Está en la página 1de 352

Influencer

Silvia Cruz
Si vas a ser de dos caras, al menos, haz que una de ellas sea hermosa. (Marilyn Monroe)
“Acto primero: la fiesta”

Fue una noche perfecta, realmente lo fue. Las tarimas flotantes cubiertas de lucecitas
azules parecían luceros en una noche estrellada cubriendo el cielo de metal oscuro. La
primavera entraba y nuestra sangre bullía hambrienta de festejo, música, sexo, alcohol y, sobre
todo, contenido para nuestras redes sociales.
La experiencia sexual que yo acababa de vivir en el cuarto de baño de nuestra discoteca
preferida me había sabido a poco, pero eso ya era de esperar. Sin embargo, me sentí bien al
comprobar que mi pelo seguía perfecto y mi maquillaje estaba casi inmaculado. Solo tuve que
retocar el carmín de mis labios y ya estaba lista para volver a la pista de baile con Elsa.
Mi compañera del alma, Elsa, estaba espectacular esa noche luciendo un precioso
vestido de lentejuelas plateadas que la hacía brillar sobre esa tarima como si fuera la
mismísima Estrella Polar. Frente a ella, en la piscina, multitud de personas la coreaban para
que siguiera deleitándoles con sus seductores bailes. Por eso, comprendí lo que pasó por su
mente al ver la mirada que Elsa le dedicó a aquel chico que se bañaba, vestido y todo, y que
reclamaba el cuerpo de mi amiga.
Supongo que yo habría hecho lo mismo que ella si no tuviese tanta fobia a mostrar mi
pelo rizado en público. Siempre he pasado largas horas alisándomelo antes de salir de casa
para cualquier cosa, aunque fuese simplemente para ir a comprar la leche.
Pero Elsa no tenía ese problema. Su preciosa cabellera de color pelirrojo era la más
perfecta del mundo. Podía dejársela secar por un vendaval, si quisiera, y quedaría simplemente
perfecta.
Decidí que yo también quería brillar como Elsa estaba brillando esa noche y me subí a la
tarima que quedaba frente a ella, al otro extremo de la piscina, para compartir un poco de
protagonismo con ella. Rápidamente comenzaron a corearme a mí también desde la piscina y
me sentí pletórica. Alcé mis manos, cerré mis ojos y contoneé las caderas al ritmo de
“Titanium” de Sia.
Al abrir los ojos de nuevo, vi a Elsa hipnotizada por el embrujo de aquel misterioso chico
que le vitoreaba y animaba desde el agua.
No recuerdo el nombre de aquel chico. Solo sé que Elsa me habló mucho de él durante
días. Para mi amiga era fácil enamorarse, y ese chico le había gustado de verdad. Por eso,
cuando el chico la llamó con su dedo, Elsa simplemente no se lo pensó. Supongo que la
cantidad de alcohol ingerida lo hizo más fácil. Supongo que si yo hubiese sido Elsa habría
hecho lo mismo. Sé que lo habría hecho porque yo también la animé desde la tarima en la que
yo me encontraba.
Cuando Elsa saltó a la piscina el griterío animándola fue estremecedor. Pero, sin duda, el
crujido que se oyó al caer lo fue todavía más…
Adaptarse o morir: “Cambios”

Filtro “Retro”. Sí, ese queda estupendamente y mis ojos parecen más claros, casi
ambarinos. También disimula la arruga que se me pronuncia en el entrecejo y que se forma
siempre que me hago un selfie de cara al sol. Así está perfecta para subirla a mi Instagram.
“Viernes de cambios” escribo como leyenda y la subo. Es el cambio que necesitaba para volver a
ser yo; dejar atrás la gris y densa borrasca que me ha perseguido por largos meses e ir en busca de
la luz del sol. Serena, mi hermana mayor, me mira raro mientras busco la pose en la que salgo más
favorecida para la siguiente foto, pero yo paso de ella. Es una aburrida. Y, además, creo que
siempre me tuvo envidia. O al menos parece molesta porque sea yo la que más aceptación social
tenga allá donde vamos. Ella jamás comprendió el trasfondo de lo que hago.
Destacar siempre fue algo muy natural para mí. A mi madre le gustaba presumir de mí desde
que tengo uso de conciencia. Antes incluso de hablar aprendí a cantar, bailar y posar para las
fotos. Parecía tener un don innato para ello. Sus amigas siempre me insistían para que jugara con
sus hijas y les guiara por la senda del glamour y el estilo. Bueno… al menos era así hasta hace
unos meses.
Serena, sin embargo, siempre se esforzó en pasar desapercibida. Es más como mi padre.
Seria, aburrida y sesuda.
A mí también me gustaba el rollo ese intelectual de pequeña, pero pronto descubrí que no
era eso lo que te hacía especial entre la masa. La masa es tonta, absurda y maleable. La gente
siempre está hambrienta de contenido meramente estético y sobre todo morboso. Resulta
demasiado obvio cuando entras a las redes sociales y ves que las cabezas más visibles, con más
seguidores y de los que la prensa habla todo el tiempo, son las cantantes o actrices que enseñan el
culo o las tetas de manera provocativa y gratuita, o esos celebrities que tienen un romance lleno de
cicatrices, o todos aquellos que se ven envueltos en algún tipo de escándalo mediático.
Eso era exactamente lo que yo buscaba en Washington, mi ciudad natal, pero todo se
torció una noche. Quizá fui demasiado impulsiva, como dice mi madre. Puede que no meditase
suficientemente cuáles serían las consecuencias, no sé. Lo estaba haciendo todo bien, perfecto
diría yo, y heme ahora aquí, de camino a Malibú para cambiar de vida y tener que empezar todo
desde el principio de nuevo. No puedo decir que no me atraiga la idea de vivir en un lugar como
Malibú, de hecho, es un sueño para mí. Puede que hasta me vaya mejor que en Washington, pero sé
que me costará mucho aceptar que no seré nadie por una temporada en ese lugar del mundo.
Con mis viejas amigas todo era fácil y simple. Las conocía bien y sabía qué cualidades
admiraban en una persona. Supe liderar el grupo casi con los ojos cerrados porque sabía en cada
momento exactamente de qué hablar o qué hacer para estar siempre en el centro de las
conversaciones. Sólo había que seguir unas reglas muy concretas: conversar sobre moda y
hombres, pero jamás establecer conversaciones con mis amigas de las novelas que me gusta leer,
o de las asignaturas que he cursado en la Universidad, intentar ir siempre bien vestida, maquillada
y peinada, siempre acorde con la situación y, por último y no por ello menos importante, tener mis
redes sociales completamente actualizadas y estudiadas al detalle para mostrar que mi vida era
casi perfecta, aunque no lo fuera.
Lo malo es que Elsa, mi mejor amiga, estaba todavía más obsesionada que yo con la fama
y el reconocimiento público. Pienso que eso fue lo que la llevó a cometer aquella locura que
derivó en la mayor desgracia que he vivido hasta el día de hoy. De hecho, Elsa fue la que despertó
en mí el interés por las redes sociales a niveles representativos. Y… entonces… cuando más
metida estaba en ese mundo gracias a Elsa, pasó lo que pasó. Tras aquella noche, pasé meses en
los que no quise salir apenas, perdí peso y mi autoestima se resintió bastante por cargar con
culpas que no me pertenecían.
Gracias al cielo, un reciente ascenso de mi padre, que es un gran agente inmobiliario, nos
permitió salir de allí y comenzar de nuevo con todo en nuestro nuevo destino. Por ello, terminaré
la universidad más adelante, cuando me establezca en mi nuevo hogar, cuando me sienta con
ánimos para ello.
Pero Elsa viene conmigo en este viaje también. En mi móvil tengo infinidad de fotos juntas
que me recordarán siempre lo que vivimos juntas y nuestra meta acordada. Mi objetivo sigue
siendo el mismo que Elsa y yo nos marcamos hace tiempo: ser Influencer. Al menos, intentaré
abrirme camino en ello. Y creo que iba en el camino adecuado en mi ciudad natal, aunque haya
perdido un poco de pericia y puede que también ilusión tras aquello que sucedió esa negra noche y
que me destrozó el ánimo por meses para hacerme cargo de otra cosa que no fuese olvidar. Pero
no se puede olvidar a quien ha sido tu otra mitad por tantos años. Así que cumpliré con lo que una
vez le prometí a mi amiga del alma, y lo haré por ella. Esa es la meta que me he impuesto y, así,
arreglar de alguna manera todo aquel estropicio. Mi determinación a hacerlo me ha devuelto la
alegría últimamente. Voy a hacerlo bien.
Recuerdo con anhelo la sensación de poder que me daba cada día comprobar cómo mis
casi veinte mil seguidores me esperaban, hambrientos de contenido que les mostrase algo de mi
rutina diaria. Algo que envidiar, desear o simplemente sobre lo que hurgar. Me encanta la libertad
que te ofrece Internet de mostrar únicamente lo que quieres, esa es la mayor ventaja que te abre
este nuevo mundo. Puedes ser quien quieras ser. Elsa y yo siempre hemos soñado con el día en
que las mejores marcas de ropa nos enviasen sus prendas constantemente para que las luciéramos
y subir contenido con ellas. Pero no solo ropa. Soñábamos con toda clase de obsequios: perfumes,
tazas, películas, libros y cualquier tipo de complementos. Todo para ser publicitados por nosotras
a través de nuestras redes sociales.
- Ya hemos llegado. Abbey, ayuda a tu hermana Serena a sacar las bolsas del coche. –
Anuncia mi madre. En ese momento bloqueo la pantalla de mi teléfono y alzo la vista.
- ¡Wow! ¡¿Vamos a vivir aquí?! – Grito maravillada con lo que veo. ¡Una mansión! ¡Voy a
vivir en una jodida mansión! Esto debería ser suficiente razón para animarme. Y sí, tengo una
sonrisa en la cara gigantesca.
- Claro, Abbey, ya te hemos dicho que tu padre ha obtenido un ascenso importante. ¡Vamos
chicas! ¡Hagamos turismo por nuestro nuevo hogar! – Mi madre suena exactamente igual de
emocionada de lo que lo estoy yo.
Creo que al fin voy a poder a volver a ser la chica que antes era. Aquí nadie conoce mi
pasado. Nadie sabe lo que pasó.
Malibú… mi sueño desde niña ha sido siempre vivir aquí. Elsa y yo siempre jugábamos a
lanzar hipótesis sobre cómo sería vivir juntas en un sitio como éste. Pero no voy a pensar en
eso… Ahora mismo lo único que me importa es que tengo que llevar a cabo mi plan en este nuevo
lugar. Puedo hacerlo. Puedo ser lo que siempre quise en este maravilloso lugar. ¡Mis amigas de la
infancia van a arder de celos cuando vean en mis redes sociales la casota en la que voy a vivir!
Y… si lo hago bien… quizá pueda conseguir mi objetivo de arreglar en cierto modo aquel
accidente.
- ¡Dime que tenemos piscina, mamá! – Le ordeno dando saltitos mientras bordeo el
Mercedes de mi padre sin saber bien qué hacer. Estoy histérica.
- Tenemos una enorme piscina y un enorme jardín trasero con preciosas vistas al mar. – Me
informa mi padre. Se me han saltado hasta las lágrimas. No puede ser…
Abrazo a mi hermana Serena que me dedica una de sus tímidas sonrisas. Hasta ella, que es
una inexpresiva, parece más que contenta con lo que ve.
- ¡Esto es genial, hermana! ¡Vamos a ser la envidia! – La zarandeo.
- No está mal. – Dice la muy sosa encogiéndose de hombros. Sé que ella sí que va a echar
de menos a los únicos amigos que ha hecho en su vida: Patrik y Selma. Yo, como ya he dicho, no
pienso mirar atrás.
- ¡¿Que no está mal?! ¡Hermana, esto es lo que siempre he soñado! – Palmeo y vuelvo a
mirar mi nueva casota. ¡Es preciosa!

*****
La primera semana en mi nuevo hogar es una mezcla de todo un poco: euforia por estrenar
cada rincón de mi nuevo mini palacio con algún selfie de pose estudiada para lucirlos en las
redes… tristeza y añoranza a veces de mi antigua vida con Ella… mi antiguo hogar… mi ciudad
y… mucha soledad.
Tener tanto está bien si tienes a alguien con quien compartirlo. O, al menos, alguien a
quien mostrarlo.
Aquí, en Malibú, no conozco a nadie y ninguno de mis seguidores de las redes sociales
puede cubrir con sus “me gusta” a mis publicaciones el vacío que siento al no tener a alguien real
a mi lado con quien poder planear un futuro, o una simple fiesta...
Serena, como siempre, vive igual de indiferente a todo, con o sin gente a su alrededor. Mi
hermana sí que está acostumbrada a permanecer en la sombra y, puede que sea la primera vez en
mi vida que envidio eso en ella. Yo no soy capaz de acostumbrarme a este absentismo social y sé
que estoy más que lista para integrarme de nuevo a la sociedad.
Mi madre tampoco lleva muy bien la ausencia de amigas a su alrededor. En Washington,
donde me he criado, ella y sus amigas hacían quedadas constantes en las casas de unas y otras
para hablar de sus cosas, compartir y mostrar sus nuevas adquisiciones como ropa, accesorios y
demás. Mi hogar era un ir y venir constante de personas que venían a visitarla a ella o a mí. Y
ahora, se pasa el día sola en nuestra enorme nueva piscina leyendo revistas de moda y, cuando se
aburre demasiado, persiguiéndonos a Serena o a mí para sugerirnos (o más bien amenazarnos) que
nos hagamos amistades pronto, para así ella poder socializar con sus madres.
Mi madre tiene razón: ¡Necesito amigos con urgencia! Tanta soledad me está pasando
factura después de semanas sin nadie a mi lado con quien poder tener una conversación de verdad,
sobre las cosas que a mí me gustan. Serena no comparte para nada mis gustos y mi madre no es la
persona adecuada con la que hablar de mis deseos rebeldes; no quiero asustarla.
Las redes sociales son lo único que llenan mi vida ahora mismo de un poco de alegría,
menos mal. Hoy subí una foto en biquini junto a la piscina con mi mejor pose para lucir trasero y
he conseguido más de cinco mil “me gusta”. Eso me hace feliz. Ella estaría orgullosa de mí, pero
necesito algo de vida social de verdad.
He tenido la idea de organizar una fiesta la semana que viene para presentarnos en
sociedad y conocer un poco cómo se mueve el mundo por este lugar de la tierra, pero necesito
saber exactamente a quién entregar las invitaciones. Lo más importante para mí en estos momentos
es entrar en el círculo apropiado de personas. Es lo que siempre me dijo Elsa y mi madre:
“Abbey, rodéate siempre de las personas que te convengan para alcanzar tus metas”. Y eso es lo
que pienso hacer. Tengo un objetivo muy claro que alcanzar y lo alcanzaré; cueste lo que cueste.
Por eso hoy he obligado a Serena a vestirse como una chica joven cuidadosa con su
imagen (aunque le haya tenido que prestar uno de mis vestidos más glamurosos) y yo me he
vestido con mi vestido rosa pastel favorito. He sacado a tirones a mi hermana de casa hasta
meterla en el Mercedes de papá, porque el coche que mi padre ha comprado para que Serena y yo
nos movamos por Malibú es un dichoso Mini de segunda mano que está arañado y, aunque no lo
estuviera, no tiene tanto glamour como el de mi padre. De todos modos, sigo agradecida con mis
padres por tener un vehículo para nosotras. Cuando no tenemos otra opción que usarlo se
convierte en necesario. Yo no soy buena conduciendo y tengo una orientación pésima, pero Serena
es la mejor persona que he visto al volante. Es por eso que hoy la necesito.
- ¿Adónde demonios quieres ir, Abbey? ¡No conocemos este maldito lugar! – Protesta
cuando ya ha arrancado el vehículo. Menos mal siempre acaba haciéndome caso, aunque Serena
sea dos años mayor que yo, y aunque siempre proteste por mis decisiones.
- ¡Por eso mismo! ¡Vamos a ir a tomarnos un cóctel a la dichosa zona de fiesta de este
lugar, Serena! – Mi hermana me pone los ojos en blanco. – No protestes más y vamos. He
bicheado por internet y sé dónde están los mejores bares. ¡Vamos! Hay que ir a Santa Mónica.
- ¿Para qué quieres ir allí conmigo? Yo no soy fanática de esos lugares y lo sabes.
- Necesito que me lleves. – Respondo con sinceridad. – Y necesito ir a tomar algo con
alguien. ¡No pretenderás que me vean todos sola bebiendo en un bar! – Serena sonríe y sé que es
porque le encantaría verme en esa tesitura, sabiendo lo muchísimo que yo sufriría así. – ¡No seas
estúpida y llévame! – Comienzo a perder los nervios.
- ¿Y qué saco yo a cambio? – Me sorprende.
- ¡Amigos! ¿O pretendes que nos quedemos metidas en casa para siempre?
- Ya sabemos la clase de gente que escogerás para esa fiesta, Abbey, y también sabemos
que ese tipo de gente sólo querrán ser amigos tuyos, no míos. – Su comentario consigue
reblandecerme. No me gusta ver a mi hermana tan aislada del resto de la gente y sigo sin
comprender por qué siempre lo hace.
- Está bien, podrás invitar a algún bicho raro de tu especie. – Farfullo sin ilusión alguna.
No me suele gustar la gente que mi hermana elije como amigos, pero es justo que ambas saquemos
provecho de esto.
- ¿En serio? – Me pregunta alzando una ceja.
- En serio. ¡Pero puedes invitar solo a cinco personas! Así que elije bien. – Le advierto
con el dedo. No me gustaría empezar con mal pie en este lugar y una fiesta llena de frikis no es la
mejor manera de empezar.
- ¡Vale! Pero que conste que lo hago sobre todo porque me encanta verte de vuelta. Echaba
de menos tus arrebatos de chica mimada y super divina. – Frunzo el ceño ante su comentario,
aunque su sonrisa me hace sonreír a mí también. – Me alegro que estés de vuelta, Abbey.
- He vuelto con más fuerza que nunca, hermanita.
Serena parece más que feliz con lo que le digo y al fin nos ponemos en marcha hacia la
zona de fiesta de Santa Mónica.

*****
- Este sitio apesta, Abbey. – Protesta mi hermana después de pedir una piña colada para mí
y una cerveza para ella. Yo miro a mi alrededor fascinada, examinando cada ser vivo que se
encuentra en este increíble local. No puede estar hablando en serio. ¡Este sitio es una pasada!
Todo el bar iluminado con luces violeta en su interior, espejos y la mayor concentración de
hombres escandalosamente sexis que he visto en mi vida. Es justo lo que necesitaba. A Elsa le
encantaría este sitio.
- ¡Este sitio es una maravilla! – Le llevo la contraria. – Menos mal que me he puesto mi
vestido más caro. Aquí la gente viste como en las revistas. ¡Y menos mal que te he obligado a
ponerte uno de mis vestidos, Serena!
- Ese de ahí detrás te está mirando el culo. – Me informa mi hermana sin el menor tacto y yo
me giro intentando ser discreta para ver de quién se trata.
Al hacerlo, me encuentro con un chico castaño, todo músculo y embutido en una camisa
tres tallas más pequeña que la suya sonriéndome. Es muy mono. Le sonrío de vuelta y veo que está
rodeado de chicos y chicas de mi edad más o menos y muy bien vestidos. Un rubio de ojos azules
guapo, aunque muy delgado y demasiado alto para mi gusto. Una rubia platino que luce un vestido
escandalosamente corto y caro de color plateado. Otra rubia, pero más cobriza, con un vestido de
color verde esmeralda, bastante corto también. Y un chocolatito de ojos verdes increíblemente
guapo. ¡Vaya! Me vuelvo de nuevo hacia Serena y disimulo que estoy en medio de una
conversación entretenida con mi hermana.
- ¡Vamos a hacernos una foto! ¡Tengo que enseñar este lugar en mis redes! ¡En Washington
van a flipar! – Le digo a mi hermana y ella pone los ojos en blanco. – Vamos, Serena, hazlo por
mí. – Pongo mi mejor cara de niña buena abandonada a la que sé que nadie puede negarse. Serena
sacude la cabeza y sonríe.
- Está bien.
- ¡Mejor que nos la haga alguien y se nos vea enteras! Para una vez que pareces una chica
de veintitrés años y no una vieja de cincuenta…
Serena gruñe, pero se pone en pie y mueve su culo hasta ponerse junto a mí. Yo miro a mi
alrededor para ver si encuentro a alguien apropiado a quién pedir tal favor.
En ese momento, el camarero viene y deposita nuestras bebidas sobre la mesa en la que
Serena y yo estamos sentadas. No había reparado antes en ese chico y está claro por qué no lo
hice. Es de la clase de inadaptados sociales en los que suele fijarse alguien como Serena, no yo.
Pero, al ver su rostro, algo me hace quedarme mirándolo fijamente. Tiene unos ojos pardos de
color indescifrable fascinantes, profundos e hipnóticos, y el pelo oscuro y alborotado. Su uniforme
negro está lleno de manchurrones y su pelo grasiento, como síntoma de llevar horas trabajando. Su
expresión parece la de alguien que está en un entierro. Y, a pesar de todo ello, no puedo negar que
tiene el rostro muy bello, pero a la vez una expresión desagradable.
- Son dieciocho dólares. – Dice de mala gana cuando ya ha depositado nuestras bebidas en
nuestra mesa y sacando un blog de notas de su bolsillo en el que anota nuestra cuenta. Después
deja el trozo de papel en la mesa, junto a la bebida y resopla hacia arriba para apartarse un
mechón de pelo rebelde que le cae sobre la frente.
- Aquí tienes. – Le doy un billete de veinte y otro de cinco para la propina y le dedico una
sonrisa coqueta. Simplemente porque sé que en muchas ocasiones ha servido para que algún
camarero me invite a alguna ronda. Pero el chico ni me mira. Simplemente coge los billetes y se
gira sobre sus talones para volver a la barra. – ¡Perdona! – Le grito y se gira de nuevo en nuestra
dirección poniéndome los ojos en blanco.
- ¡Qué! – Me dice con hastío.
- ¿Puedes hacernos una foto, por favor? – Aleteo las pestañas para conseguir lo que quiero.
Eso debería bastar para que quiera ser amable conmigo.
Sin embargo, el chico gruñe, aunque hace lo que le pido. Se acerca y le tiendo mi teléfono,
ya listo para simplemente disparar. Me coloco junto a mi hermana, flexionando una de mis piernas
con sensualidad, muerdo la parte interna de mis carrillos para afinar mis facciones y coloco mi
más que estudiada mirada para las fotos. Tras varios disparos veo que el chico comienza a
sonreír. Eso hace que pueda apreciar unos adorables hoyuelos en sus mejillas, pero, sobre todo,
hace que mis alarmas salten. ¿Está Serena haciendo de las suyas? ¡Efectivamente! Cuando miro a
esa boba, la encuentro haciendo mohines extraños y pongo cara de horror!
- ¡Esta es la mejor! – Dice el camarero devolviéndome el teléfono. Miro a mi teléfono y veo
horrorizada a qué foto se refiere. En ella Serena sale poniéndose bizca y yo tengo cara de asesina
mientras la observo. Examino con estupor las fotos recientes. En todas ellas la absurda de mi
hermana mayor está haciendo la tonta. ¡Mierda, no hay ni una foto aprovechable! – Deberías
aprender de ella. – Me dice el camarero y le dedico a él otra mirada asesina.
- ¿De veras?
- Sí. Al menos no posa como si le hubiesen metido un palo por el culo. – Abro la boca con
estupor ante sus palabras.
- ¡Gracias! – Le dice mi hermana con una sonrisa enorme y muy pagada de sí misma.
- No hay de qué. Te invito a la siguiente cerveza. – Le dice el chico giñándole a mi hermana
y yo no puedo creer lo que veo. El camarero vuelve a la barra y esta vez lo hace sonriente. ¿Se ha
ligado mi hermana a ese bicho raro y sin embargo yo no he provocado el más mínimo interés en
él? ¡He pasado tres horas arreglándome el pelo y maquillándome!
- Menudo idiota. – Refunfuño y me vuelvo a sentar en mi taburete.
- ¡Es simpático! ¡Voy a invitarlo a nuestra fiesta! – No… mi hermana no ha dicho eso.
- ¡Jamás! ¡No vas a invitar a ese estúpido! Solo tú podrías usar el adjetivo simpático para
referirte a ese desagradable sujeto.
- ¡¿Por qué no?! ¡He accedido a venir contigo si podía invitar a cinco personas a nuestra
fiesta! ¡Que por cierto, también es mi fiesta! – Resoplo y aprieto los ojos.
- Como quieras, maldita sea. Pero mantenlo alejado de mí en todo momento. – Le advierto.
Decido olvidarme del episodio del camarero y bebo poco a poco mi cóctel. Me doy cuenta
de que estoy siendo observada por algunos de los miembros de la mesa de al lado. Aunque dadas
las circunstancias y lo absurda que está siendo esta noche, es posible que estén mirando a Serena
y no a mí.
- Hola guapa, ¿cómo te llamas? – Oigo una voz seductora y me giro a ver si es a mí a quién
se dirige. ¡Oh, el castaño macizo! ¡Y me está hablando a mí!
- ¡Hola, soy Abbey! – Contesto la mar de sonriente. – Ella es Serena. – Digo señalando a mi
hermana que bebe a buches de la mismísima botella de cerveza. Menos mal el macizo no la mira y
me sigue observando a mí.
- Yo soy Dylan. Ellos son Alexander – dice apuntando al mulato de ojos verdes – Steve –
señala ahora al rubio alto que sonríe con simpatía en nuestra dirección – Rachel y Katty – dice
señalando a la rubia platino y a la cobriza respectivamente. Las chicas me dedican una media
sonrisa que no sé cómo interpretar. Normalmente las chicas como yo somos así. Nos mostramos en
alerta ante la llegada de una nueva fémina en el grupo, como si tuviéramos que competir entre
nosotras. Como eso yo ya lo sé, actúo en consecuencia.
- Me encanta tu vestido. – Le digo a la rubia platino del vestido plateado y que ahora sé que
se llama Rachel y que tiene pinta de ser la líder femenina.
- ¡Gracias, es de Prada! – Me dice ahora con una gran sonrisa victoriosa y haciendo alarde
de la fortuna que seguramente sus padres poseerán.
- Es precioso. Y te sienta genial.
En seguida entablamos conversación Rachel y yo. Dylan, el castaño, también se muestra
conversador conmigo y bastante atento. Alexander y Katty parecen enfrascados en una pelea.
Tiene pinta de que esos dos tienen un lío. Y, menos mal que el rubio alto, Steve, decide prestarle
algo de atención a Serena. Ambos comienzan a hablar de coches y de motores, el tema de
conversación favorito de la rara de mi hermana.
Al cabo de un tiempo prudencial y cuando siento la aceptación de todo el grupo, les
comento que mi hermana y yo acabamos de mudarnos a Malibú y que vamos a dar una fiesta en
casa para conocer a nuestros nuevos vecinos. Encantados de la vida aceptan la invitación.
El camarero extraño decide aparecer justo cuando Dylan y yo estamos empezando a tontear
descaradamente y deposita un botellín de cerveza con rudeza frente a mis narices haciendo que el
estruendo nos sobresalte a Dylan y a mí. Deposita un botellín para mí y otro para mi hermana. Y
yo odio la cerveza.
- Perdona, yo no he pedido esto. – Le digo antes de que se vaya y me mira de arriba abajo.
- Es una invitación, deberías ser más agradecida, bonita. – Me quedo planchada.
- Oye, Andy, piérdete. Yo me encargo de invitar a esta belleza a lo que le apetezca. – Le
dice el castaño marcando el terreno conmigo. Me siento halagada, aunque creo que no hacía falta
ser tan rudo con el camarero, que ahora sé que se llama Andy. Andy aprieta la mandíbula y mira a
Dylan con desprecio.
- ¡Vete a la mierda, Dylan! Yo también puedo invitar a lo que me dé la gana y a quién me dé
la gana. De hecho, yo quería invitar a la única persona que parece interesante de verdad aquí. –
Andy señala a mi hermana y sin poder evitarlo, siento unos enormes celos de ella en estos
momentos. Es la primera vez en mi vida que alguien la prefiere a ella sobre mí, aunque me alegre
por ella, no es algo a lo que estoy acostumbrada para nada. – Al menos, es la única que tiene buen
gusto para pedir bebida. – Andy sonríe a mi hermana y ésta le devuelve la sonrisa. Después, su
gesto se torna de nuevo oscuro y clava su mirada en mí. – Haz lo que quieras con tu cerveza,
bonita, es tuya. – Me dice y se vuelve a la barra.
- ¡Eso, largo de aquí! – Le grita Dylan y yo me siento mal de repente por Andy. Ha tenido un
gesto bonito conmigo, aunque no haya acertado para nada en mis gustos y puede que haya sido
demasiado bruto en sus formas. Pero no me molesta. Serena es igual de bruta y ya estoy
acostumbrada.
- No seas así con él. – Le regaña Rachel, la rubia platino, mientras yo sigo observando a
Andy alejarse sintiendo unos raros remordimientos refunfuñar en el interior de mi estómago. No
debería haberle hecho ese mal gesto ante su invitación.
- ¡Deja de excusar su maldito comportamiento! ¡Ya no es de los nuestros y no volverá a
serlo! – Protesta Dylan y yo me quedo en silencio y tratando de analizar lo que oigo. ¿En serio ese
camarero con pinta de bicho raro enfadado con el mundo ha pertenecido alguna vez a este grupo
de snobs?
- Para ya. Andy, ya pagó por aquello y tú lo sabes. – Rachel sigue defendiendo al camarero
y la mandíbula de Dylan se tensa. – Ya no es de los nuestros, así que relájate de una vez.
- Deja tú de defenderlo sino quieres que se lo diga a mi hermano.
Después de varias miradas asesinas entre la rubia llamada Rachel y el castaño Dylan,
finalmente dejan de hablar del camarero y yo aprovecho para hablar de la fiesta que Serena y yo
vamos a celebrar la semana que viene en nuestro nuevo hogar.
Dylan y Rachel parecen bastante interesados. Bueno, todos en realidad, pero ellos más que
el resto. Dylan comienza a preguntarme sobre mi vida en Washington y tanto él como Rachel
prestan atención a todo lo que les cuento. Después intercambiamos nuestras redes sociales para
indagar más entre nosotros y para poder mantener el contacto después de esta noche. Yo sabía que
era una gran idea venir aquí esta noche. ¡Vuelvo a pertenecer a un grupo de gente cool! Mi madre
estará orgullosa cuando le cuente esto. Elsa también lo estaría…
De repente, cuando al fin estoy inmersa en una conversación de verdad con Rachel, Dylan y
Steve, veo que mi hermana se separa del grupo en el que nos hemos al fin integrado y que se
acerca hasta la barra, concretamente hasta donde está Andy, el camarero. La sigo con la mirada y
dejo de prestar atención a Rachel que me está contando algo sobre dónde comprar las mejores
prendas por aquí.
- No pierdas tu tiempo prestándole atención a ese desubicado. – Dice entonces Rachel
agarrándome del brazo para captar de nuevo mi atención.
- ¿Qué? – Pregunto confundida.
- Si quieres adaptarte tú en este lugar no te mezcles con Andy. Ese chico es un imán para los
problemas. – Vuelvo a mirar a Andy que parece entablar una entretenida conversación con Serena.
– Es un inadaptado. Cualquiera que se relacione con él es automáticamente persona non grata para
nuestro grupo. Y créeme, nuestro grupo es bastante grande e importante aquí. Hoy solo has
conocido a parte del grupo, pero somos muchos más. Dylan pertenece a una familia de políticos
bastante poderosos, como su hermano Carter, que es mi novio, por cierto – comenta victoriosa –
Steve es nada más y nada menos que el hijo del jefe de policía de aquí, de Santa Mónica. Katty es
su prima, y su madre es una diseñadora de interiores increíble. Alexander, el novio de Katty
durante la mayoría del tiempo – comenta haciendo alusión a lo poco estable que es su relación –
es el hijo de uno de los representantes artísticos más importantes de la zona. También está Travis,
que es hijo de una gran top model. O Amber, que es hija de Chris Stewart, el famoso cantante de
country. – Trago saliva al oír a Rachel hablar de todos ellos. Y la lista continúa. Miro a Andy de
nuevo y lo veo guardando algo que mi hermana le ha dado. Maldición, estoy segura de que Serena
está invitando a ese chico a nuestra fiesta en estos momentos. ¡Mierda! ¡Tengo que frenarla! Pido
perdón a Rachel, la rubia platino que me está dando una información más que valiosa, y corro en
dirección a mi hermana. Andy pone mala cara al verme acercarme.
- ¿Necesitas algo, bonita? – Me pregunta de mala gana mirándome de arriba abajo como si
fuese vestida de forma inapropiada. Yo me repaso y no veo nada de malo en mi atuendo.
- ¡Abbey! ¡He invitado a Andy y a sus amigos a nuestra fiesta! ¡¿A que es genial?! – Me
pregunta Serena de forma efusiva. Yo abro los ojos y miro a Andy, esperando desesperadamente
una negativa por su parte.
- Espera, ¿tú y esta pija sosa sois hermanas? – Pregunta Andy sorprendido.
- ¡No me llames así! – Le grito más que molesta. – ¡Eres un maleducado y un desagradable!
– El camarero me dedica una sonrisa maliciosa. Es lo que buscaba: provocarme. – Serena, no
creo que sea buena idea invitarlo. No lo conoces de nada. Y no parece tener nada que ver con
nosotras. – Le digo a mi hermana sin importarme que el camarero me oiga. Andy se cruza de
brazos con expresión pensativa, como si estuviese sopesando sus opciones.
- Tienes razón, yo no encajaría para nada en una fiesta de pijos sosos. – Menos mal que el
camarero dice algo medio sensato. Serena parece contrariada. Yo, por el contrario, respiro
aliviada. – Por eso mismo será más que divertido asistir. ¡Cuenta conmigo, Serena! Y con mis
colegas también. Así podremos rescatarte cuando te sientas abrumada de tanta estupidez a tu
alrededor. – Abro la boca ante lo que oigo y comienzo a estresarme de veras.
- Oye… mira… te agradezco mucho que nos invitaras a una cerveza y todo eso. Y, no me
malinterpretes, no tengo nada contra la gente como tú, pero puedo devolverte el favor de otra
forma. – En seguida me arrepiento de lo que digo en cuando adivino sus intenciones al darme un
buen repaso de arriba abajo.
- Lo siento bonita, no eres mi tipo. – Me dice y me ofende más todavía. – Y, ¿qué significa
eso de “la gente como yo”? ¿En qué te crees tú mejor que yo? – Me desafía alzando el mentón.
- ¡No he querido decir eso! ¡Oye! Dejémoslo estar así. – Suplico.
- ¡Abbey, no seas grosera! – Me regaña mi hermana. – Andy se ha portado muy bien con
nosotras y ya hemos hablado de esto. Esa también es mi fiesta e invito a quién quiera. Ese era el
trato. Además, tú tampoco conoces de nada a esa gente que has invitado a la fiesta. ¿Quién te dice
que son de fiar? – Me quedo sin palabras. El camarero me dedica una mirada victoriosa.
- Nos vemos en tu grandiosa fiesta, bonita. – Dice guiñándome un ojo y dándose la vuelta.
¡Maldita sea! Esto va a ser un tremendo desastre.
El bando equivocado

Serena y yo llevamos dos días sin hablarnos. Desde que decidió arruinar mis planes de
integrarme en éste mi nuevo hogar invitando a ese desagradable, insulso e irritante camarero a
nuestra fiesta.
Siempre he soñado con pertenecer a un grupo como el que conocí hace dos noches en aquel
bar… Sound Beach creo recordar que se llamaba. Sé que mi madre se sentiría muy orgullosa de
nosotras si consiguiésemos pertenecer a un grupo así. Sé que Elsa se moriría por pertenecer a él.
Pero Serena se ha empeñado en echarlo todo a perder.
Rachel me advirtió que mezclarse con el tal Andy significaba decirles adiós a todos ellos.
Y sé que hay algo más que una simple diferencia de clases en sus motivos. Por lo que pude
entender, Andy fue parte de ese grupo, y tengo la impresión de que algo fuerte pasó para que
dejase de pertenecer al grupo.
Y ahora, por culpa de Serena y sus estúpidos caprichos, voy a estropear nuestra deseada
fiesta con la presencia de ese inadaptado.
Esta noche me encierro en mi habitación y, por primera vez desde que llegué, echo de
menos a mis amigas. He hablado solo un par de veces con Rachel, la rubia platino, a través de las
redes sociales, pero han sido conversaciones vacías y poco estimulantes. También con Dylan.
Bueno, en realidad solo he contestado a dos comentarios que ha hecho sobre dos fotos que he
subido a mi Instagram, siempre alagando mi belleza. Algo de lo que ni siquiera ya estoy segura.
Echo de menos a Elsa y nuestras conversaciones. Ella también mantenía en secreto sus gustos más
exquisitos, como yo. Solo hablábamos entre nosotras de nuestras películas de culto favoritas o las
novelas que más nos habían hecho pensar. Parece que ha pasado un siglo desde que no leo un libro
o veo una película… todo me recuerda a ella. Hasta me siento más fea sin sus sabios consejos de
belleza.
Cuando estaba con Elsa, siempre me consideraba una chica explosiva. Hasta que he
llegado a este lugar, he conocido a parte de esa pandilla y he indagado en sus redes sociales. En
todas las publicaciones de Dylan, Rachel, Alexander, Katty y Steve aparecen multitud de chicas,
todas rubias, ¡muy rubias! con las tetas operadas en su mayoría y con curvas imposibles.
No voy a negar que he pensado en varias ocasiones en ponerme rubia. Pero he sacudido
esa idea de mi cabeza solo de pensar todo lo que me ha costado dejar mi melena castaña oscura
tan larga como la tengo ahora.
Pero por algún extraño motivo no me siento nada cómoda conmigo misma últimamente. Ni
con mi vida. Ni con nada de toda esta mierda.
Ya no siento emoción cuando me meto en la piscina, o en el jacuzzi, ni cuando paseo por
el jardín trasero de nuestra nueva casa y contemplo las bonitas vistas al mar que tenemos.
Quizá por eso estoy entrando ahora mismo en un estúpido “chat” llamado “Malibú
Secrets” (por supuesto con un nick falso y una foto en la que solo se ve mi cintura, porque es lo
suficientemente sexi para no pasar desapercibida y lo suficientemente poco informativa sobre mi
persona)
“Hola” Recibo mi primer mensaje de un tal Obscure que usa una foto de alguien que lleva
un pasamontañas negro puesto, como si fuera un ladrón o un delincuente o algo así.
Me estremezco y decido ignorarlo.
Echo un vistazo a los demás miembros que hay ahora mismo en el chat y nada parece
merecer la pena. Rubita23 es otra rubia explosiva más con tetas operadas. Ojosverdes es un tipo
bastante normalito de cara, pero con un cuerpazo bien musculado que, por el modo en el que se
exhibe en las fotos, parece que tiene bien claro que es un imán para las mujeres. Supongo que
estará hablando con Rubita23 y decido no saludarlo.
“¿Me estás ignorando?” Vuelve a escribirme Obscure y decido finalmente contestar.
“No” Digo simplemente y lanzo un gran suspiro. Esto es aburrido.
“Dime tu edad” Su mensaje me suena prepotente y gruño al leerlo. Odio que me den
órdenes. “¿Y bien?” Vuelve a insistir. Decido burlarme un poco de él.
“16. Lo siento, soy pequeña” Le escribo y sonrío ante mi gran mentira. Aunque ahora
mismo me siento más como una niñita de dieciséis que como una chica de veintiún años recién
cumplidos, como es el caso.
“No te creo” Contesta y me sorprende.
“¿Por qué no?” Quiero saber.
“Porque las chicas de 16 juegan a ser mayores y usan el anonimato de internet
precisamente para ello” “Déjame adivinar… tienes 21” Abro los ojos de par en par. “¿He
acertado?” “Yo creo que sí, porque no contestas”
“¿Cuántos años tienes tú?” Pregunto confirmándole su suposición. Debe ser un hombre
mayor. ¡Qué asco! Seguro que es alguien que está muy acostumbrado a ligarse a jovencitas por las
redes y sabe cómo enredar.
“Adivínalo. Si te lo digo yo no me creerás”
“Pues yo creo que tienes mínimo cuarenta. ¿He adivinado?”
“Jajaja”. Contesta simplemente.
“Seguro que eres feo, por eso escondes tu cara”. Descargo con ese desconocido toda mi
reciente frustración.
“Yo podría decir lo mismo de ti” Abro los ojos sorprendida. “Muéstrate si no es así” Me
pide. ¡Ni loca le voy a mandar una foto mía a un desconocido!
“Paso”
“¿Has entrado en un chat solo para pelear con quién se muestre interesado en hablar
contigo?” Estoy a punto de mandarlo a la mierda hasta que pienso que, ahora mismo, no tengo a
nadie más con quién hablar.
“He entrado en este chat para conocer a gente interesante de Malibú. ¿Eres tú
interesante?”
“Todo el mundo se considera a sí mismo interesante. Esa pregunta no sirve.” Me
sorprende su respuesta. No parece un tonto, al fin y al cabo.
“¿Te gustan las rubias?” No sé por qué pregunto esa estupidez. Pero necesito saber que mi
aspecto no será un obstáculo aquí. Siempre me ha gustado parecerme a mi madre y haber heredado
su aspecto latino. Pero desde que he llegado aquí, me siento totalmente insignificante y fuera de
lugar.
“¿Para qué?” Pregunta y pongo los ojos en blanco.
“Para lo que sea que te guste hacer con las mujeres. ¡Contesta!”
“Prefiero las morenas” Sonrío y me siento en parte aliviada. “¿Eres rubia? Si es así no te
preocupes, siempre puedo ponerte una peluca para acostarme contigo” ¡Maldito imbécil! ¡¿Cómo
se atreve?!
“Lo siento. No me van los hombres mayores”
“¿No te gustan los hombres mayores? Qué lástima…” Frunzo el ceño. ¿Es realmente
mayor o está jugando conmigo? “Los hombres como yo podemos enseñarte muchas cosas del sexo
que no sabías”
“Dudo que ni tú ni nadie pueda hacer eso” Contesto molesta. No con él. Sino conmigo
misma. Estoy molesta con mi GRAN problema con el sexo desde que fui consciente de él. Soy una
jodida anorgásmica, y eso significa que yo nunca sabré qué es sentir un maldito orgasmo.
La primera vez que me acosté con un chico fue cuando tenía dieciséis y fue con Curtis, mi
primer gran amor. Lo amaba más que al aire que respiraba, hasta que por desgracia me acosté con
él y no sentí nada. ¡No sentí una mierda! Solo el peso de su cuerpo sobre el mío y la presión que
su sexo ejercía en mi interior. Había planeado cómo perdería mi virginidad y con quién durante
mucho tiempo. ¡Hasta mi madre me ayudó a ello! Y por supuesto también Elsa. Tanto mi madre
como Elsa querían que mi primera vez fuese de película, y yo también, por supuesto. Incluso
Curtis lo deseaba. Les mentí. Mentí a mi madre, a Elsa y a Curtis fingiendo un orgasmo que nunca
sentí. Estuve con él durante tres meses más y finalmente tuve que dejarlo porque cada día que
pasaba sentía más incomodidad al pensar en acostarme con él.
Fue duro tener que mentir hasta a mi mejor amiga, pero sobre todo mentirme a mí misma.
No quería que vieran en mí una fracasada con los hombres y decidí darme más oportunidades
antes de asimilar tal hecho como certero.
Después de Curtis vinieron Zac y Mat, a cada cual peor experiencia. Sólo me sirvieron
para indagar y experimentar en cómo darle placer a un hombre, y me convertí en una chica experta
en el sexo gracias a ellos. Bueno, experta en dar placer. Pero jamás supe ni sabré qué se siente al
sentir un orgasmo. También he tenido algunos encuentros esporádicos con algún chico que acababa
de conocer en una fiesta, como sucedió aquella negra noche con aquel rubio tan guapo. Bueno, en
realidad solo me he acostado dos veces con alguien desconocido, pero he de admitir que han sido
las dos veces que más placer he sentido. Porque placer siento. El sexo es altamente placentero de
hecho, sin embargo nunca he conseguido llegar al clímax, lo cual me hace sentir como una
auténtica fracasada.
Y lo he intentado. ¡Juro que lo he intentado! Me he tocado varias veces y, aunque no puedo
negar que me gustara la sensación, al final siempre he acabado llorando al no poder llegar a un
maldito orgasmo.
Supongo que no se puede tener todo en la vida… soy guapa, lista, tengo una buena familia
y… soy una jodida anorgásmica de mierda.
“¿Por qué no?” “¿Dudas de mi capacidad de dar placer?” “Me estás subestimando
Amethyst” Me dice Obscure, llamándome por el nombre que me he inventado.
“No lo estoy haciendo. Soy anorgásmica.” Contesto molesta con mi triste realidad y
poniendo los ojos en blanco. Creo que es la primera vez que confieso mi problema a alguien.
Pero, para ser sinceros, es liberador y me da exactamente igual confesar mi más oscuro secreto a
este desconocido que se la tiene tan creída. No sabe quién soy y, con suerte, tras saber eso de mí,
desaparecerá y me dejará tranquila. Como me suponía no contesta. “¿Te he asustado?” Pregunto
con una sonrisa malévola en el rostro. Seguro que lo he hecho, y la sensación es nueva y me
encanta. Jamás había visto mi problema como algo con lo que jugar.
“¿Nunca te has corrido?” Pregunta y me imagino que debe estar alucinando ante mi
confesión.
“Nunca” Contesto simplemente y comienzo a buscar algo de música en mi ordenador, pues
no espero que me siga contestando después de esto. Me decanto por Billie Eilish y su All the good
girls go to hell cuando escucho sorprendentemente el tintineo de un nuevo mensaje de Obscure.
Resoplo y vuelvo a abrir el chat.
“¿Me dejarías intentarlo? Me refiero a intentar ser el primero con quién llegases al
orgasmo” Su mensaje me hace toser ante la sorpresa. ¡Qué! ¡Debe estar de broma!
“¡Cómo!”
“No te asustes. No quería sonar insensible con tu problemita. Es solo que, me gustaría
ayudarte con él, si me dejas.” No puedo creer lo que leo. ¡Es un pervertido! “¿Siempre eres tan
sincera con tu sexualidad? Eres la primera chica que me confiesa algo así” ¡No! ¡Solo te lo he
dicho para perderte de vista! Me grito en mi interior. “Contéstame” Me exige. Estoy alucinando
con este tipo.
“No voy a acostarme con alguien a quién no conozco. Yo no soy así. No pierdas tu tiempo
conmigo”. Le suelto sin más y cierro mi portátil más que enfadada de un solo golpe.
¡Qué se ha creído ese viejo verde! ¡Es asqueroso!
Esa noche lo intento de nuevo. Me toco cuando ya estoy metida en la cama. Pero nada.
Acabo llorando de nuevo frustrada con mi cuerpo y su imposibilidad de sentir lo que todos los
seres humanos pueden sentir. ¿Puede que no esté hecha para el amor? Porque, seamos sinceros, el
sexo no lo es todo, como dicen por ahí, pero es una parte muy importante para la conexión entre
dos personas que se quieren y se desean.
Una nueva oportunidad

- ¡Por favor, Serena, llévame! – Le suplico por enésima vez a mi hermana para que me lleve
al centro comercial. Rachel me ha dicho que iba a estar por allí y que si quería acompañarla a
comprar ropa era más que bienvenida. ¡Y necesito ropa nueva y cara para la dichosa fiesta!
- ¡Abbey, ya te he dicho que he quedado con mis amigos! – Abro los ojos de par en par.
- ¡No es cierto! ¡Tú no tienes amigos! ¡Lo estás diciendo para jorobarme!
- ¡Sí que tengo! ¡Andy, Harry, Lyllian y Cole! – Estoy alucinando. Mi hermana Serena la
friki tiene más amigos que yo.
- Bueno, pues déjame en el centro comercial y después vas con ellos. ¡Qué te cuesta!
- Abbey, el centro comercial está en el otro extremo de donde he quedado con ellos.
- ¡Porfi! ¡Porfi! ¡No vas a tardar nada! – Le suplico casi echándome a llorar. Serena suspira
y finalmente acepta.
- ¡Pues vámonos ya! – Sonrío y cojo mi bolso y mi bolsita de maquillaje para darme los
últimos retoques en el espejo del coche mientras Serena me lleva al centro comercial.
Cuando llegamos, quedamos en que la llamaré cuando termine las compras para que me
recoja y me acerco emocionada a la entrada del centro comercial, donde veo que me esperan
Rachel, Katty y otra rubia con las tetas operadas que me presentan como Amber y que parece
íntima de Rachel, la rubia platino.
Sin duda Rachel es la líder del grupo y es la que dispone a qué tiendas entramos y a cuáles
no. Yo aguanto el tipo como puedo al ver el precio de las prendas que decido probarme. Mi padre
me mataría si gastase tantísimo dinero en una sola prenda, pero… ahora que lo han ascendido…
puede que podamos permitírnoslo, ¿no? Decido que me compraré al menos el vestido gris oscuro
de seda de Versacce del que sin duda me he enamorado y desistiré de lo demás.
Rachel y el resto de las chicas me preguntan sin cesar por qué no me he comprado el traje
de Armani o la falda y la blusa que me he probado de Prada, pues todo me sentaba genial. Y yo
hago mi mejor teatro con las chicas diciéndoles que ya tengo prendas muy parecidas.
Después de una entretenida tarde de compras nos sentamos en una cafetería a tomar un
helado y ponernos al día de todo. Sobre todo, las chicas me informan de lo más importante sobre
su grupo de amigos. Al parecer Dylan le ha dicho a Rachel que le gusto y que quiere pedirme salir
con él a alguna cita cuando volvamos a vernos, que será en la fiesta que daré en mi casa dentro de
dos días. ¡Sí! ¡Dylan es sin duda el chico más atractivo y musculoso que he visto desde que he
llegado aquí! ¡Y se ha fijado en mí! Sonrío como una tonta y Rachel y las chicas se burlan de mi
cara, pero no me hacen sentir incómoda, al revés. Son divertidas y carismáticas.
- Amber, ¿sabes que Abbey ha invitado a Andy también a su fiesta? – Dice de repente
Rachel y palidezco. Miro a la tal Amber que parece descompuesta. Rachel, sin embargo, parece
divertida.
- ¡Qué!
- No… no ha sido cosa mía. Ha sido mi hermana, Serena. Ella es rarita y… bueno, también
es su fiesta. – Me excuso con todas ellas. No quiero tener problemas en mi nuevo grupo de amigos
nada más entrar. – Si queréis yo… bueno… puedo…
- Tranquila. Será divertido. – Me asegura Rachel poniendo su mano en mi muslo para
tranquilizarme.
- ¡No! ¡No lo será! – Grita Amber.
- No le hagas caso a Amber, Abbey. Se ha follado a Andy unas cuantas veces y la muy
estúpida se pilló por él. Casi la echamos del grupo por ello. Pero al final no fue necesario, pues
ella solita consiguió que Andy la mandase al infierno de tanto acosarlo. – Me confiesa Rachel
como si la propia Amber no estuviera presente. Miro a Amber sorprendida.
- ¡No soy la única que se lo ha follado! – Grita para defenderse. Yo permanezco callada y
sin saber qué decir.
- No, claro que no. Ese cabrón sabe lo que hace con las mujeres de nuestra clase, somos su
distracción favorita. Pero eres la única estúpida que se ha dejado enredar por su juego y te has
creído más importante que las demás. ¡No lo eres! ¡Solo se ha divertido contigo, como con todas!
– Los ojos de Rachel se clavan en los de Amber y se dedican miradas cargadas de rabia. No
entiendo nada. ¿No son amigas?
- Elegí quedarme en el grupo, Rachel. He dejado de buscar a ese cabrón. – Informa Amber.
- Andy no te dio otra alternativa. Pero te seguimos queriendo. – Ahora es el muslo de Amber
el que Rachel masajea. – Y será estimulante tener a todos los chicos juntos otra vez, recordando
los viejos tiempos. – Esta vez Rachel piensa en voz alta. No puedo evitar preguntar.
- ¿Ese tal Andy pertenecía a vuestro grupo? – Rachel me mira y suspira.
- Sí. Su padre era banquero y su madre una especie de artista. Pintaba cuadros y todo el
mundo pagaba una pasta por ellos. Pero su madre era más famosa por gastar más de lo que ganaba
y un buen día se fue con otro hombre, ¡uno bien podrido de dinero! y el padre de Andy creo que
murió… o se fue… no sé, al menos, nadie lo volvió a ver. Pero Andy no hablará de ello. – Lo que
me cuenta Rachel es horrible y me sorprende que lo cuente con tan poca emotividad. – Andy se
quedó con los gastos familiares que dejó su madre y con su hermanita. Ahora es un simple
camarero y a veces canturrea en bares de poca monta para ganarse unos centavos. Pobre… – Dice
fingiendo aflicción.
- Olvidas la parte en que la que era su novia le puso los cuernos con Carter. – Añade Amber
y yo miro a Rachel con los ojos abiertos. ¿Está hablando de ella? Porque Rachel me dijo que ella
es la novia del tal Carter.
- No me mires así, salí con él unos meses porque el chico está muy bueno y créeme, sabe lo
que se hace en la cama, pero es obvio que Andy ya no es un buen partido para alguien como yo. –
Se defiende. – Además, tampoco es que ese chico estuviera enamorado de mí. Andy no sabe qué
es el amor, ya lo sabes, Amber. Él es… – la mirada de Rachel se pierde en el horizonte y por
primera vez desde que la conozco puedo ver emociones reales y no fingidas tras sus azules ojos:
tristeza profunda – es muy difícil de complacer. Yo lo intenté. Le di lo mejor de mí y… – de
repente su gesto vuelve a componerse, revelando su falsa y estudiada sonrisa – pero él tampoco
tenía mucho que ofrecer a una mujer como yo. Y ahora mucho menos. Solo es un inadaptado.
- Antes de le que pasara todo eso él era distinto.
Con toda esta información extraña y a la vez estimulante me despido de mis nuevas amigas
y llamo a Serena para que venga a buscarme. Pero ella me dice que está liada con sus nuevos
amigos y que coja un maldito taxi.
Con un humor de perros bajo del taxi cuando llego a la puerta de mi casa y lanzo varias
maldiciones al ver que me he dejado las llaves de casa en el coche cuando mi hermana me llevó al
centro comercial. Llamo al timbre insistentemente, pero nadie responde. Tampoco veo luces
encendidas en casa y el coche de mi padre no está. ¡Perfecto! ¡Mis padres han salido y yo estoy
sola, en la calle y sin llaves!
Vuelvo a llamar a Serena para insistirle en que vuelva a casa cuanto antes, pero no me
contesta el maldito teléfono. Para colmo, me estoy quedando sin batería. Le envío un audio
ordenándole que me llame en cuanto lo oiga.
Como no obtengo respuesta de mi hermana y mis padres tienen ambos el teléfono apagado,
decido tomar otro taxi y me dirijo hacia el Sound Beach bar, en el que la desgraciada de mi
hermana se hizo amiguita del estúpido camarero.
La broma me cuesta veinte dólares y entro en el maldito bar con un humor de perros. Me
dirijo hacia la barra y una joven camarera me pregunta que qué quiero.
- Hola, busco a Andy, el camarero. – Le digo y la tipa me lanza una mirada asesina de arriba
abajo.
- Otra encandilada de ese bobo…
- ¡¿Qué?! ¡Nada de eso! ¡Estoy buscando a mi hermana, que está con él! – Contesto enfadada
por su osadía.
- Pues estará en la playa con ella, follándosela. – Me dice como si nada y me da la espalda
para seguir sirviendo copas. La boca se me abre hasta casi desencajárseme la mandíbula. ¡Si ese
maldito le pone una mano encima a mi hermana lo mato!
Salgo por la puerta del bar que está más próxima a la playa y me adentro en la arena con un
enfado de mil demonios. Tengo que quitarme los endemoniados tacones para poder andar por la
arena sin parecer estúpida y maldigo todo lo maldecible cuando veo que estoy ensuciando mis
pantalones de seda favoritos, así que me los enrollo hasta la rodilla. ¡Me va a costar un mundo
quitar todas estas arrugas! ¡¡Maldita Serena!! Después de largos minutos deambulando por la
playa sin señales de mi hermana por ningún lado vuelvo a llamarla a su teléfono y escucho el
timbre de su móvil a la distancia, justo antes de que se apague mi teléfono por falta de batería.
¡Ahí está! ¡La veo! ¡Veo a esa estúpida que me va a oír! ¡Mierda, y está con un grupo de
delincuentes en mitad de la playa en plena noche bebiendo alcohol y escuchando una música
espantosa a todo volumen! ¿En qué narices está pensando?
- ¡Serena! – Le grito encolerizada cuando ya estoy bastante cerca. Mi hermana me dedica
una mirada aterrada y se pone en pie de golpe. ¡Me va a oír! – ¡Qué demonios haces! – Grito
desde cierta distancia. No quiero acercarme a esos tipos. Uno de ellos coge la muñeca de mi
hermana y tira de ella para obligarla a sentarse de nuevo. ¡Y la muy cretina lo hace!
- ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me has encontrado?
- ¡Eso da igual! ¡Levántate ahora mismo y llévame a casa! – Le ordeno de mal humor. Me
estoy llenando de arena las piernas.
- Tranquila morenita. Tu hermana está pasando un buen rato con nosotros y va a tomarse otra
cerveza, ¿verdad, Serena? – Dice el tipo que ha impedido a mi hermana irse y la ha hecho sentarse
de nuevo. Yo lo fulmino con la mirada. Pero no me atrevo a decirle lo que pienso de él. Tiene el
pelo largo, oscuro y grasiento. Multitud de tatuajes y unos pantalones y chaleco vaqueros llenos de
boquetes, parches de grupos de hard rock y tachuelas. Su aspecto es bastante intimidante. ¿Qué
narices hace mi hermana con alguien así? Cuando estemos a solas pienso cantarle las cuarenta.
Aunque, por otro lado, me siento aliviada de que no esté haciendo guarradas con el tal Andy,
como la camarera esa me aseguró. – Siéntate con nosotros y tómate una cerveza, anda, y no nos
agües la fiesta. – Trago saliva ante sus palabras, pues puedo asegurar que están teñidas de
amenaza.
Miro a mi alrededor en busca del camarero, Andy, por si al menos veo alguna cara
conocida en la que poder escudarme, pero no está. Hay otro tipo con el mismo tipo de
indumentaria, pero gordo y con una barba muy descuidada. Una chica punk con el pelo de media
cabeza teñido de azul, porque la otra media la tiene rapada. Me sonríe y me ofrece de beber de su
botella de cerveza de litro. No quiero beber del mismo sitio del que ella lo ha hecho, pero no me
atrevo a decirlo. Miro a mi hermana en busca de auxilio. Ella parece del todo relajada entre tanto
delincuente y yo no logro entenderlo.
- Bebe un poco, Abbey. Nos iremos en seguida. Solo unos minutos más. – Me pide mi
hermana.
- Esto… déjame tus llaves de casa y me voy yo en taxi. – Le suplico a mi hermana. No
quiero estar aquí. No quiero llenar mi mejor ropa de arena. No quiero beber de la misma botella
que estos inadaptados. No quiero que se me encrespe el pelo con la humedad de la playa. Yo
siempre llevo mi pelo perfectamente planchado y odio que se me rice. ¡Lo odio!
- ¡Siéntate de una vez, Abbey! – Me grita el melenudo que está sentado junto a mi hermana y
tira de mi brazo para obligarme a ello. Con unas inmensas ganas de echarme a llorar me siento y
fijo mi mirada en la arena. – Toma morenita, bebe. – Me dice el melenudo tendiéndome su enorme
botella de cerveza. Yo odio la cerveza, pero no quiero entrar en discusión con este tipo. Solo
quiero irme cuanto antes de aquí, así que la mejor y más rápida forma es hacer lo que me pide,
contentarlos a todos y despedirme de ellos e irme con Serena a casa. Así que hago lo que me dice.
Entre otras cosas, porque necesitaré un trago de algo para soportar esta tortura. – Soy Cole, por
cierto. Ella es Lillian – dice señalando a la chica de media cabellera azul – y él es el Gran Harry.
– ¿El Gran Harry? Es más bien el Gordo Seboso de Harry. Les dedico una sonrisa fingida
mientras que bebo de la botella que Cole me ha tendido. – Eres muy guapa, morenita. – Aguanto
las ganas de escupirle la cerveza en la cara y suspiro.
- Serena, papá y mamá deben estar preocupados. Deberíamos irnos a casa ya. – Intento
levantarme, pero Cole me vuelve a sujetar de la muñeca para que no lo haga.
- Mamá me ha llamado para decirme que se ha ido con papá a Chicago a pasar el fin de
semana, ¿no te lo ha dicho? – Me dice mi hermana. ¡Maldita sea!
- ¡Qué! ¡Pasado mañana es la fiesta! ¡¿Es que acaso piensa dejarnos todo el trabajo a
nosotras dos solas?! – Pregunto indignada.
- Andy y Lillian se han ofrecido a ayudarnos, tranquila. – Dice la muy estúpida.
- ¡Sí! ¡Ayudaremos sin problema! – Añade la chica de pelo azul. Genial…
- ¿Y dónde está Andy? – Pregunto con curiosidad mirando a mi alrededor. – ¿No se supone
que estabas con ese camarero?
- ¡Eh, ya conoces a ese cabrón! Andy está allí al fondo de la playa, mira. – Cole me abraza
con su mugrienta mano y con la otra me indica el lugar en el que dos sombras moviéndose
vigorosamente se pueden apreciar.
- ¿Y qué está haciendo allí? – Pregunto más que curiosa achinando los ojos para poder ver
mejor entre tanta oscuridad.
- Se está follando a la hija del dueño del centro comercial. – Me informa Cole y yo tapono
un grito con la mano contra la boca. Entonces, veo con claridad la escena que está aconteciendo a
escasos metros de mí. ¡Sexo en mitad de la playa! – ¡Ja! ¡El muy cabrón es un artista en seducir a
chochitos refinados como tú! – Abro los ojos escandalizada con el asqueroso comentario.
- ¿¿¿Perdona???
- Cole, no le hables así a mi hermana. – Añade Serena aguantando una irritante sonrisa.
- ¡Eres un maleducado! – Vuelvo a intentar levantarme, pero Cole vuelve a impedírmelo.
- Eh, vale, vale, perdona. No te enfades. Toma, bebe un poco más. – Pero yo ya estoy más
que enfadada y lucho contra su agarre para poder levantarme.
- ¡Serena, quiero irme a casa de una maldita vez! – Le grito a mi hermana mientras el baboso
de Cole me inmoviliza entre sus apestosos brazos y trata de besarme en la mejilla.
- Tranquila morenita, tranquila. Dame un besito y hagamos las paces.
- ¡Déjame en paz! – Grito y trato de zafarme de su agarre con todas mis fuerzas.
Pero no lo consigo. Al contrario. Acabo tumbada en la arena con el jodido Cole encima de
mí intentando besarme en la boca. Yo me sacudo como una culebra, más que asqueada,
atemorizada y superada por la situación. ¡No puedo creer que nadie haga nada para pararlo!
- Solo un besito…
- Cole, para. – Dicen mi hermana y Lillian a la vez al fin. Pero no hace caso para mi
desesperación.
- ¡He dicho que me sueltes, joder! – Siento las nauseabundas babas de Cole sobre mi mejilla
y comienzo a llorar.
- Solo un besito, morenita…
- ¡Cole, suéltala ahora mismo! – Una voz masculina suena con autoridad y Cole al fin me
suelta y se levanta rápidamente separándose al fin de mí. Me limpio con fuerza mi mejilla llena de
saliva de Cole y me separo de él con nerviosismo. – ¿Estás bien? – Al levantar la mirada me
encuentro con el rostro preocupado de Andy, que va cogido de la mano de una chica monísima de
rasgos asiáticos enfundada en un caro vestido de Versacce. – ¿Te ha molestado mucho este idiota?
– Me pregunta mientras yo limpio con insistencia las babas de Cole de mi cara. No sé por qué,
pero ahora mismo me alegro muchísimo de ver a Andy. Bueno sí, porque es el único que ha
acudido a mi rescate.
- Vamos, solo le he dado un besito de amigos. – Dice Cole y yo lo fulmino con la mirada. –
No ha sido para tanto…
- No te he preguntado a ti, gilipollas. Cállate. – Ordena Andy sin dejar de mirarme. – Dime,
¿estás bien?
- No. Quiero irme a casa. Y mi hermana no me hace ni caso. – Ahora maldigo con la mirada
a mi hermana.
- Abbey yo… – mi hermana comienza a hablar, pero Andy la corta.
- Es culpa mía. Yo le pedí a Serena que esperara a que yo volviera para que me pudiera
llevar a casa. Mi moto está en el taller y vivo un poco lejos. – Andy dice a modo de disculpas y
me tiende la mano para ayudarme a levantarme del suelo. Dudo entre tomar su ayuda o no, pero al
final lo hago. Me levanto del suelo y pierdo el equilibrio al hacerlo, topándome contra su pecho.
Andy me agarra con fuerza de la cintura para evitar que me caiga. Sus ojos brillan a escasos
centímetros de los míos y su forma de mirarme me hace estremecer.
- Gracias. – Susurro.
- Andy, yo puedo llevarte a casa. – Dice su acompañante con cara de molesta.
- No. Gracias. Vuelve con los tuyos, Shion. – Le ordena Andy sin mirarla. De hecho, parece
que solo tiene ojos para mí. Yo me sacudo la arena como excusa para no seguir mirándolo, porque
me pone nerviosa.
- ¿Me llamarás? – Pregunta la chica en un irritante tono suplicante y carente de amor propio.
- Puede… – Dice Andy encogiéndose de hombros. Después mira a Serena. – Vámonos
chicas. Es hora de ir a casa. – Andy coge con una mano a Serena y con otra me coge a mí y nos
vamos de ese lugar así. Estoy más que confundida. Pero sobre todo aliviada.
¿Quién eres?

Estoy atrapada en mi propio coche, con mis pantalones favoritos arrugados y llenos de
arena, la melena como si estuviera electrocutada por culpa de la maldita humedad de la playa, con
la friki de mi hermana al volante y el bicho raro de su nuevo amiguito Andy, que ha ocupado mi
lugar en el coche en el asiento del copiloto sin pedir permiso y habla con mi hermana sin cesar
sobre coches y música pasada de moda… Me siento fuera de lugar por completo.
Por más que me aplasto el pelo con la mano no consigo que vuelva a su lugar. Para colmo,
cuando miro hacia adelante, sorprendo a Andy mirándome por el espejo retrovisor divirtiéndose
con mi gesto de enfado.
- ¡Qué! – Le reto.
- Nada, que estás muy chistosa intentando domar esa cabellera. – Contesta y yo gruño.
- ¡No tiene gracia! ¿Sabes la de horas que he pasado planchándome el pelo?
- Pues no lo hagas, bonita. Y aprende a quererte cómo eres. – Me dice con suficiencia y se
recuesta en el asiento del copiloto colocando las manos tras la cabeza. – Las tías como tú os
llenáis de aderezos innecesarios. – Comenta como si pensase en voz alta. Y sus palabras me
ofenden.
- ¿Las tías como yo? ¿Acaso me conoces?
- No me hace falta, bonita. Sois todas iguales. – Abro la boca perpleja y la estúpida de mi
hermana se ríe.
- ¡No tienes ni idea de cómo soy, imbécil! ¡Y no me llames bonita! – Le grito con todas mis
fuerzas, pero el maldito se gira y me sonríe como si se lo estuviese pasando más que bien.
- Es que eres bonita. Aunque también aburrida y predecible. Pero no me importaría pasar un
rato a solas contigo si empleases esos preciosos labios en otras funciones más placenteras que no
fuesen hablar de estupideces. – Estoy que echo humo por las orejas. Menos mal que en esta
ocasión mi hermana le da un codazo y le regaña por su falta de respeto, pero Andy solo se ríe con
más fuerza.
- Ni en sueños haría algo con un inadaptado como tú. – Andy vuelve a mirarme y esta vez lo
hace más serio. Me repasa de arriba abajo y termina fijando sus ojos, que ahora parecen un poco
más claros, en los míos.
- Serás entonces la única del grupito de las estiradas que no está deseando que la haga morir
de placer. Una lástima, bonita, no sabes lo bien que te lo haría pasar. – Comenta pagado de sí
mismo y encogiéndose de hombros.
- Estás muy equivocado.
- Nunca lo sabrás, bonita…
Tras lo que parece una eternidad, llegamos al fin a casa del condenado Andy. Vive en una
casota grande, pero que tiene casi pinta de abandonada, en las afueras de Malibú. En los muros
exteriores, una enorme pintada hecha a modo de grafiti llama mi atención que versa: Si tengo que
guardarme un objeto tuyo para recordarte, significa que te voy a olvidar.
Es de Romeo y Julieta. Reconozco la cita de inmediato. Y me quedo más que pensativa ante
la frase mientras veo a Andy despedirse muy afectuosamente de mi hermana, entre abrazos y
agradecimientos por haberlo traído a su casa. Al parecer, Andy sólo tiene una moto para moverse
por la zona y la tiene averiada en estos momentos. Después de abrazar y agasajar a mi hermana me
abre la puerta de nuestro coche para que yo pueda salir y sentarme en el lugar que debo ocupar: el
copiloto. Pero antes de volver a entrar en el coche me quedo unos segundos contemplando los
extraños ojos de Andy, que cambian de color con la misma facilidad que su ánimo y ahora se ven
verdes, mientras se despide de mí.
- Hasta la próxima, bonita aburrida. – Sonríe y me besa en la mejilla. – Hueles muy bien. –
Susurra en mi oído.
- Adiós, Romeo. – Le digo yo en tono de guasa, pero parece que se sorprende al oírme
llamarle así. Quizá me toma por una tonta de remate que no es capaz de diferenciar una cita
clásica. ¡Pues se equivoca! Soy una lectora empedernida, aunque lo disimule bien y aunque haya
perdido un poco de práctica últimamente, pero ciertos conocimientos nunca se olvidan. Y me
encanta la cara de lelo que se le queda al dichoso Andy cuando se lo demuestro y me meto de
nuevo en nuestro coche para irnos.
Pero la maldita noche todavía no ha terminado y, cuando Serena y yo llegamos a la puerta de
casa, me encuentro nada más y nada menos que a Dylan, el castaño macizo, esperando con la
espalda apoyada en los muros de nuestro nuevo hogar, con las piernas cruzadas y las manos en los
bolsillos. Con una pose de lo más sexi. ¡Y yo con estos pelos! Y con la ropa arrugada, y llena de
arena. No me puedo creer mi mala suerte. Suspiro y me recojo el pelo en un moño mientras salgo
del coche.
- ¡Dylan! ¡Hola! ¿Qué haces tú aquí? – Pregunto sonriente y tratando de poner una de mis
caras coquetas. El chico me sonríe y se acerca lentamente a mí, con las manos aún en los
bolsillos.
- Hola Abbey. He venido a verte. Rachel, mi cuñada, me ha dicho donde vivías. – Dice
encogiéndose de hombros con una sonrisa tímida preciosa. Suspiro e ignoro a mi hermana que
gruñe mientras sale del coche.
- Yo me voy a la cama, Abbey. – Dice mi hermana sin siquiera saludar a nuestro invitado
improvisado y entrando en casa de mala gana. Yo la ignoro y sigo sonriendo a Dylan.
- No le caigo muy bien, ¿verdad? – Pregunta Dylan con tristeza. Pobre, con lo mono que es.
- ¡No es así! ¡No le hagas caso! Serena es… diferente. – Sonrío tímidamente mientras me
coloco un mechón rebelde tras la oreja. – Pero dime, ¿para qué me buscabas? – Pregunto con
curiosidad.
- Pues… eh… solo quería conocerte un poco más. ¿Quieres dar un paseo por la playa? –
Pregunta señalando el sendero que hay en el lateral de mi nuevo hogar y que conduce a la playa.
Yo miro el sendero aterrorizada. Más playa no…
- Vale. – Contesto inesperadamente con una sonrisa forzada. No quiero ser descortés.
Supongo que este espectacular castaño está aquí porque le gusto y sé que mi madre va a alucinar
cuando se lo presente. Y más cuando le diga que su familia es importante en el mundo de la
política.
Caminamos hacia la playa juntos y paseamos por la orilla. Me toca volver a remangar los
bajos de mi pantalón favorito mientras escucho a Dylan hablar sobre lo sorprendido que está de
mi gran cantidad de seguidores en las redes sociales y me confiesa que le fascinan mis fotos. Sé
que tengo un talento innato para eso de generar aceptación e incluso fascinación entre la gente de
mi edad. Al menos, en Washington no se me daba nada mal. Aquí todavía no he hallado la fórmula
idónea para encajar, pero sé que lo haré.
- Eres muy guapa. – Me dice de repente interrumpiendo mi discurso sobre cómo llegué a ser
la reina del baile de la fiesta de fin de curso en el instituto y yo me quedo sin habla. Dylan me
sonríe y vuelve a colocar mi mechón rebelde tras la oreja. Me quedo helada. – Preciosa, la
verdad. Eres la primera morena que me gusta tanto, si te soy sincero.
- ¿No te gustan las morenas? – Una sensación de inseguridad del todo desconocida por mí
comienza a crecer en mi interior.
- Me gustas tú. – Susurra posando sus labios sobre los míos. Y, sin saber cómo, de un
momento a otro, Dylan está besándome desaforadamente en la playa, frente a mi casa. Una de sus
manos se aferra a mi moño con fuerza, tanta que hasta me hace daño, y la otra aprieta mi trasero
para pegarme contra él. Es un beso violento y desconcertante. No estoy muy segura de cómo actuar
ante tanta urgencia, hasta que, de repente, estoy tumbada en la arena con Dylan sobre mí
restregándose contra mi cuerpo. ¿Esto no es un poco demasiado invasivo?
- Dylan – susurro su nombre e intento apartarlo de mí con sutileza, pero me es imposible
moverlo solo un poco – Dylan… mis padres – recurro a la mentira más vil para poder separarme
de él. Pero es que no estoy segura de qué está pasando ahora mismo.
- Ven, vamos a un sitio más privado. – Sugiere levantándose en el acto y tirando de mi mano
para levantarme con él. No sé por qué no estoy segura de querer ir con él a ningún sitio. No soy
una estrecha, no es eso. Es simplemente que no nos conocemos en absoluto y sé que no puedo
fiarme de él, así como así. No en un lugar oscuro y poco transitado en mitad de la noche.
- Tengo que irme a casa, Dylan. – Le digo nerviosa, deseando que mis palabras sean
suficientes para hacerle desistir de sus intenciones, al menos por esta noche. Cuando nos
conozcamos un poco más será distinto. Él me gusta y yo le gusto. Pero el hecho de estar con un
desconocido a solas sin que nadie más lo sepa me pone muy nerviosa. Es una sensación que sólo
una mujer entenderá. Es ese miedo que siempre nos acompaña a todas nosotras allá donde vamos.
- No me dejes así, Abbey, será rápido. – Me exige señalando el bulto notable en su
entrepierna. Yo trago saliva.
- Mi padre va a salir a buscarme enseguida. – Digo a modo de disculpa. – Tendremos
tiempo para conocernos más. – Mis palabras no le agradan y es totalmente visible a juzgar por su
expresión. Sin embargo, parece que acepta lo que pido.
- Está bien – dice poco conforme – ¿qué haces mañana? – Me invento algo rápido. No
quiero estar en esta situación tan pronto con él. No a solas. No sin procesar primero mentalmente
lo que sin duda parece que va a pasar entre Dylan y yo. Prefiero esperar a la fiesta en la que haya
más gente a nuestro alrededor y me sienta más protegida.
- Tengo que ir con Serena a un sitio, pero, ¿nos vemos pasado mañana en mi fiesta? – Digo
con voz de inocente. Dylan suspira con fuerza y pone los ojos en blanco.
- Esperaré hasta la fiesta, qué remedio. Vámonos. – Responde de mal humor y comienza a
andar hacia mi casa sin esperarme siquiera. Yo aprieto el paso para alcanzarlo y me cuesta.
No quiero que se lleve una mala impresión de mí, no puedo permitirme el lujo de caer mal
en el único grupo de personas en el que sé que alguien como yo encajaría, pero me siento aliviada
en parte de que haya desistido de su intento de acercamiento íntimo.
- No estarán mis padres. – Le informo cuando al fin lo alcanzo. Dylan me mira de arriba
abajo.
- Bien, entonces cuenta con mi presencia. – Confirma, pero sé que sigue enfadado. Al llegar
a su coche (un descapotable celeste imponente) me mira con frialdad y me besa en la mejilla. –
Hasta pasado mañana, Abbey. – Se gira dándome la espalda para entrar en el vehículo.
- ¿Estás enfadado? – Pregunto con miedo. Dylan vuelve a ponerse de frente a mí.
- Un poco. No estoy acostumbrado a buscar a nadie, y mucho menos a que me digan que no.
- No te he dicho que no. Tú… me gustas, pero mi padre…
- Sí, lo sé, lo sé, ya me lo has dicho y estoy comportándome, ¿no? – Asiento como si fuera
una niña a la que regañan. – Pero pasado mañana no quiero excusas. – Coge mi barbilla para que
lo mire y lo hago. Al fin sonríe un poco. – Sigues guapa, aunque despeinada. – Vuelve a besarme,
pero un beso rápido y frío y se mete en el coche, arranca y desaparece.
Minutos después estoy en mi habitación dando vueltas, preguntándome si he hecho mal en
pararle los pies a Dylan o no. No estoy segura de cómo se supone que debería actuar. Me gusta y
ahora es obvio que le gusto. Es el chico adecuado para mí. Lo sé. Sé que es eso lo que mi madre
me diría. Pero… no entiendo qué sucede en mi cabeza ahora mismo. Estoy algo confundida.
Sé que prometí a mi madre hace meses que dejaría de fumar para siempre, pero ahora
mismo necesito un maldito cigarrillo y con urgencia. Me dirijo a la habitación de mis padres y
rebusco entre los cajones hasta que doy con una cajetilla de cigarrillos y vuelvo con ella a mi
habitación.
Por fortuna mis padres no están en casa y no volverán hasta dentro de un par de días. Serena
seguramente estará recluida en su habitación viendo una de sus series frikis. Yo, por si las moscas,
echo el pestillo de mi habitación, abro mi portátil para poner algo de música y me siento en mi
cama. Enciendo un cigarrillo y cierro los ojos para disfrutar de la sensación que tanto he echado
de menos estos últimos meses.
Al fin me relajo y me tumbo en la cama mientras escucho la canción “Strangers” de Lauren
Jauregui, repasando mis redes sociales y disfrutando al ver la cantidad de me gusta que ha
acumulado mi última foto subida en bañador cuando, de repente, un pitido extraño me llama la
atención. Me incorporo y me doy cuenta de que proviene de mi portátil. Me levanto y me acerco
hasta él extrañada.
“Hola” es un maldito mensaje de Obscure. Seguramente se me olvidó salir del chat el otro
día antes de cerrar el portátil. Pero pienso ignorarlo. “Perdona mi indiscreción del otro día” Me
dice justo cuando estoy a punto de salir del chat. Sus palabras me hacen pensar. ¿Debería darle
otra oportunidad? “Te dejo que me insultes un rato si así me perdonas” Vuelve a escribir y hace
que sonría ante su proposición.
Me quedo durante unos segundos mirando la pantalla, planteándome si responder o no. Una
parte de mí quiere hacerlo, y averiguar quién se esconde detrás del nombre Obscure. ¿Quién eres?
“Estraños”

“Eres un capullo” Le escribo finalmente más divertida que enfadada.


“Auch” responde y vuelvo a sonreír. “¿Algo más?”
“¿Has entrado en el chat solo para que te insulten las mujeres? Tienes una forma extraña de
seducir” Digo.
“Estoy simplemente disculpándome, no seduciéndote. Pero si quieres que te intente seducir
solo tienes que pedírmelo. Sacaré la artillería pesada en cuanto me des la orden, nena”. Algo en
su forma de llamarme nena me llega a un lugar profundo y me muerdo el labio. “De hecho, me
vendría bien un poco de entrenamiento con un hueso duro como tú. Acabo de sufrir un rechazo y
no quiero perder mis facultades con las mujeres”. Abro los ojos sorprendida. “Y bien, ¿qué es lo
que quieres?”
“Quiero que me digas quién eres?” Contesto convencida.
“No quiero ponerme en desventaja, nena. Yo no sé quién eres tú”. Contesta y frunzo los
labios disgustada. “Hagamos una cosa, tú me preguntas y yo te pregunto. Según la información que
tú me des, yo contestaré en consecuencia”.
“Trato” digo rápidamente. “¿Cuántos años tienes?” Pregunto rápidamente. No quiero seguir
hablando con él si es muy mayor.
“Veinticinco” contesta sin vacilar.
“¿He de creerte?” pregunto bastante reacia a tragarme su respuesta fácilmente.
“Es la verdad, nena” añade. “Y no tendría ningún problema en decirte que tengo más edad si
la tuviera. Las personas somos mucho más que una cifra”. Tiene razón. “Dime tu edad” ordena.
“Veintiún años” respondo sin dudar.
“Lo sabía” “¿Eres de Malibú?” No pienso decirle que acabo de mudarme. Esa información
le pondría muy fácil averiguar quién soy en realidad.
“Es mi turno de preguntar” respondo simplemente y Obsucure me manda un mensaje con una
risa. “¿Decías en serio el otro día que mi problema te excitaba?” No sé por qué pregunto esta
tontería, pero siento mucha curiosidad.
“Nena, una cosa que debes saber de mí es que no sé mentir. Quizá me meta en demasiados
problemas por ser siempre demasiado sincero. Así que espero que esto responda a tu pregunta”
Me gusta lo que leo. Me hace sentir cómoda conmigo misma y… puede que excitada. El problema
es que yo sé que mi excitación siempre acaba en frustración. “Dime tú, ¿decías en serio que nunca
has tenido un orgasmo?”
“Sí, yo también soy sincera” escribo con melancolía.
“¿Eres virgen?” Esa pregunta sí que me coge por sorpresa.
“Eh, es mi turno para preguntar” vuelvo a rebatirle.
“¡Pregunta y después responde!” me ordena. Sonrío y apago el cigarrillo.
“¿Qué clase de mujeres te gustan?”
“¿Para qué?” medito su pregunta y tecleo la mía.
“Para tener relaciones, por supuesto”
“Las únicas relaciones que tengo últimamente con las mujeres son de amistad o relaciones
sexuales esporádicas, nada de serio.” ¡Vaya! ¡Un picaflor!
“¿Por qué?”
“¡Es tu turno de responder si eres virgen! ¡No te distraigas!” me carcajeo ante su exigencia.
“No es verdad, no has contestado qué clase de mujeres te gustan”
“Grrr, está bien. Me gusta tener sexo con todo tipo de mujeres, la verdad. No tengo un tipo
específico de mujer.” “Aunque, la verdad, me gustan mucho las inadaptadas. Las almas solitarias.
Las mujeres con personalidad fuerte y que no se dejen llevar por las normas estúpidas de la
sociedad” ¡Auch! Todo lo contrario a mi persona. Eso me relaja un poco. Al menos me siento
menos intimidada por este misterioso sujeto. “Sin embargo, últimamente me relaciono mucho con
chicas populares. Ya ves, me va todo. Me encanta desmontarles sus estúpidas teorías sobre el
amor perfecto, los cuentos de hadas y, sobre todo, me encanta ser el responsable del mejor sexo
de sus míseras vidas.” Su respuesta es muy intrigante, ¿de verdad será tan bueno en el sexo, o es
solo un presumido más? “Ahora contesta, ¿eres virgen?”
“No soy virgen, lo siento” “Puede que ahora ya no te llame tanto la atención hablar conmigo.
Quizá te habías hecho ilusiones con seducir a una virgen…”
“No es así. Me sigues intrigando igual. Pregunta, es tu turno”
“¿Por qué no tienes relaciones serias con mujeres? ¿Eres uno de esos que solo usa a las
mujeres para divertirse?”
“No, solo es que no he tenido una experiencia bonita con el amor y no quiero volver a estar
en medio de eso, por ahora. Tampoco uso a nadie. Las mujeres con las que me acuesto buscan de
mí exactamente lo mismo que yo de ellas: buen sexo y punto” “Soy bueno en darles placer a las
mujeres y me encanta verlas disfrutar también, por eso me esfuerzo en que la experiencia sea
buena para ambos” “Mi turno. ¿A qué te dedicas?” El giro de conversación es del todo
inesperado. Supongo que querrá averiguar si cumplo el perfil de sus expectativas. Me planteo por
un momento decirle una mentira, es a lo que estoy acostumbrada. Pero, por primera vez en mi
vida, creo que puedo jugar a ser yo misma con alguien. Tengo una enorme ventaja: no sabe quién
demonios soy.
“Estoy planteándome si retomar o no mis estudios universitarios, relacionados con el mundo
del arte”
“¡Vaya! Interesante…”
“¿Te gusta el arte?”
“Mucho y tengo un gusto muy exigente. ¿Cuál es tu libro favorito?” El nuevo giro en la
conversación me hace sentir bastante más cómoda.
“No sabría decirte. Puede que El Ocho”
“¡Oh! ¡Me has impresionado! Es uno de mis libros favoritos también”
“Dime una película que no te canses de ver”
“La vida es bella” contesta con rapidez.
“No es de tu estilo…”
“¿Por qué no?”
“Es una película con un mensaje de amor muy potente. Es de una sensibilidad demasiado
exquisita para alguien que solo busca sexo sin compromiso”
“Yo no he dicho que solo busque eso. Busco mucho más de la vida, solo que la vida no
siempre lo pone fácil. Justo como en la película. Es una película que muestra lo importante que es
mantenerse positivo y no renunciar a quién eres en realidad, no importa las circunstancias que te
rodeen”. Debo reconocer que este extraño cada vez me cae mejor y me parece más interesante.
Paso casi toda la noche hablando con Obscure de gustos musicales, literarios y
cinematográficos y me sorprendo coincidiendo con él en muchos puntos, aunque en lo referente a
música no coincidimos para nada. Pero creo que no me equivoco si digo que es la conversación
más sincera y profunda que he tenido con alguien en mucho tiempo. Del tipo de conversaciones
que solía tener con Elsa cuando nos poníamos profundas.
Inesperadamente, aunque de forma muy natural, los mensajes entre Obscure y yo vuelven a
tornarse picante en torno a las cuatro de la madrugada cuando primero me pregunta primero si
puede caber la posibilidad de que yo sea gay y por eso no he alcanzado nunca el clímax. Jamás me
había planteado esa posibilidad, así que respondo rápidamente que en absoluto y terminamos
hablando de técnicas de masturbación femenina.
Sus consejos acerca de cómo tocarme provocan una quemazón interna en mi bajo vientre
mientras leo atentamente sus recomendaciones. Creo que Obscure se cree demasiado experto en la
materia y no sé hasta qué punto lo sea, pero la verdad es que hablar tan libremente con alguien del
tema me supone por un lado un alivio y por otro algo bastante excitante.
Además, me apetece creerme por una noche que lo es. Me apetece pensar que por una
noche, un oscuro e inquietante desconocido, pueda tener la llave que abra la prisión de mi soledad
interna.
“La llave”

