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CUALIDADES DEL ORADOR

1. Formación y experiencia:
Las cualidades del orador son fruto de su estudio y experiencia. Son la clave de una
capacitación oratoria. A pesar de esta realidad, llama la atención una creencia que afirma que
el orador nace y no se hace. No se trata solo de un tópico popular sobre la habilidad innata,
sino también de una leyenda alimentada por especialistas. Cicerón, el orador latino más
famoso, contribuyó a difundir la idea. El propio Cicerón, en su tratado Sobre el orador, indicaba
que el principal rasgo del orador es un don natural, una condición innata. Se caracterizaba por
una personalidad ingeniosa, dotada de buena voz, apariencia agradable y soltura de palabra.

Cuesta imaginar que alguien se atreviera a contradecir a un clásico como él. Es justo alabar la
suerte de quien llega a la vida adulta con una personalidad inteligente, osada y locuaz. Dispone
de un capital comunicativo envidiable. Sin embargo, Cicerón pone las ideas en su sitio cuando
añade que la naturaleza es solo una de las tres fuentes del orador.

La predisposición innata se desarrolla con la formación (ars) y la práctica (exercitatio). Sin estos
componentes, la naturaleza puede quedar en un espectáculo de fuegos artificiales, vistoso
pero fugaz.

Si traducimos los conceptos de Cicerón a términos actuales, obtenemos la suma de formación


y práctica. El provecho que se extrae del ingenio y de la inclinación natural a la comunicación
depende de la aplicación al estudio y el entrenamiento. La vida demuestra que la habilidad
oratoria no es innata. El beneficio del adiestramiento es doble, puesto que desarrolla
cualidades y permite superar defectos. En este capítulo presentamos las cualidades que
capacitan al orador, así como los defectos que le perjudican.

2. Cinco cualidades:

Ya que la maestría se aprende de los maestros, acudimos al consejo de la novelista inglesa


Phyllis Bentley. Su experiencia como profesora de latín e incansable conferenciante le ha
llevado a la conclusión de que las cualidades del orador se centran en cinco aspectos: el tema,
la actitud, la voz, la fluidez verbal y la actuación.

2.1. Conocimiento del tema:

La primera fase de un discurso consiste en su preparación. La elección del asunto ha de estar


relacionada con la estima y el conocimiento que de él tiene el disertante. Su compromiso se
refiere a una documentación y organización de las partes de su exposición. Un conocimiento
superficial y un orden desatento en el desarrollo son tan desaconsejables como una actitud
indiferente respecto al tema. Se puede apreciar o detestar la cuestión, se puede apelar a
cambios o mejoras. Cualquiera de estas actitudes puede ser apropiada, si el orador justifica su
postura, porque ello interesa a la audiencia. Incluso la reacción del público puede ser de
aprobación o de desacuerdo respecto del conferenciante. Pero lo más probable es que la
sensación general sea de agrado ante la implicación del orador. En definitiva, esto es lo que de
verdad importa.

El conocimiento del tema se resume en una escenificación de la autenticidad. El dominio del


asunto está reñido con la simplificación, pero también con las exposiciones complicadas. La
preparación considera precisamente el grado de profundidad y de detalles, al servicio de una
exposición provechosa y atractiva.
2.2. Entrega a la audiencia:

El tema es solo un instrumento de la intervención. Lo fundamental es brindar un servicio al


público. De ahí que la actitud del orador respecto de la audiencia sea fundamental. El primer
paso en este sentido es la fase de preparación, con la que el orador muestra respeto por su
audiencia. El segundo y definitivo tiene lugar en la actuación.
El orador puede ser una personalidad que apasione o bien un modesto especialista sin fama
fuera de su campo. No importa cuál sea su rango, sino su implicación en la sesión.
Uno y otro harán bien en dar lo que se espera de ellos. Puede ser común a ambos la
satisfacción ante la ocasión, la cordialidad en el tono, la honradez en la propuesta y la
oportunidad de sus juicios. Todo ello lo siente y lo expresa también el orador con palabras. El
público acoge esta actitud y responde de modo apropiado.

