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CÁTEDRA DE TEOLOGÍA (MODALIDAD PRESENCIAL)

04.1 Dios es un ser personal


Autor:
Alejandro Ramos

Módulo de estudio
Adaptación de la edición impresa: Ramos, Alejandro (2007).
Versión Mayo 2020 Antropología Teológica. Buenos Aires: Agape

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Unported

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Unidad 4.1:
Dios es un ser personal
Módulo de estudio
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Índice

Índice ..............................................................................................................................................................2
1. Dios es un ser personal ........................................................................................................................3
2. Bibliografía: ..........................................................................................................................................8

Unidad 4.1: Dios es un ser personal 2


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1. Dios es un ser personal


Todos los seres humanos deseamos la felicidad y la buscamos de manera permanente en nuestra
vida de formas diferentes Andamos detrás de cosas que nos brinden placer y seguridad, intentamos
alcanzar logros personales y, sobre todo, procuramos compartir buenos momentos con nuestros seres
queridos, por ejemplo; pero también evitamos aquellas cosas que nos quitan la felicidad, dolores,
frustraciones, culpas, etc. Por eso, somos conscientes de que el estado de felicidad es, ante todo, un
estado del alma. Del alma y del cuerpo, naturalmente, porque si nos duele una muela ya no podemos
ser felices, pero, ante todo, es un estado espiritual. De allí que todos estamos siempre en una búsqueda
espiritual, aunque cada uno lo hace en la forma que conoce y puede.

La meditación es una de esas maneras de búsqueda de paz, una de las más difundidas en la
actualidad, ya que vivimos expuestos a la ansiedad y depresión por el estilo de vida estresante que
llevamos. Necesitamos poner paz en nuestra mente y relajar el cuerpo agobiado con tensiones para no
terminar con un problema de salud física o mental y ése es un camino válido para recuperar el control
que, a veces, perdemos. La meditación, junto con algunos consejos psicológicos y análisis existencial,
pueden ayudarnos a mejorar nuestra calidad de vida. Sin embargo, la búsqueda espiritual es mucho
más fuerte y profunda. No nos alcanza con lograr el control de pensamientos y emociones y evitar
dolores de espalda u otras consecuencias físicas del estrés, necesitamos respuestas a problemas
espirituales y físicos que nos hacen sufrir. Necesitamos, sobre todo, encontrar un sentido a nuestra
vida y a la muerte. La paz que estamos intentando permanentemente conseguir, entonces, es la
expresión natural de una sed de relación con un ser trascendente. Por lo tanto, podemos preguntarnos:
¿es lo mismo la meditación trascendental que la meditación cristiana?

La meditación es un ejercicio mental desarrollado por el hinduismo y el budismo como una forma
de encuentro con la paz interior. El hinduismo es una de las religiones más antiguas, cree en la
existencia de muchos dioses, y busca a través de la sabiduría un estilo de vida enraizado en la paz
interior, por eso, promueve una moral y una ejercitación mental (con cantos y mantras) y física (el
yoga) que produzcan ese bienestar. El budismo no cree en un ser trascendente, por lo tanto, no es una
religión, sino una sabiduría de vida que trata de enseñar la forma de superar todo aquello que nos hace
sufrir, como por ejemplo, el apego a los demás, a las cosas, y, particularmente, al yo. La meditación es,
junto al yoga, la forma de llegar a superar los pensamientos negativos que nos quitan la paz por atarnos
a esas cosas. En la actualidad, Occidente toma esta práctica de la meditación y la lleva a cabo de formas
variadas, siguiendo diversas escuelas budistas o hinduistas, con distintos maestros. Una de las formas
más conocidas es la del mindfulness, una técnica de reflexión por la cual la mente se concentra en el
presente con el objetivo de evitar pensar en aquello que nos genera ansiedad.