Por la mañana me despierto verdaderamente confundida. Bueno, técnicamente ya es la una


de la tarde. ¡Madre mía! Me desperezo y me levanto de la cama hasta quedar en pie frente al
espejo de mi aparador, buscando algo diferente en mi normal reflejo.
Está ahí, lo veo. Tengo las mejillas un poco más sonrojadas que de costumbre y mis ojos
brillan un poco más.
Me dedico una media sonrisa.
Anoche, antes de dormir, puse en práctica algunas de las técnicas que Obscure me aconsejó
sobre cómo tocarme. Y casi lo consigo. ¡Sé que estuve cerca! Noté algo diferente en mi cuerpo.
Una especie de calor interno que jamás antes he sentido. Una caricia eléctrica muy leve, pero lo
suficientemente fuerte para notarla. El único problema fue que mi mente me jugó una mala pasada
justo en el momento en el que sentía que me aproximaba al fin y la imagen de Dylan se cruzó en mi
cabeza. Su gesto de decepción cuando le dije que se fuera y que ya nos veríamos en la fiesta hizo
que la vergüenza por mi falta de tacto al tratar con él deshiciera todo el magnetismo del momento
en el que me veía envuelta y desistí de seguir intentándolo.
Aun así, no me siento frustrada, como lo he hecho cada vez que lo he intentado. Esta vez ha
sido diferente y lo sé. Quizá me he rendido conmigo misma demasiado pronto y solo necesito un
poco más de tiempo. Solo eso.
Sonriente me dirijo a la ducha y me doy una buena ducha antes de bajar a desayunar y
ponerme con los preparativos de la fiesta de mañana. Con suerte, Serena ya estará más que
despierta y habrá comenzado con la limpieza, que es la parte que más odio. Así solo tendré que
encargarme de lo que realmente se me da a mí bien: la decoración.
Mientras me lavo el cabello y me lo desenredo en la ducha canturreo la canción de
“Strangers” y el recuerdo de la conversación con Obscure hace tan solo unas horas acude a mí
mientras estoy duchándome. No paré de escucharla anoche mientras hablaba con él, ni tampoco
mientras me tocaba… pensando en él también.
Nunca pensé que yo podría ser de la clase de chicas que le podría excitar ser tocada por un
extraño. Pero la verdad es que me lo imaginé a él en la cama, conmigo, y fue más que estimulante.
Mis manos viajan por mi húmedo cuerpo involuntariamente y se detienen justo en el vértice de mis
piernas de nuevo. Siento la tentación de tocarme, pero no sé si deba… si no consigo estimularme
bien, si… lo hecho todo a perder de nuevo… daría al traste con la poca confianza que he
adquirido en mi misma.
Así que no lo hago. Decido seguir con la ducha y, cuando ya estoy más que limpia, salgo de
la ducha me enrollo una toalla en mi larga melena y comienzo a secarme el cuerpo con ímpetu.
Justo cuando estoy secando mi parte más íntima, sorprendida por la cantidad de humedad
acumulada en ella, oigo unas voces desconocidas provenientes de los pasillos de mi casa
aproximándose inevitablemente a mí.
Mis músculos se congelan y no soy capaz de articular movimiento alguno mientras observo
como la puerta del baño se abre y, tras ella, el rostro de la última persona que esperaría ver en el
mundo a escasos metro y medio de mí me contempla como quien ve a un fantasma.
Mi boca se abre hasta casi desencajarse. Sus ojos verduzcos se abren de par en par. Mi piel
se eriza por culpa del escalofrío que recorre mi espina dorsal. Su lengua se desliza por su labio
inferior y queda atrapada entre ambos labios, como en un intento de acallar una exclamación de
sorpresa y diversión.
- Esto… perdón. No sabía que estabas aquí y necesito usar el baño. Serena me ha dicho que
podía usarlo y…
- ¡Qué demonios haces tú aquí! – Al fin reacciono y torpemente intento taparme con la
toalla. En el intento se me cae al suelo dos veces. Cuando al fin consigo medio enrollarla en mi
cuerpo desnudo mis ojos buscan de nuevo su contacto. Estoy a punto de un ataque de nervios y mi
estado empeora cuando lo veo reírse de mí. – ¡Andy, sal de aquí ahora mismo! – Grito
encolerizada apuntándole con el dedo. El muy cretino se ríe aún más fuerte. – ¡Maldita sea, que
salgas! – Grito con todas mis fuerzas y Andy pone las manos en alto en señal de rendición.
- Está bien, está bien, no tardes, bonita. Necesito desesperadamente orinar. – Mi boca
vuelve a abrirse hasta el infinito y al fin lo veo salir del baño. ¡Serena me va a oír! ¡¿Cómo se le
ocurre meter a este tipo en nuestra casa?! ¡Si mamá se entera la va a matar! Aunque creo que la
mataré yo antes.
Me visto a toda velocidad y por primera vez en mi vida desde que tengo uso de razón salgo
del baño sin haber alisado y peinado mi cabello como es debido. Pero la verdad, me importa una
soberana mierda mi imagen ahora mismo frente a este idiota. Solo quiero vérmelas con la
subnormal de mi hermana y gritarle de todo.
Abro la puerta encolerizada y me topo de nuevo con la mirada parda de Andy, que sigue
aguantando la risa al verme y da unos ridículos saltitos como síntoma de no poder aguantar más
las ganas de hacer pis. Gruño en su cara y me dirijo hacia la planta baja.
- ¡Serena! ¡Serena, ven aquí ahora mismo! – Grito y siento como la furia se apodera de mí
mientras busco a mi hermana. Al fin la encuentro junto a la piscina, con la chica de media
cabellera azul y media rapada. Se ríen y juguetean como si nada con una ristra de luces que
planean colocar por algún lugar del jardín. Coloco mis manos en las caderas y resoplo. – ¡Se
puede saber por qué has dejado entrar al camarero ese en casa! ¡O, mejor dicho, EN NUESTRO
BAÑO! ¡MIENTRAS YO ESTABA DUCHÁNDOME! – Serena de repente se da cuenta de mi
presencia y se separa de la chica de pelo azul instintivamente. Me mira con miedo. ¡Me alegra!
¡Parece que al menos se da cuenta de que no está haciendo nada bien!
- ¡Eh, Abbey! – Saluda mi hermana sin responderme. – ¿Te acuerdas de Lillian? – Me señala
a la chica de pelo azul, que me sonríe con dulzura. Me obligo a mostrarle algo parecido a una
sonrisa. – Andy y ella han venido a ayudar a decorar, ¿no es genial? – Pongo los ojos en blanco.
- No te pongas así, bonita. – Escucho su voz en mi oreja, desde mi espalda, y me
estremezco. Me giro de un salto y me encuentro con la sonrisa burlona de Andy. – Tienes un
cuerpo muy bonito como para avergonzarte de mostrarlo. – Estoy a punto de gritarle que se lo
muestro a quien YO decido cuando me calla con uno de sus estúpidos comentarios. – Seguro que
lo exhibes con frecuencia en las redes sociales. – Tengo ganas de abofetearlo. El problema es que
tiene la maldita razón. Tengo más de un centenar de fotos en traje de baño en mi Instagram.
- Vete al infierno. – Mascullo con asco.
- Perfecto. Allí la fiesta es mejor. – Me responde mientras me guiña un ojo. – ¿Te vienes
conmigo? Puedo enseñarte a ser menos estirada y pasártelo como nunca antes en tu miserable
vida. – Susurra en mi oreja y yo me estremezco de nuevo. Sus ojos son como un imán en el que
quedo atrapada durante unos segundos sin poder evitarlo. Se nota que sabe bien lo que hace. Pero,
de un momento a otro, recuerdo quién es y me separo de un salto. Gruño de nuevo y me alejo del
tipejo ese a toda velocidad para intentar hablar con mi hermana en privado. – Por cierto, estás
todavía más bonita con la melena toda salvaje. – Me grita a mi espalda y me freno en seco. Me
giro para mostrarle mi dedo corazón, porque sé que se está burlando de mí. Yo odio mi pelo
rizado. Las melenas más bonitas son lisas y perfectas y todo el mundo lo sabe. Sin embargo, algo
en la forma en como me mira, me hace pensar que lo está diciendo en serio. Sacudo la cabeza y
continúo mi camino hacia Serena. Cuando la alcanzo, le agarro del brazo y me la llevo a un lugar
poco visible para hablar con ella.
- ¡Serena, te lo ruego, no invites a esta gente a la endemoniada fiesta! – Suplico con mi
mejor cara de afligida. Serena suspira, mira al suelo y luego a mí.
- Abbey, esta fiesta es tan importante para ti como lo es para mí.
- ¡¿Qué dices?! ¡Si tú siempre has estado sola! – Bramo levantando los brazos al aire.
- ¡Por eso mismo! Esta es la primera vez en mi vida que siento que pertenezco al lugar en el
que estoy, Abbey. – La mirada de mi hermana se vuelve vidriosa y la condenada consigue
conmoverme. – Ellos me tratan bien, como una más. ¡Y acabo de llegar! Jamás me había sentido
tan yo y tan bien conmigo misma como cuando estoy con ellos. Abbey, por favor, por favor. –
Aprieto los ojos intentando no sucumbir a su chantaje emocional. – Siempre he visto desde un
segundo plano como tú te relacionabas con tus amigas y compartíais todo. Como tú y Elsa
creabais esa maravillosa atmósfera a vuestro alrededor. – Miro a Serena conmovida. Escuchar el
nombre de mi mejor amiga todavía sigue haciendo sangrar una herida que llevo en mi pecho y que
aún es bastante reciente. – Elsa y tú siempre compartíais gustos, opiniones, había complicidad. Yo
nunca he tenido eso. Lo estoy sintiendo ahora, por primera vez en mi maldita vida a mis veintitrés
años, hermana, no me pidas que renuncie a ello. – Miro a Lillian y a Andy que están merodeando a
sus anchas por el jardín de mi casa decorándolo o… vete tú a saber.
- Ojalá Elsa estuviera aquí. – Pienso en voz alta.
- Harás otras amistades. Siempre lo haces. Tienes ese magnetismo. – Miro a Serena para
comprobar si lo dice en serio. Desde que llegué a Malibú he comenzado a dudar de mí y de mis
aptitudes sociales como nunca. – Y estoy segura que Elsa se alegrará por ti. En menos de un mes
tendrás un grupo de amigos que te adorarán y te tendrán en cuenta para todo. Yo también quiero
eso por primera vez en mi vida, Abbey.
- ¿Con ellos? Mamá te matará cuando te vea con esa gente, Serena.
- Mamá toma sus decisiones en su vida sin tener en cuenta a la abuela. Tendrá que aprender
a respetar mis decisiones. De todos modos, yo ya la decepcioné al nacer. Seguro que no repara en
mí ni en mis amistades.
- No digas eso…
- Seamos realistas, tú eres la preferida. ¡Y está bien! Lo acepto. Sinceramente no podría con
la presión de ser tú. – Suspiro. No me gusta que Serena se sienta así, pero, la verdad es que tiene
razón. Yo siempre he sentido la carga sobre mí de no poder defraudar a mi madre.
- Está bien… yo me haré cargo del salón y vosotros de la piscina. – Sucumbo. Serena
comienza a saltar y a dar palmitas emocionada. Nunca la había visto tan expresiva ni tan alegre.
Sonrío al verla así.
Durante horas consigo estar alejada de los nuevos amigos de mi hermana, pero, de un modo
u otro, siempre acabo encontrándome con la verduzca mirada burlona de Andy. Siempre gruño
cuando lo hago, aunque me focalizo en mi objetivo y continúo a lo mío.
Ahora tengo dos personas en mente para seguir adelante con esta fiesta. En primera
instancia, era en Elsa en quién pensé cuando propuse organizar esta fiesta “socializadora”, porque
necesito compensar de alguna manera todo lo ocurrido. Pero ahora está también Serena, quien, a
pesar de que nunca he pensado mucho en ella, es mi hermana y la quiero con locura. Por muy
bicho raro que sea.
Espero que, a Rachel, Dylan y el resto de los chicos no les incomode en exceso ver a Andy
y sus amigos merodear por aquí durante la fiesta. Pero sea como sea, serán bienvenidos por mi
parte si ello significa que Serena será tan feliz como me ha mostrado antes.
- Abbey – me dice mi hermana cuando ya he quitado todos los objetos del salón que puedan
correr el peligro de romperse durante la fiesta – voy a ir al supermercado con Lillian a comprar
los snacks y las bebidas para la fiesta – comenta más que sonriente. Yo instintivamente miro a
Andy que no sé qué demonios está colocando por el salón de mi casa. ¿Voy a tener que quedarme a
solas con ese?
- ¿Y por qué no voy yo contigo? – Pregunto un poco desesperada por no quedarme a solas
con ese tipo. Creo que él lo nota porque me mira en ese instante de arriba abajo, después sacude
la cabeza.
- ¿Quieres que dejemos a Lillian y a Andy solos en casa? Bueno…
- ¡No! – Me arrepiento en seguida de mi propuesta al pensar en lo que Serena me dice. –
Bueno, ve con Andy, seguro que él es más fuerte y te puede ayudar, ¿verdad, Andy? – Intento
arreglarlo. Andy vuelve a mirarme y suspira.
- Yo tengo que colocar las luces. Lillian no sabe instalar todo esto. – Dice mostrando unos
artilugios que tiene en las manos y parece molesto.
- ¿Qué luces? – Pregunto confundida.
- ¿Tú de verdad quieres dar una fiesta o solamente quieres una reunión aburrida de pijos en
tu casa? – Vuelvo a gruñir ante su forma tan brusca y falta de modales de tratarme.
- ¡Cómo si supieras tú lo que es una fiesta de verdad! – Le acuso con el dedo. Andy aguanta
la risa y pone los ojos en blanco. ¡¿Por qué hace eso todo el rato con todo lo que digo?! ¡Estoy de
verdad intentando soportarlo! ¿Así me lo agradece este estúpido?
- Bonita, estás hablando con el mejor organizador de fiestas de todo Malibú. – Responde
muy pagado de sí mismo.
- Permíteme que lo dude. ¡Y no me llames bonita! ¡mi nombre es Abbey!
- Lo siento bonita, soy un desastre para los nombres de las mujeres. Prefiero seguir
llamándote así, bonita. – Me guiña y sonríe, y a mí me dan de nuevo unas ganas enormes de
abofetearlo.
- ¡Qué romántico! ¿Nos llamas a todas las mujeres “bonita”? Eres todo un caballero… –
sacudo con la cabeza.
- No, a todas no. – Dice sonriente y después me da la espalda para seguir haciendo lo que
quiera que esté haciendo con el salón de mi casa. Siento como sale humo por mis fosas nasales.
- Intenta sobrevivir un rato con Andy a solas, hermana. No es un mal chico, de verdad. –
Comenta Serena y no puede disimular su tono de diversión ante la estampa que sabe que deja tras
de sí con su ausencia. He de admitir que, si yo fuera espectadora, también me divertiría. Sin
embargo, no lo soy, y me molesta soberanamente tener que pasar un rato a solas con el inadaptado
de Andy. – Llámame si se te ocurre algo más para comprar. – Serena me da un beso en la mejilla y
desaparece de mi vista cogida de la mano de Lillian. Yo aprieto los ojos tratando de encontrar el
autocontrol dentro de mí.
- ¿Sabes? Podrías invitarme a una cerveza al menos. – Me dice Andy cuando ya estamos
solos. – Qué menos después de que te estoy haciendo el favor de tu vida. Mañana podrás presumir
de fiesta en todas tus redes sociales. – ¡Me pone de los nervios!
- ¿Y podrás tú vivir sabiendo que ayudaste a un montón de pijos a tener una buena fiesta? –
Contraataco y parece que al fin le pillo un punto débil por cómo me mira.
- Podré porque estoy ayudando a Serena, que me parece una gran persona. – Mi cuerpo bulle
de celos.
- ¡¿A ella sí la llamas por su nombre?! ¡Vaya! Se ve claramente cuáles son tus prioridades
aquí.
- No te pongas celosa, bonita. Tú estás más buena. Aunque eso, lamentablemente, ya lo
sabes.
- ¿Qué quieres decir? Yo no me siento superior a nadie si es eso lo que insinúas. – De
hecho, desde que llegué aquí es más bien lo contrario, pero no pienso darle esa información a este
sujeto sobre cómo me siento. Jamás le mostraría mis puntos débiles a alguien como Andy. No se
los mostraría a nadie.
- ¿Ah no? ¿Me vas a decir que no estás molesta por tener que invitar a tu maravillosa fiesta
a un simple camarero? – Andy se acerca a mí. Es alto y, aunque lleve ropa ancha, parece
corpulento. Intimidante. Pero sobre todo lo es su mirada.
- No… no es por eso.
- Entonces, ¿por qué no me quieres aquí, a ver?
- Porque ellos… bueno Rachel… me dijo que…
- Ya veo. La rubia de tetas ingrávidas me sigue queriendo para ella sola. – Su tono es
presuntuoso y ególatra.
- Rachel está con Carter, no creo que tú seas su tipo, francamente. – Consigo decir sin
titubear.
- Carter… sí, es famoso por sus gatillazos…
- ¿Cómo? – ¿Qué sabrá éste de cómo es ese chico en la cama?
- Nada, déjalo. No te preocupes. No te ahuyentaré a tus nuevos amiguitos. Me portaré bien.
– Añade y parece que lo dice con tristeza. Después se gira y continúa a lo suyo.
- No me preocupo. Eres igual de bienvenido que todos ellos. – Digo y no sé ni por qué lo
hago. Pero en cuanto lo digo sé que realmente lo siento. Quiero que Serena sea feliz. Y eso es algo
que tendrá que aceptar cualquiera que quiera ser mi amigo. Pero tampoco me olvido de cuál es mi
meta ni de qué he venido a hacer a este rincón del mundo. Andy me mira un segundo para ver si
bromeo y después me dedica media sonrisa. – Por cierto, gracias por interceder por mí el otro día
con el pesado ese de tu amigo.
- No hay de qué. – Dice con voz calmada y profunda sin mirarme. – Cole puede ser el más
gilipollas del mundo o el mejor amigo, según le dé el día.
Intento imaginarme al Cole ese siendo amable y, francamente, me cuesta. Pero decido dejar
la conversación ahí y no añadir nada más que pueda romper la paz repentina que se ha creado
entre Andy y yo.
Durante un buen rato seguimos cada uno a lo suyo sin decirnos nada. Hasta que Andy vuelve
a romper el silencio.
- Bonita, necesito tu ayuda. – Le escucho decir. Inspiro con profundidad para seguir
manteniendo la calma. Odio que me llame así. Pero sé que si le digo de nuevo que no me llame
“bonita” lo hará todavía más. De hecho, esta vez ha remarcado la palabra “bonita” como nunca.
De repente se me ocurre una idea.
- ¿Qué deseas, bruto? – Andy frunce el ceño.
- ¿Bruto? – Pregunta y parece más divertido que molesto. Maldita sea.
- Sí, yo soy bonita y así me llamas. Tú eres bruto y así te llamaré. – Comento cruzándome de
brazos.
- Como quieras, bonita. – Maldición, ¡le da igual! – Necesito que subas a la escalera y
coloques esto ahí – dice enseñándome una bola de luz y un gancho que hay en el techo de mi casa.
Palidezco. – Yo te sujetaré la escalera.
- Hazlo tú. – Digo rápidamente intentando no demostrar mi pavor.
- Yo peso más que tú y la escalera es poco estable. ¡Vamos! Si te caes yo te cogeré. Tú no
podrías conmigo, boni…
- ¡Vale! – Grito sin pensar solo por no oírle de nuevo llamarme bonita. No obstante, cuando
me acerco a la escalera mi cuerpo comienza a temblar.
- Oye, ¿qué te pasa? ¿Tienes miedo? – Lo miro sin poder articular palabra. Sus ojos se ven
más oscuros que nunca y parecen preocupados.
No sé por qué, la forma en que me mira hace que mi cuerpo actúe de forma involuntaria y
comienzo a subir peldaño a peldaño la escalera, bajo la atenta y penetrante mirada de Andy. Me
dice algo, pero no soy capaz de oírlo. De repente, cuando estoy a punto de llegar al último
peldaño, la imagen de Elsa sobre aquella plataforma me taladra la retina y comienzo a gritar como
una niña pequeña.
- ¡No, no! ¡Para! – Grito y comienzo a llorar.
- ¡Abbey! ¡Abbey, baja! – Su voz me hace reaccionar y dejo de ver a Elsa. Ahora me veo a
mí, y pareciera que estoy al menos a diez metros del suelo. Andy me dice algo al tiempo que me
tiende la mano y comienzo a temblar. – ¡Abbey, dame la mano! ¡Tranquila! – Al fin distingo lo que
me dice y hago lo que me pide. Le doy la mano y cierro los ojos para tratar de calmar los
espasmos de mi cuerpo. ¡Voy a caer! ¡Voy a caer! – Eh, tranquila bonita. Ya está. – Al abrir los
ojos veo que estoy en sus brazos, aferrada con toda la fuerza del mundo a su cuello. Y no me
quiero soltar. No quiero.
- No me sueltes. – Suplico en su cuello entre sollozos.
- Shhh, ya está. Estás bien. No ha pasado nada. No te soltaré, pero mírame.
“Miedo”

Sigo aferrada al cuello de Andy como si me fuera la vida en ello. No quiero soltarme. Mis
ojos han vuelto a cerrarse a cal y canto y no se quieren abrir. Los músculos de mis brazos están
tensos, amarrados a su espalda, mis puños cerrados en torno a la tela de su camiseta. Mi
respiración es acelerada, aunque siento como si el oxígeno no llegara a saciar mis pulmones.
Andy sisea en mi oído y susurra algunas palabras, creo que, tratando de consolarme, pero no
las oigo. No soy capaz de oír nada. Solo oigo ese desgarrador crujido y después los gritos de mi
garganta, abrasándola desde dentro. Pero no estoy gritando. Solo son ecos de aquella noche en mi
cabeza.
- Abre los ojos, por favor, Abbey. – Al fin vuelvo a oír su voz y me reconforta. También
puedo notar un olor a madera y a alguna especie de hierba aromatizante que desprende su pecho. –
Así, muy bien. – Me dice cuando al fin los abro y mi mirada conecta rápidamente con la suya. –
Me has dado un susto de muerte, ¿estás bien? – Su voz suena dulce, como su aroma. Creo que
hasta le estoy sonriendo. Afirmo con la cabeza.
- Te has aprendido mi nombre. – Le digo y abre los ojos sorprendido. Carraspea y me suelta
poco a poco hasta que mis pies vuelven a posarse sobre el suelo.
- ¿Puedes mantenerte en pie?
- Sí, ya estoy bien. Solo me he mareado. – Digo tratando de disimular. Aunque no creo que
cuele.
- ¿Mareado? Parecía que te estaban quemando viva. – Disimulo una carcajada mientras trato
de separarme de Andy, pero mis pies me traicionan y pierdo el equilibrio. Gracias a dios Andy es
rápido y me agarra de la cintura antes de caerme de bruces. – ¡Eh! ¿Qué diablos te pasa? Es como
si te hubieras drogado o algo. – Me río sin parar de los nervios y no sé qué decirle. Al final, Andy
también acaba riéndose conmigo. Tanto así que acabamos con lágrimas en los ojos. Cuando
consigo parar de reír veo que sigue sujetándome de la cintura. Es muy guapo. Tiene unos labios
gruesos y rosados preciosos. Aunque nada sea comparable a sus ojos y su intensa mirada, pero el
resto de sus facciones también son dignas de admirar. – Estás loca, bonita. Te has tenido que dar
un gran golpe en la cabeza de pequeña para… – Andy deja de hablar y me mira raro – ¡¿qué?! – de
repente pregunta serio.
- ¿Qué pasa? – Pregunto yo confundida.
- ¿Por qué me miras así?
- ¿Así cómo?
- No sé, como si quisieras besarme. – Dice y trato entonces de separarme de él, pero Andy
me aprieta con más fuerza contra él. Sus ojos echan llamas y yo estoy completamente bloqueada. –
Puedes hacerlo.
- ¿Qué? No… yo no…
- No te comeré, bonita. – La forma en la que sus labios pronuncian esas palabras me
hipnotiza y sin ser apenas consciente acabo haciéndolo. Estampo mis labios contra los suyos
sedientos de mí.
Para ser honestos, jamás me han besado así en toda mi miserable vida. Su lengua se
enrosca a la mía y sus dedos en mi pelo. Me saborea como si fuese un caramelo derritiéndome en
su boca y yo… hago lo mismo. Siento una protuberancia apretar mi vientre.
¡Oh, dios mío! ¡Hace tanto que no hago algo tan loco y morboso! Se me había olvidado el
subidón de adrenalina que cosas así provocan en mi cuerpo. Ni siquiera me atrae, bueno, puede
que un poco. Pero sobre todo me atrae el saber que ni yo soy el tipo de Andy ni él el mío. Por lo
tanto, me importa poco si lo hago bien o no. Esto es única y puramente lujuria y adrenalina
pendiente de liberar del ataque de pánico que he estado a punto de sufrir.
Además, el condenado besa como un dios.
Mis manos comienzan a introducirse por debajo de su camiseta, hasta toparse con su
vientre. Es duro como el acero, pero cálido como si fuera lava. Sigo surcando su piel hasta que
mis dedos comienzan a acariciar sus pectorales. Suspira en mis labios y sus dedos se aprietan más
alrededor de mi cabello. Andy me empuja hasta quedar atrapada entre la pared y su duro cuerpo.
Estoy a punto de hacer una locura. Voy a pedirle que suba a mi habitación conmigo. Quiero tener
sexo con él. No me gusta. No. No me gusta. Pero lo deseo ahora mismo como no he deseado a
nadie.
Andy sabe encender las cenizas de mi marchita hoguera. Creo que es la primera vez en mi
vida que estoy disfrutando tanto de un beso sin pensar si me veo lo suficientemente atractiva. Si mi
pelo está arreglado o no. Si mi ropa me hace lo suficientemente sexi. De hecho, voy ataviada con
un chándal y ni siquiera he alisado mi cabello. Me da igual. No le gusto ni él a mí. Pero noto el
fuego que me quema en el interior y su piel arder bajo la caricia de mis dedos.
- Me estás matando con esos deditos y esa boca tan carnosa, bonita. – Susurra en mis
labios avivando más aún la llama de mi interior. Una de mis manos se aferra a su trasero para
apretarlo más a mí. – Abbey…
- Sí, di mi nombre. – Le ordeno y muerde mi labio inferior.
- Para, bonita, o tendré que llevarte a la primera habitación que encuentre. – Me río ante
mi perversa travesura. Lo tengo embrujado ahora mismo y sé que tengo el poder. No es la primera
vez en mi vida que creo tenerlo, pero es la primera vez que realmente sé que lo tengo.
Las demás veces que he besado o intimado con un chico, siempre estaba demasiado
preocupada de mi aspecto y de si daría la talla o no como mujer para poder saborearlo. Pero esta
vez es diferente.
Deslizo mi lengua por su cuello mientras me embriago de su dulce olor y de su descontrol.
Andy echa la cabeza hacia atrás y lanza varias maldiciones al aire mientras me deja hacer. Mi
lengua va directa al lóbulo de su oreja izquierda y la muerdo.
- No te cortes, vamos a mi habitación. – Le digo al oído. Un quejido entrecortado se
escapa de su garganta.
- ¡Vamos, joder! – Dice en un tono de voz demasiado alto provocando una risita malévola
en mí. Andy me coge de la mano para llevarme a algún lugar privado cuando entonces, la puerta
de la casa se abre y nos soltamos de la mano rápidamente al ver a Serena y Lillian entrar más que
tranquilas y sonrientes.
- ¡Ya estamos aquí! No ha corrido la sangre, por lo que veo. – Dice Serena. Andy vuelve a
soltar una maldición apenas audible y se da media vuelta en dirección al jardín de mi casa. – ¿Qué
le pasa a éste?
- No sé. – Respondo haciéndome la tonta y tratando de calmar mi respiración.
Me dirijo a la cocina y comienzo a cocinar como excusa para poder tener un momento a
solas y poder pensar. ¿Qué ha sido eso, Abbey? ¿Querías follarte al camarero? ¿En serio? ¿En qué
estás pensando?
Además, yo creo que quien de verdad le gusta es Serena, no yo. ¿Y si a mi hermana le
gusta él también? ¡No, no puedo hacerle eso a Serena! No creo que a mi hermana le guste, al
menos, no ha dado muestras de hacerlo. Pero, aunque no le guste, Andy y la chica esa de pelo azul
parecen muy importantes para mi hermana. Mejor me sigo enfocando en Dylan. Él sí que me gusta
de verdad.
Lo malo es que no será tan liberador besar a Dylan como lo ha sido con Andy. Con Dylan
tengo que estar verdaderamente presentable para llegar la mitad de lejos que he llegado hace un
momento Andy, porque él sí es el tipo de hombres que me gustan. Con Dylan tengo que medir bien
mis palabras, mis gestos, mis miradas. Hasta mi ropa y mi pelo. Con Dylan tengo que dar la
imagen perfecta. Como siempre he hecho con los chicos que me gustaban.
¡Joder! ¿Y si ese es mi problema? Con Andy no he pensado en nada de eso y ha sido
mucho más efectivo para encenderme. Igual que anoche sentí que era capaz de llegar al fin al
orgasmo al pensar en Obscure. Un perfecto desconocido y completamente lo opuesto de lo que mi
madre y Elsa siempre me han dicho que sería el hombre ideal para mí. Lo prohibido. Alguien con
quien poder liberarme sin preocuparme de si cumplo con sus expectativas. Porque sé que jamás
seré lo que quiere de verdad. Ni yo tampoco querré para mí a alguien así.
Alguien con quien solo compartir deseo, placer, lujuria…
Mi hermana llega a la cocina para interrumpir mis pensamientos y para decirme que la
decoración para la fiesta ya está completamente lista y todo organizado.
Sonrío complacida con lo que oigo y le digo que ha llegado la hora entonces de comer.
A la mesa nos sentamos Serena, Lillian, Andy y yo a comer. Andy, sentado frente a mí al
otro extremo de la mesa, parece enfadado, pero yo sé que no es conmigo, sino con la indeseable
irrupción de mi hermana y Lillian en el momento menos apropiado. Me hace gracia que no intente
demostrar lo más mínimo su deseo por mí delante de mi hermana. Porque sé que me desea. He
notado su erección sobre mi vientre mientras me besaba. Pero parece que respeta lo suficiente a
mi hermana para no querer soltar cualquiera de las burradas que ahora mismo sin duda está
pensando sobre nosotros. Seguramente esté imaginándose lo que habríamos acabado haciendo en
alguna de las habitaciones de mi casa si Serena hubiese llegado más tarde. Lo sé porque está
rehuyendo de mi mirada. No se atreve a mirarme y comprobar en mi mirada que yo estoy pensando
exactamente lo mismo.
- La comida está deliciosa, Abbey. – Dice Serena.
- ¡Sí, es verdad! – La secunda Lillian.
- Gracias, chicas. ¿Y a ti te gusta, Andy? – Le pregunto para provocar su mirada. Al fin me
mira y aprovecho para introducirme un espárrago en la boca de forma demasiado sensual. Andy
dirige su mirada a mis labios, que se demoran en saborear la punta del espárrago. Después elevo
mi pie por debajo de la mesa hasta que encuentro su muslo. Sonrío y me siento más traviesa que
nunca. Andy se tensa en su asiento y me maldice con la mirada. ¡Esto es muy divertido!
- Se me ocurren otras cosas más apetecibles ahora mismo, la verdad. – Sonrío al entender
su indirecta.
- ¡No seas maleducado! ¡Está muy bueno! – Le reprende mi hermana dándole un manotazo
en el brazo. Andy la fulmina con la mirada, pero a mí todavía más.
- Es la verdad. ¿De verdad quieres que te diga lo que me apetece comer ahora mismo,
bonita? – Casi me atraganto con el espárrago cuando le oigo preguntar tal disparate. ¿No será
capaz de decir la guarrada que estoy pensando delante de Serena? Al fin sonríe cuando se percata
de que mi reacción se debe al temor a que hable y diga cualquier disparate delante de Serena y
Lillian. – Pues me encantaría saborear un delicioso…
- ¡Serena, trae el helado! – Le interrumpo casi a gritos. Serena se lleva un susto de muerte,
pero como siempre, obedece.
La mirada que me dedica Andy no tiene precio. Yo finjo no mirarlo mientras le doy un
trago a la copa de vino que me he servido, para ayudarme a bajar el espárrago que se me ha
atragantado en la garganta. Como sé que Andy me mira, saboreo los restos del vino sobre mis
labios deslizando sensualmente la lengua sobre ellos.
- No te creas ni por un segundo que el hecho de que tu hermana sea mi amiga me impediría
llevarte ahora mismo al cuarto de baño y follarte como un animal. – Casi muero por culpa de la
tos. ¿De verdad ha dicho eso delante de Lillian? La chica me mira entre sorprendida y divertida y
se acerca a mí para ayudarme a no morir, dándome palmadas en la espalda. No puedo creer que
me haya puesto cachonda este animal con su falta de tacto, pero es así.
- Andy, para. Serena se enfadaría si te liases con su hermana. – Añade Lillian mientras
sigue palmeando mi espalda. Yo continúo tosiendo y me maldigo a mí misma por haber entrado en
este juego con este bruto. Sin duda alguna, Andy no es el tipo de personas con las que estoy
acostumbrada a tratar y no tiene filtros de ningún tipo a la hora de hablar. Eso en parte me da
morbo, pero también miedo. No creo que sea capaz de controlar a una fiera como él si en el
último momento quisiera pararle los pies y decidiera no tener sexo con él. – Además, le has
prometido a Serena que dejarías en paz a su hermana y vas a cumplir tu palabra. – ¿Qué? – ¿Estás
mejor? – Me pregunta Lillian y asiento. – Bien, voy a la cocina a ayudar a tu hermana a traer el
postre. – La verdad es que Lillian parece un encanto. No tiene nada que ver con la imagen que da.
Si no fuese amiga de Serena yo jamás habría puesto el mínimo interés en conocerla. Habría
presumido que es una drogadicta o ladrona o cualquier cosa así. Y me habría equivocado por
completo. Al menos, por lo que he visto de ella, es un encanto.
Cuando me quedo a solas con Andy de nuevo lo miro y decido que quiero saber de qué
iba todo eso.
- ¿Has prometido no tocarme? – Andy me aparta la mirada y comienza a beber de su
botellín de cerveza. – ¡Contéstame! – Me mira de medio lado, pero continúa bebiendo de su
cerveza hasta que no queda ni gota en el botellín. – ¿Ahora no me hablas? – Me cruzo de brazos
enfurruñada. – ¡Bien!
- ¿Eres siempre tan mandona? He prometido no juguetear contigo ni herir tus sentimientos,
¿contenta?
- ¡¿Qué sentimientos?! – Andy frunce el ceño confundido.
- Ya sabes, por si te encaprichas de mí y luego quieres más y todo eso. Pero creo que, si
lo dejamos todo claro desde el principio, y te digo honestamente que no estoy buscando una
relación seria ni nada que se le parezca, quizá puedas… no sé… ya sabes, pensar en pasártelo
bien conmigo un rato y punto. – Dice moviendo exageradamente los brazos. En ese momento me
doy cuenta de que me encantan sus brazos y que no había reparado en los tatuajes a modo de
brazaletes en ellos.
- Un momento… ¿de verdad te creías que podrías llegar a gustarme? – La boca de Andy
se abre de par en par y sus ojos también. Es la primera vez que lo veo sin saber cómo reaccionar.
– Dejemos las cosas claras. No me gustas y yo a ti tampoco. No tenemos nada que ver y ni en un
millón de años podríamos acercarnos a lo que el uno espera encontrar en el otro como pareja. Así
que ya lo sé. Sé que yo no soy el tipo de chica que un tío como tú quiere como novia. Pero créeme,
tú tampoco eres mi chico ideal. Lo de antes solo ha sido un calentón, nada más. Y, dejando claro
todo esto, he de admitir también que me has… bueno…
- Te has puesto cachonda, quieres decir. – Termina mi frase más que serio y creo que hasta
molesto.
- Sí. Eso. Pero ya sabía que yo no soy el tipo de chicas que tú querrías como novia, así
que tranquilo.
- Yo no he dicho que no lo seas. – Me deja cortada. La intensa mirada llena de rabia de
Andy me atrapa y se acerca a mí peligrosamente. – Yo simplemente he dicho que no busco ninguna
novia ni nada que se le parezca.
- Eh, chicos, ¿otra vez peleando? – Nos interrumpe Serena y al fin parpadeo y separo mis
ojos de los de Andy, que sigue mirándome con rabia desde su asiento. – Andy, déjala en paz un
ratito anda. – Serena lo dice con toda la inocencia que es capaz de mostrar, aunque Andy parece
no tomarse su comentario nada bien. – Abbey y tú no te enfades por todo y dale una oportunidad a
personas diferentes. Andy y Lillian me han prometido que harán que te sientas orgullosa de ellos y
de la fiesta que vamos a preparar, ¿sabes? – Miro a Andy que se ha abierto otro botellín de
cerveza y farfulla algo entre trago y trago.
- Tranquila, hermana, este bruto y yo nos soportaremos. ¿Verdad, bruto? – Andy me dedica
la sonrisa más falsa que he visto en mi vida y yo bebo de mi copa de vino para disimular la risa.
Después me disculpo para ir a arreglar mi pelo finalmente. Creo que es la primera vez en
años que dejo mi cabello rizado por tanto tiempo y me sorprende que no me haya importado lo
más mínimo coquetear con un hombre con estos pelos y vestida en chándal.
Pero es divertido. Andy saca una parte nueva de mí que ni yo misma conocía. Me apetece
jugar con ese bruto engreído y de poco tacto. Creo que será divertido. Y lo mejor de todo, es que
no entraba en mis planes coquetear con alguien como él. Pero tengo que admitir que sabe besar
como pocos hombres me han besado en mi vida y, además, está duro como una roca bajo esa ropa
ancha y desgarbada que suele llevar puesta. Debería añadir también que huele divinamente…
Recuerdo que una vez vi en un documental que las personas sienten atracción por otras en
muchas ocasiones gracias al olor. Que el olor corporal nos da información genética y que, de ese
modo, cuando sentimos atracción por el olor de otra persona, significa que somos genéticamente
compatibles.
Me resulta chistoso pensar que Andy y yo pudiéramos ser compatibles de alguna forma.
Somos completamente lo opuesto.
Cuando ya tengo el pelo como a mí me gusta, rebusco algún vestido sexi, pero que parezca
casual, entre mi ropa y bajo las escaleras canturreando. Ahora me apetece que Andy me vea guapa
y provocarle un rato. ¡Será muy divertido!
Y desde luego la cara que pone al verme aparecer por el salón de mi casa es divertida.
Me da un repaso de arriba abajo mientras me sirvo otra copa de vino (que espero que mi padre no
eche de menos) y después disimula que no me ha visto llegar interpretando el papel de estar muy
concentrado en lo que está viendo en la televisión.
- ¡Abbey! Están dando la película de Seven – me informa Serena – es de tus favoritas.
Vente a verla con nosotros. – Me ofrece Serena. Después me mira bien y añade – ¿Vas a salir? –
Pregunta al verme tan arreglada. Andy me mira de reojo con disimulo.
- No. Me apetece ver Seven otra vez. – Digo alegre y me dirijo hacia el sofá en el que está
Andy sentado con mis andares más seductores mientras bebo de mi copa de vino. Cuando llego a
su lado veo que me mira las piernas y pretendo tomar asiento a su lado sintiéndome triunfadora. –
¿Me haces sitio? – Mira hacia arriba hasta toparse con mi mirada y ladea la cabeza.
- ¿De verdad te gusta esta película? – Su pregunta me toma por sorpresa.
- ¿De qué te sorprendes? Es uno de los mejores thrillers que se han hecho.
- De eso precisamente me sorprendo. – Andy se hace a un lado y me siento junto a él.
Durante largos minutos miramos la película sin más y comienzo a ponerme impaciente. No
me he arreglado tanto para que este imbécil no me preste la más mínima atención.
- Andy – le llamo y solo emite un gruñido para indicarme que me escucha – ¿te importa
que ponga las piernas encima de las tuyas? – al fin me mira y alza una ceja. – Si te molesta no
importa…
No dice nada, simplemente coge mis pies y los coloca sobre su regazo.
- Claro que no me importa, bonita. Estás en tu casa. – Comenta cuando ya estoy cómoda
sobre él y vuelve a acomodarse en el sofá para seguir prestando atención a la dichosa película.
Cuando ya lo he dado todo por perdido con él y me he sumergido yo también en la
película, de repente noto una leve caricia sobre una de mis rodillas. Miro de reojo y le veo
juguetear con sus dedos sobre mi piel mientras sigue mirando la película. Andy comienza a
moverse nervioso sobre su asiento.
- ¿Estás incómodo? – Le pregunto y lo veo mirar el reloj.
- Estoy genial, pero creo que no voy a poder ver cómo le cortan la cabeza a la tipa esa. –
De repente levanta mis piernas de su regazo y se levanta. Estira su ancha camiseta y creo que es
para cubrir con la tela la zona de su entrepierna.
- ¿Te vas? – Mi voz suena tan decepcionada como me siento.
- Lo siento, bonita. Tengo que trabajar. Y hoy tengo turno doble para poder librar mañana
y venir a tu maravillosa fiesta. – Dice mientras me guiña un ojo. – No me eches mucho de menos.
- Pobre, tener que trabajar a estas horas… – añade Serena – Llévate mi coche, Andy. –
Miro con incredulidad a mi hermana. Vale, Andy no me está resultando tan molesto como creía
que iba a ser, pero tampoco es para que le demos tantas confianzas tan pronto.
- Serena, no sabemos si necesitaremos el coche para algo. – Le digo a mi hermana.
- Ya… bueno… he pensado que… Abbey, ¿por qué no dejamos que Andy y Lillian
duerman esta noche en casa? Andy tiene su moto rota y vive muy lejos y Lillian tampoco tiene
como ir a casa si le dejo mi coche a Andy para que pueda ir a trabajar. Así, mañana podréis
levantaros y comenzar la fiesta en seguida. – Estoy perpleja. ¡Qué dice esta mujer! Andy parece
igual de perplejo.
- Si no es mucha molestia…
- ¡¿Y dónde van a dormir, Serena?! – Pregunto escamada. Mi hermana de verdad parece
que ha perdido el juicio. ¡No conoce de nada a esta gente! Vale que no parecen ser los
delincuentes que aparentan ser y que no está tan mal pasar tiempo con ellos y todo eso… pero…
¿dejarlos dormir en casa? A mamá le daría un parraque si se enterase de que Serena siquiera ha
propuesto algo así.
- En mi habitación hay una cama supletoria para Lillian – dice mi hermana y Lillian la
mira sonriente – y la habitación de papá y mamá…
- ¡Serena, no! – La freno en seco. – No voy a meter a ningún desconocido en la habitación
de nuestros padres. – Andy sigue mudo y nos mira a Serena y a mí dudando qué hacer.
- Tranquilas, chicas, puedo llamar a un taxi para ir al bar y a la salida del trabajo seguro
que encuentro a alguien que me pueda llevar a casa o… cerca. – Increíble pero cierto; el bruto de
Andy tiene más cerebro que mi hermana. – Creo que mañana ya me darán la moto arreglada, pero
por un día que tome un taxi no pasa nada. – Andy mete las manos en sus bolsillos y se encoge de
hombros.
- Está bien, llévate el coche. – Me sorprendo a mí misma diciendo. – Puedes dormir en el
sofá si no te molesta. – Le ofrezco. Andy me mira sorprendido. Sí, ya sé que estoy actuando cómo
una estúpida y solo por poder flirtear un poco más con este tipejo tan raro, pero que tanto me ha
llamado la atención.
- El sofá es perfecto para mí. Gracias, bonita. – Andy me muestra una sonrisa preciosa y
limpia. No sabía que podía sonreír. Pero lo hace de maravilla y muestra un hoyuelo muy sexi en la
mejilla derecha. Así que dormirá aquí esta noche… podría juguetear con él un rato. Será
divertido. El timbre de la puerta me saca de mis pensamientos lascivos.
- ¿Has invitado a alguien más? – Pregunto a Serena bastante enfadada. Con dos de ellos ya
es suficiente por una noche. Vale que me había equivocado al juzgar a Lillian y que tener al bruto
de Andy por alrededor de vez en cuando creo que va a resultar divertido, pero sigo pensando que
el greñudo de Cole es un estúpido y que el Gran Harry no se ducha todo lo que debería.
- No – contesta a media voz mi hermana, pero noto cierta vacilación en su voz. Eso quiere
decir que está pensando lo mismo que yo…
Me levanto del sofá de un salto y me dirijo con paso firme hacia la puerta principal. Por
el camino oigo a Andy a mis espaldas decir “Tiene carácter la bonita” y aguanto una sonrisa de
satisfacción. Lo que no me esperaba ni en mil años es encontrarme ese rostro tras la puerta.
- ¿Dylan?
“Estrategias”
- ¿Qué haces tú aquí? – Pregunto entre preocupada y confundida. Si Dylan ve que me
relaciono con Andy y sus amigos puede que lo eche todo a perder con él. Me da igual que los vea
en la fiesta, eso ya lo había asumido, pero prefiero que no sepa por ahora que la relación parece
que va a ser bien estrecha y que se van a quedar a dormir Lillian y Andy en mi casa y todo.
- Tenía ganas de verte. – Dice con una dulce sonrisa. Entonces muestra una de sus manos,
escondida tras su espalda, portando una rosa roja en ella. – También quería disculparme por mi
comportamiento de ayer. – Abro la boca sorprendida. ¡Qué lindo! Cojo la rosa emocionada y
saboreo su dulce aroma. – Ayer no era yo. – Su voz suena teñida de vergüenza mientras se rasca la
cabeza en un gesto tierno e infantil. – No suelo ser tan brusco…
- ¡Abbey! ¡¿Quién es?! – Escucho a mi hermana preguntar desde el salón y miro hacia el
interior de mi casa.
- ¡Voy a salir un rato, Serena! – Digo sin más, dejo la rosa en la entrada, cojo las llaves de
casa y cierro la puerta tras de mí. Dylan me mira perplejo. – ¿Me invitas a cenar y te perdono? –
Propongo y le dedico una de mis miraditas más convincentes. Dylan se ríe abiertamente y asiente.
- Lo que sea para que una chica tan guapa como tú me perdone. – Sonrío pletórica.
- Bien, pues vámonos. – Digo dando saltitos en dirección al increíble descapotable azul
cielo de Dylan. Creo que nunca me he subido en un coche igual. Pero, justo antes de llegar al
coche, escucho la puerta de mi casa y una voz muy familiar.
- ¡Vaya, vaya, si es mi amigo, Dylan McGregor! – Mierda. Me giro y me encuentro con
Andy mostrando la sonrisa más tensa y falsa que he visto en mi vida a Dylan.
- ¡Stone! ¡Qué haces tú aquí! – Dylan le da un apretón de manos como el caballero que es,
revelándome de camino el apellido de Andy… Stone. Después me mira a mí en busca de
respuestas.
- Sí… Andy ha venido a casa a ayudar a Serena con los preparativos para la fiesta de
mañana y eso. – Digo y me encojo de hombros. Andy le sonríe, pero en el fondo sé que tiene ganas
de darle un puñetazo en la cara a Dylan. ¿Qué será lo que sucede entre estos dos de verdad?
- Estupendo. – Dylan suena de todo menos contento con ello. – ¿Nos podemos ir ya a
cenar, Abbey? – Pregunta acercándose a mí y creo que pidiéndome auxilio para que sea yo quien
rompa con este momento tan tenso.
- ¡Claro, vamos! – Añado y tomo asiento en el coche de Dylan. Mientras abrocho el
cinturón de seguridad veo que Andy se acerca hacia mí. No sé cómo actuar con él ahora mismo ni
si está en modo “bocazas” y pretende decir algo que me ponga en una situación comprometedora
con Dylan.
- Nos vemos luego, bonita. – Dice simplemente y me guiña. Escucho a Dylan gruñir ya en
su asiento y arranca el vehículo provocando un estruendo al salir a la carretera.
No sé si decirle algo porque va demasiado rápido y tengo un poco de miedo por el modo
en que aprieta el volante y sus fosas nasales aletean por culpa de la ira que le está dominando.
- ¿A dónde vamos? – Digo por intentar calmar los ánimos.
- No sabía que Andy y tú habíais intimado tanto en tan poco tiempo. Veo que sigue sin
perder el tiempo con las mujeres de nivel que llegan a su alcance.
- ¿Qué? ¡No, Andy es solo amigo de mi hermana, no mío! – Me defiendo. Dylan me mira
de reojo y parece complacido con mi respuesta.
- Bien. Pues vamos a la mejor hamburguesería de todo el estado. ¿Te apetece? – Ahora
suena completamente relajado. Menudo cambio de actitud. Asiento y trato de sonreír, aunque estoy
bastante preocupada por su reacción.
El local es bastante acogedor, lleno de decoración que recuerda a los años 50. Dylan y yo
tomamos asiento en una mesa y veo que otra vez se rasca la cabeza mientras yo aleteo mis
pestañas mientras hago como la que ojea la carta, pero en realidad estoy estudiando su actitud.
- ¿Qué desean beber? – Pregunta una camarera de unos cincuenta años y que masca un
chicle de forma muy brusca.
- Yo tomaré un tanque de cerveza, ¿qué quieres tú, Abbey? – Ojeo la carta en busca de
algo que me guste. Odio los refrescos y la cerveza. Al fin encuentro lo que buscaba.
- ¡Una copa de vino tinto! – Digo y sonrío. Dylan me sonríe de vuelta. La camarera se va y
nos quedamos por unos segundos en un incómodo silencio, hasta que Dylan por fin habla.
- Eres muy guapa. – Perece que lo dice con sorpresa.
- Eh… ¿gracias?
- Eres la primera morena en la que me fijo tanto. – Vaya… quizá ha querido decir que soy
la primera con color de pelo natural y tetas naturales en la que se ha fijado. No sé si eso es bueno
o malo. No sé si soy demasiado diferente a lo que él y los tipos de este lugar están acostumbrados.
Estoy acostumbrada a ver mujeres como Rachel, Katty y Amber en las redes sociales, pero no
había visto tantas mujeres tan exuberantes juntas en tan pocos metros cuadrados. De hecho, esta
hamburguesería está llena de Rachels, Katties y Ambers. – ¿Qué miras? – Me sorprende Dylan
mirando a nuestro alrededor, igual que yo estoy haciendo.
- ¡Nada! – Disimulo. La camarera viene con nuestras bebidas y doy un trago a la mía para
pensar en qué decirle.
- ¿No te gusto? – Su pregunta hace que tosa un poco. Cuando lo miro parece como si
estuviera intentando resolver un enigma conmigo. Como si no entendiera que hubiera alguna mujer
en la tierra que no se sintiese atraída por él.
- Eres muy guapo. – Digo y me siento incómoda. Este tipo de conversación no debería ser
tan tensa.
- Disculpa que te pregunte así, tan cortante. Normalmente no ligo con chicas de esta
manera yo… ya sabes, en las fiestas es todo diferente.
- ¿Qué pasa entre Andy y tú? – Pregunto para cambiar de tema. Prefiero dejar la
conversación más íntima para cuando sepamos algo más el uno del otro.
- Pasa que es un tipo de lo más desagradable, eso es lo que pasa.
- ¿Es porque estuvo con Rachel? – Dylan apenas me mira y responde.
- En parte. Rachel es mi cuñada ahora, ya sabes que sale con mi hermano – asiento – y
ahora está feliz con él, pero cuando mi hermano Carter empezó a salir con ella estaba casi
destrozada por lo que ese hijo de puta sin escrúpulos le hizo. – En ese momento Dylan me mira y
veo la ira en sus ojos.
- No entiendo, ella dejó a Andy, ¿no es así?
- Eso es lo que ella va diciendo por ahí, pero mi hermano y yo sabemos la verdad. La
verdad es que Andy la usó. Ella intentó hasta introducirlo en nuestro selecto grupo de amigos, lo
tratamos durante un tiempo como una más. Pero se la jugó. Se divirtió con ella y luego se acostaba
con la primera que se le acercaba. Aunque bueno, no se acostaba con cualquiera. Ese cabrón sabe
tener buen gusto cuando le interesa. Y no puedo culparle de eso, la verdad. Todos hemos tenido
sexo esporádico alguna vez. Pero él la engañó. Le dijo que con ella sería diferente. Mi hermano
siempre estuvo enamorado de Rachel y fue muy duro para él verla caer tan estrepitosamente. Al
final, Carter tuvo que recoger los pedazos de Rachel cuando él ya se cansó de jugar con ella.
Después, cuando Amber y yo empezamos a salir, Andy se la folló a ella también y… bueno… –
Abro los ojos de par en par. – ¿Tengo motivos para odiarlo o no?
- ¿Tú y Amber…?
- No era nada serio, no llegó a gustarme tanto, menos mal. Pero fue muy humillante. –
Intento procesar la información que me da Dylan sobre Andy y, aunque todo apunta a que es un
hijo de puta insensible que sabe cómo seducir a las mujeres y usarlas, eso no hace que lo vea para
nada indeseable. Al revés. La verdad es que yo no querría jamás algo serio con alguien como
Andy, pero creo que podría encontrarle un objetivo bastante más placentero a su cercanía.
- ¿Saben ya lo que van a comer? – Nos interrumpe la camarera en el momento más
interesante. Dylan pide una hamburguesa completa y yo pido una igual, pero de tamaño pequeño.
Cuando volvemos a quedarnos solos intento seguir indagando.
- Bueno, por lo que me cuentas, son cosas que pasan. – No sé por qué intercedo por Andy,
pero tampoco me parece tan grave que lo suyo con Rachel no cuajara del todo. Además, tampoco
parece tan claro que la culpa fuese de él. Rachel va contando otra versión muy diferente.
- ¿Cosas que pasan? No lo defiendas, Abbey. ¿Es que acaso ya ha intentado seducirte y
por eso te pones de su parte?
- ¡No, no! ¡No digas tonterías! – Me defiendo y rezo porque mis nervios no me traicionen
al mentir tan abruptamente. – Solo digo que ahora Rachel está feliz, ¿no? Y tú estás libre para
poder salir con chicas tan irresistibles como yo. – Añado un poco de humor a la discusión y Dylan
al final sonríe.
- Eso es cierto…
- Andy es amigo de mi hermana, Dylan. Y no había visto a Serena tan feliz en mi vida.
Espero que eso no sea un impedimento para que nos sigamos conociendo y para que mañana
disfrutes de la fiesta, conmigo. Porque él está invitado y será uno más en la fiesta. – Esta vez lo
digo seria y sorbo de nuevo de mi copa de vino.
- Supongo que las heridas ya están sanadas, como dices. Aunque no me haga mucha ilusión
encontrarme a ese tipo allí, haré la vista gorda si… me prometes una cosa. – Abro los ojos.
- ¿Qué cosa?
- Que me reservarás a mí los bailes más sensuales. – Muerdo mis labios conteniendo una
sonrisa.
- Trato hecho.
El resto de la cena trascurre con normalidad. Comenzamos a coquetear con más
naturalidad que al principio y creo que al fin Dylan se relaja un poco conmigo cuando le muestro
abiertamente que me gusta y que me apetece conocerlo.
Cuando llegamos de nuevo a la puerta de mi casa la incomodidad vuelve a apoderarse de
nosotros dentro del habitáculo de su caro coche. Creo que debería besarlo, pero no estoy segura
de que me apetezca. No paro de pensar que esta noche Andy pasará la noche en mi casa y tengo la
cabeza hecha un lío.
De repente y sin darme cuenta tengo los labios de Dylan sobre los míos y me besa con
ansias. Yo trato de responderle con el mismo ímpetu, sin embargo, me siento más que patosa en el
intento. Cuando la mano de Dylan comienza a subir por mi cintura hasta llegar a mi pecho me
tenso. Creo que tengo puesto un sujetador con relleno y odiaría que se diera cuenta de ello.
Maldición.
- ¿Por qué no me invitas a un trago en tu casa? – Maldita sea, ¿cómo paro esto? Y, lo peor
de todo, ¿por qué quiero pararlo? No lo sé, pero no estoy cómoda.
- Lo mejor será que me vaya a dormir ya o mañana tendré cara de entierro. – Dylan
suspira en mis labios y sé que se siente frustrado porque le he parado los pies de nuevo.
- Abbey, si no te gusto dímelo claro y listo. No pasa nada. – Dice sin mirarme.
- Sí que me gustas, Dylan. – Confieso al fin. Dylan me mira ilusionado. – Es solo que,
acabo de llegar, me siento como una completa desconocida para todo el mundo aquí. Vosotros ya
tenéis una vida y os conocéis los unos a los otros, para bien y para mal. Yo… vengo de perder a
mis mejores amigas y todo lo que he dejado atrás. – Digo con tristeza esperando que entienda.
Dylan sonríe.
- Mañana no tendrás escapatoria, lo sabes, ¿no?
- Eso espero. – Susurro en sus labios mientras le doy un tierno beso y salgo rápidamente
del coche. – Hasta mañana. – Le guiño y Dylan me sonríe con amabilidad.
- Hasta mañana, preciosa.

*****
Son las tres de la madrugada cuando me despierto. Me he quedado una hora entera
esperando a que Obscure diera señales de vida por el chat, pero hoy no ha aparecido. Mientras
esperaba, me he hecho fotos bastantes sensuales en mi mini camisón de satén, pero cuando iba a
subir alguna a las redes, la irritante voz de Andy recordándome que ya tengo bastantes fotos
exhibiendo mi cuerpo en Internet parecía resonar entre las paredes de mi habitación. Así que al
final he desistido de subirlas.
¿Habrá llegado ya Andy? ¿Estará abajo, durmiendo en el sofá? Tengo la enorme tentación
de bajar a comprobarlo, pero no quiero parecer desesperada por estar con ese inadaptado a solas.
Sin embargo, un quejido extraño me sirve como excusa perfecta para salir de la habitación a toda
prisa. ¡No se estará tirando ese cabrón del infierno a mi hermana! ¡Lo mato!
En cuanto abro la puerta el quejido para y yo bajo rápidamente las escaleras de casa y me
dirijo al salón. Allí me encuentro la camiseta y el pantalón desgastado de Andy tirado por el
suelo, pero ni rastro de él. ¡Maldito hijo de puta! Me doy la vuelta para ir a la habitación de
Serena y me choco con un cuerpo duro. Una mano en mi boca evita que mis gritos reboten por la
casa. Me encuentro con su verduzca mirada y sus gruesos labios siseándome para que no haga
ruido.
- Shhh… No grites, bonita. Me has dado un susto de muerte. – Libera mi boca poco a
poco, como si la acariciara.
¡Oh, por dios! ¡Está buenísimo! Tiene un cuerpo marcado y musculado, pero no es algo
exagerado, sino muy natural. Una capa de vello cubre sus pectorales, tentándome a pasar mi mano
por ellos para comprobar su tacto. Jamás había sentido atracción por el vello masculino. De
hecho, creo que todos los chicos con los que he intimado iban depilados. Visualmente resultaba
atractivo, pero al tacto era desagradable. Sin embargo, la tentación de tocar el pecho de Andy es
algo que nunca había sentido. Resulta eróticamente viril y sensual. Simplemente perfecto.
- ¿Yo? ¡Tú casi haces que me dé un infarto! – Susurro intentando no demostrar la
fascinación que su cuerpo suscita en mí.
- ¿Qué haces aquí? ¿Me has echado de menos? – Su boca se acerca peligrosamente a la
mía. Quiero besarlo desesperadamente, pero ese comentario tan engreído me frena.
- Ni un poco. – Le miento. Llevo pensando en él acostado en mi sofá desnudo durante
horas.
- Mientes muy mal, bonita.
- Y tú eres demasiado engreído, bruto.
- Apuesto a que Dylan es tan malo en la cama como su hermano y te has quedado con
ganas de más. – De verdad que no sé qué he visto en este desgraciado. Tiene un ego demasiado
inflado para mi gusto.
- Eso aún no lo sé, pero si quieres te daré detalles de cómo me folla cuando lo haga. –
Andy frunce el ceño y sus labios forman una U como si estuviese sorprendido por mi respuesta.
- Tienes agallas. Me gusta eso. Pero preferiría follarte yo. – Andy desliza su lengua por mi
cuello y siento que me voy a derretir. Un calor abrasante se apodera de mi entrepierna como si ese
simple gesto fuese capaz de abrasarme por completo. Cierro los ojos cuando siento su voz
aterciopelada en mi oreja y me estremezco. – Llevo deseando enterrarme en ti todo el maldito día.
No te hagas la dura. Ese camisón que llevas es insoportablemente sexi. – Una de sus manos sube
por mi muslo y lo detengo justo cuando va a alcanzar mi sexo.
- Quizá en otro momento. – Le digo deslizando mi lengua por su labio inferior y salgo
corriendo de su alcance. El miedo a estropear este maravilloso y seductor juego de un plumazo me
invade. ¿Qué pasará si me acuesto con él y no siento nada? Es la primera vez en mi vida que
alguien me enciende tanto con un simple gesto. No quiero que toda esta energía se acabe aquí y
ahora. Además, tampoco quiero demostrarle que soy una de esas estúpidas ingenuas que caen
rendidas a sus pies con tan solo dos palabras.
Lo único malo es que, cuando llego a mi habitación y cierro la puerta, me arrepiento de no
haber traído a Andy conmigo. Pero una parte de mí se siente victoriosa por haber sido capaz de
dejarlo con las ganas. Por unos segundos creí que sucumbiría a su ya para mí indiscutible encanto.
No obstante, algo me dice que, una vez que Andy y yo intimemos, todo quedará ahí y se acabará la
diversión.
Debería sentirme culpable por flirtear con dos chicos a la vez: Dylan y Andy. Dos
antagonistas. Sin embargo, me siento bien en mitad de ellos. Es como si estuviese en mitad del
cielo y el infierno, acariciando cada uno de ellos con una mano. Como si jugase a ser ángel y
demonio a la vez.
Con la inquietante sensación de no saber qué estoy haciendo exactamente ni a dónde
quiero llegar con todo esto me vuelvo a meter en la cama y trato de dormir.
“Los chicos oscuros traen la luz”

- ¡Abbey, despierta! – Unos golpes y la irritante voz de mi hermana me despiertan. Me


desperezo y, de repente, me doy cuenta de que estoy sin bragas. ¿Qué? – ¡Abbey!
- ¡¡Voy, voy, ya voy!! – Contesto de mala gana.
- ¡En una hora vendrán los invitados! – Maldita sea. Me levanto de golpe y comienzo a dar
vueltas por la habitación. Me doy cuenta de que tengo las bragas enrolladas al tobillo. ¿He hecho
algo mientras dormía? ¡Bah, no tengo tiempo para pensar en eso ahora! ¡Maldición, solo tengo una
hora para estar perfecta! Anoche, con mis tonterías con Andy, olvidé ponerme la alarma y ahora
tendré que darme más que prisa.
Entro en mi vestidor y comienzo a rebuscar algún traje de baño espectacular y finalmente
opto por un triquini dorado que realza lo mejor de mi cuerpo; mi trasero. También tiene un escote
bonito y, para ser sinceros, me costó el dinero que ahorré durante meses dando clases particulares
a niños de mi barrio donde residía en Washington. También opto por un vestido entallado y
bastante corto con estampado animal. Me calzo unas sandalias doradas y me introduzco en el baño
a toda prisa. Me cepillo los dientes y paso las planchas por mi cabello a toda prisa. Después
coloco toda la máscara de pestañas que puedo y algo de rubor en las mejillas.
Unos golpes comienzan a sonar en la puerta del baño.
- Bonita, sé que estás ahí, sal de una vez, necesito orinar. – Pongo los ojos en blanco.
Andy puede ser el hombre más seductor de la tierra o el más desagradable.
- ¡Espérate un segundo!
- ¡Uno! ¡Ya pasó, lo siento! – Dice y sin más abre la puerta del baño. Me quedo pasmada
ante su descaro y más aún cuando decide ponerse a orinar justo a mi lado sin el mínimo pudor.
- ¡Oh, por el amor de dios! – Grito tapándome los ojos y tiro mi maquillaje a la bolsa de
aseo. Acto seguido salgo del baño entre maldiciones y me quedo de brazos cruzados esperando a
que salga. Cuando lo hace me mira y me sonríe. Tiene su pelo castaño enmarañado y solo viste sus
desgastados jeans. Está para comérselo… ¡No, lo que quiero es abofetearlo! Y se lo dejo saber
con la mirada.
- Buenos días, bonita – me dice besando mi mejilla y me sonrojo ante ese gesto que no
esperaba – no te estropees mucho con tanto arreglo innecesario. – Y se va a la parte baja de mi
casa como si nada, mostrando un tatuaje aterrador en su esculpida espalda. Yo me quedo
cavilando. ¿Qué ha querido decir? ¿Estropearme? ¡Si lo que pretendo es estar presentable!
Vuelvo a entrar en el baño y me miro en el espejo. ¿Debería prescindir del labial? ¿Y de
la sombra de ojos? ¡Oh, por qué hago caso a ese imbécil! Aunque… bueno… a lo mejor las demás
chicas no vendrán muy maquilladas. Al fin y al cabo, empezaremos con una barbacoa junto a la
piscina y… ¡Maldita sea, la piscina! ¡Se me rizará el pelo si me baño! Bueno, menos mal que
tengo un recurso para eso. Me recojo mi larga cabellera en una cola de caballo lo más estirada
posible en lo alto de la cabeza y me trenzo el pelo hasta el final. Sí, el resultado es satisfactorio y,
si se moja, se seguirá viendo bien.
Finalmente decido no maquillarme más y solo opto por echarme unas gotas de mi perfume
favorito. El que uso solo para las citas con final íntimo.
Cuando bajo a la planta inferior, me encuentro a Andy, ya con camiseta, sentado en la gran
mesa que tenemos en el jardín, desayunando con Lillian y mi hermana. Ambas van vestidas con
anchos pantalones y camisetas más masculinas que femeninas. Pongo los ojos en blanco y me uno
a ellas.
- ¿Hay café para mí? Necesito uno doble. – Digo.
- Buenos días, hermanita. – Ofrezco una sonrisa de disculpas ante mi falta de cortesía.
- ¡Eso son piernas! – Andy comenta como si fuese lo más natural del mundo mientras se
enciende un cigarrillo y bebe de su café. Le saco la lengua y le robo un cigarrillo que me enciendo
ante el estupor de Serena.
- ¿Has vuelto a fumar? ¡Creí que lo habías dejado!
- Solo será hoy, Serena. Lo necesito. – Me disculpo.
- Tranquila bonita, todos los que vengan se te comerán con los ojos. Has hecho una gran
labor con ese modelito. Hasta yo te imaginaré…
- ¡Andy! – Serena le regaña y yo comienzo a sonreír como una tonta. – ¡Te he dicho que
con mi hermana no! – Andy levanta las manos en señal de paz.
- Tranquila, hermana, sé mantener a este bruto bajo control. – Le digo a mi hermana y le
guiño.
- Yo que tú no estaría tan segura. – Me reta Andy.
- ¡Tú vas a comportarte hoy, o te las verás conmigo! Y si te portas bien quizá te dé un
premio un día de estos. – Le amenazo con el dedo y me muerdo el labio cuando pongo en voz alta
mis pensamientos lascivos. Tanto Andy como Lillian y mi hermana me miran con sorpresa. Sí, no
es muy típico que una chica como yo hable así, pero este es mi juego con Andy y Serena no se va a
entrometer en mis asuntos.
- ¡Abbey! – Me regaña Serena ahora a mí.
- Tranquila, sé muy bien con quién estoy tratando, no soy ninguna estúpida ingenua,
Serena. – Me defiendo. Mi hermana sacude la cabeza, pero no pone más obstáculos. Bien.
- Me muero por tener ya mi premio sobre mí, bonita. – Añade Andy y me sonrojo. Serena
hace un gesto ridículo tapándose los oídos y yo aleteo mis pestañas en dirección a Andy.
- Pues gánatelo. – Andy me mira de arriba abajo. Sus ojos se aclaran mostrando un verde
espectacular y brillan como nunca. Puedo ver el hoyuelo en su mejilla derecha y sé lo que está
pensando. Me encanta que tenga las mismas ganas que yo y que sepa igual que yo que solo será
sexo. Pura lujuria. Nada más.
- Lillian yo que tú también me taparía los oídos. – Le dice a su amiga que obedece en el
acto. ¡Oh, oh! ¿Qué va a soltar por esa adorable boca? – Seré bueno y después muy, muy malo
contigo. No te dejaré respirar hasta que te corras como nunca antes y grites mi nombre. ¿Te parece
bien, bonita? – Trago saliva. Siento mis piernas temblar y una vocecita en mi cabeza que me grita
desesperada que le diga que sí, que eso es exactamente lo que quiero. Lo que llevo queriendo toda
mi vida.
- Solo espero que seas capaz de cumplir con tus amenazas, machote. – No sé de dónde
saco mi osadía con este hombre, pero no puedo evitarlo.
Me encanta esto. Me apasiona la forma que tiene de compartir el control de la situación
conmigo. Me hace tan partícipe como a él mismo de nuestro juego y me cede el poder lo justo y
necesario para no perderlo él por completo, pero a la vez dejarme saborearlo lo suficiente para
querer más y más. Es un maestro de la seducción y ahora lo tengo claro. No voy a discutírselo en
mi fuero interno, aunque jamás se lo diré en voz alta.
Poco después de desayunar, cuando estamos terminando de colocar los aperitivos en la
mesa de la piscina y otra mesa más con la bebida, comienzan a venir los primeros invitados.
Amber y Katty son las primeras en venir y vienen acompañadas de más chicas que no
conozco, pero que me parecen todas iguales.
A lo lejos veo a Andy haciéndose cargo de la música con un equipo de música enorme que
no reconozco y que no me he dado cuenta que lo trajera en ningún instante. Parece que ha
encontrado su lugar perfecto. Sonrío al verle bailotear las canciones que pone. Reconozco alguna,
aunque no son de este siglo ninguna de ellas. No me importa por ahora, porque veo a las chicas
también menear las caderas al son de la música con la que Andy nos deleita.
Serena y Lillian se encargan de ofrecer bebidas a nuestros primeros invitados y yo sigo
recibiendo a más de ellos. Los siguientes en llegar son Alexander y Steve, que me saludan con
efusividad, como si me conocieran de toda la vida. También vienen con más amigos que no he
tenido el placer de conocer aún. Me presento y les ofrezco una enorme sonrisa al tiempo que les
invito a entrar y les conduzco al jardín.
Poco después llegan Dylan, Rachel y el famoso Carter, novio de Rachel y hermano de
Dylan. Es casi igual de guapo que Dylan. Ahora entiendo por qué Rachel habla de él como si fuese
un regalo de los dioses.
Una hora después el jardín de mi casa está lleno de gente, incluyendo a esos seres
llamados Cole y Gran Harry, que han venido con una chica preciosa y que no ha pronunciado
palabra desde que ha llegado. Me siento pletórica al ver que todo va sobre ruedas. He de decir
que sobre todo gracias a la ayuda de Andy y Lillian, que se han encargado casi de todo como si
ellos fueran los anfitriones. Quizá es su manera de intentar encajar en la compleja sociedad de
este lugar.
Andy sobre todo está haciendo un trabajo magistral con la música y preparando cócteles
para las chicas. Aunque no me guste ni un pelo que todas parezcan flirtear con él y Andy casi no
me ha mirado ni una sola vez a mí. Pero yo centro mi atención en Dylan y en conversaciones de
chicas con Rachel. Veo a mi hermana y al greñudo de Cole haciéndose cargo de la barbacoa y
resoplo. Espero que no hagan un desastre.
- Al final es verdad que has invitado a Andy y a sus amigos. – Me dice Rachel y yo miro
instintivamente a Andy. Se le ve tan concentrado en la música y hasta parece feliz y relajado. Es
una visión muy distinta de él. – Sí, está bueno, no voy a negártelo. Pero deja de comértelo con la
mirada delante de todos nosotros. – Rachel comenta y su voz revela amargura, aunque la miro y
parece tan impasible como siempre.
- No… él no… bueno, no es feo. – Titubeo.
- ¡Vamos, no te hagas la mosquita muerta! A mí no puedes engañarme. Te ha gustado desde
que lo viste. – Me acusa. Ahora no parece tan tranquila. ¿Es que sigue sintiendo algo por él?
Maldición, eso me pondría las cosas complicadas para continuar mi juego con Andy. Rachel es la
líder indiscutible de mi nuevo grupo de amigos. – No te voy a culpar, el chico es simplemente
irresistible, si es que tienes ojos en la cara. Pero te advierto, nada bueno saldrá de ahí. Además,
mi cuñado, Dylan, está muy pillado contigo. ¡Chica, no sé qué le has hecho! Dylan es el soltero
más codiciado de aquí y es bastante complicado que se fije en alguien de la forma en que se ha
fijado en ti.
- ¿Dylan te ha dicho que le gusto? – Pregunto nerviosa. Ya sé que le gusto, pero si lo ha
dicho a sus amigos significa que la cosa va en serio.
- Se lo ha dicho a Carter – dice encogiéndose de hombros y sorbiendo un trago del cóctel
que Andy le ha preparado antes – y mi novio siempre me lo cuenta todo.
- A mí también me gusta, pero no sé. – Pienso en voz alta.
- ¿No sabes qué? – Pregunta en un grito. – ¡Abbey, es el maldito Dylan McGregor! ¡Serás
mi cuñada! ¡Nos apoyaremos la una en la otra! ¿No es genial? ¡Chica, has tenido todo un
recibimiento aquí! Olvídate de enredarte con ese traidor y dale una oportunidad a Dylan.
- Eh, a mí no me gusta Andy lo más mínimo, tranquila. – Me defiendo.
- Supongo que al fin y al cabo no eres tan tonta como para saber que alguien como él no te
conviene. Pero yo conozco a Andy mejor que nadie aquí y sé que no parará hasta que caigas en su
red. – Mi interior sonríe de satisfacción, aunque me esfuerzo en que mi gesto no revele el alivio
que siento al oír eso. – Andy simplemente no sabe estar alejado de las chicas como nosotras. Le
gusta retar lo inalcanzable y jugar a ser dios con nosotras. No le dejes, Abbey. Hazme caso.
- Puedes estar tranquila, no caeré. Solo será el amigo de mi hermana.
- Hola chicas, ¿conspirando contra el mundo? – Al girar la vista veo a Andy junto a
nosotras. Rachel comienza a temblar de pies a cabeza y sonríe como una tonta. Demonios, le gusta
de verdad Andy.
- ¡Hola Andy! – La voz suena gritona e inesperadamente besa la mejilla de Andy.
- Hola, nena. – La forma en que le llama nena me pone de los nervios. – Espero que estés
bien.
- ¡Bien! ¡Muy bien! – Responde nerviosa y echa la vista a un lado, en busca de Carter. –
Hace mucho que… bueno, que no te veo tan de cerca, al menos fuera de tu trabajo. – Rachel sorbe
de nuevo de su bebida y le dedica un aleteo de pestañas coqueto a Andy. ¡No me puedo creer lo
que veo! ¡Si acaba de decirme que me aleje de Andy!
- Me alegro. He venido a por ti, bonita. – Me dice y su voz suena más aterciopelada y
cálida. Me derrito por dentro.
- ¿Por mí? – Mierda, estoy sonando desesperada. Cálmate Abbey.
- Sí, no estás bebiendo nada y esta es tu ansiada fiesta. ¿Quieres que te haga un cóctel de
los míos? – Pregunta sonriente y su sonrisa y su hoyuelo en la mejilla derecha eleva la temperatura
de mi cuerpo.
- Por supuesto. ¿Tú quieres otro, Rachel? – Le ofrezco a mi nueva amiga, para que no se
sienta desplazada. Ella sacude la cabeza.
- No, gracias. Yo voy a buscar a mi novio, por si quiere darse un baño conmigo en la
piscina. – Contesta con un tinte de decepción en su voz y se va.
Yo sigo a Andy hasta la mesa de los cócteles. Lo observo con detenimiento preparar mi
cóctel concentrado, mientras canturrea una canción que suena de fondo. Cuando sus ojos conectan
de nuevo con los míos vuelve a sonreírme y me tiende la bebida. Al tomar el vaso en mi mano,
nuestros dedos se tocan y siento como uno de sus dedos me acaricia. ¡Por favor, mi corazón late a
mil por horas!
- Tómatelo con tranquilidad, tiene mucho alcohol. – Asiento torpemente con la cabeza.
Después trato de huir de su enganche.
No puedo controlar bien este tipo de atracción tan nueva para mí. Nunca me han atraído
los hombres como él, tan diferentes a lo que sé que necesito, tan alejado de mi realidad. Y por eso
mismo creo que no sé cómo lidiar con ello ni siquiera cómo disimular el estímulo que crea su
presencia en mi cuerpo.
Cuando me pongo en dirección a dónde está Dylan, una mano frena mi camino
agarrándome del brazo. Me gira bruscamente y lo veo de nuevo frente a mí, con esa mirada
verduzca enganchándose en la mía como si le perteneciese. Como un encantador de serpientes.
- ¿Qué haces? – Pregunto nerviosa y miro a mi alrededor. No quiero que Dylan o Rachel
vean la libertad con la que Andy trata conmigo.
- Sé lista. No hagas caso a la rubia. Si tienes alguna duda que resolver sobre mí, háblalo
conmigo. – Dice y suena a orden.
- No sé de qué hablas. – Me hago la tonta.
- Lo sabes perfectamente, bonita. Esa gente solo quiere usarte como marioneta para
conseguir sus objetivos. Son egoístas, fríos, calculadores y no se preocupan por nadie que no sean
ellos. – Miro a Dylan que para mi mala suerte me está mirando a mí también, percatándose de que
estoy hablando con Andy.
- Andy, no es el momento. Si quieres hablar conmigo de cosas profundas y todo eso
puedes buscar un momento en el que estemos a solas. Ahora tengo una fiesta y unos invitados que
atender.
- Bonita, sabes que cuando tú y yo estamos a solas es difícil concentrarse en
conversaciones profundas. – Me dedica media sonrisa y se va. Dejándome desorientada.
Durante horas me siento dividida. Andy aparece de vez en cuando para interrumpir mi
momento con Dylan y ofrecerme otro de sus cócteles. Dylan no deja de ponerme copas de
champán en las manos e insiste continuamente en bailar conmigo. Menos mal que todo el mundo
parece que ya está borracho y no somos los únicos bailando, pero me siento tan rara bailando con
él… no dejo de pensar en si mi atuendo es el idóneo, si mi pelo se ve bien así, tan recogido… y
cuando Rachel y las chicas se quedan en traje de baño y veo sus cuerpos tan bien esculpidos por
las manos de los mejores cirujanos de este país, me siento pequeña y ridícula.
- Vamos a darnos un baño, Abbey. – Propone Dylan. Aún no estoy tan borracha como para
mostrar mi cuerpo sin que me importe tener tanta mirada centrada en mí.
Sé que lo hago constantemente en las redes, pero es distinto. En Internet puedo elegir el
ángulo en el que deseo ser vista, la pose, la mirada… todo. Ahora tengo que mostrarme tal cual
soy. Con mis defectos y mis virtudes. Sé que tengo un cuerpo bastante femenino. La curva de mi
cintura y mis caderas y piernas son mi parte favorita. Pero detesto las líneas plateadas que tengo
sobre las nalgas, producto de una repentina feminidad cuando me desarrollé. Odio que el tamaño
de mis pechos no llegue a la media del tamaño que se exhibe ahora mismo entre las chicas que se
están bañando en la piscina de mi casa, aunque solo sean un poco más pequeñas. Tampoco me
gusta ser la única que no está teñida de rubio, porque me hace desentonar completamente con lo
que, al parecer, es la imagen ideal.
- Ve tú, yo voy a ir al baño un momento. En seguida me reúno contigo. – Contesto, tratando
de mostrarme despreocupada.
Antes de ir al baño, me acerco de nuevo a la mesa de las bebidas y me bebo de una
sentada dos chupitos de tequila. Voy a necesitar más dosis de valentía.
- Para o te pondrás mala. – Es la voz de Andy a mi espalda. Me giro y lo encaro. Ahora sí
estoy borracha. Está empezando a atardecer y el cielo anaranjado se ve mágico. – ¿Qué te pasa,
bonita? Estás muy rara.
- Estoy genial. Voy al baño y después a la piscina. ¿Te apetece bañarte? – No sé por qué le
invito a bañarse conmigo, pero de alguna manera me siento más confiada con Andy que con nadie
más en este maldito momento. Andy abre los ojos sorprendido.
- Claro. Si no te importa que me bañe en ropa interior…
- ¡Qué! – Trago saliva. – ¿No trajiste bañador?
- No, pero tranquila. Ya me has visto en paños menores.
- Ahora vengo. – Digo resoplando.
- Tómate esto antes. – Me ofrece una bebida roja.
- Creí que pensabas que no debería beber más. – Me extraño.
- Es para que te sientas mejor. Tómatelo. – Le hago caso y me llevo la copa que me ha
dado mientras me dirijo al baño.
Entro sin llamar y me encuentro a Rachel allí, metiéndose una sustancia extraña por la
nariz.
- Pe… perdón. – Digo sin saber qué decir.
- No pasa nada, entra. – Tira de mí y cierra la puerta esta vez con seguridad. – ¿Quieres un
poco? – Me muestra la sustancia blanca que tiene sobre su tarjeta de crédito platino y yo niego
fuertemente con la cabeza. – Vamos, hará que sea la mejor fiesta de tu vida. – Maldita sea, Rachel
se está drogando, en mi jodida fiesta.
No puedo decir que sea la primera vez que he visto a alguien consumir sustancias
estupefacientes delante de mí. De hecho, una vez nos tomamos media pastilla de speed entre Elsa
y yo y, después del ridículo que hicimos en aquella fiesta tras consumir, me juré mil veces a mí
misma que jamás volvería a consumir drogas. Sin embargo, el alcohol será más que bienvenido a
mi cuerpo para afrontar este estrés que siento ahora mismo. Me bebo de un trago la bebida que
Andy ha preparado para mí y maldigo en mi interior cuando veo que no lleva ni una gota de
alcohol.
- Esta mierda es zumo de frutas. – Me quejo mirando el vaso vacío. Rachel se ríe.
- Toma, bebe del mío. Es un margarita hecho por las mismísimas manos del jodido y sexi
Andy Stone. – Le hago caso y doy un largo trago sintiendo un gran alivio al notar otra dosis de
alcohol bajar por mi garganta quemándome por dentro.
- Vale, ahora sí me siento preparada. – Digo y me quito el dichoso vestido, dejándolo
tirado en la bañera.
- ¡Vaya, bonito triquini! Te ves genial. ¿Vamos a la piscina?
- ¡Vamos! – Contesto al fin borracha hasta la médula.
Salimos del baño y comienzo a andar con torpeza hasta que llegamos de nuevo al jardín.
Cuando mis ojos ven todas esas lucecitas adornándolo todo me da la impresión de que estoy en
mitad del cielo. Andy ha hecho magia aquí. Y ahora que el sol comienza a ponerse se ve todo
precioso, mágico. Busco a Andy con la mirada para sonreírle llena de gratitud por lo que ha hecho
aquí, pero lo veo coqueteando con dos rubias de tetas ingrávidas, como él dice, junto a la cabina
de música que él ha creado.
La música de Drake, Beyoncé y Billie Eilish comienza a sonar a todo volumen. Estoy muy
mareada y muy enfadada con Andy. ¡Se supone que me iba a acompañar en la piscina! ¡Me da
igual! ¡Ya no lo necesito! Entro en la piscina meneando las caderas al son de la música entre
vítores de los allí presentes. Mi cuerpo está húmedo enseguida y mi mente hecha plastilina por el
alcohol.
Cuando la canción de The Weeknd The Hills comienza a sonar, mis ojos vuelven a buscar
a Andy y le dedico uno de mis bailes sensuales, aunque a duras penas la rubia con la que habla le
deja mirarme. Resbalo mis manos húmedas por mi cuerpo y muevo la cabeza de un lado a otro.
- Eh, Abbey, ven aquí. – Es la voz de Dylan, creo. Tira de mi mano y me guía hacia la
mitad de la piscina para que comparta mi baile sensual con él.
No puedo hacer otra cosa más que seguirle. Mi cuerpo de repente se siente a punto de
explosión. Vuelvo a tropezarme con la mirada de Andy mientras bailo con Dylan y creo que me
dedica una sonrisa diabólica. Acto seguido coge a la rubia que está a su lado y le da un beso de
película, introduciendo su lengua hasta el fondo. No sé cómo lo hace, pero siento como si fuese a
mí a quien besara de esa forma desde la distancia. Pero creo que es a Dylan a quien estoy besando
como si no hubiera un mañana. Es todo muy confuso y muy ardiente.
- Tengo calor. – Susurro en sus labios.
- Toma, bebe. – La persona que medio identifico como Dylan vierte un líquido en mi boca
y luego lame lo que cae por mi cuello. ¡Vaya… estoy volando! La piscina flota y las luces a mi
alrededor juguetean conmigo. Unos ojos amarillos que me miran captan mi atención de repente.
Debo estar alucinando… – Estás muy sexi, Abbey. Me vuelves loco.
“Mi chico oscuro”

Mi habitación parece distinta, como si estuviese llena de gente o más bien de sombras.
Pero sé que solo estamos él y yo. No sé cómo he llegado hasta aquí, ni si quiera sé con quién estoy
ahora mismo realmente. Tengo recuerdos confusos que van desde la piscina hasta mi habitación.
Recuerdo la voz de Andy llamarme “bonita, ven aquí, ven conmigo”, recuerdo los besos de Dylan
y sus proposiciones de buscar un lugar más íntimo, recuerdo también el rostro siniestro de un
hombre que no conozco… Y luego recuerdo descontrolarme en traje de baño por todo el jardín de
mi nuevo hogar. Sentía que el fuego más abrasador me llenaba por dentro y escuchaba voces
confusas clamar mi nombre. No recuerdo haberme sentido nunca tan desinhibida y despreocupada
por la imagen que pudiera estar proyectando de mí. Recuerdo que el siniestro hombre de silueta
oscura, que era como una sombra, un… demonio, me miraba con ojos amarillentos y me asusté.
Tras eso, una voz familiar pronunció mi nombre y me aferré a su mano mientras le supliqué que me
llevara a salvo de ese demonio.
Ahora estoy con ese alguien aquí, en mi habitación, aislados del resto de los invitados, a
salvo del demonio de ojos amarillentos. Es Dylan, creo, aunque su aspecto y su voz a veces se
confunde en mi mente con el de Andy. No… no… espera, es Andy, sí, es él. No lo sé. Veo el
rostro de ambos a la vez y en el mismo sujeto. ¿Qué me pasa?
- Abbey, te deseo – me dice y me besa con lujuria. Yo respondo del mismo modo. Mi
cuerpo hierve, necesita ser saciado más que nunca. Es como si toda la frustración sexual vivida
durante toda mi vida se hubiese agolpado de pronto en el centro de mi cuerpo, pidiéndome a gritos
ser saciada al fin.
- Fóllame. – Dicen mis labios sin permiso. Comienzo a reírme estrepitosamente de mí
misma al oírme decir tal cosa y me tapono la boca con las manos.
- Vamos, quítate el bañador. – Sus manos son ásperas pero certeras. En décimas de
segundo estoy desnuda frente a mi salvador. El problema es que no sé si es Dylan o Andy u otra
persona desconocida y, aun así, me tiro a su cuello en busca de más besos. Pero, de repente, me
gira y me tira sobre la cama bocabajo. La sorpresa es enorme cuando siento el peso de su cuerpo
desnudo en mi espalda y tira de mi trenza para levantar mi cabeza y susurrar en mi oído. – Al fin
te tengo.
- Déjame mirarte. – Suplico. No me gusta la poca libertad que tengo de movimiento en
estos momentos. No obstante, la voz de mi entrepierna me recuerda que esto era lo que estaba
buscando hace unos minutos allí abajo, en la piscina.
- Estate quietecita. – De pronto siento una intromisión extraña en mi cuerpo que me hace
gritar y, para mi enorme dolor, no es de placer. Es sorpresa y escozor.
- ¡Para, me haces daño! Más despacio. – Pido, pero el único gesto que recibo es un azote
en una de mis nalgas por su parte.
- ¡Calla! ¡Yo sé bien lo que les gusta a las chicas como tú! – De pronto siento unas
enormes ganas de vomitar y me escabullo de entre sus manos como puedo para no vomitar sobre
el colchón de mi cama. Lo hago en el suelo, junto a la cama, y de una forma descomunal. – ¡Joder!
– Le escucho gritar, pero ya no soy capaz de verle. Solo veo una silueta borrosa mientras continúo
vomitando en el suelo de mi habitación. Cuando al fin paro, me hago un ovillo en una esquina
sujetando mis piernas. No sé qué me pasa. Veo sombras a mi alrededor. Se ríen de mí.
- ¿Qué es eso? – Grito señalando a mi alrededor.
- ¿De qué hablas? Ven aquí, terminemos lo que hemos empezado y luego limpiaremos esta
mierda. – Entonces veo ese extraño rostro. ¡Es él otra vez! ¡Me ha encontrado! El rostro del
demonio que se acerca a la persona que antes estaba sobre mí invadiendo mi cuerpo y le propina
un fuerte golpe.
- ¡Vete de aquí, hijo de puta, o llamaré a la policía ahora mismo! – Dice mi demonio
protector.
- ¿A la policía? ¿Por qué? Ella quería que me la follara, me lo ha suplicado.
- Obscure, ¿eres tú? – Mi voz suena tan rara que ni yo la reconozco. Nadie me contesta. –
He visto las sombras, sé que eres tú. ¿Vas a llevarme al infierno contigo?
- ¡Maldito cabrón, ¿la has drogado?! – Suena otro golpe.
- ¡¿Qué?! ¡No! – Dice quien por momentos he confundido con Dylan y por momentos con
Andy.
- ¡Sal de aquí o te mato! – El demonio se acerca a mí. ¿Es un demonio o un ángel caído?
Su mirada amarillenta ahora es parda y me confunde. Me dice algo, no puedo oírle. – Abbey, ¿me
oyes? ¡Joder, di algo!
- ¿Obscure? Eres tú, has venido por mí, ¿verdad? – Un suspiro retumba en mi cuello, creo
que me está cogiendo en brazos.
- Soy yo. Vamos a darte una ducha y a limpiar este estropicio.
- ¡¿Es Abbey?! – Creo que oigo decir mi nombre a una chica. Suena preocupada. – ¿Qué
le ha pasado?
- Creo que la han drogado. – Dice mi ángel-demonio oscuro. – Voy a ducharla a ver si se
le baja un poco el subidón. ¿Puedes limpiar esta mierda tú?
- ¿Drogada? ¡Voy a llamar a la policía!
- No. Nos meterán presos. ¿A quién crees que culparán de su estado? – Obscure me lleva
en sus brazos hacia el baño y me mete bajo el chorro de agua fría. Yo grito y pataleo.
- Para. ¡Para!
- ¿Qué has tomado, Abbey?
- ¡Solo he bebido! Ven, ven aquí, conmigo. – Le pido abriendo mis brazos y mis piernas. –
Sé que has venido a cumplir tu promesa de ser el primero que me haga sentir un orgasmo. ¡Vamos,
hazlo! – Le pido y comienzo a tocarme. No puedo verle bien, pero no me importa.
- Abbey… para… estate quieta. Han debido meterte algo en la bebida. ¡Por dios, deja de
tocarte así! – Su voz suena angustiada.
- ¿No te gusta verme tocándome?
- Oh, créeme, me gusta más de lo que debería. Pero estás drogada y no es el momento.
- ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Te necesito!
- Abbey…
Siento la flaqueza en su voz. Si está aquí es porque ha venido a por mí. Él quiere esto
tanto como yo. Alargo mis manos en su busca, porque casi no puedo distinguir su silueta. Consigo
agarrar una de sus manos y la conduzco directamente a mi sexo.
- ¿Ves? ¡Estoy lista para ti! ¡Hazlo! ¡Haz que me corra de una jodida vez! – Un gruñido
seco reverbera en mi boca cuando siento sus dedos explorar el exterior de mi sexo.
- No puedo hacerte esto así. No sabes lo que estás haciendo. Joder… estás tan mojada…
Abbey, maldita sea, te deseo. – Sus dedos comienzan un delicioso baile en mi interior y sus labios
susurran indecentes maldiciones por mi cuello entre beso y beso que solo hacen que me encienda
más. Pero, para mi terrible dolor, separa sus dedos de mi contacto de un momento a otro
dejándome desamparada y vacía repentinamente. – No puedo, Abbey. No puedo hacerte esto
ahora. No así.
- Solo tócame. Solo eso. Por favor…
Mis labios se enganchan a los suyos y mi lengua lo saborea con ansias. Con mi mano guío
sus dedos hacia mi interior de nuevo y al fin consigo que se rinda.
Por fin se hace mi fantasía real. El ser masturbada por el mismísimo Obscure. Y me siento
volar. Mi cuerpo me grita y me suplica ser saciado de una vez.
- ¿Esto es lo que quieres? – Pregunta seductoramente al tiempo que sus dedos se mueven
implacables en mi interior.
- Quiero que me des mi jodido primer orgasmo.
- Abbey, todo lo que tienes que hacer es dejarte llevar. Eres bonita y todos lo saben. Te
gusta el morbo y no hay nada de malo en ello. – Susurra al tiempo que lame mis pechos. – Te
encanta lo prohibido y lo oscuro. Tu alma es libre y te suplica ser liberada de tus estúpidas
imposiciones sociales.
- Me encantas tú, Obscure – gimo su nombre.
- Te gusto porque no puedes controlarme. Porque no estoy a tu alcance. Porque no sabes ni
siquiera quién soy en este momento. Porque no tienes que fingir conmigo ser quien no eres. Porque
puedo darte la libertad de experimentar sin pensar en todo lo demás. Abre más tus piernas. Voy a
hacerte volar, Abbey.
Estoy en la ducha, abierta de piernas, bajo el chorro de agua fría. Con los dedos de
Obscure penetrándome de manera implacable. Se arrodilla frente a mí y con su lengua acompaña
el movimiento perfecto de sus dedos. Estoy cerca… muy cerca… lo noto… siento mi cuerpo
ponerse duro y tenso y un calor asfixiante en mi interior. Me aferro a su pelo con fuerza y cierro
los ojos. ¡Oh dios, estoy a punto! No quiero pensarlo siquiera. No quiero estropear este momento.
Si me paro a pensar, solo un segundo, en la estupidez que estoy haciendo, todo se irá al traste. No
quiero que esta sensación se me escape. Quiero llegar al final. Aprieto los ojos y me concentro en
su lengua y en todo lo que me está haciendo sentir. El calor es asfixiante, a pesar del agua fría que
recubre mi cuerpo. Estoy al borde del abismo y voy a saltar. Veo estrellitas a mi alrededor. Son
como destellos que emanan de mi propio cuerpo. Sé que estoy alucinando por culpa de alguna
droga. Una gloriosa droga que me está haciendo sentir al fin la liberación más rotunda. Y bendigo
su efecto ahora mismo en mí. Solo un poco más, ¡por favor, por favor, sigue haciendo eso mismo!
El aire ha dejado de llegar a mis pulmones. Estoy tensa, más que nunca, conteniendo la
respiración cuando, de repente, un latigazo eléctrico recorre todo mi cuerpo y empiezo a temblar.
- ¡Siiiii! – Grito hasta casi desgañitarme cuando por fin siento la sensación de explosión
en mi interior. Mi cuerpo comienza a convulsionar y a dar espasmos. Espasmos de placer. ¡Es esto
lo que se siente! Placer puro. Solo placer. Siento como si mi corazón se hubiese desplazado a mi
entrepierna. Bombea con fuerza y mueve los músculos de mi cuerpo a su antojo. Obscure sigue
saboreando los coletazos finales de mi primer y ansiado orgasmo, como si se tragase mi alma
poco a poco. Como si la saborease. Después todo desaparece, se vuelve negro y mis ojos pesan.
Le oigo clamar mi nombre. Siento sus golpes en mi rostro, pero me he entregado a esta
sensación tan divina. Si pudiera lloraría de felicidad. Si me quedaran fuerzas para un último
movimiento lo haría. Lloraría y reiría de felicidad, alivio y satisfacción.
Pero no puedo. Apenas me quedan fuerzas para respirar. Solo me concentro en seguir
viva. Tengo que saborearlo. Mi sexo aún palpita de placer durante largos minutos y no pienso
perder del todo la consciencia mientras este desmesurado placer siga apareciéndose en ecos, cada
vez más tenues, en mi desbordado cuerpo.
“Vacío”

