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El infierno de Jason
©Jenny Del.
©Enero, 2022.
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fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor.
ÍNDICE
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 1
Quien me hablaba con tanta naturalidad no era otro que mi chófer y amigo,
pues Trevor llevaba conmigo un buen puñado de años y nuestra amistad no
entendía de condiciones sociales.
Reconozco que estaba tan acostumbrado a escucharla hablar así, que jamás
pensé que sus “amenazas” un día cobraran fuerza y me explotaran en toda
la jeta.
Digamos que los muchos años de relación con Stella, con quien llevaba
desde la época de la universidad, terminaron haciendo mella en mi forma de
tratarla. En los últimos tiempos yo no la había valorado como ella se
merecía y la había perdido, mientras que James la había ganado.
Decían nuestros amigos que nunca la habían visto tan feliz y eso era algo
que, en el fondo, me hacía sentir mucho más desgraciado. No, no es que yo
me tenga por egoísta total, pues su felicidad me alegraba, pero a la par
motivaba que su pérdida me doliera aún más, dado mi sentimiento de
culpabilidad por no haberle dado lo que ella tanto demandaba y necesitaba
al mismo tiempo.
Desde entonces ya habían pasado ocho años y ella no tenía el más mínimo
pensamiento de dar palo al agua, algo que me parecía fantástico pues el
hecho de ser multimillonarios nos proporcionaba privilegios de ese tipo; el
de poder tomar decisiones que para otras personas serían impensables.
Enamorado, así me seguía sintiendo de ella y los meses que habían pasado
desde nuestra separación no lograban ni siquiera amortiguar la sensación de
pena que sentía cuando volvía a mi impresionante ático situado en pleno
corazón de Nueva York, un sueño a la altura de muy pocos que, sin
embargo, a mí se me antojaba como una auténtica pesadilla, pues el techo se
me caía encima cuando entraba en él y no me envolvían las risas de Daniel
ni los brazos de Stella.
Por si todo esto fuera poco, el que me hubiera comunicado su decisión de
seguir a James a Australia, llevándose con ella un año a Daniel, me había
sumido en la máxima de las tristezas.
Sí, hubo una época de mi vida en la que a Stella todo le parecía bien y me
seguía a cualquier parte de ese mundo a la que mis negocios inmobiliarios
me llevaran, cerrando tratos por todos los rincones del planeta.
Sí, sé que puede resultar fuerte, pero en cierto modo también sentía que
había perdido a mi hijo. Obviamente, no me dolerían prendas en viajar hasta
donde fuera necesario para verlo, pero la mucha distancia física no me
permitía seguir teniendo con él una relación diaria como la que había
mantenido hasta meses atrás.
—Ni idea, supongo que son cosas de ricos, yo bastante tengo con pensar en
cómo llegar a fin de mes—me soltó con su habitual desparpajo.
—Para el carro, Jason, que era una manera de hablar. A veces no entiendo
cómo un tipo tan generoso como tú ha podido hacerse tan inmensamente
rico, yo creí que eso solo ocurría a base de racanearle a la gente.
—Al final sí que me voy a ganar ese aumento, porque no soy solo tu chófer,
sino tu agenda con patas.
Pese a que Trevor estaba más que satisfecho trabajando de chófer para mí,
aquella cabeza loca era en realidad un amante de la Psicología y estaba
cursando sus estudios para darse el gustazo de tener el título.
—Y ponerte la ropa de andar por casa, servirte una buena copa de uno de
los mejores vinos del mundo y escuchar ópera. Si no fuera por lo del vino,
el plan es directamente para darse un tiro.
—Joder, sabes que me gusta la ópera, pero porque soy un amante de todos
los géneros musicales, lo has dicho como si fuera un carca.
—Es que, por muy pijo y rico que seas, ignoro cómo puede gustarte eso, ¿te
acuerdas de aquella vez que te empeñaste en invitarme a una función de
esas y te hice caso?
—Ya, a ti lo que te gustó fue la última vez que llegué al palco y competí con
aquel italiano al que se le salieron las bolas de los ojos.
—Más tonto y no naces, ¿te veo esta noche en la fiesta de los Campbell?
—Ya, lo único es que quizás todo eso forme parte del pasado y ya no me
interese tanto. Tengo mucho que agradecerle a Cameron y Kate, además de
que son unos anfitriones sensacionales, pero me parece que este año les
pondré alguna excusa.
—¿Has logrado engañar a algún pobre iluso que cree que podrá soportarte?
Me dejas de piedra, pensé que ya no quedaban hombres así—bromeé
porque Rebeca era una mujer de armas tomar, pero con un corazón tan
grande que no le cabía en el pecho. Y eso que pecho tenía para dar y
regalar…
—Déjate de bromas, ¿te van las tías? —Me recliné sobre su mesa y bajé un
poco el tono de voz, si bien se trataba de un gesto cortés innecesario porque
en esa inmensa última planta, donde estaba situado mi despacho, solo nos
encontrábamos ella y yo.
—¿Y por qué habías de suponerlo? ¿Es que crees que ser el mandamás te da
derecho a saber todo sobre nuestras vidas privadas? Sobre las de tus
lacayos, me refiero—me aclaró con vocecita socarrona.
—Sabes que os considero mis amigos, no vayas por ahí, pero nunca lo
había sospechado, para nada.
—Pues eso es lo que hay, guapito de cara. Y muy listo para unas cosas y
muy tonto para otras eres…
—De eso ya me he dado cuenta, también te lo digo, ¿tú por qué lo dices?
—Porque más de una vez me he comido con la mirada a Stella, que vaya
monumento está hecha y no te has coscado ni en broma.
—Sí, sí, yo le he dado siempre a todos los palos y claro, los ojos van solos,
pero te corrijo porque es tu ex, no tu mujer, ¿cuándo vas a empezar a pasar
página?
—Para eso estoy yo, va a ser que no. Hasta que no se me aclaren un poco
los nubarrones que tengo en la azotea—me señalé a la cabeza—, lo tengo
mal.
Tenía por delante una maratoniana jornada de trabajo, de esas de las que
solía salir medio infartado, pero también aquellos dos alcornoques, tanto
Trevor como Rebeca, me habían puesto la cabeza como un bombo con la
dichosa fiestecita de los Campbell.
¿Qué hacer? Esa era la cuestión, pues la que antaño era la oportunidad ideal
para ampliar un círculo social que en mi caso ya consideraba lo
suficientemente amplio, se había convertido en una jodienda de esas que no
tienen enmienda, pues me apetecía cero ir.
—Espero que estrenes esmoquin esta noche, yo lo haré y Nancy irá… Buff,
tío, irá realmente increíble, me convertiré en la envidia de toda la fiesta. Di
tú que alguno no me haga vudú y pague caro el ir tan bien acompañado—
me dijo John cuando descolgué su llamada aquella tarde.
—John, es muy fácil hablar cuando las cosas te van bien en el amor, pero
cuando no es así, todo cambia.
Le dije que era “un golpe bajo” porque esa frase, perteneciente a la peli
“Jurassic Park”, era una de las preferidas de mi niño, a quien le apasionaba
todo lo relacionado con los dinosaurios.
—Lo sé, perdona. No tienes por qué cortarte, es solo que estoy hecho un
perfecto gilipollas, ya lo sé.
—Es un decir, ahora mismo hablo con Trevor y le digo que te recoja a las
ocho.
—Estáis todos locos, te prometo que a veces pienso que tengo a una panda
de impresentables cerca de mí.
—En eso te doy toda la razón, amigo, pero lo negaré delante de cualquier
tribunal de justicia.
Nueva York me ofrecía su mejor cara en una glamurosa noche en la que, sin
embargo, yo me sentía incapaz ni de esbozar una leve sonrisa. Dicen que lo
de sonreír no es bueno para el cutis y yo me estaba garantizando tener uno
como el pellejo de un tambor de estirado, porque hacía un tiempo que no
sonreía ni por equivocación.
—Ey, Jason, menos mal que has venido, esta fiesta no sería lo mismo sin ti
—me soltó Kate cuando nos encontramos en el inmenso jardín trasero,
engalanado como estaba para la ocasión.
La mansión de los Campbell estaba dividida por áreas, por así decirlo, y
aquel jardín había sido el mudo testigo de muchos de los entresijos más
sabrosos de Nueva York, pues de aquellas fiestas no solo habían salido
suculentos negocios, sino también numerosos líos de faldas que en más de
una ocasión vinieron precedidos de divorcios multimillonarios.
—Paparruchas, Kate, esta fiesta solo tiene una protagonista que, por cierto,
no puede estar más guapa esta noche—Le di un beso en la mejilla.
Cameron Campbell había sido rico desde la cuna, pero no por eso jamás se
comportó como un engreído ni nada parecido. Más bien diría todo lo
contrario, dado que era el tipo más campechano del mundo.
—De una pieza, que no es poco, aunque he de reconocer que he tenido años
mejores.
—Siempre he dicho que no hay otro sitio como vuestra casa para comer y
beber bien, amigo, si bien ¿no es un poco pronto para eso? Ni siquiera
hemos cenado todavía.
—Está bien, ya veo que son ciertos los rumores de que te has vuelto un
tiquismiquis de mucho cuidado, esperaremos a después de cenar.
—¿Qué has querido decir, querida? —La besó. Los Campbell también
llevaban, así como dos décadas juntos, pero parecía que acabasen de
conocerse, de lo muy enamorados que estaban.
—No, se está refiriendo a ese piquito de oro que Dios le ha dado, que fue el
que me hizo caer rendida a sus pies, según él.
—¿A quién quieres engañar, amigo? Todos sabemos que fuiste tú quien
cayó rendido a los pies de esta belleza y es que no era para menos—le dije
mientras besaba caballerosamente su mano y ella me ofrecía la mejor de sus
sonrisas.
Sin más, se llevó un gracioso capón por parte de Kate, quien interpretó sus
palabras como una grosería.
—Lo que este mamarracho ha querido decirte es que muchas de las chicas
invitadas estarían encantadas si te decidieras a tomar una copa con ellas—
Me guiñó uno de sus oscuros ojos.
No se me pasó por alto que eran muchos los hombres que la estaban
mirando y otros tantos los que cuchicheaban a su paso y es que su vestido
plateado, en contraste con su piel morena y con generosa abertura tanto en
el escote como en la falda, dejando una de sus interminables piernas al aire,
hizo babear a más de uno y más de dos.
—Un color que la ha llevado a coronar las pasarelas más fashion del mundo
en nada de tiempo. Se llama Pauline y es toda una revolución en el universo
de la moda.
—¿Modelo? No, es una top model, una de esas diosas de la pasarela que
nos dice a todas las demás mujeres “échate para allá”.
—Pluma todavía no tengo, perdona y mira que me han pasado cosas raras
en la vida últimamente, pero por ahí todavía no me ha dado—le aseguré.
—Eso es porque tienes prejuicios. Mírame a mí, que ahora tengo muchas
más posibilidades, todo se reduce a una cuestión matemática.
De Rebeca podía afirmar que era la perfecta secretaria, una que sabía
mantener la compostura como nadie siempre que la ocasión lo requería, si
bien luego, en la vida privada, tenía una lengua de lo más suelta que a veces
me dejaba patidifuso.
—No, si te parece lo escribes en una pancarta y te paseas con ella por todo
Nueva York.
—¿Quién?
—Mi prima, no te digo, ¿quién va a ser? Y te advierto que tiene fama de ser
muy selecta con los hombres, no se le conoce pareja.
—¿Me vas a dejar sin trabajo? No sé si te he dicho que los padres de Carine
son ricos, lo mismo me harías un favor, obligándome a que me mantuviera
ella una temporadita.
—Si no vas le diré que estás loco por saludarla, pero que te da apuro y
quedarás como un memo, tú eliges.
—Tarde.
—¿Perdona?
—Lo que has escuchado, que creí que no me la ibas a ofrecer nunca, los he
visto más rápidos.
Era obvio que, dada su juventud y su éxito, a juzgar por lo que me había
contado Rebeca, aquella chica se creía por encima del bien y del mal, una
actitud que me hizo gracia.
Si dijera que esa sonrisa no iluminó todo el jardín, mentiría. En ese instante,
me di cuenta de que éramos el blanco de las miradas de la fiesta e incluso
sus anfitriones nos dedicaron una sonrisilla de aceptación.
La belleza del violeta de sus ojos, que parecía trascender a cualquier otra
que yo hubiera conocido en este mundo, era todavía mayor en las distancias
cortas. Cualquier hombre podría perder el juicio por una sola de las miradas
de una mujer así, que movía las pestañas como si de abanicos se tratase.
La copa casi resbala de mis manos, pues si algo tenía aquella chica era que
iba directa al grano.
—Vale, mejor eso a que tengas problemas de audición—Me sonrió con esa
dentadura tan blanca y perfecta, que contrastaba vivamente con el brillante
rosa de sus labios.
—Entendido, me llamo Jason a todo esto.
De nuevo le salió ese aire engreído y yo pensé que era hora de bajarle un
poco los humos.
—¿Y por qué debería saberlo? ¿Es que crees que todos debemos conocerte?
—No, si te refieres a si nos hemos visto antes, no. Te conozco por la prensa,
Jason.
—No, pero sí has sido portada de más de una revista financiera, eso no me
lo puedes negar.
—No, perdona, ni mucho menos. Solo es que pensé que alguien que viviera
el mundo de la pasarela con tanta intensidad como debes hacerlo tú no
estaría interesado en…
—Vale, ya por ahí vas mejor, Jason, porque lo que no voy a consentirte es
que pienses que soy una cabeza hueca solo porque soy modelo.
—Antes, ¿cuándo?
—No lo creo, ¿no? —Arqueé una ceja viendo que su mimoso tono indicaba
que era una chica un tanto caprichosa.