Estos modos de buscar la paz interior son válidos, si tenemos en cuenta que el estilo de vida actual
no nos deja vivir en paz interiormente; sin embargo, la meditación que propone el cristianismo va más
allá de ese ejercicio de concentración y relajación, pues se basa en la oración como diálogo con Dios.
En la meditación cristiana, la mente sale de sí misma, para decirlo de alguna manera, y escucha a Dios,

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primero, y, luego responde. Dios es un ser personal con el que se puede conversar y crea al hombre a
imagen suya para poder conversar con él. Dios nos habla y quiere ser escuchado, pero también quiere
sentir lo que nosotros tenemos para pedirle y ofrecerle. La meditación cristiana toma como punto de
partida el acto de conciencia de estar en la presencia de Dios, ya no sólo ante uno mismo, sino ante Él.
Luego, a partir de la lectura de un texto bíblico o de espiritualidad, trata de comprender su mensaje
para, después, aplicar la reflexión o enseñanza a la vida personal, terminando con un diálogo personal
con Dios (CATIC, n° 2705 a 2708). Por eso, la oración cristiana es, ante todo, expresión de fe, pues reza
el que cree en Dios y en un Dios que quiere hablar. Es también expresión de humildad, porque reza el
que es consciente de la necesidad que tiene de Dios Y, además es principio de sabiduría, porque la
oración no termina con una relajación, sino con un cambio radical en el estilo de vida. El fruto de la
oración es la sabiduría, es decir, una forma de pensar y vivir que se dirige a la felicidad que Dios nos
ofrece. Por eso, podemos decir que esa búsqueda de paz espiritual, en la fe cristiana, es la búsqueda
de un diálogo con las tres Personas Divinas, con las cuales se comparte esta vida y se espera contemplar
al pasar a la otra. Para comprender esto, tenemos que explicar cómo es Dios, como ser personal y qué
significa el hecho de que es un ser trascendente.

Lo primero que tenemos que decir es que Dios es diferente a nosotros, pero parecido en algunas
actitudes. Así como nosotros cuando amamos a alguien esperamos ser correspondidos, lo mismo
sucede con Dios que se comporta como “celoso”. No se conforma con ser alguien importante en la vida
del creyente, quiere mucho más que eso. Quiere ser el más importante, el único ser al que el ser
humano reconozca como Creador y al que adore y ame por encima de todos los otros seres. Por eso,
en la Biblia, Dios se muestra como un Dios celoso, no admite el culto a otros dioses, por lo cual, cuando
establece la Alianza con su pueblo en el Sinaí, les dice: “No habrá para ti otros dioses delante de mí”
(Éxodo 20,3).

Esto es lo primero que revela Dios de Sí mismo: Él es el único Dios. Mientras que los otros pueblos
en la antigüedad creían en la existencia de muchos dioses, Israel se distingue por su fe monoteísta. El
pueblo judío pasa por dificultades y, muchas veces, su fe es puesta a prueba. A veces, hay momentos
de infidelidad a esta alianza sellada en el Sinaí por medio de Moisés, sin embargo, nunca pierde esta
convicción: sólo Yahvé es Dios. Este Dios, además, no es un ser que pertenezca a este mundo, se
distingue de los otros dioses por ser trascendente, por ser la Causa de todas las cosas y un ser que
existe antes que todo.

Israel estaba rodeado de pueblos politeístas y el contacto comercial y cultural con ellos, más los
enfrentamientos y guerras, hacían que mantenerse fiel a la fe en Yahvé fuera una prueba permanente
para el pueblo elegido. Por esto se explica que la existencia de un solo Dios trascendente sea la más
importante revelación de todo el Antiguo Testamento y que no haya referencia directa a las Personas
divinas como aparece recién en el Nuevo Testamento. En estos libros, solo hay alusiones indirectas a
la “personalidad de Dios”, cuando, por ejemplo, se dice que “Dios habla” (Génesis 1,3), o que “escucha”
(Éxodo 16,12), que “ve” (Génesis 6,2) y, o cuando se habla de un Hijo de Dios (Salmo 2,7), o de un Dios
que va a venir a salvar (Isaías 35,4). Se trata, además, de un Dios que tiene una relación de amor

