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FEBRERO
—SAL —dice mi hermana—. Diviértete. —Me empuja literalmente
hacia la puerta de nuestro nuevo apartamento—. ¿De qué sirve hacer de
canguro gratis si no lo aprovechas?
—¿Puedo al menos ponerme el abrigo primero?
—Supongo. —Lo coge del estrecho armario y me lo empuja con un
brazo tatuado—. Ya está. Ahora vete. Ve a ver una película. O busca un bar.
Conoce a un chico. Diviértete como un adulto antes de que se te olvide.
Tengo una discusión en la punta de la lengua, pero entonces mi hija de
siete años, Jordyn, se levanta del sofá.
—¡Tía Reggie! El amor es una Puerta Abierta.
—¡Genial! —asiente mi hermana—. ¡Vamos a darle!
Las dos están cantando Frozen. Disfruto de una buena película de
Disney como el que más. Pero Frozen lleva varios años en mi casa. La
diversión adulta es un concepto apenas reconocible a estas alturas.
Y la mitad de la razón por la que mudé a Jordyn a Brooklyn fue para que
pudiera tener más relación con mi hermana punk rockera.
Así que lo hago. Me pongo el abrigo, las saludo con la mano y me voy.
Fuera hace una noche fresca de febrero, aunque en Brooklyn no hace ni
de lejos tanto frío como en New Hampshire, donde Jordyn y yo vivíamos
hasta hace unos días. Otra ventaja de Brooklyn: Aquí no necesito coche. Mi
nuevo barrio está a poca distancia a pie de todo lo que necesitamos.
Al menos eso es lo que me prometió la agente inmobiliaria cuando me
enseñó el apartamento el mes pasado. Tomé la decisión de mudarme aquí
en un solo día, después de aceptar un nuevo trabajo en el equipo de hockey
Brooklyn Bruisers.
En el pasado, había hecho muchas cosas impulsivas. Solía ser un chico
divertido y despreocupado que vivía para la emoción. Pero ese era mi yo
más joven. Antes tenía mucho menos que perder y menos gente dependía
de mí.
Ahora, al pasar por delante de las históricas casas de piedra rojiza, estoy
un poco aterrorizado por lo que he hecho. Nuevo trabajo. Nuevo barrio.
Nueva escuela para Jordyn.
Es mucho. Y creo que ya estoy perdido. Literalmente.
Pero no quiero parecer un turista, así que no saco el móvil ni miro el
mapa. Sigo adelante, girando esquinas y caminando por todas las manzanas
interesantes que encuentro.
Al cabo de un rato, los extravagantes edificios residenciales dan paso a
las tiendas. Podría hacer la compra, aunque eso no es lo que Reggie
entendía por “diversión adulta”.
Cuando giro por Atlantic, la calle se anima. Hay gente por todas partes.
Son las ocho y media de la noche de un martes y los restaurantes tienen
una buena ocupación. Aunque yo haya olvidado cómo divertirme, el resto
de la gente de mi nuevo barrio no lo ha hecho.
Reggie dice que soy la persona más vieja de veinticinco años que
conoce. Y puede que tenga razón. Cuando mi teléfono vibra un momento
después, lo saco inmediatamente, por si mi hermana tiene una emergencia
en casa.
Deja de mirar tu teléfono, Reggie te ha enviado un mensaje. Sal y
diviértete al menos la mitad de lo que nos estamos divirtiendo ahora.
Hay una foto suya disfrazada de Elsa, con mi hija Jordyn de Kristoff, porque
tiene siete años y está decidida a no hacer ni una sola cosa igual que las
demás niñas de siete años.
Es adorable. Y ver a Reggie y Jordyn juntas me alegra el corazón.
Vamos a estar bien. Mudarnos aquí no ha sido un gran error y nos va a
encantar Nueva York. Vuelvo a respirar profundamente y respondo al
mensaje. Qué monas. Pero, ¿por qué me mandas mensajes si no quieres
que mire el móvil?
Solo te estaba poniendo a prueba, dice. Ahora vete a buscar a un tío
guapo y no vuelvas a casa hasta altas horas de la madrugada.
Sí, claro. Como si eso fuera a pasar. Me meto el teléfono en el bolsillo y
sigo mi camino.
Hubo un tiempo en mi vida en el que era exactamente el tipo de chico
que veía una noche de fiesta como una aventura. Pero ahora soy el tipo de
hombre que está encantado de simplemente pasear solo durante una hora
mientras mi hermana hace de canguro.
Atlantic Avenue tiene un montón de restaurantes, pero no me atrevo a
entrar y pedir mesa para uno. Sigo deambulando un poco más y acabo en
Hicks, que es una calle más tranquila. Me detengo frente a un bar de
deportes que no está demasiado concurrido. Podría sentarme en la barra y
pedir unas alitas.
Cuando abro la puerta, me doy cuenta de que están viendo un partido
de hockey en un televisor encima de la barra. Y me parece una señal. En dos
días, empiezo mi nuevo trabajo con la franquicia de la NHL de Brooklyn.
Nunca había trabajado con jugadores de hockey y estoy un poco nervioso.
Tomaré todas las señales positivas que pueda conseguir.
Hay muchos asientos vacíos en el bar, probablemente porque es martes.
Así que me siento y pido una cerveza a un señor mayor de aspecto amable.
—Esta noche va a ser un buen partido —dice—. Somos favoritos para
ganar a Boston.
—Impresionante —digo mientras espero mi cerveza.
Aunque todavía no soy fan de Brooklyn. Aún no he empezado a trabajar.
Además, me siento desleal a Eddie. Mi marido, murió hace dos años, era
hincha de Boston. Mucho.
Al crecer, vi muchos deportes, pero el hockey no estaba realmente en
mi radar. Entonces conocí a Eddie, y ver hockey juntos fue parte de nuestro
ritual de cortejo. Pasamos tres años estupendos juntos, y luego murió en un
accidente a los treinta y dos años.
La gente siempre me dice “No pareces lo bastante mayor para tener una
hija de siete años”. Y casi siempre tienen razón. Eddie era nueve años
mayor que yo, y ya era padre cuando le conocí. Nunca imaginé salir con un
padre soltero de una niña pequeña. No estaba en mi lista de deseos.
Pero Eddie era especial, y me enamoré. Veíamos mucha televisión
juntos en casa, porque él tenía una hija que criar.
Y luego tuvimos una hija que criar.
Y ahora yo tengo una hija que criar.
Lo echo mucho de menos. Es una de las razones por las que solicité un
trabajo en el equipo de hockey. Recuerdo que pensé que a Eddie le
encantaría. En realidad fue sólo un capricho.
Mientras tanto, me traen la cerveza en un vaso helado y bebo un sorbo
agradecido. Cuando echo un vistazo al bar, me doy cuenta de que hay
mucha parafernalia de hockey. Hay una camiseta firmada de los Brooklyn
Bruisers enmarcada en un extremo de la barra y otra firmada de los
Brooklyn Bombshells en el otro.
A Eddie también le encantaría. Pero seguiría alentando a Boston.
En la pantalla, Brooklyn tiene el disco. Pero no están pasando muchas
cosas. Nada bueno, de todos modos. Boston está encima de ellos. Este es un
juego fuera de casa, y los fans de Boston son ruidosos.
No es por contradecir al camarero, pero no estoy seguro de que
Brooklyn tenga ganas de ganar esta noche. Supongo que el tiempo lo dirá.
Justo cuando estoy pensando esto, un tipo se sienta en el taburete a mi
lado. Justo a mi lado, aunque hay una fila entera de taburetes disponibles.
Hace un millón de años que no soy un hombre soltero sentado solo en
un bar. Pero de alguna manera los viejos reflejos se activan y giro la cabeza
para mirarle. Y hola. Es un buen espécimen. Hombros anchos. Pelo castaño
claro y ojos marrones profundos. Y un rostro apuesto con el tipo de
mandíbula fuerte y desaliñada que podría dejarme quemaduras de barba
en los muslos.
Vaya. Esa fantasía se intensificó rápidamente. Eso es lo que pasa cuando
tu período de sequía dura dos años.
Justo cuando recuerdo que debo mantener la lengua en la boca, el
cachas me recorre lentamente a mí también. Se me acelera el pulso y
nuestras miradas se cruzan.
—Hola —le digo, porque soy así de brillante.
Él parpadea. Juro que sus ojos también se dilatan.
Pero es entonces cuando el camarero llega frente a nosotros, y el tipo lo
apaga tan rápido que ya podría tener latigazo cervical.
—Hola, Pete —dice, con toda su atención puesta en el camarero.
—Buenas noches —responde Pete con una risita—. ¿Vienes a ver el
partido?
—Por supuesto. ¿Me pones una cerveza y lo de siempre?
—Cuando quieras, chaval. —Luego se vuelve hacia mí—. ¿Te interesa
un menú?
—Claro que sí —le digo—. Pásamelo.
El hombre mayor lo desliza sobre la barra y ojeo las ofertas.
Mi nuevo amigo se queda callado hasta que el camarero se aleja.
—Siento agobiarte, pero tienes uno de los mejores asientos de la sala.
Casi bromeo sobre lo bonito que es mi asiento. Casi. Pero me contengo.
—No me estás agobiando —digo en su lugar, con voz cuidadosamente
neutra— ¿Algún consejo sobre este menú? Parece bastante estándar.
—Lo siento, no. —Dice esa cara perfecta y desaliñada—. Siempre pido
lo mismo. Pero los chicos me dicen que la hamburguesa y los nachos son lo
más aventurero que se puede pedir.
—Buen consejo —Vuelvo a llamar al camarero y pido los nachos.
Esta noche voy a lo grande. ¡Patatas fritas para cenar!
Es un comienzo.
2
Hudson
*****
1En Español se pierde el sentido, porque hace referencia al parecido fonético entre el apellido
Newgate y new guy, el cual a nuestra elección hemos traducido como novato.
Porque así es.
Ruedo hacia atrás y meto una rodilla en el pecho, y luego masajeo la
cadera opuesta. Los masajistas suelen ayudarme, pero hoy no he visto a
ninguno.
Justo cuando ese pensamiento se forma en mi mente, oigo la voz de
Henry en el pasillo.
—La sala de pesas masculina suele estar a media capacidad después del
patinaje matinal. Algunos quieren hacer ejercicio rápido, otros se van a casa
y se echan una siesta antes del partido.
Henry está enseñando las instalaciones a alguien. Y de repente estoy en
alerta máxima, como si hubiera un cambio notable en la presión
atmosférica.
Dos hombres entran por la puerta y mi corazón prácticamente explota.
Oh, no. Oh mierda. Es él. Gavin el del bar. Gavin con los ojos grises claros,
y la sonrisa rápida. Lleva un polo de Brooklyn, con una identificación de
empleado enganchada a sus caquis. Ese es el uniforme de los masajistas
atléticos.
Santo cielo. Tiene un portapapeles bajo un brazo musculoso y puedo ver
mi propio nombre en él. Que me jodan. Esto es malo. ¿Va a trabajar con el
equipo?
Tardo unos cero coma cinco segundos en imaginármelo arrodillado en
esta misma colchoneta y levantándome la pierna con las manos para
sujetármela contra el pecho, mientras contemplo su pelo rubio oscuro y ese
pecho ondulado que aún quiero explorar con la lengua.
—¡Chicos, escuchad! —dice Henry, dando una palmada—. Me gustaría
presentaros a Gavin Gillis. Se une hoy al equipo de masajistas como mi
mano derecha.
Todos los jugadores se giran para escuchar, y O'Doul se inclina y apaga
el altavoz Bluetooth.
El repentino silencio es profundo.
—Gracias, chicos —dice Henry—. Gavin se une a nosotros como
masajista principal. Nunca ha trabajado en el hockey, pero eso no importa.
Su último puesto a tiempo completo fue en la Universidad de New
Hampshire, donde trabajó con su equipo de fútbol masculino D1, así como
con el equipo de tenis femenino...
Pierdo el hilo de lo que dice Henry, porque sigo mirando a Gavin. Está
de pie al lado de Henry. Lleva la media sonrisa de alguien que se ve
obligado a escuchar elogios sobre sí mismo y no sabe muy bien qué hacer
con ellos. Mientras lo observo, establece contacto visual con cada uno de los
jugadores de la sala, uno por uno.
Me mira a mí el último, porque estoy en el suelo, en una esquina.
Cuando me ve, me mira dos veces. Pero su sorpresa es silenciosa. En su
segundo paso, me mira directamente y asiente con la cabeza de la forma
más rápida del mundo.
Me olvido de respirar y se me nubla la vista.
No puede ser. ¿Es un masajista? Estará aquí todos los malditos días.
Sabe cosas de mí que nadie más sabe.
Y si realmente quiere ser un imbécil al respecto, mi privacidad podría
ser destrozada antes de que el disco caiga esta noche.
Incluso si no es un idiota, todavía va a ser incómodo.
Tan jodidamente incómodo.
Me meto aire en los pulmones e intento contener el pánico.
Pero esto es malo.
Muy, muy malo.
5
Gavin
Cuando llego a casa esa noche, cargado con la compra, miro la puerta de
su apartamento. Me quedo parado un segundo, con las llaves tintineando
en la mano, intentando convencerme de que debo llamar. Probablemente
esté en el estadio. Ni siquiera funcionaría.
Es entonces cuando mi hija abre de golpe la puerta de nuestro
apartamento.
—¡Papi! Creía que no volverías a casa.
Hago una mueca de dolor, aunque no lo haya dicho literalmente. Porque
eso es algo que ya ocurrió una vez en la vida de mi hija.
Un día Eddie se fue a trabajar y no volvió a casa.
—¿Qué tal el colegio? —Hago malabares con una bolsa de la compra
para poder abrazarla.
—Apesta. —Me rodea la cintura con los brazos—. Odio ser la chica
nueva. Pero, ¿sabes qué? Mañana hay una Feria del Libro de Scholastic.
Necesito dinero.
—¿Qué más hay de nuevo? —bromeo, dándole un tirón de la coleta con
mi único dedo libre.
Pero ella se toma la pregunta al pie de la letra.
—Bueno, ¿sabías que vivimos justo al lado de un jugador de hockey? —
Me mira con los ojos como platos—. Lo he visto. En su chaqueta pone
NEWGATE. Reggie y yo lo buscamos en Google.
Vaya, vaya. Le doy un codazo a Jordyn para que entre en el
apartamento, por si acaso está en casa y escucha.
—¡Es un defensa! ¿Lo has conocido? ¿Y al resto de jugadores?
—A algunos —digo débilmente—. Todavía no he memorizado todos sus
nombres.
Reggie me sonríe mientras deposito las bolsas de la compra en la mesa
de la cocina.
—Vamos a ver el partido por la tele —anuncia Jordyn—. Empieza a las
siete.
—Sí, vale —es mi respuesta automática, porque parece un buen
momento. Pero entonces recuerdo que es noche de colegio y que se supone
que soy un padre responsable—. Puedes verlo hasta que te acuestes.
Arruga la nariz.
—¿Podemos ir a ver un partido en el estadio? ¿Tienes entradas gratis?
—No sé cómo va a funcionar eso. —Técnicamente podría ver cualquier
partido desde el palco de prensa. Pero no creo que permitan niños—.
Después de instalarme, preguntaré por ahí.
—Los jugadores de hockey molan —dice alegremente—. ¿Crees que
Hudson Newgate me dará su autógrafo?
—Uh… —Sinceramente, no sé cómo sacarla del tema de Hudson
Newgate. Ya es bastante malo que viva sin pagar alquiler en mi propia
cabeza.
—Deja que tu padre conozca a la gente primero —dice Reggie—. Antes
de que empiece a pedir favores.
—De acuerdo —dice ella—. ¡Quizá me enseñe a jugar al hockey! Y papá
puede invitarle a cenar.
Reggie se ríe.
—¿No sería divertido?
Contengo un gemido y empiezo a descargar la compra. Esta cocina es
decente para un apartamento de Nueva York, pero aún no me he
acostumbrado. Mi mente es un caos, y mis armarios también.
Desarraigar tu vida es duro.
Como si no estuviera lo suficientemente ocupado, mi teléfono empieza a
trinar desde mi bolsillo.
—Debe de ser la abuela —dice Jordyn—. Todos los demás mandan
mensajes.
Reggie y yo nos reímos porque es verdad. Y cuando compruebo mi
teléfono, veo que mi hija tiene razón. Así que ahora tengo un dilema moral.
Por un lado, no es buena crianza si Jordyn me ve regañando a la madre de
Eddie.
Pero, Señor, no quiero hablar con esa mujer después de un largo día.
Nunca le ha gustado nada de mí. Ni mi trabajo, que consideraba inferior al
de su hijo. Ni mi actitud, que le parece frívola. Siempre me vio como el
juguete de Eddie, y cuando él me pidió que me casara con él, se quedó de
piedra.
El teléfono deja de sonar, dándome una salida.
—La llamaré después de cenar.
—Ponme a trabajar —dice Reggie—. Te ayudaré.
Es una buena oferta, pero Reggie es una inútil en la cocina.
—¿Sabes preparar patatas para hornear?
Ella niega con la cabeza.
—No me juzgues. Puedo aprender.
—Vale, empieza pasándoles agua fría y restregándolas con el cepillo
para patatas.
—¿El qué?
Adoro a mi hermana, pero ¿cómo hace para pasar el día? Cuando viajo
por trabajo, mi contrato especifica tres viajes por carretera con el equipo,
para dar un respiro a Henry, ella y Jordyn van a tener que comer comida
para llevar para el almuerzo y la cena. Los cereales fríos son lo más
elegante que puede ser la cocina de Reggie.
Mientras la instruyo en las sutilezas de lavar y marcar las patatas con
un tenedor, mi teléfono vuelve a sonar.
—Será mejor que me ocupe de ella —susurra Reggie—. Probablemente
seguirá llamando.
Tiene razón, así que contesto.
—Hola, Eustace. ¿Cómo estás esta noche? —Esta es parte de mi
estrategia para tratar con ella: ser siempre agradable, pero luego
mantenerme firme. En otras palabras: sonreír sin dejar de ser firme.
—Estoy muy bien. ¿Y cómo está la mejor niña del mundo? —exclama la
madre de Eddie.
Yo también estoy genial, gracias por preguntar.
—Jordyn lo está haciendo bien. Está en su habitación. ¿Quieres hablar
con ella?
—En un momento. Primero, quería decirte algo maravilloso.
Me preparo, porque Eustace ya ha utilizado antes esta estrategia contra
mí: dice que tiene buenas noticias mientras me convence para que haga lo
que ella quiere.
—A finales de mes iremos de visita a Nueva York.
¿Ya? Esperaba una prórroga más larga.
—Es estupendo. Seguro que Jordyn estará encantada de veros.
