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LAS BIENAVENTURANZAS

Mateo 5:1—12

Uno disfruta mucho más de un sermón cuando sabe algo acerca del predicador. Es natural que,
como Juan en Patmos, nos volvamos para ver la voz que ha hablado con nosotros. Volvámonos aquí,
entonces, y aprendamos que el Cristo de Dios es el Predicador del Sermón del monte. El que predicó
las Bienaventuranzas era no sólo el Príncipe de los predicadores, sino que estaba calificado, más que
cualquier otro, para disertar sobre el tema que había elegido. Jesús, el Salvador, era el más capaz de
responder la pregunta, “¿Quiénes son los salvos?” Siendo Él mismo el siempre bendito Hijo de Dios, y
el conducto de las bendiciones, era el más calificado para informarnos quiénes son en verdad los
bienaventurados del Padre. Como Juez, será Su oficio dividir al fin a los benditos de los malditos, y por
tanto era lo más conveniente que, en majestad evangélica, declarara las bases de ese juicio, para que
todos los hombres pudieran ser advertidos.

No caigan en el error de suponer que los versículos iniciales del Sermón del monte declaran cómo
vamos a ser salvados, pues eso sería causa de que su alma tropiece. Ustedes encontrarán la plena luz
sobre este asunto en otras partes de la enseñanza de nuestro Señor; pero aquí Él responde únicamente a
la pregunta: “¿Quiénes son los salvos?” o, “¿cuáles son las marcas y evidencias de una obra de gracia
en el alma?” ¿Quién más conoce mejor a los salvos que el Salvador? El pastor es quien discierne mejor
a sus propias ovejas, y el único que conoce infaliblemente a los que son Suyos, es el propio Señor.
Podemos considerar las marcas de los bienaventurados dadas aquí, como testimonios ciertos de la
verdad, pues son dadas por Aquél que no puede errar, que no puede engañarse, y que, como su
Redentor, conoce a los Suyos.

Las Bienaventuranzas derivan mucho de su peso, de la sabiduría y gloria de Quien las pronunció; y,
por tanto, desde el principio se les pide su atención a ese hecho. Lange afirma que “el hombre es la
boca de la creación, y Jesús es la boca de la humanidad;” pero nosotros preferimos, en este lugar,
pensar que Jesús es la boca de la Deidad, y recibir cada una de Sus palabras como investidas de un
poder infinito.

La ocasión de este sermón es notable. Fue predicado cuando se nos describe a nuestro Señor
“Viendo la multitud.” Esperó hasta que la congregación a Su alrededor alcanzara su mayor tamaño y
estuviera sumamente impresionada con Sus milagros, y luego aprovechó la ocasión, como debe hacerlo
todo hombre. El espectáculo de una vasta concurrencia de personas debe movernos siempre a la piedad,
pues representa un montón de ignorancia, de dolor, de pecado, y de necesidad, demasiado grande para
que podamos medirlo. El Salvador miró a la gente con un ojo omnisciente que captó toda su triste
condición; Él vio las multitudes en un sentido enfático y Su alma se agitó ante ese espectáculo.

La Suya no fue la lágrima pasajera de Jerjes cuando pensó en la muerte de sus millares armados,
sino que fue una identificación práctica con las huestes de la humanidad. Nadie se preocupaba por
ellas, eran como ovejas sin su pastor, o como matas de trigo a punto de secarse y caer al suelo por falta
de segadores que las segaran. Jesús, por tanto, se apresuró al rescate. Él sin duda, con placer, se dio
cuenta de la avidez de la muchedumbre para escuchar, y esto lo condujo a hablar. Un escritor citado en
la “Catena Aurea”, ha dicho atinadamente: “Todo hombre, en su propia actividad o profesión, se
regocija cuando ve una oportunidad para ejercerla; el carpintero, si ve un árbol atractivo, desea
derribarlo para poder emplear su habilidad en él; y de igual manera el predicador, cuando ve una gran
congregación, se regocija en su corazón, y se alegra por la oportunidad de enseñar”. Si los hombres se
volvieran negligentes para escuchar, y nuestra audiencia menguara hasta quedar reducida a un simple
puñado, sería una gran pena para nosotros cuando recordáramos que, habiendo habido muchos con la
avidez de oír, no fuimos diligentes para predicarles. El que no siegue cuando los campos están blancos
para la siega, únicamente podrá culparse a sí mismo si, en otras épocas, es incapaz de llenar sus brazos
con las gavillas. Las oportunidades deben ser aprovechadas con prontitud siempre que el Señor las
pone delante de nosotros. Es bueno pescar cuando hay muchos peces, y cuando los pájaros se juntan
alrededor del cazador de aves, es tiempo que extienda sus redes.

A continuación, es digno de considerarse el lugar desde donde fueron pregonadas estas


Bienaventuranzas: “Viendo la multitud, subió al monte”. Si ese monte elegido es el conocido como los
Cuernos de Hattin, no nos corresponde a nosotros debatir; que ascendió a una elevación es suficiente
para nuestro propósito. Por supuesto, esto sería principalmente por la comodidad que la extendida
ladera de la colina proporcionaría al pueblo, y la presteza con la que el predicador podría sentarse sobre
un peñasco saliente para poder ser visto y oído por todos; pero nosotros creemos que el lugar escogido
para la reunión también contenía su propia instrucción. La exaltación de la doctrina podría muy bien
estar simbolizada por el ascenso al monte. De cualquier manera, es importante que todo ministro esté
convencido que debe ascender en espíritu cuando vaya a disertar acerca de los encumbrados temas del
Evangelio. Una doctrina que no puede ser ocultada, y que producirá una Iglesia semejante a una ciudad
construida sobre un monte, comenzó a ser proclamada muy apropiadamente desde un lugar conspicuo.
Una cripta o una caverna habrían sido lugares completamente inadecuados para un mensaje que debe
ser pregonado desde los tejados de las casas, y predicado a toda criatura bajo el cielo.

Además, las montañas han estado siempre asociadas con distintas épocas de la historia del pueblo de
Dios; el monte Sinaí es sagrado para la ley, y el monte Sion es simbólico de la Iglesia. El Calvario iba a
estar conectado a su debido tiempo con la redención, y el monte de los Olivos con la ascensión de
nuestro Señor resucitado. Era conveniente, por tanto, que el inicio del ministerio del Redentor estuviese
vinculado a un monte tal como “la colina de las Bienaventuranzas”. Fue desde una montaña que Dios
proclamó la ley, y es sobre un monte que Jesús la explica. Gracias a Dios, no era un monte alrededor
del cual se tuvieran que poner límites; no era la montaña que ardía con fuego, de la cual Israel huyó con
miedo. Era, sin duda, un monte todo cubierto de hierba y adornado con lindas flores, en cuyos costados
el olivo y la higuera pululaban, excepto en los puntos donde las rocas se abrían paso irguiéndose por
entre el césped, invitando ávidamente a su Señor a honrarlas, convirtiéndolas momentáneamente en Su
púlpito y Su trono. ¿Acaso no podría agregar que Jesús sentía una profunda simpatía por la naturaleza,
y por tanto se deleitaba en un salón de actos cuyo piso era la hierba, y cuyo techo era el azul del cielo?

El espacio abierto era acorde con la largueza de Su corazón, y las brisas rememoraban Su libre
espíritu, y el mundo alrededor estaba lleno de símbolos y parábolas, de conformidad con las verdades
que enseñaba. Mejor que un largo pasillo o que hileras de palcos en un salón abarrotado, era esa
grandiosa ladera de la colina como un lugar de reunión. ¡Qué bueno sería que más a menudo
pudiéramos escuchar sermones en medio de un paisaje que inspire al alma! Seguramente tanto el
predicador como su audiencia se beneficiarían igualmente si cambiaran una casa hecha con manos de
hombres, por el templo de la naturaleza hecho por Dios.

Había enseñanza en la postura del predicador: “y sentándose”, comenzó a hablar. No creemos que
ni el cansancio ni lo prolongado del discurso fueran el motivo de que Se sentara. Frecuentemente se
quedaba de pie cuando predicaba sermones que duraban mucho tiempo. Nos inclinamos a creer que,
cuando se convertía en el intercesor de los hijos de los hombres, se quedaba de pie con Sus manos
alzadas, elocuente de la cabeza a los pies, impetrando, suplicando, y exhortando con cada miembro de
Su cuerpo, y con cada una de las facultades de Su mente; pero ahora que era, por decirlo así, un Juez
otorgando las bendiciones del reino, o un Rey sentado sobre Su trono, separando a Sus verdaderos
súbditos de los extraños y extranjeros, decidió sentarse.
Como un Maestro que tiene autoridad, oficialmente ocupó la cátedra de la doctrina, y habló ex
cáthedra, como dicen los hombres, como un Salomón actuando como preceptor de asambleas, o como
un Daniel, venido para juzgar. Se sentó como un refinador y Su palabra era como fuego. Su postura no
se explica simplemente por el hecho que era una costumbre oriental que el maestro se sentara y el
alumno estuviera de pie, pues nuestro Señor era algo más que un maestro didáctico. Él era un
Predicador, un Profeta, un Intercesor, y consecuentemente adoptaba otras posturas cuando cumplía esos
oficios. Pero en esta ocasión, se sentó en Su lugar como Rabí de la Iglesia, como Legislador del reino
de los cielos investido de autoridad, como el Monarca en medio de Su pueblo. Vengan aquí, entonces,
y oigan al Rey en Jesurún, al Legislador Divino, no en la entrega de los diez mandamientos, sino en la
enseñanza de las siete, o si lo prefieren, de las nueve Bienaventuranzas de Su reino bendito.

Luego se menciona, para indicar el estilo de Su prédica, que “abrió su boca”, y algunos altercadores
de escaso entendimiento han preguntado, “¿cómo podría haber enseñado sin abrir su boca?” La
respuesta es que Él frecuentemente enseñaba, y enseñaba mucho, sin decir una sola palabra, puesto que
Su vida entera era una enseñanza, y Sus milagros y Sus obras de amor eran las lecciones de un
Instructor de instructores. No es superfluo decir que “abriendo su boca les enseñaba”, pues les había
enseñado a menudo cuando Su boca estaba cerrada. Además, con frecuencia encontramos maestros que
raramente abren sus bocas; ellos sisean el Evangelio eterno por entre sus dientes, o lo musitan dentro de
sus bocas, como si nunca hubiesen recibido el mandamiento “Clama a voz en cuello, no te detengas”.
Jesucristo hablaba como habla un hombre que tiene gran solicitud; enunciaba claramente y hablaba con
voz poderosa. Alzaba Su voz como una trompeta, y publicaba la salvación por todas partes, como un
hombre que tenía algo que decir y que anhelaba que su audiencia lo oyera y lo sintiera.

¡Oh, que la propia manera y la voz de quienes predican el Evangelio fuesen tales que demostraran su
celo por Dios y su amor por las almas! Así debería ser, pero no es así en todos los casos. Cuando un
hombre se vuelve terriblemente solícito al hablar, su boca parece agrandarse en sintonía con su
corazón: esta característica ha sido observada en vehementes oradores políticos, y los mensajeros de
Dios deberían sonrojarse si tal observación no fuera aplicable a su caso.

“Y abriendo su boca les enseñaba”. ¿Acaso no tenemos aquí una alusión más que, así como Él había
abierto la boca de Sus santos profetas desde tiempos antiguos, ahora abría Su propia boca para
inaugurar una revelación más plena? Si Moisés habló, ¿quién hizo la boca de Moisés? Si David cantó,
¿quién abrió los labios de David para que publicara las alabanzas de Dios? ¿Quién abrió la boca de los
profetas? ¿Acaso no fue el Señor, por Su Espíritu? ¿No es correcto decir ahora que Él abría Su propia
boca, y hablaba directamente a los hijos de los hombres, como el Dios encarnado? Ahora, por Su
propio poder e inspiración inherente, comenzaba a hablar, no por medio de la boca de Isaías, o de
Jeremías, sino por Su propia boca. Ahora era un manantial de sabiduría que se abría, y del que
abrevarían gozosas todas las generaciones; ahora se iba a escuchar el sermón más majestuoso y, sin
embargo, el más sencillo de todos los sermones predicados a la humanidad. La apertura de la fuente
que fluyó de la roca del desierto no contenía ni la mitad de la medida del gozo para los hombres.
Nuestra oración debe ser: “Señor, así como Tú has abierto Tu boca, abre nuestros corazones”; pues
cuando la boca del Redentor se abre con bendiciones, y nuestros corazones son abiertos con deseos, el
resultado será un glorioso henchimiento con la plenitud de Dios, y luego también nuestras bocas serán
abiertas para proclamar la alabanza de nuestro Redentor.

Consideremos ahora las propias Bienaventuranzas, confiando que, con la ayuda del Espíritu de Dios,
podamos percibir la riqueza de su santo significado. No hay palabras en todas las Santas Escrituras que
sean más preciosas o que estén más cargadas de solemne sentido.
La primera palabra del clásico sermón grandioso de nuestro Señor es “Bienaventurados”. No habrán
dejado de percibir que la última palabra del Antiguo Testamento es “maldición”, y es muy sugestivo
que el primer sermón del ministerio de nuestro Señor, comience con la palabra “Bienaventurados”.
Tampoco comenzó Él de esa manera para luego cambiar de inmediato Su modo de hablar, pues nueve
veces salió de Sus labios, en rápida sucesión, esa palabra encantadora. Se ha dicho muy correctamente
que la enseñanza de Cristo puede resumirse en dos palabras: “Creed”, y “Bienaventurados”. Marcos
nos relata que Él predicaba diciendo: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Y Mateo, en este pasaje,
nos informa que Él llegó diciendo: “Bienaventurados los pobres en espíritu”. Toda esta enseñanza tenía
el propósito de bendecir a los hijos de los hombres: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”.

Sus labios, como un panal, gotean dulzura. Promesas y bendiciones se derraman de Su boca. “La
gracia se derramó en tus labios”, dijo el salmista, y consiguientemente la gracia se derramó de Sus
labios; Él fue bendito para siempre, y continuó repartiendo bendiciones a lo largo de Su vida, hasta que,
“bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo”. La ley tenía dos montes, Ebal y
Gerizim, uno para bendiciones y otro para maldiciones, pero el Señor Jesús bendice eternamente, y no
maldice.

Las Bienaventuranzas que tenemos ante nosotros, que se relacionan con el carácter, son siete; la
octava es una bendición para las personas descritas en las siete Bienaventuranzas, en los casos en que
su excelencia ha provocado la hostilidad de los inicuos; por tanto, puede ser considerada como una
confirmación y un resumen de las siete bendiciones que la preceden. Pensando que la octava es un
resumen, consideramos que son siete las Bienaventuranzas, y así nos referiremos a ellas.

Todas las siete describen un carácter perfecto, y constituyen una perfecta bendición. Cada
bendición por separado es preciosa, ay, más preciosa que la abundancia de oro fino; pero hacemos bien
al considerarlas como un todo, pues como un todo fueron predicadas, y desde esa perspectiva, son una
cadena maravillosamente perfecta compuesta por siete eslabones sin precio, unidos mediante un arte
tan consumado, que únicamente nuestro Bezaleel celestial, el Señor Jesús, poseyó jamás. No se puede
encontrar, en ninguna otra parte, una instrucción semejante en el arte de la beatitud.

Los doctos han recogido de los antiguos, doscientas ochenta y ocho opiniones diferentes relativas a
la felicidad, y no hay una sola opinión que dé en el blanco. Pero nuestro Señor, en unas cuantas frases
notables, nos ha dicho todo acerca de la felicidad, sin usar ni una sola palabra redundante ni permitir la
más mínima omisión. Las siete frases de oro son perfectas como un todo, y cada una ocupa su lugar
apropiado. En su conjunto son una escalera de luz, y cada una es un escalón del más puro brillo del sol.

Observen cuidadosamente, y verán que cada una se eleva por encima de las precedentes. La
primera Bienaventuranza no es de ninguna manera tan elevada como la tercera, ni la tercera es tan
elevada como la séptima. Hay un gran avance desde los pobres en espíritu hasta los de limpio corazón
y los pacificadores. He dicho que ascienden, pero sería igualmente correcto decir que descienden, pues
desde el punto de vista humano lo hacen; llorar es un escalón más abajo y sin embargo un paso más
arriba que ser pobre en espíritu, y el pacificador, aunque es la condición más elevada del cristiano, será
llamado a menudo a tomar el lugar más bajo por causa de la paz. “Las siete Bienaventuranzas señalan
una caída en la humillación y una creciente exaltación. En la proporción en que los hombres ascienden
en la recepción de la bendición divina, más se hunden en su propia estima, y consideran un honor hacer
las obras más humildes.
La Bienaventuranzas no están únicamente colocadas una sobre otra, sino que brotan la una de la
otra, como si cada una dependiese de todas las que le precedieron. Cada crecimiento alimenta un
mayor crecimiento, y la séptima Bienaventuranza es el producto de todas las otras seis.
“Bienaventurados los que lloran” surge de “Bienaventurados los pobres en espíritu”. ¿Por qué lloran?
Lloran porque son “pobres en espíritu”. “Bienaventurados los mansos” es una bendición que ningún
hombre alcanza mientras no haya sentido su pobreza espiritual, y no haya llorado por ella.
“Bienaventurados los misericordiosos” sigue a la bendición de los que son mansos, porque los hombres
no adquieren el espíritu de perdón, de simpatía y de misericordia mientras no hayan sido hechos
mansos al experimentar las dos primeras bendiciones. Este mismo ascenso y esta misma procedencia
pueden ser vistos en las siete Bienaventuranzas. Las piedras son colocadas una sobre otra en hermosos
colores, y son bruñidas semejando un palacio; todas son una secuela natural y una consumación, la una
de la otra, como lo fueron los siete días de la primera semana del mundo.

Observen, también, en esta escalera de luz, que aunque cada escalón está arriba del otro, y cada
escalón brota del otro, sin embargo cada uno es perfecto en sí mismo, y contiene en sí una bendición
sin precio y perfecta. Los más humildes de los bienaventurados, es decir, los que son pobres en espíritu,
tienen su bendición peculiar, y es ciertamente una bendición de naturaleza tal, que luego es usada como
un resumen de todas las demás. “Porque de ellos es el reino de los cielos” es tanto la primera como la
octava de las bendiciones. Los caracteres más sublimes, es decir, los pacificadores, que son llamados
hijos de Dios, no son descritos como más que bienaventurados; sin duda, ellos gozan más de la
bienaventuranza, pero no poseen más bienaventuranza por la provisión del pacto.

Noten con deleite, también, que la bienaventuranza está en todos los casos en el tiempo presente,
una felicidad que debe ser gozada y disfrutada ahora. No es “Bienaventurados serán”, sino
“Bienaventurados son”. No hay un solo paso en toda la experiencia divina del creyente, no hay un
eslabón en la maravillosa cadena de gracia, en el que haya una ausencia de la sonrisa divina o una falta
de felicidad real. El primer momento de la vida cristiana sobre la tierra es bienaventurado, y
bienaventurado es el último. Bienaventurada es la chispa que tiembla en la caña de lino, y bendita es la
flama que asciende en santo éxtasis al cielo. Bienaventurada es la caña cascada, y bienaventurado es el
árbol de Jehová lleno de savia, el cedro del Líbano, que el Señor plantó. Bienaventurado es el bebé en
la gracia, y bienaventurado es el hombre perfecto en Cristo Jesús. Así como la misericordia del Señor
permanece para siempre, así permanecerá también nuestra bienaventuranza.

No debemos dejar de observar que, en las siete Bienaventuranzas, la bendición de cada una de ellas
es apropiada al carácter. “Bienaventurados los pobres en espíritu” está conectada apropiadamente con
el enriquecimiento en la posesión de un reino más glorioso que todos los tronos de la tierra. Es también
sumamente conveniente que aquellos que lloran reciban consolación; que los mansos, que renuncian a
toda autoexaltación, gocen de la vida al máximo, y así reciban la tierra por heredad. Es divinamente
conveniente que aquellos que tienen hambre y sed de justicia sean saciados, y que quienes son
misericordiosos para con otros, alcancen misericordia. ¿Quiénes sino los de limpio corazón verán al
infinitamente puro y santo Dios? Y, ¿quiénes sino los pacificadores serán llamados hijos del Dios de
paz?

Sin embargo, el ojo perspicaz percibe que cada bendición, aunque apropiada, es expresada
paradójicamente. Jeremy Taylor afirma: “Son muchas paradojas e imposibilidades reducidas a un todo
coherente”. Esto es visto claramente en la primera Bienaventuranza, pues se dice que los pobres en
espíritu poseerán un reino, y es igualmente manifiesto en la colección como un todo, pues trata de
felicidad, y sin embargo, la pobreza encabeza la caravana, y la persecución cubre la retaguardia; la
pobreza es lo contrario de las riquezas, y sin embargo ¡cuán ricos son quienes poseen un reino! Y la
persecución se supone que destruye todo gozo, y sin embargo aquí es convertida en un tema de
regocijo. Vean el arte sagrado de Quien habló como no habló jamás hombre alguno. Él puede a la vez
convertir Sus palabras en sencillas y paradójicas, y puede por tanto atraer nuestra atención e instruir
nuestros intelectos. Tal predicador merece el más atento de los oyentes.

Las siete Bienaventuranzas que componen este ascenso celestial a la casa del Señor, conducen a los
creyentes a una elevada meseta en la que habitarán confiados, y no serán contados entre las naciones;
su santa separación del mundo atraerá sobre ellos persecución por causa de la justicia, pero no pierden
su felicidad, sino que más bien crece, y es confirmada por la doble repetición de la bendición. El odio
del hombre no despoja al santo del amor de Dios; inclusive los denostadores contribuyen a su
bendición. ¿Quién de nosotros se avergonzará de la cruz que debe acompañar esa corona de
misericordia y piedades? Independientemente de lo que puedan involucrar las maldiciones del hombre,
son un inconveniente tan pequeño ante la conciencia de ser bendecido siete veces más por el Señor, que
no son dignas de ser comparadas con la gracia ya revelada en nosotros.

Aquí hacemos una pausa por el momento, y con la ayuda de Dios, consideraremos cada una de las
Bienaventuranzas en posteriores homilías.
LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los Pobres en Espíritu

LOS DESTITUIDOS ESPIRITUALES — Mateo 5:3

Supongamos que recibe un pedazo de papel y le piden que escriba lo que realmente desea de la vida.
¿Qué escribiría? Podría escribir muchas cosas; sin embargo, para muchos, lo más apreciado es la
felicidad.
El mundo ha ido a grandes extremos para encontrar la felicidad. Nadie probó más maneras de ser
feliz que el rey Salomón. Este buscó la felicidad por medio de la sabiduría del mundo. ¿A qué
conclusión llegó?

He aquí yo me he engrandecido, y he crecido en sabiduría sobre todos los que fueron


antes de mí en Jerusalén; y mi corazón ha percibido mucha sabiduría y ciencia. Y
dediqué mi corazón a conocer la sabiduría, y también a entender las locuras y los
desvaríos; conocí que aun esto era aflicción de espíritu. Porque en la mucha sabiduría
hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor (Eclesiastés 1.16–18).