2.3. Calidad de la voz

La sonoridad de las palabras es la condición material para la audición y la comprensión del


discurso. Si se tiene una voz débil o la dicción resulta descuidada, hay mucho margen para la
mejora. Del mismo modo que se espera que el orador prepare su intervención, si aspira a
frecuentar el escenario, vale la pena que ejercite la calidad de la voz. El orador puede
ejercitarse por su cuenta con pautas sencillas. Veamos algunas. La posición preferible para
hablar es de pie, con la cabeza erguida y la barbilla paralela al suelo. El orador puede iniciar su
discurso con un tono grave de voz y un ritmo lento. Si tiene una resonancia apropiada se dice
que imposta la voz, porque proyecta bien la voz. Una respiración relajada y profunda, que se
impulsa con el diafragma, un músculo potente en la base de la cavidad torácica, aporta
potencia. No se trata de gritar sino de impulsar los sonidos, con una articulación cuidadosa y la
boca abierta. Se pronuncian con intención todas las sílabas y se acentúan las palabras. Es útil
sacar partido de la movilidad de los labios. Por otra parte, la fuerza de elocución se mantiene
durante toda la frase, de modo que no haya una caída de tensión al final, pues dificultaría la
audición.

Para obtener referencia objetiva de la propia voz se puede grabar un fragmento de discurso
improvisado, sin leer. Es útil comprobar si varía nuestro ritmo de elocución, porque evita la
monotonía. En las partes generales se usa un tono conversacional. Para dar énfasis se habla
más lentamente y se intercala alguna pausa. Los cambios de tono proporcionan variedad y
señalan los pasajes de la intervención. En definitiva, la calidad de la voz satisface una necesidad
expresiva, introduce elementos estéticos y permite mantener la sensación actoral de facilidad,
de ausencia de fatiga.

2.4. Fluidez expresiva

La fluidez verbal es la capacidad para comunicarse de forma fácil, rápida y continuada.


Comporta el dominio de dos ámbitos. Por una parte, está la producción física del habla y, por la
otra, la información que se comunica. La capacidad física implica el control del ritmo y la
distribución temporal del habla. La rapidez de articulación es una capacidad de algunas
personas que despierta admiración si con tal fluidez se produce un discurso significativo. Las
variaciones persona les son considerables, pero unas ciento treinta palabras por minuto son
una producción natural de elocución.
La fluidez es atractiva cuando incorpora variaciones de entonación y de léxico. Este orden se
deteriora si aparecen tics verbales. Se manifiestan en la repetición de palabras, como «¿vale?»
o «bueno», o de sonidos sin significado incrustados en la frase, como el chasquido o el
carraspeo. Los tics muestran nerviosismo y falta de control. La vaguedad expresiva y un
vocabulario pobre pueden corregirse con vocablos específicos y sinónimos. El dominio de la
fluidez se completa con frases regulares y comedidas. Los asesores que redactan
discursos para políticos cuidan mucho la fluidez, que facilitan con frases breves y claras, un
ritmo marcado con repeticiones de ideas, uso de sinónimos y presencia de pausas. Es una
fórmula imbatible.

2.5. Faceta de actor:

El orador se desenvuelve en el escenario para ser el centro de las miradas. Le interesa ofrecer
una imagen agradable. Sentado tras la mesa de presidencia o de pie ante un atril, su presencia
llena el acto. Una vestimenta sobria y una gesticulación contenida facilitan la atención a sus
palabras. Los movimientos sobre el escenario han de tener una intención significativa. El paseo
inmoderado, errático por el estrado puede expresar inquietud y, por consiguiente, resultar
molesto. El público que sabe que está en buenas manos es solícito y se muestra agradecido.

Es una práctica recomendable conocer anticipadamente el auditorio y probar cómo se habla


desde el escenario. Con la sala vacía, los actores o los políticos ensayarían su función. Del
mismo modo, es propio que ensayen también los oradores. Esa precaución es una muestra de
interés por la vertiente actoral del orador.

3. El orador desvalido
Las cinco cualidades del orador lo definen como alguien que conoce el tema del que habla, se
entrega a la audiencia, emplea sus recursos vocales, muestra fluidez expresiva y tiene reflejos
actorales. Merece la pena examinar esta fórmula atractiva desde una perspectiva diferente y
negativa. De este modo obtenemos el retrato del orador desvalido o bloqueado. La utilidad de
ese procedimiento consiste en comprobar los efectos que provocan esa debilidad y en buscar
los recursos para superarla.

Un orador desvalido se caracteriza por encomendarse a un guion mal preparado, padecer un


nerviosismo entorpecedor, usar un lenguaje enrevesado y tener escaso dominio del escenario.
Estos defectos se relacionan directamente con sus cualidades. La presencia de unos implica la
ausencia de las otras. Si se evitan los defectos que bloquean al orador, se favorece su
capacidad.