—Es muy sencillo; que desde que te he visto entrar en esta fiesta he sabido
que te quedarías conmigo. O, mejor dicho, que yo me quedaría contigo. Es
más, te confesaría algo, pero no sé si debo…
—Lo que de verdad me parecería una broma sería que no me creyeras, eso
sí que me parecería una broma…
Capítulo 5
Por mucho que lo analice, todavía hoy no acierto a saber cómo acabamos
aquella noche en mi ático, retozando como dos animales, bebiendo el uno
del otro, desnudos y con un ansia salvaje recorriendo nuestros cuerpos de
arriba abajo.
Podría decirse que esa noche, en la que el tiempo estaba de lo más calmado
en el lujoso jardín de los Campbell, a mí me llegó un soplo de aire fresco en
forma de aquel bombón al que solo le faltaba venir con un lacito.
—¿Un lacito? ¿Te parecen poco estos dos? —Por debajo del impresionante
mantel de la mesa me enseñó los dos delicados lacitos que pendían de su
liguero, uno en cada uno de sus duros y torneados muslos, que hacían juego
con el resto de su potente físico.
—De veras que tienes salidas para todo—le confesé mientras tragué saliva
ruidosamente, pues lo último que esperaba ver bajo aquella mesa era lo que
ella tuvo a bien enseñarme.
Entre que la noche invitó a beber algo más de la cuenta y que me sentí
prácticamente hipnotizado por Pauline, algo que nunca me había sucedido
con nadie, desde ese momento me invadieron las ganas de poseerla.
Sensual, así la definiría, cien por cien sensual. Mientras la tomé por la
cintura, no pude evitar imaginar cómo sería cada centímetro de piel que
escondía aquel vestido tan entallado que incitaba a pecar hasta que el delirio
se encargara de hacer el resto.
No me hizo ninguna falta decirle nada, supe desde el minuto uno en el que
me miró como lo hizo que se vendría conmigo esa noche, que sería mía, que
disfrutaríamos sin ningún compromiso del cuerpo del otro y que el
amanecer nos descubriría con el erotismo envolviéndolo todo.
Una vez estuve ante Pauline en camisa, no dudó en tirar de esta hasta hacer
saltar algunos de sus botones, dejando mi pecho al aire. Disfrutando de su
atrevimiento, di un tirón de su sujetador hasta que igualmente cedió,
quedándome con él en la mano y disfrutando de la visión de unos jóvenes
senos cuya tersura me puso duro, muy duro… Tan duro que tenía que
remontarme a tiempos muy lejanos para recordar una dureza igual.
Pecaría de falsa modestia si dijera que ese gesto por su parte no me elevó a
lo más alto, hasta el punto de que el más infinito de los calores se apoderó
de mí. Lentamente, fui tomando aire, después de expulsar el procedente del
interior de mis pulmones, como queriendo impregnarme de la frescura que
emanaba de cada uno de los poros de su piel.
Con gesto decidido, la tumbé sobre el sofá, pues nada me apetecía más que
hundir mi lengua en ella, que probar el sabor de aquella mujer que seguía
contoneándose para mí hasta casi hacer peligrar mi cordura.
Fueron unos cuantos segundos los que pude probarla, solo unos cuantos
antes de que la sorpresa se apoderara de mí al ver que, en un certero gesto,
se giró para permitir que siguiera saboreando su entrepierna, pero teniendo
ella acceso a la mía.
Sí, Pauline no dudó en hacerse con mi endurecido pene, que juraría que se
engrosó aún más en sus manos, y en llevárselo hacia su boca, de forma que
no tardé en comprobar cuánto ardía su lengua.
Los gemidos de Pauline, esos primeros gemidos sordos que más tarde
dieron lugar a otros más intensos y agudos que se metieron en mi cabeza
haciéndome enloquecer… esos gemidos me resultaron adictivos desde el
primer instante en que la degusté, entendiendo que aquella sería una noche
inolvidable, una de esas que permanecen en la retina con el paso de los
años, una que queda grabada en el calendario de las fechas memorables que
todos atesoramos.
Sus gemidos, prolegómeno de una primera corrida que me moría por
saborear, despertaron mis más bajos instintos y provocaron en mí un
irrefrenable deseo de llegar a lo más hondo de su interior.
—Quiero que vuelvas a correrte para mí—le pedí o, dada la urgencia que
ese deseo me provocaba, casi le exigí.
No era la primera vez que me sorprendía esa noche, pues el beso que me
demandó en la fiesta terminé por dárselo en la penumbra, a salvo de la vista
de todos, misteriosa e irresistiblemente atraído por aquella descarada que no
dudaba en pedir aquello que le venía en gana.
—¿Miedo?
—Eres tan rematadamente perfecta, tan jodidamente guapa—le confesé
mientras la miraba con ganas de engullirla, de meterme tanto en sus
entrañas que no hubiera manera de sacarme de allí.
—No te preocupes, que no te dejaré irte con ganas, pienso darte todo lo que
me reclames, no te quejarás de mi aguante…
—Por fin estamos de acuerdo en algo—me soltó antes de que mis certeros
movimientos en su interior, en círculo, llamaran de nuevo a unos gemidos
que no le permitieron murmurar nada más.
Rematadamente preciosa, así la veía, con esos senos duros y bien formados,
de tamaño perfecto para ser cubiertos por mis manos y que no paraban de
recibir las caricias de una lengua, la mía, que se resistía a estarse quieta.
Fueron muchas las posturas en las que la amé, tantas que perdí la cuenta en
un húmedo festival que fue a más con las horas. No, el cansancio no entró
en nuestro vocabulario en una noche épica en la que mi esfuerzo por hacer
que se derritiera para mí se vio sobradamente recompensado.
Abrí un ojo y lo cerré. Por un momento pensé que volvía a estar solo en mi
cama, como venía ocurriendo.
El día no podía estar más luminoso y despejado, por lo que las vistas desde
allí podían definirse como simplemente espectaculares. Una vez con el café
en el cuerpo, me noté más relajado de lo habitual y con ganas de hacer
ejercicio, por lo que no me lo pensé demasiado y me fui hacia mi gimnasio.
Mi ático tenía metros para dar y regalar, tantos que Stella solía bromear
diciendo que en el centro podíamos construir nuestro propio parque para
Daniel. Qué lejos quedaban ya esos tiempos.
—Le das con ganas, tienes todavía mucha rabiar en tu interior, pero no te
preocupes, que yo me encargaré de que la eches fuera. La rabia, quiero
decir—matizó con gracia—. Y otra cosa, he utilizado tu baño, espero que
no te importe, tenía el rímel tan corrido que parecía un choco en su tinta,
creo que es la primera vez en mi vida que me acuesto sin desmaquillarme.
—¿Sí, preciosa? Entonces no debo ser buena influencia para ti. En realidad,
en estos momentos ni para ti ni para nadie, ¿puedo ofrecerte un café?
—En eso llevas razón, te prepararé uno, dime cómo te gusta, por favor.
—¿Azúcar?
—¿Azúcar? ¿Y por qué no le echas matarratas directamente? El azúcar es
veneno.
—Muy gracioso, pues que sepas que deberías tomar nota. Además, alguien
que tiene unos abdominales como los tuyos ya debería haberlo hecho, me
sorprende.
—Me gusta cuidarme mucho, eso es cierto, pero sin caer en el exceso. Un
poco de azúcar en el café, siendo de la mejor calidad, no resulta tan
perjudicial y sí que le añade una nota dulce a la vida, que a veces es
necesaria, créeme.
—Es muy amable por tu parte y no sé a qué viene tanto interés, pero no me
gustaría que te fueras sin hablar contigo, Pauline.
—No, no es eso.
—Ah, vale, porque pongo en tu conocimiento que sigues en deuda
conmigo.
—¡Venga ya! ¿Todavía estás con esas? Yo no quise ofenderte, solo que dada
tu juventud y demás me llamó la atención tu interés por los negocios.
—¿Y qué edad tenías tú cuando te metiste en ese mundillo, listo? Más o
menos la que yo tengo ahora, ¿o es que tengo que recordártelo?
—Vaya, vaya, así que esas tenemos…—No supe ni qué decir, sus salidas
eran impresionantes.
—¿El hombre perfecto yo? Estás pero que muy equivocada, disto mucho de
serlo. Es más, si estoy como estoy ahora mismo es por no haber tenido la
suficiente cabeza y cuidado como debía a mi familia.
—No seas tan exigente contigo mismo, si estás así es porque ella no supo
valorarte, solo por eso.
No se dirigía a Stella por su nombre, como si el hecho de no hacerlo la
alejara un poco más de una mujer por la que no parecía sentir demasiada
simpatía.
—No, eso no es así, pero supongo que tendrás planes mucho mejores para
hoy que discutir con un tío mayor la razón por la que se ha quedado más
solo que la una.
—¿Un tío mayor? Querrás decir un tío maduro y atractivo hasta la saciedad
—Y sin más, comenzó a canturrear “a mí me gustan mayores, de esos que
llaman señores…” y a mover las caderas de una forma que me resultó
absolutamente escandalosa.
—Vale, gracias.
—Sí, bien, lo único es que me fastidia tener que irme este fin de semana.
—¿Tener que irte? ¿Es que pensabas quedarte?
—Va a ser que no, guapa. Reconozco que se trata de una oferta muy
tentadora para cualquier hombre al venir de ti, pero no.
La jodida tenía un morro que se lo pisaba, pero es que encima cuando pedía
algo le daba la vuelta a la tortilla como si la estuvieras cagando a lo grande.
—Tenía que intentarlo. Vale, no te preocupes que ahora tengo que irme, en
cuanto me tome el café, pero amenazo con volver pronto.
—¿Piensas irte así? No es por nada, pero si lo haces es más que probable
que colapses Nueva York entero, no va a quedar un coche sin un golpe.
Obvio que yo se lo iba a ofrecer, pero no se le ocurrió decir algo del tipo
“pediré un taxi”, no, ella sabía muy bien lo que le apetecía.
—Será broma…
—Ninguna broma, pero es cierto que deberías sacar el coche o voy a salir
en todas las portadas vestida así de buena mañana.
—Claro que lo saco, pero ¿qué hay de cierto en eso de que somos casi
vecinos?
—Pues todo, me vine a vivir todo lo cerca que pude de ti. Menos mal que la
agencia se encarga de esos temas, me hacen la vida muy fácil.
—No, mujer, lo de que te viniste a vivir a esta zona para estar cerca de mí.
—Poca broma, pero piensa lo que quieras, por desgracia no tengo mucho
tiempo para discutir—Miró su móvil para consultar la hora.
—Bien…
—Ok, cojo las llaves y te llevo en un periquete.
—Pues tú me dirás…
—Pues ahórratelo porque eres como un libro abierto para mí. Ahora llega el
momento en el que me confiesas que ha sido una noche maravillosa, pero
que tienes el corazón hecho jirones y que no puedes permitirte estar con
nadie, ni siquiera con una mujer como yo, ¿me equivoco?
—Oye, ¿tú te crees que eres un hada madrina o algo que vienes con una
varita mágica, Pauline? Yo soy como soy y estoy en el momento en el que
estoy. Entiendo que lo de esta noche pueda haberte confundido, si hasta yo
estoy muy sorprendido, pero te pido que lo dejemos aquí.
—Mira que eres testarudo, ¿tienes ganas de jugar? Te advierto que voy a
ganar yo.
Se bajó del coche y giró sobre sus talones. El cortísimo trayecto que la
distanciaba de la puerta de entrada a su edificio lo recorrió con unos andares
de modelo inconfundibles, pura elegancia y distinción.
La cara del portero cuando la vio llegar fue para filmarla. Al hombre se le
caía la baba con ella y es que decir que parecía una diosa era quedarse
bastante corto.
Me fui para casa con la sonrisa en la boca. Haber pasado esas horas con ella
me vino bien, me notaba rejuvenecido, como si por un espacio corto de
tiempo hubiera conocido de nuevo la felicidad.
El domingo almorcé con John y con Nancy, que andaban planeando unas
vacaciones paradisíacas para el verano. Aquellos dos parecían estar
viviendo una luna de miel, por lo que yo me alegraba.
—¿De prensa rosa? Dime que no es cierto que esas aves carroñeras se
fijaran en nosotros.
—¿Y qué esperabas? Uno de los hombres de negocios más influyentes del
país con una de las top models más prometedoras del panorama
internacional, se lo pusisteis en bandeja y vuestros gestos no dejaban lugar a
la duda.
—¡Joder, tío! Sabes que nunca me ha gustado que mi vida privada saliera a
la palestra, cuánto me molesta.
—Sí que lo sé, pero tarde o temprano vas a terminar enterándote. Tampoco
le des más importancia, si ven que no les dais más juego todo quedará en
una anécdota.
—¿Una niña? ¿Qué clase de tío rico eres tú? Todos buscan a mujeres más
jóvenes, no te estoy descubriendo América al decírtelo.
—Pero que yo no voy de ese palo, no me hace falta tener a nadie joven a mi
lado para demostrarme nada a mí mismo.
—Sí, eso no te lo voy a negar, me reí lo más grande con ella, pero también
es un poco rara, ¿sabéis que dice que me sigue desde hace tiempo y que
vive muy cerca de mi casa a propósito?
—¿Me ves cara de querer bromear con eso? ¿Qué interés tendría? —Me
encogí de hombros.
—Yo lo que opino es que simplemente deberías darte una oportunidad para
ser feliz, amigo.
—Mientras lleves esa foto como fondo de pantalla, desde luego que no—Se
refirió a mi móvil, en el que seguía apareciendo una foto familiar con Stella
y Daniel.
—Sí, tío, hazle caso a Nancy, yo también te lo he dicho muchas veces, pero
como lo que yo te digo te entra por un oído y te sale por el otro, pues eso…
que al menos le hagas caso a ella.
Tomé el móvil entre mis manos y pensé que tenían razón. Sin más, busqué
en la galería una de las últimas fotos que me había enviado Daniel
surfeando y la seleccioné. Se trataba de una vistosa foto con un intenso mar
azul a juego con los ojos claros de mi niño; una foto más colorida que venía
también a darle algo de color a mi vida.