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paternal con su pueblo, como cuando hace la alianza con Moisés. Dios, entonces, no es una energía, ni
solo una Causa Universal, sino mucho más que eso: se relaciona con los hombres como un ser personal.
Por este motivo, hay muchos pasajes en los cuales se describe a Dios y su Sabiduría con características
propias de una persona:

Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargada de aguas.
Antes que los montes fueran asentados, que las colinas, fui engendrada […] Cuando asentó los
cielos allí estaba yo…Cuando asentó los cimientos de la tierra allí estaba yo como arquitecto
(Proverbios 8,24-30).

Por otra parte, en el Antiguo Testamento, también se habla del Espíritu de Yahvé como un ser divino,
pero no como un ser personal. El término “espíritu” se usaba para referirse al principio de vida que
anima los cuerpos, como el que insufla Dios en Adán cuando lo crea a partir de la tierra (Génesis 2,7).
El espíritu es símbolo de la vida y de la fuerza divina, es lo que manifiesta la presencia salvadora de
Dios y lo que espera el pueblo de Israel recibir con el Mesías, una fuerza vital transformadora que
cambie el corazón de los fieles para que alcancen la vida eterna (Ezequiel 29,39). Por lo tanto, en el
Antiguo Testamento, hay alusiones a un Dios que se comporta como un Padre con su pueblo, a una
Sabiduría que está junto a Dios creando todas las cosas y al envío de un Espíritu de vida, pero nunca se
menciona la posibilidad de que haya tres personas distintas. El Nuevo Testamento será el encargado
de revelar este misterio, el más grande, algo que nunca nos hubiésemos imaginado, la existencia de
tres personas divinas (Ramos 2002: 153).

La primera revelación de la Trinidad está en el inicio de los Evangelios, en el anuncio de la


Encarnación a María, cuando el Ángel le revela la forma en que se convertirá en la Madre de Dios: “El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el que ha de
nacer será santo y será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1,35). Aparecen en este pasaje, por primera vez,
los tres como Personas divinas. Lo mismo sucede más adelante cuando Jesús, para mostrar la
importancia del bautismo como la inauguración de la vida sobrenatural en el alma, se hace bautizar
por Juan el Bautista en el río Jordán: “Bautizado también Jesús y puesto en oración, se abrió el cielo, y
bajó sobre Él el Espíritu Santo en forma corporal, como una paloma y vino una voz del cielo: `Tú eres
mi Hijo, hoy yo te engendrado´” (Lucas 3,21-22). Nuevamente, son tres que están unidos desde la vida
eterna, pero que se presentan como distintos, como cuando Jesús, preparando su salida de este
mundo, les habla a los discípulos, prometiéndoles el envío de un defensor para que los proteja y
acompañe: “Y Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre, el
Espíritu de la verdad […] Aquel día comprenderéis que Yo estoy en el Padre” (Juan 14, 17.20). Por
último, Jesús, en la despedida final, envía a los discípulos a evangelizar y bautizar: “Id, pues, enseñad a
todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28,19).

Con la revelación de este misterio, Dios nos muestra la intimidad de su vida como no lo había hecho
antes y como sería imposible para nosotros adivinar, pasando de reafirmar en muchas ocasiones la
unicidad a manifestar que son tres, no uno, con nombres y misiones diferentes. La teología hace el
esfuerzo por comprender algo más de este misterio, explicarlo lo mejor posible, teniendo en cuenta

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las limitaciones propias de nuestra razón. La dificultad consiste en que nos cuesta pensar en un ser
trascendente con un modo de ser, pensar y actuar diferente al nuestro y, sobre todo, el hecho de que
para nosotros las personas son seres distintos. Juan es un ser distinto de Alberto, no pueden estar
unidos en el ser de ninguna manera.

