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EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

Introducción

Este texto tiene como finalidad esclarecer qué es y en qué consiste el acompañamiento espiritual, la
función del acompañante y los requisitos que éste debe tener, así como las cuestiones que deben ser
tenidas en cuenta a la hora de acompañar a las personas en su búsqueda espiritual. Partimos de unas
pinceladas generales, que luego, a lo largo de otras lecturas se irán complementando y ampliando.

1. El acompañamiento espiritual

Es importante remarcar que el acompañamiento espiritual se refiere a un acompañamiento


específico que aborda el ámbito de lo espiritual, desde la vida y experiencia cotidiana del
acompañado. Tiene que ver con acompañar el paso de Dios en el día a día de las personas. Así, el
acompañamiento, es una forma de caminar en el discernimiento, de ayudar, de iluminar a la persona
a distinguir la acción de Dios en su vida, y la capacidad de responder a esa iniciativa que el Espíritu le
va mostrando. Supondrá también pensar y discernir los sentimientos y emociones que la persona va
sintiendo en las diferentes realidades donde le toca transitar su vida, y ver como Dios también allí va
mostrando su camino. El acompañante es el que está al servicio, como “instrumento de Dios”, para
ayudar en la toma de conciencia de la presencia de Dios en sus vidas y así poder profundizar la
relación con él. La finalidad del acompañamiento espiritual es ayudar al acompañado a hacer
consciente la relación con Dios. El acompañamiento tiene como objetivo general facilitar el
encuentro personal con Dios. Esto implica, por un lado, ayudar al acompañado a prestar atención a
Dios tal como se revela; y por el otro lado, ayudarlo a reconocer sus reacciones y decidir las
respuestas a este Dios.

No alcanza sólo con comprender la finalidad específica del mismo, sino que también es necesario
delimitar la función del acompañante. El acompañante no es un terapeuta o un consejero, sino un
guía en el camino espiritual capaz de conducir a los acompañados a una relación más profunda con
el Señor. Es por esto que para ser acompañante se requiere, en primer lugar, compartir la fe y ser un
miembro de la comunidad creyente. Una segunda condición es haber hecho él mismo la experiencia
de un Dios amoroso y ser capaz de comunicar ese Dios a los acompañados. En tercer lugar, debe ser
una persona relativamente madura, que crece en su relación con Dios y con los demás. Por último,
debe tener la convicción, basada en su propia experiencia, del deseo y habilidad de Dios para
comunicarse de un modo personal. Así, el acompañante espiritual, va desarrollando una actitud
contemplativa que lo lleva a buscar en los demás el modo particular que Dios tiene de comunicarse
con cada uno.

En el acompañamiento espiritual, la base primaria es la confianza puesta en la persona del


acompañante, este a su vez es una persona que engendra confianza, no es perfecta, pero sí es
relativamente madura y se preocupa por serlo. Es una persona con una profunda fe y habilidad de
comunicarse con el Señor, cultiva su propia experiencia espiritual, trabaja su propio crecimiento
personal. Esto le da la capacidad para escuchar respetuosamente la experiencia de otros y aprender
de ellos. El acompañado, a su vez, es una persona que se mostrará abierta a la hora del diálogo

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sincero con el acompañante, de manera que, juntos, discernirán la voluntad de Dios para la vida de
quien se acerca a un acompañamiento espiritual.

Hay tres actitudes básicas que no pueden faltar en un buen acompañante: calidez, confianza en el
Señor y la habilidad para comunicarse y vivir en una relación con el Señor que se profundiza. Estas
características personales suscitan en los acompañados el sentimiento de confianza indispensable
para construir una relación capaz de conducirlos verdaderamente a un encuentro personal con Dios,
o de profundizarla.

El acompañante, debe poder tratar con gente de todo tipo (incluso con la que no comparte las
mismas ideas políticas, o el mismo estilo religioso) para lo cual será necesario contar con una cierta
apertura mental que le posibilite ser lo más imparcial y amplio que pueda. También, el acompañante
requerirá una cierta inteligencia emocional que lo haga capaz de lidiar con las experiencias dolorosas,
propias y ajenas, permaneciendo en la disposición de estar mientras los acompañados transitan y
sufren los dolores del crecimiento y no en tratar de quitar ligeramente ese dolor.