Capítulo 8
—Buenos días, ¿cómo está la secretaria más guapa del mundo entero
mundial?
—Pues haciendo juego con el jefe más atractivo de todos los tiempos. Por
cierto, alguien triunfó como la Coca-Cola la otra noche, ¿no es así?
—Así es, Carine es una belleza total, diez puntos para ti.
—Diez puntos te van a tener que dar a ti en la cabeza del capón que te voy a
soltar. No hablaba de mí, sino de ti.
—Eso se llama guardar las distancias con el jefe, sí. Y en cuanto a lo que
estás diciendo, no tengo ni idea de lo que me hablas.
Al poco apareció Rebeca con el café prometido y con otro para ella.
Siempre que tenía la ocasión, entraba en mi despacho a compartir uno de
esos cafecitos mientras disfrutaba de unas vistas que eran únicas y que
enamoraban a todo el que ponía un pie en mi despacho.
—El día que me case te va a tocar menear el culo, porque Carine dice que
será en Brasil.
—Ahora, que a la novia la llevas en tu jet privado, ¿eh? Que ya sabes lo que
me gusta montarme en él.
—Lo sé, lo sé, lo que no entiendo es por qué la novia eres tú, eso me lo
tendrás que explicar, pero mejor con una copa, que ahora estoy más liado
que la pata de un romano.
—Entendido, que me esfume, ¿no?
—Te acusaré igual, ya sabes que no puedo vivir sin meterme contigo. Buen
comienzo de semana y una cosa, te noto un aire distinto, se nota que ya le
has dado uso a la herramienta.
A eso de las doce del mediodía, cuando tenía el coco a punto de reventar y
estaba a un tris de hacer una parada, descolgué una llamada de Rebeca.
—Ya lo sé, no trabajo contigo desde ayer, pero esta visita insiste en que
tiene que pasar.
—¿Se trata de Kate Campbell? —Se lo pregunté porque mi amiga era muy
dada a saltarse esa norma y más de una vez se coló en mi despacho en el
momento menos apropiado, algo que le disculpé porque la adoraba.
—Va a ser que no—Escuché que decía una voz que no me era desconocida.
Sin más, y sin esperar a que yo dijera nada, Pauline abrió la puerta de mi
despacho y se coló dentro. Rebeca venía detrás, muerta de la risa y
haciéndose la preocupada.
—Bonita manera de decir que te alegras de verme, pero que muy bonita.
—Pues justo eso es lo que quiero preguntarte, ¿te visita mucho Kate
Campbell aquí?
—Vale, vale, me parece muy bien. Y otra cosa, si nunca vas a tener nada
con ninguna amiga, te adelanto que yo no quiero ser tu amiga.
—Me resulta muy tentador, pero ahora mismo no puedo. Acabo de llegar y
tengo mil cosas que hacer, solo he venido a saludarte, a conocer en persona
tu despacho, que ya había visto en fotos, y a recordarte nuestra cita de esta
noche.
—Me conozco tus hábitos igual que los míos, los han publicado muchas
veces, pero un día es un día y tendrás que hacer una excepción. De todas
formas, no es necesario que salgamos, yo también he llegado reventada del
vuelo, no veas si me ha tocado madrugar. Te veo en tu casa a las ocho, ¿ok?
Me quedé boquiabierto, pues ella parecía tener las ideas muy claras sobre lo
que quería y lo que no quería.
Verdad que le había dicho que no quería nada con ella, pero no lo era menos
que su determinación me había muchísima gracia, así como el hecho de que
pasara olímpicamente de lo que yo le dijera.
Capítulo 9
A las ocho en punto se abrió la puerta del ascensor y era ella, que venía con
una botella de vino en la mano.
—Así que ya estás aquí porque has venido—Me acerqué a ella y, aunque fui
a darle un beso en la mejilla, se las apañó para que se lo diera en los labios.
—No creo que lo dudaras, ¿qué es eso que huele tan bien?
—Es un pescado al horno que ha dejado preparado Emily, espero que sea de
tu gusto, le sale exquisito.
El conjunto de ropa interior que traía ese día, en tonos marfil igual que la
ropa, contrastaba vivamente con su piel morena, si bien apenas tuve tiempo
de contemplarlo, pues se echó encima de mí y comenzó a besarme con
auténtica pasión.
Sin más, volvió a sacar de mí la parte más primitiva; esa que me hacía
querer devorarla nuevamente y que, a pesar de que yo hubiera pretendido
obviar, apareció hasta en mis sueños las dos noches anteriores.
Esa misma urgencia fue la que detecté en sus ojos y la que provocó que
aquellos días no anduviéramos con contemplaciones, por lo que la embestí
en esa misma postura, mientras yo permanecía de pie y disfrutaba de un
indescriptible placer al embestirla.
Su piel, esa piel perfecta que se erizaba para mí, los intensos jadeos por
ambas partes, sus finas y elegantes uñas arañando mis hombros, su
penetrante fragancia que parecía envolverlo todo y que competía con el olor
a sexo que emanaba de nuestros cuerpos a partes iguales…
Por mucho que lo hubiera negado en las últimas horas, nuestros cuerpos
estaban hechos para repetir lo que días atrás comenzamos, para dejarnos
llevar por esa vorágine que prometía alzarnos a lo más alto del placer, para
disfrutar juntos como ni siquiera hubiéramos osado soñar.
Sí, Pauline era la dueña de un par de ojos que sin duda debían estar entre los
más bonitos del planeta, de un par de ojos que en pocas horas estaban
llegando a mi corazón.
Lo supe desde que aquella mañana entró en mi despacho demostrándome
que mis argumentos para echarla de mi lado no eran más que majaderías de
alguien a quien el amor acababa de dar un palo tremendo y temía más que a
un vendaval que le diera otro.
Con ella entre mis brazos comprendí que nunca había sido un hombre
miedoso y que llegaba la hora de desterrar esos temores, con ella entre mis
brazos comprendí que nadie podría sacarme la sonrisa como esa modelo lo
estaba haciendo…
—Y tú tienes mucha guasa, pero también tienes esa cara tan preciosa y
haces que te lo perdone todo.
—Quizás para uno muy rápido, ¿quieres que te lo traiga? Emily está en la
cocina.
—La misma, lo único es que soy yo quien debiera hablarle de usted, pero
mejor nos tuteamos las dos y lo hacemos todo más cómodo, ¿te parece?
—Claro, claro, por supuesto. Madre del amor hermoso, cuando le diga a mi
hijo que te he conocido no se lo va a creer, pero si él tiene todo su
dormitorio adornado con pósteres tuyos, qué sorpresa.
—¿No me digas? Pues nada, solo tienes que decirle que venga un día
contigo y lo conozco. Yo voy a estar mucho por aquí.
Enarqué una ceja porque era descaro puro, ella y yo no habíamos hablado
nada al respecto, pero eso no le suponía el más mínimo problema.
—Diecisiete años, todavía está en la edad del pavo y contigo es que babea,
chica, ¿te puedo servir un café?
Emily, que rondaba los cincuenta, se había comportado conmigo más como
una madre que como una persona a mi servicio desde que Stella se fue. Eso
sí, aquella mujer a la que la vida no había tratado demasiado bien en el
pasado, pues enviudó en unas condiciones muy trágicas, parecía algo mayor
de lo que era.
—Pues razón de más para que me quede contigo, ¿te parece si nos hacemos
un selfi y se lo enviamos a tu hijo? —le propuso.
—Ay, Dios mío, ¿no te importaría? Es que no te imaginas lo que le va a
entrar por el cuerpo, se va a volver loquito, tiene pasión contigo.
—Venga, pero tenemos que poner morritos las dos. ¿Tú sabes poner
morritos, Emily?
Se había hecho con la cocina. Pauline tenía alma de líder, de modo que allí
por donde pasaba arrasaba, dejaba huella.
—Emily, ¿se puede ir más reguapo? Y después dice que es mayor para mí,
¿a que no?
—Hoy vuelo a París por la tarde. De todas maneras, será un visto y no visto,
estaré de vuelta el viernes por la noche.
—Claro, el día que tengamos niños ya tendré que parar un poco, pero
mientras…
Por las noches, me enviaba fotos suyas tomadas durante el día, algunas de
las cuales pertenecían a las sesiones como modelo y otras eran más
espontáneas, en cualquier situación.
Yo había avanzado mucho, pero que mucho en aquellos días. Ella llegaba el
viernes por la noche y, antes de volver a casa, le pedí a Trevor que parara en
una floristería.
Yo tenía una joyería de referencia, una a la que fui toda la vida hasta que
dejé de hacerlo, pidiéndole a Stella que fuera ella directamente a comprarse
todo lo que le gustara. Obviamente, esa fue una cagada más, porque a mi
ex, en quien ya podía ir pensando así, como mi ex y no como mujer, no le
interesaban tanto las joyas sino el detalle de que fuera su marido quien las
eligiera para ella.
Después de encargar las flores, que me llevarían a casa, nos dirigimos hacia
la joyería en cuestión.
—Sabes que no suelo hacer caso a los rumores, yo me quedo más con los
gestos. Y el de tu cara me dice que el regalo es para ella.
—Justo me han llegado esta mañana unos pendientes que son una maravilla,
los veo para una chica de su edad.
—¿Viejo tú? No me hagas hablar. Que sepas que porque nunca se nos ha
dado el caso, pero que tú y yo podríamos haber…
—No hay nada más que decir, un gusto sublime, como siempre.
—Pero eso es porque te sientes como el cazador cazado, solo por eso.
—Yo es que siempre me había hecho a la idea de que con Daniel tenía el
cupo cubierto, esa es la verdad.
—Pero zoquete, lo normal sería que eso lo dijese yo. Daniel es mi hijo, no
el tuyo.
—Hijo, ahijado, qué más da. El caso es que ahora estoy acojonado.
—Normal, como que no tiene nada que ver. Tú a Daniel lo veías un ratito y
ya, luego te ibas de marcha y ahora puede ser que te toque cambiar pañales
a tutiplén.
—Sí, sí, tú anímame. Y no te rías, que no se puede escupir para arriba, que
como tú sigas con Pauline ya verás si vuelves a cambiar pañales también o
no.
—Eso es porque hace nada todavía andabas llorando por las esquinas, pero
ya te tocaba, No te he querido decir nada en este tiempo por no ofenderte,
pero te vuelves insoportable cuando estás como un alma en pena.
Por la noche, cuando llegó, yo ya la esperaba con toda la ilusión del mundo.
—Pero qué bonito está todo, no sabía que te gustaran tanto las flores…
—Ains, qué detalle más lindo. Pienso ponerlo ahora mismo en mis redes,
que llegar de París y encontrarme con este espectáculo multicolor no tiene
precio.
—¿En las redes? ¿No crees que deberías esperar un poco para eso?
En el fondo, yo debía adaptarme a que ella era muy joven y que la gente de
su edad acostumbraba a publicarlo todo a los cuatro vientos, a la primera de
cambio.
—No, por favor, no te pongas triste. Estoy muy contento de que hayas
vuelto y de que te quedes aquí conmigo, solo es que el tema de las redes…
no sé, yo soy muy reservado para mis cosas.
—Vale.
Fue en ese instante cuando corroboré lo que ya intuía, que ella tenía más
ganas de otras cosas que de discutir. Lo supe cuando dejó caer su vestido
hasta el suelo y se despojó también, lentamente, de su ropa interior,
quedándose únicamente con los tacones y los pendientes.
Sin pensarlo, la hice nuevamente mía en todas las posiciones que pude
mientras la melodía de sus gemidos me endurecía más por momentos. Sobre
una Pauline totalmente entregada cuya sonrisa, con la lujuria grabada en
ella, lo envolvía todo, me sentí el más poderoso de los hombres.
Sus interminables piernas, aquel vientre plano y fuerte del que pendía un
sexy piercing en el ombligo, su durísimo y trabajado trasero, toda una
provocación, sus senos…Esos senos tan bien colocados con los que yo ya
soñaba, todo en ella incitaba a ir a más, a no querer que la sesión terminase,
a intentar hacer de aquella noche una eternidad.
—¿Es eso verdad? —Las lágrimas estaban a punto de asomarse a sus ojos.
La miraba y sentía que volvía a estar a gusto en casa, una sensación que me
encantaba y que hacía tiempo que no experimentaba.
Después del postre, consistente en un tiramisú del que Pauline probó una
cucharadita, pues cuidaba su alimentación en extremo, nos sentamos en el
sofá y me limité a mirarla, abrazándola.
¿Una oportunidad para ella? Para mí sí que era una oportunidad de volver a
ser feliz, rematadamente feliz…
Capítulo 13
Sí, sé que para muchos puede parecer precipitado, pero cuando dos
personas están tan felices la una con la otra como lo estábamos nosotros, las
ganas de que todo se precipite aumentan.
Simplemente, lo que deseaba era que ella estuviera más feliz que una perdiz
y para lograrlo pondría toda la carne en el asador. Pauline era una mujer de
ensueño, eso sí, con un punto caprichosillo e infantil que le salía de vez en
cuando y con el que yo tenía que lidiar, pero que no dejaba de hacerme
gracia.
Me extrañó porque ella y yo, desde que nos separamos, no solíamos hablar
demasiado por teléfono, más bien lo hacíamos por WhatsApp. He de decir
que ello obedecía a que yo normalmente no tenía demasiadas ganas de
ponerme al teléfono con mi ex, pues durante muchos meses eso me dolía.
Por esa razón, entendí que quizás me telefoneara con mayor naturalidad al
saber por los medios que yo ya no estaba solo. No se equivocó al hacerlo,
pues le cogí el teléfono de buen grado.
—Hola Stella, ¿pasa algo? —le pregunté en un tono bastante más relajado
de lo habitual.
—Solo que Daniel está pachucho, con una fiebre bastante alta, pero he
preferido llamarte porque así te puedo tranquilizar más que con un mensaje.