Para explicar cómo es posible que en un mismo ser, haya tres personas distintas la teología recurre
a la Biblia. No es misión de la Palabra de Dios explicar lo misterios; sin embargo, hay algunos indicios
revelados que permiten entender mejor este misterio. En los Evangelios, Jesús usa unas expresiones
que hablan de su origen en Dios Padre y de un envío del Espíritu. Dice así: “Yo he salido de Dios” (Juan
8,42); y en otro pasaje: “El Espíritu de Verdad que procede del Padre” (Juan 15,26). Estos y otros pasajes
revelan que tanto el Hijo como el Espíritu “proceden”, es decir, salen del Padre y son enviados al mundo
para cumplir una misión, por eso, usamos de las “procesiones divinas” para explicar la existencia de
personas en Dios.

Hay dos tipos de procesiones en Dios:

1. Procesión intelectual: Dios es un ser inteligente, con un conocimiento perfecto de todas


las cosas porque está siempre en acto. Dios conoce todo los seres, más aún, es su Causa.
Para crearlos, Dios primero los piensa y luego, les da la existencia. Ahora bien, el
conocimiento tiene como propiedad la reflexividad, es decir, se conoce a sí mismo. Por eso,
Dios, antes de pensar los seres y crearlos, desde siempre se conoce a sí mismo, al conocerse
genera una idea de sí mismo. Como lo hacemos nosotros, cuando pensamos algo que
producimos un concepto que es la captación de la esencia de algo. Dios genera una idea
que es fruto del conocimiento perfecto que tiene de sí mismo, es la imagen perfecta de su
ser, que tiene la misma sustancia que el Padre y del cual solo se diferencia por tener origen
en Él. El Hijo es el reflejo del Padre y es solo uno, porque con una sola idea, Dios se conoce
perfectamente (Suma Teológica, I, q. 27, a. 3). El Verbo de Dios permanece dentro de la
misma sustancia divina; no es una creatura, es eterno, todopoderoso, perfecto, etc., como
el Padre y el Espíritu Santo. El Hijo es engendrado no creado. Jesús llama a Dios su Padre,
no en sentido general como cualquier otro hombre, sino como su Hijo único, el que está
con Él desde toda la eternidad y tiene la misma naturaleza (Juan 5, 16-18). En el prólogo
del evangelio de Juan, se llama “Verbo” o “Palabra” al Hijo, señalando que es engendrado
por el conocimiento: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la
Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios” (1,1). En este mismo prólogo, se habla
de la participación de la Palabra en creación de todas las cosas. En una carta San Pablo, lo
llama imagen: “Él es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación […] Él existe
con anterioridad a todo y todo tiene Él su consistencia” (Colosenses 1,15.17). Además, el
autor de la Carta a los Hebreos sostiene que es resplandor e impronta del Padre: “Por
medio de su Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien hizo los mundos, el cual
siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia y el que sostiene todo con su

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Palabra poderosa” (1, 2-3). Por eso, podemos decir que el Hijo procede del Padre cuando
el Padre se conoce a sí mismo engendrando una imagen perfecta de sí.
2. Procesión del amor: Dios tiene también voluntad, por eso, ama aquello que conoce. Así,
nos ama a nosotros cuando nos piensa y nos crea por amor sin necesitarnos. Pero también
hay en Él un acto de amor entre el Padre y el Hijo, el Padre ama su Imagen y el Hijo su
origen en el Padre, como sucede con un padre y un hijo aquí en la tierra. El amor es así
causa de una unión espiritual y, en este caso, porque la voluntad se identifica con el ser,
surge del amor de entre ambos, una tercera persona: el Espíritu Santo. El Espíritu procede
del amor del Padre y el Hijo que al contemplarse se aman mutuamente (Suma Teológica, I,
q.27, a.4). El nombre de Espíritu se toma de la Biblia, donde se lo usa como sinónimo de
hálito de vida, soplo, y se refiere al amor creador de Dios. Y el mismo Jesús les promete a
los discípulos que le enviará este Espíritu para acompañarlos en la misión, dándoles fuerza
y vida espiritual: “Cuando venga el Paráclito [abogado], que yo os enviaré de junto al Padre,
el Espíritu de la verdad que procede del Padre” (Juan 15,16). Por lo tanto, hay una segunda
procesión del amor mutuo entre el Padre y el Hijo de la cual procede el Espíritu Santo.

