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Y NUESTRA MISION
FUNDAMENTO ECLESIOLOGICO DE LA MISION
Buscamos comprender mejor cuál es la misión de la Iglesia y cuál nuestra propia misión en la Iglesia.
Comprender cómo realizarla en y desde la Iglesia. Como referencias, tomaremos lo que Jesús mismo nos ha dicho
sobre la Iglesia y sobre nuestra misión; lo que la Iglesia misma ha dicho sobre su misión en el mundo; y lo que
nosotros mismos sentimos respecto de nuestra propia misión ( cf. misión y respuesta del apóstol: Mt 28, 19).
1. LA IGLESIA DEL PADRE, DEL HIJO Y DEL ESPIRITU SANTO (RM 31)
2. LA IGLESIA DE JESUCRISTO
Jesucristo es: enviado - mediador; revelador - guía; Dios hecho hombre - salvador ·
El vive en la Iglesia, es su esposo, la hace crecer por el Espíritu Santo y a través de ella cumple su misión. ·
La Iglesia responde a la misión de Jesucristo mediante la "comunión y participación" en su plan de
salvación. (RM 9b, 5c, 6a) ·
La Iglesia ha sido convocada y congregada por Jesucristo, en el Espíritu, para el Padre (LG. 1- 3; RM 46c;
47b y d)
La Iglesia es:
Cuerpo de Cristo ·
pueblo de Dios ·
familia de Dios ·
templo de Dios ·
sacramento universal de salvación · Iglesia (RM 9a, 9b y 11c)
Comunión:
Participación:
El vive en ella, ella es la primera que ha participado en la salvación y la que muestra la presencia y la obra
del Salvador; ·
Instrumento de Jesucristo mediante el cual El sigue realizando su misión salvadora;
Jesucristo realiza la voluntad del Padre, por el Espíritu Santo, mediante la Iglesia para el mundo entero.
ella vive la comunión con su Salvador y congrega a la humanidad para que entre en comunión con el Dios
Salvador; ·
ante todo con la vida y el testimonio, anuncia la vida nueva que se recibe en la comunión con Dios Padre,
Hijo y Espíritu Santo; ·
ella congrega en torno a Jesucristo para que se viva en "comunidades", con un solo corazón y una sola alma;
·
La Iglesia da impulso a la evangelización se da a través de la vivencia concreta de "comunidades eclesiales
vivas, dinámicas y misioneras" (RM 26; Santo Domingo 54).
ella ha recibido la misión de ir a evangelizar y, así, está puesta para colaborar a Jesucristo en este servicio
salvador al mundo entero; ·
en el envío a los Apóstoles, fuimos enviados todos a evangelizar; ·
la misión de la Iglesia es universal: hacia todas las gentes, en todos los tiempos, hasta las raíces, para todos y
con todo el poder de Dios.
5.2. Todos y cada uno estamos enviados a evangelizar, a todas las gentes y siempre. Estamos llamados a vivir la
comunión y participación en diversos niveles eclesiales (RM 48 y ss):
la Iglesia Particular ·
la parroquia ·
las comunidades eclesiales locales: la familia, la comunidad eclesial de base, otras comunidades eclesiales.
5.3. Dentro de la misión única y universal de la Iglesia (RM 39a), todos y cada uno tenemos nuestra propia misión:
Dentro del cuerpo somos partes; dentro del pueblo de Dios somos miembros; dentro del Templo de Dios
somos piedras vivas; dentro de la Familia Eclesial somos hijos; dentro de la Iglesia tenemos el derecho-
deber de evangelizar a todas las gentes.
Somos signo de la presencia y de la acción del Salvador.
Vivimos en comunidades eclesiales vivas, dinámicas y misioneras.
Somos instrumentos, misioneros, de Jesucristo para comunicar su verdad, amor y vida nueva.
Dentro de los diversos ministerios y servicios eclesiales, somos evangelizadores y animadores misioneros.
Estamos llamados a dar un especial impulso a la misión Ad gentes y a la nueva evangelización
Hemos de vivir y promover intensamente la comunión y participación en comunidades eclesiales vivas,
dinámicas y misioneras. Nos comprometernos en la evangelización universal dando prioridad a la
evangelización de los no cristianos, tanto de nuestro ambiente como del mundo entero.
6. MARÍA
Madre de Dios
nuestra madre en la Iglesia
nuestra modelo, pedagoga y compañera en nuestra misión.
CONCLUSION
Nuestra principal perspectiva de vida y servicio es realizar la propia misión en y desde comunidades eclesiales
vivas, dinámicas y misioneras.
1. "No he venido por mi propia cuenta, sino que Dios me envió" (Jn 8, 42). En el centro de la conciencia
misionera del Hijo estaba la convicción de ser el enviado por el Padre amoroso: era el Mensaje vivo de Dios, la
Palabra, la Misión encarnada (IPM 14). El origen de la misión es Dios Padre que ha elegido y consagrado a su
pueblo para realizarla. La Iglesia es la comunidad que Dios Padre se ha elegido mediante su Hijo Jesucristo. Es
también la comunidad que Dios Padre ha consagrado y habilitado para la misión al derramar sobre ella su
Espíritu (MP 43).
2. La misión consiste en anunciar a Jesucristo, centro y contenido del Reino de Dios, presencia salvadora
que es vida, verdad, justicia, paz y amor para toda la humanidad.
1. Todo fiel cristiano, por estar incorporado a Cristo mediante el bautismo, está llamado a participar en
la misión evangelizadora de la Iglesia. Todos los cristianos deben prestar su ayuda a la difusión del
Evangelio, cada uno según sus posibilidades, sus talentos, su carisma y su ministerio en la Iglesia (AG
28). "La orden dada a los Doce: "Vayan y proclamen la Buena Nueva", vale también, aunque de manera
diversa, para todos los cristianos... " (EN 13).
1. Dentro de la gran misión de la Iglesia se distingue la misión "ad gentes", o sea, a quienes no tienen la fe
cristiana; la atención pastoral y la nueva evangelización.Ésta es descrita como «una situación
intermedia que se da (entre misión ad gentes y atención pastoral)... donde grupos enteros de
bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la
Iglesia, llevando una existencia alejada de Cristo y de su Evangelio» (RM 33).
2. La tarea urgente de la nueva evangelización hace comprender a la Iglesia que «no puede ser misionera
respecto a los no cristianos de otros países y continentes si antes no se preocupa seriamente de
los no cristianos en su propia casa. La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra,
y viceversa» (RM 34).
1. El propósito del II Sínodo Diocesano replanteó a fondo la misión pastoral de esta Iglesia particular
arquidiocesana. Nuestra ciudad, en efecto, es de aquellos lugares señalados por el Papa Juan Pablo II
como necesitados de una nueva evangelización por tantos bautizados lejanos de la vivencia de fe, y
donde «faltan comunidades cristianas suficientemente maduras como para poder encarnar la fe en el propio
ambiente y anunciarla a otros grupos» (RM 33).
2. Es por ello que el plan pastoral de la Arquidiócesis de México se centra en la evangelización de las
culturas. Evangelizar las culturas que conforman la ciudad capital es una tarea difícil que sólo será posible
cumplir con proyectos de largo alcance que tengan consistencia y continuidad.
1. Así pues, ante los grandes retos pastorales que plantean los ambientes de la Ciudad de México se requiere
no cualquier empeño evangelizador. Urge una labor de Iglesia que aproveche el gran potencial de presencia
que tiene el laico en el mundo cotidiano, una mejor capacitación y formación de agentes para acciones
concretas, una conciencia de ser parte de una comunidad organizada para evangelizar, la unidad en torno a
un proyecto Misionero con sus prioridades sin descuidar los demás campos (ECUCIM 4220-4222;
4225; 4081; 4380).
2. «A la luz de estos hechos quiero invitar, con mucha insistencia, a quienes todavía no entran en este cauce
de la Misión, a que se sumen ya a este gran proyecto arquidiocesano, a fin de que nuestra Iglesia particular,
profundamente renovada, cumpla la misión del Señor Jesús en esta ciudad. Que por ningún motivo queden
parroquias, comunidades o movimientos en donde todavía no se toma en cuenta la Misión
Permanente» (2ª Etapa Itinerario Pastoral, No. 9).
3. Cada comunidad debe asumir como forma y estilo personal a la Misión Permanente, dado que
implica fortalecer y consolidar un proceso misioneroque lleva a difundir y a vivir la fe donde ahora está
ausente; a renovar la vocación apostólica de los agentes de pastoral y a reactivar el espíritu de servicio de las
instancias arquidiocesanas.
4. El interés de todo agente evangelizador, ha de estar centrado en que, si amamos a la Iglesia como
Cristo la amó y se entregó por ella, también participaremos con alegría y generosidad en la formación de
pequeñas comunidades donde se pueda alimentar y vivir mejor el ideal presentado por las primitivas
comunidades: tener todo en común; estar unidos en la oración, en la enseñanza de los apóstoles y celebrar
esfuerzos y fatigas de cada día en la fracción del pan (Hch 2, 42).
5. A través de estas comunidades menores sembraremos la esperanza cristiana para la ciudad capital que se
abre al nuevo milenio queriendo reconquistar los valores de su identidad como pueblo de Cristo y de María de
Guadalupe.
f. ESPIRITUALIDAD MISIONERA
1. En el Apocalipsis del apóstol San Juan hay una palabra que puede ayudarnos a entender cómo ve el Señor
a quienes nos llama a colaborar en su obra: «Yo sé todo lo que haces; conozco tu duro trabajo y tu
constancia, y sé que no puedes soportar a los malvados... Has sido constante, y has sufrido mucho por mi
causa sin desmayar. Pero tengo una cosa que reprocharte: que dejaste enfriar el primer amor» (Ap 2,2-4).
2. También hoy, el Señor podría dirigir el mismo «reproche amoroso» a algunos de sus elegidos, en especial a
quienes ha confiado ser pastores de un Comunidad. Ciertamente reconoce el trabajo desgastante de la
parroquia; reconoce la defensa de la grey ante los malvados; reconoce y agradece todas las fatigas y
cansancio a favor de los que Él les ha encomendado cuidar y acompañar. Pero les descubre un cierto vacío y
por ello le dice a cada uno: «ya no tienes el mismo amor que al principio».