Salomón experimentó con todas las diversiones imaginables, incluido el vino, las mujeres y el canto
(Eclesiastés 2.1, 8). Llegó a ser tan rico que la «plata, […] no era apreciada» durante sus días (1 Reyes
10.21). Se sentó a disfrutar platillos de bueyes, ovejas, ciervos, gacelas, corzos y aves gordas (1 Reyes
4.22, 23). No se negó nada que creía le podría dar placer (Eclesiastés 2.10). ¿Qué aprendió de todo
ello? «… he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu» (v. 11b). La felicidad no la pueden hallar
aquellos que estén en el camino equivocado. Los que no estén dispuestos a pagar el precio jamás
podrán alcanzarla.
Estamos comenzando un estudio de Mateo 5.3–12. En este texto, encontramos el secreto dado por
Dios para la verdadera felicidad —lo que Hugo McCord llamó «La felicidad garantizada». Estos
versículos son conocidos como «las Bienaventuranzas». En las traducciones más comunes, cada
versículo comienza con la palabra «bienaventurados».
La palabra «bienaventurados» es una traducción de la palabra griega makarios, que básicamente
quiere decir «bendecido y feliz». No sería una mala traducción usar la palabra «felices» en lugar de
«bienaventurados» —como lo consigna la traducción de Phillips:

«¡Qué felices son los de humilde actitud, porque el reino de los cielos les pertenece!
¡Qué felices son los que saben lo que significa el dolor, porque recibirán valor y
consuelo! ¡Qué felices son los que no piden nada, porque toda la tierra les pertenece!
¡Qué felices son los que tienen hambre y sed de bondad, porque quedarán totalmente
satisfechos! ¡Felices los misericordiosos, porque se les mostrará misericordia! ¡Felices
son los totalmente sinceros, porque verán a Dios! ¡Felices los que procuran la paz,
porque serán conocidos como hijos de Dios! ¡Felices son los que han sufrido
persecución por causa de la bondad, porque el reino de los cielos les pertenece!».

Sin embargo, tenemos que cuidarnos de no definir las palabras «feliz» y «felicidad» como lo hace el
mundo. Esta clase de «felicidad» se ve afectada por las circunstancias en las que nos encontremos. En
el Nuevo Testamento, sin embargo, makarios generalmente se refiere «al gozo característico que viene
del participar del reino divino». La versión AB amplía la primera parte del versículo 3, consignándolo
de la siguiente manera: «Bienaventurados (felices, ser envidiados y espiritualmente prósperos —
gozosos por la vida y satisfechos por el favor y la salvación de Dios, independientemente de sus
condiciones externas) son los pobres en espíritu». Makarios es una palabra que describe la felicidad
verdadera, la felicidad profunda, la felicidad duradera. Permítame reiterar que no la afectan las
circunstancias externas; proviene de lo que hay dentro. Me gusta pensar de ella como «felicidad
suprema».
¿Desea usted tener felicidad? Permanezca entonces con nosotros mientras estudiamos ocho
requisitos dados por Jesús para tener «felicidad suprema». Esta lección es sobre el primero de los
requisitos.

«BIENAVENTURADOS LOS POBRES EN ESPÍRITU…»


Muchos de nosotros estamos tan familiarizados con el Sermón del Monte que no somos conscientes
del impacto que tuvo que haber tenido en los que lo escucharon por primera vez. Los preceptos de
Jesús fueron tan revolucionarios que, después de cada declaración, probablemente tuvo que hacer una
pausa hasta que la multitud se calmara lo suficiente para continuar. Casi todas las enseñanzas de Cristo
eran contrarias a la sabiduría del mundo y el pensamiento judío. La primera bienaventuranza es un
ejemplo de ello, pues dice: «Bienaventurados [felices] los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino
de los cielos». En lo que respecta a la sabiduría del mundo, esto va en contra de lo que se considera
necesario para «salir adelante» y «ser alguien». En lo que respecta al pensamiento judío, era contrario a
la tradición. Los judíos eran un pueblo orgulloso y se sentían orgullosos de sentirse orgullosos. A todos
ellos y a nosotros, Jesús dijo: «Bienaventurados los pobres en espíritu».

Lo que «pobres en espíritu» no quiere decir


¿Qué quiso decir Jesús con la frase «pobres en espíritu»? Primeramente, debemos notar que Jesús
no dijo: «Bienaventurados los pobres en el bolsillo». Es cierto que los pobres con respecto a las cosas
materiales tienden más a ser pobres en espíritu (considere 1 Corintios 1.26–29 y 1 Timoteo 6.9), sin
embargo, es posible ser pobre y aun así tener un espíritu orgulloso y altivo. Luego, tenemos a los que
han sido bendecidos económicamente y son tan humildes y dependientes de Dios como es posible. El
dinero no es el factor decisivo. Dios no condena de forma automática la prosperidad ni bendice la
pobreza.
También podríamos añadir que Jesús no dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu». Algunos
piensan que son pobres en espíritu porque no se aman; de hecho, se desprecian. Esta no es una actitud
apropiada para un hijo del Rey. La Biblia enseña que cada alma es valiosa a los ojos de Dios (vea
Mateo 16.26).

Lo que «pobres en espíritu» sí quiere decir


Entonces, ¿qué quiere decir la frase «pobres en espíritu»? La palabra que usó Jesús para «pobres» es
ptochos. Ptochos no quiere decir simplemente pobres; tiene que ver con ser indigente, estar sumido en
la pobreza. Se originó de una palabra que quiere decir «encogerse u ocultarse por miedo». Se refiere a
«la pobreza total que reduce a las personas a la mendicidad». Es la palabra usada para describir al
mendigo Lázaro, al decir: «Había también un mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta
[del rico], lleno de llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun los
perros venían y le lamían las llagas» (Lucas 16.20, 21a; énfasis nuestro). En los Estados Unidos
estamos familiarizados con tres clases de personas: Están los ricos, los pobres y está la gran «clase
media», donde muchos de nosotros nos encontramos. En tiempos bíblicos había principalmente dos
clases de personas: los ricos y los pobres, «los que tienen» y «los que no tienen».
En el texto que nos ocupa, ptochos no se refiere a los que tienen poco, se refiere a los que no tienen
nada. Evoca la imagen de un mendigo tumbado al lado de la carretera —un mendigo que depende
enteramente de la misericordia de los demás, ¡un mendigo que sabe que no tiene nada y que morirá si
nadie le muestra misericordia! Usted y yo tenemos que volvernos mendigos espirituales si queremos
ver el reino de los cielos. Tenemos que reconocer que somos espiritualmente indigentes. Jesús en
efecto dijo: «Bienaventurados los que, en su propia estimación de sus capacidades morales y religiosas,
son mendigos, dándose cuenta de su desesperación espiritual». La traducción de Goodspeed consigna:
«Bienaventurados los que sienten sus necesidades espirituales…».
Dios siempre ha querido y elogiado a los que reconocen su necesidad espiritual. David escribió:
«Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú,
oh Dios» (Salmos 51.17). Cuando leemos este versículo, puede que pensemos: «Sin embargo, Dios
ordenó los sacrificios de animales en el Antiguo Testamento». Cuando Salomón dedicó el templo,
120,000 ovejas y 22,000 bueyes fueron sacrificados, además de otros animales, «que por la multitud no
se podían contar ni numerar» (1 Reyes 8.5; vea v. 63). Dios respondió enviando una nube de gloria que
llenó el templo (v. 10). ¿Por qué dice entonces David que «los sacrificios de Dios son el espíritu
quebrantado»? Porque el Señor aceptaría los sacrificios de animales solamente si provenían de fieles
que tuvieran un corazón contrito y humillado.
Isaías demostró la clase de espíritu que desea Dios. Cuando vio al Santo y Altísimo, vio que él no
era nada. Dijo: «¡Ay de mí! que soy muerto; porque [soy] hombre inmundo de labios, y [habito] en
medio de pueblo que tiene labios inmundos» (Isaías 6.5). Más tarde dijo que «todas nuestras justicias
[son] como trapo de inmundicia» (64.6). Cuando veo lo que tengo para ofrecer a mi Señor puro, yo,
como Isaías, tengo que decir: «¡Ay de mí!».
Un buen ejemplo de lo que quiere decir ser «pobres en espíritu» se encuentra en la parábola del
fariseo y el publicano (Lucas 18.9–14). Por un lado, el fariseo se consideraba justo. Reconocía que no
tenía defectos espirituales en su persona y no sentía necesidad de ayuda divina. Por otro lado, el
publicano era pobre en espíritu. Se dio cuenta de que era un pecador, que necesitaba desesperadamente
de la misericordia de Dios. Oró diciendo: «Dios, sé propicio a mí, pecador» (v. 13). Jesús concluyó:
«Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro» (v. 14a). No hay indicios de que el
fariseo fuera inexacto en las virtudes que mencionó, sin embargo, su actitud orgullosa lo condenó. Un
hombre puede ser limpio en lo moral, honesto en los negocios y generoso al dar y aún así ser rechazado
por Dios si no es «pobre en espíritu».

«… PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS»


Habiendo tomado nota de lo que significa ser «pobres en espíritu», nos preguntamos: «¿Qué tiene
que ver esta clase de espíritu con una felicidad verdadera y duradera?». Simplemente el hecho de tener
una actitud pobre en espíritu puede ayudarnos a encontrar la felicidad. Muchos se sienten miserables
porque no cumplen con sus propias expectativas. El que es pobre en espíritu se ha visto honestamente a
sí mismo y, como consecuencia, ha puesto su confianza en el Señor y no en sí mismo —y el Señor no
lo defraudará. Sin embargo, según nuestro texto, la principal razón por la que los pobres en espíritu
pueden ser felices es que tienen una promesa especial, a saber: «… de ellos es el reino de los cielos».
Esta promesa los sustenta, independientemente de lo que la vida pueda traer.

¿Qué es «el reino de los cielos»?


Lo anterior nos lleva a preguntar: «¿Qué es “el reino de los cielos” y cómo es que ser “pobres en
espíritu” nos ayuda a recibirlo?». Comencemos con la primera parte de la pregunta: «¿Qué es “el reino
de los cielos”?».
Algunas de las promesas de las bienaventuranzas parecen centrarse en esta vida, mientras que otras
parecen estar relacionadas principalmente con la vida venidera. He llegado a la conclusión de que todas
las promesas tienen un cumplimiento parcial ahora y un cumplimiento total en el más allá. Esto no es
incompatible con la felicidad en general. El hijo de Dios puede conocer una felicidad básica ahora, sin
embargo, en esta vida, la felicidad siempre estará acompañada de dolores por vivir en un mundo
corrompido por el pecado. Es en el mundo venidero que la felicidad total, pura y sin diluir, será nuestra.
Creo que el cumplimiento aquí como en el más allá ocurre en lo que respecta a la promesa que dice:
«… de ellos es el reino de [Dios]».
La palabra que se traduce como «reino», basileia; «soberanía, poder real, dominio». Como figura
retórica, se refiere al «territorio o pueblo sobre el cual gobierna un rey». El reino de Dios se refiere al
reinado de Dios. En el Nuevo Testamento, vemos dos usos principales del término «reino». En primer
lugar, está el cuerpo de personas en la tierra sobre el que reinan Dios y Cristo; tales personas son
conocidas como la iglesia. En Mateo 16.18, 19, Jesús usó los términos «reino» e «iglesia» de manera
intercambiable. Cuando somos salvos de los pecados del pasado, Dios nos añade a Su iglesia (Hechos
2.47), lo cual es otra manera de decir que Dios nos traslada al «reino de su amado Hijo» (Colosenses
1.13). En ese momento, el objetivo es, como lo dijo Friedrich Nietzsche, «convertirnos en los que
realmente somos». A pesar de que ya gozamos de la ciudadanía en el reino de Dios, tenemos que
permitirle más y más al Señor reinar en nuestros corazones.
El segundo uso principal de la palabra «reino» en el Nuevo Testamento es para referirse a la esfera
celeste sobre el cual reinan Dios y Cristo (vea 2 Timoteo 4.18), el reino que por lo general llamamos
sencillamente «el cielo». Creo que el texto que nos ocupa nos enseña que solamente los que son
«pobres en espíritu» están calificados para ser miembros de la iglesia y que solamente los «pobres en
espíritu» pueden tener la esperanza del cielo. Las bendiciones prometidas a los que son miembros de la
iglesia de Dios y la anticipación de las bendiciones que se encuentran en el cielo sin duda tienen que
contribuir a la felicidad.

¿Cómo nos ayuda a recibir el reino de los cielos el ser «pobres en espíritu»?
Pasamos ahora a la segunda parte de nuestra pregunta que dice: «¿Cómo nos ayuda a recibir el reino
de los cielos el ser “pobres en espíritu”?». Recuerde el significado básico de la palabra «reino»; tiene
que ver con el reinado de Dios. Nadie estará preparado para poner a Dios en el trono de su corazón sin
primero bajarse de ese trono. Luego, recuerde los dos principales usos de la palabra «reino» en el
Nuevo Testamento: Se refiere a la iglesia y al cielo. En primer lugar, observemos cómo el ser pobre en
espíritu es esencial para ser miembro de la iglesia. La iglesia es el cuerpo de personas salvas por la
sangre de Cristo (vea Efesios 5.23, 25). A los niños se les enseña un simple ejercicio de contar los
cinco dedos de la mano con respecto a lo que tenemos que hacer para ser salvos por la sangre, a saber:
Tenemos que oír, creer, arrepentirnos, confesar y ser bautizados.
Nadie está listo para oír el evangelio (vea Romanos 10.17) sin que se dé cuenta de que
espiritualmente es un indigente. Mientras una persona piensa que se encuentra bien espiritualmente, no
tendrá ningún deseo ardiente de salvación. No podremos creer entonces en Jesús ni confesar nuestra fe
(vea Juan 3.16; Romanos 10.9, 10) mientras confiemos en nuestra propia bondad. ¿Qué del
arrepentimiento? La persona que se sienta auto-suficiente es poco probable que crea que necesite
arrepentirse de algo.
Además, nadie está listo para ser bautizado (Hechos 2.38, 41, 47) hasta que no reconozca su
dependencia absoluta de la misericordia de Dios para salvarle. La persona que se bautiza simplemente
porque otros lo están haciendo, u otros lo esperan de él, no ha sido bautizada bíblicamente.
Ocasionalmente, de una persona buena decimos: «Todo lo que necesita es que se bautice». No, lo que
necesita es sentir profundamente que, a pesar de su bondad, no es nada espiritualmente ni tiene nada
que ofrecerle a Dios. Entonces, y solamente entonces, estará listo para venir al Señor obedeciendo
humildemente.
Finalmente, consideremos el segundo significado primario de la palabra «reino» en el Nuevo
Testamento, es decir, el cielo. Jesús dijo: «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida»
(Apocalipsis 2.10c). Nadie está preparado para vivir una vida cristiana fiel hasta que sea pobre en
espíritu. Cuando Jesús diagnosticó la iglesia de Laodicea, les dijo: «Porque tú dices: Yo soy rico, y me
he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable,
pobre, ciego y desnudo» (Apocalipsis 3.17). Pensaban que no necesitaban de nada, cuando en realidad,
necesitaban de todo.
CONCLUSIÓN
«Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». Ser
«bienaventurado» es disfrutar de las bendiciones de Dios y, como consecuencia, ser verdadera y
profundamente felices, independientemente de las circunstancias externas. Ser «pobres en espíritu» es
darse cuenta de que estamos espiritualmente indigentes, un mendigo espiritual depende totalmente de la
gracia y misericordia de Dios. «El reino de los cielos» se refiere al reinado de Dios, en la iglesia y en el
cielo. ¿Cuál es la única conclusión a la que podemos llegar? Si deseamos ser felices y disfrutar de las
bendiciones de Dios, ahora y en la eternidad, tenemos que ser «pobres en espíritu». Nuestra actitud
debe ser como la expresada en el himno «Rock of Ages» (Roca de la Eternidad).

Nada en mis manos te traigo.


Solo a Tu cruz me aferro;
Desnudo, vengo a Ti para que me vistas;
Indefenso, a Ti acudo buscando gracia;
Vil, voy volando a la fuente.
Lávame, oh Salvador, o ya mismo muero.

La pregunta que cada uno de nosotros tenemos que hacernos es «¿Soy pobre en espíritu?». Lo
contrario de ser pobre en espíritu es ser «ricos en espíritu», esto es, ser (como decimos) «engreídos»,
sentirnos autosuficientes y estar satisfechos de nosotros mismos. En Lucas 6, Jesús dio otra versión de
esta bienaventuranza, que incluye tanto lo positivo y lo negativo. «Bienaventurados vosotros los
pobres, porque vuestro es el reino de Dios», «Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro
consuelo» (vs. 20, 24). Puede que Jesús haya estado haciendo alguna referencia al hecho de que Él era
más fácilmente recibido por los económicamente pobres (vea Marcos 12.37), sin embargo, la
aplicación más amplia de Sus palabras corresponde a la bienaventuranza de Mateo. Algunos son
espiritualmente «pobres» según opinan de ellos mismos, mientras que muchos son «ricos». Los que son
ricos en espíritu ya han recibido «todo su consuelo» en esta vida y no tienen nada qué esperar en la
eternidad. ¡Qué triste!
LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los que Lloran

LÁGRIMAS EN UNA REDOMA — Mateo 5:4

Cada bienaventuranza de Mateo 5 comienza con la palabra «bienaventurados», la cual puede


traducirse como «felices», siempre y cuando no la definamos como la define el mundo. En las ocho
declaraciones de Mateo 5.3–12, tenemos la prescripción de Dios para la verdadera felicidad, no importa
cuáles sean las circunstancias externas. La forma como yo lo defino es «felicidad suprema».
Hemos observado que cada bienaventuranza se opone a lo que cree el mundo. Pablo escribió que «lo
insensato de Dios es más sabio que los hombres» (1 Corintios 1.25). Lo que parece insensato para el
mundano —como las Bienaventuranzas— es en realidad el epítome de la sabiduría divina. Los que han
hecho suyas las bienaventuranzas y todo lo que involucran, pueden testificar que las mismas dan como
resultado la felicidad suprema.
En esta lección, estudiaremos la segunda bienaventuranza que dice: «Bienaventurados los que
lloran, porque ellos recibirán consolación» (Mateo 5.4). Esta bienaventuranza, obviamente, va en
contra de la sabiduría humana. De hecho, si sustituimos la palabra «felices» por «bienaventurados»,
parece contradictoria: «Felices los que lloran». La sabiduría humana no valora el luto ni la tristeza. A
pocos les gusta llorar. Les pagamos a comediantes para hacernos reír. La mayoría está de acuerdo con
el sentimiento expresado por Ella Wheeler Wilcox, que dice:

Ríe, y el mundo ríe contigo:


Llora, y llorarás solo.
Lo que la triste vieja tierra debe pedir prestado es alegría,
Pero ella misma tiene suficientes problemas.

No obstante, Jesús dijo: «Bienaventurados los que lloran». La frase «los que lloran» procede de
pentheo y quiere decir «llorar por, lamentar». Es «una de las palabras más coloridas usadas para hacer
lamento en la antigua lengua griega, retratando el dolor más agudo de su clase». Era «comúnmente
usada para hacer lamento por los muertos». En la traducción griega del Antiguo Testamento (la
Septuaginta), la palabra se usó para describir el lamento de Jacob cuando pensó que José estaba muerto
(vea Génesis 37.34). Se usó para describir el lamento de David cuando murió su hijo Absalón (vea 2
Samuel 19.2).
¿Qué tiene que ver el lamento intenso con la verdadera felicidad? Antes de que finalice esta lección,
espero que usted pueda ver la sabiduría celestial en la declaración de Jesús y la manera en la que los
principios comprendidos pueden contribuir a su propia felicidad.

«BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN…»

Los dolientes que no serán consolados


Al igual que en la lección anterior, comenzaremos con lo negativo: lo que Jesús no dijo. En primer
lugar, la intención de Jesús no era pronunciar una bienaventuranza sobre personas simplemente porque
lloren. No hay ninguna virtud especial en el acto de llorar. La Biblia a menudo resalta que Dios desea
que Su pueblo sea feliz. En Proverbios 17.22, leemos: «El corazón alegre constituye buen remedio».
Pablo escribió: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Filipenses 4.4).
Además, la Biblia enseña claramente que algunos dolientes no serán consolados. Por ejemplo, Pablo
dijo: «… la tristeza del mundo produce muerte» (2 Corintios 7.10b). Este es un lloro causado por las
consecuencias de nuestros actos, sea que se llore un poco o nada por el acto mismo. Esta idea puede
ilustrase con el estudiante que se entristece cuando recibe malas notas por no haber estudiado. Jesús no
prometió que los estudiantes perezosos que fracasan y «lloran» serán bienaventurados y consolados.
Los ejemplos de tristeza mundanal por causa del pecado abundan. Considere el borracho que llora
su dolor de cabeza y la pérdida de su trabajo y su familia, sin embargo, no hace ningún cambio en su
estilo de vida. Después de que Judas traicionó a Cristo, «sintió remordimiento» (Mateo 27.3; NASB),
sin embargo, no se arrepintió ni volvió al Señor. Jesús dijo de él: «Bueno le fuera […] no haber
nacido» (26.24). En la Segunda Venida, los impenitentes clamarán a las rocas y a las montañas,
diciendo: «Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de
la ira del Cordero» (Apocalipsis 6.16). Sin embargo, cuando el Señor regrese, será demasiado tarde
para buscar consuelo.
Otro grupo de dolientes que no serán consolados son los dolientes religiosos que no están dispuestos
a aceptar la revelación de Dios en el Nuevo Testamento. Un ejemplo de ello son los judíos que se
reúnen en el Muro Occidental de Jerusalén, el muro conocido como «El Muro de los Lamentos». En
ocasiones especiales, se canta la siguiente letanía:

Líder. Por el palacio que se yace desolado. Respuesta. Nos sentamos en la soledad y
lloramos.
Líder. Por el palacio que fue destruido. Respuesta. Nos sentamos en la soledad y
lloramos.
Líder. Por los muros que fueron derrumbados. Respuesta. Nos sentamos en la soledad
y lloramos.
Líder. Por la majestad que ya no tenemos. Respuesta. Nos sentamos en la soledad y
lloramos.
Líder. Por nuestros grandes hombres que yacen muertos. Respuesta. Nos sentamos en
la soledad y lloramos.
Líder. Por las piedras preciosas que fueron quemadas. Respuesta. Nos sentamos en la
soledad y lloramos.

Los judíos lloran por la gloria perdida de Israel y oran por la venida del Mesías y Su reino, sin
embargo, se niegan a aceptar a Jesús como el Mesías prometido. Su lamento no será bienaventurado.
En cuanto a los dolientes que no aceptan el camino de Dios, pienso en la «banca del doliente» de mi
infancia y el equivalente de hoy en día, «la oración del pecador». En aquella vieja banca se hicieron
muchos lamentos y muchas lágrimas fueron derramadas; sin embargo, no es como el Señor nos pidió
venir a él. Cuando Pablo lloraba por sus pecados y oraba, Ananías le dijo: «Ahora, pues, ¿por qué te
detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre» (Hechos 22.16).
Consideremos una última categoría de dolientes que no serán bienaventurados, un grupo
estrechamente relacionado con los ya mencionados: los que lloran por sus pecados, pero que no hacen
nada al respecto.

Un secuestrador al sur de St. Louis, paralizado por un tiro que le propinaron, de


repente se volvió muy religioso. Oraba y leía y pedía a predicadores que le visitaran.
(Un diamante costoso, un predicador le dijo, debe ser dado a la iglesia si quería el
consuelo de Dios; el predicador lo tomó.) Resultó que el hombre se mejoró y pronto
volvió a su negocio ilícito.

No habrá consuelo para el doliente que no es sincero. Jesús dijo: «No todo el que me dice: Señor,
Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos»
(Mateo 7.21). Una vez más, Jesús dijo: «… el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la
ira de Dios está sobre él» (Juan 3.36b).