Ha venido el médico y nos ha dicho que no tenemos que preocuparnos, que
la fiebre se la están produciendo unas placas de pus que tiene en la garganta.
—Está animado, no creas que se deja amilanar por la fiebre, ya sabes que
nuestro niño puede con todo.
—Está creciendo por días, se encuentra muy feliz. Sé que te hice una faena
al llevármelo de tu lado, pero está fenomenal, pierde cuidado.
—Claro…
Las dos siguientes semanas fueron geniales. Si había alguna aspereza que
limar entre nosotros, todo quedó aclarado…
—Os voy a dejar, ¿vale? Tengo muchas cosas que hacer—repuso la otra
viendo el percal.
Rebeca, con los ojos inyectados en sangre, me dedicó una última mirada
antes de cerrar la puerta.
—¿Se puede saber qué mosca te ha picado para que le sueltes esa grosería?
—le pregunté más cabreado que una mona cuando nos quedamos a solas.
—No, no vayas por ahí porque no te lo voy a consentir. Aquí el único que
tiene que darme explicaciones eres tú.
—¿Que yo tengo que darte explicaciones? Por Dios que no sé a lo que te
refieres, pero explícate porque me estás poniendo de los nervios.
—¿De cháchara con esa? Estaba charlando con Rebeca y sí, por supuesto
que puede entrar a mi despacho a charlar cuando le dé la gana conmigo o yo
tengo derecho a llamarla y decirle que entre.
—¿Y decirle que entre? ¿También le pides que se abra de patas para ti?
Toda la magia que había sentido con ella desde el primer momento, pero
que toda, presentí que podía esfumarse en ese instante.
Sentí como que le debía una serie de explicaciones que comencé a darle una
tras otra, cuando lo cierto es que era ella quien no tenía que dudar de mí ni
mucho menos hablarme en el tono que lo estaba haciendo.
—¿Te pillo con las manos en la masa y soy yo la que tiene que irse? No es
justo, es que no es justo—se quejó.
Si algo no podía soportar en una persona era que quisiera llevar la razón a
toda costa, incluso cuando no tenía ni la más mínima.
—Pues mira sí, voy a seguir hasta que se me quite este jodido complejo de
tonta que he sentido al verte así de acaramelado con ella, ¿te parece bonito?
—Lo único que te voy a confesar es que tengo ganas de quedarme solo, así
que, si me haces el favor, te pediría que te marchases.
—No, no quiero irme. Estoy dispuesta a perdonarte por esta vez, pues debo
volar a Buenos Aires mañana y no me apetece en absoluto irme con este
mal sabor de boca, pero te advierto que no voy a consentir este tipo de
comportamientos.
—Tú eres mi pareja y me debes lealtad solo a mí, no soy yo quien se está
equivocando.
—Y soy un hombre leal. Joder, esto es de locos, ¿cuántas veces tengo que
explicarte que no estaba haciendo nada malo con Rebeca?
—No, eso no puede ser. La gente tiene que reconciliarse cuando pasa algo
así y a mí se me ocurre un modo de lo más…
Sin más, me echó mano a la bragueta. Yo estaba sumamente alterado,
mucho, pero al ver la sensualidad de sus dedos desabrochando su camisa,
no me resistí a probar esos senos que puso en mi boca en cuanto se despojó
también del sujetador.
—Es muy atenta, sí. Yo también lo noto con la gente que se le acerca, que
siempre tiene una palabra amable o se hace una foto con ellos, aunque la
pillen en el peor momento.
—Sí, se parte la cara por agradar a todo el mundo, eso está claro. Oye,
Jason, en unos días será tu cumpleaños, ¿lo celebrarás con una gran cena
para tus amigos como todos los años? Me lo tienes que confirmar para ir
preparando el menú, sabes que no puedo hacerlo de un día para otro, es
mucho trabajo.
—Pero si tú siempre estás diciendo que te pasas el día de acá para allá,
subida en un avión y que luego te apetece quedarte en casa.
—Eso ocurre normalmente, sí, pero en una ocasión así lo que me apetece es
que hagamos una excepción.
—Es que, ¿sabes lo que pasa? Que todos mis amigos cuentan con ello, es
una tradición.
—Ya, pero ahora estás conmigo y puede que haya llegado el momento de
hacer ciertos cambios en tu vida, ¿no te parece?
—Pues lo cierto es que no me lo había planteado así, pero puede que tengas
algo de razón, ¿qué te apetecería hacer a ti?
—Me dejo sorprender, tendré unos días libres, ¿vale? Con eso te lo digo
todo.
—Pero tío, ¿de veras nos dejas sin cumpleaños? Yo quería aprovechar para
darles a todos nuestros amigos la noticia—se lamentó John.
—No vayas a hacer de esto una tragedia, amigo, que tendremos muchas
ocasiones para reunirnos todos.
—No sé yo qué decirte, antes por una cosa y ahora por la contraria, no hay
quien te vea el pelo, amigo.
—Nada, solo que quizás, y ya te digo que únicamente quizás, ella muestre
una cierta predisposición a quererte en exclusiva, solo es eso.
—Estás tonto, tío, al final sí que vas a parecer embarazado, estás de un
sentimental…
—Yo lo único que considero es que la vida nos ha dado un giro maravilloso
a los dos, así que debemos disfrutarlo.
Si algo me había propuesto era que las cosas con Pauline salieran bien, por
lo que yo personalmente me encargaría de todos los preparativos. Soplar las
velas en un paradisíaco destino, lejos de todo y de todos, con mi ojazos
violeta al lado era un planazo que también me llenaba de ilusión y para el
que ya andaba contando las horas.
Capítulo 16
Pese a que había ido en más de una ocasión a ese país por trabajo, ese
pedacito de cielo en la tierra no había tenido la suerte de contar con la
presencia de alguien como ella hasta ese momento.
—No te preocupes, que de la prensa me encargo yo. Cualquier día les digo
que nos casamos y polémica zanjada.
—No se te ocurrirá, ¿no? Hemos dicho que nada de darles carnaza, sabes
que no puedo con esa gente.
—Pues eso, listo, que mi trabajo tiene una parte pública que no puedo dejar
de lado.
—Ni yo te pido que lo hagas, nunca lo haría, solo te digo que por favor no
alimentes la polémica, que lo están deseando.
—Se me ocurren un buen puñado de cosas que darte aparte, lo único es que
me llevará otro buen puñado de horas.
Por mucho sexo que tuviera con Pauline nunca me resultaba suficiente. Ella
tenía el poder de que quisiera estar en todo momento en su interior. Cuando
viajaba, yo lo pasaba fatal, al tener que ausentarse varios días.
Algo me dijo que Pauline no estaba cómoda en su presencia, por mucho que
la chica se esforzó en hacernos el recorrido por la mansión, de lo más
simpática, para que todo fuera como la seda una vez que ella se marchase.
—Menos mal que esa furcia ya se ha ido—me soltó Pauline cuando nos
quedamos solos y sus palabras me asustaron, al recordarme demasiado a
ciertos episodios de celos que ya había vivido antes con ella.
—Claro, ahora la culpa para los celos de Pauline, que debe ser una
paranoica, ¿cuánto vas a tardar en decirme la famosa frasecita de que veo
fantasmas donde no los hay? Es que ya la estoy esperando.
—Muy graciosa, mira Pauline sabes que estoy muy enamorado de ti, pero
no pienso pasar por esto.
—¿Pasar por qué? ¿Ya estás haciendo una montaña de un granito de arena?
No sabes lo que me jode que hagas eso, siempre igual.
—¿No lo sabes? Me encanta, pues te lo voy a decir alto y claro; darle pie,
eso es lo que has hecho. Si me hubieras dado tu lugar ella nunca se habría
atrevido a hacer lo que ha hecho, acercarse así a ti y tú dándole palique,
como si estuvieras loco por hincarle el diente.
Por Dios que hasta tuve que rebobinar para ver si había algo de cierto en sus
palabras. Cuando una persona te azota con el látigo de los celos, te inocula
un veneno capaz de hacerte dudar de tus propios actos. Eso era lo que hacía
Pauline conmigo.
—Mira, por mucho que trate de entenderte, no acierto a saber lo que pasa
por tu cabecita cuando dices esas cosas—Traté de ponerme en sus zapatos,
porque detecté sufrimiento en sus ojos y eso era lo último que yo deseaba.
—No lo haces porque todos los que son de tu calaña son incapaces de
comprender el daño que provocan, mirando a unas y a otras todo el día.
Lo único que pude pensar era que, de haber topado con mi amigo John,
entonces sí que hubiera flipado. Por muy bien que estuviera con Nancy, ese
era de los que decía que mirar es gratis y a veces se le iban los ojos hasta
con ella delante, lo que normalmente acababa en una divertida colleja de su
novia.
—Me voy a dar una vuelta porque de veras que me jode tanto lo que me
estás diciendo que no sé ni cómo reaccionar—le contesté, preso de una
intensa amargura.
—Christian, que te vas a dar con ese señor—le advirtió su madre justo en el
instante en el que yo lo cogí por los hombros para que dejara de correr.
—Este y el otro, me van a volver loca entre los dos, eso es lo que van a
hacer. Muchas gracias.
—Ni te imaginas, ¿tú tienes niños? Parece que se te dan bien—Yo había
cogido a uno en cada brazo.
—Yo soy Mar, ¿es la primera vez que vienes a Holbox? Te lo digo porque
lo conozco bien, si te apetece podrías quedarte a almorzar con nosotros y…
—Perdona, ¿cómo has dicho? —le preguntó Mar a Pauline, que se ve que
me había seguido y que intervino de esa forma.
—No voy a ir donde a ti te dé la gana solo para que trates de darme coba, sé
muy bien lo que he visto. No te ha bastado, no y mira que por un momento
he estado hasta a punto de pensar en que me había pasado, por eso he salido
detrás de ti, pero enseguida he podido comprobar con mis propios ojos que
falda que se menee, falda a la que tú quieres atacar, qué asco.
—No, no, si a mí plin, pero tú la llevas clara con la loca esta, que ya caigo
en quién es, la madre que me trajo al mundo, cómo se las gastan las top
model.
La mujer cogió a sus niños y se los llevó de allí. Yo sentí el más amargo de
los regustos en la boca cuando me dirigí a ella.
—Eres tú quien debería pedirme perdón, pero sí, opta por hacerte la
víctima, así se enfrentan los problemas—Aplaudió con sorna.
—Yo lo que quiero es volver a Nueva York y eso será lo que haga en un
breve espacio de tiempo. Puedes volverte conmigo o quedarte el tiempo que
te plazca, me da exactamente igual, pero yo no voy a aguantar esta situación
ni un minuto más.
—No te vayas por favor, quizás haya visto las cosas desde un prisma un
tanto exagerado…—se apresuró a decir cuando le hable así.
Vi la tristeza en sus ojos, la tristeza propia de una persona joven que acaba
de darse cuenta de su tremenda metedura de pata.
Respiré hondo porque si algo deseaba era que hubiera verdad en sus
palabras, que lo hubiese entendido y que no se repitiera.
—Así es.
—No, bobo, un antojo de esos no…Yo lo que quiero es que nos hagamos la
foto junto con las letras de Holbox, que es una chulada.
—Venga, vamos…
Llegamos a las famosas letras con el nombre de la isla, esas tan coloridas
que salen en las fotos de todos los turistas y tuvimos que esperar nuestro
turno porque había un grupo de chicas, todas ellas turistas también, que
debían estar haciéndose un book fotográfico, pues posaban en todas las
posturas.
—Tú eres Pauline, tú eres Pauline, qué flipe. Por favor, por favor, ¿te harías
una foto con nosotras?
—Chicas, lo único que os pido es que no la subáis a las redes hasta dentro
de unos días que nos marchemos nosotros o los de la prensa acudirán como
las moscas a la miel—les rogué.
—Les teme, es que él les teme, como si mordieran o algo—les comentó
ella, risueña.
Pauline se echó a reír, pero es que yo sabía lo que me decía. Ella se había
acostumbrado a vivir bajo los focos, pero yo me negaba a llevar ese tipo de
vida, en el que la privacidad brilla por su ausencia.
—Yo me llevé las manos a la cabeza porque ella no sabía lo que decía. O sí
que lo sabía, pero no le afectaba como a mí, estaba clarísimo.
Las chicas terminaron por irse, no sin antes charlar un ratito con ella, que se
sentía como pez en el agua con esa enorme fama que le había caído encima
de la noche a la mañana. Si fuera a mí, me pesaría como una losa, pero a
ella no, a ella le fascinaba vivir bajo los focos.
Le hice un montón de fotos, posaba como nadie. Bien se notaba que había
nacido para eso.
—Si es que somos la pareja del año, claro que sí—me dijo moviendo las
caderas mientras tarareaba la famosa cancioncita—. Qué digo del año,
somos la pareja del siglo, no hay otra igual—Me comía a besos mientras.
—Si es que da gusto cuando estás bien, preciosa. Vamos a pasar unos días
maravillosos.
El chaval se acercó y resultó ser japonés, lo cual no fue óbice para que
también la conociera y, después de tomarnos un par de fotos, le pidiera
también una con ella.
Yo negué con la cabeza porque lo que había sido una escapada secreta se
convertiría en un abrir y cerrar de ojos en la comidilla de la prensa rosa.
—Ven aquí—Hice que me rodeara con sus piernas y la apreté fuerte contra
mí.
—Dime…
—Sí, ¿te imaginas? Ese sería nuestro cuartel general y la podrías bautizar
con mi nombre.
—Anda, anda…
—Qué bien se está cuando se está bien—me dijo ella con gesto burlón.
—Pues eso digo yo, preciosa y espero que dure, que comienzo a temerte por
los pollos esos que me montas.
Sí, se ve que tenía en mente hacer otras cosas porque así me lo demostró en
un pis pas, bajando al sur de mi cintura y echando mano a mi pene, que no
tardó en engullir.
A todo esto, ella tenía todavía puesto el sexy trikini con el que había bajado
a la playa, uno en color rojo que le hacía un cuerpo todavía más
espectacular si es que cabía.
