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Los mecanismos del poder y la vulnerabilidad subjetiva. Nacismo - Holocausto

Profesora Adjunta: Lic. Mariel Marcos

(…) Perdimos nuestro hogar, es decir, la cotidianidad de


la vida familiar. Perdimos nuestra ocupación, es decir, la
confianza de ser útil en este mundo. Perdimos nuestra
lengua, es decir la naturalidad de las reacciones, la
simplicidad de los gestos, la sencilla expresión de los
sentimientos. Dejamos a nuestros parientes en los guetos
polacos y nuestros mejores amigos han sido asesinados
en campos de concentración, lo que equivale a la ruptura
de nuestras vidas privadas. (Arent, 1978/2016, p.2)

Se tornan imprescindibles para el comienzo de este trabajo, destacar los textos donde

Freud se interroga por los fenómenos de masa, el malestar en la civilización y su destino o

porvenir, destacando la siguiente reflexión:

La cultura es algo impuesto a una mayoría recalcitrante por una minoría que ha sabido

apropiarse de los medios de poder y de compulsión. Estas dificultades no son inherentes

a la cultura misma, sino que están condicionadas por las imperfecciones de sus formas

desarrolladas hasta hoy. (Freud, 1927/2006, p. 6)

En el albor de esta advertencia nos interesa dar cuenta de aquello que insiste y no deja

de repetirse, es decir un modo de hacer cultura, cuyo eje nodal es la relación antiquísima de

amo – esclavo, sometedor – sometido, entre otras derivaciones, donde los procesos de

dominación que se propician desde el poder, no solo se establece por la implementación de

recursos lingüísticos que facilitan una producción dominante de sentido, sino también por la

ejecución de las fuerzas represivas y la vulneración de los cuerpos y la estructura psíquica.

Estos modos de ejercer el poder toman vigencia en sistemas tales como el nazismo,

fascismo, terrorismo de estados, entre otros formas imperantes de dominar, siendo que se

alberga en su seno más íntimo, la liviandad de un mal generalizado, donde personajes siniestros
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casi caricaturescos, los denominados por Freud como conductores de la masa, o bien ideologías

sostenidas en estructuras perversas y enfermas de poder, son la cara visible de pueblos y

naciones enteras que por el efecto de la dominación apoyan irracionalmente los hechos de

horror y desprecio por la condición humana que los amos generan.

Quienes encarnan esta modalidad de poder buscan establecer una relación de dominio

a través de la premisa totalizadora del “bien común” y “para todos”, salvaguardándose, por un

lado, de la responsabilidad de aquellos hechos funestos que cometen y por el otro, arrullando

al sujeto de la polis en un estado de somnolencia generalizada, donde “todo da igual”, quedando

sometidos a sus leyes y dejándolos enceguecidos ante el padecer propio y ajeno, afianzando así

un pacto perverso de silencio, inercia, indolencia y desmentida ante cualquier sufrimiento

social e individual.

Sin embargo, no se puede perder de vista que la mayor atrocidad, de estos modos de

absolutismo se ve reflejada en el horror que infligen en los “cuerpos”. Cada uno a su manera,

ponen en evidencia las formas perversas del poder, a través del afán de despojar de toda

humanidad al sujeto, para situarlo en la condición de cosa – objeto, susceptible de ser

marginado, explotado, ultrajado, violentado, asesinado.

Claro está, en el devenir de la historia, que las consecuencias de las guerras, holocausto,

terrorismo de estado, la pobreza, las muertes masivas, estados que someten a otros, crisis

financieras y económicas de naciones enteras, son innumerables. Sin embargo, lo que los

aúnan en una lógica común es el despojar al ser humano de una manera arrasadora, de su lugar,

de sus pertenencias, de sus recursos económicos, de su trabajo, de su intimidad, de sus afectos

y hasta de su identidad. Estas consecuencias no son sin efecto en la estructura psíquica de

aquellos que lo padecen.

