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Introducción
Este texto tiene como finalidad esclarecer qué es y en qué consiste el acompañamiento espiritual, la
función del acompañante y los requisitos que éste debe tener, así como las cuestiones que deben ser
tenidas en cuenta a la hora de acompañar a las personas en su búsqueda espiritual. Partimos de unas
pinceladas generales, que luego, a lo largo de otras lecturas se irán complementando y ampliando.
1. El acompañamiento espiritual
No alcanza sólo con comprender la finalidad específica del mismo, sino que también es necesario
delimitar la función del acompañante. El acompañante no es un terapeuta o un consejero, sino un
guía en el camino espiritual capaz de conducir a los acompañados a una relación más profunda con
el Señor. Es por esto que para ser acompañante se requiere, en primer lugar, compartir la fe y ser un
miembro de la comunidad creyente. Una segunda condición es haber hecho él mismo la experiencia
de un Dios amoroso y ser capaz de comunicar ese Dios a los acompañados. En tercer lugar, debe ser
una persona relativamente madura, que crece en su relación con Dios y con los demás. Por último,
debe tener la convicción, basada en su propia experiencia, del deseo y habilidad de Dios para
comunicarse de un modo personal. Así, el acompañante espiritual, va desarrollando una actitud
contemplativa que lo lleva a buscar en los demás el modo particular que Dios tiene de comunicarse
con cada uno.
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sincero con el acompañante, de manera que, juntos, discernirán la voluntad de Dios para la vida de
quien se acerca a un acompañamiento espiritual.
Hay tres actitudes básicas que no pueden faltar en un buen acompañante: calidez, confianza en el
Señor y la habilidad para comunicarse y vivir en una relación con el Señor que se profundiza. Estas
características personales suscitan en los acompañados el sentimiento de confianza indispensable
para construir una relación capaz de conducirlos verdaderamente a un encuentro personal con Dios,
o de profundizarla.
El acompañante, debe poder tratar con gente de todo tipo (incluso con la que no comparte las
mismas ideas políticas, o el mismo estilo religioso) para lo cual será necesario contar con una cierta
apertura mental que le posibilite ser lo más imparcial y amplio que pueda. También, el acompañante
requerirá una cierta inteligencia emocional que lo haga capaz de lidiar con las experiencias dolorosas,
propias y ajenas, permaneciendo en la disposición de estar mientras los acompañados transitan y
sufren los dolores del crecimiento y no en tratar de quitar ligeramente ese dolor.
En este punto nos encontramos con la dificultad o limitación de saber cómo es hacer un buen
acompañamiento espiritual, ya que en este ámbito no estamos hablando solamente del
acompañante, sino de “tres” personas que están en relación: Dios, el acompañado y el acompañante.
Y el buen acompañamiento estará reflejado en el grado de madurez que se tiene, tanto por parte del
acompañado y acompañante, con Dios que actúa en cada vida. No obstante, es necesario tener
criterios claros, procedimiento, prácticas y estrategias que ayudarán a poder seguir una línea de
acción a la hora de acompañar.
El acompañante espiritual, al asumir la oración y la vida cristiana como una relación consciente con
Dios, tiene como tarea, primero, ayudar a la persona a prestar atención a Dios, así como Él se revela;
y segundo, ayudarla a reconocer sus reacciones y decidir sobre sus respuestas a este Dios.
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Como criterio general a tener en cuenta siempre es importante mantener la asimetría, para que el
que es acompañado pueda recibir la ayuda del acompañante, como justamente eso: un acompañante
y no un amigo o confidente. La relación asimétrica es importante como herramienta de consejo y
guía, pero puede llevar a excesos y autoritarismos por parte del acompañante que tampoco es bueno
que suceda, sintiéndose “dueño o director” de la conciencia de la persona que es acompañada por
él. Siguiendo esta línea es importante no cruzar el límite de anularle la libertad a la persona apelando
a que es un “consejo espiritual” o a que “Dios quiere tal cosa”. El acompañante no es una persona
superior al acompañado. Cuidado con el abuso espiritual en el acompañamiento y con anular la
libertad de la persona. Hablamos de abuso de conciencia cuando se traspasa el límite de la libre
elección, cuando el acompañado le impone un camino a seguir, cuando no se deja que el otro decida
su propia vida, cuando nos entrometemos en la conciencia individual del otro.
La tarea fundamental del acompañante es ayudar al acompañado a perseverar con la atención puesta
en el Señor, a medida que éste se le vuelve más real y comienza a tener una vida propia. Así, Dios
deja de ser distante y abstracto, para pasar a estar más cercano en la vida, vivenciarlo en la oración.
Él no es solamente una ley moral, sino un Dios amoroso que acepta, ama, y a menudo desafía a la
persona imperfecta. Se le puede hablar, y escuchar a través de la comunicación que tiene lugar en la
oración y la vida. Llegado a este punto, el acompañante, deberá saber facilitar este nuevo diálogo,
pero sin interferir, alentando al acompañado a escuchar y a responder desde el corazón.
