con nuestra alegría, suscitemos preguntas, cuestionamientos vitales que no
dejen indiferente a nadie, que motiven a otros ponerse en camino hacia el Salvador.

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