Pensamientos confusos golpean mis sienes. El dolor es insoportable. Parpadeo. ¿Dónde


estoy? Es de día. ¡¿Y mi fiesta?! Quiero hablar, pero me fallan las fuerzas. En lugar de pronunciar
palabra alguna, mis labios emiten un sonido extraño.
- ¡Abbey! ¡Estás viva, dios mío! – El grito chirriante de mi hermana perfora mis tímpanos
y aprieto los ojos de nuevo.
- Serena… calla…
- ¡¿Que me calle?! ¡Me has dado un susto de muerte! – Vuelvo a parpadear para buscarla
con la mirada y que me aclare lo que dice. Al abrir al fin los ojos bien veo que estoy en su cama y
que ella ha dormido aquí, conmigo… ¿Qué demonios?
- ¿Qué ha pasado? – Me incorporo como puedo hasta que quedo sentada sobre la cama.
Miro a mi alrededor como si pudiera mirar en los rincones de mi mente en busca de algunas
respuestas. No recuerdo nada desde que bailaba en la piscina con Dylan y le besaba de una forma
salvaje.
- ¡Dímelo tú! ¡Estabas drogada, Abbey! – La miro estupefacta. – ¡¿Qué demonios hiciste?!
¡¿En qué diablos pensabas?!
- Yo… no sé de qué hablas, Serena.
- ¡No me tomes por imbécil, Abbey! ¿Has hecho eso antes? ¿Tomas drogas?
- ¡Qué! ¡¡NO!! – No me puedo creer que mi hermana piense eso de mí.
- Abbey, si no fuera porque Dylan y Andy te encontraron tirada en la habitación vomitando
como una condenada te podrías haber muerto allí mismo sin que nadie se hubiese enterado. –
Medito las palabras de mi hermana. Vomitando… recuerdo algo así.
- Había alguien más conmigo en mi habitación, creo. – Le digo a mi hermana. Ella frunce
el ceño.
- ¿Quién?
- No tengo ni idea, pero sea quien sea fue quien me drogó, Serena, sin mi consentimiento,
te lo aseguro.
- Joder, Abbey…
- ¡Maldición, no recuerdo nada! – Grito esforzándome en recordar, sin fortuna, para mi
pesar. – ¿Tú no viste nada extraño?
- Abbey, yo estaba borracha y disfrutando con mis amigos. Jamás pensé que estarías
haciendo esa clase de locuras, la verdad.
- ¡Serena, te digo que yo no me drogué conscientemente! – Mi hermana al fin parece que
cree lo que le digo. – Maldita sea, ¿dónde está Dylan? ¿Y Rachel? ¿Y el resto de su grupo? ¿Saben
todos que acabé drogada y vomitando en mi habitación! – Me tapo los ojos con las manos. – Dios
mío, esto es un desastre. Adiós a mi plan de integrarme y hacer un grupo de amigos como es
debido. Ayer hice el ridículo más estrepitoso. Nadie va a querer hablar conmigo…
- ¡Abbey, ¿qué dices?! ¡No tienes ni idea de cómo acabaron Rachel y la otra rubia llamada
Katty! – Abro los dedos de mi mano que tapan mis ojos para mirar a mi hermana entre ellos. –
Rachel también estaba drogada. Y gracias al show que dio en la piscina nadie se dio cuenta de
cómo terminaste tú. Solo Dylan y Andy, que fueron quienes te encontraron así. Y no te preocupes,
han prometido no pronunciar palabra al respecto.
- ¿Qué fue lo que hizo Rachel que fuese peor que acabar cubierta de vómito?
- ¡Ja! ¡La muy chiflada se puso a gritarle a Andy que no lo echaba de menos, que Carter le
follaba mejor que él! ¡¡Abbey, la rubia loca esa se desnudó en la piscina delante de todo el
maldito mundo!! – Abro los ojos con sorpresa. – Fue una locura… Se puso a bailar como una
tarada y Carter tuvo que llevársela a la fuerza de la fiesta. ¡Ja!
- Y… ¿qué le dijo Andy?
- Andy desapareció en cuanto la vio gritarle como una posesa. Supongo que avergonzado.
- Joder…
Me tapo la boca y muerdo mis labios para no reírme. La verdad es que me alivia saber
que alguien acabó peor que yo anoche. Aunque lo siento mucho por Rachel.
- Y la tal Katty comenzó a llorar y gritar como una niña.
- ¿Qué decía?
- Preguntaba a voz en grito a un morenito que había en la fiesta que por qué la dejaba otra
vez. Le decía que estaba embarazada. Dios mío, Abbey, esos nuevos amigos tuyos están mal de la
cabeza.
- ¡¿Está embarazada de Alexander?! Serena, menudo desastre de fiesta. – Asumo con
preocupación. Con los hombros hundidos y la moral también.
- ¿Qué dices? Fue lo más divertido que he visto en mi vida. Menos mal que papá y mamá
no estaban o nos hubieran castigado encerradas en nuestra habitación de por vida. – Comenta mi
hermana con diversión. Yo no le encuentro la gracia por ninguna parte.
- Serena, no tiene gracia. Papá y mamá no volverán a confiar en mí nunca más si se
enteran de algo así. Después de lo que pasó con Ella, me ha costado sudor y lágrimas que vuelvan
a confiar en mí. – De repente, un flash de la noche anterior se cruza por mis retinas. No… no
puede ser… Pasa muy rápido, casi de forma imperceptible y, si no fuera porque es la sensación
que llevo buscando tanto tiempo, quizá habría desechado ese flash de un plumazo. – ¡Joder!
- ¿Qué pasa, Abbey?
- Yo… he… he recordado algo. – Titubeo tratando inútilmente de retener ese recuerdo en
mi memoria, el momento justo en el que estoy viviendo mi primer orgasmo, pero se me escapa
entre mis párpados.
- ¿Qué pasa? ¿Has recordado a alguien? ¿Sabes quién te drogó?
- Obscure, él estaba ahí. Dije su nombre cuando… – miro a mi hermana y la zarandeo. –
¡Él estaba aquí! ¡Dime que lo viste! Yo… no recuerdo su rostro. Estaba borroso. Mi mente era
plastilina. – Dios mío fue él quien me hizo volar de esa manera. Él me prometió que lo haría. Que
sería el primero. Necesito saber cómo lo ha hecho. Cómo lo ha logrado.
- No sé de quién me estás hablando, Abbey.
- ¡Era como un demonio! Un demonio muy bello. Ojos amarillos, creo que… creo que
tenía una capucha negra. ¡Serena, por el amor de dios, dime que lo viste!
- Abbey, creo que estabas alucinando. No había nadie así en la fiesta. Lo habría visto.
- ¡Maldita sea, estaba ahí, en el baño, conmigo! Él me rescató de… la persona que me
drogó… y luego, él me hizo… ¡Dios! ¡Tengo que hablar con Obscure!
Me levanto abruptamente de la cama de mi hermana e ignoro el desastre que veo en el
pasillo de casa hasta que llego a mi habitación. Miro hacia mi cama y veo mi triquini dorado
tirado sobre ella. Miro en dirección a mi cuerpo y veo que tengo puesta una camiseta de hombre
enorme. ¡Qué es esto! Obscure. Él me vistió con su camiseta cuando me sacó del baño. El
recuerdo de una mancha permanece en el suelo de mi habitación. Mi vómito.
Otro flash acude a mi mente.
Soy yo, gritándole a alguien que me suelte. ¡Mierda, mierda, alguien estaba intentando
follarme sobre mi cama y no tengo ni idea de quién demonios es! Sin duda, alguien que se
aprovechó de mi estado de aturdimiento y paranoia. Recuerdo que, mientras bailaba en el jardín,
comencé a alucinar con las luces que decoraban el lugar. Todas las sensaciones se magnificaron
por culpa de la droga que ya corría por mis venas. Sobre todo, se intensificó la sensación de
anhelo de lo que nunca, hasta hace escasas horas, había tenido: un orgasmo.
Sé que le supliqué a quien quiera que fuera que me subió a mi habitación que me follara.
Y, ahora mismo, me odio por ello.
Cierro los ojos e inspiro con fuerza. Después me siento en mi escritorio y abro mi portátil.
Entro en el chat y veo un mensaje pendiente de leer en la ventana de Obscure. Con dedos
temblorosos abro la ventana y leo el contenido del mensaje.
“Buenos días, mi preciosa Amethyst. ¿O puedo llamarte ya Abbey? Quizá lo más
conveniente sería que te llamase Diosa. No tienes ni idea lo increíblemente bella que eres ni del
poder de atracción que tienes entre los humanos simples como yo. Jamás he visto nada más
tentador que tu imagen en esa ducha, bajo el agua, tocándote de esa forma tan arrebatadora,
pronunciando mi nombre, suplicándome que te hiciera volar… y sé que no debí disfrutar de esa
visión. No sin tu total y consciente consentimiento. Te pido perdón por ello. Te suplico que no me
odies. Sé que has conseguido lo que tanto ansiabas de una forma ruin en la que puede que yo sea el
único que pueda saborearlo y recordarlo de verdad. Sé que te preguntarás si estuve allí todo el
tiempo. Sí. No podía perderme a esa Diosa bailando entre mortales. Te observé durante todo el
día desde la oscuridad. Rezando porque mi mirada fuese suficiente para atraerte hasta mí.
Odiando a todo aquel que pronunciaba tu nombre y te desnudaba con su mirada. Aunque no pueda
culparles. Pero, cuando te vi con él, simplemente no pude contenerme más. Quise matarlo. Y lo
hubiese hecho si no fuera más importante para mí tu bienestar. Pero créeme si te digo que le
hubiese arrancado literalmente la cabeza del cuerpo por profanar tu cuerpo de esa forma, sabiendo
que no eras plenamente consciente. Sin embargo, yo hice lo mismo que ese monstruo hizo contigo
en esa ducha; me aproveché de tu estado. Y ahora me odio casi tanto como lo odio a él por ello.
Perdóname, por favor. Espero que al menos puedas, a partir de ahora, ser quien quieres ser y haya
conseguido que te reconcilies con tu cuerpo. Y vuelvo a repetirlo, eres PRECIOSA. Cuídate de
esos tipos con los que andas, o lo haré yo por ti.”
Creo que ni he pestañeado mientras leía su mensaje. Mi mente está espesa y densa como
el alquitrán. Necesito arrepentirme de todo lo ocurrido hace unas horas entre mi habitación y mi
cuarto de baño, pero no puedo.
Un malnacido me trajo hasta aquí, sí. Me tocó cuando no debía hacerlo. Pero, si eso no
hubiera sucedido, Obscure no habría aparecido y no me habría regalado el momento más mágico
de mi existencia.
“Si quieres que te perdone, da la maldita cara. Ahora sabes quién soy yo. Es justo que
ponga cara a quién me ha dado el mejor y a la vez uno de los peores momentos de mi vida. Me lo
debes.” Tecleo rabiosa. Aunque sé que no puede leerme ahora mismo porque su chat no está
activo.
Cierro el portátil de un golpe y me tiro a mi cama. ¿Qué hago si Obscure no vuelve a dar
señales de vida? Su mensaje ha sonado a despedida. Pero no puede irse así. No puede dejarme
hecha un mar de dudas, sin saber quién ha conseguido lo imposible en mí. También sabe quién me
trajo hasta aquí, a sabiendas de que yo no estaba en plenas facultades, para forzarme a hacer algo
que… ¡Oh, mierda! ¡Yo le pedí que me follase a ese gilipollas! ¡Ahora lo recuerdo! ¡¡¡Arrrggg!!!
Me tapo la cara con la almohada forzándome a desaparecer por un rato.
El resto del día soy un trapo. Casi no puedo moverme y duermo a ratos, cuando consigo no
castigarme en exceso por lo que hice anoche.
Al atardecer, cuando ya ha vuelto un poco el color de mis mejillas y cuando por fin he
conseguido ayudar a mi hermana en su labor de limpiar la casa y dejarla decente para cuando mis
padres vuelvan, decido hacer algo para aclarar este desastre; llamo a Dylan.
- ¿Abbey? – Suena sorprendido. Supongo que él es uno de los sospechosos de mi lista. Y
tengo que encontrar al culpable de mi descalabro emocional.
No he dejado de darle vueltas al asunto en todo el día. Y, necesito hacer algunas
averiguaciones.
- Hola, Dylan. Tengo que hablar contigo. ¿Tienes algo que hacer esta noche? – Un pitido
en mi teléfono me informa de que acaba de entrarme un mensaje.
- Yo… ¡no! ¡nada! ¿Quieres que nos veamos? Podemos tomar algo y… charlar.
- Vale, estaré donde tú me digas dentro de una hora. – Le digo porque no quiero que me
recoja él y arriesgarme a discutir y no tener cómo volver a casa.
- Nos vemos en una hora en el Sound Beach, ¿te parece bien?
- Sí, está bien, supongo. – Es el maldito bar donde trabaja Andy. No quiero que nadie
interrumpa mi conversación con Dylan, pero supongo que también tendré que hablar con Andy de
lo sucedido si Dylan no me da las respuestas que necesito. Además, no conozco otro lugar en
California ahora mismo al que pueda llegar sin perderme. – Allí nos vemos, hasta luego.
Al colgar veo que tengo un mensaje nuevo de Rachel en mi teléfono. Lo abro.
“¡Eh! ¿Cómo estás? Oye, perdona por el numerito de anoche. Carter me ha contado lo que
hice y me he muerto de la risa. ¡Tu fiesta fue la bomba! Tenemos que vernos para que me cuentes
cómo acabaste tú. ¡Besis!”
Casi no puedo creer que le dé igual a esta chica haber acabado desnuda delante de todo el
mundo. Pero claro, en la situación en la que yo estaba podría haber acabado igual que ella. Lo
mejor de todo es que parece que no me tendré que preocupar mucho por mi reputación. Aquí están
todos locos. No obstante, tengo que averiguar quién demonios es Obscure y aclarar qué mierda
pasó anoche en esta habitación. Sobre todo, en mi baño.
No puedo dejar que se escape, así como así. Después de haberme dado todo por lo que he
suplicado durante años. No puede haberme llenado de tanto placer y después haber desaparecido
dejando este… enorme vacío en mí.
Pero… ¿y si es verdad que lo ha hecho y Obscure me ha curado realmente? ¿Y si al fin
soy capaz de sentir lo mismo que sentí con él en el baño con el resto de los chicos que me gusten?
Siempre hay una primera vez, ¿no es así? Y, aunque haya sido tardía, la mía ya ha llegado. ¡Al fin!
“Mírame y dime la verdad”

- Hola. – Saludo a Dylan que no me ha visto llegar. Se gira rápidamente en el banquillo en


el que está sentado y me ofrece una amplia sonrisa.
- ¡Abbey! Has llegado temprano. – La verdad es que tiene razón. He salido con bastante
antelación de casa porque soy un desastre conduciendo y no me fiaba mucho de mis capacidades
para llegar aquí sola. Serena no ha querido traerme porque ha decidido quedarse en casa
esperando a nuestros padres. Y, aunque odie conducir sola, tenía que venir, tengo que plantarle
cara a esta situación. – Siéntate. ¿Qué quieres tomar? – Me dice mientras levanta la mano para
llamar al camarero de turno. – ¿Vino?
- ¡No, no, nada de alcohol! – Respondo algo brusca. – No tengo la cabeza para más
alcohol. – Intento sonreír para no sonar tan cortante.
- Ya… es verdad… – Esconde su mirada de la mía.
- La verdad es que no me apetece nada, Dylan. Solo he venido porque tengo varias
preguntas que hacerte y… algo que proponerte. – Sus ojos buscan los míos con preocupación.
- Entiendo. Déjame pedir algo para mí, primero. Yo sí necesito un trago. ¡Eh, Andy! ¿Qué
tal? – Andy llega hasta nuestra mesa, mirándome de arriba abajo y pone la misma expresión de
estupor que yo tengo. ¿Por qué está Dylan de repente tan amigable con él?
- Hola, Dylan. – Dylan y Andy se dan un apretón de manos y se sonríen el uno al otro. Que
me pellizque alguien porque creo que estoy alucinando de nuevo. – Hola, bonita. – Andy está
rarísimo. Casi no me mira cuando me saluda. Los dos están muy raros.
- Hola. – Murmuro sin dejar de mirarlo. Necesito conectar con su mirada y ver qué
demonios le pasa a éste ahora. ¡A los dos!
- ¿Qué queréis tomar? – Pregunta y enfoca su mirada en su blog de notas. Parece tranquilo,
y me lo tragaría sino fuera porque sus manos tiemblan un poco.
- Para mí un whiskey con hielo. – Pide Dylan y mi estómago protesta ante su elección. –
Abbey, ¿seguro que no quieres nada? – Ahora ambos me miran. Hay algo raro en la forma en que
lo hacen y yo no comprendo nada. Mis ojos van del uno al otro sin comprender.
- Eh… una tónica, por favor. – Farfullo.
- ¿Quieres tomarte tú algo con nosotros, Stone? – Propone Dylan. Casi me caigo del
banquillo en el que estoy sentada al oírlo.
- No, gracias. Tengo que trabajar. – Andy le muestra una media sonrisa incómoda a modo
de disculpas. – En seguida vengo con vuestras bebidas, chicos. – Andy se dirige hacia la barra y
yo me quedo perpleja observándolo marchar.
- ¿En qué piensas? – Me despierta Dylan del trance. Sacudo la cabeza.
- ¿Me he perdido algo? ¿No se supone que Andy y tú os odiáis?
- Bueno, ayer en la fiesta firmamos una especie de tregua. – No sé por qué esa
información me sabe a poco. A poquísimo.
- ¿Por qué?
- No es tan mal tipo como creía, supongo.
- Ah, ¿no?
- No. A ver, nunca será uno de los nuestros, ya sabes. Gente como él no está hecha para
este mundo, por más que lo intente. Pero hizo un gran trabajo con esa fiesta, he de admitir, y creo
que alguna vez podrá disfrutar de nuestra compañía si se comporta.
- ¿Para qué mundo? – Ladeo la cabeza, curiosa.
- Ya sabes. Cenas de etiqueta, galas importantes…
- Oh. La verdad, eso está bastante lejos para mí también. – Digo sintiéndome pequeña.
- No, no lo está. – Frunzo el ceño sin comprender. – En dos semanas hay una gala benéfica
organizada por uno de los mayores empresarios de la música del país. Y resulta que es un gran
amigo de mi padre. Estoy invitado. – Me dice con orgullo.
- ¡Vaya! Me alegro por ti.
- ¿Quieres ser mi acompañante? – Me quedo sin aliento. En ese momento Andy llega con
nuestras bebidas y yo sigo sin aliento. – Gracias Stone. ¡Vamos, ven conmigo a la gala! Puedo
presentarte a gente muy influyente. Abbey, una chica como tú encajaría perfectamente en ese tipo
de fiestas. No sé, quizá quieras ser modelo, o actriz, o cualquier cosa de esas con las que las
chicas como tú soñáis. – Siento la mirada de Andy de reojo y sé que está evaluando mi reacción a
lo que estoy oyendo. – Me encantaría llevarte a sitios así y guiarte.
- Pues… yo… te lo agradezco, Dylan, pero creo que primero hay otras cosas de las que
me gustaría hablar contigo. – ¿Qué demonios estoy diciendo? ¡Es mi jodida oportunidad para
cumplir con mi palabra con Elsa! Se lo había prometido. Ser alguien influyente, poder reunir la
suficiente cantidad de dinero que le prometí a la que ha sido mi única amiga de verdad.
Dylan descarga un suspiro, no se esperaba para nada mi respuesta. La verdad, yo
tampoco. Supongo que el efecto de las drogas me sigue haciendo decir tonterías.
- Bueno, piénsatelo. ¿De qué quieres hablar, Abbey? – La voz de Dylan suena a actor
secundón de Hollywood mientras da un trago a su bebida, intentando inútilmente encubrir su
decepción por mi distante posición con él. Miro a Andy que parece que está haciendo tiempo
alrededor nuestra limpiando nuestra mesa, que está impoluta. Me pone muy nerviosa tenerlo
alrededor mientras intento tener esta conversación con Dylan. Aunque, si no hay más remedio…
no quiero dilatarlo más.
- De anoche. – Dylan tose un poco, pero el estruendo de mi botella al caer al suelo es lo
que hace que casi me caiga al suelo de bruces del susto.
- Mierda, perdona. Ha sido mi culpa. – Dice Andy tratando de recoger el estropicio que
ha creado en el suelo. Miro a mis pantalones de raso azul y están llenos de tónica. Por suerte, no
quedará mancha. – Perdona. – Dice de nuevo pasando un trapo por mis piernas. En ese momento
mis ojos y los de Andy conectan. Pareciera que quiere gritarme cosas, pero luego mira a Dylan y
se separa de mí.
- Tranquilo Stone, son cosas que pasan. – Le disculpa Dylan. Esta situación es de lo más
extraña. – ¿Quieres que te lleve a casa para cambiarte de ropa, Abbey? Podemos hablar en un
lugar más íntimo, quizá. – Vuelvo a mirar a los dos, desconcertada.
- No, supongo que una mancha de tónica no es tan grave después de lo de…
- ¡Vengo en seguida con otra bebida para ti! – Me interrumpe Andy y se va. Miro de nuevo
a Dylan.
- Dylan, ¿qué demonios pasó anoche? – Pregunto esta vez sin rodeos. Él bebe un largo
trago antes de responderme.
- ¿A qué momento de la noche te refieres, Abbey? – Suspiro y me inflo de fuerzas.
- Al momento… bueno, en mi habitación. – Me están empezando a sudar las manos y la
frente. Dylan me observa detenidamente y no contesta.
- ¿Te refieres a cuando Andy y yo te encontramos después de haber vomitado tirada en la
cama de tu habitación? – Aprieto los ojos.
- ¿Sabes cómo llegué desde la piscina a mi habitación? – Intento preguntar de otra manera.
- ¿No lo sabes tú? – Dylan me está poniendo verdaderamente nerviosa. Andy vuelve con
otro botellín de tónica y lo sirve en mi vaso. – Gracias, Stone. – Sigo sin acostumbrarme a ver a
Dylan hablarle así a Andy. Aunque los conozca de poco tiempo, si algo tenía claro de ellos, es que
no se soportan el uno al otro. Andy sonríe de nuevo nervioso y se va.
- Contéstame sin evasivas ni más preguntas, por favor. Estoy tratando de averiguar qué
pasó y con quién. – Al decir esto me doy cuenta de que he cometido una torpeza por cómo Dylan
me mira.
- ¿Con quién? ¿Te fuiste con un tío a la habitación? ¿Y no sabes con quién? – Pestañeo
tratando de recordar. Sé que subí con alguien. Con alguien que por momentos pensé que era Dylan
y por momentos que era Andy. – Quizá debería ser yo quien te exigiera saber.
- No comprendo…
- ¡Me besaste en la piscina, me pusiste a cien y ¿te vas después con otro tipo a la
habitación?! ¡Abbey, supongo que no soy tu novio ni nada de eso para pedirte explicaciones, pero
no me gusta que me tomen por imbécil! – El tono de Dylan me preocupa. Parecía muy amable
hasta hace unos segundos. Poco participativo en la conversación que pretendo entablar, pero
amable. Ahora me habla como si yo fuese culpable de algo.
- ¡Dylan, me drogaron! – Exclamo y lo miro a los ojos. Parece sorprendido. O… actúa
muy bien. – Alguien me drogó y me hizo confundirme. Alguien que aprovechó mi estado de
paranoia para hacerme cualquier cosa. ¡Dime que no fuiste tú!
- ¡Qué! – Grita y se separa de mí como si estuviese espantado. Creo que realmente lo está.
No pudo ser él si reacciona así. – ¡¿Por qué demonios iba a hacer eso sin tu consentimiento?!
¿Para follarte? – Miro alrededor preocupada por que nadie oiga la conversación. – ¡No me habría
hecho falta hacer tal cosa para hacerlo! ¡Tú misma estuviste besándome y manoseándome en la
piscina antes de acabar destrozada en tu habitación! – Tiene razón. Al menos, esa parte la
recuerdo. También recuerdo la mirada que me echaba Andy… ¡pero él estaba besándose con otra!
Y también sé que si Dylan me hubiera pedido sexo en ese momento, estaba lo suficientemente
metida en escena para aceptar.
- Tienes razón, lo siento. Estoy… solo confundida. Solo quería averiguar quién me hizo
algo así…
- ¡Y yo molesto! Abbey, tú me gustas. ¡Creo que es evidente que me gustas mucho! Pero no
quiero acabar haciendo el ridículo persiguiéndote si es que tú no sientes la misma atracción por
mí. ¡Y créeme que no necesito drogar a ninguna tipa para acostarme con ella! Yo simplemente no
soy así.
- Dylan yo…
- ¿Tú qué? ¿Te gusto o no, Abbey? ¡Deja las cosas claras de una vez y dejemos de hacer el
estúpido! – Quisiera voltearme para buscar a Andy con la mirada, pero eso dejaría muy claro lo
que estoy pensando.
- Sí, me gustas. Ya lo sabes.
- Entonces, ¿qué te pasa conmigo? – Supongo que debe estar desquiciado con mi
comportamiento con él. Ni yo misma lo entiendo. – Abbey, habla.
- No lo sé. – Me encojo de hombros y soy todo lo honesta que puedo ser. Dylan suspira.
- En fin, terminemos con esto de una vez. Si solo has venido a preguntarme con quién
demonios acabaste metida en una habitación teniendo sexo después de besarme a mí, está claro
que no debo seguir haciéndome ilusiones contigo. – Ahora parece tan herido que me siento
culpable. – ¿Tienes alguna otra pregunta?
- Dylan, no tuve sexo con nadie. Al menos, no del todo. – Miento para protegerme y para
evaluar su reacción. – Subí con alguien que pensé que eras tú. – Ahora parece aliviado. – Supongo
que la droga hizo que lo confundiera. – Omito la parte en la que también pensé que estaba con
Andy, sobre todo, cuando le pedí a ese sujeto que me follara. – Solo tengo dos preguntas más y
dejaremos este tema a parte. – Dylan se masajea las sienes y luego me mira.
- Pues pregunta de una vez.
- Dices que Andy y tú me encontrasteis inconsciente en la habitación – Dylan asiente y
durante una décima de segundo mira hacia la barra en busca de Andy. – ¿Viste a alguien más entrar
o salir de esa habitación? ¿Viste a alguien extraño en la fiesta?
- No. ¿Qué más quieres preguntar, Abbey? – Ahora se cruza de brazos a la defensiva. Se
me acaban las opciones y tengo que averiguar quién demonios es Obscure. Solo sé que estuvo en
la fiesta, todo el tiempo. Así que tiene que ser alguien que yo vi. Sin embargo, también tengo otra
duda en mi cabeza, muchísimo más importante de resolver que cualquier otra cosa en mi vida, en
el universo.
Miro a Dylan y me armo de valor para hacer lo que voy a hacer. Me gusta y sé que le
gusto, y en otras circunstancias habría dejado que nuestro raro juego de seducción siguiese su
cauce. Pero, dadas las circunstancias, no podré ir más despacio. Necesito saber si estoy curada o
no podré ni siquiera dormir.
- La última pregunta. – Dylan me mira con desidia. – ¿Quieres… te gustaría… tener sexo
conmigo? – Su cara de asombro lo dice todo. Yo, disimulo como puedo mi nerviosismo. Es la
primera vez en mi vida que soy yo la que pide algo así. Nunca me ha hecho falta proponer tal
cosa. Un baile o dos sensuales, un aleteo de pestañas, algún que otro comentario lascivo… ha sido
más que suficiente para llevarme a un tipo a la cama.
- ¡Qué!
- Contesta.
- ¿Ahora? ¿Te refieres a ahora?
- Ajá. – Asiento. Mi valentía comienza a desinflarse. ¿Qué pasará si me rechaza? ¿Por qué
he hecho esta idiotez? Quizá si me rechaza podría proponérselo a Andy… entre los dos también
hay atracción. No del mismo tipo de atracción que tengo con Dylan, pero quizá sea hasta más
efectiva para comprobar lo que quiero comprobar.
- ¿Estás segura? – Esa pregunta me tranquiliza. Después de todo, parece que quiere
aceptar, y debo añadir que Dylan no parece la clase de chico que me drogaría para acostarse
conmigo.
- Si no quieres…
- ¡Vamos! – Se levanta y deja un billete de cincuenta dólares sobre la mesa. Parpadeo y
me pongo en pie, con todo mi cuerpo en tensión y he de confesar que un poco asustada con mi
decisión.
Dylan tira de mí y salimos del Sound Beach bajo la mirada escrutadora de Andy. Después
me meto en su coche y suspiro.
- ¿A qué hotel quieres ir? – Pregunta. ¿Hotel? Me encojo de hombros. – Vamos al Empire.
– Dice y arranca el coche, haciendo que las ruedas chirríen al salir del aparcamiento. Creo que
teme que me esté arrepintiendo de esta locura y, francamente, puede que lo esté haciendo.
Si las cosas no salen como espero, volveré a sentirme perdida, frustrada, herida conmigo
misma.
¡Oh, vamos Abbey, puedes hacerlo! ¡Lo hiciste anoche, con ese cobarde de Obscure! Va a
salir todo bien, va a salir todo bien, va a salir…
El hotel es insultantemente pijo y caro. Dylan pide una habitación para dos en el
mostrador mientras sujeta mi mano como si quisiese evitar que me escape.
Al entrar en la habitación ambos nos miramos. Creo que Dylan está también bastante
nervioso. Vamos, Abbey, ayúdalo un poco, de lo contrario esto será un desastre. ¡Y no has venido
a fracasar otra vez, sino a demostrarte que ya estás bien!
- Esta situación es de lo más rara que he vivido. – Comenta rascándose la cabeza. Sé que
lo es. No se me ha ocurrido mejor idea que esta para comprobar si al fin estoy curada y, de
camino, sacar los recuerdos que se esconden en mi cabeza sobre lo que ocurrió anoche. Me
acerco a Dylan y comienzo a desabrochar su camisa mientras le dedico una mirada coqueta.
- Solo vamos a pasar un buen rato. – Pongo mi voz más seductora y comienzo a besar su
cuello. Dylan cierra los ojos y me ayuda en la labor de descamisarlo. Tiene un cuerpo increíble,
de los más musculosos que he visto en mi vida. – Relájate y disfruta. – Mi mano se mueve por sus
pectorales hasta bajar a su entrepierna. Dylan ruge y al fin despierta la fiera que vive en él.
- Quítate la ropa. – Ordena al tiempo que se desprende de las prendas que le quedan.
Obedezco.
Una vez los dos estamos desnudos, me acerco a él y le beso con pasión. Dylan ya tiene
una erección de campeonato, pero yo aún estoy a medio camino de la excitación. Quiero coger su
mano y guiarla hasta mi sexo, para provocarle y que me estimule. Pero no lo hago. No quiero
usarlo tan descaradamente, parecer tan desesperada y asustarlo. De todos modos, supongo que él
sabrá bien qué hacer, no es un niño y está buenísimo.
Dylan me besa apasionadamente mientras se estimula a sí mismo. Eso me excita, aunque
no hasta el nivel necesario. Después me coge en brazos y enrosca mis piernas alrededor de su
cintura. Acto seguido me tira sobre la cama. Mientras va en busca de un condón, que ha olvidado
en sus pantalones, me da tiempo a pensar lo que estoy haciendo y enseguida me arrepiento de
darle vueltas a la cabeza.
- Te tengo muchas ganas, Abbey…
Dice mirándome y colocándose el condón. Es una visión de lo más sexi. Cuando siento el
peso de su cuerpo sobre el mío me tenso. Se aproxima y mis labios acuden a los suyos para
hacerlo más íntimo, más nuestro, menos raro. Sonrío al ver que responde a mis besos y que
comienza a acariciar mis pechos. Pero en seguida me preocupo por si no son del tamaño
adecuado. Entonces entra en mí sin previo aviso. Mierda, necesitaba más precalentamiento. Pero
no me hace daño. No es tan brusco como lo… ¡lo que sentí cuando ese individuo entró en mí
anoche! ¡Lo recuerdo! Recuerdo estar bocabajo en el colchón de mi cama, suplicando a ese tipo
que no fuese tan brusco conmigo.
Dylan no está siendo brusco exactamente, pero tampoco delicado. Intento concentrarme en
sentir algo y dejar ahora mismo de lado los recuerdos de anoche. No va a ser fácil descubrir quién
me drogó, más bien imposible, así que tendré que dejar eso de lado y enterrado en el pasado.
Además, tampoco fue tan malo. Quizá la droga fue lo que me hizo sentir. Me hizo volar de placer.
Decido observarle. Dylan tiene un cuerpo escultural y es un deleite para la vista verlo
tomar mi cuerpo de esa manera. Intento tocarle, pero de repente coge mi mano y la coloca sobre
mi cabeza. Intento hacerlo con la otra y hace lo mismo.
- Déjame tocarte. – Le suplico. Asiente y libera una de mis manos, que va en busca de sus
pectorales y la tableta de su vientre.
- ¿Te gusta? – Me pregunta y aumenta el ritmo de sus embestidas. ¿Me gusta? Sí. ¿Tanto
como para tener un orgasmo? No. Pero no es una sensación desconocida, es la misma jodida
mierda de siempre.
- Sí, me gusta. – Digo simplemente. Dylan ruge y me embiste con fuerza. Inesperadamente
toca un punto en mi interior en el que el placer es inmenso. – ¡Oh, sí! – Grito, pero no vuelvo a
sentirlo. ¡Mierda, mierda! – Dylan, déjame ponerme arriba. – Dylan me mira sin comprender. –
Por favor…
Mis súplicas son oídas y consigo ponerme sobre él. ¡Sí! ¡Vuelvo a sentirlo! No es tan
intenso como anoche, pero siento que así estoy más cerca. Me muevo sobre él despiadadamente
hasta que, de un momento a otro, estoy de nuevo bajo su cuerpo y esta vez bocabajo, sobre el
colchón. Como anoche antes de que Obscure me rescatase…
- Dylan…
- Shhh, déjame a mí. Si te dejo arriba no aguantaré nada. ¡Uff Abbey, me has puesto a cien!
No me gusta esta sensación de descontrol y pierdo inevitablemente la concentración de lo
que está sucediendo. Varias embestidas más y escucho a Dylan gruñir y después caer sobre el
colchón, junto a mí.
La frustración más enorme del mundo me llena las venas de rabia y tristeza.
- Ha sido increíble, Abbey.
Sus labios formulan y yo me siento morir. Tengo ganas de llorar. Muchas ganas de llorar.
Esto no ha sido nada parecido a lo que sentí anoche. ¿O solo lo soñé? ¿Fue solo efecto de las
drogas y lo aluciné?
Procuro dedicarle una sonrisa y me levanto para recoger mi ropa del suelo.
- ¿Quieres irte ya? ¿Está todo bien, Abbey? – Pregunta con preocupación. A lo mejor
debería habérmelo preguntado antes. A lo mejor debería haberse preocupado de que yo también
llegase al orgasmo. Ni siquiera se lo ha planteado.
- Sí, claro, genial. – Contesto con falsedad. – Pero tengo que irme a casa ya. Mis padres
habrán llegado ya de su viaje y se estarán preguntando dónde estoy.
- Vale, pues te llevo a casa.
- Oh, pero tengo mi coche en el Sound Beach.
- Pues no se hable más, vamos para allá.
“Rabia”

- ¿Nos veremos mañana? – Me pregunta cuando estoy saliendo de su coche, justo delante
de la puerta del Sound Beach.
- Te escribiré y te digo mañana. Creo que mis padres tenían planes en familia. – Contesto
fingiendo que estoy genial. No lo estoy. Esperaba que esta pesadilla hubiera acabado, pero no.
- Esperaré tu mensaje ansioso. Y piensa en lo de la gala. Te encantará, Abbey. – Sonrío y
me despido con la mano. No quiero besarle y darle esperanzas de algo que no sé si estoy
preparada para que ocurra entre los dos.
Con el alma en los pies me dirijo a mi coche. Escucho el rugir del super descapotable de
Dylan que se aleja en la noche. Miro por un momento al interior del Sound Beach. ¿Estará Andy
todavía trabajando? ¡Qué demonios, voy a tomarme algo y ya volveré a casa! No me apetece
meterme ahora mismo en mi cama y martirizarme de nuevo con toda esta mierda.
Entro y me dirijo a la barra. No veo a Andy por ningún lado. Sí veo a la camarera
antipática de la otra vez. Resoplo y me dirijo a ella. Cuando llego a la barra me mira de mala
gana.
- ¿Vienes tú también a por ese descarado? ¡De verdad, no sé qué le veis!
- ¿Yo también? – Al parecer no soy la única que ha pensado en ver a Andy hoy.
- No está. Ha terminado su turno y se habrá ido a la playa, como siempre, con la rubia
estirada de turno. – Perfecto.
- Dame una cerveza. La más fuerte que tengas. – Pido. Odio la cerveza, pero es lo más
rápido ahora mismo.
- Estamos cerrando, querida.
- No me la voy a tomar aquí. ¡Dámela de una vez! – Me da el botellín de cerveza de mala
gana y de mala gana le pago el importe.
Doy un largo trago mientras me dirijo a la playa. Paseo por la orilla mirando a todos
lados, por si veo señales de Andy por algún lado. Una maldita ola choca con mi pierna y me moja
hasta la cintura. ¡Genial! ¡Es justo lo que necesitaba ahora mismo! El pelo también comienza a
encrespárseme. Pero continúo mi camino hasta conseguir averiguar dónde demonios está metido
ese camarero del infierno y… con quién.
Unos gemidos de mujer comienzan a escucharse provenientes de algún lugar entre las
rocas. Me acerco con sigilo, aunque no se ve nada. Me odiaré si Andy me encuentra husmeando de
esta manera, pero no lo puedo evitar y me coloco a escondidas tras la roca en la que Andy está
teniendo sexo con una estúpida encandilada de él. Los gemidos de la chica reverberan entre las
rocas y se cuelan muy dentro de mí. No son fingidos. A estas alturas de mi vida sé muy bien
cuándo lo son y cuándo no. Está disfrutándolo de verdad y la odio por ello.
- Andy, sí… sigue así. – Cierro los ojos y me imagino que soy yo. Comienzo a tocarme
casi sin pensarlo. – Déjame tocarte, no seas así.
- Nena, ya te he dicho que hoy no sirvo para más que para esto. Tengo una resaca terrible.
- Andy, has estado mucho peor y no has dicho jamás que no a un polvo.
- Lo siento, nena. Pero hoy no. ¿Quieres correrte tú o no? – Dejo de tocarme enseguida. Lo
que acabo de escuchar me ha distraído.
- Sí, vale, sigue, sigue, estoy muy cerca. – Me imagino que está haciéndole exactamente lo
que Obscure me hizo a mí para guiarme hasta mi primer orgasmo. Aunque, a estas alturas, creo
que lo he imaginado todo. Pero… entonces pienso… ¿Y si fue Andy quien…? ¡Oh, ¿puede ser que
fuera él?! – ¡Ahhh, siiiii! Dios mío, Andy, eres increíble.
- No es nada, nena. Te debía una.
- ¿Una? ¡Me debes mucho más de una!
- ¡Eh, eh, nada de besos! – Aguanto la risa. ¡Es un cabrón de los buenos! Hace a la chica
correrse y ahora le niega un maldito beso.
- ¡Oye, no seas tan bruto! ¡Por lo menos podías aprenderte ya mi nombre! ¡¿Crees que no
sé que a todas las llamas “nena” para no confundirnos a unas con otras?!
A todas nos llamas “nena”…
No, a todas no.
- ¡Bueno, si vas a ponerte ahora peleona será mejor que te vayas de una vez! ¡No tengo la
cabeza para estas tonterías!
- Andy… yo… perdona…
- ¡No hay nada que perdonar! Ya te dije que hoy no es mi día. Y, además, me gustaría estar
solo un rato y fumarme un cigarro. Ya te llamaré otro día, cuando esté en plenas facultades. No te
enfades, nena, pero ya te advertí que hoy no sirvo para mucho.
La chica se va al fin, farfullando maldiciones por el camino. Toda despeinada y
malhumorada. La muy estúpida no sabe la suerte que tiene de poder haber sentido lo que acaba de
sentir.
Sigo escondida durante unos minutos más. Se escucha el chasquido de un encendedor y
una música empieza a sonar desde su teléfono, creo. Una música triste y sensual a la vez. Un
blues. Recuerdo a Andy haciéndose cargo de la música de la fiesta y su cara de disfrute al
hacerlo.
- ¿Tienes un cigarrillo para mí? – Pido de repente, tomándolo por sorpresa.
- ¡Joder! – Grita asustado. – ¡¿Qué cojones… qué haces aquí, bonita?! – Me ha
reconocido, a pesar de la oscuridad que nos rodea.
- ¿Me invitas a un cigarrillo o no? – Pido y me siento en la arena, junto a él. Andy me mira
sin creerse lo que ve y me da el cigarrillo. Después me lo enciende con su encendedor.
- ¿Me estabas espiando? – Pregunta perturbado. Me encojo de hombros.
- Puede.
- ¿Qué has visto?
- Nada, está oscuro. – Fumo y me tumbo sobre la arena. – Pero he escuchado a la “nena”
esa gemir como una loca. – Le digo y cierro los ojos.
- ¿Tú no estabas con el estú… con McGregor? ¿No te había llevado en su super coche a
un super sitio pijo para follar? – Abro un ojo y le miro con desaprobación.
- Puede. O puede que no. Puede que me haya arrepentido en el último momento y haya
venido a buscarte a ti.
- ¿A mí? – Parece sorprendido. – ¿Pa… para qué?
- Tranquilo. Ya he oído que hoy no estás disponible para el sexo. – Andy gruñe y yo
sonrío. – Pero si puedes hablar.
- ¡Puedo hacer lo que me dé la gana, bonita! ¡No me tientes!
- ¿Por qué me llamas a mí “bonita”? – Pregunto y le doy otra calada a mi cigarrillo. Andy
frunce el ceño, gracias a que ha encendido la linterna de su teléfono puedo verle la expresión.
- Ya te he dicho que a todas…
- No, a todas no. A esta la has llamado “nena” y a Rachel y a la otra rubia que te follaste
ayer.
- ¡Yo no…! ¡Lo mismo es, ¿no? Bonita… nena…! ¡¿Qué más da?!
- ¿Por qué te enfadas? – Me incorporo y me siento frente a él. Quiero ver bien su
expresión. Sus ojos normalmente pardos parecen ahora mucho más claros y el ángulo de su
mandíbula se acentúa más con las luces y sombras que cubren su rostro.
- ¡No estoy enfadado! ¿Para qué has venido? – Le sonrío con picardía y me muerdo el
labio inferior.
- Quería ser ella. – Le digo señalando el camino por el que la chica esa se ha ido. Andy
mira en dirección a donde señalo y luego me mira a mí. Ladea la cabeza sin comprender. – No te
hagas el tonto. Me refiero a que quería que…
- ¿Que te follara? – Su brusquedad hace que tosa. Tiro el cigarrillo de mala gana.
- Puede. – Vuelvo a contestar mi palabra favorita cuando estoy juguetona.
- ¿Puede? ¡Vamos, bonita, habla claro!
- ¡Sí, quería que… lo hicieras! – Digo haciéndome la valiente.
- ¿Qué pasa, Dylan no te ha follado como esperabas y vienes ahora en busca del camarero
marginado para que remate la faena? – Me quedo sin habla. ¿Ha dicho eso de verdad? Lo peor de
todo es que tiene razón. Soy una…
- Déjalo. – Me levanto de la arena y sacudo mis pantalones.
- ¿Adónde vas? – Parece perturbado.
- ¡A casa! ¡Está claro que aquí molesto! – Grito enfadada. Solo a mí se me ocurre
enredarme con un imbécil de este calibre. Bueno, al parecer no soy ni tan original. Este idiota
tiene a todas las chicas (estúpidas como yo) a su merced.
- ¡Oye, yo no he dicho que molestes! – Me persigue y me coge del brazo para impedir que
me vaya. Miro su mano sobre mi brazo y luego lo miro a él, descargando toda mi rabia en la
mirada.
- ¡No me toques!
- Bonita, ¿has venido a que te folle y no puedo ahora tocarte el brazo?
- ¡Grrr! ¡Vete al infierno! – Me sacudo de su agarre.
- Por mí perfecto, pero te vienes tú conmigo.
- ¡Yo contigo no me voy ni a comprar el pan! ¡No sé en qué demonios pensaba cuando…
¿qué haces?! – Grito y pataleo cuando veo que me carga sobre su hombro, como si fuese un saco
de patatas. – ¡Suéltame, imbécil! – Grito hasta casi romper mi voz.
- Te voy a dar un remojón, a ver si así se te apagan los humos de niña mimada que tienes.
– ¡Qué! ¿No lo dirá en serio? ¡Mierda, lo dice en serio, estamos llegando a la orilla!
- ¡Andy, mi teléfono! ¡Las llaves de mi coche! – Le grito a modo de súplica.
- Tíralos al suelo ahora mismo o los perderás. – Me dice frenándose conmigo encima de
su hombro. Aprovecho que se frena y comienzo a moverme como una culebra para soltarme. No
me apetece mojar uno de mis mejores pantalones ¡y mi pelo! – Mala elección, bonita. – Dice
palmeando mi trasero y poniéndose de nuevo rumbo al mar conmigo encima.
- ¡Andy, no!
- ¡Ya los tiro yo! – Me dice metiendo sus manos por los bolsillos de mi pantalón y
manoseándome hasta dar con mi teléfono y mis llaves. Los deja sobre una piedra y se pone de
nuevo de camino al mar.
- ¡An…! – No consigo terminar ni su nombre cuando siento el agua salada cubrirme por
completo. Saco la cabeza del agua tosiendo. – ¡Idiota! ¡Imbécil! – Le tiro agua, pero solo consigo
que se ría con fuerza. – ¡No es divertido!
- ¡Sí lo es! – Grita desde la orilla. Me dispongo a salir cuando lo veo desnudarse.
¡Completamente!
- ¿Qué demonios haces?
- Creo que te debo un baño juntos, ¿recuerdas? – Comenta con tono burlón mientras se
acerca a mí. Tira de mi mano y me introduce de nuevo en el mar hasta que el agua me llega al
pecho. Se pega a mí. – Ven aquí, bonita. – Agarra mi trasero y lo levanta. Después coloca mis
piernas alrededor de su cintura. – ¿Estás más relajada? – Susurra colocando sus labios sobre los
míos.
- Estoy mojada. ¡Mucho!
- Suelo tener ese efecto en las mujeres. – Presume. Estoy a punto de mandarlo a la mierda,
pero su lengua resbalando por mi cuello me frena. Con una de sus manos sujeta mi trasero y con la
otra aferra mi cuello, haciendo círculos con su dedo pulgar en una zona muy sensible bajo mi oreja
que no sabía que existía. Por dios… me derrito… ¿qué está haciéndome?
- Eres un creído. – Casi no me sale la voz.
- Y tú una estirada. – No puedo rebatirle. Sus labios de repente succionan los míos y nos
fundimos en un beso de lo más embriagador. – ¿Qué pasa si te doy lo que quieres? – Su voz suena
ronca y aterciopelada. Mi ego se niega a creer que alguien así puede conseguir nada de mí.
- Dudo mucho que puedas hacer tal cosa. – Dice mi voz, pero mis labios vuelven a buscar
sus besos y mis caderas se rozan con la suya. Siento su erección.
- No podré si no me dejas. – La mano que tiene sobre mi trasero comienza a trazar líneas
alrededor de mi sexo. La expectación se hace abrasadora.
- No debería dejarte.
- ¿Por qué no? – Ahora siento sus dedos juguetear por encima de la tela de mi pantalón
que cubre mi sexo. Me recorre un escalofrío.
- Porque no eres mi tipo. Ni yo el tuyo.
- Te equivocas. – La mano que tiene en mi cuello comienza a bajar y hace descender la
tiranta de mi camiseta por mi brazo, hasta descubrir uno de mis pechos. – Joder, eres preciosa. A
mí me va lo prohibido, como a ti. – No me puedo creer lo que sus palabras provocan en mi
cuerpo. Se introduce mi pezón en la boca y tiemblo. ¡Maldita sea, este imbécil es increíblemente
bueno en esto! – Estás hiperventilando, bonita. – Mordisquea mi pezón y gimo. – Me encantan
esos gemiditos. Quiero oírlo otra vez. – Pide mientras introduce una de sus manos por debajo de
mi pantalón hasta llegar a mi sexo. Me tortura con sus dedos trazando líneas por los labios
exteriores.
- Andy…
- Sí, di mi nombre…
Dos dedos suyos se cuelan en mí y gimo como nunca. He dejado de pensar lo que estoy
haciendo, mis manos cobran vida propia y con una de ellas busco su miembro y lo rodeo con
fuerza. Mi otra mano esta enredada en su oscuro y mojado cabello.
- Haz que me corra. – Le ordeno. Mi mirada es fiera, como la suya. Ambos nos
masturbamos y nos miramos con rabia y lujuria a la vez. – Hazlo, Andy. – Cierro los ojos y me
dejo llevar por el momento.
- Mírame. De lo contrario no te dejaré que te corras. – Me exige. Maldito, sabe bien que
me tiene bajo control. De modo que le hago caso. – Así, bonita, esa mirada es la que quiero ver. –
Acallo sus comentarios cargados de autosuficiencia con mis besos y mi lengua que invade su boca
con ansias. Mi mano masajea su miembro con vigorosidad, mientras lo tanteo siento que mi cuerpo
lo anhela dentro de mí, pero no voy a decírselo. Le estoy dando a este desgraciado más de lo que
se merece de alguien como yo. Sin embargo, tengo que ser agradecida y complacerle del mismo
modo que me complace él a mí. Estoy más caliente que jamás antes en toda mi vida. La
expectación, la lucha de poder, lo prohibido, toda esta desquiciante mezcla me está haciendo
morir de placer.
- Me gusta, eso me gusta… – digo entre gemidos cuando sus dedos en mi interior hacen
círculos y su pulgar acaricia mi clítoris. – Ahhh, sigue, sigue.
- Sí, sigo bonita, hasta que te corras aquí, en medio de la jodida playa, conmigo. – Oh,
dios mío. Estoy haciendo una locura. Eso es lo que más me gusta. Me gusta lo prohibido de todo
esto. Mi cuerpo se tensa. Se tensa muchísimo. Y sus dedos se mueven con más fuerza en mi
interior.
- ¡Andy!
- Sí, bonita, sí, déjalo ir. No lo pienses, solo siéntelo. – Aprieto los ojos. Está cerca. –
¡Mírame! – Abro los ojos ante su orden y aprieto mi mano alrededor de su dureza. Todos mis
músculos están en tensión. – Joder, Abbey, me voy a correr también. Dime que tú estás cerca. –
No puedo hablar. Solo acallo un grito mordiendo su hombro y acaricio con mis uñas la punta de su
pene. – ¡Dios! ¡Me corro! – Grita. Nuestros espasmos se entrelazan. Yo aprieto los ojos y disfruto
de los coletazos finales de mi… orgasmo. De repente comienzo a llorar como una tonta en su
hombro. – ¡Oye! ¿Qué sucede? ¿Estás bien? – Andy me aparta de él y con sus dos manos sujeta mi
rostro para que lo mire. – ¡Bonita! ¡Qué te pasa! – Lo miro con alegría y lloro como una niña
pequeña. – Me estás asustando.
- No pasa nada. Estoy bien, muy bien. – Me limpio las lágrimas. ¡Esto es felicidad! –
Quiero un maldito cigarrillo. – Digo y comienzo a reírme como una loca. Andy levanta una ceja y
acaba riéndose conmigo.
- Anda, salgamos.
Andy me lleva de la mano hasta el hueco en las rocas donde estábamos antes. De allí saca
una bolsa de tela y comienza a sacar cosas de ella. Sigue como dios lo trajo al mundo y me recreo
en mirar su bello cuerpo mientras me froto y doy saltitos para combatir el frío.
No es tan musculoso como Dylan, pero no me resulta menos atractivo por ello. Dylan tiene
un cuerpo de ocho horas diarias en el gimnasio, puede que ayudado de pastillas o algo así. Andy
es simplemente así de musculado por naturaleza. La V de su bajo-vientre es hipnotizadora. Sus
brazos son perfectos y preciosos. Siempre he tenido obsesión por los brazos y las manos
masculinas. Es una idiotez, pero es en lo que más me fijo en los hombres. Y los de Andy me
vuelven loca. Incluso esos tatuajes a modo de brazaletes me parecen encantadores. Aunque la
oscuridad de la noche no me permita contemplarlos como me gustaría.
Supongo que la visión que tenía de él acaba de cambiar radicalmente. Ahora no es un
inadaptado andrajoso. Ahora es mi salvador, mi héroe. Me pregunto cómo se sentirá al tener sexo
completo con él. Cómo se sentirá al tenerlo en mi interior. ¡Madre mía, porque está bien dotado!
- ¿Disfrutando de la vista? – Me pregunta cortando mis pensamientos y tendiéndome una
toalla que ha sacado de su bolsa de tela. Sacudo mi cabeza y mis pensamientos y disimulo
normalidad. – Toma, sécate o te resfriarás. – Cojo la toalla y le hago caso. – Deberías ponerte
algo seco. Tengo algo para dejarte aquí. – Dice sacando una prenda masculina con capucha. – Es
grande, te cubrirá bastante.
- ¿Y tú?
- Yo me he quitado la ropa antes de meterme en el agua. – Contesta con chulería. – Voy a
recogerla y a traer tu teléfono y tus llaves del coche. – Se pasea por delante de mí y sigo
disfrutando de la vista de su cuerpo. Al alejarse, un manchurrón oscuro me llama la atención sobre
su espalda. No puedo ver bien qué es.
Me concentro en secarme y ponerme la ropa que me ha dado antes de que venga. Después
le tiendo su toalla para que se pueda secar él. Lo hace y se viste rápidamente, privando a mis ojos
de tan bella visión. Una vez vestido se sienta y enciende dos cigarrillos, tendiéndome uno de
ellos. Lo tomo y me siento junto a él.
- Mírame, estoy hecha un desastre. – Me río de mí misma al ver la pinta que llevo con esta
ropa que me queda gigante. Mi cabello también se está empezando a secar y gruesos rizos me caen
alrededor de la cara.
Es curioso que me dé exactamente igual verme tan mal delante de un chico, y creo que esa
es la prueba irrefutable de que Andy solo me atrae para el sexo, y nada más.
- No lo creo. Creo que jamás te has visto más sexi que ahora. – Levanto una ceja y lo miro
con incredulidad.
- No te burles de mí.
- No lo hago. Creo que a veces te estropeas buscando una perfección de lo más insípida y
aburrida.
- ¡Vaya, después del rato de intimidad que acabamos de tener hace escasos minutos, ahora
me llamas insípida y aburrida! – Intento parecer molesta, pero la sonrisa de Andy y su bonito
hoyuelo me distraen.
- Bonita, acabo de decirte que estás más sexi que nunca antes. Creo que deberías tomarte
eso como un cumplido, sobre todo viniendo de mí. – Lo observo hablar y medito lo que dice. – No
suelo ser tan condescendiente con las chicas como tú. Sin embargo, la verdad es que me resultas
irresistiblemente bella con esa melena salvaje y felina. Y me fascina la forma en que tus bonitas
piernas asoman por mi ropa.
- Debería irme ya. – Comento más que acalorada por sus palabras, mientras saboreo por
primera vez en mi vida el famoso “cigarrillo de después”. – Mi madre va a matarme… – Pienso
en voz alta cuando soy consciente de lo que pasará si mi madre se entera de que me relaciono con
gente como Andy.
- Tranquila, no iré a contarle a tu mami lo que le hago a su amada y perfecta hija favorita.
– Abro la boca ante su comentario.
- ¡¿Por qué tienes que arruinarme el momento?! – Le acuso.
- ¡Oh, vamos, no te pongas así! Tampoco habrá sido nada del otro mundo para ti. Las tipas
como tú siempre andan rodeadas de tipos como Dylan McGregor. Marionetitas de mujeres que
saben bien cómo abusar de sus encantos femeninos. Y después buscan a tipos como yo para que
les den lo que otros no pueden. – ¡Cómo puede este hombre pasar de ser un encanto a un estúpido
en décimas de segundo!
- ¡Eh! ¡Yo no estoy utilizando a Dylan! Apenas nos conocemos, él no siente nada por mí, ni
yo sé qué siento por él. No tenemos nada serio. ¡Esto no ha sido engañarlo! – Me defiendo.
- ¡Oh, vamos! ¡Seguro que ese pobre capullo estará ahora mismo en su cama con una
sonrisa de oreja a oreja pensando que ha hecho un trabajo increíble contigo antes! Sintiéndose
orgulloso después de que hayas fingido tu maldito orgasmo con él. Y apuesto mi sueldo de un mes
a que jamás se le pasará por la cabeza que al final has acudido al tipo que más asco le da de la
maldita tierra para acabar con la frustración que él ha dejado en ti.
- ¡Yo no he fingido ningún maldito orgasmo con él! – Me pongo en pie, furiosa. Andy me
mira con incredulidad, aguantando una asquerosa risita. – ¡No lo he hecho! ¡Él ni siquiera se ha
dignado a preguntarme si me he corrido o no! – Mi voz se quiebra y siento unas terribles ganas de
llorar. Andy se pone en pie y me parece más alto que nunca. Me mira intensamente, como
queriendo ver si estoy diciendo la verdad. – Dylan solo se ha preocupado de su propio placer y
nada más.
- ¿Y por qué no le has dicho tú nada?
- ¡No soy su maldita instructora en el sexo! ¡No soy la profesora de sexología! Ya es
mayorcito para saber que…
- Que las mujeres fingís orgasmos solo para hacernos sentir bien a los hombres con
nuestro estúpido ego masculino. – Lo miro y no sé qué decir. Es verdad. He perdido la cuenta de
todos los orgasmos que he fingido en mi vida. Pensé que solo era cosa mía, debido a mi problema
en el sexo, pero al parecer no soy la única que le pasa algo así. – Que usáis el sexo para domarnos
y utilizarnos. ¿Sabes? Por fortuna tenéis a inadaptados como yo, a quien nadie quiere, pero a
quienes podéis decir exactamente qué queréis, cómo lo queréis y cuándo. Tenéis a desgraciados
como yo que se conforman con polvos furtivos a escondidas con las impresionantes novias de
esos que se burlan de mi especie y se creen superior a tipos como yo. – Sus palabras suenan a
profunda confesión. ¿Es eso lo que le pasa? ¿Por eso anda teniendo sexo con unas y con otras?
Seduce a las novias de los chicos que se burlan de él. Puede que también seduzca a las chicas que
se burlan de él… como yo.
- Tú no eres inferior a Dylan. A nadie. – Digo sin pensar y sintiendo unas enormes ganas
de defenderlo.
- ¡Oh, vamos, bonita! ¡No irás a encapricharte tú también de mí! Te creía más lista que
eso…
Mi mano cobra vida propia y acaba estrellada en su rostro. Andy me mira perplejo, sin
creerse que acabe de abofetearle la cara.
- ¡Imbécil, solo te estaba demostrando que yo no te veo inferior a nadie! ¡No me gustas y
jamás me gustarás! ¡No de esa forma!
- Pero sí para hacer que te corras, ¿no? – Susurra con voz aterciopelada en mi oído y
siento un espasmo en mi entrepierna. ¡Maldita sea, de todas las curas que podría haber encontrado
para mí, he tenido que dar con la peor de todas! Me separo de él en el acto. – No niegues que tu
cuerpo responde a mí. – Vuelve a dar un paso en mi dirección y yo retrocedo. Mis ojos se han
vuelto a clavar en los suyos. – Vamos bonita, dilo. Di que te mueres por que te haga correrte de
nuevo. – Quedo atrapada entre la roca y su cuerpo, hipnotizada por el movimiento de sus labios
carnosos tan cerca de los míos. – Porque yo sí que quiero saber qué se siente al estar en ti. Lo
quiero desesperadamente. – Nuestros labios se unen como imanes. Su lengua acaricia la mía y
sacia una sed que jamás antes he sentido en mi boca.
Pero la magia de sus besos se corta por el pitido chirriante de mi teléfono móvil. Le
separo de mí con mucho esfuerzo y miro mi teléfono.
- Maldita sea, mi madre. – Andy me mira con mala cara y suspira. Yo cuelgo la llamada. –
Tengo que irme, Andy.
- ¿Por qué no le has contestado? No te habría puesto en un aprieto. No habría hecho nada
para que supiese que su hija favorita está con alguien como yo.
- ¡No soy su hija favorita! – Comienzo a recoger mi ropa mojada del suelo.
- Da igual. Supongo que ya nos veremos cuando McGregor vuelva a dejarte a medio
camino o cuando haya que recogerte otra vez del suelo. – Sus últimas palabras me recuerdan a lo
que realmente he venido y había olvidado por completo.
- ¡Por cierto, Andy! Necesito que me digas qué recuerdas de la fiesta de ayer antes de
irme. – Andy me mira de arriba abajo.
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Dónde estabas tú cuando yo… subí a mi habitación? ¿Cómo fue que me encontraste?
- Déjame pensar. – Mira hacia el cielo de forma cómica. – Había una rubia muy mona que
acababa de romper con su novio y acabó chupándomela en la cocina de tu casa. – Arrugo la nariz
ante su descripción de los hechos. – Después le dije que buscásemos una habitación para terminar
lo empezado y, ¡voilá! Allí estabas tú tirada e inconsciente.
- ¿Y Dylan? ¿Cuándo apareció? – Su mandíbula se tensa.
- Eso pregúntaselo a él. – Me da la espalda. – Cuando lo llames mañana para ir a una de
sus ridículas fiestas y tengas que fingir otro estúpido orgasmo con él será el momento adecuado.
- ¡Eres odioso! ¡Que te jodan, Andy! – Al fin pongo camino a mi coche y pongo distancia
entre ese estúpido y yo. Lo oigo llamarme, pero lo ignoro.
- ¡Eh, vamos, bonita, no te pongas así! ¡Eh, ven aquí! ¡Abbey! – Sonrío cuando lo escucho
decir mi nombre, aunque no le haga caso a su llamado.
Cuando entro en mi coche me doy cuenta de que todo el habitáculo huele a él. ¡Es su
maldita ropa, la que llevo puesta! Me encanta como huele y lo odio a partes iguales.
“Mi nueva yo”

Me despierto más feliz que en mucho tiempo. A pesar de que no fue entre los brazos de la
persona más deseada, ayer constaté que estoy plenamente curada. Que mis males están superados.
Que puedo y estoy lista para abrirme a esas sensaciones que se me han estado negando por tanto
tiempo.
Ojalá no hubiese sido con Andy con quien lo constatara, pero eso ahora mismo no
importa.
Ni siquiera me importa la regañina que mi madre me echó anoche al verme llegar con esas
pintas. Ni que haya amenazado con quitarme la paga de esta semana si le doy señales de estar
relacionándome con la gente equivocada.
¡Es injusto que con Serena no sea tan obsesiva y protectora! Entiendo que lo que pasó con
Elsa fuese un susto más que importante para ella, pero yo no tuve la culpa de lo que pasó y, aun
así, cargo con ella desde entonces. Me siento en parte responsable y he prometido compensar a las
personas que sufren por ello.
Para contentar a mi madre, hoy me visto con mis mejores prendas, me aliso el pelo con
esmero y me maquillo con maestría y buen gusto. Mis padres quieren que vayamos a comer todos
juntos en familia a casa del nuevo jefe de mi padre. Así que les dejaré presumir de hija durante el
día, al menos.
La casa del Sr. Moore es todavía más impactante que cualquiera de las de mi nueva
urbanización. Es insultantemente grande y lujosa. Tienen varias personas trabajando para ellos:
jardinero, cocinera, asistenta… y he contado por lo menos tres baños en la planta baja de la
impresionante mansión.
Durante el almuerzo, el Sr. Moore me presenta a sus hijos; Josephine y Brandon. Ambos
parecen ser sacados de revistas de moda. Josephine es un año mayor que yo y Brandon cuatro
años mayor. El chico me parece bastante guapo, aunque un poco aburrido. Creo que le he gustado,
porque siento su mirada fija en mí durante las dos horas que dura la comida. O más bien en mi
escote. ¡Al menos creo que el tamaño de mis tetas son del agrado de alguien!
Por la tarde, mi padre tiene que trabajar y la Sra. Moore propone ir a tomar algo a un pub
donde la jet set suele acudir a socializar. Mi madre parece emocionada con la idea e
inevitablemente Serena y yo tenemos que acompañarlas, junto con los hijos del matrimonio
Moore.
Es el propio chófer de los Moore quien nos lleva al lugar.
- Abbey, creo que a Brandon le has gustado. – Me susurra mi madre al oído cuando
llegamos al pub y la Sra. Moore y sus hijos se excusan para saludar a unos amigos de la familia.
Yo la miro y pongo los ojos en blanco.
- Ya lo he notado, mamá. Pero es aburrido.
- ¡No digas tonterías! ¡No lo conoces!
- ¡Mamá, déjame al menos decidir quién me gusta y quién no! – Miro a Serena para que
interceda a mi favor, pero está concentrada en su teléfono, mandándose mensajitos con alguien.
¿Estará hablando con Andy?
- Desde luego, si vas a elegir a chicos que se visten con ropa mugrienta como la que traías
anoche y ni siquiera te van a acompañar a casa, no creo que pueda confiar en tu criterio.
- ¡Mamá! – Le amenazo. – Ya te he dicho que anoche no estuve con ningún hombre.
- No me tomes por imbécil, Abbey. – La Sra. Moore y sus hijos vienen de nuevo a nuestro
encuentro y nos sentamos todos en una mesa. Yo pido una piña colada, Serena una cerveza y mi
madre un margarita.
- Dime, ¿te gusta Malibú? – Me pregunta Brandon. La verdad es que ahora que lo miro
más de cerca tiene unos ojos color caramelo muy tiernos.
- Sí, está bastante bien. – Digo y sorbo de mi cóctel.
- Me alegra que te sientas bien aquí. Si no conoces a nadie aún, yo podría enseñarte la
ciudad. No sé… podemos ir al cine, a la bolera… – La bolera… ¡qué aburrimiento!
- Claro. – Pongo cara de póquer. En ese momento recibo un mensaje en mi teléfono y no
puedo evitar leerlo. Necesito que alguien me rescate de este aburrimiento.
“Hola, Abbey. Si no tienes plan para esta noche, ¿te apetecería venir con los chicos y
conmigo al Shananah? Es un bar-cabaña en la playa y hay música en directo todos los días. Si
quieres, claro.” Es Dylan. Sonrío ante su mensaje.
“Iré contigo si vienes a rescatarme de tanto aburrimiento ahora mismo.” Le contesto
mientras sigo poniendo cara de que me interesa la historia de cómo Brandon consiguió las mejores
calificaciones en la asignatura de Macroeconomía en la universidad.
“¡Trato hecho! ¿Dónde estás?” Respiro aliviada y le envío a Dylan mi ubicación.
“Tranquila, aguanta unos minutos, estoy muy cerca. Dame solo diez minutos y ahí estaré
rescatando a mi preciosa damisela en apuros.” Su último mensaje me hace sonreír como una tonta.
- ¿Qué te parece? – Me pregunta Brandon pillándome por sorpresa totalmente. No he
escuchado las últimas tonterías que he ha dicho y ahora tengo que disimular.
- ¡Oh, lo siento, estaba pensando que necesito otra piña colada y no te he escuchado! –
Brandon sonríe y pide otro cóctel para mí. Es bastante amable, he de decir. Pero no quiero estar
aquí. Ya he cumplido con mi madre. Ya puedo irme, ¿no?
- ¡Mamá, me voy con Lillian y Andy! – Anuncia mi hermana de repente y se levanta de la
mesa. Mi madre la besa sin apenas mirarla y se despide. ¿Y si yo hago lo mismo y espero a Dylan
fuera?
- Yo también…
- ¡Abbey! Siéntate. Brandon acaba de pedirte otro cóctel. ¡Podrías invitarlo a ver una
película en casa! A mi hija le apasiona el cine, Brandon. ¿Te lo ha dicho? – Odio a mi madre en
estos momentos. – Es muy fanática del cine histórico y los thrillers. – Sonrío con cara de imbécil y
asiento ante la información que mi madre da de mí sin pedirme permiso siquiera.
- ¿De verdad? ¡A mí me encantan las películas de ciencia ficción! – Me informa Brandon.
– Mira, tengo un tatuaje que…
- ¡Brandon, ni se te ocurra enseñar esa atrocidad que te hiciste en tu precioso cuerpo! –
Interrumpe la Sra. Moore y hace que yo sienta más que curiosidad por ver el tatuaje. Jamás pensé
que Brandon sería de esos chicos tatuados. No va con él. Pero parece ser que tenemos más en
común de lo que creía al principio. Ambos somos víctimas de madres controladoras y que se han
volcado demasiado en nosotros.
- ¡Quiero verlo! – Grito entusiasmada. Mi madre y la Sra. Moore ponen cara de estar
aguantando el tipo con dificultad. Brandon me sonríe y me muestra un tatuaje que tiene en la parte
superior de uno de sus brazos. Es un tatuaje siniestro. Un demonio que… ¡un demonio! Lo miro
confundida.
- ¿Te gusta? Es Darth Maul, de Star Wars. Es un…
- ¿Obscure? – Le pregunto y comienzo a sudar. Recuerdo una imagen muy parecida a esta
en mi fiesta. Lo recuerdo en mi habitación. En la ducha…
- Sí, bueno, es del lado oscuro de la fuerza…
- ¡Hola, Abbey! – La vos de Dylan interrumpe mis pensamientos. ¿Será Brandon Obscure?
– Me alegro de verte. – Sacudo mis pensamientos y miro a Dylan.
- Hola. – Le sonrío. No, no puede ser que Brandon sea él. No me imagino a este niño
bueno haciendo cosas como las que viví hace dos días.
- ¿Señora Lynx? – Le dice a mi madre. ¿Cómo sabe que es ella? – Me presento, soy Dylan
McGregor, el hijo menor del Jonathan McGregor. – Mi madre abre los ojos de par en par y le da
un repaso a Dylan, y parece bastante agradada con lo que ve. – Me imagino que es usted, porque
Abbey ha sacado de usted esa gran belleza que posee.
- ¡Oh, gracias! ¡Pero llámame Isabel! – Dice mi madre poniéndose en pie y dándole un
fuerte apretón de manos a Dylan.
- Un placer, Isabel.
- Lo mismo digo. ¿Conoces a Abbey? – Creo que mi madre está más que feliz ahora
mismo. No puede esconder su regocijo. Dylan me mira y me sonríe.
- Sí, soy así de afortunado. Me preguntaba si sería mucho descaro por mi parte invitar a su
hija a venir conmigo y unos amigos a tomar algo a un restaurante al que solemos ir.
- ¡Claro que no! ¡Ve, Abbey! ¿La llevarás luego a casa?
- Delo por hecho, Isabel. – Yo miro a Brandon, que parece bastante contrariado por la
irrupción de Dylan, pero no dice nada para frenar mi huida.
- Nos veremos pronto, espero. – Le digo a Brandon porque quiero aclarar ciertas cosas
con él. Aunque ahora mismo me parece una locura bastante improbable lo que estoy pensando de
él. Dylan coge mi mano y con un gesto bastante estudiado se despide del personal y me guía al
exterior del pub.
- No ha sido tan difícil. – Alardea una vez que estamos en la calle, frente a su imponente
coche.
- Tienes que decirme cómo lo has hecho. – Le digo al meterme en su coche. Dylan se
encoje de hombros.
- Es lo que tiene tener contactos y ser tan atractivo. – Sacudo la cabeza y sonrío.
Un rugido estridente capta mi atención. Es un motorista que hace un giro rápido y abrupto
y sale disparado por la carretera. No le he visto la cara por culpa del casco, pero no me ha hecho
falta. Tampoco he visto la cara de su acompañante, de la chica que iba justo atrás sujetada a su
cintura. Pero he reconocido la ropa de Serena al instante. Es ella, con Andy… Eso me hace estar
todo el camino en el coche con Dylan distraída. ¿Se estará liando mi hermana con Andy también?
¿Será capaz ese monstruo de hacer algo así con dos hermanas? ¡Maldito sea!
Cuando llegamos al bar, que está situado sobre la playa, veo a Rachel, Amber, Carter y
Dylan allí también. Los saludo efusivamente y comenzamos a compartir anécdotas de las cosas
que pasaron en mi fiesta. Omito la parte en la que creo que fui drogada, aunque supongo que tarde
o temprano será vox populi. Sin embargo, yo trataré de desmentirlo. Por el camino le he pedido a
Dylan que no hable de ello con nadie y, aunque me ha mirado raro, ha accedido. La verdad es que
no voy a hacer un mundo de eso. Ya vi con mis propios ojos que Rachel consume alguna vez que
otra y, si el efecto que la droga tiene es que puedes vencer tus miedos y temores, pues me ha
venido mejor que bien.
Ahora mismo tampoco me resulta tan urgente averiguar quién es Obscure, pues ya he
constatado la parte más importante de toda esta historia ayer, en los brazos de Andy; mi problema
en el sexo se ha resuelto por fin. Y no puedo estar más feliz.
Ahora mismo, de hecho, estoy deseando repetir esa sensación de nuevo. Todavía tengo un
poco de miedo al fracaso, pero sé que puedo hacerlo. Ahora ya lo sé.
Dylan me invita a un margarita, a pesar de mi negativa a beber alcohol hoy, pues la cabeza
todavía me da vueltas. Le doy un par de tragos y después dejo la bebida en la mesa.
De fondo, la música de una chica con su guitarra ameniza y acompaña mi buen estado de
ánimo.
Carter, Dylan y Alexander hablan de baloncesto mientras nosotras, las chicas,
comenzamos a hablar de chismes y de ropa.
Todo va sobre ruedas, estoy totalmente integrada aquí. Tengo un magnífico grupo social al
que pertenezco y creo que mi reputación en Instagram está subiendo como la espuma gracias a las
innumerables publicaciones que han subido todos de mi fiesta.
Pero no soy capaz de pensar mucho en eso ahora mismo. Estoy más interesada en poder
crear el vínculo que quiero crear con Dylan. Creo que hacemos una pareja perfecta. Es
exactamente el tipo de hombre que me va. Lo que siempre he querido para mí. No obstante, hay
algo dentro de mí que no está tan convencida, y la verdad, no sé por qué.
Tendré que darle más oportunidades para ir conociéndolo poco a poco.
Después de un rato bastante distendido le pido a Dylan que me lleve a casa.
Por el camino, ambos nos echamos miraditas y nos dedicamos comentarios algo absurdos,
pero cargados de intención. No hemos hablado de lo que pasó ayer entre los dos. Creo que no
tiene tan claro que él me interesa como hombre y el hecho de que en estas dos horas no haya
nombrado nada de lo sucedido entre los dos me llena la cabeza de dudas. Le gusto, ¿no?
- Anoche lo pasé muy bien. – Me dice de repente aliviando mi ansiedad. Le sonrío.
- Para aquí. – Le ordeno y me mira de reojo.
- Tu casa está al final de la calle.
- Pero no quiero ir a casa aún. Para. – Mis palabras y un leve aleteo de pestañas son
suficiente señal para él para adivinar mis intenciones y al fin hace lo que le pido.
Es listo y deja su coche en un lugar no muy visible, aunque es difícil no ver este coche. En
cuanto lo hace me lanzo sobre él y comienzo a besarlo con impaciencia. Sin embargo, en décimas
de segundo es él quien está sobre mí. Es mucho más fuerte que yo y no hay forma humana de
invertir posiciones.
- Déjame a mí encima. – Me pide cuando se da cuenta de que intento desesperadamente
colocarme sobre él.
- Pero… – no sé cómo decirle que la logística para colocarnos en su coche como él quiere
es muy complicada.
- Quítate las braguitas y date la vuelta. – Me pide. Parpadeo. Me siento algo rara en esta
situación. Algo no va bien y no entiendo muy bien el qué. Sin embargo, hago lo que me pide
cuando me lo ordena por segunda vez.
El momento es de todo menos erótico para mí. Con mi mejilla derecha pegada contra el
cristal de la ventanilla. Con una de sus manos sujetando mi cuello. Mi sexo a su merced. Y todos
mis miedos e inseguridades volando a sus anchas por mi cabeza.
Escucho el rasgueo de un plástico y segundos después siento la estrepitosa irrupción de su
sexo abriéndose paso en mí sin la menor de las consideraciones. Es doloroso y nada placentero al
principio. Pero no me quejo. No digo nada. Solo aprieto los ojos e interiorizo una plegaria.
“Quiero sentir. Quiero sentir. Quiero sentirlo.”
Pero el momento no llega. Y al abrir de nuevo los ojos solo veo mi relejo borroso a través
del cristal de la ventana, reflectado en el espejo retrovisor que está a mi lado. Y la imagen que
veo me conmociona. Esto no es un acto de dos. Esto es solo para él.
Cuando Dylan anuncia y farfulla su orgasmo lo constato.
No recuerdo las palabras que le digo para despedirme. Solo sé que me subo las bragas,
salgo del coche y le digo algo así como “ya te llamaré”.
Al llegar a la puerta de casa, algo dolorida, una tristeza gigante me invade. Me siento
culpable. Algo no he hecho bien. Soy yo la culpable de que esto me pase. De que nunca sea capaz
de sentir lo que todo el mundo siente al tener sexo.
“Nunca no”. Me recuerda mi subconsciente.
Y tiene razón. Lo he sentido antes. Solo dos veces en mi vida, pero lo he sentido. Ha sido
gracias a Obscure. Y él es el único que sabe qué me pasa. Quizá ya ha curado antes a alguien
como yo. También lo sentí con Andy, aunque eso no me tranquiliza. No me gusta Andy, a pesar de
lo atractivo que es y de toda esa aura de seducción que lo cubre. Pero tengo que darle las gracias.
Si no fuera porque Andy me regaló mi segundo orgasmo, habría pensado que el primero y más
intenso fue solo un sueño, un producto de mi delirante y drogada mente.
No lo fue, y ahora necesito hablar con el artífice de esa gran proeza. Necesito respuestas
y… lamentablemente también necesito su guía en mi proceso de sanación.
“¿Me ves?”

“¡Contéstame! ¡Sé que me lees!” Le escribo a Obscure insistentemente. Llevo quince


minutos sentada frente a la pantalla de mi portátil, con los ojos anegados de lágrimas y la moral
por los suelos, suplicándole a quien quiera que sea la persona detrás de ese enigmático nombre
que dé la cara.
He llegado a casa hace menos de una hora y he sorteado como he podido las preguntas de
mi madre acerca de Dylan, quien parece ser bastante de su agrado. He tenido que tragarme las
lágrimas frente a ella y contarle brevemente lo que ella quería oír: que nos estamos conociendo,
que creo que le gusto y que todo marcha de maravilla.
Pero realmente lo que quería era subir cuanto antes a mi habitación y descargar la presión
que me aprisiona el pecho en estos momentos.
También deseaba con todas mis fuerzas encontrarme con Obscure activo en nuestro chat. Y
lo está. Pero no responde.
“¿Vas a ignorarme? ¡Bien, pues ignórame!”
Veo que está escribiendo algo y mi corazón se acelera. ¡Va a dar la cara! ¡Al fin!
“No te estoy ignorando. Estoy solo pensando qué palabras son las apropiadas en esta
ocasión. No quiero estropearlo, Abbey.” El muy osado se atreve a llamarme por mi nombre real.
“¿Qué ocasión? ¿Te refieres a que tú sabes quién soy yo y yo no tengo ni idea de quién
eres tú? ¡Sabes que es muy injusto!” Le escribo. Veo que él también está escribiendo, pero tarda
bastante en enviar su mensaje.
“No creo que te interese mucho saber quién soy, la verdad.”
“¡Claro que sí! ¡Dímelo!” Exijo.
“Desde luego no soy el tipo que te ha traído a casa. Espero que eso lo tengas claro.” Abro
los ojos de par en par.
“¿Me has visto? ¿Me estás espiando?” Me levanto rápidamente y miro por la ventana de
mi habitación. Al fondo veo una casa, con una luz muy tenue encendida. ¿Vivirá ahí Obscure? ¿Lo
habré tenido todo el tiempo tan cerca sin saberlo? Vuelvo a sentarme en mi silla y aguardo a su
respuesta. No llega. “¿Vives frente a mí? ¡Contesta! ¡Dime la verdad!” Sigue sin contestar. Me
desespero. No puedo quedarme de brazos cruzados. Así que me levanto y comienzo a vestirme. Si
no me contesta por aquí, tendré que averiguarlo por mí misma.
“No.” Me responde cuando ya estoy vestida.
“Eso lo comprobaré ahora mismo” Escribo y pulso la tecla Enviar con rabia.
“Abbey, no hagas más tonterías por hoy.” Resoplo. ¿Y si estoy confundida?
“¿Eres Brandon?” Pregunto nerviosa.
“¿Qué más da? Veo que ya has resuelto tus problemas con el sexo. Eso era lo que
necesitabas de mí, ¿no? No necesitas ponerme cara. Solo necesitabas experimentar y lo has hecho.
Aunque yo no haya podido llegar contigo lo lejos que hubiera deseado.”
“No he resuelto nada. Necesito saber qué me has hecho y cómo. Necesito saber qué me
pasa y por qué no puedo llegar al orgasmo. Por favor…” Suplico. Vuelve a tardar en contestar y
yo ya no sé de qué postura ponerme. Abro el cajón de mi escritorio y saco un cigarrillo. Necesito
algo que me relaje o me tenga al menos un poco distraída.
“¿Quieres decir que sigues igual?”
“¡Obviamente es lo que quiero decir!”
“¿No ha cambiado nada de nada?” Suspiro.
“Bueno, ayer, con un chico. Él me toco y…”
“…te corriste” Termina él mi frase por mí. Doy una profunda calada al cigarrillo.
“Sí, pero fue muy raro”
“¿Muy raro por qué, Abbey? Necesito más datos si quieres que te ayude.”
“No es alguien que me guste de verdad. Quiero decir, no es el tipo de persona que
necesito en mi vida. Él es… es…”
“Diferente. Está fuera de tu zona de confort, ¿no es así?” Suspiro y contesto.
“Supongo que sí” Muerdo mi labio inferior al recordar ese momento con Andy. Fue
liberador, pero no lo que quiero. Lo que quiero es sentir eso mismo con Dylan, o con alguien
como Dylan. “¿Vas a decirme quién eres? Necesito saberlo.”
“No lo creo. Creo que lo que necesitas es saber quién eres TÚ” Pongo los ojos en blanco.
Sabía que no me lo iba a poner fácil, pero esperaba que se ablandara poco a poco. “Además,
tampoco quiero correr el riesgo de que me gustes demasiado, o yo a ti. Me conformo con haber
sido el primer hombre que te ha mostrado lo que es un orgasmo. Es un bonito recuerdo para
mantener de ti.” Abro la boca escamada. ¡No puede estar hablando en serio!
“¿Te estás despidiendo de mí? No puedes hacerme esto.”
“¿Por qué no? Te he dado lo que me pediste. Ya no puedo ofrecerte más, Abbey.”
“¡Yo no te lo pedí! ¡Fuiste tú quien me dijo que querías ser el primer hombre que me
hiciese sentir la verdadera pasión!” Respondo enervada. Estoy enfadada. ¡Sabe quién soy! ¡Sabe
dónde vivo, cómo me siento, tiene más información confidencial de mí que nadie en el mundo! ¿Y
si decide jugármela? “¡Eh, vamos, no puedes dejar esto aquí! No tienes que decirme cómo te
llamas si no quieres. Solo muéstrame tu cara. Por favor…”
“Abbey, tú me suplicaste que te lo hiciera en ese baño y créeme, en otra situación daría la
cara. Es más, iría ahora mismo a tu habitación y te follaría como un loco. Pero tú… eres
demasiado diferente a lo que estoy acostumbrado. Eres imprevisible y un imán para los
problemas. Puedo verlo. Así que será mejor que mantenga las distancias contigo.”
“Por favor, por favor. Veámonos solo una vez. Una sola vez. Déjame tener sexo de verdad
contigo. Déjame tocarte, sentirte.” Sé que sueno desesperada. Y lo estoy. Pero también sé que
ningún hombre en la tierra diría que NO a una proposición tan directa y tan fehaciente como esta
para tener sexo con una mujer.
“Abbey, por lo que me has dicho ya has encontrado a alguien con quien hacerlo. Hazlo.
Diviértete y libera tu cuerpo y tu mente de tanta presión social y mediática. Eres preciosa. Eres
atractiva, demasiado. Y, aunque no lo muestres muy a menudo, eres una chica muy interesante y
con muchas inquietudes. Solo te falta salir de ese cascarón, quitarte esa máscara que usas en las
redes sociales y ser tú misma. Cuando te liberes de todo eso, verás la vida y tu propio cuerpo con
otros ojos.” Sus palabras son bonitas, pero me hieren, por el rechazo y porque están teñidas de
despedida. No puedo obligarle. No sé cómo hacerlo. Si el sexo no es suficiente reclamo para él
no sé qué otra cosa ofrecerle.
“Adiós entonces, fantasma sin nombre ni rostro.”
“¿Dónde estoy?”

Llevo tres días quedando con Dylan. Me lleva al cine, o a cenar, o ambas cosas, y después
acabamos teniendo sexo en algún sitio. Un día fue en su casa (o debo decir mejor su mega
mansión) aprovechando que sus padres están de viaje. Otro día lo hicimos de nuevo en su coche,
porque quise evitar ir a su casa ya que sabía que me pediría tener sexo de nuevo, aunque al final
no pude evitarlo y acabamos haciéndolo en su coche a dos manzanas de mi casa. Y hoy… hoy no
sé dónde acabaremos haciéndolo, pero lo que sí sé es que insistirá de nuevo en hacerlo. Dylan
dice que soy lo mejor que ha experimentado en lo que a sexo se refiere. En parte me siento
alagada. Pero no puedo evitar sentirme culpable en cierto modo. Me doy cuenta de que he pasado
la mayor parte de mi vida enfocándome más en ser lo que los hombres desean que sea, en lugar de
preocuparme en encontrar lo que yo misma deseo de un hombre en lo que a sexo se refiere.
Y creo que Dylan lo es. Debe serlo. Lo miro y me derrito por dentro. Es guapo, rico,
influyente y carismático. Tiene todo lo que un chico debe tener para enamorar a una mujer. Pero no
logro conectar con él corporalmente. Y creo que no soy solo yo la que tiene un problema en el
sexo. Cada día estoy más convencida de que Dylan también lo tiene. No me refiero a que no pueda
llegar al orgasmo, pues sin duda ese no es su problema. De hecho, llega con demasiada rapidez,
más de lo deseable. Pero creo que tiene una concepción del sexo demasiado salvaje e impersonal.
Follar con Dylan es como ser la protagonista de una película porno y, aunque durante mucho
tiempo he pensado que de eso se trataba el sexo, me doy cuenta de que hay algo más detrás de
todo ese salvajismo desatado y sin control.
No he conseguido llegar al orgasmo ni una maldita vez. No he estado ni siquiera cerca.
Me despista mucho su actitud, creo. Es a veces romántico y tierno, pero cuando tenemos sexo se
vuelve agresivo y frío. Y eso no me ayuda nada. Me desorienta.
Hoy hemos quedado en vernos en la playa, a unos metros del Shananah, el bar de playa
con música en directo, junto con el resto de los chicos. Sé que he conseguido hacerme un hueco en
el grupo, y eso era lo que más ansiaba, pero, sin embargo, me siento muy rara.
No confío mucho en ninguno de ellos, aunque con Rachel creo que voy por el buen
camino. No obstante, no consigo quitarme de la cabeza la idea de que puede que fuera uno de ellos
quien introdujo la droga en mi bebida el día que hicimos la fiesta en mi casa. De todos modos,
puede que ninguno de ellos fuera quien lo hiciera.
Tampoco me quito de la cabeza la imagen de ese Diablo de ojos amarillentos ni la forma
en que me hizo gemir ni llegar a mi primer y ansiado orgasmo.
No he sabido nada más de Obscure. Desde que se despidió de mí, solo el silencio ha sido
su forma de comunicarse conmigo. Aun así, me siento observada, como si pudiera ver todos y
cada uno de mis movimientos. Como si estuviera presente cada vez que Dylan y yo tenemos sexo.
Como si estuviera poniéndome a prueba. ¿Me estaré volviendo loca?
Es posible… porque otra de las cosas que no entiendo, por más que me esfuerce, es la
repentina amistad que ha surgido entre Dylan y Andy.
Andy está extrañamente invitado a todas y cada una de nuestras reuniones, aunque apenas
se digne a aparecer. Cosa que agradezco en el alma, pues me resulta muy incómodo besar o tontear
con Dylan si él está alrededor. Apenas me mira, pero de todos modos me siento intimidada cuando
está cerca y, para colmo, también culpable cuando Dylan se pone cariñoso conmigo en su
presencia.
Y tal parece que Andy siente la misma incomodidad. Al menos, creo que esa es la razón
por la que apenas aparece unos pocos minutos, se deja invitar a alguna cerveza por Dylan, cruza
dos o tres palabras con Rachel y después se va sin más, sin tan siquiera decir adiós. Además,
nunca viene solo. Lillian siempre va a su lado como una sombra. Si no supiera que las chicas con
media cabellera rapada, la otra teñida de azul y ataviadas con ropas masculinas no son su tipo,
pensaría que entre esos dos hay algo.
Ayer, sin embargo, no apareció. Y cuando Dylan me llevó a casa, justo después de hacerlo
en su coche, le pregunté que a qué venía esa repentina amistad con Andy. Su respuesta fue el
silencio y un leve movimiento de hombros que no supe cómo diagnosticar. Insistí un poco más,
recordándole que él siempre ha odiado a Andy y todo eso, pero solo contestó que las personas
pueden cambiar y que Andy le había demostrado ser un tipo leal. Y que mientras lo siguiera
siendo, lo trataría bien.
Mis dudas permanecieron insolutas, pero no presioné más. Al fin y al cabo, Dylan es una
persona nueva en mi vida y todavía no sé dónde ni cómo ubicarlo en mi vida.
Ahora mismo sigo pensando en todo lo ocurrido en mi vida en las últimas semanas, desde
que llegué a Malibú, mientras tomo el sol tumbada en la toalla en mitad de esta abarrotada playa,
con mis gafas de sol puestas y mis ojos cerrados, y mientras escucho a Rachel y a Katty
cuchichear a mi lado acerca del “fingido” embarazo de Katty para, según ella, evitar que el
precioso chocolatito de Alexander termine con la maltrecha relación que ambos mantienen. Yo
prefiero no pronunciarme acerca de lo torpe y cobarde que creo que es el haberse inventado tal
disparate. Siempre he sido más del tipo de personas que piensan que, si alguien no te quiere,
mejor tenerlo lejos y ni mucho menos forzar su cercanía.
Mientras ellas cuchichean, Dylan, Carter, Alexander y Steve están practicando surf en el
agua. Llevan metidos en el agua todo el maldito día. Dylan apenas ha cruzado dos palabras
conmigo. No me ha dedicado miradas lascivas mientras mostraba a toda la playa mis encantos al
quedarme en biquini, ni me ha piropeado una mísera vez.
La estridente voz de Rachel regañando a Katty por su estupidez no me deja concentrarme
en mis dilemas internos y comienzo a sentirme incómoda.
Finalmente me incorporo, sacudo los restos de arena de mi precioso biquini rosa nuevo y
oteo hacia todos lados en busca de una vía de escape de tal absurda situación. Pestañeo al creer
ver a mi hermana y a Lillian sentadas en una mesa del bar Shananah, que está a escasos metros y
suspiro agradecida. Cojo mi pañuelo de flores y me lo coloco con gracia a modo de vestidito
playero alrededor de mi cuerpo.
- ¿Adónde vas? – De repente me pregunta Rachel con el ceño fruncido. – Tienes que tomar
el sol por el otro lado para que todo el cuerpo tenga el mismo tono, sino vas a estar solo
bronceada por delante. – Dice a modo de regaña. Pongo los ojos en blanco.
- Voy a ir un momento a ver a hablar con mi hermana y a beber algo. Estoy deshidratada. –
Le informo apuntando hacia donde se encuentran Serena y Lillian. Rachel las ve y pone mala cara
al hacerlo. – ¿Queréis venir a tomar algo? – Les ofrezco.
- No, gracias. Estamos mejor aquí. Además, ya te he dicho que ahora toca tomar el sol por
el otro lado. – Me contesta con una sonrisa falsa y se voltea para tomar el sol por la espalda.
Me doy media vuelta y comienzo a andar hacia la mesa en la que está mi hermana. Cuando
alcanza a verme parece sobresaltada, pero en seguida se pone en pie y me saluda con alegría.
Lillian hace lo mismo y yo les doy un beso a ambas.
- ¿Qué haces tú por aquí, Abbey? Creí que te iba más la compañía de los estreñidos. – Se
burla mi hermana y yo le saco la lengua. Lillian se ríe disimuladamente.
- Me apetecía tomarme algo con mi hermana, ¿tan raro es?
- ¡No! ¡Siéntate! – Me ofrece mi hermana poniendo una silla junto a ella para invitarme a
sentarme. Lo hago y me siento más cómoda de repente de lo que lo he hecho en estos últimos días.
- Hemos cogido uno de los mejores sitios. – Me informa Lillian y yo la miro extrañada,
sin saber a qué se refiere. – Andy, Cole y Grace están a punto de empezar a tocar. – Dice
apuntando hacia un punto situado en medio de todas las mesas del lugar. Me doy cuenta de pronto
que el lugar está abarrotado de gente y que hay un pequeño escenario situado en donde los deditos
de Lillian apuntan.
- ¿Andy va a tocar? – Pregunto emocionada. Hasta a mí me sorprende mi tono. Mi
hermana y Lillian asienten con la misma emoción. Sabía que Andy tocaba y componía sus
canciones, pero hasta ahora nunca lo he escuchado ni tocar ni cantar. Será entretenido. – Y, ¿quién
es Grace? – Pregunto a ambas. Lillian me mira y se muerde los labios. Oh, oh…
- Ella es una amiga muy especial de Andy. – Dice simplemente.
- ¿Está con… ella y Andy…?
- Nadie lo sabe, pero todos hablan de ello. Ya sabes cómo es Andy. Siempre va con unas y
otras, pero con Grace es diferente. No la trata como a las demás.
- ¿La llama por su nombre? – Pregunto intentando ocultar la furia que estoy comenzando a
sentir por el estómago subiendo hacia mi garganta. Además, me doy cuenta de que conozco a Andy
mejor de lo que conozco a nadie en este lugar. Pues sé que si Andy llama a una mujer por su
nombre es porque algo pasa.
- Claro… – Contesta como si eso no fuera una información peligrosa. Noto la bilis subir
por mi pecho.
- ¡Abbey! ¡Eh! ¡Vamos, nena, nos vamos a mi casa! – Oigo la voz de Dylan a mi espalda y
doy un brinco en la silla del susto. Al mirarlo y verlo todo mojado, con esos músculos tan
marcados, algo se mueve en mi interior. Sé que quiere que vaya a su casa a ducharme con él, follar
en la ducha y luego en su habitación, antes de que vuelvan sus padres del viaje de San Diego. El
plan es del todo seductor.
- No puedo, lo siento. Se me olvidó decirte que mis padres me pidieron que volviera con
Serena a casa pronto. Tienen planes para los cuatro para esta noche. – Miento espontáneamente y
sin saber por qué. Serena me mira extrañada, pero no me desmiente. Prefiere beber de su botellín
de cerveza para no decir nada que vaya en mi contra. Dylan me mira enfadado.
- ¡Joder, lo habíamos hablado, tenemos mi casa para los dos solos! – Se queja levantando
las manos en el aire. No me gusta que piense que tiene derechos sobre mí cada vez que quiera. Si
al menos se preocupara de asegurarse que yo también llegue al orgasmo cuando tenemos sexo, el
plan de irme con Dylan ahora mismo sería más prometedor que ver a Andy tocar su guitarra y
escucharlo cantar. Pero, si tengo que ser sincera, esto último me parece ahora mismo más
estimulante. Además, quiero saber qué narices le pasa a Andy conmigo para que ni siquiera se
digne a saludarme últimamente.
- Habrá más días, tranquilo. – Contesto con frialdad y lejanía. Dylan me mira con el ceño
fruncido.
- ¿Me estás dando largas, Abbey? Porque no me gusta nada la forma en la que me estás
dejando tirado. – Lo que me faltaba. Me pongo en pie y le dedico mi sonrisa más falsa.
- No te estoy dando largas. Llevo todo el día contigo en esta playa y tú no me has dirigido
la palabra hasta que me has visto aquí, con mi hermana. Ahora tengo que volverme con mi
hermana a casa, lo siento. Ya está atardeciendo y esta noche tenemos planes en familia. ¿Verdad,
Serena? – Mi hermana me mira espantada por haber tenido la osadía de meterla en esto. Casi se
atraganta con la cerveza. La verdad es que ni yo misma sé qué estoy haciendo realmente. Dylan no
podría estar más bueno, es rico y popular, definitivamente es todo lo que yo buscaba en un
hombre. Pero algo me dice en subconsciente que no debe ser así si no consigo correrme con
ningún tipo de su especie. Mi subconsciente me recuerda de nuevo que con Andy sí lo hice, y ni
siquiera llegamos a consumar el acto del todo.
- Sí, sí, es verdad. – Titubea mi hermana sin mirar directamente a Dylan.
- Mañana te vienes conmigo. – Me informa Dylan en un gruñido apuntándome con el dedo.
No me gusta el poder que cree tener sobre mí, pero ahora mismo no voy a discutir con él, en un
lugar tan público. Aunque tampoco voy a darle la razón. – ¿Me has entendido? – Vuelve a insistir.
Ahora la que está perdiendo los nervios soy yo.
- ¡Dylan, no creo que debamos discutir esto ahora mismo! Mañana te llamo y lo
discutimos en privado.
- ¡No! ¡A mí nadie me deja tirado de esta forma…!
- ¡Eh! ¿Qué tal, chicos? – La voz de Andy proviene desde mi espalda. Me giro
sorprendida y lo encuentro pegado a mí, a modo… ¿protector? Andy me mira y me sonríe, como si
nada, como si no llevase tres días ignorándome. Yo le retiro la mirada antes de que esa sonrisa me
despiste y acabe sonriéndole yo también a él.
- ¡Hola, Stone! – Dylan le saluda con fingida alegría. Lo sé, poco a poco lo voy
conociendo también. ¡Me consume la intriga de saber qué ocurre entre estos dos!
- ¿Vais a quedaros para el concierto? – Pregunta Andy.
- No, yo… tengo que irme. Pero me encantaría en otra ocasión. – Responde Dylan
nervioso. – Te llamo mañana, Abbey. – Me dice en esta ocasión más que amable, besa levemente
la comisura de mis labios y lo veo desaparecer. Instintivamente miro a Andy, como si sintiese que
él puede explicarme este repentino cambio de actitud de Dylan. Pero vuelvo a encontrármelo
sonriente y demasiado cerca.
- Me alegra verte, bonita. – Abro los ojos sorprendida.
- Creí que no me hablabas desde… – consigo frenar mi rebelde lengua cuando soy
consciente de que mi hermana y Lillian están junto a nosotros.
- ¿Desde nuestro pequeño momento de pasión en el mar? – Susurra Andy de forma
seductora acercándose aún más a mí. Me sobresalto al oírlo y miro instintivamente a mi hermana,
que pone los ojos en blanco ante lo que oye.
- ¡Sabía que no podía confiar en ti al pedirte que te alejaras de ella! – Le acusa Serena a
Andy. Mierda, no quería que esto se supiera. Fulmino a Andy con la mirada, que sigue de lo más
sonriente. Sabe que me está sacando de mis casillas y disfruta de ello. – Pero, francamente
hermana, tampoco pensé que tú sucumbirías ante alguien como este descerebrado. – Siento el
humo salir de mis fosas nasales.
- ¡Yo no he sucumbido a este imbécil! – Grito sin dejar de mirar a Andy fijamente con
toda la ira de la que soy capaz. Él, sin embargo, sigue escondiendo esa sonrisa traviesa que tanto
me gusta, mostrando su hoyuelo derecho que... ¿Qué? ¡No, no me gusta!
- Tranquila, será nuestro secreto, bonita. – Susurra en mi oído y mi cuerpo tiembla al
sentir su respiración sobre la vena de mi cuello.
- ¡No hay ningún secreto, no pasó nada entre tú y yo! – Me cruzo de brazos y me obligo a
sentarme junto a Serena para poner un poco de distancia entre él y yo.
- No te enfades, bonita. Te invito a una cerveza para que me perdones por mi falta de
modales. – Dice guiñándome un ojo y desapareciendo de nuestra vista. Yo gruño con fuerza. ¡No
soporto a este tipo!
- ¡No me gusta la cerveza! – Grito a su espalda, pero no hace el mínimo gesto para indicar
que me ha oído. Segundos después una camarera pone un botellín de cerveza frente a mí y yo
vuelvo a gruñir. Sin embargo, le doy un largo trago para poder enfriar un poco el fuego que arde
dentro de mí. – Odio a ese estúpido engreído. – Pienso en voz alta.
- Si lo vieras solo como amigo te caería bien. – Comenta mi hermana mientras bebe de su
cerveza para evitar mi mirada cargada de reprobación.
- No pienso verlo nunca como un amigo. Es déspota, desagradable y altanero. Nadie en su
sano juicio lo querría como amigo.
- ¿Pero como amante sí? – No puedo creer que mi hermana me esté echando en cara de
esta manera mi estúpido error de haberme dejado embaucar por ese charlatán. Ella no lo sabe,
pero si lo hice fue sólo porque necesitaba saber si mi problema con el sexo tenía cura o no. No
porque realmente me guste Andy. ¡No me gusta para nada!
“Sin embargo has llegado al orgasmo con él” me recuerda mi subconsciente. “¡Y con
Obscure también!” me grito en mi fuero interno. “Claro, pero no sabes quién es ese enigmático
hombre. Podría ser…” “¡Cállate de una vez!” silencio la voz de mi subconsciente y sin darme
cuenta golpeo la mesa con mi botellín de cerveza, provocando que mi hermana y Lillian se
sobresalten.
Por fortuna el concierto comienza de una vez y la atención de ambas de repente cambia de
foco, centrándose en esa… ¡dios! ¡¿Esa voz es de Andy?! Es como un canto de sirena que me
atrapa y me eleva a un lugar místico, secreto e irreconocible para mí. Nunca antes había sentido
algo así. Es simplemente magia lo que estoy viendo y oyendo en este instante. Apenas soy
consciente de que hay otros músicos a su alrededor, ni de que este lugar está abarrotado de gente.
Solo lo veo a él, su guitarra, sus viriles manos domando ese instrumento con maestría y sus
sensuales labios acariciando y besando el micrófono como si le estuviese cantando directamente
al oído. Cierro los ojos por un segundo y me imagino que está cantándome a mí. No es buena idea.
La sensación que eso provoca en mí es desaforada y obtusa. No me deja pensar con claridad
acerca de mis reales sentimientos hacia ese encantador de serpientes. Pero no me culpo por ello.
Ahora entiendo mucho mejor el éxito con las mujeres del que Andy presume. Ahora mismo le
dejaría hacer conmigo lo que quisiera. Todo.
“Rendirse puede ser un acto de valentía”