Cerré los ojos y disfruté de aquella increíble experiencia, pues el sexo con
ella había que escribirlo con mayúsculas.
En aquel luminoso jardín, con Pauline cogida por la cintura y con la visión
de aquel impresionante trasero, sin duda uno de los más deseados del
mundo, me sentí poderoso.
Solo con su mirada logró encenderme todavía más, logró que quisiera
poseerla todavía con más fiereza, como si le debiera el llevarla a un
universo del placer en el que nunca hubiese estado.
Esa noche, después de encargar una pizza de langosta que nos zampamos en
la mansión, volvimos a salir. Sí, una pizza de langosta, especialidad de
aquella isla y muy rica.
—No tenemos nada que decir, por favor, no nos sigáis—les rogué con
paciencia mientras ella les sonreía y saludaba con la mayor de las
amabilidades.
—Te pongas como te pongas nos van a seguir, así que es mejor tomarlo con
alegría.
—Con alegría te voy a tomar yo a ti—le dije mientras la cogía por la cintura
y presumía de ella, pues no podía estar más orgulloso.
—Es que a Holbox la llaman la Isla del Buen Rollo, ¿no es así?
—Así es, guapísima. Así que toma nota, ¿vale? ¿Tú sabes que yo me estoy
empezando a enamorar de ti, pero mucho?
—¿Y tú lo dudas? Eres una de las mujeres más deseadas de este planeta, el
que tendría que sentirse inseguro soy yo, pero va a ser que no, ¿y sabes por
qué? Porque el amor está hecho para saborearlo y las inseguridades, los
miedos y los celos no lo permiten, es importante que lo sepas.
Esa faceta de ella sí que no la conocía y estaba a punto de hacerlo, algo que
me dejó totalmente embelesado. Ya llevábamos un rato en la calle y nos
habíamos tomado un par de cócteles, por lo que estaban a punto de dar las
doce de la noche cuando entramos en ese karaoke.
Una alarma le sonó justo en el momento exacto, que fue cuando la miró
también el encargado del karaoke y ella no dudó en subir al escenario, ante
los atónitos ojos de todos aquellos que no se habían dado cuenta de quién
era.
No, no solo me emocionó por su voz, pues cantaba como los ángeles, sino
por el gesto que tuvo, por el paso al frente que dio cantándome delante de
todos como el mejor regalo de cumpleaños que pudiera ofrecerme.
No podía parar de sonreír y de negar con la cabeza mientras la veía, como si
también fuese una diva de la canción, llenando todo el escenario.
—Te juro que si tuviera una mujer así no se me ocurriría pedirle nada más a
la vida, es jodidamente increíble—le dijo un chico que estaba a mi lado a su
amigo.
Yo tampoco pensaba pedirle muchas más cosas, salvo que me acercara más
a mi hijo Daniel, a quien sí echaba muchísimo de menos. Justo me llegó
también un mensaje suyo de felicitación en ese instante, junto con otro de
su madre que me apresuré a borrar, pues no quería crearle más
inseguridades a Pauline.
Cuando ella bajó del escenario lo hizo pletórica, todos aplaudían y silbaban,
incluso muchos la habían grabado, sin que a ella pareciera importarle lo
más mínimo.
Aunque para nada era así, parecía como si Pauline hubiera nacido entre
focos, de lo bien que se defendía en ese mundillo.
—Ha sido sublime, el mejor regalo que podrías haberme hecho, ¿cuándo
pensabas decirme que cantabas así? Mira que ya estaba enamorado de ti,
pero ahora lo estoy todavía más.
Feliz, ella enmarcó mi cara con sus manos y nos besamos. La gente, que no
le quitaba ojo de encima, comenzó a aplaudir y ella les agradeció el gesto
diciendo que no era para tanto.
Se notaba que le gustaba destacar, supongo que eso no se puede evitar o
simplemente no hay razón para hacerlo cuando a uno le seduce la fama
como a ella le seducía.
La misma pasión nos despertó horas después e hizo que antes de comenzar
el día volviéramos a amarnos…
Capítulo 20
—Pues esto no es nada, yo voy a lograr que seas tan feliz que ni te acuerdes
de nada de tu vida anterior—sentenció.
—Ya, ya, claro, Daniel, eso por supuesto, ¿te ha felicitado ya?
—Sí, lo hizo anoche mientras cantabas, amor.
Me quedé pillado, pero comprendí que tenía que dar una respuesta rápida
antes de que fuera peor.
Me sentí mal, muy mal, porque odio las mentiras. Sin embargo, aquella me
pareció una mentirijilla piadosa soltada para que ella no montase en cólera.
Tenía la esperanza de que todo eso cambiaría muy pronto, que enseguida
ella comprendería que ninguna otra mujer podía hacerle sombra en mi vida,
pero mientras prefería poner el parche antes que la herida, como suele
decirse.
—Vale, mejor. Voy a por tu regalo—me anunció con voz cantarina porque
parecía que mi respuesta le había encantado.
Desnuda como estaba, pues así nos gustaba dormir abrazados, no dudó en
levantarse y sacar de entre sus pertenencias una caja. Enseguida vino con
ella en la mano y me la ofreció. Se trataba de una pulsera de cuero,
maravillosamente labrada, una auténtica pieza de artesanía con la que noté
que me hizo un guiño.
—¿Te gusta?
—Eso ya lo sé—Rio.
—Detecto por tu risilla que me estás diciendo que tengo que modernizarme
un poco, ¿no?
La abracé y la senté sobre mis piernas. Nada más hacerlo la noté mojada y
eso hizo que mi pene reaccionara a la velocidad de la luz, endureciéndose
todavía más, pues su sola visión desnuda ya me tenía duro.
Ella aprovechó para ponerlo sobre su entrada y fue bajando con total
lentitud, metiendo sus ojos en los míos a la par que mi pene se metía en ella,
deleitándose con esa humedad que lo envolvía.
Yo mismo la tomé por las axilas para que se moviera, algo que comenzó a
hacer con toda la sensualidad del mundo, dejando su melena caer sobre un
hombro y ofreciéndome el otro, de la forma más sugerente del mundo.
En momentos así hasta la vista se me nublaba y solo podía ver por sus ojos.
El efecto que Pauline producía en mí era devastador, como si se tratase de
una bomba que explotaba a mi lado y que no me dejaba pensar en otra cosa
que no fuera en ella, convirtiéndose en el epicentro de todo.
Quizás fuera por su modo de operar, quizás por su edad o quizás por ser una
de las mujeres más deseadas del mundo, pero ella también despertaba en mí
un sentido de la posesión que me era desconocido hasta entonces. Solo que
yo hacía uso de ese sentido en la cama y luego mantenía la cabeza encima
de los hombros.
—¿Y qué más quieres, preciosa? —le pregunté mientras el ritmo de mis
embestidas alcanzaba esa delgada línea roja que bajo ningún concepto yo
traspasaría, pues jamás le haría daño.
—Lo quiero todo, lo quiero todo contigo—me dijo con tanta ansia que sentí
temor por un instante.
—Te lo estoy dando todo, preciosa, te lo estoy dando todo—La besé casi
con desesperación porque su sed de mí no parecía saciarse en ningún
sentido, por mucho que yo le diera.
Bajé hacia él, lo besé, lo amasé con las manos, lo lamí y luego lo aprisioné
entre mis manos mientras mi pene volvía a entrar en su ardiente sexo,
poseyéndola con la mejor de las visiones posibles. Lo mucho que
contrastaba el color de su piel con la cama balinesa, los rayos de sol de la
mañana, las ganas de ella…un cóctel sensacional para entrar por la puerta
grande en el día de mi cumpleaños.
Capítulo 21
La Isla de la Pasión era muy pequeñita y a ella le encantó nada más pisarla.
—¿Ves? Esas no son aves carroñeras como los paparazzi, esas solo nos
sobrevuelan para comer.
—Oye, que los paparazzi también tienen que comer, pobrecitos, ¿no?
—¿Y cómo lo sabes? Ya están en Holbox, los has visto igual que yo,
andarán como locos buscándonos.
—Perdona, ¿hay algo que yo no sepa? Porque lo dices con una tranquilidad
que me mosquea.
—Sí, posaremos para ellos el último día a cambio de que nos dejen
tranquilos el resto del viaje.
—Tiene que ser una broma, dime que tiene que ser una broma, por favor.
—Anda, anda, que no puedes ser más exagerado para todo. Posaremos y ya.
—Tú lo has dicho, has dado tu palabra, pero yo no. Lo siento, pero ni hecho
pedazos.
—Me vas a hacer quedar fatal, con lo mucho que me costó convencerlos.
—Pero ¿se puede saber cuándo has hablado con ellos? No me he separado
ni un momento de ti.
—Ni falta que hace, los conozco y tengo los teléfonos de las agencias con
las que trabajan. He llegado a ese acuerdo con los peces gordos, no me
digas que no es un pelotazo.
—¿Y por qué no me entiendes tú a mí? Mira, ellos son así, yo conozco muy
bien cómo funcionan, basta que uno niegue lo que está ocurriendo para que
lo persigan hasta el fin del mundo. Sin embargo, si da la cara, lo confirma y
colabora, no hay problemas, te terminan dejando en paz.
—Ya, pero yo siempre he logrado que me dejen en paz sin tener que pagar
ningún precio por ello, ¿eso puedes entenderlo?
—Pero es que ahora somos más jugosos para la prensa. Con todos mis
respetos, ella no les interesaba demasiado, pero yo sí. Y eso, unido a quién
eres tú, pues…
De todas las posibles cosas que Pauline me hubiera pedido, no había ni una
sola que me costase más trabajo que aquella, pero eso era algo que no
lograba meterle en su cabecita.
Finalmente, viendo que para ella y para su trabajo era muy importante,
terminé por claudicar aun sin estar en absoluto convencido.
—Solo una vez y el último día—carraspeé.
—No vas a conseguir siempre todo lo que quieras de mí, eso quítatelo de la
cabeza—Creo que lo dije en alto porque en realidad era yo quien necesitaba
reafirmarme en esa idea.
Si algo me fascinaba de mi novia era que fuera así de cariñosa, que buscara
constantemente ese contacto piel con piel y que soltara esa sarta de
disparates a cada momento con los que tanto me reía.
Alegre como ella sola, Pauline, siempre que no sacaba esa otra cara, era
alegre a más no poder, contagiándome esa alegría por momentos.
En un momento dado, cansados como estábamos tras nuestras noches
maratonianas, nos quedamos dormidos. Lo último que vi antes de cerrar los
ojos fue su pulsera en mi muñeca, una pulsera que, como le dije, no pensaba
quitarme para nada.
Aquella parrilla tenía una pinta sensacional con su pescado, sus almejas, sus
camarones, su langosta y su pulpo.
—Madre mía, cómo nos vamos a poner—le dije mientras la servíamos. Nos
la habían preparado para llevar, por lo que todo estaba en su punto,
perfectamente conservado.
—Ese después.
Con su bikini blanco, sus ojos violetas y el color turquesa de las aguas de
fondo, solo la separaba de ser una sirena el que no tenía cola (eso por
suerte). También esperaba que el suyo no fuera uno de esos cánticos de
sirena que, según la mitología, embelesaban a los hombres, llevándolos
hasta el fondo del mar para allí devorarlos.
—Dime que tú también vas a probarla, esta tarta tiene una pinta exquisita—
le dije mirando la capa de chocolate que la recubría.
—¿Y a qué estás esperando? —me dijo mientras volvía a correr tras
aquellos matorrales para resguardarse.
Impresionante el salto que di para correr tras ella y no hace falta decir que
la tarta terminó quedándose para un poco más tarde, pues el verdadero
regalo me lo dio allí, sin miradas furtivas, volviéndome a ofrecer la parte
más ardiente de un cuerpo con el que yo ya soñaba hasta despierto.
Después volvimos y…
Fue un cumple totalmente distinto, pero maravilloso, allí con ella, entre
risas y bromas, tomando el sol, bañándonos, abrazándonos, besándonos,
comiendo…
Por la tarde volvimos a darnos una ducha y a salir a cenar. De los locales
que Holbox nos ofrecía, nos decantamos por uno mexicano, que le llamó la
atención.
Pauline era una de esas personas que hacían de todo una fiesta y yo la
hubiera seguido al fin del mundo con tal de ver esa carilla de entusiasmo
que ponía.
Curiosamente, ella también tenía uno junto a su preciosa boca; un lunar que
no había pasado desapercibido para nadie, pues a menudo se hablaba de él
como una de las mayores señas de identidad de su increíble rostro.
A partir de ahí, cenamos como reyes, pues allí donde llegáramos nos
agasajaban.
—Hoy vas a lograr que salga rodando de aquí—bromeaba ella, que solía
llevar a rajatabla su dieta y que aquel día se la estaba saltando a la torera.
—Un poco sí que me estás atontando, sí. Como esto siga igual, seré incapaz
hasta de cerrar buenos negocios.
Tampoco era por casualidad; perdí a Stella por descuidarla en favor de ellos
y no estaba dispuesto a que me sucediera lo mismo con Pauline, esa mujer
por la que estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta.
—¿Eso significa que soy una mala influencia para ti? —Volvió a sacarme la
lengua.
—Sigue así y la perderás. Eso significa que te empiezo a querer tanto que
no estoy dispuesto a que nada de esto se vaya al garete ni por los negocios
ni por ninguna otra circunstancia.
Por la noche, como era de esperar, volvió a darme un regalo; un regalo que
consistía en su imponente cuerpo, totalmente entregado para mí.
Capítulo 23
Un par de días más tarde, todo iba como la seda en Holbox. Perderme por
allí con ella, por esa islita del relax en el que ni siquiera las carreteras están
asfaltadas, era una gozada.
—Ya los tenemos detrás, ¿no? —le pregunté en un momento dado pensando
que el carrito que venía y que casi se nos echa encima, estaba conducido
por un paparazzi.