Los dolientes que serán consolados


Pasemos a lo positivo. ¿Quiénes son los dolientes que serán consolados? El versículo en sí mismo
no lo dice, sin embargo, el contexto indica que Jesús tenía en mente un lamento espiritual, la
preocupación espiritual. El objetivo principal de Mateo 5.4 lo constituye el lamento por la miseria
espiritual del versículo 3.

El líder religioso del siglo IV, Juan Crisóstomo, dice en uno de sus escritos que las
bienaventuranzas con la que Jesús comienza el Sermón del Monte se suceden unas a
otras «como eslabones en una cadena de oro» […]. Jesús no agrupó las
bienaventuranzas al azar; las dispuso en una secuencia lógica divina. Cada una de ellas
se construye sobre la anterior.

James Tolle le llamó al lamento de Mateo 5.4 «la expresión emocional de la pobreza en espíritu».
Tenemos un ejemplo de esta expresión emocional en las palabras de Pablo en Romanos 7: «¡Miserable
de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?» (v. 24). Hay un parentesco entre este tipo de
lamento y «la tristeza que es según Dios» de 2 Corintios 7. La KJV consigna: «Porque la tristeza según
Dios produce arrepentimiento para salvación, de la que no hay que arrepentirse…» (v. 10). La NASB
consigna: «Porque la tristeza que es según la voluntad de Dios produce un arrepentimiento sin pesar,
llevando a la salvación…».
Llorar por nuestros propios pecados también debe hacernos llorar por el pecado en general: llorar
por el efecto que el pecado tiene en el mundo, llorar por los pecados en la vida de los demás que los
conducirá al infierno. El «justo Lot» estuvo «abrumado por la nefanda conducta de los malvados» en
Sodoma y «afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos» (2 Pedro 2.7,
8). Jesús miró la ciudad de Jerusalén y dijo: «¡Jerusalén, Jerusalén, […] Cuántas veces quise juntar a
tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste!» (Lucas 13.34). Mientras
miraba esa ciudad rebelde, Él «lloró sobre ella» (19.41). Cuando Pablo pensaba en sus hermanos judíos
que estaban perdidos, dijo: «… tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo
mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la
carne» (Romanos 9.2, 3). Cuando tenemos este tipo intenso de lamento por los perdidos, ello hará que
busquemos llegarles con el evangelio (vea Romanos 1.14, 16).
En las bienaventuranzas de Lucas 6, Jesús enunció primeramente lo positivo de esta
bienaventuranza. «Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis» (Lucas 6.21b). Entonces, dio
lo negativo, diciendo «¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis» (Lucas
6.25b). Jesús no estaba hablando sobre la risa en general en el versículo 25, sino sobre reírnos de lo que
no debe divertirnos, especialmente lo que es pecaminoso. ¡No hay nada gracioso en pecar!

«… PORQUE ELLOS RECIBIRÁN CONSOLACIÓN»

La aparente contradicción
Antes de considerar la bienaventuranza del consuelo, permítame por un momento referirme a la
aparente contradicción de la bienaventuranza: «Bienaventurados [felices] los que lloran, porque ellos
recibirán consolación». Suena extraño cuando lo oímos por primera vez, sin embargo, cualquier
fórmula para la felicidad tiene que tomar en cuenta el hecho de que habrá días tristes. La vida no
siempre nos llevará a través de pastos verdes; a menudo nos topamos con valles y sombras. Cualquier
análisis sobre la felicidad que no reconoce esta verdad no es realista y por lo tanto tiene poco valor.
¿Qué relación puede haber entre el lamento espiritual y la felicidad? Sería indicado seguir algunas
sugerencias preliminares:
1) La actitud misma puede contribuir a la felicidad. Piense en la naturaleza progresiva de las
Bienaventuranzas. Cuando reconocemos nuestra miseria espiritual (la primera bienaventuranza), un
resultado natural que se da es que lloremos por nuestras necesidades espirituales (la segunda
bienaventuranza). La primera bienaventuranza subraya el hecho de que tenemos que depender de Dios
y no de nosotros mismos, mientras que la segunda bienaventuranza es un primer paso que damos hacia
Dios. Llorar por los pecados produce un corazón penitente que lleva a la obediencia y al perdón.
Observe otra vez 2 Corintios 7.10: «Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para
salvación» (v. 10a, énfasis nuestro). Entre más nos acerquemos al Señor, más felices deberíamos ser.
2) Recuerde que el lamento espiritual requiere un sentido apropiado de los valores. Si nuestras
prioridades son correctas, no seremos tan desdichados sobre asuntos que no son realmente importantes.
3) Tenga en mente que el énfasis en la bienaventuranza está en que la felicidad verdadera y
duradera se originará de la promesa de la bienaventuranza, es decir: Podemos ser felices cuando
lloramos porque Dios ha prometido consolarnos.
La Biblia enseña que el Dios nuestro es un Dios de consuelo, pues dice: «Bendito sea el Dios y
Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos
consuela en todas nuestras tribulaciones» (2 Corintios 1.3, 4a; énfasis nuestro). En Isaías, leemos que el
Mesías sería Alguien que consolaría a los demás:

… me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a


los quebrantados de corazón…; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en
lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu
angustiado (Isaías 61.1–3; vea Lucas 4.16–21).

En Salmos 56.8, nos encontramos con una frase extraña que inspiró el título de la presente lección.
David le dijo a Dios: «Mis huidas tú has contado; pon mis lágrimas en tu redoma». Las redomas o
frascos eran poco comunes en los días de David. Eran valiosas, por lo que en ellas se colocaban
solamente cosas de valor —tales como un perfume apreciado, un vino raro o un ungüento exquisito.
David le estaba pidiendo a Dios que considerara de mucho valor sus lágrimas como para que las
colocara en Su redoma y nunca las olvidara. He oído que los Césares a veces tomaban sus lágrimas y
las colocaban en frascos. Estos frascos eran etiquetados y puestos en exhibición. Eran como
testimonios de la simpatía de los Césares para con los incidentes tristes que afectaban a los ciudadanos
romanos. Usted y yo podemos estar seguros de que nuestras lágrimas son preciosas para Dios y que son
recogidas, por decirlo así, gota a gota y almacenadas en la «redoma» de Su memoria. No las olvidará.
Le preocupamos. Nos va a consolar.

El consuelo prometido
Lo anterior nos lleva a preguntar: «¿Cuál es el consuelo que se promete?». La palabra «consolación»
es de parakaleo, que se refiere a «un llamado a nuestro lado» (para [«junto a»] y kaleo [«llamar»]).
Esta palabra puede significar amonestar, exhortar o alentar (vea Lucas 3.18; 1 Corintios 1.10; Hebreos
2.18). En el presente texto, se refiere al Señor «que viene a nuestro lado» a consolarnos. En la lección
inicial de esta serie, sugerí que cada promesa de las bienaventuranzas tiene un cumplimiento parcial en
el presente y uno definitivo en el futuro, en el cielo. Creo que es así con respecto a la promesa de Jesús
de consolar al doliente.
1) En consuelo de esta vida. En cuanto al consuelo en esta vida, el doliente espiritual tiene al menos
dos fuentes de consuelo. En primer lugar, está el consuelo de las promesas que se encuentran en la
Palabra de Dios. Por ejemplo, ya he señalado que el dolerse de la condición espiritual propia resultará
en arrepentimiento, lo cual llevará a la obediencia al Señor y que a su vez se traducirá en el perdón de
los pecados del pasado. Pedro les dijo a los no cristianos: «Arrepentíos, y bautícese cada uno de
vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo»
(Hechos 2.38; énfasis nuestro). En cuanto a cristianos que pecan, Juan escribió que «si andamos en luz,
como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de
todo pecado» (1 Juan 1.7; énfasis nuestro). Hay un gran consuelo en saber que todos nuestros pecados
han sido perdonados. Después de que el noble etíope fue bautizado (Hechos 8.26–39), dice: «… siguió
gozoso su camino» (v. 39).
Además, he sugerido que el lamento de Mateo 5.4 incluye el lamento en general sobre el pecado y
sus consecuencias. Esta clase de lamento nos moverá a actuar. Cuando este sea el caso, recibimos de
nuevo una garantía consoladora que viene de la Palabra. En Salmos 126, leemos: «Los que sembraron
con lágrimas, con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá
a venir con regocijo, trayendo sus gavillas» (vs. 5, 6). Este pasaje habla de la confianza que el escritor
tenía de que Dios bendeciría a los restaurados a la tierra de Israel; sin embargo, nos recuerda de los que
hoy siembran la semilla de la Palabra. Pienso en los ganadores fieles de almas, en los padres
concienzudos, en maestros de clases de Biblia, en líderes de la iglesia y en otros que enseñan. Estos
entienden qué quiere decir que la semilla sea regada con las lágrimas que ellos derraman por los que
están tratando de alcanzar. Si usted es uno de ellos y se mantiene fiel a su tarea, sepa que al final, Dios
le dará el crecimiento (1 Corintios 3.6). Usted segará «con regocijo» y «volverá a venir con regocijo»,
trayendo consigo la cosecha.
En cuanto al consuelo que recibimos en esta vida, para el doliente espiritual hay otra fuente de
fortaleza y esta es el cuidado y protección providencial de Dios. Pablo escribió: «Y sabemos que a los
que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados» (Romanos 8.28). En Hebreos 13, leemos: «… porque él dijo: No te desampararé, ni te
dejaré» (v. 5). Jesús dijo: «… he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»
(Mateo 28.20).
2) El consuelo que recibimos en la vida futura. Una vez más, quiero resaltar que el cumplimiento
total y definitivo de la promesa del consuelo vendrá en la otra vida. Hace mucho tiempo, David
escribió: «Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría» (Salmos 30.5). Mi Biblia King
James tiene esta nota sobre la palabra «alegría»: «Hebreo; canto». El llanto no es un visitante
permanente; está aquí por la noche y luego se va, y luego viene el canto a establecer su residencia. En
esta vida siempre habrá una sucesión de llanto, luego alegría, luego llanto, luego canto y así
sucesivamente. Es solamente en el cielo que la alegría tendrá su residencia permanente en nuestros
corazones.
En Lucas 16, encontramos la historia del hombre rico y Lázaro. Lázaro recibió poco consuelo en
esta vida (vs. 20, 21, 25), sin embargo, cuando murió, fue llevado por los ángeles al seno de Abraham
(v. 22). Abraham podía decir entonces acerca de él: «ahora éste es consolado aquí» (v. 25; énfasis
nuestro). En el cielo, Dios «Enjugará […] toda lágrima […]; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto,
ni clamor, ni dolor» (Apocalipsis 21.4).

CONCLUSIÓN
«Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación». El lamento de esta
bienaventuranza es, en primer lugar, por la miseria espiritual personal representada en el versículo 3 y,
en segundo lugar, sobre el pecado en general y su efecto en la humanidad. Por este lamento espiritual,
recibimos consuelo en esta vida, sin embargo, de manera especial, se nos promete consuelo en la vida
venidera.
Dios está profundamente preocupado con respecto al pecado y sus consecuencias. La pregunta que
hay que hacer es si a usted y a mí nos preocupa. En Efesios 4.19, leemos de los que se habían vuelto
tan insensibles que «… se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza». La
KJV habla de los «que perdiendo toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia». ¡Qué tragedia! Le
ruego, no permita volverse insensible, no «pierda toda sensibilidad» con respecto a sus necesidades
espirituales. A Dios le preocupa. ¿Y a usted? Si usted ha estado llorando por sus necesidades
espirituales, ahora es el momento de venir al Señor.

LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados Los Mansos

PODER BAJO CONTROL — Mateo 5:5

¿Es usted impaciente, autoritario o de mal genio? Escuche entonces a Jesús dando el tercer requisito
para la felicidad suprema: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad»
(Mateo 5.5).
El mundo considera de poco valor el ser manso y humilde. Las bienaventuranzas del mundo se
parecen más a lo siguiente: «Bienaventurados los que se hacen valer, porque se saldrán con la suya»;
«Bienaventurados los que se promocionan, porque serán notados»; «Bienaventurados los agresivos,
porque tendrán éxito». Sin embargo, Jesús dijo: «Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la
tierra por heredad».
La última parte de la promesa: «… porque ellos recibirán la tierra por heredad», ha alimentado la
imaginación de muchos y producido gran controversia. ¿Qué quiso decir Jesús cuando dijo que los
mansos y humildes heredarán la tierra? Además, ¿qué relación hay entre ser mansos y humildes y
nuestra felicidad? Consideraremos estas interrogantes en la presente lección.

«BIENAVENTURADOS LOS MANSOS…»

Aclaración
En primer lugar, tenemos que determinar el significado bíblico de la palabra que se traduce como
«mansos». A diferencia de las presentaciones anteriores de esta serie, comenzaremos con lo positivo y
luego iremos a lo negativo. En primer lugar, veremos qué quiere decir la palabra griega y luego
analizaremos qué no quiere decir.
Lo que la «mansedumbre» es. La palabra que se traduce como «mansos» es praus. El léxico de
Joseph Henry Thayer define praus como «suave, leve, manso». El filósofo griego Aristóteles (384–322
a. C.) dijo que praus está a medio camino entre el «mal carácter» y la «incompetencia cobarde» —el
término medio «entre la ira extrema y la indiferencia». Hugo McCord escribió lo siguiente:

Cuando [praus era] usada para referirse a los animales, los griegos le daban el sentido
de la domesticación. Cuando usaban la palabra en relación al sonido, querían decir que
era dulce y suave. Cuando la usaban con respecto a las personas, querían decir que
estas eran humildes y mansas.

Comencemos nuestro análisis de praus señalando la necesidad de la mansedumbre. Los cristianos


han de «[vestirse…] de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de
paciencia» (Colosenses 3.12; énfasis nuestro). Cuando enseñamos el evangelio y buscamos rescatar a
los perdidos, debemos hacerlo «con espíritu de mansedumbre» (Gálatas 6.1; vea 2 Timoteo 2.25; 1
Pedro 3.15). La palabra «mansedumbre» se traduce de una forma de praus. En los Estados Unidos,
tenemos una palabra que ha perdido gran parte de su significado original, esta es, «gentleman»
(caballero). Hoy en día, la palabra se utiliza principalmente para distinguir entre un hombre y una
mujer, sin embargo, una vez se refería a un hombre que era realmente apacible en el trato con los
demás. La Biblia enseña que todos tenemos que ser hombres apacibles y mujeres apacibles.
La mansedumbre es el punto de partida para comprender el significado de praus, sin embargo, no es
lo último. La siguiente profecía fue dada en el Antiguo Testamento con respecto al Mesías:

Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey
vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino
hijo de asna (Zacarías 9.9; énfasis nuestro).
Este pasaje tuvo su cumplimiento en la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. En su narración del
evangelio, Mateo citó esta profecía, sin embargo, observe la palabra que usó en lugar de «humilde»:

Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso [de praus], y sentado sobre
una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga (Mateo 21.5; énfasis nuestro).

En el pasaje donde Zacarías usó la palabra «humilde», Mateo usó la palabra «manso». La
mansedumbre tiene el elemento de la humildad. En Santiago 1.21, la NASB traduce la forma sustantiva
de praus como «humildad»: «… recibid con humildad la palabra implantada, la cual puede salvar
vuestras almas». W. E. Vine hizo notar que «el corazón humilde es el único que también es manso» y
apacible. En Zacarías 9.9, en lugar de «humilde», la KJV consigna «modesto», así que McCord definió
la mansedumbre como «modestia humilde».
En lo que se refiere a praus, Jesús tenía en mente las cualidades de la mansedumbre y de la
humildad: sin embargo, nuestra comprensión aún no se completa. También incluido en praus está el
rasgo de ser agradable, obediente, incluso sumiso. La persona con un espíritu así estará dispuesta a
ceder ante el Señor. Vine hizo notar lo siguiente:

[Las expresiones de praus] son primera y principalmente dirigidas a Dios. Es ese


temple de espíritu con el que aceptamos como buenos Sus tratos con nosotros y, por lo
tanto, no los discutimos ni resistimos; es uno que […] no batalla contra Dios […] ni
lucha, ni se enfrenta a Él.

Un diccionario griego dice: «En [Mateo] 5.5, los mansos a los que se les promete la herencia son
aquellos que reconocen la gran y misericordiosa voluntad de Dios».
En la presente serie, estamos resaltando la progresión lógica de las Bienaventuranzas. Nos
consideramos como nada (la primera bienaventuranza) mientras que Dios lo es todo. Lloramos por
nuestra condición espiritual (la segunda bienaventuranza), que hace que nos arrepintamos y nos
volvamos a Dios. Luego, nuestra pobreza espiritual y profundo llanto dan como resultado un espíritu
afable, manso y sumiso (la tercera bienaventuranza), que acepta la voluntad de Dios sin
cuestionamientos.
El tener un espíritu que es compatible para con Dios también beneficia nuestra relación con los
demás. Pablo le dijo a Tito que les recordara a los cristianos a «no [ser] pendencieros, sino amables
[una forma de praus], mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres» (Tito 3.1, 2; énfasis
nuestro). El cristiano manso o humilde no insiste en que las cosas se hagan a su gusto. Considera las
necesidades y sentimientos de los demás.
¿Cómo, entonces, podríamos definir la mansedumbre o humildad de Mateo 5.5? Es un espíritu
humilde que cede a la voluntad de Dios y trata apaciblemente a los demás.
Lo que la «mansedumbre» no es. Habiendo examinado el significado de praus, estamos listos para
llegar a varias conclusiones con respecto a lo que praus no es. En primer lugar, para ahora debe ser
obvio que praus no es un rasgo débil. Hace años, cuando la mayoría de las personas usaban la KJV,
algunos se preguntaban acerca de la palabra «mansos». Para ellos, ser mansos quería decir que una
persona era tímida y con miedo a defenderse, que permitía que las personas le maltrataran y se
aprovecharan de él. Las traducciones modernas usan otros términos, tales como «apacible» en la
NASB; sin embargo, la mayoría también consideraba a una persona apacible como lo contrario a una
persona fuerte.
Recuerde que los griegos usaban praus al hablar de la domesticación de animales. Cuando pienso en
la domesticación de animales, pienso en la domesticación de caballos salvajes para ser montados.
Cuando un caballo es domesticado para ser cabalgado, no se le resta nada de su fuerza. En lugar de
ello, la fuerza del caballo es controlada. La mansedumbre de Mateo 5.5 puede considerarse como
«poder bajo control». En cuanto a nuestra relación con el Señor, praus puede definirse como «fuerza
moderada mediante la reverencia».
En segundo lugar, praus no es una actitud mental que lo tolera todo, incluso lo malo e inmoral.
Algunas personas son consideradas mansas y apacibles, porque nunca le llevan la contraria a nadie.
Hacen todo lo posible para evitar toda incomodidad. Es cierto que la mansedumbre de Mateo 5.5
supone un individuo que busca la paz (vea v. 9), sin embargo, ello no quiere decir que es indulgente del
mal. Dejar de oponerse al pecado y al error no es mansedumbre. Según D. Martyn Lloyd–Jones, es
solamente «flacidez».
En tercer lugar, praus no es una disposición mental «natural». Es cierto que algunas personas
muestran de forma natural algunas de las características de la mansedumbre y de la apacibilidad. A
estas personas se les refiere a veces como «afables». No es lo que Jesús tenía en mente cuando usó la
palabra praus. Jesús estaba promulgando una cualidad que todo cristiano necesita cultivar, sea o no que
él o ella se «incline naturalmente» a tenerla. Estaba hablando de un atributo que requiere de la ayuda
divina para cultivarlo. En Gálatas 5.22, 23; Pablo habló del «fruto del Espíritu». Incluida en la lista de
frutos dada por Pablo tenemos la «mansedumbre» (v. 23). Nos volvemos mansos en el sentido bíblico
solamente cuando nos rendimos al Señor y dejamos que Su Espíritu obre en nuestras vidas.

Ejemplos
Llegados a este punto, se dará cuenta de que praus es una palabra bastante compleja. Tal vez nos
ayude a comprender esta palabra si vemos ejemplos bíblicos de la misma. En las Escrituras13 se
pueden encontrar muchos ejemplos, sin embargo, nos limitaremos a dos ejemplos, uno en el Antiguo
Testamento y otro en el Nuevo Testamento.
En el Antiguo Testamento, leemos en Números 12.3: «Y aquel varón Moisés era muy manso, más
que todos los hombres que había sobre la tierra». En la traducción griega del Antiguo Testamento, se
utiliza una forma de praus para describir a Moisés en este texto.
Piense en lo que usted sabe de Moisés. Era el hombre más manso que vivía, sin embargo, ¿era débil?
¿Podría un hombre débil haber sacado dos o tres millones de personas de Egipto? Moisés era apacible y
manso, sin embargo, recuerdo ocasiones en que su temperamento estalló. Dudo que la mansedumbre
fuera su disposición natural. Sin embargo, tenía las cualidades que hemos analizado. Había entregado
su espíritu al Espíritu de Dios y ello afectó la forma como trataba a los demás. No fue apacible ni
manso a la hora de oponerse a la desobediencia a Dios, sin embargo, se caracterizó por la humildad.
Deberían ser suficientes dos ilustraciones de la vida de Moisés. En Números 11, un joven corrió a
Moisés para informarle que dos hombres estaban profetizando en el campamento (vs. 26, 27). Un líder
orgulloso podría haber protestado diciendo: «¿Quién les dio permiso?». Josué dijo: «Señor mío Moisés,
impídelos» (v. 28). Moisés respondió humildemente: «¿Tienes tú celos por mí? Ojalá todo el pueblo de
Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su espíritu sobre ellos» (v. 29).
En el capítulo 12 (el capítulo en el que leemos acerca de la humildad o mansedumbre de Moisés),
María y Aarón hablaron con dureza de su hermano (vs. 1, 2). El Señor los reprendió a los dos (vs. 4–9)
y castigó a María, quien evidentemente había liderado la crítica (v. 10). Si yo hubiera sido Moisés,
podría haber dicho: «No recibió lo merecido». En cambio, oró por su hermana, diciendo: «Te ruego, oh
Dios, que la sanes ahora» (v. 13). No es de extrañarse que Moisés fuera un gran líder.
En cuanto al Nuevo Testamento, encontramos el mayor ejemplo de mansedumbre de cualquier
tiempo y lugar, esto es, Jesucristo. Anteriormente leímos Mateo 21.5, donde se refiere al Mesías como
«manso» (praus). En 2 Corintios 10.1, Pablo se refirió a «la mansedumbre [de praus] y ternura de
Cristo». Jesús mismo dijo: «… soy manso [praus] y humilde de corazón» (Mateo 11.29). ¿Fue Jesús
débil? Piense en los cambistas del templo empujándose para apartarse de Su camino (Juan 2.13–17).
¿Toleró Jesús el mal? ¿Evitó situaciones incómodas a toda costa? Considere Su denuncia mordaz
contra los fariseos en Mateo 23.
¿Por qué se le describe a Jesús como «apacible» o «manso»? Había cedido totalmente Su voluntad a
la del Padre (Juan 6.38; vea Mateo 26.39). Se había privado de los derechos y privilegios divinos y se
había convertido en siervo de Dios y de la humanidad (Filipenses 2.5–8). No se preocupó por Sí
mismo, sino por los demás (vea Mateo 20.28). Fue por lo tanto apacible en el trato con los perdidos. Se
le conoció como «amigo […] de pecadores» (Mateo 11.19).
Un ejemplo impactante de la mansedumbre y apacibilidad de Jesús es el que se encuentra en Juan
8.1–11. Los escribas y los fariseos, tratando de atrapar a Jesús, le trajeron una mujer adúltera. Después
de que Jesús eludió la trampa y los acusadores de la mujer partieron, le preguntó: «¿Ninguno te
condenó?». Ella dijo: «Ninguno, Señor». Entonces Jesús le dijo tiernamente: «Ni yo te condeno; vete, y
no peques más» (vs. 10, 11). Jesús fue fuerte, sin embargo, su fuerza estaba bajo control. Estaba
moderada por reverencia a Dios y amor por las personas. De ello trata la mansedumbre de Mateo 5.5.