Además de estas características personales, el acompañante necesita tener un “dominio maduro e


inteligente de la teología moderna” de modo tal que, los acompañados, libres de concepciones
inadecuadas, trasnochadas o infantiles, puedan dejar al verdadero Dios relacionarse con ellos. Es
bueno que todo acompañante espiritual esté más o menos al tanto de las nuevas reflexiones
teológicas, de las complejidades espirituales y de las nuevas recomendaciones pastorales, a fin de
que su ministerio esté actualizado y acorde al sujeto espiritual de hoy.

Convertirse en acompañante espiritual es un proceso de toda la vida. No alcanza con el simple


estudio, supone trabajarse personalmente uno mismo, crecer espiritualmente, captar las
complejidades humanas, tenerlas en cuenta, incorporarlas, integrarlas. La teología y la experiencia
personal apuntan a un Dios siempre mayor, y así los acompañantes pueden esperar ser
constantemente llamados a un mayor crecimiento. Al ponerse en contacto con otra gente y con otros
estilos religiosos los desafiará a orar, los invitará a una mayor reflexión, a una mirada renovada de lo
que ya han incorporado y aprendido. La aventura no tiene fin, siempre supone revisión,
aggiornamento, estudio y confrontación.

2. Algunos criterios a tener en cuenta, procedimientos, prácticas, estrategias a seguir…

En este punto nos encontramos con la dificultad o limitación de saber cómo es hacer un buen
acompañamiento espiritual, ya que en este ámbito no estamos hablando solamente del
acompañante, sino de “tres” personas que están en relación: Dios, el acompañado y el acompañante.
Y el buen acompañamiento estará reflejado en el grado de madurez que se tiene, tanto por parte del
acompañado y acompañante, con Dios que actúa en cada vida. No obstante, es necesario tener
criterios claros, procedimiento, prácticas y estrategias que ayudarán a poder seguir una línea de
acción a la hora de acompañar.

El acompañante espiritual, al asumir la oración y la vida cristiana como una relación consciente con
Dios, tiene como tarea, primero, ayudar a la persona a prestar atención a Dios, así como Él se revela;
y segundo, ayudarla a reconocer sus reacciones y decidir sobre sus respuestas a este Dios.

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Como criterio general a tener en cuenta siempre es importante mantener la asimetría, para que el
que es acompañado pueda recibir la ayuda del acompañante, como justamente eso: un acompañante
y no un amigo o confidente. La relación asimétrica es importante como herramienta de consejo y
guía, pero puede llevar a excesos y autoritarismos por parte del acompañante que tampoco es bueno
que suceda, sintiéndose “dueño o director” de la conciencia de la persona que es acompañada por
él. Siguiendo esta línea es importante no cruzar el límite de anularle la libertad a la persona apelando
a que es un “consejo espiritual” o a que “Dios quiere tal cosa”. El acompañante no es una persona
superior al acompañado. Cuidado con el abuso espiritual en el acompañamiento y con anular la
libertad de la persona. Hablamos de abuso de conciencia cuando se traspasa el límite de la libre
elección, cuando el acompañado le impone un camino a seguir, cuando no se deja que el otro decida
su propia vida, cuando nos entrometemos en la conciencia individual del otro.

Es imprescindible desarrollar en el acompañado una actitud contemplativa: que vaya percibiendo


cómo Dios va actuando y participando en su vida, que vaya conectando con esa presencia divina sutil
y misteriosa que lo penetra todo. De esta manera, el enfoque deja de ser autorreferencial para pasar
a poner toda la atención en el Señor y al modo que tiene de revelarse. A través de la contemplación
del Señor en la Escritura, la creación, la propia vida cotidiana, y la vida del mundo, más que verlo
simplemente como una figura de fondo para los intereses de uno mismo, el acompañado va
asumiendo una realidad propia capaz de sacarlo de su ensimismamiento.