3.1. Guion mal preparado:


Conocer bien un asunto puede ser perjudicial. El orador se confía en el dominio que tiene de la
materia y da por sentado que le sobra inspiración. La falta de preparación de las ideas y los
ejemplos es un error tan frecuente como incomprensible. Puede resultar que el orador tenga
los conocimientos necesarios y una buena memoria para exponerlos. Sin embargo, esta
abundancia de argumentos, quien sabe si con orden y selección, puede ser contraproducente.

Impartir una charla es como realizar un viaje. Sin el equipaje necesario puede resultar una mala
experiencia. Pero incluso disponiendo de un bagaje abundante, si no se ha tomado la
precaución de empaquetar y distribuir bien los objetos, al abrir la maleta podemos descubrir
cómo se desbarata el contenido.
Un guion preparado incluye las ideas y su disposición en partes diferenciadas. La preparación
continúa con la crítica del conjunto: ¿está proporcionado?, ¿es selectivo?, ¿es claro? Un
discurso que no se entiende fácilmente, sea cual sea su tema, adolece de una mala
preparación. La prueba de su calidad está en la síntesis de lo que es importante y en una
conclusión específica.

3.2. Nerviosismo:

El tiempo que se dedica a ensayar un discurso reduce las causas del nerviosismo. Es natural
que el conferenciante sienta nervios. Le mantienen alerta, estimula sus reflejos, lo cual es una
disposición acorde con su responsabilidad. La cuestión está en el grado que es razonable sentir.
Si en vez de aliado es un factor de inquietud, la dedicación del orador a su audiencia estará
menguada por la lucha interior.

Solemos atribuir el nerviosismo a un factor psicológico común: la timidez. La mayoría de las


personas, en más de un sesenta por ciento, se declaran seres tímidos. Muchos políticos,
humoristas o actores se consideran tímidos y, sin embargo, realizan su función pública con
eficacia. El secreto es concentrarse en la tarea y olvidarse de uno mismo o, por lo menos, no
darse tanta importancia.

El nerviosismo se alimenta del «efecto ombligo», como califican los formadores en oratoria
Joana Rubio y Francesc Puigpelat. Mirarse el ombligo significa estar muy pendiente de las
propias sensaciones. La consecuencia es que estas entonces se amplifican, aumenta el
nerviosismo y se ve al público como a un juez severo. Rubio y Puigpelat proponen un ejercicio
revelador a sus alumnos. Cada orador puntúa su nivel de nervios al pronunciar un discurso; sus
compañeros también le puntúan como espectadores. Lo sorprendente es que la media de los
oradores es de casi nueve sobre diez —un grado de nerviosismo alto—, mientras que la de la
audiencia no llega a cinco. ¿Cómo es posible tanta diferencia en la percepción? La excesiva
atención del orador a sus sensaciones le priva de un juicio ecuánime sobre su actuación.

El propio Cicerón aseguraba que «un buen discurso se caracteriza por su nerviosismo».
Sorprende que se tome la inquietud como algo negativo. Lo perjudicial es no controlar los
nervios y entrar en una espiral que priva al orador de su contención.

3.3. Lenguaje enrevesado:

La conferencia leída suele ser un compendio de errores. Puede ser un buen ejercicio oratorio si
está escrita con tal finalidad y el conferenciante sabe leer como si conversara. El primer
ministro británico Tony Blair leyó un discurso que comenzaba así: «Mi visión para el posimperio
británico es clara. Se trata de hacer de este país fundamental, un líder en el mundo. Con los
Estados Unidos, nuestro amigo y aliado. Dentro de la Commonwealth. En las Naciones Unidas.
En la OTAN». Las frases son tan breves que suenan como lemas. Para marcar las pausas, el
guionista ha separado las partes de una misma frase con punto y seguido. Para completar el
efecto, ha utilizado palabras sencillas.
La lectura de un discurso requiere consejos y práctica. Es un error llevar al estrado el lenguaje
escrito, con frases complejas, léxico elaborado y un tono culto. Un discurso no leído es una
oportunidad para conseguir un tono natural. El objetivo es huir de la complejidad sintáctica y
léxica. La supuesta profundidad de un lenguaje enrevesado es pedantería que dificulta la
comprensión y la atención del público.

3.4. Escaso dominio del escenario:

La aparente facilidad de algunos oradores lleva a creer que el escenario no importa. Es un error
suponer que todos los estrados son similares y que no tiene utilidad familiarizarse con sus
características. A ello se suma el prejuicio de que un orador es un intelectual al que le bastan
su conocimiento y el ingenio verbal para acomodarse al entorno. Ello es cierto si ha preparado
su intervención lo suficientemente bien como para sentirse a gusto en el lugar que le asignan.
Los ensayos de su discurso son una condición para ocupar el escenario con seguridad.

