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Hace unos años, el Dr. Maarten Jansen me decía que él pensaba que la comunalidad no era
tanto un modo de vida característico de los indígenas mesoamericanos sino su respuesta al
colonialismo, por lo que su existencia estaba ligada a la de la fuerza opresora contra la que
reaccionaba; es decir, que debíamos considerar la comunalidad como un rasgo coyuntural y
no estructural de estos pueblos. Con esto, además, explicaba en parte las contradicciones
actuales de la vida comunal, pues ya no es una respuesta plenamente coherente, sino que ha
sido afectada por el colonialismo, generando discriminación, exclusión y autoritarismo en
su interior.
Consideré seriamente su razonamiento —aunque no lo compartiera— porque no proviene
de un europeo racista. Jansen es un destacado académico comprometido con los indígenas y
desde hace tres décadas está ligado a la comunalidad mesoamericana porque formó una
familia con una activista ñu savi, por eso vive varios meses de cada año en una comunidad
mixteca y debe mantener su ciudadanía participando en ella. Su perspectiva puede
describirse como la mirada interna de alguien externo, pero de ninguna manera es una
visión reaccionaria o cómplice de la dominación. Él mismo ha argumentado que el carácter
etnocida de las políticas públicas del Estado mexicano es, desde principios del siglo pasado,
una declaración de guerra contra las culturas indígenas y que el indigenismo es tan redentor
como cómplice.
José Clemente Orozco, Zapatistas, 1931. Museum of Modern Art
Jean-Paul Sartre publicó en 1944 un breve texto titulado La República del silencio, donde
discute la ocupación nazi de Francia y la resistencia que opuso el pueblo francés, a la que
califica como la República del silencio y de la noche. Me parece interesante contrastar sus
ideas con la dominación colonial de los pueblos mesoamericanos y su respuesta a la
opresión, a pesar de las obvias diferencias. La lectura de Sartre me recordó aquella plática
con Jansen, pues —desde su perspectiva— tanto la comunalidad como la resistencia
comunal se parecen mucho a aquella experiencia francesa.
Sartre comienza su texto con una oración contundente: Jamás fuimos tan libres como bajo
la ocupación alemana y enseguida muestra el modo de vida que se organizó en Francia
contra la opresión nazi durante cuatro años. La resistencia se vivió y se celebró como la
expresión más humana de la libertad al grado de que constituyó otra república, una
colectividad construida en el silencio y en la noche. Que los franceses jamás hubieran sido
tan libres como durante su lucha contra los invasores nazis no significa que antes no
padecieran otros tipos de dominación; significa, simplemente, que hasta entonces no habían
reaccionado con la coherencia, la lucidez y la firmeza colectivas con que lo hacían en ese
momento. Cada uno:
sabía que se debía a todos y que solo debía contar consigo mismo; cada cual realizaba, en el desamparo más total,
su papel histórico. Cada cual acometía, contra los opresores, la empresa de ser sí mismo irremediablemente y, al
elegirse a sí mismo en su libertad, elegía la libertad de todos.
Durante la ocupación nazi, las personas luchaban por una meta clara: no resistían para
acomodarse y resignarse a vivir perpetuamente bajo la dominación, sino para recuperar la
vida sin opresión al triunfo de su movimiento. Eso era lo que compartían los franceses.
Incluso los que no militaban en la clandestinidad simpatizaban con la Resistencia y la
apoyaban con los medios a su alcance, en una forma que Sartre llama “responsabilidad
total”. Esa vocación de responsabilidad evidencia su carácter individual y colectivo a la
vez.
Paradójicamente, el triunfo de la Resistencia significaba un regreso a la vida libre pero
individual. El aprendizaje podía perderse porque la colectividad que había florecido no era
una experiencia histórica sino coyuntural, y no había estructuras sociales ni mentales tan
colectivas como para que la Resistencia pudiera subsistir. La esperanza de Sartre era que
esa experiencia, rica pero efímera, continuara; deseaba que, al salir de la clandestinidad,
pudiera organizar la vida públicamente y le diera forma a un nuevo pacto social: “¿No es
deseable que se conserven a la luz del sol las austeras virtudes de la República del silencio
y de la noche?”.
Estas frases podrían coincidir muy bien con lo que dicen varios indígenas mesoamericanos
al hablar de su resistencia a los colonialismos, por lo que podemos establecer al menos
cuatro paralelismos entre la Resistencia francesa y la mesoamericana.
Edward Hicks, La llegada a tierra de Colón, 1837. National Gallery of Art
Esa intensidad alcanza a todos, aunque no participen igualmente en las luchas contra el
opresor.
Las circunstancias a menudo atroces de nuestro combate nos obligaban, en suma, a vivir, sin fingimientos ni velos,
aquella situación desgarrada, insostenible… Y no me refiero a ese grupo escogido que formaron los verdaderos
soldados de la Resistencia sino a todos los franceses que, a todas horas del día y de la noche y durante cuatro años,
dijeron no.