«… PORQUE ELLOS RECIBIRÁN LA TIERRA POR HEREDAD»


Jesús dijo que aquellos que tienen el atributo anterior son «bienaventurados». Tienen una felicidad
suprema. ¿Qué tiene que ver la mansedumbre con la felicidad? Como fue el caso con respecto a las
bienaventuranzas anteriores, la actitud en sí conduce a la felicidad verdadera —porque la persona
mansa o apacible piensa en las necesidades de los demás más que en las suyas. Por lo tanto, a
diferencia de la mayoría de las personas en el mundo, no está llena de descontento por el hecho de que
los demás no estén satisfaciendo las necesidades suyas. Una vez más, sin embargo, el énfasis de
nuestro texto está puesto en la felicidad como resultado de la promesa.
La promesa de Mateo 5.5 es sorprendente, pues dice: «Bienaventurados los mansos, porque ellos
recibirán la tierra por heredad». ¿Qué quiere decir esto? ¿En qué sentido «recibirán la tierra por
heredad» los mansos?

Lo que la promesa no quiere decir


Esta promesa no quiere decir que los que son apacibles y mansos heredarán la tierra en un sentido
estricto. Considere los dos ejemplos de mansedumbre o humildad que analizamos: Moisés y Jesús.
McCord escribió:

Si alguien fuera a pensar que esta tierra literal es lo que tenía en mente Jesús, entonces
el hombre más manso de todos los tiempos no recibió la promesa. Moisés vagó sin
hogar durante cuarenta años con la esperanza de heredar la tierra prometida, sin
embargo, solamente llegó a verla [Deuteronomio 34.1–5]. La Biblia nos dice también
que Jesús fue un hombre manso, y sin embargo, estuvo lejos de heredar la tierra de
manera literal. [Jesús] dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos;
mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza» [vea Lucas 9.58].

Sin embargo, en mis archivos tengo cartas y artículos en los que las que personas afirman que los
cristianos un día poseerán títulos legales de la tierra física. Su texto favorito es Mateo 5.5, que dice:
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad». Por ejemplo, hay
premilenialistas que hacen de esta promesa parte de su escenario de los últimos tiempos. Dicen que
Jesús regresará a la tierra y reinará de una manera física por mil años. Tiempo durante el cual, insisten,
los hijos de Dios heredarán la tierra.
Luego están los que enseñan que solamente 144,000 irán al cielo, mientras que el resto del pueblo de
Dios vivirá para siempre en la tierra. Dos que sostienen esta creencia llegaron a mi puerta un día.
Describieron una tierra limpia de pecado y de maldad, una tierra sin enfermedad ni muerte, una tierra
llena de felicidad. «¿No es emocionante?», preguntaron. «En realidad, es algo decepcionante», les
contesté. «He estado esperando un cielo nuevo y una tierra nueva [2 Pedro 3.13; vea Apocalipsis 21.1],
y todo lo que me han prometido es una tierra remendada y remodelada. Incluso un niño sabe la
diferencia entre ropa nueva y ropa remendada».
La Biblia no enseña que los humildes y mansos vayan a heredar la tierra como un bien jurídico
ahora; ni tampoco dice que van a tomar posesión de ella en ese sentido después. Pedro escribió que,
«… el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande
estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán
quemadas» (2 Pedro 3.10; énfasis nuestro).

Lo que la promesa sí quiere decir


¿Qué quiere decir entonces la promesa? ¿En qué sentido heredarán la tierra los mansos y humildes?
Como fue el caso de las promesas ya estudiadas, la promesa no es física en naturaleza, sino espiritual.
Los discípulos de Jesús esperaban que el Mesías fuera un líder militar que conquistaría la tierra y luego
se las daría para gobernarla. Jesús les defraudó esas esperanzas cuando dijo: «Mi reino no es de este
mundo» (Juan 18.36).
No obstante, aun si estamos de acuerdo en que la promesa es de naturaleza espiritual, queda la
interrogante en cuanto a si «la tierra» en nuestro texto tiene que ver con esta vida o con la vida
venidera. Algunos insisten en que la promesa solamente hace referencia a esta vida. Otros insisten con
la misma vehemencia en que la promesa no puede hacer referencia a esta vida, por lo que tiene que
estar hablando de la que está por venir. Permítanme sugerir nuevamente que la promesa tendrá un
doble cumplimiento, a saber: un cumplimiento parcial en esta vida y un cumplimiento pleno en la vida
venidera.
En esta vida. En el Antiguo Testamento, David usó básicamente el mismo lenguaje usado por Jesús
en Mateo 5.5 cuando escribió: «Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de
paz» (Salmo 37.11). La similitud de la primera parte de ese versículo con la tercera bienaventuranza es
aún más sorprendente. En Salmos 37, los mansos son aquellos que confían en el Señor (v. 3) y esperan
pacientemente que Él castigue a los malignos (vs. 7–9). De mayor interés para nosotros, sin embargo,
es la palabra «tierra». En el salmo, la tierra se refiere al área geográfica conocida como la tierra de
Canaán. Solamente los humildes y mansos, insistió David, disfrutarían de las bendiciones en esa tierra.
Aún así, creo que son solamente los humildes y mansos los que pueden disfrutar de las bendiciones de
la tierra actual en mayor medida.
El cristiano apacible y manso es el que hereda la tierra «en términos de heredar una vida más rica,
plena y gratificante que la que esta tierra pueda ofrecer». Pablo habló de este tipo de vida cuando se
refirió a sí mismo «como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo» (2 Corintios 6.10). A los corintios
les dio esta seguridad:

… porque todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida,
sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y
Cristo de Dios (1 Corintios 3.21–23; énfasis nuestro).
«Todo lo que en este mundo vale la pena es posesión de los mansos. Puede que no posean
legalmente un centímetro cuadrado de tierra, sin embargo, reconocen que toda la tierra es de Jehová y
que toda su belleza y grandeza son para que ellos las disfruten».
Poco antes de que predicara por primera vez sobre las Bienaventuranzas, asistí al funeral de un
miembro de la iglesia en Comanche, Oklahoma: Jewel Thomas. Fue un hombre humilde, un agricultor.
Su funeral se celebró en el amplio auditorio de la escuela secundaria. Todos los asientos estaban llenos
y había personas de pie a lo largo de las paredes. Uno de los textos leídos en el servicio fue Mateo 5.5:
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad». Por primera vez, este texto
adquirió un significado especial para mí. El hermano Thomas no fue un hombre rico; sin embargo,
había heredado las verdaderas bendiciones de esta vida, incluido el respeto de toda una comunidad.
George MacDonald escribió lo siguiente:
¿Quién es más dueño del mundo, el que tiene mil casas, o el que, sin una casa para
considerar como propia, cuenta con diez en las que al tocar la puerta despertaría un
júbilo instantáneo? ¿Quién es más rico, el hombre que, habiendo gastado gran cantidad
de dinero, no encontrará refugio; o el que por cuya necesidad, un centenar sacrificaría
su propia comodidad?

La mayoría de nosotros probablemente conocemos de personas con una gran riqueza que son
miserables, así como también de quienes tienen poco y son felices. No es la abundancia de bienes lo
que nos hace felices, sino, la actitud que tengamos para con la vida. Don Humphrey señaló que, «el
verdadero disfrute de las bendiciones es de quienes poseen cosas terrenales sin mucho apego a ellas,
que las clasifican como inferiores a las bendiciones espirituales». Señaló que a una persona mansa no la
desvelan sus posesiones ni la consume el temor de perderlas.
En la vida venidera. Se podría decir más del manso y apacible heredando lo mejor que esta tierra
tiene para ofrecer, sin embargo, centremos nuestra atención en la vida venidera. Como es el caso con
todas las bienaventuranzas, el cumplimiento último de esta promesa será en el cielo. En Hebreos 11,
leemos sobre los héroes de la fe:

Conforme a la fe murieron todos éstos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo
de lejos, y creyéndolo, y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos
sobre la tierra. […] Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se
avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad (vs. 13–16).

Dos capítulos después, el autor dijo: «… porque no tenemos aquí [en la tierra] ciudad permanente,
sino que buscamos la por venir [es decir, en el cielo]» (13.14; vea Apocalipsis 21.2, 10).
En Romanos 8, Pablo escribió acerca de nuestra herencia espiritual. Dijo que somos «herederos de
Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él
seamos glorificados» (v. 17). Reconoció que nuestras bendiciones en esta vida siempre estarán
acompañadas de sufrimiento, por lo que esperaba con ansias la vida que está por venir. Dijo: «Pues
tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que
en nosotros ha de manifestarse» (v. 18). Cuando se acercaba el final de su vida, escribió: «… el Señor
me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de
los siglos. Amén» (2 Timoteo 4.18).
El cumplimiento final y definitivo de la promesa de «recibir la tierra por heredad» vendrá en «un
cielo nuevo y una tierra nueva» (Apocalipsis 21.1; énfasis nuestro; vea 2 Pedro 3.13) —la morada de
Dios mismo en el cielo. No puede haber mayor incentivo que nos motive a esforzarnos por ser lo que
debemos ser.

CONCLUSIÓN
«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad» (Mateo 5.5). ¿Quiere
usted «heredar» la tierra, esto es, disfrutar de lo mejor que esta tierra tiene para ofrecer, y esperar una
«tierra nueva»? Entonces, tiene que ser humilde y manso.
Recuerde que la humildad y la mansedumbre implican más que simplemente hablar en voz baja y
ser amables con los demás. Algunos consideran que es la más difícil de las bienaventuranzas, porque
implica una total sumisión a la voluntad de Dios. La persona orgullosa le dice a Dios: «No te necesito
ni necesito de Tus caminos». La persona mansa dice: «Dios, reconozco mi debilidad y me doy cuenta
de que no tengo nada de valor para ofrecerte; sin embargo, estoy agradecido de que me amaste, diste a
Tu Hijo para morir por mí y abrirme el camino de la salvación. Ahora, me someto humildemente a Tu
voluntad». Si no es un hijo de Dios, o si es un hijo infiel, muestre su humildad viniendo al Señor hoy.

LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los que tienen Hambre y Sed de Justicia

HAMBRE EN EL CORAZÓN — Mateo 5:6

Según Sigmund Freud, el deseo humano dominante es el placer; sin embargo, Freud estaba
equivocado. Las personas tienen necesidades más básicas y más fuertes. Entre ellas se encuentra la
necesidad de alimentarse.
La Biblia tiene una serie de ejemplos de lo fuerte que puede ser la motivación del hambre. Esaú
estaba tan hambriento que «por una sola comida vendió su primogenitura» (Hebreos 12.16; vea
Génesis 25.27–34). Los israelitas en el desierto enfurecieron al Señor al clamar por «… el pescado […]
los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos» que habían comido en Egipto (Números
11.5; vea v. 10). Agur oró para que el Señor no le diera pobreza y así no desear ni hurtar, profanando
con ello el nombre de su Dios (Proverbios 30.8, 9). Una tentación de la pobreza sería que alguien con
hambre hurte alimentos. Jesús entendió el hambre y la sed. En el desierto, «… después de haber
ayunado cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre» (Mateo 4.2). Más tarde, en la cruz, dijo:
«Tengo sed» (Juan 19.28).
Estamos estudiando las Bienaventuranzas de Mateo 5. Hemos visto las tres primeras, estas dicen:

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.


Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad (vs. 3–5).

Estamos listos para examinar la cuarta bienaventuranza, la que habla del hambre y la sed, y dice:
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (v. 6). La
presente lección hará énfasis en la necesidad del «hambre en el corazón».

«BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENEN HAMBRE Y SED DE JUSTICIA…»

El significado de «justicia»
Antes de estudiar las palabras «hambre y sed», necesitamos establecer qué es la «justicia», pues es
lo que vamos a ansiar. El término «justicia» proviene de la palabra griega dikaiosune. Tanto en el
griego como en nuestro idioma, el corazón de esta palabra es el término «justo». El término dikaiosune
tiene una variedad de significados. Cuando se aplica a Dios, la palabra quiere decir «ser justo». Esta es
la rectitud absoluta. Dios es el único que es justo en todos los aspectos. Cuando se aplica a personas,
dikaiosune puede tener dos significados. El primero es una «vida justa» (vea 1 Juan 2.29; 3.7, 10).
Ninguno de nosotros puede vivir perfectamente, así que se refiere a una rectitud relativa. Cuando se
aplica a personas, el segundo significado de dikaiosune es «ser recto» —ser recto para con el Señor. Es
una justicia atribuida. En realidad, nosotros no somos justos (vea Romanos 3.10), sin embargo, Dios
nos cuenta como justos (vea Romanos 4.3, 5) cuando creemos en Jesús y hacemos Su voluntad.
Podemos ser rectos para con Dios —no debido a nuestros méritos personales, sino debido a Su gracia y
misericordia.
Los escritores están en desacuerdo en cuanto a cuál definición de dikaiosune tenía en mente Jesús en
el texto que nos ocupa. Si tuviera que elegir entre los tres, yo elegiría «ser rectos». Deberíamos tener un
anhelo profundo por ser rectos para con nuestro Creador. Sin embargo, no sé si necesitemos tomar una
decisión. El cristiano que se esfuerce por ser justo y vivir de una manera justa será recto para con Dios.
Necesitamos tener en el corazón hambre y sed de Dios mismo, esto es, el deseo de tener una
relación vital con Aquel que nos ama y nos cuida. David escribió: «Como el ciervo brama por las
corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios
vivo» (Salmos 42.1, 2; vea 63.1; 143.6). Nuestra hambre en el corazón por Dios incluirá el hambre por
Jesús, «el pan de vida» (Juan 6.48–51). Si ansiamos a Dios y a Jesús, ¿no ansiaremos también ser justos
para con ellos? Si tenemos estas hambres, ¿no anhelaremos hacer lo correcto y vivir como Dios y Jesús
desean que vivamos?
William Barclay hizo la siguiente observación sobre el texto griego de la cuarta bienaventuranza:

Es una regla de la gramática griega que los verbos de hambre y sed sean seguidos por
el caso genitivo [tales como «de pan» o «de agua», es decir una porción de pan o un
sorbo del tanque]. […] Sin embargo, en esta bienaventuranza, de manera muy inusual,
la palabra justicia está en el acusativo directo, y no en el genitivo normal. Ahora bien,
cuando los verbos de hambre y sed en griego toman el acusativo en lugar del genitivo,
el significado es que el hambre y la sed es por la totalidad. […] Por lo tanto, la
traducción correcta diría: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la totalidad
de la justicia, de justicia total, de justicia completa.

No es importante que conozcamos algo de la lengua griega ni que entendamos cuáles son los casos
«genitivo» y «acusativo». Simplemente, grábese esta idea en su mente: Jesús estaba hablando de
hambre y sed «de la totalidad» —la totalidad de la justicia.
Debe tenerse en cuenta una idea más con respecto al deseo de justicia. Cada una de las tres
definiciones analizadas están estrechamente vinculadas a la Palabra de Dios. El Dios justo nuestro se ha
revelado plenamente en Su Palabra. Descubrimos cómo podemos tener una rectitud para con Dios por
medio de estudiar Su Palabra. Aprendemos la forma correcta de vivir por medio de la Palabra. Por lo
tanto, no debemos sorprendernos de que el salmista le dijera a Dios: «Hablará mi lengua tus dichos,
porque todos tus mandamientos son justicia» (Salmos 119.172; énfasis nuestro). Independientemente
de la definición de «justicia» que usemos en nuestro estudio de Mateo 5.6, si tenemos «hambre y sed de
justicia», ello incluirá hambre y sed de un conocimiento y de una comprensión más profunda de las
Escrituras.
Muchos pasajes enseñan que la Palabra de Dios provee alimento para el alma. Jesús dijo: «No sólo
de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4.4). Cuando Pablo
se refirió a lo que les había enseñado a los corintios, dijo: «Os di a beber leche…» (1 Corintios 3.2a).
Pedro les dijo a sus lectores: «… desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada,
para que por ella crezcáis para salvación» (1 Pedro 2.2). El autor de Hebreos dijo que la Palabra de
Dios contiene «leche» para los cristianos inmaduros y «alimento sólido» para los que han alcanzado
madurez.

Porque debiendo ser ya maestros, después de tanto tiempo, tenéis necesidad de que se
os vuelva a enseñar cuáles son los primeros rudimentos de las palabras de Dios; y
habéis llegado a ser tales que tenéis necesidad de leche, y no de alimento sólido. Y
todo aquel que participa de la leche es inexperto en la palabra de justicia, porque es
niño; pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por
el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal (Hebreos
5.12–14).

Sin embargo, para que el alma se nutra, no basta con leer y estudiar la Palabra; también tenemos que
hacer lo que ella dice. Jesús dijo: «Mi comida es que haga la voluntad del que me envió» (Juan 4.34;
énfasis nuestro).

La importancia del «hambre» y de la «sed»