He aquí una propuesta magnífica de adiestramiento. La profesora Phyllis Bentley recomienda


un ejercicio sencillo que permite practicar con la voz, la fluidez y el gesto. Reconoce que al
ensayar en voz alta uno se puede sentir incómodo, pero la sensación es pasajera. Al final de
cada día, a solas, el practicante dice con voz firme: «Señoras y señores...», y añade a
continuación el relato de lo que ha hecho durante la jornada. Sin pausas, siempre hacia
adelante. Con la atención puesta en formar frases sencillas y en concluirlas. Al cabo de una
semana la mejora es tan clara que nos anima a continuar practicando. Un mes después,
asegura Bentley, «usted se sentirá un orador espontáneo lo bastante bueno como para infligir
su discurso diario a un familiar comprensivo». Ya se sabe que un ensayo con público es mejor,
pero no es necesario que sea ante el mismo familiar, para no abusar de la confianza.

4. Conclusión: superación de los defectos:

Los defectos del orador son carencias que se superan con adiestramiento. Las cualidades del
orador evitan bloqueos y aseguran un resultado satisfactorio. El conocimiento del tema evita
un guion mal preparado y carente de síntesis. La dedicación a la audiencia encarrila al
conferenciante y le ayuda a controlar los nervios. Los ejercicios de fluidez expresiva impiden el
lenguaje enrevesado. El ensayo y la atención a los detalles de la actuación aportan calidad y
seguridad.

La idea de que un orador nace es una excusa para evitar el esfuerzo de aprender. Hacíamos
referencia a este prejuicio con las palabras de Cicerón. Una persona que parece dotada de
manera natural tiene mucho a su favor, pero puede incurrir en el error de no formarse. Puede
llegar más lejos en la excelencia oratoria quien necesita esforzarse que quien posee una
facilidad original. La aplicación del aprendiz puede llevarle a superar a su modelo. La razón
estriba en que el dotado espontáneamente confía en su fortuna y por ello se queda estancado.
La clave de la capacitación es la formación y la práctica. Con ellas se modela una personalidad
ingeniosa, con buena voz, apariencia agradable y soltura de palabra.

Sobre el papel tan positivo que tiene la práctica, Cicerón recomienda con calor sus
modalidades oral y escrita. Señala que la improvisación aporta fluidez y que la redacción dota
de regularidad en la expresión y perspicacia en las ideas. Puesto a destacar una de estas
modalidades, el maestro elige la escritura: «Una pluma es la mejor y más excelente hacedora
y maestra de oradores», afirma Cicerón. Además de la utilidad de la práctica, P. Bentley aduce
una razón ética: «¿Qué derecho tiene uno a imponerse a la audiencia sin una preparación?».
Como se trata de una pregunta retórica, la profesora se responde a sí misma con una
recomendación previsible: «Si usted desea ser un buen orador, debe estar dispuesto a trabajar
para conseguirlo». Cicerón también haría suya esta recomendación.

Ejercicio 4: resumen del día:

Adoptamos una postura formal, en pie, los pies algo separados y paralelos, la cabeza erguida,
como si fuera a tocar el techo. Hacemos un discurso que resume nuestras actividades y
sensaciones del día: «Señoras y señores, hoy ha sido un día...». La clave del ejercicio consiste
en relatar lo que ha resultado curioso o sorprendente en la jornada. En los pequeños detalles
de lo inesperado y lo singular hallamos motivos para enhebrar un relato atractivo.
HABILIDADES DEL COMUNICADOR

1. La escalera de Borges
¿Es creíble que una persona cambie como si diera la vuelta a su personalidad? Con
cuarenta y seis años cumplidos, un tímido funcionario apellidado Borges consiguió
sacar de sí y alumbrar un magnífico orador. El escritor argentino Jorge Luis Borges es un
ejemplo de superación. Tras el ascenso al poder del presidente Perón en 1946, Borges
hubo de renunciar a su cargo de bibliotecario por razones políticas. Los amigos le
apoyaron y organizaron una cena de desagravio. Preparó un discurso para la ocasión,
pero como «era demasiado tímido» —así se calificaba el propio Borges—, le pidió a un
amigo que lo leyera en su nombre. Se había quedado sin trabajo y tenía que hallar un
medio de vida. «Meses antes, una vieja dama inglesa me leyó las hojas del té» confiesa
Borges en su Autobiografía. «Predijo que yo iba a viajar y que ganaría mucho dinero
hablando. Cuando se lo conté a mi madre nos echamos a reír, ya que hablar en público
estaba lejos de mis posibilidades.» En efecto, era tímido, tartamudeaba y ni en sueños
se imaginaba ante la audiencia. Sin embargo, le ofrecieron empleo como profesor de
literatura y conferenciante viajero.