La tarea fundamental del acompañante es ayudar al acompañado a perseverar con la atención puesta
en el Señor, a medida que éste se le vuelve más real y comienza a tener una vida propia. Así, Dios
deja de ser distante y abstracto, para pasar a estar más cercano en la vida, vivenciarlo en la oración.
Él no es solamente una ley moral, sino un Dios amoroso que acepta, ama, y a menudo desafía a la
persona imperfecta. Se le puede hablar, y escuchar a través de la comunicación que tiene lugar en la
oración y la vida. Llegado a este punto, el acompañante, deberá saber facilitar este nuevo diálogo,
pero sin interferir, alentando al acompañado a escuchar y a responder desde el corazón.

También es importante conocer la historia personal y familiar de la persona a la que se acompaña,


porque esas vivencias e historias que trae en su recuerdo, serán las que condicionen, positiva y
negativamente, la forma de ver a Dios y a todo lo relacionado con El. Esto es importante ya que a la
hora de sugerir algo, el acompañante, debe saber que hay ciertos elementos que condicionan la
respuesta de la persona. Es notable como el sujeto espiritual tiene un Dios acorde a su propia
psicología, a su propia biografía, a su experiencia, podríamos decir que Dios está teñido o
condicionado por esa historia vivida, por la educación recibida, por las experiencias personales, sean
buenas o traumáticas.

3. Precauciones, límites y cuidados a tener en cuenta en la práctica del acompañamiento espiritual

El acompañamiento espiritual es una actividad regulada (Código de ética para acompañantes


espirituales) que se diferencia de la asesoría pastoral, la psicoterapia, la confesión sacramental, el
análisis o la relación con un compañero de oración. En general, podemos decir que el acompañante
no debe olvidar que el foco de atención debe estar puesto en la vida del alma del acompañado.

Quien acompaña debe tener cuidados particulares, siempre tiene que tener como centro el propósito
del acompañamiento, sabiendo buscar el mayor bien para quien acompaña. Es por esto que es muy

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importante, autoevaluarse permanentemente, comenzando por la propia vida, pero también en el
vínculo y proceso del acompañado. Además, es muy fácil desviar el servicio a otro tipo de asesoría
(psicología, pastoral, etc.), y esto puede perjudicar el proceso de dicho acompañamiento. Es
importante que el acompañante tenga en el centro de su vida la oración y el discernimiento, que esté
con los oídos abiertos a lo que Dios le proponga, y que pueda llevar las intenciones, procesos y
sufrimientos de los acompañados a Dios. Porque es importante recordar permanentemente que es
Dios quien trabaja y obra en los procesos humano, sin Él, quien acompaña, no tiene sentido, y quien
es acompañado tampoco.

Es importante tener en cuenta en el acompañamiento espiritual algunas precauciones y límites a la


hora de acompañar. En primer lugar, el acompañante debe tener presente que es solo un
“instrumento de Dios”, es decir un servidor, un canal que favorece a la otra persona a ver su relación
con Dios. Además, el acompañante debe tener una madurez y claridad respecto de sus principios, su
formación, su motivación y sus límites. Es necesario por lo tanto que el acompañante tenga en cuenta
cómo es su vínculo con los demás y que pueda tener un “buen soporte de amistad”, es decir, buenos
vínculos con los demás, que no sea con el acompañante, sino en otro círculo social, en donde pueda
expresar su propio vínculo afectivo. Otra precaución a tener en cuenta es la salud mental y física por
parte del acompañante, si hubiera alguna sospecha de que no se está bien a este nivel, es bueno
confrontar con alguien, pedir ayuda, supervisar la tarea, para que no se haga mal desde aquí.

También estar atento a no caer en “práctica de psicoterapia”, en el cual es importante ser claros a la
hora de acompañar a otros. Esto se puede evitar distinguiendo claramente el ministerio del
acompañamiento en relación a otras áreas de ayuda, y evitar usar el nombre de “terapeuta de la fe”.
El acompañante espiritual sabe su propio límite y con humildad y sinceridad pude decir al otro que
no lo puede acompañar a este nivel, ya sea porque no tiene la formación adecuada, por problemas
personales u otra limitación. Además, se debe tener claro el rol del acompañante y acompañando,
evitando “intercambiar asuntos personales” entre los sujetos.