Ahora que tenemos una idea sobre lo que abarca la justicia que hemos de anhelar, dirijamos nuestra
atención a las palabras «hambre» y «sed». «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados» (énfasis nuestro).
Cuando Jesús habló de hambre y de sed, Sus palabras significaron más para los oyentes del siglo
primero que para algunos de nosotros hoy. Muchos de nosotros tenemos que admitir que no hemos
experimentado el hambre ni la sed extrema. Cuando era niño y llegaba a casa de la escuela, mis
primeras palabras a menudo eran «¡Me muero de hambre!» —pero realmente no era así. Cuando
trabajaba en los campos de algodón o de trigo, me daba un apetito voraz a la hora de comer, sin
embargo, no estaba muriéndome de hambre. Cuando hacía deporte, me daba mucha sed, sin embargo,
estaba lejos de morirme de sed.
El tiempo más largo que he estado sin alimentos fue durante mi primer año en la universidad. Vivía
en la casa de una mujer que servía almuerzo todos los días a un grupo de estudiantes. Yo ayudaba a
preparar la comida, luego limpiaba y lavaba los platos. Por hacerlo, me daban un plato de cereal para el
desayuno, lo que se sirviera al almuerzo y un sándwich para la cena. Un fin de semana mi patrona salió
de la ciudad a visitar a alguien. Yo no tenía dinero, así que estuve desde viernes a lunes sin comida.
Sin embargo, nada de lo que haya experimentado se compara con la manera como muchas personas
vivían en tiempos bíblicos. Los obreros apenas ganaban lo suficiente para alimentar a sus familias.
Cuando estaban heridos o enfermos y no podían trabajar, no recibían pago alguno. Tenían que escuchar
a sus hijos hambrientos llorar por la noche. Además, nada de lo que experimenté en mis años de
universidad se compara con la forma como viven muchos en la actualidad. Soy consciente de que
algunos de los que recibirán estos estudios entienden el significado de las palabras «hambre» y «sed»
mejor de lo que yo lo haría.
La palabra «hambre» es de peinao, que quiere decir «hambre, tener hambre […] sufrir carencia […]
estar necesitado». En un sentido figurado, quiere decir «desear ardientemente, buscar con deseo
ardiente». La palabra «sed» es de dipsao, que quiere decir «sufrir sed, sufrir por la sed». Cuando se usa
en un sentido figurado, se refiere a los «que sienten dolorosamente la carencia (y con impaciencia
anhelan) de esas cosas con las que se refresca, sostiene y fortalece el alma».
He notado que algunos de nosotros no apreciamos lo que significa tener hambre extrema. Muchos
de nosotros no entendemos lo que significa estar realmente sedientos. Le damos vuelta a una perilla y
sale agua. No era así en las tierras bíblicas. Su agua provenía de pozos y de arroyos, sin embargo, los
pozos y los arroyos pueden secarse. Además, cuando las personas viajaban a través de las tierras áridas
del Medio Oriente (vea Salmos 63.1), a menudo tenían que recorrer largas distancias sin agua.
Entendían la sed mucho mejor que de lo que yo la entiendo.
La intensidad del deseo indicado por las palabras griegas del texto en consideración se ilustra con
dos acontecimientos trágicos de la historia. Uno de ellos fue el asedio de Jerusalén realizado por Tito
en el año 70 d. C. Josefo informó que el asedio trajo una hambruna que fue «demasiada severa como
para mostrar otras pasiones […]. Los niños sacaban de las bocas de sus padres los bocados mismos que
estaban comiendo y, aún más lastimoso, también se lo hacían las madres a sus hijos».
En 2 Reyes 6 se describe una hambruna anterior. Durante esta terrible hambruna, la cabeza de un
asno se vendía por ochenta piezas de plata. Cosas parecidas, que en otras circunstancias serían
impensables como alimentos, eran vendidas para el consumo humano (v. 25). El resultado más trágico
de la hambruna, sin embargo, se encuentra en el versículo 29, donde una madre dijo: «Cocimos, pues, a
mi hijo, y lo comimos». Pese a que el amor de una madre es fuerte, en esta madre, el impulso del
hambre fue más fuerte.
Pese a lo trágico y aberrante que son las ilustraciones anteriores, tal vez transmitan el significado
que tenían los términos «hambre» y «sed» para el público de Jesús del siglo primero. Cuando Jesús
habló de hambre y sed, estaba refiriéndose a la fuerte motivación de una persona muriendo de hambre
que daría cualquier cosa por un trozo de comida, o de alguien muriendo de sed que daría cualquier cosa
por un trago de agua. La pregunta que cada uno de nosotros debe hacerse es «¿Tengo esa intensidad de
hambre y de sed de Dios, de Su camino y de Su voluntad?». A continuación, presento algunas
preguntas que podrían ayudarle a determinar si realmente tiene o no hambre y sed de justicia.
¿Le preocupan más las cosas físicas o las cosas espirituales? ¿Considera usted más importante estar
cerca de Dios que la adquisición de bienes? ¿Es estar bien con Dios más importante que ser popular
entre las personas? ¿Está usted más deseoso por vivir una vida piadosa que por tener éxito? ¿Cuáles
son sus prioridades? A algunos se les hace difícil permanecer sentados durante un sermón, mientras que
les cuesta poco sentarse durante horas de entretenimiento.
¿Aprovecha cada oportunidad para ser «alimentado» espiritualmente, para aprender sobre Dios y
sobre Sus caminos? Un viejo granjero le dijo a un predicador, «Parece que pasa mucho tiempo instando
a las personas a que vengan a las clases de Biblia y al culto. Jamás he tenido que instarles a mis vacas a
que vengan al comedero». A una persona hambrienta no se le tiene que rogar para que venga a donde
hay comida.
¿Llega a tiempo a las «comidas» espirituales, o llega tarde? Una persona realmente hambrienta está
esperando a la mesa cuando se acerca la hora de comer.
¿Está su apetito espiritual creciendo y madurando? ¿Está comenzando a disfrutar de «alimento
sólido» o todavía está con una dieta de «leche» (vea Hebreos 5.12–14; 1 Corintios 3.2)?
¿Qué pasa si un examen honesto nos convence de que no tenemos hambre ni sed de justicia como
deberíamos tener? ¿Qué puede hacerse que nos ayude a tener corazones hambrientos? Un plan
beneficioso es pasar por cada una las tres primeras bienaventuranzas. Si reconocemos nuestra profunda
necesidad espiritual (la primera bienaventuranza), nos llenaremos de profundo dolor (la segunda
bienaventuranza) y estaremos listos y ansiosos por entregarnos a Dios y a Su voluntad (la tercera
bienaventuranza). Sin duda, hacerlo así nos hará gritar: «Dios, te quiero en mi vida. Por favor, bendice
mi vida. ¡Dime qué hacer y lo haré!». Esto es hambre y sed de justicia (la cuarta bienaventuranza).
Sin embargo, para hacer esta lección tan práctica como sea posible, permítame añadir algunas
sugerencias sobre lo que podría hacerse para mejorar el apetito espiritual, especialmente el apetito por
aprender la Palabra de Dios. En primer lugar, permítame decirles unas palabras a los que enseñan y
predican la Palabra de Dios. Tenemos que hacer que nuestra «comida» sea tan apetitosa como sea
posible. Mi esposa me habló de una ayuda visual que María Oler usó cuando les hablaba a las maestras
de clase bíblica. La hermana Oler colocaba un pedazo de pan en un plato y hablaba acerca de la
nutrición en el pan. Preguntaba: «¿Cuántas estarían dispuestas a comerse este pan?». Las manos de la
mayoría de las mujeres eran levantadas. Luego, estrujaba el pan en sus manos, lo dejaba caer al suelo y
lo pisaba. Retrocedía y decía: «Este pedazo de pan todavía contiene todos los nutrientes. ¿A cuántas de
ustedes les gustaría comérselo?». No levantaron las manos. Su punto era simple: no basta con enseñar
la Palabra de Dios; necesitamos presentar nuestras lecciones de una forma atractiva —así capturarán la
atención y mantendrán el interés de nuestros estudiantes. Muchos podemos recordar a profesores,
religiosos o seculares, cuyas enseñanzas eran secas y «sin gusto», mientras recordamos a otros que
hacían que aprender fuera placentero. Los que enseñamos y predicamos no siempre alcanzaremos esta
meta, sin embargo, tratemos de hacer nuestras «comidas» tan apetitosas como sea posible.
Dicho lo anterior, permítame hacer hincapié en que, cuando no hay hambre por la Palabra de Dios,
la culpa principal no es del vocero, sino del oyente. A lo largo de los años, ocasionalmente he oído
críticas contra sermones y lecciones —enseñanzas y lecciones que enseñan claramente la Palabra de
Dios. Las críticas hicieron que me preguntara si los oyentes estaban o no espiritualmente hambrientos y
sedientos. He escuchado a muchos maestros y predicadores —algunos grandiosos, muchos buenos,
algunos no tan buenos y unos pocos muy malos; sin embargo, no puedo recordar una lección o un
sermón del que no obtuviera algo.
Si no tenemos un apetito espiritual sano, ¿qué podemos hacer? Una vez más, un objetivo importante
para que los cristianos cultiven, con la ayuda de Dios, son los atributos descritos en las tres primeras
bienaventuranzas. Para ello, podemos usar técnicas similares a las utilizadas para mejorar apetitos
físicos.
1) Reconozca la necesidad del alimento espiritual. En el Sermón del Llano, Jesús dijo:
«Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados» (Lucas 6.21a). Luego añadió:
«¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre» (v. 25a). En otras palabras,
«¡Ay de ustedes que no sienten hambre espiritual, porque van a estar espiritualmente muertos de
hambre delante de Dios!». Tenga cuidado de no ser como los de Laodicea, que dijeron «… de ninguna
cosa tengo necesidad» (Apocalipsis 3.17).
2) Aprenda a apreciar el alimento espiritual. ¿Hay algún alimento físico que usted disfruta ahora
que no disfrutó la primera vez que lo ingirió? Tal vez tenía padres que insistían en que lo comiera, por
lo que poco a poco aprendió a tomarle gusto. Tal vez, como adulto, descubrió que necesita de ciertos
alimentos para una buena salud y ha persistido en comerlos hasta llegar a disfrutarlos. Así como
podemos cultivar una apreciación por el alimento físico, también podemos cultivar una apreciación por
el alimento espiritual.
3) Mejore el apetito espiritual mediante el ejercicio espiritual. Nada hace que la comida sepa mejor
que un arduo día de trabajo físico. Así también, el ejercicio espiritual nos hará anhelar y disfrutar el
alimento espiritual. Pablo le dijo a Timoteo: «Ejercítate para la piedad» (1 Timoteo 4.7 b; vea v. 8). La
NASB consigna: «Puesto que tenemos dones diferentes, según la gracia que nos es dada, cada uno de
nosotros ha de ejercitarlos de manera consecuente» (Romanos 12.6a). Como ilustración de cómo el
ejercicio espiritual puede ayudar a estimular el apetito espiritual, considere enseñar la Biblia, ya sea en
una clase o a un amigo. Si es aplicado en cuanto a enseñar, deseará hacer una labor que agrade y
glorifique a Dios. Se sentirá motivado, por lo tanto, a estudiar con diligencia para cada lección y luego
estudiar un poco más para poder responder a las preguntas que le puedan hacer.
4) Mejore su apetito espiritual «comiendo» con regularidad. Una persona que no mantiene horas
regulares para las comidas podría perder su apetito o llenarse con «comida chatarra» que destruye su
apetito por la comida saludable. Espiritualmente, tenemos que tener «horas para comer» regulares. Los
de Berea fueron felicitados por Lucas porque «recibieron la palabra con toda solicitud» y escudriñaban
«cada día» las Escrituras (Hechos 17.11). Tenemos que estar presentes en las «horas de comidas» de la
congregación, y también necesitamos períodos diarios de estudio personal y oración. El estudio regular
nos permitirá manejar la Palabra correctamente (2 Timoteo 2.15).
5) Tenga cuidado con los «mata apetito». Así como la comida chatarra física puede destruir el
apetito por la comida saludable, la comida chatarra mental puede disminuir nuestro interés en la
Palabra de Dios. Podemos llenar nuestras mentes con asuntos terrenales y entretenimiento mundano de
tal manera que el alimento espiritual deja de atraernos. Algunas personas desean tanto cosas de este
mundo que no pueden satisfacer el alma (vea Isaías 55.2).
6) Una sugerencia más: Le ayudaría si compartiera sus «comidas». Las viudas y los viudos me
dicen que, después de que mueren sus compañeros, pierden el incentivo para preparar comidas
adecuadas. Pierden el apetito cuando tienen que comer solos. Si usted tiene problemas para estimular
su apetito espiritual, el compartir sus comidas espirituales podría ayudarle. Los esposos y las esposas
pueden estudiar juntos. Una familia puede tener devocionales familiares. Siéntese con un amigo y hable
de la Biblia. Tal vez un grupo de amigos podría reunirse para estudiar y orar.
«… PORQUE ELLOS SERÁN SACIADOS»
«Bienaventurados [felices] los que tienen hambre y sed de justicia…». ¿Qué tienen que ver el
hambre y la sed de justicia con la felicidad? Como se señaló en los estudios de las otras
bienaventuranzas, la actitud misma puede contribuir a nuestra felicidad. Los que tienen hambre y sed
de justicia tienen sus prioridades en orden, razón por la cual tienen menos probabilidades de verse
perturbados por las pequeñas molestias que contribuyen a la desdicha del mundo. Sin embargo, una vez
más, el énfasis está en la promesa dada por Dios al final de la bienaventuranza. Los que tienen hambre
y sed de justicia tendrán felicidad suprema, «porque ellos serán saciados».
La frase «serán saciados» es de chortazo. La KJV consigna «serán llenos». Cuando se usa en
relación con los animales, chortazo quiere decir «alimentar con hierbas, pasto, heno, llenar o saciar con
alimento, engordar». «Cuando se refiere a los hombres, describe a una persona que es llena hasta
quedar plena y completamente saciada». Esta es la palabra usada para describir a los cinco mil que
Jesús alimentó: «Y comieron todos, y se saciaron» (Mateo 14.20). En mi mente veo a un hombre
tumbado en su silla después de una abundante comida. De sus labios se deja oír un suspiro de
satisfacción. Luego le dice a su esposa: «Perfecto, querida, perfecto». Este es un hombre «lleno» y
«saciado».
Los agricultores les dan de comer a sus animales, las esposas satisfacen el hambre de sus maridos y
el Señor llena y sacia a Sus hijos. En Salmos 107, el autor habló de Dios saciando a los israelitas en el
desierto. Así escribió:

Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres.
Porque sacia al alma menesterosa, y llena de bien al alma hambrienta (vs. 8, 9).

Así como Dios sació el hambre y la sed física en el desierto, también hoy sacia al espiritualmente
sediento y hambriento.
Algunos insisten en que la promesa de Mateo 5.6 solamente puede aplicarse a la vida por venir,
porque esta vida está llena de insatisfacción y descontento. Una vez más, creo que la promesa de Mateo
5.6 es para ahora y para la eternidad. Jesús dijo: «Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca
tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás» (Juan 6.35). La garantía que dio Jesús incluye
la bienaventuranza de «el día postrero» (vs. 39, 40, 54), sin embargo, no excluye las bendiciones de
hoy (vea vs. 56, 57).

En esta vida
¿Tiene usted hambre de conocer a Dios? En Jeremías 31.34, esta promesa fue hecha con respecto al
nuevo pacto (testamento): «… todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande,
dice Jehová» (vea Hebreos 8.11). Usted puede «[ser lleno] de toda la plenitud de Dios» (Efesios 3.19).
¿Desea estar bien con Dios? Puede ser así cuando crea (vea Romanos 4) y haga la voluntad de Dios
(Romanos 1.5; 16.26). ¿Anhela vivir piadosamente? Se puede vivir de esa manera cuando «andamos
[…] conforme al Espíritu» y el Espíritu de Dios nos ayuda a «[hacer] morir las obras de la carne»
(Romanos 8.4, 13).
¿Anhela tener una comprensión más clara de Dios, de Su camino y de Su voluntad? Jesús prometió:
«Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8.32). Si usted tiene un «corazón bueno y
recto» (Lucas 8.15), puede ser «lleno del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia
espiritual» (Colosenses 1.9). La Biblia tiene muchos ejemplos de personas con corazones honestos que
deseaban conocer la voluntad de Dios y que Dios les ayudó a encontrarla. He conocido directamente a
personas que anhelaban conocer la verdad y que creo fueron providencialmente asistidas para que
llegaran a entender la voluntad de Dios.
El mundo está lleno de personas descontentas que están tratando de satisfacer su hambre interior con
algarrobas seculares. Nuestras almas solamente pueden ser saciadas y satisfechas en la presencia de
Dios.

En la vida futura
Nuestra hambre y sed de justicia serán saciadas solamente de forma parcial en esta vida. Jesús usó el
tiempo presente en el texto que estamos estudiando y podría ser traducido como «Bienaventurados los
que se mantienen con hambre y sed». James Tolle escribió: «Paradójicamente, la justicia que el
cristiano recibe en Cristo como resultado de su hambre y sed espiritual, produce de sí misma más
hambre y sed». Dios nos llenará y saciará espiritualmente en esta vida, sin embargo, siempre habrá más
hambre y sed que solamente podrán satisfacerse plenamente cuando estemos con el Señor en el cielo.
Nuestra hambre en el corazón por el Señor será totalmente saciada cuando estemos en Su radiante
presencia (Apocalipsis 22.1–5). Nuestra hambre en el corazón por vivir rectamente será saciada
cuando, en el cielo, le sirvamos (v. 3). Nuestra hambre en el corazón por ser rectos estará completa
cuando seamos «semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3.2). Juan escribió que, en
su morada celestial, el pueblo de Dios, «Ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos,
ni calor alguno; porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los guiará a fuentes de
aguas de vida» (Apocalipsis 7.16, 17).

CONCLUSIÓN
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados». ¿Tiene
usted «hambre y sed de justicia»? Alguien dijo: «Si usted no tiene hambre es porque está durmiendo,
está lleno o está muerto». La mayoría de las madres se preocupan cuando sus hijos pierden el apetito; la
pérdida del apetito puede ser una señal de mala salud. Es una preocupación válida en cuanto a lo físico,
sin embargo, es aún más importante en lo que se refiere a lo espiritual. Una pérdida de apetito por la
justicia culminará inevitablemente en muerte espiritual.
Si usted tiene hambre y sed de justicia, tiene la oportunidad de mostrar cuán intenso es su deseo.
Puede confesar su fe en Jesús (Romanos 10.9, 10) y ser bautizado en Él (Gálatas 3.26, 27). ¿Qué tiene
que ver el ser bautizado con desear la justicia? Cuando Jesús le pidió a Juan que lo bautizara, le dijo:
«… así conviene que cumplamos toda justicia» (Mateo 3.15).
Dale Hartman se refirió a un hombre joven que conocía y que tenía un buen trabajo, una esposa
amorosa e hijos excelentes. Sin embargo, cuando llegaba a casa del trabajo al final del día, a menudo
no podía evitar que se le viniera un pensamiento a la cabeza: «Tiene que haber algo más en la vida».
Encontró ese «algo más» cuando supo de Jesús y de Su camino. No puede haber verdadera satisfacción
fuera del Señor. Oro para que usted venga a Él hoy. «Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que
oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente»
(Apocalipsis 22.17).
LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los Misericordiosos

UN BUMERÁN BÍBLICO — Mateo 5:7

Muchos hemos oído hablar del bumerán —ese sorprendente trozo de madera curvo inventado por
los aborígenes australianos, que se eleva con gracia por el aire y regresa al que lo lanzó.
Es decir, se devuelve al lanzador cuando se lanza correctamente. Compré varios bumeranes cuando
mi familia vivió en Australia, y yo intenté lanzarlos. Se devolvían en mi dirección, pero no
exactamente hacia mí. Tuve que subirme a algunos árboles para recuperar bumeranes mal lanzados.
La Biblia contiene muchos «bumeranes» espirituales. A diferencia de mis bumeranes mal lanzados,
estos otros siempre regresan a quienes «los lanzaron». Veamos algunos de ellos:

… todo lo que el hombre sembrare [sale el bumerán, dando vueltas], eso también
segará [aquí viene, regresando al lanzador] (Gálatas 6.7).

Echa tu pan sobre las aguas [sale]; porque después de muchos días lo hallarás [regresa]
(Eclesiastés 11.1).

Porque con el juicio con que juzgáis [sale], seréis juzgados [regresa], y con la medida
con que medís [sale], os será medido [regresa] (Mateo 7.2).

Dad [sale], y se os dará [regresa]; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán
en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís [sale], os volverán a
medir [regresa] (Lucas 6.38).

Actualmente estamos estudiando las Bienaventuranzas. En medio de ellas, nos encontramos con este
bumerán bíblico que dice: «Bienaventurados los misericordiosos [sale], porque ellos alcanzarán
misericordia [regresa]» (Mateo 5.7). En un mundo que menudo es despiadado, hay una urgente
necesidad de hombres, mujeres, niños y niñas que sean misericordiosos. Muchos comentaristas creen
que con esta bienaventuranza hay un cambio en el énfasis. D. Martyn Lloyd–Jones escribió lo
siguiente:

… las tres primeras bienaventuranzas se ocuparon de […] nuestra conciencia de


necesidad —pobres en espíritu, llorar por nuestros pecados, ser mansos debido a una
verdadera comprensión de la naturaleza del yo. […] Luego viene la gran declaración
sobre la saciedad de los necesitados […]: «Bienaventurados los que tienen hambre y
sed de justicia, porque ellos serán saciados» […] A partir de ahí estamos analizando el
resultado de haber sido saciados. […] Nos volvemos misericordiosos, puros de
corazón, pacificadores.

«BIENAVENTURADO LOS MISERICORDIOSOS…»

El significado de la misericordia
Mi diccionario define «misericordia» como «tratamiento compasivo, especialmente de los que están
bajo el dominio de alguien […]. Una disposición a ser amables y tolerantes». La palabra griega más
común que se traduce como «misericordia» (eleos) quiere decir «bondad o buena voluntad para con los
miserables y afligidos, unido al deseo por aliviarlos». La palabra misericordia se puede expresar en
negativo. Cuando tenemos el poder para tomar represalias, el mostrar misericordia a quien nos ha
hecho mal quiere decir no tratarlo como se merece, mostrándole misericordia y perdón. Si lo miramos
de manera positiva, la misericordia tiene varios aspectos esenciales. Es una disposición mental
motivada por las penalidades de los necesitados. Genera un deseo por ayudar a los necesitados y se
expresa cuando en efecto hacemos lo que podamos para ayudar. Alguien ha dicho que la misericordia
implica tanto el corazón como las manos. A menos que el corazón sea movido y nuestras manos sean
extendidas para ayudar, no será misericordia.
Los diversos aspectos de la misericordia se ilustran en la parábola del buen samaritano (Lucas 10).
Un hombre yacía al lado del camino, golpeado y casi muerto (v. 30). Varias personas pasaron al lado
(vs. 31, 32). Sin duda sentían pesar al ver al hombre en ese lamentable estado, sin embargo, no fueron
motivados a hacer nada. Luego pasó un samaritano por el lugar. Cuando vio al hombre, «fue movido a
misericordia» (v. 33) e hizo lo que pudo para ayudarlo. Limpió las heridas del hombre y las vendó. Lo
llevó a una posada y proveyó para el continuo cuidado del herido (vs. 34, 35). Por esta razón, el
samaritano fue descrito como «El que usó de misericordia…» para con el hombre (v. 37; énfasis
nuestro).
Se podrían dar otros ejemplos, sin embargo, el atributo de la misericordia se ilustra mejor cuando
miramos a Dios. Mientras que el diablo es «padre de mentira» (Juan 8.44), Dios es «Padre de
misericordias» (2 Corintios 1.3). ¡Cuán agradecidos debemos estar de «que el Señor es muy
misericordioso y compasivo» (Santiago 5.11), que «es rico en misericordia» (Efesios 2.4)! Si Dios
fuera solamente un Dios de justicia, no habría esperanza para la humanidad, «por cuanto todos pecaron,
y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3.23). Sin embargo, también es un Dios de amor.
«Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo» (Salmos 103.14). Como Dios
amoroso que es, nos ha otorgado Su misericordia: Envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados.

… en la cruz, «La misericordia1 y la verdad se encontraron; la justicia y la paz se


besaron» (Sal. 85.10). La verdad dice: Los pecados del hombre le impiden entrar a la
ciudad de Dios; la misericordia dice: ¡Que la sangre de Cristo cubra las deficiencias del
hombre! La justicia dice: No está bien que un pecador cruce las puertas del cielo; la
paz dice: ¡Que Cristo sea el mediador y haya así reconciliación entre el hombre y su
Hacedor!
Para comprender la misericordia de Dios, ayuda ver ese rasgo expresado en la vida de Jesús (vea
Juan 14.9). La misericordia hizo que Jesús viniera a esta tierra. La misericordia lo hizo andar entre los
enfermos y sufridos. Su misericordia no solamente incluyó a los afligidos y a los pobres, también fue
ofrecida a los orgullosos fariseos y a los saduceos de corazón frío —sí, incluso a la satisfecha e
incrédula Jerusalén. Su misericordia cubrió el pecado humano, así como el sufrimiento humano. Su
misericordia finalmente lo llevó a la cruz, y ahora, en el cielo, es nuestro «misericordioso y fiel sumo
sacerdote» (Hebreos 2.17) sentado a la diestra de Dios.

La necesidad de misericordia
Mientras consideramos «las misericordias de Dios» (Romanos 12.1), Jesús nos da el siguiente reto:
«Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso» (Lucas 6.36). ¿Qué
significa ser misericordioso como el Señor es misericordioso? En primer lugar, quiere decir que
nuestros corazones serán tocados por las necesidades de los demás. Las personas le rogaron a Jesús:
«Ten misericordia de nosotros» (Mateo 9.27), y Él la tuvo. Con frecuencia se dice que Él «tuvo
compasión» o que fue «compadecido» (vea Mateo 9.36; 14.14; 20.34; Marcos 1.41; 6.34). Asimismo, a
usted y a mí se nos manda a vestirnos «de entrañable misericordia» (Colosenses 3.12).
Una de las historias favoritas de Ralph Bumpus trataba sobre un hombre que había pasado
penalidades. Solicitó un préstamo con un banquero que era conocido por su aversión a prestar dinero a
todo el que realmente lo necesitara. Después de escuchar la triste historia del hombre, el banquero dijo:
«Soy un hombre bueno, así que déjeme hacerle una propuesta. Acabo de pagar mucho dinero por un
ojo artificial. Luce exactamente igual a mi ojo real. Esta es entonces mi propuesta: Si me dice cuál ojo
es el artificial, le presto el dinero». El hombre le puso mucha atención a los ojos del banquero por un
momento. Finalmente, dijo: «El ojo izquierdo es el artificial». El banquero dijo: «¿Está seguro?». El
hombre dijo: «estoy seguro». El banquero se sorprendió: «Tiene razón», dijo, «pero, ¿cómo supo que el
ojo izquierdo es el artificial?». El hombre respondió: «Porque en el ojo izquierdo vi una pequeña chispa
de compasión».
Cuando las personas miran a sus ojos, ¿pueden ver una compasión genuina? Como Jesús,
necesitamos compadecernos de las debilidades de los demás (vea Hebreos 4.15). Necesitamos
corazones que sean conmovidos por las necesidades de los demás.
También necesitamos manos que sean extendidas para ayudar. Recuerde, no es verdadera
misericordia si no se incluyen tanto el corazón como las manos. Si vemos a los hermanos o hermanas
que «están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día», no es suficiente sentir pena
por ellos. Es necesario darles «las cosas que son necesarias para el cuerpo» (Santiago 2.15, 16). Me
gusta la expresión que se usa con respecto a Jesús: «Entonces Jesús, compadecido…» (Mateo 20.34;
vea Marcos 1.41; énfasis nuestro). Cuando Jesús sintió compasión, fue conmovido en Su interior y
luego fue movido a hacer algo; Su misericordia fue expresada (vea Marcos 5.19). De la misma manera,
usted y yo hemos de «[hacer] misericordia y piedad cada cual con su hermano» (Zacarías 7.9).
Una vez más, permítame resaltar la progresión natural de las Bienaventuranzas. La persona que se
da cuenta de su necesidad espiritual (bienaventuranza número uno) y llora por ello (número dos) se
volverá manso y humilde (número tres) y deseoso de alimento espiritual (número cuatro). El que ha
llegado a entender lo anterior, reconocerá que otros tienen las mismas necesidades espirituales y la
misma deficiencia en espíritu que él tiene. Esto lo debería mover a llenarse de piedad, simpatía,
compasión y amor en su forma de tratarlos.
¡Qué importante es entonces que cada uno de nosotros nos evaluemos! Preguntémonos: «¿Soy yo
misericordioso, o estoy tan concentrado en mis propias necesidades y problemas que no me preocupan
los demás?». En Oseas 6.6, el Señor dijo: «Porque misericordia quiero, y no sacrificio». En la
Septuaginta, la palabra «misericordia» se traduce de eleos; otras traducciones podrían consignar
«lealtad». Jesús cita Oseas 6.6 dos veces en el Nuevo Testamento, y en cada instante retó a Sus oyentes
a saber qué significan las palabras (Mateo 9.13; 12.7). ¿Desea Dios sacrificio? Sí, sin embargo, el
sacrificio sin misericordia es vano. Con el riesgo de que se me malinterprete, permítame decir que ser
bautizado y participar de la Cena del Señor son cosas importantes, incluso esenciales, sin embargo, si
no hay compasión ni misericordia en nuestros corazones, nuestro respeto externo a la voluntad de Dios
es poco más que un gesto vacío (compare con 1 Corintios 13.1–3).
Observe el término que se utiliza en el texto que nos ocupa: «Bienaventurados los misericordiosos».
La palabra «misericordioso» quiere decir «lleno de misericordia». A un anciano se le preguntó si era
cristiano, a lo que respondió: «En algunas partes». No debemos ser misericordiosos solamente «en
algunas partes». Ser «misericordioso» no se refiere a un acto esporádico y aislado de bondad. Se refiere
más bien a vivir una vida llena de compasión y ayuda a los demás. Que Dios nos ayude a no ser
egoístas, sino a ser «llenos de misericordia» para con los demás.