- ¡Ven, baila con nosotras! – Serena me azuza y entonces me doy cuenta de que llevo un
buen rato embobada mirando a Andy y escuchando cada palabra que su lengua acaricia, como si
las letras de sus canciones tuvieran algún mensaje oculto para mí.
No reconozco muchas de las canciones, y las que sí conozco, las ubico en mi niñez,
cuando mis padres tenían una vida más humilde y relajada y la música formaba parte de nuestra
vida en familia. Recuerdo que mi madre solía poner canciones de cuando era más joven y a veces
pasaba horas viéndola bailar en el salón de mi antigua casa. Parecía mucho más joven de lo que
era y, sobre todo, parecía mucho más feliz.
Inevitablemente, la música que emana de Andy me evoca mi niñez.
Reconozco una balada de Bon Jovi, “Bed of roses”. La reconozco por la cantidad de
veces que mi hermana la ha puesto a todo volumen en su cuarto. Y he de reconocer que la canción
es bonita, a pesar de todas las veces que me he quejado del anticuado gusto musical de mi
hermana. Pero, ahora mismo, en este instante, no podría parecerme más maravillosa. La voz de
Andy suena como el terciopelo, llegando hasta mi sensible y erizada piel, acariciándola. El halo
que desprende desde ese minúsculo escenario le da una apariencia divina que no pasa
desapercibida para ninguna de las personas que se amontonan a su alrededor para disfrutar tal
mística visión.
Serena y yo la cantamos a voz en grito mientras bebemos otra cerveza. Creo que ya voy
por la quinta. La risa comienza a brotar de mis labios sin pedir permiso. Veo a Andy contemplar la
estampa que mi hermana y yo estamos dando con una enorme sonrisa en los labios mientras canta.
Serena y yo cantamos a voz en grito, como si nos fuese la vida en ello, agarradas la una a la otra.
Incluso me llevo a Lillian de la mano hasta el centro de la pista de baile y la obligo a bailar
conmigo. Me lo estoy pasando realmente bien. Es el momento más liberador que he vivido
desde… desde… mmm… no recuerdo otro momento como este en mi vida. ¿Es muy triste?
No lo sé. Simplemente sé que este momento ha sido escrito para mí. Que el universo
puede ser muy grande, infinito, y yo soy una hormiguita en él, pero no ahora. En este instante, el
centro del universo está bajo mis pies. Hasta el punto que, cuando termina la canción, me invade
la tristeza porque no volverá a haber un instante ni una canción tan perfecta como esa. O eso
pienso yo…
- Quiero que le deis un fortísimo aplauso a mis estupendas bailarinas. – Oigo la voz de
Andy decir por el micrófono y lo miro. Me está dedicando una sonrisa de lo más bonita y
cautivadora, y yo no puedo más que responderle del mismo modo. El numeroso público enloquece
y aplaude con furor, aunque sé que le están aplaudiendo a él. Está creando una atmósfera de lo más
fantástica en este pequeño rincón del mundo. Acabo de darme cuenta que el alcohol me está
pasando factura y que ahora mismo todo parece de color de rosa. – Serena, bienvenida a éste tu
nuevo hogar – le dice a mi hermana y veo en el rostro de mi hermana una sonrisa como nunca antes
había visto. Es feliz. Serena es muy feliz por primera vez en su vida y eso, indiscutiblemente, me
hace muy feliz a mí también. – Bonita, tú también. – Ay… me acabo de poner del color de un
tomate bien maduro. Vocalizo exageradamente la palabra gracias y vuelvo a beber de mi cerveza.
– Espero que la próxima canción también te la sepas y que la bailes para mí. – Con un guiño me
hace temblar de pies a cabeza y me tambaleo, aunque bien puede ser por el alcohol también.
Reconozco enseguida los acordes de la siguiente canción. “Wicked game” creo que se
llama. También es una de las preferidas de Serena. No me había dado cuenta hasta ahora de lo
increíble que era. Es sensual y embaucadora. Cierro los ojos y bailo y canto sintiendo cada
palabra de su preciosa letra llegar hasta mi estómago y arraigarse como una semilla en él. “No
quiero enamorarme de ti” repite la letra una y otra vez. “No quiero enamorarme de ti”… Mis pies
y mis manos cobran vida propia y me dejo llevar por los acordes hasta el final de la canción.
La siguiente es más movida y, aunque no la conozco bien, en ciertas partes de la canción
tengo la impresión de haberla bailado de niña con mi madre o mi padre.
Cuando llega el turno de una canción llamada “Don’t you wanna stay a Little while” a
dueto con Grace me doy cuenta de que en el escenario también está el greñudo de Cole, tocando la
batería, y la tal Grace, tocando el bajo y, en esta canción, cantando a dúo con Andy, provocando la
envidia de todas las féminas que están entre el público, incluida yo. Daría lo que fuera por ser yo
la que estuviera ahí arriba ahora mismo, junto a Andy, compartiendo este momento. Mis ganas de
bailar disminuyen drásticamente, a pesar de que la canción es mucho más movida que las
anteriores. Pero es que la complicidad que veo entre Grace y Andy me hace enfurecer. De modo
que me voy hacia la barra para pedir algo más fuerte para beber. No me apetece seguir mirando a
la tal Grace comiéndose con los ojos a Andy, y ya me he cansado de intentar encontrar defectos en
su casi perfecto rostro lleno de pequitas enmarcado por una perfecta melena pelirroja repleta de
rizos.
- ¿Eres amiga de Andy? – Oigo a alguien preguntarme entre el bullicio cuando acabo de
pedir un cóctel margarita al camarero que está tras la barra. Me giro y veo a una preciosa chica
con rasgos asiáticos. Creo que la conozco. La vi con Andy una vez de noche en la playa, después
de darse el lote con él, seguramente.
- Sí, ¿por? – Respondo a la defensiva, dándome cuenta enseguida de que mi voz suena
muy rara por culpa de mi estado de embriaguez.
- Nada, por… ¿estás con él? – Descargo una risa abrupta que hace que la chica se
sorprenda.
- ¿Qué te hace pensar esa estupidez?
- A ti te llama bonita. ¿Por qué? – Me quedo meditando un rato.
- ¿A ti no? – Contraataco.
- A todas las demás nos llama “nena”. Jamás nos ha dedicado una canción, por más que
muchas le han suplicado. – En ese momento oigo a Andy pedir un aplauso para la “Preciosa
Grace” y yo ahogo un gruñido.
- A algunas las llama por su nombre. – Divago en voz alta y la chica mira en dirección al
escenario. Lo ha escuchado tan alto y claro como yo. El camarero viene con mi cóctel, lo pago y
doy un largo trago.
- Grace no es lo que necesita Andy. Él lo sabe. Todos lo sabemos. – Miro a la chica
confusa con la información que me da.
- ¿Por qué no lo es?
- Bueno, ella…
- ¡Abbey! ¡Te estaba buscando! – Serena reaparece cuando menos la necesitaba. Me coge
de la mano y tira de mí hasta volver a colocarme en el centro de la pista de baile.
Lillian y ella comienzan a dar vueltas a mi alrededor y yo simplemente trato
infructuosamente de beber de mi copa, aunque la mitad del líquido nunca llega a entrar en mi boca,
sino más bien se esparce por mi pecho, mojando el pañuelo que llevo como único atuendo a mi
alrededor.
Afortunadamente la copa termina estrellada en el suelo. Creo que es una señal para que no
siga bebiendo.
El concierto termina, pero la música sigue sonando a todo volumen. Y, aunque no es la
música que yo suelo bailar, sigo dejándome llevar por ella.
Un chico moreno y alto comienza a bailar conmigo y me dejo llevar por la euforia del
momento. Tiene una sonrisa preciosa y me planteo por un segundo cómo sería hacerlo con un
desconocido ahora que sé que puedo llegar al orgasmo. Debería experimentar más, es lo que me
dijo Obscure. Lo mío con Dylan puede esperar y todavía no hay nada claro entre él y yo.
- ¡Ey, bonita! Lo estás pasando bien por lo que veo. – La voz de Andy me sorprende a mi
espalda. Me giro y sin pensarlo mucho acabo rodeando su cuello con mis brazos.
- Mucho. Baila conmigo. – Le pido con voz rasposa. Andy me sonríe con esa sonrisa
pícara tan arrebatadora. Mostrando su precioso hoyuelo.
- Estás borracha como una cuba, de otro modo jamás querrías bailar con alguien como yo,
ni tampoco bailarías música de verdad. – Me río como una tonta porque sé que tiene razón. Andy
no puede evitar contagiarse con mi risa de borrachuza. – Sí… estás tan borracha que podría
llevarte ahora mismo al baño y hacerte todas las perversiones que quisiera allí. – Susurra en mi
oído mientras mueve sus caderas con gracia contra las mías, guiándome en su infernal baile. Baila
mucho mejor de lo que estoy acostumbrada a ver en un hombre.
El moreno que estaba bailando conmigo hasta hace unos segundos nos dedica a Andy y a
mí una mirada envenenada que yo decido ignorar, pero Andy no. Él le devuelve el gesto de forma
mucho más agresiva, tensando la mandíbula, haciendo que se marque en ella un musculito que
encuentro muy seductor. Su mirada fiera y de macho dominante consigue encenderme. Su olor
corporal revoluciona mis hormonas. Es mi aroma preferido últimamente para dormir. Andy jamás
lo sabrá, pero llevo durmiendo con su sudadera puesta estos últimos días, rememorando nuestro
momento tan placentero en el mar, hasta que caigo presa del sueño.
- Podrías… – le susurro yo y resbalo mi lengua por su cuello hasta el lóbulo de su oreja.
Andy descarga un suspiro ronco y seco. Sujeta mi rostro con fuerza con una de sus manos y me
obliga a mirarlo. Su mirada es fiera.
- ¿Qué pensaría tu maravilloso Dylan de que te hiciera lo que él no sería nunca capaz de
hacerte? ¿Qué pensaría Don Perfecto si te escuchara gemir mi nombre como nunca has gemido el
suyo? – ¿Qué? ¿Por qué mete a Dylan en esto?
- ¿Quieres que lo llame y le pregunte? – Contesto desafiante. Andy queda desconcertado
con mi respuesta. – No le debo ninguna explicación a nadie de lo que haga con mi cuerpo, que es
mío y solo mío.
Está claro que no sé lo que digo. Que mañana, cuando no esté ebria, me daré cabezazos
contra la pared por hacer lo que estoy haciendo ahora mismo con este impresentable. Pero eso
ahora mismo no me frena. Presiono con mis caderas las suyas y siento su erección sobre mi
estómago. Mis palabras lo han avivado. Sonrío y acerco mis labios a los suyos. Con suavidad
deslizo mi lengua por sus gruesos labios y me recreo en el brillo que ahora mismo tiene su mirada,
clavada en la mía.
- ¿Te gusta el peligro, bonita? Porque estás tentando mucho tu suerte hoy y tu querido
noviete me hizo prometerle que me comportaría bien contigo.
- ¿Por qué le prometes a todo el mundo que estarás alejado de mí si siempre acabas
buscándome? – Mi rebelde lengua vuelve a hacer de las suyas. Andy abre los ojos sorprendido.
- Es verdad. Siempre prometo lo que no puedo cumplir.
- ¿No puedes? ¿Por qué? – Apoyo mi cabeza en su pecho y cierro los ojos por un segundo.
Mala decisión. Ahora todo me da más vueltas.
- Porque también me gusta el peligro. Como a ti. – De repente siento que estoy a punto de
caer al suelo, pero los brazos de Andy me sujetan con fuerza evitando la caída. – ¡Eh! ¿Estás bien?
– Pues no. Creo que he bebido demasiado. Pero no creo que deba decírselo. Creo que si Andy
supiera lo perjudicada que me encuentro dejaría de intentar seducirme, posiblemente elegiría
atacar a la tal Grace, acabando de un plumazo con mi gran momento de diversión entre sus brazos.
Y no quiero que eso suceda. Sé que en condiciones normales no sentiría esta sensación que se ha
apoderado de mi estómago, pero no puedo evitar seguir encandilada con la imagen de Andy sobre
el escenario, domando su guitarra eléctrica con sus increíbles manos y su aterciopelada y sexy voz
acariciando cada nota que pronunciaba.
- Estoy bien. – Miento y trato de separarme un poco de él para retomar el control, sin
embargo, Andy no separa sus manos de mi cintura.
- Ven conmigo. – Dice simplemente y tira de mi mano para llevarme a quién sabe dónde.
Yo le sigo sin protestar, a paso patoso y riéndome de todo lo que veo a mi alrededor. ¿Vamos a
tener sexo en un recóndito lugar de este abarrotado sitio? ¡¡¡Sí!!! ¡Me encanta la idea!
Me guía hasta la parte trasera del bar, abre una puerta y nos introduce a ambos en una
pequeña habitación. Mi intención es tirarme directamente a su cuello, sin embargo me quedo
extrañada al ver allí a Grace y a Cole, que están guardando sus instrumentos y tomando una
cerveza cada uno. Ellos nos miran a nosotros dos igual de extrañados.
- Hola. – Murmullo sin saber qué más decir. – ¿Para qué me has traído aquí? – Susurro a
modo de pregunta para que solo Andy me oiga. Andy mira a Grace y adopta su típica pose de
chico despreocupado y distante.
- Grace, esta es Abbey. – La chica se sorprende al oírle hablar de mí y me mira de arriba
abajo. – Dale un botellín de agua, creo que está bien borracha, y que se siente un rato hasta que se
le pase un poco. – Ordena y se gira para salir por la puerta de nuevo. ¿Qué demonios?
- ¿Dónde vas? ¡Eh! ¡Andy! – Le grito. Andy se vuelve cuando ya ha abierto la puerta y se
digna al fin a contestar.
- Voy a recoger mis cosas y a por tu hermana. Quédate aquí y no te muevas. Yo os llevaré
a casa. – Dice sin más y desaparece.
- ¡Esto es el colmo! ¡Me lo estaba pasando como nunca! – Me quejo en voz alta.
- ¿Con que Abbey? – Oigo decir a Grace. Me giro para encararla y cojo el botellín de
agua que me tiende en una de sus manos.
- La misma. – Respondo tratando de sonar segura de mí misma ante la guapísima de
Grace, pero me tambaleo y acabo sentándome en una silla para no caerme de bruces al suelo.
- Bebe un poco de agua, anda. – Dice escondiendo una sonrisa socarrona. Después se gira
y continúa a lo suyo, guardando los instrumentos en sus respectivas carcasas.
Sin darme cuenta, doy una cabezada y casi me caigo de la silla en la que estoy sentada.
- ¡Eh! ¿Estás bien? – Es la voz de Cole, creo. Parpadeo para poder verle la cara, pero
solo veo cuatro ojos y dos narices pululando a mi alrededor. – Nena, tienes mal aspecto.
- ¿Dónde está Andy? – Consigo pronunciar. Me frustra la idea de que me haya dejado aquí
sola después de tanto insinuárseme en la pista de baile. Andy es quien me ha buscado, ¡y me deja
aquí, medio moribunda! No soy capaz de discernir bien las facciones de Cole, pero su apestoso
olor es inconfundible. Arrugo la nariz y trato de levantarme.
- Oye, quédate ahí sentadita. Vas a montar una tragedia si decides perderte por ahí en este
estado. – Me río de forma grotesca ante las palabras de Cole. ¡Ups! Ha sido mala idea. He notado
la bilis subir por mi esófago y casi vomito. – Espérate unos minutos. Andy estará a punto de
volver.
- Yo me voy a casa ya. – Añade Grace. – Ocúpate tú de la moribunda y su hermanita. Le
pediré a Andy que me lleve a casa. Hace mucho que no saboreo un rato a solas con ese pastelito. –
La guapísima de Grace comienza a caerme mal. Mejor dicho, la odio desde que la he visto
compartiendo escenario con Andy, pero ahora todavía más. – Te dejo en buenas manos. – Me dice
antes de salir guiñándome uno de sus azules ojos. Si no estuviera a punto de perder el sentido por
culpa del alcohol me levantaría y le escupiría en la cara. Pero Grace sale victoriosa de nuestro
primer encuentro dejando una risa de suficiencia retumbando en mis tímpanos.
- ¡Pues vete con él! ¡Todo tuyo! – Grito demasiado tarde. Ella ya se ha ido. Solo estamos
Cole, mi borrachera y yo en este minúsculo almacén.
- ¡Eh, tranquila! – Me dice Cole acercándose a mí y haciendo de nuevo reconocimiento de
mi estado de embriaguez. Me pasa un dedo por delante para que lo siga, pero no puedo.
Simplemente me enfoco en taponarme la boca para no vomitarle encima. – ¡Joder! – Grita y se
aparta hábilmente evitando que los fluidos que salen de mi boca sin control lo salpiquen. –
¡Mierda Abbie! – No puedo parar de vomitar y gracias a que Cole me sujeta desde atrás no me
caigo de la silla en la que estoy sentada. – Ya está, tranquila. – Creo que estoy alucinando. El
desgraciado de Cole no puede ser el que está ayudándome en este embrollo, acariciando mi
espalda y sujetándome. Escucho su voz, calmándome. Pero la escucho lejana, cada vez más. De
repente todo está negro, las fuerzas me fallan y todo se desvanece.
- ¡Hey, Cole, voy a llevar a Grace a su casa! – Creo oír la voz de Andy desde el más allá.
– ¿Puedes llevar tú a Serena y a la bonita a casa de Lillian para que…? ¡Oh, joder! – Ahora
escucho su voz más cerca, frente a mí. Trato de abrir mis ojos para comprobar si es Andy y no una
alucinación. – ¡Bonita, mírame! ¡Eh, vamos abre los ojos! ¡Abbie, joder!
- Tío, está muy mal. Creo que deberíamos llamar a una ambulancia.
- No me jodas, bonita. Abre los ojos, por favor. ¡Cole, ayúdame! ¡Hay que meterla en
agua!
Es lo último que oigo. Después me desplomo, apago mi interruptor.
“Te vas, pero sigues aquí”

- ¡Abbie! ¡Abbie, abre los ojos! ¡Vamos, abre los putos ojos! – Obedezco con mucho
esfuerzo las órdenes de mi hermana. Parpadeo y me doy cuenta de que estoy en la parte trasera de
nuestro coche, en una postura horrible que me está destrozando el cuello. Mi hermana se sienta
junto a mí. De fondo un blues suena. ¿Quién demonios conduce el coche si Serena y yo estamos
detrás? – ¡Oh, por fin reaccionas! ¡Estaba a punto de llevarte al hospital! ¡¿Por qué bebes de esa
manera si sabes que te sienta mal?!
- No me sienta mal. Es que he mezclado demasiado. – Digo y me incorporo un poco para
adoptar una mejor postura en el asiento trasero de mi coche. ¿Por qué estoy empapada?
- Me alegro de que estés viva. – Oigo a Lillian decir desde el asiento del copiloto. Me
está observando con su típica dulce e inocente sonrisa. Nunca he visto a nadie que su personalidad
desentone tanto con su indumentaria. Es un ángel realmente.
- Gracias. – Farfullo. Siento la bilis subir de nuevo por mi garganta. – Mierda. – Me quejo
entre dientes y miro al suelo, tratando de controlar el vómito.
- Toma, llama a mamá y dile que pasaremos la noche en casa de alguna amiga tuya o de tu
novio. – Me dice Serena tendiéndome mi teléfono móvil. La miro confundida. – No podemos ir a
casa en este estado, Abbie. Si mamá te ve así pensará que has vuelto a las andadas y sabes que
nos hará la vida imposible si es así. Si la llamo yo no se quedará tranquila. Hazlo tú. – Insiste.
Tomo el artefacto en mis manos y obedezco. – Ya está llamando. – Me informa mi hermana. –
Trata de aparentar normalidad. – Asiento y me concentro en controlar el tono de mi voz.
- ¿Abbie? – Contesta mi madre. – ¡Es muy tarde! ¡Me tenías preocupada! ¡Llevas todo el
día fuera! ¡Y tu hermana también!
- Mamá estamos bien. Lo siento. Yo… – cierro los ojos para controlar otra arcada. –
Serena y yo estamos bien. Solo se nos ha hecho tarde sin que nos diésemos cuenta.
- ¿Serena está contigo?
- Sí. – Oigo su suspiro de alivio. – Estamos bien, pero es tarde y vamos a dormir en casa
de Dylan. – No sé por qué nombro a Dylan ahora mismo, supongo que porque sé que es la clase de
personas con la que mi madre quiere que me involucre. Sé que si le digo que estoy con él me
creerá y se quedará tranquila.
- ¡Oh! – Dice sorprendida.
La cabeza me da demasiadas vueltas para seguir con esta conversación. Oigo la voz de mi
madre diciéndome que vuelva a la mañana siguiente, temprano, pero no puedo contestarle. Mi
hermana coge el teléfono en el momento indicado y termina con la conversación. Yo cierro los
ojos y me vuelvo a desvanecer. Pero antes de cerrarlos, unos ojos pardos y enfadados se clavan en
mi mirada a través del espejo retrovisor. ¿Es… él?
Una fuerza me hace levantarme del suelo. ¡No! ¡¡¡No!!! ¡No quiero que me levanten del
suelo!
- ¡Oye, estate quieta! – Esa voz…
- ¡Bájala! ¡Le dan miedo las alturas! – Oigo a mi hermana. Abro los ojos súbitamente y me
encuentro que estoy en los brazos de Andy. Mi mirada llena de pánico se clava en la suya,
mientras me aferro a su cuello como si me fuese la vida en ello.
- Tranquila bonita, estás cerca del suelo. – Me dice con una sonrisa cautivadora. Yo
asiento y trato de sonreír también. – Solo te voy a llevar a la cama, ¿ok?
- Ok. – Contesto tratando de serenar mi respiración. Pero sigo aferrada a su cuello con
fuerza.
- Vosotros dormiréis en la habitación esta. – Es la voz de Lillian, que nos guía hacia una
habitación.
- ¿Dónde estamos? – Pregunto perturbada al mirar a mi alrededor. Este lúgubre lugar no se
parece nada a una vivienda.
- En mi casa. – Contesta Lillian. Andy me lleva en sus brazos hacia donde Lillian nos
conduce. La chica de media cabellera azul abre un sofá cama y coloca unas sábanas y una manta
sobre el colchón. – Tendréis que compartir colchón. Solo tengo dos camas. Serena y yo
dormiremos en la mía. – Me informa encogiéndose de hombros. – La mía es más pequeña. Aquí
estaréis más cómodos. – Andy y yo nos miramos sin saber qué decir.
- Vale. – Digo sin pensar y sin dejar de mirar a Andy. Sus ojos se abren sorprendidos.
- No sé si quiero dormir rodeado de vómito tuyo, bonita. – Se burla de mí, depositándome
en nuestra cama improvisada. Yo sigo sin soltarme de su cuello. Serena y Lillian desaparecen de
la habitación en la que Andy y yo vamos a alojarnos esta noche y cierran la puerta tras de sí.
- ¿No te ibas esta noche con Grace? – Mi voz suena ridícula por culpa del alcohol. Pero
quiero saber por qué está aquí, conmigo. Algo me dice que para él también existe la sensación de
que hay algo pendiente entre los dos.
- Pues parece que no. Parece que una borrachuza sabelotodo me ha saboteado el plan. –
Sus palabras hacen que mis brazos se suelten al fin de su cuello y me separo todo lo posible de él.
Andy me mira y suspira. – Alguien tenía que traeros sanas y salvas. Y he tenido que dejar mi moto
en el Shananah. Así que tendré que quedarme hasta que estéis en situación de llevarme de nuevo
hasta mi moto.
- Yo no te he pedido que vinieras. Podrías haberte ido con ella si tanto la deseas. – Me
cruzo de brazos y evito su mirada. ¡Lo odio! ¡Odio cuando me hace sentir ninguneada! ¡Odio
cuando me hace sentir un trofeo más para él sin valor especial! No es que para mí Andy sea
importante, pero si me acostara con él, no le haría nunca sentirse como una mierda.
- Ya sé que no me lo has pedido. Estoy aquí porque quiero. – Lo miro con los ojos
entrecerrados. Andy comienza a quitarse los pantalones vaqueros y los zapatos. ¡Madre mía, está
muy bueno! Y yo sigo borracha y con ganas de jugueteo.
- Entonces, hagamos que valga la pena tu decisión de quedarte conmigo. – Sin duda alguna
me arrepentiré de mis tonterías en cuanto abra los ojos a la mañana siguiente. Pero ahora mismo
no podría encontrar nada más divertido que ver la mandíbula de Andy desencajada al verme
quitándome la ropa.
- ¿Qué… haces?
- ¿No quieres follar? – Levanto una ceja.
- Yo…
- ¡Mierda, tengo el pelo hecho un desastre! – Maldigo cuando me veo reflejada en un
espejo de la habitación. Me levanto y me dirijo hacia mi reflejo. Mi pelo está húmedo, señal de
haber sido mojado y mis odiados rizos comienzan a elevar el volumen de mi cabellera varios
centímetros.
- Estás preciosa. – Es la voz susurrada de Andy a mi espalda. Lo veo reflejado en el
espejo en el que me miro. Veo sus ojos bañar con deseo mi cuerpo desnudo. Me giro y lo encaro.
- No es verdad. Y no me importa. Solo quiero que me folles. – Tapono algo que pensaba
decirme con mi boca ansiosa de toparme con sus labios. Andy gruñe en mi boca y comienza a
besarme desaforadamente, mientras sus manos masajean mis senos y pellizcan mis pezones duros.
La sensación es deliciosa.
- ¿Estás segura de esto? – Susurra en mis labios clavando su erección en mi vientre y
empujándome hasta hacerme caer en el colchón. Después se coloca entre mis piernas y hace que
nuestros sexos se rocen con fuerza y lujuria mientras nos comemos la boca.
Jamás he besado a alguien así. Si hago memoria, la única vez que besé a un tipo más
apasionadamente de la cuenta, después me quise morir de la vergüenza al ver mis labios rojos e
hinchados. Con Andy todo me da igual. Mi pelo, mis labios. Ni siquiera sé si estoy completamente
depilada porque no recuerdo ni cómo he llegado hasta aquí… pero nada de eso hace que me
desconcentre ni que he eche atrás en mis intenciones.
- No me intentes convencer que tú no quieres. – Susurro agarrándole inesperadamente su
duro miembro por encima de la ropa interior. – Hay ciertas partes de ti que me dicen que lo estás
deseando. – Andy ahoga un gemido grave y seco y vuelve a besarme con hambre.
- Estás borracha. Odio aprovecharme de las mujeres borrachas. Así que mejor será que
pares antes de que yo no pueda hacerlo. – Sus labios se deslizan por mi mandíbula y mi cuello,
mientras que su lengua dibuja circulitos en mi piel que me hacen retorcerme de placer. No quiere
parar. ¡Ja! Solo está intentando convencerse a sí mismo de que debe hacerlo, pero no voy a
permitir que pare. – Mierda, bonita, no gimas así. No podré parar si no te callas. – Elevo mis
caderas para pegar nuestros sexos lo máximo posible, me agarro a su pelo y atraigo su boca a la
mía de nuevo para introducir mi lengua lo máximo posible en su boca. ¡Sí que sabe besar! Creo
que el mensaje está más que claro así. Espero que no me haga repetírselo.
- Cállate y fóllame. – Ordeno. Me cuesta reconocer mi voz y el deseo que la deforma.
- No hay manera de librarme de ti, maldita. Cuánto más lo intento más te deseo… Eres
tan… no eres como las de tu especie – Andy responde exactamente como yo quería que hiciera:
quitándose lo que le queda de ropa y mordisqueando mis pezones mientras yo aúllo de placer y le
araño la espalda.
¡Dios, sí! ¡Ésta es la sensación que tanto he buscado! Siento mi sexo palpitante y muy
mojado. Elevo mis caderas en sincronía con sus movimientos para avivar el roce. Estoy
desesperada por volver a sentir un orgasmo. Sé que puedo hacerlo. Sé que Andy puede hacerlo.
Ya lo ha hecho antes con apenas dos o tres dedos y, si mi cerebro no me está engañando con otra
alucinación, el tamaño de su erección es endiabladamente apetecible.
- Vamos, métela. – Suplico desesperada y vuelvo a retorcerme bajo su peso.
- Bonita, deja que me ponga un condón al menos. – Suplica. Yo muerdo sus labios y
aprieto sus nalgas para pegarlo más a mí. No quiero que separe y rompa el embrujo. Me ha
costado un mundo encontrarme en una situación tan devastadoramente sexi y sentirme tan
increíblemente excitada. Las últimas experiencias sexuales con Dylan me han dejado totalmente
indiferente y mi miedo a no sentir ha despertado con más fuerza que nunca. Sé que Andy es ahora
mismo el único que puede devolverme la esperanza, para mi tormento estoy en sus manos en esto.
Quiero que me dé lo que necesito. Y lo quiero ya.
- ¡No! ¡Métela! ¡Ya! – Muerdo el lóbulo de su oreja e introduzco mi lengua en ella. No
puedo más. Necesito sentirlo. Necesito volver a sentir esa liberación tan apabullante inundando
mi cuerpo, poseyéndolo y deshaciéndolo de placer por dentro.
En un ataque de necesidad, aferro su duro pene con mis manos y lo masajeo esparciendo
con mis yemas las gotitas que emanan del vértice del mismo. No puedo controlar los gemidos al
hacerlo. No sé por qué deseo tanto a este bastardo. Tampoco voy a pararme a analizarlo ahora
mismo. Solo quiero que me ayude a saciar mi sed.
Decido provocarlo un poco más resbalando su dureza por la húmeda entrada de mi sexo y
me retuerzo de placer al sentir su carne tan cerca.
- El condón, nena, por favor… Maldita sea, si no paras me correré antes de metértela. –
Andy descarga un suspiro de rendición divino. Él. El seductor más experimentado de Malibú.
Derrotado por una estúpida hasta hace poco anorgásmica que no sabe darse ni siquiera a sí misma
placer. Pero una cosa sí sé. Sé dar placer a los hombres. Y muy bien.
- Tomo la píldora. No te preocupes. – Andy me mira y veo la ilusión en sus pardos ojos
tras mi confesión.
Llevo tomando la maldita píldora mucho tiempo. Desde lo de Elsa, porque mi periodo se
desajustó muchísimo.
Sin mediar más palabras, siento su divina intromisión en mí. Ambos gritamos de placer y
alivio. ¡Por favor, siento toda su pasión palpitando dentro de mí! Jamás había sentido a un hombre
así. Tampoco había sido tan estúpida de hacerlo sin condón. Pero ahora mismo no puedo
arrepentirme de mi alocada decisión.
- Mierda, Abbie. Esto es increíble. – Andy se mueve lentamente. Entrando y saliendo de
mí y con sus ojos, ahora verdes, clavados en los míos. Yo no puedo ni quiero hablar. Quiero
absorber cada segundo de pasión en sus brazos. Vuelvo a apretar sus nalgas para clavarlo un poco
más en mí. Es casi doloroso, debido a su tamaño. Casi. Pero no lo es. Es la sensación más divina
del mundo.
- ¿Es mejor que follar a Grace? – No sé por qué digo eso y para acallar mis insensatas
palabras me pego de nuevo a sus labios. Andy responde a mi fiero beso y comienza a subir el
ritmo de sus embestidas en mi interior.
- Mucho mejor. ¿Es mejor que follarte al triste de Dylan? – Contrataca él en un susurro
sobre mis labios.
- Sí… Haz que me corra, Andy. – Le pido. Andy levanta una de mis piernas hasta
colocarla sobre su hombro. Así lo siento más dentro de mí. Con una de sus manos comienza a
masajear mi clítoris y a juguetear con él. Pellizcándolo y después acariciándolo. Sin dejar de
mirar fijamente como me retuerzo de placer y grito su nombre. Es el momento más sexi de toda mi
vida.
- Andy… Andy…
- Estás cerca, ¿verdad bonita? – Sus dedos son expertos torturadores. Creo que voy a
desfallecer si no consigo llegar al orgasmo ya. Estoy tan cerca y lo necesito tanto que me da miedo
no poder alcanzarlo. – ¡Mírame! – Abro los ojos rápidamente deseando que eso sea el estímulo
culminante para hacer que mi cuerpo al fin se libere. – Mira como entro en ti. Mira como mis
dedos también te follan. Míranos. A mí dentro de ti. Así, bonita, así. – Me dice con la voz más
sensual que he escuchado en mi vida. Hago caso de nuevo y guío mi mirada hacia donde nuestros
cuerpos se unen. Es morboso y maravilloso. La divina longitud de Andy entra en mí de forma
implacable. Vuelvo a mirarle a los ojos. Está haciendo un esfuerzo titánico para no correrse, lo sé.
Quiere esperarme a mí. Es la primera vez en mi vida que un hombre hace eso por mí y me vuelve
loca.
- Quiero correrme. Espérame. Estoy a punto, Andy. – De repente Andy se separa de mí. –
¿Qué haces? – Me quejo. Pero antes de que pueda responderme, tengo su cabeza entre mis piernas
y su lengua trazando círculos sobre mi hinchado clítoris. – ¡Oh, joder, síiiiii! – Me aferro a su pelo
y tiro con fuerza de él. Andy introduce dos dedos en mi interior y sigue perturbándome con su
lengua. – ¡Sí, sí, síiiiiiiiiiiiiiiiiii! ¡Ah, Andy, me corro, me voy a correr! ¡Andy! ¡Andy! – Antes de
que pueda decir su nombre de nuevo Andy ha vuelto a tomar posición sobre mí y vuelve a
embestirme como un animal. Vuelvo a gritar su nombre mientras el orgasmo más bestia del mundo
me sacude con toda su rabia, rasgando mi voz, dejándome presa de un cúmulo de descargas
eléctricas divinas. Él brama algo parecido a mi nombre mientras sacude sus últimos coletazos en
mi interior y cae desplomado sobre mí.
- Mierda, eres perversa. – Balbucea en mi cuello sin poder moverse. Yo siento sus cálidos
fluidos salir de mí y esa sensación vuelve a hacer que me estremezca de placer.
- Gracias. – Digo de corazón y con los ojos llenos de lágrimas. Andy levanta un poco la
cabeza y me mira extrañado.
- ¿Por lo de perversa?
- Por hacer que me corra de esta manera. – Levanta las cejas y se gira para tumbarse boca
arriba junto a mí.
- Ha sido un polvo bestial, tengo que admitirlo. – Le sonrío juguetona.
- ¿Te apetece otro? – Quiero continuar con mi buena racha. Andy parece atónito mientras
me observa subirme sobre él y bajar mis labios hasta encontrarme con su pene de frente. Creo que
sé exactamente qué hacer con mi boca para poder revivirlo. – No creo que tan pronto pueda… ¡oh,
joder! ¡¿cómo haces eso?! ¡Joder, eso, sí, nena, sí!
- Esta vez mando yo. – Digo cuando el pequeño Andy ya tiene la dimensión perfecta para
continuar y me siento a horcajadas sobre él mientras lo introduzco lentamente de nuevo en mí.
Andy levanta las manos en señal de rendición.
- Lo que tú digas, bonita. Soy todo tuyo. – Comienzo a contonearme sobre él con todo su
miembro en mi interior. Me siento una diosa del sexo ahora mismo y, para más regocijo, vuelvo a
sentir ecos del placer de mi reciente orgasmo al sentir a Andy otra vez dentro de mí – ¡Dios,
bonita, sí, lo haces genial! ¡Eres una maldita droga! Sigue, sigue así… espera, espera, tengo la
canción perfecta para grabar este momento en mi cerebro. – Me dice tanteando con su mano el
colchón hasta dar con su maldito teléfono móvil. ¡Menudo momento para ponerse a buscar música!
No quiero bajar el ritmo o correré el riesgo de no poder recuperarlo. Sigo demasiado mareada.
Quizá sea el alcohol el que me desinhibe en este instante y me permite disfrutar tan plenamente al
fin del sexo. Sea lo que sea, no dejaré que se me escape. Me agacho y muerdo el labio inferior de
Andy mientras subo el ritmo. Le oigo gemir y siento una de sus manos apretar con fuerza mi
trasero, pero con la otra mano sigue buscando la dichosa canción en su teléfono.
- ¡Andy, déjate de musiquita y haz que me corra otra vez! – Gruño y me freno en seco.
- ¡Ya está, ya está! – Dice soltando el maldito artefacto cuando su dichosa canción
comienza a sonar y vuelve a aferrarse a mis caderas. Una música desconocida se apodera de la
atmósfera que nos rodea, haciendo que la mugrienta habitación de Lillian parezca un lugar mágico.
- ¿Qué es? – Pregunto con curiosidad.
- I put a spell on you, de la Credence. ¡Vamos, sigue moviéndote como antes, no pares! –
Andy levanta sus caderas para impulsarme e instarme a que siga con lo que habíamos empezado,
de nuevo. – No te distraigas, bonita. Es solo un poco de música para motivarnos un poco más y
que no oigan tus gemidos hasta en la Luna. – Andy se burla de mí. Yo entrecierro los ojos
ofendida.
- No grito tan fuerte.
- Ah, ¿no? Veamos. – De un movimiento, hace que ambos nos giremos sin separar nuestros
cuerpos y vuelve a tomar posición sobre mí. – Me encargaré de que grites mi nombre hasta que te
rompas la voz, bonita. – Su voz es dulce y severa a la misma vez. Andy levanta mis piernas hasta
colocarlas sobre sus hombros y se introduce fuertemente en mí. Gimo con fuerza sin poder
evitarlo. – ¿Ves? Te gusta esto. Te gusta sentirme dentro de ti. Solo a mí, dilo. – No es verdad que
ha dicho algo tan arrogante. No soy capaz de contestarle con una negativa a tal descaro. Solo gimo
y gimo mientras lo siento entrar con dureza dentro de mí. – Dime que solo yo hago que te corras. –
Lo miro estupefacta. ¿Cómo lo sabe? – Dylan no te pone tan cachonda como yo, ¿verdad?
- Ahh… no… no… – casi no me sale la voz. Odio tener que admitir esto ahora mismo y
odio que me obligue a hacerlo, porque sabe que diré todo lo que me pida que diga en estos
instantes. Aunque, por otro lado, me excita sobremanera este juego.
- Con él no estás tan mojada, ¿verdad? – Sus dedos vuelven a juguetear con mi clítoris,
hinchado y palpitante. Aprieto los ojos, echo la cabeza hacia atrás y muerdo mis labios para no
gritar. Este maldito sí que sabe lo que se hace. Y mi cuerpo lo sabía desde que sintió su cercanía
desde el principio. Por eso lo desea a él. Porque es la única persona que ahora mismo puede
ayudarnos a mi cuerpo y a mí en nuestra desesperación.
- Andy… no me hagas esto. Ahhhhh
Aprieto sus brazos que están en tensión y estudio cada músculo en ellos con mis dedos.
Me encanta. Tiene unos brazos viriles y musculosos. Abro los ojos de nuevo para saborear la
visión de su tallado cuerpo poseyéndome.
- Si no lo dices no te correrás, bonita.
- ¡Qué! No hablas en serio… no vas a dejarme así. – Ruego mientras sigo disfrutando de
su vigoroso ritmo entrando y saliendo de mí.
- Hablo muy en serio, bonita. – Me dedica una sonrisa perversa y, antes de que pueda
darme cuenta, sale de mí, me gira hasta ponerme bocabajo sobre el colchón, levanta mi trasero y
entra en mí desde atrás con una fuerza infernal. El grito que emito emana desde mis entrañas. Por
un momento temo que se vuelva tan frío y bruto como Dylan en el sexo, pues eso me enfriaría.
Pero mis dudas se disipan en el momento en el que una de sus manos vuelve a buscar mi clítoris y
comienza a mover sus caderas cada vez que entra en mí haciendo que la sensación interna sea no
menos que celestial. Es el hombre más sexi del mundo. Es el mejor en esto. Y lo sabe. Muerdo las
sábanas para no gemir muy fuerte. Aunque, a estas alturas, es imposible que mi hermana y Lillian
no nos hayan escuchado.
- Dios… estoy muy cerca, Andy.
- ¿Vas a decírmelo entonces? – Su voz suena contenida, como si estuviese haciendo un
esfuerzo titánico para no correrse. Y yo le agradezco tanto que no lo haga… que no me deje así y
me espere…
- Tú me pones más cachonda. – Confieso premiando así su sacrificio. Levanto mi cabeza y
una imagen de lo más morbosa se me pega a las retinas. No soy capaz de reconocerme en el
reflejo que veo en ese espejo. Jamás me había visto tan salvaje y felina. Puede que Andy tenga
razón y no me vea tan mal con mi pelo al natural. También lo veo a él, detrás de mí, haciéndome
suya con todas sus fuerzas. Andy me ofrece una imagen de lo más divina; con sus músculos en
tensión, sus carnosos labios entreabiertos emitiendo unos gruñiditos muy sexis y su mirada
lujuriosa y lasciva clavada en mi trasero.
- Eso creía yo. – Andy se introduce de nuevo con fuerza en mi interior, avivado por mi
confesión. Muerde su labio inferior, paraliza mis manos entrelazando sus dedos entre los míos e
inmovilizándolos sobre mi cabeza. – Estás preciosa así, cuando estás domada. Y a la vez te ves
salvaje, bonita. – Sus palabras vuelven a llevarme al límite. Hunde una de sus manos en la maraña
de pelo rizado que me cubre la cara y tira de él para que pueda verme, vernos, mejor en el espejo
que hay frente a los dos. Mi rostro se ve desencajado por el placer y me encanta verme así. Es
todo lo que había deseado durante mucho tiempo y por primera vez no me molesta ni importa
verme echa un desastre. Andy me hace sentir todo lo contrario. Una diosa. Una musa sexual. – Me
encanta tu cabello así, natural. Me encantan esos rasgos tan felinos tuyos cuando no están
escondidos tras un excesivo maquillaje. Eres tan preciosa al natural… y no lo sabes. – Susurra en
mi oído y me mira a través del espejo. – Déjame correrme de nuevo en ti, ¿sí? – Murmura. – Es la
primera vez que me corro dentro de alguien y me encanta hacerlo en ti, bonita.
- Sí…
- Voy a correrme ya, ¿puedo? – Vuelve a torturarme moviendo sus caderas cuando entra a
lo más profundo de mi interior.
- Es… pera…
- Estás a punto, lo noto. Mira cómo te corres conmigo y grábatelo en la mente. – Vuelve a
avivar el ritmo y yo comienzo a gritar como una posesa mientras lo observo poseerme como si
fuese el último día de nuestras vidas. Vernos así eleva la temperatura de mi cuerpo varios grados
y termino gritando, aullando, rompiendo mi voz a causa de un orgasmo de los que estoy segura que
muy pocas mujeres habrán disfrutado en sus vidas. – ¡Ohhh, joder, siiiii! – Al fin se deja ir cuando
sabe que yo lo he hecho. Grabo ese momento en mi memoria, como él me había pedido que
hiciera. Andy cayendo al abismo de un potentísimo orgasmo en mi interior. Contrayendo cada
músculo de su cuerpo. Apretando la mandíbula con fuerza y elevando su cabeza como si estuviese
viendo las estrellas. Después cae desplomado en la cama. Sin casi aliento. Y yo me dejo caer a su
lado.
- ¿Tienes un cigarrillo? – Le pido. Andy me mira confundido, con los ojos entreabiertos a
causa del cansancio.
- Te lo doy solo si me prometes que has tenido suficiente. – Sonrío y asiento con la
cabeza. No podría con otro round así de intenso. Aunque me gustaría… Él parece aliviado con mi
respuesta. – En mis pantalones. Bolsillo trasero. – Dice apuntando la prenda que está en el suelo
junto a la parte de la cama en la que yo estoy recostada.
Me levanto con un enorme esfuerzo y me doy cuenta de que me siento entumecida y un
poco dolorida. Pero, sin embargo, no me queda nada de la borrachera que me trajo hasta aquí,
hasta él. Saco un cigarrillo para mí y otro para él, enciendo ambos y le tiendo uno de ellos a él.
- Gracias. – Dice tras dar una gran calada y soltar una gran bocanada de humo.
Tiene los ojos cerrados, supongo que le costará mantenerlos abiertos. Debe estar agotado.
- Espero que esto haya compensado tu cita saboteada con Grace. – Le digo intentando
sonar bromista. Creo que lo consigo. Andy descarga un suspiro con los ojos cerrados aún.
- De hecho, lo ha compensado con creces. Y te tengo que agradecer que la sabotearas.
- ¿No querías irte con ella? – La curiosidad me puede.
- No debería querer.
- ¿Qué significa eso? – Al fin abre los ojos, enrojecidos del cansancio, y me mira
evaluando su respuesta.
- Que Grace es demasiado parecida a mí y no debería involucrarme con mujeres así.
- No eres tan malo como te crees. A Serena y a mí nos has ayudado, aunque no te guste
admitirlo. – Contesto sentándome a su lado, con la espalda recostada sobre la pared del cabecero
y saboreando por segunda vez en mi vida el cigarrillo de después del orgasmo, aunque el primero
tras tener sexo completo de verdad. ¡Y vaya sexo!
- No es por eso. Pero creo que con alguien como ella correría el riesgo de enamorarme. Y
eso es algo por lo que no estoy dispuesto a pasar. – Su comentario me deja sin palabras. Lo miro
estupefacta, pero vuelve a tener los ojos cerrados.
- ¿Por eso te follas a estiradas como yo? – Andy abre los ojos de golpe. Me mira y se
esfuerza para sentarse junto a mí y contestarme.
- Lo que ha pasado aquí ha sido porque tú también lo querías, bonita. No me juzgues ni me
condenes. Tú estabas igual o más deseosa que yo de que pasara.
- ¡Claro que sí! ¡Solo he visto sexo en ti, no pienses ni por un instante que alguien como yo
podría ver algo más en ti! – Contesto enfadada. Sin querer admitirme a mí misma que el hecho de
que me haya confesado que se enamoraría de Grace antes que de mí después del momento tan
intenso que acabamos de vivir me duele y mucho.
- Lo sé. Y por eso te he dado lo que querías. No te enfades.
- ¡Tú también lo querías!
- ¡Claro! ¡Estás buena y sabes muy bien cómo encender a un hombre! – Maldito malnacido
del demonio.
- ¡Soy mucho más que eso! – Grito y me pongo de rodillas frente a él, apuntándole con el
dedo.
- ¡Y no lo dudo! – Dice levantando las manos en señal de rendición. – Pero no quiero
comprobar cuán interesante eres, bonita. Solo quiero salir airoso de la mierda del amor. Me
gustas, no te lo voy a negar, pero una chica como tú solo quiere un tipo rico y popular que sacie
sus ansias de gloria. Jamás saldría con alguien como tú ni le daría a una mujer la oportunidad de
aplastarme y destrozarme por otro que pueda darle lo que yo no puedo. – Estoy atónita. No sé si
abofetearlo o abofetearme a mí, porque en el fondo, sé que lo que dice es verdad. Dylan aparece
en mi mente dando sentido a su discurso. Es el tipo que buscaba para mí, no Andy. Y lo es por
todos los motivos que Andy acaba de exponerme. El baño de realidad acaba de dejarme
noqueada. Apago el cigarrillo en un vaso que veo vacío junto a la cama y me meto entre las
sábanas, cubriendo lo máximo posible mi cuerpo desnudo para protegerme de Andy y su crueles y
veraces palabras. Me recuesto junto a él, dándole la espalda, y lo oigo suspirar. – Eh, no te
enfades, bonita. – Susurra en mi oído, pero lo ignoro. Algunas lágrimas salen de mis ojos
involuntariamente. – Ha sido increíble, de verdad. Me pones muy cachondo, más de lo que me
gustaría. Creo que podría pasar el resto de la noche hundiéndome en ti. Podría pasar días,
semanas…Solo de pensarlo se me está poniendo dura otra vez, maldición. – Farfulla y sé que dice
la verdad porque siento de nuevo su dureza en mi espalda cuando se recuesta detrás de mí. Sonrío
un poco. Pero no digo nada. – Pero sé que no acabaría bien. Ni tú ni yo nos soportaríamos y
alguien saldría mal parado. Creo que nos ahorraríamos unos cuantos quebraderos de cabeza si
dejamos claro aquí y ahora que entre tú y yo solo puede existir sexo. ¡Maldita sea, el mejor sexo
del mundo! Eres… eres… te deseo, bonita, no sabes cuánto. Pero no somos buenos el uno para el
otro. Tú sabes que tampoco quieres nada más conmigo, ¿verdad?
- Buenas noches, Andy. – Digo finalmente y alargo mi mano para apagar la luz de la
habitación a través del interruptor que está junto a mí. Le oigo de nuevo suspirar y siento el calor
de su mano dubitativa sobre mi hombro. Supongo que se debate entre acariciarme o no. Finalmente
no lo hace, pero hunde su nariz en mi cabello y respira con fuerza.
- Hueles como ella… Buenas noches, A… bonita. – ¿Ha estado a punto de decir mi
nombre? ¿Y quién es “ella”? me muerdo la lengua y decido no preguntar y tratar de dormir.
“Celos”

- ¡Mamá! – A media noche los gritos de Andy me despiertan. Me cuesta unos segundos
recordar por qué está durmiendo junto a mí y dónde estoy. Intento girarme para mirarlo, pero estoy
atrapada entre sus brazos que me aprietan con fuerza contra él. Mi espalda está ardiendo y llena
de sudor que creo que proviene de su pecho. – ¡Mamá! ¡No me dejes! ¡No puedo moverme!
¡Mamá! – Una brecha se rompe en mi interior al oírle sollozar y recuerdo lo que un día Rachel me
contó sobre la madre de Andy. Si mal no recuerdo esa mujer se fue y dejó a Andy solo. Nada se
sabe del padre de Andy y si no me falla la memoria, Rachel también mencionó una hermana. ¿Se
habrá llevado esa mujer a su hija con ella y dejó a Andy solo atrás? Me parte el alma. No sé qué
hacer. Si moverme y consolarlo o dejarle dormir sin más. – Mamá…
- ¿Andy? – Decido llamarle en un susurro. Sus manos rápidamente se destensan de mi
cintura. Sigue abrazándome, pero con menos fuerza esta vez. Aprovecho para girarme y evaluar su
estado. Antes enciendo la tenue luz de una lamparita que hay junto a mi lado de la cama. Al
girarme, me encuentro con los ojos llorosos de una persona que ahora mismo no se parece nada al
duro Andy.
- ¿Te he despertado? ¿Qué he dicho? – Parece que hablar en sueños es algo habitual para
él.
- Nada. – Decido mentir. No tengo tanta confianza con él para indagar en su vida privada
de esa manera. Y, después de la crudeza con la que hace horas me dejó claro que las mujeres
como yo solo somos objetos de placer para él, no me apetece convertirme ahora mismo en su
mejor amiga ni confidente. – Pero parecías tenso. Por eso te llamé. – Andy cierra los ojos y me
empuja hacia él, dejando mi rostro prácticamente pegado al suyo. La respiración se me corta. Con
los ojos aún cerrados inhala mi olor y parece serenarse. Aprieto mis ojos para intentar serenarme
yo también. Necesito dormir algo o mañana seré una momia andante.
- ¿Estás enfadada? – El corazón me vuelve a bombear con fuerza al oír de nuevo su voz. Y
mucho peor cuando noto la caricia de sus labios sobre los míos.
- No. – Vuelvo a mentir abriendo los ojos de golpe. Sé que mi mirada le dice lo contrario,
y por ello sonríe descaradamente. Pero yo en sus ojos no veo tanta indiferencia como sus palabras
me demostraron horas atrás. Sé que está jugando conmigo. Que es un experto en esto. – ¿De qué te
ríes?
- Ninguna de tus respuestas son las típicas.
- ¿Las típicas entre las estiradas como yo?
- Deja de insultarte de esa manera. Yo no lo he hecho en ningún instante. – Me reprende y
se pone serio. – Simplemente no creo que las personas que han tenido una vida cómoda y fácil
como tú sean conscientes de la suerte que tienen. Ni valoren lo suficiente lo que poseen. No es
culpa tuya. Tú solo has nacido en el seno de una familia perfecta, tu pasado, presente y futuro es
perfecto y yo solo soy una mancha de diversión momentánea que pronto limpiarás.
- ¿Por qué aceptas a mi hermana como alguien de los tuyos y no a mí? – Se me quiebra la
voz al preguntarlo. Como si me doliera su rechazo. Aunque no es así. No me duele en absoluto.
Bueno, quizá un poco a mi malcriado ego.
- Ella no es como tú. Lo sabes. Ella es débil, diferente y no es la hija preferida de mamá y
papá. Tú sí.
- No tienes ni idea de lo fácil o difícil que ha sido mi vida. – Escupo las palabras como si
fueran veneno. Los recuerdos de los momentos más difíciles en mi vida aparecen en mis
pensamientos. Desde lo de Elsa, nada ha sido lo mismo para mí. la echo de menos como si me
faltase aire en los pulmones para respirar.
- ¡Eh! ¿Estás llorando? – La preocupación en el tono de la voz de Andy me saca del trance
en el que estoy. De repente siento que con sus manos me arrastra hasta su regazo y me acuna, como
si fuera una niña pequeña. Lo observo sin saber qué hacer o decir, con los ojos llenos de lágrimas.
- No. – Susurro. Andy sonríe con ternura.
- No quería herirte con mis comentarios. Parecías más dura. No creí que eras del tipo de
chica que busca cariño en todos los chicos con los que…
- ¡No te confundas! ¡No busco nada de eso! ¡Y menos en ti! – Le grito tratando de dejar
claro que no es él el motivo por el que lloro. Andy abre los ojos sorprendido con mi reacción. –
Solo quería sexo de ti. ¡Nada más! No busco tu aceptación ni tu comprensión, Andy. Tampoco
quiero despertar ningún tipo de sentimiento en alguien como tú. – Andy carraspea ante la dureza
de mis palabras.
- ¡Oh! Ya veo que…
- ¡Ni se te ocurra decir que es porque tú no tienes dinero o algo así! ¡Simplemente no eres
la persona de la que enamorarse, y tú solito me lo has dejado claro! Me has corroborado lo que yo
ya sabía; que lo único que tú y yo tenemos en común es el deseo. ¡Y no sé por qué demonios te
deseo! Pero tampoco voy a jugar a interpretar el papel de que no lo hago. El problema es que me
gusta Dylan de verdad, pero no he podido tener ni un maldito orgasmo con él. – No sé por qué me
sincero sobre temas tan personales con este idiota. Pero la verdad es que, mantener ese doloroso
secreto para mí sola durante tanto tiempo me está matando. Todavía no tengo la confianza con
Rachel o las demás chicas para poder hablar de mis cosas personales como lo hacía con Elsa, y lo
necesito a veces de veras. Supongo que sé que Andy jamás dirá a nadie nada de esto. Preferirá
presumir de que yo también estoy enamorada como una imbécil de él. Como el resto de las chicas
con las que tiene sexo. – Pero Dylan es el hombre que quiero para mí. ¡Puedes pensar que es por
su dinero, me da igual! ¡Pero no es así! Él me trata bien, me hace sentir importante en su vida, no
una desgraciada más que hace el ridículo para llamar su atención, que es justo como se sienten las
mujeres con tipos como tú. – Andy no sale de su asombro. Supongo que no se esperaría tales
confesiones por mi parte. – Ha sido un error involucrarme contigo de esta manera. No debería…
- Nos deseamos, tú lo has dicho. Y mucho, bonita. – Me separo de él asustada cuando noto
como su erección vuelve a estar presente entre nuestros cuerpos desnudos. Aunque mi entrepierna
se queja de la lejanía con su calor corporal a la que le someto. – ¿Qué piensas hacer al respecto,
bonita? ¿Ignorarlo? Solo conseguirás que nos deseemos más. Tú solita has comprobado lo buenos
que somos juntos en el sexo. Será nuestro secreto. Te lo prometo. – Dice a modo de súplica
mientras busca de nuevo mi contacto, pero yo me separo de él y casi me caigo de la cama tratando
de poner distancia entre los dos.
- No… no puedo… aléjate de mí…
- No tienes que dejarle, bonita. – En un descuido, Andy consigue aferrar mi mano y tira de
mí hasta colocarme sobre él a horcajadas. Su mirada es fiera y el verde brillante de sus ojos me
indica que está excitado. Ahora que lo conozco un poco mejor en ese sentido lo sé. Sé que cuando
sus ojos cambian de color y se ponen verdes es por el deseo. Imnotizada por ellos le dejo
continuar sin poder moverme. Sus manos se deslizan por mi espalda desnuda y después copan mis
senos. – Yo solo seré el antídoto de esa frustración cuando no puedas liberarte como tú quieres
con él. Y nadie lo sabrá. – Andy pellizca mis sensibles pezones y yo cierro los ojos y trato de
controlar un gemido de placer. – Él no sabe lo que te gusta, yo sí. – Sus labios comienzan a
deslizarse por mi cuello y yo pierdo la razón. – Será mi nombre el que gimas hasta que explotes
de placer.
- ¿Por qué haces esto? Se suponía que Dylan y tú ahora sois amigos. – Casi no me sale la
voz. Y cuando los labios de Andy comienzan a absorber mi alma a través de los míos sé que ya no
podré evitar caer en sus garras de nuevo.
- Dylan me odia, y yo a él. Siempre ha sido así. Eso nunca cambiará. Solo quiere de mí
que le guarde su terrible secreto. Porque soy el único que lo sé. – Confiesa sin dejar de besarme e
introduciendo dos de sus dedos en mí.
- ¿Qué secreto? – Me escamo, pero le sigo dejando hacer.
- No puedo decirlo o no cumplirá con su parte del trato. Y necesito ese enorme favor de su
parte. – Me informa levantándome entre sus brazos y tumbándome de nuevo sobre la cama,
tomando posición entre mis piernas e introduciéndose en mí de una manera deliciosa. Gimo con
fuerza. – Y ahora tengo otro secreto que guardar, preciosa. – Clavo mis ojos en los suyos y mis
uñas en sus brazos.
- ¿Cuál?
- Tu placer. Que es solo mío. – De una estocada alcanza la parte de mi cuerpo que ningún
otro hombre ha podido alcanzar. Odio que sea solo él quien pueda llegar a hacerme sentir así. Lo
odio. Pero amo tanto la sensación que creo que podría convertirme en una adicta a ella fácilmente.
- No es justo… me gusta Dylan, mucho. – Protesto sin poder dejar de gemir. Andy gruñe y
entrelaza sus dedos en los míos.
- ¿Estás pensando en ese idiota mientras te follo, bonita? – No puedo frenar una risa
nerviosa. Andy aguanta una sonrisa malévola y comienza a moverse en círculos en mi interior,
haciéndome retorcerme de placer. Es un placer indescriptible. – Mira lo húmeda que estás. Y no
es por él. Es por mí.
- ¿Por… qué…? – Casi no me salen las palabras.
- Esos imbéciles con los que salen las chicas como tú no saben nada de las mujeres, ni del
placer. – Susurra mientras lame uno de mis pezones. Yo pongo los ojos en blanco. – Piensan que el
buen sexo es como el de las películas porno que ven; salvaje y frío. – Sus dedos comienzan a
trazar círculos en el vértice de mis piernas. Estoy sobre estimulada. Creo que nunca había
recibido tanto placer y desde tan diferentes zonas de mi cuerpo a la vez en mi vida. ¿Es ese el
método?
- A mí me gusta el sexo salvaje. – Confieso y muerdo mi labio inferior. Oigo la risa de
Andy mientras sigue mordisqueando uno de mis pezones.
- Pero no te gusta el sexo frío. Ni tampoco te gusta que el sexo sea solo salvaje para mí,
dejando atrás las necesidades de tu precioso cuerpo. – Vuelve a buscar mis labios con los suyos y
pega su frente en la mía. – Si yo quisiera, podría hacer como hace él contigo. Follarte fuertemente
y buscar únicamente mi satisfacción personal. Olvidándome de la tuya.
- ¿Y por qué no lo haces? – Pregunto más que curiosa mientras sigo sintiendo como sus
dedos y su miembro hacen magia en mí.
- Porque sería como follarme a una muñeca, inerte, sin vida. – Susurra ahora en mi oído
provocando un fuerte escalofrío en mi sensible cuerpo. – Y no lo eres. Además, no hay nada más
sexi que escucharte gemir de placer. No hay nada más satisfactorio que saber que soy el único que
te hace sentir así. No hay nada mejor que saber que, aunque me odies, me necesitas como jamás
necesitarás a otro hombre. Eso me hace sentir poderoso. Tus gemidos, tus orgasmos, tu único sexo
en condiciones me pertenece…
- Eres un arrogante. – Protesto, aunque tiene toda la razón. Y la prueba es que siento de
nuevo ese cúmulo de sensaciones electrizantes en mí. Ya las reconozco, estoy llegando al
orgasmo.
- Solo digo la verdad, bonita. Por favor, dime que estás cerca, porque tanto hablar de sexo
mientras te follo me está haciendo explotar.
- Estoy… a… ¡Ahhhh! – Siento que toco las estrellas justo cuando Andy grita “Bonita, no
puedo más” y se deja caer sobre mí. Su respiración es ruidosa y pesada. Una de mis manos
involuntariamente comienza a peinar su cabellera, como si mi cuerpo quisiera agradecerle todo lo
que me ha hecho sentir. Está húmedo por el sudor.
También siento la humedad salir de mi interior, dejando escapar los restos de Andy de mí.
Creo que estoy completamente loca por haberle dejado tener sexo sin condón. Pero, me pasa igual
que cuando fui drogada; no consigo sentirme mal por ello. Al revés, me siento pletórica.
- Mmmm. – Escucho gruñir a Andy sobre mi pecho y dejo de acariciarle el pelo. –
Mmmm… sigue. – Sonrío. Bueno, no pasará nada por tener un minúsculo momento de conexión tan
personal con él, sobre todo después del maratón de sexo que hemos tenido esta noche.
Sigo acariciando su pelo y deleitando mis oídos con esos cada vez más leves gruñiditos
de placer que emanan de sus labios. Hasta que se queda profundamente dormido. Sobre mí. Con
sus viriles manos rodeándome, o atrapándome más bien. Creo que me será muy complicado
conciliar el sueño con tan poca movilidad. Pero lo intentaré, porque estoy agotada.
Cuando estoy casi dormida oigo a Andy hablar en sueños.
- Sí, soy yo. – Dice y presto atención. ¿Qué estará soñando? Recuerdo que Elsa también
solía hablar en sueños y me encantaba escucharla cuando dormíamos juntas. Me parecía super
divertido. Aunque ella solo hablaba cuando se reía a carcajadas de algo o cuando soñaba que se
peleaba con alguien y solía gritar con todas sus fuerzas todos los improperios del mundo. – No me
dejes. No te vayas con él. No… quédate… hueles a mamá… – dice ahora y vuelvo a
compadecerme de Andy al recordar el abandono de su madre. Parece que eso le ha marcado
mucho.
- Estoy aquí. – Susurro intentando calmarlo un poco. Parece que funciona y al fin se relaja.
Al menos, me libera un poco del fuerte agarre al que me tiene sometida.
Un pitido estremecedor me hace abrir los ojos de golpe. ¡¿Qué demonios es eso?! ¡Y por
qué me queman tanto los ojos con la luz del sol! Yo siempre cierro la persiana hasta el fondo antes
de dormir. ¡Odio que me despierte la luz del día!
- Abbie… – oigo mi nombre y me cuesta unos segundos darme cuenta de que esa es la voz
de Andy, que está acostado a mi lado, aferrado a mí y… que estoy en la casa de Lilliam.
- ¿Andy? – Lo llamo intentando girarme para mirarlo. Sus fuertes brazos a mi alrededor
me lo hacen muy complicado.
- ¡Yo no lo hice! – Grita de repente y al fin consigo quitar uno de sus brazos de mi cintura
para poder girarme y mirarlo de frente.
- ¿Qué dices? – Al girarme, constato que sigue dormido.
- ¡Fue él! ¡Miente! – ¿A qué se refiere? Otro pitido chirriante retumba en la habitación y
decido levantarme para buscar el origen del mismo.
- ¡Joder! – Grito ante el reflejo de mi cuerpo desnudo en el espejo de la habitación. Mis
odiados rizos ocupan más de la mitad de mi volumen total, pero sin embargo hoy no me parecen
tan horribles… no sé. Ni siquiera me veo tan mal como suelo verme cuando estoy recién
levantada, sin ni una gota de maquillaje y sin mis aderezos habituales. Al levantarme, veo también
en el suelo de la habitación el móvil de Andy. Un mensaje aparece en la pantalla del mismo, justo
debajo del nombre Ivy. ¡Vaya! ¡Una de sus muchas amantes! Leo el mensaje con un ojo y con el
otro vigilo que Andy no me esté mirando. “¿Dónde estás? ¡Llevo horas esperándote!” Pestañeo
incrédula. ¿Había quedado con otra chica y ni se ha acordado de ella? O sea, que no solo ha
plantado a Grace, en una sola noche ha plantado a dos mujeres. Suelto el móvil de Andy con
rapidez en el suelo de nuevo cuando lo veo retorcerse en la cama y gruñir.
- ¡Guau! ¡Buenos días! – Dice al abrir uno de sus ojos y pillándome completamente por
sorpresa en medio de esa habitación, desnuda y desgreñada. Oteo la habitación con rapidez en
busca de mi ropa y vuelvo a la cama rápidamente cuando no veo ni rastro de ella. Al menos para
taparme con las sábanas. Andy me mira con una mezcla de deseo y diversión en la mirada. – ¿Qué
tal estás, bonita? ¿Mucha resaca? – Pregunta y se incorpora un poco junto a mí, apoyando su
espalda en el respaldo de la cama y sus manos tras su cabeza. Lo miro y me pongo colorada como
un tomate al recordar partes de lo vivido la noche anterior con él.
- Estoy bien. – Finjo indiferencia y sigo mirando a mi alrededor en busca de mi dichosa
ropa.
- ¿Solo bien? – Parece molesto. Lo miro y trato de manejar la incómoda situación con mi
mejor pose de mujer que tiene controlada la escena.
- Es mucho más de lo que puede esperarse de alguien que anoche estaba tan borracha que
estuve a punto de perder la consciencia. ¡Hasta vomité! Menudo espectáculo habré dado. Lo siento
mucho, Andy. Siento haberte estropeado tu cita de anoche y todo eso. Por cierto, ¿sabes dónde está
mi ropa? – Consigo decir todo eso en un tono neutro y carente de información acerca de cómo me
siento realmente. No quiero darle vueltas a eso ahora mismo. Ya lo haré cuando esté sola conmigo
misma entre las cuatro paredes de mi habitación. Andy, sin embargo, me mira claramente
disgustado con mi reacción.
- ¿El espectáculo que diste anoche? ¿Te refieres a lo sexi que estabas mientras yo te
follaba desde atrás, duro, muy duro, y nos veíamos ambos reflejados en el espejo mientras eso
sucedía? – Sus palabras me hacen estremecer. Y carraspeo para intentar recuperar la voz y poder
decir algo en mi defensa.
- Fue una locura, lo sé. Pido perdón por mi comportamiento. – Digo sin poder mirarle a
los ojos.
- Casi me lo trago. – Dice. Le dedico una mirada de incomprensión. – Si no fuera porque
se te ha puesto la piel de gallina al recordarte lo que hicimos anoche me hubiera tragado que te
doy exactamente igual. – Me aclara. ¡Será creído!
- Andy, dejemos algo claro. Me das igual. Y yo a ti. Ya lo hablamos anoche y…
- Y después volvimos a follar como salvajes. Creo que ambos dijimos cosas para
autoprotegernos, bonita. Pero te sigo teniendo las mismas ganas, o puede que más después de
haberte probado. Mira. – Andy destapa su cuerpo que estaba cubierto por las sábanas, dejando ver
una erección de campeonato. Se me seca la boca al verlo. ¡Concéntrate Abbie! ¡Esta situación se
te está yendo de las manos!
- ¿Autoprotegernos? – Pregunto esforzándome enormemente por mirarle solo a los ojos.
Su enorme erección me lo pone muy difícil.
- De querer repetirlo. – Contesta mientras una de sus manos alcanza mi cuello.
Acariciándolo. Deslizándose lentamente por mi clavícula, mi hombro y mi brazo. Haciendo que el
trozo de sábana que sujeto para cubrir mis senos se caiga, exponiéndolos de nuevo a su vista. Los
observa hambriento y yo tiemblo ante esa mirada verde cristalina.
- No se repetirá. – Mi voz suena temblorosa y poco convincente. Andy sonríe y acerca su
boca hasta uno de mis pezones. Mordiéndolo suavemente y provocando una descarga eléctrica por
todo mi cuerpo.
- ¿Por qué no? ¿Y si quiero repetirlo ahora mismo? – Sin previo aviso, Andy se coloca
sobre mi cuerpo, introduce de nuevo en mí. Siento un escozor divino en mi entrepierna. Creo que
hemos abusado demasiado del sexo en pocas horas. Es algo a lo que no estoy nada acostumbrada,
pero… me encanta la sensación y gimo y gruño en respuesta a ambos: dolor y placer. – ¿Estás
bien? – Su preocupación me desarma. Tampoco estoy acostumbrada a esa reacción de un hombre.
Suelen pensar en follar y autocomplacerse, nada más. – ¿Quieres que pare? – Susurra en mi cuello
sin poder evitar seguir con el movimiento de sus caderas que lo impulsan dentro y fuera de mí.
- No…
- Eso suponía – responde sonriente en mi oreja. Este maldito arrogante no puede ser la
cura de todos mis males. – Eres demasiado. Eres… eres… joder, bonita, me pasaría el día entero
así. – El dolor se ha esfumado por completo, de modo que respondo a su posesión arañando la
espalda de Andy, mordisqueando el lóbulo de su oreja, dedicándole las palabras más sucias que
por mis labios han salido jamás.
Cada cual en su lugar

- Me encanta tu polla. Me vuelve loca lo que hace en mí.


- Mmmmm, para, no sigas. – Pero sus palabras me avivan aún más.
- Si consigues que me corra otra vez, te dejaré correrte en mi boca. – Le animo.
- Mierda, bonita, para o no aguantaré. – Sus embestidas son cada vez más fieras, aunque
se contiene entre embestida y embestida para poder cumplir conmigo. Sonrío victoriosa.
De repente, mi teléfono comienza a sonar. Miro a mi derecha, en donde descansa sobre
una cosa parecida a una mesita de noche.
- Ignóralo. – Me ordena. Pero yo no recibo órdenes de nadie. Así que alargo la mano y
cojo el aparato. Andy gruñe, enfadado por mi respuesta, pero sigue poseyéndome con su gracia y
destreza particular.
- ¡Mierda, es Dylan! – Exclamo. – Para, tengo que contestar. – Los remordimientos se
almacenan de pronto todos a la vez en mi estómago. Andy hace caso omiso a mi petición y sigue
torturándome de placer. – Andy... – suplico rendida ante el placer.
- Contéstale. – Dice. ¡Está loco! – Hazlo, bonita. – Sus labios se pegan a los míos e
introduce su lengua en mi boca. – Si lo haces, haré que te corras como nunca antes. – Solo basta
tal promesa para hacerme cometer la mayor de las locuras.
- ¿Dylan? – Contesto la llamada mientras siento a Andy entrar y salir de mí con una
malévola y seductora sonrisa en sus labios. Mostrando ese hoyuelo tan sexi. Trato de controlar mi
voz.
- ¿Abbey? Oye, quería disculparme por lo de ayer. No sé si estás enfadada conmigo por
algo que haya hecho o dicho, pero si me dejas verte, te pediré perdón hasta que no puedas negarte
a perdonarme. – Casi no puedo escuchar lo que Dylan me dice, solo estoy tratando de controlar
mis gemidos mientras Andy entra y sale de mí.
- Sí… vale…
- ¿Estás bien? Suenas como ahogada.
- Estoy… bien… estoy haciendo algo de deporte. Te llamo luego. – Le pido y aprieto los
ojos cuando siento los dedos de Andy sobre mi clítoris. ¡Maldito, ya sabe cómo hacerme perder el
control!
- Voy a tu casa en media hora, ¿vale? – Joder.
- Eh… ahhh – se me escapa un gemido cuando Andy muerde uno de mis pezones. ¡Dios,
esto es muy morboso! – Dame una hora, por favor. – Casi no me sale la voz.
- Vale. Te veo en una hora, preciosa. – Cuelgo rápidamente sin despedirme ni nada, pero
es que estoy a punto de correrme como nunca antes. Siento un calor inmenso en el centro de mi
cuerpo. Tanto controlar las sensaciones ha hecho que se me agolpen todas a la vez.
- ¡Maldito! – Le digo a Andy que sonríe muy pagado de sí mismo. – Te odio…
- Ah, ¿sí? ¿Quieres que pare?
- ¡Ni se te ocurra! ¡Estoy a punto! ¡Dios! – Pongo los ojos en blanco y arqueo mi espalda
ante un primer azote a causa del inminente orgasmo, que se prepara en el vértice de mi sexo para
ser liberado.
- Vas a correrte, ¿verdad?
- Ahá. – Asevero apretando mis uñas alrededor de los brazos de Andy, aún con los ojos
vueltos.
- Mírame. Vas a mirarme o paro ahora mismo. – Farfulla en un gemido. – ¡Maldita sea,
bonita, mírame!
- ¡Di mi nombre! – Le ordeno en respuesta.
- ¿Qué? – Pregunta sorprendido. Yo abro mis ojos y le miro, como me ha pedido. Y le
dedico una de mis miradas más fieras. Después llevo sus labios a los míos y le beso como si fuese
el último momento de nuestras vidas.
- Que digas mi nombre. – Ordeno de nuevo llevando mi mano hasta donde la suya frota mi
clítoris despiadadamente. Entrelazo mis dedos con los suyos y me toco yo también. Quiero
aprender a hacer lo que él sabe hacer tan bien conmigo.
- Estate quita o no podré correrme en tu boca. Me estás provocando demasiado, bonita.
- ¿Cómo me has llamado? ¡Ahhh! – Vuelvo a sentir una descarga del inminente orgasmo,
esta vez provocado por mis dedos. Aprieto las paredes de mi sexo en respuesta y siento como
estrangulo el miembro de Andy en mi interior.
- ¡Abbey! ¡Joder! ¡Te lo suplico! Si no paras me correré antes que llegues tú.
- ¡Sigue! – Le ordeno. – ¡Más fuerte! ¡Ya viene! Andy… Andy…
- Oh, Abbey, maldita seas ¡ahhhhhhh! ¡Joder! ¡Joder! ¡Abbey! – Ambos llegamos al
orgasmo en el mismo instante. Casi me rompo la voz al liberarme al fin. No puedo creer el efecto
tan devastador que ha tenido en mí oírle pronunciar mi nombre justo en ese instante. – Me debes
una…
- Jajajaja. – Comienzo a reírme como una niña. Como hace años que no me río. Andy sale
de mí entre gruñidos y se desmorona junto a mí, sobre el colchón. – Levanta, tenemos que irnos. –
Le digo, aunque yo tampoco tenga fuerzas para levantarme.
- No seas aguafiestas. Déjame descansar un momento. ¡Tú deberías estar medio
moribunda también! – La verdad es que lo estoy, pero no voy a admitírselo. Además, he quedado
con Dylan y tengo el tiempo justo para arreglarme como es debido.
- ¿Abbey? – Mi hermana me llama. ¿Mi hermana? ¿Cuándo ha entrado aquí? – Abbey,
despierta. Tenemos que irnos a casa ya. – Me incorporo en la cama de un salto.
- ¡Qué hora es! – Grito histérica. A mi lado, Andy gruñe medio dormido para que no le
molestemos. – Andy, ¡Andy, joder, levanta de una vez! – Le zarandeo y mi hermana comienza a
reírse.
- ¡No seas tan brusca! ¡Lo has dejado seco al pobre hombre! – Miro a mi hermana
espantada. – No me mires así, os han tenido que escuchar follar hasta en la luna, hermanita.
- ¡Muy graciosilla! – Refunfuño. Después vuelvo a mirar a Andy. – Andy… por favor…
son las, espera – miro mi teléfono y casi muero de un infarto al ver que me quedan exactamente
quince minutos para que Dylan aparezca por la puerta de mi casa. – ¡Serena, tenemos que irnos
nosotras! – Grito poniéndome en pie y saliendo desnuda de la habitación. En medio de algo
parecido a un salón me encuentro con la mirada pasmada de Lilliam. – Lilly, dime por lo que más
quieras que tienes algo decente de ropa para prestarme. No tengo tiempo para ir a casa y
arreglarme. ¡Y Dylan estará en la puerta de mi casa en quince minutos!
- ¡Abbey! – Grita mi hermana a mi espalda. – ¡Anoche le dijimos a mamá que dormíamos
en casa de Dylan! ¡No puede aparecer por casa o nos descubrirá mamá! – Palidezco.
- Oh, mierda… ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! – Comienzo a corretear por todas partes.
Vuelvo a la habitación en la que dormí, en la que todavía sigue el maldito de Andy dormido. Cojo
mi teléfono y comienzo a dar más vueltas por toda la casa desnuda y desquiciada mientras marco
su teléfono. Al fin contesta.
- ¿Abbey? Ya estaba saliendo para tu casa.
- ¡No! – Grito. Lilliam se acerca a mí y me tiende un vestido sin querer mirarme.
¡Tampoco es para tanto! Ella tiene lo mismo que yo.
- ¿Cómo? Pensé que íbamos a vernos. Yo…
- Es que mi madre está furiosa porque… porque… le arañé su coche el otro día sin querer
y se acaba de dar cuenta. Mejor te veo en otro sitio, ¿te parece? – Un pitido comienza a sonar
desde la habitación en la que aún está Andy y lo escucho hablar por teléfono. ¡Maldita sea, que
Dylan no lo oiga hablar o estaré perdida!
- Vale. Qué alivio, pensé que no querías verme. ¿Dónde te apetece quedar? – Maldita sea,
Andy se ha levantado y se acerca peligrosamente a donde estamos.
- ¡Sound Beach! – Grito y cuelgo rápidamente cuando veo a Andy, desnudo también y
cómo dios lo trajo al mundo, en el quicio de la puerta, mirándome con malicia y a puntito de
hablar. Maldición, ¿por qué he tenido que decir el lugar de trabajo de Andy? Bueno, no pierdas la
calma. Es el único sitio que conoces y al que sabes llegar sin perderte.
- ¡Qué buena vista! ¿Me puedes explicar qué demonios haces dando vueltas por todas
partes como una loca y desnuda? – Mierda, estoy desnuda. Comienzo a introducirme por la cabeza
el vestido que Lilliam me ha dejado a toda prisa y con torpeza. ¡Demonios, esto es una camisa de
hombre! Lo único bueno es que es lo suficientemente grande para cubrirme hasta mitad de los
muslos.
- ¿Dónde has puesto mi biquini? – Le pregunto con mi dedo amenazador apuntándolo. Él
se encoje de hombros, pero sigue mirándome con deseo. – ¡No estoy para jueguecitos! ¡Dímelo!
- ¿Por qué estás tan agresiva? – Pregunta Andy y parece confundido. – Creí que lo habías
pasado bien. Por cierto, tenemos que irnos. Me acaban de llamar del trabajo. El camarero del
turno de mañana se ha puesto malo y tengo que cubrirlo. – Aprieto los ojos. No puedo ir al Sound
Beach con Dylan teniendo a Andy alrededor. No después de lo de anoche. Y necesito aclarar con
Dylan en qué punto estamos.
- Sí, Abbey, nosotras también tenemos que irnos. – Añade mi hermana.
- Nos iremos cuando yo encuentre mis bragas. – Les amenazo a ambos con cara de pocos
amigos.
Andy sonríe cuando paso por su lado para entrar en la habitación para buscar mi traje de
baño. Andy entra tras de mí y cierra la puerta. De repente, estar en una habitación a solas con él y
desnudo me pone nerviosa. Supongo que es porque ya no queda nada en mí de la borrachera que
llevaba anoche. Yo busco mis cosas, fingiendo que no lo miro de reojo y él se viste en silencio
fingiendo que no está tan nervioso como yo.
- Abbey…
- ¡Qué! – Digo con tono poco amistoso, aunque me arrepiento enseguida. No estoy
enfadada con él. Andy me ha regalado la noche más maravillosa de mi existencia. Lo que estoy es
enfadada conmigo misma y con la elección que ha hecho mi cuerpo para satisfacerse.
- Las encontré. – Me dice con mirada inocente y sosteniendo las braguitas de mi biquini en
sus dedos.
- Gracias. – Digo más suave y acercándome a él. Cuando estoy a punto de cogerlas, él me
las quita de la vista. – Dámelas Andy. – Gruño, pero mi voz no suena tan molesta como querría.
Sus ojos se vuelven verde claro y su sonrisa se ensancha en su bonito rostro. – Vamos, tú también
tienes prisa.
- Bésame y te las daré. – Me reta.
- No tenemos tiempo para otra tanda de sexo. – Le desafío poniéndole ojitos y señalando
la cama. Andy mira el que ha sido nuestro lecho durante una apasionante y larga noche y suspira.
Después vuelve a mirarme.
- Lo sé. Solo quiero un beso. – Sus labios se acercan a los míos hasta casi rozarse. Sus
ojos se clavan en mis labios y se relame.
- Creí que no te gustaban los besos cuando ya te has satisfecho lo suficiente con una mujer.
– Frunce el ceño.
- ¿Cómo sabes tú eso?
- Te escuché decirlo cuando te espié aquella vez, tras las rocas. – Andy sonríe.
- Bueno, ¿y quién te ha dicho que he tenido suficiente de ti? – Me asombro.
- Andy yo… no creo que debamos – digo mirando al suelo, porque no podría hacerlo
mirándole a los ojos – Dylan y yo no tenemos aún nada serio, pero sé que quiere hablar conmigo
para proponérmelo.
- ¿Cómo estás tan segura de eso? – Me levanta la barbilla.
- Conozco a los hombres. – Contesto muy segura de mí misma. – Reconozco las señales. –
Andy suspira.
- Ese tipo no te merece, bonita. – Vuelvo a ser “bonita”. En fin… así es Andy.
- Yo solo soy una estirada que busca a los hombres por su dinero, ¿recuerdas? Por lo
tanto, me merezco que un pijo estirado como Dylan McGregor me haga daño y me rompa el
corazón. – Andy me mira muy serio.
- Ahora mismo no me pareces nada de eso.
- ¿Por qué no? – Siento curiosidad. – Pensé que solo veías sexo en mí. ¿No te estarás
pillando por mí? – Me cruzo de brazos. Andy retrocede dos pasos.
- ¡¿Qué?! ¡No! Es solo que estás así vestida, tan sexi y a la vez tan… normal, con tu
cabello natural, sin una gota de maquillaje con ese rubor en tus mejillas fruto de una noche de sexo
salvaje que… no pareces de ellos ahora mismo.
- ¿De ellos? Andy yo no soy un producto etiquetable. Yo soy como soy, con mis defectos y
mis virtudes. Como todos. No creas saberlo todo de mí solo porque mi padre tenga ahora una
posición económica cómoda. No siempre ha sido así ni mi vida ha sido siempre fácil.
- Entonces, no te la compliques de nuevo tontamente.
- ¿Por qué Dylan es tan malo para mí? – Pregunto con tono incisivo y vuelvo a acercarme
a él. Andy me mira y parece que duda entre contestarme o no. – ¿Porque me quieres como
marionetita para ti solito?
- No es eso. – Contesta molesto.
- Pues habla.
- Está bien, ¡jódete la vida si tanto te apetece! Ahora ponte las jodidas bragas y vámonos.
– Gruñe, me tira las braguitas y se da la vuelta para darme privacidad o no encararme. Me coloco
las braguitas, le doy la vuelta y sin saber por qué le beso en los labios. Está enfadado, pero me
devuelve el beso con pasión y lentitud, saboreándolo los pocos segundos que dura. Se separa y me
deja mareada. Lo miro embobada, no puedo evitarlo. – Pensé que no querías besarme.
- No he dicho que no quiera, he dicho que no debo. Pero, supongo que todavía me quedan
unos minutos de soltería hasta que hable con Dylan.
- ¿Significa que si comienzas a salir en serio con él no podré tocarte? – Casi consigue
conmoverme con esa carita de afligido.
- Seguro que tienes otras opciones para divertirte. – Intento sonar fría, pero la tristeza que
siento al pronunciar esas palabras me lo impide.
- Supones bien. – Sus palabras son como estacas que se clavan en mi estómago. – Pero
después de lo de anoche será difícil igualar el nivel.
- Permíteme que lo dude. Tú, al contrario que yo, sabes bien lo que quieres. – Bajo la
mirada al suelo y me obligo a salir de la habitación.
Errores y sus consecuencias

“¿Dónde estás?” Me escribe Dylan en un mensaje.


“Estoy en un bar, frente al Sound Beach, Mandy’s es el nombre. Ven, te espero aquí.” Le
respondo con los nervios a flor de piel. Es inútil que siga intentando colocar mi pelo. Está todo
salvaje y completamente rizado. No llevo nada de maquillaje y visto una camisa enorme de
hombre. Menos mal que mi madre no me ha visto así. He dejado a Serena en casa, luego a Andy en
el bar en el que estábamos anoche, donde dejo su llave, y luego he venido hacia aquí como una
bala. Pero no he querido ir al mismo bar en el que va a estar Andy trabajando. No es buena idea.
Por el camino, cuando Andy y yo íbamos a solas en mi coche hacia el lugar en el que dejó
su moto, apenas nos hemos dirigido la palabra. Yo notaba que me miraba, pero he preferido fijar
mi mirada en la carretera para no enfrentar sus ojos examinadores. Hemos hablado solo del
tiempo que hacía. Ha sido una situación más que rara. Algunas veces creo que ha intentado
decirme algo, pero luego ha preferido callarse. A mí también me ha sucedido algo así. Al
despedirnos ha sido aún más raro. Nos hemos besado en la mejilla, pero casi nos besamos en los
labios por error. Los dos parecíamos estúpidos tratando de disculparnos por la torpeza.
Estoy hecha un lío. Sigo pensando que entre Andy y yo solo hay mera atracción sexual y
que no es para nada el tipo de hombre que necesito en mi vida. Además, él ni siquiera quiere una
relación de verdad. ¡Sería estúpido plantearme intentar algo con él!
“Voy” versa el mensaje de Dylan. Dos minutos después levanto la mirada del teléfono y lo
veo en pie, frente a mí. Me pongo de pie en un salto y aliso un poco la camisa-vestido que llevo.
No me gusta nada la mirada que me dedica, recorriendo mi diminuto cuerpo de arriba abajo con
cara de sorpresa y diría que decepción también.
- Hola. – Exclamo reclamando su mirada.
- ¡Eh! ¡¿Qué te ha pasado?! – Su pregunta me sienta como una patada en el estómago y me
recuerda el comentario de Andy hace apenas media hora asegurándome que me veo más bella al
natural. Pero claro, puede que lo haya dicho porque no puede evitar ser un cazador de mujeres.
- Nada, ¿por? – Ladeo la cabeza y le observo fijamente a la defensiva.
- Pues… eh… no te has arreglado el pelo y… bueno, te ves muy diferente a lo que me
tienes acostumbrado. Pero no estás tan mal. – Dice el muy gilipollas encogiéndose de hombros y
tomando asiento frente a mí en la mesa que yo ocupo. Levanta la mano y le pide al camarero un
café y tostadas. – Siéntate. – Me pide. Lo hago conteniendo un gruñido. – Pensé que nos veríamos
en el Sound Beach.
- Quería cambiar de ambiente. – Le dedico una sonrisa falsa y doy un sorbo al batido de
fresas y plátano que pedí hace unos minutos.
- Sigues enfadada. – ¡Qué perspicaz! – Oye Abbey, quería disculparme por lo de ayer.
Últimamente estoy más nervioso que de costumbre.
- ¿Por qué? – Quiero saber.
- Pues… no lo sé, la verdad. Supongo que será porque me gustas de verdad. – Me sonríe y
yo hago algo parecido a una sonrisa. En cierto modo, su respuesta me ha ablandado un poco. –
Porque tú eres la única cosa diferente en mi vida ahora mismo. Supongo que me has calado hondo.
– Me muerdo el labio inferior. – Y creo que yo a ti también te gusto de verdad. – Quiero
responderle que así es, pero mis labios se quedan sellados y no obedecen las órdenes de mi
cerebro. – ¿Y bien? ¿No piensas sacarme de dudas? – Pregunta ofendido.
- Creo que no ha sido una pregunta.
- Pues lo diré de otro modo. ¿Te gusto de verdad, Abbey?
- Eh… claro. Es evidente que sí.
- Bien. Pues será mejor que te deje tiempo para descansar y arreglarte y todas esas cosas
que las chicas como tú hacéis. Por la noche estás invitada a mi casa a cenar con mis padres. Te
presentaré como mi novia, así que ponte guapa. – Me quedo sin palabras.
- ¿No vas a preguntarme primero si quiero ser tal cosa? – Dylan sonríe y sacude la
cabeza.
- Te presentaré a una de las personas más influyentes de los EEUU y estoy seguro de que
te abrirá las puertas de la fama de par en par. – Estoy alucinando. Piensa que puede comprar mi
“sí” con su ofrecimiento. Dylan se bebe su café de un par de tragos y engulle sus tostadas con
poco tacto. Yo sigo en estado de shock. – Gracias por perdonarme, nena. Te compensaré esta
noche. – Promete poniéndose en pie, asiéndome de la barbilla y dándome un beso en los labios. –
Te recogeré a las ocho. Por favor, no me hagas esperar. – Me guiña y antes de que pueda
pronunciar palabra sale del bar. ¿Qué ha sido esto? ¿Ya está? ¿Así arregla todo Dylan? Y lo peor
de todo, ¿voy a perdonar y a aceptar toda esta situación sin más?