Algunas pautas a tener en cuenta en el acompañamiento espiritual:


- Respeto por la libertad de la conciencia individual: el acompañante trabaja con cada persona para
discernir el plan único y sagrado de Dios para la vida de esa persona. Por lo tanto, respeta sus
convicciones o sus propios puntos de vista de comportamiento.
- Las sesiones de acompañamiento espiritual deben llevarse a cabo en un entorno de escucha, paz
y seguridad. La actitud del acompañante, una serena y plena escucha, contribuye a otorgarle al
encuentro el sentido de espacio sagrado.
- La privacidad: por regla general, el acompañante no puede revelar verbalmente ni por escrito
ninguna información obtenida en sesiones de acompañamiento actuales o pasadas, sin el
consentimiento informado y la autorización escrita del acompañado.
- Evaluación periódica del proceso: una pauta útil para evaluar el acompañamiento es ver si la
relación de acompañamiento está dando frutos en la vida del acompañado.

4. Características propias del sujeto espiritual que no podrían descuidarse ni obviar en un


acompañamiento.

Es importante conocer al sujeto espiritual en su realidad toda, en su complejidad y profundidad, en


cuanto a su identidad, su realidad personal y familiar, su vínculo con Dios, las imágenes que de Él

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tiene, y como es su personalidad. Sabiendo que el centro de la vida espiritual es la relación del
hombre con Dios, es importante conocer a este hombre que se vincula con El. En este proceso de
conocimiento, las distintas personalidades, frutos de distintas experiencias personales y familiares,
condicionan también las imágenes de Dios, que son importante tener en cuenta. Esto nos llevará a
ejercer un acompañamiento espiritual integrado, situado, encarnado podríamos decir también,
donde la vivencia religiosa no quede desconectada o separada de la vivencia humana, sino arraigada
en ella. Lo otro sería caer en un espiritualismo desencarnado, encapsulado, donde la persona vive su
fe sin tener en cuenta quién es realmente, sin entender que Dios entra en la historia personal de cada
uno y desde allí trabaja y actúa.

Para crear una relación de acompañamiento efectiva, es esencial que el acompañante ayude al
acompañado a tomar conciencia de sus propias fortalezas y valores en lugar de concentrarse en sus
problemas, déficits y debilidades. Es esencial que se trabaje con el sujeto espiritual real y no con el
ideal, ese que vive desde el deber ser, la norma moral, los mandamientos y la culpa. Para que los
acompañados se sientan libres de hablar de sí mismos, los acompañantes, deben poner atención,
escuchar en forma activa, sin prejuicios ni censuras y mostrarse empáticos. Los acompañados deben
sentirse respetados, lo que puede demostrarse con ciertas actitudes y comportamientos:
preocupación por sus intereses, escucha activa, abstención de juicios críticos, calidez, comprensión,
combinación de apoyo y desafío.

Algunas pautas que el acompañante deberá tener en cuenta para evitar posibles obstáculos en el
proceso son:
- Reconocer los signos de resistencia que puedan aparecer tanto en el acompañado como en el
acompañante y explorar su significado.
- Comprender los antecedentes culturales del acompañado: creencias, aprendizajes, valores
básicos, tradiciones, etc.
- Identificar de posibles causas de las dificultades emocionales, psicológicas y conductuales de la
persona que obstaculizan una buena relación con Dios.
- Integrar y aceptar los múltiples temas contextuales (raza, etnia, género, orientación sexual,
espiritualidad) que pueden influir en la actual relación o comprensión de Dios.

PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL – dedica un tiempo personal para escribir estas respuestas.
- ¿Qué experiencia tienes de ser acompañado? ¿cómo lo has vivido? Recuérdalo, revívelo…
- ¿Qué de lo leído aquí, en este escrito, te generan deseos de ser acompañante?, ¿por dónde pasan
tus anhelos del acompañamiento espiritual? Conecta con esos sentimientos, deseos, sueños y
proyectos de poder acompañar a otros… preséntaselo a Dios.
- ¿Qué te hace experimentar internamente la lectura de este artículo?
- ¿Qué crees que necesitas reforzar o trabajar aún en tí para convertirte en un acompañante
espiritual?
- ¿Qué cuidados y precauciones tendrías que tener en cuenta a la hora de acompañar a otros?
Límites, tendencias, ideologías, rigideces, prejuicios…

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