Estas procesiones generan relaciones y estas distinguen a las personas. La relación entre dos
términos es la referencia entre uno y otro y puede ser real, cuando tiene fundamento en esos seres;
así en este caso, hay relaciones que se dan a partir de la generación del Hijo y de la espiración del
Espíritu Santo. Estas relaciones son:

1. Paternidad: El Padre se distingue del Hijo, porque es su principio; y se distingue del Espíritu,
porque lo espira por el amor hacia su Hijo. Solo el Padre no tiene principio y eso lo hace
diferente a los otros dos.
2. Filiación: Solo la Segunda Persona es engendrada por un acto de conocimiento del Padre
y, por eso, se distingue de Aquel y del Espíritu que es fruto del amor.
3. Espiración: Solo la Tercera Persona es fruto del Amor entre el Padre y el Hijo y, por eso se
diferencia de las otras dos.

La relación en los seres creados es siempre un accidente, pero en Dios se identifica con la sustancia
porque no tiene accidentes, las relaciones son subsistentes y, por eso, dan origen a tres personas
distintas dentro de la misma sustancia divina (Suma Teológica, I, q. 28, a. 2 y 3).

En Dios hay tres personas distintas porque hay tres relaciones subsistentes: la paternidad, la filiación y la
espiración dentro de la misma naturaleza divina.

El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no son tres seres distintos, porque tienen la misma sustancia, es
decir, que los tres son igualmente eternos, perfectos, infinitos, etc. Las tres Personas divinas existen
desde toda la eternidad, tienen la misma dignidad y poder, en todo se identifican, salvo en las
relaciones que los hacen distintos entre ellos y, por eso, Personas distintas. Mientras que para nosotros
las personas son seres distintos, en Dios son individuos distintos y, finalmente Personas, porque ser

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“persona” significa ser un individuo distinto de naturaleza racional. Por lo tanto, aunque la noción de
persona se aplique analógicamente en nosotros y en Dios, hay Personas distintas en Dios (Suma
Teológica, I, q. 29).

Jesús revela en los Evangelios: que Él es el Hijo de Dios, que tiene su misma naturaleza y que fue
enviado para revelar al Padre y para salvarnos: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre ¿Cómo dices
tú: muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?” (Juan 14,9-10). Y,
además, Cristo promete enviar al Espíritu Santo: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy,
no vendrá a vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré?” (Juan 16,7).

El hecho de que Dios sea un ser personal y que haya en Él personas determina la naturaleza de la
religión cristiana como una relación de amistad, de diálogo nuestro con las Personas Divinas. La fe
católica propone al creyente que se comporte como un Hijo con el Padre, es decir, que no sólo lo
conozca, sino que se sienta querido y cuidado por un Padre Bueno que le ha dado mucho y al que debe
reconocer como tal. También en Cristo, el creyente ve a su Redentor y modelo que lo inspira para vivir
como imagen de Dios; y, finalmente, encuentra en el Espíritu Santo la vida y la fuerza para caminar con
esperanza hacia la vida eterna.

Por esta razón, la fe cristiana se vive como un acto de amor que nos obliga a salir de nosotros mismos
y a volcarnos a Dios y a la caridad con el prójimo. De este modo, la oración no es una forma de buscar
la tranquilidad mental, sino un diálogo permanente con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Para que ese diálogo y toda la relación que personal que se pueda tener con este Dios sea más
profunda, a continuación trataremos de explicar, hasta donde es posible (según las posibilidades de
nuestro entendimiento) cómo es que piensa y ama Dios, cómo es su Ser.

2. Bibliografía:
CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, n ° 2705-2708.

RAMOS A., Antropología teológica, Univ. FASTA, Mar del Plata, 2002.

SANTO TOMÁS, Suma Teológica, I parte, q. 28 y 29.

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