—Ya te está dando la neura, ¿no? ¿Pues no ves que el chaval que lo lleva
tiene los ojos que parece que está conspirando? —Me morí de la risa con
ella, era única cuando hacía sus gestos y ahí estaba con los ojos rasgados,
imitando a los del japonés que habíamos conocido en las letras de Holbox y
más seria que un cuarto de especias.
—Pues ni cuenta me estaba dando, es que ya sabes que me parece verlos
por todos los lados.
A todo esto, el japonés, que debía beber los vientos por ella, nos adelantó
más feliz que una perdiz.
—Si yo no sabía que supieran reír y mira, lo contento que va él, que parece
que está conduciendo un Ferrari, bonita.
—Que no, tontorrón, que le des al volante, enséñale cómo te las gastas.
Con todo y con eso, logré rebasarlo y al japonés le sentó a cuerno quemado,
como si su hombría se hubiese puesto en tela de juicio por ello.
—Sí, sí, mira, si parece que está chupando un limón—No quise hacer más
sangre, pero el jodido, que era feo con avaricia, enfadado era ya un cromito.
—Venga, adelántalo…
Con lo que no contaba era con que el otro se iba a dejar la piel con tal de
llegar antes que nosotros y aceleró todo lo que pudo en ese momento.
Aceleré a fondo, todo lo que pude, y el carrito “se quejó” haciendo un ruido
que provocó las carcajadas de Pauline.
—Le ha sentado peor que si le hubieras dado una patada en los cataplines.
Solo le ha faltado hacerte una peineta al pasar.
—Es que esta gente es muy correcta, ya lo sabes, pero en su cabeza me
estará haciendo no una, sino una docena.
—Yo creo que sí, porque de eso es justo de lo que tiene cara, sí, ¡míralo! —
chilló ella y la cosa no era para menos porque el chaval iba con la lengua
fuera y en ese momento volvía a rebasarnos.
Miré por el rabillo del ojo y lo siguiente que vi fue el carro de golf a dos
ruedas. Eso fue justo antes de que volcara y se escucharan un par de
chillidos.
—¡Se ha matado, se ha matado! —Concluí mientras paraba mi carro y
saltaba para ver lo que le había pasado, lo mismo que ella.
Al día siguiente todavía seguíamos riéndonos hasta que nos dolieran las
costillas del altercado con el japonés, al que se le debían haber quitado las
ganas de carreritas.
—¿Y tú crees que yo iba a permitir que te pasara nada malo? Ya sabes que
antes muerto, preciosa.
—Eres una listilla, pues claro que sí, vámonos pronto para pillar las
hamacas.
—A ese se le han quitado las ganas de hacerse fotos contigo, has perdido un
fan, guapísima.
—Sí, eso creo yo, ¿cuántos millones de seguidores tienes? —le pregunté.
—No sé, no sé, tendría que mirarlo, yo no estoy pendiente de esas cosas.
—Déjalo que bastante tiene con no poder doblar las rodillas, que va
andando como un Playmobil.
La tomé entre mis brazos y salimos del agua besándonos. La gente estaba
flipando porque no es habitual que alguien tan famoso como lo era ella dé
rienda suelta a sus sentimientos en público, pero eso a Pauline se la traía al
pairo, mi novia era la persona más natural del globo para todas aquellas
cosas.
Antes de hacerlo nos pasamos por un bar muy típico de la isla donde
servían unos cócteles estupendos. Allí había una piscina donde la gente
seguía refrescándose a esas horas.
—Al menos este tipo de cosas me tienes que ir dejando que las suba, ¿eh?
—Anda, pues es verdad, entonces trae también tu mano, que las vamos a
entrelazar así delante de las copas y ahora voy a pensar en algo chulo para
escribir.
Tenía arte con la cámara. Ella no solo era fotogénica al máximo, sino que
cuando estaba detrás del foco también sabía encontrar siempre la fotografía
perfecta.
Tras pasar un ratito allí, nos fuimos a uno de mis lugares predilectos de la
isla, un pequeño y apartado montículo desde donde ver la puesta de sol
como nadie.
—Lo quieras o no te tienes que levantar—me dio con una de las almohadas
en toda la cara.
—Pues puede que te sirva, no seré yo quien te diga que no, pero entonces te
perderías la posibilidad de disfrutar de este cuerpo—Se exhibió para mí con
su espectacular físico como su madre la trajo al mundo.
—Buenos bichos es lo que son, pero que mejor vamos al matadero sin decir
nada más, guapísima… ¡al lío!
Pauline tenía un don natural para todo lo que tuviese que ver con la imagen.
Aquel día no tuvo especial cuidado con que su pelo luciera perfecto, sino
que optó por un look un tanto más salvaje, con el cabello alborotado. Por
todo maquillaje, un perfecto eye liner que enmarcaba sus increíbles ojos y
un poco de rubor en los labios, que les otorgaba todavía más brillo del que
tenían al natural.
Posaríamos en Playa Punta Cocos, otro deleite para la vista, hasta el que
llegamos de la mano.
Pauline iba de lo más relajada, pero yo, por mucho que lo trataba, era
imposible que relajara ese rictus de perro guardián que se me ponía cuando
mi olfato me indicaba que ya los tenía delante.
Por mi parte, les habría dado un par de collejas a cada uno y habría salido
danzando de allí, pero esa no era una opción. La única opción posible era
darles la mano y tratar de ponerles buena cara para no disgustarla, sobre
todo a juzgar por la cara de felicidad que puso viendo que por fin había
llegado el momento y que yo estaba allí, cumpliendo mi promesa.
Las aguas turquesas del lugar, tan limpias, en contraposición con el verde
de su frondosa vegetación, hacían de aquel un sitio único, uno de esos
lugares que todo el mundo debería anotar como uno de los imprescindibles
de visitar en algún momento de sus vidas.
Ella misma dirigió la orquesta, por así decirlo, pues les propuso varios
posados que les parecieron fabulosos. Se veía que lo tenía todo en la
cabeza.
Uno de ellos, con ella dejada de caer en el arco que formaba el tronco de un
árbol y conmigo cogiéndole las manos fue su foto preferida.
Cómo no iban a aprovechar ellos el momento para meter sus zarpas y sacar
buena tajada del asunto.
—Claro, cada día estamos mejor juntos, ¿o es que acaso no lo veis? —les
confirmó ella, de lo más entusiasmada.
—Sí que lo vemos, sí, tanto que nos estamos planteando si sonarán pronto
campanas de boda para vosotros—Ya la habían llevado al punto que
querían.
Sobra decir que los otros se frotaron las manos cuando escucharon
semejante cosa. La pelota estaba en mi tejado, por desgracia. Si negaba lo
que Pauline les acababa de confirmar la dejaría en evidencia delante del
mundo entero y si lo afirmaba, me traicionaba a mí mismo porque nada de
aquello entraba en mis esquemas en ese momento.
—Es una gran noticia. Sin duda, la noticia del año para la prensa rosa—dijo
una de las chicas con los ojos salidos de las órbitas.
—Sin duda que sí. Y ahora, ¿os importaría que nos marcháramos? Nos
quedan pocas horas aquí y nos gustaría pasarlas a solas, por favor—les pedí.
Capítulo 26
Esas pocas horas que nos quedaban estaban llamadas a ser más que
revueltas.
—No ha sido para tanto, solo un comentario sin importancia—me dijo ella,
queriéndome hacer comulgar con ruedas de molino en cuanto echamos a
andar.
—Eso será para ti, pero yo no lo veo así, ¿tú eres consciente de lo que
acabas de hacer? —le pregunté.
—Pues claro, les he dicho a todos que nos casaremos en breve, la verdad,
¿no?
—Si es que no lo entiendo, todo lo que hago te parece mal cuando eres tú el
que no para de meter la pata. Mira, nuestro primer posado juntos y ya lo
estás arruinando.
—Nuestro primer posado, que no era algo que yo deseara para nada y un
bombazo que has soltado que en pocos minutos estará dando la vuelta al
mundo, ¿sabes?
—Ya y eso es lo que te molesta, ¿no? Quedar como el culo delante de todo
el mundo porque yo solo represento una diversión para ti, porque no vas en
serio conmigo.
—En que siempre te tienes que salir con la tuya, en eso. O bien me montas
un pollo o…
—Pero ¿qué cuerno ni qué niño muerto? ¿Tú no te das cuenta de que a mí
me vas a volver loco como sigas así?
—Pero eso es porque te falta sentido del humor, ¿eso va con la edad?
—No son tonterías, es que siempre tienes que salirte con la tuya, actúas
como una niña caprichosa y te da igual el precio que me hagas pagar por las
cosas.
Para mi sorpresa, en esa ocasión fue ella la que salió andando y me dejó allí
solo, con dos palmos de narices.
—¿Se puede saber adónde vas, Pauline? —le pregunté mientras la veía
marcharse.
Quise ir detrás de ella, pero me dejó bien claro que no lo hiciera, que no le
apetecía en absoluto.
Bajé a la playa, solo, y me senté en la arena a esperar. Pensé que fuera una
de esas personas que necesitan su tiempo cuando se enfadan y decidí
dárselo.
Casarme con ella en breve, por el amor de Dios, ¿cómo se le había ocurrido
decir eso? Una decisión tan íntima, que llegaría en su momento, pero no en
ese en el que apenas habíamos empezado a salir.
—Papá, ¿es verdad que te casas? ¿Cómo no me habías dicho nada? Pauline
es muy guapa, pero yo creí que me dirías una cosa así antes de que se
enterase todo el mundo.
—Pues dile que te han entrado las prisas y que se te ha olvidado llamarlo,
pero que lo ibas a hacer enseguida, ¿no es así? Eso ha ocurrido porque la
chica es muy guapa, enhorabuena, Jason.
—Vale, papá, no pasa nada, pero otra vez cuenta antes conmigo, ¿vale?
Ellos estaban también de viaje y se les notaba felices. Se habían tomado
unos días de vacaciones, igual que nosotros, pero nos seguían separando
miles de kilómetros.
—Ok, un beso.
—Lo imagino, lo único que te pido es que tengas en cuenta a Daniel en este
tipo de cosas. Sabes que él te adora y, esté donde esté, tú sigues siendo su
papi.
—Gracias, Stella. Oye y otra cosa, ahora entiendo que a veces las personas
no sepamos cómo hacer las cosas.
Se lo dije porque fueron muchas las veces que la machaqué por no estar de
acuerdo con cómo las hizo ella cuando se fue con James. Ahora entendía
yo, y de sobra, que las situaciones no son fáciles de manejar en
determinados momentos y más cuando son de dos…
Capítulo 27
Comencé a buscarla por los pubs y al pasar por la puerta de uno de ellos, un
camarero me reconoció.
—Mira, yo lo único que puedo decirte es que iba pero que muy borracha, se
ha tomado muchas más copas de la cuenta.
En eso tenía el chaval más razón que un santo, cuando a ella se le metía
algo entre ceja y ceja era casi imposible hacer que se bajara del burro.
—No, hemos tratado de llamarte, pero ella se quedó sin batería y no hubo
forma. Salió de aquí hará una hora con un par de chicos.
—Sí, con dos chavales que no paraban de darle palique. Ella no les hacía
mucho caso, no te preocupes por eso, porque se la ha dado mortal con que
si se quiere casar contigo y tú no quieres y tal, pero el caso es que al final se
ha ido con ellos.
—Sí, hombre, pero tampoco creo que le vaya a ocurrir nada malo. Estamos
a plena luz del día y esta isla es de lo más tranquila, aquí nunca hay
problemas.
Estaba desesperado, con una corazonada que me mataba. Yo, que siempre
me negué a moverme por el mundo con guardaespaldas y asumí el riesgo de
lo que me pudiera suceder, eché de menos en ese momento el tener a gente
de quien poder echar mano.
Por esa razón, llamé a un grupo de chavales que merodeaban por allí y les
ofrecí una generosa suma de dinero por ayudarme a buscarla. Les dejé mi
teléfono por si daban con ella y todos a la par nos pusimos manos a la obra.
Aquel último tramo, totalmente arenoso, tuve que hacerlo a pie. Corrí como
una gacela a su encuentro, mientras que aquellos dos hijos de mala madre lo
hacían que se las pelaban en dirección contraria a mí.
—Te prometí que no dejaría que nadie te hiciera daño, pequeña, pero no
puedes hacerme este tipo de cosas, así no puedo protegerte…
—Es que me sentía tan sola y tan triste, ellos me dijeron que nos reiríamos
un rato, que luego me acompañarían a buscarte.
—No puedes fiarte de toda la gente, ¿no ves las cosas malas que pueden
ocurrir, pequeña?
—Pero es que tenía mucha pena porque tú no quieres casarte conmigo y ese
es mi sueño, ¿por qué no quieres casarte conmigo? —La culpabilidad me
asaltaba por momentos.
—No es que no quiera, cariño, no es eso, solo es que tienes que entender
que me ha pillado totalmente desprevenido. Las cosas no se hacen así, todo
tiene su momento…
—Entonces, ¿eso quiere decir que te casarás conmigo? Es que estoy muy
triste, muy triste…
Estaba triste, tristísima y llorosa… Aparte, tufaba a alcohol que tiraba para
atrás, no sé cuánto habría bebido, pero una barbaridad, en cualquier caso.
—Pues entonces, dime que te casarás conmigo, ¿qué te cuesta? Dime que te
casarás, por favor.
—Está bien, me casaré contigo—le dije tratando de que por fin dejase de
llorar.
Capítulo 28
Esa semana, tal cual llegáramos, le tocaba volar a Londres, donde habría de
pasar varios días. La despedí con preocupación, pues después de lo
sucedido me sentía especialmente responsable de ella.
—Perfectamente, ¿por?
—No me lo tomes a mal, Jason. Sabes que además de mi jefe eres mi
amigo, ¿verdad?