«… PORQUE ELLOS ALCANZARÁN MISERICORDIA»


¿Necesitamos misericordia? Mi abuela hubiera volteado los ojos, levantado las manos, y exclamado:
«¡Cielos, sí!». Mire el pasado. ¿Cómo habríamos sobrevivido hasta aquí sin misericordia? Mire el
presente. ¡Cuánto necesitamos de la misericordia de Dios hoy! Mire el futuro. ¿Cómo podemos seguir
sin ella? Recuerde, sin embargo, que la misericordia es solamente prometida a los misericordiosos. El
«ellos» en nuestro texto es enfático. «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia». Hemos visto el bumerán salir girando, ahora veámoslo apresurarse de vuelta.

Misericordia en esta vida


Los misericordiosos son bienaventurados porque, como dijo Jesús: «Más bienaventurado es dar que
recibir» (Hechos 20.35). El sabio escribió: «… el que tiene misericordia de los pobres es
bienaventurado» (Proverbios 14.21). William Shakespeare le dio las siguientes líneas de diálogo a uno
de sus personajes:
El rasgo de la misericordia […] cae como la dulce lluvia del cielo al llano que está por
debajo de ella. Es dos veces bendita: Bendice al que la concede y al que la recibe.

Los misericordiosos son bienaventurados porque son más propensos a recibir la misericordia de
quienes les rodean. Constituye una verdad general, no una absoluta; sin embargo, como regla general,
los demás nos tratarán como les tratemos a ellos. Si les sonríe a los demás, por lo general estos le
sonreirán. Si les dice «hola» a los demás, es probable que le digan «hola». Si usted le ayuda a otros
cuando están enfermos, probablemente le ayudarán cuando usted esté enfermo. Pedro dio el lado
negativo de esta verdad, diciendo: «¿Y quién es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el
bien?» (1 Pedro 3.13; vea Proverbios 16.7). Podríamos considerarlo como la regla de oro (Mateo 7.12)
a la inversa. Lo que usted haga con otros, así también (por lo general) harán con usted.
Lo más importante a recordar es que los misericordiosos son bienaventurados porque Dios tendrá
misericordia de ellos. Dios ha dicho que si somos misericordiosos con los pobres, Él nos librará:
«Bienaventurado el que piensa en el pobre; en el día malo lo librará Jehová» (Salmos 41.1). Ha
prometido que si somos misericordiosos al perdonar a otros, Él nos perdonará. «Porque si perdonáis a
los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial» (Mateo 6.14).
Lo anterior no quiere decir que todo lo que Dios desea o requiere es que seamos misericordiosos y
perdonemos. Hemos de vivir de «toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mateo 4.4; énfasis
nuestro). Sí quiere decir, sin embargo y en igualdad de circunstancias, que el hombre misericordioso es
el que será bienaventurado. De cualquier forma que se mire, «A su alma hace bien el hombre
misericordioso» (Proverbios 11.17).

Misericordia después de esta vida


Necesitamos misericordia ahora, sin embargo, la necesitaremos aún de manera más urgente cuando
estemos ante el trono de Dios en el juicio. Su misericordia para con nosotros en tal ocasión dependerá,
hasta cierto punto, de que hayamos sido misericordiosos. Pablo escribió:

Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me


confortó, y no se avergonzó de mis cadenas, sino que cuando estuvo en Roma, me
buscó solícitamente y me halló. Concédale el Señor que halle misericordia cerca del
Señor en aquel día [el día del juicio] (2 Timoteo 1.16–18a).

¿Qué pasa si no somos misericordiosos en esta vida? No recibiremos entonces misericordia. En


Mateo 18.23–35, Jesús contó la parábola del siervo despiadado. Su señor le había perdonado una deuda
de millones de dólares, sin embargo, él no quiso perdonar a un siervo una deuda de unos pocos dólares.
Su señor le dijo: «¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia
de ti?» (v. 33). Entonces su señor, «enojado, le entregó a los verdugos» (v. 34). Jesús cerró con
palabras que nos ponen a pensar: «Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de
todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas» (v. 35).
En Santiago 2.13, encontramos algunas de las palabras más escalofriantes de la Biblia: «Porque
juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia; y la misericordia triunfa sobre el
juicio». Ser enjuiciados sin misericordia es no tener esperanza, puesto que todos somos pecadores y la
paga del pecado es muerte (Romanos 3.23; 6.23) —muerte espiritual y eterna (vea Apocalipsis 21.8).
Quiero misericordia en el Día del Juicio, ¿y usted? Usted y yo entonces tenemos que ser
misericordiosos ahora.

CONCLUSIÓN
Cuando Jesús pronunció Sus «ayes» a los escribas y a los fariseos, les dijo que habían dejado «lo
más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe» (Mateo 23.23; énfasis nuestro). Que Dios
nos ayude a no descuidar la misericordia. Dondequiera que Jesús iba, las personas clamaban: «Ten
misericordia» (vea Mateo 9.27; 15.22; 17.15; 20.30, 31). De la misma manera, el mundo hoy clama:
«¡Ten misericordia!». Como discípulos del Señor, nosotros somos los que debemos responder a ese
clamor. Tengamos, como Jesús, misericordia de todos los que sufren física y espiritualmente.
Recuerde: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia».
Lo insto a examinar su corazón para ver si hay en él compasión por los demás. También lo insto a
considerar si les preocupan o no sus propias necesidades espirituales. No puede ayudar a otros hasta
que usted mismo esté bien con Dios. ¿Se ha rendido usted ante la misericordia de Dios? ¿Cree usted en
Jesús como Hijo de Dios y ha expresado su fe en obediencia (Juan 8.24; 14.15)? ¿Necesita confesar su
fe y ser bautizado (Hechos 8.36–38)? ¿Necesita volver a comprometer su vida a seguir al Señor (vea
Santiago 5.19, 20)?
Hace mucho tiempo, fue escrito: «Jehová vuestro Dios es clemente y misericordioso, y no apartará
de vosotros su rostro, si vosotros os volviereis a él» (2 Crónicas 30.9). Si necesita hacerlo, oro para que
vuelva a Él hoy.
LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los de Limpio Corazón

LIMPIEZA DE PRIMAVERA EN EL CORAZÓN — Mateo 5:8

Hemos llegado a la sexta bienaventuranza, dice: «Bienaventurados los de limpio corazón, porque
ellos verán a Dios» (Mateo 5.8). A esta bienaventuranza se le ha llamado «uno de los mayores
pronunciamientos que se puedan encontrar en todo el mundo de las Sagradas Escrituras». Es sin duda
una de las declaraciones más desafiantes de las Escrituras. Mientras preparaba estas lecciones, cada
bienaventuranza me hizo estar consciente de lo mucho que me falta para ser lo que debo ser. Sin
embargo, ninguna me inculpó como esta que dice: «Bienaventurados los de limpio corazón…». Mis
batallas más amargas se libran en mi corazón. Al estudiar esta bienaventuranza, usted también tal vez
caiga de rodillas arrepentido.

«BIENAVENTURADOS LOS DE LIMPIO CORAZÓN…»

¿Qué tan importante es «el corazón»?


Se ha dicho que en Mateo 5.8 encontramos la esencia del cristianismo, pues el cristianismo es ante
todo una religión del corazón. Jesús dijo que debemos amar a Dios con todo nuestro corazón (Mateo
22.37), que debemos perdonar de corazón (18.35) y que debemos recibir la Palabra «con corazón bueno
y recto» (Lucas 8.15). Pablo escribió: «Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado,
habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados» (Romanos 6.17;
énfasis nuestro). No se peca al enfatizar la importancia de la religión «del corazón». Dios le dijo a
Samuel: «… porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de
sus ojos, pero Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16.7; vea Proverbios 21.2). Salomón escribió: «Sobre
toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Proverbios 4.23).
Muchos escritores creen que cuando Jesús habló de ser puros de corazón, estaba contrastando la
verdadera religión con lo que se practicaba como religión en el judaísmo. Los fariseos enfatizaban los
rituales externos y la pureza ceremonial, dejando de lado el corazón. A ellos, Jesús dijo: «Hipócritas,
bien profetizó de vosotros Isaías, cuando dijo: Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está
lejos de mí» (Mateo 15.7, 8; vea Isaías 29.13). Una vez más, el Señor dijo:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y
del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia. […]

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros


blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están
llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la
verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e
iniquidad (Mateo 23.25–28).

No debemos pensar, sin embargo, que los fariseos son los únicos culpables en prestarles atención a
las apariencias externas mientras dejan de lado el corazón. Como miembros del cuerpo de Cristo,
nosotros también podemos ser culpables de enfatizar las manifestaciones externas de la religión a la
vez que dejamos de lado el corazón. Si bien las manifestaciones externas son importantes, no son nada
si no proceden «del corazón».

¿Qué es «el corazón»?


Tal vez necesitamos un momento para establecer qué es exactamente lo que necesita estar limpio.
¿Qué es el «corazón»? En Mateo 5.8, la palabra «corazón» proviene de kardia, el término del cual
obtenemos «cardiaco», que quiere decir «relativo a o cerca del corazón». El corazón físico es el órgano
principal de la vida física (vea Levítico 17.11). «A lo largo de una lenta transición, la palabra llegó a
representar toda la actividad mental y moral del hombre, tanto los elementos racionales como los
emocionales».
Por lo general, pensamos en el corazón como el centro de las emociones, lo cual es así. Amamos a
Dios con nuestro corazón (Lucas 10.27) y hemos de «[amarnos] unos a otros entrañablemente, de
corazón puro» (1 Pedro 1.22). Sin embargo, el uso que hace la Biblia de la palabra «corazón» incluye
más que las emociones. El término se usa a veces para referirse al intelecto. Jesús habló de los que
pensaban mal en sus corazones (Mateo 9.4). Una vez más, la palabra «corazón» se usa en asociación
con la voluntad, la parte de la mente que toma decisiones. Hebreos 4.12 se refiere a «los pensamientos
y las intenciones del corazón» (énfasis nuestro). Según la Biblia, el «corazón» es la sede de los afectos
del hombre, de sus pensamientos y sus motivaciones. En el texto que nos ocupa, la palabra «corazón»
se refiere a todo lo que está dentro de la persona. Es el centro de una persona —el centro de su ser y
personalidad.

¿Qué quiere decir ser «limpio»?


Jesús estaba diciendo que tenemos que ser limpios en el centro de nuestro ser. La palabra «limpio»
se traduce de katharos. Katharos se encuentra veintisiete veces en el Nuevo Testamento y se traduce
generalmente como «limpio» o «puro». La palabra puede ser usada para referirse a la limpieza física o
ceremonial (vea Mateo 23.25), sin embargo, Jesús tenía en mente la limpieza interna. Katharos incluye
por lo menos tres conceptos que se superponen, dos de los cuales ya han sido mencionados.
1) «Limpieza». Katharos era usado para referirse a prendas sucias que han sido limpiadas mediante
el lavado. Un corazón puro es un corazón limpio. El autor de Hebreos dijo: «Seguid la paz con todos, y
la santidad, sin la cual nadie verá al Señor» (Hebreos 12.14).
2) «Pureza». Katharos era usado para referirse al grano que era lanzado al aire hasta que toda la paja
fuera llevada por el viento. Los corazones puros han sido purgados de impurezas. David oró:
«Purifícame con hisopo, y seré limpio» (Salmos 51.7a). Katharos incluye tanto el concepto de limpieza
como el de pureza, sin embargo, hay un factor más.
3) «Sin mezcla». La leche pura es toda leche, no se le ha añadido agua. El oro puro es todo oro;
todos los metales de menor valor han sido eliminados. Un corazón puro no está lleno de motivos
ambivalentes. Los términos que la Biblia usa para describir a aquellos con motivos mixtos son «doble
corazón» y «doble ánimo». Salmos habla de los que tienen «doblez de corazón» (Salmos 12.2).
Santiago escribió acerca de los de «doble ánimo» (Santiago 4.8). David oró: «Afirma mi corazón para
que tema tu nombre» (Salmos 86.11c; énfasis nuestro).
No obtengo buenas calificaciones en las pruebas de los corazones «limpios» y «puros». Es difícil
mantener pensamientos impuros fuera del corazón. Sin embargo, donde realmente fallo es en la prueba
del corazón «sin mezcla», porque tiene que ver con nuestras prioridades y motivos. William Barclay
escribió: «Examinar nuestros propios motivos es algo enorme y vergonzoso, porque hay pocas cosas en
este mundo que incluso los mejores entre nosotros logran hacer por motivos completamente puros».
¿Desea usted examinarse a sí mismo con respecto a los motivos puros? Entonces, hágase las siguientes
preguntas: «¿Qué haría si yo no recibo ningún reconocimiento por trabajar para el Señor?»; «¿Qué
haría si otros reciben el crédito que merezco?»; «¿Qué haría si me critican por tratar de hacer lo
correcto?». Cuando lo anterior nos ocurre, ¿nos sentimos tentados a dejar de hacer lo que hacemos?
La mayoría tenemos que admitir que nuestros corazones no son tan puros como deberían ser. ¿Cómo
podemos tener un corazón puro? Tal vez necesitemos lo que solía llamarse «una buena limpieza de
primavera». Al final del invierno, cuando por fin llegaba la primavera, las ventanas se abrían por
completo. Las alfombras se sacaban para sacudirlas. La ropa de cama se sacaba para que llevara aire.
Se limpiaba la casa de arriba a abajo. Puede que nuestros corazones necesiten este tipo de limpieza a
fondo.
Con riesgo de sonar redundante, permítame volver a señalar que el punto de partida es cultivar las
cualidades que se encuentran en las primeras bienaventuranzas. Si reconocemos nuestra necesidad
espiritual (primera bienaventuranza), si lloramos por nuestra miseria espiritual (segunda), si cultivamos
un espíritu manso y sumiso (tercera) y si tenemos hambre por estar bien con Dios (cuarta), todo ello
nos ayudará enormemente a volvernos misericordiosos (quinta) y limpios de corazón (sexta). Además
de lo anterior, permítame añadir algunas sugerencias. Como ha sido el caso con todas las
bienaventuranzas, hay cosas que necesitamos hacer, como también cosas que solamente puede hacer
Dios.
Permítame comenzar con lo que nosotros podemos hacer. Como ya se señaló, Salomón escribió:
«Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Proverbios 4.23). Santiago
mandó a sus lectores diciéndoles: «purificad vuestros corazones» (Santiago 4.8). Ambos autores
retaron a los cristianos a hacer todo lo posible para tener un corazón aprobado por Dios. ¿Qué podemos
hacer usted y yo para purificar nuestros corazones? En primer lugar, es bueno reconocer nuestra
necesidad y hacer lo mejor posible para mantener un corazón puro.
Luego, tenemos que llenar nuestras mentes con la Palabra de Dios. El salmista escribió: «¿Con qué
limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra» (Salmos 119.9). Jesús les dijo a Sus discípulos:
«Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado» (Juan 15.3). Necesitamos leer la Palabra,
estudiar la Palabra, meditar en la Palabra y obedecer la Palabra. Pedro les dijo a sus lectores:
«Habiendo purificado vuestras almas por la obediencia a la verdad» (1 Pedro 1.22a).
Además de llenar nuestros corazones con la Palabra, también necesitamos llenar nuestra mente con
pensamientos buenos en general. Tenemos que tener cuidado con respecto a lo que vemos y oímos.
Pablo escribió: «… todo lo puro, […] en esto pensad» (Filipenses 4.8). Nadie puede evitar que los
pensamientos impuros entren en la mente, sin embargo, no tiene por qué quedarse pensando en ello.
Alguien dijo: «No podemos evitar que un pájaro vuele sobre nuestra cabeza, sin embargo, podemos
impedirle que haga su nido en nuestra cabellera».
Todo lo anterior es útil, sin embargo, después de hacer lo mejor que podemos, todavía tenemos que
reconocer que nuestros corazones no son lo que deberían ser. El profeta Jeremías escribió: «Engañoso
es el corazón más que todas las cosas, y perverso» (Jeremías 17.9a). Al final de todo, tenemos que
rendirnos ante la misericordia de Dios y orar diciendo: «Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio»
(Salmos 51.10a). Cuando Ezequiel estaba tratando de animar a los israelitas en cautiverio, compartió la
promesa de Dios, diciendo: «Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros»
(Ezequiel 36.26a). Cuando aprendemos a confiar en Jesús y a reconocer nuestra necesidad de la gracia,
Dios purifica nuestros corazones por la fe (vea Hechos 15.9).

«. . . PORQUE ELLOS VERÁN A DIOS»


«Bienaventurados [felices] los de limpio corazón». ¿Qué tiene que ver el ser limpio de corazón con
la felicidad? Si nuestros corazones están purgados de celos y de envidia, nuestros corazones estarán
satisfechos. Si nuestros corazones están purgados de odio, no consideraremos a nadie como enemigo.
James Hastings escribió:

[La pureza de corazón] nos libera de miles de motivos de dolor, de luchas internas del
corazón […], de la voz acusadora de la conciencia, de los apuros y preocupaciones de
las ansias mundanas, de la amargura de […] la ira, de la envidia, [y…] del descontento.

En concreto, en el texto de nuestro estudio, la bienaventuranza de los limpios de corazón está ligada
directamente a la promesa que dice: «… porque ellos verán a Dios». No puede haber promesa más
emocionante que esa. De acuerdo con las costumbres de sociedades antiguas, entrar en la presencia de
un rey y ver su rostro constituía el más alto de los honores. Según la Biblia, las personas elegibles para
entrar en la presencia de Dios son los que tienen corazones puros. David escribió: «¿Quién subirá al
monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo? El limpio de manos y puro de corazón» (Salmos
24.3, 4).
En cuanto a poder ver físicamente, no todos tenemos la misma capacidad. Mi hermano Coy tiene
una forma rara de glaucoma que afecta su vista. Hay muchas cosas que él no puede ver. Es algo triste,
sin embargo, no tan trágico como aquellos cuya visión espiritual se ha visto afectada como
consecuencia de los corazones impuros que tienen. Solamente los de limpio corazón verán a Dios.

Ver a Dios aquí


Permítame sugerir nuevamente que esta promesa se aplica tanto aquí como en el más allá. En cuanto
a ver a Dios aquí y ahora, entendemos que no podemos verle con nuestros ojos físicos. Él es espíritu
(Juan 4.24) y es «invisible» (Colosenses 1.15). A Moisés le dijo: «No podrás ver mi rostro; porque no
me verá hombre, y vivirá» (Éxodo 33.20). Jesús dijo: «A Dios nadie le vio jamás» (Juan 1.18a).
Sin embargo, podemos ver a Dios con los ojos de la fe. Según el autor de Hebreos: «Es, pues, la fe
[…] la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11.1). El mismo autor señaló que por la fe, Moisés «se
sostuvo como viendo al Invisible» (v. 27). Pablo dijo: «… no mirando nosotros las cosas que se ven,
sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2
Corintios 4.18).

 Por la fe, vemos a Dios en la naturaleza. (Vea Salmos 19.1).


 Por la fe, vemos a Dios elaborando Sus planes y propósitos en la historia.
 Por la fe, vemos a Dios en las bendiciones que nos concede. Lo vemos al proveernos una simple
comida, al darnos familias para bendecir nuestras vidas y en el rostro de un niño recién nacido
(vea Santiago 1.17a).
 Por la fe, vemos a Dios en las vidas de Su pueblo.
 Por la fe, lo vemos obrando en nuestras propias vidas, aun cuando los problemas amenazan con
abrumarnos (vea Romanos 8.28).
 Sobre todo, lo vemos por la fe cuando nos acercamos más a Jesús, llegando así a conocerle
mejor.

La mayoría de nosotros vemos lo que estamos dispuestos a ver. Cuando mi hija Debbie ve una casa
vieja y descuidada, ella ve potencial en esa casa —lo que podría ser después de ser restaurada. Cuando
yo veo a una casa vieja, bueno… veo eso, simplemente, una casa vieja. Debbie ve algo que yo no
puedo ver. Así mismo, en esta vida, los de limpio corazón ven algo que los impuros no pueden ver.
Solamente los de limpio corazón están preparados para ver a Dios.

Ver a Dios en el más allá


En un sentido, los limpios de corazón verán a Dios en esta vida, sin embargo, es después de esta
vida que la promesa de Mateo 5.8 encuentra pleno cumplimiento. Juan escribió: «Amados, ahora
somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se
manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3.2, énfasis nuestro). En
el cielo, seremos conducidos a la presencia del Rey y contemplaremos Su rostro. En ese reino celestial,
«no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y
verán su rostro…» (Apocalipsis 22.3, 4a; énfasis nuestro).
¡Qué maravillosa promesa! Se acerca el día en que aquellos cuyos corazones han sido purificados
por la sangre de Jesús —sí, incluso nosotros, con nuestras imperfecciones y faltas— verán a Dios. Por
fin, el Paraíso será restaurado (vea Apocalipsis 2.7) y tendremos comunión con Dios, como la tuvieron
Adán y Eva en el primer Paraíso.

CONCLUSIÓN
«Bienaventurados los de limpio corazón…». Pablo le dijo a Timoteo que «el propósito de este
mandamiento es el amor nacido de corazón limpio» (1 Timoteo 1.5a). Los de limpio corazón son
bienaventurados, porque «ellos verán a Dios». En esta vida vemos a Dios con los ojos de la fe, sin
embargo, en la vida que está por venir, le veremos cara a cara. En esta vida, los de limpio corazón están
esperando en el aposento exterior, ¡esperando con entusiasmo una audiencia con el Rey!
¿Es usted de limpio corazón? Juan dejó en claro que los que son impuros en el corazón y en el vivir
no pueden ver a Dios: «… todo aquel que peca, no le ha visto» (1 Juan 3.6b; vea 3 Juan 11). ¿Se ha
hecho usted hijo de Dios mediante la obediencia amorosa y así poder andar en vida nueva (Romanos
6.3–6, 17, 18)?
Puede ser que en el pasado su corazón fue purificado por Dios, sin embargo, su visión de Dios se ha
vuelto borrosa y confusa. Si es así, es el momento para ser restaurado al Señor (vea Gálatas 6.1). Si
podemos ayudarle en su búsqueda por ver a Dios, por favor, permítanos ayudarle.
LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los Pacificadores

¿DE TAL PALO, TAL ASTILLA? — Mateo 5:9

Una de las cualidades más destacadas de la Biblia son su frescura y vitalidad, el hecho de que
siempre está al día y es relevante en todo tiempo. ¿Habrá otro pasaje que se necesite más en nuestros
días que la bienaventuranza que dice: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados
hijos de Dios» (Mateo 5.9)? Independientemente de cuándo se estudie este pasaje, extraños estarán
matando a extraños, vecinos estarán matando a vecinos, hermanos estarán matando a hermanos, las
facciones religiosas estarán tratando de destruirse entre sí, y las naciones estarán tratando de erradicar a
otras naciones. En medio del odio y de la lucha, esta bienaventuranza llega como una brisa refrescante,
pues dice: «Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios».
No siempre ha saltado a la vista la manera como algunas de las bienaventuranzas se refieren a la
felicidad, sin embargo, no hay gran dificultad con esta. Es difícil ser feliz en un ambiente de
animosidad y confusión, sin embargo, felices son los que trabajan promoviendo la paz. Piense en ello.
¿Se irritan fácilmente las personas que son felices?; ¿están siempre propensas a ofenderse, o deseosas
por provocar disputas? Las personas así son miserables y el único «gozo» que reciben es hacer
miserables también a otros. ¿Qué de los mansos, los bondadosos, los afectuosos, los que aman la paz y
los que hacen todo lo posible por promover la paz en sus hogares, en la iglesia y entre sus vecinos y
amigos? Usted sabe cuál grupo es más feliz. En los frutos del Espíritu, el gozo y la paz están juntos —y
ambos son precedidos por el amor (Gálatas 5.22).
Es necesario que contestemos varias interrogantes acerca del texto que nos ocupa. ¿Qué implica ser
un pacificador y qué sugiere el término «hijos de Dios»? A medida que estudiamos la séptima
bienaventuranza, abordaremos el texto un poco diferente de como lo hicimos con las primeras
bienaventuranzas. Primero hablaremos del final del versículo (la promesa), el cual dice: «… ellos serán
llamados hijos de Dios». Luego, analizaremos el comienzo del versículo (el requisito):
«Bienaventurados los pacificadores…». Esto nos permitirá concluir con una aplicación de Mateo 5.9
para nuestros días.