—Claro que sí. Y lo mejor es que vamos a buscar piso en Manhattan.
Se me cae el estómago de repente, como si estuviera en una montaña
rusa que entra en picado.
—¿Ah, sí? —consigo preguntar. Pero en realidad sólo quiero tirar mi
teléfono contra la pared.
—Estamos mirando pisos de dos dormitorios en edificios nuevos.
Jordyn puede tener su propia habitación, ¡para cuando nos visite!
Respiro profundamente para calmarme.
—Eso suena a un gasto muy grande para una visita ocasional de fin de
semana —digo con cuidado.
—Bueno, ya sabes que Chad puede trabajar en cualquier sitio —dice
ella. Su marido es el director general de una empresa de equipos médicos. Y
multimillonario—. Nuestro plan sería pasar la mayoría de los fines de
semana en la ciudad con Jordyn.
Otra respiración profunda.
—Estoy seguro de que Jordyn disfrutaría pasando tiempo contigo en
Manhattan. Pero no puede ser todos los fines de semana. Tendrá sus
propios amigos y actividades en Brooklyn —¡Y a mí! Quiero gritar. Me
tendrá a mí.
Pero esa no es la forma de ganar una discusión con Eustace. Nunca ha
habido un día en que me haya aceptado como padre de Jordyn. Para ella, es
sólo un accidente legal que me haya convertido en el padre custodio de
Jordyn tras la muerte de Eddie.
De hecho, ni siquiera esperó a que se marchitaran las flores del funeral
para pedirme que renunciara a la custodia. "Jordyn necesita un hogar
estable con dos padres que la quieran. Chad y yo somos su mejor
oportunidad".
En ese momento, de pie en la cocina de la casa de mi difunto marido,
preparando un sándwich de mantequilla de cacahuete para una niña de
cinco años que se había pasado las últimas setenta y dos horas llorando, ni
siquiera grité. Estaba demasiado conmocionado para gritar. Me limité a
decir:
—Es mi hija. Fin de la historia.
Pero Eustace es inteligente. Nunca volvió a preguntar directamente
sobre la custodia. Aún así, sé que cree que no soy el verdadero padre de
Jordyn, y todo lo que hace parece una guerra territorial.
El primer año después de la muerte de Eddie, yo estaba en shock y
necesitaba su ayuda para sobrellevar el día con una niña en duelo. Sin
embargo, después de unos meses, me recompuse y dejé de apoyarme en
ella. Hice terapia de duelo para Jordyn y para mí. Planeé salidas, aunque no
estuviera de humor. Hice fotos. Celebré las fiestas con mi hija, como una
persona normal.
Como Jordyn ahora va al colegio treinta y cinco horas a la semana, me di
cuenta de que tenía que volver a trabajar. Acepté algunos clientes privados.
Pero no tenía el ancho de banda necesario para llevar mi propio negocio,
así que empecé a buscar trabajo.
Fue entonces cuando vi el anuncio de los Brooklyn Bruisers. Y cuando se
lo enseñé a mi hermana, me dijo:
—Ven a Brooklyn. Empieza un nuevo capítulo. Yo te ayudaré.
Por capricho, solicité exactamente un trabajo, y lo conseguí.
Y entonces Eustace enloqueció. Es la única vez que la he visto ponerse
roja de ira.
—¡Jordyn es mi único vínculo con Eddie! No puedes arrancarla de mi
seno.
Realmente usó esas palabras. Todavía me estremezco cuando lo
recuerdo.
Pero lo había ensayado. Le expliqué con calma que Jordyn tenía una tía
que también la quería. Y que yo había conseguido un trabajo muy bueno
con excelentes prestaciones sanitarias y un plan de jubilación. Incluso le
dije que no podía vivir de Eddie para siempre que era exactamente lo que
ella me había acusado de hacer cuando Eddie aún vivía.
Así que aquí estamos, doscientas millas fuera de sus garras. ¿Y ella
quiere comprar un condominio al otro lado del río y meter su nariz en cada
oportunidad?
—Veremos cómo va la búsqueda de casa —dice con calma—. Jordyn
adora a sus abuelos.
—Claro que sí —digo sin apretar los dientes—. Y cuando planifiques la
visita, envíame un correo electrónico con los detalles para asegurarme de
que esté libre.
—Ya lo he hecho —responde alegre—. Está en tu bandeja de entrada.
Ahora déjame hablar con esa dulce chica.
Vencido, le acerco el teléfono a mi hija, que lo coge con impaciencia.
Y reanudo la preparación de la cena.
GANAMOS A PHILLY.
Luego me pongo hielo en la cadera.
Mi padre llama y me dice diecisiete pequeñas cosas que podría haber
hecho mejor.
Todas son correctas.
—¿Estás bien, hijo? —me pregunta cuando termina con la letanía—. ¿Tu
cadera está bien?
—Sí, bien. —Es sólo mi confianza la que está maltrecha.
Cuando colgamos, no puedo dejar de pensar en lo bien que Gavin me
puso en mi sitio. No se limitó a hacerme bajar unos peldaños en la escalera
del ego, sino que me envió deslizándome hasta el sótano.
Me preparo otra bolsa de hielo para la cadera y me tumbo en la cama,
deseando que sus hábiles manos siguieran estirándome. Estiro los oídos
para oír sonidos de vida en su casa de al lado.
Pero sólo oigo silencio.
No, es una idea terrible. Estoy de mal humor mientras preparo la maleta
para la tarde siguiente. Justo lo que necesito: más tiempo a solas con Gavin.
Es difícil mirar a un chico a los ojos después de haber tenido sucios sueños
con él.
Sin embargo, cuando salgo a la acera, me sorprende encontrar a Jordyn
de pie junto a él.
—¡Hola, Hudson! —me dice contenta—. ¿Vas a ganar en Florida?
—Voy a intentarlo. ¿Tú también vienes?
Ella niega con la cabeza.
—No. Quiero, pero es un viaje de trabajo. Y papá prometió que no iría a
Disney World.
Miro a Gavin a los ojos y me cuesta no sonreír.
—Tiene razón, en este viaje no hay nada de Disney. Solo la pista y el
hotel.
Me mira entrecerrando los ojos con incredulidad.
—Pero, ¿tiene piscina el hotel?
—Probablemente no —miento—. Estaríamos demasiado ocupados para
ir a la piscina.
—Qué pena.
—Ya sabes.
Justo en ese momento, se detiene un todoterreno reluciente y se baja un
conductor. Creo que es nuestro coche, así que levanto la mochila.
Pero no. La puerta trasera se abre y aparece una mujer de pelo plateado
con perlas y un vestido.
—¡Jordyn! Ahí está mi niña.
—Hola, abuela —se abalanza sobre ella para abrazarla.
—Cuidado —dice la mujer, dando un paso atrás—. Este abrigo es de
camello.
—¿Camello? —pregunta Jordyn con los ojos muy abiertos—. No sabía
que se podía hacer un abrigo de eso.
La mujer sonríe, pero yo no soy fan. ¿Quién se pone un abrigo elegante
para salir con una niña pequeña?
—Cariño, ¿dónde está tu bolsa de viaje?
—Está aquí —dice Gavin—. Hola, Eustace. ¿Buen viaje desde Boston?
—Fue perfecto —dice—. Sin ningún problema. —Se detiene y mira a
Gavin. Luego me mira a mí—. ¿Quién es? ¿Un novio?
Mi sangre deja de circular.
—¡No! —Gavin balbucea—. Él es...
—¡Nuestro vecino! —dice Jordyn—. ¡Es jugador de hockey! Firmó mi
camiseta.
—Oh. Ya veo. —Sus ojos se apartan de mí con desdén—. ¿Jordyn tiene
otro par de zapatos? Vamos a ir al ballet.
Gavin frunce el ceño.
—Los lleva con todo. No has mencionado el ballet.
—No importa. —Ella agita una mano—. Entra en el coche, cariño.
—Espera, espera, espera. —Gavin extiende las manos—. ¿Dónde está mi
adiós?
La niña salta hacia su padre, se despiden y yo miro hacia otro lado.
Otro coche se detiene en la calle, con mi nombre en un cartel en la
ventanilla. Me apresuro a meter la bolsa en el maletero. Luego me deslizo
en el asiento trasero.
—¿LaGuardia? —pregunta el conductor.
—En un segundo —digo tenso—. Le estamos esperando.
Sólo falta un minuto para que Gavin se reúna conmigo. El coche de su
hija se aleja primero. Mete su bolsa en el maletero y sube.
El coche se desliza por Henry Street y gira hacia el aeropuerto antes de
que Gavin dice:
—Lo siento —dice en voz baja—. Su suposición...
—No fue nada —susurro.
—Sí, pero… —Se aclara la garganta—. No tenía nada que ver contigo.
Siempre está esperando a que la cague de alguna manera. Que pierda mi
trabajo. Salir con un perdedor. Algo que pueda usar como palanca.
—Creo que me acabas de llamar perdedor.
—¡No! ¡Era sólo un ejemplo! Yo… —Me mira de reojo—. Oh, estás de
broma.
Sonrío.
—Sí, estoy bromeando. —Aunque, no obstante, mi corazón ha
empezado a acelerarse. En otra vida, estaría encantado de que me
confundieran con el novio de Gavin.
Pero en esta vida, no puedo dejar que nadie adivine eso de mí. Jamás.
Así que mi mayor fantasía es también mi mayor miedo.
El coche acelera hacia la autopista, en dirección al aeropuerto. Y el
comienzo de un viaje por carretera de dos partidos, en el que Gavin estará
con nosotros constantemente durante unos días.
No puedo dejar que me afecte.
Ya he elegido mi camino. Sólo tengo que ceñirme a él.
11
Gavin
Cuando bajamos del avión, hay un autobús listo para llevarnos al hotel.
Tomo asiento junto a Heidi Jo, la ayudante del director.
—¿Te importa si hago una llamada rápida? —le pregunto—. Es la hora
de dormir de mi hija.
—Adelante —me dice—. No me importa.
Cuando llamo al teléfono de Eustace, Jordyn contesta.
—¡Papi! ¿Estás en Florida? ¿Es bonito?
—Está oscuro —le digo—. Y estoy en un autobús. ¿Cómo es el hotel?
—Bonito —dice ella—. Elegante. El zumo estaba en una copa de vino, y
la alfombra es antideslizante.
—¡Cinco estrellas! ¿Vas a ir al ballet mañana?
—¡Sí! Pero… —Baja la voz a un susurro—. La abuela quiere que
vayamos primero a un salón.
Oh-oh.
—Quizá debería hablar con ella. A tu pelo no le pasa nada. —Odia que
se lo corten y yo odio discutir por eso. ¿Y qué si está un poco desgreñado?
—Ella dice que es demasiado largo, y que me vería tan linda con capas.
¿Qué son las capas?
—Cariño, no tengo ni idea. Espera. —Me vuelvo hacia Heidi Jo—.
¿Tienes idea de lo que son las capas en el pelo? Mi hija necesita saberlo.
Heidi Jo sonríe.
—Las capas son solo una forma elegante de cortar las puntas del pelo
para darle más forma. No es nada del otro mundo.
—Gracias. —Me vuelvo a poner el teléfono en la oreja—. ¿Has oído eso?
—Sí. —Mi hija suspira—. No suena tan mal.
—De acuerdo. Pero no tienes que cortarte el pelo si no quieres. Déjame
hablar con la abuela y se lo diré.
Jordyn se lo piensa.
—No, está bien. Me gusta ir a sitios con la abuela.
—¿Estás segura? —Siento una horrible opresión en el pecho. No
debería tener que pasar por esto sola. Sólo quiero volver al avión y regresar
a casa.
—Estoy bien —dice, una frase que ha aprendido de mi hermana—. Voy
a ver ballet.
—Vale. —Trago saliva—. Te quiero. Te quiero mucho.
—¡Te quiero, papá!
Después de colgar, cierro los ojos y me pellizco el puente de la nariz.
—Debería haberme quedado en Brooklyn. Mi suegra es una
apisonadora.
—Eso suena incómodo. He tenido suerte, mis suegros son más
tranquilos que mi familia.
—Ganas. —Le choco el puño.
Cuando llegamos, el hotel es elegante y lujoso. Mi habitación tiene una
cama gigante y un balcón con vistas a los oscuros Everglades.
Así que allí es donde voy, apoyado en la barandilla, observando el
amplio y plano horizonte contra el cielo nocturno. De pie, bajo la cálida
brisa, me esfuerzo por no pensar en Eddie y en la alegría de su rostro
cuando me puso un anillo de oro en el dedo.
Después de nuestra boda, a veces me quedaba mirando aquel anillo,
aunque me hacía sentir vanidoso. Las joyas nunca habían sido lo mío, pero
atesoraba ese anillo y todo lo que representaba. Con todo mi amor para
Gavin estaba inscrito en el interior de la banda.
Nunca había esperado casarme. Eddie me había sorprendido
arrodillándose junto a la hoguera de su jardín una noche después de que
Jordyn se durmiera en su camita. Incluso cuando me preguntó ¿quieres
casarte conmigo? Casi le exigí que repitiera la pregunta.
Nadie, excepto quizá mi hermana, me había querido nunca como Eddie,
con todas mis defectos. Mis padres pasaron toda mi infancia intentando
moldearme para que fuera como mi padre: un hombre decidido y sin
sentido del humor. Me decían que me faltaba concentración. Que me faltaba
ambición. Que me distraía con demasiada facilidad. Y cuando salí del
armario a los dieciocho años, todo fue a peor. Fue como una confirmación
de sus peores temores.
Como si yo fuera una especie de extraterrestre que les habían enviado
por error.
Pero Eddie me eligió. Miró a ese chico desorganizado, distraído y
amante de la diversión en el que me había convertido y dijo Ése es para mí.
Me llamó corazón salvaje en lugar de distraído. Me llamó enérgico en lugar
de desenfocado. "Me encanta tu creatividad. Nunca eres aburrido", me
había dicho.
Eddie, en cambio, era todo lo que mis padres querían en un hijo. Era
centrado, tranquilo y racional. Era médico, joder. Pero también era el
hombre más amable que había conocido. También era espontáneo, una vez
que confiaba en ti.
Era básicamente un humano perfecto, aunque mis padres nunca lo
conocieron. No aprobaban mi sexualidad ni mi matrimonio. No asistieron a
nuestra pequeña boda en una estación de esquí en las Montañas Blancas.
Los padres de Eddie sí, aunque no me aprobaran. Eustace nunca me
acusó en mi cara de ser un cazafortunas. Pero sí me dijo que era demasiado
joven para Eddie. Y que mi programa de postgrado en entrenamiento
atlético era frívolo.
Sin embargo, nada podía quitarme la felicidad. Tuvimos un divertido fin
de semana de bodas, con todos esquiando, incluída Jordyn. Ella fue nuestra
portadora del anillo en nuestra ceremonia de esquí. A sus tres años, llegó
hasta el altar sin perder nuestros anillos, y luego pasó el resto de la
ceremonia encaramada a la cadera de Eddie.
Cuando el oficiante dijo podéis besar a vuestro marido, Eddie me besó a
mí y Jordyn gritó ¡yo también! entre carcajadas. En nuestro álbum de boda
hay una foto de Eddie y yo besándonos a ambos lados de su redonda cara.
Después de la muerte de Eddie, seguí llevando el anillo. Sólo me lo
quitaba para fregar los platos o ducharme. Sólo estaba dispuesto a dejarlo
en dos sitios: en el alféizar de la cocina y en el botiquín.
Pero entonces, durante el difícil invierno que siguió a la muerte de
Eddie, llevé a Jordyn a esquiar a la misma estación donde nos casamos.
Supongo que se me enfriaron las manos y el anillo se me resbaló una de las
docenas de veces que me quité los guantes para ayudar a Jordyn, de cinco
años, con su equipo.
Cuando llegué a casa esa noche, ya no estaba. Llamé al complejo,
desesperado, y les di una descripción completa, hasta la inscripción del
interior de la banda. No lo encontraron. Volví la semana siguiente y busqué
por los remontes, pero no tuve suerte.
Había desaparecido. Como mi marido.
New Hampshire me dio a Eddie y luego volvió a llevárselo. Él me eligió,
y luego me dejó, y así son las cosas.
La vida no es justa. Lo mejor que puedes hacer es disfrutarla mientras
dure.
Respiro profundamente el aire salado de Florida. E intento hacer
precisamente eso.
12
Gavin
MARZO
NO ES FÁCIL robarle el disco a Neil Drake durante una práctica. Pero
ningún jugador es infalible. En el momento justo, uso mi stick para levantar
el suyo, estropeando el pase que intenta atrapar, y desviando el disco hacia
Trevi.
Trevi dispara y el balón entra en la portería.
Me río. Drake maldice y me choca los cinco de todos modos.
El entrenador hace sonar el silbato.
—Muy bien. Buen trabajo. Nos vemos en la sala de cintas en cuarenta y
cinco minutos.
Todos patinamos hacia las salidas. Son sólo las diez y media de la
mañana, y estamos en un horario de día de partido: un patinaje matutino
en las instalaciones de entrenamiento, seguido de una reunión de
estrategia. Luego una siesta en casa, una comida tardía o una cena
temprana, como quieras llamarlo. Después, al estadio para jugar esta noche
en casa contra Colorado.
Será mi tercer partido desde nuestro viaje a Florida hace ocho días. Mi
cadera está aguantando. Y mi ánimo también.
Es extraño, pero me siento un hombre diferente después de mi noche
con Gavin. Tal vez suene dramático, pero es verdad.
Mi vida no ha cambiado en absoluto. Sigo siendo un atleta de segunda
línea que lucha cada día por el éxito y el reconocimiento. Sigo
levantándome temprano, trabajando duro y evitando los carbohidratos.
Sigo acostándome solo todas las noches.
Pero me siento diferente. Como si me hubiera ido de vacaciones por
primera vez en años y de repente hubiera recordado que la vida no es
siempre un suplicio. Y quizás esta parte suene cursi, pero me siento visto.
Como si hubiera una persona en este edificio que realmente me conoce.
Una más de las que solía haber. Ayuda, y ni siquiera sabría decir por
qué.
Silbando, me ducho rápidamente. Y mientras mi cuerpo aún está
caliente y ágil, me dirijo a la sala de entrenamiento. Tanto Henry como
Gavin están de servicio, pero Henry me saluda primero.
Y la verdad es que me decepciona. Gavin es el que más me gusta
últimamente. Siempre pone un poco más de empeño en mantenerme
flexible. Estos días tiene que tratarme la otra cadera, porque tiendo a
compensar en exceso favoreciendo la derecha.
—Hola, Newgate —me dice alegremente. Me sonríe y vuelve a recortar
con cuidado la cinta adhesiva del tobillo de Trevi—. He oído que Castro y tú
tuvisteis una batalla de ping-pong de alto nivel anoche.