*****
A las ocho en punto estoy abriéndole la puerta de mi casa a Dylan, que he de decir que se
ve espectacular. Esta vez me mira con aprobación. He alisado mi larga melena a conciencia, me
he colocado mi vestido nuevo de Prada y hasta me he puesto pestañas postizas. Mi madre me
despide dando palmitas y saltitos de alegría. Me aferro al fuerte brazo de Dylan y me dirijo a su
coche con él.
La mansión de Dylan no deja de sorprenderme, aunque no es la primera vez que vengo.
Los padres de Dylan y una tal Ariadne me saludan con fervor y nos guían hasta el enorme
comedor, donde me alegro de encontrarme a Carter y a Rachel a la mesa también. Saludo a mi
amiga con una sonrisa y un beso.
- Chica, te ves espectacular. – Me susurra mi amiga. Yo sonrío y le premio con un
cumplido parecido. Tomo asiento a su lado y Dylan lo hace frente a mí.
- Mamá, papá, ya sabéis que Abbey y yo estamos saliendo desde hace unos días. Hoy
tengo que deciros que hemos decidido hacer la relación más sólida. – Me quedo de nuevo
congelada ante la aclaración que acaba de hacer Dylan en la mesa. Todos me miran y aplauden,
incluida Rachel, que me susurra en el oído que ya somos cuñadas oficialmente. Trago saliva.
- ¡Es una maravillosa noticia, Abbey! Espero que sepas valorar a mi hijo y no vayas solo
por su fortuna. ¡Jajajajaja! – La estridente risa de la madre de Dylan no convierte su comentario en
menos ofensivo.
- De hecho, Dylan es el único que tiene claro la seriedad de nuestra relación. – Digo
bruscamente, pero todos me lo toman a broma y ríen al unísono.
- Cómo si fuera posible no enamorarse perdidamente de mi hijito. – La madre de Dylan
pellizca la mejilla de Dylan, que se pone rojo como un tomate.
Comenzamos a cenar, aunque yo he perdido el apetito, pero sé ser cortés y hago un
esfuerzo por comerme al menos el setentaicinco por ciento de lo que tengo en el plato. El padre de
Dylan y la tal Ariadne se enzarzan en una conversación trivial acerca de varios cantantes nuevos
que la mujer está llevando por el camino de la fama. Al parecer es manager, y de las importantes.
- Dime Abbey. – Me dice de repente Ariadne mientras yo sorbo de mi copa de vino. Le
dedico mi atención. – Dylan me ha dicho que quieres que yo te haga famosa. – Miro a Dylan con el
ceño fruncido. ¿Le ha dicho esa estupidez? – ¿Qué se te da bien? ¿Cuál es tu don?
- Oh, no pierda el tiempo conmigo. – Intento ser cortés. Pero la tipa sigue.
- ¿Cantas bien?
- No lo hago mal, pero no he nacido para eso. – Contesto.
- ¿Bailas? El mundo de los bailarines es un poco más duro y menos valorado, pero podría
arreglarlo para que salgas en el elenco de bailarines en la próxima gira de…
- No, tampoco es eso lo mío. – Sentencio.
- Algo se te dará bien. – Ese comentario es del todo ofensivo.
- ¡Le gusta el cine! – Contesta Rachel por mí y yo la miro boquiabierta.
- ¿Quieres ser actriz? – ¡Qué demonios! Bueno… pensándolo bien…
- No creo que… me gusta la fotografía. – Acabo reconociendo. Esa es mi gran pasión, o al
menos lo era, y por lo que empecé a estudiar Bellas Artes.
- Mmmm. Eso me va a resultar más complicado…
- Ariadne, se lo agradezco, pero prefiero primero terminar mis estudios antes de
plantearme una carrera profesional. – Le digo. – Pero se lo agradezco de veras.
- Vale. Hablaremos entonces. – Me contesta y continúa con la conversación que
previamente mantenía con el padre de Dylan. Ignorándome el resto del tiempo. Bueno, mejor así.
Esto está siendo incómodo y surrealista. Y tengo que hablar con Dylan para explicarle que, si de
verdad quiere algo serio conmigo, va a tener que dejar de interceder y decidir por mí.
- Yo… todo estaba estupendo. Muchas gracias por la invitación. – Digo finalizada la cena
y me pongo en pie. Todos me agradecen la presencia. – ¿Me llevas ya a casa? – Le pido a Dylan.
Necesito consultar todo esto con la almohada. Dylan se pone en pie también, al igual que Carter y
Rachel.
- Nos vamos, pero no a casa. Te llevo a una fiesta de verdad. Vamos a casa de Alexander.
Adiós mamá, papá, Ariadne… no me esperéis despiertos. – Casi no puedo reaccionar cuando ya
estoy siendo llevada hacia la salida de la casa por Dylan, que aferra mi brazo con fuerza sin
dejarme forma de escape.
Cuando entro en su coche, me siento violenta por la presencia también de Carter y Rachel
en el habitáculo. Me gustaría estar a solas con Dylan para gritarle qué demonios se cree que está
haciendo y por qué se cree con tanto derecho a decidir por mí. Pero, en lugar de eso, Rachel me
agarra por el cuello, pone morritos y nos hace un selfie a ambas para subirlo a sus redes.
Acto seguido, mi amiga saca una pastilla de una cajita muy mona que lleva en su bolso y
se la mete en la boca. Mierda…
- ¿Quieres? – Me ofrece. Sacudo la cabeza en negativa rotunda y miro por la ventana.
Después le ofrece a Carter y a Dylan y me sorprendo al ver que ambos aceptan. ¿Dylan
toma drogas y yo no lo sé? Debería decirles algo con respecto a lo nocivas que son, pero apuesto
el cuello que ya lo saben, y tampoco quiero quedar como la lerda del grupo.
Al llegar a casa de Alexander, la fiesta está en su máximo esplendor. Me alegra, no
obstante, percatarme que no está ni la mitad de bien decorada que estuvo la mía. Algo que debo
agradecer a Andy. Andy… joder. ¿Por qué he tenido que acordarme de él ahora mismo? Decido
ignorar su recuerdo y sigo a Dylan, Carter y Rachel hasta el interior de la casa de Alexander.
En cuestión de segundos, todos tenemos un vaso de alguna bebida alcohólica en las
manos. Yo, dada mi experiencia en mi propia fiesta, desconfío del contenido de la mía.
- Bebe, es solo un poco de alcohol. – Me anima Dylan con voz seductora mientras le da un
gran trago a su bebida. Le sonrío con nerviosismo. Todo irá bien, Abbey. Solo estás en una fiesta.
En una de esas fiestas que siempre soñaste con asistir.
- Vale. – Obedezco y bebo un poco de mi copa. – ¡Mmmm! ¡Está deliciosa! – Exclamo
relamiéndome.
- Ven, bailemos. – Dylan tira de mi brazo y me lleva al medio de la improvisada pista de
baile. Jamás lo había visto tan despreocupado, pero me gusta. No es el mejor bailarín, pero le veo
más alegre y desinhibido que nunca. Espero que no sea por obra de la pastilla de Rachel.
- ¡Estás desatado! ¡jajajajaja! – Le grito por encima del ensordecedor volumen de la
música para que pueda oírme. Dylan me sonríe y jamás había visto en él una sonrisa así. Está tan
salvaje, desatado, sexi y atractivo… nada que ver con el chico serio y que lo tiene todo bajo
control al que me tiene acostumbrada. Me encanta esta nueva faceta de Dylan. ¿Ves, Abbey? Él es
el hombre que necesitas.
- Ven aquí, pequeña. – Dylan tira de mí y me aprieta contra su cuerpo. Yo río a carcajadas
mientras intento seguir su ritmo en un baile del todo descoordinado, pero muy liberador.
- No sabía que podías ser tan encantador. – Le susurro agarrándome a su cuello.
- Solo por ti, Abbey. – Su mirada del color del chocolate brilla de una forma especial.
¡Me estoy poniendo cachonda! ¡Sí!
- Bésame. – Le ordeno, pero no espero a que lo haga. Sino que me precipito yo sobre sus
labios y por primera vez desde que empezó nuestra aventura, siento que saboreo de verdad un
buen beso de Dylan. Tanto que me deja sin aliento. – Dylan… – estoy a punto de pedirle sexo
cuando Dylan me interrumpe mostrando una píldora entre sus dedos.
- Sé lo que quieres, Abbey, y puedo darte la mejor experiencia de tu vida si te tomas esto.
– Parpadeo. ¿Lo dice en serio?
- No sé… – no me puedo creer que esté dudando. Lo cierto es que me vienen a la mente
los recuerdos con Obscure en mi cuarto de baño durante mi fiesta. Mi primer orgasmo. Y
afortunadamente no el único, pero puede que fuese gracias a la droga que me suministraron por lo
que pude experimentarlo.
- ¡Abbey! ¡Solo es una! ¡Solo hoy! No vas a ser una drogata por probar… Además,
créeme, nena, si te digo que lo vas a alucinar. Y yo quiero que lo alucines, conmigo. – Miro a sus
ojos buscando una respuesta en ellos, pues de mis labios no sale ninguna.
- Vale. – Contesto tan bajito que apenas es audible. Dylan me sonríe, introduce la píldora
en mis labios y vierte un poco de su copa en mi boca para ayudarme a ingerirla.
- Buena chica. – Después me vuelve a besar desaforadamente.
¡Dios! Qué sensación más rara… todo me da de repente vueltas y comienzo a ver lucecitas
moviéndose a mi alrededor. Parecer hadas… Hadas que vuelan y esparcen su magia por doquier.
- Joder… – exclamo alucinada.
- Ven. Vamos a una habitación arriba.
- Sí. – Asiento alucinada por las sensaciones que me embriagan en este momento.
La habitación me parece enorme. Le pregunto a Dylan que dónde estamos, pero no me
responde. Sino que me lanza sobre una cama que hay en el centro de la habitación y comienza a
quitarse la ropa mientras yo le observo muerta de la risa. Dylan también se ríe mientras rebusca en
los bolsillos de su pantalón un condón, creo. En su búsqueda, sí que encuentra su teléfono móvil,
que tira a la cama.
- Mierda, voy a pedirle a mi hermano un condón. ¡No te muevas de aquí! – Me ordena
apuntándome con el dedo. Me río. Podría decirle que tomo la píldora… podría… pero no lo hago.
Joder, estoy muy colocada… ¿eso es bueno?
Dylan se va, vestido únicamente con sus pantalones, y yo me quedo embobada mirando el
techo de la habitación. ¡Hay lucecitas! El sonido del teléfono móvil de Dylan me saca de mi
ensimismamiento. Alguien le llama. ¡No puede ser! ¿Andy?
- Hola, Soy McGregor. – Contesto poniendo voz varonil.
Siempre tú

- ¿A… Abbey? – Pregunta perturbado. Estallo en una risa sonora. – ¿Qué demonios haces,
idiota? – No suena tan enfadado como pretende. – Oye, pásame al tonto de tu novio, es importante.
- No está. Ha ido a por un condón. – Digo sin pensar y vuelvo a reírme como una
estúpida. Andy se queda callado. – ¿Hola? ¿Estás ahí? – Miro la pantalla del móvil, pero no se ha
cortado la llamada. – ¡Andy! ¿Hola?
- ¿Has bebido otra vez? – Me pregunta con cierto tono de reproche. Hace que me sienta
culpable al fin por lo que acabo de hacer. Por lo que llevo haciendo desde que conozco a Dylan,
Rachel y todos los que considero o consideraba el mejor grupo de amigos del mundo. Mierda.
¿Por qué me he tomado esa pastilla?
- ¿Puedes venir a por mí? – Pregunto repentinamente mientras me levanto de la cama y
salgo a hurtadillas de la habitación en la que estoy. ¡Joder, ahora sí que me da todo vueltas!
- ¿Cómo?
- Andy, creo que he tomado algo que no debería. Por favor. Sé que no soy tu queridísima
Grace, Lillian o Serena, pero creo que puede decirse que tú y yo somos amigos o algo así, ¿no? –
Le digo mientras busco por el pasillo una puerta que dé a un baño.
- Bueno… sí, no, claro, por supuesto. ¿Qué has tomado, Abbey? – Pregunta y suena
bastante preocupado. Al fin doy con un baño. Entro y cierro con pestillo. Me miro en el espejo.
- Una pastilla. No lo sé. – Pongo el manos libres del móvil y abro el grifo del agua para
echarme un poco en la cara y el escote. Tengo las pupilas dilatadas y me cuesta enfocar la visión.
- ¡Estás chalada! ¿Quieres joderte la vida o qué? – Ahora sí que suena agresivo. Miro al
móvil con el ceño fruncido.
- ¡¿Sabes qué?! ¡Déjalo! ¡Iré a follarme a mi novio y después a casa a dormir! ¡Seguro que
esto se me pasará pronto! ¡Adiós! – Le grito y cuelgo la llamada.
¡Maldita sea! ¡¿Qué hago?! Tranquila Abbey, esto solo ha sido una situación excepcional.
Bueno, y la de la fiesta en casa otra… ¡pero ahí no era consciente de que estaba siendo drogada!
Anoche también te emborrachaste hasta casi perder la razón… ¡Joder, calla, maldita conciencia!
¡Estás drogada y no puedes dejarme tranquila ni en éstas! El móvil de Dylan vuelve a sonar y doy
un salto. Es Andy de nuevo. ¿Le respondo? Mejor voy a buscar a Dylan…
- ¡Eh! ¡No me cuelgues! – Me grita cuando aprieto el botón verde de contestar la llamada.
- ¡Qué quieres! – Le grito yo también.
- Voy por ti. ¿Dónde estás? – Suspiro un poco aliviada. No quiero estar aquí. No sé por
qué he accedido a todo lo que Dylan ha dispuesto así, sin más.
- En casa de Alexander. En una fiesta en su casa. Pero, ¿qué voy a decirle a Dylan? Me va
a matar…
- No le digas nada. Intenta que no te vea hasta que yo llegue. Te llamaré a tu teléfono
cuando esté en la puerta trasera y sales.
- ¿Tienes mi número? – Pregunto sorprendida. Andy guarda silencio. – Habla.
- Sí. Bueno no, pero tu hermana me lo dará ahora mismo. ¡Ahora te veo! – Cuelga la
llamada y me quedo mirando al artefacto más que pensativa. No quiero que Serena se entere de
esto. Me va a taladrar la cabeza.
- ¡Abbey! ¡¿Dónde cojones estás?! – Mierda. Es Dylan. No puedo esconderme de él.
Tengo que inventarme algo. Decido salir del baño y me encuentro de frente con Dylan que se
tambalea y lanza algunas maldiciones cuando me ve. – Joder, me has asustado. Ve a la jodida
habitación y desnúdate.
- No. – Respondo y me tapo la boca. La mirada de Dylan no me gusta nada.
- ¿No? – Ladea la cabeza y entrecierra los ojos.
- No me siento bien, Dylan. Me voy a casa. – Trato de pasar por su lado, pero Dylan me
coge del brazo y me frena.
- Yo te llevo.
- No… Serena viene a por mí. No te preocupes.
- Abbey, ¿a qué demonios estás jugando conmigo? – Pregunta exasperado. Doy un largo
suspiro y miro al suelo. Tiene razón, ¿a qué estoy jugando? He accedido a ser su novia y es todo
lo que quería desde que lo conocí. Si he tomado esa jodida pastilla es porque yo he querido,
Dylan no me ha obligado en ningún momento. – Por favor, dime qué te pasa. Yo…
- Vamos. – Le digo tomando su mano y guiándolo de nuevo al interior de la habitación.
Dylan me observa perplejo mientras me desnudo. Sé que su respiración se ha alterado, pero no
deja de mirarme con preocupación. Él no me entiende. Nadie me entiende. Ni yo misma. – ¿Tienes
condón? – Le pregunto mientras me acerco ya desnuda a él, tanteo su entrepierna y lamo su cuello.
Se tensa de pies a cabeza.
- Sí…
- Bien. Pues déjame ponértelo. – Le pido con una sonrisa oscura dibujada en mi rostro.
Dylan no aparta sus ojos de los míos mientras le quito el envoltorio plateado de sus manos
y voy descendiendo hasta clavarme frente a él de rodillas. Le quito los pantalones vaqueros junto
a los boxers de un solo movimiento envuelvo su duro miembro entre mis labios. Dylan descarga
un rugido de placer mirando en dirección al cielo y aprieta los puños entre mis cabellos,
impulsándose más en el interior de mi boca. Casi vomito en varias ocasiones, pero controlo las
arcadas.
- Pónmelo o no podré darte lo que quieres. – Me pide con voz entrecortada.
Sonrío victoriosa y le coloco el condón. Sigo viendo lucecitas a mi alrededor y siento mi
cuerpo casi levitar del suelo cuando me pongo en pie. Aunque creo que es él quien me levanta con
un solo brazo y me tira sobre el colchón de la cama de la habitación, colocándose entre mis
piernas.
De un embiste brusco e inesperado me penetra por completo y cierro los ojos para
concentrarme mejor en sentir placer. Sus labios susurran algo en mi cuello acerca de lo sexi que
soy y lo mucho que me desea, pero casi no presto atención a sus palabras. Solo me concentro en
sentir. Quiero que vuelva a mí la sensación que no hace tantas horas sentí cuando tuve a Andy
entre mis piernas. Pero no llega. Aprieto los ojos con más fuerza y, de repente, la sensación llega.
He de decir que también llega acompañada de vagos recuerdos de la noche anterior, como cuando
Andy me sujetaba del cabello para que nos viera a ambos reflejados en aquel espejo de Lillian
teniendo sexo del duro, pero a la vez del más pasional. Mi cuerpo tiembla ante los recuerdos.
- ¡Sí, sigue así! ¡Haz que me corra! – Suplico agradecida con la vida por brindarme la
oportunidad de poder sentir esto con él, con el que ahora es mi novio, con el perfecto hombre para
mí.
- Mírame Abbey. – Me pide y abro los ojos. – Estás cerca, ¿verdad? – Asiento alegre,
pero, al ver su rostro, toda la energía que acumulaba mi cuerpo se escapa de mí de un plumazo.
- No… – Susurro y vuelvo a apretar los ojos.
- Abbey… ¡¡¡Sí!!! – No. No. No. Por favor, que no haya llegado al orgasmo sin
esperarme… La realidad me abofetea en la cara cuando se deja caer cual peso muerto a mi lado.
Lo miro horrorizada, pero Dylan se ha quedado dormido creo que antes incluso de llegar a caer
del todo sobre el colchón.
- ¡Maldita sea! ¡Joder! ¡Joder! – Comienzo a llorar como una niña y me levanto de la cama
enfadada con el mundo y sobre todo conmigo. Me visto con rapidez y salgo de la habitación en
dirección al baño de nuevo sin haberme abrochado siquiera la cremallera trasera del vestido.
Me observo en el espejo del baño y veo el reflejo de una amargada y fracasada de la vida.
Comienzo a llorar como si no hubiera un mañana y me maldigo por volver ooootra vez al punto de
partida.
- ¡Me da igual que no me hayáis invitado! ¡Me vas a decir dónde está Abbey ahora mismo
o llamaré a la policía! – ¡Mierda! ¿Es ese Andy gritando? Salgo del baño preocupada y lo veo
vociferando con Alexander junto a la escalera.
- ¡Estúpido donnadie! – Le grita Alexander apuntando a Andy con su dedo. – Abbey está
con su novio y como se te ocurra tocar con tus apestosas manos a la novia de un McGregor otra
vez tendrás que olvidarte de que Dylan cumpla su parte del trato contigo. – ¿De qué trato hablan?
- ¡Me importa una mierda si ese pijo del demonio no me quiere decir dónde está ella! ¡Yo
la encontraré sin su ayuda! ¡Pero si alguien ha roto el maldito trato ha sido él haciendo que
Abbey…
- ¿Andy? – Decido irrumpir la discusión para que no llegue a más cuando veo a Andy
agarrar a Alexander del cuello de su camisa, alzando el otro puño en señal de querer golpearlo
con fuerza. Al oír mi voz, ambos se giran hacia mí.
- ¡Abbey, dile a este bastardo que Dylan no te ha hecho nada y que se vaya por donde ha
venido! – Me ordena Alexander. Comienzan a aparecer más personas alrededor de donde estamos,
curiosas de saber qué ocurre. Yo miro a Andy solamente. Su mirada es fiera, pero cuando me mira
a mí parece preocupado.
- ¿Te parece a ti que se la ve bien? ¡Mírala, joder! – Andy contesta a Alexander
señalándome.
Me quiero morir cuando veo a Rachel aparecer y preguntar qué pasa, junto a Carter.
Rachel hace un intento de tomar a Andy del brazo, pero su novio, Carter, le impide hacerlo
agarrándola con fuerza.
- Yo… quiero irme a casa. No me siento bien. – Digo al fin. Andy suspira y me tiende la
mano.
Me acerco a él lentamente mirando a mi alrededor, siendo consciente de que todos me
miran como si estuviera loca. Cuando tomo la mano de Andy él la aprieta con fuerza y me empuja
contra su cuerpo, envolviéndome con uno de sus brazos. Es extraño la sensación de estar a salvo
que por fin siento.
- ¡Abbey, Dylan te llevará! ¡No le hagas esto! – Me pide Alexander mientras Andy y yo
bajamos las escaleras.
- Dylan está dormido o… inconsciente. – Respondo yo mirando hacia atrás en su
dirección, pero sin poder detenerme a hablar con él, pues Andy tira de mí con fuerza hacia el
exterior de esa casa. – Por favor, comprueba que esté bien. – Le pido justo antes de salir por la
puerta principal que conduce al jardín delantero de la casa.
Escucho el gruñido constante de Andy a mi lado y creo que se ha percatado de que tengo
el vestido abierto en la parte trasera, porque se quita su chaqueta de cuero para colocarla sobre
mis hombros, mientras más ojos nos observan salir de esa propiedad con ojos como platos.
Llegamos hasta donde tiene su moto aparcada sin dirigirnos la palabra. No me atrevo a
decir nada ahora mismo. Estoy hecha un mar de dudas. Yo le he metido en este lío. Le he pedido
que viniera a por mí a la primera oportunidad que he tenido, y no entiendo por qué he hecho tal
cosa. Pero ahora, sin duda, me alegro mucho de haberlo hecho. A pesar de que está hecho una
furia y de que sé que me odia o al menos no me traga, tener a Andy ahora mismo conmigo me
devuelve a la vida.
- Perdón. Yo…
- Ponte esto. – Me interrumpe sin mirarme y tendiéndome un casco. Lo cojo y hago lo que
me pide. Andy se coloca otro casco. Me mira con mirada asesina a través del pequeño hueco que
muestra sus ojos, más oscuros que nunca. – Sube. Agárrate bien a mí. – Dice y acto seguido se
sube en su moto. Yo lo hago también, pegándome a su espalda y envolviendo su cintura con mis
brazos con fuerza. Un rugido digno de su dueño emana de la moto y salimos directos a la carretera
principal.
Siento el calor de su espalda y sin darme cuenta tanteo con mis dedos los músculos de su
vientre. Cierro los ojos y trato de recordar su cuerpo desnudo. Lo recuerdo. Entrelazado al mío.
Andy gira la cabeza al notar la irrupción de mis dedos, buscando mi mirada.
- Lo siento. – Titubeo y acabo por entrelazar mis dedos para evitar la tentación.
- ¿Quieres ir a casa? – Grita para que lo oiga bien. No me esperaba tal pregunta.
- No.
- ¿No? – Pregunta confundido.
- Si mi madre me ve así me echará de casa. – Le grito a contra viento para que me
escuche.
- Ya… ¿tienes otro lugar dónde ir? – Vuelve a preguntar. Maldita sea…
- Pues… no. – Andy descarga un suspiro estrepitoso y bruscamente hace un cambio de
dirección. – ¿Dónde vamos? – Pregunto preocupada.
- La llevo a mi jodida casa, señorita Abbey Lynx. – Contesta y comienzo a reírme. – ¿De
qué te ríes, boba?
- Parece que al fin te aprendiste mi nombre. – Por el movimiento de su vientre creo que
Andy también se ríe, pero sacude la cabeza en señal de frustración.
Cuando llegamos a la casa de Andy reconozco enseguida el lugar. Solo he venido una vez
aquí, un día o dos después de conocer al enigmático camarero, pero la pintada sobre sus muros
exteriores es inconfundible. Me quito el casco y me fijo bien en las enormes letras negras que
recubren gran parte de las paredes exteriores. Si tengo que guardarme un objeto tuyo para
recordarte, significa que te voy a olvidar. Siento un escalofrío al leerlas.
Verdades

- ¿Vas a estar mirando las paredes toda la noche? – Andy y su dulzura habitual me sacan
del trance. Sacudo la cabeza y bajo de la moto. Me alegra ver que el efecto de la droga ya no es
tan patente, aunque sigue ahí.
- ¿Te gusta Romeo y Julieta? – Andy baja de la moto también, se quita el casco y sacude la
cabeza. Parece un anuncio de perfume masculino…
- Sí, sobre todo la parte en la que todos mueren. – Me dice con una sonrisa de lo más
falsa. Yo libero una carcajada enorme. – Deja de reírte por todo. Me pone nervioso verte así. ¿Vas
a seguir drogándote y emborrachándote todos los días, bonita? Porque no sé si vas a tener siempre
la suerte de tener a alguien que te rescate de ser forzada a tener sexo por uno de esos hijos de papá
y mamá. – Se me borra la sonrisa de un plumazo al escucharle decir eso. ¿He sido forzada esta
noche? No lo creo… bueno sí. He sido forzada por el ser insaciable de reconocimiento social que
vive en una parte profunda de mi cerebro. – ¡Qué pasa! ¿Te ha tocado ese imbécil sin tu
consentimiento? – Andy tensa la mandíbula y aprieta los puños. Todavía estamos fuera de su casa,
ni siquiera hemos entrado en el jardín y comienza a hacer un frío de justicia.
- No… yo le he dejado. Pero ha sido un desastre. – Bajo la cabeza y miro al suelo. Dos
espesas lágrimas salen de mis ojos, bajan por mis mejillas hasta cruzarse en mi barbilla.
- ¡Eh! ¿Por qué lloras? – Su voz suena ahora más dulce. Tira de mi barbilla para
obligarme a mirarlo. Sus ojos se vuelven más claros cuando lo miro. Es alucinante ser testigo de
esa transformación. ¿Sabrá el efecto que tiene su estado de ánimo en el color de sus ojos? –
¿Quieres a ese imbécil, bonita?
- ¿Vuelvo a ser “Bonita”? – Le reto.
- Tendrás que volver a ganarte que te llame por tu nombre. – Recuerdo que la última vez
que me lo gané fue teniendo la noche de sexo más increíble y maravillosa de mi maldita existencia
y mi cuerpo tiembla. – Pero ahora mismo estoy muy enfadado por las decisiones que estás
tomando con tu vida. Te creía más lista que esto, bonita. ¡Mírate! Tienes el maquillaje corrido de
haber llorado. Apenas te mantienes en pie por culpa de las drogas y posiblemente las hayas
mezclado también con alcohol. Quieres a un tipo que no ve en ti más que un adorno al que
llevar…
- ¡Yo no he dicho que lo quiera! – Grito enervada. Andy abre los ojos de par en par ante
mi revelación. Se han vuelto a oscurecer. Está enfadado. – ¿Me has traído aquí para darme el
sermón? Porque sé muy bien que me he equivocado categóricamente esta noche con mis
decisiones. – Me cruzo de brazos y le doy la espalda.
- ¿Te refieres a que te arrepientes de pedirme que fuera a por ti? – Noto cierto tono de
tristeza en su voz, pero me niego a girarme y comprobar si realmente está triste o es otro de sus
jueguecitos. – Porque si no hubiera ido por ti, ¡quién sabe cómo estarías ahora!
- ¿Por qué viniste? – Le encaro al fin. Parece confundido con mi pregunta.
- ¡Me lo pediste tú! – Contesta y retrocede un paso, alejándose de mí. – ¿Quieres volver
con ese idiota? – Levanta las manos en dirección al cielo.
- No… yo… no sé qué quiero. – Confieso. Andy me mira como intentando descifrar un
enigma. – Me alegro que hayas venido por mí – confieso finalmente – pero no me apetece
quedarme contigo si me vas a seguir tratando como si te avergonzaras de mezclarte con alguien
como yo. – Andy libera una risa de incredulidad. – ¡Es la verdad! ¡Así es como me haces sentir! –
Le apunto con el dedo.
- Si me avergonzara no serías la primera persona que traigo a mi casa en… muchos años.
– Su confesión me deja paralizada. – Así es. Nadie desde que… bueno desde hace una eternidad
ha entrado en mi casa. Así que deberías sentirte cuanto menos halagada.
- Técnicamente no he entrado en tu casa. – Le reto y me muerdo el labio. No sé por qué la
idea de ser la primera persona que se cuele en el refugio secreto de Andy Stone se convierte en la
cosa más emocionante que me ha podido pasar en mucho tiempo. Andy suspira y me coge de la
mano.
- Pues vamos, o nos helaremos de frío aquí fuera. – Dice mientras tira de mí hacia el
interior de la verja descuidada de metal que accede al jardín delantero de la casa. – No se te
ocurra hacer ruido. Y ve directamente hacia donde yo te lleve. – Dice, pero no le presto atención.
Más bien pongo todos mis atontados sentidos en captar la esencia de lo que veo.
Veo luces azules por el bonito jardín y creo que no estoy delirando. Son lucecitas solares.
El azul de las luces hace que los colores de la multitud de flores que lo decoran adquieran
tonalidades fluorescentes. ¡Es lo más bonito que he visto en mi vida! Debería poder volver aquí
cuando esté en mi sano juicio y fotografiar todo esto. ¡Es maravilloso! Una imponente y vieja
mansión cubierta de enredaderas en su exterior se abre paso a mi visión, sin embargo, Andy tira
de mí en dirección opuesta a dicha mole.
- ¿Dónde vamos? – Pregunto con curiosidad mientras Andy tira de mi brazo.
- ¡Shhh! ¡No hables tan alto! – Me reprocha y yo ahogo otra carcajada en la mano que
tengo libre de su agarre. – Vamos aquí. – Susurra cuando llegamos a la entrada de una cabaña de
madera que hay al lado opuesto de una piscina. Al otro lado de la piscina está la casa.
- ¿Me vas a esconder aquí mientras tú duermes en tu casa? – Me quejo. Andy me dedica
una sonrisa de medio lado y abre la puerta de la cabaña con una llave.
- Yo vivo aquí, tonta.
No me da tiempo a decir nada rápido porque me quedo embobada al ver todo lo que hay
en el interior de la cabaña: guitarras por todos lados de todo tipo, un teclado, un imponente equipo
de música, una cama solitaria y gigante en mitad de la enorme estancia y posters de grupos de rock
y pop de lo más icónicos. Cabe también mencionar que la iluminación de la cabaña es también
azul. Azul glacial, como el alma de este chico tan raro. Miro a mi alrededor cuando entro y
toqueteo todo lo que puedo bajo la atenta y escrutadora mirada de Andy Stone. La luz azul revela
además algunas frases escritas sobre las paredes, que brillan en tonos fluorescentes y captan mi
atención. “Mama, just killed a man” versa una de ellas y la asocio rápidamente a la canción
Bohemian Rhapsody de Queen. “Sad songs say so much” leo en otra de las frases, creo que es de
Elton John. En otra leo “you seem to replace your brain with your heart”, no sé de quién es esta,
pero me resulta tan profunda y reveladora de lo que Andy es, que consigue emocionarme. No me
he dado cuenta de que Andy se ha quedado en ropa interior hasta que mis ojos vuelven a toparse
con él para preguntarle el autor de esa frase.
- ¿De quién…
- Janis Joplin. – Responde con el rostro serio, visiblemente incómodo de que esté aquí
hurgando en el interior de su cerebro, pues este lugar parece más bien un reflejo del mismo, un
templo en el que encierra todos sus miedos, anhelos y en el que sin duda hace terapia con la
música.
- ¿Por qué vives…
- Porque me gusta. Es mi espacio. La casa está llena de recuerdos que no quiero revivir. –
Me aclara antes de que pueda terminar la pregunta. – Y no quieres saber cuáles son esos
recuerdos. – Se acerca a mí semidesnudo y comienzo a temblar de nuevo de pies a cabeza. Ese
cuerpo… es el que mi cuerpo ha añorado desde que esta mañana se separó de él. – Toma, ponte
esto para dormir. – Me tiende una de sus camisetas limpias. La cojo y la observo. Es una camiseta
de los Kiss. Hago caso e intento mostrarme segura de mí misma al desnudarme de nuevo frente a
él, pero estoy hecha un flan. Para colmo, el vestido en el que estoy embutida no me lo pone fácil y
no soy capaz de quitármelo yo sola. Andy me observa divertido. – ¿Necesitas ayuda?
- ¡Sí! – Me exaspero. Andy acude a mi espalda rápidamente y aparta mi larga melena a un
lado para ayudarme a deslizar el vestido por mis brazos.
- ¿Sabes? Estás mucho más guapa con tus rizos. Más salvaje. Más…
- Para. – Le pido al sentir su respiración en mi cuello y sus dedos en mi espalda.
- Lo siento, ahora tienes novio, ¿no? Supongo que ya lo habéis hecho oficial. – Sus
palabras tienen un tinte de burla mezclado con reproche mientras tira de mi vestido con fuerza
hasta que llega al suelo. – Oh joder… – exclama cuando me deja solo con el tanga negro que
llevo, con mis nalgas a la altura de su cara.
- ¡Gracias! – Exclamo y me doy la vuelta de inmediato. Tratando de tapar mi pecho con
las manos. Pero tengo que dejarlos a la vista los segundos que tardo en ponerme su camiseta.
Cuando lo hago, Andy está frente a mí mirándome como un guepardo mira a su presa antes
de atacar, aunque no puedo ver el color de sus ojos por culpa de la luz azul. No me hace falta ver
lo verdes que se ven ahora mismo, el bulto en su ropa interior me lo delata. Sonrío.
- ¿Te gusta lo que ves? Puedo quitármelos si quieres para darte una visión más completa.
- Será mejor que no. – Trago saliva. Andy asiente.
- Tienes novio. Lo sé. Un idiota que no está a la altura, pero el que tú has elegido.
- Yo tampoco creo que lo nuestro dure, si te consuela. – Andy frunce el ceño.
- ¿Por qué debería consolarme? Yo no soy una opción para ti. – Sus palabras son como
dagas cubiertas de veneno ponzoñoso.
- Solo porque te estoy dando la razón, imbécil. – Le empujo y me tiro sobre la cama,
tapando mis piernas y mi cuerpo con las sábanas como si pudiera protegerme con ellas de la
vulnerabilidad que Andy me hace sentir. Él me mira durante largos segundos, supongo que
extrañado de tener a una mujer en una cama que ha sido solo suya durante años, puede que nunca
haya traído a una mujer a esta cama. Eso me vuelve a reconfortar, un poco.
- ¿Te ha hecho algo? ¡Dímelo! Sé que ocultas algo para protegerlo. – Dice al fin cuando yo
ya he cerrado los ojos. Al abrirlos compruebo que sigue en la misma posición, en pie, mirándome
desde los pies de la cama, con los puños cerrados.
- Ese es el problema. Que no puede hacerme lo que quiero que me haga. – Mi sinceridad
me sorprende hasta a mí. – Nadie puede. Bueno, tú sí, y no entiendo por qué.
- ¿A qué te refieres exactamente? – Pregunta curioso. Me siento en la cama y decido por
primera vez en mi vida poner las cartas sobre la mesa con alguien cara a cara.
Solo lo he hecho con Obscure, pero he perdido ese vínculo que tenía tan deleitante con
ese siniestro desconocido. Y tampoco ha sido una confesión en persona, me sentía más protegida y
menos vulnerable tras el anonimato que te ofrece una pantalla. Ahora la vida me da la oportunidad
de hacerlo con alguien cara a cara, con Andy; un hombre que jamás será lo que busco, así que no
me da miedo sincerarme con él.
- Solo he tenido orgasmos en mi vida con dos personas, y tú eres una de ellas. – Su cara
no refleja emoción alguna, pero sé que está sopesando lo que digo. Y seguro que acabo de
alimentar todavía más su inflado ego. Pero no me importa ahora.
- ¿Me estás hablando en serio? – Pregunta acercándose a mí y sentándose en el hueco de
la cama que queda a mi lado derecho.
- Muy en serio. Hasta hace unas semanas pensé que no podría sentir un orgasmo jamás.
Pero luego apareció él en mi vida y activó algo en mí que ha trastocado mis sentidos, para bien. –
Respondo pensativa al rememorar algunos detalles de mi encuentro con Obscure, preguntándome
aún si serán solo alucinaciones mías por culpa de la droga.
- ¿Él? ¿Te refieres a la otra persona con la que te has corrido? – Parece muy interesado en
lo que le digo y me hace hasta gracia su gesto. Asiento. – ¿Quién es él? ¿Es Dylan? ¿Por eso estás
con ese desgraciado?
- No, no es Dylan. Es un desconocido que vino a mi fiesta, la que tú me ayudaste a dar en
mi casa. Pero yo estaba bajo el efecto de la droga y no pude ver bien su rostro. – Andy se muerde
los labios.
- ¿Y después de eso solo te has corrido conmigo? – Vuelvo a asentir. No sé descifrar su
gesto pensativo.
- No estoy enamorada de ti, si es lo que te preocupa. – Le informo para que se relaje.
Andy me mira todavía preocupado. – De verdad, no ha sido eso lo que me ha hecho disfrutar del
sexo contigo como nunca antes. Créeme.
- ¿Y qué ha sido? – Está más que intrigado con mi problema.
- No lo sé. Supongo que la improvisación. La falta de presión que he sentido contigo.
- ¿De qué presión hablas?
- Creo que ya sabes más de lo que necesitas. Vamos a dormir, estoy hecha mierda. –
Vuelvo a tumbarme y le doy la espalda para que deje la conversación de una vez a un lado. No
creo querer llegar al trasfondo real de por qué solo puedo correrme con él.
- Yo también he disfrutado contigo más que con nadie en mucho tiempo. – Me quedo de
piedra. Me giro y lo miro. Parece sincero. – Es la primera vez en mi vida que acudo a la llamada
de una mujer. Siempre son ellas las que me buscan a mí. Pero no he dejado de pensar en ti y en lo
que hicimos anoche en todo el día.
- Andy…
- ¡No me he pillado por ti! – Me aclara él también y respiro aliviada. Creo que habernos
sincerado ambos de que lo único que hay entre los dos es atracción sexual y nada más ayudará a
no sentirnos tan tensos y tan a la defensiva continuamente. – No es eso, bonita, pero por fin he
encontrado a alguien que hace este juego de verdad estimulante. Te me resistes y sé que a veces
me aborreces, como yo a ti. – Frunzo el ceño y Andy sonríe ante mi gesto. Después se recuesta a
mi lado, mirándome de frente. – La mayoría del tiempo no te aborrezco, tranquila. La mayoría del
tiempo solo pienso en poseerte. – Ahora soy yo la que sonríe.
- ¿Por qué nos pasa esto? Ambos sabemos que no nos enamoraríamos jamás el uno del
otro.
- No lo sé. Supongo que el amor que estamos retados a encontrar es el amor por nosotros
mismos, quizá. Supongo que la vida nos ha cruzado solo para hacernos sentir un poco mejor con
nuestro cuerpo y mente. Conectar con nuestros reflejos. Ninguno de los dos nos vemos a nuestro
propio yo como los demás nos ven. Proyectamos una imagen que somos incapaces de ver con
nuestros propios ojos.
- ¿A qué te refieres? – Su argumento captura toda mi atención, a pesar de que estoy a punto
de desfallecer del cansancio.
- Tú no eres capaz de ver lo preciosa que eres tal y cómo eres. Eres lista, elocuente,
enérgica y muy embaucadora. Tienes carácter de líder. Sin embargo, tienes esa cabecita llena de
inseguridades que bloquean toda esa verdad en tu mente y no te deja disfrutar de ti misma. – Estoy
impresionada con su análisis.
- Tú también eres así. – Reafirmo su tesis. Andy me sonríe.
- Entonces no es tan malo que ambos aprendamos a disfrutar de nosotros mismos
disfrutando el uno del otro. – Andy se acerca peligrosamente a mí, dejando sus labios a escasos
centímetros de los míos. No puedo apartar mis ojos de sus carnosos labios. – Yo puedo darte lo
que tanto anhelas, bonita. Puedo devolverte esa parte de tu alma que la sociedad en la que vivimos
te ha quitado. Y, puede que tú también puedas hacer algo así por mí. – Sus dedos acarician mis
labios y mi boca se siente sedienta al ver su lengua deslizarse por su labio inferior. – Me gusta
tocarte. Y a ti te gusta lo que mi tacto te hace sentir.
- No debería. – Digo, pero no me aparto de él. Ni siquiera cuando su mano envuelve mi
cintura y me aprieta a él.
- Dylan no te merece. No estarías haciendo nada malo si decidieses engañar a ese
desgraciado. Solo estás haciendo algo por ti, algo que nadie más hará por ti más que tú misma. –
Sus labios acarician los míos y cierro los ojos. – Piénsalo bien. – Me besa con una lentitud
aniquiladora y se separa de mí, dejándome vacía y con un inmenso frío en mi interior. – Si quieres
que te dé eso que añoras, solo tienes que pedírmelo, bonita. Quizá solo dure unas horas y después
el hechizo que nos ha unido se rompa. O quizá puede que dure días, no sé. Pero quiero que sepas
que, ahora mismo, te deseo tanto como tú a mí. Pero no seré yo quien te obligue a hacer algo
contra tu voluntad. Descansa, anda. – Andy alarga su brazo hasta dar con un control remoto que
apaga las luces azules de la cabaña y quedamos en completa oscuridad.
- Buenas noches Andy.
- Buenas noches, Abbey. – Susurra mi nombre en mi oído.
Sonrío al escuchar mi nombre de sus labios y cierros los ojos, sonriente. Tardo más de lo
que creí que iba a tardar en dormirme, dándole vueltas a su proposición, que muchos
considerarían indecente. No sé si quiero convertirme en el tipo de chica que engaña a su novio
solo porque no encuentra el placer corporal en él, pero sí en alguien completamente contrario a lo
que su mente le dicta. Sin embargo, puedo encontrar cierta verdad profunda y puede que hasta un
poco filosófica en las palabras de Andy. ¿Puede una persona vivir el resto de su única existencia
como ser humano negándose a conectar con esa parte de su cuerpo, de su alma, de su ser, solo
porque no esté haciendo lo “moralmente” correcto?
Temores

- ¡No! ¡¡¡No!!! – Los gritos de Andy me despiertan en mitad de la noche. Otra vez habla
en sueños.
- ¿Andy? – Le llamo.
- No te vayas. – Suplica en sueños y me aferra con fuerza. Creo incluso que está llorando.
- Andy, despierta. – Le digo, pero no consigo despertarlo. Alargo mi mano y tanteo la
pared de mi lado de la cama, finalmente consigo dar con un interruptor que activa la intensa luz
azul de su cabaña. Me giro y lo veo retorcerse en sueños. ¿Qué estará soñando?
- No es justo… ¡Te odio! ¡¡¡Te odio!!! – Grita con todas sus fuerzas. Tanto que me asusta.
- ¡Andy, despierta! – Me coloco sobre él y le sacudo la cara con fuerza. – ¡Andy! – Andy
abre los ojos de golpe y de un solo movimiento, nos hace girar a ambos, dejándome atrapada bajo
su cuerpo. Sus pupilas están dilatadas. Está cubierto en sudor y su respiración es acelerada. –
¿Estás bien? – Sus manos sujetan mis muñecas con mucha fuerza. Me hace daño. – Andy…
- Lo siento, bonita. – Dice escondiendo su mirada de la mía y aflojando el agarre de mis
muñecas, pero sin liberarme. – Creo que he tenido una pesadilla. Supongo que ya habrás notado
que hablo en sueños. – Me dice con una sonrisa vergonzosa.
- ¿Hablar? Te han escuchado hasta en la luna. – Andy ríe, pero sé que todavía está
nervioso por el sueño. Quiero preguntarle. ¿Debería? – ¿Con qué soñabas? – Pregunto finalmente.
- No lo recuerdo. – Contesta con sequedad. – Pero sé de algo que me ayudaría a
recordarlo. – Ahora su voz suena seductora. Sin saber el porqué de su cambio de actitud, ahora
tengo sobre mí al Andy embaucador. Se acerca lentamente a mí y comienza a besar mi cuello.
- ¿Qué haces? – Jadeo.
- Necesito una distracción. – Besa mi mandíbula y la mordisquea. – Déjame distraerme
contigo.
- Eso quiere decir que sí recuerdas lo que soñabas. – Andy no responde, sino que me
provoca más apretando su creciente erección escondida tan solo tras la fina tela de su ropa
interior contra mi sexo. Mi cuerpo entra en ebullición instantáneamente. – ¿Tiene que ver con el
trato que has hecho con Dylan? – Entonces Andy para de besarme, aprieta de nuevo mis muñecas
con fuerza y me mira desafiante.
- ¿Qué sabes tú de eso?
- Nada. Solo lo que oí cuando discutías con Alexander. – Andy gruñe. – Dime qué te
prometió. – Exijo saber.
- No es de tu incumbencia. – Vuelve el Andy autoprotector y agresivo.
- Puedo ayudarte a convencerlo para que haga por ti lo que quieres que haga. –
Contraoferto, sedienta de información sobre lo que realmente le pasa a Andy.
- No creo que sea buena idea involucrarte en esto. – Dice, pero sé que está dudando. – De
todos modos, he roto mi parte del trato al llevarte conmigo y traerte a mi cama. Así que dudo
mucho que nada en el mundo haga que McGregor cumpla su parte del trato. – ¿Significa eso que
Andy ha antepuesto mi seguridad a sus deseos personales?
- Con más motivo. Creo que te lo debo. – Andy traga saliva. Sé que se debate entre
contármelo o no. Pero sus labios siguen sellados. – Si me lo cuentas te daré a cambio lo que
quieras. – Sus ojos se abren de sorpresa.
- ¿Lo que quiera y cuando quiera? – Suena tentado.
- No abuses. Solo esta noche. – Levanta una ceja.
- ¿Sigues colocada? – Sacudo la cabeza en una rotunda negativa. – Te dije que te daría lo
que necesitas solo si me lo pedías tú. – Parece enfadado con que yo tenga el control de la
situación.
- Creo que eres tú el que lo necesita. Me lo has dicho.
- McGregor me prometió que me daría información sobre el paradero de mi madre si le
guardaba un sucio secreto que resulta que yo conozco y si me mantenía alejado de ti. – Confiesa
por fin, pero se separa de mí y se tira bocarriba sobre el colchón. Creo que no quiere que vea la
vergüenza en sus ojos por querer todavía recuperar a su madre, a pesar de que ella le abandonó
años atrás. – ¿Contenta? Ahora duerme.
- Estaré contenta cuando cumpla mi promesa. – Digo y me subo sobre él.
Andy me mira expectante a ver cuál será mi próximo movimiento. Mis manos son las
primeras que cobran vida propia y recorren la suavidad de su torso musculado. Noto como su
respiración vuelve a sobresaltarse con ese simple gesto y me siento victoriosa. Me agacho sin
dejar de mirarlo y lamo su pecho y sus pezones con erotismo. Su piel se eriza con el contacto
húmedo de mi lengua y siento como se tensan cada uno de los músculos de su cuerpo bajo el mío.
Mi boca busca con desesperación la suya y nuestras lenguas se entrelazan sedientas la una
de la otra. Con mi mano tanteo su entrepierna, que se ha vuelto dura y grande como nunca.
Andy gruñe en mi boca y aprieta uno de sus puños en mi cabello para hacer el beso más
salvaje. Intento bajarle la ropa interior y él levanta sus caderas para ayudarme a ello.
Cuando he liberado su erección, la aferro con fuerza en mi puño y vuelvo a sentir su
gemido en mi boca. Con mi pulgar masajeo la punta y extiendo por toda ella las gotitas de fluido
que emanan de su duro miembro.
- Por lo que más quieras, bonita, déjame sentirte…
- ¿Cómo me has llamado? – Le reto. Andy deja escapar una risa y un gemido a la vez que
vuelve a reclamar mis besos con salvajismo.
- Métela, Abbey. – Ruge en mis labios. Creo que es la primera vez que un hombre me cede
el poder de esta manera tan gloriosa y me siento más poderosa y libre que nunca. Acerco la punta
de su erección a la creciente humedad de mis braguitas y la froto contra mí.
- ¿Ves lo mojada que estoy?
- Abbey… por favor…
- Di mi nombre otra vez. – Le ordeno.
- Abbey. – Pronuncia con fuerza a la vez que levanta su cabeza del colchón y vuelve a
buscar mis labios. – Hazlo. Libéranos de este fuego abrasador. – Sus manos buscan mi sexo,
apartando a un lado la tela de mis braguitas y, con sus dedos, hace magia en el exterior de mi
humedad. – Mira cómo estás. Mira cómo estoy. Hazlo. – Su voz es como un canto de sirena al que
no me puedo negar e introduzco toda la magnitud e intensidad de su deseo por mí en mi interior.
Ambos gemimos con fuerza. – Síiiii – el instinto más carnal nos posee a ambos y comienzo a
moverme sobre él como si no hubiera un mañana. con mis dedos entrelazados en los suyos, Andy
me sirve de apoyo e impulso y yo arqueo mi espalda y mi cabeza y aúllo de placer como una loba
en celo. – Abbey, no tan rápido o no podré esperarte…
Pero no puedo parar. El control que ahora mismo tengo de su cuerpo y sentir como mis
movimientos desenfrenados propician su devastadora invasión en mi cuerpo me hace perder la
noción del tiempo y del espacio. Como si mi alma se elevase varios metros del suelo y pudiera
tocar las estrellas. Le escucho rugir su orgasmo al pronunciar mi nombre de manera deformada,
pero no me detiene. Ni sus espasmos tampoco. Gracias al cielo su erección no ha mermado y
puedo seguir tocando el cielo un poco más hasta que estallo en un desgarrador orgasmo que me
rasga la voz y me hace desplomarme y perder casi la consciencia.
- No ha sido tan malo, ¿verdad? – Pregunta aún sin aliento. Lo miro y me sonríe con
arrogancia. Yo me pongo roja como un tomate. No llevo ni veinticuatro horas de relación seria con
Dylan y ya le he engañado con otro…
- Supongo que no. – Me niego a confesarle que ha sido la experiencia más espiritual y a la
ver carnal que he experimentado en mi miserable vida.
- Pues ahora que has terminado de abusar de mí, deberíamos dormir un poco más. Mañana
tengo turno doble. – Bromea y se gira para buscar el interruptor de la luz. Al hacerlo, una imagen
se clava en mis retinas y mi cuerpo se tensa. Alargo el brazo para frenarlo y que no apague la luz.
– No me digas que quieres más, por favor…
- ¡¿Qué es eso?! – Grito y me pongo de rodillas en la cama. Estoy en shock. No puede ser.
- ¿De qué hablas, bonita? – Se gira para mirarme, imposibilitándome seguir analizando lo
que mis ojos ya han guardado en mi cerebro. – Oye, me estás asustando. ¿Qué te pasa?
- ¿Eres él? – Pronuncio en un susurro. ¿Cómo no me he fijado antes en el tatuaje que Andy
tiene en su espalda? Es ese demonio bello de ojos amarillentos que creí ver cuando Obscure
apareció en mi fiesta para salvarme. Si es cierto que Obscure y Andy son la misma persona,
significa que Andy ha tenido toda esa información de mí durante todo este tiempo y la ha usado en
su beneficio, para manipularme. – ¡Eres él! ¡Eres el cobarde de Obscure! ¡Lo has sido todo este
tiempo y estás jugando conmigo, como juegas con todas! – Siento lágrimas de ira y traición en mis
ojos.
- No tengo la menor idea de lo que estás hablando, bonita. – Tengo que reconocer que es
un magnífico actor. Parece completamente sorprendido por lo que digo.
- ¡Deja de fingir! ¡Acabo de ver tu tatuaje! ¡Eres el charlatán que conocí en ese chat de
gente de Malibú que buscaba mujeres con quien tener sexo! ¡No te hagas el tonto! Te confesé mi
problema con el sexo porque pensé que no nos conoceríamos jamás. Te abrí las puertas de mi
mente y has jugado con mi información a tu antojo.
- Abbey, ¿de qué demonios estás hablando? ¿Y qué tiene que ver mi tatuaje con todo eso?
– Parece completamente desconcertado. No puede ser. Lo recuerdo bien.
- ¿De verdad pensabas que no me daría cuenta?
- Abbey, no sé por quién me tomas, pero, ¿de verdad te parezco la clase de hombre que
necesita entrar en un chat para conocer a mujeres y tener sexo con ellas? – Ahora parece molesto,
muy molesto. Sus palabras me hacen pensar. No, Andy no me parece de esos hombres en absoluto.
- Pero… tu tatuaje… lo vi en mi fiesta. Yo…
- Me viste semidesnudo, sí, porque yo estaba a punto de tener sexo con la rubia esa
cuando entré con ella en tu habitación y te vi toda destrozada en el suelo y a McGregor… ¡mejor
será que me calle! – Grita enfurecido al recordar algo.
- ¡¿Qué viste?! ¡¿Qué pasó en esa fiesta?! Yo no lo recuerdo bien y he tratado de averiguar
lo que pasó durante todo este tiempo.
- Pasó que alguien te drogó y trató de aprovecharse de ti. – Su mirada se vuelve tan fiera
que me cuesta mantenérsela. – Y espero y deseo que no se te ocurra pensar por un solo instante
que yo quise hacer tal cosa, porque yo fui quien llamó a tu hermana y me quedé a tu lado hasta que
vi que estabas estabilizándote. Puedes preguntarle a Serena si quieres. Yo jamás tocaría a una
mujer que está al borde de la inconsciencia. – Tiene razón. No lo ha hecho esta noche, a pesar de
que él sabía que yo lo deseaba tanto como él y, cuando al fin me ha permitido disfrutar de su
cuerpo, lo primero que me ha preguntado es si todavía estaba colocada.
- Lo siento… pero pensé que había vivido algo que… da igual. – Me tumbo de nuevo en
la cama de Andy y él apaga la luz. No decimos nada más.
Siento una distancia extraña que me separa de Andy ahora mismo, a pesar de que está
tumbado justo a mi lado. Sé que él tampoco duerme, porque su respiración denota que está rabioso
y desconcertado por mi reciente acusación. Creo que imaginé lo de Obscure. Pero entonces, tuve
que haber imaginado también la conversación que mantuve con él por chat al día siguiente. Es
posible, todavía estaba bajo el efecto de las drogas…
Ahora mismo nada y todo tiene sentido en mi cabeza.
Despertar de los sueños

Una luz cegadora entra de algún lado y me despierta. Los recuerdos de la noche anterior
se abren paso en mi mente a cuentagotas. Sé dónde estoy, pero estoy sola. Me incorporo y
compruebo que efectivamente Andy no está junto a mí. Dudo que se haya ido y me haya dejado
aquí, atrapada en su refugio al que yo llamo “su mente” a mis anchas, para poder indagar con total
libertad. Me pongo en pie y miro a mi alrededor. Con la luz solar no pueden leerse todas esas
frases pintadas en sus paredes. Solo puedo ver sus instrumentos, un tablón con algunas partituras
colgadas en él y un ordenador portátil.
La tentación de abrirlo y comprobar que Andy no es el ser oscuro que trajo la luz a mis
días es abrumadora y, cuando estoy a punto de hacerlo, la puerta de la cabaña se abre y veo a
Andy completamente vestido aparecer por ella.
- Buenos días. – El tono de su voz me revela la magnitud de su enfado.
- ¡Hey! – Me acerco a él y me aferro a su cuello. – Andy, mírame. – Lo hace a
regañadientes. – Lo siento. Siento lo que te dije. – Lo digo en serio. Aunque Andy fuera Obscure
estaré eternamente agradecida a ambos por la oportunidad que me han brindado de conectar con
mi cuerpo de esta manera. La mirada de Andy ahora parece la de un niño pequeño asustado. – Sé
que no eres capaz de hacer daño de forma deliberada. – Digo sin convicción, pero de alguna
forma sé que es lo que necesita oír.
- No me conoces, bonita. – Suspiro.
- Todo lo que hemos hecho ha sido porque yo así te lo he pedido. – De esto sí estoy
convencida. Incluso si lo que sucedió en ese baño durante mi fiesta fuese cierto, Obscure solo
hizo lo que yo le supliqué que hiciera. Andy tensa su mandíbula. Sigue distante. Me suelto de su
cuello y suspiro. ¿He perdido la oportunidad de seguir sintiendo lo que solo él puede darme? –
¿Te echas atrás en tu propuesta? – Andy frunce el ceño.
- No podría disfrutar plenamente con alguien que piensa que soy capaz de manipularla
para tener sexo. – Agacho la vista al suelo. – Así que dime tú, ¿sigue en pie? – Vuelvo a mirarlo,
confundida.
- ¿Qué quieres decir?
- Es fácil, bonita. Ya hemos confesado ambos qué es lo único que buscamos el uno del
otro. Nada de amor, pero no es solo sexo. Ambos buscamos esa conexión con nosotros mismos.
Pero tú no puedes dármela si piensas que soy alguien que solo busca aprovecharse de ti.
- No pienso eso. – Busco sus ojos para que sepa que lo digo de verdad.
- Entonces, ¿no me recriminarás nunca que no seas la única? ¿No exigirás de mí algo que
no te pertenece, como todas? – Sé que habla de exclusividad y mi pecho se resiente. A pesar de
que no ame a Andy, todo lo que he conocido de las relaciones personales se basa en la lealtad a la
otra persona, haya o no haya sentimientos de por medio. Todo lo demás es traición y adulterio. Y
las normas de la sociedad en la que vivimos jamás me dejarán liberarme de esas ataduras. Pero lo
intentaré, por una vez, nada más.
- No lo haré. Y tú tampoco. – Levanto mi dedo meñique para sellar nuestra promesa. De
una forma infantil, soy consciente, pero lo único que se me ocurre. Al fin Andy sonríe y entrelaza
su dedo meñique con el mío.
- Tampoco lo haré. Ven, desayunemos. – Coge mi mano y tira de mí hacia el exterior de la
cabaña. Entrecierro los ojos, tengo que acostumbrarme a tanta luz y la resaca no me lo pone fácil.
El jardín de su casa es igual de mágico a plena luz del día. Veo una mesita de jardín
pequeña con comida sobre ella. ¿Andy ha preparado el desayuno? Zumo de naranja… tostadas…
café… muffins…
- ¿Has preparado todo esto? – Pregunto sonriente mientras me siento en una silla y bebo el
exquisito zumo de naranja. Andy se sienta a mi lado y sin mirarme responde.
- Ha sido Eiden. – Me pregunto qué estará pensando para estar tan distante.
- ¿Quién es Eiden? – Pregunto mientras doy un bocado a un muffin.
- La mujer de mi vida. – Sonríe con mirada perdida. ¡Vaya! Siento las llamas de los celos
arder en mi interior, pero me las trago junto al bocado de muffin para no romper tan pronto mi
estúpida promesa.
- ¡Ah! – Digo. ¿Andy tiene novia? ¿Vive con ella? ¿Tiene una relación de esas abiertas?
¿Podría yo alguna vez tener algo así sin que mi cabeza estallara? – Dale las gracias de mi parte. –
Disimulo como puedo.
- Ahora mismo. Viene por ahí. – Señala el sendero junto a la piscina. Veo sus ojos verdes
brillar más que nunca cuando mira a esa chica. Es una chica menuda y frágil, con la sonrisa más
bonita y sincera que he visto en mi vida. Ardo de celos que no comprendo. Es una belleza
angelical, pero no tiene nada que ver con la que ves por las redes sociales, y yo de esa belleza
entiendo bastante. – Abbey, esta es Eiden. – Dice Andy cuando la chica está en pie sonriente frente
a mí, mirándome con… ¿gratitud? Debería odiarme. Debería sentir que soy su enemiga, como
normalmente sentimos las mujeres cuando rivalizamos por la atención de un hombre. Yo, al menos,
siento eso ahora mismo mientras me pongo en pie y le tiendo mi mano. Espera… ¿No he visto su
rostro antes?
- Hola, encantada. – Digo y mi voz suena minúscula. La chica de pelo castaño y ondulado
me sonríe con ganas y hace un gesto con la mano en su cara. Pero no pronuncia palabra. Me
estrecha después la mano y yo miro a Andy confundida.
- Eiden dice que eres muy guapa. – Me aclara Andy, pero sigo igual de confundida. – Es
sordomuda. No puede hablar. – ¡Oh! Eso sí que no lo esperaba. Supongo que hasta este ángel
caído del cielo no es perfecto del todo.
- Pues… dile que muchas gracias. – Le pido a Andy sintiéndome completamente inútil.
Andy coge a Eiden de la mano para captar su atención y comienza a hacer una serie de gestos a los
que Eiden le contesta con otros. Es lo más sexi que he visto en mi vida… ¿Estaré convirtiéndome
en una enferma? – Dile que muchas gracias por el desayuno. – Le pido a Andy de nuevo para
poder incorporarme de alguna manera en la conversación, pues me siento ahora mismo de lo más
extraña.
- Puedes hacerlo tú misma. Eiden lee los labios. – Andy se levanta de su asiento y se va,
llevándose una tostada entre sus labios.
- ¿Qué haces? – Me quedo aterrorizada. No sé hablar el lenguaje de gestos y no sé si estoy
preparada para quedarme a solas con la novia de Andy, que sin duda sabe que ha tenido sexo
conmigo esta noche.
- Me voy a duchar. Tengo que estar en el trabajo en una hora. – Me aclara y vuelve a
hacerle varios gestos a Eiden. La chica asiente y me mira. Sonríe de nuevo y toma asiento a mi
lado. – Eiden dice que te prestará algo de ropa limpia. Si quieres ducharte, ella te llevará al baño
de invitados. – Dice Andy y desaparece de mi vista entrando en la vieja, extraña y enorme casa
que hay frente a mí. Yo miro a Eiden aterrorizada. Sin saber qué hacer o decir.
- Yo… lo siento por haber venido. No debería… yo no sabía… – comienzo a decir
dubitativa y me pongo en pie. Supongo que debería ponerme mi ropa y marcharme de aquí
rápidamente antes de hacer o decir alguna tontería que me ponga en un aprieto de los grandes. Sin
embargo, Eiden coge mi mano con fuerza y tira de mí para evitar que me levante. Me siento de
nuevo y la miro esperando a que me revele de alguna manera cómo se siente conmigo aquí. Lo
único que hace es colocar un mechón de pelo tras mi oreja y me mira con ternura. De repente veo
que sus ojos se han vuelto del color de la miel, a pesar de que antes parecían marrones. Y me doy
cuenta de que sus ojos son los más expresivos que he visto en mi vida. Seguro que debido a la
falta de palabras habrá aprendido a expresarse de otras muchas formas. Comienza entonces a
gesticular y sé que quiere decirme algo, pero no la entiendo y me frustro. – No te entiendo. – Le
digo y entonces la veo levantarse, también frustrada, entra en la cabaña de Andy y sale con un
papel y un boli en las manos. Mientras tanto yo me rebano los sesos con miles de dudas en mi
cabeza. Eiden escribe algo en el papel y me lo muestra. – Me alegra mucho que Andy haya traído
a alguien a casa. – Leo en voz alta. Le observo sonreír. ¿Está feliz de ver a alguien, aunque se
acueste con su novio? ¿Tiene Andy a esta criatura reclusa aquí? – Tú… ¿no sales de casa? –
Pregunto y miro a todos lados para evitar que Andy me oiga. Ella escribe rápidamente su
respuesta y la vuelvo a leer en voz alta. – Sí, pero Andy siempre me tiene aparte de sus amistades.
Me alegra saber que no está solo cuando sale por ahí. – Vuelvo a mirarla. – Vaya, es muy generoso
de tu parte. – Le admito y ella se encoge de hombros. – ¿Vivís solos tú y Andy aquí? – Pregunto.
Eiden mira hacia la casa con nostalgia. Después niega con la cabeza y escribe dos nombres en el
papel: Laura y Abraham. – ¿Son el padre y la hermana de Andy? – le pregunto, pero ella no me
mira y no sabe que le estoy preguntando, así que uso la misma táctica que he visto a Andy usar con
ella. Le cojo de la mano y capto su atención. – Son el papá y la hermana de Andy? – Ella me mira
estudiando mi rostro. Después se tapa la boca con las dos manos, como si no debiera haberme
rebelado esa información. – Puedes confiar en mí. – Le digo tendiendo mis manos hacia ella. En
ese momento sale Andy de la casa y Eiden se levanta rápidamente y desaparece de mi vista.
Andy le vuelve a decir algo en lenguaje de signos y se acerca a mí.
- Tenemos que irnos ya. Eiden ha ido a por algo de ropa para dejarte. – Me informa.
- No hace falta. Yo…
- Sí, perdona, pero ayer rasgué un poco tu caro vestido cuando te lo quité. – Es la primera
vez que veo a Andy avergonzado y me fijo que se rasca la nuca al decirme eso. Sonrío.
- En ese caso necesitaré algo. – Digo poniéndome en pie y sonando esta vez más cómoda
con la rara situación. Andy me mira de arriba abajo y me doy cuenta de que estoy únicamente
vestida con su camiseta y un tanga. – Deja de mirarme así, es raro. – Le digo. Él ladea la cabeza
sin comprender. – Mira, sé que esto es normal para ti, pero para mí no. Tengo que acostumbrarme.
- Deja de resistirte a tus impulsos y no será tan difícil. Y deja de hacer caso a lo que los
demás digan. Escucha solo esto. – Su voz suena grave y sus ojos brillan cuando se acerca a mí y
deposita su dedo índice sobre mi sien. – No sabes lo sexi y apetecible que estás con mi camiseta y
toda despeinada, bonita. – Sus labios se acercan peligrosamente a los míos y, justo cuando voy a
sucumbir y a besarlos, veo a Eiden aparecer alegremente con un vestido en las manos.
Empujo a Andy instintivamente y me separo de él. Andy me mira rabioso, sin entender mi
rechazo y yo cojo el vestido amarillo de florecitas que Eiden me tiende gesticulando un “gracias”
de forma exagerada. Después me giro sobre mis talones, entro en la cabaña de Andy y cierro la
puerta para tener un poco de privacidad. Esto es demasiado raro… es demasiado… demasiado de
todo…
- ¡Date prisa! – oigo su reclamo furioso desde el otro lado de la puerta de la cabaña y me
afano por vestirme rápidamente.
El vestido es todo lo contrario a lo que estoy acostumbrado a llevar. Nada exuberante ni
pretencioso. Es lo más normal que he llevado en mucho tiempo. Más incluso que la camisa que me
dejó Lillian ayer. Pero no me detengo mucho en pensarlo. Me calzo mis tacones y de repente
recuerdo que me dejé mi bolso en la fiesta de casa de Alexander. ¡Mierda!
- ¡Andy! – Salgo a toda prisa de la cabaña y me encuentro a Andy y a Eiden hablando en
signos, seguro que hablan de mí. Él me mira y sonríe al verme vestida así.
- ¿Vamos?
- ¡Maldita sea, me dejé mi bolso en la fiesta anoche! ¡Joder! ¡Mierda puta! – Grito al
cielo. No sé si estoy preparada para hacer frente a Dylan y a los demás ya. Después de mi
numerito de anoche, seguro que me estarán despellejando viva. Andy suelta una carcajada al
verme maldecir. – ¡No tiene gracia!
- Está en el maletín de mi moto. Vamos, anda. – Suspiro aliviada y Andy me coge de la
mano para llevarme a tirones fuera de la casa.
Sin poder evitar su agarre, me despido de Eiden con la mano por el camino y ella hace lo
mismo conmigo conteniendo una risa al ver la estampa. Al llegar a la moto de Andy, abre el
maletín y saca un casco para mí de él. Me reconforta ver mi bolso en él. Me pongo el casco y
tomo lugar en la moto detrás de él.
En un raro silencio tomamos camino hacia mi casa. Ni siquiera sé si mi madre me ha
llamado durante la noche o, por el contrario, está más que tranquila pensando que he pasado la
noche con el que todo el mundo considera el hombre perfecto para mí: Dylan.
¿Qué debería hacer ahora con Dylan? La verdad es que no quiero terminar con él, mucho
menos ahora que sé que Andy tiene a Eiden: la mujer de su vida. Entiendo lo que siente por ella
completamente. Ver a esa chica tan bonita, frágil y a la vez especial me ha hecho plantearme si hay
algo especial en mí que me distinga de todas esas “influencers” que hacen lo que sea por captar un
poco de atención de extraños que jamás sabrán lo que realmente son. ¿Soy yo especial? ¿Puedo
ofrecer algo aparte de mi belleza artificial?
Mis pensamientos me tienen tan distraída que olvido pedirle a Andy que no me deje frente
a mi casa, pues será difícil explicarle a mi madre por qué ha sido este “inadaptado” el que me ha
traído a casa. Y tampoco sé cómo explicarle que me he dado cuenta de que las “inadaptadas”
somos nosotras. Esta vida que vivimos es mucho más de lo que las redes sociales muestran. Está
llena de belleza rara y escondida que no todos los ojos son capaces de ver. ¿Ha sido Eiden la que
me ha hecho volverme tan filosófica repentinamente?
- Bueno, bonita. El viaje acaba aquí. – Me informa Andy al parar frente a la puerta
principal de mi casa. Yo trago saliva y cruzo los dedos para que ni mi madre ni mi padre se
asomen para ver con quién llego.
- Muchas gracias. – Contesto bajándome de la moto y quitándome el casco. – Necesito mi
bolso. – Le pido sintiéndome de lo más extraña. Andy baja de la moto y se quita el casco. Me
sonríe y después abre el maletín para darme mi bolso.
- Aquí tienes. – Me lo da y yo lo cojo. No sé por qué no quiero despedirme aún. Es como
un imán que me une a su presencia. – Te enviaré un mensaje después para que tengas mi número. –
Dice y asiento. Aunque ambos sabemos que solo tengo que pedírselo a Serena. Pero me reconforta
saber que me escribirá. – Si alguna vez quieres verme, solo tienes que escribirme. – Las dudas me
asaltan. No soy capaz de hacer algo así. De hacerle eso a Dylan, a Eiden… Si me llamara él para
pedirme que nos viéramos sería diferente. Sería más fácil.
- ¿Aunque sea solo como amigos? – Pregunto tanteando mis posibilidades. No quiero
perder el vínculo con Andy. Mi mente me grita que no lo deje salir corriendo de mí. Pero estoy
muy confundida. Andy se pone serio.
- ¿He hecho algo que cambie tus ideas? – Agacho la mirada.
- No. Pero tengo que pensar mejor si estoy dispuesta a ser tan egoísta y dañar a alguien
más por puro capricho. – No estoy pensando en Dylan al decir esto, porque de alguna manera,
aunque no quiera reconocerlo, sé que Andy tiene razón y Dylan se lo merece. Pero Eiden…
- Anoche no te importó. – Me reprocha, pero parece más angustiado que enfadado.
- Anoche no sabía que…
- ¡Abbey! ¡Entra en casa ahora mismo! – Mi madre grita a mis espaldas y yo aprieto los
ojos. Mierda. Andy la mira y luego vuelve a mirarme a mí.
- Piénsalo bien. Yo no te he escondido nada. Te seré todo lo sincero que pueda e intentaré
que no te sientas mal en ningún momento. Lo prometo. – Me pide y vuelve a ponerse el casco y a
subirse en su moto.
- Lo pensaré. – Prometo. Andy asiente y lo veo alejarse de mí cuando mi madre ya está
saliendo a por mí, gritando mi nombre como una posesa.
- ¡¿Qué demonios haces con ese impresentable?! – Me grita mi madre cuando me alcanza,
tirándome del brazo. La encaro.
- Ese impresentable es amigo de Serena y mío. – Me defiendo.
- De Serena me da igual. Pero no quiero verte a ti enredada con gente así, ¿me oyes? –
Abro los ojos.
- ¿Por qué Serena puede elegir sus amistades y yo no? – Levanto las manos al cielo.
- Porque ella no tiene remedio. Tú sí.
- ¡Mamá, eso es muy injusto! – Le apunto con el dedo. Mi madre mira a nuestro alrededor,
preocupada por dar el espectáculo a los vecinos. Ya la conozco…
- ¡Vamos a casa y hablamos! Y… ¡¿qué demonios llevas puesto?!
- ¡Mamá, deja de controlar mi vida de esta manera! ¡Ya no soy una niña! – Protesto.
- ¡Pues deja de actuar como si lo fueras! – Mi madre tira de mí hacia el interior de casa y
me lleva hasta la cocina a tirones. – No quiero verte con gente así, Abbey. No lo permitiré.
Mientras vivas en mi casa al menos haré lo posible por evitarlo.
- Mamá, solo me ha traído a casa. – Miento. – Dylan estaba… demasiado colocado para
hacerlo él. – Digo esperando que mis palabras le revelen que está completamente equivocada
sobre lo que me conviene o no.
Ella hace como si no lo escuchara.
- No quiero ni pensar lo enfadado que estará el pobre muchacho contigo porque “ese” te
trajo a casa.
- ¡Si realmente le preocupara cómo llegaba a casa no se habría drogado anoche! – Mi
madre sigue sin querer oírme y tiro de su brazo para captar su atención. – ¿Me oyes?
- Oh, Abbey, no trates de ilustrarme acerca de cómo es el mundo hoy en día. Te recuerdo
que tú y tu amiguita Elsa protagonizasteis un siniestro episodio también. – Mi madre me da donde
más me duele con lo de Elsa y me quedo sin palabras. – Supongo que Dylan también es un joven
más que quiere divertirse y que se equivoca a veces, como todos. Pero es lo mejor que va a
pasarte y deberías cuidar lo que tienes con él. Porque puede presentarte a las personas adecuadas
y puede hacer de ti todo lo que tú querías ser.
- ¿Lo que yo quiera ser? – Pregunto con ojos humedecidos. – ¿Desde cuándo te ha
importado lo que yo quiera ser? A veces, quisiera ser como mi hermana; invisible, libre. – No veo
venir la cachetada que me da mi madre y que me hace perder el equilibrio. Me toco el cachete,
inflamado con el golpe, y no me creo que mi madre haya hecho eso.
- Escúchame bien. Sé que hice las cosas mal con tu hermana y sé que la culpable soy yo,
no ella. Ella es solo una víctima de mis estúpidas decisiones del pasado. Pero no estoy dispuesta
a perderte a ti también. Tú eres todo por lo que he luchado en la vida, Abbey. Tú puedes conseguir
todo lo que yo no pude. Solo tienes que encontrar la manera de controlar tu estúpido instinto
rebelde y aprender a valorar todo lo que tienes.
- ¿Qué quieres decir con que Serena es víctima de tus decisiones del pasado? – Mi madre
cambia el gesto de su cara por el de mujer feliz que tan bien tiene ensayado, aunque tras esa
máscara se oculte una mujer completamente desquiciada y amargada.
- Anda, cámbiate de ropa. He invitado a Dylan y a su madre a almorzar con nosotros y
será mejor que te vea presentable.
- ¡Que has hecho qué! – Pregunto incrédula. – ¡¿Cómo has podido?!
- Ese chico llamó muy preocupado a primera hora de la mañana. Le mentí y le dije que ese
impresentable se presentó en la fiesta de anoche para recogerte porque a Serena se le había
pinchado una rueda y yo le pedí a tu hermana que enviase a alguno de sus amigos a por ti. ¡De
modo que no me desmientas! Y la próxima vez que pases la noche fuera más te vale que contestes
al teléfono, ¿me oyes?
- ¿Y qué pasa si no quiero? ¿Qué pasa si no quiero seguir con Dylan después de lo de
anoche? – Con lo de anoche me refiero a mi decisión de seguir viéndome con Andy cuando
encarte, pero eso mi madre jamás lo sabrá. Será la primera vez que le oculte algo así.
- Pues pasa que si no sigues con tu relación con Dylan McGregor me obligarás a pensar
que es por ese desgraciado de la moto y tendré que retirarte la paga, quitarte el teléfono que paga
tu padre con su sueldo y la ropa cara que tienes en tu armario. Pasa que tendrás que trabajar y
buscarte la vida. – Su amenaza es lo más duro que mi madre me ha dicho jamás. Aunque en el
fondo sé que debería darme vergüenza depender de mis padres con veinticinco años, pero no sé
hacer otra cosa y ella, mi madre, me ha educado para depender de los demás. – Así que tú misma.
– Dice y desaparece de la cocina. Dejando un mar de dudas en mi cabeza.
¿Debería dar el paso e independizarme? Buscaría un trabajo, si es que sirvo para alguno,
tendría que encontrar un sitio medio decente para vivir. ¡Maldita sea, tendría que olvidarme de
tener piscina! ¿Estoy preparada para eso?
Pero tengo otra alternativa. Andy me la ha ofrecido. No me pide fidelidad ni que deje a
Dylan. No le importa con quién esté porque no me ama. No necesito que lo haga. Necesito solo
que me dé lo que mi madre acaba de demostrarme que lleva toda la vida quitándome: libertad.
Vivir así

Sentados a la mesa, mi padre, mi madre, Serena, Dylan, su madre y yo, me siento como un
extraterrestre en mi propia casa. No podría contar la cantidad de veces que hemos tenido este tipo
de reuniones en casa, pero es la primera vez que me siento tan fuera de lugar.
Dylan parecía muy aliviado de verme cuando llegó. Me dio un fuerte abrazo y me dijo que
tenemos que hablar, después de la comida. Su madre no deja de hablar con mi madre de las
mismas tonterías que a mi madre le gusta hablar. Mi padre habla con Dylan de baseball y política
y Serena se pone a hacer caras raras imitando a mamá y su cursilería. Normalmente me molestaría
que hiciese esas tonterías y me preocuparía que dejara a la familia en mal lugar, pero hoy me
parece muy divertido y sobre todo una distracción para no pensar en mis mierdas internas.
Serena parece contenta al verme reír por sus tonterías y eso la anima a seguir haciendo
cosas raras. Por fortuna, mi madre está tan enfrascada con la conversación con la señora
McGregor que no se da cuenta de las tonterías de Serena. Estoy también agradecida con mi
hermana porque es la única que se ha dado cuenta de que me he dejado mis rizos. Arreglados, eso
sí, o mi madre montaría en cólera. Pero ahí están. Y nadie más se dio cuenta. Cuando le pregunté a
mi madre cómo me veía simplemente me dijo que bien, distinta y no sabía por qué, pero muy bien.
Dylan tampoco hizo comentario al respecto. Y, aunque no me importe ahora mismo lo más mínimo
si me veo guapa o no, sí que me hubiera gustado que alguien más que mi hermana notase el
cambio. Porque es un cambio muy significativo en mí: soy más YO.
Serena sí que me ha felicitado por el cambio. Coincide conmigo en que estoy menos
escondida y más presente de alguna manera en mi propio cuerpo.
A mitad de la comida, siento una vibración en el bolsillo de mis pantalones de seda y doy
un respingo. ¡Es Andy! No puedo mirar delante de todos. Mi madre me conoce bien. Si intuye que
Andy me ha escrito, me registrará todo, me espiará como nunca.
Veinte minutos después se produce el milagro.
- Serena, querida, ve por el postre. – Pide mi madre.
- ¡Ya voy yo, mamá! – Me levanto apresuradamente. Mi madre parece sorprendida.
Siempre me aprovecho de que se lo pida a mi hermana y no a mí. – Quiero ser buena anfitriona. –
Pongo mi mirada más seductora a Dylan que me sonríe encantado de la vida y al ver la cara de mi
madre, sé que se lo ha tragado ella también.
En la cocina, miro a todos lados y, cuando sé que nadie vendrá, saco el teléfono de mi
bolsillo.
“Hola, bonita. Me muero porque me digas que podré verte otra vez. Lo siento si he sido
algo bruto. Es la primera vez que le propongo algo así tan sincero y abierto a alguien.
Escríbeme.” Sonrío como una tonta al ver su mensaje, aunque me apena pensar que todas esas
mujeres con las que se ha ido acostando no sepan de la existencia de Eiden. Supongo que no
confiaría en ellas tanto como lo hace en mí. Supongo que la inocente Eiden sería carne de cañón
para mujeres como… yo estoy destinada a ser.
Voy a contestarle, pero escucho un ruido y guardo el teléfono enseguida. Por suerte es mi
hermana que viene a ayudarme, supongo que obedeciendo las órdenes de mi madre.
Cuando el almuerzo termina, mi padre se ofrece a llevar a la señora McGregor a su casa y
mi madre se las arregla para que Dylan y yo nos quedemos solos en el salón.
- Abbey yo… antes que nada quería disculparme por lo de anoche. – Comienza Dylan. Yo
miro a todos lados. Seguro que mi madre se las ha ingeniado de alguna manera para escuchar esta
conversación y me resulta de lo más incómodo.
- Vamos al jardín trasero. Estaremos más tranquilos. – Le digo con una sonrisa.
Salimos por la puerta que da al jardín y caminamos hasta que llegamos al punto más
alejado del jardín. Tomo asiento en una hamaca y Dylan se sienta junto a mí.
- Abbey, estoy dispuesto a perdonarte todo si tú también me perdonas a mí. – Me suelta
secamente. Lo miro y pregunto.
- ¿Qué se supone que debes perdonarme a mí? – Intento averiguar si puede intuir que tuve
sexo anoche con Andy. Quizá sería más fácil todo esto si puedo decirle que quiero intentar una
relación abierta con él y no tengo que engañarle.
- ¿Qué va a ser? Que me dejaras en ridículo delante de todos mis amigos yéndote con ese
desgraciado en mitad de la noche. ¡Menos mal que tu madre me ha dicho que te trajo directamente
a casa o la cachetada que le he dado esta mañana no sería nada en comparación con lo que le
haría! – Me levanto de golpe al oír eso.
- ¡¿Has pegado a Andy?! ¡¡¿Por qué?!! – Le grito.
- ¡Tranquila! Ha esquivado bien el golpe. Ese estúpido tiene reflejos. – Sigo atónita. –
Pero seguro que lo echan del trabajo, ¡ja!
- ¡Dylan! – Me exaspero al oír eso y comienzo a dar vueltas aferrando mi cabello. Sin
saber cómo se ha descontrolado todo tanto. Pobre Andy…
- ¡Escucha, no estoy dispuesto a temer más lo que ese cretino pueda contarte de mí! – Lo
miro sin comprender. – No estoy dispuesto a dejar que siga haciéndome chantaje con eso. Tú ya
sabes quién soy y qué puedo ofrecerte. No hemos tenido el mejor empezar de pareja del mundo.
Pero si me dejas, te prometo que las drogas se quedarán en el pasado y seré lo que tú quieras que
sea. Estoy dispuesto a olvidar lo de anoche y te doy otra oportunidad, Abbey. Pero tienes que
prometerme que no te verás jamás con ese idiota. Que lo desterrarás de tu vida.
- ¿Drogas? Dylan, ese no es el problema. Solo ha sido una vez y la verdad me alegra que
digas que no se repetirá, porque yo tampoco quiero hacerme una adicta. El problema es que te
sientes con la potestad de decidir por mí. Y no puedo permitirte hacerme eso. Ni a ti ni a nadie. –
Digo con total sinceridad. Dylan parece nervioso al escucharme y comienza a masajear sus manos.
- Abbey… no me dejes. – Puedo ver lo que le cuesta decir esas palabras. No entiendo por
qué se siente tan apegado a mí si puede tener a todas las chicas que quiera. Dylan es espectacular.
- Dylan, no quiero hacerlo. Pero tampoco quiero lidiar con la culpa de que Andy pierda su
trabajo.
- ¿Tanto te importa ese donnadie? – Me duele el desprecio que demuestra por ese chico.
Andy es un muchacho rebelde, enfadado con el mundo, sí, pero es indefenso para alguien con el
poder de Dylan McGregor y no necesita que alguien como él le haga la vida más difícil de lo que
ya la tiene.
- Me importa la diferencia entre ser una buena persona y no serlo. Y no entiendo por qué
ves en Andy a un rival. ¿Qué te hace pensar que preferiría estar con él que contigo? ¿Qué te hace
pensar que Andy querría estar con alguien como yo?
- ¡Andy no quiere a nadie! ¡Eso lo sé! Pero se empeña en tocar lo que no es suyo. Y no
voy a permitir que te ponga un dedo encima. Seas mía o no. ¡No lo haré!
- Dylan, no soy tuya ni de nadie. Estábamos conociéndonos, amoldándonos el uno al otro.
Pero tus salidas de tono me preocupan y, francamente, me asustan. – Dylan me mira aterrorizado, y
juraría que conteniendo las lágrimas.
- Dime qué tengo que hacer y lo haré. – Sopeso lo que me dice. Miro a mi casa, sabiendo
lo que me diría mi madre ahora mismo. Recurro también a mis recuerdos de hace unas horas con
Andy. Después miro a Dylan.
- Confiar en mí. – Dylan suspira y asiente.
- Lo haré.
- Y pedirle perdón a Andy. – Dylan gruñe.
- Lo haré. ¿Te mantendrás tú alejada de él?
- No.
- ¡Abbey!
- ¡Has dicho que confiarías en mí, Dylan! ¡Si estás mintiendo esto no llegará a nada! Andy
es amigo de Serena. Serena es mi hermana. Sus amigos son bien recibidos por mí.
- Serena es un bicho raro, Abbey. Tú no eres como ella.
- ¡Serena es lo que más quiero de toda mi familia! – Defiendo a mi hermana como jamás
antes lo he hecho. – Sea como sea, es la mejor persona que he conocido en mi vida y estoy
orgullosa de ella.
- Está bien, perdona, yo… no quise decir eso. ¿Podemos vernos esta noche? Estoy
deseando hacer las paces como es debido contigo. – Niégate, Abbey.
- Solo si me confirmas que Andy no ha perdido su trabajo por tu culpa y por la mía. –
Dylan parece derrotado, pero acepta.
- Haré todo lo que esté en mis manos. Lo prometo. – Sonrío, orgullosa de su cambio de
actitud y le premio con un dulce beso. Él lo hace más profundo aferrando mi rostro. – Gracias.
Seré mejor, por ti. De verdad.
- Me alegra oír eso.
Acompaño a Dylan a la puerta de casa y quedamos en que me recogerá a las ocho para
salir a tomar algo con nuestros amigos, porque quiere que todos me “perdonen” por lo de anoche y
nadie se ponga en contra de nuestra reconciliación.
Cuando se va, corro directa a mi habitación para escribir un mensaje a Andy. Ya hace
horas que me escribió y debe pensar que he declinado su oferta.
Quiero salir de mi cárcel de piel

Cierro mi habitación con pestillo y saco el teléfono de mi bolsillo. Comienzo a teclear y


borro una decena de veces lo que escribo. Finalmente tomo aire y decido llamarlo. Supongo que
será mejor que me disculpe así. Estoy temblando.
- Hola, bonita. – Su voz es como un bálsamo para mis miedos y mis temblores cesan. –
Me alegra que no te hayas olvidado de mí.
- Hola, Andy. Quería escribirte, pero no sabía cómo de enfadado estarías conmigo y
supuse que un mensaje no sería suficiente para disculparme.
- ¿Disculparte? ¿Por qué?
- Dylan ha estado en mi casa. – Se hace el silencio. – Me ha contado lo que ha pasado
antes. – Oigo su suspiro.
- Creo que esta vez sí que se ha pillado ese cabrón por alguien, bonita. Lo tienes
completamente loco.
- ¿Te ha hecho daño? ¡Por favor, perdóname por este desmadre! No quería meterte en
problemas.
- ¡Eh! ¡Eh! ¡Tranquila! No me ha tocado. Pero ha conseguido que me echen. – Aprieto los
ojos.
- Le he dicho que si quiere que le dé otra oportunidad lo arregle, Andy. No te preocupes
por eso.
- ¡Oye! ¡Ni se te ocurra darle otra oportunidad por mí! Además, me ha hecho un favor.
Estaba pensando en aceptar otra propuesta y esta será mi oportunidad. Aunque, si me dejan volver
al Sound Beach, terminaré esta semana y podré cobrar la mensualidad completa.
- Dylan hará lo que esté en sus manos. Lo prometo. – Me siento mucho más aliviada al oír
que está bien y no me guarda rencor.
- ¿Solo me has llamado por lo del tonto ese? ¿Has pensado en mi propuesta de seguir
viéndonos? Vamos, bonita. Dime que sí…
- No tienes remedio, ¿eh? – sonrío como una estúpida al comprobar que sigue
deseándome.
- Lo tengo, entre tus piernas…
- ¡Andy! – Tapo mi boca y me maldigo por haber dicho su nombre tan alto. Él se ríe y su
risa me eleva varios metros del suelo.
- Quiero verte esta noche. – Me muerdo el labio. Mierda…
- No puedo. He… quedado con Dylan. Para hacer las paces. – Podría haberme ahorrado
ese último comentario, pero me gustaría que Andy sintiese los mismos celos que yo voy a sentir
cuando sea de noche y yo sepa que estará con la dulce Eiden.
- Ya… bueno, pues ya me llamarás tú. Adiós.
- ¡Ey! – Le grito para que no cuelgue.
- ¡Qué!
- ¿A qué viene ese enfado?
- Yo no estoy enfadado. – Sé reconocer su voz. Y seguro que tiene el ceño fruncido y los
ojos oscuros como el cielo por la noche.
- ¿Estás celoso? – Me burlo de él y me río.
- ¡No digas idioteces! Además, ese estúpido no puede hacer que te corras. Yo sí. – Intenta
sonar prepotente y engreído. Pero me sigue haciendo igual de gracia.
- Ya veremos. Mañana te cuento. Un beso, cálido y húmedo. – Pongo mi voz más
seductora.
- Abbey, ¿me estás intentando poner cachondo y colgarme? – Aguanto la risa. – Te veré
esta noche, te pongas como te pongas. – Intento responder, pero un pitido me indica que me ha
colgado.
El resto de la tarde la paso viendo vídeos tutoriales en YouTube sobre lenguaje de signos.
Es un mundo que jamás pensé que me resultaría atractivo, pero creo que el poder de la
comunicación es de lo más grandioso que tiene el ser humano, y, puede que, llegada la hora, me
venga bien poder comunicarme con Eiden y averiguar más de Andy.
De hecho, me grabo en vídeo haciendo una breve síntesis de mis recientes
descubrimientos sobre “la belleza” del ser humano y sus múltiples formas de manifestarse y de
interpretarse. Explico también, que he decidido ponerme el reto de hablar el lenguaje de signos en
un mes y que hoy comienza mi primera lección. Decido subir el vídeo a mi olvidada cuenta de
YouTube con el nombre de “La belleza del ser humano. Capítulo 1: Lenguaje de signos: La
grandiosidad de expresar y conectar mente y cuerpo”. Cuando ya está subido, decido apagar el
portátil. Dudo mucho que alguien de mis antiguos seguidores de YouTube se ponga a ver un vídeo
así, tan en las antípodas de lo que siempre he mostrado. Pero, por primera vez en mi vida, no he
hecho algo en las redes sociales intentando ofrecer lo que los demás quieren, sino intentando
reflejar lo que de verdad soy.
Después rebusco entre mis prendas algo más concorde con la imagen que quiero dar. Me
cuesta la misma vida encontrar algo sencillo, nada pretencioso, pero a la vez sexi y salvaje.
Porque sigo siendo joven y sigo necesitando sentirme bien con mi cuerpo y mi aspecto. Pero no
como un objeto. Necesito que mi indumentaria diga algo, un mensaje, que marque alguna
diferencia entre mi persona y las demás.
Me reencuentro con unos pantalones vaqueros que me encantaban hace años y que yo
misma decoré a mi gusto con la ayuda de Elsa. Son auténticos y nada pretenciosos. Marcan más
que bien mi figura y tienen roturas, algunas de ellas con encaje negro que cosí por debajo, que
muestran mis muslos de forma sensual, pero a la vez casual.
Me los pondré y así recordaré un poquito también la persona que solía ser con Elsa. Pero
me cuesta más decidirme por qué llevaré de parte de arriba.
Sin saber muy bien por qué, me encuentro llamando a la puerta de la habitación de mi
hermana. Serena abre y se sorprende al verme con esos vaqueros.
- ¡Eh! ¡Pensaba que ya te habías cansado de ellos y los habrías tirado! ¡Son bestiales! –
Sonrío a mi hermana. – ¿Te pasa algo? Nunca vienes por mi habitación.
- ¿Tienes alguna camiseta para dejarme? – Serena abre los ojos de par en par.
- Abbey, yo uso camisetas anchas de chico.
- Pero a lo mejor tienes alguna que ya no quieras y que no te importe que yo adecúe a mi
gusto. – Mi hermana pone gesto de estar pensativa.
- Solo tengo de grupos musicales de los que a ti no te gustan.
- Solo te digo que no me gustan para burlarme de ti, pero ya no lo haré más. De hecho, me
gustaría compartir música y otras cosas contigo.
- ¿Has fumado porros, Abbey? – Descargo una carcajada enorme y entro en su habitación.
- No. Solo me he cansado de ser perfecta. Ahora quiero ser yo.
- ¡Pues bienvenida al mundo! Coge la camiseta que quieras con la condición de que me
customices alguna a mí. Siempre se te dio mejor el estilismo que a mí. – Sonrío.
- ¡Eso está hecho! ¿Tienes alguna de Jolene Joplin? – Mi hermana me mira raro.
- Janis Joplin. Y no creo que hayas escuchado jamás una canción de ella. Prueba con algo
que sí que hayas escuchado y que te guste. Recuerdo que cuando eras una mocosa de tres años te
encantaba Queen y Elton John. – Sonrío, aunque no me acuerde nada de esos momentos. Pero me
parece atractivo ahora mismo encontrar algo que me guste por sí mismo, y no porque esté de
moda.
- ¡Queen! – Grito y mi hermana se pone a rebuscar entre sus cajones la mar de contenta.
Me saca como cinco camisetas diferentes de Queen y yo me quedo atónita. La verdad es que las
ilustraciones son bonitas, pero son por lo menos cinco tallas más grandes que la que yo uso. – ¿Le
tienes especial apego a alguna de ellas? Porque para ponérmela voy a tener que hacerle grandes
cambios.
- Puedes quedarte la que quieras. Creo que tengo más por ahí. – Sonrío y cojo una negra
con la ilustración a color y otra blanca con la ilustración en negra a modo de silueta de Fredy
Mercury.
- Veré qué puedo hacer con estas dos. ¡Gracias hermanita! – Le doy un fuerte beso a mi
hermana y me recluyo de nuevo en mi habitación.
Rebusco entre mis cosas antiguas y encuentro un baúl lleno de pedrería, tachuelas y
lentejuelas entre otras muchas más cosas y decido ponerme manos a la obra para customizar mi
camiseta. Miro el reloj. Tengo solo una hora hasta que Dylan venga a por mí. Creo que será
suficiente.
Grabo todo el proceso de mi creación también en vídeo y cuando veo el resultado estoy
de lo más satisfecha. He rasgado el triángulo que hay desde el cuello de la camiseta hasta el
escote dejando flecos que he ido trenzando y haciendo unas bonitas figuras. He cosido unas
hombreras plateadas de pedrería en los hombros que recuerdan del todo la moda Glam de Fredy
Mercury y que le dan a la camiseta un aire muy imponente. He recortado el bajo de la camiseta
hasta la parte inferior de la ilustración, dejando el ombligo al aire y he llenado el bajo de
pequeños nuditos que han reducido su perímetro adaptándolo a mi figura. ¡Es genial! Me coloco
mi pequeña obra de arte y queda estupenda con mis vaqueros.
¡Tengo unos minutos para editar el vídeo y subirlo!
Lo llamo: “La belleza del ser humano. Capítulo 2: Customizar: Como conseguir ser tú sin
gastar una fortuna”.
Cuando termino de subirlo, me quedan solo diez minutos para maquillarme y peinarme.
Pero, como tengo el pelo rizado, peinarme será fácil. Decido abrirme un poco más el rizo para
que me dé un aspecto más salvaje acorde con mi nueva indumentaria, pero cuidando que cada rizo
quede bien colocado. Esta vez empleo poco maquillaje. Solo uso el delineador negro de ojos para
delinear una línea sobre mis ojos que dé un aspecto felino a mi rostro, máscara de pestañas y
labial rojo intenso. Me pongo mis tacones negros y me dirijo a ver a mi hermana antes de salir
para mostrarle lo que he hecho.
¡Estoy lista!
Serena alucina con mi aspecto y me ofrece una chaqueta de cuero negra que le queda muy
estrecha y que nunca usa para completar mi look. ¡Me encanta!
Hasta a mi madre le gusta. Aunque me advierte de que me da una imagen muy agresiva y
puedo asustar al “pobre” Dylan. ¡Ojalá!
Estoy aquí