«… PORQUE ELLOS SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS»


Como ha sido el caso en todas las Bienaventuranzas, la motivación principal de la bienaventuranza o
felicidad de los pacificadores se encuentra en la promesa: «… porque ellos serán llamados hijos de
Dios». La palabra que se traduce como «hijos» es el plural de la palabra griega para «hijo» (huios). El
término es usado en este pasaje en un sentido genérico para referirse a hombres y a mujeres, tanto a
hijos como a hijas de Dios. Qué promesa tan maravillosa: ¡ser llamados hijos e hijas de Dios, ser hijos
e hijas del Rey, ser hijos e hijas del Creador del universo!
La promesa es fascinante, sin embargo, es necesario que entendamos las implicaciones de la frase
«hijos de Dios». La frase «hijo de» era una expresión hebrea que quiere decir «participar de la
naturaleza de». Bernabé fue llamado «Hijo de consolación» (Hechos 4.36), ya que su naturaleza era
consolar a otros. La frase «Hijos de Dios» infiere los que participan de la naturaleza de Dios. Tenemos
una expresión que dice: «De tal palo, tal astilla». Este es nuestro reto como hijos de Dios (vea Mateo
5.48). En el texto de nuestro estudio, la frase «hijos de Dios» se refiere específicamente a los que
participan de la naturaleza de Dios para ser pacificadores.

El Pacificador Divino
De acuerdo a Proverbios 6.16–19, «Seis cosas aborrece Jehová, y aun siete abomina su alma». La
séptima es «el que siembra discordia entre hermanos». Dios aborrece la discordia y ama la paz. Es
llamado «el Dios de paz» (Romanos 15.33). Él creó un mundo que estaba lleno de paz hasta que el
pecado trajo discordia y muerte. Para restablecer la paz, envió a Su Hijo, «a su Hijo unigénito», a este
mundo enfermo de pecado y turbulento (vea Juan 3.16).
Para poder apreciar lo mucho que Dios ama la paz, solamente necesitamos mirar a Su Hijo, Jesús
(vea Juan 14.9). Se profetizó que Cristo sería el «Príncipe de Paz» (Isaías 9.6). Su nacimiento fue
anunciado con la frase «en la tierra paz, […] para con los hombres» (Lucas 2.14). Poco antes de morir,
les dijo a Sus discípulos: «La paz os dejo, mi paz os doy» (Juan 14.27a). Por medio de Su muerte trajo
la paz tanto a judíos (los que están cerca) como a gentiles (los que están lejos) (Efesios 2.16, 17; vea
Colosenses 1.20).

Imitar a nuestro Padre


A usted y a mí se nos reta a ser como Dios y Jesús. «Seguid la paz con todos» (Hebreos 12.14; vea 2
Timoteo 2.22); «… sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación» (Romanos 14.19). Si
buscamos la paz, seremos llamados «hijos de Dios». Hugo McCord escribió así:

Por creación, todos los hombres son «hijos de Dios» (Génesis 6.2; Lucas 3.38). Sin
embargo, atrapados por Satanás, los seres humanos al igual que algunos ángeles, «…
no guardaron su dignidad» (Judas 6) y ahora han sido apropiada y divinamente
denominados hijos del diablo (Juan 8.44; Hechos 13.10).
Sin embargo, si somos pacificadores, seremos llamados «hijos de Dios».
¿Quién nos llamará hijos de Dios? A veces lo harán otras personas. Cuando ayudamos a dos
hermanos a reconciliarse o ayudamos a restaurar la paz en un hogar, los involucrados suelen estar
agradecidos. Tenemos que entender, sin embargo, que no siempre será así. Los esfuerzos por
restablecer la paz a veces no son apreciados. Los policías a menudo dicen que las situaciones más
peligrosas que atienden a diario son los conflictos domésticos. Por ejemplo, si la policía intenta impedir
que un hombre golpee a su esposa, tanto el marido como la mujer podrían volverse contra los policías.
De la misma manera, un esfuerzo bien intencionado de nuestra parte por restaurar la paz puede ser visto
como una interferencia. Además, si nos negamos a tomar partido en una controversia, ambos lados
podrían comenzar a atacarnos. Por eso digo que, si somos pacificadores, ocasionalmente, las personas
nos llamarán «hijos de Dios», sin embargo, no siempre será así. ¿Quién, entonces, llamará «hijos de
Dios» a los pacificadores? Dios lo hará. Este reconocerá como hijos Suyos a los que promueven la paz.
Por supuesto, ser pacificadores no es todo lo que Dios requiere para que seamos designados como
Sus hijos. Jesús no estaba diciendo que si nos esforzamos por restaurar la armonía en el mundo,
seremos automáticamente hijos de Dios. No podemos ser hijos de Dios sin estar en la familia de Dios y,
para estar en la familia, tenemos que «nacer» en ella, a saber: «el que […] naciere de agua y del
Espíritu» (Juan 3.3, 5), «por la obediencia a la verdad» (vea 1 Pedro 1.22). Esta obediencia incluye fe y
confianza en Jesús, así como el bautismo. Pablo escribió: «… pues todos sois hijos de Dios por la fe en
Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos»
(Gálatas 3.26, 27; énfasis nuestro). Cuando venimos al Señor en obediencia humilde, Dios nos añade a
Su iglesia (Hechos 2.47), la cual es su «casa» (vea 1 Timoteo 3.15; «familia»; McCord). No podemos
ser hijos ni hijas de Dios sin que hagamos lo que nos ha pedido hacer para hacernos cristianos. Incluso
si hemos nacido de nuevo y somos hijos de Dios, no nos comportaremos como «hijos de Dios» hasta
que no participemos de Su naturaleza y nos convirtamos en pacificadores.
¿Cuándo «serán llamados hijos de Dios» los pacificadores? Permítame sugerir una vez más que hay
un cumplimiento parcial en esta vida y un cumplimiento último en la vida venidera. En cuanto a esta
vida, Pablo les dijo a los cristianos: «… por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el
Espíritu de su Hijo» (Gálatas 4.6; énfasis nuestro). En un sentido ya somos hijos de Dios, sin embargo,
el proceso de ser «llamados hijos» no estará completo hasta que estemos en el cielo con nuestro Padre.
Pablo escribió de «la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse» y de que estamos «esperando
la adopción» (Romanos 8.18, 23; vea también v. 19). Cuando Jesús habló de la condición del pueblo de
Dios en el cielo, dijo que no morirían más, «pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios» (Lucas
20.36). Independientemente de que estemos hablando de aquí o del más allá, es difícil imaginar una
promesa más emocionante, pues dice: ¡Dios nos reconocerá como hijos Suyos, como a Sus hijos e
hijas!

«BIENAVENTURADOS LOS PACIFICADORES…»


Después de haber visto la promesa, deberíamos estar aún más deseosos de cumplir con el requisito
de ser pacificadores. ¿Qué implica ser un pacificador? La palabra «pacificador» se traduce de
eirenopoios, que combina la palabra «paz» (eirene) con una palabra que quiere decir «hacer» (poieo).
Esta combinación rara vez se encuentra en el Nuevo Testamento, sin embargo, la palabra «paz»
(eirene) se encuentra más de ochenta veces. Eirene se refiere a «relaciones armoniosas» y a «la
sensación de reposo y contentamiento» que se da como resultado. La palabra hebrea correspondiente es
(shalom). En cuanto a shalom, William Barclay escribió:

En hebreo, la paz nunca es solamente un estado negativo, jamás quiere decir solamente
la ausencia de problemas; en hebreo, paz siempre quiere decir todo lo que conduce al
bien supremo del hombre. En el Oriente, cuando un hombre le dice a otro, Salaam —
que es la misma palabra— no quiere decir que le desea al otro hombre no solamente la
ausencia de lo malo, le desea también la presencia de todo lo bueno.

La palabra «paz» es indispensable dentro del término «pacificador», sin embargo, no hay que
ignorar el resto de la palabra. La séptima bienaventuranza es única. El énfasis en la mayoría de las
Bienaventuranzas está en la actitud, mientras que en unas pocas el énfasis es en la actitud como en la
acción; sin embargo, esta bienaventuranza se centra en la acción. Se sobreentiende que tiene que haber
una actitud correcta, sin embargo, en el texto que nos ocupa, la promesa de Dios es para aquellos que
activamente procuran la paz. El Señor no prometió bendecir a los amantes de la paz (pese a que es
encomiable) ni a los que hablan de la paz (lo cual a veces es necesario), sino a los pacificadores.
Dios no ha prometido bendecir a los que creen en la «paz a cualquier precio». Algunos se
consideran pacíficos y amantes de la paz porque evitan los problemas a toda costa. En lugar de hacerles
frente a posibles problemas y abordarlos, los pasan por alto y esperan que desaparezcan por sí solos.
Por lo general, no sucede así y en lugar de ello terminan con un problema más grande del que tenían al
inicio. En este sentido, Dios definitivamente no ha prometido bendecir a aquellos para quienes la paz es
una prioridad mayor que serle fiel a Él y a Su Palabra. Santiago escribió que «la sabiduría que es de lo
alto es primeramente pura, después pacífica» (Santiago 3.17; énfasis nuestro).
Al trabajar por la paz, tenemos que tener claro que es necesario pensar a largo plazo. Cuando nuestra
hija Cindy era una niña, tenía varios problemas de salud y tenía que tomar muchos medicamentos. ¡Oh,
cuánto detestaba esa medicina! Todavía es doloroso recordar la forma como teníamos que sostener
firmemente su pequeño cuerpo y forzar el medicamento en su boca (generalmente derramando la mitad
del mismo). La «paz a cualquier precio» habría dictado que no podíamos darle el medicamento, porque
no había paz en nuestra casa a la hora de suministrar el medicamento. Sin embargo, tuvimos una visión
a largo plazo porque queríamos que fuera saludable. Del mismo modo, para una paz que honra al
Señor, tenemos que concentrarnos en el futuro.
Tenemos que afrontar los problemas y lidiar con ellos, incluso cuando es desagradable hacerlo. Mi
hermano Coy comentó que un pacificador «podría verse involucrado en conflictos si es necesario, pero
no se deleita en ello». Incluso al reprender el error, el amor del pacificador será evidente a todos
(Efesios 4.15).

Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto
para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá
Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del
diablo, en que están cautivos a voluntad de él (2 Timoteo 2.24–26).

Lo anterior debería darnos una idea de lo que la palabra «pacificador» no quiere decir, sin embargo,
¿qué quiere decir? Cuando oímos el término, puede que vengan a la mente una variedad de escenas:
una madre resolviendo alguna diferencia entre sus hijos, una maestra disolviendo una riña en el patio
de una escuela, hombres y mujeres sentados alrededor de una mesa en una conferencia internacional
para la paz. Todo es importante, sin embargo, quiero comenzar nuestro análisis sobre el aspecto
positivo de la obtención de paz con algo más básico.

Paz con Dios


La paz en el mundo tiene que comenzar con paz en el corazón, y la paz en el corazón comienza
teniendo paz con Dios. Isaías escribió: «No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos» (Isaías 57.21). Para
tener paz con Dios, tenemos que entregar nuestra voluntad a la de Él (vea 2 Crónicas 30.8). En lugar de
confiar en nosotros mismos, tenemos que confiar en Jesús y hacer Su voluntad. Pablo dijo:
«Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo»
(Romanos 5.1). Es en ese momento, y solamente en ese momento, que la paz de Dios, que sobrepasa
todo entendimiento, guardará nuestros corazones y pensamientos (vea Filipenses 4.7).
Luego, para poder ser pacificadores, tenemos que preocuparnos por tener más que paz personal con
Dios, también tenemos que esforzarnos por ayudar a otros a reconciliarse con Dios (vea 2 Corintios
5.18, 20). No me opongo a la mayoría de los esfuerzos por lograr la paz, sin embargo, cualquier
esfuerzo que no cambie los corazones no tendrá resultados duraderos. Es como poner una pequeña
venda en una enorme herida abierta. Es posible que se dé un cese de las hostilidades sin que haya paz.
El marido y la mujer pueden ponerle fin a sus ataques verbales, sin embargo, no hay una verdadera paz
en su hogar si aún continúa una atmósfera antagónica. Para que haya paz externa, primero tiene que
haber paz interna.
Para tener una paz que dure interna como externamente, las personas tienen que entregar sus
corazones y vidas a Dios. A medida que las personas se acerquen al Señor, también se acercarán unos a
otros. En el mundo antiguo, había un enorme abismo entre judíos y gentiles que solamente podía
enmendarse por medio de Jesús. Considere el pasaje de Efesios 2, que dice:

Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros [gentiles] que en otro tiempo estabais lejos, habéis
sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos
pueblos [judíos y gentiles] hizo uno, derribando la pared intermedia de separación [la
ley de Moisés], aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos
expresados en ordenanzas [la ley de Moisés], para crear en sí mismo de los dos [judíos
y gentiles] un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con
Dios a ambos [judíos y gentiles] en un solo cuerpo [la iglesia], matando en ella las
enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros [gentiles] que
estabais lejos, y a los que estaban cerca [judíos] (vs. 13–17).

De la manera como Jesús llenó el abismo entre judíos y gentiles, también puede llenar el abismo
entre las facciones beligerantes de hoy, esto es, si vienen a Él y se entregan a Su voluntad. Para el
pacificador es importante ayudarles a los demás venir al Señor.

Paz con los demás


Tener paz personal con Dios y animar a otros a reconciliarse con Dios es de suma importancia. Sin
embargo, no es todo lo que implica ser un pacificador. Estar en paz con Dios debe animarnos a hacer
todo lo posible para vivir en paz con los demás. Jesús les dijo a Sus seguidores que tuvieran «… paz los
unos con los otros» (Marcos 9.50). Pablo escribió: «Por lo demás, hermanos, […] vivid en paz; y el
Dios de paz y de amor estará con vosotros» (2 Corintios 13.11).
En Romanos 14.19, Pablo usó una frase que me fascina, dice: «Así que, sigamos lo que contribuye a
la paz…» (énfasis nuestro). Pablo no aclaró qué quiso decir con la frase «lo que contribuye a la paz»; él
esperaba que sus lectores supieran lo que tenía en mente. Si usted hiciera una lista de lo «que
contribuye a la paz» y de lo que rompe la paz, ¿qué incluiría en su lista? Su lista podría incluir factores
como los siguientes:

 Amar a los demás contribuye a la paz, mientras que una actitud indiferente rompe la paz.
 Ser amable con los demás contribuye a la paz, mientras que ser severos rompe la paz.
 Ayudar a los demás contribuye a la paz, mientras que ignorar las necesidades de los demás
rompe la paz.
 Seguir la regla de oro (Mateo 7.12) contribuye a la paz, mientras que darle poca importancia a
la forma como tratamos a los demás rompe la paz.
 Desear fuertemente la armonía contribuye a la paz, mientras que el tener una disposición
pendenciera siempre rompe la paz.
 Ser amable y accesible contribuye a la paz, mientras que el ser poco receptivo hacia los demás
desalienta la paz.
 Tener el coraje de ir a los demás cuando ofendemos o se nos ofende (vea Mateo 5.23, 24; 18.15)
promueve la paz, mientras que no hacerlo fomenta el distanciamiento.
 Devolver bien por mal (vea Romanos 12.20, 21) contribuye a la paz, mientras que buscar
venganza destruye toda esperanza de paz. Hemos de esforzarnos por ser amigos, incluso con
nuestros adversarios (vea Mateo 5.25; Proverbios 16.7).

Cuando hacemos nuestras listas, tal vez de primero debe mencionarse la característica de
preocuparnos por los demás más que por nosotros mismos. Algunas de las palabras más difíciles de
Jesús son las que dicen: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y
sígame» (Mateo 16.24, énfasis nuestro). D. Martyn Lloyd–Jones escribió el siguiente comentario:

Todos nuestros problemas humanos encuentran explicación en la lujuria, la avaricia, el


egoísmo, el egocentrismo […]. Vemos todo según nos afecte […]. «¿Cómo me está
afectando esto? ¿Qué me está haciendo esto?». Ahora bien, tal es el espíritu que
siempre conduce a pleitos, a malos entendidos y conflictos, y es lo opuesto a ser un
pacificador.

Cuando se rompe la paz y se produce la discordia, si usted logra llegar al fondo del problema,
siempre encontrará a una o más personas preocupadas más por sí mismas que por los demás. Tal vez
piensan que no recibieron lo que merecían, o sencillamente tal vez están resueltos a hacer las cosas
según les parezca a ellos.
Hay muchos ejemplos bíblicos acerca de la importancia del desinterés que involucra el ser
pacificadores. Por ejemplo, Abraham le dijo a su sobrino Lot: «No haya ahora altercado entre nosotros
dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos» (Génesis 13.8). Luego, dejó que Lot
escogiera la tierra (vs. 9–12), pese a que era su derecho escoger de primero. Se podrían citar otros
ejemplos: Isaac, quien «amaba la paz más que a la propiedad» (vea Génesis 26.17–22), y Jonatán, que
desinteresadamente trató de hacer la paz entre su amigo David y su padre Saúl (vea 1 Samuel 18.1;
19.2–6; 20.30–33). Sin embargo, el ejemplo definitivo de un pacificador desinteresado es Jesús. En
Colosenses 1.20, Pablo señaló que Jesús «[hizo] la paz mediante la sangre de su cruz». La frase
«haciendo la paz» proviene de la forma verbal de la palabra para «pacificador». En esta declaración,
Pablo afirmó que Jesús era un pacificador. Como pacificador que era, en lugar de insistir en Sus
derechos, cedió Sus derechos para venir a la tierra (vea Filipenses 2.5–8) y lograr la paz entre Dios y el
hombre, y entre el hombre y el hombre. Para lograr la paz, Jesús estuvo dispuesto incluso a ser clavado
en una cruz. Él es el pacificador supremo, el pacificador desinteresado.
Aun si tenemos todas las cualidades analizadas y hacemos lo que podemos para vivir en paz con los
demás, algunos todavía rehusarán estar en paz con nosotros. En Romanos 12.18, leemos: «Si es
posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres» (énfasis nuestro). Es
imposible estar en paz con todos. Controlamos solamente una mitad de la relación, esto es, la que nos
corresponde. Sin embargo, hagamos todo lo posible para «estar en paz con todos los hombres».
En cuanto a tener paz con los demás, debemos mencionar otro aspecto. Un pacificador no solamente
hace lo que puede para vivir en paz con los demás, también promueve la paz entre facciones
enfrentadas. Podemos pensar de cuando Moisés intentaba separar a sus conciudadanos hebreos que
reñían (Éxodo 2.13, 14) o de cuando Pabló instó a dos hermanas en la iglesia a vivir en armonía
(Filipenses 4.2). Si el tiempo lo permitiera, se podría analizar la necesidad de paz en el hogar (vea
Proverbios 15.17), en la iglesia (vea 1 Tesalonicenses 5.13), en la sociedad y en el mundo.
Podríamos hacer una lista adicional de las características necesarias para promover la paz entre los
demás, incluyendo la necesidad de tener tacto y sabiduría (vea Proverbios 25.11; Santiago 1.5). En
algunas situaciones, la mayor contribución que podemos hacer para la paz es mantener la boca cerrada.
Salomón escribió: «Sin leña se apaga el fuego, y donde no hay chismoso, cesa la contienda»
(Proverbios 26.20). También es necesario ser pacientes (vea 1 Tesalonicenses 5.14) e incluso ser
fuertes y tener coraje (vea 2 Corintios 5.6; Efesios 6.10). El senador estadounidense Hubert Humphrey
dijo una vez: «El negociar entre partes en un conflicto es como cruzar un río caminando sobre rocas
resbaladizas […]. Es arriesgado, sin embargo, es la única manera de cruzarlo».
Sea que hablemos de tener paz con Dios o con los demás, necesitamos entender que ninguna es
posible sin la ayuda del Señor. Los que por naturaleza son pacificadores necesitan la ayuda de Dios
para aprender a lidiar con los problemas en lugar de tratar de evitarlos. Los que por naturaleza son
pendencieros necesitan una visión divina para ver cuán importante es tener paz. Como se señaló
anteriormente, la «paz» es parte del «fruto del Espíritu» (Gálatas 5.22). Tendremos paz para con Dios y
podremos encontrar paz con los demás solamente cuando permitamos que el Espíritu de Dios y Su
Palabra (Efesios 6.17) tengan el control de nuestras vidas.

Dios, perdona nuestra incapacidad para amar y contribuir a la paz. Perdónanos el


egocentrismo que ha obstruido la paz. Concédanos Tu misericordia para que podamos
tener paz en nuestros espíritus y corazones. Ayúdanos también a tomar la
determinación de ser pacificadores. Danos la fuerza, la paciencia y el amor y así poder
procurar la paz con todos los hombres. En el nombre de Tu Hijo Jesús. Amén.

CONCLUSIÓN
«Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios». Lo contrario sería:
«Malditos los alborotadores, porque ellos serán llamados hijos de Satanás». ¿Es usted un pacificador?
¿Es usted un hijo o hija de Dios? ¿Está disfrutando de paz con Dios y con los demás? Si no es así,
vuélvase a Jesucristo en fe y obediencia.

LAS BIENAVENTURANZAS
Bienaventurados los que Padecen Persecución

DESPRECIADOS, PERO GOZOSOS — Mateo 5:10-12

Si estuviera dirigiéndome a una multitud y les pidiera a todos los que desean felicidad levantar sus
manos, probablemente todos las levantarían. Si les preguntara: «¿Cuántos desean persecución?». Pocas
manos (o ninguna) serían levantadas. Sin embargo, en Mateo 5.10, Jesús unió la felicidad con la
persecución, diciendo: «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque
de ellos es el reino de los cielos». La traducción de Phillips lo consigna así: «¡Dichosos los que han
sufrido persecución…!». En la octava bienaventuranza, tenemos un contraste entre el impulso natural y
la respuesta de una personalidad en las manos de Dios. Hugo McCord escribió:

Se dice que el instinto de conservación constituye la primera ley de la naturaleza.