3. Sólo retornando al fervor del primer encuentro, se es capaz de reavivar esfuerzos, que superen los años
que se cargan encima, los fracasos y aún las miserias propias. Para emprender una nueva misión hay que
volver al lugar de aquel encuentro que dio la capacidad de dejarlo todo (Cf. Mt 4,18-22), para ir al
seguimiento del Señor: «Así dice el Señor: Recuerdo tu amor de juventud, tu cariño de joven esposa, cuando
me seguías por el desierto, por una tierra sin cultivar» (Jer 2, 2).
Etapa Misionera que tiene como finalidad poner los cimientos de la fe, está constituida por:
o el primer anuncio o kerigma,
o y la reiniciación cristiana,
Etapa Catequética: cuyo objetivo es ofrecer un camino de crecimiento integral, gradual y sistemático
de la fe, encaminado a que el bautizado pueda dar razón de su fe y vivir el seguimiento de Jesús al
interior de una comunidad menor;
Etapa Apostólica: que nace de la alegría de haber encontrado a Cristo y que impulsa al discípulo a
poner todo lo que es y lo que tiene al servicio del Reino.
1. Es el anuncio fundamental de la salvación: "que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; y
que fue sepultado; y que resucitó al tercer día" (1 Cor 15, 3-4). "El amor no consiste en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como víctima por nuestros
pecados. Hermanos queridos, si Dios nos amó así, también nosotros debemos amarnos unos a otros" (1 Jn
4,1 0-1 1).
2. Esta proclamación conlleva una interpelación para aceptar a Jesús como Salvador y Señor, cuyo fruto será
la conversión inicial que continuará profundizándose y haciéndose más consciente y comprometedora a lo
largo de la vida, meditando y asimilando el mensaje central de la fe. El testimonio personal y el de la
comunidad eclesial es su fundamento (EN 21.41.76.80; Rm 42-43).
3. Este anuncio es indispensable tanto en las tierras de misión, como en los países católicos donde los niños
son bautizados pequeños y se ha vuelto urgente la Nueva Evangelización, en razón de que la fe de la mayoría
de los bautizados no se ha desarrollado.
4. Los medios para realizarlo son variados en su forma y su adaptación para los diversos ambientes y clases
de personas. Todas requieren el contacto personal y el testimonio (MP 52-55).
1. Es un proceso intensivo de evangelización que a través del conocimiento y experiencia de las exigencias
fundamentales de la vida cristiana, quiere impulsar en los adultos su conversión y adhesión a Cristo, para que
decidan insertarse en la Comunidad Eclesial como miembros comprometidos.
2. La Reiniciación Cristiana se ubica en el proceso evangelizador entre el anuncio del Kerigma, y la catequesis
permanente. Es una propuesta de la buena nueva en orden a una opción sólida de fe (DGC n. 62). Se
pretende dar una fundamentación y profundidad a la primera respuesta o adhesión provocada por el kerigma.
Este cimiento es vital para el crecimiento de la fe, pues toma en cuenta: la profesión de fe, la celebración de
los misterios, la vivencia de los valores evangélicos, la experiencia y compromiso comunitarios.
3. Está constituida por la experiencia eclesial mediante la cual los principios teológicos del Bautismo,
Confirmación y Eucaristía, son percibidos y asumidos vitalmente. Supone recorrer el camino de la conversión a
través de la escucha y meditación de la Palabra, la oportunidad de un cambio de vida. La Iglesia ofrece a sus
hijos que quieren tomar conciencia de las implicaciones de su bautismo un itinerario hecho de instrucción,
liturgia, oración, orientación, y práctica de la caridad, hasta verlos convertidos en miembros conscientes y
comprometidos de la Iglesia (MP 61).
1. Dentro de una comunidad menor, es la explicitación cada vez más sistemática de la primera
evangelización; es la iniciación en la vida de la Iglesia y en el testimonio concreto de la caridad; es la acción
eclesial que conduce a las comunidades y a cada cristiano a la madurez en Cristo.
2. Es una etapa del "proceso de formación en la fe, la esperanza y la caridad que informa la mente y toca el
corazón, llevando a la persona a abrazar a Cristo de modo pleno y completo. Introduce más plenamente al
creyente en la experiencia de la vida cristiana que incluye la celebración litúrgica del misterio de la redención
y el servicio cristiano a los otros" (MP 63-64).
2. La primera responsabilidad de los laicos es la transformación del orden temporal. Su tarea primera e
inmediata no es la institución y el desarrollo de la comunidad eclesial -esa es la función específica de los
pastores-, sino la animación cristiana del orden temporal (EN 70).
3. Significa ser un agente de cambio, un factor de transformación de la sociedad en que vivimos. Es buscar
que los valores del evangelio se vivan en todas las estructuras humanas: familia, trabajo, colonia, ciudad,
país, etc.
4. A su vez, los laicos pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores en el servicio de
la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta, ejerciendo ministerios muy diversos. Estos
ministerios adquirirán un verdadero valor pastoral y serán constructivos en la medida en que se realicen con
un respeto absoluto a la unidad y a los artífices de la unidad de la Iglesia. Laicos que dedican parte de su
tiempo, de sus energías y a veces, la vida entera al servicio de la misión (EN 73).
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Divido mis reflexiones en seis tópicos. En primer lugar conviene clarificar el concepto de cultura. Después tratare el diálogo fe - cultura, en
una época de cambio continuo. En tercer lugar, señalo la dignidad de la persona humana como centro de una propuesta cultural. Después
de estos elementos de encuadramiento, describo los rasgos de las recientes transformaciones culturales y propongo una lectura teológico-
sapiencial y comunitaria de la historia. Finalmente, frente a las corrientes dominantes, lanzo cinco campos concretos de estos desafíos a la
Iglesia.
1. Noción de cultura
El término cultura ha sufrido una enorme evolución a partir del ambiente ilustrado alemán donde se forjó. En los últimos cincuenta años se
amplió el concepto y comenzó a utilizarse el plural en orden a transmitir la variedad y la pluralidad de las culturas. Dejó de circunscribirse
a una vertiente erudita y académica para ampliarse. Podemos, por claridad, recurrir a los tres significados que recoge hoy:
1. Visión subjetiva: la cultura como una actividad mediante la cual el ser humano se cultiva a sí mismo y procura acceder a la plenitud
de su humanidad. Corresponde al cuidado por la dimensión interior. Cada persona asimila los valores de lo verdadero, lo bello, lo bueno y
justo. Es cada vez más humana, de modo más pleno
2. Visión objetiva: cultura como elaboración de un grupo humano que se torna común y caracteriza estas personas. Incluye el
patrimonio de conocimientos, valores, cualidades del espíritu humano. Es la concepción clásica y humanista, central para la vida
intelectual.
3. Visión antropológica[1]: la cultura como sistema o escala de valores, interpretación particular de la realidad, lenguaje y religión,
sistema de elementos en continua evolución histórica: ideas, artes, eventos, un complejo de modelos de vida socialmente considerados y
acogidos. Abarca elementos sociales como las costumbres, las leyes, las instituciones; elementos operativos tales como técnica, economía,
artefactos. Esta visión encarna el sentido general de la vida y de las experiencias fundamentales: la familia, la amistad, la intimidad, el
trabajo, la belleza, el sufrimiento, la muerte y la relación con lo trascendente.
Para las comunidades cristianas esta amplitud es el primer desafío en una perspectiva de inculturación de la fe que está llamada a ampliar la
visión pastoral a los diferentes niveles referidos.
1. Cultivo cristiano del ser humano llevado a cabo por cada discípulo de Jesús, en adhesión a la antropología teológica que la
Revelación ofrece a la humanidad. El prototipo de una humanización de los seres humanos es Cristo. La inculturación lleva y procura la
contemplación del misterio del ser humano, en el misterio del Verbo encarnado. Cultura "es lo que hace el ser humano ser más humano"
(Juan Pablo II - Discurso a la UNESCO, 2-6-80, n.6), es un terreno privilegiado en el que la fe se encuentra con el ser humano (JP II -
Discurso Palermo 11-1995). Positivamente se vive una ética de autenticidad, que rechaza como represión cualquier intento de imponer a la
complejidad de la vida emotiva rígidos criterios racionales. Se valoriza la autorrealización y la calidad de vida. Gana importancia la
atención dada a cada persona, la aproximación y acogida de cada ser en su unicidad (singularidad). Gana nuevo vigor el anuncio del
Evangelio en los lugares ordinarios de la vida cotidiana, en el trabajo, en la familia.
2. Como conjunto resultante de la producción de un pueblo, la cultura requiere un proceso de inculturación, que se debe calificar como
reconocimiento del papel desempeñado por el cristianismo en 2000 años de literatura, arte, arquitectura, música, filosofía, derecho. La
comunidad creyente toma conciencia del valor de la herencia cultural cristiana.
3. La valencia antropológica es la más exigente para los cristianos. No se trata de vivir del patrimonio adquirido, sino de realizarlo, en
el tejido de la historia de hoy. Sólo el testimonio creyente y realmente vivido de los valores del Evangelio se propone y da carne a la
antropología cristiana.
Un gran desafío será la elaboración de una prospectiva de la sociedad futura, estructurada en torno a los principios de la antropología
cristiana. La dimensión antropológica es el terreno de encuentro y diálogo entre la fe y las culturas.
Valores, mentalidades y costumbres, inspirados en la antropología cristiana, contrastan con la secularización de las conciencias y el déficit
de su presencia en el espacio público.
Si estos problemas implican la dificultad de la transmisión de la fe ad intra, hay también la dimensión ad extra: la debilitación del sujeto
eclesial y la progresiva secularización de la sociedad se incrementan recíprocamente. Ahora más que nunca, será importante desarrollar la
capacidad de interpretar, estimular y enriquecer aún más las formas culturales de lo vivido por el pueblo de Dios, juntando cultura vivida y
la cultura reflejada.
Se trata de un proceso en curso, una convergencia dialógica, abierta siempre a nuevos desarrollos, que ofrece contemporáneamente espacio
a una pluralidad sinfónica de expresiones y de itinerarios.
La relación fe y cultura experimenta, a lo largo de la historia, momentos de buenas síntesis y, en ocasiones, de algunos conflictos. Se
podría recordar: Agustín, Tomás de Aquino, Bartolomé de las Casas, Pascal, Newman, Rosmini y otros.
Representan situaciones negativas tanto los espacios de contra-cultura, (como el típico momento de los donatistas), cuanto las actitudes de
hegemonía cultural, a pesar de representar condiciones ideales de vida para el mensaje cristiano.