Aceptó por necesidad. Se consoló pensando que estaba a salvo: faltaban meses para
comenzar una serie de nueve conferencias. «Sin embargo, a medida que se acercaban
las fechas me empecé a sentir cada vez peor. Escribí la primera, pero no tuve tiempo
para escribir la segunda. Además, como la primera conferencia era para mí el día del
Juicio Final, sentí que después solo quedaba la eternidad. Milagrosamente la
primera salió bien.»

Borges hubo de resignarse a cumplir sus compromisos y acometió apresuradamente la


preparación de la segunda conferencia. Dos noches antes de la sesión, «llevé a mi
madre a dar un largo paseo e hice que me tomara el tiempo mientras ensayaba la
conferencia». Ella le dijo que le parecía excesiva mente larga. «En ese caso estoy
salvado», respondió Borges. ¡Su temor era quedarse corto!

La historia personal de Borges parece una ficción. Un hombre ya maduro hubo de


superar sus limitaciones y contrariar su preferencia de una vida retirada. Gracias a ello
descubrió una faceta que le abrió a una vida social rica.

El ejemplo de Borges muestra la inquietud con que se puede experimentar el discurso


en público. Como confesaba, ni entre compañeros había osado tomar la palabra.
Muestra también que la inquietud es superable. Con dedicación. Borges debía disertar
sobre Poe, Melville y Twain, entre otros escritores. Con sentido de la responsabilidad,
preparó las conferencias en el grado de detalle que pudo. El resultado fue evidente:
«No solo terminé ganando más dinero que en la biblioteca —confiesa satisfecho
Borges—, sino que disfrutaba del trabajo y me sentía justificado». Y así continuó
durante el resto de su vida.

2. La formación en cinco habilidades


Los oradores de la Grecia clásica enseñaron cómo realizar este viaje que implica
pronunciar un discurso. Sugiere la idea de que hablar en público es como realizar una
travesía en cinco etapas. Este esquema retórico ha resultado tan acertado que sigue
por completo vigente. Su principio general indica que hablar es seguir un proceso. Se
trata de un orden de cinco tareas. Al realizarlas desarrollamos unas habilidades
comunicativas específicas, que nos capacitan para dirigirnos al público. Son las tareas
de recoger argumentos, organizarlos, formularlos, recordarlos y pronunciarlos ante el
auditorio.

2.1. Recoger argumentos:


La primera tarea es una búsqueda de elementos útiles para el discurso que se
quiere pronunciar. La retórica usa el término de invención. La invención no es
originalidad sino el inventario de los recursos de que disponemos y que
pueden sernos útiles para nuestro cometido. Los maestros de la oratoria
señalan dos grandes tipos de recursos: los géneros y los tópicos. Los géneros
son las modalidades discursivas, patrones con regularidades expresivas. Se
utilizan los géneros de la descripción, la narración, la exposición y la
argumentación. Los tópicos son esquemas susceptibles de aplicarse para
argumentar sobre cualquier tema. Una aplicación de los tópicos es el principio
de las seis preguntas: quién, qué, dónde, cuándo, por qué y cómo. Se aplica a
la redacción periodística de noticias y se denomina el principio de las seis w
(who, what, where, when, why, how). Esta pauta es un guion de búsqueda de
información y, a la vez, de ubicación en el discurso.

2.2. Organizar las partes:


Los argumentos aparecen organizados en partes, de modo que se respete una
progresión del asunto y la proporción de las secciones. La linealidad del
discurso recomienda tener la previsión del orden en que se administran sus
contenidos. Se distribuyen de acuerdo con sus funciones de presentación, en
el exordio; de desarrollo, con la narración de hechos o antecedentes y con la
argumentación sobre lo elogiable o criticable; y, para concluir, en la peroración
o epílogo, sección en la que se resume lo expuesto y se invita a los
espectadores a realizar alguna acción.

La tarea de la organización regula la distribución de la información para que


resulte progresiva y coherente. También establece en el inicio la salutación y, al
final, la apelación o propuesta de acción.