—Es solo que te noto mucho más distraído de lo normal. Tú siempre has
sido el jodido tío más centrado del mundo para el trabajo y ahora no pareces
saber ni dónde tienes la cabeza. Ayer te olvidaste de una reunión
importante, hoy has dejado firmas pendientes, sé que no estás bien.
—Supongo que un poco preocupado, pero nada que no se pase con los días.
—¿Puedo meter las narices en tus asuntos o me voy a ver en la cola del paro
si lo hago?
—Es que ese es el problema, que siento que ya no te conozco igual que
antes, ¿sabes?
—No digas tonterías, nadie cambia en tan poco tiempo. Además, no tengo
ninguna intención de volverme lelo—Le saqué la lengua.
—Vale, pues entonces voy a ir al grano, pero recuerda que me has dicho que
mi contrato está blindado.
—¿Yo he dicho eso? Bueno más o menos sí, porque tú tienes carta blanca
para hacer y decir aquí lo que te venga en gana.
—No quieras darme coba, que ya sabes del palo que voy…
—Porque con ella puedo ser yo misma, no tengo que ocultarme ni que
cambiar nada, ¿tú puedes decirme lo mismo?
—¿Me vas a decir que ha sido cosa tuya anunciar a bombo y platillo esa
boda y en tres días? Mira, tú y yo hemos bromeado, por ejemplo, con mi
boda, pero a pesar de que lo mío con Carine está mucho más consolidado,
yo no me casaría con ella ahora ni borracha, ¿sabes?
—Que tú estés en plena crisis de los cuarenta no tiene que ver conmigo,
¿eh? Cada palo que aguante su vela. Tú estás cañón y lo sabes, nada de
viejo, pero te repito que no eres su padre y que determinadas cosas todos
deberíamos traerlas aprendidas ya de casa, ¿o no te parece?
A ella no quise contarle nada más, nada de lo que sucedió en Holbox ni del
resto de pollos que me había montado. En cierto modo, me sentía un tanto
ridículo al confesarlo, como si yo mismo entendiera que según qué cosas no
eran justificables en ninguna circunstancia.
Pauline por fin volvía esa noche de viernes y por la tarde quedé con John
para machacarnos en mi gimnasio.
—Con retraso vas tú esta tarde, te veo más lento de lo normal, ¿estás bien?
—La apuesta, joder, la apuesta… Le dije a Nancy que ibas en serio. Ella
decía que ni de coña, que no podía ser.
—Pues entonces supongo que son muchas las cosas que tenemos que
celebrar. Joder, una apuesta, qué puñeteros, ¿no tenéis nada en lo que
pensar? Cuando Stella estaba embarazada tenía antojos día sí y día también,
¿Nancy no los tiene?
—No me hables, no me hables… el otro día me hizo ir a buscarle yogur
griego con frutas del bosque a las cuatro de la mañana, ¿me imaginas?
—¿Me has puesto un jodido detective privado? Joder, Jason, a veces me das
miedo.
—No me hace ninguna falta ponerte un detective para saber eso, ¿paraste o
no paraste?
—Igual paré, pero solo para tomarme una copa. Al fin y al cabo, estamos
embarazados los dos, ¿no? Pues eso, que yo también tenía un antojo.
—Ten cuidado con dónde y cómo te aireas, que te conozco y tienes más
peligro que una piraña en un bidé.
—No, tío, yo la quiero y no voy a hacerle ninguna faena, lo sabes. Eso sí,
mirar es gratis y a mí se me van los ojos, eso no lo va a cambiar nadie, pero
tampoco me molesta que mire ella. Es más, yo cuando veo un tío que está
bien, se lo señalo para que se recree la vista, así luego, cuando lo hago yo,
me cae una colleja un poco menos fuerte.
—Sí que lo tiene, sí, pero sabes que la adoro e incluso empiezo a adorar
también a ese renacuajo que viene en camino.
—Vamos por partes, que ya estoy notando que necesito una copa.
Quise darle una sorpresa, pues fui a buscarla al aeropuerto con Trevor. Le
había dicho que tenía una reunión de trabajo, pero no era cierto.
—¿Ahora ya puedo cantar lo que me venga en gana, Jason? Qué liberación,
he pasado unos meses totalmente oprimido en el trabajo.
—Pero tú también eres mi amigo, quiero que lo disfrutes. Además, que para
eso todavía no hay fecha ni nada.
—Mira que te gusta meterte conmigo, dirás que te va mal cuando me haces
caso.
—Te quiero, te quiero, es que te quiero tanto—me soltó ella cuando la tomé
entre mis brazos y la besé sin tregua.
—Nada de nada, aunque ahora que lo pienso, lo mismo un poquito sí, pero
no me hagas caso, ¿eh? Porque ha sido muy, pero que muy poquito.
—¿Y eso? Cuéntame, Trevor, ¿por qué te da tanta alegría que haya llegado?
—Porque este se pone muy tonto cuando no estás, necesita mimos y, como
tú comprenderás, no me paga para que yo se los dé.
—Pues va a ser que no, es lo que toca—me confirmó ella mientras me hacía
arrumacos en el asiento posterior.
—Ya la has oído. Y te advierto, Jason, que donde hay patrón no manda
marinero.
—Eso ya lo sé, no hace falta que me lo digas. Tira para casa, por favor.
—Sí, que estoy deseando llegar. No sabes las ganas que tengo de llegar.
Se notaba que ella estaba igual de contenta de verme de lo que lo estaba yo.
Llevaba todo el día contando las horas, sentía la necesidad de comprobar
con mis propios ojos que estaba perfectamente, cada vez generaba en mí
una mayor necesidad de cuidarla.
—Tienes que tirar de las botas, son nuevas y todavía apenas han cedido—
me comentó muerta de la risa intentando zafarse de ellas.
Le hice caso y con ella tumbada en la cama tiré con tanto énfasis que
terminó por salir despedida.
—¿Estás bien, amor? —me preocupó porque fue a darse justo con el
cabecero.
Una vez lo hice, hundí la cabeza en su sexo, buscando su calor, para luego
abrirme camino en él con mis dedos, que de inmediato se humedecieron. Su
olor, ese penetrante olor volvió a meterse dentro de mí. Si tuviera que decir
a qué olía Pauline lo tendría claro; olía a vida.
Sus piernas, una vez logré que se corriera para mí, terminaron sobre mis
hombros mientras que el violeta de sus ojos le suplicaba a los míos que la
penetrara con fuerza.
Eran tantas las ganas que tenía de hacerlo, tantas las ganas de volver a estar
en interior que mi primera embestida fue feroz. Su cuerpo se contrajo y de
su boca salió un gemido que entró directamente en mi mente; ese era justo
el tipo de gemido por el que yo moría, el tipo de gemido que deseaba
escuchar de su boca, el tipo de gemido que me indicaba que la cima del
placer no tenía secretos para ella cuando ambos estábamos juntos.
—Vaya tela…
—Ven aquí, anda, que yo sí que te voy a dar complejo—Le volví a tapar su
boca con la mía y me concentré en proporcionarle el mayor de los placeres,
uno que le creara el deseo y la necesidad de beber de mis labios y solo de
mis labios.
Con Pauline notaba que los problemas ya no dolían, que los fantasmas del
pasado habían perdido el poder de venir a visitarme y que todo volvía a
estar a mi favor y no en mi contra.
—¿Ya es por la mañana? Pero si tengo mucho sueño—Se tapó con uno de
los almohadones.
—Pues he querido decir que te encanta ser el centro de todo y con eso no te
descubro nada. Por cierto, pronto vas a poder disfrutar de una cena en la que
serás la anfitriona, que lo sepas.
—Eso también.
—Pues lo parece, que sepas que mis padres están locos con el compromiso,
sobre todo mi madre.
Según ella sus padres eran personas sencillas y su madre tendía a leerle la
cartilla cuando su hija se pasaba un poco. Yo aún no los conocía, porque
vivían en Boston y ella estaba buscando el momento para presentármelos.
—¿Con un calzador? ¿Esas son las ganas que tienes de casarte conmigo?
Pues ¿sabes lo que te digo? ¡Que al diablo la puta boda y al diablo tú! —
chilló mientras cogía una delicada pieza de porcelana de su mesilla de
noche y la estrellaba en el suelo.
—¿Y ahora te vas? Contesta, ¿huyes como un cobarde? ¿Eso es lo que eres
tú, un cobarde? Porque si es así debes saber que yo no quiero estar con
ningún cobarde ni mucho menos casarme con uno de esa calaña.
No sé cómo pudo saltar así, pero de pronto la encontré delante de mí, presa
de la ira y mirando a su alrededor.
—Soy yo quien no tiene ninguna intención de casarse con una persona que
pierde los estribos como lo haces tú—le advertí porque aquello ya estaba
rozando la locura.
—Ah, ¿no? Pues ahora mismo cojo el pescante y no me vuelves a ver,
¿quién te has creído que eres para hablarme así?
—¿Me estás dejando? ¿Tú me estás dejando? Porque antes de que lo hagas
te digo que soy yo la que te deja con dos palmos de narices. No, no eres el
hombre que creía, yo me había hecho una idea que para nada se parece a la
realidad.
—Es que ni siquiera eso es lógico, ¿no te das cuenta? ¿Cómo es posible que
estuvieras enamorada de un hombre al que ni siquiera conoces? Eso es una
auténtica locura.
—Una locura que te ha venido muy bien durante todo este tiempo en el que
te has divertido conmigo, porque eso es lo único que has hecho. Ya lo veo
todo claro, por fin se me ha caído la venda; en ningún momento has tenido
intenciones serias en lo referente a nuestra relación, por eso te jodió tanto
que yo hiciera público que nos casábamos. ¿Sabes lo que te digo? Que eres
un auténtico cabrón y que no me mereces.
—No sabes lo que quieres, ¿no te das cuenta de que yo no puedo vivir así?
—¿Lo ves? ¿Ves como siempre estás poniendo obstáculos a los nuestro?
Capítulo 32
Ella, que tonta no era, sabía muy bien lo que ese silencio representaba y
lloraba con una amargura todavía mayor.
—Ya está, bonita, por favor, ya está, te lo pido por lo que más quieras.
Concluí lo que ya había pensado más de una vez, que mi vida con ella podía
asemejarse a estar montado en una montaña rusa; tan pronto me llevaba al
cielo como me dejaba caer al suelo.
Cuando por fin logré que dejara de llorar, la sonrisa volvió a su cara.
Minutos después, sin que supiera decir cómo se las apañó, ya estaba dentro
de ella, haciéndole el amor como si no hubiese un mañana y deseando su
cuerpo como jamás había deseado ningún otro.
—Mira lo que te he traído de Londres, seguro que no has visto nada en mis
redes—me comentó enseñándome su móvil.
Su forma de posar era tan sexy que bien podría parecer que echaría a arder
cualquiera de aquellos icónicos monumentos, aunque para monumento ella.
—No digas nada más, por favor, no arruines este momento tan bonito que
estamos viviendo, ¿no entiendes que solo existe el aquí y el ahora? El
pasado ya no está.
—¿No decías que te apetecía? Venga, que eso no lo hemos hecho todavía.
—Eso es porque tenía una micro lesión en una rodilla, pero que ya está
estupendamente, ¿eh? Que yo no me la he echado abajo como el japonés—
Rio.
—Sí, madre mía, qué cabreo pilló. Mira que pensar que nos iba a ganar, con
el buen equipo que formamos, ¿verdad?
—Pues ya te he dicho que eso no es nada, ¿vale? Que sepas y entiendas que
te voy a hacer tan feliz que no sabrás ni dónde tienes la cabeza.
—Muy bonito, así que cuando te conviene sí que influye mi edad, eso está
precioso.
—Ven aquí, que te voy a demostrar que tu edad es la mejor del mundo para
ciertas cosas que se me están pasando por la cabeza.
Se le pasaron por la cabeza a ella, pero fui yo quien se las hice encima de
unas sábanas de satén que conocieron nuevamente la pasión de nuestros
cuerpos.
—Perdona, ¿un puré de tapines has dicho? Para mí que sea un buen
chuletón de ternera, por favor.
—Oye, ¿dónde te metes? Desde que tienes esa novia tan despampanante no
hay quien sepa nada de ti…
—Pues por aquí todo bien, las gemelas cada día más guapas y su madre
cada día más latosa, lo normal…
—Es lo que vas a comer, así que cuanto antes lo asumas mejor…
—Pues nada, qué remedio. Y de lo otro pues eso, que hacía mucho que no
telefoneaba a Fede y me estaba echando de menos. Es uno de mis mejores
amigos, te he hablado ya de él.
Yo ya me sabía muy bien sus medidas, si hasta podría dibujarlas con los
ojos cerrados, por lo que acudiría al taller de alta costura de una amiga,
Doris, para que le confeccionara un vestido a la altura de las circunstancias.
Incluso se empeñó en servir ella misma la mesa. Preciosa, así estaba con sus
shorts tejanos, unas deportivas y una camisa de cuadros anudada en su
cintura. Parecía una cow girl, absolutamente deseable.
Lo que no me había pasado por alto fue el hecho de que tampoco en aquella
ocasión pareció entusiasmarle el conocer a más amigos míos, igual que
tampoco parecía hacerlo el relacionarse con los que ya le había presentado
en Nueva York.
Ella solo parecía sentirse a gusto en casa conmigo y todo lo más con Emily,
en quien sí se apoyaba, si bien yo notaba que lo hacía como si fuera una
madre, como buscando refugio y cariño constantes en ella. Hasta una
mañana invitó a su hijo para que viniera a conocerla, un bonito gesto que el
chaval no olvidaría nunca.
A mí sí que me entusiasmaba que mi gente la conociera, presumir de ella y
que compartiera mis aficiones, lo mismo que yo compartiría las suyas en
cuanto me lo pidiera.
Nada me apetecía más que acudir a esa ópera con Pauline y verla
emocionarse igual que me emocionaba yo. Solo rezaba porque el
espectáculo fuera de su gusto.
Capítulo 34
Tan pronto comenzó la semana, en la que ella sí que pudo atender sus
compromisos desde Nueva York, no teniéndonos que separar, me puse con
todos los preparativos.
