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UNA REFLEXIÓN ACERCA DE LOS LÍMITES

El tema de los límites es un tema recurrente en los diferentes ámbitos de nuestra vida… sea
cual sea la ocupación que tengamos... pero cuando nos convertimos en papás o mamás,
entonces nuestras preguntas y cuestiones acerca de cómo, cuándo y cómo enfrentarnos con
ellos se convierte en un aspecto presente en casi todas nuestras conversaciones: ¿leche a
demanda o a horas pactadas? ¿Hay que despertarlo para que coma o lo dejamos dormir? ¿Qué
se acostumbre a dormir en su cuarto o en nuestra habitación?... y una serie infinita de
preguntas que se van complejizando a medida que nuestros hijos van creciendo e
incrementando su capacidad para diferenciarse y expresar sus propios deseos y sentires.

Creemos que la complejidad y la duda que nos embarga frente a tantas cuestiones sobre cómo
posicionarnos en la crianza, proviene del paso que con los años se ha dado, de una manera
autoritaria e impositiva de poner límites (de la que muchos de nosotros proviene) a un
permisivismo confuso, donde los niños son los protagonistas en la toma de cualquier decisión.
Surge el deseo entonces de no repetir las imposiciones frente a las que nos rebelamos, aunque
al mismo tiempo aparece el temor de ser desbordados por una libertad-“libertinaje” que
ocupe todos nuestros espacios y nos deje sin poder de control. No sabemos cómo encontrar
un equilibrio y muchas veces pasamos de un grito a un regalo…

Pensamos que el problema se origina por la confusión de la libertad con la falta de límites, sin
darnos cuenta que los límites son indispensables para el desarrollo y totalmente necesarios
para la formación de la identidad y la autonomía. ¿En qué medida podemos respetar lo que el
niño demanda y lo que nosotros demandamos? ¿Cómo encontrar un equilibrio?

Al respecto Rebeca Wild (1) señala que si un niño pequeño ha conocido límites razonables,
claros y confiables dentro de ambientes que facilitan la satisfacción de sus necesidades de
desarrollo, crece con la conciencia de que hay reglas que permiten una rica y agradable
convivencia con otras personas. Estas reglas, nos dice la autora, no oprimen, no llevan a una
doble moralidad para luego “obedecer al jefe”, para luego a escondidas hacer lo contrario. Son
reglas de respeto mutuo, no de interferencia a los intereses personales, que se ajustan a los
cambiantes estados de las personas y por lo tanto dan seguridad al individuo y a la sociedad.

Una cuestión primordial en relación a los límites sería el poder reconocer cuáles son las
necesidades auténticas de cada niño o niña, necesidades que dependen de la etapa de
desarrollo en la que se encuentren. Los bebés y los niños pequeños centrarán estas
necesidades en relación a sus cuidados esenciales: alimentación, sueño, higiene, enmarcados
en una constancia y rutina que les permitirá la tranquilidad de poder anticipar lo que en el
inmenso día en el inmenso mundo les trae… Necesidades enmarcadas en un entorno
afectuoso y con un adulto que pueda ofrecerles la dedicación y la tranquilidad para acompañar
estos momentos de cuidado.
En un ambiente donde un niño y una niña, se sienten relajados y seguros, los límites están
destinados a preservar que esa cualidad se mantenga. Pero ¿qué ocurre cuando el ambiente
no está preparado para ello? ¿Qué sucede con la necesidad de movimiento que un niño
pequeño tiene, cuando está por ejemplo, en un espacio cerrado, lleno de objetos posibles de
romperse? Evidentemente, la tensión que surja de ahí probablemente origine muchos
conflictos debido a que los límites que estamos poniendo, no posibilitan que la necesidad
auténtica (en este caso la de moverse y explorar el espacio) se pueda expresar. Lo que no
quiere decir que esa necesidad tenga que ser permanentemente satisfecha, sino que a lo largo
del día, haya podido tener un espacio considerable de tiempo, para expresarse y ejercitarse:
en el parque, en el Nido, etc.

Si no escuchamos la demanda del niño de satisfacer esta necesidad que para él es primordial,
entonces probablemente aparecerán múltiples situaciones en que la fuerza y el tono del
reclamo irán en aumento. Entonces, lo central estará en distinguir entre lo que es esencial y lo
que puede sustituirse. Una necesidad posible de negociar es la demanda por ejemplo, de la
compra de un juguete, pero no la de jugar. O la de comer caramelos, no la de comer. Si
ofrecemos la posibilidad de elegir, cuando la demanda aparezca en un contexto que no
permita que se dé cierto tipo de actividad, los límites son mucho más fáciles de ser aceptados.

La capacidad de escucha y de adaptación, de los niños que se sienten respetados es inmensa!


Si ellos tienen a lo largo del día diferentes oportunidades para ejercitar su capacidad de
decisión, desde el reconocimiento por parte del adulto de que es una persona con sus propios
deseos, ritmos e intereses, resulta sorprendente la respuesta en aquellos momentos en que no
pueden realizar lo que desean… porque tienen la confianza de que en otro momento lo podrán
hacer!! El problema surge cuando estos niños permanentemente se encuentran expuestos a
las decisiones adultas, sin ser tomados en cuenta, sin tener la posibilidad de expresar una
opinión… O por el contrario, como niños son llamados a ocuparse de decisiones que le
corresponden al adulto que los acompaña…

Igualmente, no pretendamos que siempre se acepten los límites que ponemos con una
sonrisa… el límite implica una frustración, que generalmente duele… no pretender evitarla nos
ayudará a acompañar a nuestros hijos en el proceso de ir conviviendo con las diferentes
situaciones y personas que lo rodean, en este inmenso mundo que descubren cada día!!

Gabriela Zavala Gianella

Directora del proyecto educativo La Casita, sede Perú.

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