Cuando la octava bienaventuranza se apodera de un hombre, este hombre estará
dispuesto a ir contra la naturaleza. El cristianismo es lo contrario al instinto de la
conservación. Cuando la adherencia a Jesús está completamente desarrollada, el
cristiano dice: «… ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o
por muerte» (Filipenses 1.20). ¡No piensa en el látigo […] como un maltrato, sino,
como un favor especial! Al cristiano le «… es concedido a causa de Cristo, no sólo que
[crea] en él, sino también que [padezca] por él» (Filipenses 1.29).

En la última bienaventuranza, llegamos al punto de partida, a la promesa hecha en la primera


bienaventuranza que dice: «… porque de ellos es el reino de los cielos». En 5.3, la bienaventuranza fue
dada para los que reconocen su miseria espiritual. Después de este versículo, vemos las actitudes y
acciones que se derivan de ser pobres en espíritu. Por último, en 5.10, tenemos un pensamiento más
acerca del ser mendigos espirituales, a saber: mantener una actitud positiva, incluso cuando somos
perseguidos.
Cuando se analiza Mateo 5.3–12, se puede notar algo diferente en la octava bienaventuranza. Al
igual que las otras bienaventuranzas, esta está formada por una sola frase y se encuentra en la tercera
persona, sin embargo, a diferencia de las otras bienaventuranzas, viene seguida de dos frases
adicionales en la segunda persona. Jesús estaba aplicando la bienaventuranza directamente a Sus
discípulos. ¿Por qué amplió Jesús esta bienaventuranza y no las otras? Tal vez, deseaba que Sus
seguidores supieran lo que podían esperar del mundo si cultivaban la clase de carácter descrito en las
primeras bienaventuranzas. Tal vez, amplió Sus ideas porque se daba cuenta de lo difícil que sería para
Sus discípulos ver alguna bienaventuranza en la persecución.
Puesto que la bienaventuranza se compone de tres versículos y no de uno, y puesto que contiene una
variedad de ideas en vez de las dos que normalmente tienen (requisito y promesa), el formato de la
presente lección será algo diferente al de las otras en la serie.

LA PERSECUCIÓN ES INEVITABLE
En el texto que nos ocupa, Jesús deseaba transmitir al menos dos mensajes. El primero es que la
persecución es inevitable. Jesús no quería que la persecución sorprendiera a Sus seguidores, deseaba
que estuvieran preparados para ello. Poco antes de Su muerte, les dijo a los apóstoles: «Acordaos de la
palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a
vosotros os perseguirán» (Juan 15.20).
Cuando Jesús hablaba de persecución, no estaba tratando de darles a Sus discípulos «un complejo de
persecución». Nadie es más miserable que el individuo que piensa que todo el mundo está contra él,
que imagina todo tipo de insultos y de abusos. Jesús estaba simplemente constatando un hecho: El hijo
fiel de Dios no podrá evitar la persecución. Jesús no deseaba llenar a Sus seguidores con aprensión, sin
embargo, deseaba que supieran qué esperar.
Tampoco estaba sugiriendo Jesús que ser perseguido es una prueba infalible de que estamos siendo
aprobados por Dios. La persecución no es tanto una prueba de discipulado, como sí el resultado del
discipulado. Si digo: «Dichosas las madres que han sufrido por causa de la maternidad», no estoy
sugiriendo que todas los que han sufrido son madres. El sufrimiento no es una prueba de la maternidad,
sino el resultado de ser madres (incluyendo el dolor de dar a luz a los hijos). Hago mención de ello
porque algunos líderes de sectas han insistido en que el hecho de que son perseguidos es prueba de que
son ungidos de Dios. Jesús no dijo: «Bienaventurados los que padecen persecución porque son
desagradables, prepotentes u ofensivos».
Lo que Jesús sí dijo es «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia».
Repase en su mente lo que dijimos acerca de la «justicia» en la primera lección de esta serie: Puede
hacer referencia al carácter justo de Dios; puede referirse a ser contados como justos por el Señor;
puede referirse a una vida recta. Por lo tanto, podemos concluir en que Jesús estaba hablando acerca de
ser perseguidos por ser hijos de Dios que están tratando de vivir como el Padre ha ordenado. Jesús, sin
embargo, lo planteó de una manera más sencilla que en el versículo 11; aquí dijo: «Bienaventurados
sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan» (Mateo 5.11; énfasis nuestro). En el pasaje
paralelo de Lucas, dijo: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, […] por causa del
Hijo del Hombre» (6.22; énfasis nuestro). Jesús estaba hablando acerca de la persecución que viene
como resultado de seguirle y tratar de ser como Él. Recuerde que dijo: «Si a mí me han perseguido,
también a vosotros os perseguirán». Pedro escribió que «… si alguno padece como cristiano [alguien
que pertenece a Cristo], no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello» (1 Pedro 4.16).
Jesús no fue el único que hizo énfasis en el hecho de que podemos esperar persecución si somos
fieles al Señor. Pablo le dijo a Timoteo: «Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo
Jesús padecerán persecución» (2 Timoteo 3.12; vea Hechos 14.22). Tan seguro que cuando se lanza
algo al aire vuelve a caer, igual es esta verdad espiritual que dice: Todo el que desea llevar una vida
piadosa en Cristo Jesús padecerá persecución. De acuerdo con Jesús y Pablo, si no hemos sentido el
azote físico o emocional de la persecución, es importante que nos hagamos un examen de conciencia,
preguntándonos: ¿Realmente «[queremos] vivir piadosamente en Cristo Jesús»?
¿Por qué es inevitable la persecución para los que desean vivir piadosamente? Siempre ha existido la
tensión entre lo correcto y lo incorrecto, entre el bien y el mal. Jesús dijo que «la luz vino al mundo, y
los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que
hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas» (Juan 3.19,
20). En vista de que las fuerzas del mal están constantemente en guerra contra las fuerzas de la justicia
(vea Efesios 6.10–17), los que fielmente defienden lo correcto van a ser perseguidos. El que se niegue a
ceder ante el diablo recibirán un trato áspero de parte de él.

Persecución: ¿Qué es?


Para ayudar a Sus seguidores a prepararse para la persecución, Jesús les dijo algunas formas en que
vendría la persecución: «Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan
toda clase de mal contra vosotros, mintiendo» (Mateo 5.11; énfasis nuestro). En la referencia paralela
del Sermón del Llano, dijo: «Bienaventurados seréis cuando los hombres os aborrezcan, y cuando os
aparten de sí, y os vituperen, y desechen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre»
(Lucas 6.22, énfasis nuestro). En estos dos pasajes, Jesús mencionó al menos cinco tipos de
persecución.
1) Aborrecimiento. En Lucas 6, Jesús habló de un tiempo «cuando los hombres os aborrezcan».
¿Qué hará que los hombres lo aborrezcan a usted? Es posible que lo aborrezcan porque no pueden
comprender el cambio que ha tenido lugar en su vida. Mi mente se remonta a los días en que bauticé a
un joven que había sido un magnífico jugador de fútbol americano universitario. Al salir de las aguas
del bautismo, hervía de entusiasmo, no veía llegar el momento para contarles a sus amigos. No pasó
mucho tiempo cuando vino a mí muy decepcionado. En lugar de que sus «amigos» se alegraran de su
conversión, habían ridiculizado su decisión. Le leí 1 Pedro 4.4: «A éstos les parece cosa extraña que
vosotros no corráis con ellos en el mismo desenfreno de disolución, y os ultrajan».
Otra razón por la que las personas lo aborrezcan es que se sientan reprendidas por la vida que usted
lleva. Así como el penitente pronuncia sentencia sobre el impenitente por medio de su actuar (vea
Mateo 12.41), los piadosos «juzgan» a los impíos con sus vidas. Los que están en el mundo resienten
aquellos cuyos estándares son más altos que los de ellos.
2) Aislamiento. En Lucas 6, Jesús habló además de un tiempo «cuando los hombres […] os aparten
de sí». La KJV consigna «los apartarán de la compañía de ellos». A muchos cristianos los aislaron de la
sociedad. No podían participar con una conciencia limpia en las fiestas con orientación pagana de sus
días. Muchos perdieron sus puestos de trabajo. Algunos de los que se hicieron cristianos fueron
separados de sus familias. En Mateo 10, Jesús dijo estas palabras desgarradoras:

No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino
espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija
contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de
su casa (vs. 34–36).

Uno de los propósitos de la venida de Cristo era «traer paz a la tierra», sin embargo, sabía que el
evangelio no traería paz a todos los hogares. En algunos hogares, traería una espada cuando algunos en
esos hogares aceptaran el Evangelio, mientras que otros se negaran a hacerlo. Muchos de los que están
estudiando estas lecciones lo entienden mejor que yo. Hablo de los que han sido alejados de sus
familias porque decidieron seguir a Cristo.
Incluso en los Estados Unidos, donde las personas valoran la libertad religiosa, se da el aislamiento.
Tal vez nadie lo siente más profundamente que los adolescentes cristianos que desean ser aceptados por
sus compañeros, pero que a menudo se sienten «excluidos» porque se niegan seguir a las multitudes
(vea Éxodo 23.2a).
3) Vituperios. Tanto la narración de Mateo como la de Lucas tienen las palabras «os vituperen».
Jesús mismo fue vituperado. Sus enemigos lo llamaron «un hombre comilón, y bebedor de vino»
(Mateo 11.19) y dijeron que tenía «demonio» (Juan 10.20; vea 8.48). Si Jesús fue vituperado, no
debería sorprendernos si nos vituperan. Cuando nos vituperan, duele. No hay espada más cortante que
la lengua. Cuando éramos niños, algunos de nosotros aprendimos este canto: «Palos y piedras pueden
romper mis huesos, pero las palabras no pueden hacerme daño». Al envejecer, hemos aprendido que las
palabras pueden ser mucho más dañinas que los palos y las piedras. Los palos y las piedras solamente
rompen los huesos y dejan moretones en la piel, sin embargo, las palabras pueden romper el corazón y
devastar el espíritu.
4) Calumnias y distorsión de la verdad. Esta forma de persecución está estrechamente relacionada
con los vituperios. El relato de Mateo dice: «… y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo»,
mientras que Lucas dice: «… y desechen vuestro nombre como malo». Cuando tratamos de hacer las
cosas bien, no es extraño que los demás distorsionen lo que hacemos. Cuando José rehusó cometer
adulterio con la esposa de Potifar, esta dijo que él había tratado de seducirla (vea Génesis 39.6 b–18).
Santiago les preguntó a sus lectores cristianos: «¿No blasfeman ellos el buen nombre6 que fue
invocado sobre vosotros?» (Santiago 2.7). Si usted insiste en «hacer las cosas de la Biblia a la manera
de la Biblia», lo podrían tildar «de mentalidad cerrada» o «legalista» o «frío y sin emociones». La
tergiversación de la verdad puede hacer daño, sin embargo, no olvide que Jesús añadió estas palabras
en el Sermón del Llano: «¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque
así hacían sus padres con los falsos profetas» (Lucas 6.26).
Deberíamos hacer un alto en este punto para considerar la necesidad de equilibrio. Nada hay de
malo en que una congregación desee tener buena reputación en la comunidad. Jesús mismo creció «en
gracia para con […] los hombres» (Lucas 2.52). Sin embargo, cuando tal deseo es más importante que
defender la verdad, hacemos mal en darle prioridad. No olvide que Jesús dijo: «¡Ay de vosotros,
cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!».
5) Una persecución desenfrenada. El relato de Mateo usa las palabras «persecución», «persiguen» y
«persiguieron» (vs. 10–12). Estas palabras se derivan de dioko, que quiere decir «seguir». Un escritor
dijo que en Mateo 5.10, el término se refiere a «los que son acosados, perseguidos, estropeados
[destruidos]. El término se usa de manera apropiada en cuanto a las bestias salvajes perseguidas por los
cazadores». Los primeros cristianos a menudo tuvieron que haberse sentido como «bestias perseguidas
por cazadores» —cuando se les privaba de sus posesiones, cuando eran encarcelados y torturados y
cuando a muchos de ellos se les dio muerte.

Persecución: ¿A quiénes?
Cuando persecuciones como las anteriores llegaran, Jesús quería que Sus discípulos entendieran que
ellos no serían los primeros en sufrir por causa de la justicia. Cuando fueran perseguidos, estaban en
buena compañía, «porque así persiguieron a los profetas…» (Mateo 5.12). Piense en las clases de
persecución mencionadas anteriormente.
1) Aborrecimiento. Los profetas no fueron personas populares. Acab, rey de Israel dijo refiriéndose
al profeta Miqueas: «… yo le aborrezco, porque nunca me profetiza cosa buena, sino siempre mal» (2
Crónicas 18.7).
2) Aislamiento. Debido a su impopularidad, los profetas a veces tuvieron que vivir en aislamiento
(vea 1 Reyes 17.1–7).
3) Vituperios. El rey Acab llamó a Elías «… el que turba a Israel» (1 Reyes 18.17). Si usted rehúsa
comprometer sus convicciones en cuanto a la Palabra de Dios, puede que también lo consideren un
alborotador. Observe, sin embargo, la respuesta de Elías, que dice: «Yo no he turbado a Israel, sino tú y
la casa de tu padre, dejando los mandamientos de Jehová, y siguiendo a los baales [dioses paganos]» (v.
18).
4) Calumnias y distorsión de la verdad. Cuando Daniel siguió orando a Dios, otros funcionarios del
gobierno lo acusaron de deslealtad para con el rey de Babilonia (Daniel 6.1–15).
5) Persecución física. Jeremías fue azotado (Jeremías 20.2). Hanani fue echado en la cárcel (2
Crónicas 16.7, 10). Zacarías fue apedreado (2 Crónicas 24.21). Según la tradición judía, Isaías fue
colocado dentro de un tronco hueco y aserrado en dos (vea Hebreos 11.37).
Cuando Jesús usó a los profetas del Antiguo Testamento como ejemplos, estaba reafirmándoles a
Sus seguidores que la persecución no es señal de desaprobación de parte de Dios, puesto que los que
Dios ha amado habían sufrido y aún seguían sufriendo. La persecución nos hace hermanos de los fieles.
Jesús mismo sufrió, pues dice: «Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus
pisadas» (1 Pedro 2.21). Los apóstoles de Jesús también sufrieron. Este les dijo a Jacobo y a Juan que
beberían la copa del sufrimiento y que serían inmersos en el bautismo de sufrimiento (vea Marcos
10.39). Jacobo fue el primer apóstol en morir, asesinado por la espada de Herodes, alrededor de 44 d.
C. (vea Hechos 12.1, 2). Juan fue desterrado a la isla de Patmos (vea Apocalipsis 1.9). No podemos
estar seguros en cuanto a qué sucedió con los otros apóstoles, sin embargo, las siguientes son algunas
tradiciones humanas con respecto a la muerte de ellos.

 Pedro —fue crucificado bocabajo


 Andrés —fue martirizado en una cruz en Edesa
 Felipe —fue azotado, encarcelado y luego crucificado en Hierápolis
 Bartolomé —fue azotado y luego crucificado
 Tomás —fue muerto con una lanza
 Mateo —fue asesinado con espada en Etiopía
 Jacobo hijo de Alfeo —fue martirizado en Egipto
 Tadeo —fue crucificado
 Simón el Zelote —fue crucificado
 Matías —fue apedreado y luego decapitado
 Pablo —fue decapitado en Roma

Los primeros cristianos formaron parte de esta hermandad de sufridos por causa de Cristo. El
emperador romano Nerón hacía cocer pieles de animales salvajes a los cristianos y luego les echaba los
perros. Los vestía con camisas endurecidas con cera, los ataba a estacas y los quemaba. Cuando mi
familia visitó Roma, estuve sobre la colina donde Nerón usaba a cristianos que ardían en llamas como
antorchas para alumbrar sus fiestas. El emperador Domiciano decretó: «… una vez presentado ante el
tribunal, ningún cristiano debía quedar exento de castigo sin que renunciara a su religión». Las diversas
torturas y atrocidades infligidas a los primeros cristianos son tan inquietantes que no soporto hacer
mención de las mismas. Basta con decir que sufrieron larga y terriblemente por no renegar de su fe.
Hoy todavía hay persecución. En algunos países es ilegal alentar a otros a convertirse en cristianos.
Incluso en los países con libertad religiosa, hay una persecución sutil de odio, crítica, insultos,
calumnias y declaraciones falsas. A algunos esto los afecta peor que lo haría una persecución física. Si
se les desafiara a negar a Cristo o morir en el acto, elegirían morir. Sin embargo, cuando la persecución
sucede poco a poco, consume la fe y la perseverancia de ellos como un cáncer.
Independientemente de la forma en que venga, si usted es fiel al Señor, la persecución es inevitable.
Este es uno de los mensajes del texto de nuestro estudio.

TODAVÍA PUEDE SER FELIZ


Un segundo mensaje del texto que nos ocupa es que, a pesar de que la persecución es inevitable,
usted puede gozarse y ser feliz. Jesús dijo: «Gozaos y alegraos». En el pasaje paralelo, dijo: «Gozaos
en aquel día, y alegraos» (Lucas 6.23). Uno de los que le oían pronunciar esas palabras más tarde
escribió: «Mas también si alguna cosa padecéis por causa de la justicia, bienaventurados sois. Por tanto,
no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros
corazones» (1 Pedro 3.14, 15a; vea 4.16). No es fácil gozarse cuando somos maltratados, sin embargo,
es básico para el tema de la felicidad. Si hemos de ser felices, tenemos que aprender a ser felices
incluso cuando llegan las tribulaciones.
Cuando los apóstoles fueron azotados y se les ordenó no predicar (Hechos 5.40), salieron del
concilio judío «gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre» (v.
41). En lugar de deleitarse en la autocompasión, «no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» (v.
42). Cuando Pablo y Silas fueron azotados y encarcelados en Filipos, en lugar de quejarse, llenaron su
celda con oraciones e himnos de alabanza a Dios (Hechos 16.25). Se dice que los primeros mártires
cristianos fueron a la muerte cantando himnos. Cuando al venerable Policarpo le dieron escoger entre
retractarse de su fe en Jesús o morir, respondió: «Ochenta y seis años le he servido, y ni una sola vez
me ha defraudado, ¿cómo entonces puedo blasfemar a mi Rey que me ha salvado?».

¿Por qué regocijarnos?


A muchos de nosotros se nos dificulta entender cómo podemos «Gozarnos y alegrarnos» cuando
llega la persecución. Permítame ser claro al respecto: Jesús no quiso decir que debamos desear la
persecución ni alegrarnos simplemente porque seamos perseguidos. El autor de Hebreos dijo que Jesús
mismo, «por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio» (Hebreos 12.2;
énfasis nuestro). ¿Por qué entonces debemos alegrarnos cuando somos perseguidos «por causa de la
justicia»? Permítame hacer algunas sugerencias.
Debido a lo que la persecución puede hacer por nosotros. La persecución puede traer
oportunidades. Algunas formas de persecución proporcionan una oportunidad para que crezcamos
espiritualmente. Santiago escribió:
Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo
que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra
completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna (Santiago
1.2–4; vea Romanos 5.3, 4).

La persecución no solamente estimula el crecimiento espiritual, también puede hacernos conscientes


de nuestra necesidad de Dios y conducirnos a Él en busca de refugio. En vista de que Pablo había
dedicado su vida al Señor, pudo escribir: «… cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Corintios
12.10; vea v. 9).
Otra oportunidad que trae la persecución es poder demostrar un espíritu similar al de Cristo. Cuando
Jesús era injuriado [ofendido verbalmente], «…no respondía con maldición; cuando padecía, no
amenazaba» (1 Pedro 2.23). Se nos desafía a seguir Su ejemplo: «nos maldicen, y bendecimos;
padecemos persecución, y la soportamos» (1 Corintios 4.12b).
Debido a lo que la persecución puede mostrar. La persecución puede ser indicio de que estamos
siguiendo a Jesús. Así como los apóstoles, podemos aprender a gozarnos porque somos tenidos por
«dignos de padecer afrenta por causa del Nombre» (Hechos 5.41). Dios ha prometido que no permitirá
que seamos probados más allá de lo que podemos soportar (1 Corintios 10.13). Se ha dicho que la
persecución podría revelar un alto concepto que el Señor tiene de nosotros; tiene confianza en que
podemos soportar con Su ayuda. La persecución podría ser indicio de que hemos estado muy ocupados
sirviendo a Cristo. Satanás y sus seguidores tienen pocas razones para preocuparse por quienes no son
amenaza para ellos.
Entonces, cuando sobrevivimos a la persecución con la ayuda de Dios, podemos gozarnos de que
hemos pasado la prueba. Observe que Jesús dijo: «Bienaventurados los que han padecido persecución
por causa de la justicia» (NASB). A los que ya han sufrido una gran tormenta de persecución y siguen
firmes se les presta especial atención. Estos fieles ciertamente tienen motivos para gozarse.
Debido a que la persecución puede indicar hacia dónde nos dirigimos. La principal razón de
regocijo cuando llega la persecución la constituye lo que se nos promete si nos mantenemos firmes, a
saber: «… porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5.10b). Permítame enfatizar en primer lugar
la palabra «reino», es decir, el ámbito del reinado de Dios. La persecución puede ser prueba de que
usted ha puesto a Dios en el trono de su corazón. Saber que somos parte de Su reino es el cumplimiento
parcial de Su promesa en esta vida.
El enfoque de esta bienaventuranza, sin embargo, es en la vida venidera. En el versículo 12a, Jesús
añadió: «Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos» (énfasis nuestro; vea
Lucas 6.23). Nuestra recompensa nos basta y nuestras necesidades son satisfechas en esta vida, sin
embargo, en el cielo, nuestra recompensa será grandiosa. Si usted incluso sufre la pérdida de todo lo
que posee, sepa que Dios le ha preparado un reino celestial. No importa lo que nos presente la vida,
tenemos «la esperanza […] como segura y firme ancla del alma» (Hebreos 6.18c, 19; vea Romanos 5.3,
4).

CONCLUSIÓN
Hemos llegado al final de las bienaventuranzas. Este gran pasaje nos ha desafiado a reconocer la
necesidad que tenemos de Dios, a llorar sobre nuestras deficiencias, a entregarnos al Señor y desear a
Dios y Su camino de la manera como un hombre hambriento anhela su alimento. Se nos ha dicho que el
que sigue a Cristo será misericordioso, será limpio de corazón, y actuará como un pacificador. Ahora
también se nos ha dicho que el que así hace debe anticipar persecución de parte de un mundo que no
entiende ni puede hacerlo. «Sin embargo», Jesús en efecto dijo, «está bien, porque Dios le va a ayudar.
Y si usted resiste, será bienaventurado en este mundo como en el venidero».

Los primeros cristianos amaban la octava bienaventuranza […]. Los hacía sonreír en lo
más amargo de la violencia. Era un consuelo diario, porque sabían que «el reino» les
pertenecía y que su galardón era grande «en los cielos». Con la bienaventuranza
prometida del Señor como cinto interno y fortalecimiento espiritual, se les facultó para
soportar un «gran combate de padecimientos» [Hebreos 10.32].

Jesús hoy nos sigue preguntando, como se lo preguntó a Jacobo y a Juan hace mucho tiempo, si
seremos capaces de beber el cáliz de sufrimiento que Él bebió y ser bautizados con el bautismo de
sufrimiento que soportó. Oro para que usted tome una posición de justicia y luego viva «por causa de la
justicia», es decir, por causa de Jesús. Si así lo desea, «a través de muchas tribulaciones» (Hechos
14.22) entrará algún día en el hogar del alma.

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