De todos los sitios que había, Dylan ha decidido traerme al Sound Beach para
“reconciliarnos”. Sabiendo que Andy estaría aquí, porque él mismo se ha encargado de que lo
vuelvan a admitir.
Por fortuna, también hemos quedado con Rachel, Alexander, Carter, Steve, Amber y Katty.
Todos me miran como quien ve a un fantasma cuando llego. Igual que me ha mirado Dylan cuando
me recogió en mi casa. Aunque no ha parado de decirme que me veo increíble y muy sexi. Si
supiera que lo que llevo encima no supera los treinta dólares…
Creo que mi indumentaria les intimida o algo, porque ninguno de ellos me pregunta ni me
refiere nada de la noche anterior. Es como si me hubieran dado el cinturón negro en su categoría y
fuera intocable.
De todos modos, evito mirar hacia la barra en busca de Andy. Aún no sé cómo actuar con
él con Dylan delante, y tampoco sé si es buena idea provocar los cambios bruscos de humor de
Dylan o darle de comer a las cotillas de Rachel, Amber y Katty. Ya tendré tiempo de solucionar
mis cosas con Andy. Y, además, él me dijo que me vería esta noche. Así que espero que a Dylan
no se le ocurra pedirme ir a algún sitio para tener sexo hoy.
Estoy un poco nerviosa, he de admitir. Pero, de alguna forma, me siento más segura de mí
misma. Es como si me hubiera quitado el disfraz y, como tengo más que experiencia a la hora de
adornar mi cuerpo, he conseguido que mi YO real no desentone con la masa maleable.
Durante largos minutos no dejan de llegar cócteles a nuestra mesa y charlamos y
conversamos de forma dicharachera y amena. No bebo mucho alcohol, aunque me sienta tentada,
pero no quiero abusar más de lo que ya lo he hecho en estas últimas semanas. Así que me pido
varios cócteles sin alcohol, aunque al final decido tomarme un margarita bien cargado cuando al
fin mi mirada se cruza con la de Andy, que está tras la barra, sin querer salir a atendernos, y
mirándome como si le costase reconocerme. ¿Me habré pasado con un cambio tan drástico? A lo
mejor debería ir mostrándome poco a poco.
Dos horas después de haber llegado, Dylan y Carter están borrachos como una cuba y se
quedan dormidos en uno de los sillones de la terraza exterior, donde estamos bebiendo los últimos
tragos.
- ¡Son unos descerebrados! – Me dice Rachel. – Después del pasón que se dieron anoche,
¡no tienen otra cosa que hacer que emborracharse hoy! – Suspiro. Creo que este es el verdadero
Dylan McGregor: un chico que lo tiene todo y no sabe lidiar con su bienestar social. Aunque, hoy
no voy a quejarme. Me viene muy bien que esté en estas circunstancias y no quiera intimar
conmigo. Hoy no. Mañana ya veremos. Pero hoy aún sigo irritada por su comportamiento conmigo.
- ¿Puede alguien llevarlos a casa? – Pregunto al grupo. Por suerte, Steve levanta la mano.
Es un chico muy majo y quizá por eso suele pasar desapercibido en el grupo.
- Ya los llevo yo en mi ranchera. Yo vivo al lado.
- ¡Genial, gracias! – Les digo.
- Pues llévanos a Abbey y a mí también. – Pide Rachel. Steve accede y yo creo que ha
llegado la hora de irse. Pero antes, decido pasearme por delante de Andy y tantear un poco el
terreno con él.
- Voy al baño. Ahora vengo. – Digo y salgo corriendo antes de que alguna de las chicas se
ofrezca a venir conmigo.
Entro en la sala principal y me encuentro rápidamente con la mirada de Andy, que me mira
de arriba abajo mientras seca unas copas en su mano.
- Hola. – Le saludo y paso por delante de él para dirigirme al baño.
- Hola, bonita Abbey. – Sonrío y entro en el baño. Me ha mirado muy intensamente.
¡Normal! Ni yo misma me reconozco en la imagen del espejo. Pero a la vez nunca me he sentido
más auténtica. Mi teléfono vibra en mis pantalones y decido cogerlo porque mi madre ya me ha
advertido de que conteste todas las llamadas.
- ¡Ya voy para casa! – Le grito aún en el baño.
- Estás espectacular, lo sabes, ¿verdad? No es justo que te vayas con ese imbécil esta
noche. – Miro el teléfono y veo que es Andy. Me muerdo el labio.
- No, lamentablemente Dylan ha sucumbido a su borrachera y se ha quedado dormido en la
terraza del bar. Así que tendré que irme a casa, sola. – Digo tentándolo.
- Puedes venir a mi casa. Te aseguro que no te dejaré sola en toda la maldita noche. –
Sopeso las opciones. Quiero irme con él, pero no sé si esté preparada para actuar frente a Eiden
de nuevo como si nada a la mañana siguiente. También está mi madre y su amenaza.
- Lo siento, me encantaría que no me dejases dormir en toda la noche. Pero he prometido a
mi mamá ser una niña buena, y hoy, al menos, tengo que cumplirlo. – Andy suspira.
- Veré qué podemos hacer para solventarlo. Pero hoy necesito sentirte. – Cuelga. Me
quedo mirando el teléfono como una tonta. ¿Hoy? Llevamos dos días teniendo sexo. Aunque
anoche solo lo hicimos una vez, pero ¡qué vez! De todos modos, sé que, si agoto mis opciones con
él demasiado pronto, se aburrirá pronto de mí y volverá a crecer ese vacío en mí sin sus sabias y
maravillosas sesiones de sexo.
Salgo del baño y apenas le miro. Con la cabeza bien alta y el paso seguro, me dirijo hacia
la terraza y después hacia el exterior del Sound Beach para meternos en los coches e irnos.
Miro hacia el Sound Beach con tristeza mientras me alejo. Sabiendo que Andy debe estar
bastante enfadado al ver que me he ido sin darle posibilidad alguna de vernos hoy. Pero tengo que
ser cauta si quiero que nuestros futuros encuentros no vuelvan a ponernos a ambos en apuros.
Una hora después estoy sentada sobre mi cama, con el portátil en las piernas, aún vestida,
y alucinando con la cantidad de visitas que mis dos últimos vídeos han tenido y la respuesta tan
positiva que veo en los comentarios.
Estoy orgullosa. Al fin estoy usando mis pocos dones para algo provechoso. Me pongo los
cascos y continúo viendo los vídeos tutoriales sobre lenguaje de signos. Después pongo algo de
música de Queen y me conmueve ver que reconozco casi todas las canciones de mi infancia y que
aún me sé la letra de la mayoría de ellas. Me recuerdan tiempos muy felices. Momentos que solía
compartir con mi hermana, cuando había más unión entre las dos. ¿Qué nos ha pasado? Tengo que
recuperar ese vínculo con Serena.
Cierro los ojos y canturreo “Show must go on” cuando siento una mano sobre mi pierna.
Doy un grito categórico y casi tiro el portátil al suelo.
- ¡Shhh! No hagas ruido o tu madre llamará a la policía y me sacarán de aquí preso.
- ¿Andy? ¿Cómo has entrado aquí? – No puedo creer que esté en mi cama, sentado.
¿Cuánto tiempo lleva observándome?
- Por la ventana. – La señala. Me quedo de piedra. Él me sonríe. – ¿Puedo quedarme un
rato?
Dentro de mí

- ¿Cuánto rato? – Le pregunto juguetona. Él quita el portátil de mi regazo y lo pone sobre


la mesa.
- ¿Tiene cierre de seguridad? – Señala a la puerta. Yo me tenso. ¿Piensa tener sexo
conmigo con mis padres ahí afuera? – Sí, si tiene. – Dice cerrándolo. Después se acerca a mí y se
echa en la cama, sobre mí. – Hoy no podía irme a dormir sin más sin tocarte primero. Nunca te
había visto tan… increíblemente sensual como hoy. – Me besa y el tacto de sus labios me
devuelve a la vida. Me retuerzo de placer bajo su cuerpo y enredo mis pies en su espalda. –
Parecías una leona y esta presa estaba deseando ser cazado por ti. – Sus caderas se mueven sobre
mí de forma delirante. – He rezado al cielo porque el idiota de tu novio no te llevara con él,
impidiéndome disfrutarte esta noche, quizá por eso le he puesto absenta de 99 grados a sus copas.
– Abro la boca haciéndome la escandalizada, pero acabamos ambos riendo.
- Eres malo… aunque me alegra que hayas venido un ratito a verme. – Contesto juguetona
e intentando desabrochar su bragueta con mis manos.
- ¿Un ratito? Creo que será difícil que me separen de ti en toda la noche. Me vuelves loco
con el pelo rizado, bonita. – Responde apretando uno de mis senos en su mano. Aguanto un
gemido. – Shhh. Pon algo de música o te escuchará la sargento Lynx. – Me río al escucharle llamar
así a mi madre. – Sé que se disgustará mucho si te ve con alguien como yo.
- Ella es así de aburrida. Levanta. – Le pido y Andy me mira extrañado. – Voy a poner
algo de música, ¿no?
- Ah, sí. – Me levanto de la cama y busco algo en mi portátil.
- ¿Qué quieres escuchar? – Pregunto.
- Sorpréndeme. – Me dice. Decido poner Elton John, es más suave y más sensual y creo
que nos gusta a ambos. Cuando me giro y lo veo tumbado en mi cama, con los brazos en la cabeza,
tan contento con lo que ve, me siento grandiosa.
- Espero que no te importe si me pongo más cómoda. – Le digo mientras me quito la
camiseta al ritmo de la canción.
- Oh, por favor, no te detengas. – Desabrocho mis pantalones y jugueteo con la cintura de
ellos hasta que me los desciendo poco a poco por las piernas. – Abbey, eres un puto regalo para
los ojos. – Dice y me muerdo el labio inferior.
- ¿De verdad piensas quedarte toda la noche, Andy?
- No serás tan cruel de echarme cuando me haya quedado sin fuerzas de tanto follarte…
- ¿Y qué pensará Eiden? – Me siento estúpida por preocuparme por su novia. Pero
también me muero por escucharle decir que, aunque solo sea por hoy, me prefiere a mí a ella.
Aunque yo no sea nada comparado con ella para él.
- ¿Y por qué tiene que pensar nada mi hermana de lo que haga contigo? – Espera, ¿su
hermana? – ¿Por qué pones esa cara? ¿No pensarías que Eiden es mi novia o algo así? – Me mira
divertido. Joder. Qué estúpida soy, pero qué alivio siento más enorme.
- Dijiste que era la mujer de tu vida. – Andy se incorpora un poco hasta que al alargar sus
manos toca las mías y tira de mí hasta colocarme encima de él a horcajadas.
- Y no mentí. Pero solo es mi hermana pequeña. La persona de la que tengo que cuidar
hasta que muera. Y tú eres mi musa. Mi bonita, preciosa y exuberante Abbey Lynx. – Andy me
besa con un hambre de mí contagioso.
Él no lo sabe, pero acaba de liberar del todo mi torturada mente y comienzo a tirar de su
camiseta hasta despojarle de ella. Araño su pecho, su espalda, sus increíbles brazos. Andy me tira
sobre el colchón y, sin dejar de besarme con erotismo y pasión, se deshace de mis braguitas y mi
sujetador, al tiempo que yo lucho con la bragueta de sus pantalones. Se apiada de mí y me ayuda a
desprenderle de ellos, junto a su ropa interior.
- Esto es una locura. – Digo pensando en mi madre y mi padre al otro lado de la puerta. –
Me encanta. – Andy sonríe y se introduce lentamente en mí sin dejar de mirarme.
- Eres adictiva, Abbey. – Me encanta oír mi nombre de sus labios, especialmente entre
gemidos. – Mi cuerpo encaja tan bien en el tuyo que se siente como la más potente de las drogas
por mis venas. – Susurra en mi oído al tiempo que sube el ritmo de sus embestidas. Andy hace que
todos mis miedos e inseguridades se reduzcan a cenizas. Me hace disfrutar y vibrar. Esto no puede
ser malo. Jamás le negaré que me haga sentir esto. Jamás.
- Haz que me corra. – Suplico cuando siento que ha tocado ese punto mágico en mi
interior.
- Eso mismo pensaba hacer. – Dice y desciende por mi cuerpo hasta situar su cabeza entre
mis piernas, justo encima de mi sexo. ¡Oh, verlo así, degustándome tan salvajemente, es
sencillamente lo más sexi y maravilloso del mundo! Pero no puedo mirarle por mucho tiempo. Mis
gemidos comienzan a subir de nivel y decido morder la almohada para ahogar mis gritos. Exploto
en un potente orgasmo y acto seguido Andy entra de nuevo en mí haciendo que mi orgasmo se
repita una y otra vez. Me quita la almohada de la cara, para poder verme, pero tengo que taponar
mis gritos todavía con mi mano.
- Andy, por dios…
- Voy a correrme, Abbey.
- ¡Vale, sí! – Creo que he tenido como cuatro orgasmos seguidos y, al verlo estallar a él,
estallo yo también en el quinto de mis orgasmos.
- Abb…ey… dios…
Le tapo rápidamente la boca con mi mano libre y acabo riéndome a carcajadas por la
locura que acabamos de hacer. Andy se ríe también y se desploma en la cama, junto a mí.
- Tenías razón. – Le digo poniéndome de lado para observarlo mejor, apoyando mi cabeza
en mi mano.
- ¿En qué? – Pregunta con voz dulce mientras levanta su mano y comienza a juguetear con
mis rizos.
- Ha sido muy buena idea que vinieras a buscarme. – Le digo y Andy frunce el ceño. Algo
no le ha gustado. – ¿Qué pasa?
- ¡Es la segunda vez que te busco! – Refunfuña. – Ya te dije que no estoy acostumbrado a
eso. Normalmente son las mujeres las que me buscan, coquetean conmigo y…
- Pero yo no soy como las demás. – Andy levanta una ceja. Sé que ha sonado muy
pretencioso y decido explicarme. – Yo no estoy encaprichada del seductor y rompecorazones de
Andy Stone. Hemos dejado claro que esto no tiene nada que ver con sentimientos y hemos hecho
un trato.
- Supongo que tienes razón. Yo…
- ¿Abbey? – Unos golpes en la puerta y la voz de mi madre disparan mi estado de alerta y
veo a Andy levantarse de golpe y colocarse torpemente los calzoncillos a toda prisa. – ¿Puedes
abrir? He escuchado la tele, sé que estás despierta. – Yo también busco a toda prisa un camisón de
dormir y me lo pongo a toda prisa, después empujo a Andy hasta mi vestidor y le tiro su ropa.
- ¡Voy mamá! – Grito. – No se te ocurra salir o hacer el más mínimo ruido. – Le advierto a
Andy y voy corriendo a abrir la puerta. La cara de terror de Andy se me queda grabada mientras
voy a ello y aguanto una risita. – Dime. – Digo abriendo la puerta y apoyándome en el quicio de la
puerta. Mi madre me mira con ojitos de perrito abandonado y, si no fuera por lo bien que la
conozco, pensaría que realmente se siente mal.
- ¿Puedo pasar? – Me tenso. Ella nunca pasa a mi habitación. ¿Qué quiere ahora? ¿Me
habrá escuchado con Andy?
- Me voy a la cama ya, dime qué quieres y si es largo mañana me lo dices mejor.
- Solo quería disculparme contigo, cariño, por… bueno por…
- ¿Por haberme pegado? ¿Por haberme gritado? ¿O quizá por querer controlar mi vida y
hasta de quién tengo que enamorarme? – Le reto, olvidando la presencia que hay escondida en el
vestidor de mi habitación.
- Abbey, yo solo quiero que seas feliz. Y créeme, sé mejor que tú lo que te conviene.
Tengo más edad, más experiencia…
- Mamá, estoy haciendo lo que quieres, ¿no? He perdonado a Dylan, quien, por cierto, hoy
tampoco me ha traído a casa porque se ha emborrachado hasta perder el sentido. Pero, sin
embargo, hoy no me has preguntado acerca del chico que me ha traído a casa en esta ocasión.
Supongo que su coche y su ropa eran lo suficientemente caros para que no te preocuparas. – Mi
madre baja la vista al suelo. Creo que esta vez no está fingiendo y se siente algo avergonzada por
su actitud. Quizá ella también tiene solución. Quizá ambas la tenemos. Yo, al menos, quiero
tenerla.
- Ese pobre chico lo está pasando mal contigo, Abbey. Su madre me lo ha dicho. –
Resoplo. – Abbey, ¿no te das cuenta que es el chico apropiado para ti? ¡Además, es guapísimo!
No puedes decirme que no te gusta. Tú misma eres quién propició esa relación.
- Mamá, realmente es muy triste que pienses que Dylan McGregor es mi única oportunidad
para ser feliz en la vida. – Digo y trato de cerrar la puerta, pero ella me lo impide.
- ¡Espera! Solo dime que puedo confiar en ti y no te arruinarás la vida. – Sé que lo dice
porque no quiere que acabe con alguien como Andy. Yo sé bien que no será así, aunque alguna vez
se me ocurra encapricharme de él o de alguien como él.
- ¡Mamá!
- Vale, vale. Confiaré en ti, Abbey. Pero debes ser lista, cariño.
- Buenas noches, mamá. – Ya me he cansado de esta conversación.
- Buenas noches. – Cierro la puerta y echo el pestillo antes de que diga nada más y vuelvo
a resoplar mirando al cielo.
Un ruido me recuerda que Andy sigue aquí y al mirar lo veo salir de mi vestidor. Me mira
un poco perdido. Se sentirá algo incómodo con la situación. Veo que se está poniendo los
vaqueros y me acerco a él.
- ¿Qué haces? – Pregunto cuando estoy frente a él.
- Bueno, pensé que… tú querrías… que me fuera. – Es la primera vez que escucho a Andy
sonar tan inseguro y no puedo evitar sonreír.
- Pero – digo posando mi mano sobre su entrepierna y mirándole con ojitos – solo has
hecho que me corra cinco veces. – Parpadeo y Andy me premia con una sonrisa de lo más
seductora. Me agarra del pelo y me besa con rabia.
- Está bien, señorita Abbey Lynx, creo que tiene razón. Eso han sido muy pocas veces. –
Muerde mi labio inferior y comienza a quitarse de nuevo la ropa mientras me hace caer sobre mi
cama. – Me encanta ese camisón que llevas. ¿Es seda? – Asiento con fuerza y me recreo en la
maravillosa vista que Andy me ofrece de su cuerpo desnudo. Su pene ya está erecto y preparado y
yo, por supuesto también. – Pues no te lo quites, pero date la vuelta. – Lo miro a los ojos
preocupada.
- ¿Qué vas a hacer? – Me tenso. Andy sube a la cama sobre mí y vuelve a besarme. – ¿No
estarás proponiendo…
- Tranquila, bonita. ¿Confías en mí? Te va a gustar mucho, muchísimo. – Me tenso más
cuando me corrobora que quiere sexo anal. Lo he intentado tres veces en mi vida, pero era
doloroso y nada placentero.
- Otro día, ¿vale? – Suplico desesperada.
- Abbey, te aseguro que no te va a doler. Es más, sé que te encantará.
- No, yo… ya lo he intentado antes y no he podido…
- Eso es porque no han sabido estimularte. ¿Me dejas? Prometo que si te molesta pararé
enseguida. – Sus ojos verdean más que nunca. Un verde casi radiactivo. Está excitado como nunca
de pensar en poseerme por detrás. No soy capaz de negarme, pero estoy muerta del miedo. Así
que al final asiento y me doy la vuelta. – Relájate, ¿de acuerdo?
- Ahá. – Digo sin nada de convencimiento y aprieto los ojos cuando siento que levanta mis
piernas para obligarme a mantenerme sobre mis rodillas y levanta mi camisón hasta descubrir mi
trasero y dejarlo expuesto a él y a su… dura y grande erección. ¡Ay, madre mía! ¡Va a doler! ¡No
hay forma de que no lo haga!
- Tienes un culo muy apetecible. Mmmm. – Comienza a besar, lamer y mordisquear mis
nalgas. Eso es agradable. Me relajo un poco. – Eres la mujer más sexi que he conocido en mucho
tiempo. Y eres valiente. – Una de sus manos viaja hasta mi sexo y comienza a juguetear con él,
introduciendo un dedo en mi interior lenta y deliciosamente. Me contoneo un poco y dejo salir un
sonidito de placer.
- ¿Valiente?
- Sí. Pensé que eras así porque tú querías, pero ya veo que tu madre no te deja ser de otra
manera. Sin embargo, aquí estás, siendo tú misma, experimentando y descubriendo las cosas que
te gustan y las que no. Y tu mami está ahí fuera, sin saber que este “inadaptado” está haciendo a su
hijita sentir el mejor sexo de su vida. – Andy ahora introduce dos dedos en mí y siento su lengua
deslizarse entre mis nalgas, suave y sensualmente. Esto me encanta y sus palabras más. – Te gusta
el reto, ¿verdad? Te gusta saber que tienes el control tú y no ella ahora mismo, aunque pueda
descubrirte así, tan húmeda por mí, y te castigara, sabes que habrías ganado tú esta batalla. – Su
lengua vuelve a penetrar entre mis nalgas y esta vez la siento más adentro. Tiene tres dedos
entrando y saliendo de mi sexo y el pulgar haciendo maravillas con mi clítoris. Estoy literalmente
siendo torturada de placer. No puedo evitar contonear mis caderas ni mi trasero mientras muerdo
las sábanas para no gritar. De repente siento que se separa de mí y me quejo. – No te muevas. Voy
a poner algo de música. – Me quedo en la misma posición y trato de recuperar el aliento mientras
escucho las notas inconfundibles de Amy Winehouse de “You know I’m no good”. Rápidamente
Andy ocupa el lugar de antes, detrás de mí. Pero esta vez tortura mi sexo con una mano y mi culo
con la otra. Siento su pulgar entrar en mí desde atrás y, sorprendentemente no me duele, sino que
la presión que ejerce en mi interior consigue aliviarme un poco. – Estás muy mojada, ¿te está
gustando?
- No pares por nada del mundo. – Escucho su risa y me pone más cachonda aún oír su
aterciopelada risa.
- Estás lista. Probemos.
- Lo que tú digas. Pero no pares. – Suplico sintiendo un calor cada vez más asfixiante en
todo mi cuerpo. Lentamente comienza a impulsarse entre mis nalgas y yo contengo la respiración.
- Relájate, boni… Abbey. – Me encanta que se acuerde que me gusta escuchar mi nombre
de sus labios en estos momentos. Poco a poco va alcanzando profundidad, pero me concentro en
lo que su mano sigue haciéndole a mi sexo, de modo que no noto molestias en ningún momento. –
Así, muy bien, eres increíble. – Sin darme casi cuenta siento que entra y sale de mi culo con total
facilidad y yo contengo varios aullidos. Es placentero, mucho. Es diferente a todo lo que he
experimentado antes en mi vida. Siento que rellena huecos en mí a muchos niveles y la presión se
siente deliciosa mientras sigue estimulando mi clítoris.
- An… dy – mi voz suena entrecortada, apenas puedo emitir palabra.
- ¿Te duele? ¿Quieres que pare? – Pregunta sin la menor intención de parar mientras me
agarra del cabello, levanta mi cabeza y lame mi mejilla.
- ¡No! Es… es… que… ¡ahhh!
- Shhhh, no grites, bonita mía. – Su movimiento en mi interior es cada vez más rápido y
creo que voy a estallar. – ¿Qué te pasa entonces? Porque sé que te gusta mucho. Estás chorreando
y muy caliente.
- ¡Tápame la boca! ¡Joder! ¡No puedo…! – gracias a dios Andy obedece rápido y con la
mano que tomaba mi cabello tapona mis labios, ensordeciendo mis gritos y bramidos de placer.
Muerdo sus dedos y comienzo a contonear las caderas para acompañar sus movimientos.
- Dios… esto es demasiado, Abbey. – Estallo en un abrumador orgasmo y comienzo a dar
grandes espasmos. Siento descargas eléctricas en mi cuerpo y siento el rugido de Andy que está a
punto de correrse también. – Maldita sea, te siento. Te siento apretándome y ahhhh. – Noto la
descarga de sus fluidos en mi interior mientras mi cuerpo no para de convulsionar. Cuando al fin
me suelta, me desplomo sobre la cama y casi pierdo la consciencia.
- Ha sido… brutal – consigo pronunciar. Siento su beso sobre mi sien y abro los ojos
incrédula. Ese gesto tan tierno no va con él.
- Te has portado muy bien y has tenido tu merecido premio. Ven, acuéstate bien. – Tira de
mi peso muerto y me tumba en la cama bien, tapándome con las sábanas y después se desploma a
mi lado.
Lucho por no dormirme, para ver si se queda. Quiero que se quede. Aunque no pueda con
otra ronda de sexo. Pero quiero sentirlo aquí, junto a mí. La visión de Andy tumbado, exhausto,
con los ojos cerrados y las manos tras la cabeza en mi cama es sublime. Parece un ángel
durmiente. Sereno, relajado. Saco fuerzas de donde no las tengo y levanto mi mano para acariciar
la capa de vello de su torso, húmedo por el sudor. Creo que está dormido, pero me llevo un susto
de muerte cuando su mano aprisiona mi muñeca.
Mierda, no he debido acariciarlo. Sin embargo, lo que hace es tirar de mí y colocar mi
cabeza sobre su pecho, sin siquiera abrir los ojos. Sonrío y me acurruco en su pecho. Los latidos
de su corazón aún son fuertes, pero se van serenando poco a poco, como su respiración, hasta que
me quedo dormida con el ritmo de su corazón sonando en mi oído.
Impulsos y control

Estoy con Dylan, en su coche, cerca del monte Hollywood. Me ha traído aquí para
impresionarme, pero este monte no tiene nada de atractivo para mí. Sí, lo he visto en cientos de
películas romanticonas, pero ahora mismo no me apetece estar aquí, con él. Quiere consumar
nuestra reconciliación y, por más que yo también quiera que eso suceda, todavía no estoy
preparada para perdonarlo.
Hace dos días, me desperté en mi cama después de haber tenido una maravillosa noche de
sexo con Andy, que se había marchado ya cuando yo desperté y no me dejó ni un mensaje de
despedida.
Me enfadó un poco que se marchara así. Pero sé cuál es el pacto y no seré yo la primera
que lo rompa. Así que tampoco le escribí para decirle que al menos podría haberse despedido de
mí, o escribirme, o llamarme… Simplemente hice planes con Rachel, Amber y Katty y fuimos a la
playa de Santa Mónica. Después Dylan y Carter aparecieron, pero Dylan no parecía tener muy
buen aspecto y se fue a casa poco después, después de vomitar varias veces.
Cuando llegué a casa por la noche, estuve despierta hasta altas horas de la madrugada
esperando a que Andy apareciera de nuevo en mi habitación. Cosa que no sucedió. Aproveché
mientras esperaba para ver más tutoriales de lenguaje de signos, pues es algo que ha captado del
todo mi atención, customicé otra camiseta que me ha regalado mi hermana de Bon Jovi y subí dos
vídeos más a YouTube; uno sobre mi avance con el lenguaje de signos y otro sobre cómo
customizar ropa y hacerte tu propio estilo sin gastar dinero y sin tener que ser como todos los
demás.
Hoy he pasado casi todo el día con mi hermana, poniéndonos un poco al día sobre música
y libros. Hacía mucho que no leía y por la tarde he decidido comenzar a releer uno de mis libros
favoritos que leí en mi adolescencia “Como agua para el chocolate” junto a la piscina.
Dylan apareció por mi casa para llevarme a algún sitio en solitario. Como era de esperar,
mi madre se puso la mar de contenta y me insistió en que saliera con él.
Y aquí estamos. Dylan está más nervioso que nunca y yo tampoco sé qué decirle. Lo único
que me ha dicho varias veces es que le encantan mis pantalones negros de cuero y mi nueva
camiseta customizada. Lo ha dicho como cinco veces. ¡Ah! Y por fin se ha dado cuenta que llevo
el pelo ahora rizado. Dice que me sienta bien. Pero ahora mismo está demasiado callado y me
pone nerviosa.
- Bonita vista. – Digo para romper el hielo.
- Tú eres más bonita. – Susurra tímidamente y me reblandece. Lo miro con ternura.
- Oh… Dylan…
- Abbey, me gustas mucho. – Se acerca poco a poco para besarme y decido ayudarle y
acortar la distancia. Su beso es desesperado.
- Y tú a mí. – Digo llena de ternura.
- ¿Seguro? Porque a veces te noto tan distante…
- Han sido unos días raro, Dylan. – Creo que debo esforzarme más para llevar todo esto
con más normalidad. Mi relación con Dylan… mi pacto con Andy…
Así que me levanto y me siento sobre él y comienzo a besarle con pasión. En realidad, lo
ideal sería que pudiera sentir con él lo que Andy me hace sentir cuando tenemos sexo, y no tener
que engañar a Dylan. Soy una persona horrible por hacerle esto. Aunque a veces siento que se lo
merece, no es verdad. Solo me lo digo a mí misma para encontrar una excusa para seguir
viéndome con Andy. Dylan levanta mi camiseta y comienza a besar mis pechos. Me gusta. Mucho.
Todo pasa demasiado rápido cuando Dylan ya me ha pedido que me quite los pantalones,
se coloca un condón y me sienta sobre él para penetrarme. A pesar de que estoy arriba, no me
cede el control en ningún momento. Me alegra ver que acabo dejándome llevar y disfrutando del
acto. Pero me alarmo cuando reconozco su gesto y veo que está muy cerca del orgasmo, otra vez
sin esperarme. Así que cierro los ojos y recreo la última experiencia sexual que tuve con Andy.
Eso me ayuda lo suficiente para llegar a un leve orgasmo justo cuando Dylan lo hace, pero es más
que suficiente para aliviar mi alma.
¡He conseguido correrme con Dylan! “Técnicamente no te has corrido con Dylan”, me
recuerda mi subconsciente. “¡Cállate, joder!” me grito a mí misma desde el interior. Es un gran
avance. Dylan y yo podemos trabajar más en nuestra relación y nuestro sexo y hacerlo todo más
completo. Estoy segura de ello.
Ambos nos vestimos y comentamos de forma dicharachera los últimos cotilleos de nuestro
grupo de amigos. Pasamos un rato de lo más agradable juntos y, un par de horas después estoy de
regreso a casa.
Ya en mi habitación me siento tentada de llamar a Andy para rematar lo que Dylan y yo
hemos empezado en su coche, que ha sido placentero, pero que me ha sabido a poco. El
condenado de Andy me está acostumbrado a un sexo de demasiada calidad y ahora tengo que
pensar qué quiero.
Después de mirar fijamente el número de Andy durante muchos minutos, decido no
llamarlo.
Creo que Andy ya me ha dado todo lo que necesitaba que me diera y creo que por fin
estoy empezando a sentirme bien con Dylan y nuestra relación. Mi madre estará más feliz y
tranquila. Y yo también.
Pero la tentación de llamar a Andy sigue ahí, y, para distraerme de ella, decido continuar
con los tutoriales de lenguaje de signos y sigo grabando mis avances en la materia.
¡Me sorprende mucho ver que tengo un montón de seguidores nuevos en mi canal de
YouTube! Sin embargo, lo que más me sorprende, es que llevo días sin mirar mi Instagram ni mi
Facebook. Creo que voy a seguir evitándolos. Esa que se muestra en esos perfiles no soy yo. Eso
es otra cosa que tengo que agradecerle a Andy. A pesar de que siga con el mismo tipo de novio y
el mismo tipo de amistades, sé que ya no soy la que era antes de él. La sensación de ser más YO
sigue presente, aunque continúe con la misma rutina que antes. A lo mejor es que estoy madurando.
En la cama, echo mucho de menos a Andy. Ya no hablo de sexo, pero de su presencia, el
calor de su piel, su olor… Y no me gusta. Seguro que él lleva estos dos días viéndose con
cualquiera de esas mujerzuelas que le buscan y le seducen hasta que consiguen de él esas
maravillas que solo Andy sabe dar a una mujer en la cama.
Las envidio. Envidio a la que esté ahora mismo con él. Pero, por algún motivo interno, sé
que debo evitar seguir viéndolo, al menos tan de seguido, y sobre todo mientras que lo mío con
Dylan siga yendo bien.
Por la mañana me despierto mucho más tranquila. No creo que sea porque he soñado con
Andy toda la noche, pero sí porque me he corrido en sueños como necesitaba correrme ayer con
Dylan.
Llamo a Dylan para vernos hoy, pero me dice que va a estar fuera un par de días porque
tiene que ir a ver a sus abuelos a Seattle. Me molesta que no me lo haya dicho hasta ahora. Sin
embargo, le digo que todo está bien. Me contesta que nos veremos para la gran fiesta del viernes
en la que me presentará a gente de mucha relevancia social en el país. Y nos despedimos con un
beso bastante infantil y ridículo. Me río de mí misma al colgar.
Llamo a Rachel y a Katty, pero ellas también tienen plan. Van a ir a una clínica de cirugía
estética para retocar sus labios y pómulos. Me invitan a ir, pero declino la invitación enseguida.
No me resulta nada atractivo el plan.
Así que decido que debería pasar más tiempo con mi hermana.
Llamo a su puerta y me abre sonriente.
- ¡Abbey! Pasa. – Me dice. – ¿Necesitas otra camiseta? – Me pregunta y yo niego con la
cabeza.
- No, he encontrado unas prendas antiguas que me apetece usar. Por ahora estoy bien con
lo que tengo. – Ella me mira de arriba abajo. Cuando reconoce el mono que llevo puesto de
algodón verde que ella me regaló para un cumpleaños sonríe abiertamente. Es ancho y bastante
informal, pero lo he combinado con un minúsculo top negro por debajo que realza mi pecho muy
bien y queda estupendo.
- ¡Te queda increíble! Me alegro que al fin lo estrenes. ¿Qué tiene, cinco años?
- Cuatro. – Respondo avergonzada.
- Da igual. Has encontrado vuestro momento. ¡Me gusta! ¿Vas a salir hoy con Dylan? –
Pregunta y parece despreocupada, pero sé que Dylan no le gusta nada.
- No, no está en la ciudad. También está bien tener un poco de tiempo para mí. Me gustaría
pasar el día contigo. – Serena me mira extrañada.
- ¿También se ha ido la rubia esa tetona y la pelirroja tetona?
- No. – Sonrío. – Pero sus planes son muy aburridos. Pero, si tú tienes planes, pues
mañana u otro día. – Digo con tristeza.
- De hecho, te preguntaba porque me gustaría que vinieras conmigo y mis amigos. –
Automáticamente pienso en Andy y me tenso. No sé si sea buena idea verlo tan pronto. – He
quedado con Cole, Lillian, el Gran Harry y Andy para ir a una playa preciosa. Andy y Cole se
llevarán sus guitarras. Tenemos bebidas… ¡será genial! Vente. ¡Porfi!
- No sé… yo, mejor no. – Dudo, pero es lo mejor.
- ¡Vamos Abbey! Te lo vas a pasar bien. Dales una oportunidad. No son tan malos. Son
gente que merecen una oportunidad, como yo, y…
- Lo sé, Serena. – Digo convencida y mi hermana me sonríe. – Estoy quitándome poco a
poco la venda que mamá lleva poniéndome en los ojos por largos años.
- Mamá no te conoce tan bien como cree. Tú eres soñadora, valiente e independiente. No
dejes que haga de ti un objeto de decoración, Abbey. – Agacho la cabeza y asiento.
- Espero que a tus amigos no les moleste que vaya. – Consiento al fin. Serena se pone tan
contenta que me alegra el alma. – Pero no le digas nada a mamá de que vamos con tus amigos, por
favor.
- No soy tonta. Le diremos que vamos las dos solas.
- Trato.
Corro a mi habitación en busca de un biquini y me cuesta más de lo que pensaba que me
iba a costar encontrar algo que concuerde con mi reciente estado de ánimo. Todo lo que tengo
contiene exceso de brillo, rosa o reflejos tornasolados. La verdad es que no tengo ánimos para
ponerme tan colorida hoy.
Al final me decanto por un biquini simple blanco de triángulo que uso solo para tomar el
sol en casa, porque es muy pequeñito y deja poca marca, pero es simple como un pan.
Me pongo el biquini y vuelvo a ponerme la ropa encima, cojo una bolsa para guardar mi
toalla, alguna goma para el pelo, mi teléfono móvil, mi ebook y unos auriculares. También cojo
algo de dinero de mi mesita de noche y lo guardo. Serena está ya esperándome en la puerta de
casa cuando bajo las escaleras.
Al bajar, me encuentro con mi madre toda arreglada y me tenso.
- Abbey, Serena, me ha surgido un problema y tengo que viajar. – Dice mi madre. Me
extraña que viaje sola.
- ¿Problema? ¿Qué pasa, mamá? – Mi madre pone cara de compungida y nos mira a ambas
con ojos lacrimosos.
- Me han llamado de la residencia de tu abuela Carol. Está malita y quiero ir a verla unos
días. Pero no le digáis nada a papá, no quiero preocuparlo hasta saber qué pasa. Está trabajando
muy duro para ocupar un buen lugar en la empresa. – Me quedo helada. Mi abuela Carol, por parte
paterna, es el único pariente vivo que nos queda a mi hermana y a mí aparte de nuestros padres.
Siempre ha sido un encanto con mi hermana y conmigo, pero siempre ha demostrado también una
antipatía abierta por mi madre.
- ¡Voy contigo, mamá! – Me ofrezco sin dudar.
- No, no, cariño. Le he dicho a tu padre que voy sola a ver a mi amiga Hannah de
Washington. Es mejor dejarlo así. Tranquilas, os mantendré al tanto. – Dice mi madre apoyando
sus manos en el hombro de Serena y en el mío. – ¿Has quedado hoy con Dylan?
- ¡Sí! – Respondo rápidamente antes de que mi hermana me descubra. Serena me mira y
sonríe. – Todo está ahora muy bien entre los dos, mamá. – Mi madre sonríe de oreja a oreja.
- Me alegro mucho, cariño. – Besa mi frente y después la de Serena. – He dejado la cena
para papá y para vosotras en la nevera. También unas pizzas para mañana y podéis también hacer
ensalada de pasta. Cuidad de papá. – Dice, coge sus bártulos y sale por la puerta, en dirección a
un taxi que ya la está esperando.
Serena y yo esperamos a que mamá se vaya con la mano en alto en señal de despedida y
poniendo nuestra mejor cara de niñas buenas.
Respiro otro aire cuando ella ya se ha ido. Mi padre jamás se mete en la vida de Serena,
ni en la mía. Él es un hombre bueno que trabaja mucho y que confía demasiado en su pequeña
familia. Hasta cuando pasó lo de Elsa me decía sin cesar que no habíamos hecho nada malo y que
todo mejoraría con el tiempo. Papá tiene un horario agotador desde que hemos llegado a Malibú,
por lo que suele irse a la cama muy temprano en la noche y se despierta muy temprano en la
mañana.
Antes de salir, dejo una nota en la nevera diciéndole a mi padre cuanto le quiero y que
Serena y yo estaremos todo el día fuera pasando un bonito día entre hermanas. Sé que eso le
gustará. Mi madre nunca tuvo hermanos, pero mi padre sí. El tío Mike del que tanto nos ha
hablado, que murió en un accidente de coche cuando mi hermana Serena tenía solo unos meses de
vida. Un hombre libre y a veces demasiado temerario que vivía la vida al máximo. Un hombre
valiente, como le habría gustado ser a mi padre. Pero él es mucho más que eso. Es un hombre
cariñoso, honrado y muy buena persona; como mi hermana Serena.
Ojos que no ven

Cuando Serena y yo aparcamos nuestro pequeño coche junto a la Playa de los Muertos, me
siento estúpida por venir aquí. Desde el coche ya veo a los amigos de Serena; veo a Andy con la
guitarra deleitando al pequeño público con una canción, Cole le corea con una pandereta, Lillian,
el Gran Harry y otro chico más que no conozco bailotean a su alrededor y… una estúpida chica
rubia acaricia el pelo alborotado de Andy.
Un nudo de tripas me impide respirar como necesitaría.
- Creo que no ha sido buena idea – digo nada más salir del coche sin poder quitarle el ojo
a la rubia esa que me enferma – mejor me voy a casa, hermana. Seguro que alguno de ellos te
puede llevar luego. – Mi hermana me coge del brazo impidiéndome entrar de nuevo en el coche.
- Abbey… no seas tonta. Seguro que Andy deja a Jordan de lado en cuanto te vea. – Me
tenso aún más. ¿Sabe mi hermana acaso que siento celos de esa tipa? Eso significa que lo sabrán
todos en cuanto me acerque a ellos.
- ¡De qué hablas! – Me defiendo.
- Vamos, Andy lleva dos días preguntándome disimuladamente, o eso cree él, por ti. Y sé
que a ti también te atrae. Solo ha invitado a Jordan porque se siente solo, seguro. – Miro en
dirección a Andy pensativa. ¿Ha preguntado por mí? ¿Por qué no me ha escrito entonces, o ha
aparecido por mi habitación? ¡En realidad, no quiero que lo haga! Por fin estoy bien con Dylan y
no quiero volverme loca con esto.
- Serena, tengo que confesarte algo, aquí, en privado. – Le digo a mi hermana. Ella me
mira expectante.
- Sé que os habéis acostado. Os oí en casa de Lillian. – Serena se pone colorada y yo
también.
- Sí, ya sé que lo sabes. Y no es solo eso. Yo… bueno… es que… ¡mierda! Serena, nunca
había conseguido llegar al orgasmo con nadie hasta que me acosté con él. Y, bueno, estoy hecha un
lío. Andy dice no sentir nada por mí, ni yo por él. Dice que lo nuestro es solo una terapia para que
cada uno encuentre su verdadero YO a través de experimentar con nuestros cuerpos.
- Parece un buen trato, Abbey. ¿Qué te preocupa exactamente?
- Dylan. – Digo bajando la cabeza. – Sé que no está bien lo que estoy haciendo la mayoría
del tiempo. Pero cuando estoy cerca de Andy, las ideas se me nublan y siento que el único error
sería privarme de sentir lo que siento con él.
- En ese caso, no deberías desarrollar una relación tan seria con Dylan, hermana. – Le
miro con tristeza. – Sé que mamá no te deja decidir con libertad al respecto. Pero ya tienes
veinticinco años y una vida entera por vivir. Tu vida es solo tuya, hermana, recuérdalo. Tus
errores y tus aciertos harán de ti una mejor persona. Pero es imposible aprender de los errores y
aciertos que otra persona cometa por ti, porque la responsabilidad nunca será tuya. – Me quedo
muda ante las sabias palabras de mi hermana. Vuelvo a mirar a Andy y a la rubia enfermiza y
suspiro. – Creo que tienes que decidir tú misma cuándo es que estás preparada para una relación
seria y cuándo acaba tu viaje de aprendizaje. Pero, Abbey, no podrás querer a nadie, ni recibir o
dar amor verdadero hasta que no aprendas a quererte a ti primero.
- Andy va a destrozar mis nervios, lo sé. – Digo esta vez convencida y encaminándome
hacia donde ese desquiciante ser está, encandilando a todos con su hermosa voz.
- Solo si le dejas. – Susurra mi hermana a mis espaldas.
La cara que pone Andy al verme llegar no tiene precio. Yo sonrío y saludo a todos, sin
mostrar preferencia por ninguno en particular. Me presentan a Jordan, que no hace el mínimo
esfuerzo por levantarse y separarse de Andy mientras me saluda, y al chico nuevo, Mario, un
guapísimo chico con rasgos indios y hermosa melena oscura. Me sonríe con ganas y me ofrece un
botellín de cerveza. Arrugo la nariz.
- No le gusta. – Responde Andy por mí. Lo miro y parece tenso y con cara de pocos
amigos. Creo que está molesto conmigo porque no le he llamado o escrito. La rubia a su lado me
mira mal y se pega más todavía a Andy. Después le besa la mejilla, asegurándose que la veo.
Disimulo mi incomodidad y le ofrezco una sonrisa a Andy, pero él agacha la mirada y la centra en
las cuerdas de su guitarra. – Dale una con tequila y limón, a lo mejor le gusta. – Propone Andy a
Mario. Éste le hace caso y me da una de esas.
- Gracias. – Digo.
- ¡Morenita! ¡Ven aquí! – Cole tira de mí haciéndome caer sobre la arena y me siento junto
a él. Me da un fuerte beso en la mejilla y levanta su botellín de cerveza para que brinde con él. Lo
hago. – Me alegra ver que sigues viva. – Me pongo roja al recordar la borrachera que adquirí la
última vez que vi a Cole, tocando con Andy y con Grace en aquel bar de playa…
- Supongo que me revivieron. – Digo sin venir a cuento y bebo un largo trago para
disimular mis nervios. Siento la mirada penetrante de Andy ante mis palabras y sonrío en mi
interior. Sabe que me refiero a él.
- Afortunado aquél que lo hizo. – Cole me sigue el juego y ambos nos sonreímos. Andy
vuelve a mirar a su guitarra, pero esta vez esconde una sonrisa. La rubia, Jordan, me mira y
después mira a Andy, seguramente preguntándose si fue él quien me “revivió” aquella noche.
Parece que ha notado el ambiente tenso y cargado desde que yo he llegado y un notable cambio de
actitud de Andy, que parece molesto con mi presencia.
- Vamos al agua, Andy. – Propone la rubia poniéndose en pie y quitándose la ropa. Sonrío
al ver que lleva un triquini rosa brillante igualito al mío, el primero que he descartado al venir
aquí. Andy me mira a mí antes que a ella y responde.
- Claro, nena. – Se levanta y la coge de la mano para entrar en el agua con ella.
Intento no mirarlos muy fijamente, pero de vez en cuando se me van los ojos a ellos dos.
Durante largos minutos se les ve abrazados en el agua y besándose apasionadamente. Aquí, en la
arena, el ambiente es relajado y distendido. Lillian y mi hermana bailotean agarradas de las manos
mientras Cole toca una bonita canción en la guitarra que yo tarareo, porque me suena de algo. El
Gran Harry coge mi mano y me saca a bailar. Accedo encantada para poder distraerme un poco y
dejar de prestar atención a lo que Andy hace.
Me pongo a bailar con Gran Harry y lo hago de forma seductora a la vez que divertida.
Acabo dos botellines de cerveza con tequila de una sentada y sigo bailando. Estoy achispada, pero
no borracha. Y lo estoy pasando bien, a pesar de Andy y la rubia tonta. El guapo de Mario también
comienza a bailar conmigo y me dejo dar varias vueltas por la arena con él, pero tropiezo cuando
piso el bajo de mis pantalones y me caigo a la arena. Mario cae sobre mí.
Comienzo a reír como una estúpida. Mario también y entre él y Gran Harry tiran de mí
para ayudarme a levantarme. Decido quitarme la ropa de una vez y quedarme en biquini. Es lo
normal, en la playa, pero mi hermana y Lillian van ataviadas con grandes camisetas y shorts.
Mientras me quito la ropa, Cole, Mario y Gran Harry me corean y vitorean, y yo hago una
especie de baile sensual y cómico. Sin querer miro a Andy y lo pillo mirándome, pero gira la
cabeza inmediatamente. ¿Estará celoso? Me abro otro botellín de cerveza con tequila y vuelvo a
bailar con Mario. Ojalá pudiera hacerlo con Andy, pero a falta de pan…
Mario está muy bueno también. La verdad. Y parece muy amable y divertido. Me agarra
de la cintura y finge bailar conmigo un tango. Pero, de repente, mis pies no tocan el suelo y siento
que estoy sobre el hombro de Mario, a mucha mucha distancia del suelo.
- ¡Vamos todos al agua! – Grita y yo comienzo a sentir el pánico apoderarse de mí. Todos
corren hacia el agua. Hasta mi hermana. Y yo comienzo a hiperventilar.
- Bájame – mi voz no quiere salir. Pataleo, pero solo consigo que Mario se ría más. – No,
no, no. – Aprieto los ojos. – ¡Bájame! – Consigo gritar aterrada.
- ¡Bájala, joder! – Escucho una voz. Estoy muy mareada. De pronto, mis pies tocan el
suelo y siento un húmedo y fuerte cuerpo abrazarme. – Eh, bonita. Respira. Ya estás en el suelo.
Tranquila. – Lo abrazo con fuerza. Sé que es Andy y que no debería, dado que él ha venido
acompañado a esta fiesta particular. Pero mi cuerpo se ha engarrotado a su alrededor. – ¿Estás
bien? – Coge mi cara, yo sigo apretando los ojos, pero asiento medio sonriendo. – Mírame,
Abbey. – Mi nombre en sus labios consigue que reaccione y abro los ojos. – ¿Cuántos hombres
irresistibles ves? – Bromea sonriéndome. Hace que me ría y la risa relaja por fin mi cuerpo y
mente.
- Tres. – Digo.
- ¡Eres afortunada! – Besa mi frente. – Vamos a la toalla y te sientas. – Miro a mi
alrededor. Todos nos miran extrañados. No quiero estropear la fiesta.
- No, estoy bien. Quiero bañarme. – Le libero de mi agarre y me separo de él al ver la
cara de pocos amigos de Jordan. Me meto en el agua ignorándola.
- Oye, perdona… – comienza a decir Mario.
- Tranquilo, no pasa nada. Solo que me dan miedo las alturas. – Le sonrío y me meto poco
a poco en el agua.
Sin darme cuenta tengo la cabeza bajo el agua y cuando consigo sacarla veo que la
zambullida desprevenida ha sido obra de Cole, que se ríe de mí a carcajadas. Yo comienzo a
tirarle agua y mi hermana, que está justo detrás de él, consigue zambullirlo a él. Muero de la risa y
sé que por primera vez en mi vida no me importa tener todo el pelo mojado y enmarañado por
toda la cara. Miro a Andy y sonríe al verme reír así. Está de pie en la orilla y me acerco a él.
- ¡Vamos! ¡Abuelo! ¡Diviértete un rato! – Le tiro agua y me dedica un divertido gesto de
enfado, aunque es solo fingido. Siento otras manos que tiran de mi cintura y me zambullen. Esta
vez he tragado un poco de agua. El Gran Harry ha sido el autor. – ¡Maldito! – Le grito tirándole
agua.
- ¡No! – Escucho a Jordan lloriquear mientras Cole y Mario le tiran agua a dos bandas.
Está pasando un mal trago, lo veo. – ¡Andy! ¡Haz que paren! – Suplica. Cuando busco a Andy con
mi mirada para ver cuál será su reacción a la llamada de Jordan, veo que ha desaparecido.
¿Dónde ha ido? Doy vueltas en el agua hasta que de repente emerge justo frente a mí.
- ¿Me buscabas, bonita? – Pregunta con su típico aire prepotente.
- Creí que te había comido un pulpo. – Me burlo.
Seguimos escuchando los gritos de Jordan llamando a Andy, pero él solo tiene ojos para
mí ahora mismo. Todos están sumergidos en una batalla de agua. Todos menos nosotros, que solo
nos miramos fijamente. Como si estuviéramos solos. Al final me pone nerviosa su mirada y
agacho la mía.
- ¿Por qué no me has llamado? – Su pregunta me pilla por sorpresa.
- ¿Por qué no has venido a mi habitación? – Contraataco.
- Pues porque no me has llamado.
- No hacía falta. Sabías que serías bienvenido.
- Pero necesitaba que me llamaras. – Me río y miro hacia Jordan.
- Permíteme que lo dude.
- Tú también has estado ocupada con tu querido novio, ¿no? – Lo miro intentando
averiguar qué pretende con este interrogatorio. – Dime, ¿ha hecho que te corras al fin con él? –
Trago saliva y miro a mi alrededor, deseando que nadie haya escuchado eso. Por suerte, están
todos demasiado enfrascados en la pelea de agua. Andy tira de mi barbilla para que lo mire de
nuevo. – Contesta.
- No… bueno sí, digo no…
- Abbey, tienes que ser más clara. – Acabo de darme cuenta que lo he conseguido. He
conseguido que Andy me llame por mi nombre la mayoría del tiempo.
- ¿Por qué quieres saberlo? – Parece que mi pregunta le pilla por sorpresa y ahora es él
quien esquiva mi mirada. Yo hago lo mismo que él y le cojo de la barbilla para obligarle a
mirarme.
- No quieres saberlo. – Niega con la cabeza.
- Sí que quiero. Dímelo. – Mi corazón palpita con fuerza sin saber por qué.
- Es egoísta.
- Quieres ser el único que lo consiga, ¿no es así? – Los ojos de Andy se vuelven más
claros y ya sé la respuesta a mi pregunta. – Ya veo…
- ¿Qué ves? No he dicho nada. – Parece confundido. – Y no creo que lo haga, bonita, lo
siento. Pero es una respuesta que me guardo para mí.
- Tus ojos se vuelven más claros cuando deseas algo. – Le digo y abre la boca para decir
algo. Luego la cierra. La vuelve a abrir y luego a cerrarla. – También cuando estás excitado, o
feliz.
- Creo que debería hacerle caso a la rubita antes de que se ahogue. – Dice y se aleja de mí
para ir en busca de Jordan.
Decido ir a la toalla a tumbarme un poco y relajarme cuando lo veo acudir al fin a la
llamada de la dichosa “rubita”. No me apetece ver esto, la verdad. Sienta o no sienta algo por
Andy no estoy acostumbrada a ser el segundo plato de nadie. Ni a ser ignorada de esta manera.
Hay ciertas cosas en mí que tardarán en cambiar y adaptarse a mi nueva Yo.
En la toalla, cojo mi móvil, los auriculares y pongo algo de música para aislarme.
Consigo hacerlo un poco, aunque no dejo de repetir en mi mente las palabras de Andy: “¿Por qué
no me has llamado” “Necesitaba que lo hicieras”… Cuando abro los ojos, veo tres pares de ojos
mirándome como si fuera una marciana: Mario, Cole y… Andy. Me quito los auriculares.
- ¿Pasa algo? – Pregunto. Andy desvía su mirada hacia el horizonte y Mario y Cole
disimulan comenzando una ridícula conversación entre ambos.
- Hace frío ya. Deberías vestirte o te resfriarás. – Me dice Andy sin mirarme. Yo alzo las
cejas, me pongo de nuevo los auriculares y vuelvo a tumbarme.
- Tranquilo, estoy bien, disfruta de la vista.
- Andy, mi padre ha venido ya a por mí. ¿Nos vemos esta noche? – Escucho preguntar a
Jordan. Mi interior ruge.
- Ya veremos, nena. – Contesta Andy. Escucho un besuqueo de fondo.
- Te llamaré luego por si estás de humor. Adiós.
- Adiós.
Yo sigo con mis ojos cerrados, pero con la música más baja, por si puedo escuchar lo que
pasa a mi alrededor. Me alivia que Jordan ya haya desaparecido.
- ¡Se os van a salir los ojos! – Dice Andy, acto seguido escucho un golpe y a Cole y Mario
quejarse. – Si vas a seguir provocando vas a encontrar respuesta, bonita. – Siento su cuerpo de
repente sobre mí. Abro los ojos y veo a Andy aguantando el peso de su cuerpo con sus manos
sobre mí.
- Me estás tapando el sol, quita. – Me hago la digna.
- Vente al agua conmigo. – Susurra en mi oído y mi cuerpo se hace líquido.
- ¡Ni hablar! Llévate a Jordan. – Disimulo que no he oído que se ha ido. Andy me dedica
una sonrisa.
- No es para hacerte guarradas. Es para otra cosa. – Frunzo el ceño.
- ¿Para qué cosa?
- Ven y lo sabrás. – Andy se levanta y tira de mi brazo hasta hacer que me levante. Lo hago
y lo sigo hasta el agua. De fondo oigo a Cole tocar la guitarra y cantar.
Una vez que el agua nos cubre a ambos por la cintura me paro y le pregunto.
- ¿A qué viene esto, Andy?
- Quiero ayudarte con tus miedos. – Me dice y me paralizo.
- ¡No! No, no es buena idea. – Retrocedo cuando él levanta las manos hacia mí.
- Venga, aquí en el agua no pasará nada si caes. Déjame que te coja. No pasa nada, estoy
contigo. – Su voz suena seductora, como el encantador de serpientes que es.
- En el agua es peor. – Le confieso.
- ¿Por qué? ¿Qué te pasó para que te dé tanto miedo las alturas? – Niego con la cabeza.
- Preferiría tener sexo aquí delante de todos contigo que revivir esa mierda, Andy. – Sus
ojos brillan, pero su gesto se mantiene preocupado.
- Vale, si no lo quieres contar lo comprendo. Pero confía en mí. No dejaré que te pase
nada.
- No entiendo por qué te preocupa eso. ¿Me estás castigando porque no te he llamado? –
La ansiedad comienza a crecer en mí.
- ¿Qué? ¡No! Solo quiero ayudarte. – Mis ojos comienzan a verlo todo borroso y solo veo
agua por todas partes.
- Andy, quiero salir. – De repente me abraza con una mano y sujeta mi rostro con otra.
- No te levantaré si no quieres. – Al fin consigo calmarme cuando me dice eso y asiento. –
Solo quiero liberarte de tus miedos. Pero lo haré cuando tú me dejes hacerlo. Me gustaría ser
capaz de follarme a la increíble Abbey Lynx contra la pared, con sus piernas alrededor de mi
cintura, escuchándola gemir mi nombre. – Mi boca comienza a salivar ante sus palabras.
- Eso suena muy bien. – Digo.
- Uff… Me alivia que todavía me desees. – Presiona su frente contra la mía y poco a poco
acerca sus labios a los míos. Nos besamos como solo nosotros sabemos hacerlo, con rabia, deseo
y hambre el uno del otro. Siento sus manos en mi trasero y me levantan del suelo. No me importa
lo más mínimo. Es más, mis piernas se enredan en su cintura y mis manos en su cuello y en su
pelo, tirando de él con fuerza. Andy gime en mi boca.
- ¡Para! – Digo de un momento a otro y me separo de él.
- Lo siento. Ha sido por impulso. – Se disculpa. – No quería asustarte, Abbey.
- No me has asustado, de hecho. – Confieso pensativa. Andy se acerca de nuevo.
- Entonces, ¿por qué me has parado? ¿Quieres alejarte de mí? Si es así, habla claro,
bonita, y no me hagas perder el tiempo. – Se cruza de brazos y me entran ganas de abofetearlo.
- No soy el segundo puto plato de nadie, ni siquiera de un donjuán con el que solo tengo
sexo. – Digo enfadada.
- ¿Solo sexo? Bonita, sabes que no tendrás un sexo mejor del que tienes conmigo en la
vida.
- ¡Ja! ¡Serás estúpido! Será mejor que me vaya. – Digo y me doy la vuelta para salir del
agua.
- ¡Abbey! – Me llama y no puedo evitar girarme para ver qué quiere.
- ¡Qué!
- Quiero verte esta noche. – Dice. ¿Quién se ha creído que es?
- Pues puedes hacerte una paja pensando en mí, si quieres. – Vuelvo a darme la vuelta
encolerizada. Si piensa que voy a sucumbir así lo lleva claro. Cuando estoy a punto de salir del
agua siento un tirón de mi mano.
- ¡Oye! – Me giro de nuevo y espero a que hable. – No te enfades. Déjame verte esta
noche.
- ¿No tienes planes con Jordan? – Me cruzo de brazos.
- ¿Quién? – Pongo los ojos en blanco.
- ¿Te aprenderás alguna vez el nombre de alguna de tus múltiples amantes?
- Me sé el de la que me interesa saber. – Contesta. ¡Maldición, por qué me gusta tanto esa
respuesta! Es grosera y prepotente. – Me pasaré por tu habitación sobre las once de la noche. Si
no te interesa verme solo tienes que cerrar la ventana. – Me suelta de su agarre y vuelve a entrar
en el agua. Yo salgo y le digo a mi hermana que es hora de irnos. Menos mal que Serena está de
acuerdo y nos vamos enseguida, antes incluso de que Andy salga del agua.
Corazón que siente

He dejado la ventana abierta. Porque soy estúpida y porque llevo las tres horas que llevo
en mi habitación imaginándome teniendo sexo con Andy.
He llamado a Dylan en cuanto he llegado, cuando he visto sus ocho llamadas perdidas. Le
he explicado que he pasado el día en familia y que no he prestado atención al teléfono. Se ha
molestado porque dice que nadie en su sano juicio pasa tanto tiempo sin mirar su móvil. La verdad
es que no lo he mirado en todo el día, prácticamente.
Después he visto otros dos tutoriales sobre lenguaje de signos y he grabado mi video
comentando mis avances. También he dejado un poco entrever mis problemas de entendimiento
con mi madre y mis miedos a las alturas. He prometido a mis seguidores que trabajaré en ese
miedo, con la ayuda de alguien…
Ahora mismo estoy mirando algunas de las fotos que hice antes de irme de Washington,
cuando solía hacer fotos artísticas y no selfies. Lo echo de menos. Todos los procesos creativos
son bastante placenteros y liberadores. Supongo que eso es lo que le gusta a Andy de crear
música… ¿Otra vez pensando en Andy? Pues sí… Miro por enésima vez la ventana y suspiro
cuando no lo veo aparecer. Son ya las once y veinte y creo que no va a venir.
Me levanto de la cama y bajo las escaleras de mi casa con sigilo para no despertar a mi
padre, que duerme desde hace dos horas. Serena está en su habitación con Lillian viendo una
película. La ha metido a escondidas de mi padre. Pero eso es fácil. Mi padre no es un entrometido.
Llego a la cocina y cojo el bote de helado de vainilla con nueces de Macadamia y vuelvo
a subir hasta mi habitación.
Cierro la puerta con llave, pongo la canción de “Lovely” de Billie Eilish y me tiro sobre
la cama. Chupeteo la cucharilla llena de helado y me pregunto qué estará haciendo ese
desgraciado ahora mismo. ¿Estará con Jordan haciéndole sentir el placer más intenso? No puedo
culparla de querer verse con él. Yo, ahora, tras haber probado lo que es de verdad la pasión, creo
que me he hecho adicta a ella. Y daría lo que fuera ahora mismo por volver a sentirla.
- ¿Está rico? – Me sobresalta su voz.
- ¡Qué demonios! – Me giro y lo veo salir de mi vestidor. – ¿Cuánto tiempo llevas ahí? –
Pregunto molesta. Si me ha visto hacer los cursos de lenguaje de signos pensará que soy una
imbécil y que solo busco su aprobación. No es así. Eso lo hago por mí. Pero conocer a su hermana
Eiden me ha servido como inspiración.
- Solo dos minutos. He tenido que ayudar a Eiden en algunas tareas y se me ha hecho un
poco tarde. – Dice con las manos en los bolsillos de sus vaqueros y acercándose lentamente a mí.
– Esos pantaloncitos de pijama son minúsculos. – Se relame al mirarme. Mi corazón comienza a
galopar. – ¿Me das un poco? – Señala la tarrina de helado y se la tiendo sin saber qué decir o
hacer. Sé que vamos a tener sexo y estoy más que impaciente y expectante. Andy coge una gran
cucharada de helado y se la mete en la boca, después me besa y deposita en mi boca un pedazo de
helado medio derretido por sus labios. – Mmmm, está muy rico. – Recoge mi cabello en su mano y
deja un rastro de helado por mi cuello y lo lame. – Muy, muy, muy rico. – Cierro los ojos y me
muerdo los labios. – Creo que tienes calor, Abbey. – Levanta mi minúscula camiseta de algodón y
deja mis pechos expuestos a su visión. Rápidamente se lleva uno de ellos a la boca, mordisquea
mi pezón y con la otra mano masajea el otro. – Me encanta la marca que te ha dejado el sol. – Pasa
los pulgares por mis pezones y me mira intensamente. – Estabas demasiado seductora hoy con ese
minúsculo biquini, Abbey. Lo sabes, ¿verdad? – Mi respuesta es abrirme de piernas sobre el
colchón de mi cama y mirarle con erotismo. – ¿Me estás provocando, Abbey Lynx?
- Puede. – Contesto. Andy se separa de mí, coge la silla de mi escritorio y se sienta frente
a mí, con los brazos cruzados.
- Vamos, hazlo.
- ¿Que haga qué? – Sonrío ante su juego.
- Provócame para que te folle.
- No creo que haga falta mucho. – Digo mirando el bulto de su entrepierna. Andy levanta
una ceja.
- Cuanto mejor lo hagas más placer te daré. – Está bien, comienza el juego.
Sin dejar de mirarlo y con mis piernas bien abiertas meto los dedos en la tarrina de helado
y los lamo con todo el erotismo que poseo. Cierro los ojos y gimo mientras me lamo los dedos.
Algunas gotas caen en mis pechos. Abro los ojos y veo el verde nuclear de los de Andy
observando sin perder detalle. Saco los dedos de mi boca y voy descendiendo mi mano por mi
cuello, mi pecho, mi vientre… hasta introducirla por los pantaloncillos de pijama y llegar a mi
sexo. Estoy mojada, mucho, y me humedezco más al ver la cara de Andy mientras ve como me
toco.
- Mmmm, si supieras como estoy. – Le tiento. Andy se frota las mejillas con las manos y
se pasa las manos por el pelo.
- Dímelo tú.
- Muy mojada y caliente. – Introduzco dos de mis dedos en mi sexo y gimo.
- Despacio. – Me pide y veo que se quita la camiseta que lleva y se desabrocha la
bragueta para tocarse por encima de la ropa interior.
- Así se siente delicioso. Ahhh – gimo, sobre todo para provocarle más. Realmente es
placentero, pero lo que mi cuerpo necesita de verdad es sentirlo a él dentro de mí. Arqueo la
espalda y echo mi cabeza hacia atrás.
- Abbey, mírame. – Me pide. Cuando lo hago, veo que tiene la polla en su mano. Se está
masturbando con lo que ve y aún tengo los pantaloncitos puestos. – Quítatelo todo. – Ordena. Lo
hago sin dudar. Me quedo completamente desnuda frente a él y vuelvo a abrir mis piernas y a
tocarme. Siento el sudor por mi frente y mi cabello caer a los lados de mi cara. Estoy a punto de
explotar y Andy también. – ¿Quieres terminar sola? – Pregunta con voz entrecortada. Niego con la
cabeza y Andy se levanta rápidamente. – Pues quédate así. – Sujeta mis rodillas para impedir que
cierre las piernas y comienza a lamerme de forma devastadora.
- ¡Ahhh! ¡Andy, joder! – Me aferro con fuerza a su cabello. Sé que debo hacerle daño,
pero no se queja, sino que aviva el ritmo de su lengua. – Andy, Andy, ¡quiero sentirte dentro! –
Araño su espalda y sus hombros. – ¡Por favor! – Andy levanta la mirada hasta toparse con la mía
sin dejar de hacer magia con su lengua. Se separa solo un momento para decirme algo.
- Tendrás que avisarme cuando estés a punto. Porque en el momento en el que me meta en
ti sé que estallaré, Abbey. Me has puesto simplemente a mil. Más que en toda mi jodida
existencia. – Le callo empujando su cabeza contra mi sexo de nuevo y me dejo llevar entonces por
la pasión que me ofrece. Siento los latidos de mi corazón en el vértice de mi punto máximo de
placer, allá donde su lengua está lamiendo. – Voy a… – No me da tiempo a decirlo cuando lo
siento entrar en mí. No sé cómo ha sido tan rápido, pero Andy ha tomado posición entre mis
piernas y me embiste con fuerza antes de que acabe la frase – correrme… ¡Ahhhh! ¡Dios! – Mi
cuerpo estalla en un profundo orgasmo, pero esta vez me esfuerzo en mantener los ojos bien
abiertos para observar al hombre más sexi del mundo explotar entre mis piernas. Sus ojos brillan
mientras lo hace, mirando primero el punto de unión de nuestros cuerpos y levantando después la
vista hasta que se topa con la mía.
- Abbey… no es justo. – Dice al llegar al orgasmo, mostrándome su mayor cara de
derrota.
Sale de mí y se separa poniendo demasiada separación entre los dos. Yo le observo cauta,
sin saber qué le pasa ahora mismo. Le señalo el paquete de servilletas de mi mesa y él me los
acerca para después poner distancia entre los dos de nuevo.
- ¿Te pasa algo? – Pregunto mientras me limpio los restos que su cuerpo ha dejado en mí.
No me gusta la mirada que me dedica.
- No, pero debería irme. – Coge sus prendas del suelo y yo me pongo el minúsculo
pantalón de nuevo y la camiseta.
- Espera – digo deteniéndolo cuando ya se ha puesto los boxers y está a punto de ponerse
los pantalones - ¿tienes un cigarrillo? – le pido como excusa para pasar unos minutos más con él.
Andy suspira y asiente.
Cojo un tarro de cristal para usarlo como cenicero y me siento, apoyando mi espalda
sobre el cabecero de la cama. Andy me tiende un cigarrillo y suspiro aliviada cuando veo que se
enciende otro y se sienta junto a mí. Mira con detenimiento mi habitación mientras exhala largas
bocanadas de humo.
- Me gusta esa fotografía. – Dice señalando una fotografía tamaño gigante que tengo sobre
la pared en la que se ve una chica rubia empuñando una pistola de la cual salen multitud de gotitas
de colores.
Es Elsa.
Me costó un mundo tomar esa fotografía desde el ángulo perfecto en el momento preciso.
Creo que mi hermana Serena era la encargada de esparcir las gotas de colores cuando yo le di la
señal para tomar la foto.
- Sí… es de una increíble fotógrafa. – Digo riéndome de su desconocimiento.
- Sin duda. ¿Quién es? – Pregunta con curiosidad.
- Emm, pues es una joven y guapísima chica que se está convirtiendo en una experta en
cómo poner cachondo a los chicos malos como tú. – Bromeo y me muerdo el labio. Me he puesto
a mil solo de decir esas cosas a un Andy semidesnudo sobre mi cama. Él me mira con los ojos
muy abiertos.
- ¿Tú has hecho eso? – Señala la foto. Asiento sonriente. – Vaya, pues es una jodida
maravilla de foto. ¿Quién es ella? – Y ahí está de nuevo esa sensación de celos. ¡Vamos Abbey!
¿Por Elsa? ¡¡¡No!!!
- Era una persona importante en mi vida. Dejémoslo ahí. – Miro a otro lado y apostaría el
cuello a que Andy se ha percatado del cambio en mi estado de ánimo, porque la caricia de su
mano sobre mi rostro me lo advierte.
Lo miro embelesada mientras recoge un mechón de mi cabello en su mano y lo retuerce
entre sus dedos.
- Creo que me voy a quedar un ratito más. – Me quita el cigarrillo de la mano y lo
deposita en el frasco de cristal. Después hace lo mismo con el suyo. Sus labios buscan los míos y
su cuerpo se acomoda sobre el mío…
*****
Cuando me despierto es todavía de noche. Estoy muy cansada, pero el peso del cuerpo de
Andy sobre el mío me impide casi respirar. Intento soltarme poco a poco para no despertarlo y
con mucho esfuerzo lo consigo. Me giro para observarle dormir.
¿Qué estamos haciendo, Andy?
No soy capaz de ver si esto es correcto o no. No soy capaz de decirle que no a este
hombre. Tampoco soy capaz de confesarle a Dylan mi error. Sé que no me perdonaría. Yo tampoco
lo haría en su lugar. También me duele el pensar en romper con Dylan sin darle un motivo
verdadero. Podría decirle que no estoy enamorada de él, pero ni siquiera sé si eso es cierto y le
rompería el corazón con algo que podría ser una mentira.
Hemos avanzado mucho. He conseguido disfrutar del sexo con él. Pero no creo estar
enamorada de él…
Al menos me cuesta mucho creerlo mientras tengo a Andy tan cerca de mí como ahora.
Miro el techo de mi habitación con la sensación de estar más confundida que en toda mi
vida. Puede que el trato con Andy no me esté ayudando mucho. Puede que lo que realmente esté
consiguiendo sea confundirme aún más acerca de quién soy.
Alargo mi mano hasta la mesita de noche y cojo mi móvil. No es igual de bueno que mi
cámara de fotos profesional, pero servirá para tomar algunas instantáneas de él.
Parece tan dulce cuando está dormido…
Le tomo unas cuantas fotos desde diferentes ángulos. La luz de la inmensa luna que entra
por mi ventana me sirve de foco. Me río ante mi travesura. Seguro que se pondría de un humor de
perros si supiera que le estoy fotografiando, pero el recuerdo de la foto que le hice a Elsa me ha
hecho añorar volver a fotografiar.
Después de unas cuantas decenas de fotos vuelvo a acostarme junto a él y repaso las instantáneas.
Me llevo un susto de muerte cuando siento su mano de nuevo sobre mí, apretándome con fuerza
contra su pecho. Con suavidad me giro a mirarlo, pero sigue dormido. ¡Ufff! ¡Menos mal! No
sabría cómo explicar esto.
Antes de volverme a dormir tomo unas cuantas fotos más de su mano sobre mi cintura y su
pierna entrelazada a la mía. Una maraña de cuerpos. ¡Me gusta esta foto! Levanto la mano y tomo
otra en la que se le ve completamente dormido y abrazado a mí mientras yo me río como una tonta.
Después bloqueo el teléfono y lo dejo de nuevo en la mesita de noche.
Me gustaría despertarle para tener más sexo, pero es la primera vez que lo veo dormir tan
profundamente y sin hablar en sueños. Así que mejor le dejaré descansar.
Rutina

Por la mañana me despierto de nuevo sola en la cama. Por un lado, me entristece, pero por
el otro me reconforta no tener que afrontar una situación como esa, en la que no sabría qué decir o
hacer para decirle a Andy que se fuera, pues alguien le puede pillar.
Aunque, pensándolo mejor, mi madre no está. Está en Seattle y mi padre se va muy
temprano a trabajar. Así que, si mi hermana no me ha abandonado, solo estamos ella y yo en casa.
Salgo al baño y me hago un moño descuidado para lavarme los dientes. Termino y voy de
nuevo a mi habitación. Me pongo un tanga para ir a la piscina un rato y pensar allí tranquilamente.
Creo que solo llevaré el tanga y haré topless para quitarme las dichosas marcas que el sol dejó
ayer en mis pechos. Me cubro con un vestido viejo. Tomo también mi ebook y mi cámara de fotos
profesional que lleva demasiado tiempo olvidada.
Bajo así las escaleras y oigo la familiar voz de Serena llamándome.
- ¡Abbey! ¡Vente a desayunar a la piscina! He dejado café hecho.
- ¡Voy! – Grito entrando en la cocina. Me sirvo una taza de café con leche y tomo una
rosquilla del cajón de los dulces. Si mi madre me viera comiendo dulces me mataría… Cuando
abro la puerta que conduce al jardín trasero, casi se me cae todo lo que llevo en las manos al
encontrarme a Lillian sentada a la mesa con mi hermana y al chiflado de Andy tomando el sol
sobre una de nuestras hamacas con unas gafas de sol de mi padre puestas como única prenda. ¡Qué
hace ese loco desnudo en mi jardín! Miro a mi hermana y a Lillian que no parecen muy
perturbadas con la escena y suelto todo lo que llevo en la mesa.
- ¿Se puede saber qué hace Andy desnudo en nuestro jardín? – Le pregunto a Serena en
voz baja, pero demostrando mi desaprobación. Serena mira a Andy como si no supiera de lo que
hablo y luego a mí.
- Ah, es verdad. Bueno, me dijo que quería tomar el sol y como no ha traído traje de baño
y solo estamos nosotras en casa, pensé que no te importaría que se quedara desnudo. – Serena se
encoje de hombros como si fuera lo más normal.
- ¿No te pone nerviosa tener a un hombre desnudo en nuestra casa como si tal cosa? –
Pregunto sin comprender la actitud de mi hermana. Lillian tampoco parece disgustada o excitada
con lo que ve. Las dos simplemente ignoran a Andy.
- Es Andy… la verdad es que no me molesta lo más mínimo. ¿Y a ti, Lillian? – Pregunta
mi hermana.
- Es Andy. – Responde la chica de pelo azul encogiéndose de hombros.
- ¿Es que acaso es normal que Andy vaya por ahí desnudo? – Pongo los brazos en jarra
sintiéndome ninguneada. Me hace recordar la cantidad de mujeres que Andy se cepilla cada
semana, muchas veces en sitios públicos. Yo he sido testigo de alguna de sus escenitas. – ¿Queréis
decirme que estáis acostumbradas a verlo así? – Señalo en la dirección en la que está Andy.
- Bonita, puedo oírte. – Le oigo decirme. Lo miro molesta y se ha bajado las gafas de sol
para demostrarme que además de oírme puede verme. Doy un largo trago a mi café y luego me
acerco a él. – Ven, túmbate aquí conmigo y deja de gruñir. – Me ofrece haciéndose a un lado.
- Tengo otros planes. – Digo de morros.
- ¿Qué plan es mejor que tumbarte al lado de semejante monumento como yo? Además,
desnudo. – Pongo los ojos en blanco.
- ¿Hoy no trabajas? – La verdad es que pensaba tener un poco de privacidad hoy para
hacer fotos y leer un poco.
- No. Ya no trabajo en el Sound Beach. – Contesta volviéndose a colocar las gafas de sol.
Me sorprende su declaración y verlo tan tranquilo. – Me he ido de ese apestoso lugar. Ya te dije
que tenía otro proyecto en mente.
- ¿Cuál?
- No pienso decírtelo para que traigas al apestoso de tu novio y los pijos engreídos de tus
amiguitos. – Me siento muy ofendida por su comentario. ¡¿No quiere decírmelo para que no sepa
dónde trabaja y vaya a verlo?! ¡¿Qué se cree, que voy a montarle una escenita de celos en el
trabajo o algo?! – Ya te llevaré alguna vez si te portas bien. – ¡Es un jodido imbécil! Me quito el
viejo vestido que llevo y me quedo solo en mi tanga frente a sus narices. Le tiro el vestido con
rabia a la cara. Andy se incorpora rápidamente al verme y me alejo de él rápidamente. – Bonita,
ven aquí – me llama, pero le ignoro – Bonita, ¡Bonita! ¡Abbey, joder! – Me acerco al equipo de
música que tenemos en el jardín, lo acciono y pongo la canción de “Blinding Lights” de The
Weeknd al máximo, de modo que no puedo oír su llamada.
De la forma más sensual que puedo me meto en el agua para que, si me está mirando, lo
pase un poquito mal, así como me lo hace pasar a mí cuando está en modo estúpido e insensible.
Mojo mi pecho con el agua de la piscina y hago varias zambullidas para mostrar mi trasero en
todo su esplendor.
Después salgo mojada, cojo el resto de mi café y mi ebook y me tumbo en la hamaca más
alejada que hay a leer.
- Abbey – me llama mi hermana y a ella sí le presto atención – he invitado a los chicos,
espero que no te moleste. Papá comerá hoy en el trabajo y, como tenemos piscina y eso…
- No me molesta en absoluto. – Digo y continúo con mi lectura. Una sombra frente a mí me
distrae de nuevo. Aparto el ebook y me encuentro a Andy con cara de perro rabioso.
- ¿Piensas quedarte desnuda con Cole, Mario y el Gran Harry aquí? – Me reprocha. Yo
alzo las cejas y miro descaradamente a su miembro.
- ¿Perdona? ¿Y lo dices tú?
- ¡Ellos son hombres! ¡No se excitarán al verme así, al contrario!
- ¿Y mi hermana y Lillian qué son, ardillas? – Le reto.
- ¡Pero si…!
- ¡Deja a mi hermana que se ponga como quiera! – Grita Serena acallando a Andy. Le
sonrío a mi hermana y vocalizo la palabra “gracias” de forma exagerada.
- ¡Está bien! ¿Si me pongo algo lo harás tú también? – Me incorporo hasta sentarme,
intentando no dejarme intimidar por el enorme miembro de Andy, que pende frente a mis narices.
Me aclaro la voz antes de hablar.
- ¿Estás celoso de que me vean así?
- ¡Ja! ¡Celoso! – Alza los brazos. – Abbey, ya sabes que tú y yo no estamos en esa liga.
Pero jamás he compartido una conquista con Cole ni con ninguno de mis amigos y tú no serás la
primera. Es una norma que tenemos para no arruinar nuestra amistad y preferiría que tú no nos
complicaras la vida. – Me quedo atónita.
- ¿He oído bien? ¿Conquista? Eres un imbécil. Y, además, ¡en mis planes no está liarme
con ninguno de ellos! – Grito poniéndome en pie.
- ¡No me tomes por imbécil! ¡Te vi ayer con Mario en la playa y tuve que dejarle claro
que yo…
- ¡Que tú qué! Si solo soy una estúpida más de tus conquistas, ¿qué más te da lo que yo
haga?
- ¡Ya te he dicho que no comparto mujeres con mis amigos! ¡Me da exactamente igual lo
que hagas con el triste de tu novio con el que no puedes ni correrte! – Abro la boca y miro en
dirección a Lillian y mi hermana. ¿Ha dicho eso en voz alta?
- ¡Eres asqueroso! – Le golpeo en la cara con todas mis fuerzas y rápidamente se me
inundan los ojos de lágrimas. – ¡Te odio! – Salgo corriendo, porque no quiero darle el placer de
llorar delante de él. Andy intenta impedírmelo cogiéndome del brazo.
- Oye, no quise decir eso… yo…
- ¡Olvídame! ¡No me toques! – Le empujo y salgo corriendo, esta vez nadie me lo impide.
Corro escaleras arriba y me encierro en mi habitación a llorar como una estúpida en mi
cama.
A esto se refería mi madre. Malnacidos como Andy Stone te hacen daño, hagas lo que
hagas para evitarlo. Aunque te auto obligues a no enamorarte de ellos. Aunque tengas a alguien
más a quien dar tu amor. Aunque te pongas el mejor de los escudos.
Escucho unos golpes en la puerta de mi habitación y su voz llamándome, pero pongo la
música más estridente que encuentro en mi ordenador a toda potencia. También cierro la ventana y
la persiana para que no entre por ahí.
Con el rostro lleno de lágrimas busco mi teléfono para llamar a Dylan. ¡Mierda! ¡Lo dejé
en la piscina! Esto es una señal, Abbey. Tienes que parar esta locura cuanto antes.
Los golpes en mi puerta no cesan y, para no oírlos, decido meterme en mi vestidor. Para
matar el tiempo, vuelvo a buscar aquellos modelitos que hasta hace poco eran mis favoritos y que,
desde que empezó mi aventura con Andy, he desterrado de mi vestuario habitual. Me pruebo
algunos y me miro en el espejo, tratando de encontrar la antigua Abbey en él, pero no está. No me
encuentro. A lo mejor el cambio no está del todo mal, a lo mejor lo único malo de esto no soy yo,
es Andy.
Me encuentro de repente con un antiguo bañador negro lleno de cuerdas y con braga-tanga
que tenía desterrado por ser demasiado agresivo, pero que, ahora mismo, concuerda perfectamente
con mi estado de ánimo.
En algún momento tendré que salir de aquí y encarar a ese estúpido. ¡Esta es mi casa, por
el amor de dios!
Me pongo el dichoso bañador, cojo unos leggins negros de hacer deporte y le hago varios
cortes bastante agresivos y me los pongo también. No quedan nada mal así, a pesar de que he
hecho los cortes con toda mi rabia. También cojo unas medias negras de rejilla, recorto la parte
del pubis y me la pongo a modo de top. Alboroto mi pelo y me miro en el espejo. No sé si parezco
una gótica o una asesina de comics dispuesta a ir a por su próxima víctima.
Salgo a mi habitación y después abro la puerta de la misma. Bajo las escaleras con rabia y
ni siquiera me inmuto al ver a Andy sentado en el escalón inferior, con sus pantalones puestos esta
vez. Me mira y se pone en pie.
- Abbey, oye, perdona por lo de antes…
- Que te jodan. – Le escupo a la cara mostrándole mi dedo corazón. Él me mira de arriba
abajo y se sorprende al verme así vestida. – ¡Qué! ¡¿Tampoco te gusta lo que llevo ahora?! ¡Pues
mira para otro lado! – Intento alejarme de él, pero me persigue como un perro faldero.
- ¿Tan enfadada estás? Ha sido una tontería, no es para tanto. Todos saben que tú y yo…
- ¡Claro que todos lo saben! – Le encaro – ¿Cómo no lo van a saber si tú te follas todo lo
que se mueve? – Grito como una posesa. Andy aprieta la mandíbula y suspira. – ¡Pero eso se va a
acabar! ¡Al menos conmigo! ¡¿Me oyes?! ¡Así que no te preocupes si Mario me mira el culo,
porque a partir de ahora tú no vas a poner un dedo encima de mí y no habrá problemas porque no
compartiréis conquistas!
- Abbey, baja la voz. – Me amenaza. ¡Ja! ¡Lo que me faltaba!
- ¡¿O qué?! – En ese momento me doy cuenta de que Cole, Mario y el Gran Harry están
allí también y nos miran alucinados. Me da igual. Alguien tiene que poner en su lugar a este
engreído.
- ¡Te estoy pidiendo perdón, ¿vale?! ¡No me voy a poner de rodillas!
- ¡Pues anoche bien que te ponías de rodillas frente a mí para…! – Andy me tapa la boca
con la mano para que no siga y le muerdo.
- ¡Au! – Grita quitándome la mano de la boca. – ¡Relájate de una maldita vez!
- ¡NO! ¡NO ME RELAJO! ¡Y menos pienso obedecer tus órdenes! ¡Aléjate de mí y no me
toques más! – La verdad es que estoy pasándome de la raya un poco. No sé por qué siento toda la
rabia que siento, pero es como si todo lo que llevo guardado en mi pecho hubiera explotado y no
soy capaz de parar.
- ¡Tú lo has querido! – Con una jugada de lo más sucia, Andy me levanta del suelo,
cargándome en su hombro y yo comienzo a patalear y a sentir que me falta el aliento.
- An… dy… ba… bájame… no puedo respirar…
- ¡Andy, no! – Grita Serena, pero él no se detiene.
- Te bajo si te relajas y me perdonas.
- Andy… – Lloriqueo apretando los ojos.
- Di que me perdonas y te bajo.
- Te… perdono.
- ¡Más alto!
- ¡Te perdono, joder! ¡Te perdono! ¡Bájame, bájame ahora mismo! – Lloro con todas mis
fuerzas y al fin siento los pies en el suelo y su fuerte abrazo. Yo trato de liberarme de él entre
lágrimas, pero él me lo impide.
- Ya está, no pasa nada. Jamás te pasará nada mientras esté yo. Shhh – Sus palabras
accionan algo dentro de mí y me calmo instantáneamente. Como siempre que me ha pasado
estando con él.
- Eres imbécil – digo sin fuerzas y ya relajada en sus brazos.
- Pero me perdonas, ¿verdad? – Sujeta mi rostro y me obliga a mirarlo. Digo que sí con la
cabeza, porque no quiero que lo vuelva a hacer. Él me sonríe. – Gracias. No volverá a pasar. –
Me da un rápido beso en los labios y al fin me suelta. Me quedo unos minutos en la misma
posición, sintiéndome derrotada por él, que ya conoce bien mi punto débil.
Finalmente consigo relajarme un poco, gracias a Cole y el Gran Harry que se desviven en
volverme a hacer sonreír. Al final me animo, porque Andy ha sido listo y me ha dejado espacio
para que me relaje. Él está hablando con mi hermana y con Mario todo el rato, pero no me quita
ojo de encima para ver si estoy bien o no. ¡No entiendo por qué me hace sentir tan mal si luego se
preocupa por mí!
A la hora del almuerzo, pedimos unas pizzas a domicilio y nos las comemos en la mesa
del jardín.
- ¡Esta noche es tu gran noche, Andy! – Grita Cole y palmea la espalda de Andy, que le
sonríe y después me mira a mí. ¿Su gran noche? ¿Tendrá que ver con su dichoso nuevo proyecto
que no quiere que yo conozca?
- ¡Vas a ser el amo de todas las chicas, bribón! – Le dice Mario y yo disimulo no haber
oído nada. – Seguro que en tu primera noche consigues al fin hacerte un trío. – ¿Cómo?
- ¡¿Al fin?! – Grita Cole de nuevo – ¡Este cabrón lleva más orgías encima que una película
porno! – Casi me atraganto con el bocado de pizza que he mordido. De repente, tengo ganas de
vomitar. ¡Y yo creyéndome sexi anoche con él! ¡Pensando que nadie en el mundo habría podido
provocar tanto a Andy! No quiero mirarle, pero siento su mirada clavada en mí.
- Sois unos exagerados. – Esa son sus palabras. Su única defensa. – Además, ya tengo
planes para esta noche. – No le mires, Abbey.
- Uhhhh – suenan las voces de todos al unísono.
- Si es que no sigue muy enfadada conmigo. – Eso me obliga a mirarlo. ¿De verdad cree
que después de lo que acabo de oír voy a dejarlo entrar en mi habitación esta noche?
- Yo que tú no perdería la oportunidad de hacer un trío por una pija estirada y ahora
también enfadada. – Contraataco y muerdo otro trozo de pizza.
- Uhhhhh – Vuelven a gritar todos a la vez. Andy me dedica una sonrisa de medio lado.
- Mi norma es no dejar a ninguna mujer insatisfecha. Así que, si hay alguna enfadada por
mis malos modales, tendré que emplearme a fondo en complacerla.
Esta vez nuestra competición de dardos envenenados se ve interrumpida por el sonido de
mi teléfono.
- Perdón, es mi novio. – Me levanto y me voy a hablar con Dylan a un lugar más privado
entre vítores y aplausos de los chicos por haber sido más astuta que Andy y haberlo dejado
planchado.
Al fin vuelvo a sentirme bien conmigo misma y me quedo hablando con Dylan un rato
encerrada en mi habitación.
Dylan me dice que me echa de menos y yo también se lo digo a él. Me cuenta que está muy
aburrido y que se siente un poco ansioso. Piensa que es porque me echa mucho de menos. Me
alegra de oír eso.
Cuando colgamos, me quedo un rato más en mi habitación, mirando un par de vídeos más
de lenguaje de signos y haciendo mi ya habitual vídeo sobre mi progresión. Quiero hacer un poco
de tiempo y tratar de convencerme de que no necesito estar cerca de Andy. Que puedo aislarme de
él. Lo subo a YouTube y, cuando bajo las escaleras, ya no queda en casa nadie más que mi
hermana.
Al preguntarle donde están todos, me dice que Andy comenzó a ponerse irritante y
decidieron irse todos. El último en irse fue Andy, que le dijo a mi hermana que esta noche
volvería a mi casa y que me lo hiciera saber. No sé cómo sentirme al respecto.
Vuelves