—Así es. —Había salido al bar por una vez con mis compañeros de
equipo—. Resulta que mi revés ha mejorado mucho este año, y Castro no
pudo seguirme el ritmo.
Trevi se ríe.
—Tendrías que haber visto la cara de Castro cuando el Novato le ganó.
Divertidísimo.
Henry se mueve alrededor de la mesa y recoloca mi rodilla, bloqueando
mi visión de Gavin.
—Fue un buen momento —digo—. Deberías haber estado allí.
Me relajo sobre la mesa y pienso en el ping-pong y en la calidad de la
sonrisa de Gavin. Me gustaría volver a jugar contra él al ping-pong.
Me gustarían muchas cosas.
—Hola, chicos. —Todos nos giramos para ver a Dustin Hart en la
puerta. Es un jugador que no conozco muy bien. Pero tiene el brazo en
cabestrillo. Pobre cabrón.
—¡Hola! —dice Henry—. Toma asiento. ¿Cuál es la noticia?
—Roto —dice el tipo con una mueca—. Fractura fina. He traído las
placas. —Lleva una carpeta en la mano buena.
—Veamos —dice Gavin, cogiéndolo de sus manos. Lo sostiene a la luz
—. Es un fastidio, pero he visto cosas mucho peores. Te pondrás bien.
Volverás de esto más fuerte que nunca.
—Eso espero —murmura Hart.
—Lo sé —dice Gavin—. Te daremos un régimen que mantenga fuerte el
resto de tu cuerpo mientras ese hueso se cura. Piensa en todo el tiempo
extra que vas a pasar con Henry y conmigo. Qué suerte tienes.
El tipo sonríe probablemente por primera vez en todo el día.
Por primera vez en mucho tiempo, soy el tipo con el que los periodistas
quieren hablar. Es divertido.
Y cuando termino de sonreír para las cámaras, mi padre ya está
reventando mi teléfono con mensajes de voz de felicitación.
También es raro. Bien por mí.
Pero nada de eso es tan divertido como el mensaje que recibo de Gavin.
Es una foto de Jordyn saltando delante de la pantalla del televisor. La dejé
quedarse despierta hasta tarde para esto. Y ahora tienes que venir a
cenar mañana.
Supongo que puedo permitirme unos cuantos carbohidratos, le
respondo. Como si no estuviera desesperado por ir a sentarme en la cocina
de Gavin mientras me sirve sopa casera. Llevaré las bebidas.
Después de enviar eso, me pregunto si suena coqueto. Pero es
demasiado tarde. No puedo retractarme.
Es sólo una cena inofensiva, ¿verdad? No hay razón para no ir. Sólo una
noche de bajo riesgo rompiendo mi dieta, y salivando como un lobo
hambriento en Gavin.
No hay problema. Yo me encargo.
16
Hudson
Gavin
ABRIL
—¡ADIÓS, PAPÁ! —Jordyn me saluda desde las escaleras de la escuela
primaria.
—¡Nos vemos a las tres! —le digo despidiéndome con la mano.
Cuando entra, me doy la vuelta y me dirijo al trabajo. Llego un poco
tarde, así que ni siquiera me paro a tomar un café.
Anoche dormí bien. Pero últimamente eso no es un hecho, porque
Hudson y yo hemos convertido en un hábito nuestras salidas nocturnas.
Una o dos veces por semana, cuando está en la ciudad, recibo un mensaje.
¿Estás por aquí?
Y a menos que Reggie esté fuera en un ensayo o actuación tardía,
siempre estoy disponible. Todas y cada una de las veces.
Nuestras reglas básicas son tácitas, pero muy claras para ambos. Nadie
en el trabajo puede saberlo, y Jordyn no puede saberlo.
Y es sólo una conexión. No hay futuro para nosotros. Obviamente. Pero
eso no nos impide convertirlo en un hábito.
—Este bloque de Brooklyn está muy, muy cachondo —había dicho mi
hermana la otra noche mientras cogía las llaves y me dirigía a la puerta en
calcetines.
—Tú cierra el pico —había sido mi respuesta. Pero no pude ocultar mi
sonrisa.
—Ten cuidado ahí fuera —me dijo en voz baja.
Y me detuve con la mano en el pomo.
—¿Ten cuidado? Estoy aquí al lado.
Ella negó con la cabeza.
—Con el corazón, tonto. No estás hecho para las citas.
—Claro que sí. —En la universidad yo era el rey de los ligues.
Me lanzó una mirada mordaz que vio a través de mí.
—De acuerdo. Si tú lo dices. Nos vemos por la mañana.
Y ese había sido el final de la conversación. Pero ambos sabemos que
me miento a mí mismo sobre mi pequeño acuerdo con Hudson. Puedo
hacerlo pasar por una aventura casual y conveniente. Sólo hay tres pasos
de mi puerta a la suya.
Pero una vez que estoy dentro de su apartamento, no actuamos como
universitarios que sólo necesitan sexo. Normalmente, si no nos hemos visto
en varios días, nos sentamos juntos a tomar un refresco y conversar un
poco antes de que empiece a volar la ropa.
Aunque a veces nuestras necesidades son decididamente menos
verbales, a menos que cuentes oh Dios mío y gemidos. Me he acostumbrado
a poner una alarma en mi teléfono a las dos de la madrugada, por si acaso
me quedo dormido en la cama de Hudson. El hombre me cansa, tiene la
resistencia de un atleta profesional, obviamente.
Pero no todo es sexo. Cuando no está, nos mandamos muchos mensajes.
Mi teléfono se ilumina casi todas las tardes con memes deportivos y humor
del equipo. Tankiewicz se quedó dormido en el autobús y Castro le
dibujó una polla en la mano con un Sharpie.
Entonces, por supuesto, le pediré fotos. Y él me preguntará cómo me fue
el día. Y de repente habrán pasado dos horas sin que levante la vista del
teléfono.
A pesar de que llevamos una relación secreta y condenada al fracaso, las
cosas van muy bien entre nosotros.
Sin embargo, el resto de mi vida sigue siendo complicado. Jordyn ya
tiene un par de amigos, pero aún no se siente cómoda al cien por cien en su
nueva clase. La profesora hace que todos lean en voz alta en clase y eso la
pone nerviosa.
Además, hay una chica que la regaña cada vez que se equivoca.
—Dahlia —dice Jordyn con una mueca exagerada—. Dice que tengo
nombre de chico. Es mala con todo el mundo.
Intento decir las cosas correctas, pero ¿qué sé yo de chicas malas? Es
difícil saber si se trata de una situación de acoso escolar o qué. Supongo
que debería preguntarle a la profesora. ¿O tal vez eso me haga parecer un
padre imbécil y autoritario?
Es otro momento de ¿Qué haría Eddie? De momento no estoy seguro.
Luego está mi trabajo. Me encanta, pero es agotador. Y puedo decir que
Henry desearía que yo pudiera darle más horas. Su mujer está embarazada
de gemelos, así que está haciendo malabarismos con su embarazo de alto
riesgo mientras nos adentramos en la temporada de playoffs.
Pero yo lo hago lo mejor que puedo.
He hecho casi todo el camino hasta el trabajo cuando suena mi teléfono.
El tono de llamada es el tema de Tiburón. Ese es mi nuevo tono de llamada
para mi monstruosa suegra. Le encanta llamar por la mañana. Le he dicho
varias veces a Eustace que prefiero hablar por las tardes, pero no le
importa.
Mis necesidades no son importantes para ella en absoluto, y nunca lo
han sido. El teléfono sigue sonando cuando entro en el vestíbulo de la sede
de Brooklyn Hockey, que está en un almacén centenario reformado.
Maldiciendo en voz baja, cojo la llamada de todos modos. Quizá pueda
deshacerme de ella rápidamente.
—Buenos días, Eustace. Voy de camino al trabajo. ¿Necesitabas algo?
—Buenos días, Gavin —dice ella secamente—. No te robaré mucho
tiempo. Sólo quería decirte que no han aceptado nuestra oferta por el piso.
—Siento oír eso —miento. Mis suegros han intentado comprar tres
pisos distintos en Nueva York, pero no han tenido suerte. Sus gustos son
tan elegantes que nada está a la altura de Eustace.
—Así que vamos a cambiar de estrategia. En lugar de comprar una casa
en Manhattan, vamos a comprar una propiedad exquisita en New
Hampshire. Acaba de salir al mercado.
—Ah —digo, tratando de no sonar demasiado emocionado—. Será
encantador para ti. —Y está a trescientos kilómetros.
—Sí, lo será. Hay una piscina. Me gustaría acoger a Jordyn este verano.
Oh, mierda. Me apoyo en una de las paredes de ladrillo del vestíbulo y
cierro los ojos.
—Seguro que podemos visitarla. Tengo algo de tiempo libre en verano.
—Gavin, me gustaría tenerla todo el verano. Viviría aquí diez semanas.
Y parte de ese tiempo asistiría al campamento de día del que le hablé.
Un dolor de cabeza tenso se instala en mis sienes.
—Podemos visitarla —digo despacio—. Pero el verano es mi gran
oportunidad de pasar tiempo con ella. Es una de las razones por las que
acepté este trabajo. —La temporada de hockey es larga, pero coincide
perfectamente con las vacaciones de verano de mi hija.
—¿Pero qué niña quiere pasar el verano en Brooklyn cuando podría
pasarlo en las colinas de New Hampshire? —dice Eustace—. ¿Qué haría
todo el día?
Ahora quiero tirar el teléfono al suelo. En lugar de eso, respiro despacio.
—Aún no he resuelto nuestros planes para el verano. Pero no estoy
dispuesto a alejarla de mí. Eso no va a ocurrir.
Se queda callada un momento y me preparo.
—A Eddie no le gustaría —dice en voz baja—. No le gustaría que nos
peleáramos por lo que es bueno para su hija.
Su hija. Como si yo no tuviera nada que ver. Quiero aullar.
—Nadie se está peleando —digo con la mandíbula apretada—. Me
pediste que la mandara fuera diez semanas y te dije que no.
Ella resopla.
—Te pediré que lo reconsideres. Quiero lo mejor para Jordyn. Tú
deberías querer lo mismo. Piensa en lo que te he propuesto, por favor.
Ahora te dejo trabajar.
—Sí, lo pensaré. —A las cuatro de la mañana durante las siguientes
noches—. Adiós, Eustace.
—Cuídate, Gavin. —Cuelga.
Mi día está arruinado, y sólo son las ocho y media. Me meto el teléfono
en el bolsillo y salgo del vestíbulo en dirección al túnel acristalado que
conecta las oficinas con las instalaciones de prácticas. Ahora troto porque
puede que llegue un par de minutos tarde. Al final tengo que pasar por la
entrada de la pista y pasar mi carné para entrar en las instalaciones de
entrenamiento.
Ya hay jugadores dando vueltas, lo que significa que es más tarde de lo
que pensaba. Patino por el pasillo y me apresuro a entrar en la sala de
entrenamiento.
Es un infierno. Hay dos atletas esperando, y otro en una mesa con Henry.
—Lo siento, chicos —digo tenso—. Recibí una llamada cuando entraba
en el edificio.
—¿Va todo bien? —pregunta Henry, con un rollo de cinta elástica en las
manos.
—Mm-hmm —murmuro—. Gracias. —Dejo mi abrigo en el gancho de la
esquina y ruedo mi armario de suministros hacia la silla vacía del
entrenador. Pero tengo tanta prisa que ruedo, primero la esquina, hasta la
rodilla—. Dios... maldita sea. Lo siento.
—Tranquilo —dice Henry—. Tómate un minuto si lo necesitas.
—Estoy bien —argumento, frotándome furiosamente la rótula dolorida.
Y cuando levanto la vista, por fin me doy cuenta de que Hudson es uno de
los atletas que está de pie contra la pared, esperando su turno. Hace unos
días que tampoco nos vemos. Los chicos estaban fuera, en un viaje de dos
partidos por el Medio Oeste. Pero ahora sus ojos marrones parecen
preocupados. Como si quisiera preguntarme qué me pasa, pero se censura
ante el equipo.
Respiro hondo y hago señas a los chicos de la pared. Crikey se acerca a
mi mesa para vendarle los tobillos. Debe de haber sido el primero de la fila.
—Vamos a ver qué tenemos aquí —le digo mientras me lavo las manos
furiosamente.
—Lo de siempre —responde. Y me pongo a trabajar.
Es como la hora punta en la charcutería. No hay descansos entre atleta y
atleta. Trabajo en Trevi a continuación, y Castro después de él. Para cuando
todos están en la pista para el patinaje matutino, es hora de reponer las
estanterías, luego el equipo de viaje de Henry. Y entonces los jugadores
empiezan a volver de la pista. Puedo oír el eco de sus voces en las paredes
de la ducha.
Tener las manos ocupadas es bueno. Me hace menos propenso a
atravesar una pared con el puño. No soy conocido por mi temperamento,
pero hoy no puedo quitarme la rabia de encima.
¿Todo un verano sin Jordyn? No puedo hacer eso. Es una idea horrible.
Cada vez que lo pienso, quiero gritar.
—Hola. ¿Estás bien?
Me doy la vuelta y veo a Hudson en la habitación conmigo, con el pelo
mojado por la ducha. Ni siquiera le he oído entrar.
—Sí. Más o menos. ¿Necesitas algo? ¿Tu cadera está bien?
—Está bien. —Frunce el ceño—. Pero tú no.
Me siento en mi mesa de masajista vacía.
—Sólo una dura llamada de mi suegra monstruosa. Quiere que Jordyn
se quede con ellos todo el verano.
—Espera, ¿qué? —Se cruza de brazos y entrecierra los ojos mirándome
—. ¿Sin ti?
Asiento, abatido.
—También le ha ofrecido un campamento de día a Jordyn, sin
preguntarme antes. Estoy tan cabreado que podría escupir.
Hudson cruza la habitación hacia mí. Entonces hace algo muy
inesperado: me coge por la nuca y me da un suave apretón. Y se me pone la
piel de gallina porque nunca me toca en el trabajo.
Nunca, nunca. Y cuando su mano vuelve a su lado, la echo de menos.
—¿Cuál es su objetivo? —pregunta—. ¿Cuál es su trato?
Me froto la frente.
—Creo que ven a Jordyn como su último lazo con Eddie. Y tienen mucho
dinero, así que creen que estaría mejor con ellos. Ya me lo han dicho a la
cara antes.
Sisea entre dientes.
—Son fríos.
—Son fríos. Pero cuando se trata de ellos, no puedo pensar
racionalmente. A primera vista, es una oferta estupenda: Jordyn pasa el
verano en el campo y aprende a montar en poni. Pero no confío en ellos.
—¿Crees que realmente tratarían de llevarla?
—No lo creo. —Pero la idea me pone enfermo—. Probablemente no.
Entonces, si digo que no por una paranoia fuera de lugar, ¿eso me convierte
en un gilipollas? Tampoco tengo un plan para agosto todavía. Estaré
trabajando aquí para el campo de entrenamiento y mi hermana estará de
gira. ¿Y si esto de New Hampshire es el paraíso en la Tierra? Podría estar
privándola de algo increíble. Ni siquiera puedo meterla en el campamento
bueno de Brooklyn. Sus nuevos amigos van a esa cosa de la Academia de las
Artes, pero se llena rápido de miembros de la Academia. —Me doy cuenta
de que estoy balbuceando, así que cierro la mandíbula.
—Hola. —Me pone la mano en el hombro y me la aprieta—. Pero tienes
como cuatro meses para resolverlo.
Cuando Hudson es muy dulce conmigo, no sé cómo manejarlo.
—¿Todo bien? —pregunta Henry, entrando en la habitación—. ¿Está
herido el masajista esta vez? —Se ríe de su propia broma.
Hudson suelta la mano, pero no de forma sobresaltada.
—No, Gavin sólo estaba teniendo un día estresante. Mierda familiar.
Todos hemos pasado por eso. Aguanta, tío—. Sale de la habitación,
dejándome más inestable emocionalmente que cuando entró.
—¿Puedo ayudar en algo? —pregunta Henry—. Buen trabajo con la
reposición, por cierto.
—Gracias. Ojalá supiera lo que mi marido hubiera querido que hiciera
con sus autoritarios padres.
Henry limpia su mesa.
—Así de mal, ¿eh? ¿Nunca se llevaron bien?
—Los padres de Eddie son autoritarios. Mi marido hizo la mayoría de
las cosas que su padre quería que hiciera. Excepto una: lo que su padre no
quería que hiciera.
Henry se ríe.
—¿No le parecía bien lo de ser gay?
—En realidad, Eddie era bisexual. Y sus padres supusieron que se
casaría con su novia de la facultad de medicina y tendría hijos en una
bonita casa de las afueras en algún sitio. Pero ella lo dejó. Adoptó a Jordyn
al año siguiente. Y entonces nos conocimos en el parque: él corría con
Jordyn en un cochecito y yo estaba haciendo ejercicio con unos atletas
universitarios cerca del parque infantil. Se paró a dejar que Jordyn jugara
en el arenero para verme entrenar.
—Buena jugada, tío. —Henry se ríe—. Déjame adivinar: ¿volvió al
parque todos los días durante la semana siguiente?
—Sólo tuvo que volver una vez. —El recuerdo me hace sonreír—. Me
pidió salir y eso fue todo. Sólo salimos seis meses antes de que me
propusiera matrimonio.
—Vaya.
—Sí. Él era nueve años mayor y estaba preparado para tomar grandes
decisiones. Yo sólo tenía veintiún años cuando me lo propuso, pero estaba
completamente dentro. Con niña y todo.
La cara de Henry cae.
—Y entonces le perdiste. Qué manera tan solitaria de ser padre.
Hudson me da vueltas en la cabeza, porque últimamente no me he
sentido solo en absoluto. Pero luego aparto ese pensamiento.
—Me alegro de que tuviéramos el tiempo que tuvimos. Fue un buen
marido y un gran padre. Mucho mejor que yo, sinceramente.
—Oye —argumenta Henry—. No asustes al despistado que está a punto
de ser padre. A mí me pareces bastante competente. Algunos ni siquiera
sabemos cambiar un pañal todavía.
Me río.
—Esa es la parte fácil, créeme. Es responder a sus preguntas lo que
realmente te perturbará. ¿Qué tamaño tiene el mundo? ¿Quién creó a Dios?
Niega con la cabeza y sonríe.
—Buena charla, Gavin. Esto de la paternidad ya me aterroriza. Supongo
que nos las apañaremos. Quizá es lo que hace todo el mundo.
—Supongo que sí.
21
Hudson
Hola.
Hola. ¿Llegaste bien a casa?
Sí. ¿Vienes?
Lo haría, pero Reggie no está aquí.
¡Doh! Derribado.