2.3. Formular el discurso:


La elocución o formulación del discurso desarrolla el componente verbal. Pone
en palabras las ideas recogidas y escoge un estilo. La elocución se ocupa de la
corrección, la claridad, la economía y la fortuna expresivas. La corrección
gramatical denota dominio de la lengua y pulcritud en la producción. La
locución ha de buscar la claridad, mediante el uso de términos específicos y
comprensibles. La economía afecta a la proporcionalidad del texto respecto de
las ideas comunicadas.

Un discurso de calidad que resulte breve destaca aún más, porque es efectivo
y agrada. La fortuna discursiva se refiere al uso de ejemplos y figuras, como la
metáfora o la analogía, con los que se imprime un estilo visual y sugerente.

2.4. Recordar el plan:


El ejercicio de la memoria es necesario para pronunciar un discurso sin leer y
para improvisar en algunos pasajes. La memoria natural es la que uno tiene
por sí mismo, con ayuda de ejercicios de retentiva. Es la memoria mental, la
personal, que se ayuda con la asociación de imágenes a los conceptos del
discurso. A este tipo de memoria se añade la artificial, que consiste en las
ayudas instrumentales. Son las notas y esquemas, cuya redacción elabora
recuerdos, además de un guion para la exposición. También son útiles las
ilustraciones y las diapositivas que se proyectan durante la sesión oral.

Dos aspectos favorecen la función de la memoria. El primero es conceptual. Un


esquema claro y simple se retiene sin dificultad; por otra parte, su sencillez
permite anunciar las partes de la exposición y señalar en su momento el paso
a otra parte. El segundo aspecto es el de la práctica, el ensayo del discurso sin
público.

2.5. Pronunciar el discurso:


Las tareas precedentes adquieren sentido al pronunciar
el discurso. El orador se desvela como un actor en esta fase ante la audiencia.
El cuidado con el que ha realizado las tareas precedentes asegura la calidad de
su intervención. El experto que hay en él ha diseñado los argumentos. Su
vertiente de planificador le ha permitido ordenar los contenidos de manera
apropiada. Su madurez lingüística le ha sugerido un tono expresivo que se
adapta al público y unas figuras que ilustran sus ideas. Finalmente, los apuntes
y los ensayos le han dado confianza y soltura.

Las obras de oratoria dan consejos útiles sobre la actuación. Señalan la


importancia de la comunicación no verbal, en particular mediante el dominio
de los gestos y el uso de la mirada para conectar con el público. También
indican recursos para modular la voz y dar variedad a la elocución. En último
lugar se refieren al contenido verbal de la intervención, con la división de sus
partes, de modo que resulten proporcionadas y tengan una función
perceptible. La introducción tiene por objeto ganar la atención y la confianza
del auditorio. El desarrollo sirve para convencer sobre lo expuesto. Y la
conclusión permite motivar a la audiencia con sentimientos y propuestas en las
que se puedan identificar.
3. La corona de las tareas:
El orador es un actor que mejora con la preparación y con las ocasiones para practicar.
De todas las tareas de preparación, la invención es la principal. Ello es así, no solo
porque es la primera del proceso, sino porque constituye la base de todo el trabajo.
La invención, en tanto que repertorio de recursos persuasivos, trata de los géneros y
los tópicos. La elección de los recursos se adapta a las características de cada caso.
Buscamos recursos persuasivos o convincentes. Pueden ser descripciones de cosas,
argumentos o relatos. Estos recursos son aplicaciones de los géneros o patrones
discursivos. Los géneros son moldes o formas prototípicas de organización de los
discursos que conforman los principales modelos comunicativos. El género descriptivo
refleja cómo son las cosas; el argumentativo explica las opiniones o por qué las cosas
son como son y el narrativo trata de lo que pasa en el mundo y lo que hacen los seres.

En un discurso tiene una presencia determinante la argumentación. Consta de una


premisa o afirmación aceptada y de un conjunto de razones que, por la ley de
demostración, conducen a una conclusión. Argumentar es dirigir a un interlocutor un
argumento, es decir, una buena razón para hacerle admitir una conclusión o incitarle a
adoptar unos comportamientos.

A su vez, la narración es el terreno de la acción, pues presenta acontecimientos y las


reacciones de los personajes. Las modalidades narrativas pueden ser ficticias o
verídicas. La novela, el cuento y el chiste son modalidades ficticias; el género científico
de la historia, la noticia o la anécdota son verídicas.