El resto del día se me pasa lento y siento que bastante desaprovechado. Mi hermana, sin
embargo, parece emocionada porque tiene planes para salir con sus amigos; van al nuevo lugar de
trabajo de Andy. Un lugar enigmático del que mi hermana tampoco sabe decirme mucho. Pero
parece ser que Andy será el encargado de poner música o algo así en el lugar. No me queda muy
claro si es porque él cantará en directo en el lugar o hará de DJ.
Serena me insiste en que vaya con ellos, pero no me parece buena idea. Él me dejó claro
que no quiere verme allí ni a ninguno de mis amigos. Mis amigos… ¿son mis amigos Rachel,
Carter, Alexander, Katty y compañía realmente? A veces siento que tengo más feeling con Lillian,
la chica de media cabellera azul y media rapada que viste como un chico y no tiene nada que ver
con el tipo de gente con el que estoy acostumbrada a tratar. ¡Hasta el mismo Cole me resulta más
divertido que cualquiera de los miembros de mi nuevo círculo de amigos! Al menos es alegre y
atento conmigo.
La realidad es que hoy tampoco me apetece quedar con Rachel ni con ninguno de ellos. Y
me invento excusas estúpidas, como dolor de cabeza, para no tener que hacer planes con ellos.
Paso la tarde customizando ropa, grabando tutoriales de cómo hacerlo y aprendiendo un
poco más sobre lenguaje de signos. También grabo mi progreso y lo subo a internet. Vuelvo a
sorprenderme al ver la subida tan abrupta de seguidores que estoy teniendo con mis nuevos
vídeos. Y la verdad, nunca he hecho algo así de improvisado y natural. Quiero decir, mis
publicaciones en las redes sociales siempre han ido destinadas a ensalzar mi imagen como mujer
sexi y joven, nunca hacia algo tan… ni siquiera sé cómo calificarlo. Solo sé que he encontrado la
belleza en esto, y en aprender a comunicarme con mi cuerpo de esa manera tan bonita como es a
través del lenguaje de signos.
Cuando llega la noche, comienzo a arrepentirme de no haber ido con mi hermana y sus
amigos al dichoso nuevo trabajo de Andy. ¡Me debería dar igual que él no quiera que yo vaya! No
pienso llevar a Dylan allí, sea donde sea, ni tampoco a Rachel y a las chicas. De hecho, creo que
lo más divertido sería ir con los amigos de mi hermana.
Me siento sobre el poyete de la ventana a observar la gigante luna, con mi cámara de fotos
en la mano y tomo varias fotografías de ella y del paisaje bañado por su luz.
El sonido de mi teléfono me distrae y me levanto para ir a atender la llamada. Es Dylan.
- Hola – contesto la llamada sonriente - ¿Ya estás de vuelta?
- Hola, nena. Te echo de menos. Aún no. Mañana por la mañana volveremos en el
helicóptero de mi padre. Pero no podré verte mañana. Tengo que… ir a un sitio. – Me sorprende
darme cuenta que esa información me entristece. En realidad, lo estoy echando de menos, pero no
verlo y tener a Andy merodeando me distrae de lo que siento por Dylan. Suspiro. – Pero el viernes
serás toda mía, Abbey. – Sonrío.
- ¿Adónde tienes que ir mañana? ¿No puedo acompañarte? Tengo muchas ganas de verte. –
Y de volver a la normalidad, pienso para mí.
- ¡No! – La voz de Dylan suena más que nerviosa y su negativa tan tajante consigue
irritarme y preocuparme. – Lo siento, Abbey. Es algo tedioso y de lo que no puedo escaparme.
Tengo que ir con mi padre y preferiría no mezclar a nadie más en esto. – Su voz suena ahora triste.
- Está bien, te veo el viernes entonces. – Digo tratando de animarlo un poco. – ¿Me das un
besito telefónico mientras tanto? – Oigo su sonrisa a través del artefacto y sonrío yo también
satisfecha.
- Te daría todos. – Suspiro y oigo su tímido beso por el altavoz. Yo le premio con uno muy
sonoro y escandaloso. – Que sueñes conmigo, Abbey.
- Buenas noches, Dylan.
Cuando cuelgo, vuelvo a torturarme mentalmente con mi situación. Me levanto y rebusco
entre mis cajones una cajetilla de cigarrillos que tengo escondida para momentos como este. Me
enciendo uno y vuelvo a sentarme junto a la ventana, mirando al horizonte mientras fumo.
Sí, es verdad lo que dice Serena, no estoy preparada para llevar una relación seria. Mi
cuerpo necesita experimentar primero qué tipo de pasión y cómo le gusta más. He dado con un
gran maestro; Andy. Debería aprovechar el aprendizaje que este tipo de pacto que tengo con él me
brinda. Pero, a la misma vez, he conocido al hombre con el que debería asentar mi futuro. Sé que,
a mis veinticinco, muchas personas me dirían que tengo edad suficiente para asentarme, que he
debido aprovechar mi adolescencia para investigar en el sexo y en el amor. Pero la realidad es
que no he dado nunca con alguien que me ayude a conocerme a esos niveles como Andy Stone lo
está haciendo.
¿Qué me diría Elsa en esta situación? Miro a mi teléfono y las lágrimas comienzan a
brotar de mis ojos sin permiso al pensar en mi querida amiga. ¡Cómo te echo de menos, Els! Mis
dedos me traicionan y presiono la tecla de llamada sin ser consciente.
- ¿Hola? ¿Quién es? – La voz de la señora Green, la madre de Elsa, contesta el teléfono.
He llamado a su casa sin darme apenas cuenta de lo que estoy haciendo. No contesto. Miro en
dirección al cielo, con los ojos inundados de lágrimas, y me recreo en el enorme parecido de esa
voz con la de mi amiga del alma. – ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¿Hola? – Cierro los ojos y trato de
imaginarla a ella hablándome. Es casi magia lo que hace mi cerebro. Puedo ver a mi amiga en mi
habitación, hablándome, sonriéndome. – Abbey, ¿eres tú? – Al oír mi nombre me paralizo y cuelgo
inmediatamente la llamada.
Mierda. No debí haber hecho eso. Ahora… ahora… maldita sea, debería hablar con la
señora Green. Debería preguntarle… no, no.
Me levanto de la ventana y la cierro a cal y canto. He de encontrar la respuesta a todo este
enredo por mí misma. Andy no me va a aportar nada más que sexo, sexo y más sexo. Abbey, ¿no
has pensado acaso que harás si te enamoras de ese hombre? ¡No, eso no es posible!
Me meto en la cama y trato de dormir, pero saber que he cerrado el acceso de la única
persona que puede hacerme compañía en esta noche tan fría me vuelve loca y, no puedo conciliar
el sueño. Al final me levanto y la vuelvo a abrir.
Cuando el sueño al fin se apodera de mí, sueño con unos ojos amarillentos y la cara de un
demonio encantador que me susurra cosas obscenas al oído y que hace que mi temperatura
corporal se acelere. Es Obscure. Sueño con él y con nuestro primer encuentro sexual en el baño
de mi casa. Solo que esta vez no estoy drogada ni hay nadie más alrededor.
El agua fresca recorre mi cuerpo que arde, mientras él me susurra frases cargadas de
erotismo y con sus dedos sobre mi sexo, arranca gemidos de mis labios.
- Te he echado de menos. – Me dice. – He echado de menos el olor de tu piel y su tacto. –
Miro fijamente a sus ojos amarillentos. En mis sueños, Obscure tiene la misma apariencia que el
tatuaje de la espalda de Andy. Es un rostro bello y peligroso a partes iguales.
- Habías desaparecido. – Le recrimino a la par que acaricio su torso desnudo y húmedo.
- Nunca. Siempre estaré aquí. – Susurra introduciendo dos de sus dedos en mi interior. –
Me pertenece tu primer orgasmo y lo sabes. Me pertenece esa parte de ti, de tu alma.
- No fue real…
- ¿No es real esto que sientes? Estás húmeda y muy caliente. Tus jadeos son por mí.
Abbey, eres mi musa sexual. Quiero follarte con fuerza, hasta que me rompa dentro de ti.
El sueño es de los más reales que he tenido en mi vida. Tan real como sentí aquella vez en
mi fiesta. De repente, el rostro de Obscure se desvanece y me encuentro en mi habitación. Pero es
mi antigua habitación, en mi antiguo hogar.
Hay una presencia más. Una sombra gris que se acerca a mí y, cuando al fin mis ojos ven
ese rostro angelical, caigo de rodillas y comienzo a llorar como una niña. El rostro de mi amiga
Elsa está frente a mí. Me sonríe y la respiración se me corta cuando la veo andar sobre sus pies.
- Els… – lloro.
- Abbey, tenía tantas ganas de verte… Ven aquí. – Mi amiga me abraza y lloro con más
fuerza. – Estás tan loca como siempre.
- Lo sé. Sé que estoy haciendo demasiadas locuras y no sé qué hacer con mi vida, Els.
- Deja de pensar en los demás y sé tú misma. – Me dice mi amiga, limpiando con sus
pulgares las lágrimas de mis ojos.
- No quiero despertar de este sueño, amiga. – Confieso con tristeza. – No quiero volver a
perderte.
- Siempre me tendrás, Abbey. Solo tienes que ser un poquito más valiente y venir a verme,
alguna vez. – Agacho la mirada.
- No he sido capaz, Els. Es demasiado duro para mí. Yo fui testigo. Vi cómo caías y…
- No fue tu culpa, Abbey. De nadie. Ni siquiera mía. Fue un terrible accidente y no
podemos volver atrás. – Asiento con una triste sonrisa en mis labios.
- Me encanta verte así, tan llena de vida… El último recuerdo que tengo tuyo es en esa
camilla del hospital, entubada, inconsciente…
- Abbey, esta no es la realidad. Y no puedes seguir huyendo de ella toda la vida. Algún
día tendrás que venir y enfrentarte a lo que queda de tu amiga. Algún día tendrás que enfrentarte a
los recuerdos de aquella noche – suspiro – pero mientras tanto, deja de pensar todo tanto y deja de
actuar como los demás quieren que lo hagas. Eso es lo que me llevó a mí a este trágico final.
¿Quieres lo mismo para ti? – Niego con fuerza. – Pues se valiente y toma las riendas de tu vida.
Hazlo por mí.
- Yo no merezco vivir más que tú, Els. – Vuelvo a llorar. – Llevo comportándome como
una estúpida demasiado tiempo. No soy mejor que tú. – Vuelvo a mirarle a sus increíbles ojos
azules.
- ¿Quién decide eso? ¿Quién decide quién es mejor que quién? Solo puedes decidirlo tú y
tus acciones.
De repente, la imagen de mi amiga se desvanece y me vuelvo loca buscándola alrededor y
gritando su nombre.
Me despierto de golpe, con los ojos llenos de lágrimas y, al mirar a mi lado, veo a Andy
dormido junto a mí, abrazado a mi cintura, totalmente inconsciente. ¿Qué hace aquí? Recuerdo que
le dijo a mi hermana que vendría a verme esta noche, después de trabajar, pero jamás pensé que
vendría solo para dormir…
Su rostro parece tan tierno cuando duerme, que me cuesta reconocer al insensible que me
decía esas duras palabras por la mañana.
Tardo más de la cuenta en darme cuenta de que solo lleva su ropa interior puesta. Observo
su torso desnudo, cómo se eleva y baja por su profunda respiración. Quiero tocarlo. El deseo es
más fuerte que la razón. Todavía tengo los ojos llorosos y el pecho inflado de nostalgia, pero, aun
así, necesito su contacto. No es una necesidad sexual, sino más bien de protección, de consuelo,
aunque también lo desee como no he deseado nunca a un hombre.
No voy a pensarlo más. Levanto mi mano y acaricio su pecho. Está cálido y suave. Una
corriente eléctrica recorre mis dedos y la palma de mi mano, impulsándose por mi brazo, hasta mi
cerebro. Andy murmura algo incomprensible en sueños y me presiona con más fuerza contra sí
mismo.
Sonrío y vuelvo a cerrar los ojos.
La luz del sol impetuosa entrando por mi ventana me despierta poco a poco. Soy
consciente de que Andy ya no estará a mi lado cuando abra los ojos y eso me escuece, a pesar de
que todavía no estoy preparada para esa conversación con él.
Sin embargo, al abrirlos, lo veo ahí, inmóvil, profundamente dormido. ¿Habrá llegado
muy tarde de su nuevo trabajo? Debe estar agotado. Me muevo lentamente para no despertarlo y
busco mi teléfono en mi mesita de noche. Me sorprendo al ver mi cámara de fotos ahí, y no
recuerdo haberla puesto cerca de mí.
Me vuelvo para mirar a Andy de nuevo y esta vez me lo encuentro con los ojos abiertos.
- Buenos días. – Me dice con prudencia.
- Hola. – Quiero preguntarle muchas cosas, pero las palabras abandonan mis labios
cuando los abro.
- ¿Sigues enfadada conmigo? – pregunta él. Parece tan preocupado que casi me lo trago.
- No lo sé. – Respondo con sinceridad. – No sé qué estoy haciendo contigo, no lo
comprendo ni puedo llegar a una conclusión acerca de qué es lo más correcto. No sé qué debería
hacer con mi vida. Estoy muy perdida, Andy. Se supone que este juego debería revelarme qué es
lo que quiero, debería ayudarme a conocerme mejor a mí misma. Pero solo me confunde más y
más. – Sus dedos se posan sobre mis labios para silenciarlos.
- Sabes lo que quieres. Yo no te he obligado a hacer nada que no quieras.
- Pero, ¿es esto lo correcto? Estoy empezando una relación seria… ¿Es en esto en lo que
quiero convertirme, en una mujer que engaña al hombre con el que se ha comprometido a tener una
relación estable? – Andy suspira y aparta sus ojos de mí. Están oscuros, como nunca antes.
- ¿Lo quieres? – Vuelve a mirarme. Su pregunta me toma del todo por sorpresa. Jamás
pensé que hablaría con él de sentimientos.
- ¿Para qué quieres saber eso? – Me defiendo.
- Porque trato de ayudarte a averiguar qué es lo que quieres, bonita. – Parpadeo, en busca
de la respuesta a su pregunta en mi interior.
- No lo sé, pero creo que podría llegar a hacerlo. – Andy aprieta la mandíbula.
- ¿Crees que si lo quisieras de verdad me desearías tanto como lo haces? – Y ahí está de
nuevo el Andy presuntuoso. Pongo los ojos en blanco, pero Andy no me deja responder a su
pregunta. – No estoy siendo presumido, bonita, pero he visto el placer en tu rostro cada vez que
hemos tenido sexo de una forma atronadora. Te he visto desgarrar tu voz de pasión, clavando tus
uñas en mí, gritando mi nombre. – Sus palabras suben rápidamente la temperatura de mi cuerpo al
recordar algunos de nuestros episodios sexuales. – Si no quieres seguir con nuestros encuentros
porque pienses que Dylan McGregor es el hombre de tu vida lo aceptaré, aunque no pueda
comprenderte, y me alejaré de ti. No dudes que lo haré. Solo tienes que pedírmelo. – Su promesa
me deja sin aire en los pulmones.
- Tengo que pensarlo bien. – Alejo mis ojos de los suyos.
- Supongo que entonces no hay nada que pensar. – Andy se levanta de mi cama y comienza
a vestirse con su ropa, que estaba esparcida por el suelo de mi habitación. – Si tienes dudas es
que esto no está siendo nada útil para ti. – Dice enfadado.
- Yo… yo no… – el miedo de que se vaya y perder lo que tenemos para siempre bloquea
cada músculo de mi cuerpo. Me levanto y me pongo frente a él.
- ¿Tú no qué? – Pregunta exasperado. No puedo decirle nada, no encuentro las palabras.
Andy se desespera más cuando ve mi silencio. – Ya está, se acabó, ¿no es eso lo que quieres
decirme? – Me presiona.
- No he dicho eso. – Sacudo la cabeza. Andy agarra mi rostro con fuerza y me obliga a
mirarlo. La rabia en su mirada me paraliza aún más.
- Dime que no me deseas, bonita. Dilo. – Trago saliva con fuerza. – No puedes, ¿verdad?
– Le digo que no con la cabeza. – Entonces, ¿qué propones que hagamos? ¿Quieres que finjamos
que no nos deseamos ambos de la loca manera en que lo hacemos? ¿Eso quieres? ¿Quieres que
nos mintamos, que nos castiguemos sin poder tocarnos, que nos ignoremos? – Mi pecho está a
punto de explotar. Tengo miedo a que lo que diga sea un hecho. Que ya no pueda volver a tocarlo.
Pero, ¿tiene él el mismo miedo?
- Andy, tú tienes docenas de mujeres a las que acudir para que te den lo mismo que yo. –
Digo, obligándome a no mostrar una sola lágrima al decirlo. Andy me mira fijamente durante
largos segundos sin decir nada. – ¿Me equivoco?
- No. – Contesta finalmente bajando la mirada. – Entonces, esto es un adiós. – Aprieto los
ojos con fuerza y trato de no flaquear.
Hubiera seguido con este juego si me hubiera dicho que de alguna manera soy especial
para él. Que no soy una más. Sé que mi relación con Dylan no va a ninguna parte. Sé que lo que
soñé anoche con Elsa es lo que realmente me habría dicho mi amiga que debería hacer. Disfrutar
del momento. Aprender del rey del sexo. Pero, algo dentro de mí me dice que no puedo. No puedo
ser una más. No para él. Quizá con el tiempo, si tengo más experiencia en todo esto, pueda volver
a disfrutar del sexo con Andy sin pensar en nada más. Cuando encuentre las razones que tengo que
encontrar para dejar a Dylan. Pero todavía no lo he hecho.
- Supongo que por ahora lo es. – Me quema la garganta al decir esto. – Al menos hasta
que…
- No habrá segunda oportunidad, Abbey. – Dice lleno de rabia.
Odio que me llame por mi nombre ahora, que se está despidiendo de mí para siempre.
Se gira y sale por la mismísima puerta de mi habitación, dando un portazo tras de sí, sin
importarle siquiera si alguno de mis padres pueda encontrarlo aquí. A mí tampoco me importa
nada cuando salgo corriendo tras de él, llamándolo a gritos. No puedo dejar que se vaya así. Pero
él no mira atrás en ningún momento.
Desde la puerta de mi casa, lo veo subir a la moto, ponerse el casco y dedicarme una
mirada cargada de rencor y rabia que sé que no podré borrar de mi memoria en mucho tiempo.
Se va y me quedo ahí, en pie, en la misma posición durante largos minutos.
- Abbey, ¿estás bien? – La voz de mi hermana me saca del trance. – ¡Eh! ¿Por qué lloras?
– Me pregunta Serena y yo la abrazo.
- Acabo de tomar la decisión más dolorosa, pero más necesaria de toda mi vida.
Mi camino

Mi hermana y yo decidimos tener un día para nosotras solas de verdad. A pesar de que
Serena odia ir de compras, decide que, conociéndome a mí, puede ser un buen bálsamo para mi
angustia.
No me ha preguntado qué me pasa. Bueno, solo una vez, pero al ver que cada vez que
trataba de hablar de ello me echaba a llorar con más fuerza, ha decidido declinar el tema, por
ahora.
Nos vamos juntas a Santa Mónica y merodeamos por las tiendas de ropa en busca de no sé
qué. Ahora mismo no sé cuál es la ropa que se ajusta más a mi estado de ánimo. Supongo que la
que yo me customice. Por eso decido llevar puesto algo de lo último que he hecho.
Damos vueltas por las tiendas, pero no veo nada que me pida ser comprado. Intento
entonces convencer a mi hermana para que sea ella la que se compre algo.
Entramos en una tienda de ropa muy rara, con una sección Vintage y otra aún más
interesante que contiene diseños desechados por las grandes marcas. Eso las convierten en
genuinas. Saco algún vestido que creo que ayudará a mi hermana a lucir mejor su bonito y
escondido cuerpo. Ella me mira raro, pero sabe que me haría muy feliz verle simplemente
probándose algo más acorde con su edad y su sexo. Así que me obedece.
Cuando sale del probador con el primer vestido, casi no puedo creer lo que mis ojos ven.
- ¡Estás preciosa! – Le grito. La tendera nos observa un tanto extrañada. Mi hermana se
pone roja como un tomate.
- ¿Tú crees? No sé, no es muy yo… – dice cogiendo los extremos de la falda y mirándose
en el espejo.
- Puede serlo si te haces una raja aquí y la unes con imperdibles, de menor a mayor – digo
trazando una línea con mi dedo sobre la falda que recorre su muslo derecho. – Puedes
acompañarlo de tu cazadora de cuero favorita y tus botas de soldado. – Le digo. Serena parece
que entiende la idea, porque la veo mirarse en el espejo y divagar, intentando visualizarse como
yo ya lo hago.
- ¿Sabes? Creo que tienes razón. ¿Tú podrías hacerme la raja esa? Creo que es una idea
bestial. – Asiento contenta de poder ayudar al fin a mi hermana. Ella sonríe al mirar su reflejo de
nuevo. – Es la maldita primera vez que me compraré un vestido…
- Estarás deslumbrante.
Cuando ambas nos dirigimos a pagar, la tendera sigue observándome con cara rara.
- Ese vestido que llevas es precioso, y muy original. ¿Dónde lo compraste? – Me
pregunta.
- ¡Oh! Lo hice yo misma con un viejo vestido que ya no iba más conmigo. – La mujer me
mira sorprendida. – Dígame cuánto le debo por este. Le voy a regalar a mi hermanita su primer
vestido. – Serena sonríe complacida.
- Este vestido es de los más caros que tengo. Vale ciento cincuenta dólares. – Ufff, es más
de lo que pensaba que valdría. Pero mi hermana merece el sacrificio. – Pero te lo regalo si
aceptas una oferta. – Serena y yo miramos a la mujer con sorpresa.
- ¿Qué oferta?
- Que trabajes para mí. – Miro a mi alrededor y me quedo un tanto desubicada. La verdad
es que nunca me vi trabajando de vendedora de ropa. No es el trabajo de mi vida, pero… podría
ayudarme a tener un poco de independencia económica. Podría tener mi propio dinero, ahorrar, me
independizaría de mi madre…
- ¿Vendiendo ropa? – Pregunta mi hermana. – No se moleste, pero eso sería desperdiciar
el don de mi hermana. Mi hermana tiene un ojo especial para sacar la belleza de todo el mundo. –
Las palabras de mi hermana me alientan.
- No, no quiero que vendas ropa. Quiero que se la customices a nuestros clientes. –
Vaya… – Puedes hacerlo desde aquí o desde casa, como quieras. Pero creo que tú y yo podríamos
hacer un buen equipo y ofrecer a las mujeres exactamente lo que necesitan.
- Es tentador… pero no sé si tengo experiencia suficiente. – Contesto. La verdad es que
suena al “proyecto perfecto” para mí. Es inspirador y un reto para mi creatividad.
- Piénsalo. – La mujer me tiende su tarjeta con su número de teléfono en él. La tomo y la
miro pasmada. – Por lo pronto puedes llevarte ese vestido gratis y estaré esperando tu respuesta.
De vuelta a casa, veo que mi madre ya ha vuelto de su misterioso viaje de visita a mi
abuela.
Me mira con ojos preocupados, advirtiéndome que no saque el tema delante de mi padre.
No lo hago. Me voy directa a mi habitación y me encierro allí por largas horas.
No soy capaz de hacer nada. No encuentro los ánimos para seguir con mis lecciones de
lenguaje de signos. No obstante, hago algo que no sé si servirá para algo. Entro en el chat en el
que conocí a Obscure hace lo que parece un siglo, pero no son más que dos meses. Busco entre
los contactos y no veo su nombre por ningún lado. Rebusco nuestra última conversación entre el
historial de mi portátil y al fin la encuentro.
“No me dejes, te sigo necesitando” le escribo en una súplica. Como si fuera al mismísimo
Andy a quién le escribo eso. No obtengo respuesta. Así que me tiro sobre la cama con el móvil en
la mano, debatiéndome entre si debería escribirle ese mismo mensaje a Andy o no.
Entro en la aplicación de chat de mi teléfono y pincho su contacto. El corazón comienza a
latirme con fuerza al verlo conectado. ¡Andy! Espero y espero por si me escribe el algo primero,
supongo que estará hablando con alguno de sus múltiples coqueteos para reemplazar nuestra
habitual cita nocturna con alguna de ellas.
Lo maldigo con todas mis fuerzas y tiro mi móvil al suelo. Menos mal se estrella contra la
mullida alfombra y no se rompe. Un “bip” llama mi atención. Proviene de mi portátil. ¡¿Obscure?!
Me levanto tan abruptamente que casi me doy de bruces contra el suelo y me siento frente a mi
portátil. ¡Es él!
“Hola, Abbey” me escribe. Los nervios se apoderan de mi estómago y me pongo hasta a
temblar.
“¡Estás aquí!” le escribo de vuelta.
“¿Qué es lo que quieres de mí?” su pregunta es directa. Tengo que pensar bien qué decir.
“Quiero verte” contesto igual de directa.
“¿Para qué?” me quedo un rato pensando la respuesta. He dicho a Andy que no puedo
seguir viéndolo porque no quiero serle infiel a mi novio y ahora le pido esto a Obscure. Pero la
realidad es que no es por sexo. “Pensé que ya habías encontrado a alguien para que te enseñara a
disfrutar del sexo”.
“No es para eso. Necesito verte. Ponerte cara. Saber quién eres. Saber que eres real.”
“No necesitas nada de eso, Abbey. Solo necesitas saber qué es lo que buscas, qué es lo
que de verdad te hace sentir viva.” Su negativa a vernos es evidente y suspiro. Abro el cajón de
mi escritorio y enciendo un cigarrillo. Me estoy quedando sin provisiones. Tendré que salir a
comprar más…
“¿Puedo al menos preguntarte algo?” digo decidida a resolver la duda que me lleva
carcomiendo unos días.
“Dispara” se ofrece a responder. Está bien. Allá voy.
“¿Eres Andy? Dime la verdad, por favor. No me enfadaré” pulso ‘Enviar’ y espero un
siglo a su contestación.
“No… pero ahora mismo me gustaría ser él” ¿Me está diciendo la verdad?
“¿Por qué?” pregunto temerosa de escuchar de él la respuesta que ni yo misma me he
atrevido a darme a mí misma.
“Porque es evidente que es en el tal Andy en quien estás pensando mientras me escribes a
mí, Abbey.” Trago saliva y aprieto los ojos. Mierda, tiene razón. He estropeado lo que había entre
Andy y yo y ya nada será igual. Yo no puedo darle mi cuerpo sin más mientras que tenga una
relación con Dylan y él no puede darme otra cosa que no sea su cuerpo, jamás podrá.
“Andy es historia” escribo con tristeza. No recibo contestación por su parte. “Anoche
soñé contigo, ¿sabes?” intento de nuevo provocar una respuesta más receptiva a un posible
encuentro entre ambos. Obscure no hace el mínimo esfuerzo por contestarme. “¿Ya está? ¿Tú
también me abandonas?” tecleo con rabia. “No estoy a la altura de tipos duros como vosotros,
¿no?”
“Abbey, yo no soy lo que buscas. No soy real. Ni siquiera me has visto. Y yo conozco
demasiado de ti como para tener solo sexo y no implicarme contigo. Será mejor que…”
Cierro el portátil antes de dejarle terminar la frase. No puedo soportar dos rechazos en el
mismo día.
Me tiro sobre la cama y tecleo un mensaje a Dylan, deseando que, al menos, mi novio no
me dé de lado y pueda al menos consolarme en sus brazos.
Paso largos minutos hablando con él a través del teléfono, luchando con fuerza contra las
ganas que tengo de entrar en el chat de Andy y comprobar si sigue en línea y hablando con “otra”.
No lo hago y me siento orgullosa de mí por ello.
Cuando me despido de Dylan, vuelvo a ver mi cámara de fotos sobre mi mesita de noche.
Algo me dice que voy a encontrarme algo inesperado en ella, así que la enciendo y voy directa a
la tarjeta de memoria. Me quedo atónita al ver docenas de fotos que alguien me ha tomado
mientras dormía. En una incluso uno de mis pezones se asoma por la esquina del camisón. Sé
quién las ha hecho. El único chico con el que he dormido en mi cama…
Algún tipo de sentimiento oscuro comienza a arder en mi estómago y baja por él hasta
colarse por debajo de mis bragas. ¡Maldita sea! ¡Echo de menos demasiado a ese cabrón!
Me levanto y abro la ventana de mi habitación de par en par, aunque sé bien que no va a
venir…
Mi turno

Andy no vino esa noche. Ya lo sabía. Ni la siguiente. No vendrá más a mí y yo me estoy


volviendo loca por encontrar una excusa suficientemente creíble para mi cerebro con la que poder
aferrarme para ir en su busca. Pero no la encuentro.
Hoy es viernes. Al fin veré a Dylan. Estoy deseando hacerlo y comprobar que lo que
estábamos empezando a construir es lo que exactamente necesito.
Por la mañana, voy con Rachel y Katty de compras para la gran fiesta de esta noche.
También he echado de menos a esas dos bobas, son las únicas amistades que tengo. He pasado por
la tienda de ropa a la que fui con Serena y he hablado con Lilly, la propietaria. He aceptado su
oferta de trabajo, pero no se lo he dicho a nadie aún. Empezaré en una semana y Lilly me ha dicho
que ya organizaremos horarios y salarios hasta que lleguemos a un acuerdo. Por lo pronto
estaremos unas semanas de prueba, para ver si su visión tiene futuro.
Ahora estoy en casa, arreglándome y vistiéndome para la gran fiesta en casa de Dylan. Me
siento de lo más rara al volver a vestirme con mis antiguos modelitos y alisando mi melena hasta
dejarla impecable. Ahora, no reconozco ese reflejo de mí misma. Me veo guapa, sí, pero vacía y
estúpidamente ostentosa. El vestido celeste grisáceo que llevo es el más caro que tengo y hasta mi
madre me ha dejado joyas que pertenecen a la familia desde hace más años de los que puede
recordar.
Echo de menos el toque mío personal en mi ropa. Pero supongo que hoy no es el momento.
Sin embargo, justo antes de salir, voy corriendo de nuevo hasta mi vestidor y cojo una chaqueta
vaquera que he customizado recientemente con tachuelas y brillantes y parches pin-up. Sonrío al
verme con ella en el reflejo de mi espejo, ahora sí me siento YO.
Dylan me escribe para decirme que no puede venir a por mí y yo lanzo algunas
maldiciones al aire, porque mi hermana ha salido de nuevo con sus amiguitos y se ha llevado
nuestro coche. Mi padre no me dejará el suyo a mí no loco. Nadie se fía de mí al volante. Y lo
entiendo.
Así que al final llamo a un taxi y pocos minutos después estoy frente a las puertas de la
enorme mansión de los McGregor. ¡Vaya! ¡Parece que lo de hoy sí que será una fiesta! Hay gente
por todos lados y luces azules por todos lados. Sacudo la cabeza cuando esas luces me recuerdan
a la casa de Andy…
- ¡Eh! ¡Abbey! – oigo la voz de mi amiga Rachel llamándome y me acerco hasta ella
sonriente. Está espectacular. Pero no esperaba menos de ella. Rachel está hablando con gente que
no conozco, aunque sí reconozco a Ariadne, la amiga de los padres de Dylan que tiene los mejores
contactos del mundo, al parecer. – ¡Ey! ¡Menuda chaqueta! – Exclama Rachel cuando me acerco a
ellos. Yo sonrío. – ¡Es preciosa! ¿De qué marca es? – Rachel me gira para poder ver la etiqueta y
cuando al fin lee la que yo le he puesto se queda mirándome pensativa. – ¿Abbey Way? – Muestro
mi dentadura orgullosa.
- Hola, Abbey – saluda Ariadne y le tiendo la mano – Es muy bonita, sí. ¿Es una marca
inglesa? – Me río.
- La he hecho yo. – Presumo. – Estoy especializándome en customizar ropa últimamente,
entre otras cosas. – Decido ocultar mi interés por el lenguaje de signos, no creo que esta esfera
social pueda entender tal interés. Rachel y Ariadne me miran alucinadas.
- ¡Tienes mucho talento! Te buscaré contactos. – Dice Ariadne sin más. Yo me quedo
muda, sin saber qué decir.
- ¿Habéis visto a Dylan? – Pregunto ansiosa por ver a mi novio y comprobar que todo
sigue bien entre los dos.
- ¡El amor! – Grita Rachel cogiéndome del brazo y arrastrándome a otra dirección. – Yo te
llevaré a tu amado. Pero antes quiero pedirte un favor, Abbey. – Me dice cuando estamos al fin a
solas.
- Claro, dime.
- Carter me ha pedido matrimonio. – Lanza la bala sin rodeos. Abro la boca y los ojos y
sonrío. Sin embargo, me doy cuenta de que ella no lo hace.
- Esto… ¿felicidades? – No sé qué decir. Rachel mira al suelo y se encoge de hombros.
- Aún no le he contestado. – No comprendo nada.
- Pensé que tú y Carter estabais muertos de amor, Rachel. ¿Qué pasa, amiga?
- Tengo… tengo dudas, ¿vale? – Responde a la defensiva. Como si no fuera normal. Y yo
la comprendo en el acto. A veces, las personas que parecen las más perfectas no lo son tanto. Y a
veces, puede que encuentres otro tipo de imperfección perfecta que te hace realmente sentirte
viva. Mierda…
- Te entiendo perfectamente. – Sus ojos vidriosos se clavan en los míos y medio sonríe.
- ¿De verdad? – Asiento. – ¡Oh, por el amor de dios, menos mal! ¡Pensé que estaba loca
por no decirle que sí directamente!
- Claro que no lo estás. ¿Y qué necesitas de mí, Rachel? – Pregunto con curiosidad.
- Necesito dos cosas. En primer lugar, necesito que vengas a un sitio conmigo mañana.
- ¿Adónde? – Intento entender.
- A un… bueno es una especie de nave donde hacen fiestas privadas y cosas así – sigo sin
comprender – Necesito ver a alguien. Antes de contestarle a Carter. – Ups, hay otro. Asiento sin
saber qué otra cosa hacer. – ¡Genial!
- No parece un gran dilema. Te acompañaré. ¿Y qué es lo segundo que querías pedirme? –
Rachel entonces se pone más seria.
- Quería pedirte, ¡suplicarte! que no cuentes nada de lo que vayas a ver u oír mañana. – Se
me hiela la sangre y comienzo a reírme presa de los nervios.
- ¡Qué piensas hacer, loca! – Sacudo la cabeza, incrédula. – Tranquila, puedes confiar en
mí. – Rachel mira al cielo y luego a mí.
- Gracias, te lo agradezco de veras. Sé que Dylan y Carter se volverían locos si
supieran… conozco a los McGregor bien. Además, tu novio no está atravesando por un buen
momento, Abbey, siento mucho lo que está pasando con él y sé que prometí no entrometerme, pero
Carter me ha contado todo y sé que para ti también debe ser muy duro. – Parpadeo sin entender
una palabra de lo que Rachel dice. Ella posa su mano en mi hombro y me pone ojitos tiernos y
preocupados. – Tú también puedes contar conmigo para lo que necesites, amiga. – Me dice.
- No entiendo, ¿a qué momento te refieres?
- Hola, nena. – La voz de Dylan nos toma a Rachel y a mí por sorpresa y ambas nos
tensamos. – Estás preciosa. – Dice con una tímida sonrisa en los labios, las manos en los bolsillos
y con una expresión muy cansada en el rostro. Miro a Rachel y luego a él. ¿Habrá escuchado
nuestra conversación? Rachel se tensa y no es capaz de hablar. – ¿Interrumpo alguna conversación
importante? – Conozco lo suficiente a Dylan como para saber que, si hubiera escuchado algo,
estaría ahora mismo hecho un demonio.
- ¡Que tenía ganas de verte! – Corro a sus brazos y lo beso con ternura. Él me aprieta con
fuerza contra sí y hace el beso más profundo.
- No tanto como yo a ti. – Rachel saluda a Dylan tímidamente y se disculpa, alegando que
va a buscar a su novio.
Dylan sigue mostrando serenidad, más de lo que me tiene acostumbrada y nos quedamos
solos en un lugar alejado de su enorme jardín. De fondo suena la música y mi cuerpo comienza a
moverse un poco al ritmo de ella.
- ¿Por qué no vamos y tomamos una copa? – Digo tirando de su brazo en dirección a la
fiesta, pero Dylan no mueve ni un músculo. – ¿Qué pasa, Dylan? – Pregunto preocupada
acercándome a él y mirándole con intensidad a los ojos. Le cuesta sostenerme la mirada.
- Yo… no voy a beber hoy. – Me dice y sonrío. ¿Está avergonzado por nuestros últimos
encuentros? En el fondo me alegro, no me gusta el Dylan borracho. Pero tomarse una copa o dos
no es algo tan malo.
- Pero yo sí que puedo, ¿verdad? – Pregunto poniéndole ojitos.
- Claro, vamos. – Su actitud es extraña. – Además, mi madre seguro que está buscándome
como una loca.
En la fiesta, yo tomo un par de cócteles mientras hablo con todo el mundo, incluidos los
padres de Dylan, que se pegan a nosotros como una lapa y no me dejan ni un momento a solas con
su hijo. Me cuesta encontrar un momento para estar con él a solas.
La parte buena de la fiesta: que conozco a mucha gente importante.
La parte mala: todo lo demás.
Me siento fuera de lugar la mayoría del tiempo, no soy capaz de apasionarme por ninguna
de las superficiales e insulsas conversaciones que oigo. Dylan está de lo más serio y ausente,
Rachel solo se dedica a presumir y coquetear con algunos actores y cantantes que conoce. Nadie
baila en esta fiesta y es super aburrida.
- ¿Abbey? – Me grita de repente una mujer que no he visto en mi vida mientras estoy en
una esquina del enorme salón tomándome otro cóctel a escondidas. – ¿Abbey Way? – Me llama
por el nombre con el que me he bautizado en las redes sociales.
- Sí. – Contesto tímidamente. La miro mejor, creo que me suena su cara. – ¿Eres de
Washington? – Pregunto examinándola con detenimiento. Creo que podría tener mi edad, pero el
abuso de maquillaje y de botox podría confundirme. – ¿Nos conocemos de algo? Creo que me
suena tu cara. – La chica se ríe.
- Soy Thanya Scott, la actriz principal de la serie “Nos vemos en el infierno” – Joder. ¡Es
verdad!
- ¡Oh! ¡Claro! Lo… lo siento. Lo siento mucho. No me he dado cuenta. Estoy
acostumbrada a verte llena de sangre y todo eso. – Me disculpo sintiéndome estúpida. Thanya se
ríe aún más.
- Solo quería decirte que me encanta todo lo que haces en las redes. Mi hermana pequeña
te adora y, si no es mucho pedir, me gustaría hacerme una foto contigo para enviársela. – Alucino
en colores. ¿Ella quiere una foto conmigo? ¿No debería ser al revés? – Por favor…
- ¡Claro, claro! – Thanya saca su teléfono móvil más que contenta, se lo tiende a uno de
los invitados y se coloca en modo “pose foto” junto a mí. Después me da un beso y se va,
dejándome completamente perpleja.
¿Qué acaba de suceder?
- ¡Ey! – La voz de Dylan capta mi atención. No me había dado cuenta de que estaba tan
cerca. ¿Por qué está aquí escondido, en una esquina, tras unas cortinas?
- ¡Ey! – Digo y me acerco a él para besarle y abrazarle. Me doy cuenta de que está muy
pálido y suda muchísimo. Y recuerdo las palabras de Rachel de hace algo más de una hora, en el
jardín de la entrada. – ¿Te pasa algo? – Dylan mira al suelo. – Te ves muy raro, Dylan. ¿Puedo
saber qué te pasa?
- Prométeme que no vas a salir corriendo cuando te lo diga. – Suplica con mirada intensa.
Me está asustando.
- Habla, por favor. – Le insisto.
- ¿Puedes esperar a que termine la fiesta primero? – Su evasiva hace que me preocupe
todavía más. Miro a mi alrededor con tedio.
- ¿A esto llamas tú una fiesta? – Mierda. ¿He dicho eso en voz alta? – Perdón, no debí…
- No, tienes razón. – Me sonríe. – Es un auténtico aburrimiento. Pero pensé que estarías
feliz al conocer a toda esa gente de Hollywood. Lo que jamás pensé es que tú serías la famosa,
Abbey. ¿A qué ha venido lo de Thanya Scott?
- No tengo ni idea. – Miento y miro para otro lado. Doy un gran sorbo de mi cóctel y oigo
a Dylan suspirar. Cuando lo miro de nuevo veo que está mirando mi bebida con sufrimiento.
Cuando miro a sus manos, veo que simplemente sostiene una botella de agua. No me gusta nada lo
que veo. – Dylan, creo que la fiesta ha terminado para ti y para mí. ¿Me llevas a casa? – Propongo
para poder pasar un rato a solas y poder al fin hablar de lo que le sucede. Dylan busca a alguien
con la mirada y yo trato de averiguar a quién. – ¿Buscas a alguien?
- Dame un minuto. – Dice y desaparece. Entre el gentío lo veo hablando con su madre. La
mujer no parece tomarse muy bien lo que Dylan le dice y, de buenas a primera, ambos se dirigen
hacia donde yo estoy.
- Abbey, querida, mi hijo dice que quieres irte ya a casa y que no has traído tu vehículo.
Me insiste en que quiere llevarte él. – Esto es muy raro. Jamás pensé que Dylan tuviera tanto
control con lo que hace. ¡Tiene veintiséis años! ¡No es un niño!
- Así es. – Respondo mirando a Dylan sin comprender nada. Él mira al suelo.
- ¿Tardaréis mucho? – ¿Qué? ¿A qué viene este interrogatorio?
- Me gustaría tener un momento a solas con mi novia, mamá, para poder explicarle todo. –
¿Explicarme? ¿Explicarme qué? – Me gustaría pasar la noche con ella, mamá. – Ups, eso es
bastante vergonzoso.
- ¿Estaréis en tu casa, Abbey? Para saber si puedo llamar allí por la mañana y que tu
madre me lo confirme. – Esto no está pasando.
- Yo… no le he dicho nada a mi madre, pero supongo que no le importará…
- ¡Mamá! – Interviene Dylan. – ¡Deja de tratarme como un inútil y confía en mí!
- Está bien, hijo. – La mujer sonríe finalmente, besa a su hijo y me besa a mí. – Portaos
bien y, Abbey, no seas muy dura con él.
Por el camino, en el coche de Dylan, no dejo de mirar por la ventana evitando su mirada.
Me está estudiando. Está intentando averiguar cuál es mi estado de ánimo para poder contarme su
“problema”. No puedo evitar imaginarme un millón de escenas diferentes en mi mente y no puedo
decidirme por ninguna de ellas. ¿Qué será?
Al llegar frente a la puerta de mi casa el coche al fin se detiene. Ambos suspiramos y
salimos del vehículo en un infernal e incómodo silencio. Cuando se sitúa frente a mí, sus ojos
brillan y no sé decir si es por la emoción de tenerme cerca o por el miedo a contarme qué
demonios le sucede.
- Estás preciosa. – Dice de nuevo. Creo que es su forma de empezar la conversación
desde un punto seguro. Le dedico media sonrisa. – Abbey, tengo que contarte algo. – ¡Oh, vamos,
ya lo sé! ¡Dispara de una vez!
- Puedes contarme lo que sea, Dylan. – Digo aparentando estar infinitamente más tranquila
de lo que estoy. Algo a lo que mi madre me ha acostumbrado: a aparentar. Con Andy nunca he
tenido que hacerlo… ¡¿A qué demonios viene ahora pensar en Andy?! ¡Céntrate, Abbey! – Habla,
por favor. Me estás poniendo nerviosa.
- Está bien – dice inflando sus pulmones de todo el aire que puede – Ya sabes cómo es la
vida aquí, en este lugar del mundo – dice y yo comienzo a desesperarme ¿por qué no puede ir al
grano? – quiero decir Los Ángeles, Malibú, Santa Mónica… Hollywood.
- Dylan ya sé cómo es la vida aquí, ¿qué sucede? – Intento atajar.
- Voy a ello. Ya sabes que, para la gente como nosotros, los que vivimos bajo la presión
de la sociedad, rodeados de gente brillante como actores, cantantes y famosos en general, de fiesta
en fiesta… – levanto una ceja intentando insistir ahora con mis gestos para que llegue a dónde
tenga que llegar de una vez – Abbey, no fui a ver a mis abuelos estos días atrás. – Confiesa y al fin
dice algo interesante.
- ¿No? ¿Y dónde fuiste? – Pregunto y me cruzo de brazos. En realidad, no estoy nada
enfadada por su engaño, yo sí que le he engañado a él en mi habitación con… ¡Por qué lo hice!
- Fui con mis padres a una clínica de desintoxicación. – Joder… es lo último que
esperaba escuchar. Dylan casi no puede mirarme, pero continúa con su historia. – Mis padres
creen que tengo un pequeño problema con las drogas y el alcohol – dice encogiéndose de hombros
– y la verdad, me avergüenza mucho que sean tan sumamente drásticos con el tema, pero sigo
dependiendo económicamente de ellos hasta que encuentre lo mío y pueda ser un hombre exitoso e
independiente. De modo que he tenido que acceder a lo que ellos me pedían para poder aguantar
en su casa un poquito más.
- ¿Y tú qué piensas? – Pregunto intentando ver si su vergüenza proviene de sus acciones o
de cómo están manejando sus padres el tema.
- ¿Yo? ¡Vamos, Abbey, tú me conoces! ¡No soy ningún drogadicto! Pero ellos no saben lo
duro que es ser joven hoy en día. – Casi libero una carcajada. ¿Lo duro? ¡Qué demonios es duro
para él! ¡Si lo tiene todo con abrir la boca! De verdad que cuanto más conozco a Dylan, más
difícil me pone el enamorarme de él. El hombre perfecto que veía en él se ha reducido poco a
poco a cenizas y ahora mismo solo veo en Dylan una estafa.
- ¿De verdad me estás diciendo que tu vida es dura, Dylan? ¿Sabes que hay gente que tiene
que trabajar en trabajos de mierda durante largas horas para poder mantener a su familia? ¿Sabes
que hay gente que nunca podrá ser la mitad de lo que tú ya sabes que sin duda serás porque no
tienen los contactos adecuados? ¡Gente con mucha más valía que tú y que yo, Dylan!
- Oye, nena, no seas tan dura conmigo. Necesito tu apoyo, no que me machaques más como
si fueras otra madre. – Abro los ojos.
- ¿Significa eso que vas a seguir consumiendo y bebiendo? Porque francamente, Dylan, si
tus padres te han enviado a un sitio así es porque verán algo que realmente no va bien.
- ¡No, no voy a consumir durante un tiempo! Estoy concienciado de que tengo que ir más
tranquilo con ese tema.
- ¡¿Durante un tiempo?! Por el amor de dios, Dylan. – Lanzo una risa de incredulidad y me
pongo camino a la puerta de mi casa.
- ¡Eh! ¡Dónde vas! ¡Estamos hablando! – Dylan tira de mi brazo y me obliga a detenerme.
Lo hace con demasiada fuerza. – Abbey, está bien, no consumiré más, ¿contenta?
- No te creo. No lo estás diciendo porque estés convencido. Solo quieres convencerme a
mí. Después harás a mi espalda todo lo que te dé la real gana.
- ¡No es verdad, Abbey! ¡Si te digo que no lo haré es que no lo haré! No soy un drogadicto
ni un alcohólico. No me costará ningún trabajo. Pero tampoco es para tanto. Tú misma has visto
cómo son de salvaje nuestras fiestas. ¡Somos jóvenes, Abbey! Hay que disfrutar ahora de nuestros
mejores años de vida.
- Dylan, te he visto hoy sudar y estresarte como nunca solo porque estabas siendo vigilado
por tu madre y no podías beber. – Le acuso. – Y yo misma me he visto envuelta en capítulos muy
desagradables de alcohol y drogas por tu culpa. – Dylan de repente parece a punto de explotar.
- ¡Ha sido ese imbécil! ¡Ese estúpido no podía cerrar el pico, ¿verdad?! – Vuelve a
ponerse agresivo y no entiendo nada de lo que dice – ¡Pensé que por una vez podía confiar en esa
rata! ¡¿Qué te ha contado ese bastardo de Stone?! – Ahora sí que no comprendo nada. ¿Por qué
mete a Andy en esta conversación? – ¡Te lo ha dicho todo ese cabrón, ¿verdad?! – Aquí hay algo
que se me escapa, por si acaso seguiré la corriente.
- ¡Sí! ¡Me lo ha dicho todo! – Grito imaginándome que seguramente debería estar muy
enfadada si supiera de qué está hablando.
- ¡Abbey, solo te drogué una vez sin tu consentimiento, y lo hice porque estaba
desesperado por poder tener una oportunidad contigo, joder! – Oh, mierda. ¿Me drogó él en mi
fiesta?
- ¡Dylan! ¡Lo que hiciste fue asqueroso!
- Abbey, nena – ahora parece de repente cariñoso ¿Es eso lo que hace el alcohol y la
droga con él? ¿Por eso sus cambios de actitud tan repentinos y desquiciantes? – lo hice solo para
que pudiéramos desinhibirnos… Ojalá pudieras recordar lo bien que lo estábamos pasando en tu
habitación hasta que el cretino de Stone apareció para joderlo todo. – ¡Cómo! – Voy a matar a ese
cabrón – masculla.
- ¡Fuiste tú! ¡En mi habitación! – Le escupo con rabia – ¡Andy intervino y nos separó! ¡Tú
estabas aprovechándote de mi estado, ¿verdad?! – Dylan se queda sin palabras. – ¡Contesta,
maldita sea! – Golpeo su pecho con fuerza, envuelta en cólera.
- Ya lo sabías… te lo dijo él…
- ¡Andy no me ha dicho nada, estúpido! – Intento con todas mis fuerzas no gritar como mi
cuerpo me pide hacerlo, porque lo último que necesito ahora es que mi madre se despierte e
intervenga a favor de este cretino. – ¡Te lo he sonsacado yo sin que te des ni cuenta! – Entonces
algo se ilumina en mi mente. Dylan parece estar en shock.
- Mierda, necesito una copa. – Piensa en voz alta y se sienta en los escalones de acceso a
mi casa. Yo lo observo enfadada; con él por su trato hacia mí, con Andy por ocultármelo todo,
conmigo por ser tan sumamente estúpida. – Abbey, lo siento – Susurra medio derrotado mirando
hacia arriba, en busca de mi mirada.
- ¿Andy me llevó a algún lado esa noche? – No sé por qué solo puedo pensar en eso ahora
mismo. Necesito saber si Andy es Obscure más de lo que necesito mandar al infierno a este
hombre ahora mismo.
- Él se enfrentó a mí, estuvimos peleándonos a golpes aquí mismo – dice mirando los
alrededores de la entrada de mi vivienda como tratando de recordar – y me echó de tu fiesta. Tú te
quedaste con tu uno de sus amigos, es lo único que sé. No sé quién demonios era. Un asqueroso
encapuchado, tan asqueroso como Stone. – Dice con rabia. Está bien. Es hora de olvidarme de
Obscure y de su identidad y enfrentarme a los dos únicos hombres que son reales en mi vida:
Andy Stone y Dylan McGregor. – Abbey, no volverá a suceder – promete poniéndose en pie de
nuevo – estoy yendo a terapia. Podré controlar esto. Seré alguien mejor. Encontraré un trabajo.
Tendrás el novio que querías.
- Me temo que eso no será posible contigo, Dylan. – Contesto impasible y pongo distancia
entre los dos. Los ojos de Dylan brillan y parece bastante desesperado con lo que digo. – No creo
que sea bueno para ti ni para mí que siga pretendiendo ver en ti a alguien que nunca veré. Será
mejor que dejemos esto aquí, Dylan. – Veo en sus ojos la desesperación y decido no testar más su
paciencia y pongo rumbo a mi casa.
- ¡No puedes dejarme! – Me grita aferrando mi brazo con fuerza y empujándome contra la
pared junto a la puerta de mi casa. – ¡No voy a permitir que me dejes! – La mano de Dylan sujeta
mi rostro con fuerza para inmovilizarme y yo trato de separarme, pero es mucho más fuerte que yo
y no puedo impedir que me bese. – Por favor, nena… te quiero. – Pronuncia desesperado y
comienza a llorar, apoyando su frente en la mía. Jamás pensé que esas palabras me supieran tan
amargas ni tan indeseadas.
- Dylan, deja que me vaya. Se acabó. No quiero seguir con esto. – Le suplico. Dylan me
mira, pero no se mueve. – Dylan…
- ¿Está todo bien, cariño? – La voz de mi padre nos sorprende a ambos asomándose a la
puerta de casa y yo agradezco al cielo por habérmelo mandado justo a tiempo.
- ¡Sí, papá! Me estaba despidiendo de Dylan, que ya se iba. – Me acerco a mi padre y me
aferro con fuerza a su brazo, para sentirme más protegida. Mi padre mira a Dylan con mala cara y
Dylan no aparta la su mirada de mí mientras se aleja poco a poco. Alicaído. Se mete en el coche y
mi padre y yo nos quedamos allí para comprobar que realmente se marcha. Mi padre me mira a mí
entonces. – Gracias, papá. – Se me llenan los ojos de lágrimas.
- ¿Te ha hecho daño? Porque si es así, lo mataré.
- No, papá. Solo está… perdido. – Miro a la carretera con tristeza. No quería que las
cosas acabaran así entre Dylan y yo, pero no puedo seguir escuchando a mi madre y creyendo que
ese desastre de hombre es lo que verdaderamente necesito para ser feliz. – Mamá va a matarme
cuando se entere. – Pienso en voz alta.
- Cariño, tu madre no es la que tiene que decidir tu vida por ti. – Las palabras de mi padre
me sorprenden y me liberan un poco de esa presión que siento en mí. Sonrío. – Yo le contaré lo
que ha sucedido y entenderá que tienes motivos más que de sobra para mandar al cuerno a ese
hombre.
Camino de ranas

Dylan me llama por quinta vez y esta vez decido contestarle. Son las cuatro de la
madrugada y no me va a dejar dormir hasta que lo haga. Además, los remordimientos me matan al
pensar las veces que lo engañé con Andy. Si el supiera eso… mataría a Andy y acabaría conmigo.
- Dylan, por favor, para ya. – Le pido con voz cansada.
- No, Abbey, no puedo. – Llora al otro lado. – Me he enamorado de ti, pequeña. Tú
también estás enamorada de mí, lo sé. – Pongo los ojos en blanco. Está más que equivocado.
- No, Dylan, no lo estoy. – Sé que suena cruel, pero no quiero hacerle más daño ni
mantener sus esperanzas vivas porque lo tengo muy claro. Desde que entré a casa, habiendo
zanjado nuestra breve y loca relación, he experimentado un alivio inmenso. Ahora sé que es lo que
necesitaba de veras. – Y es mejor que dejemos esto. No vamos a ningún sitio juntos. Somos muy
diferentes.
- ¡Abbey, te he dicho que dejaré las drogas y el alcohol! ¡Por ti, nena!
- Creo que eso es algo que debes hacer por ti, Dylan. Así como yo necesitaba parar lo
nuestro. Encontrarás alguien que te quiera y que encuentre en ti justo lo que necesita para ser feliz,
pero esa no soy yo, Dylan, lo siento. – Cuelgo y decido que no contestaré más llamadas suyas, no
nos hace bien a ninguno.
Las despedidas, cuanto más cortas sean, mejor sanan.
Automáticamente, cuando cuelgo, entro en el chat de Andy. No está en línea. Las ganas de
escribirle me atormentan y casi me asfixian. Me gustaría saber si aún se acuerda de la conexión
que había entre los dos o ya me ha encontrado una sustituta mejor.
No puedo escribirle rogándole que vuelva a visitarme a mi habitación. Se reiría de mí o
simplemente me ignoraría. Además, tengo que esforzarme en recordar lo enfadadísima que estoy
con él por no haberme contado lo de que Dylan fue quien me drogó y se aprovechó de mí. Tenía en
sus manos una razón más que poderosa del mundo para apartarme de Dylan y no lo hizo. Eso me
duele. Pensé que realmente se lo pasaba bien conmigo y que se sintió dolido cuando creyó que yo
había elegido a Dylan frente a él.
No debí dejarlo ir. Yo sabía que mi relación con Dylan no iba a ninguna parte desde el
momento en que Andy me tocó e hizo magia con mi cuerpo. Sabía que no sentiría eso jamás con
Dylan y he jugado sucio con él.
Tengo que planear mejor un acercamiento con Andy, si es que se deja. Tengo que hacerlo
de forma que no acabe con la poca cordura y autoestima que me queda.
Consigo dormir pensando que de una forma u otra lograré hacer realidad mi anhelo de
seguir viéndome con él, aunque solo sea para tener sexo, y que arrancaré de sus labios algún día
la confesión de que no soy un número más entre las muchas mujeres que se ha follado
salvajemente.
Por la mañana me despierto de mejor humor que en mucho tiempo. Estoy sola, sí, no tengo
ni a Dylan ni a Andy, pero tengo a una persona más importante que ellos dos que ha vuelto con los
brazos abiertos: mi nuevo YO.
Empleo la mañana en hacer fotos, ver tutoriales de lenguaje de signos y grabar mi avance
para subirlo a YouTube y en customizar mi ropa para esta noche.
No se me olvida que tengo planes con Rachel y, aunque lo mío con Dylan haya terminado
de forma desastrosa, no quiero renunciar a su amistad ni a ninguna de la del resto de los chicos,
pues todos han sido de gran ayuda para mí para no sentirme sola y extraña en éste mi nuevo hogar.
Por la noche vuelvo a sacar a la luz mi abrumadora cabellera rizada y me visto con unas
mayas enterizas de redes negras (son lencería pesada, he de admitir) pero las complemento con
unos shorts vaqueros muy sexis y customizados completamente por mí. También me pongo una
camiseta blanca de Los Beatles, concretamente una de “Abbey Road” por alusión a mi nombre,
que he recortado para que sea corta. Bajo la minúscula camiseta y los shorts, asoman las redes de
mi maya enteriza por mis piernas, vientre y mangas. ¡Estoy salvaje y sexi! Pero nada presuntuosa
ni empalagosa. ¡Me encanta! El maquillaje que empleo es igual; labios rojos y raya negra felina
con mucha máscara de pestañas. Nada más.
Cuando bajo a la puerta principal, porque Rachel ya me ha escrito que está llegando, me
encuentro con mi madre que me mira asustada.
- ¿Vas a salir?
- Sí, mamá, he quedado con Rachel. – Me mira de arriba abajo.
- ¿Así vestida? Abbey, tu padre y yo te damos una paga más que decente para que puedas
ir con los mejores vestidos…
- ¡Me gusto más así, mamá! – Beso su mejilla y me dirijo a la puerta.
- Creí que querrías hablar del incidente con tu novio. – Me dice y la miro estupefacta.
- No sé si papá te lo ha dicho o no, pero Dylan ya no es mi novio, mamá.
- Su madre ha llamado – continúa, ignorándome – dice que Dylan está muy apenado y que
quiere que le des otra oportunidad.
- Mamá, no te metas. – Me giro y abro la puerta de casa para salir y escapar de su
chantaje.
- Tienes que dársela, Abbey. – Suficiente.
- ¡Mamá, Dylan tiene problemas con las drogas, el alcohol y con el respeto a las mujeres!
¡Lo siento, pero no quiero complicarme la vida con alguien así a quien, además, no quiero! – Grito
y cuando veo que va a hablar de nuevo salgo cagando leches de casa. – ¡Me voy! ¡Adiós!
Rachel y yo vamos en su coche y no hace más que preguntarme si se ve bien. ¡Claro que se
ve bien! Lleva encima como diez mil dólares, ¿cómo no va a verse bien? Sin contar el precio de
sus tetas y del botox de su rostro.
- Tú te ves increíble. – Dice mirándome por el rabillo del ojo y no parece contenta con
ello.
- Gracias – digo sintiéndome incómoda – Esto no es una competición, Rachel. Tú vas a
por tu chico misterioso y yo a por todos los demás. – Digo en tono bromista. Al fin se ríe, aunque
creo que lo he dicho en serio. Quiero volver a experimentar, regresar al punto en que me quedé
cuando empecé a experimentar con Andy. Quiero a Andy en mi vida como maestro y mentor del
sexo. – Por cierto, ¿vas a decirme quién es tu hombre misterioso? – Pregunto juguetona. Ella se
muerde el labio.
- Lo sabrás enseguida. No me puedo creer que Dylan y tú hayáis roto – dice de repente,
supongo que las noticias vuelan por aquí. Yo miro por la ventana esquivando su mirada. – ¿Es
definitivo, Abbey?
- Sí. Preferiría no hablar de ello hoy, Rachel. Me gustaría despejarme un poco.
- De acuerdo. Yo tampoco tengo la mente para mucho hoy. ¡Estoy de los nervios!
Una hora después llegamos al sitio. Es un lugar extraño. Una enorme nave que no tiene
nada de glamurosa ni nada por el estilo que vaya con el estilo de Rachel. Completamente alejada
del núcleo chic de California. El escampado en el que aparcamos está lleno de coches baratos y
gente que podrían sin duda pertenecer al grupo de amigos de mi hermana, pero nunca al de Rachel.
Miro a mi alrededor extrañada.
- ¡Vamos! – Rachel tira de mí impacientemente y me lleva hasta la entrada de la enorme
nave. Me alegro enormemente de no haberme puesto tacones, sino mis botines negros tejanos de
piel que apenas tienen tacón.
La música del interior retumba por todos lados, especialmente cuando llegamos a la
entrada de la nave, donde un matón a sueldo calvo nos mira de arriba abajo, especialmente a
Rachel.
- ¿Qué se te ha perdido por aquí, Cenicienta? – Bromea el calvo al ver la ropa tan
discorde de mi amiga.
- Mi amiga y yo queremos entrar. – Dice Rachel muy digna.
- ¿Aquí? ¡Ni hablar! No entra nadie sin invitación. – Ups, creo que nuestra aventura acaba
aquí. Me giro para volver al coche de Rachel cuando la oigo decir algo que me frena.
- ¡Somos amigas de Andy Stone! Así que mejor que nos dejes pasar o lo llamaré ahora
mismo para decirle que nos estás poniendo trabas. – Me giro de nuevo hacia ella. ¿Andy? ¿Es aquí
donde trabaja ahora? – Ella es la hermana de Serena Lynx. ¡Díselo, Abbey!
- Bueno, bueno, está bien. Pasad. – Dice el calvo sin más y nos abre la puerta. Rachel tira
de mí de nuevo para entrar en la nave.
Nunca, en mi insulsa vida, habría creído que dando el nombre de mi hermana Serena a un
portero de discoteca tendría entrada libre. Es bastante divertido.
- Rachel, ¿Andy trabaja aquí? – Pregunto temerosa. ¡Vaya! ¡Esto sí que es una fiesta! El
lugar es enorme y está plagado de gente. Gente dándolo todo. Bailando y completamente
entregados. Bailes cargados de erotismo y sensualidad. Sin embargo, la música no es la que
podrías escuchar en cualquier club… ¡Un momento! – Él es el DJ, ¿verdad? – Pregunto a Rachel
que asiente sonriente. Instintivamente, busco la cabina del DJ por todos lados, busco a Andy, pero
el local está lleno de gente y mi escaso metro sesenta y cuatro me impide ver por encima de
hombros de mayores dimensiones que los míos.
- Espérame aquí, ¿vale? – Me dice Rachel cuando hemos conseguido llegar hasta una
barra.
- ¡¿Qué?! ¿Vas a dejarme sola? – Pregunto aterrada al ver la forma en la que todo el
mundo se restriega aquí mientras baila. ¡Es como si estuviesen follando!
- Tranquila, Abbey. Pídete una copa en mi nombre. – Dice tendiéndome su tarjeta de
crédito y dándose media vuelta.
En cuestión de segundos la pierdo de vista y me quedo allí, sola y rodeada de gente que
está bastante entregada a la pasión de la música que Andy pone desde algún lugar secreto. Hago
caso de las recomendaciones de Rachel y pido algo fuerte para beber. No me gusta tener que
recurrir a la bebida ahora mismo, dados los últimos acontecimientos vividos con Dylan, pero la
verdad es que al menos un trago me vendrá bien.
- Hola, belleza, ¿bailas? – Una voz masculina capta mi atención. Es un chico guapo,
bastante del estilo de Andy, pero no es tan sexi y, además, aún necesito relajarme un poco más. De
modo que niego con la cabeza mientras sonrío a modo de disculpas. – Lástima. – Dice sin insistir
más y se va. Me relajo un poco al ver que no ha sido tan complicado.
Lo mismo sucede con otros dos chicos que se me acercan y se van en cuanto les digo que
estoy esperando a mi acompañante. Bueno, este sitio comienza a gustarme. Puedes ligar si quieres,
pero no vas a ser atosigada si no lo deseas, a pesar de estar sola e ir vestida de forma bastante
provocativa.
Intento entonces encontrar algún rastro de Andy. Con mi copa me dirijo hacia el centro de
la pista de baile y miro desde allí a todos lados. Sigue siendo complicado ver más allá de dos
metros y, cuando la canción de “We will rock you” de Queen comienza a sonar, la gente se vuelve
loca y comienza a saltar a mi alrededor, haciéndomelo aún más difícil.
Una chica de pelo verde y vestida como lo haría Serena comienza a bailar conmigo y yo
sonrío ante su naturalidad. Relájate y disfruta, Abbey, si no consigues encontrar a Andy al menos
date una buena fiesta en un sitio de lo más genial para ello. Te lo mereces.
Decido bailar con ella y rápidamente se nos unen más chicas y chicos que bailan, gritan y
saltan al compás de la música. Es liberador y muy estimulante.
Cinco canciones después, seguimos igual de entregados, aunque mis muslos comienzan a
quejarse. Hace mucho que no bailo así. La verdad es que no recuerdo haber bailado así nunca.
Siempre eran bailes más estudiados y sexis, nada tan salvaje y descoordinado. Pero la sensación
de libertad es indescriptible.
Un chico rubio muy mono me presta especial atención y yo decido dejarme llevar un
poquito y bailar con él. Aquí, en este raro lugar del mundo, parece que las acciones no tienen
segundas intenciones y que bailar significa solo eso; bailar.
- ¡Abbey! – De repente una voz me llama y me giro sonriente.
- ¡Serena! – Me abrazo a mi hermana, después a Lillian que está a su lado. E incluso me
abrazo a Cole, el Gran Harry y a Mario, que están justo detrás.
- ¿Qué haces aquí? – Grita mi hermana para que la oiga por encima de la música. Su
rostro revela lo feliz que se encuentra de verme en un lugar como ese.
- Vine a acompañar a una amiga. Pero ella tenía otras cosas que hacer. – Digo
simplemente.
- ¡Me alegra verte aquí! – Grita mi hermana tirando de mi brazo y guiándome para que
baile con ella.
Lo hago. Bailo con todos ellos y disfruto como una niña pequeña el día de navidad.
- Dios, Abbey, estás muy sexi hoy. – Mario susurra en mi oído y le dedico una enorme
sonrisa.
- Gracias. – Entonces le dedico más atención y comenzamos a bailar. Nuestro baile no es
menos intenso que el del resto de los aquí presentes. Me siento la reina del baile ahora mismo.
Los chicos nos corean a Mario y a mí mientras seguimos bailando, aunque Cole parece
que no le parece nada bien verme bailar así con Mario. Es muy divertido ver la cara que me pone.
De repente, los labios de Mario están demasiado cerca de los míos y, en el último
segundo, consigo esquivar su beso que impacta directamente con mi mejilla.
- Perdón – susurra en mi oído, pero no estoy nada molesta. Quizá, si Andy sigue
demasiado enfadado conmigo, pueda darle una oportunidad a Mario en mi cama.
Me separo un poco de Mario, hasta que decida si eso que acabo de plantear en mi mente
es una buena idea o no. Mi hermana entonces se acerca a mi oído y pregunta la pregunta prohibida.
- ¿Sabe Andy que estás aquí? – La miro nerviosa.
- No, ¿sabes dónde puedo encontrarlo? Necesito hablar con él. – Serena mira hacia un
extremo de la inmensa nave y automáticamente sé que Andy está por allí.
- No. No tengo ni idea. – Dice y parece nerviosa. ¡Me oculta algo, la conozco!
- No me lo digas, acabas de verlo con otra antes de encontrarme a mí. – Digo con ojos
entrecerrados. Serena me mira sin saber qué contestar. – ¡Voy a buscarlo! – Grito envalentonada y
me separo del grupo rápidamente.
Mi hermana trata de impedírmelo, pero me escabullo entre el bullicio con facilidad y en
menos de un minuto ya he atravesado la multitud y estoy junto a la cabina del DJ, que está en alto,
sobre una plataforma recubierta de cristales oscuros.
Respiro hondo y decido subir los escalones. Hay un chico que vigila que nadie suba o
baje a la cabina del DJ, pero parece bastante distraído con una rubia que le baila de forma
sensual. Aprovecho su distracción y subo los escalones con cuidado de no ser vista.
Al abrir la puerta, me quedo de piedra. Andy está apoyado en la pared trasera, con la
cabeza mirando hacia el techo y expresión de placer, con los pantalones bajados hasta las rodillas
y una rubia arrodillada frente a él haciéndole una mamada. Es Rachel. Y mi boca se abre hasta
llegar al suelo. ¡Qué demonios! Retrocedo dos pasos sin creer lo que mis ojos ven y decidida a
salir de allí antes de ser vista, pero tropiezo con unos cables y me caigo al suelo.
- ¡Joder! – Me quejo y me pongo en pie.
- ¡Abbey! – Grita Andy subiéndose los pantalones con prisa. Mierda, ¿qué hago ahora? –
¿Qué haces aquí? – Andy intercala miradas dirigidas a mí y a Rachel como si estuviera en un
partido de tenis. El asco que siento ahora mismo por los dos es infinito.
- Abbey, te dije que me esperaras en la barra. – Rachel se atreve a regañarme. Le dedico
una mirada de rencor que no tiene precio. A los dos. ¿Es que el deporte favorito de Andy es jugar
sucio con las novias de los McGregor? ¿Y por qué él si puede tener sexo con mis amigas y yo no
puedo acercarme a los suyos? ¿Sabía él que yo estaría por aquí con Rachel y quería que viera esta
escena? ¿Sabe Rachel la atracción que siento por Andy? ¿Están riéndose en mi cara de mí? Miles
de preguntas se amotinan en mi cerebro y no me gusta ninguna de las respuestas que mi mente ha
preparado para ellas. – Espera fuera a que acabemos, por favor. – Me pide Rachel y yo dejo
escapar una risa de incredulidad.
- ¡No me lo puedo creer! – Me doy la vuelta y comienzo a bajar los escalones de dos en
dos intentando, sin éxito, guardarme las lágrimas de decepción que siento en mis ojos.
- ¡Ey! ¡Espera! – Es la mano de Andy que me frena justo cuando estoy en el último
escalón. Me giro y le doy una bofetada con todas mis fuerzas. Él se queda pasmado ante mi
reacción. – ¡Qué demonios te pasa! ¿Has venido solo para golpearme?
- ¡No! ¡No he venido a por ti! ¡Me importas una solemne mierda! – Grito como una
posesa.
- Andy, déjala y ven aquí. Tenemos cosas que terminar. – Oímos decir a Rachel desde la
cabina del DJ y ni Andy ni yo nos giramos para mirarla.
- Ella me ha buscado, bonita, me ha provocado hasta que no he podido más que dejarme
hacer. – No puedo creer hasta qué punto puede llegar a ser un estúpido insensible este hombre, y
no entiendo qué vemos en él ni Rachel ni yo.
- ¡Pues ve! ¡Fóllatela de una vez y suéltame a mí! – Digo tirando de mi brazo para que no
me toque.
- ¿Puedo saber primero por qué te molesta tanto que me la folle a ella? ¿Es porque por fin
te has dado cuenta que me deseas más que a ese imbécil de novio que tienes? ¡Porque ya te
advertí, bonita! ¡Te dije que ese estúpido no puede darte lo que yo puedo y ahora me has echado
de tu lado y tendrás que pedirme tú que vuelva a tocarte o…!
- ¡Calla de una vez, idiota! ¡Puede que tengas razón y te desee a ti, pero ya es tarde para
todo esto! – Me giro de nuevo y Andy sigue impidiendo mi marcha colocándose frente a mí,
bloqueando mi paso.
- ¡No lo es! ¡Solo tienes que pedírmelo! ¡Te diría que sí sin pensarlo, bonita! – Grita él
también.
- Resulta que te has liado con una amiga mía y ya no me apetece, ¿te suena? – Me cruzo de
brazos, desafiante. Andy gruñe. – No pienso pedirte tal cosa y entrar en guerra con Rachel solo
por un cabrón insensible que se follaría a cualquier cosa con faldas.
- ¡Oh, vamos, no querrás decirme que esa pija presumida tiene algo que aportar en la vida
de una persona como tú! – Me sorprende que diga eso frente a la mismísima Rachel. Bueno, no me
sorprende tanto. ¡Es Andy! El mayor de los insensibles.
- ¡Eh, imbécil, que estoy aquí! ¡He venido a darte otra oportunidad, ¿y así me lo pagas?! –
Rachel interviene en la conversación, bastante dolida. De repente me mira y mira a Andy. –
Vosotros dos, ¿teníais algo? – Agacho la mirada. Mierda, si va con el cuento a Dylan, hará que
vuelva a atosigarme.
- No. – Dice Andy y no sé si es porque le avergüenza reconocerlo o por salvarme el culo
de ésta. – Pero me gustaría acabar esta noche en la cama con Abbey antes que contigo, nena, lo
siento. – Las palabras de Andy son tan duras como la mirada que le dedica a Rachel. Ella se
queda de piedra, sin saber qué decir. Pero nada comparado con el estado de shock en el que yo
entro al oírle hablar así de claro sobre su supuesta atracción por mí. – Así que, si ya has
terminado de quejarte, vete de aquí y déjame hablar con ella.
- Abbey, vente conmigo – me pide Rachel – vámonos a casa y olvida a este desgraciado
que no tiene corazón. ¡Le importamos una mierda! ¡Solo nos quiere para engrosar las cifras de sus
conquistas! – Rachel comienza a llorar y de repente comienza a golpear a Andy en el pecho, yo
sigo mirando bloqueada y sin poder moverme. – Eres imbécil, ¡imbécil! ¡Me dijiste que te estabas
enamorando de mí y era mentira! ¡Y no puedo sacarte de mi mente! – Observo la escena sin creer
lo que veo. Rachel no ha olvidado a Andy en todo este tiempo que lleva con Carter… ¿Seguirán
ambos enamorados en secreto? Me duele el pecho solo de pensarlo.
- ¡Te dije eso, pero fue antes de que me diera cuenta de que solo eres una zorra venenosa
que se dedicaba a calentar la polla de pijos podridos de dinero mientras yo pensaba que me
querías a mí y me esforzaba en ser mejor por ti! – Se defiende Andy. – La verdad es que, en cuanto
me di cuenta de cómo eras realmente, supe que lo que sentía por ti no era nada parecido al amor ni
jamás lo sería. Déjalo de una vez, nena, hace mucho de lo nuestro y tú ya tienes bebiendo de tu
mano al tipo perfecto para ti.
- Pero… yo te quiero a ti. – Llora Rachel.
- Solo porque ya no puedes manipularme a tu antojo. Deberías haberlo pensado mejor
cuando te follaste hasta a mi mejor amigo para castigarme no sé muy bien por qué. ¡Y de verdad
que no me apetece una mierda volver a revivir eso! – Grita Andy y Rachel no deja de hipar a
causa del llanto.
- ¡Lo hice solo para llamar tu atención! – Se defiende ella. Andy comienza a reírse de una
forma cruel, aunque le entiendo.
¿Qué hago yo en medio de esto?
Me separo un poco de ambos, pero no puedo dejar de escuchar lo que se dicen.
- ¡Pues escúchame bien, para lo único que puedes atraerme ahora mismo es única y
exclusivamente para chuparme la polla! ¡No estoy dispuesto a entrar de nuevo en tus juegos de
niña aburrida que necesita llamar la atención bajo cualquier circunstancia y a cualquier precio! –
Rachel propina un sonoro y fuerte bofetón a Andy y sale corriendo. Creo que en dirección al
exterior.
Yo, sin embargo, sigo ahí, en pie, sin poder mover un dedo. Andy aprieta los puños y la
mandíbula tras el bofetón y después se gira hacia mí y se acerca lentamente.
¡Muévete de una vez Abbey y vete!
Pero mis pies siguen pegados al suelo como si pesasen toneladas. Andy se acerca más y
más y al fin consigo al menos levantar la mano y parar su acercamiento presionando su pecho con
la palma de mi mano. Su mirada se clava en mis ojos. Está iracundo. Respira con agitación. Me
asusta, pero también me seduce a partes iguales.
- No te acerques más. – Suplico.
- No trates de culparme a mí por tus errores, Abbey. – Me escupe con rabia. – Ambos
sabíamos que esto pasaría y que tarde o temprano tendríamos que enfrentarnos el uno al otro. No
podías evitarlo para siempre.
- ¿Mis errores? Yo no tengo nada que ver con los siniestros planes de Rachel. Ni siquiera
sabía que eras tú a quién quería ver esta noche. No sabía que seguíais viéndoos. – Trago saliva. –
¿Te has estado viendo con mi amiga mientras tú y yo estábamos… ya sabes?
- ¿Mientras te follaba y te hacía sentir lo que ningún hombre ha conseguido hacerte sentir?
– Sé que está intentando provocarme, demostrarme que es él quien tiene la sartén por el mango.
Intento no demostrar flaqueza ante sus palabras.
- Sabes muy bien lo que quiero saber, no intentes adornarlo con tu estúpido ego masculino.
– Le mantengo la mirada firme.
- ¿Importa eso acaso? – Dice de forma altiva.
- ¡A mí sí! Al igual que tú, yo tampoco quiero poner en riesgo mis amistades por un simple
polvo. – Andy hace un gesto de dolor ante mis palabras.
- Un simple polvo… – repite – Si te importara tanto tu amistad con esa zorra venenosa
habrías salido corriendo tras ella, en lugar de quedarte aquí, frente a mí. – Tengo que admitir que
Andy sabe disparar a matar mejor que nadie. Al fin sus palabras me hacen reaccionar e intento
escapar de nuevo, pero como ya sabía, Andy no está por la labor de ponérmelo fácil. Esta vez tira
de mí hasta acorralarme contra la pared más cercana, inmovilizándome entre su cuerpo y la pared.
– No hemos terminado de hablar. – Me advierte enfadado.
- No tengo nada que hablar contigo. – Respondo temblando al sentirlo tan cerca.
- Pues yo tengo muchas cosas que decirte – Sus labios se acercan peligrosamente y me
giro antes de que se estrellen en los míos, pero acaban rodando por mi cuello – Estás
increíblemente sexi esta noche y lo sabes perfectamente. – Su nariz acaricia mi cuello y me deja
sin respiración. – Espera a que termine mi trabajo y te llevaré a mi cama para contarte todo lo que
tengo que decirte en privado.
- ¡Suéltame! – Le empujo rabiosa. – ¡No pienso follar esta noche contigo, después de
pillarte con mi amiga chupándote la polla! – Andy sonríe y eso me enerva aún más.
- ¿Estás celosa, bonita?
- ¡¿Celosa?! ¡Ni hablar! ¡Pero no soy segundo plato de nadie! – La realidad es que ahora
entiendo su interés en no verme con algún amigo suyo. A pesar de que no quiera nada más que
sexo con él, no podría tenerlo ahora mismo sin recrear en mi cerebro la imagen de Andy con
Rachel – ¡Me repugna la idea de comerme sus babas en ti! – Vuelvo a empujarle. – ¡Y no me
llames “Bonita”!
- ¿Sabes? Es injusto que me digas eso tú, cuando yo mismo me he tenido que comer las
babas de tu apestoso novio muchas veces. – Su rostro se vuelve fiero al decirme esto.
- Lo sé – digo bajando la cabeza avergonzada – y no volverá a suceder, lo juro. – Andy
tira de mi barbilla para que lo mire a los ojos.
- ¿Me estás diciendo que sigues prefiriendo a ese… ese… hijo de puta antes que a mí?
¡Abbey, entiendo que no quieras ser una cornuda, pero de verdad que estarías mejor sin ese
impresentable! – Su voz se eleva de volumen de nuevo. – ¡Vales más que eso! ¡¿Cómo no lo ves?!
¡Ese cabrón no merece que lo respetes tanto, ojalá lo vieras por ti misma! ¡Ojalá…!
- Ojalá alguien me contara que Dylan me drogó y se aprovechó de mí en mi fiesta cuando
aún no sabía si darle una oportunidad o no, ¿verdad? – Lanzo mi artillería pesada y Andy abre la
boca de par en par, perplejo.
- Yo… ¿lo sabías? – Pregunta perturbado por ser descubierto.
- ¡Me enteré hace dos días, justo antes de dejar a Dylan para siempre! ¡Porque sabía que
me ocultaba algo y se lo sonsaqué! ¡Pero no gracias a ti, maldito! ¡Tú lo sabías todo el tiempo y no
dijiste nada! – Al poner la situación en palabras, me doy cuenta de que es mucho más
imperdonable de lo que yo quería creer. Que debería mandar a Andy al cuerno de una vez por
todas.
- ¿De verdad lo has dejado? – Un atisbo de alegría asoma por sus ojos – Lo siento, le
prometí no decirte nada porque él prometió darme información del paradero de mi madre a
cambio. – El fiero rostro de Andy se ha vuelto en el de un niño pequeño y asustado. ¡Ojalá se
sienta mal realmente!
- ¡Oh, entonces no importa que me hayas ocultado que el que era mi novio intentó
violarme antes de darle mi aprobación para ello!
- ¡Yo lo impedí, Abbey! ¡Y de verdad que he estado a punto de contártelo mil veces
pero…!
- ¡¿Pero qué?! – Grito con todas mis ganas.
- Pero se te veía tan interesada en ese capullo que pensé que me odiarías a mí si te
desmontaba tu estúpido cuento de hadas. – Inspiro con fuerza. – Siempre he sabido que McGregor
era lo que tú querías para ti y cuál era mi papel en todo esto, Abbey. Y lo comprendo, de verdad.
Pero siempre he tenido la esperanza de que tú solita te dieras cuenta con qué tipo de odioso ser te
estabas metiendo. Y ahora ya lo sabes. Ya no existe ningún impedimento para que sigamos con
nuestro juego. Y créeme si te digo que te he echado mucho de menos.
Su mano se desliza lentamente por mi rostro y atrapa un mechón de mi cabello entre sus
dedos y juguetea con él.
- Pues sí, ya sé todo lo que tenía que saber, ya lo he visto. He visto que ambos sois
despreciables y usáis a las personas a vuestro antojo. – Andy traga saliva. – No te pienses por un
solo instante que eres mejor que Dylan porque no lo eres. Ý el hecho de que te siga deseando no
demuestra lo contrario. Me manipulaste, Andy. Me diste lo que más anhelaba, algo sin lo que
ahora ya no sé vivir y sigo deseando día y noche con volver a sentir, pero también me robaste mi
dignidad haciéndome sentir como una más, como una insignificante estúpida más de las muchas
encandiladas por ti y que usas a tu antojo, cuando te apetece. – Andy abre la boca para protestar,
pero se la tapo con mi mano. – ¡Sé que me advertiste y que lo nuestro no iba de amor, lo sé! Nunca
te he pedido eso, Andy. Pero sí tengo potestad para pedir respeto. Te callaste a tu conveniencia la
información de que Dylan había abusado de mí, me pusiste entre la espada y la pared y me has
colocado toda la carga de la culpa a mí por nuestra aventura a espaldas de él. Y tienes razón en
una cosa, Andy; merezco algo más. – Andy me mira completamente perdido y desconcertado – Te
agradezco mucho las cosas buenas que me has dado, pero me niego a seguir viéndote si vas a
seguir haciéndome sentir como una estúpida niña pija que solo se merece que se aprovechen física
y emocionalmente de ella sin el menor remordimiento.
Dicho esto, Andy baja la guardia y afloja su agarre. Un hombre se acerca a él y le dice
que no puede dejar la cabina del DJ descuidada por tanto tiempo y yo aprovecho para
escabullirme y perderme de vista. Ahora mismo, dicho lo dicho, necesito un período de reflexión
y de análisis de todo antes de dejarme llevar por la pasión que Andy levanta en mí. Sigue siendo
un enorme magnetismo el que me atrae hasta él, pero ya he cubierto el cupo de estupideces con los
hombres para los próximos diez años de mi vida.
Retos

La fiesta sigue en esta nave y yo me niego a volver a casa una vez más, hecha pedazos y
completamente desmoralizada. Soy consciente de que no voy a librarme de Andy en mucho
tiempo. He perdido mis nuevas amistades a las que solo me unía una delgada línea de ambiciones
comunes, que ya no comparto, y mi relación con Dylan que ha muerto. Jamás hubiera pensado que
podría sentirme bien con el círculo de amistades de Serena, pero es así. Me siento bien con ellos,
aquí y ahora, bailando y divirtiéndome como nunca, y no voy a volver a casa a renunciar a este
momento solo porque Andy sea amigo de ellos también. No voy a mezclar las cosas. No voy a
poner a ninguno entre la espada y la pared si es que mi amistad con ellos pueda resultarles un
obstáculo con Andy, pero espero y deseo firmemente que no sea así. Andy no puede ser tan egoísta
de hacerme eso.
Nunca le he montado un numerito, solo hoy, y tengo razones más que de peso para haberlo
hecho. Y ahora, que ya me he desahogado con él, siento que mi rabia hacia Andy ha descendido
considerablemente. Seremos solo amigos, si me lo permite, y volveremos a disfrutar del sexo en
común si finalmente consigue arrepentirse de su forma de actuar y decide comportarse como un
humano medio decente.
Decido tomarme otra copa. Solo una más. No quiero perder el norte ni ponerme a mí
misma en un aprieto. Hoy al menos no.
Bailo con mi hermana, Cole y Mario animadamente. Aunque tengo que admitir que le
presto más atención a Mario que al resto. Es guapo y bastante interesante. Además, no me ha
tratado mal en ningún momento desde que lo conozco, más bien lo contrario.
Me siento cómoda tonteando con él porque sé que Andy está lejos, en la cabina del DJ, y
no puede venir a montarme el numerito ahora mismo. De todos modos, no creo que lo hiciera. He
sido bastante dura con él y tengo la impresión de que no está acostumbrado a aguantar que ninguna
mujer le hable así.
Cole me advierte en el oído varias veces que deje en paz a Mario si no quiero que haya
problemas con Andy, pero le ignoro una y otra vez. ¡Solo me estoy divirtiendo! No quiero causar
ningún problema a estos dos.
Mi hermana y Lillian desaparecen por varios minutos porque dicen que quieren ir al baño
y me quedo sola con los machos del grupo. Y bailo con ellos como nunca he bailado en mi vida. A
pesar de tener un nudo en el estómago porque las cosas con Andy se han enrevesado demasiado y
no creo que podamos encontrar la fórmula de dejar nuestras diferencias a un lado y volver a
enfocarnos solo en lo que nos une, a pesar de que eso escuece, estoy experimentando una
sensación de libertad y de liberación muy nueva y muy reconfortante.
Son casi las cinco de la madrugada y sigo dándolo todo. Estoy sudorosa, tengo el carmín
de labios borroso y me da igual. Mi teléfono vibra en el bolsillo de mi pantalón mientras Mario
me agarra con fuerza de la cintura y me guía en un baile de lo más sensual y yo me separo de él
para mirar de quién se trata, pensando que puede que sea Rachel, en la cual ni siquiera he pensado
en toda la noche y puede que me necesite.
Sin embargo, no es ella. Sonrío como una idiota al ver el número de Andy. Me ha escrito
un mensaje.
“Abbey, quiero que te separes de Mario ahora mismo, de lo contrario pienso montar un
numerito. Tú decides” ¿Puede verme? Miro a mi alrededor y veo varios puntos rojos
pertenecientes a cámaras de seguridad. ¿Me está vigilando? Le enseño mi dedo corazón a la
cámara que tengo más cercana y mi teléfono vuelve a vibrar. “¿De verdad quieres provocarme
hasta comprobar con tus propios ojos de qué soy capaz?” me escribe y yo sonrío.
“Bailaría contigo si estuvieses aquí, pero como no estás… lo hago con Mario que lo hace
de maravilla. Sus movimientos son increíbles” le escribo y me río ante mi maldad. ¿Acabo de
llamarle de todo hace un par de horas y ahora le digo que bailaría con él si estuviera? Bueno,
espero que no se le ocurra aparecer por aquí, porque realmente lo que quiero es hacérselo pasar
un poquito mal.
Vuelvo a guardar el teléfono en el bolsillo y sigo bailando con Mario mientras mi teléfono
no para de vibrar en mi bolsillo, pero lo ignoro.
- Yo ya le he advertido, colega – oigo decir a Cole y me doy la vuelta.
- ¡Ups! – digo cuando me encuentro con el rostro envenenado de Andy frente a mí.
- Sí… ups… ¿te lo estás pasando bien? – Pregunta sin disimular ni un poquito su enfado.
Yo me río al verlo así. No estoy borracha de alcohol, pero sí de libertad y me siento ahora mismo
muy muy juguetona.
- ¡Mucho! – Grito acercándome a su rostro y dándome media vuelta para volver a los
brazos de Mario. Pero Mario da dos pasos atrás y mira con preocupación a Andy. – ¡Oh, vamos!
¡No me dirás que ahora te da miedo bailar conmigo! – Mario me mira y juraría que está
comenzando a temblar.
- Mario, ni se te ocurra. – Le ordena Andy. Cuando me giro para encararlo de nuevo está
apuntándole con el dedo, en posición bastante amenazante.
- ¿Perdona? ¡¿Quién eres tú para decidir con quién bailo o no?!
- Abbey, no me grites – rechina entre dientes haciendo acopio de todo el autocontrol que
tiene para no perder los nervios – y ya te he dicho que nosotros tenemos una norma entre amigos,
¿verdad Mario? – Miro a Mario que asiente y se rasca la nuca.
- Perdona, tío. – Dice y yo pongo los ojos en blanco.
- Tranquilo, ya sé que no es culpa tuya. Es muy complicado resistirse a esta… – encaro a
Andy de nuevo para ver si es capaz de usar algún calificativo conmigo que no sea de mi gusto y
propinarle una bofetada delante de todos en caso afirmativo – impulsiva mujer de mucho carácter.
– Dice al fin y me sonríe con poca amabilidad.
- ¿Has venido solo a decirme con quién puedo bailar? – Me cruzo de brazos.
- Creí que estabas demandándome para hacerlo contigo. – Me pierdo en su mirada por
unos segundos, pero luego recuerdo que es demasiado pronto para caer con él, que debo hacerle
esperar un poquito para que se sienta al menos un poco herido, aunque solo sea su inflado ego.
- La verdad es que ya me iba. Estoy cansada. – Me giro para no tener que seguir
mirándolo. – Además, tú tienes que trabajar. Mario, ¿te importaría llevarme a casa? He venido en
el coche de mi amiga y no tengo cómo volver. Tampoco sé dónde se ha metido mi hermana…
- ¡Para ya, Abbey! – Grita Andy tirando de mi brazo para que vuelva a prestarle atención.
– ¡No te vas a ir en plena noche con Mario y vas a dejar de intentar sacarme de mis casillas!
- Está bien, llévame tú. – Le desafío a sabiendas que no puede hacerlo porque aún no ha
terminado de trabajar.
- ¡Vamos! – Dice tirando de mí en dirección al exterior. Yo miro a los chicos
desconcertada mientras soy transportada a la calle. Mario suspira con tristeza, pero resignado,
mientras Cole y el Gran Harry se encogen de hombros.
- ¡Puedo andar sola! – Me quejo y me zafo del agarre de Andy ya en la calle. Andy me
dedica una mirada diabólica, pero me suelta.
- Espérate un momento. ¡No te muevas de ahí! – Me ordena cuando ya hemos salido y
estamos en la puerta de la nave. – George, me voy. Jamie ya me ha hecho el cambio de turno. – Le
informa al calvo matón de la entrada. El calvo asiente. – Y hazme un favor, George, ¿ves a esa
diabla de ahí? – Dice Andy señalándome y yo le dedico un gesto de desaprobación ante tal
calificativo – Se llama Abbey Lynx, y la próxima vez que se le ocurra aparecer por aquí quiero
ser informado en el acto, ¿de acuerdo? – El calvo vuelve a asentir y yo no puedo creer lo que veo.
Protesto ante su arrogancia y Andy vuelve a tirar de mí en dirección a su moto, que no sé cómo no
me he percatado antes que estaba aparcada junto a la puerta.
- ¡¿Ahora eres aquí como una especie de pez gordo que controla a las mujeres que entran y
salen?! – Andy no contesta, solo me mira con cara de asesino, saca el casco del maletín de la moto
y me lo tiende para que me lo ponga. Lo hago y me doy cuenta de que es el suyo y que no tiene otro
para ponerse él. Eso me indica que probablemente su intención era volverse a casa solo y esa
información me tranquiliza, un poco. Se sube a la moto y hace un gesto para que lo haga yo detrás
de él. Me subo resoplando y arranca en el acto – Vas muy rápido – le informo, pero sigue sin
contestarme. – ¿Ahora no me hablas? ¡Pues entonces debería sin duda haberme vuelto con Mario,
que es mucho más amable que tú! – Andy acelera con fuerza y me obliga a agarrarle de la cintura
mucho más fuerte para no caerme – ¡Andy, relájate, vas a matarnos! – Grito asustada.
- ¡Pues deja de sacarme de mis casillas, maldita sea, Abbey! – Grita inclinando un poco la
cabeza hacia mí. Decido callarme el resto del camino.
En lugar de seguir peleando con él, decido disfrutar del paseo de vuelta. Andy ha bajado
la velocidad, signo de que debe estar mucho más tranquilo, y la brisa veraniega californiana me
acaricia el rostro cuando levanto la visera del casco. Sonrío y cierro los ojos. Esto es genial. Por
fin no me siento como si estuviese cometiendo un asesinato. No tenía ni idea de lo bien que me
sentiría dejando a Dylan y disfrutando un poco más de mí misma y de mis errores y aciertos
personales. Andy tenía razón. Yo no estaba hecha para él y su tipo de vida. Al menos no en este
momento de mi vida.
Ahora mismo, me siento salvaje y rebelde. Impulsiva. Llena de vida y con muchas ganas
de equivocarme una y otra vez hasta que, de tanto equivocarme, no me quede la menor duda de
cuál es el camino correcto y cuál mi posición en esta vida.
El camino de vuelta se me hace mucho más corto que el de ida en el coche de Rachel, y es
porque lo he disfrutado mucho más. En la moto de Andy, aferrada a su cintura, sintiendo su calor
corporal y su increíble aroma viril, es la forma más estimulante de viajar.
Cuando casi estamos llegando a la puerta de mi casa, Andy para la moto.
- ¿Por qué paras aquí? – Pregunto.
- Supuse que no querías que tu madre nos viese llegar juntos. – Responde. Suspiro y bajo
de la moto. Me quito el casco y lo miro con melancolía. ¿Ya está? ¿Se acabó nuestro momento
juntos?
- Gracias por traerme. – Digo mientras sigo perdida en la belleza de su hermoso rostro.
Me fijo en el color de sus ojos. Ahora mismo son muy verdes. Y sonrío como una tonta.
- ¡Qué! – El osco tono de su voz no consigue engañarme.
Está encantado de estar aquí, conmigo, al igual que yo lo estoy de estar con él ahora
mismo. Creo que ambos nos hemos echado de menos, a pesar de nuestros mutuos errores y a pesar
de que ambos somos conscientes de que lo nuestro no llegará a nada y puede que acabe bastante
mal. Pero, ¿qué importa eso ahora mismo? He decidido vivir el momento y tomar el control de mi
vida y mis impulsos. Y ya me he desquitado con Andy de todas las mierdas que me ha hecho antes,
cuando le he gritado mis frustraciones en el interior de aquella nave. Es cierto que necesito ver un
poco de arrepentimiento por su parte para poder volver al punto en el que estábamos antes, sin
embargo, sé que es poco lo que pido y que, aunque se las dé de duro, él puede darme un poco de
eso.
- Deja de gruñir de una vez. Te he dicho algo bueno ahora. – Protesto.
- No ha sido nada. – Contesta ahora más relajado. Sonrío. – Ahora ya sabes dónde
trabajo, bonita. Tienes mi número de teléfono y hasta sabes dónde vivo. – Me dice muy serio.
Asiento. – Te lo dije en serio. Si quieres volver a verme no te lo voy a poner tan fácil, tendrás que
llamarme tú y…
Acallo sus quejas con un beso en sus labios que no se esperaba.
- No necesito llamarte ahora mismo. Estás aquí, conmigo. – Digo. Su respiración se ha
vuelto más acelerada y me mira con muestras visibles de ser presa de un gran debate interno.
- Juegas sucio. – Susurra acercándome de nuevo a él y sus labios vuelven a buscar los
míos de forma deliciosa.
Su lengua surca el interior de mi boca en una caricia sedienta de contacto. Me deshago en
su beso y mis manos se enredan en su cabello, tirando de él y masajeando su cabeza para hacerle
perder del todo el control. Funciona, porque le oigo gemir con desesperación en mi boca y yo me
hago líquido ante ese sonido grave y sexi. Muerde mi labio inferior y se separa de mis labios sin
aliento. Apoyando su frente en la mía.
- He echado de menos tus labios. – Murmuro y veo una leve sonrisa en su rostro.
- Creo que eres la primera mujer a la que he besado tanto.
El sonido de unas ruedas chirriando a escasos metros de mí llama nuestra atención y
ambos miramos al lugar del que proceden. Es la puerta de mi casa y el ruido proviene del
inconfundible deportivo de Dylan.
- ¡Mierda! – Digo separándome instintivamente de Andy. Andy gruñe con rabia. – Tienes
que irte. – Le pido, más bien le imploro. Andy está a punto de montar una escenita, lo veo en sus
ojos que se han vuelto casi negros. – Por favor…
- ¡¿Vas a volver con ese imbécil a la primera que venga a buscarte?! – Me grita y yo siseo
para que baje el tono. Por fortuna estamos en un lugar bastante oscuro y Dylan no puede vernos.
- ¡Abbey! ¡Abbey! – Son los gritos de Dylan. Miro aterrada a su dirección y me doy
cuenta de que está dando gritos hacia la ventana de mi habitación. Piensa que estoy en casa. –
¡Vuelve conmigo, por favor! – Sigue gritando. Su voz está sin duda teñida de alcohol y puede que
otras sustancias. Lo ha hecho… ha vuelto a caer en esa mierda.
- No voy a volver con él. Voy a entrar a casa y encerrarme a cal y canto. Sin hacerle ni
caso. Pero si te ve a ti aquí, la cosa va a acabar muy mal y no tengo ganas de que por mi culpa tú y
Dylan…
- ¡¿Por tu culpa?! ¡Abbey, es un puto niñato que no sabe aceptar una jodida derrota! ¡No
sabe lo que es un no! No pienso irme hasta saber que estás a salvo. – Sentencia Andy y yo suspiro.
Los gritos de Dylan cada vez son más fuertes y el temor a que me vea aquí, a estas horas de la
madrugada, con Andy, me paraliza.
Por fortuna las luces de mi casa se encienden, signo de que mis padres se han despertado
a causa de los gritos de ese estúpido. Y mi padre aparece por la puerta de casa gritándole a Dylan
que se vaya y deje de molestarme.
- ¿Ves? Nada pasará. Mi padre está ahí. Voy a aprovechar el momento y a entrar, ¿vale? –
Le digo a Andy que finalmente parece más conforme con la idea de dejarme ir.
- Tengo que decirte adiós de nuevo por culpa de ese estúpido, ¿verdad? – Pregunta con
tristeza y acomodándose con la mano el bulto de su entrepierna. Me muerdo el labio para evitar
sonreír. – ¡No tiene gracia! – Protesta.
- Solo será hoy. – Le doy un rápido y suave beso en los labios mientras escucho de nuevo
a Andy gruñir. – Nos veremos pronto. – Me despido. – ¡Vete ya! – Le ordeno y pongo rumbo a mi
casa a pie. El alivio me inunda cuando escucho el motor de su moto alejarse de mí a mis espaldas
y yo me apresuro entonces a entrar en mi casa.
- ¡Abbey! – Grita Dylan cuando me ve y paso por su lado, sin mirarlo siquiera. – ¿De
dónde cojones vienes a estas horas? – Lo fulmino con la mirada. ¡Y lo dice él, que aparece
drogado y borracho a las tantas de la madrugada! Decido no responderle y me dirijo hacia la
puerta de mi casa con rapidez.
- Hola papá. – Digo al llegar a su lado.
- Hola hija. Pasa. – Mi padre me abre el paso y se coloca después él bloqueando la
entrada de mi casa para impedir a Dylan que entre. – Ya está bien, hijo. Déjala en paz. – Escucho
el llanto agónico de Dylan cuando mi padre cierra la puerta y me duele. Pero es mejor así.
- Gracias papá. – Le digo y mi padre me sonríe.
- No te preocupes, hija. Ve a dormir. – Besa mi frente y yo hago lo que me dice. Subo las
escaleras y, al llegar a la puerta de mi cuarto, me encuentro con mi madre envuelta en su impoluta
bata de raso blanco esperándome.
- Hola mamá. – Digo sin mirarla y entrando en mi habitación.
- Abbey, tienes que ayudar a ese muchacho. Es un buen chico y está muy perdido por tu
culpa. – No puedo creer lo que oigo. Comienzo a quitarme la ropa con rabia.
- Mamá, no recuerdo haberle obligado nunca a Dylan a que bebiera hasta perder el sentido
ni tampoco a que se drogara.
- No creo que se drogue, la verdad…
- ¡Mamá, déjalo ya! – Grito enervada. – No voy a volver con Dylan y cuanto más me lo
pidas más me negaré. – Mi madre pone los ojos en blanco, pero parece que al fin se rinde.
- Está bien, hija. Espero que sepas lo que haces. – Eso ha sido cuanto menos sorprendente
por parte de mi madre.
- ¡Gracias! – Grito aún rabiosa y me meto en la cama. – Buenas noches. – Digo y apago la
luz de la mesita de noche.
Al mal tiempo…

Ha sido una semana de los más ocupada para mí. Al fin he comenzado a trabajar en la
pequeña tienda de ropa “Sparkle”, al menos he ido dos o tres veces para hablar con Lilly, mi
nueva jefa (aunque ella insista en que somos socias) e ir haciéndome una idea de cómo y cuál será
mi labor allí.
Eso me ha tenido bastante entretenida. Al menos ha permitido que me despeje de tanto lío
mental que he padecido estas últimas semanas. Me he traído un montón de ropa de la tienda a casa
que Lilly quiere que customice a mi gusto para hacer un muestrario a nuestros clientes antes de
empezar a tener un turno fijo en la tienda.
Eso ha hecho que pase horas ocupadísima en ello. No he tenido tiempo casi para nada
más. Apenas para ponerme un par de tutoriales sobre lenguaje de signos en YouTube por la noche,
grabar mi progreso y subirlo. Al acabar, cada noche, me he planteado la posibilidad de llamar a
Andy para que viniera a hacerme una “visita”, pero estaba tan cansada que me quedaba dormida
con el teléfono en la mano sin terminar de realizar la llamada.
Hoy es viernes y voy a darme un respiro hasta el lunes que viene.
Me coloco el biquini blanco, cojo mi ebook y me dirijo a la piscina de casa cuando
vuelvo a ver a mi madre con las maletas hechas en la puerta de casa.
- ¿Adónde vas, mamá? – Ella mira a todos lados y vuelve a mirarme a mí cuando sabe que
no hay nadie más.
- A ver a tu abuela.
- ¿Otra vez? ¿Está peor? – Me preocupo. – Mamá, tendríamos que decirle algo a papá. Y,
si está muy mal, yo también quiero ir a verla. – Me quejo.
- No, Abbey, tranquila. No tienes de qué preocuparte. – Pero su rostro revela
preocupación. Mi madre me besa en la frente para despedirse. – Pórtate bien, hija. Y llama a
Dylan.
- Eso no va a suceder, mamá. – Por fortuna no he sabido demasiado de él en estos días.
Parece que se está relajando al fin con lo nuestro.
- Bueno, pues al menos pórtate bien. Ya hablaremos a mi regreso. – Asiento.
Veo irse a mi madre y entro en la cocina para hacerme un café. Mi hermana está allí con
los auriculares puestos, bailoteando alguna de sus canciones favoritas.
- Hola. – La saludo sonriente.
- ¡Hola! ¡Al fin te has despertado! Quería proponerte algo. – Le miro con curiosidad. –
Voy a ir con los chicos a la cabaña de… a una cabaña cerca del parque de la Secuoya. ¡Todos me
han pedido que te invite! ¡Vente!
- ¿Todos? – Me pregunto si Andy entra en ese “todos”.
- Sí, todos. Va a ser un fin de semana de relax. Será genial, Abbey. Deberías venir. – En
ese momento recuerdo que Andy tiene un nuevo trabajo en el que supongo que los fines de semana
formarán parte de su jornada obligatoria. Me entristezco al pensar que si voy no lo veré. – Lillian,
Cole, Mario, el Gran Harry, Andy, Cindy…
- ¿Andy? – Pregunto curiosa e ilusionada. – Pensé que tendría que trabajar
obligatoriamente en la Nave durante el fin de semana.
- ¡No! La Nave es propiedad de un tío suyo que ha vuelto a los Estados Unidos después de
mucho tiempo viajando recorriendo mundo. Andy tiene vía libre para ponerse su propio horario. –
Es una información de lo más maravillosa.
- ¡Vale! ¿Y quién es Cindy? – Pregunto mientras sirvo mi café.
- Pues… nadie, una tipa…
- No me lo digas, un ligue de Andy. – La felicidad que estaba experimentando segundos
antes se esfuma en décimas de segundos y comienzo a expulsar humo por la nariz.
- No, bueno, puede, no sé. Creo que viene con una amiga también – Genial… – ¡Ve a hacer
tu maleta para estos dos días! Nos vamos en media hora. – Dice mi hermana y sale de la cocina
para evitar un interrogatorio por mi parte.
Yo me quedo pensativa tomando mi café. ¿Debería ir? Tengo muchas ganas de ver a ese
maldito bastardo, pero sé que si lo veo con otra será una pesadilla. Quizá sea buena idea que vaya
y recordarle un poco el feeling que hay entre los dos. Está claro que si se ha vuelto a olvidar de
mí es porque no me ha visto.