Oye, prefiero verte a sentarme aquí y cambiar de canal solo. ¿Viendo
algo bueno?
No, acabo de llegar, colgué mi chaqueta y te envié un mensaje. Siéntete
halagado.
Lo estoy. Pero estoy de un humor de mierda. TBH probablemente sea
mala compañía esta noche.
Puede que no me de cuenta porque tu polla estaría en mi boca.
Grrr. Ahora me lo estoy imaginando.
No hay de qué. Yo también.
Grrr.
¿Reggie volverá pronto?
Negativo. Está dando un concierto en Catskills. No sé dónde, pero
parece que está lejos. Puede que no vuelva a casa esta noche.
**suspiro fuerte**
Lo mismo digo.
TIRO el teléfono en el sofá con un gruñido de decepción. Durante todo el
trayecto desde LaGuardia había estado deseando ver a Gavin. Sólo la
terquedad me ha impedido enviarle un mensaje de texto desde el taxi.
Y ahora estamos aquí sentados, a unos seis metros de distancia. Sin
motivo alguno.
Con ese pensamiento, vuelvo a coger el teléfono y localizo mis llaves.
Entonces, descalzo, salgo de mi apartamento y cruzo el pasillo, llamando
suavemente a la puerta de Gavin.
Cuando abre un momento después, lleva una camisa de franela de
aspecto suave y pantalones de chándal.
—Hola, sexy —susurra—. ¿Te pasa algo?
—Sí —le susurro—. ¿No puedo venir? ¿No resolvería eso todos
nuestros problemas?
Mira al suelo y me doy cuenta de que podría haber elegido mis palabras
con más cuidado. Nuestros problemas no se solucionan tan fácilmente
como cambiando el lugar de nuestros encuentros secretos de mi casa a la
suya.
—No estoy seguro de que sea una buena idea —dice finalmente—. Si
Jordyn se despertara y oyera tu voz, saldría de su cama en un santiamén.
—Oh. —Dejo que lo asimile durante un segundo y me doy cuenta de que
no se trata de que Jordyn pierda unos minutos de sueño. Es el peligro de
que su hija nos pille en posiciones comprometidas en el sofá.
Hay una buena razón por la que pasamos el rato en mi casa.
—Mira, ¿no puedo venir a pasar el rato durante una hora de todos
modos? Te echo de menos.
Parece confundido.
—No será tan divertido.
—Claro que sí. Eres el tío más divertido que conozco.
—Eso es sólo el cachondo hablando —dice, pero sonríe de todos modos
—. Entra, supongo. Pero prepárate para portarte bien.
—Ajá. Un segundo, sin embargo. Hay algo que tengo que hacer antes.
Levanta las cejas, esperando a ver qué quiero decir.
Así que me inclino y lo beso suavemente.
—Vale. Ahora ve delante.
Parpadea. Y entonces me tira de la sudadera para darme otro beso,
mucho más fuerte que el mío. Su boca firme y generosa es todo con lo que
he soñado los dos últimos días.
Pero se acaba demasiado pronto.
Suspira y abre la puerta de su apartamento.
—Por aquí. No te preocupes por el desorden habitual.
A mí no me importaría. Me gusta su casa, con la manta peluda en el sofá
y el rompecabezas Perplexus en la mesita. Me siento y lo cojo, localizando
la bolita de metal que hay dentro.
—¿Es difícil?
—Medio. Jordyn ya lo consiguió una vez. ¿Quieres beber algo? —
Cuando niego con la cabeza, se sienta a mi lado y coge el mando—. ¿Qué
quieres ver en Netflix?
Levanto la vista hacia el menú de la pantalla.
—¿Has visto esta temporada del programa británico de repostería?
El mando cae en su regazo mientras me mira fijamente.
—¿En serio?
—¿Qué? ¿No te gusta? ¿No soportas la tensión?
Se ríe.
—Me gusta. Pero, y me sorprende que no te hayas dado cuenta, es un
programa sobre carbohidratos. No es lo tuyo.
—Me gustan los carbohidratos. Pero no como carbohidratos. Además,
no se trata del azúcar y la harina. Es la emoción de la deportividad. Riesgo y
recompensa.
—Vale, tío. —Se ríe—. Vamos a ver cómo hornean los británicos.
Empieza el programa, dejo el puzzle y subo los pies a la mesita, como
Gavin. El tema de este primer episodio es la fruta fresca. Vemos cómo los
diez nuevos concursantes deciden qué preparar.
—Vale, el fornido ya es mi favorito —declaro—. Parece duro, pero creo
que es un imitador.
—Interesante —dice Gavin—. ¿Quién crees que se va a casa primero?
—La quisquillosa del pelo rizado. Habla mucho, pero le falta fortaleza
mental. Seguro que se derrumba bajo presión.
Gavin suelta una carcajada.
—Eres divertidísimo.
—Solo soy observador. Y este programa se parece mucho a mi vida,
¿sabes? Una cagada y se acabó. Adiós.
Se acomoda para ver si tengo razón, pero la tendré. Alguien hace un
clafoutis de cereza. Alguien más hornea una complicada tarta de limón.
¿Y la del pelo rizado? Entra en pánico cuando su tarta de fresas empieza
a dorarse demasiado rápido por los bordes. La saca del horno e intenta
desviar el calor con papel de aluminio. Pero entonces los bordes del papel
de aluminio atrapan la masa de fresa del centro y le cuesta sacarla.
Paso el brazo por encima del respaldo del sofá y palmeo la nuca de
Gavin. Si no puedo enrollarme con él, al menos puedo tocarle un poco.
—Vaya —dice Gavin, inclinándose hacia mis caricias—. Tú lo has dicho.
No creo que pase el corte.
—Aunque sobreviva, no durará —digo con la seguridad de un mariscal
de campo—. No tiene lo que hay que tener. Pero bueno —digo, cambiando
de tema—. No me has dicho por qué estabas de mal humor esta noche.
¿Qué te pasa?
Su sonrisa es un regalo que no merezco. Lo raro de Gavin es que parece
disfrutar con mi personalidad gruñona y demasiado analítica.
—Sinceramente, ni siquiera me acuerdo.
Probablemente no sea cierto. Pero no tengo oportunidad de pincharlo
porque mi teléfono empieza a sonar a todo volumen con Under My Thumb.
Y aunque no quiero hablar con mi padre ahora mismo, contesto sin querer
porque tengo una prisa loca por hacer que deje de sonar.
—¿Hola, papá? —Me giro hacia Gavin y le pido perdón con la boca.
Él hace una pausa.
—Hola, ¿has llegado a casa? Buen trabajo hoy. Quería hablarte de
entrenadores de patinaje para este verano. Tengo tres o cuatro ideas.
Hago lo que probablemente sea un ruido audible y grosero.
—Lo siento, no podemos tener esta conversación ahora. Necesito un
poco de tiempo libre.
—Pero los horarios se llenan, Hudson. Si quieres lo mejor de lo mejor, si
quieres ser lo mejor de lo mejor...
—Mañana —insisto, cortándole—. O al día siguiente. Te lo prometo.
—Te he reservado una plaza con ese entrenador de acondicionamiento
en Los Ángeles. Está haciendo cosas muy interesantes con isotónicos…
—Papá. —Le corté—. Ahora mismo estoy pasando un rato con un
amigo, así que no puedo hablar.
—¿Qué clase de amigo? —me pregunta secamente.
Joder. Miro a Gavin y sus ojos se abren de par en par. Puede oír esta
conversación sin tener la culpa.
Sería bastante fácil mentir, supongo. Solo un compañero de equipo.
Pasando el rato. Está pasando por un mal momento. Pero no puedo hacerle
eso a Gavin. Ya es bastante malo que finja en las instalaciones de
entrenamiento que sólo somos amigos.
—Estoy saliendo con alguien —le digo a mi padre—. Es casual, pero
ahora mismo no puedo hablar.
—¿Qué clase de alguien?
—Eso es privado —digo en voz baja.
Él gime.
—Hudson, no hagas esto. —Y por hacer esto, ambos sabemos que se
refiere a con un hombre—. ¡Estás tan cerca de lo que quieres! Estás
patinando tan bien. Para julio podría tener un nuevo contrato con
Brooklyn. Incluso podríamos conseguir la cláusula de no traspaso. Todo lo
que tienes que hacer es mantener la cabeza baja. Sé inteligente por una vez
en tu vida.
—¿Por una vez en mi vida? —Siseo—. Eso es muy injusto. Esta
conversación ha terminado. Buenas noches.
Le cuelgo por primera vez en años.
Gavin silba suavemente.
—¿Qué acaba de pasar?
Resoplo frustrado.
—Normalmente no le contesto si se trata de mi carrera, pero está
intentando intervenir en mi vida personal. Así que me he buscado otra
conversación incómoda.
Gavin se levanta del sofá y va a la cocina. Pone una bandeja en la
encimera y empieza a añadir cosas: un plato pequeño de frutos secos, un
par de clementinas. Dos vasos. Luego saca una botella del estante más alto
de un armario de la cocina. Es un whisky de malta.
—¿Te tomas una copita conmigo?
Asiento y veo cómo vierte unos 30 ml en cada vaso. Luego pone unos
cubitos de hielo en otro plato y lo lleva todo al sofá, colocando la bandeja
entre nosotros.
Se sienta, me da un vaso, pone un cubito en el suyo y lo levanta para
brindar.
—Por las familias dominantes y la fuerza para hacerles frente.
Choco mi vaso con el suyo y bebo un sorbo.
—Gracias.
Se encoge de hombros.
—¿Tu padre te va a complicar la vida?
—¿Como si eso fuera nuevo? —Bebo otro sorbo—. El hombre no tiene
límites. Aunque normalmente no me molesta tanto, porque no tengo mucha
vida personal que pueda invadir.
Gavin parece pensativo. Se lleva una almendra a la boca y me estudia.
—¿Crees que no soporta la idea de que su hijo se sienta atraído por los
hombres?
—No —digo rápidamente—. No es tan grave. Pero no soporta la idea de
que mi carrera se hunda por ello. Las cosas no han ido como debían. Está
frustrado conmigo.
—¿Estaría igual de irritado si le hubieras dicho tengo novia?
Lentamente, niego con la cabeza.
—No le encantaría. Diría que es una distracción. Pero no le importaría
tanto, porque nadie escribiría comentarios groseros en las redes sociales
sobre mí y mi equipo sólo porque tengo novia.
—Entonces… —Se aclara la garganta—. He querido preguntarte algo, y
sé que no me debes nada. Pero, ¿te enrollas con mujeres en la carretera? —
Su cara se pone un poco roja.
—Lo he hecho, en el pasado. Un par de veces al año, quizá.
Sus ojos se abren de par en par.
—¿Y ya está? ¿Por qué? ¿Las mujeres no acosan a los jugadores después
de los partidos?
—Pululan —digo encogiéndome de hombros. Es un hecho, ya que soy
un atleta profesional, atractivo y soltero. Encontrar compañeras sexuales
dispuestas nunca es un reto.
—¿Pero no te interesa? Sólo intento entenderlo.
—Estoy, uh, sexualmente interesado, si eso es lo que quieres decir. Me
atraen las mujeres. Pero… —Me froto el cuello—. Es un poco difícil de
explicar.
—Pruébame —insiste.
Cojo una clementina y la pelo, sólo para tener algo que hacer con las
manos.
—Ligar con mujeres es fácil. Y nadie pestañea, ¿verdad? Paso por un
hombre heterosexual. Pero se supone que el sexo te hace sentir... conectado
con la gente, ¿no?
Sus ojos brillan con diversión.
—A menos que seas terrible en ello, sí.
—Sí, bueno, yo lo soy. Porque después me siento estúpido, como si esas
mujeres me vieran como el tío súper hetero que suponen que soy. Como si
me hubiera salido con la mía. Me siento más solo que antes. Como si
estuviera interpretando un papel.
—Oh. —Le da un sorbo a su whisky—. Una vez Eddie me habló de un
estudio médico que había leído en una revista. Este se me quedó grabado.
Decía que los bisexuales tienen mayores índices de depresión que las
personas que se identifican como heterosexuales u homosexuales.
Un trozo de clementina se detiene a medio camino de mi boca.
—¿En serio?
—Sí. Quizá porque no sienten que pertenezcan ni a la comunidad hetero
ni a la comunidad queer.
Me meto la fruta en la boca y mastico, para no tener que hablar. Pero
algo en mi corazón hace clic en su lugar. Porque eso me suena muy familiar.
Siempre he sentido que no pertenecía a la comunidad hetero, pero tampoco
me consideraba un gay.
Nunca se me ocurrió que alguien más pudiera sentirse así también. O
que alguna vez conocería a alguien que entendiera eso de mí.
—¿Todavía quieres ver este programa? —pregunta Gavin—. No
tenemos que hacerlo.
—Oh, yo quiero. —Le ofrezco un trozo de mi clementina—.
Probablemente vas a tener que echarme.
Me acerca la bandeja de aperitivos al sofá.
—Toma más tentempiés bajos en carbohidratos y ricos en fibra. Este
programa me da hambre.
—Gracias. ¿No te dije que eras divertido? —Cojo un puñado de frutos
secos y me los meto en la boca.
Pero lo único que realmente quiero comer es a él.
22
Hudson
NOS DUCHAMOS OTRA VEZ. Esta vez juntos. Pero los dos estamos
demasiado agotados para hacer algo más que enjabonarnos y besarnos
descuidadamente contra los azulejos.
Me siento borracho por él, realmente embriagado por sus besos y por el
recuerdo de verle cabalgar sobre mí como un campeón de rodeo.
Así que le sigo a la cama como un cachorro bien adiestrado. Nos
acurrucamos juntos bajo el edredón, con la piel aún húmeda y perfumada
de jabón corporal caro. Utilizo uno de sus carnosos pectorales como
almohada y recorro con los dedos el vello húmedo de su feliz estela.
La realidad sigue ahí fuera, en algún lugar, esperando a saltar por la
mañana. Pero estamos en nuestro pequeño mundo y aún no puede
tocarnos.
Hudson se mueve en la cama y me doy cuenta de que probablemente
estoy tumbado sobre su cadera dolorida. Tanteo con la mano para
apretarle el flexor de la cadera.
—¿Estás bien? —le pregunto—. ¿Cómo está la articulación?
—No te preocupes. —Se ríe—. Mañana no me dolerá la cadera.
Me apoyo en un codo y le miro a los ojos. Está oscuro, porque una de las
velas ya se ha apagado.
—¿Estás bien? ¿Ha sido un mal momento?
Me coge una mano y me presiona la cabeza contra su pecho.
—Ya basta. Estoy bien. Estoy perfectamente.
Pero mi mente ha vuelto a estar en línea, así que vaga por las crisis más
grandes de mi vida aparte del trasero potencialmente dolorido de Hudson.
Como Eustace. Y Jordyn. Y un campamento de verano con ponis.
—¿Gavin? —susurra.
—¿Sí?
—No hay ningún otro sitio en el que tengas que estar ahora mismo, ¿sí?
Respiro.
—No. No lo hay.
—Bien —dice, acariciándome la nuca—. Porque pensé que te había
perdido por un segundo.
—¿Cómo te diste cuenta?
Se encoge de hombros.
—Te conozco muy bien. Siempre te presto atención, aunque no lo
demuestre.
—Oh. —Trago saliva—. Lo siento. Me distraje un poco pensando en la
gente gilipollas que hay en mi vida.
Me pone una mano firme en la espalda.
—Vale, una pregunta seria. ¿Cómo podemos usar polla para describir a
alguien que es terrible? ¿No estamos haciendo un flaco favor a las pollas?
Resoplo.
—Me gustan las pollas tanto como a cualquiera. Pero una polla no
puede pensar por sí sola. Es un hecho probado: si dejas que los penes
tomen decisiones, ocurren cosas malas.
—Tienes razón. —Su voz está impregnada de humor—. Veo que has
pensado en ello.
—Lo he pensado. Porque una polla sólo es genial si está unida al tipo
adecuado. Soy fan tuyo, por ejemplo. Diez de diez. Y aprecio tus habilidades
de distracción.
Su pulgar acaricia mi espalda, y su voz se vuelve seria.
—Me alegro. Pero esta noche ha sido mucho más que una diversión
para mí. Me importas y odio verte estresado.
Le paso los dedos por el pelo del pecho con un toque dulce, pero no sé
muy bien qué decir a eso. Si te soy sincero, me asusta un poco.
—Seguro que también te das cuenta de que me gustas mucho. —
Después de todo, estoy acurrucado en su pecho como si fuera mi osito de
peluche favorito—. Es sólo que no sé qué hacer al respecto.
—Oye, relájate —me dice, pasándome una mano por el pelo—. No te
estoy pidiendo nada. Sólo quiero que sepas que conocerte me ha impactado
mucho. Me está haciendo cuestionarme todas mis decisiones, y eso es
bueno.
—¿Porque no eras feliz? —susurro.
—No lo suficientemente feliz —dice lentamente—. Estoy tan cansado
de sacrificar toda mi vida por el hockey, cuando el hockey nunca puede
corresponderme. La verdad es que no. Incluso si consigo un gran contrato,
incluso si consigo exactamente lo que quiero, es sólo temporal. El hockey es
como una trituradora: se come todo lo que tienes y al final escupe lo que
queda de ti al otro lado.
Eso suena aterradoramente exacto. Todos los deportes profesionales
funcionan así. Y no hablamos de ello lo suficiente.
—Verás... sé que tal vez tú tampoco puedas corresponderme. Y tendré
que aceptarlo. Pero sigue siendo agradable preocuparse por algo más allá
del próximo partido o el próximo contrato. No creo que pueda seguir así
nunca más.
—Wow. —Beso su impresionante estómago—. Eso que estás haciendo
es pensar a lo grande.
—Sí, lo sé. No es fácil admitir que mi vida es esencialmente egoísta.
Todo para el hockey. Sin tiempo para nadie más. Cristo, tu marido era un
maldito médico, ¿verdad? Nunca podría competir con eso aunque lo
intentara.
—Era un pediatra que amaba el hockey —señalo—. Pero entiendo tu
lucha. Me encantan los atletas. Me encanta lo locos que están y lo
comprometidos que están. Cómo ponen todo lo demás en espera por esta
única cosa. Lo entiendo, pero también creo que hay que ser fuerte para
admitir que no es suficiente. Muéstrame un atleta que no haya tenido
problemas con la transición al final de su carrera. Es algo que no discutimos
lo suficiente en el deporte profesional.
—Cierto. La jubilación es como un monstruo debajo de la cama. No
puedes ni susurrar su nombre o se te echará encima.
Ambos nos reímos.
—Ahora tengo ganas de mirar debajo de la cama —bromeo.
—Pero he reservado una suite —dice—. Aquí no permiten monstruos.
—Por supuesto.