El beato Juan Pablo II aceptó la herencia conciliar y concretizo en el Consejo Pontificio de la Cultura la preocupación esencial que
fórmula: "Ya desde el comienzo de mi pontificado, vengo pensando que el diálogo de la Iglesia con las culturas de nuestro tiempo es un
campo vital, donde se juega el destino del mundo en este ocaso del siglo XX". (JUAN PABLO II - Acta Fundacional del Consejo
Pontificio de la Cultura, 20-5-82, n.2).
La fe cristiana no se reduce a un fenómeno cultural, religión civil, herencia de una religión poco seguida.
De hecho, la naturaleza propia de la fe necesita de la inculturación. La naturaleza de las culturas, cuyo núcleo generador está constituido
por su proximidad al misterio de Dios, también necesita de la evangelización para redescubrir y renovar su propia autenticidad. La Fe
Cristiana ayuda a la maduración de la cultura auténticamente humana, abierta al misterio de Dios. Si la cultura se deja animar por la fe
centrada en Cristo, principio y fin de la creación y de la historia, además de auténticamente humana será cristianamente cualificada, no sólo
un sector religioso de la cultura, sino una mentalidad evangélica en cualquier campo de la experiencia personal y social. El vínculo vital de
la fe con las expresiones culturales se articula con actitudes básicas: la referencia a Cristo como fundamento de la antropología cristiana; la
fidelidad a la doctrina de la fe y al enseñamiento social de la Iglesia y el respeto por la legítima autonomía de las realidades terrenas.
Hoy, la relación cultura - fe está desgastada en el clima indefinido, líquido, intangible, indefinible porque es siempre cambiante. Se vive
una sensación de fragmentación, de desintegración, incapaz de captar los trazos del misterio, porque está catapultada en sucesivas
emociones y pulsiones. En la gran mayoría de los cristianos de Occidente se adivina una afasia de la fe, incapaz de diálogo crítico con lo
que se ha llamado post-modernidad. Hay una fractura evidente entre fe y cultura. Hay un patrimonio de sensibilidad y disponibilidad
religiosa propia de la Tradición que puede deslizarse hacia la insignificancia y el formalismo o constituir un punto de partida para un
enraizamiento religioso más convencido y enriquecido. Se requiere un diálogo y un cuestionamiento.
La Iglesia se dirige a las comunidades cristianas y a la sociedad en su dimensión cultural. Este diálogo con las culturas es esencial para que
el ser humano pueda descubrir hoy que Dios, lejos de ser un rival del ser humano, le concede una realización plena, a su imagen y
semejanza. La fe ayuda a las culturas de nuestro tiempo a liberarse de sus límites y soltar sus virtualidades positivas.
Nosotros experimentamos que "la fe necesita de la cultura para ser vivida de modo humano" y estamos convencidos de que "la cultura
tiene necesidad de la fe para expresar la plenitud de la vocación del ser humano [2].
La fe está llamada a encarnarse en las culturas contemporáneas, en todas las dimensiones. Sólo de esta manera el mensaje del Evangelio se
convierte relevante cultural y socialmente.
Entre la fe y la cultura no puede haber contraposición. La Iglesia acepta el debate, la libre confrontación de ideas. Se dirige con respeto,
como madre, a todos y habla de Dios y muestra compasión por los seres humanos. Habla al corazón y a la inteligencia. Es consciente del
contexto cultural específico y lejano de la visión ofrecida en Cristo, fundamento de una antropología cristiana.
Entre las prioridades para un proyecto cultural de nuestros días, Benedicto XVI [3] colocó la creciente importancia de las ciencias y de la
tecnología, para hacer frente a la cuestión antropológica[4]. La relación entre la matemática, la inteligencia humana y las estructuras del
universo, en las que se reconoce una estructura inteligente, debería corresponder la relación profunda entre nuestra razón subjetiva y la
razón objetiva de la naturaleza.
Por lo tanto, en la educación de la persona y en la formación de la inteligencia, la libertad y la capacidad de amar, se sitúa la urgencia de la
posmodernidad. Aquí comienza la nueva evangelización. Sin la educación de la persona, la transmisión y la inculturación de la fe seria
impracticable.
El sentido de la conciencia cristiana implica estilos de vida, comportamientos éticos personales y sociales, políticos y económicos. Una fe
sólida y adulta lleva a una visión ética. Además se alimentan y se refuerzan recíprocamente. Existe una relación entre la dimensión cultural
de la religión y la cuestión ética. Crecen juntas e se iluminan mutuamente, cuando están ancladas en la verdad de la persona humana y en el
bien auténtico. Son peligrosas cuando caen en meras opiniones y demagogia. Una fe viva fermenta el tejido social de cada región. Juan
Pablo II lo dice claramente: "En el corazón de la cuestión cultural está el sentido religioso"[5]. Un cristiano de fe adulta unifica adhesión a
Cristo, pertenencia a la Iglesia, compromiso en las actividades temporales, conciencia misionera y apertura al diálogo.
En un contexto multicultural, de pluralismo cultural es importante encontrar valores universales presentes en las diferentes culturas. La
Iglesia se alegra de encontrar convergencias de valores tales como: la dignidad de la persona humana; derechos humanos; libertad
religiosa; defensa de la vida, centralidad de la familia; igualdad de los derechos y deberes entre el hombre y la mujer; atención a los pobres;
justicia, solidaridad, sobriedad; salvaguardia de la creación.
Cultura con la cualificación de cristiana no es un sistema completo y cerrado. La cultura, inspirada en Jesús y testimoniada en la Iglesia, es
clave de lectura, perspectiva abierta, apelo a la creatividad, promueve la libertad y la vocación del ser humano, respeta la autonomía de las
realidades terrenas, se enriquece continuamente con el intercambio intercultural.
La diversidad de valores comienza a aparecer como uno de los mayores desafíos para los ciudadanos del siglo XXI, que muestra posiciones
contradictorias entre los grupos de la sociedad. El conflicto de la interpretación de los valores, basada en la cultura desigual, en trayectorias
de vida, en opiniones, con enfrentamientos de los universos de referencia, genera auténticas segmentaciones en el campo social.
Hay una visión antropológica inspirada en la fe, con su sistema de valores. La dignidad de la persona humana es el centro polarizador de
cualquier propuesta cultural. En pocas palabras podemos recurrir a las primacías de la Civilización del Amor, tarea y esperanza de la
pastoral juvenil en América Latina: primacía de la vida humana sobre cualquier otro valor o interés, de la persona sobre las cosas, de la
ética sobre la técnica, del trabajo sobre el capital, de los significados sobre las necesidades, de los valores sobre los consumos[6].
Enfrentar al ser humano: su ser, sus necesidades, tareas y destino comienza por reconocer que la condición humana es limitada, marcada
por la provisional. Luego puede desarrollarse y construirse una cultura marcada por la debilidad y el fracaso de los seres humanos.
El ser humano, tanto en su consistencia biológica, como en la conciencia de sí mismo, está puesto profundamente en cuestión. De ahí la
importancia del sentido del límite. La acogida consciente del límite humano podría estar en el origen del fenómeno de la auto-trascendencia
que se expresa como religiosidad, como comunicación, como creatividad y como deseo.
La conciencia de los límites de una persona puede crear frustración y provocar rechazo.
Se trata de una clave antropológica que reconoce a la persona como criatura limitada, contra otra obstinada en la perfección sin límites. La
cuestión antropológica es de gran importancia estratégica como lugar de encuentro de las diversas problemáticas culturales posmodernas.
La cuestión antropológica es fundamental para desarrollar un proyecto sobre el futuro de la sociedad.
En la actualidad prevalece una concepción naturalista e inmanentista que quiere llegar a la unidad humana reduciéndola a naturaleza y a
materia. Estaría ausente la dimensión trascendente, fundamental en la visión cristiana de la vida.
La penetración de la amplia visión antropológica cristiana en los contextos culturales, cumple una llamada a la esperanza.
Es hora de recuperar la vitalidad de la relación entre razón, fe y cultura, logrando orientar cristianamente las grandes transformaciones
culturales en acto de la posmodernidad. El diálogo del cristianismo con la postmodernidad permite que el catolicismo no se convierta en
una subcultura. Esta actitud partiría de la convicción de que la fe sería un excedente respecto a la razón. Continúa siendo un desafío actual
la necesidad de que la fe sepa encontrar la razón, pero también que la racionalidad este abierta a la doble trascendencia de Dios y del ser
humano.
La racionalidad debe ser liberada de los estrechos límites dentro de los cuales la confinó la ciencia y debe ocuparse de las cuestiones del
sentido de la vida humana. La fe y la razón deben redescubrir el punto de encuentro para que no se reduzcan a racionalismo o fideísmo.
Los cristianos deben conocer en profundidad las tendencias culturales del propio tiempo: recoger las expectativas; desarrollar las instancias
válidas; denunciar los peligros y errores. Recorramos a grandes rasgos las grandes tendencias desde el Concilio hasta nuestros días.
En los años 60 predominó el pensamiento alternativo que encontraba en Marx su profeta y en Prometeo la figura del mito. Alimentó el gran
sueño de que el sentido de la vida fuera un futuro construido por los humanos contra los patrones del presente, a la manera de Prometeo
que había robado el fuego a los dioses para darlo a los humanos. El saber es visto como poder, manipulación de la realidad hasta colocar la
técnica encima de la ética: todo lo posible es lítico. Los resultados están a la visa. Sofocado por el hacer y por el tener, la persona sufrió de
asfixia, con la vida reducida al cálculo, y se llenó el vacío con lo inútil.
En los años 70's sobresalió el pensamiento negativo, ya profetizado por Nietzsche y míticamente representado por Sísifo. Esta corriente
cultural, limitándose a negar la posibilidad de sentido, como se representa en el Sísifo de la Odisea: condenado a rodar la piedra y, llegando
a la cima de la cumbre, regresa al valle y así demuestra el trabajo inútil e insensato.
En los años 80's crece la afirmación del pensamiento débil, después de la caída de la razón fuerte de los maestros de la sospecha: Marx,
Freud y Nietzsche. Intenta sobrevivir, en la elipse del grande fuego del "Logos", contentándose con los pequeños fuegos, que permiten
resistir en la noche. Como emblema surge Narciso, imagen de la persona curvada sobre sí y Pinocho, con la frenética voluntad de jugar y
divertirse, con la pretensión absurda de realizarse sin hacer caso al papá.