Con el fin de ilustrar la línea conceptual del presente trabajo tomaremos al Nacismo,

régimen ideológico que impero en Alemania entre 1933 – 1945, e implemento el holocausto,
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una de las mayores atrocidades vividas en la historia de la humanidad, destinada a perseguir y

asesinar, mediante una organización burocráticamente sistematizada por el estado a seis

millones de judíos. La naturaleza y la ejecución del nacismo ha demostrado un odio

fervorosamente violento a la raza no aria y un denotado rechazo al comunismo, a la democracia

liberal y al sistema parlamentario.

En los antecedentes históricos es importante destacar que el pueblo alemán se vio

desbastado por la derrota de la primera guerra mundial (1914-1918). El tratado de Versalles que

terminó con el estado de guerra fue vivenciado por los alemanes como un tratado de paz que los

humilló y los confinó a aceptar la culpa por haber iniciado la guerra y a pagar una indemnización

que los dejo en la ruina:

(…) en la conferencia celebrada en París en enero de 1921 imponía el pago de

más de doscientos veinte mil millones de marcos de oro a los vencedores. (…)

Los alemanes estaban viviendo una crisis que no era solo económica, sino

también política y, en muchos casos, espiritual. En tales circunstancias, es fácil

comprender por qué se preguntaban: ¿quién tiene la culpa de este horror? ¿Por

qué nos vemos obligados a sufrir tanto? Y, según Adolfo Hitler, él podía

responder a aquellas preguntas, y decía a su público cómo debía encajar la vida

que llevaba qué podía hacer para mejorar las cosas. (Rees, 2013, pp. 27-28)

Estos antecedentes forjaron la conformación del partido Nacional – Socialista Obrero

Alemán, los llamados nacionalistas o nazi, entre ellos Hitler, se reúnen en el año de 1923 con

algunos miembros del ejército republicano, con el objetivo de derrocar la república, pero el

intento fracaso.

En el año de 1933, el partido Nazi, gana las elecciones y asumen el poder con Paul Von

Hindenburg como presidente y Hitler como canciller. Tras la muerte de Von Hindenburg, el 2

de agosto de 1934, Hitler publicó una ley donde propagaba que la autoridad del presidente será
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transferida al presente canciller. Luego del anuncio, le otorga la oportunidad al pueblo alemán,

por medio de un plebiscito, de expresar su aprobación. Hitler obtuvo un 90% de aceptación.

Desde entonces y hasta su muerte, 30 de abril de 1945, cuando decide suicidarse junto

a su esposa Eva Braun, estableció un régimen totalitario conocido como Tercer Reich.

Este sistema se consolido desde sus inicios bajo el juramento obligatorio de lealtad

personal, no al estado o Alemania sino a Hitler, debiendo ser acatado en escuelas, fábricas,

servicio público y ejército.

Asimismo, cuando asume, inmediatamente hace uso de sus atributos gubernamentales

y proclama el Decreto para la protección del pueblo y del Estado. La prescripción, con base

legal y sustentada en esta lealtad, permitía a las autoridades arbitrarias - por cierto- arrestar a

toda persona que se oponía al régimen y suspendía temporalmente la libertad de expresión,

implicando tanto a la prensa como a la persona individual, denegándole el derecho a reunirse

y asociarse.

Una de las bases del régimen totalitario es la implementación por parte del estado de

las facultades de plenos poderes, es decir la expansión del dominio del poder ejecutivo en la

ejecución de decretos con fuerza de ley, donde se establece un nuevo orden simbólico

desarticulado, que legitimiza una modalidad de relación donde se cancelan los derechos

adquiridos. La voluntad del soberano se transforma en ley lo que determina un control

totalitario y represivo.