Volvemos a quedarnos en silencio, pero entonces suspira.
—Cuando estoy en una habitación contigo, todo parece tan claro.
Quiero una vida. Quiero ser yo mismo y dejar de esconderme. Pero en
cuanto me pongo la camiseta, todo se complica. Formo parte de un equipo.
Me pagan mucho por hacer un trabajo, pero no lo suficiente como para
mandar a la dirección a tomar por culo.
—Lo sé —le digo con tono tranquilizador—. Tu trabajo no es fácil.
—Sí, solía pensar que un día miraría hacia arriba y diría... vale, lo he
conseguido. Tengo éxito. Ya no me importa lo que piense la gente. Ahora
me doy cuenta de lo tonto que suena eso. Puede que juegue al hockey otros
cinco o siete años, pero cada uno de ellos podría ser exactamente así de
duro.
Levanto la barbilla de su pecho y miro directamente a esos ojos
marrones. Y, sí, esto ya no es sólo sexo. No sé si alguna vez lo fue realmente.
Me gusta este hombre difícil y torturado. Me gusta mucho.
—Realmente aprecio escuchar las cosas en tu cabeza.
—¿En serio? —Recuesta la cabeza contra la almohada—. Bueno, estoy
atrapado aquí un montón de veces, y se pone viejo. Gracias por escucharme
divagar.
—Cuando quieras.
—Sé que estoy hecho polvo, y básicamente le he prometido a mi padre
que no saldré hasta que consiga un nuevo contrato. ¿Qué estás haciendo
aquí conmigo?
—Hay algunas ventajas divertidas. —Paso dos dedos por sus
abdominales, hasta que su barriga se flexiona bajo mi mano—. Las vistas
son fantásticas. —Le subo una mano por el muslo, rozándole el saco con el
pulgar—. Y juegas bien al ping-pong. Prometes mucho.
—Oh, muérdeme. He ganado.
Le muerdo ligeramente en el pectoral.
—Ten cuidado con lo que deseas.
—Ven aquí —dice de repente.
—¿Por qué?
—Sólo hazlo.
Me subo un poco más hasta que mi cabeza está sobre la almohada junto
a la suya, y él se gira para estudiarme en la oscuridad, justo cuando se
apaga la otra vela.
—Deberíamos dormir —dice en voz baja.
—Probablemente.
—Pero no quiero.
Sonrío.
Entonces se inclina y me besa presionando suavemente su boca contra
la mía.
Le rodeo con el brazo y le devuelvo el beso.
No pasa ni un minuto cuando vuelve a poner su exquisito cuerpo sobre
el mío y empezamos a besarnos en serio. Levanto las rodillas y agarro sus
caderas, y él suelta un sonido grave de anhelo.
De todas formas, dormir está sobrevalorado.
Estoy seguro de ello.
Me voy a casa solo, por supuesto. Pero en el taxi, miro mis mensajes.
Hay un selfie de Gavin y Jordyn en el partido, sonriendo felices. Y otro selfie
de Gavin bebiendo una cerveza y mirándome con ojos tontos por encima
del borde del vaso. Y una foto de Jordyn saltando con sus pompones en las
manos.
¡Esa última es de tu asistente! gritamos. ¡Un partido increíble! Gracias de
nuevo por este regalo. Es increíble.
Me meto el móvil en el bolsillo de la chaqueta y veo pasar las fachadas
iluminadas de las tiendas. Hacer feliz a Gavin es casi tan satisfactorio como
jugar bien esta noche.
No tiene ni idea de lo motivado que estoy para demostrarle lo que
valgo. Podemos tener una vida de verdad juntos.
Sólo tengo que hacer que suceda.
35
Gavin
MAYO
LOS PLAYOFFS SON UNA experiencia emocionante y agotadora para
todos los que trabajan en los Bruisers. Esto se debe a que todo lo que
sucede durante esas semanas adicionales se gestiona de forma un poco
diferente que durante la temporada regular. La venta de entradas, los
viajes, el transporte... todo se hace sobre la marcha.
También hay caras nuevas en el vestuario, ya que se llama a jugadores
adicionales de las categorías inferiores para que practiquen con los
entrenadores de Brooklyn, por si acaso nuestro mejor equipo sufre lesiones
durante la carrera por la copa.
Me encanta mi trabajo, pero el ritmo es abrumador.
Los directivos lo saben, por eso invitan a toda la plantilla a un almuerzo
al día siguiente de la primera victoria.
Estoy comiendo un taco de pescado de primera clase y charlando con
Henry cuando el Director General del equipo se acerca a saludarnos.
—Hola, Henry. ¿Algún asunto nuevo que deba saber después del partido
de anoche? —Hugh Major es un hombre imponente de unos cincuenta
años, con la cabeza rapada y los hombros anchos. Su voz es profunda e
imponente, con un tono acerado que probablemente hace temblar a los
novatos.
—Mi informe estará en su mesa esta tarde —dice—. Estoy esperando
los resultados de la resonancia magnética de una rodilla dolorida, pero no
preveo ninguna sorpresa desagradable.
—¡Excelente! —cacarea el GM—. Gavin, no nos hemos conocido bien —
retumba, ofreciéndome la mano—. ¿Ya te has instalado? Sé que somos
muchos. Pero es estupendo que hayas podido dar a Henry un apoyo crucial.
—Lo hago lo mejor que puedo —le digo, dejando mi plato para
estrecharle la mano—. La curva de aprendizaje es empinada, pero tienes un
gran grupo de gente aquí.
—Gavin está siendo modesto —dice Henry—. Los chicos lo adoran. Al
equipo femenino le gustaría robárselo. Entrevisto a chicos todo el tiempo,
pero cuando entrevisté a Gavin, supe que era especial. Es raro encontrar a
alguien que tenga un profundo conocimiento de la anatomía y una
impresionante capacidad de comunicación. Tenemos mucha suerte de que
haya aceptado unirse a nosotros.
—Eso que dices es muy bonito. —Ahora me arde la cara—. Si pudieras
darle ese mismo discurso a mi suegra, sería de gran ayuda.
El GM se ríe.
—Conozco esa sensación. Nunca somos lo bastante buenos para sus
preciosas hijas, ¿verdad?
—Su hijo en este caso —digo rápidamente—. Pero sí.
Sus ojos se abren ligeramente.
—Lo siento. Estúpida suposición por mi parte. —Me da una palmada en
el brazo—. Gracias por unirte a la organización, Gavin. La oficina del
gerente está siempre abierta. ¿Hay algo en lo que podamos ayudarte
durante la postemporada?
Sí. Por favor, no cambies a Hudson Newgate.
—No, señor. Las cosas van bien en la sala de entrenamiento.
—Maravilloso —exclama el hombretón—. ¿Has conocido a mi ayudante,
Heidi Jo?
—¡Claro que sí! —Heidi Jo salta alrededor de su cuerpo cuadrado para
unirse a nuestro grupo—. Jefe, debería saber que Gavin tiene un revés
endiablado en la mesa de ping-pong. Ten cuidado con tus apuestas. Hugh,
tienes una llamada dentro de quince minutos. Henry, aquí tienes el recibo
de los suministros que pediste. —Le pasa una hoja de papel a mi jefe—. Y
Gavin, esto te ha llegado esta mañana, por mensajero.
Me entrega otro sobre cerrado, igual que el de anoche. Esta vez no me
asusto. Pero dos sobres de mensajería en una semana es mucho correo de
alto nivel. Así que me excuso, cojo una lata de agua con gas para el camino y
bajo al despacho de Henry, donde lo abro.
La carta que hay dentro es de la Academia de Arte de Brooklyn. Y es
muy confusa.
Estimado Sr. Gillis,
Nos complace reconocer su pertenencia al Círculo de Oro de la Academia
de Arte de Brooklyn. Adjunto encontrará nuestro programa de eventos para
el año en curso. Su afiliación al Círculo de Oro le da derecho a un descuento
del 50% y a la inscripción prioritaria en una clase para adultos o en un
campamento de verano para niños.
Su asistente mencionó que el campamento diurno estaba en sus planes,
así que por favor háganos saber antes del 30 de mayo de qué programa se
trata, y el nombre y edad de su campista. La inscripción prioritaria finaliza el
1 de junio y no queremos que su familia se quede sin plaza.
Saludos cordiales,
Judith McPhee, Directora de Afiliación
Espera, ¿qué? ¿Mi asistente?
Saco mi teléfono y le envío un mensaje a Reggie. ¿Lo has hecho tú?
Mi hermana se siente culpable por abandonarnos este verano para irse
de gira. Y sabe que estoy preocupado por mis planes de verano.
¿Hacer qué? me pregunta, y le envío una copia escaneada de la carta.
De ninguna manera, es su rápida respuesta. Soy más corredora que tú.
¿No me dijiste que la afiliación cuesta más de dos mil dólares?
Todo eso es cierto.
Parece obra de Hudson, escribe ella. Ese hombre está tratando de
hacer una declaración.
¿Hudson? Intento recordar si alguna vez le mencioné esta organización
en particular, y me doy cuenta de que debo haber balbuceado sobre mis
opciones de guardería para el verano en algún momento.
¿Qué demonios ha hecho?
Salgo de la oficina de Henry y me dirijo directamente a la sala de pesas,
donde algunos miembros del equipo están entrenando en el día libre.
Hudson no está allí. Pero entonces lo veo en las colchonetas de la sala de
estiramientos, igual que mi primer día de trabajo.
—Newgate —le digo—. ¿Podemos hablar?
Ni siquiera le doy la oportunidad de discutir, simplemente retrocedo
hacia el despacho de Henry. Pero oigo sus pasos siguiéndome antes de
meterme en el pequeño espacio y cruzarme de brazos desafiante.
—¿Algún problema? —me pregunta al entrar. Una sonrisa se dibuja en
la comisura de sus labios.
—¿Qué es esto? —siseo, agitando el papel delante de él.
Lo coge.
—Parece que has conseguido que Jordyn entre en el programa de
verano. Lo disfrutará.
—¡Hudson! No puedes hacerlo. Costaba miles de dólares unirse al
Círculo Dorado.
Se encoge de hombros.
—Es una organización benéfica, Gavin. Me desgravan los impuestos,
¿no? Y lo hecho, hecho está. No puedo llamar a la organización benéfica y
pedir que me devuelvan el dinero. No estaría bien.
—Pero… —Dejé escapar un suspiro acalorado—. Se me habría ocurrido
algo. Podría haberlo solucionado.
Me pone las dos manos en los hombros y me mira a los ojos con esa
amplia mirada marrón.
—Claro que lo habrías hecho. Ese nunca fue el problema. Pero a los
amigos elegantes de Jordyn les gusta este campamento, ¿no? Ahora puede
ir a estar con sus amigos. No fue fácil para ella hacerlos.
Tal vez sea la sensación de su cálido agarre en mi cuerpo solitario, o el
hecho de que tiene razón. Pero toda la lucha se filtra fuera de mí.
—Demonios. Le encantará. Gracias.
Pero su cara decae.
—No lo hice para que te sintieras mal, Gav. Sólo quería tranquilizarte
con lo de Agosto. Quería que pudieras decirle a tu suegra que Jordyn iba al
mejor programa de verano de Brooklyn.
—Oh, definitivamente mencionaré eso. —Sólo la idea me anima un poco
—. Odio que hayas tenido que pagarme la fianza. Traje a Jordyn aquí sin un
plan.
—Yo no te saqué de apuros. —Me suelta los hombros y me da una
palmada en la espalda. Luego cierra la puerta del despacho de Henry y me
abraza—. Mira, nunca he sido padre —me dice mientras respiro profunda y
reconfortantemente contra su hombro—. Pero, ¿acaso ser padre no es
como construir un paracaídas en la bajada? Si fuera fácil, no habría tantos
expertos.
Eso suena inquietantemente parecido a algo que Eddie podría decir.
Pero no se lo digo, sino que lo rodeo con mis brazos.
—Gracias. Sigue siendo mucho dinero.
—Tengo mucho dinero —señala—. Y me faltan formas de demostrarte
que lo nuestro va en serio. Así que déjame tener este detalle.
—Vale, pero no te pases de aquí en adelante —murmuro, intentando
convencerme de que debo soltarle.
—¿Significa eso que no puedo enviarte entradas para el quinto partido?
Me lo pienso durante medio segundo y finalmente doy un paso atrás.
—De ninguna manera. Quiero verte ganar.
Sonríe y empieza a decir algo más, pero el pomo de la puerta gira de
repente.
Supongo que es cierto lo que dicen de los jugadores profesionales de
hockey: tienen unos reflejos excelentes. En esa fracción de segundo,
Hudson salta hacia atrás como si yo estuviera ardiendo. Cuando la cara de
Henry se asoma por la puerta, Hudson ya está a una distancia considerable.
—Hola, caballeros —dice Henry con el ceño fruncido—. ¿Va todo bien?
—Bien —dice Hudson con fuerza. Parece nervioso—. Sólo estoy
charlando. Hasta luego, chicos. —Luego se va tan rápido que prácticamente
hay un rastro de vapor detrás de él.
—¿Pasa algo con él? —pregunta Henry, señalando con el pulgar la
salida de Hudson.
—No —digo, aunque me tiembla el pulso.
Aunque entiendo por qué Hudson ha estado escondiéndose durante
años, sigue siendo un asco verlo enfriarse así.
Y ahora tengo que pensar rápido.
—Su padre le está presionando para que elija a un nutricionista con el
que trabajar este verano, así que he buscado en Google.
—Interesante —dice Henry, dejando su taza de café sobre el escritorio
—. He oído que su padre es muy insistente. A algunos jugadores les gusta
ese estilo de ajetreo enérgico. Pero no estoy seguro de que Hudson tuviera
elección. ¿Cómo es tu tarde?
—Um… —Tengo latigazo cervical de nuevo, lo que sucede tan a menudo
cuando estoy tratando con Hudson—. Trabajando con los novatos en la sala
de pesas. Haciendo inventario de nuestros suministros.
—Suena bien —dice Henry, agitando el ratón de su ordenador—. Si nos
falta algo, apura el pedido a Heidi Jo.
—Lo haré.
PERDER SIEMPRE DUELE. Pero esta vez duele un poco menos, porque
estoy rodeado de un equipo que por fin siento como mío.
Estamos todos en la taberna. El GM está comprando bebidas, y el
entrenador está estrechando manos. Hay muchas palmadas en la espalda y
sonrisas cansadas.
—¡Todos, reúnanse! —dice el entrenador Worthington. Coge un
cuchillo de mantequilla de la barra y golpea su vaso de cerveza.
Todo el mundo se calla también bastante rápido.
—Sólo quiero decir que deberíais estar orgullosos de vuestra
temporada. Hemos conseguido mucho juntos. Yo también me siento muy
bien con nuestras posibilidades el año que viene. Entrenad duro antes de
que os vuelva a ver en agosto. Pero primero, quiero que descanséis bien.
Eso recibe un aplauso. Estamos cansados.
—Antes de separarnos por la temporada, quiero dar un disco de juego
más. ¿Jimbo?
El chico del equipo saca un disco de su bolsillo y se lo pasa al
entrenador.
—Amigos, este es para Hudson Newgate. No sólo ha hecho una gran
temporada con nosotros estos últimos cinco meses, sino que su gol de esta
noche ha sido impecable. Sin embargo, vamos a tener que buscarte un
nuevo apodo el año que viene. Nadie puede ser el Novato para siempre, ¿sí?
Aquí tienes, hijo.
Mis compañeros se apartan para que pueda adelantarme y quitarle el
disco.
—Gracias, señor.
—Una temporada estupenda —me dice, dándome una palmada en el
hombro.
—Ha sido un placer jugar para usted esta temporada.
Todo el mundo aplaude y noto cómo se me enrojece la cara. Es extraño
ser de repente el centro de atención. Me meto el disco en el bolsillo e
intento parecer humilde.
Pero no puedo negar que es un gran momento para mí. Por fin he hecho
lo que había venido a hacer. He jugado con todo mi corazón, lo he dado
todo y he marcado la diferencia en este equipo.
Y por una vez, todo el mundo lo sabe.
El entrenador termina su discurso dando las gracias a algunas personas
y todo el mundo vuelve a beber y a divertirse.
Acabo mi cerveza y miro a mi alrededor. Castro y Heidi Jo intentan jugar
a los dardos. Trevi está cara a cara con su guapa esposa, en plena
conversación. Esos tíos saben con quién se van a casa esta noche, y no
tienen por qué ocultarlo.
Dejo la botella sobre la mesa y algo se cristaliza en mi interior. Puedo
tener lo que ellos tienen. Aunque Brooklyn no me ofrezca una
renegociación anticipada del contrato, eso no debería interponerse en mi
camino.
Quiero una verdadera relación con Gavin. Y estoy dispuesto a correr
algunos riesgos para tenerla. La próxima temporada va a ser diferente para
mí. Pase lo que pase.
Ya es más de la una de la madrugada, así que estrecho unas cuantas
manos más y me dirijo a la puerta.
El camino a casa es corto. Tomo el mismo camino que con Gavin la
primera noche que nos conocimos, cuando lo hice todo mal. Cometí tantos
errores con él, pero por algún milagro le gusto de todos modos.
Mientras subo las escaleras, me lo imagino dormido en su cama, al otro
lado de la pared de la mía. Y sé que estoy listo para derribar ese muro.
Tengo grandes cosas que decirle. Cosas grandes y aterradoras.
Así que cuando encuentro su nota en mi puerta, ni siquiera abro. Me
paro en el pasillo y le telefoneo, aunque es muy tarde.
Rechaza la llamada, pero un momento después oigo unos pasos
arrastrados y un Gavin sombrío, solo en calzoncillos, abre la puerta.
—Hola —susurro.
Me hace señas para que entre, así que cierro la puerta en silencio y lo
sigo hasta su dormitorio. Cierro también la puerta y me quito los zapatos.
Luego me quito la corbata y el abrigo y los cuelgo sobre el pomo de la
puerta.
Gavin se tumba en la cama. Me quito los pantalones y la camisa de vestir
y los coloco sobre su radiador antes de subir sin invitación.
Este es mi sitio. Ahora lo sé. No recuerdo el momento en que pasó de
ser mi obsesión a convertirse en mi sueño. Pero aquí estoy, rodeando su
cuerpo somnoliento con mis brazos y apoyando mi corazón en el suyo.
Los brazos de Gavin se cierran a mi alrededor.
—Siento la pérdida. Jordyn lloró. Pero estuviste increíble. Espero que
estés orgulloso.
—Siento mucha gratitud —digo, tirando de él más cerca de mí. Está
acalorado por el sueño y pesa mucho—. Y he venido a decirte que he
tomado una decisión.
—¿La has tomado? —Su brazo serpentea somnoliento alrededor de mi
cintura.
