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1. Formación y experiencia:
Las cualidades del orador son fruto de su estudio y experiencia. Son la clave de una
capacitación oratoria. A pesar de esta realidad, llama la atención una creencia que afirma que
el orador nace y no se hace. No se trata solo de un tópico popular sobre la habilidad innata,
sino también de una leyenda alimentada por especialistas. Cicerón, el orador latino más
famoso, contribuyó a difundir la idea. El propio Cicerón, en su tratado Sobre el orador, indicaba
que el principal rasgo del orador es un don natural, una condición innata. Se caracterizaba por
una personalidad ingeniosa, dotada de buena voz, apariencia agradable y soltura de palabra.
Cuesta imaginar que alguien se atreviera a contradecir a un clásico como él. Es justo alabar la
suerte de quien llega a la vida adulta con una personalidad inteligente, osada y locuaz. Dispone
de un capital comunicativo envidiable. Sin embargo, Cicerón pone las ideas en su sitio cuando
añade que la naturaleza es solo una de las tres fuentes del orador.
La predisposición innata se desarrolla con la formación (ars) y la práctica (exercitatio). Sin estos
componentes, la naturaleza puede quedar en un espectáculo de fuegos artificiales, vistoso
pero fugaz.
2. Cinco cualidades:
Para obtener referencia objetiva de la propia voz se puede grabar un fragmento de discurso
improvisado, sin leer. Es útil comprobar si varía nuestro ritmo de elocución, porque evita la
monotonía. En las partes generales se usa un tono conversacional. Para dar énfasis se habla
más lentamente y se intercala alguna pausa. Los cambios de tono proporcionan variedad y
señalan los pasajes de la intervención. En definitiva, la calidad de la voz satisface una necesidad
expresiva, introduce elementos estéticos y permite mantener la sensación actoral de facilidad,
de ausencia de fatiga.
El orador se desenvuelve en el escenario para ser el centro de las miradas. Le interesa ofrecer
una imagen agradable. Sentado tras la mesa de presidencia o de pie ante un atril, su presencia
llena el acto. Una vestimenta sobria y una gesticulación contenida facilitan la atención a sus
palabras. Los movimientos sobre el escenario han de tener una intención significativa. El paseo
inmoderado, errático por el estrado puede expresar inquietud y, por consiguiente, resultar
molesto. El público que sabe que está en buenas manos es solícito y se muestra agradecido.
3. El orador desvalido
Las cinco cualidades del orador lo definen como alguien que conoce el tema del que habla, se
entrega a la audiencia, emplea sus recursos vocales, muestra fluidez expresiva y tiene reflejos
actorales. Merece la pena examinar esta fórmula atractiva desde una perspectiva diferente y
negativa. De este modo obtenemos el retrato del orador desvalido o bloqueado. La utilidad de
ese procedimiento consiste en comprobar los efectos que provocan esa debilidad y en buscar
los recursos para superarla.
Impartir una charla es como realizar un viaje. Sin el equipaje necesario puede resultar una mala
experiencia. Pero incluso disponiendo de un bagaje abundante, si no se ha tomado la
precaución de empaquetar y distribuir bien los objetos, al abrir la maleta podemos descubrir
cómo se desbarata el contenido.
Un guion preparado incluye las ideas y su disposición en partes diferenciadas. La preparación
continúa con la crítica del conjunto: ¿está proporcionado?, ¿es selectivo?, ¿es claro? Un
discurso que no se entiende fácilmente, sea cual sea su tema, adolece de una mala
preparación. La prueba de su calidad está en la síntesis de lo que es importante y en una
conclusión específica.
3.2. Nerviosismo:
El tiempo que se dedica a ensayar un discurso reduce las causas del nerviosismo. Es natural
que el conferenciante sienta nervios. Le mantienen alerta, estimula sus reflejos, lo cual es una
disposición acorde con su responsabilidad. La cuestión está en el grado que es razonable sentir.
Si en vez de aliado es un factor de inquietud, la dedicación del orador a su audiencia estará
menguada por la lucha interior.