La narratología o teoría de la narración sostiene que las narraciones exploran los


límites de la realidad y de la legitimidad. Las historias están constituidas por los
elementos del actor (personajes), la acción (acontecimientos), la meta (propósito), el
escenario (entorno), el instrumento (recursos) y el problema. El problema consiste en
un desequilibrio entre los elementos y plantea cuestiones sobre valores morales.

La argumentación y la narración pueden alternarse o incluso articularse de una manera


efectiva y sencilla. En un cuento indio hallamos vinculados elementos narrativos y
argumentativos con notable atractivo. El relato trata de un anciano que habla a su
nieto y que le dice lo siguiente:

—Me siento como si tuviera dos lobos luchando en mi corazón. Uno es un lobo
iracundo, violento y vengativo. El otro está lleno de amor y de compasión.
El nieto le preguntó:
—Dime, abuelo, ¿cuál de los dos ganará la lucha en tu corazón?
— Aquel que yo alimente —le respondió.
Este cuento tradicional es un apólogo. En él se combina la narración y la
argumentación con simplicidad para desarrollar un asunto tan difícil como la
naturaleza humana y su inclinación a la bondad o la maldad.
4. El argumentario más antiguo:
Un argumentario es un conjunto de argumentos, datos o explicaciones elaborado para
defender o censurar una cuestión. A pesar de su utilidad, la aplicación del
argumentario está limitada a ese asunto. Por ello los sabios inventaron un
procedimiento general para múltiples efectos que denominaron tópicos. El método
más antiguo que se conoce es Retórica a Alejandro, una obra del siglo IV a. C.
supuestamente escrita por Aristóteles para formar a Alejando Magno. En realidad, su
autor fue el sofista Anaxímenes de Lámpsaco.

La Retórica a Alejandro tiene el mérito de una obra precursora, concisa y clara, escrita
en elegante estilo epistolar. La supuesta carta de Aristóteles a Alejandro aporta una
doctrina que considera los recursos para persuadir en todas las situaciones públicas.
En particular presenta los tópicos del género espectacular o demostrativo. Su
propósito es elogiar o censurar, es decir, los discursos de encomio o reprobación de
una personalidad o una población.

¿Qué plan propone el clásico para elogiar a alguien?


Anaxímenes indica un esquema, que comienza con los antecedentes familiares o
genealogía, sigue con la vida del elogiado y acaba con el repaso de sus actos y
cualidades. El primer apartado corresponde a la genealogía o antecedentes familiares.
El elogio de los antepasados tiene por objeto destacar la cadena de personalidades que
vincula al homenajeado con una saga de mérito. Luego está su vida. Para ello el orador
considera sus etapas y los méritos de cada una de ellas.

También se destacan los actos del personaje, su carácter y hábitos. Si sucede que el
azar ha tenido mucho que ver en el resultado, no ha de atribuirse el éxito a la fortuna
sino a su esfuerzo. La técnica que se sigue es la amplificación, es decir, la exposición
detallada de información, de tal modo que el tema parezca mayor.

5. Manantial de la publicidad:
La publicidad aplica con sagacidad el esquema de Anaxímenes para realizar sus
anuncios. Una técnica moderna se alimenta de una fuente muy antigua. Utiliza
también las enseñanzas del filósofo griego Aristóteles, contemporáneo de
Anaxímenes. Aristóteles propone un cuadro de seis categorías para generar
convincentes tópicos. Son las categorías de la cantidad, la calidad, el orden, la
existencia, la esencia y la persona, que ejemplificamos con eslóganes antiguos de
publicidad del automóvil.

• Cantidad. La cantidad pone de manifiesto la magnitud, aquello que destaca porque,


o bien, es más, o bien es menos. Son tópicos de cantidad: la normalidad, que apela a lo
que es corriente; el sentido común, que se apoya en la prudencia y la discreción; la
norma estadística, que refiere la regularidad y la probabilidad, y la opinión mayoritaria,
entendida como preferencia.

Un anuncio de Nissan de la década de 1990 decía así: «¿Quién ha dicho que la felicidad
no se consigue con dinero?». La marca sorprende con un eslogan que va contra la
opinión mayoritaria, acompañado de la fotografía de un coche accidentado. Consigue
llamar la atención y quizá convencer, al sugerir que un vehículo de cierto precio
merece la pena, es decir, que el dinero puede dar la felicidad en un caso tan penoso
como un accidente.