—Sí, todo va como la seda entre nosotros y estoy ansioso por llevarla a la
ópera.
—Pero ¿te has cerciorado de que eso le gusta? Porque si no es así lo mismo
le resulta un muermo total. Yo es que una vez quise llevé a Carine a un
espectáculo de danza y la pobre vino y calladita, pero al salir me dijo que la
próxima vez adoptara un mono y me lo llevara a él.
—Pues claro, una relación natural, en la que se puede hablar de todo sin
tapujos… Si a mi chica no le gusta la danza, ¿por qué demonios tiene que
venir conmigo? Y con la ópera pasa lo mismo, ya lo sabes, que o te gusta
mucho o tienes ganas de pedir el cubo de potar.
—En eso sí que tengo que darte la razón. Oye, ¿y esto de encargarle el
vestido sin tener claros sus gustos?
—Ya sabes cómo es Doris, además ella conoce el estilismo de todas las
famosas, lo va a clavar.
—Eso espero, no sea que con tanta sorpresa te salga el tiro por la culata.
Oye, ¿y qué hay de Daniel?
—Pues ya falta poco más de un mes para que venga a visitarme, te puedes
imaginar cómo estoy. Tengo unas ganas tremendas de que conozca a
Pauline.
—Digo yo que sí, que para algo es tu prometida—lo dijo con retintín
porque a ella el tema de ese anuncio de boda tan precipitado seguía sin
convencerla.
—Oye, ¿y a ella?
—Yo solo te digo que si ella te suele preguntar por el niño y todas esas
cosas. Tú eres un padrazo y en vuelta de nada, Daniel volverá a vivir aquí,
por lo que deberías cerciorarte bien…
—Todo irá genial, ella me adora y, por ende, también adorará a mi hijo.
Ella no decía nada, pero tenía la habilidad de sembrar en mí todas las dudas
del mundo. En realidad, el problema no estaba en Rebeca, he de ser sincero,
sino en el hecho de que yo muchas veces no supiera responder con certeza a
sus preguntas.
Por otra parte, quizás el hecho de que fuese tan joven influyera en eso.
También debería darle su tiempo y esperar a que lo conociera, seguro que
entonces mi niño se ganaría su cariño, porque era un chaval extrovertido y
dicharachero de los que hablaba hasta con las piedras.
—Eso es lo que le decía yo a mis novios, que me dejaban a medias, por eso
me he cambiado de acera—le confesó Rebeca, que tenía confianza con ella
porque también se encargaba de los vestidos de Stella para las ocasiones,
por lo que tuvo que hacerle mil llamadas en el pasado.
—Di que sí, yo eso lo vi venir desde el principio y por eso me he quedado
soltera…
—Muy lista, vaya, que para unos pocos centímetros de chorizo no te quedas
con el cerdo entero…
—¿Con el cerdo? Chicas, os recuerdo que estoy aquí y que soy hombre.
Las últimas dos semanas habían sido estupendas, sin que ningún altercado
por parte de Pauline me sobresaltara. Ella parecía haber cumplido su
promesa de que nada de aquello volviera a suceder y yo comenzaba a
relajarme con la ilusión de que todo iría sensacional entre nosotros a partir
de entonces.
—Te tengo una sorpresa, amor—le dije mientras la besaba antes del
almuerzo.
—Yo nunca he estado, pero estoy segura de que me va a gustar. Solo por lo
mucho que te gusta a ti, no lo dudo.
—Qué bonito eso que me has dicho, ¿no? ¿Tú me vas a amar siempre?
—Muero de amor, Jason, pero ¿qué me voy a poner? —Se echó las manos a
la boca, preocupada.
—Pero ese vestido es, es…—Apenas le salía la voz del cuerpo y eso que
ella estaba acostumbrada a que la vistieran muchos de los mejores
diseñadores del mundo.
—Estás increíble, pero creo que hay un detalle que puedo mejorar…
—¿No te gustan mis pendientes? Pero si me dijiste un día que eran muy
bonitos.
Con ellas temblando, abrió la cajita y sacó dos piezas únicas, un par de
pendientes de una de las colecciones más exclusivas del mercado, algo que
la dejó nuevamente sin palabras.
—Pero que no puedes levantarte ahora, preciosa, ¿se puede saber adónde
vas?
Lentamente, echó su pelo hacia cada uno de los lados para colocarse los
pendientes de la forma más sugerente del mundo, como todo lo que ella
hacía.
Pauline me tenía tan enamorado que cualquiera de sus gestos hacía que me
la quedara mirando como si se tratara de una obra de arte andante.
—Pero seguro, será mejor que me vaya al baño y que me refresque las
muñecas—Reí porque tenía razón de sobra. Cada vez que Pauline y yo
hacíamos el amor, lo hacíamos a lo grande, de forma que su peinado y su
maquillaje se verían resentidos y sería una pena.
Para eso tendríamos luego el resto de la noche, pues la suite presidencial del
mejor hotel de Washington nos esperaba.
—En que te amo tanto que no creo que pueda amarse más.
—Sí, ahora por fin comienzo a tenerlo claro, aunque reconozco que me ha
costado un poco.
—¿Te ha costado un poco? No me digas, si no me he dado cuenta… Mi
niña, te voy a hacer feliz, muy feliz, tan feliz que jamás volverás a
desconfiar de nada, ¿vale? —Besé su frente y sus mejillas porque no quería
estropearle su perfecto gloss labial.
—Pues entonces sigue, ¿a qué esperas? — Esa parte inocente a la par que
impaciente y también infantil que le salía me fascinaba.
Llegamos a la ópera y allí que nos estaban esperando Fede y su esposa, que
ejercieron como perfectos anfitriones.
Pauline miraba hacia todos los lados entusiasmada, viendo como la gente
ocupaba sus sitios y preguntándose cuál sería el nuestro.
—No entenderás lo que dicen, pero basta con mirar sus gestos para saber lo
que quieren transmitirte.
—Me temo que no, la letra de esta ópera está escrita en alemán, pero ya te
digo que solo tienes que dejarte llevar por las sensaciones.
Pauline les devolvía el saludo y hasta les hacía un gracioso gesto, que la
persona agradecía, para luego volver a la conversación conmigo.
—Te vas a ganar unas buenas cosquillas, aunque estés aquí, te lo advierto.
—Y yo te advierto que nos están enfocando las cámaras, eso que tanto te
gusta. Venga, saluda, ¿a qué estás esperando?
Pauline sabía cómo chincharme bien y es que eso de las cámaras no iba
conmigo y no iría nunca.
El tenor italiano que salió, uno de los mejores del momento, era el mismo al
que Trevor casi deja mudo con su borrachera, “compitiendo” en voz con él.
Solo por haber llevado allí a aquel impresentable, ignoraba cómo me habían
dejado volver a entrar, pero se ve que soy un tipo con suerte. Y sí, volví a
comprobarlo cuando, tras el primer acto, ella me confesó que era una de las
mejores noches de su vida.
La abracé con ganas, pensando que era una de las mejores cosas que me
había pasado en la vida.
—No sabía que supieras italiano—me dijo ella después de ver cómo los
saludaba y cómo mantenía con ellos una breve charla.
—¿Es que crees que ya lo sabes todo sobre mí? Pues la llevas clara, habrás
leído mucho sobre mi persona, pero no pienso dejar de sorprenderte en la
vida, ¿me has oído? Nunca dejaré de sorprenderte.
—Qué cosa más rara que tú quieras más, ¿estás segura de lo que dices? —
Volteé los ojos.
—Es que yo siempre quiero más, es verdad, pero ¿qué puedo hacer?
—Solo os deseo que vuestra estancia aquí sea digna de recordar, Jason—
nos comentó antes de despedirse.
—Digna de recordar dice ese hombre. Y tanto que sí, yo no he visto más
flores juntas en mi vida, si no se sabe si esto es un hotel o un jardín
botánico, ¿tú has visto esto? —Abría ella los ojos al máximo mirando la
cantidad de flores que nos habían dejado.
—Flores para otra flor, mi vida, solo es eso. Y ahora ven—Le indiqué que
se sentara a mi lado.
—Ah, tunante, ¿y dices que soy una flor? Tú lo que estás es deseando
regarme…
No sé hasta qué punto podía calibrar ella cuánto lo deseaba, cuántas ganas
tenía de prolongar aquella luna de miel que estábamos viviendo en la que
todo rozaba la perfección, en la que no había ni un ápice de los celos de
otros momentos, en la que ella por fin parecía haberse dado cuenta de que
yo la iba a amar y a respetar como se merecía.
También tenía que entender que una cosa era que estuviera enamorada de
mí y otra distinta que disfrutara como una loca en compañía de todos mis
amigos, que eran bastante mayores que ella.
Con todo y con eso, mi chica, que el martes voló a Houston, me preguntó
varias veces por todos los preparativos.
La que estaba enloquecida esa semana era Emily, aunque lo hacía de mil
amores y se había ofrecido sobradamente a encargarse de coordinarlo todo.
Seríamos unas veinte comensales, por lo que echó mano de dos personas de
refuerzo que se ocuparan de que el menú quedara sensacional.
John, que tanto había insistido en lo que a Nancy le ilusionaba que nos
reuniéramos, también parecía especialmente contento durante esa semana.
—Bien, bien, Nancy sigue con sus antojos, que estoy a punto de ponerle
unos horarios, pero bien—Rio.
—Sí que lo estamos sí, ¿y Daniel? No veas las ganas que tengo de verlo
aparecer por aquí, sabes que me encanta chincharlo.
—Anda ya, al padre mucho más. Por cierto, ¿vendrán también Rebeca y su
novia a la cena?
—Y yo también, desembucha.
—Oye, ¿tú no sigues muy suelto para estar con Nancy? Mira que como la
pierdas lo vas a lamentar más de lo que imaginas, no tienes más que fijarte
en lo mal que lo pasé yo.
—Joder, que lo único que digo es que me pone verlas juntas, pero ya está.
Tú sabes que yo estoy loco por Nancy, por mucho que me cueste hablar de
estas cosas.
—Todos no podemos ser tan perfectos como tú, amigo, pero hacemos lo
que podemos. Seguro que ya le tienes encargada alguna joya a tu Pauline
para que la luzca esa noche.
—Así es, Helen me ha conseguido una gargantilla que creo que la va a dejar
patidifusa.
—Pues ten cuidado, que por ahí empecé yo a descuidar las cosas con Stella
y mira cómo me fue.
No quería que faltara ni un detalle para una cita en la que también daríamos
a conocer el embarazo de mis amigos y brindaríamos por nuestra boda. Por
primera vez desde que aquel inesperado anuncio por su parte saltó a los
medios, comencé a planteármelo como una posibilidad real.
Como me decía Rebeca, yo era un hombre al que le gustaba pensarse las
cosas, pero si todo seguía bien con Pauline, no pasaría demasiado tiempo
antes de que nos convirtiéramos en marido y mujer.
Lo mirase pro donde lo mirase, eso era lo que estaba deseando desde que
Stella me plantó; volver a tener mi propia familia. Los comienzos con mi
modelo no es que hubieran sido especialmente pacíficos, pero yo volvía a
creer en nuestra relación y en que merecía la pena apostarlo todo por ella.
Por lo demás, todo saldría a pedir de boca en la que sería una noche mágica.
Capítulo 38
—Ya está todo controlado, mi amor, no hay nada que tengas que hacer.
—Madre mía, soy una suertuda. Pues nada, ya veo dónde está el truco; en
irme antes de viaje y en adjudicarme todo el mérito de la fiesta.
—Lo que tienes que hacer es pensártelo mejor y subir con nosotros a casa,
amigo.
—Sí, será por lo que pinto yo entre esa panda de ricachones. Mira, si
todavía se me fuera a pegar algo, lo mismo hasta subía y todo, pero va a ser
que no.
Una vez en casa, me dijo que el vestido para la fiesta, que en esta ocasión
había sido una adquisición suya, era sorpresa y que yo no lo vería hasta que
no lo tuviera puesto.
Me imaginé que sería una obra de arte hecha en tela y que a ella le sentaría
como a nadie y más coraje me dio que esa gargantilla no hubiera llegado a
tiempo, si bien tuve que olvidarme de la cuestión.
—Hoy esos ojos violetas brillan más que nunca en combinación con ese
vestido malva, estás absolutamente encantadora esta noche.
Los Campbell, John con Nancy, Rebeca con Carine y otros de mis amigos
más íntimos se habían reunido allí y todos departían animadamente.
Ella: “No puedo esperar para darte lo que tanto ansiabas. Baja, te estoy
esperando en la puerta de tu edificio, al final resulta que eres un tipo con
suerte”.
Le puse el audio y bajé como alma que lleva el diablo, recibiendo de sus
manos la lujosa caja que contenía la gargantilla, no sin antes agradecerle los
esfuerzos que hizo para que me llegara a tiempo.
—Cabrón, ¿qué te traes entre manos con esa Hellen? Si ya sabía yo que no
eras de fiar, lo he sospechado desde el principio, pero me has embaucado,
¿y todo para qué? ¿Para dejarme en ridículo delante de tus amigos?
—¿Qué estás diciendo? —le chillé absolutamente indignado mientras las
mandíbulas de todos se descolgaban por la sorpresa, incluidas la de los
camareros y la de Emily, que acudió alertada por tanto escándalo.
—Yo no le he dado nada, más bien ha sido ella la que ha venido a darme
algo, Pauline. Lo que ha venido a darme es esto, era tu regalo para esta
noche, pero ya he tenido suficiente. Por favor, ¿podéis dejarnos a solas? —
les pedí a todos quienes asintieron y se marcharon ipso facto.
—Jason, yo… Es que pensé… Por favor, tienes que creerme, amor, esto no
volverá a pasar.
—Por lo que estoy viendo, más bien no debió comenzar nunca. Lo siento
mucho, Pauline, pero no quiero volver a saber nada de ti.