El nerviosismo se alimenta del «efecto ombligo», como califican los formadores en oratoria
Joana Rubio y Francesc Puigpelat. Mirarse el ombligo significa estar muy pendiente de las
propias sensaciones. La consecuencia es que estas entonces se amplifican, aumenta el
nerviosismo y se ve al público como a un juez severo. Rubio y Puigpelat proponen un ejercicio
revelador a sus alumnos. Cada orador puntúa su nivel de nervios al pronunciar un discurso; sus
compañeros también le puntúan como espectadores. Lo sorprendente es que la media de los
oradores es de casi nueve sobre diez —un grado de nerviosismo alto—, mientras que la de la
audiencia no llega a cinco. ¿Cómo es posible tanta diferencia en la percepción? La excesiva
atención del orador a sus sensaciones le priva de un juicio ecuánime sobre su actuación.
El propio Cicerón aseguraba que «un buen discurso se caracteriza por su nerviosismo».
Sorprende que se tome la inquietud como algo negativo. Lo perjudicial es no controlar los
nervios y entrar en una espiral que priva al orador de su contención.
La conferencia leída suele ser un compendio de errores. Puede ser un buen ejercicio oratorio si
está escrita con tal finalidad y el conferenciante sabe leer como si conversara. El primer
ministro británico Tony Blair leyó un discurso que comenzaba así: «Mi visión para el posimperio
británico es clara. Se trata de hacer de este país fundamental, un líder en el mundo. Con los
Estados Unidos, nuestro amigo y aliado. Dentro de la Commonwealth. En las Naciones Unidas.
En la OTAN». Las frases son tan breves que suenan como lemas. Para marcar las pausas, el
guionista ha separado las partes de una misma frase con punto y seguido. Para completar el
efecto, ha utilizado palabras sencillas.
La lectura de un discurso requiere consejos y práctica. Es un error llevar al estrado el lenguaje
escrito, con frases complejas, léxico elaborado y un tono culto. Un discurso no leído es una
oportunidad para conseguir un tono natural. El objetivo es huir de la complejidad sintáctica y
léxica. La supuesta profundidad de un lenguaje enrevesado es pedantería que dificulta la
comprensión y la atención del público.
La aparente facilidad de algunos oradores lleva a creer que el escenario no importa. Es un error
suponer que todos los estrados son similares y que no tiene utilidad familiarizarse con sus
características. A ello se suma el prejuicio de que un orador es un intelectual al que le bastan
su conocimiento y el ingenio verbal para acomodarse al entorno. Ello es cierto si ha preparado
su intervención lo suficientemente bien como para sentirse a gusto en el lugar que le asignan.
Los ensayos de su discurso son una condición para ocupar el escenario con seguridad.
Los defectos del orador son carencias que se superan con adiestramiento. Las cualidades del
orador evitan bloqueos y aseguran un resultado satisfactorio. El conocimiento del tema evita
un guion mal preparado y carente de síntesis. La dedicación a la audiencia encarrila al
conferenciante y le ayuda a controlar los nervios. Los ejercicios de fluidez expresiva impiden el
lenguaje enrevesado. El ensayo y la atención a los detalles de la actuación aportan calidad y
seguridad.
La idea de que un orador nace es una excusa para evitar el esfuerzo de aprender. Hacíamos
referencia a este prejuicio con las palabras de Cicerón. Una persona que parece dotada de
manera natural tiene mucho a su favor, pero puede incurrir en el error de no formarse. Puede
llegar más lejos en la excelencia oratoria quien necesita esforzarse que quien posee una
facilidad original. La aplicación del aprendiz puede llevarle a superar a su modelo. La razón
estriba en que el dotado espontáneamente confía en su fortuna y por ello se queda estancado.
La clave de la capacitación es la formación y la práctica. Con ellas se modela una personalidad
ingeniosa, con buena voz, apariencia agradable y soltura de palabra.
