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Los discursos políticos y su relación con la posverdad.

La humanidad tiene un registro de ser cambiante con el paso del tiempo, adoptando costumbres,
formas de actuar y estrategias diferentes según lo requiera la época en cuestión. En la presente
realidad, lo que parece pedir el mundo es el discurso dulce al oído, la manipulación de la verdad
por medio de palabras melodiosas, abogando así al sentimiento de las masas en pro del beneficio
propio. Este modus operandi lleva a que las personas se preocupen más de cómo los demás perciben
su discurso, en vez de realizar acciones que los lleven a la posición que desean.

Los políticos son, en definitiva, el ejemplo más claro que se tiene. Las campañas políticas desde
hace un buen tiempo dejaron de tratarse principalmente en el desarrollo de propuestas efectivas
que puedan resultar en la evolución de un determinado territorio, y pasaron a ser dominadas por
discursos polarizadores que intentan convencer a los receptores de que, sin duda alguna, el
contrincante es una pésima opción. La exaltación de promesas poco realistas, con bases pobres y
argumentos sin peso alguno, es cada vez más común. Resulta complicado pensar en una sociedad
que admita, valide y elija a políticos que tengan este modus operandi, pero para entenderlo tenemos
a disposición una frase común en estos tiempos, “Lo importante no son los hechos, lo importante
es la narración”.

En el marco de las últimas elecciones presidenciales que se dieron en Colombia, la campaña


electoral y propaganda de uno de los aspirantes, que estuvo plagada de medias verdades; y de
propuestas débiles, pero discursos contundentes, estuvo a punto de llevarlo a ser presidente. Hablo
del ingeniero Rodolfo Hernández. Hombre que se proyectó con un carácter fuerte, cosa que es
normalmente alabada por los colombianos, en especial si ese carácter lo enfocas hacia los
delincuentes, o los ‘bandidos’, como el les decía. El exalcalde de Bucaramanga, desde esa época,
tomó el hábito de prometer proyectos irrealizables, tal como las doscientas mil viviendas, o ‘lotes
con servicios’ para la gente pobre, que nunca se construyeron, ni entregaron. Afirmó que el
colombiano era poco trabajador, y que gastaba mucho tiempo yendo al baño y almorzando.
Prometió que iba a acabar con la corrupción, que le iba a bajar el sueldo a los funcionarios públicos,
que les iba a quitar las camionetas, que iba a construir cárceles que sean colonias agrícolas para los
delincuentes de baja peligrosidad, entre otras cosas. Todo lo recién mencionado tiene algo en
común, y es que suena muy bien al oído del pueblo, pueblo que está cansado de la corrupción, que
está inconforme con los sueldos de los funcionarios, que se siente inseguro y que busca un salvador
que cambie toda su realidad de un día para otro. Esa descripción, era precisamente, lo que Rodolfo
Hernández, y los encargados de su campaña presidencial, estaban buscando llenar.

Lee McIntyre, en su libro ‘Posverdad’, menciona que la posverdad equivale a una forma de
supremacía ideológica, a través de la cual sus practicantes intentan obligar a alguien a creer en
algo, tanto si hay evidencia a favor de esa creencia como si no. Este patrón es fácil de identificar
en los discursos del ‘ingeniero’, que rechazaba debates por doquier y sólo se concentraba en
venderse cómo el único que podía salvar a Colombia de caer en las manos de un exguerrillero que,
inequívocamente, llevaría al país a la ruina. Asimismo, McIntyre comenta que, la posverdad ocurre
sólo cuando pretendemos afirmar algo que es más importante para nosotros que la verdad misma.
Para los que estaban a cargo de esa campaña, sólo importaba ganar, y se acomodaba la narración
en pro del objetivo.

La posverdad, es un fenómeno que nos ha acompañado hace ya un tiempo considerable, como


ciudadanos, es necesario saber identificarla, y no sucumbir ante ella. Resulta ideal contrastar
información proveniente de políticos, entendiendo que estos se preocupan principalmente de
conseguir votos, o de evitar que los demás obtengas votos. Aunque las emociones resultan
importantes en cualquier decisión, los hechos deberían pesar más, la consciencia y claridad sobre
lo que es conseguible y lo que no, debe estar presente en cada uno de los votantes.

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