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La defensa de la fe 7

Mi propósito no es lisonjearos [... ] sino requerir que juzguéis a los cristianos según el justo
proceso de investigación.
Justino Mártir

Durante todo el siglo segundo y buena parte del tercero no hubo una persecución sistemática
contra los cristianos. Ser cristiano era ilícito; pero sólo se castigaba cuando por alguna razón
los cristianos eran llevados ante los tribunales.

Si por alguna razón alguien quería destruir a algún cristiano, todo lo que tenía que hacer era
llevarle ante los tribunales. Tal parece haber sido el caso de Justino, acusado por su rival
Crescente.

Los cristianos se veían en la necesidad de hacer cuanto estuviera a su alcance por disipar
los rumores y las falsas acusaciones que circulaban acerca de sus creencias y de sus prácticas.
Si lograban que sus conciudadanos tuvieran un concepto más elevado de la fe cristiana,
aunque no llegaran a convencerles, al menos lograrían disminuir la amenaza de la
persecución. A esta tarea se dedicaron algunos de los más hábiles pensadores y escritores
entre los cristianos, a quienes se da el nombre de “apologistas”, es decir, defensores

Las acusaciones contra los cristianos

Lo que se decía acerca de los cristianos puede clasificarse bajo dos categorías: los rumores
populares y las críticas por parte de gentes cultas.

Los rumores populares se basaban generalmente en algo que los paganos oían decir o veían
hacer a los cristianos, y entonces lo interpretaban erróneamente.

“fiesta de amor”. Esa comida era celebrada en privado, decían estar casados con sus
“hermanos” y “hermanas”. Sobre la base de estos hechos, se fueron tejiendo rumores cada vez
más exagerados, y muchos llegaron a creer que los cristianos se reunían para celebrar una
orgía en la que se daban uniones incestuosas.

Puesto que los cristianos hablaban de comer la carne de


Cristo, y puesto que también hablaban del niño que había nacido en un pesebre, algunos entre
los paganos llegaron a creer que lo que los cristianos hacían era que escondían un niño recién
nacido dentro de un pan, y lo colocaban ante una persona que deseaba hacerse cristiana.

A la acusación de ser ateos, los cristianos respondían diciendo que, si ellos eran ateos,
también lo habían sido algunos de los más famosos filósofos y poetas griegos. Para
fundamentar este argumento no tenían sino que recurrir a algunas de las obras de la literatura
griega, en las que se decía que los dioses eran invención humana.

Arístides sugiere que la razón por la que los griegos se inventaron tales dioses fue para
poder ellos mismos dar rienda suelta a sus más bajos apetitos,

Atenágoras dice: “yo no adoro al instrumento, sino al que le presta la música”.

Varios de los apologistas les echan en cara a los paganos que sus dioses son hechura de
manos, y hasta que hay algunos que tienen necesidad de guardias para protegerles de quienes
de otro modo intentarían robarles. ¿Qué clase de dioses son éstos que necesitan que se les
cuide? ¿Qué poder han de tener para cuidarnos a nosotros? En cuanto a la resurrección, los
apologistas responden apelando a la omnipotencia divina. En efecto, si creemos que Dios ha
hecho todos los cuerpos de la nada, ¿por qué no hemos de creer que pueda reconstruirlos de
nuevo, aun después de muertos y corrompidos? A las acusaciones de inmoralidad, los
apologistas responden a la vez con una negativa rotunda y con una acusación contra el
paganismo. ¿Cómo pensar que en nuestro culto se dan orgías y uniones ilícitas, cuando
nuestros principios de conducta son tales que aun los malos pensamientos han de ser
desechados? Son los paganos los que, sobre la base de lo que ellos mismos cuentan de sus
dioses, y hasta a veces so pretexto de adorarles, cometen las más bajas inmoralidades. Y,
¿cómo pensar que comemos niños, nosotros a quienes todo homicidio nos está prohibido?
Son ustedes los paganos los que acostumbran dejar a los hijos indeseados expuestos a los
elementos, para que allí perezcan de hambre y de frío.

Por último, se acusaba a los cristianos de ser gente subversiva, que se negaba a adorar al
emperador y que por tanto destruía la fibra misma de la sociedad. A tal acusación, los
apologistas responden diciendo que, en efecto, se niegan a adorar al emperador o a cualquiera
otra criatura; pero que a pesar de ello son súbditos leales del Imperio. Lo que el emperador
necesita no es que se le adore, sino que se le sirva, y quienes mejor le sirven son quienes le
ruegan al único Dios verdadero por el bienestar del Imperio y del César. En conclusión, aun
cuando se niegan a adorarle, los cristianos son los mejores súbditos con que cuenta el
emperador, pues constantemente presentan las necesidades del Imperio ante el trono celestial,
y por ello son, como dice el Discurso a Diogneto, “el alma del mundo”.

El depósito de la fe 8

El error nunca se presenta en toda su desnuda crudeza, a fin de que no se le


descubra. Antes bien se viste elegantemente, para que los incautos crean que
es más verdadero que la verdad misma.
Ireneo de Lión

El término “gnosticismo” viene de la palabra griega “gnosis”, que quiere


decir“conocimiento”. Según los gnósticos, su doctrina era un conocimiento especial,
reservado para quienes poseían verdadero entendimiento. Además, parte de esa doctrina
consistía en la clave secreta mediante la cual se logra la salvación.

Los gnósticos creían que todo lo que fuese materia era necesariamente malo. El ser
humano, según ellos, es un espíritu eterno que de algún modo ha quedado encarcelado en este
cuerpo.

Marción

Según él, el Dios del Nuevo Testamento y Padre de Jesucristo no es el mismo Jehová del
Antiguo Testamento. Hay un Dios supremo, que es el Padre de Jesucristo, y un ser inferior,
que es Jehová. Fue Jehová quien hizo este mundo. El propósito del Padre no era que hubiera
un mundo como éste, con todas sus imperfecciones, sino que hubiera un mundo puramente
espiritual. Pero Jehová, o bien por ignorancia o bien por maldad, hizo este mundo, y en él
colocó a la humanidad.

La respuesta de la iglesia: el canon

Antes de Marción, no existía una lista de libros del Nuevo Testamento. Para los cristianos, las
“Escrituras” eran los libros sagrados de los judíos, por lo general en la versión griega llamada
“Septuaginta”. Además, se acostumbraba leer en las iglesias alguno de los Evangelios y cartas
de los apóstoles, particularmente de Pablo. A nadie parece habérsele ocurrido hacer una lista
de los libros cristianos que deberían formar el “Nuevo Testamento”. En consecuencia, en unas
iglesias se leía un Evangelio y en otras otro. Y lo mismo sucedía con otros libros. Pero ahora,
ante el reto de Marción, la iglesia se vio obligada a compilar una lista o grupo de libros
sagrado.

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