Sobre el papel tan positivo que tiene la práctica, Cicerón recomienda con calor sus
modalidades oral y escrita. Señala que la improvisación aporta fluidez y que la redacción dota
de regularidad en la expresión y perspicacia en las ideas. Puesto a destacar una de estas
modalidades, el maestro elige la escritura: «Una pluma es la mejor y más excelente hacedora
y maestra de oradores», afirma Cicerón. Además de la utilidad de la práctica, P. Bentley aduce
una razón ética: «¿Qué derecho tiene uno a imponerse a la audiencia sin una preparación?».
Como se trata de una pregunta retórica, la profesora se responde a sí misma con una
recomendación previsible: «Si usted desea ser un buen orador, debe estar dispuesto a trabajar
para conseguirlo». Cicerón también haría suya esta recomendación.
Adoptamos una postura formal, en pie, los pies algo separados y paralelos, la cabeza erguida,
como si fuera a tocar el techo. Hacemos un discurso que resume nuestras actividades y
sensaciones del día: «Señoras y señores, hoy ha sido un día...». La clave del ejercicio consiste
en relatar lo que ha resultado curioso o sorprendente en la jornada. En los pequeños detalles
de lo inesperado y lo singular hallamos motivos para enhebrar un relato atractivo.
HABILIDADES DEL COMUNICADOR
1. La escalera de Borges
¿Es creíble que una persona cambie como si diera la vuelta a su personalidad? Con
cuarenta y seis años cumplidos, un tímido funcionario apellidado Borges consiguió
sacar de sí y alumbrar un magnífico orador. El escritor argentino Jorge Luis Borges es un
ejemplo de superación. Tras el ascenso al poder del presidente Perón en 1946, Borges
hubo de renunciar a su cargo de bibliotecario por razones políticas. Los amigos le
apoyaron y organizaron una cena de desagravio. Preparó un discurso para la ocasión,
pero como «era demasiado tímido» —así se calificaba el propio Borges—, le pidió a un
amigo que lo leyera en su nombre. Se había quedado sin trabajo y tenía que hallar un
medio de vida. «Meses antes, una vieja dama inglesa me leyó las hojas del té» confiesa
Borges en su Autobiografía. «Predijo que yo iba a viajar y que ganaría mucho dinero
hablando. Cuando se lo conté a mi madre nos echamos a reír, ya que hablar en público
estaba lejos de mis posibilidades.» En efecto, era tímido, tartamudeaba y ni en sueños
se imaginaba ante la audiencia. Sin embargo, le ofrecieron empleo como profesor de
literatura y conferenciante viajero.
Aceptó por necesidad. Se consoló pensando que estaba a salvo: faltaban meses para
comenzar una serie de nueve conferencias. «Sin embargo, a medida que se acercaban
las fechas me empecé a sentir cada vez peor. Escribí la primera, pero no tuve tiempo
para escribir la segunda. Además, como la primera conferencia era para mí el día del
Juicio Final, sentí que después solo quedaba la eternidad. Milagrosamente la
primera salió bien.»
Un discurso de calidad que resulte breve destaca aún más, porque es efectivo
y agrada. La fortuna discursiva se refiere al uso de ejemplos y figuras, como la
metáfora o la analogía, con los que se imprime un estilo visual y sugerente.
—Me siento como si tuviera dos lobos luchando en mi corazón. Uno es un lobo
iracundo, violento y vengativo. El otro está lleno de amor y de compasión.
El nieto le preguntó:
—Dime, abuelo, ¿cuál de los dos ganará la lucha en tu corazón?
— Aquel que yo alimente —le respondió.
Este cuento tradicional es un apólogo. En él se combina la narración y la
argumentación con simplicidad para desarrollar un asunto tan difícil como la
naturaleza humana y su inclinación a la bondad o la maldad.