En los años 90's se afirma la presencia de diversas áreas culturales, marcadas por criterios particulares de orientación en la acción social y
en el proceso de construcción e transformación de la sociedad. Ocurre el fenómeno del policentrismo cultural. Esta diáspora cultural
requiere de la Iglesia una oferta de "respuestas evangélicamente inspiradas, culturalmente válidas e históricamente eficaces [7] . Habrá que
separar cualquier ambición de hegemonía cultural. La revolución biogenética da pasos firmes que se comienzan a verificar en el siglo XXI.
Los orígenes del "nuevo ateísmo" podemos reencontrarlos en el 11 de septiembre de 2001. El impacto de los ataques suicidas y homicidas
era señal de que el mundo cambió de modo irreversible. Richard Dawkins y otros defendían que la religión era irracional y peligrosa. Estos
argumentos evidenciaron un fanatismo religioso islámico. Fanatismo religioso equivalía a religión. Las señales adquieren consistencia: la
caída del muro de Berlín, el ataque a las Torres Gemelas, la imparable globalización, la revolución informática.
Con la caída de las tres filosofías de los últimos dos siglos: idealismo hegeliano, marxismo y positivismo, avanza el pensamiento débil,
"enfermedad del espíritu"[8], caracterizado por el desinterés de la búsqueda del sentido último y por la renuncia a una visión orgánica de la
vida. Se abrieron para la fe inesperadas posibilidades de inculturación. Pueden oscilar entre los paralizantes peligros de instrumentalización
de lo religioso y las oportunidades creativas para el proceso de inculturación de la fe.
La caída de las ideologías secularistas es una oportunidad y una responsabilidad. Se requiere mucha atención para darse cuenta de una
petición dirigida a la Iglesia, de modo casi sofocado o mudo. Medir la cantidad de medios y la calidad de los instrumentos disponibles para
corresponder a esta hora es una medida sensata y fundamental.
El pensamiento débil abre camino a una nueva inversión de la inteligencia cristiana en las artes, en la música, en la literatura, en la poesía,
en la ética pública, en el pensamiento político. Se renueva la centralidad de la Escuela, de la Universidad y de otros agentes formativos.
Son llamados al pesado encargo de la formación integral y cristiana de las personas.
El documento de preparación del Sínodo de 2012 verifica que muchas comunidades andan distraídas y no percibieron la crisis del ambiente
cultural, puertas adentro, el "cambio muy acelerado de parte de la cultura" (cf. Instrumentum laboris, Sínodo 2012, n. 103). Pero el
sentimiento general de los episcopados es de "preocupación" (cf. Instrumentum laboris, Sínodo 2012, n. 49). Ser propositivo en este nuevo
ambiente, renovar energía, tener voluntad operativa, exhalar frescura de anuncio y recurrir al ingenio, ¿qué quiere decir? El desafío es muy
serio, como advierten las fuerzas de renovación ya actuantes en el terreno. Hay posibilidad de vivir y comunicar la fe, en este nuevo
ambiente cultural. El terreno humanista serio y verdadero será la base de la Iglesia para vivir en el tiempo de este saeculum, sin ser
mundana. Encontrarse y dialogar con quien busca la verdad será un camino a recorrer, como lo comprueba el éxito del "Atrio de los
gentiles" (cf. Instrumentum laboris, Sínodo 2012, n. 54).
Se verifica, en el actual contexto, la necesidad de cultivar la capacidad para articular objetivos nuevos y tradicionales, individuados a nivel
nacional y regional, en los círculos tanto de la dimensión antropológica de cultura, como de la dimensión académica. Las múltiples
realidades eclesiales requieren un discernimiento comunitario.
La lectura sociológica, de la que nos servimos, recurre a dos grandes métodos: singularismo metodológico, que parte de la explicación de
hechos enigmáticos individuales, como hicieron los fundadores de la sociología, y holismo metodológico, que abraza objetos de estudio
amplios, con una mirada global. Así: Ulrich Beck[9], alemán que creó la expresión "sociedad de riesgo" para percibir la sociedad
contemporánea; Zygmunt Bauman[10], anglo-polaco, "sociedad líquida", sin puntos fijos, donde todos los valores y todas las instituciones
pierden la solidez; Michel Maffesoli[11], francés, creó la expresión "era de la tribu", sociedad donde no hay moral, sólo usos variados de una
comunidad para otra.
Existe una ambición científica en esta sociología holística. Puede concretizarse: sociología descriptiva - neutralidad de observación:
sociología cuantitativa, con base estadística o de interrogatorio y cuestionario.
Ya Montaigne prevenía: "temo que tengamos más ojos que barriga, más curiosidad que capacidad: abrazamos todo, pero apretamos sólo
viento".
En la lectura que hagamos de la realidad será fundamental recurrir a un lenguaje bíblico, no sociológico, filosófico, político. La cultura
católica no es una visión del mundo al lado de las otras, depositaria de valores, una agencia cultural, con armamento teórico.
El camino pasa por acercarse con confianza y creatividad a la fuente del Evangelio de la caridad y jugar la carta con convicción y
capacidad de convergencia. De la centralidad de Cristo podía descenderse a una antropología y a una cultura, orientada en sentido cristiano.
Una antropología dinámica, capaz de encarnar en las diversas situaciones y contextos históricos.
La levadura de la evangelización no teme contactar la modernidad. Lo importante es salir del síndrome de la subalternidad o del juego de
defensa o de reacción - emerger en el evento Jesús.
Se acepta la confrontación constructiva entre cristianismo y modernidad. La racionalidad no encuentra en la fe un límite y un freno, sino
una oportunidad de enriquecimiento y de profundidad que la pone en sintonía con el complejo marco de la realidad contemporánea. La fe
cristiana puede alimentar, en óptica confesional, una visión de la vida y de los valores éticos fundamentales que ofrecen la base de la
identidad de nuestras naciones. Hay un esfuerzo de pensamiento y trabajo de la inteligencia para hacer progresar al creyente en la realidad,
en veloz mudanza.
Solamente la razón, por la fuerza de su dimensión universal, podrá demostrar el valor universal de las opciones y de las propuestas
avanzadas en nombre de la fe.
Lo importante es ensanchar la racionalidad más allá de lo experimentable y de lo calculable para sobrepasar el relativismo ético que
aniquila al ser humano, limita la aspiración a la libertad, que no es mero producto instintivo.
La primacía de una racionalidad amplia se identifica con la primacía del Amor - amor a Dios y al prójimo-. El sentido de la relación entre
fe y razón conforme a la ética constituye el fundamento que la retira del maltrato del relativismo, la ancora en la verdad, no manipulable
por el subjetivismo.
Se pide "amplitud del espacio de la racionalidad" (Benedicto XVI), para permitir que las cuestiones relativas a conceptos de verdad y a
problemáticas éticas puedan recibir fundamento universal en virtud de una justificación racional.
La razón es la base y el horizonte de una cultura viva, para hoy y para mañana. Razón no aplastada por las conveniencias del momento, ni
subalternas por representaciones sociales más difusas. Es importante replantear, en las actuales condiciones, la verdad, la belleza y la
visibilidad del cristianismo.
La Razón surge como punto de encuentro entre creyentes y no-creyentes, moviéndose desde los ámbitos restringidos que la circunscriben
hasta a las grandes cuestiones de verdad y de bien.
En las experiencias ordinarias todos pueden encontrar el alfabeto con el cual componer las palabras que digan el amor infinito de Dios. La
cuestión de Dios es ineludible.
6. Interrogaciones y discernimiento sobre contextos culturales como tiempo de salvación
Tres actitudes son posibles ante las corrientes del contexto cultural predominante:
- y, en tercer lugar, discernimiento: se interroga sobre el kairós de la pos-modernidad, ya en declive en una época indescifrable.
Vivimos en terreno propicio para el redescubrimiento de la fe cristiana. Es importante acoger los elementos de crítica y de encuentro
dialéctico, las tensiones culturales de la pos-modernidad. Será necesaria una dosis de locura, de osadía evangélica, de David contra Goliat,
para enfrentar un adversario potente, compacto, con euforia de vencedor, como decía el Cardenal Martini.
Veamos algunos trazos característicos de la pos-modernidad, que consienten el encuentro con una cultura inspirada en el Evangelio:
6.1 Cultura de lo inmediato, espontáneo, fragmentario, pero fuertemente emotivo. Se vive el sentido de lo provisorio, en desconfianza
para con los grandes proyectos de vida y en rechazo de los compromisos definitivos. Se abre una instancia de experiencia concreta, como
por ejemplo: servicio gratuito a los pobres, alabanza jubilosa a Dios, obras de voluntariado.
Se siente una afirmación de la autonomía individual y de refugio en lo privado. Cada uno se afirma sobre los propios intereses. Escoge los
valores éticos a seguir, los fines, los medios, sin advertir la exigencia de las normas, objetivas y universales. E1 momento se caracteriza por
un eclipse creciente de la ética, en virtud del fin de la metafísica con consecuente encierro en lo relativo y en lo experimental.
Aumenta el aprecio por valores centrados en el individuo y en su autonomía. Cada persona busca construirse a través de relaciones
próximas que salvaguarden su aspiración y crecimiento. El individualismo gana papel en la posición social. Es patente el declino de valores
como religión, autoridad, rigor moral, obediencia, responsabilidad, igualdad, deber, trabajo.
La manía de los sondeos de todo, los barómetros de todo, las investigaciones multiplicadas, unas sobre otras, colocan los valores en la
categoría de las modas, perdiendo su durabilidad en frenesí opinante. Novedades, cambios, evoluciones se sitúan a corto plazo. Pero
reducir los criterios de vida a la inmediatez de la actualidad es grave para los valores.
La instancia positiva será la búsqueda de originalidad, de singularidad y de la opción personal, a pesar de ser estructural mente frágil,
porque no está fundada sobre la verdad subjetiva. Aquí el creyente cristiano puede encontrar la raíz para la libertad espiritual y para el
desprendimiento en orden a seguir adelante.