—Sí. Cuando vuelva a empezar el campo de entrenamiento, voy a salir.
No importa dónde esté mi contrato.
Su cabeza salta de mi hombro.
—¿En serio?
—De verdad. No puedo poner mi vida en espera para siempre. Si
Brooklyn no me quiere ahora, no hay nada que pueda hacer para que
cambien de opinión.
—Whoa. —Ahora está despierto—. ¿Y cómo funcionaría eso?
—Todavía tengo que ir a Los Ángeles durante un mes. Pero te extrañaré
como loco. ¿Qué te parece si alquilo una bonita casa en la playa? Jordyn y tú
podríais venir a California una semana de vacaciones.
—Suena divertido —dice—. Si me lo puedo permitir.
—Es idea mía. Yo compraría los pasajes.
—Pero...
—Sin peros. Yo soy el tipo que tiene que entrenar a través del país,
¿verdad? Ese es mi problema a resolver. Y quiero resolverlo haciendo que
vengáis a verme. Podemos llevar a Jordyn a Disneylandia. Supongo que
podrías pagarlo, si te apetece.
Se lo piensa un momento.
—Vaya. De acuerdo. Pero no sé si cedo porque tienes razón o porque
quiero quedarme en una casa de la playa de California contigo.
—Mira —le froto la espalda—. Tengo más dinero que tiempo. Si no me
dejas gastarlo en ti de vez en cuando, te veré menos. Y eso me entristecerá.
Es egoísta, pero creo que he dado en el clavo.
—Vale —dice cansado— ¿Pero entonces qué?
—Volveré a Brooklyn a finales de julio. Me mentalizaré para salir del
armario con mi equipo. Y entonces, con tu permiso, le hablaremos a Henry
de nosotros y podrás discutir con él tus protocolos de trabajo. Si todavía
crees que vale la pena complicarte la vida por mí.
—Cariño, no podré evitarlo. —Me planta un beso en el pecho desnudo
—. Quiero formar parte de ello. Quiero ver lo que puedes hacer la próxima
temporada. Quiero verte echar raíces en ese equipo, aunque eso signifique
que yo no pueda trabajar allí también.
—Eso sería inaceptable —digo inmediatamente—. Tiene que haber una
forma de que el equipo se haga a la idea de nosotros.
—Supongo que lo averiguaremos —dice en voz baja—. No lo sabremos
si no lo intentamos.
—Piénsalo —le ruego—. No quiero llevarle esto a Henry a menos que
estés realmente de acuerdo. Si quieres correr el riesgo.
Me besa el pecho lentamente. Dos veces.
—La fortuna favorece a los audaces. No quiero alejarme de ti. No si
estás dispuesto a correr un gran riesgo por mí.
—Todos los riesgos. Estoy listo. —Deslizo una mano hasta su culo—. ¿Y
adivina qué? A partir de esta noche, no tenemos más conflictos de juego por
un tiempo. Así que ahora podemos hacer lo que queramos, ¿sí? —Le doy un
lento y sucio apretón en el culo.
—Tienes razón. —Mueve la boca hacia mi cuello y me chupa
suavemente la piel.
Es todo lo que necesito para que mi polla se endurezca dentro de mis
calzoncillos.
—Joder, nene. Dame esa boca. Ha pasado demasiado tiempo.
Obviamente está de acuerdo, porque nos besamos acaloradamente.
Cuando nuestras lenguas se encuentran, siento una oleada de gratitud.
Hacía semanas que no lo probaba y no tengo suficiente.
—Mmm —dice entre besos—. Sé que nuestro periodo de sequía fue
idea mía. Pero no creo que pueda aguantar más. —Sus manos ya me están
bajando los calzoncillos por las caderas.
Mi cuerpo está totalmente de acuerdo. Mi polla se libera, me quito los
calzoncillos y me pongo a trabajar en los suyos.
Apenas unos segundos después, estamos desnudos y besándonos como
locos sobre sus sábanas. Nuestras pollas chocan mientras él se abalanza
lentamente sobre mí. Me siento como un incendio que está a punto de
descontrolarse.
—Tengo que ir… más despacio —dice entre besos.
—Uh-Uh —Estoy de acuerdo, jadeando contra su boca—. No te corras
todavía.
—Podrías follarme —susurra contra mis labios—. Lo deseo.
Gimo. Y entonces agarro sus caderas con manos firmes y lo mantengo
quieto.
—Vale, tiempo muerto. De hecho, se me ha olvidado una cosa más.
—¿Condones? —dice—. Tengo algunos.
—Alucinante. Pero no me refería a eso. ¿Puedes creer que no vine aquí
para tener sexo? Y entonces abriste la puerta en ropa interior y perdí la
cabeza.
Me mete la cara en el hueco de la garganta y se ríe.
Le paso los dedos por el pelo y sonrío.
—La cosa es así. Tengo muchas ganas de ponerte de rodillas y follarte.
Suelta un gemido ahogado y excitado.
—Pero deberías saber que también me estoy enamorando de ti. Eres el
único tío que me ha hecho sentir así, como si lo quisiera todo contigo. Y
probablemente voy a cometer muchos errores, ¿vale? No soy bueno en
estas cosas, pero me importas. Mucho. Tal vez no estás en la misma página
todavía. Quizás nunca lo estés. Pero no estoy aquí sólo para un polvo
rápido.
Se incorpora de repente y me mira sorprendido.
—No tienes que decir nada —susurro en el silencio—. Pero quería que
supieras que me importas.
Cuando por fin habla, su susurro es ronco.
—Juro por Dios que no sé qué he hecho para merecerte.
Resoplo.
—No finjamos que no podrías hacerlo mejor que yo.
—No —insiste, tapándome la boca con una mano—. No hagas eso. No
puedes soltar ese discurso, que es lo más romántico que me han dicho
nunca, y luego retractarte. No hay nada más duro que jugarse el corazón.
—No. —Me incorporo y aparto su mano para poder discrepar
respetuosamente—. Enamorarme de ti es lo más fácil que he hecho nunca.
Me sonreíste la primera noche y se acabó el juego. Sólo he tardado unos
meses en admitir lo mucho que me arriesgaría por despertarme a tu lado
todos los días.
Se sienta a horcajadas sobre mi regazo y me coge la cara con las dos
manos.
—Te lo mereces todo. Pero me he propuesto no volver a amar a nadie.
—Enviudar le hace eso a uno —susurro—. Y tienes una hija en la que
pensar. Tengo los ojos bien abiertos, ¿vale? Sólo quiero que sepas que estoy
aquí para ti. Aceptaré todo lo que puedas darme.
Me devuelve el parpadeo, como si lo hubiera aturdido para que
guardara silencio.
Demasiado hablar, supongo. Así que lo beso.
39
Gavin
OCTUBRE
—¿QUÉ ESTAMOS VIENDO, PATITO? —le pregunto a Jordyn—.
Cualquier cosa menos Frozen.
Ahora que Reggie vuelve a vivir aquí, Jordyn y ella han vuelto a cantar
todas esas canciones. Uno no puede aguantar tanto.
—¿No hay un partido de hockey? —me pregunta Jordyn—. Ha
empezado la temporada, ¿verdad, papá? —Coge el mando a distancia y
apunta a la tele.
—Sí —digo a regañadientes. Pero el partido no tiene ningún atractivo
—. Aunque el partido no me interesa tanto sin Hudson en el equipo.
Está claro que Jordyn no ha perdido el interés. Ni por el hockey ni por
Hudson. Me pregunta constantemente cómo le va, si le gusta Colorado y si
nos echa de menos.
Lo que yo creo: No lo sé. Lo dudo. Y probablemente, pero es jodidamente
difícil saberlo.
Lo que he dicho:
—¡Genial! Claro. Y te dijo que sí.
Una semana después de que se fuera, recibí un paquete de FedEx de la
oficina principal de los Cougars de Colorado. Dentro encontré una camiseta
de tamaño juvenil y un programa con las firmas de todos los jugadores. Y
una postal de Boulder, Colorado.
Querida Jordyn: Siento mucho haber tenido que irme sin despedirme.
Fue un verdadero shock. Espero que hayas tenido un gran verano. Aquí
tienes una nueva camisetay para tu colección. Con amor, Hudson
¿Amor? Mi trasero.
Todavía estoy amargado. Una parte de mí piensa que Hudson realmente
me amaba.
La otra parte está simplemente molesta por la forma en que actuó. He
sido abandonado antes, y la forma fría en que se fue fue desencadenante
para mí.
Desde entonces, he tenido sueños sobre él yéndose. O estoy
persiguiendo el coche, o estoy gritando y él no puede oírme. He pasado
algunas noches solitarias, despierto y mirando al techo. A veces entro en la
sala de pesas del trabajo e instintivamente le busco antes de darme cuenta.
Es brutal. No tan brutal como perder a un marido en un accidente de
coche. Pero sigue siendo malo.
—Papá, ¿verdad?
Mi atención vuelve a Jordyn.
—¿Qué, cariño?
—¿También dan el partido de Hudson por la tele?
—Claro, en algún sitio —le digo—. Pero probablemente no tengamos
ese canal.
Resulta que sé que Colorado recibe a Chicago esta noche. Puede que
haya mirado el calendario de partidos de Colorado. Por ciencia.
Lo que significa que también me he enterado de que Colorado visitará
Brooklyn el mes que viene para jugar un partido.
Si Reggie sigue en la ciudad, quizá le pida que haga de canguro esa
noche. Iré a un bar que no esté cerca del estadio y me emborracharé.
Mi hija desaparece en su habitación y aparece un minuto después con
su iPad. Ha buscado en Google: Cómo ver a Hudson jugar al hockey.
Y Google, astuto hasta lo espeluznante, ha respondido rápidamente con
un enlace al calendario de los Cougars, seguido de un enlace a la página de
suscripción de ESPN+.
—Eso costará dinero —le digo mientras hace clic en el enlace.
—Papá, dice dos semanas de prueba gratis.
—Pero así es como te enganchan —refunfuño—. Quieren que te olvides
del final de las dos semanas, para poder cargar el importe en tu tarjeta de
crédito.
Se queda pensativa.
—¿Podríamos hacer eso con tu teléfono que nos recuerda las citas con
el médico? Y así no te cargarían el dinero, ¿no?
Los niños son demasiado listos hoy en día.
Hay que aprender a decir que no, le había dicho a Hudson. Y sin
embargo, aquí estoy tecleando mi número de Amex en el sitio de
suscripción.
¿Por qué? Auto-tortura, aparentemente. Es la única explicación que
tiene sentido. Jordyn encuentra el partido en el directorio de hockey, y
cuando la cámara barre el banquillo de Colorado, me inclino hacia delante,
buscando su rostro rugoso.
Jordyn chilla, y ahí está, justo delante de nosotros en HD, con un casco
azul desconocido y una expresión seria de día de partido.
Mi corazón se contrae de anhelo. Entonces, un entrenador desconocido
le da un golpecito en el hombro y él salta por encima de la pared para hacer
un cambio.
—Guau —dice Jordan, porque Hudson patina como si estuviera
ardiendo. Es rápido y agresivo cuando detiene el avance de un delantero de
Chicago y le quita el disco—. Hudson está enfadado esta noche. ¿Puedo
hacer palomitas?
—Claro, cariño.
Se dirige a la cocina, encuentra una bolsa de palomitas para
microondas, le arranca el plástico y la mete en el microondas.
Cuando está hecho, me meto unas pocas en la boca cuando me las
ofrece. Pero no me levanto del sofá hasta el intermedio.
Es mágico. Lo había olvidado. O quizá quería olvidarlo. Pero ese tipo de
la pantalla está en lo más alto de su carrera.
Después de tomar una cerveza, busco mi teléfono y busco en Google sus
estadísticas. En sólo cuatro partidos, lleva dos asistencias y un gol.
Sonrío a mi pesar. Sigo enfadado, maldita sea. Pero también alegre.
Porque sé lo mucho que Hudson quiere demostrar su valía. Mírale.
Cuando empieza el segundo periodo, sigo buscando en Google. Busco a
sus compañeros de equipo. Un par de ellos estuvieron allí durante al menos
cinco años. Así que Hudson probablemente los conoce. Tal vez sean amigos.
Espero que tenga amigos.
—El entrenador parece más simpático que el nuestro —decide Jordyn,
con los ojos pegados al televisor. Tiene palomitas en el pelo—. ¿Cómo se
llama?
Busco en Google al entrenador de Colorado.
—Se llama Clay Powers. Sólo tiene treinta y ocho años, es el entrenador
más joven de la liga.
—Es guapo —dice—. Me gusta su cara.
Es una cara bonita, supongo. Y viste de maravilla. Sólo por curiosidad,
busco en Google el entrenador más sexy de la NHL y su foto aparece
inmediatamente.
Me lo imaginaba.
Suena el silbato y la cámara vuelve a recorrer el banquillo. Escudriño a
los compañeros de Hudson, buscando alguna pista de cómo es allí, y de si
está contento. Hay un joven jefe de equipo detrás del banquillo. Y un
masajista con una chaqueta azul de cremallera.
Por supuesto que hay un masajista. Pero Hudson solía salir con un
masajista en Colorado, ¿no? Tal vez ese masajista.
Me levanto del sofá y me dirijo a la nevera, donde cojo otra cerveza.
Normalmente soy de los de una cerveza, pero ahora tengo la cabeza llena
de pensamientos horribles. Hudson y el masajista redescubriéndose.
Teniendo sexo en una cama gigante en un chalet de montaña, mientras la
nieve cae suavemente por la ventana de fuera.
Espera. ¿Ya está nevando en Colorado? ¿Debería mi infeliz
subconsciente imaginarse hojas de otoño?
Doy un trago a mi segunda cerveza y camino detrás del sofá. En nuestra
pantalla, Hudson patina como un demonio de Tasmania. Tropieza con un
jugador de Chicago y no le pitan nada, y sus compañeros le chocan los cinco
cuando vuelve al banquillo. Entrecierro los ojos para ver si el entrenador le
dice algo o sonríe.
Dios santo. Va a ser una temporada muy larga. Definitivamente voy a
cancelar este canal cuando acabe la prueba.
Saco mi teléfono, abro nuestra aplicación secreta e introduzco mi
código de acceso. Ahí está nuestro viejo hilo, de la mañana en que lo
cambiaron, congelado en el tiempo. Emojis de berenjenas, caritas
sonrientes y corazones. Me muero por verte, había escrito.
Ojalá.
Luego le echaré la culpa a una cerveza ligera y media, lo cual es una
gilipollez, pero no hay una razón mejor para escribir un mensaje.
Jordyn me hizo poner ESPN+ esta noche para que pudiéramos ver tu
partido. Estás genial.
En el hielo, quiero decir.
Lo que sea. Probablemente estés genial en general, capullo.
Todavía estoy muy enfadado contigo. Pero honestamente espero
que estés bien. Espero que alguien en Colorado te haga jugar al ping-
pong y comer carbohidratos de vez en cuando.
Le doy a enviar, pero luego lo vuelvo a leer y me doy cuenta de lo
estúpido que suena todo. Así que, por supuesto, redoblo la apuesta.
De verdad, me hizo suscribirme. Me sujetó con sus bracitos y me
amenazó con cantarme Frozen de principio a fin si no aceptaba la
prueba gratuita de dos semanas.
Que cancelaré. Probablemente sea caro, así que al menos sólo tengo
catorce días para torturarme.
Por favor, marca otro gol en las próximas dos semanas. Gracias.
PD: Tu entrenador está bueno. No puedo ver al masajista lo
suficientemente bien como para saber si también está bueno, pero si
ese es tu ex por favor nunca me lo digas. De verdad que no quiero
saberlo.
Lo vuelvo a leer y gimo.
—¿Qué pasa, papá? —pregunta Jordyn desde el sofá.
—Nada. Solo necesito ver si esta aplicación te permite borrar cosas que
has enviado.
Y no lo hace.
A la mierda mi vida.
Colorado anota, Jordyn aplaude y yo apago el teléfono para no caer en la
tentación de avergonzarme más.
46
Hudson
GANAMOS A CHICAGO.
Ese partido me sentó bien. Realmente bien. He estado patinando como
un superhéroe en los entrenamientos. Hago ejercicio como una bestia, sigo
una dieta estupenda y veo la cinta de los partidos como si fuera a haber un
examen más tarde. Desde el momento en que me levanto por la mañana,
soy todo hockey.
Brooklyn lo va a lamentar. Esas son las dos únicas cosas que me hacen
seguir adelante: la venganza y el hockey. Además, agotarme en el gimnasio
y sobre el hielo es la única forma de dormir.
Conduzco el todoterreno azul desde Denver hasta mi casa y aparco en el
sitio designado. Otros cuatro jugadores de mi equipo viven en esta
urbanización, en un barrio muy codiciado. Es un buen lugar y no tengo
ninguna queja de la dirección.
Excepto la única que importa: preferiría no estar aquí.
Después de teclear el código de la puerta principal, entro en el tranquilo
espacio. Compré los muebles a la empresa de alquiler y no he añadido nada
más a la casa, salvo mi alfombra favorita, que Heidi Jo me envió una semana
después de salir de Brooklyn.
Consiguió que una empresa de mudanzas me enviara el resto de mis
pertenencias. Consiguió que una organización benéfica recogiera mis
muebles de Brooklyn y me envió por correo un formulario de donación a
efectos fiscales. Borrar mi vida en Nueva York le resultó
sorprendentemente fácil. Unas pocas llamadas, y es como si nunca hubiera
estado allí.
Gavin probablemente ya tiene un nuevo vecino.
Subo las escaleras enmoquetadas y dejo caer la bolsa del gimnasio
dentro del dormitorio. Cuelgo la chaqueta y la corbata en el armario y me
pongo unos pantalones cortos y una camiseta. Cuando pongo el móvil en el
cargador, se enciende una notificación. Y me quedo paralizado. Es la
aplicación encriptada que usé para chatear con Gavin.
Y hay un mensaje nuevo.
Aunque me he propuesto no ponerme en contacto con él, no soy lo
bastante fuerte para resistirme. Cojo el teléfono y me conecto tan rápido
que corro el riesgo de romperlo.
Le echo tanto de menos. Me cuesta mucho no pensar en él cuando estoy
solo.
El primer mensaje me hace sonreír. El segundo me provoca una
sensación de ardor detrás de los ojos. Me mata pensar que le he hecho
daño. Tiene todo el derecho a estar enfadado.
Pero, de algún modo, él también sigue animado. Sigue siendo Gavin.
Puedo oír su voz cuando me dice que el entrenador está bueno.
Que lo estaría, supongo. Si no fuera mi entrenador, y una docena de
años mayor que yo.
El último mensaje, sin embargo, requiere una respuesta.
Hola. Si estabas mirando, me alegro de no haberla cagado esta noche.