4. El argumentario más antiguo:
Un argumentario es un conjunto de argumentos, datos o explicaciones elaborado para
defender o censurar una cuestión. A pesar de su utilidad, la aplicación del
argumentario está limitada a ese asunto. Por ello los sabios inventaron un
procedimiento general para múltiples efectos que denominaron tópicos. El método
más antiguo que se conoce es Retórica a Alejandro, una obra del siglo IV a. C.
supuestamente escrita por Aristóteles para formar a Alejando Magno. En realidad, su
autor fue el sofista Anaxímenes de Lámpsaco.
La Retórica a Alejandro tiene el mérito de una obra precursora, concisa y clara, escrita
en elegante estilo epistolar. La supuesta carta de Aristóteles a Alejandro aporta una
doctrina que considera los recursos para persuadir en todas las situaciones públicas.
En particular presenta los tópicos del género espectacular o demostrativo. Su
propósito es elogiar o censurar, es decir, los discursos de encomio o reprobación de
una personalidad o una población.
También se destacan los actos del personaje, su carácter y hábitos. Si sucede que el
azar ha tenido mucho que ver en el resultado, no ha de atribuirse el éxito a la fortuna
sino a su esfuerzo. La técnica que se sigue es la amplificación, es decir, la exposición
detallada de información, de tal modo que el tema parezca mayor.
5. Manantial de la publicidad:
La publicidad aplica con sagacidad el esquema de Anaxímenes para realizar sus
anuncios. Una técnica moderna se alimenta de una fuente muy antigua. Utiliza
también las enseñanzas del filósofo griego Aristóteles, contemporáneo de
Anaxímenes. Aristóteles propone un cuadro de seis categorías para generar
convincentes tópicos. Son las categorías de la cantidad, la calidad, el orden, la
existencia, la esencia y la persona, que ejemplificamos con eslóganes antiguos de
publicidad del automóvil.
Un anuncio de Nissan de la década de 1990 decía así: «¿Quién ha dicho que la felicidad
no se consigue con dinero?». La marca sorprende con un eslogan que va contra la
opinión mayoritaria, acompañado de la fotografía de un coche accidentado. Consigue
llamar la atención y quizá convencer, al sugerir que un vehículo de cierto precio
merece la pena, es decir, que el dinero puede dar la felicidad en un caso tan penoso
como un accidente.
• Calidad. La categoría de la calidad considera lo que es mejor o peor. Para ello se vale
de diversos criterios. Lo único permite gozar del honor de una rareza. El anuncio de un
Chrysler Voyager presenta la imagen de un vehículo circense, pues se desplaza sobre
una cuerda de funámbulo. El lema es «Nadie está a su altura», con el que destaca su
carácter único.
La originalidad es otra variante de la calidad. El Ford Ghia apela a «Una nueva escala de
valores». También lo es la excelencia, como sucede con el Vitara Wagon de Suzuki, un
vehículo «para vivir mejor» porque permite «soñar despierto». Si se apela a la utilidad
o a una verdad científica se completan los criterios de calidad.
Por su parte, los tópicos son repertorios aptos para elaborar argumentarios. Los
clásicos establecieron los recursos de referir los antecedentes o genealogía del
elogiado, los hechos de su vida y las cualidades de su personalidad. También
propusieron señalar el valor de una realidad con argumentos de cantidad, calidad,
orden, esencia, existencia y persona.
Cuando Jorge Luis Borges preparó sus conferencias sobre clásicos de la literatura se
valió de recursos como los géneros y los tópicos mencionados. Superó su inquietud,
preparó sus intervenciones y recorrió con éxito países dando conferencias sobre
Dante, Las mil y una noches o Cervantes.
Como reconocía con humor, «no solo terminé ganando más dinero que en la
biblioteca, sino que disfrutaba del trabajo y me sentía justificado». Literalmente
descubrió que a los cuarenta y siete años se le abría «una vida nueva y emocionante».
Sin embargo, el acierto de la adivina sobre su vida de orador resultó demasiado
fantástica para caber en alguno de sus cuentos.
Obtenido de:
Laborda Gil, X. (2019). Claves de la comunicación oral: Prácticas para el orador afable.
Universidad abierta de Cataluña. https://www.digitaliapublishing.com/a/61785