6.2 El paradigma del individualismo marca terreno en todos los planos: político (crisis de las democracias) socio-económico (sociedad de
consumo), religioso (personalización de la fe), emocional (importancia de la autenticidad de las relaciones), operativo (crisis de las
instituciones). La defensa de los intereses individuales y de grupo es regulada por normas que garantizan a todos oportunidades iguales. La
diversidad de modelos de comportamiento es tolerada como normal. Lo positivo de esta característica de la pos-modernidad está en la
observancia de reglas y en la tolerancia de la diversidad. Era evidente, con todo, cómo tal actitud escondiese peligros: de indiferencia y
extrañeza entre las personas, de que los derechos humanos no fueran objetivos y permanentes, sino merece consenso social. La
convivencia civil, para tener bases sólidas, necesita de valores compartidos, capaces de superar el escepticismo, sobre todo ético.
En este contexto, las comunidades cristianas no temen ser y aparecer como pequeño rebaño y optan por la acción capilar, a modo de
levadura, sin espectáculos, pero apta para formar cristianos adultos.
6.3 Se desarrolla la especialización sectorial, con la fragmentación de los varios ámbitos de la experiencia humana.Se exalta la
racionalidad científica y tecnológica. Otras formas de conocimiento son confinadas al ámbito de la subjetividad. Con todo, la ciencia y la
técnica no apagan la sed de felicidad inscrita en el corazón humano. Esto será un elemento para la inculturación de la fe.
La progresiva aceleración de la ciencia moderna y su fecundidad tecnológica operan una revolución antropológica. La denominada "tecno-
ciencia", de amplia base disciplinar, obliga a una reflexión teológica. La educación deriva de la cultura y produce cultura. En la educación
se verifica hoy una distancia entre el cuestionamiento de razones para vivir y las respuestas que a esta cuestión son ofrecidas por el
relativismo y nihilismo, por el evolucionismo cósmico y biológico, por las neurociencias; por la relevancia siempre creciente de las
ciencias empíricas. Estas contribuciones atenían contra la dimensión personal del ser humano, reducido a mero resultado de la evolución o
a objeto "medible", considerando la inteligencia y la libertad simples funciones del cerebro.
Sobresale la importancia del papel de la racionalidad como enlace entre las opciones en nombre de la fe y las tendencias del fondo cultural.
Las motivaciones racionales son fundamentales en las opciones personales, legislativas, institucionales.
6.4 En este contexto, es importante pensar la cuestión de la religión, de lo espiritual, esto es, del sentido de la vida.En un mundo
colmado de incertidumbre, la cuestión del sentido no es dada. Ni para el Estado, ni para las Iglesias, ni para otras instituciones, ni para la
Ciencia. Se vive la incertidumbre de lo condicional, multiplicadora de eclecticismo, de variadas pertenencias y de crecimiento de los
agnósticos, del anti-dogmatismo, haciendo la tolerancia intocable. Es el individuo quien escoge según sus criterios. Cada persona quiere
experimentar y reivindicar un período de ensayo antes de aceptar creer. Desea testar la apropiación personal para creer. La sinceridad y la
intensidad de la experiencia tienen supremacía en relación a la pertinencia y a la veracidad. Se busca el sentido de las cosas a través de una
conquista personal.
Una propuesta de sabiduría exige, por lo tanto, a los educadores, a la escuela, a la familia, a las instituciones con finalidades de pedagogía
social, una apertura para guiar, aconsejar, testimoniar, sin juzgar o reglamentar a los peregrinos de sentido de este nuestro tiempo. Porque
la cuestión del sentido será base para la recomposición de un nuevo mundo.
Se verifica un cierto despertar de la sensibilidad espiritual y de una religiosidad difusa, pero poco eficaz, para el tercer mundo. Entre los
factores del contexto cultural pos-moderno se sitúa esta tendencia para espiritualidades privadas y ecléticas.
Se requiere solidez espiritual, o sea, apertura de espíritu a la trascendencia, al Absoluto. Este rasgo para la universalidad del Ser quebrará la
multi-diversidad que enclaustra cada persona, cada grupo, cada país en su círculo. Inspirados en el único Absoluto, los políticos quedan
aptos a acoger la presencia de Dios en la historia actual y entregar nuestra pobreza al servicio de la vida en abundancia, que el Absoluto
ofrece a todos los vivientes.
El Cardenal Martini (Progetto, p. 153) señalaba como actitudes de respuesta para vivir en tiempo de la cultura pos-moderna: cultivar la
interioridad y la oración, buscar la familiaridad con la Sagrada Escritura. La propuesta de una espiritualidad sólida, creíble y cristalina será
un servicio de la Iglesia a la cultura contemporánea.
6.5 Un gran desafío será el reconocimiento de los antídotos y de las líneas de resistencia que nacen en el corazón de una sociedad a
la deriva. Verificamos un contexto cultural extraño e indiferente o hasta hostil, en rápida transformación. El Documento de preparación
del Sínodo no deja de observar que "varios sectores de la cultura actual manifiestan una especie de aversión hacia todo lo que es afirmado
como verdad, en contraposición al concepto moderno de libertad entendida como autonomía absoluta, que encuentra en el relativismo la
única forma de pensamiento adecuada a la convivencia entre diversidades culturales y religiosas." (Instrumentum laboris, Sínodo 2012, n.
126). Esta actitud hostil requiere insistente acompañamiento en el camino hacia la verdad y la paz, renunciando a cualquier violencia.
El valor de la libertad degeneró en opción individualista en todos los campos de la vida, de lo afectivo a lo económico, de lo político a lo
sexual. La libertad no muestra unión con la verdad. La libertad no conoce otros límites si no la libertad del otro. Pero la libertad cristiana
fue conquistada por Cristo para nosotros. Cristianismo y pos-modernidad difieren en el significado de libertad.
Las ciencias sociales tienden a privilegiar una posición laicista, como si fuera neutral y equilibrada. Es evidente en la metodología
educativa, donde se afirma que la participación religiosa es un obstáculo al progreso pedagógico. Algunas tendencias culturales consideran
la religión como irrelevante y a la fe como extraña. Otras, advirtiendo la necesidad religiosa, no están preocupadas por los contenidos
específicos de la fe y de la Moral. Otras, todavía, prefieren un sincretismo religioso, con base en la búsqueda individual del bienestar
propio y emotivo.
Nosotros, por lo tanto, conscientes de las ideologías agnósticas y hostiles a la Tradición cristiana y declaradamente ateas, debemos ser más
persistentes en el diálogo, para permitir descubrir a Dios, que no es rival del ser humano (Juan Pablo II - Carta de Fundación del PCC).
El ateísmo se asume y se presenta como la "categoría racional predefinida", respecto a la cual todas las otras creencias deben ser
justificadas. Se pretende que el ateísmo ofrezca una posición de neutralidad en relación a los valores. De ahí se parte para examinar e
evaluar los comportamientos religiosos. La creencia religiosa es muchas veces presentada como separación de las normas sociales
prevalentes, incomprensible persistencia de ideas y prácticas del pasado, o algo que revele hábitos mentales irracionales.
La libertad religiosa considera la religión un conjunto de ideas, de prácticas y valores privados. Pero se excluye de la esfera pública, de
expresiones visibles. Los laicismos también son sistemas de creencias: no son neutrales, son movidos por una ideología que invade el
espacio público. El laicismo niega, excluye y suprime ideas y valores morales de los otros, defendiendo el mito de la propia
neutralidad[12]. Hay pretensión de elaborar y transmitir una cultura neutra e ilusoria.
Vivimos en un contexto cultural fuertemente marcado por el pluralismo secularista. Asistimos a los procesos de secularización y
descristianización, relativismo, nihilismo e indiferentismo ético. Hay interrogantes e inquietudes levantadas por tales fenómenos culturales.
El modo más apropiado para enfrentar la secularización de la fe es uno sólo: "el empeño sincero en el seguimiento del Señor, la tentativa
humilde de dar respuesta positiva al Dios absolutamente santo".
Concluyendo: el terreno tiene dificultades, pero es propicio para el redescubrimiento de la fe. Un ejercicio de discernimiento reconoce en la
cultura de lo inmediato y de lo espontáneo, en la tolerancia, en la diversidad, en el recurso a la racionalidad, en la incertidumbre y en la
búsqueda de sentido, de espiritualidad, en la irrelevancia de la religión en el espacio público, auténticos desafíos a la osadía evangélica.
Tener hoy conciencia misionera significa la audacia humilde del diálogo, la convicción firme de llevar una propuesta de plenitud humana.
LA OPCIÓN POR LOS POBRES
“La opción por los pobres” es el título del noveno programa del teólogo venezolano Rafael Luciani, en el
que explica el origen de esta noción y cómo el Papa Francisco la incorpora en su magisterio.
Mireia Bonilla
18 MAYO, 2017, 4:07 PM
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La opción preferencial por los pobres ha sido una de las contribuciones más importantes que ha hecho la Iglesia
latinoamericana. Sin ella no es posible comprender el modo como fue recibido el Concilio Vaticano II (1962-1965) en la
región. Hoy se puede afirmar que es una enseñanza oficial de la Iglesia. Benedicto XVI, en el discurso inaugural de la V
Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, recordó que “la opción preferencial por los pobres
está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza”
(cf. 2 Cor 8,9). Optar por el pobre es hacerlo por ese Dios que se revela en Jesús. Y es, ante todo, una opción de Dios
mismo por ellos, según ha sido comunicada por medio de la vida de Jesús y transmitida a todos nosotros a través de los
evangelios.
El magisterio de Francisco continúa esta senda y entiende que el “pobre es una categoría teológica” (Evangelii
Gaudium198), que “los pobres son la carne de Cristo” (Paraguay, 11 de julio de 2015). En este sentido, es una
condición sine qua nonpara la vida cristiana que la define en su identidad discipular, porque la propuesta de Jesús, que es
la del Reinado de Dios, no es la de una relación privada e íntima con Dios (EG 183), sino la de una relación que implica
construir una sociedad de fraternidad, paz, justicia y dignidad para todos (EG 180).
A pocos días de su elección, el 15 de marzo del 2013, Francisco pronuncia aquella frase que define su pontificado:
“¡Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”, significando con ella que no estamos ante una opción
facultativa entre tantas otras posibles, sino ante una opción fundamental en la vida del cristiano y de la Iglesia en su
conjunto, pues la falta de solidaridad para con el pobre “afecta directamente a nuestra relación con Dios” (EG 187) y
limita nuestro modo humano de ser y vivir en esta historia.