¿Es horrible que me haya preguntado si mirabas? No es que me lo merezca.
Siento mucho la forma en que me fui. No sabía cómo manejarlo. Aún no
lo sé. La verdad es que tenía miedo de lo que pasaría si dejaba que me
tocaras. Como si me hubiera partido por la mitad.
Sólo intentaba mantenerme firme para poder entrar en el coche.
Y tenía que entrar en el coche.
Apuesto a que desearías no haber entrado en la taberna aquella fatídica
noche de invierno.
Lo siento.
PD: El masajista del equipo aquí es un desconocido. Y no podría hacerte
sombra.
PPS: Las pollas son bonitas. Eso no es un insulto. Ya hemos hablado de
esto.
Después de pulsar enviar, colgué el teléfono. Todavía estoy muy
confundido. Ojalá me hubiera comportado de otra manera. Y sin embargo,
el resultado sería el mismo.
Nuestra historia se truncó. Eso no es culpa mía. Mi mayor pecado fue
creer que podría haber terminado de otra manera.
No puedo creer que tenga que jugar contra Brooklyn el mes que viene.
Sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar. Me pasaré todo el viaje
preguntándome dónde estará Gavin y si también estará pensando en mí.
Esta espiral de ansiedad se corta sólo cuando suena el timbre de la
puerta de abajo. Lo cual es extraño. Nadie sabe mi dirección. Debe de ser un
reparto de comida que ha salido mal.
Bajo las escaleras, abro la puerta principal y veo a una mujer bajo la luz
del porche. Una pelirroja vestida de sport, con americana y un pin en la
solapa que dice O te gusta el hockey o te equivocas.
Es Bess Beringer, mi nueva agente.
—Hola —digo estúpidamente—. No sabía que estabas en la ciudad.
—Eso es porque saliste tan rápido del estadio que no te vi. ¿Puedo
pasar?
—Por supuesto. —Abro la puerta un poco más—. Perdona. De haberlo
sabido, me habría quedado.
—No pasa nada —me dice—. No viajo mucho últimamente, pero tenía
que ir a Las Vegas para una negociación, así que pensé en pasarme a verte
jugar. ¡Vaya juego! Debes de estar encantado. Pensé que estarías fuera
celebrándolo con los chicos.
—No soy muy bebedor —digo a modo de explicación—. ¿Te traigo un
refresco?
—Claro —dice ella—. Sería estupendo.
Me dirijo a la cocina y preparo un par de seltzers con lima. Cuando
vuelvo, Bess está admirando mi chimenea.
—Bonita casa la que te han preparado.
—¿Verdad? Me alegro de evitar la pesadilla de buscarme algo propio.
Me quedaré alquilando mes a mes hasta que se harten de mí.
Me quita el refresco de la mano.
—Sigue jugando así y nunca se hartarán de ti.
—Eso espero. —Levantamos las copas en un brindis simulado y Bess
sonríe.
Supongo que ahora lo estoy haciendo bastante bien. Aunque mi teléfono
me está haciendo un agujero en el bolsillo. Me pregunto si Gavin habrá
leído lo que escribí.
Me pregunto si alguna vez me perdonará.
—¿Podemos hablar? —Se sienta en un sillón, así que tomo el sofá.
—Claro.
—No te conozco muy bien. Sólo te conocí aquella noche en el bar de
Brooklyn.
—Sí, en marzo, creo. —Era una de las pocas noches que había salido con
mis compañeros de equipo, y Bess había estado allí con su marido, Mark
Tankiewicz, que sigue felizmente empleado como defensa en Brooklyn. Es
difícil no sentir celos.
Muchos de los jugadores de Brooklyn trabajan con Bess, y cuando llamé
a Castro para pedirle una recomendación, se deshizo en elogios. —Es muy
inteligente y directa. Da un poco de miedo cuando se enfada, pero eso
probablemente sea bueno.
Ahora me clava una mirada penetrante y creo entender lo que quiere
decir.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro. Probablemente quieras saber por qué no he firmado mi
contrato todavía, ¿verdad? —El contrato en cuestión está sentado, sin
firmar, en un cajón del baño de arriba. Bess ya me ha conseguido una
prórroga. Tengo hasta Navidad para decidir si firmo o no.
Cada vez que pienso en ello, siento un extraño distanciamiento. Como si
fuera la decisión de otra persona.
—Nunca te metería prisa —me dice—. Pero, como he dicho antes, no te
conozco muy bien. Mi trabajo es conseguirte lo que quieras. Eso es difícil de
hacer cuando no sé qué es. En primer lugar, no me has dicho por qué
despediste a tu padre. Si es personal, tal vez no necesites compartirlo. Pero
si tuvisteis una diferencia de opinión sobre cómo se hacen los negocios, me
ayudaría saber qué pasó.
Bebo un trago de refresco e intento encontrar una respuesta.
—Me mintió —es lo que decido contarle—. Ocurrió hace años, pero
acabo de enterarme y fue una traición bastante grande. No nos hablamos
por el momento. —La única vez que contesté a su llamada e intenté
explicarle por qué estaba tan enfadado, empezó a gritarme.
Así que ahora lo he bloqueado.
—Diablos, lo siento. —Su mirada se vuelve comprensiva—. Es una gran
ruptura en tu vida.
—Supongo. —Cuanto más pienso en nuestra relación, menos sana me
parece—. Para ser sincero, disfruto del silencio. Era muy... práctico.
Ella asiente pensativa.
—Me imagino lo complicado que sería tener a un padre como agente.
Tú y yo no tenemos una historia tan complicada, pero espero que sepas que
siempre puedes decirme si necesitas más o menos apoyo. Tengo una
relación diferente con cada uno de mis clientes. Pero lleva un tiempo
conseguirlo.
—Estoy seguro —acepto—. Pero no me preocupa. De todas formas, no
te pareces en nada a él. No necesito que me sigas a todas partes y
cuestiones mis elecciones nutricionales.
Se encoge de hombros.
—Sí, tú tampoco necesitas comentar las mías, ¿vale? ¿Pacto?
—Pacto —acepto, y ella sonríe.
—¿Ahora podemos hablar de la ampliación de tu contrato? Aún tienes
un par de meses para decidirte. Pero quiero que sepas que creo que es un
buen trato. Y firmar ahora protegería tus finanzas en caso...
—De una lesión —termino—. Sí, ya lo sé. Es un factor.
—Pero si quieres algo más en tu próximo contrato, tendrás que
decírmelo o no podré encontrártelo. Y si es más dinero, necesito que me lo
especifiques —dice con cuidado—. Si tienes una cifra en la cabeza,
hablemos de ella. Pero puede que tengas que conformarte con dos años en
vez de tres si quieres un sueldo más alto.
—No es por el dinero —le digo bruscamente—. Ese no es el problema.
Me mira con la cabeza ladeada, como si no le salieran las cuentas.
—De acuerdo. Entonces, ¿de qué se trata? ¿No estás seguro de que te
guste Colorado?
—Sí, pero no es culpa de Colorado. —Dejo el vaso sobre la mesita y lo
miro fijamente—. Dejé a alguien atrás en Brooklyn. No quería irme, y dudo
en encerrarme aquí durante cuatro temporadas.
—Ya veo —dice suavemente— ¿Así que puede que quieras ser agente
libre el próximo verano? Eso es un poco arriesgado.
—Lo sé —digo rápidamente—. Brooklyn me dejó ir. Seguro que tenían
sus razones.
Ella deja su bebida y se cruza de brazos, para que sea más fácil mirarme
fijamente, supongo.
—¿Y no hay ninguna posibilidad de que tu persona especial se mude
aquí a Colorado?
—Probablemente no. —Trago saliva—. Era algo nuevo, y terriblemente
complicado. De todas formas, la jodí bastante.
—Cariño —dice.
Intento encogerme de hombros despreocupadamente, pero me siento
como si estuviera aquí sangrando.
Vuelve a sonar el timbre y Bess enarca las cejas.
—¿Esperas visita?
—No. —Me levanto—. Ya son más visitas de las que he tenido nunca en
esta casa.
Esta vez, cuando abro la puerta, veo a mi compañero de equipo, Davey
Stoneman, de pie. Ha perdido la chaqueta y la corbata, pero sigue llevando
los pantalones de traje y la camisa de botones. Lleva el pelo muy pegado a
los ojos y una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Eh! Has salido corriendo antes de que pudiera invitarte a unas
cervezas.
—Oh, eh... Lo siento. No soy muy fiestero últimamente. No como antes.
—Hace cinco años él y yo éramos novatos juntos en Colorado, y
brevemente compañeros de habitación. Ahora es capitán suplente del
equipo, pero sigue siendo la persona menos seria que he conocido.
Mi rápida desaparición esta noche fue intencionada, por supuesto. No
estaba de humor para las payasadas de Stoney.
No sé si alguna vez estaré de humor.
—No pasa nada —dice encogiéndose de hombros—. Acabo de traer las
cervezas. ¿Todavía bebes cerveza? —Sostiene una nevera Iglú en la mano.
—¿A veces?
—Genial. —Me sonríe y me empuja hacia la casa— ¡Hola! Eres Bess
Beringer, agente de las estrellas. Stoneman, o Stoney, como le llaman los
chicos, es una de esas personas que se sabe el nombre de todo el mundo.
—Encantada de conocerte —dice Bess, levantándose para estrecharle la
mano.
—¿Quieres una cerveza? También he traído patatas fritas y salsa. —
Pone la nevera sobre la mesa y empieza a sacar cosas de ella.
—Siempre me vienen bien las patatas fritas —dice Bess.
—Impresionante. Newgate, ¿nos traes un bol y unas servilletas?
—Claro. Siéntete como en casa —refunfuño, dirigiéndome a la cocina.
Cojo algunas cosas y vuelvo al salón.
—Newgate es un gruñón —dice Stoney con una sonrisa—. Por eso he
venido. Para ver por qué estás tan encerrado. Los chicos creen que los
odias. Y yo digo: no, Newgate es guay. Dadle una oportunidad.
—Uh-oh. —Bess levanta su mirada hacia la mía y sonríe—. ¿Ya tienes
una reputación?
Gimo y me tiro en el sofá.
—¿Es ilegal ser gruñón?
—No si tienes una buena razón —dice Stoney—. Así que escuchémosla.
Bess se cruza de brazos y espera, probablemente preguntándose qué
voy a decir.
—Ser intercambiado es duro —me quejo—. Tenía una vida en
Brooklyn. Durante seis meses enteros, tuve una vida.
Stoneman saca un abridor del bolsillo y destapa varias cervezas, una de
las cuales empuja hacia mí.
—Mira, sabía que algo iba mal. Hace cinco años eras un tipo gregario,
¿sabes? Charlando con nosotros en el camerino. Bueno para una fiesta
siempre y cuando tu padre no estuviera respirándote en la nuca. ¿Así que
todo esto es por una mala ruptura?
—Básicamente —murmuro. Cojo la cerveza y le doy un trago.
—¿Quieres que te tienda una trampa? —se aparta el pelo de la cara—.
Quizá solo necesites un poco de diversión en tu vida para olvidarte de tu
corazón roto.
Se me calienta el cuello.
—No creo que esté preparado para eso.
—Oh, tío. —Consigue engullir su cerveza y negar con la cabeza al mismo
tiempo—. Esto es malo. Es increíble que no haya destrozado tu juego,
¿verdad?
—¿Supongo? El juego es lo único que tengo ahora mismo. Durante años
he sido todo hockey. Y pensé que me estaba funcionando. Pero esta es la
primera vez que no estoy realmente seguro de lo que estoy haciendo,
¿sabes? Si tengo que elegir entre el hockey y mi vida...
Joder. ¿Es ésa siquiera una elección que pueda hacer? Lucho contra un
escalofrío.
—¿Por qué es tan complicada esta ruptura? —pregunta Bess.
—Sí, ¿quién es esta chica? —pregunta Stoney.
Me dejo caer en el sofá y miro al techo. Es un techo muy bonito, con
vigas de madera oscura que forman un patrón en todo el espacio. Y sé sin
lugar a dudas que preferiría volver a mi cutre apartamento de Brooklyn. No
hay duda.
Me duele tanto que respiro hondo y me tiro por un precipicio.
—¿Y si no es una chica?
Inmediatamente, quiero volver a aspirar. Han pasado años, literalmente
años, desde que me atreví a hablar de mi sexualidad con alguien de hockey.
Y tengo miedo incluso de mirar a Bess o a Stoney. Así que me quedo
mirando al techo.
—Vale, una chica no, una mujer —dice Stoney—. Lo siento. Culpa mía.
Bess resopla.
—Seguro que no se refería a eso, colega.
El silencio que sigue casi me mata, me rindo y miro a Stoney. Está
tomando un sorbo de cerveza. Y veo el momento en que se da cuenta. Sus
ojos se abren de par en par.
—¡Joder! Maldita sea, tío. Otra vez me equivoqué. —Chasquea los dedos
—. Solías salir con un tío de un gimnasio, ¿verdad? ¿Justo antes de que te
cambiaran?
Se me desencaja la mandíbula.
—¿Lo sabías?
—Compañeros de piso. —Se encoge de hombros—. Olvidé mi teléfono
un día que los chicos y yo íbamos en bici. Os oí en el dormitorio. Un poco
alto. —Vuelve a encogerse de hombros.
Bess se ríe tan fuerte que se atraganta con su cerveza, mientras yo me
revuelco de bruces en el sofá, deseando que la habitación me trague entero.
—Este chico nuevo te ha hecho mucho daño, ¿eh? —Stoney reflexiona—
¿Quieres que le abra el coche cuando juguemos en Brooklyn?
—No —le digo a la tapicería de cuero—. No hizo nada malo. Fui yo.
—Oh, colega. —Stoney suspira—. Entonces, ¿cuál es tu plan para
recuperarlo?
Levanto la cabeza.
—No puedo recuperarlo. No puede mudarse aquí. Tiene un trabajo, una
hija y familia en la Costa Este.
—Oooh. —Stoney hace una mueca—. Eso es duro. Puede que tengamos
que ahogar nuestras penas en esto, ¿eh?
—Sí —gruño, porque no quiero hablar más. Ya no puedo más.
Dos cervezas más tarde, Stoney se levanta para irse. (¡Hay que irse a la
cama y volver a hacerlo todo mañana, eh!)
—Todo esto está en la cámara acorazada, ¿vale? —le digo, siguiéndole
hasta la puerta.
—¡Claro, claro! Pero no lo guardes todo ahí. No podemos tenerte
escondido en esta casa toda la temporada. Es un sitio bonito, pero te hace
parecer distante.
—Tomo nota. Gracias por venir.
—Oh, lo haré de nuevo. Tienes una gran almohadilla, Newgate. No
puedo esperar.
Finalmente le cierro la puerta.
Bess está limpiando las botellas de cerveza y llevando el tazón de salsa
a la cocina.
—No tienes que hacer eso —insisto—. Yo me encargo.
—Seguro que sí —dice ella—. Ya puedo decir que eres uno de mis
clientes con mejor funcionamiento. Algunos de estos chicos no saben ni
atarse los zapatos. Pero, ¿me haces un favor?
—¿Qué?
—Tómate tu tiempo para firmar el contrato. No quiero que te
arrepientas.
—Podría firmarlo ahora mismo y devolvértelo. Si no, estaré esperando
un milagro que no llegará.
Ella levanta ambas manos.
—No voy a aceptarlo esta noche. Tienes demasiadas cosas en el aire.
Consúltalo con la almohada, ¿vale?
—Vale —gruño. Como si eso fuera a cambiar algo.
De vuelta en el salón, se dirige a la puerta con la mano en el pomo.
—Escucha, gracias por compartir tu verdad conmigo. Seguro que fue
duro, pero me ayuda a entender tus necesidades.
Ha sido duro.
—Gracias por escucharme.
—No tiene por qué ser un secreto, ¿sabes? —Se encoge de hombros—.
Sólo un pensamiento.
Sonrío por primera vez esta noche.
—Gracias. Mi padre no estaba de acuerdo. Sabía que me gustabas.
Ella también sonríe.
—Buenas noches, Hudson. Cuídate mucho. Llámame cuando quieras.
—Lo haré.
NOVIEMBRE
DURANTE LAS SIGUIENTES CUATRO SEMANAS, Stoneman me lleva a
tomar unas copas media docena de veces. Como mi bonita casa es tan
silenciosa como una tumba, y resuena con mis propios pensamientos
incriminatorios, le dejo.
Descubro que mis nuevos compañeros son un ejército de tipos
decentes. Stoney es el payaso, por supuesto. Kapski, el delantero estrella, es
el mujeriego de lengua afilada. Ellos dos son las mariposas sociales del
grupo.
Me preguntaba si Kapski tardaría en caerme bien, ya que fue a él a
quien humillé en el partido de Brooklyn del invierno pasado. Pero le caigo
bien ahora que jugamos en el mismo bando.
Su lugar favorito es una cervecería popular de Boulder con demasiados
carbohidratos en el menú. Pero por lo demás me gusta el sitio. Es famoso
por sus cervezas artesanales de barril, pero tienen una cerveza light en
botella. Cada vez que pido una, mi equipo se burla de mí. Hacen sonar un
gong de verdad que está colgado en la pared del bar.
Yo no me inmuto.
—Si quieres mi cara fea en tu fiesta, puedo beber lo que quiera —le digo
a Stoney.
El tiempo corre en contra del viaje a Brooklyn. Intento no pensar en
ello, y así es como acabo sosteniendo una cerveza baja en carbohidratos un
martes por la noche mientras el sonido de un gong reverbera en mis oídos.
—¿Cómo es que me dais la lata por beber esto, pero no se la dais a
Cockrell por ser vegetariano?
Ivan Cockrell, uno de nuestros porteros, levanta la vista de su plato de
coliflor estilo búfalo y me mira con el ceño fruncido. Es un tipo estoico, con
una barba cuidadosamente recortada y unos serios ojos marrones.
—No hay nada malo en ser vegetariano.
—No es broma —le doy la razón. Sólo intento entender la psicosis del
equipo.
Me dedica una sonrisa fugaz.
—Oye, tengo una pregunta para ti. ¿Qué te parece Red Rock Circle? Hay
una casa en venta en tu calle.
—Me gusta. Una calle genial. Tranquila, pero no muerta, ¿sabes?
Muchos jóvenes profesionales. Algunas familias. Pero deberías preguntarle
a alguien que sepa más que yo. Sólo he estado allí un par de meses, y los
bienes raíces no es realmente lo mío.
Se limpia cuidadosamente la salsa búfalo de los dedos.
—Creo que pediré cita para verla.
—Vaya, ser propietario de una casa —dice Stoney—. Eso da miedo. Mi
mayor compromiso es un contrato de alquiler de un año y tres peces en una
pecera. Antes eran cinco, pero uno de ellos es caníbal. —Se encoge de
hombros.