• Calidad. La categoría de la calidad considera lo que es mejor o peor. Para ello se vale
de diversos criterios. Lo único permite gozar del honor de una rareza. El anuncio de un
Chrysler Voyager presenta la imagen de un vehículo circense, pues se desplaza sobre
una cuerda de funámbulo. El lema es «Nadie está a su altura», con el que destaca su
carácter único.

La originalidad es otra variante de la calidad. El Ford Ghia apela a «Una nueva escala de
valores». También lo es la excelencia, como sucede con el Vitara Wagon de Suzuki, un
vehículo «para vivir mejor» porque permite «soñar despierto». Si se apela a la utilidad
o a una verdad científica se completan los criterios de calidad.

• Orden. El orden se refiere a lo que se halla en el principio y es causa de fenómenos.


La furgoneta Serena de Nissan se presenta bajo esta categoría cuando afirma de un
modo chocante que es «el primer deportivo de ocho plazas».

Otra forma de orden es la precedencia, aquella disposición prioritaria que se puede


derivar de la costumbre o un rango social. Volvo se anuncia mostrando una imagen
posterior de su vehículo. El lema dice así: «Hay una parte de nuestro coche que se está
haciendo muy famosa entre los pilotos de turismo», la parte trasera, porque los Volvo
van por delante de los demás.

• Existencia. La existencia tiene un carácter pragmático, ya que destaca lo que es real,


por encima de lo que es solo una posibilidad. Lo real es empírico y contrastable, como
en el anuncio de Seat, que promete «el striptease» o desnudo del año. Y añade la
explicación de que «en mayo Seat lo enseñará todo».

• Esencia. La esencia presenta lo que constituye una categoría aparte en su ámbito. El


modelo Terrano de Nissan aparece en una imagen como si volara, por lo que el eslogan
afirma que pertenece a la categoría de «Nissan Airlines», una compañía aérea cuya
flota son automóviles de campo.

• Persona. La persona es el tópico que apela a la dignidad o mérito de una persona. Se


trata de un argumento de autoridad, pero no necesariamente por su vinculación al
asunto en cuestión; basta con ser una celebridad, como un deportista famoso para
promocionar un automóvil con su prestigio.

6. Conclusión: repertorio de recursos

El orador dispone de un programa de trabajo que le permite conseguir un resultado


satisfactorio. Se atiene a las cinco fases, que consisten en buscar argumentos,
organizarlos, formularlos, recordarlos y pronunciarlos. Ello implica conocer los géneros
discursivos, que le permiten adaptarse a las circunstancias de su intervención. Los
géneros de la descripción, la narración y la argumentación tienen unas características
que las distinguen y les dan eficacia comunicativa.

Por su parte, los tópicos son repertorios aptos para elaborar argumentarios. Los
clásicos establecieron los recursos de referir los antecedentes o genealogía del
elogiado, los hechos de su vida y las cualidades de su personalidad. También
propusieron señalar el valor de una realidad con argumentos de cantidad, calidad,
orden, esencia, existencia y persona.

Cuando Jorge Luis Borges preparó sus conferencias sobre clásicos de la literatura se
valió de recursos como los géneros y los tópicos mencionados. Superó su inquietud,
preparó sus intervenciones y recorrió con éxito países dando conferencias sobre
Dante, Las mil y una noches o Cervantes.

Como reconocía con humor, «no solo terminé ganando más dinero que en la
biblioteca, sino que disfrutaba del trabajo y me sentía justificado». Literalmente
descubrió que a los cuarenta y siete años se le abría «una vida nueva y emocionante».
Sin embargo, el acierto de la adivina sobre su vida de orador resultó demasiado
fantástica para caber en alguno de sus cuentos.

Ejercicio 5: empaquetar sueños

Al soñar imaginamos escenas y sucesos. Por lo general, solemos olvidarlos al poco de


despertar. A veces, si los recordamos, nos resulta difícil saber qué pueden representar.
Vamos a intentar recordar algún sueño y darle una explicación libre.

a) Al despertar anotamos algunas palabras de recordatorio de un sueño: jardín,


camino, rueda, plato...

b) Dedicamos unos minutos para recordar el sueño e imaginar una explicación.


Finalmente, pronunciamos un breve discurso en que narramos lo que hemos
soñado, damos una explicación y concluimos con un comentario sobre el efecto
de los sueños.

Obtenido de:
Laborda Gil, X. (2019). Claves de la comunicación oral: Prácticas para el orador afable.
Universidad abierta de Cataluña. https://www.digitaliapublishing.com/a/61785

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