El modelo eclesial que Bergoglio recibe en Aparecida será el que Francisco profundice en la exhortación
apostólica Evangelii Gaudium, donde llama a desandar los espacios públicos, los nuevos ágoras, para rechazar los
intentos de privatización de la religión; a alejarse de formas devocionales de arraigo individualista y sentimental (EG 70)
y a superar una mentalidad social asistencialista (EG 204). En fin, hay que recuperar un cristianismo con Evangelio (EG
11) para poder ir al encuentro de las periferias (EG 20) con un “nuevo discurso de la credibilidad” (EG 132).
Para Francisco esta opción conduce a discernir el lugar social en el que nos movemos y desde donde pensamos, para
descubrir los signos de la presencia de Dios (Gaudium et Spes 11). Cuando leemos las Escrituras nos damos cuenta de
que el lugar social para Jesús, donde pasa su tiempo y deja su cansancio, es la realidad de los pobres en sus luchas
cotidianas por mejorar sus condiciones de vida sociopolíticas y económicas. Es ahí y a ellos a quienes ofrece palabras de
esperanza y gestos de sanación.
Comprender esto implica un desplazamiento de nuestra zona de seguridad hacia el lugar donde se encuentran y viven los
excluidos, los desechados por la sociedad, porque es desde ahí, con ellos, donde se puede entender “la verdad de la
realidad”, la verdad de lo que sucede. Este desplazamiento significa convertirnos, conocer por experiencia lo que vive la
gente, y no dejarnos llevar por la tentación del sistema dominante actual que nos hace pensar sobre la realidad de los
otros, pero sin ellos, sin conocer ni padecer sus mundos de vida y las condiciones en las que se encuentran. Así lo explicó
Francisco en una entrevista que le concediera en el año 2014 al jesuita Antonio Spadaro: “Hago muy seguido referencia a
una carta del padre Pedro Arrupe, que fue General de la Compañía de Jesús. Era una carta dirigida a los Centros de
Investigación y Acción Social (CIAS). En esa carta, el padre Arrupe hablaba de la pobreza y decía que es necesario un
tiempo de contacto real con los pobres. Para mí, esto es realmente importante: es necesario conocer la realidad por
experiencia, dedicando un tiempo para ir a la periferia para conocer de verdad la realidad y lo vivido por la gente. Si esto
no ocurre, entonces, se corre el riego de ser abstractos ideólogos o fundamentalistas, y esto no es sano”.
Sin esta mirada desde la periferia, la predicación del Evangelio será intranscendente. Por ello, es preciso entablar una
atención amante que considere al pobre como sujeto, en relación horizontal y trato igualitario. Esta atención amante no se
basa en una conversión solo del trato personal o de las costumbres, sino del cambio de mi orientación de vida, de modo
que todo lo que haga sea en función del bien del otro. Para Francisco esto está ocurriendo entre aquellos “sacerdotes y
agentes pastorales que cumplen una enorme tarea acompañando y promoviendo a los excluidos de todo el mundo, junto a
cooperativas, impulsando emprendimientos, construyendo viviendas, trabajando abnegadamente en los campos de salud,
el deporte y la educación” (Francisco, II Encuentro Mundial de Movimientos Populares, Bolivia, 9 de julio de 2015).
Con tres pinceladas queda retratada la primera comunidad cristiana en los Hechos de los Apóstoles: ser capaz de plena
concordia “por dentro” (cfr. Hch 4,32), dar testimonio de Cristo “por fuera” (cfr. Hch 4,33), e impedir que ninguno de sus
miembros padezca miseria (cfr. Hch 4,34). Son las tres peculiaridades del pueblo renacido de lo Alto (cfr. Jn 3,7), del
Espíritu que da vida al primer núcleo de los nuevos cristianos, cuando aún no se llamaban así.
1. En primer lugar, una comunidad armónica. Tenían un solo corazón y una sola alma (Hch 4,32). Una comunidad en
paz. Eso significa que en aquella comunidad no había lugar para murmuraciones, envidias, calumnias, difamaciones. ¡Paz!
¡Y perdón: el amor lo cubría todo! Para identificar una auténtica comunidad cristiana, debemos preguntarnos cómo es la
actitud de esos cristianos. ¿Son mansos y humildes? ¿Se pelean entre ellos por el poder? ¿Hay peleas de envidia? ¿Hay
murmuraciones? Si es así, no van por el camino de Jesucristo. Y esta peculiaridad es muy importante, mucho, porque el
demonio siempre intenta dividirnos: es el padre de la división. Y no es que les faltaran problemas a la primera comunidad
cristiana: luchas internas, doctrinales, de poder, que también volvieron a aparecer luego. Por ejemplo, cuando las viudas
se quejaban por no ser bien atendidas y los Apóstoles tuvieron que ordenar diáconos. Pero ese momento fuerte de los
comienzos fija para siempre la esencia de la comunidad renacida del Espíritu.
2. En segundo lugar, una comunidad de testigos de la fe, con la que hay que comparar toda comunidad actual. ¿Es
una comunidad que da testimonio de la resurrección de Jesucristo? (cfr. Hch 4,33) ¿Esa parroquia, esa comunidad, esa
diócesis cree de verdad que Jesucristo ha resucitado? ¿O lo dice solo de boquilla: Sí, ha resucitado, porque lo cree así,
pero su corazón está lejos de esa fuerza? Hay que dar testimonio de que Jesús está vivo, está entre nosotros. Así se
puede comprobar cómo va esa comunidad.
3. La tercera característica con la que medir la vida de una comunidad cristiana es la pobreza. Y aquí, podemos
distinguir dos aspectos (cfr. Hch 4,34-35). Primero: ¿Cómo es tu actitud o el de tu comunidad hacia los pobres? Segundo:
¿Esa comunidad es pobre: pobre de corazón, pobre de espíritu? ¿O pone su confianza en las riquezas, en el poder?
Armonía, testimonio, pobreza y cuidado de los pobres. Es lo que Jesús le explica a Nicodemo: hay que renacer de lo
Alto (cfr. Jn 3,7). Porque el único que puede hacer eso es el Espíritu. Es obra del Espíritu. La Iglesia la hace el Espíritu. El
Espíritu hace la unidad. El Espíritu te empuja al testimonio. El Espíritu te hace pobre, porque Él es la riqueza y hace que te
preocupes de los pobres. Que el Espíritu Santo nos ayude a caminar por la senda de los renacidos por la fuerza del
Bautismo.
N.B. Traducción libre del original italiano de Radio Vaticano. Como el Papa habla sin papeles, no se debe –y muchas
veces, no se puede– transcribir literalmente todo lo que dice (porque hay repeticiones, medias palabras, gestos imposibles
de transcribir…). Por eso, lo adapto para ser escrito y leído. También he añadido las citas de las lecturas del día a las que
se hace referencia. Por tanto, no se deben tomar como palabras literales del santo Padre, aunque sí recogen fielmente sus
enseñanzas. (N. del T.).
La Iglesia católica tiene una organización jerárquica, pero no se trata de un ejercicio de
la autoridad al uso, como el que se puede dar en cualquier empresa o institución. La misión
esencial de cualquier católico, desde el último bautizado hasta el propio Papa, es
siempre la misma, el anuncio del Evangelio y el ejercicio de la caridad.
Pese a ello, dentro de la Iglesia hay una diversidad de ministerios, cuyas
responsabilidades y tareas están reguladas por el Código de Derecho Canónico en el libro
que se refiere al «Pueblo de Dios», en concreto, la sección II sobre «La constitución
jerárquica de la Iglesia».
1. El Papa. Elegido por los cardenales electores durante el cónclave, el Papa representa a
Cristo en la Tierra, por eso se le denomina el Vicario de Cristo. En el Santo Padre permanece
la función que el Señor encomendó singularmente a Pedro, primero entre los apóstoles.
Además es la cabeza del colegio de obispos, que le prestan su cooperación de distintas
maneras, al igual que los cardenales.
2. Los cardenales. Son «creados» por el Papa. Los que tienen menos de 80 años de edad
pueden votar al nuevo Pontífice en caso de que se celebre el Cónclave. Asisten al Santo Padre
tanto colegialmente, cuando son convocados para tratar juntos cuestiones de más
importancia, como personalmente, mediante los distintos oficios que desempeñan,
ayudando al Pontífice sobre todo en su gobierno cotidiano de la Iglesia universal. Para poder
ser nombrado cardenal basta con ser sacerdote, aunque el candidato deberá recibir la
ordenación episcopal antes de recibir el anillo y la birreta de manos del Santo Padre.
3. Los obispos. Ejercen una triple misión: enseñar, santificar y gobernar una porción de la
Iglesia con un criterio propio, como cada uno de los sucesores de los Apóstoles. Ningún
obispo, aunque haya sido nombrado cardenal, tiene autoridad sobre otro, sino que cada uno
depende directamente del Papa.
En sus respectivas diócesis, son responsables de atender a sus presbíteros; cuidar de que
cumplan debidamente las obligaciones propias de su estado, y de que dispongan de aquellos
medios e instituciones que necesitan para el incremento de su vida espiri tual e intelectual.
Ayudados por los presbíteros, sus colaboradores, y por los diáconos, los obispos tienen la
misión de enseñar auténticamente la fe, de celebrar el culto, sobre todo la Eucaristía, y de
dirigir su Iglesia como verdaderos pastores.
Para poder ser nombrado obispo se requiere que el interesado sea: linsigne por la firmeza de
su fe, tenga buenas costumbres, buena fama y cuente con al menos treinta y cinco años.
También tiene que llevar al menos cinco años de presbítero y ser doctor o al menos
licenciado en Sagrada Escritura, teología o derecho canónico, o al menos verdaderamente
experto en esas disciplinas.
Se basan en una concepción de la Iglesia como misterio de comunión: todos somos Iglesia y
todos tenemos, como células del cuerpo místico de Cristo, una función. Por eso no sólo los
sacerdotes o religiosos ejercen ministerios, sino también los laicos.
Se puede leer en la primera Carta a los Corintios que todos formamos un único cuerpo en
Cristo (1 Cor 12,12 y ss).
Todos nos necesitamos y debemos poner al servicio de los demás los dones,
funciones, carismas y ministerios que el Señor, el Espíritu y la misma Iglesia ha suscitado y
sigue suscitando.
Por tanto la Iglesia desde sus orígenes ha aprovechado una importante variedad de
servicios, funciones y tareas que reciben el nombre genérico de ministerios; todo
de cara a la misión. Es por esto que la Iglesia es definida también como “ministerial”, tal y
como se deduce de las cartas paulinas (Rm 12,6-8).