La policía secreta Nazi, Gestapo y la SS, fue el brazo ejecutor de dicha represión. Estaba

conformada por un escuadrón de protección y comandadas por personal especialmente

entrenado y adoctrinado para llevar adelante los operativos represivos que tenían como misión

destruir al enemigo, entendiendo como tal a cualquier persona, patria, nación, que atentara

contra el orden establecido. El nacismo necesitaba evitar cualquier sublevamiento y mantener

el control por medio del adoctrinamiento y la violencia represiva ejercida. (Vilches, 2016)
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La vida cotidiana y el proceso de dominación

Es imprescindible tener en cuenta que el adoctrinamiento y la aceptación de la violencia

y la represión ejercida en estos regímenes totalitarios no son posible sin antes generar las

condiciones necesarias para que dichos sucesos acontezcan. En los tiempos previos y durante

la instauración de estos modos de ejercer el poder, emerge en el colectivo social, un malestar

que anticipa el caos y el devenir del horror.

Diferentes literatos han sabido percibir, investir de sentido y relatar el mundo en

tiempos violentos, donde el desamparo, la crueldad y la barbarie han dejado consecuencias aún

incalculables.

Nin (1967/2011) destaca como en años previos a la segunda guerra mundial se vivía en

un estado desolador “(…) todo el mundo está sentado por los cafés y sienten ansiedad, miedo,

desintegración (…). Todo el mundo ha dejado de trabajar, amar, de vivir” (p.143). En los

periódicos de la época, solo se apreciaba sangre, matanzas, horror, aniquilamiento, y en la vida

cotidiana personas descentradas por las consecuencias inmediatas de la barbarie.

Por otro lado, Marai (2016) señala que cuando Hitler entró en Viena, la clase social a

la que representaba creyó que había llegado su momento. Sus intereses, signados de odio y el

desprecio a los judíos, no representaban a la mayoría, pero era lo suficientemente potente para

actuar:

(…) la acción consintió primero en saquear a los judíos, exiliarlos y destruirlos

totalmente y luego aniquilar los principios morales de la cultura húngara. En todos los

departamentos de las Administración, en todos los sectores profesionales había quien

pensaba que con los bienes y empleos arrebatados a los judíos podían suplir lo que antes

no habían sido capaces de conseguir. Evidentemente, la llama de ese codicioso odio a

los judíos no había prendido de pronto; hacía ya una década que su humo amargo había

empezado a impregnar la vida social húngara. (pp.46-47)


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Asimismo, el autor no deja de mencionar que eran descarnados los espectáculos

monstruosos que propiciaban a la vista de todos, nada era velado, la tortura y las ejecuciones

desmedidas, junto a la expresión de lemas antijudíos, sin importar dónde, cómo, y a quién,

horrorizaban y favorecían la resignación y el proceso de dominación.

Como se aprecia en los relatos lo que se produce es un flagelo psíquico que fragiliza

violentamente al yo. Al modo de la neurosis traumática, el aparato psíquico no logra procesar

la impronta terrorífica de lo cotidianamente vivenciado, provocando un alto grado de

padecimiento.

La excitación externa, en los tiempos de instauración del proceso de desvalimiento,

dominación y sumisión, son de un importante impacto psíquico, las percepciones conscientes

proveniente del entorno guardan una gran intensidad, por lo que generan la ruptura de la barrera

antiestimulo y trae como consecuencia un significativo desequilibro libidinal en el aparato

psíquico, anulando la prevalencia del principio de placer que tiene como finalidad suprimir la

tensión interna y autorregula la cantidad de excitación que circula en el aparato para mantenerla

en un nivel muy bajo. El violento incremento de excitación cotidiana no permite establecer el

proceso de ligadura para genera cierto alivio, por lo que exige un gran trabajo psíquico que

debilita las otras operaciones, entre ellas las funciones del yo.

Como bien lo señala Freud (1920/2004), el terror se despliega cuando el peligro se

presentífica sorpresivamente sin estar preparado, “tiene como condición la falta del apronte

angustiado.” (p.31). Este apronte facilita la movilización de la energía pulsional, cuya

consecuencia sería ligar esa energía a una representación, a un grupo de representaciones, a un

objeto o a partes del cuerpo. En el caso del terror, los sistemas no están en posición favorable

para ligar el monto en aumento que reciben del mundo exterior produciendo fácilmente la

ruptura de la barrera antiestimulo y deja al yo desamparado ante el peligro.