Alguien me pone una mano en el hombro, y es DiCosta, otro azulgrana
como yo. Es un tipo grande y barbudo que no habla mucho. Pero esta noche
me dice:
—Háblame de tus chicos de Brooklyn.
Uf. Se me cae el corazón a los zapatos.
—¿Qué quieres saber?
—¿Podemos con ellos?
—Será una lucha justa. Tienes dos francotiradores que vigilar, sin
embargo. Drake y Castro son peligrosos. Tankiewicz es escurridizo. Pero yo
también lo soy.
—¡Debería ser una explosión! —dice Kapski—. Vamos a hacerles llorar.
Doy un sorbo a mi cerveza y por un momento deseo ser más bebedor de
whisky.
DICIEMBRE
JORDYN DEJA el lápiz con un golpe seco en la encimera de la cocina.
—Creía que habías dicho a las cinco. Son casi las seis.
Miro el reloj del microondas. La cocina del adosado es la más bonita que
he tenido nunca, y a menudo pasamos tiempo aquí juntos, incluso cuando
no estamos esperando a que Hudson entre por la puerta.
—Patito, me dijo que no volvería a casa hasta que terminaras esos
problemas de matemáticas.
—Papi. —Pone los ojos en blanco ante mi ridícula táctica—. Por favor.
Me muerdo la sonrisa.
—El avión aterriza a las cinco, pero tiene que salir del aeropuerto de
Denver y conducir hasta casa en la nieve. Además, es hora punta.
Coge el lápiz con un suspiro de disgusto.
Hudson ha estado una semana de viaje por carretera y los dos estamos
ansiosos por verle. La impaciencia de Jordyn se debe probablemente a su
aburrimiento con las divisiones largas y a su barriga vacía. Me he superado
con la cena de bienvenida. En la olla de cocción lenta se está cociendo una
falda con chile, y llevamos toda la tarde oliéndola.
Yo también estoy impaciente, aunque la comida tiene poco que ver. Un
viaje por carretera de siete días es mezquino, y hablaría con el director
general si me escuchara.
Echo mucho de menos a Hudson cuando no está. Sin embargo, marcó un
gol contra Nueva Jersey en el último partido fuera de casa antes de las
vacaciones de Navidad, así que al menos mi sufrimiento tiene un propósito
más elevado.
—¿Cuánto es veintisiete dividido por...? —Jordyn se detiene y tira el
lápiz—. ¡Está aquí!
Mi hija debe de tener un oído supersónico, porque pasan otro par de
segundos antes de que la puerta trasera se abra de golpe.
—¡Eh! —grita, dejando caer la maleta sobre el felpudo—. Es casi como
si me estuvieras esperando o algo así.
Jordyn se lanza hacia él y él la abraza.
Pero yo me quedo sonriéndole un momento, admirándole con su traje y
su abrigo. Le sienta de maravilla un traje. Espero que nunca supriman esa
norma de la NHL y dejen que los chicos vistan de etiqueta, porque voy a
disfrutar mucho desabrochándole esa camisa de fino tejido más tarde.
—¿Ahora podemos comer? —pregunta Jordyn, soltándolo.
—Un momento —dice Hudson—. Hay algo que tengo que hacer. —
Rodea la isla de la cocina y se acerca, atrayéndome hacia sus brazos—. Me
alegro de estar en casa, nene.
Luego sonríe antes de que sus labios toquen los míos. Huele como un
fresco atardecer nevado y es mágico, así que lo beso con fuerza.
—Ew —se queja Jordyn—. ¿No puedes hacer eso más tarde?
Hudson se aparta lo suficiente para que pueda ver la sonrisa en sus ojos
castaños.
—Si insistes. —Me guiña un ojo, y es un guiño que va acompañado de
una promesa.
Nos sentamos a cenar juntos y Hudson y yo jugamos con los pies debajo
de la mesa mientras Jordyn le cuenta todo lo que pasó en el concierto de
Navidad de anoche.
Después de mudarnos aquí la primavera pasada, me sentía muy
culpable por enviarla a un colegio nuevo por segunda vez en dos años.
Después de todo, es muy duro ser el chico nuevo.
Pero cuando conseguí un buen trabajo en U.C. Boulder, todo pareció
encajar. No es hockey profesional, pero mi horario es estupendo y los
deportistas con los que trabajo son jóvenes y están llenos de entusiasmo.
Y el traslado no fue tan duro para Jordyn como me temía. Ha aprendido
algunas cosas sobre cómo ser la nueva. Durante el verano, convenció a
Hudson y a dos de sus compañeros de equipo para que le organizaran una
fiesta de patinaje en la pista de prácticas por su cumpleaños.
Hudson ha mejorado un poco a la hora de decirle que no. Pero dijo que
sí, con una condición:
—Tienes que invitar a todos los niños de tu curso, ¿vale? Es una pista
grande. Y nadie debe sentirse excluido.
Debía de tener razón, porque la fiesta estuvo muy concurrida.
No estoy seguro de si es o no una buena crianza dejar que tu hija
aumente su estatus social aprovechando la popularidad del equipo ante los
desprevenidos residentes de cuarto curso de Boulder. Pero aquí estamos.
—Ojalá hubiera podido ver tu concierto —dice Hudson, dejando su
copa de vino—. Sabes que habría ido si hubiera estado en la ciudad.
Ella se encoge de hombros.
—Papá grabó un vídeo. Puedes verlo conmigo después de cenar. Luego
tenemos que ver el siguiente episodio de Ojo de Halcón.
Coge el tenedor y le sonríe.
—Claro, pero sólo si podemos hacer las dos cosas antes de acostarnos.
Es noche de colegio.
Ella le mira con los ojos entrecerrados.
—Pero estoy de vacaciones de Navidad.
—Oh. Culpa mía.
—Los episodios no son tan largos. Quizá podríamos ver dos.
—Uno es suficiente —le digo, por si acaso Hudson ha olvidado cómo
decir que no en su viaje por carretera.
Me sonríe con complicidad, porque puede ver a través de mí. Jordyn
debería irse a dormir a una hora razonable esta noche, porque es bueno
para su salud.
Y porque quiero estar a solas con él.
Me guiña un ojo.
Después de cenar, le indica que se ponga el pijama y se lave los dientes.
Luego se acomodan en el sofá del salón.
Mientras hago fuego en la chimenea, ven el vídeo del concierto en el
teléfono de él. Y luego todos vemos un episodio de Ojo de Halcón. Se pelean
por el argumento, pero yo no he visto la serie con ellos, así que no me
entero de nada. Sólo estoy aquí para pasar tiempo en familia frente al árbol
de Navidad y la chimenea. Muy bien. Y por Jeremy Renner en un traje
ajustado.
—¡Hora de dormir! —anuncia Hudson cuando ruedan los créditos.
—¿Me llevas a caballito a la cama? —insiste.
—Por supuesto.
Ella se sube a su espalda y yo los veo desaparecer escaleras arriba
desde mi posición en el sofá.
Con la tele apagada, el crepitar del fuego es el único sonido, salvo el
murmullo de la voz de Hudson desde la habitación de Jordyn.
Yo sigo siendo papá mientras que él es Hudson. Y se cuida mucho de
dejarme a mí las decisiones de crianza. Pero está bien tener algo de apoyo.
Como le dije a Hudson hace poco:
—A veces sigo sintiéndome un padre despistado, pero ya no me siento
un padre soltero despistado.
—¿Así que los dos somos despistados? Suena acertado —me contestó
—. Pero creo que estamos bastante bien, y Jordyn es una niña encantadora.
Debemos de estar haciendo algunas cosas bien.
Me reclino en el sofá, con la copa de vino en la barriga, y escucho sus
voces. Una vez más, estoy viviendo el sueño. Una familia sana, un hogar, un
buen trabajo. Estoy agradecido cada día, porque sé lo peligroso que es todo.
Y lo maravilloso. El fuego me calienta, y sé en mis huesos que no hay
ningún otro lugar en el que necesite estar ahora mismo.
Es casi Navidad. Y justo después, los abuelos de Jordyn volarán para
llevarla a unas vacaciones de esquí en Aspen durante unos días. Compraron
un condominio demasiado caro, que han visitado cuatro veces hasta ahora.
Parece que a Eustace le encanta Colorado. También los visitamos en
New Hampshire durante el verano. La suegra monstruosa está tan contenta
conmigo como nunca lo estará, supongo.
Mis pensamientos se ven interrumpidos por el timbre de la puerta, lo
cual no es del todo inesperado. En esta urbanización viven varios
jugadores. Y ahora que Hudson se ha vuelto más sociable con sus
compañeros de equipo, se pasan por aquí de vez en cuando.
Me levanto para abrir la puerta y me encuentro a Davey Stoneman en el
porche con su característica sonrisa ladeada.
—Hola, Gavin. ¿Cómo te va?
—Bien, Stoney. ¿Qué tal?
Levanta una botella de vino tinto.
—Pensé que tú y Noogie querríais una copa.
Sí, ese apodo se quedó. Y el momento de Stoney no es el mejor esta
noche. Pero Stoney tiene buen gusto para el vino. Me gustan los cabernets
grandes y apetitosos casi tanto como el sentido del humor de este hombre,
y la forma en que me ha acogido como familia de su compañero de equipo
sin dudarlo un momento.
Por otro lado, hace una semana que no veo a Hudson.
—Pasa —digo, abriendo la puerta un poco más—. Y si esperabas
algunas sobras, puedo ayudarte.
Se anima aún más.
—¿Cómo lo has adivinado?
—Un soltero perpetuo que lleva una semana fuera de la ciudad... No era
para tanto. Siéntate, te prepararé un plato y te traeré una copa de vino.
—Eres el mejor, Gavin.
Me dirijo a la cocina y, cuando vuelvo, él y Hudson están de pie junto a
la ventana, mirando hacia la oscuridad.
—¿Qué estáis mirando? —pregunto.
—DiCosta —dice Hudson.
—¿Qué hace fuera? —Le pregunto—. ¿No deberías dejarle entrar?
—No es así —dice Stoney alegremente—. Se está mudando a la casa de
enfrente.
—¿En serio? —Dejo el plato de Stoney en la mesita—. ¿Necesita ayuda?
—¡No! —Hudson se ríe—. No voy a tocar eso. Mira. —Me acerco a la
ventana y me pongo al lado de mi novio, que me rodea con un brazo—.
¿Ves? Tiene ayuda.
Mientras miro, DiCosta y otro hombre discuten a ambos lados de un
abeto gigante clavado hasta la mitad en la puerta principal de la casa de
enfrente.
—Deberían haberlo cogido en la otra dirección —señalo.
Hudson me da un apretón.
—Seguro que se dan cuenta, nene.
—¿Quién es ese tipo? —pregunto.
—El decorador —dice Stoney—. DiCosta está subiendo de categoría.
—Eso es difícil de imaginar —se burla Hudson.
Fuera, los dos hombres discuten. Estoy a punto de sugerir que nos
ofrezcamos a ayudar, cuando DiCosta le hace señas al otro para que se baje.
Retrocede cautelosamente hasta el patio cubierto de nieve.
Con un grito tan fuerte que puedo oírlo a través de nuestras ventanas
de doble acristalamiento, DiCosta da un fuerte empujón al árbol, que sale
disparado de la puerta como el corcho de una botella de champán y aterriza
en la nieve.
Los tres nos partimos de risa.
—¿Papá? ¿Hudson? —La voz de Jordyn llega desde lo alto de la escalera
—. ¿Qué es tan gracioso? ¿Está Stoney aquí para comer sobras otra vez?
—Uy, me ha pillado. —Stoney se tapa la boca con la mano—. ¡Perdona
por hacer tanto ruido, cariño! —le dice.
—¡No se va a quedar mucho tiempo! —Hudson añade, dando a Stoney
un codazo hacia el sofá—. Cómete la cena, gorrón.
—Iré a arroparla —digo, dirigiéndome a las escaleras—. Comportaos. Y
sírveme un poco de vino.
Hudson
Noventa minutos después, me estoy secando con la toalla tras la ducha
de treinta segundos que he necesitado para saludar a mi novio.
Cuelgo la toalla y vuelvo al dormitorio desde la bañera, desnudo y con
una toallita caliente.
—Gracias —murmura Gavin, cogiéndolo de mí y limpiándose el
estómago—. No dejes que me duerma. No quiero perderme el segundo
asalto.
Me río.
—¿Eso es porque el primer asalto duró unos diecisiete segundos?
Cuando te dije que te echaba de menos, no bromeaba. —Le cojo el paño y lo
tiro al cesto de mimbre vacío. Y cuando me subo a la cama, me estrecha
entre sus brazos.
—Pero era mutuo. —Me besa el cuello, porque sabe que me vuelve loco
—. El sexo telefónico no es lo mismo.
—No me digas. —Me inclino hacia él y le beso como es debido, y nos
besamos como adolescentes que acaban de descubrir los besos. Es una
mierda dejarle tan a menudo.
Por otro lado, volver a casa siempre es genial.
—Oye —dice, pasando una mano por mi feliz sendero—. Tengo una
pregunta difícil para ti.
—¿Difícil?
—Bueno, es una pregunta sobre la Navidad. —Frunce el ceño—. Te he
comprado un regalo. Pero ahora estoy un poco preocupado de que nos
hayamos comprado lo mismo. Y es, eh, difícil de devolver.
Suelto una carcajada de sorpresa, porque eso sería muy gracioso. Y
conmovedor, sinceramente. Pero si tiene razón, sería complicado.
—Bueno, ¿cómo quieres resolver esto? Tal vez deberías darme una
pista. Como, ¿cuánto espacio ocupa este regalo? Y si eso no es concluyente,
pasaremos a otra pista.
Se muerde el labio.
—No quiero revelar el tamaño si no es necesario. Es demasiado
revelador.
Uh-oh. A lo mejor nos hemos comprado lo mismo. Esto probablemente
se va a poner incómodo. Pero también dulce.
—¿Qué tal el color? —sugiere—. ¿Tu regalo es verde?
—No —digo con inmenso alivio—. Definitivamente, no.
—Alucinante. —Se deja caer de espaldas contra la almohada con una
sonrisa—. Vale, esto es genial. Puedo dejar de preocuparme.
—Sí, claro que puedes.
Nos quedamos tumbados en la oscuridad durante un segundo. Y trato
de pensar en algo verde que Gavin podría haberme regalado. ¿Un jersey
verde? ¿Una corbata verde?
No. Si fuera algo sencillo como eso, no se habría estresado por ello.
Cierro los ojos y pienso en cosas verdes. Árboles. La hierba. El fieltro verde
de una mesa de billar. Lo que me hace pensar en...
Mis ojos se abren volando.
—Cariño. ¿Me has comprado una mesa de ping-pong? —Me incorporo
rápidamente, porque la idea me entusiasma.
Gavin se pasa una mano por los ojos y suspira.
—Joder. He soltado mi secreto para nada.
Me río.
—¿De verdad? Qué puta gran idea. Casi tan genial como la mía.
Él también se sienta.
—Espera, ¿en serio? ¿Tu regalo va a ocupar todo el sótano? ¿Tenemos
algún problema?
—De ninguna manera. —Niego con la cabeza—. Está todo bien. ¿Cómo
ibas a esconderlo? ¿Crees que no habría bajado al sótano antes de Navidad?
—Pfft. —Hace una mueca—. ¿Cuándo fue la última vez que lavaste tu
propia ropa?
—Justo. Lo siento.
Sonríe.
—No, está bien. Pero no bajes. Jordyn quiere darte una sorpresa antes
de que te azote el culo en la mesa.
—Por favor, zorra.
Los dos nos partimos de risa. Y luego volvemos a tumbarnos, con su
cabeza en mi hombro. Le paso los dedos por el pelo. Y pienso en el regalo
que me ha estado quemando la conciencia durante toda la semana. Es la
mejor idea que he tenido, o la peor. Podría ser cualquiera de las dos.
—¿Estás bien? —pregunta al cabo de un rato—. Prácticamente puedo
oír tus engranajes rechinando por ahí.
—Sólo espero que te guste mi regalo la mitad que una mesa de ping-
pong. —Si no es así, tengo problemas mayores.
—Seguro que sí. Pero si quieres, puedes decírmelo ahora. —Su sonrisa
es burlona.
—Creo que quiero —digo—. De todas formas, no me lo estaba
guardando para la mañana de Navidad. ¿Te parece bien?
Me frota el pecho.
—Lo que tú quieras, nene. Aunque en realidad no me importan los
regalos. Estar aquí contigo es todo lo que necesito.
Eso es un buen presagio para mí. Así que me apoyo en un codo y saco
una cajita de madera de la mesilla de noche.
Aquí no hay nada.
El corazón me late con fuerza.
—Cariño, mira. Este ha sido el mejor año de mi vida. Y no sé si estás
preparado para volver a casarte. Pero si lo estás, espero que el afortunado
sea yo.
Abro la caja y le enseño los dos anillos que hay dentro.
—¡Santo...! —Gavin se queda mirando—. ¿Quieres decir...?
—Sí —susurro con voz ronca—. Sí. Quiero casarme contigo, pero
entiendo que esa idea te resulte difícil. Así que me hice con estos sin
esperar que fuera una decisión rápida. Mira, ¿ves cómo no son iguales?
—Oh. —Mete los dedos en la caja, donde un anillo es una sola banda de
platino, y el otro son dos bandas fusionadas.
—El doble sería para ti —digo, con la voz áspera por la emoción—. Sé
que siempre te ha disgustado perder el anillo de Eddie. —Me había contado
esa historia hacía un año, cuando fuimos a esquiar—. Los dos podríamos
estar ahí en tu dedo, cuando llegara el momento. Piénsalo.
Gavin se lleva una mano a la cara y se aparta una lágrima.
—Eso es... vaya. Es lo más considerado... —Respira hondo—. Guau.
—Aw, cariño. No pretendía destrozarte. —Le doy un abrazo—. Lo
siento.
—No, está bien. Es que... quiero hacerlo. Quiero casarme. Contigo. Sería
un honor. Te quiero mucho.
Mi corazón se hincha. Ni siquiera puedo hablar. Lo único que puedo
hacer es abrazarlo con fuerza.
—Yo también te quiero mucho —consigo decir.
Después se siguen besando. Y entonces Gavin saca el anillo de la caja y
se lo pone en el dedo.
—Me queda bien.
—Te medí el dedo mientras dormías.
—¿En serio? —Se ríe—. Y yo que pensaba que mi regalo era romántico.
Mis ojos brillan de emoción, porque mi anillo le queda tan bien en el
dedo.
—Lo es, cariño. Totalmente. Muy romántico.
Me besa para que me calle. Y sé sin ninguna duda que,
independientemente de lo que me depare el futuro, por fin estoy en casa.
FIN