Según el Nuevo Testamento los ministerios eclesiales pueden ser de tres tipos:
a) Los queridos por Jesús: Los apóstoles -pastores y evangelistas– (Lc 6,13; Lc
10,1);
b) Los inspirados por la acción del Espíritu Santo. Son los ministerios señalados
en las cartas paulinas: el ministerio de apóstol, de profeta y de maestro, etc. (1
Cor 12,28; Ef 4,11).
c) Los elegidos por la Iglesia: los “colaboradores” de San Pablo, que no son otra
cosa que los responsables de las comunidades cristianas (Rm 16,3; 1 Tes 3,2; 2 Cor
8,23; 1 Tes 5,12; 1 Cor 16,16).
Los ministerios que suscita el Espíritu hacen a la comunidad y ésta es la que los discierne,
como vemos en la elección de los primeros diáconos (Ac 6,1-6).
Ahora bien, Dios ha querido no solamente la existencia de ministerios en todas y cada una de
las comunidades, sino que además ha querido también la diversidad y la creatividad de
acuerdo a las necesidades que se iban presentando (Hech 1,21-26; 6,1-3).
Los ministerios laicales son signo de vitalidad de la Iglesia, un don del Señor a la comunidad
de creyentes y una exigencia de fidelidad a la vocación de servicio que debe caracterizar a los
seguidores de Jesús de Nazaret.
Los ministerios laicales tienen su dignidad; y esto significa señalar su propio lugar dentro de
la Iglesia.
Claro, el servicio del ministro laico necesita una capacitación especializada, una
competencia demostrada y una específica aceptación pública al interior de la
misma Iglesia.
Entre otros documentos tenemos, por ejemplo, el Catecismo de la Iglesia (1994) que al hablar
de los fieles cristianos (nn.871-873) reconoce que entre los bautizados se da una
verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, pero existen diversos
ministerios, carismas y dones.
Algunos, incluso, pueden ser llamados a colaborar con los pastores (n. 910). Todo
para la común edificación del único cuerpo de Cristo.
También tenemos la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi (Del papa Pablo VI, del año
1975).
Este documento ya señala (n. 70), que los seglares, en primer lugar, tienen como
vocación específica la evangelización en medio del corazón del mundo, en los
complejos ámbitos de la política, de lo social, de lo económico, de la cultura, de la ciencias y
de las artes. Y están llamados a ejercer ciertos ministerios dentro de la Iglesia.
Y en la exhortación apostólica del papa Juan Pablo II Christifideles Laicidel año 1988
podemos comprender mucho mejor qué son los denominados “ministerios y funciones
laicales”.
Estos ministerios denominados “laicales”, tanto los ocasionales como los estables, ayudan a
concretar las cuatro dimensiones tradicionales de la Iglesia: caridad (diakonia),
comunión (koinonia), evangelización (martyria) y culto (leiturgia).Son ministerios
importantes y necesarios y expresión del sacerdocio común bautismal de los
fieles y de la riqueza de manifestaciones del Espíritu para la edificación de la Iglesia.
EL ORIGEN DEL PAPADO
El despliegue del Papado constituye algo asombroso: nunca había sucedido algo
comparable, que una autoridad religiosa, sin medios económicos o militares, se haya
convertido en elemento clave (legal y cultural, espiritual y político) de la historia de
Europa (y de occidente). Sus orígenes fueron humildes y oscuros: nadie puede señalar
el momento en que surgió ni el día en que (bien entrado el siglo II) empezó a regir en
Roma un obispo "monárquico", que se sintió responsable de la iglesia (o conjunto de
iglesias) de la capital y extendió su influjo en el imperio. Tampoco sabemos el
momento en que (entre el siglo III y IV) se presentó como heredero de Pedro y
consiguió una autoridad casi jerárquico-imperial sobre gran parte de la cristiandad.
Pero el papado surgió y rigió los destinos de Europa occidental desde el siglo VI al
XV, conservando hasta ahora gran influjo, como vimos en los funerales de Juan Pablo
II y como vemos en la preparación del Cónclave. Por eso es bueno recordar su origen,
partiendo de los Doce apóstoles con Pedro y desde la antigua iglesia de Roma.
1. Los Doce apóstoles y Pedro. Jesús instituyó Doce mensajeros para preparar la
llegada del «Reino de Dios» en las doce tribus de Israel. Tras la muerte de Jesús, ellos
permanecieron en Jerusalén, esperando la conversión de los judíos y la llegada del
Reino; pero no llegó como esperaban, ni los judíos en conjunto se convirtieron, de
manera que perdieron su función. Pero mientras los Doce fracasaban, algunos
cristianos nuevos, llamados helenistas, empezaron a extender el evangelio a los
gentiles de cultura siria o griega; partiendo de ellos se extendió Iglesia a todo el
mundo.
Pues bien, Pablo, uno de esos helenistas universales, afirma que el «fracaso» de los
Doce fue providencial (cf. Rom 9-11), pues permitió que la Iglesia rompiera el modelo
cerrado del judaísmo nacional. Más aún, Pedro, que había sido compañero de Jesús, el
primero de los Doce, aceptó y ratificó ese cambio, de manera que la tradición ha
podido presentarle como roca o fundamento de la iglesia universal (cf. Mt 16, 17-19).
En esa línea, los cristianos posteriores reinterpretaron (invirtieron) la función de los
Doce (ya desaparecidos), haciéndoles apóstoles universales. Surgió así la hermosísima
"leyenda” donde se añade que los Doce, con Pedro a la cabeza, consagraron para
sucederles a los obispos. Ni los Doce fueron apóstoles universales, ni los obispos sus
sucesores estrictos; pero la historia no es como fue, sino como se cuenta.
Pues bien, el «cambio» de Pedro no es leyenda, sino historia esencial. Tras mantenerse
un tiempo en Jerusalén con los Doce, él se «convirtió» y asumió la misión universal, al
lado de Pablo (cf. Gal 2, 8). Dejó Jerusalén y fue primero a Siria (Antioquia: cf. Hech
12, 17 y Gal 2, 11) y después llegó a Roma donde vino también Pablo. Los dos
esperaban el Reino de Dios para todos los pueblos, pero fueron acusados de causar
disturbios y ejecutados. Roma era entonces signo de universalidad y tanto Pedro como
Pablo eran universalistas. Entretanto, en Jerusalén había quedado Santiago, hermano
de Jesús, defensor de un cristianismo judío, pero también él fue asesinado por un Sumo
Sacerdote celoso, en torno al 62 d. C.
2. Roma, una iglesia sin obispo-papa. Los fundadores de su iglesia no fueron Pedro o
Pablo, sino algunos judeo-cristianos helenistas que llegaron en época temprana,
ocasionando tumultos en tiemposde Claudio (el 49 d. C. Cf. Suetonio, Claudius 25;
Dion Casio, Historia 60, 6, 6). Más tarde, hacia el 60, llegaran Pablo y Pedro, que
misionaron y fueron condenados a muerte (hacia el 64), dejando el recuerdo de su vida
y obra. Por entonces la comunidad o comunidades tenían una administración
presbiteral, conforme al modelo de las sinagogas, donde un consejo de “notables”
(ancianos) dirigía la asamblea.
Otras comunidades habían ido introduciendo el modelo monárquico, con un Obispo o
supervisor, como presidente, sobre los presbíteros. Pero Roma prefirió seguir la
tradición. Por eso, contra lo que suele decirse, ni Pedro fue el obispo de Roma, ni dejó
unos sucesores obispos. Durante más de un siglo, la iglesia siguió dirigida por un
grupo de ancianos, entre los que han podido sobresalir Lino, Clemente o Evaristo (a
quienes después llamarán papas). Sólo en la segunda mitad siglo II, de manera genral
general, las iglesias asumieron una estructura monárquica, que dura hasta hoy. Con ese
cambio, ellas marcaron su distancia respecto al judaísmo rabínico, que mantuvo un
gobierno colegiado. Pero los judíos rabínicos se aislaron, formando un grupo nacional,
mientras los cristianos episcopales pudieron abrir su evangelio a todos los estratos de
la sociedad. Dado ese paso, los obispos de Roma pudieron presentarse como
interlocutores ante la sociedad civil y apelar a Pedro como a fundador y primer obispo.
3. Roma, una iglesia con obispo. Junto a otros factores (recuerdo del sumo sacerdocio
israelita, filosofía jerárquica helenista, genio político romano) en el surgimiento y
despliegue de los obispos influyó la exigencia de mantener la visibilidad y el carácter
social de la iglesia, frente al riesgo gnóstico, de disolución intimista. Por lógica
interior, el cristianismo debería haberse convertido en un conjunto de agrupaciones
espiritualistas, como tantas otras, que desaparecieron pronto. Pues bien, en contra de
eso, las iglesias se unificaron y fortalecieron en torno a sus obispos, trazando, para
justificar ese cambio, unas genealogías o listas de "obispos" que se habrían mantenido
fieles desde los apóstoles, especialmente en Roma, que empezó a ser para muchos el
punto de referencia de la identidad cristiana.
Entre los partidarios del cambio está Hegesipo, un oriental que vino a Roma para
buscar su lista seguida de obispos (Cf. Eusebio de Cesarea: Historia Eclesiástica, II,
23, 4-8 etc). Hacia el año 180, Ireneo de Lyon ofrece también una lista de "obispos de
Roma" como garantes de la tradición cristiana, pues «en ella se ha conservado siempre,
para todos los hombres, la tradición de los apóstoles» (Adversus haereses, III, 3, 2). De
esa forma proyectaron hacia el principio la estructura y las instituciones posteriores de
la iglesia, defendiendo su carácter social y jerárquico.
Esta "invención" de los obispos fue providencial para la iglesia posterior. Pero entre el
comienzo de las comunidades (hacia el año 40-60) hasta el establecimiento del
episcopado estable (hacia el 160/180) quedan más de cien años de iglesia esencial, a
los que tienen que volver los cristianos, para conocer su identidad. La iglesia episcopal
y jerárquica pudo pactar después con el imperio romano, de manera que el obispo de
Roma será, en clave cristiana, lo más parecido al emperador como sabe el Cronógrafo
romano (siglo IV) y ratifica más tarde la donación apócrifa pero canónicamente
esencial de Constantino. Ese proceso de "concentración" administrativa resulta lógico
y se ha dado en muchos movimientos políticos y sociales,que pasan de un régimen
colegiado y carismático a la concentración de poder que posibilita la pervivencia del
grupo.
