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2 Timoteo 3
2 Timoteo 3
Reina-Valera 1960
Porque la palabra hoy dejo de ser eficaz, porque la palabra dejo de transformar
vidas, porque la palabra dejo de sanar, de reconstruir matrimonios destruidos,
porque la palabra no conduce al arrepentimiento.
Hoy la palabra es un elemento más dentro de un menú que escogemos dentro del
culto, la palabra es un mero adorno que esperamos para saber que ya queda
menos para que termine el culto y retirarnos a nuestras casas con la tranquilidad
moral de que asistimos a la iglesia.
Las predicaciones son muertas porque los predicadores somos muertos, llenos de
conocimiento, pero sin el fuego del espíritu de DIOS, lejos de la consagración y la
oración, la predicación es un tramite mas que debemos cumplir, lleno de jactancia
y palabras complejas para demostrar sabiduría, ser maestros y enseñar la palabra
es un trámite más, cual exposición colegial, nos hemos olvidado de la SANTIDAD
de su PALABRA.
Queremos realizar dichas tareas lo más rápido posible, sin digerir primero que es
lo que DIOS nos quiere enseñar como canal de bendición para impartir su palabra,
predicar no es un trámite enseñar no es un trámite, es una esperanza para salvar
al pecados de la muerte ETERNA, es reconstruir un alma destrozada, es dar
esperanza, es devolver el gozo, es vivificar aquel que moría en pecado y miseria,
la predicación y la enseñanza es una acción de vida o muerte tanto para que la
imparte como para aquel que la recibe
Hoy la iglesia no es más que un valle de huesos secos, espíritus muertos, almas
sin arrepentimiento, donde pesa más nuestra emoción, nuestro parecer, menos lo
que nos dice la PALABRA DE DIOS, pareciera que somos demasiado suficientes
para depender de DIOS, tenemos vidas demasiadas perfectas para aceptar el
consejo de DIOS a través de su escritura.
Tenemos nuestros ojos secos, sin lagrimas que transformen nuestras vidas,
conformándonos simplemente con quienes somos, simples asistentes sin
compromiso con la obra transformadora de DIOS en nuestras vidas.
No podemos decir que amamos DIOS y seguir siendo los mismos, no podemos
decir que amamos a DIOS si nuestro vocabulario sigue siendo el mismo, no
podemos decir que amamos a DIOS si nuestros pensamientos siguen siendo los
mismos.
Cuando nos negamos a crecer como cristianos, como hermanos, cuando nos
legamos a aprender su palabra, cuando nos negamos a amar al prójimo, cuando
no obedecemos su palabra, pisoteamos la sangre derramada en la Cruz, bailamos
sobre la gracia.
Y que hemos de decir el día que tengamos que rendir cuenta ante EL, lo
tendremos como JUEZ, que, pues diremos, responsabilizaremos entonces a los
demás, a nuestra inmadurez, a nuestras emociones, a nuestro ánimo, a nuestro
carácter.
La escritura no es una historia, no es cuento o una fábula es Dios mismo, con sus
atributos, el poder de la palabra es real y verdadero, no ha perdido tal eficacia, no
ha perdido el poder no ha perdido su santidad, tu y yo hemos perdido la
sensibilidad para escuchar su ESPIRITU SANTO, donde tenemos puestos hoy
nuestros sentidos, que estamos escuchando, aprendamos a diferenciar la voz del
enemigo, donde esta puesta nuestra mirada, donde están puestos nuestros
esfuerzos, donde están puestos nuestros recursos, donde están puestos nuestros
talentos.
Quien esta guiando tu corazón y el mío quien esta guiando nuestros pasos,
nuestro parecer, como seremos nuevas criaturas si despreciamos la obediencia.
Juan 15:5
Reina-Valera 1960
Hermanos no hemos llegado a la iglesia para hacer oídos sordos del consejo de
su palabra, no estamos aquí para cumplir nuestros sueños y metas, estamos aquí
para vivir como CRISTO quiere que vivamos, en obediencia a su palabra, en
sometimiento a su santidad, buscando su presencia, deleitándonos en su ley,
disfrutando su Amor incondicional, lejos de DIOS nada podemos conseguir, lejos
de DIOS solo tendremos satisfacciones momentáneas, heridas más profundas,
desesperación, solo tendremos fracasos, lejos de DIOS, no somos nada.
“Por lo cual, desechando toda inmundicia y abundancia de malicia, recibid
con mansedumbre la palabra implantada, la cual puede salvar vuestras
almas” (Santiago 1:21).