Quien acompaña debe tener cuidados particulares, siempre tiene que tener como centro el propósito
del acompañamiento, sabiendo buscar el mayor bien para quien acompaña. Es por esto que es muy
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importante, autoevaluarse permanentemente, comenzando por la propia vida, pero también en el
vínculo y proceso del acompañado. Además, es muy fácil desviar el servicio a otro tipo de asesoría
(psicología, pastoral, etc.), y esto puede perjudicar el proceso de dicho acompañamiento. Es
importante que el acompañante tenga en el centro de su vida la oración y el discernimiento, que esté
con los oídos abiertos a lo que Dios le proponga, y que pueda llevar las intenciones, procesos y
sufrimientos de los acompañados a Dios. Porque es importante recordar permanentemente que es
Dios quien trabaja y obra en los procesos humano, sin Él, quien acompaña, no tiene sentido, y quien
es acompañado tampoco.
También estar atento a no caer en “práctica de psicoterapia”, en el cual es importante ser claros a la
hora de acompañar a otros. Esto se puede evitar distinguiendo claramente el ministerio del
acompañamiento en relación a otras áreas de ayuda, y evitar usar el nombre de “terapeuta de la fe”.
El acompañante espiritual sabe su propio límite y con humildad y sinceridad pude decir al otro que
no lo puede acompañar a este nivel, ya sea porque no tiene la formación adecuada, por problemas
personales u otra limitación. Además, se debe tener claro el rol del acompañante y acompañando,
evitando “intercambiar asuntos personales” entre los sujetos.
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tiene, y como es su personalidad. Sabiendo que el centro de la vida espiritual es la relación del
hombre con Dios, es importante conocer a este hombre que se vincula con El. En este proceso de
conocimiento, las distintas personalidades, frutos de distintas experiencias personales y familiares,
condicionan también las imágenes de Dios, que son importante tener en cuenta. Esto nos llevará a
ejercer un acompañamiento espiritual integrado, situado, encarnado podríamos decir también,
donde la vivencia religiosa no quede desconectada o separada de la vivencia humana, sino arraigada
en ella. Lo otro sería caer en un espiritualismo desencarnado, encapsulado, donde la persona vive su
fe sin tener en cuenta quién es realmente, sin entender que Dios entra en la historia personal de cada
uno y desde allí trabaja y actúa.
Para crear una relación de acompañamiento efectiva, es esencial que el acompañante ayude al
acompañado a tomar conciencia de sus propias fortalezas y valores en lugar de concentrarse en sus
problemas, déficits y debilidades. Es esencial que se trabaje con el sujeto espiritual real y no con el
ideal, ese que vive desde el deber ser, la norma moral, los mandamientos y la culpa. Para que los
acompañados se sientan libres de hablar de sí mismos, los acompañantes, deben poner atención,
escuchar en forma activa, sin prejuicios ni censuras y mostrarse empáticos. Los acompañados deben
sentirse respetados, lo que puede demostrarse con ciertas actitudes y comportamientos:
preocupación por sus intereses, escucha activa, abstención de juicios críticos, calidez, comprensión,
combinación de apoyo y desafío.
Algunas pautas que el acompañante deberá tener en cuenta para evitar posibles obstáculos en el
proceso son:
- Reconocer los signos de resistencia que puedan aparecer tanto en el acompañado como en el
acompañante y explorar su significado.
- Comprender los antecedentes culturales del acompañado: creencias, aprendizajes, valores
básicos, tradiciones, etc.
- Identificar de posibles causas de las dificultades emocionales, psicológicas y conductuales de la
persona que obstaculizan una buena relación con Dios.
- Integrar y aceptar los múltiples temas contextuales (raza, etnia, género, orientación sexual,
espiritualidad) que pueden influir en la actual relación o comprensión de Dios.
PARA LA REFLEXIÓN PERSONAL – dedica un tiempo personal para escribir estas respuestas.
- ¿Qué experiencia tienes de ser acompañado? ¿cómo lo has vivido? Recuérdalo, revívelo…
- ¿Qué de lo leído aquí, en este escrito, te generan deseos de ser acompañante?, ¿por dónde pasan
tus anhelos del acompañamiento espiritual? Conecta con esos sentimientos, deseos, sueños y
proyectos de poder acompañar a otros… preséntaselo a Dios.
- ¿Qué te hace experimentar internamente la lectura de este artículo?
- ¿Qué crees que necesitas reforzar o trabajar aún en tí para convertirte en un acompañante
espiritual?
- ¿Qué cuidados y precauciones tendrías que tener en cuenta a la hora de acompañar a otros?
Límites, tendencias, ideologías, rigideces, prejuicios…