-Lo cognoscible de Dios es manifiesto entre ellos, pues Dios se lo manifestó; porque desde la creación del
mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante sus obras. De
manera que son inexcusables, por cuanto, conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron
gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, viniendo a oscurecer su insensato corazón; y
alardeando de sabios se hicieron necios, y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la
imagen del hombre corruptible- (1, 18-23)
Las palabras de San Pablo nos ayudan a resumir algunas de las más frecuentes causas del ateísmo en la
práctica:
- El orgullo o soberbia. El hombre orgulloso se cree superior e independiente. Dios le estorba porque le
limita y se convierte para él en un enemigo.
- Las pasiones desordenadas. Dios sería un freno a la búsqueda incontrolada de placeres. Los que sólo
piensan en gozar no quieren tener ningún límite a su egoísmo y, como consecuencia, rechazan a Dios.
-atendiendo a las obras no reconocieron al artífice (…), pues de la grandeza y hermosura de las criaturas
se llega, por analogía, a contemplar a su Autor- (13, 1, 5).
Respuesta de la Iglesia al ateísmo:
-Defiende la Iglesia que el reconocimiento de Dios no se opone en modo alguno a la dignidad del hombre,
puesto que esta dignidad se funda en Dios y en El tiene su perfección: el hombre recibe de Dios Creador la
inteligencia y libertad que le constituyen libre en la sociedad; pero, sobre todo, es llamado, como hijo, a la
comunión misma con Dios y a la participación de Su felicidad. Enseña, además, que la esperanza
escatológico en nada disminuye la importancia de los deberes terrenales, cuando más bien ofrece nuevos
motivos para el cumplimiento de los mismos. En cambio, cuando faltan plenamente el fundamento divino
y la esperanza de la vida eterna, queda dañada gravemente la dignidad del hombre, según se comprueba
frecuentemente hoy, mientras quedan sin solución posible los enigmas de la vida y de la muerte, de la
culpa y del dolor, tanto que no pocas veces los hombres caen en la desesperación.» (GS, 21)
Sostienen algunos ateos (por ejemplo, los marxistas) que la esperanza en una vida futura aparta al
hombre de la necesaria preocupación por las cosas de este mundo. Más bien hay que decir lo contrario:
cuando falta el sentido religioso de la vida, el hombre se degrada. Así, la falta de fe religiosa aumenta los
homicidios, el alcoholismo, el divorcio, el aborto, el uso de las drogas, el desorden sexual con sus
consecuencias, como la violación, etc., pecados todos ellos que no sólo van contra la ley de Dios, sino
contra la sana convivencia entre los hombres.
Por otro lado, sólo la fe religiosa da sentido a enigmas como la vida y la muerte, la culpa, el dolor, que no
raras veces llevan a la desesperación y al suicidio.
-Hay que llevar un remedio el ateísmo, pero no se logrará sino con la doctrina de la Iglesia
convenientemente expuesta y por la integridad de su propia vida y de todos los creyentes. Ciertamente
que tiene la Iglesia la misión de hacer presente, visible en cierto modo, a Dios Padre y a su Hijo
encarnado, por su incesante renovación y purificación, guiada por el Espíritu Santo. Y esto se obtiene, en
primer lugar, con el testimonio de una fe viva y plena, educada precisamente para conocer con claridad
las dificultades y superarlas. Un sublime testimonio de esta fe dieron y dan muchísimos mártires. Fe, que
debe manifestar su fecundidad penetrando totalmente en toda la vida, aun en la profana, de los creyentes,
moviéndolos a la justicia y el amor, especialmente hacia los necesitados. Mucho contribuye, finalmente, a
esta manifestación de la presencia de Dios el fraternal amor de los fieles, si con unanimidad de espíritu
colaboran en la fe del Evangelio, y se muestran como ejemplo de unidad.- (GS, 21).
- la exposición adecuada de la doctrina; pues, para que no haya ateos por desconocimiento de la verdad
sobre Dios, es necesario que los creyentes conozcan y difundan la verdad;
- que los creyentes lleven una vida íntegra; pues a los hombres, más que las teorías, les convencen los
hechos que las confirman;
- el amor a los demás, refrendado por las obras, que será una demostración práctica del amor a Dios.
Ateos
Son las personas que dicen que Dios no existe. Los ateos afirman que las
explicaciones que dan las religiones tienen otras razones físicas... Hay distintos
tipos de ateísmo y varias corrientes de pensamiento.
Son muchos los caminos por los cuales una persona puede llegar a la
conclusión de que Dios no existe.
Desde hace una décda se está viendo como disminuye el número de ateos,
aumentando el número de agnósticos y creyentes.
Los ateos afirman, entre otras muchas cosas, que los que creen en Dios lo
hacen por miedo, por no enfrentarse a la dura realidad de la vida, porque son
unos ignorantes o porque se les "ha comido el coco".
Los ateos no creen que haya una vida más allá de la muerte, que todo son
ilusiones ante el desastre de la desaparición definitiva… Para los ateos cuando
una persona muere, muere todo su ser…
Agnósticos
Son las personas que afirman que Dios puede que exista, que puede existir
algo, pero que el conocimiento humano no puede llegar a conocerlo. Hay
diferentes modalidades y variantes de agnosticismo.
Creyentes
Son las personas que afirman que Dios existe, que es un ser, no una cosa o
"un algo". Los creyentes creemos que Dios interviene en el mundo y en la
historia humana.
Creyentes en general
Son muchas las religiones que existen en el mundo. Cada una de ellas según
su historia, su cultura, su manera de vivir, etc… expresan su idea de Dios.
Creyentes son, por ejemplo:
• los cristianos (ver abajo)
• los musulmanes. (Son los que afirman que Alá (que significa "Dios" en
español) es un único Dios y Mahoma su profeta. Tienen varias corrientes. Su
libro es el Corán.
• los sintoístas
• los judíos. (Creen en Dios como los cristianos, la diferencia está que para los
judíos Jesús no es Dios, no es el Mesías esperado. Ellos todavía esperan al
Mesías que Dios Padre enviará… Su libro es el Antiguo Testamento de la
Biblia), etc., etc…
A excepción de los cristianos, estos grupos no creen en Jesucristo, o sea, no
creen que Jesús es Dios hecho hombre, ni que murió por nosotros, ni que
resucitó al tercer día... son creyentes, pero no son cristianos.
Cristianos
Dentro de los que creen que Dios existe están los cristianos. Los cristianos son
los que creen que Jesucristo es Dios hecho hombre, que murió por nosotros
para salvarnos y que resucitó al tercer día después de muerto. Dentro de los
cristianos que creen esto están (El libro de todos ellos es la Biblia.):
• los católicos
• los anglicanos
• los luteranos
• los ortodoxos
• los evangélicos
• los adventistas
• los pentecostales
• los metodistas, etc., etc…
Católicos
Dentro de los cristianos están los católicos, es decir, los que creen que Jesús
es Dios hecho hombre, que murió por nosotros para salvarnos y que resucitó al
tercer día después de muerto.
Los católicos son aquellos discípulos de Jesús que le siguen según enseña la
Biblia y la Tradición de la Iglesia católica.
Los católicos tenemos una forma concreta de seguir a Jesús según nos enseña
la Iglesia, no de una forma individualista o cada uno a su manera...
los Luteranos: fundados por Martín Lutero, un ex monje católico en el año 1524.
los Anglicanos: fundados por el rey Enrique VIII en 1534 porque el Papa no le
concedió la nulidad matrimonial para casarse con Ana Bolena..
los Testigos de Jehová: fundados por Carlos Tazé Russell en EEUU en 1879.
los Metodistas: fundados por J.C.Wesley en Inglaterra en 1739 cuando decidió
separarse de los anglicanos.
los Mormones: fundados por José Smith en Nueva York en 1830.
los Adventistas del Séptimo Día: Guillermo Miller fundó este movimiento y esta
iglesia apareció hacia el año 1860.
Las iglesias "Evangélicas", "Iglesias de Dios", "Iglesia apostólica" o "Iglesia de
Cristo": estos
grupos se fundaron no hacen más de cincuenta años.
Iglesia Católica: fundada por Jesucristo en el año 33 de nuestra era.
Los 7 Sacramentos de la Iglesia
15 mayo 2017
Sección: Resumen doctrina
Por medio de los sacramentos nos identificamos con Jesucristo, esto fue declarado por el Concilio
Vaticano II y esto se logra por la gracia que se confiere en ellos. (Cfr. L.G.no. 7).
Hace posible que Dios habite en nuestra alma y nos hace hijos de Dios y herederos del cielo.
La gracia sacramental que es la gracia particular que confiere cada sacramento, una energía especial que
nos ayuda a cumplir mejor los deberes de cada quien.
o En el Bautismo se recibe la gracia de la vida sobrenatural.
o En la Confirmación, Cristo nos otorga la gracia de la madurez cristiana y nos hace testigos de Él.
o En la Eucaristía es la gracia del alimento del espíritu – pan y vino - la que se recibe.
o La Reconciliación o Penitencia nos hace posible que nos reconciliemos con Dios, a través del
arrepentimiento y el perdón de Dios.
o El Orden se recibe el poder que Cristo les da - a algunas personas – el sacerdocio ministerial.
o En el Matrimonio, Cristo hace posible la unión sacramental de un hombre y una mujer para toda la
vida.
El carácter que se imprime en tres de los sacramentos (Bautismo, Confirmación y Orden Sacerdotal), es
verdad de fe. (Cfr. Dz. 852; Catec. n. 1121). Este carácter es una huella indeleble e invisible que se
imprime en el alma, es una marca espiritual y que nos marca como pertenecientes a Dios o en el caso
del Orden, el carácter que imprime es el de ministro de Dios. Hace posible la participación de los fieles en
el sacerdocio de Cristo y formar parte de la Iglesia. Esta huella –indeleble – resulta una promesa y una
garantía de la protección de Dios. Estos tres sacramentos no se pueden repetir. (Cfr. Catec. no. 1121).
En un principio se hablaba del carácter como “sello divino” o “sello del Espíritu Santo”, siguiendo la
expresión utilizada en la Biblia.
ORACION
[400]
1. Naturaleza de la oración
2. Formas de oración