En los momentos previos y durante la instauración de estos modos de ejercicio de poder,


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el terror, ya no remite solo al factor sorpresa, sino al empeñó cotidiano de vivenciar lo mismo.

En términos freudianos “el eterno retorno de lo igual” (Freud, 1920/2004, p.22), una

compulsión externa a repetir las mismas vivencias terroríficas, lo que genera el campo propicio

para el insidioso y progresivo debilitamiento del yo quedando pasivamente capturado en un

destino inevitable: el desvalimiento y la dominación.

El poder del soberano logra con la crueldad que propicia en los cuerpos un estado de

total vulnerabilidad, dejando al yo endeble, en un desmembramiento y desamparo, y resignado

a aceptar la severidad un amo descarnador, que somete y castiga, a modo de hacer valer su

poder para que su voluntad se materialice en una realidad que de ventaja a sus intereses. Desde

el poder del soberano se inflige miedo por medio de la crueldad y la hostilidad, dejando al yo

propio y del otro semejante, totalmente desbastado y desamparado.

Si retomamos los acontecimientos de la persecución y el asesinato sistemático,

burocráticamente organizado por el estado nazi, en las vivencias de los campos de

concentración, no podemos dejar de señalar una vez más el odio perpetrado en las prácticas

violentas y en las muertes propiciadas. La estructura perversa del poder legitimizaba la

maquinaria mortal generando los instrumentos institucionales para operar con plena libertad.

Un nuevo orden se establecía, bajo una moral destinada a aniquilar aquel que se consideraba

enemigo.

La modificación de la ley al servicio del poder del estado, le permitía accionar

maquiavélicamente sin ningún tipo de control, represalia y revisión judicial. Las ofensas, las

humillaciones, las violaciones a la condición humana, dejaban a sus víctimas horadadas en su

dignidad y totalmente desprotegidas.


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En este tipo de terrorismo es el estado el que legitimiza un poder que solo puede ser

implementado bajo prácticas violentas y represivas, donde el empobrecimiento y el

consecuente desvalimiento del yo, facilitan psíquicamente la regresión a un estado de

vulnerabilidad tal que reactiva la angustia inicial de desvalimiento. En estos momentos de

desmoronamiento subjetivo propiciados por el poder del estado, la vida cotidiana sufre

importantes modificaciones, impera el odio, la muerte, la crueldad, el desvalimiento subjetivo,

condiciones necesaria para que los estados totalitarios logren inocular su propósito: subordinar,

someter, dominar y materializar una realidad que de preeminencia y valor a sus intereses.
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Referencias Bibliográficas

Arentdt, H. (2016). Una revisión de la historia judía y otros ensayos (trad. Candel, M). Buenos

Aires: Paidós. (Trabajo original publicado en 1978).

Freud, S. (2004) Más allá del principio de placer. En J. Strachey (Ed.) y J. L. Etcheverry (trad).

Sigmund Freud Obras Completas (Vol. 18, pp. 1-56). Buenos Aires: Amorrortu.

(Trabajo original publicado 1920).

(2006) El porvenir de una ilusión. En J. Strachey (Ed.) y J. L. Etcheverry (trad).

Sigmund Freud Obras Completas (Vol. 21, pp. 1-56). Buenos Aires: Amorrortu.

(Trabajo original publicado 1927).

Marai, S. (2016) Lo que no quise decir. (Szijj, M y Gonzalez, T., trad.). Barcelona:

Salamandra.

Nin, A. (2011). Diario II. (Murillo, E., trad). Barcelona: RBA. (Trabajo original Publicado en

1967)

Res, L (2013). El oscuro carisma de Hitler. (Efren, V. trad.). Buenos Aires: Critica.

Vilches, S (2016) Breve historia de la Gestapo. Editor digital: NoTanMalo.

www.lectulandia.com

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