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Tras la Revolución Industrial y la explosión demográfica, Europa

había logrado establecer una dominación política, económica y


militar a nivel mundial, basada en una abrumadora superioridad
técnica e intelectual. Reunía a una cuarta parte de la población
mundial y cada año cientos de miles de europeos emigraban a países
de Ultramar.
A principios del siglo xx, el mundo estaba configurado para beneficio
de Europa y la explotación económica de los territorios fuera del
continente se guiaba sobre la máxima: dirigida por Europa y para
Europa, Sin embargo, en su interior aún existían muchas diferencias:
Francia y Reino Unido poseían el 70 % de la mano de obra cualificada
y capacidad industrial de todo el continente, por lo que la dominación
de Europa era más bien la de Europa occidental; un selecto grupo de
países: Estados Unidos, Reino Unido, Alemania y Francia, eran
responsables de más del 60 % de las exportaciones mundiales y
detentaban en la práctica el monopolio en la fabricación de productos
manufacturados.
El nivel de analfabetismo era dispar entre las potencias industriales
europeas; de cada mil soldados enviados a la guerra por cada potencia,
330 italianos, 220 austrohúngaros, 68 franceses y 1 alemán eran
analfabetos.39
En vísperas de la Primera Guerra Mundial, Londres ejercía el centro
de la economía mundial y Europa, la, fábrica del mundo, poseía el
dominio absoluto del comercio internacional y los mercados
financieros; Sin embargo, antes de 1914 esta hegemonía ya
amenazaba con resquebrajarse, producto de las tensiones
imperialistas entre las grandes potencias, el ascenso de Japón en Asia
y los Estados Unidos en América y en su interior la creciente
influencia del marxismo y la agitación en aumento de la clase obrera
europea, que amenazaban con subvertir el capitalismo liberal y el
orden social existente.
El colonialismo europeo afectó a gran parte del mundo, con la
excepción de China y otras naciones orientales que mantuvieron su
independencia, también hubo casos de descolonización exitosos en
algunos dominios británicos habitados por colonos o descendientes de
colonos blancos, y en las antiguas y diversas colonias españolas en
América que alcanzaron su independencia en el siglo xix.
El establecimiento del protectorado francés sobre Túnez de 1881, la
ocupación británica de Egipto de 1882 o el reparto más o menos
pactado de África tras la Conferencia de Berlín, animó a las potencias
europeas a la dominación de vastos territorios.
Las crecientes tensiones en la carrera por la conquista de nuevos
territorios fuera de Europa intensificaron las rivalidades y crearon
alianzas entre las naciones del continente, en especial desde la década
de 1890, dado que la división del mundo estaba completa y a ella
había llegado tarde el Reino de Italia y el Imperio alemán, por lo que
su parte era menor en relación con las demás naciones europeas.
Durante todo el siglo xix, las principales potencias europeas hicieron
un gran esfuerzo por mantener el equilibrio de poder en toda Europa,
dando como resultado una compleja red de alianzas políticas y
militares en todo el continente para comienzos del siglo xx.
La principal razón del estallido de la guerra hay que buscarla en la
rivalidad económico-colonial que en aquella época existía entre las
grandes potencias, así como en las reivindicaciones nacionalistas por
parte de Alemania, la cual consideraba que debía ejercer un papel aún
más hegemónico a nivel mundial debido a su elevado desarrollo
industrial. En aquellos momentos, Europa era el centro económico,
político y cultural del mundo. Sin embargo, el Viejo Continente
parecía no compartir los mismos objetivos. Francia, Gran Bretaña y
Alemania competían entre ellas por ser líderes industriales en Europa
a pesar de la incuestionable ventaja alemana.
Por su parte, Rusia, los imperios austrohúngaro y otomano y las
pequeñas naciones balcánicas habían empezado a modernizarse a
pesar de que la mayoría de su población aún vivía de la agricultura.
La unificación de Alemania en el año 1871 la había convertido en una
gran potencia que amenazaba de manera directa los intereses
económicos tanto de Francia como del Reino Unido. Alemania se
hallaba en plena búsqueda de nuevos mercados y pretendía ampliar
su imperio colonial, todo lo cual ya había provocado tensiones, puesto
que el reparto que habían diseñado Francia y Gran Bretaña distaba
mucho de las pretensiones que tenía Alemania en aquellos momentos.
Tanto Francia como el Reino Unido eran dueños de amplias
posesiones por todo el mundo, e incluso algunas naciones más
pequeñas y no tan ricas como Bélgica y Portugal dominaban zonas
mucho más extensas que sus propios estados nacionales. Por su parte,
el Imperio austrohúngaro carecía de colonias mientras que Alemania
únicamente pudo conseguir, tras muchas presiones, Togo, Camerún,
el desierto de Namibia y la actual Tanzania, cuatro territorios
africanos sin apenas riquezas y con escasas oportunidades
económicas.

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