- ¿De quién es la cabaña? – Pregunto en el coche con mi hermana y Lillian, camino a


nuestro destino para este fin de semana. Lillian y mi hermana se miran y el silencio reina. – ¡No
me jodas! ¿De Andy? ¡Serena, tendrías que habérmelo dicho antes! – Me quejo.
- Si te lo hubiera dicho antes no habrías venido. – Responde mi hermana.
- ¡Por supuesto que no! ¡Andy no me ha invitado!
- Ha invitado a todos.
- Serena, yo no entro en ese “todos” – resoplo y me cruzo de brazos mientras miro por la
ventana.
- Se alegrará de verte allí, ya verás. Y yo me alegraré de verte allí. – La sonrisa de mi
hermana me ablanda un poco, pero sigo sintiéndome estúpida por aparecer por la cabaña de Andy,
sin haber sido invitada por él y sabiendo que tienes planes con otra.
- Puede que se alegre o puede que se lo tome mal. Pero bueno, tendremos que enfrentarnos
alguna vez a esta estupidez. Yo ahora no tengo amigos, y necesito salir de vez en cuando, Serena.
Así que, pase lo que pase, te agradezco la invitación. – Digo.
- ¡Sí que tienes amigos! ¡Yo soy tu amiga! – La declaración de Lillian me emociona y su
sonrisa aún más.
- Me alegra mucho saber eso. – Contesto igual de sonriente.
Cuando llegamos a la cabaña, mi boca se abre de par en par. Es una cabaña rústica y
bastante más grande de lo que me imaginaba, aunque nada pomposa. Los alrededores, en cambio,
son la maravilla más grande que mis ojos han visto en mi corta existencia. Un bosque verde de
gigantes árboles con troncos desmesurados la rodea. ¡Me alegro tanto de haber traído mi cámara
de fotos!
Salimos del coche y comenzamos a sacar nuestros bártulos y provisiones de bebidas,
alcohol y comidas cuando escucho los gritos de Cole dándonos la bienvenida. Sonrío, pero la
presencia de la moto de Andy justo a mi lado me pone de los nervios y me pregunto cómo se
tomará mi autoinvitación cuando me vea.
- ¡Ya están aquí las reinas de la fiesta! – Grita Cole. – ¡Abbey! ¡Qué bien que has venido!
– Me giro y le premio con una gran sonrisa. Jamás habría pensado que me alegraría tanto de ver a
ese descerebrado. La verdad es que le estoy cogiendo mucho cariño.
- Hola baby – Digo de forma seductora con una pose teatral de lo más femenina. Pero me
quedo en blanco al ver salir a Andy de la cabaña, con aspecto desaliñado, pero perfecto,
mirándome estupefacto.
- ¡Señores, ya tengo adjudicada mi compañera de habitación! – Grita Cole bromeando
conmigo.
- Cole, si duermo contigo sin duda seremos los primeros en ser asesinados. – Digo
haciendo alusión a las típicas películas de Hollywood y escucho las risas del Gran Harry, Mario y
el propio Cole. Sin embargo, Andy parece que ha visto un fantasma. Tengo que suavizar la
situación. Los chicos se acercan para ayudarme con mis bártulos e introducirlos dentro de la
cabaña y yo aprovecho para acercarme a Andy y tantear el terreno.
- Hola. – Me dice en un tono apenas audible cuando ya estoy frente a él. – Has venido…
- Hola. Lamento mi intrusión. Mi hermana insistió y me pareció una buena idea. Espero
que no te moleste. – Le digo sonriente. Andy, por otro lado, no parece nada feliz. Mira hacia el
interior de la cabaña en busca de algo y luego me mira a mí.
- Para nada. Estás en tu casa. – Dice y suspiro aliviada. – El único problema es que no
contaba con tu presencia y no tengo camas para todos. Tendrás que dormir en el sofá. – Continúa y
esta vez habla con más frialdad. El sofá… asiento conforme.
- ¡Qué desperdicio! – Grita Cole al pasar por nuestro lado. – La tipa más buena y más
interesante que has metido en esta cabaña durmiendo sola en el sofá… ¡Ya sabes que mi cama está
disponible para ti! – Andy le fulmina con la mirada y tensa la mandíbula. Yo me río a carcajadas y
entonces Andy deposita la ira de su mirada en mí.
- ¡Oh, vamos! ¡Está de broma! – Defiendo a Cole.
- ¡Andy, Andy! – De pronto sale una chica de la cabaña y su visión me deja impactada. Es
casi mi doble, pero con la melena lisa. Se acerca a Andy y lo abraza por la cintura. Lo mira con
devoción. – ¡Vamos a bañarnos desnudos al lago! – Joder… esto escuece demasiado. – ¡Hola!
¡Soy Cindy! – Se presenta la tipa y yo lucho con los músculos de mis mejillas para mostrarle una
sonrisa. Ahora mismo agradezco mucho a mi madre su entrenamiento tan duro para aprender a
aparentar otros estados de ánimo diferentes al que uno siente.
- Abbey. – Le tiendo la mano con mi mejor sonrisa finjida.
- Luego iremos, nena. – Le responde él. A ella sí le sonríe. Aunque no le ha llamado por
su nombre. ¡Por favor, por favor, que no la llame nunca por su nombre! – Vamos a organizar las
cosas primero. – Andy se gira y entra en la cabaña de la mano de Cindy. Respiro hondo y hago yo
también lo mismo.
El interior de la cabaña es simplemente perfecto. Sencillo, rústico y rudo, pero cálido y
envolvente: justo como Andy.
Cole y Mario me muestran las habitaciones y me explican cuál va a ser el reparto. Me
alegra mucho que Mario siga hablándome y tan amable como siempre. En el interior de la cabaña
he visto a otra chica que no se ha dignado a hablarme. Al parecer, es la que va a compartir
habitación con Cole en una habitación de dos camas. En otra dormirán Mario y el Gran Harry,
ambos en un sofá-cama cada uno. Otra habitación con cama doble es para mi hermana y Lillian y
la última habitación y la más cercana al salón de la cabaña es una enorme y preciosa habitación
con cama tamaño King-size y con baño particular que no tengo que preguntar para saber que será
para Andy y la dichosa Cindy.
Tengo que tragarme el orgullo como puedo y seguir poniendo mi mejor cara de póquer.
Nos reunimos todos en la parte trasera de la cabaña, que tiene un paisaje aún más
espectacular.
El Gran Harry está a cargo de la barbacoa. Lillian y yo nos ponemos a preparar
aperitivos. Mi hermana y Cole se encargan de la música y de servir cerveza bien fría para todos.
Andy prepara los cócteles, con Cindy revoloteando a su alrededor.
No puedo mirarlos. Me perturba en el alma tener que admitir que esa chica es preciosa.
Tiene pinta de pertenecer a buena familia y hasta es simpática.
Andy pasa bastante tiempo atendiéndola con mimo. También a su amiguita Mia. No para
de ponerles cócteles en sus manos y de incitarlas a que beban y beban. Supongo que su intención
es acabar teniendo una fiesta privada con Cindy bastante salvaje.
Mario se acerca a Lillian y a mí con el pretexto de ayudarnos con los aperitivos y yo
acepto encantada. Al menos me servirá de distracción por un rato.
- ¿Sabes? – me pregunta Mario – Hay un lago precioso detrás de esos árboles. – Me
señala hacia un lado.
- ¡¿De veras?! ¡Podríamos ir a darnos un baño luego! – Le animo. Así, quizá, no tengan
opción Andy y Cindy para darse un baño desnudos y a solas.
- Pues sería una buena idea. ¿Has traído traje de baño? – Mierda. Oh, pensándolo bien…
- No, pero eso es de cobardes. – Digo y la expresión de Mario me hace reír a carcajadas.
– Me refería a bañarnos en ropa interior. – Mario hace una mueca chistosa de alivio y Lillian y yo
nos reímos con sus gestos tan infantiles y chistosos.
- Toma, bebe. – Cole aparece con un cóctel en la mano para mí. Miro de reojo a Andy –
Andy lo ha hecho especialmente para ti. Dice que es el que te gusta. – Y no ha podido venir él a
ofrecérmelo… Levanto el brazo con el cóctel en dirección a Andy para agradecerle el cobarde
gesto y doy un largo trago. – Así me gusta. Tu emborráchate y así será más fácil que acabes en mi
cama. – Bromea Cole.
- ¿Ya no tenéis la norma esa absurda de no liaros con las conquistas de vuestros amigos? –
Contraataco. – ¿O ya he pasado a la historia por completo? – No quería sonar tan dura como lo he
hecho, pero estoy a punto de coger mis bártulos y largarme si esto sigue en esta situación tan
incómoda para mí.
- No – contesta Cole y lo hace serio – pero podemos perdonarnos ciertos
comportamientos en estado de borrachera. Además, me encantaría ver la cara de Stone si alguien
te toca. – Ahora bromea. A mí no me hace la menor gracia. Andy parece haberse olvidado de mí
por completo y es bastante duro de digerir. Ahora entiendo por qué todas las mujeres acaban
suplicándole que no las olvide. Una vez has degustado el placer de su piel, se convierte en una
adicción difícil de superar. – El cabrón parece un puto actor de Hollywood. – Divaga Cole en voz
alta.
- ¿A qué te refieres? – Pregunto con curiosidad. Cole mira a Andy, después a mí. Suspira,
enciende un cigarro y se va.
- ¿Estás muy pillada por él? – La pregunta de Mario me deja completamente alucinada.
- ¡¿Qué dices?! ¡No! – Me quejo. – Pero no estoy acostumbrada a que me ignore por tanto
tiempo. – Admito. – No pasa nada. Supongo que llegará el momento en que ambos podamos
desarrollar algún tipo de amistad. – Eso lo he dicho con la tristeza más enorme aplastando mi
pecho.
Tras una impresionante comilona y después de haber bebido unas cuantas cervezas y
cócteles de más, decidimos ir todos al lago. Mi pequeño estado de embriaguez me ha permitido
evitar pensar en Andy y Cindy mucho tiempo. He bailado, reído y gritado como una niña. Y, ahora
mismo, me dirijo corriendo hacia el lago seguida de Cole, Mario, Serena, el Gran Harry y Lillian
al grito de “tonto el último”. Andy se suma el último de todos a la estúpida carrera. Cindy y su
amiga Mia vienen andando y protestando por lo infantil de nuestro comportamiento, pero todos las
ignoramos.
Al llegar al lago comenzamos a desvestirnos. Mi hermana y Lillian se quedan en bragas,
pero con sus enormes camisetas que les sirven casi de vestido. Los chicos en calzoncillos. Cindy
y Mia muestran sus encantos en sofisticados triquinis de marca. Y yo me quedo un rato burlándome
de los chicos e intentando bajarle los calzoncillos a Cole y al Gran Harry, que se revelan ambos
contra mí y comienzo a correr para no ser alcanzada.
El problema es que no contaba con que el Gran Harry me alcanzara y me levantara del
suelo sobre su espalda. Por un momento creo que voy a morir. Pero la voz de Andy suena por
encima de todo.
- ¡Harry, bájala ahora mismo! – El Gran Harry lo hace sin pensar y se disculpa conmigo
con su adorable carita de niño bueno. A pesar de que pesa más de cien kilos, el Gran Harry es la
persona más noble que he conocido.
- Estoy bien. – Le aseguro. – Ha sido muy rápido. No he entrado en pánico. – Lo último
que quiero ahora es preocuparlos a todos y aguar la fiesta. – ¡Vamos al agua! – Grito al tiempo que
me quito el vestido y me quedo en bragas y sujetador. Sé lo que estoy haciendo. No es mi ropa
interior favorita la que llevo, pero tampoco son prendas que dejen indiferentes a nadie. Mis
braguitas y mi sujetador son de encaje blanco bastante sexi.
- ¡Joder, Abbey! ¡Seh! – Grita Cole desde el agua. Cindy y Mia me miran con mala cara y
la cara de Andy, bueno es mejor verla que describirla.
Me meto en el agua sintiéndome victoriosa y jugueteo con los chicos un largo rato. En
ningún momento busco a Andy con la mirada. No quiero ni puedo verlo besuqueándose con esa a
mi lado, como si nada. Y supongo que eso es lo que estará haciendo.
En un momento, siento una presencia a mi espalda. Al girarme me encuentro con la verde
mirada de Andy más cerca de lo que estaba preparada para asumir.
- ¿Quieres matarnos a todos, bonita? – Me pierdo en su sonrisa pícara. – Porque puedo
ver tus pezones a través de esos encajes y me está matando, sobre todo porque todos mis amigos
también pueden.
- Creo que tienes otro par de pezones que cuidar hoy. – Le reprocho. Andy se ríe
mostrándome el hoyuelo de su mejilla izquierda que tanto he anhelado ver últimamente.
- Ese es tu castigo por no haberme llamado. – Dice y se separa de mí para ir en busca de
la estúpida, imbécil y pija esa de Cindy. ¡Ufff estoy que ardo!
Después del baño en el lago entramos en la cabaña. Comienza a anochecer y fuera
comienza a hacer un frío del demonio.
Hacemos turnos para ducharnos y me llevan los demonios cuando veo a Cindy tirar de
Andy para ducharse con él. ¡Joder, la odio! ¡Con todo mi ser! Esto es muy humillante. Debería
irme.
La tal Mia esa, decide meterse en la ducha con Cole para sorpresa de todos. Cole no es el
tipo más guapo del mundo, pero la verdad es que tiene mucho carisma y mucho encanto.
Cuando llega mi turno, tengo que ducharme en la misma jodida ducha en la que Andy y
Cindy lo han hecho juntos. Cojo mi toalla y escojo bien qué ropa ponerme para después. Entro en
la habitación de Andy pensando que ya ha salido de ella y me lo encuentro vestido solo con sus
pantalones vaqueros, sentado en su cama, solo, con la cabeza entre las manos, con aspecto
perturbado.
- Perdón. – Digo aproximándome hacia el baño. Él me mira y me quedo un tanto
preocupada al ver su aspecto. No es la cara que debería tener alguien que acaba de follar en la
ducha.
- Tranquila, pasa. – Me indica y se gira para que no le vea así.
Entro en la ducha y, como una estúpida que soy, comienzo a buscar restos de fluidos
corporales en ella.
Me ducho rápidamente y me visto con mis super pantalones de maya entalladísimos negros
que me hace un muy buen culo y una camiseta blanca de tirantes que no parece gran cosa, excepto
por el hecho de que se trasparenta un poco y cuando mis pezones se yerguen quedan muy marcados
por la finísima tela. Me ponto una rebeca gruesa y ancha de punto para cubrir los brazos, porque
hace frío y seco como puedo mi larga melena con la toalla. Pero ni modo, va a estar húmeda por
mucho tiempo y no he traído secador.
Cuando salgo del baño me encuentro que Andy todavía sigue en la habitación, dando
vueltas de un lado para otro, con su maravilloso torso desnudo. Me mira cuando salgo y se queda
clavado en el sitio.
- ¿Te pasa algo? – Pregunto preocupada.
- Sí, pero no sé qué demonios es. – Dice como si pensara en voz alta. – ¡Esto es una
mierda! – Grita y da una patada al aire.
- ¡Hey! ¿Puedo ayudarte? – Me preocupa de veras verlo así y me acerco a él. Tomo su
cara en mis manos y le observo con preocupación. Sin embargo, su mirada se queda clavada en
mis pechos. Carraspeo para llamar su atención. Me mira, mira hacia abajo y gruñe.
- ¿Ahora? ¡Lo que me faltaba! – Creo que se refiere al enorme bulto que aparece en sus
pantalones de forma repentina. Aguanto la risa y él gruñe más. – ¡No te rías y en lugar de eso
ponte otra camiseta! – Pongo cara de desaprobación ante su tono tan grosero – Por favor, Abbey –
cambia el tono.
- Solo te he ofrecido mi ayuda, Andy, no he pedido tu consejo sobre qué ropa ponerme. –
Me revelo.
- ¿Ahora somos amigos? – Ese dardo envenenado ha sido bastante doloroso. Me separo
de él con la mano en el pecho, como si me lo hubiese atravesado con sus palabras. – Eh, no quise
decir eso. – Susurra aferrando mi rostro con sus dos manos. – Por supuesto que estoy aquí para ti
para lo que necesites. No lo dudes, Abbey.
- ¿Por qué siempre eres tan cruel con las mujeres que te muestran algo de cariño? –
Pregunto todavía dolida por sus palabras. Andy mira al suelo. – Sé que eres incapaz de amar,
pero, ¿eres también incapaz de empatizar? ¿Es que sigues pensando de mí que soy una estúpida
niña pija que no merece que la traten como ser humano, es eso?
- ¡Por supuesto que no, Abbey! – Su voz suena suplicante y parece terriblemente perdido.
– Perdóname, no es tu culpa. Soy yo. No estoy bien.
- No estás bien porque he aparecido yo, ¿verdad?
- ¡No! No pienses eso nunca. – Suplica.
- Pero es la verdad. – No llores, Abbey, aguanta. – Tienes miedo a que monte un numerito
porque tú estás acompañado o algo así, confiésalo. – Andy niega con la cabeza, pero no dice nada.
– No voy a hacerlo, tranquilo. – Me separo de él y voy en dirección a la puerta de la habitación.
- La verdad es que me molesta que no lo hagas. – Sus palabras me sorprenden cuando ya
he agarrado el pomo de la puerta. – El otro día me dijiste que yo te trato como si fueras
insignificante para mí y eso me dolió profundamente, Abbey, porque no puedes estar más
equivocada. – Me giro y lo observo sin comprender sus palabras. – Nunca he ido detrás de una
mujer como he ido detrás de ti. Sé que suena mal, pero es así. No me fío de ninguna mujer y soy
consciente de que eso se lo debo a mi querida madre y a su abandono en el peor de nuestro
momento familiar. Nunca he permitido que una mujer me bese después de follar, solo a ti. Nunca
he llevado a alguien a mi casa, a mi refugio particular, a ti sí. Has sido tú la que me ha tratado a
mí siempre como alguien prescindible en tu vida, como una mera diversión. – Eso es… ¿cierto?
Sus palabras logran confundirme.
- Te di lo que tú me pediste que te diera, Andy. Ese fue el pacto que tú me pediste.
- Lo hice porque es lo único que podía ofrecer a una mujer como tú, Abbey. – Me cruzo de
brazos.
- ¿Qué significa eso exactamente? – Andy abre la boca, pero en ese momento la puerta de
la habitación se abre y aparece tras ella Cindy con una cara de entierro bastante intimidante.
- La cena está en la mesa. – Dice de mala gana y se queda ahí plantada, seguramente para
impedir que Andy y yo continuemos a solas en la habitación.
Durante la cena, las bromas y los juegos entre todos es una constante. Me bebo cuatro
cervezas casi de una sentada y vuelvo a estar entonada.
Andy no deja de mirarme, como si nuestra conversación no hubiese acabado aún y se
muriera por decirme algo. Sin embargo, yo evito mirarlo porque Cindy decide sentarse sobre su
regazo y comienza a acariciar su torso desnudo con sus estúpidos y desquiciantes dedos para mi
tortura emocional.
Tras la cena, Cole saca una baraja de cartas y una botella de tequila. Se inventa un juego
absurdo en el que, cada vez que uno pierda, tiene que beber un chupito de tequila.
Yo me muero por irme a la cama y consultar con la almohada todo este desastre
emocional. Pero la realidad es que mi cama está en medio del salón, concretamente es el sofá en
el que Andy tiene a Cindy sobre su regazo, y no podré acostarme hasta que la fiesta haya
terminado y todos se vayan a sus respectivas habitaciones.
Así que decido formar parte del juego y, si es posible, emborracharme por hoy para poder
conciliar bien el sueño ante tanta locura.
Mi espacio interior

El sofá no es tan incómodo como parecía, además también es convertible en cama. No


obstante, me resulta imposible dormir escuchando los insoportables gemidos de placer de Cindy.
Andy debe estar haciendo maravillas con ella. También se oyen los de Cole y la chica esa, Mia.
Pero esos no son los que me están torturando de esta manera tan agónica.
Tengo muchas ganas de llorar.
Pensé que, con la enorme borrachera que manejaba Cindy, no iba a poder aguantar hasta
llegar a la cama. La verdad es que, durante todo el rato que Andy ha estado aquí, en el salón,
parecía no tener ningunas ganas de irse con ella a la habitación. Ella se lo ha pedido al menos una
docena de veces hasta que por fin él ha accedido. Por un lado, pienso que ha accedido porque yo
he actuado con él como un témpano de hielo y hasta he tonteado con Mario descaradamente
delante de él. Pero por otro, pienso que lo que Andy está haciendo ahora mismo es su verdadera y
única forma de ser.
¿Qué esperabas, Abbey? ¿Que cambiara por ti? Eso no sucede en la vida real. La gente es
como es y no cambia porque tú pienses que puedes llenarle los huecos que otras no han podido.
¡Por dios, si es imposible saber el número exacto de conquistas de Andy! ¿Cuántas más lo habrán
intentado? Y nadie lo ha conseguido. ¿Por qué voy a ser yo distinta?
El efecto del alcohol también comienza a hacer estragos en mi cabeza y un dolor
insoportable me martillea las sienes.
Por fin los gemidos de Cindy cesan de un momento a otro y miro al cielo agradecida.
Debería aprovechar y dormir algo. Mañana a primera hora cogeré mis cosas y me volveré a casa.
No debí haber venido. No sé por qué pensé que Andy se comportaría diferente conmigo aquí. Dos
lágrimas resbalan por mi rostro y me enfado más conmigo misma.
Me levanto y voy a la cocina, a tientas porque no veo nada con la oscuridad de la noche, y
me sirvo un vaso de agua mientras miro por la ventana la enorme luna llena que inunda de luz la
cocina. Suspiro y me pregunto cuánto tiempo durará esta sensación de vacío que siento en mi
interior ahora mismo. Debería alejarme definitivamente de él. No por estar enfadada, porque,
siendo honesta, Andy ha sido sincero conmigo en todo momento y me ha explicado bien a qué me
atenía al meterme en la cama con él. Pero no estoy preparada para ser una más de su pandilla y
seguir siendo testigo de sus jodidas “conquistas”.
Tiro lo que queda de agua y decido volver a la cama a intentar dormir algo. Oigo un golpe
y una voz quejarse tras él. Me doy un susto de muerte al encontrarme a Andy entrar en la cocina y
él se sorprende también de encontrarme ahí.
- ¿Qué haces despierta? – Pregunta. ¿Se lo digo? ¿Le digo que estaba siendo torturada por
los gemidos de su nueva víctima mientras yo rezaba por ocupar su lugar en la cama con él?
- Tenía sed. – Contesto finalmente. Su respiración se acelera y se acerca un poco más a
mí. – ¿Qué haces tú despierto? Después del maratón de sexo que te has dado, deberías dormir
como un niño.
- No puedo, Abbey. – Dice con voz avergonzada. Se frota la frente con las manos y se tira
del pelo. – No puedo. No puedo.
- ¿No puedes dormir? – Verlo así me vuelve a preocupar. Parece tan perdido y agobiado.
– ¿Quieres que te prepare un té relajante? – Me ofrezco y me siento estúpida en el acto. Andy me
mira con sus ojos de color pardo y parece que quiere decir algo que no sabe cómo poner en
palabras. Aguardo largos segundos hasta que lo hace al fin.
- No puedo correrme. – Es lo último que esperaba oír.
- ¡Oh! Bueno… quizá has bebido demasiado. No te preocu…
De repente siento la invasión de su lengua en mi boca y sus manos apretando mis nalgas
con fuerza, clavando una considerable erección en mi estómago.
- Abbey… me estoy volviendo loco – dice en mi oído mientras lame y muerde mi lóbulo.
Siento una corriente eléctrica recorrer mi cuerpo y, si no para en este instante, sé que acabaré
perdida en él una vez más.
- Andy, para… no…
- No, no me pidas eso, te lo ruego. – Una de sus manos se cuela por debajo de mi camiseta
y aprieta uno de mis senos con fuerza, acariciando el pezón con el pulgar.
- Andy… acabas de follarte a esa…
- ¡Calla! – Me acalla con sus besos de nuevo y no puedo hacer más que responderle de la
misma salvaje manera. Me levanta en sus brazos y me sienta sobre la encimera de la cocina, para
seguir allí su ataque. Intento quejarme, pero de mi boca solo salen gemidos de placer. Sus dientes
se ciernen sobre mi pezón izquierdo, luego el derecho, y su mano se cuela por debajo de mis
pantalones en busca de mi sexo. Vuelvo a suplicarle que pare, aunque no lo desee en absoluto. –
No, Abbey, por favor, no me pares. Mira cómo estás. Tan mojada, tan caliente, por mí… No me la
he follado, bonita. – Esas palabras me hacen al fin reaccionar un poco y lo separo como puedo de
mí.
- Andy. Os he escuchado.
- A ella, no a mí. La he masturbado hasta que ha perdido el conocimiento para que me
dejara en paz. – Confiesa. Es una confesión agridulce. Pero me sirve para seguir deleitándome en
sus besos. – Mi polla solo quiere entrar en ti desde que te ha visto aparecer, bonita. – Sus dedos
estimulan mi sexo, que ya está pidiendo a gritos sentir su presencia abriéndose paso en mí.
- Fóllame entonces. – Reclamo casi sin aliento. Andy gime ante mi reclamo.
Se quita los pantalones de pijama que lleva y tira de mis mayas hasta deshacerme de ellas
con rapidez.
Y aquí mismo, sobre el poyete de la cocina, me toma y entra en mí con ímpetu. Toco las
estrellas con mis dedos cuando lo siento tan dentro de mí. Sus gemidos pronuncian algo parecido a
mi nombre y me elevan algunos metros más del suelo.
No he conocido pasión igual en este mundo y dudo que vuelva a sentir nada parecido a
esto con otra persona alguna vez. No quiero pensar en ello, pero tampoco puedo evitarlo. Araño
sus brazos, su espalda y clavo mis uñas en su trasero para profundizarlo más en mí. Andy ruge de
placer.
Creo escuchar un ruido cercano, pero no soy capaz de prestar atención. Susurro su nombre
en el oído para prevenirlo, por si él encuentra la fuerza suficiente de parar esto. Pero lo único que
hace es levantarme entre sus brazos sin salir de mí ni dejar de besarme y me lleva hasta el salón,
donde cierra la puerta y sin bajarme al suelo, me folla como un animal salvaje contra la puerta.
Ni siquiera entro en pánico al no sentir mis pies en el suelo. Al contrario. La sensación de
miedo se confunde con la de un placer aún mayor y me dejo llevar por él. Llego al orgasmo dos
veces y creo sentir el calor de sus fluidos en mi interior tras una fiera estocada en la que gime mi
nombre con fuerza.
Sin embargo, no para y me lleva entonces al sofá-cama que se me ha adjudicado, me pone
a cuatro patas y continúa su fiero ataque a mi cuerpo. Sus manos acarician mi espalda y mis
nalgas, que a veces pellizca. Me agarra de la melena para elevarme y poder así hacer un reguero
de besos desde mi espalda hasta mi cuello y mi oreja. Mis gritos deben ser escuchados hasta en la
luna, porque esta sensación es la más bestia que he sentido jamás. Llego otra vez al orgasmo con
tremenda facilidad. Y estoy a punto de correrme de nuevo cuando lo oigo suplicar en mi oreja.
- Espérame, Abbey, quiero correrme esta vez contigo. Me vuelves loco, pequeña. Muy
loco. No pararía de follarte como un salvaje nunca.
- Andy, no puedo… no puedo más…
- Mmmm vamos, ahora, Abbey. Córrete para mí. ¡Ahh! – Vuelvo a sentir sus fluidos en mí
y varias estocadas más mientras yo estoy en medio de un tórrido orgasmo y me desplomo sobre el
colchón, perdiendo la noción del tiempo y el espacio.
El peso de su cuerpo cae sobre mí, sudoroso, y después se acomoda a mi lado. Besa mi
hombro desde mi espalda y susurra la palabra “gracias” en mi oído. ¿Me está dando las gracias
por haberle ayudado a correrse? No quiero pensar en eso ahora. Todavía me duele un poco la
cabeza, aunque me hubiera olvidado de ello por completo durante la escenita que Andy y yo
acabamos de protagonizar. ¡Es imposible que la tal Cindy o cualquier persona en esta casa no nos
haya escuchado! Sonrío ante ese pensamiento. A lo mejor, si la tonta esa nos ha oído, decide irse
mañana por la mañana y deja de interponerse entre lo inevitable: el cuerpo de Andy y el mío están
hechos para conectar entre ellos.
Cierro los ojos llena de paz y más que satisfecha física y psicológicamente. Siento unas
sábanas cubrir mi cuerpo y siento el calor del cuerpo del delito pegado a mi espalda.
Mañana será un día nuevo y quién sabe si Andy y yo acabaremos enzarzados en otra de
nuestras típicas peleas. Supongo que sí. Somos demasiado tercos y creo que toda esta situación se
nos está yendo un poco de las manos. Tengo la impresión de que él se siente tan perdido como yo
en este juego, aunque se las dé de experto.
La luz de la mañana esta vez no es lo que me despierta. Lo hace la grotesca voz de Cole
de resaca y recién levantado protestando a la altura de mi oído.
- ¡Tú! ¡Picha brava! ¡Despierta, Andy, tenemos hambre! – Cole zarandea a Andy que
duerme plácidamente a mi espalda y abrazado a mi cintura y por consiguiente me zarandea a mí.
Abro un ojo y le dedico una mirada envenenada. Andy solo gruñe, pero se resiste a abrir los ojos.
- Para. – Le ordeno a Cole.
- ¿Qué le has hecho? ¡Siempre se despierta el primero, da igual todo lo que beba o folle la
noche anterior! ¿Lo has matado? – Cole se burla. – ¡Eh, Andy! ¡Respira, tío! – Vuelve a
zarandearlo y decido abrir mis ojos de una vez. Frente a mí veo la cara de espanto de Mia, la
amiga de Cindy, al ver a Andy junto a mí, visiblemente desnudos a pesar de estar tapados con las
sábanas. Mierda, creo que se va a liar mucho. Intento incorporarme, tapándome con las sábanas
como buenamente puedo.
- Mmmm ¡no! – Andy se queja y yo lo miro. Sigue negándose a abrir los ojos.
- ¡Por lo menos dime cómo se enciende la hornilla esa del diablo de tu cocina! – Grita
Cole y yo me siento cada vez más pequeña por culpa de la mirada de Mia hacia mi persona. –
Necesitamos un puto café.
- La bombona de gas está en la parte trasera de la cabaña. – Contesta Andy aún con los
ojos cerrados y se da la vuelta para seguir durmiendo. Cole me mira aguantando la risa.
- ¿Qué? – Pregunto.
- Nada. – Disimula. Mia me está poniendo de los malditos nervios.
- Ok. ¿Podéis salir un momento del salón? Necesito vestirme. – Cole asiente, coge de la
mano a Mia y tira de ella hasta sacarla del salón. Ella no deja de mirarme hasta que
definitivamente se va.
Yo comienzo a vestirme con rapidez antes de que otro intruso entre en el salón y me pille
desnuda. Tengo que avisar a Andy de que, muy probablemente, Cindy le monte un numerito hoy.
Pero él sigue sin dar signos de vida sobre el colchón del sofá-cama.
Tengo que hablar con alguien. Alguien tiene que aconsejarme o apoyarme cuando se monte
el numerito. ¡Tengo que hablar con Serena! No quiero que cuando Andy se despierte, se arrepienta
de lo que pasó anoche entre los dos, vuelva a los brazos de Cindy y yo me vea en una posición aún
más incómoda que la de ayer.
Salgo del salón sigilosamente sin despertar a Andy y merodeo por el interior y los
exteriores de la cabaña en busca de Serena. No la veo por ninguna parte, así que decido ir a la
habitación que comparte con Lillian.
No llamo a la puerta. Error mío. Por eso no estoy preparada para lo que voy a ver a
continuación: una escena lésbica de alto nivel. Concretamente la cabeza de Lillian entre las
piernas de mi hermana.
- ¡Por dios! – grito y me tapo los ojos instintivamente. Cierro la puerta y salgo cagando
leches a algún lugar recóndito donde nadie pueda ver.
Por inercia acabo de nuevo en el salón, donde Andy sigue durmiendo a pierna suelta. Pero
prefiero un lugar más escondido para pensar en cómo actuar cuando tenga que enfrentarme a mi
hermana de nuevo. Así que cojo mi cámara de fotos y salgo a hurtadillas por la puerta delantera de
la cabaña.
Comienzo a andar y a andar hasta que al fin me encuentro en mitad de la nada y a salvo.
Joder… ¿qué ha sido eso? ¿Mi hermana es gay y yo no lo sé? ¿Lo sabe todo el jodido
mundo menos yo? ¿Lo sabe mi madre? ¡Oh, dios, espero que no! Porque si lo sabe, la habrá tenido
que acribillar a mierdas. Pero, por otro lado, es cruel vivir a escondidas de quién realmente eres.
Tengo que apoyarla en esto. Pero, no sé ni cómo empezar a tratar el tema con ella. No tengo ni
idea de si querrá hablarlo conmigo o no. ¿Tan mala hermana me considera para no haberme hecho
alusión alguna en toda nuestra maldita vida juntas?
Tengo que serenarme. Tengo que darle su tiempo y, yo también necesito el mío para no
meter la pata.
Así que desenfundo el objetivo de mi cámara y me pongo a disparar fotos.
Pierdo la noción del tiempo haciendo fotos a estos parajes tan maravillosos. Realmente
necesitaba un rato para mí así, en medio de la naturaleza. Este lugar es una maravilla.
Creo oír mi nombre, respiro hondo y acudo a la llamada. Pero, antes de ponerme en el
campo de visión, decido esconderme al encontrar a Andy con Cindy en un lugar bastante poco
visible. El corazón está a punto de salírseme por la boca. ¿Será capaz de irse hoy con ella?
El lugar que habito

- Por favor, nena, no te enfades. – Suplica Andy. Tengo unas inmensas ganas de llorar.
Tengo que aplastar mi boca con mi mano para no gritar de todo ahora mismo.
- ¡¿Que no me enfade?! ¡Andy! ¡Me has traído aquí con la promesa de estar conmigo! ¡Y
no solo no se te empalma ni una vez conmigo, ni en la ducha ni en la cama! ¡Sino que también me
cuenta Mia que has amanecido en la cama de esa zorra calienta po…!
- ¡No se te ocurra acabar la frase, ¿me oyes?! ¡Ya te he pedido disculpas! Abbey no tiene
la culpa, pero sin duda ella sabe cómo encenderme.
- ¡¿Me estás diciendo que yo no sé?! ¡Maldito hijo de…! ¿Y a ella sí la llamas por su
nombre? ¡¿Qué carajos es esa tipa para ti?! – Aguardo en silencio, conteniendo la respiración, a la
ansiada respuesta de Andy.
- Creo que es la mujer con la que he compartido más cosas, nena. Y eso no va a cambiar
por mucho que me empalme contigo y te folle aquí y ahora. Me siento cómodo cuando está a mi
lado, a pesar de que me saque de quicio a veces. – Sonrío al escuchar eso. – No es solo una mujer
bonita. Es inteligente, aguda, perspicaz, carismática y…
- ¡Ya vale! – Escucho a Cindy gritar y llorar a la misma vez y yo no puedo dejar de sonreír
como una tonta. – ¡Me ha quedado clarísimo que estás coladito por esa furcia!
- No, yo… no es eso. Es… es… difícil de explicar.
No, Cindy. No es amor. Y por más que intentara enamorarlo, me estrellaría en el intento.
- ¡Pero se ha ido y te ha abandonado! – ¿Cómo? ¿Piensa que me he ido?
- Ya… bueno… es una maldita. También tiene fallos, aunque no lo parezca. – Andy
refunfuña. Tengo que salir de aquí para que sepa que no me he ido. Pero no puedo ahora, sabría
que lo he estado espiando. – Pero ya me encargaré de castigarla por irse de esta manera. Ven,
desayuna algo y seguro que ves las cosas de otra manera.
Al fin dejo de oírlos y decido salir de detrás del gigantesco tronco de árbol en el que
estoy escondida. Parece que Andy es más agradable con el resto de las mujeres de lo que lo es
conmigo. Eso me enfada.
Cuando llego a la cabaña, la rodeo para ir directamente a la parte posterior de la misma,
donde están todos reunidos desayunando.
- ¡Abbey! – Grita mi hermana cuando me ve. Parece preocupada. Andy está allí. Se gira y
me mira como quien ve un fantasma. – ¡Me tenías preocupada! – Y aquí está Serena, ejerciendo de
hermana mayor.
- ¡Solo he ido a tomar unas fotos! – Me quejo mostrando mi cámara. – Este lugar es
increíble.
- Ya, bueno, siento el alarmismo. Es que… bueno, tenemos que hablar, Abbey. – Susurra
ahora. – Tengo que explicarme contigo. Yo…
- No hay nada que explicar, Serena. – Le digo con toda la calma del mundo y le sonrío. –
No creas que eres la única que se ha puesto las botas. – Susurro yo también. Mi hermana suelta
una carcajada tremebunda.
- Tranquila, nos enteramos todos. – Me guiña. Miro a Andy que quita la mirada de mí en
cuanto lo hago yo. – ¿Quieres un café? – Me ofrece mi hermana y se la ve de lo más feliz y
aliviada por mi reacción.
- ¡Oh, sí! – Me acerco a la mesa en la que está toda la comida preparada con mi hermana y
siento una presencia a mi espalda que me sigue. No me hace falta mirar quién es.
- ¿Siempre tienes que hacer de las tuyas? – Su voz suena como el terciopelo sobre mi
oreja.
- Yo no he…
- ¡Has desaparecido! Pensé que habías vuelto a quitarte del medio como una – me giro y
lo encaro con mi mejor cara de matón a sueldo.
- ¿Como una qué? – Le enfrento. – ¡Vamos! ¡Dame una excusa para castigarte! – Él no sabe
que no estoy en absoluto enfadada con él. Lo que ha dicho de mí antes me ha encantado y, aunque
no es gran cosa, es mucho más de lo que podía esperar de alguien como Andy Stone.
- ¿Castigarme? – Pregunta desconcertado. – ¿Con qué quieres castigarme? – Frunce el
ceño.
- Pues, puedo dejarte con la miel en los labios – contesto juguetona. Andy me premia con
una sonrisa pícara y al fin relaja la postura. – Puedo hacértelo pasar muy mal si me lo propongo.
- No me cabe la menor duda de ello, bonita.
- ¡Ehem! ¡Perdón! – Cindy aparece en escena, me empuja y se cuela entre Andy y yo con el
pretexto de coger comida de la mesa. Andy agacha la cabeza, sabe que este numerito es culpa
suya. Después me mira con cara de perro abandonado.
- ¡Eh, Abbey! – Me saluda Cole. – ¿Dormiste bien anoche? – Miro a Cole y a Andy,
ambos parecen contener la risa y supongo que es porque Cindy está justo a nuestro lado. Yo
también sonrío y sacudo la cabeza.
- Estupendamente. – Contesto siguiendo la provocación. – No me importaría dormir igual
de bien esta noche. – Miro a Andy que se sorprende de mi comentario. Seguramente esperaba que
me pusiera en plan peleón y digno, porque cualquiera lo haría sabiendo que Cindy está aquí
porque él la ha traído y con un motivo bastante poco civilizado. Pero ahora que sé que el prefiere
estar conmigo que con ella y todo lo que piensa de mí, me siento… ¡no sé! con más fuerzas para
afrontar al torbellino de Andy.
- Si quieres, puedo hacer que duermas igual de bien esta noche. – Andy responde. Me
siento pletórica.
- Por supuesto que quiero. – Nos miramos con un deseo inmenso flotando en nuestros ojos.
- Si quieres sigues teniendo un hueco en mi cama – bromea Cole y Andy y yo le damos un
puñetazo a la vez cada uno en un brazo. – ¡Au! ¡Vale, vale!
El día se pone nublado de repente y comienza a llover con fuerza, así que nos movemos
todos rápidamente hacia el interior de la cabaña, completamente empapados.
Nos movemos todos al salón y Mario y Andy deciden encender la chimenea para entrar
todos en calor.
Varios minutos después, estamos todos sentados en el suelo, sobre la mullida alfombra.
Andy coge su guitarra, se sienta junto a mí y nos embelesa a todos con su preciosa voz.
“Wonderwall” nunca me había parecido una canción tan bonita como me lo parece ahora mismo.
Miro a mi hermana que ya no se corta a la hora de hacer carantoñas a Lillian. De hecho, se sienta
en medio de sus piernas y escuchan anonadadas a Andy, dedicándose besos apasionados de vez en
cuando. Es bonito verla así; enamorada y feliz.
Cuando miro a Andy, veo que él me mira a mí y me sonríe. Creo que se ha dado cuenta de
que al fin he descubierto el gran secreto de Serena y que disfruto de saberlo. Sigue sonriéndome y
cantando al mismo tiempo. Creo que si sigue así un minuto más me enamoraré perdida e
irrefutablemente de él.
Apoyo la cabeza en su hombro para romper el hechizo de su mirada que es verde nuclear
ahora mismo. Pero para mayor martirio, siento sus labios besar mi pelo y me derrito por dentro.
A medida que el día avanza, veo que las muestras de afecto entre Andy y yo siguen
sucediendo y me pregunto si él se da cuenta de ello, porque sé lo reacio que es a las relaciones y,
aunque esto no lo sea, ahora mismo se parece muchísimo al comienzo de una. Supongo que será el
efecto del aislamiento. Cuando volvamos a Malibú, todo volverá a lo de siempre. Supongo.
Por la tarde volvemos a ir al lago. Estoy en mitad de una batalla de tirar agua con Mario,
cuando siento el brazo de Andy enroscarse a mi cintura y tirar de mí para pegarme contra su
cuerpo.
- ¿Tampoco puedo hacer una batalla de agua con Mario? – Bromeo, atrapada en sus
brazos. Andy sonríe.
- No. – Sus labios se pegan a los míos y nos damos un beso de película delante de todos.
Lejos de amedrentarme, enrosco mis piernas en su cintura y contoneo mis caderas sobre él
mientras nos besamos como si no hubiera un mañana. – Bonita, me la estás poniendo como una
piedra. – Susurra sin aliento.
- Parece que el viejito ha revivido – me burlo de él. Sé lo duro que habrá tenido que ser
para él no poder tener una erección con una mujer, como le ha pasado con Cindy. Andy gruñe en
respuesta.
- ¿Quieres que demuestre aquí y ahora lo viejito que soy, bruja? – No será capaz… intento
separarme de él sin éxito, porque me aprieta aún más fuerte contra él.
- Andy… no seas malo. – Suplico y ahí está esa risa y ese hoyuelo en su rostro.
- ¡Suficiente! – Escuchamos gritar a Cindy. La verdad es que nos habíamos olvidado por
completo de ella. – ¡Me voy ahora mismo a casa y tú vas a llevarme, Andy Stone! – Grita envuelta
en un ataque de cólera y sale del agua como una furia alejándose de nuestra vista.
- Mierda. – Masculla Andy. Yo lo miro sin saber si separarme de él o no. – Mario, ven
aquí. – Le pide a su amigo sin soltarme. Mario se acerca a nosotros, parece incómodo. Podrá
imaginarse el tamaño del bulto que sobresale de la ropa interior de Andy ahora mismo y que
siento presionando mis braguitas.
- Dime. – Dice Mario con su mejor cara de circunstancias.
- Por favor, encárgate tú de Cindy. – Abro los ojos sorprendida. – No quiero que nos agüe
la fiesta a todos.
- ¿Te refieres a que no te importa si…? – Comienza Mario, pero es interrumpido por
Andy.
- Fóllatela si quieres. Todas las veces que quieras. Pero necesito que deje de montar el
espectáculo, ¡ya! – Mario y yo lo miramos atónitos. – Si no quieres lo comprendo. Tendré que
llevarla a casa y…
- ¡No me importa hacerlo! – Consiente Mario y se va. Yo miro a Andy a modo de
regañina.
- ¡Qué! ¡No me dirás que te vas a poner celosa porque se folle a Mario! – Protesta él y yo
ignoro su protesta.
- ¿Por qué puede Mario follarse a una de tus conquistas y yo no puedo ni siquiera hacer
una batalla de agua con él? – Mi pregunta no le gusta en absoluto.
- Fácil. Contigo voy a repetir, con ella no. – ¿Cómo puede un hombre pasar de ser un
encanto a un malnacido en décimas de segundo?
- ¡Repetirás conmigo si yo quiero! – Me quejo.
- ¿Y no quieres? – Andy comienza a besar mi cuello de esa forma tan seductora que solo
él sabe.
- Aún no lo he decidido – contesto entre gemidos. Siento su risa en mi cuello y su erección
presionando más y más mi entrepierna.
Sus besos logran confundirme y su lengua en mi boca me hace delirar. No puedo
contenerme. No puedo resistirme a él. Y el muy bastardo lo sabe perfectamente.
- Dime que no te has corrido en este tiempo con otro. – Me pide mientras cuela dos dedos
por mis bragas y los introduce en mi húmedo sexo. Menos mal que bajo el agua no pueden vernos
los demás.
- Andy… no sigas – mi voz no tiene fuerza. No quiero que pare, pero tampoco quiero dar
el espectáculo delante de todos.
- Nadie está mirando, bonita. Dímelo, por favor. Necesito oírlo. – Sus dedos entran y
salen de mí y yo comienzo a perder el control de mi cuerpo. – Vamos, Abbey Lynx, dame lo que
quiero y yo seguiré dándote lo que tanto deseas una y otra vez.
- Andy, por favor… ¡ah! – tapo mi boca con mi mano para no delatarnos con mis gemidos.
– No, no me he corrido con nadie que no seas tú. – Es la verdad. A estas alturas, Obscure para mí
nunca ha existido y la única vez que me corrí con Dylan fue pensando en Andy.
- ¿De verdad? – Sus dedos son cada vez más implacables en sus movimientos. Muerdo su
hombro para no gritar y asiento a su pregunta con un murmullo. – ¿Sabes lo que me excita eso,
Abbey Lynx? Compruébalo tú misma. – Me reta y obedezco introduciendo un brazo en el agua y
aferrando su duro pene en mi mano por encima de sus calzoncillos. Está más duro que nunca y yo
más hambrienta de él que nunca también. Meto mi mano por debajo de sus calzoncillos y comienzo
a masturbarlo, así como lo hace él conmigo. Ambos nos miramos con el deseo más ferviente en
nuestros rostros. – ¡Oh, Abbey, me pones a mil!
- ¿De verdad? ¿Tanto como las demás? – Le reto.
- Más que nadie. – Asegura después de varios segundos luchando con su respuesta en su
mente. Puede que lo diga porque es lo que deseo escuchar en este momento. Pero ahora mismo le
creo y mi excitación sube aún más de nivel. – Voy a hacer que te corras con mis dedos, mientras te
follo con ellos aquí, en el agua, delante de todos. Para que todos vean el bien que le hago a tu
cuerpo, bonita.
- ¡Ah, Andy! – Estoy a punto de explotar y él lo sabe. Pero yo no desisto de hacerle
acompañarme en mi inevitable y cercano orgasmo y sigo masturbándole.
- ¿Qué, Abbey? ¿Qué quieres, bonita?
- Quiero que te corras tú también. – Le digo.
- ¡Oh, eso quiero yo también! Aunque preferiría hacerlo en esa boquita que tienes que tan
loco me vuelve. – Aumento el ritmo con mi mano en él y veo que su cuerpo comienza a tensarse. –
Mierda, eso es, así, esto se siente increíble. Creo que… mmmm – él también acelera sus
movimientos en mí y aguanto como puedo para hacer que se corra él antes y me remate a mí
después. – Dios… Abbey, Abbey – muerde mi hombro para acallar su orgasmo y con las fuerzas
que le quedan sigue torturándome con sus dedos hasta que rompo en un orgasmo silencioso, pero
intensísimo.
- Mmmm – me muerdo los labios. Poco a poco va ralentizando el ritmo de sus dedos en mi
sexo, hasta que mi cuerpo queda laxo sobre él. Sonríe complacido y me abraza.
- Eres maravillosa, Abbey Lynx.

Por la noche, volvemos a reunirnos todos junto a la chimenea del salón y Andy y Cole nos
deleitan con algunas canciones que no he oído en mi vida, pero no he escuchado nada más
hermoso.
- ¡Qué preciosa canción! – Le digo a Andy cuando termina un tema impresionante que
habla de la soledad y la incomprensión – ¿De quién es? – Andy se pone colorado y desvía la
mirada a su guitarra.
- ¡Díselo papito! – Grita Cole. Yo miro a Andy con la boca abierta.
- ¿Es tuya? – Andy asiente mientras comienza a tocar varios arpegios con su guitarra. –
¡Andy, es maravillosa! Tendrías que dedicarte a esto.
- No es tan fácil. – Dice. – Y, además, soy feliz así, tocando en bares de vez en cuando.
- ¡Dame la guitarra! – Grita de repente mi hermana y Andy se la cede sin protestar y con
curiosidad. Mi hermana no toca tan bien como Andy, pero recuerdo algunos momentos de nuestra
niñez cantando juntas mientras ella toqueteaba. – Vamos, Abbey, recordemos alguna de nuestras
canciones de nuestra niñez. – Dice de repente y me pongo blanca como la pared. Andy, por el
contrario, parece más que emocionado ante la idea.
- No… no… yo no canto. – Me niego en rotundo.
- ¡Vamos hermanita! Una canción solamente.
- Vamos, bonita, hazlo por mí. – Me pide Andy con ojitos tiernos. Miro a todos. Están
expectantes. Maldita sea. Serena comienza a tocar “If I never get over you” de Lady Antebellum,
una canción que teníamos muy controlada a dos voces, pero que hace mil años que no canto.
Comienzo con voz temblorosa a cantar, pero en el momento en el que Serena se une a mí
con su voz haciendo la armonía perfecta, me dejo llevar por el poder de la música y acabamos
haciéndolo bastante decente. Cuando acabamos todos aplauden como locos. Bueno, todos menos
Cindy y Mia que miran para otro lado. Al menos, Cindy ha dejado de quejarse desde que Mario se
ha volcado en prestarle toda su atención.
- Eso ha sido impresionante, bonita. – Me dice Andy y mi pecho explota de emoción.
- No es para tanto, simplemente no sabías que entono un poco.
- En el próximo bar en el que toque te subiré conmigo al escenario. – El terror se apodera
de mí.
- ¡No me harías eso! – Andy se ríe a carcajadas.
Cuando todos decidimos irnos a la cama, Cindy vuelve a mostrar su malestar diciendo que
no piensa ceder la habitación principal a Andy y a mí, pues Andy ya ha manifestado abiertamente
que piensa dormir conmigo. Cindy se lleva de la mano a Mario a la habitación y yo observo
muerta de la risa la carita de resignación de Andy.
Nos quedamos solos en el salón, con los restos del fuego chisporroteando en la chimenea.
Andy abre el sofá-cama y coloca las sábanas en él mientras yo sigo hipnotizada por el fuego.
- Yo también te puedo calentar. – Sonrío ante el comentario de Andy, me giro y lo veo
tumbado en nuestra improvisada cama, se ha quitado la camiseta y solo lleva unos pantalones de
chándal grises simples y normales, pero que en él encuentro super sexis. Su postura también lo es
y la mirada verde con la que me premia es demasiado tentadora.
- Está bien, me conformaré contigo esta noche. – Digo acercándome a él y subiéndome
sobre su cuerpo a horcajadas. Mis labios se unen a los suyos por necesidad.
- Mmmm te conformarás… creo que te estás buscando un buen castigo.
Y no mentía al decir eso. Tenemos una noche llena de sexo duro y de lo más placentero.
¿Me cansaré alguna vez del sexo con Andy? Ahora mismo me cuenta creer que sí. Pero todo puede
cambiar de un momento a otro. Sobre todo, porque con Andy Stone nunca se sabe.
Verano eterno

La vuelta a la normalidad se me está haciendo de lo más rara. Andy y yo nos despedimos


en la puerta de su cabaña sin saber si besarnos en los labios o abrazarnos o qué narices hacer.
Finalmente fue él quien acabó con mi sufrimiento dándome un beso en la frente y
susurrándome “Ha sido un fin de semana maravilloso, bonita. Espero que esta vez sí me escribas
alguna vez para poder repetirlo.”
En el coche de vuelta con mi hermana y Lillian estuve de lo más callada. Las muestras de
afecto entre Serena y Lillian fueron constantes y yo decidí sentarme atrás y ceder el asiento del
copiloto a Lillian para que pudieran estar más juntas. ¿Cómo no he podido ver el amor antes entre
esas dos? Ahora recuerdo a Andy desnudo en una hamaca junto a mi piscina y el desinterés que
ambas mostraban ante tan divina visión. Andy lo ha sabido todo este tiempo y no me ha dicho
nada… Es un traidor, pero he de admitir que un buen amigo. Cuanto más lo conozco más virtudes
encuentro en él.
Tengo la cabeza hecha un lío. Un caos enorme hace que mis neuronas se enreden y no
puedan ver nada con claridad. Creo que lo más probable es que mi mayor temor se esté
convirtiendo en un hecho: me estoy enamorando de Andy. Puede que siempre lo haya estado,
simplemente no quería reconocerlo. Soy consciente de cómo le sentaría a mi madre eso. Ella aún
no ha perdido la fe de que entre Dylan y yo haya posibilidad de reconciliación. ¡No sé qué puede
ver en él tan importante para mí! No me ha aportado nada, solo quebraderos de cabeza y un
aumento considerable de mi inseguridad cuando estaba con él. Jamás he tenido la sensación de
poder ser yo misma cuando estaba con él. Con Andy es todo diferente. Me siento tan libre que
hasta hace que olvide mis miedos.
Recuerdo cuando hace dos noches nos encontramos en la cocina de la cabaña y acabamos
teniendo sexo salvaje. Recuerdo que mis pies no tocaban el suelo durante largos minutos en los
que me poseyó contra la puerta y no entré en pánico, más bien disfruté de todas las sensaciones
que despertó en mí. Incluso disfruté de ese miedo y de mi determinación a hacerlo desaparecer de
mi mente.
Cuando llegamos a casa, mi madre todavía no había vuelto de su viaje. Mi padre no
parecía extrañado, sino que, por el contrario, nos avisó a mi hermana y a mí de que mi madre
podía tardar unos días más en volver. Me sentí un poco egoísta, pero me alivió oír eso.
Me da más libertad para poder seguir disponiendo de mi tiempo sin tener que dar tantas
explicaciones.
Esa noche dormí como un niño pequeño. Estaba agotada de tanto sexo y luchas internas en
mi cerebro.
Hoy es lunes y a primera hora he ido a la tienda de ropa en la que ahora trabajo con Lilly,
mi nueva “socia”. Fue una sorpresa encontrarme con que había cambiado el rótulo con el nombre
de la tienda por el de “Abbey way”. Según Lilly, la excelencia la alcanzaremos con mis nuevas
creaciones y nos hará diferenciarnos del resto de tiendas.
Durante toda la mañana no hemos parado de tener clientas interesadas en que yo les
customice la ropa, después de haberles hecho un diseño previo sobre papel sobre cómo pensaba
yo que la prenda les favorecería más.
Me he traído muchísimo trabajo a casa para esta tarde y no he parado de hacer arreglos
sobre las prendas que me han encargado.
Por la noche he cenado temprano con mi hermana y mi padre y me he vuelto a recluir en
mi habitación para continuar con las clases de lenguaje de signos y mis grabaciones comentando
mis avances a mis seguidores, que no paran de crecer y crecer. He aprovechado también para
hablar en las redes de la tienda de Lilly, en donde pueden encontrarme si necesitan algún consejo
personal. Me siento orgullosa de haber podido dar el mensaje también usando el lenguaje de
signos. Espero haberlo hecho bien y no haber dicho cualquier barbaridad.
Agotada, me tiro sobre la cama y al fin cojo mi teléfono móvil. Durante el fin de semana
no lo he mirado ni una sola vez, porque se quedó sin batería y no lo cargué. Tampoco lo puse a
cargar la noche que llegué, porque caí inconsciente sobre mi cama sin darme siquiera cuenta. Así
que lo dejé esta mañana cargando en casa mientras yo me iba a mi nuevo trabajo. Es la primera
vez que lo veo en tres días y me quedo impresionada al ver que tengo veinte llamadas perdidas de
Dylan. ¡Maldición! ¿No me va a dejar nunca? Tengo también algunos mensajes de él. Me debato
entre leerlos o no, pero al final la curiosidad me puede y los abro.
“Abbey, contesta mis llamadas, por favor. Estoy yendo a rehabilitación, lo estoy haciendo
por ti. Solo puedo usar mi teléfono y salir un rato los fines de semana y me ayudaría mucho a salir
de todo esto si tú estuvieras ahí, a mi lado.” Siento un pellizco de culpabilidad al leer su mensaje.
Decido leer el siguiente. “He ido a tu casa cinco veces y tu padre solo me dice que no estás.
¿Dónde cojones te has metido? ¡Si estás con otro lo mataré, Abbey, no lo dudes ni un segundo!
¡Acabaré con él!” Creo que ahora no me siento tan culpable. ¡Será imbécil! Mi padre no me ha
dicho nada de sus visitas. Menos mal. Significa que cuento con el apoyo de mi padre para
deshacerme de él. “Oye, Abbey, dame solo una oportunidad más. No la cagaré, lo prometo.” Ya
está bien. No quiero leer más.
Entonces abro el chat de Andy. ¿Debería escribirle? No quiero que venga hoy, bueno sí,
pero si viene no dormiré nada y estoy agotada. Mañana tengo que madrugar y dar lo mejor de mí
en mi nuevo proyecto con Lilly.
Sin embargo, mis dedos cobran vida propia y le escriben.
“Hola” y antes de ser consciente ya he enviado el mensaje. Automáticamente Andy se
pone en línea y mi corazón se dispara.
“Hola, bonita. Dime que no te estás muriendo.” Frunzo el ceño ante su contestación.
“¿Por qué dices eso?” le escribo.
“Porque algo muy gordo debe estar pasando para que me escribas” me río como una
estúpida. La verdad es que me estoy muriendo, pero de ganas de verlo, besarlo, hacerle el amor…
mierda.
“Estoy bien. Simplemente me acordé de ti al meterme en la cama.” Le provoco.
“¿Sabes que con esa tontería ya has hecho que tenga una erección de campeonato?” Me
muerdo el labio inferior y aprieto los muslos al sentir la necesidad de él en mi piel. “Dime que
vaya y estaré allí en cuanto termine de trabajar.”
“Quiero que vengas, pero…” envío y espero a su contestación.
“¿Pero?” contesta impaciente.
“Pero mañana tengo que madrugar para ir a mi nuevo trabajo. Y si vienes tarde y hacemos
de las nuestras, estaré hecha una pena mañana.” Le informo.
“La bonita Abbey Lynx tiene un nuevo trabajo… bueno, mañana no trabajo. Los martes y
miércoles cierra esto. Si quieres, iré a verte mañana y celebramos tu nuevo reto.” Sonrío como
una estúpida.
“Me parece una idea estupenda. Te veo a las nueve.” Le digo. Mi padre a esa hora
siempre está ya acostado entre semana.
“A sus órdenes, Señorita Lynx. Mientras tanto, esta noche me tocaré pensando en ti y en
todo lo que te haré para celebrarlo.” Me alegro enormemente de que Andy no pueda ver la cara de
idiota que tengo en este momento.
“Buenas noches, Andy”
“Buenas noches, bonita”
Antes de dormir cojo mi cámara de fotos y me hago varias fotos de mí misma. Quiero
recordar el resto de mi vida cómo es mi cara de enamorada y de felicidad extrema. La felicidad es
algo tan frágil y tan efímero, que necesitaré sin duda tener algún recordatorio en el futuro de que
es posible alcanzarla cuando y con quien menos lo esperes.
El martes pasa lento como un caracol. En la tienda, no dejo de tener nuevos encargos. Al
parecer, muchos han visto mi vídeo en YouTube explicando dónde trabajo y mi propuesta de que
vinieran a verme para pedirme consejo. Lilly está encantada de la vida con la respuesta que ha
tenido mi iniciativa, pero no voy a poder hacer todos los encargos que tengo. No tengo tiempo
material para hacer frente a tantos encargos. Lilly me ha comprado un montón de material para
hacer mis customizaciones, dice que los enviarán a mi casa esta tarde.
Le expreso mi preocupación por la falta de tiempo para poder hacerme cargo de tanto
encargo y ambas llegamos a la conclusión de que lo mejor será que trabaje en la tienda solo de
lunes a miércoles por la mañana, para tomar nota de los encargos, y el jueves y viernes trabaje
desde casa para confeccionarlos.
- Sobre todo quiero que descanses sábados y domingos. No quiero quemarte tan pronto. –
Me dice. Es un encanto de mujer. – También quiero que sepas que puedes buscarte ayuda y pagaré
el sueldo de un ayudante con gusto. Esto puede ser un buen negocio, Abbey. – Asiento.
Casi llegando la hora de irme, siento una mirada clavada en mí mientras hago cuentas del
trabajo que debería terminar esta tarde en casa antes de que Andy llegue. Al levantar la vista, me
encuentro con el rostro angelical de Eiden, la hermana de Andy, que está acompañada de una
amiga.
Veo que le dice algo a su amiga en lenguaje de signos. Creo que le dice, “Es ella, la chica
de internet. Es la novia de mi hermano Andy. ¿A qué es genial?” Me pongo roja como un tomate.
La amiga le responde “Sé quién es, la sigo en internet también”
- Hola, Eiden. – La saludo poniendo en práctica por primera vez mis pocos conocimientos
de lenguaje de signos. – Estoy feliz de verte.
- ¡Has aprendido mucho! ¡Muy bien! – me responde ella y me siento pletórica. Cuando la
observo mejor, veo que lleva puesta una prenda que yo diseñé y colgué el tutorial en YouTube
para que cualquiera pudiera hacérsela.
- Me encanta tu vestido. – Le digo. – ¿Lo has hecho tú? – Ella asiente con la cabeza.
Vaya…
- Quiero que me diseñes un vestido para mi dieciocho cumpleaños, que es la semana que
viene – Creo entender.
- ¡Claro! Lo haré. – Ella me muestra un dibujo, un boceto hecho por ella del vestido que
quiere. Tiene un gusto increíble y me parece super original. – Es una idea muy buena. – Le digo.
- No puedo hacerlo sola. – Me dice.
- Podemos hacerlo entre las dos. – Automáticamente pienso en que Eiden podría ser una
ayudante perfecta. Lo único malo sería que mezclaría las cosas demasiado entre Andy y mi
trabajo, pero tampoco debería ser eso un obstáculo.
Eiden se va y yo me llevo su boceto a casa bastante contenta. Me siento tan útil y
productiva ahora, que no importa la cantidad de trabajo que tengo, solo quiero más y más.
Por la noche, durante la cena, siento que todo el trabajo que llevo hecho durante el día me
comienza a pasar factura. Estoy cansadísima. Pero me las arreglo para pasar la velada con mi
padre y mi hermana plácidamente. Mi padre se interesa por nuevo trabajo y yo le cuento de lo más
orgullosa lo bien que me va. Intento sacar el tema de la orientación sexual de Serena,
preguntándole por Lillian delante de mi padre, pero mi hermana sortea el tema y desvía la
atención. Serena prefiere hablar de un nuevo trabajo que a ella también le ha surgido. Me quedo
de piedra cuando dice que, gracias a la influencia de Andy, va a trabajar como camarera en la
Nave. Mi padre no se muestra tan entusiasmado con el trabajo de Serena, pero aun así dice que le
vendrá bien un poco de experiencia laboral.
- Os estáis haciendo mujeres. – Dice mi padre con nostalgia justo antes de levantarse de la
mesa e irse a dormir.
Serena y yo nos quedamos a solas unos minutos.
- Papá te entendería, Serena. – Animo a mi hermana para que se abra al menos a una parte
de nuestra pequeña familia. Ella suspira.
- Cuando llegue el momento lo diré, Abbey. Supongo que la que no está preparada para
todo esto soy yo. Apenas llevo dos meses con Lillian. Es la primera vez que estoy enamorada y no
sabía qué me pasaba antes de conocerla a ella y descubrir lo que realmente soy. No quiero poner a
Lillian en una situación incómoda y que salga huyendo de mí. No estamos preparadas para todo
eso. Y, aunque papá sea más permisivo y tolerante que mamá, quiero que, cuando llegue el
momento, ambos participen en esa conversación. – Asiento conforme.
- Yo siempre estaré de tu lado. Lo sabes, ¿verdad? – Le digo a mi hermana. Entonces miro
mi teléfono, que acaba de vibrar. Es un mensaje de Andy que está en la puerta de mi casa,
esperándome. Sonrío como una tonta. Son las nueve menos cuarto. ¿Estará tan ansioso como yo
por nuestro encuentro?
- ¿Y esa sonrisa de boba? – Me recrimina mi hermana.
- No tengo ninguna sonrisa de boba. – Me defiendo. – Por cierto, he invitado a Andy a
pasar la noche aquí – le informo levantándome – aprovechando que mamá no está. Tú también
podrías hacer lo mismo con Lillian. – Serena se ríe con ganas.
- ¿Quién te dice que no lo he hecho? Lillian vendrá dentro de media hora. Veo que Andy y
tú estáis muy unidos, ¿no? – ignoro su comentario mientras me aproximo a la puerta de la casa
para dejar que Andy entre.
Cuando la abro no lo veo por ningún lado. Salgo al porche y lo llamo sin levantar mucho
la voz.
- ¿Andy?
Siento unas manos que me cogen de la cintura desde la espalda y doy un grito por el
tremendo susto. Es él. – ¡Imbécil! ¡Me has dado un susto de muerte! – Andy se ríe como un niño
mostrándome su precioso hoyuelo y besa mis labios muerto de la risa. Al final me río yo también
con él. – Has llegado temprano…
- Sé que tienes que madrugar mañana y quería aprovechar el tiempo contigo lo máximo
posible. – Susurra en mis labios y clavándome sus caderas. Me pierdo en sus besos y caricias
enseguida.
- Será mejor que os vayáis a la habitación, tortolitos. – La estúpida de mi hermana
interviene apoyada en el quicio de la puerta. Andy se separa de mí rápidamente y se rasca la
cabeza, creo que está nervioso por el calificativo que acaba de oír de mi hermana hacia nosotros.
- Tú sí que sabes cómo joder el momento, Serena. – Se queja Andy. Yo lo cojo de la mano
y tiro de él hacia el interior de mi casa. Subimos los escalones que conducen hacia mi habitación y
siento su resistencia a mi espalda, mientras tiro de él. Cuando entramos en mi habitación, cierro la
puerta y lo miro esperando a que me diga qué diablos le pasa ahora.
- ¿A qué viene esa cara? – Le insto.
- No sé a qué te refieres. – Contesta serio.
- ¡Estás de morros de repente! Espero que no hayas venido hasta aquí a gruñir y a pelearte
de nuevo conmigo o…
Andy me calla estampando sus labios en los míos y desvistiéndome sin más preámbulos.
Por un momento me da miedo. Me recuerda las veces que he tenido sexo con Dylan y no tenía en
cuenta mi excitación en absoluto. Sin embargo, mis miedos se disipan en cuanto Andy me tira a la
cama, me abre de piernas y comienza a agasajar mi sexo con su lengua.
Entonces cierro los ojos y me dejo llevar por él a ese maravilloso lugar que es el placer
más carnal. Me aferro a su cabello y acallo mis aullidos de placer como puedo mordiendo mis
labios. Cuando la humedad que emana de mí le informa que estoy más que dispuesta, introduce
dos dedos en mi interior y me arqueo a causa del placer.
- Andy… por favor – suplico. Lo miro y veo que tiene la mirada más verde del mundo
clavada en mí.
- Me encanta verte así. Gimiendo mi nombre. – Sus dedos se mueven con vigorosidad en
mi interior y estoy a punto de sucumbir.
Pero no quiero correrme así, no aún. Quiero saborear este momento más despacio, por
primera vez en mi vida no siento la urgencia de llegar al orgasmo, pues sé que con él sin duda lo
haré. Lo que siento es la necesidad de sentirlo y disfrutarlo lenta y deliciosamente, durante largos
minutos y si pudiera durante horas.
- Quiero sentirte, por favor. Te necesito a ti dentro de mí. – Le imploro. De repente para y
se coloca justo encima de mí. Me mira con desesperación.
- No me digas eso, te lo suplico, Abbey. – Me desarma esa mirada tan perdida.
- Antes te quejabas de que no te llamara y ahora, ¿te quejas de que te diga que quiero
sentirte por completo? – Agacha la cabeza. – Lo… lo siento. No quería ahuyentarte. – Digo
sintiéndome igual de perdida.
- No me ahuyentas, al contrario. – Confiesa. Ahora sí que no entiendo nada. – La
sensación que me inunda al oírte decir que me necesitas y que quieres sentirme es tan jodidamente
placentera que me asusta, bonita. No quiero que la fastidiemos.
- ¿A qué te refieres? – Exijo saber.
- A que si alguno de los dos se enamora del otro esto se irá a la mierda. Acabaremos
haciéndonos daño seguramente y me odiarás para siempre. Lo he visto en tantas mujeres con las
que he intimado… Y no quiero perder esto. – Me señala a mí y a sí mismo. Me siento de pronto
tan vacía que intento rellenarme tomando grandes bocanadas de aire. Tranquila, Abbey.
- Creo que será muy difícil que nos lleguemos a odiar más de lo que ya lo hicimos cuando
nos conocimos. – Andy sonríe ante mi comentario.
- Sí, es verdad. Aun así, me sigues dando miedo, Abbey Lynx.
- Andy, creo que te he demostrado con creces que no soy de ese tipo de mujeres que te
complicarían la vida si me enamorara de ti y decidieras echarme a un lado de tu vida. No tienes
por qué preocuparte por cómo actúe si te cansas de mí, de verdad. – Lo digo como si no estuviera
ya perdida e irrefutablemente enamorada de él.
- No me refería a que fuera yo el que se cansase de esto. – Mi corazón se dispara. ¿Está
queriendo decirme que siente algo más por mí? – No sé si yo estoy preparado para perder a la
mujer que más ha significado para mí desde la ausencia de mi madre. A eso me refiero, Abbey. –
Dios mío. No puedo respirar. No puedo respirar. – Me refiero a que te has convertido en parte de
mí y de mi vida. Eres la primera mujer con la que me acuesto a la que llamo por su nombre y, no
solo es que sepa bien cómo te llamas y se me haya grabado tu nombre en la piel a fuego lento, es
que sé quién eres. Eres la primera mujer con la que me acuesto que, cuando te miro a los ojos, sé
muy bien a quién veo. Conozco de tus inquietudes, tus fobias, tus puntos débiles y fuertes, sé cómo
hacer que te rías o te enfades. Sé mejor que nadie cómo darte placer, incluso más que tú misma. Sé
quién eres y eso me encanta y me aterra a partes iguales. – Sigo muda ante su declaración.
Aguardando a que lleguen al fin las palabras mágicas. – Yo solo conozco el sexo con auténticas
desconocidas, Abbey. Y tú no eres eso ya para mí. No sé si puedo ser diferente a como llevo
siendo toda la vida. – Mierda. No me está gustando el tinte de alarma que tienen sus palabras.
Esto suena a distanciamiento.
- Hay muchas cosas de mí que no sabes, Andy. – Digo de corazón. – Y estoy segura de que
hay otras miles que no sé yo de ti. No me conoces tan bien como crees ni yo a ti. No entiendo
muchos de tus comportamientos y tú tampoco sabes por qué soy como soy. Seguimos siendo dos
extraños que solo se conocen en la intimidad del sexo. – Andy me mira analizando mis palabras.
- Es posible… sí, es cierto. Sigo protegiendo algunos secretos. Pero de todos modos me
siento muy expuesto contigo, Abbey. En una incómoda desventaja.
- ¿Desventaja? No comprendo nada, Andy.
- Si lo pensases bien lo comprenderías. Te lo he confesado en otras ocasiones. – Busco en
mi memoria resquicios de confesiones de Andy hacia mí y no encuentro nada. Sacudo la cabeza. –
Te he dicho que eres la primera mujer que he llamado por su nombre. Eres también la primera
mujer con la que he pasado la noche solo para dormir y nada más. – Eso sí lo recuerdo. Recuerdo
haber despertado una noche y haberme sorprendido de haberlo encontrado en mi cama, durmiendo
sin más. – Lo recuerdas, lo sé. También eres la primera persona que llevo a mi casa, a mi refugio
personal, en años. La primera mujer que he buscado incesantemente sin que me hayas dado
muestras de querer verme. ¿Sigo? Creo que sabes a qué me refiero, Abbey. – No, no lo sé.
Necesito que me lo digas.
- Preferiría que fueras más directo. – Mi voz suena temblorosa ante tal petición. Andy
muestra una tímida sonrisa.
- No puedes pedirme eso también, Abbey. Yo para ti no soy nada de eso, lo sé.
- ¡No! ¡No lo sabes! No me has preguntado siquiera. – Me defiendo.
- Abbey, yo no soy el primero para ti en nada más que en darte un orgasmo. Ya está. Es lo
único que he aportado a tu vida. – ¿Cómo puede estar tan equivocado? ¿Y dónde está el Andy
chulesco y tan seguro de sí mismo al que estoy acostumbrada? Acaricio su rostro y vuelvo a ver el
miedo en su mirada.
- Eso no es poco. Pero no, no eres solo el único en eso. También eres el único hombre con
el que he dormido. Y lo más importante, el único que ha podido elevar mis pies del suelo sin
sentir pánico por ello. – Andy sonríe ante esto último, aunque creo que no es consciente de la
espiritualidad del mensaje. Andy me ha hecho estar sobre el suelo, volar, en muchos sentidos. –
Eres la primera persona con la que me siento completamente libre de ser yo misma, Andy. Eso
para mí no tiene precio. – Sus ojos brillan y de su boca sale un gemido de felicidad. Vuelve a
besarme con anhelo y pasión.
- Ya está bien de cursilerías. Ahora quiero que me sientas y sentirte, Abbey Lynx.
Andy entra en mí lenta y dulcemente. Enreda sus dedos entre los míos, colocando mis
manos por encima de mi cabeza y con suaves movimientos, endiabladamente bien coordinados y
ejecutados, se cuela en mi interior como nunca antes. Es un momento tan sumamente íntimo que
abruma. Su mirada se clava en la mía, como si quisiera grabar mi rostro en su cerebro mientras me
posee. Esto no se parece en nada a lo que me tiene acostumbrada, pero es infinitamente más
delicioso.
Me encanta el sexo salvaje con Andy, pero en la vida habría pensado que el sexo pudiera
ir más allá de la mera pasión. Esto es conexión de verdad. Como si nuestras almas se fundieran en
una sola cada vez más con cada movimiento que hace en mi interior.
Un grandioso e inmensurable orgasmo comienza a dar signos de querer aparecer en mi
cuerpo, pero lo controlo como puedo para no terminar tan pronto con la magia del momento. Si
pudiera elegir una forma bonita de morir, sería así mismo, en un momento tan mágico como este.
Sus dedos se aprietan con fuerza a los míos cuando creo que está a punto de dejarse
vencer por el orgasmo. Eso me aviva más y comienzo a dejarme llevar por el mío. Aprieto los
ojos.
- Abbey, mírame. – Me pide. Me esfuerzo por hacerlo. Tiene la boca entreabierta de
placer. Sus ojos son de un verde casi transparente ahora mismo. Es el ser más hermoso del
planeta.
- Andy…
- Abbey…
Muerdo mis labios y hago un esfuerzo terrible por no aullar como una loba el
inconmensurable orgasmo que estoy sintiendo. Mi cuerpo tiembla. Mis terminaciones nerviosas
sienten descargas de placer por todo el cuerpo. Andy también se deja ir y gime en voz baja su
orgasmo. Levanto mi cabeza y busco sus labios que se unen en un beso íntimo y delicado.
- Mañana te vienes a dormir a mi casa, conmigo. – Susurra a mi espalda, abrazándome con
fuerza. – Quiero oírte gritar y gemir sin miedo. – Son sus últimas palabras antes de caer dormido
en el acto.
Sonrisas y Lágrimas

- ¡Abbey! – Un grito en mitad de la noche me despierta. – ¡Abbey, no! – Me giro asustada


en la cama y veo que es Andy. Está dormido y habla en sueños. Siseo un poco para que se calme,
aunque no quiero despertarlo. Pero no quiero que mi padre lo oiga y se percate de su presencia.
- Tranquilo, Andy. Estoy aquí.
- No podemos estar juntos, Abbey. No quiero. – Lloriquea en sueños y yo me quedo de
piedra ante sus palabras.
- ¿Por qué no? – Pregunto a sabiendas de que me estoy aprovechando de su estado de
inconciencia. Pero necesito respuestas y sé que Andy se negará a decirme la verdad en
condiciones normales. Tratará de refugiarse en su coraza de hombre duro, sin embargo, yo sé que
hay más detrás de ese muro de cemento y acero. Lo sé simplemente porque he tenido el privilegio
de dormir con él en varias ocasiones y lo he escuchado hablar en sueños acerca de ello. – ¿Es que
acaso no te gusto un poquito más que las demás?
- Porque no puede ser. – Dice con dureza. – Todo se iría a la mierda, ¿no lo ves? Tú no
serías feliz ni yo tampoco. No soy para ti.
Su sentencia me desarma, aunque me abre los ojos un poco más. Nunca seré motivo
suficiente para que lo intente conmigo. No soy diferente al resto y no sé por qué sigo guardando
esa estúpida esperanza. Bueno, sí soy un poco diferente: soy algo parecido a una amiga para él.
Por eso soy un poco más importante para él, por eso se preocupa un poco por lo que yo sienta o
por la posibilidad de hacerme daño. Me lo ha dejado claro antes, soy alguien a quien conoce, y
eso lo cambia todo para él. Conozco el próximo paso. Me convertiré en su amiga íntima y dejará
de sentir atracción sexual por mí. Para siempre.
¡Maldita sea, no quiero eso! No quiero ser su amiga. No quiero que no me desee más…
Por la mañana, al escuchar mi alarma, cuando me despierto, después de no haber
conseguido conciliar más que tres o a lo sumo cuatro horas de sueño, siento su erección matinal
clavada en mi trasero y su mano haciendo circulitos en mi vientre.
“Aún sigue deseándome”, pienso. Pero, ¿cuánto durará eso? ¿Un día más, una semana, dos
como mucho? Molesta con la idea de convertirme en agua pasada con tanta brevedad, empujo su
mano para apartarla de mí.
- Mmmm, te has levantado guerrera, me gusta – sisea mientras besuquea mi hombro
desnudo y mueve sus caderas sensualmente contra mis nalgas. No voy a negar que mi cuerpo
responde en el acto a sus insinuaciones, pero mi mente está en otro lado y no puedo evitarlo.
- Tengo que ducharme e irme a trabajar. No tengo tiempo para esto. – Protesto y trato de
salir de la cama, pero Andy me lo impide apretando mi cintura para presionarme con fuerza contra
su cuerpo.
Cierro los ojos ante el tacto de su pecho en mi espalda. Tengo una jodida y encarnizada
lucha en mi interior.
- Será uno rapidito, pero liberador. – Susurra mientras besa mi nuca y mi oreja. Los vellos
de mi cuerpo se erizan y me maldigo por ello.
- No puedo, tengo que estar en el trabajo en una hora y hoy no tengo coche, pues lo
necesita Serena. El autobús tarda muchísimo. – Detesto el ronroneo de mi tono de voz mientras
digo esto. Mi cuerpo se está rindiendo de nuevo a él con una facilidad aterradora.
- Yo te llevaré en moto y llegarás en nada. – Insiste deslizando su mano desde mi vientre a
mi sexo. Mis estúpidas piernas se abren en el acto para facilitarle la intromisión. – ¡Pero mira! ¡Si
estás chorreando! Pensé por un momento que ya te habías cansado de mí. – Dice con la voz más
seductora que he oído en mi vida mientras introduce dos dedos en mí y con su pulgar acaricia mi
clítoris. Gimo con fuerza. Menos mal que mi padre ya ha debido irse a trabajar hace al menos una
hora. – Oh, sí… estás muy cachonda y necesitas sin duda que alguien atienda tus necesidades y te
libere de tanto estrés. – Mi espalda se arquea sin pedir permiso, dejando mi trasero accesible
para su palpitante y duro miembro. – Dios, Abbey, mira como me tienes. – Susurra resbalando su
erección por la entrada de mi vagina. La necesidad de sentirlo dentro se hace insoportable. No
voy a seguir luchando contra ello.
- Métela. – Suplico.
Andy presiona mi espalda con su mano para posicionarme de forma aún más accesible,
desde atrás. Levanta mis caderas un poco más con sus manos y se introduce en mí de una vez,
colocando después su mano sobre mi sexo, en una especie de abrazo de lo más sexual. Siento sus
dedos sobre mi hinchado clítoris mientras entra y sale de mí y entro en combustión. Su otra mano
se cierra en un puño sobre mi cabello, pero sin llegar a tirar de él y me embiste desde atrás
sabiendo exactamente cómo llegar a ese punto interno de mi cuerpo que nadie más conoce, ni
siquiera yo misma.
Con mi mano, busco la suya que está enredada en mi pelo y le insto a que tire de mi
cabello con fuerza. Me siento como un caballo salvaje que necesita galopar y galopar a su destino
final, hasta morir desfallecida en el infierno de las llamas de la pasión.
- ¿Necesitas ser domada, fierecilla? – Andy averigua rápidamente mis necesidades y hace
lo que le pido. Tira de mi cabello y acerca mi cabeza a su cara, para susurrarme al oído. –
Quieres que sea implacable, ¿verdad? Quieres tenerme grabado a fuego en tu piel, lo sé. – Es eso
exactamente lo que quiero. Quiero que, cuando Andy ya no esté en mí, su recuerdo en mi piel
prevalezca y pueda seguir sintiéndolo. Por ello no contesto con palabras, pero sí con mis
movimientos. Muevo mis caderas en sincronía perfecta con las suyas, haciendo que sus embistes
sean más profundos y provocando fuertes sonidos cada vez que nuestros cuerpos colisionan. Andy
gime con más fuerza de lo que nunca antes le he escuchado gemir. Avivo el ritmo al escucharlo.
Quiero morir así, quiero deshacerme, convertirme en destellos de placer cuando mi cuerpo
explote. – Abbey, mi preciosa y salvaje Abbey. – Susurra en mi oído y grito su nombre. – Me estás
matando, Abbey. Me estás convirtiendo en un loco, desquiciado y dependiente de ti. – Grito hasta
romperme la voz al llegar a un tórrido orgasmo y aprieto mis músculos genitales en torno a su
miembro, como buscando retenerlo en mi interior para siempre. Andy, al sentirme así de apretada
a su alrededor, exclama varias maldiciones y se deja ir, sin más remedio. – ¡Joder! ¡Maldita sea,
Abbey!
La calma se apodera al fin de mí y me siento bastante más relajada. Me giro sobre la
cama, en busca de su mirada y me encuentro a un Andy sudoroso, desarmado y rendido.
- Ahora me siento mucho mejor, gracias. – Le sonrío.
- Ha sido un auténtico placer, Señorita Lynx.
Después de la ducha me siento todavía mejor. No debería ser tan negativa. Debería
aprovechar más y mejor el tiempo que me quede junto a Andy. Todos sabemos que esto acabará,
es obvio, pero por algún motivo nuestro juego sigue perdurando y no ha bajado de nivel todavía
en ningún momento. Me alarmaré cuando me pase como a Cindy, y no sea capaz de provocar en él
una erección.
Cuando estoy vestida bajo las escaleras y me encuentro a Andy, Lillian y mi hermana
Serena en la cocina desayunando. Andy me mira de arriba abajo cuando entro. Llevo un vestido
hecho por mí, con restos de camisetas viejas que Serena me ha dado de diferentes grupos
musicales o frases filosóficas. Una creación de la que estoy bastante satisfecha.
Mi hermana y Lillian me saludan con una sonrisa. Yo me sirvo mi café con la mirada de
Andy clavada en mi espalda. Me bebo el café en tres sorbos y le enfrento.
- Está bien, vámonos. – Le digo, pero sigue sin moverse y mirándome con el ceño
fruncido. – ¡Qué! – Inquiero.
- ¿Piensas ir con ese mini vestido subida en la moto? – Dice cruzándose de brazos. No
había pensado en eso…
- Pues sí. – Respondo finalmente.
- Mejor cámbiate. Te espero fuera. Necesito fumarme un cigarrillo. – Me ordena sin más y
sale de la cocina y se dirige al porche de mi casa.
Miro a mi hermana con la boca abierta y la veo reír. No tiene ninguna gracia.
Después sigo a Andy al exterior. Lo veo apoyado en una de las columnas del pórtico,
fumándose un cigarrillo alegremente. Levanta la mirada justo cuando estoy frente a él, le quito el
cigarrillo de las manos y termino de fumármelo yo mientras me dirijo a su moto, dejándolo atrás.
- ¡Vamos o llegaré tarde! – Le grito sin mirar atrás y comprobar si me sigue.
- ¡Abbey, te he dicho que no vas a subir a la moto así! – Le oigo replicar a mi espalda. Le
ignoro y llego hasta la moto. Cuando me giro para comprobar si viene o no, lo veo a mitad de
camino, observándome con cara de entierro.
- ¡Andy, te lo advierto, si me haces llegar tarde al trabajo tendrás que buscarte a otra con
quien divertirte! – Ups, eso me escuece más a mí que a él. Se encoge de hombros ante mi
declaración.
- Si es lo que quieres…
- ¡Y me buscaré otra cita para esta noche! – Añado llena de rabia al ver su indiferencia y
su indiferencia ante el hecho de poder cambiarme por otra.
Sin embargo, su mirada ahora se vuelve más fiera. Se acerca a paso lento hacia mí, hasta
quedarse a escasos centímetros de mi cara. Su respiración está muy agitada y su mirada más
oscura que su alma.
- Repite eso. – Me reta. No te dejes amedrentar, Abbey.
- Lo has oído perfectamente. – Me cruzo de brazos.
- Sí, claro que sí, bonita – marca la palabra “bonita” con una rabia palpable – pero quiero
que repitas tus venenosas palabras mirándome a los ojos. Si piensas que puedes abofetearme de
esa manera y quedar impune estás muy equivocada. Si eres capaz de decirme, aquí y ahora, que te
irías como si nada a follarte a otro cualquiera esta noche, padecerás al peor Andy Stone que
podrías imaginar. Ni siquiera sabes de qué soy capaz, bonita. – Andy consigue paralizarme de
miedo. Su gesto, su voz, todo su cuerpo está cargado de ira. Abro la boca para ratificarme, pero
no sale nada de ella. Mi voz ha desaparecido. – Dímelo, Abbey.
- ¿Significa que tú sí puedes decir que me cambiarías por otra y yo no tengo derecho a
responderte igual? ¡Eso es injusto y lo sabes! – Consigo defenderme al fin.
- Dos cosas, bonita: número uno – levanta un dedo frente a mis narices – yo no he dicho
que quiera cambiarte por otra hoy ni nunca, lo has propuesto tú y si eso es lo que quieres, pues te
complacería, porque ya sabes que estoy aquí para complacerte. – Responde con una sonrisa
malévola en su rostro. – Y número dos – levanta otro dedo – creo que he dejado muy claro que no
quiero ni deseo que te veas hoy con alguien que no sea mi persona. Tengo otros planes para ti y me
enfadaría muchísimo que me los sabotearas. – Abro la boca para protestar, pero él me la sella
colocando sus dos dedos en alto sobre mis labios – Shhhh. Te diré lo que quieres oír, pero no va a
ser tan bonito como lo tenías planeado en tu mente. – Dice y sin saber por qué mi corazón se
acelera – La respuesta es no. – ¿No? ¿No se está enamorando de mí? Ya lo ves, Abbey. Te lo está
diciendo alto y claro. Mirándote a los ojos. No puedo mantenerle la mirada y la bajo, porque unas
inmensas ganas de llorar y una horrible sensación de derrota me rompe el interior en mil pedazos.
No obstante, Andy tira de mi barbilla para obligarme a mirarlo de nuevo, aunque desvío mi
mirada para no ver a ese rostro tan adorado por mí diciendo con crueldad que no soy nada más
que su juguete favorito. – No, Abbey, no quiero que te veas con nadie. Ni hoy ni mañana, ni
pasado, ni el otro, ni el otro. – Prosigue y entonces lo miro. ¿A eso se refería cuando dijo que la
respuesta es No? – No soportaría que otro te tocase ahora mismo, bonita. Ya lo he padecido con
ese imbécil de McGregor antes y no me ha parecido nada agradable conformarme con ser el que
rematase su faena. No quiero que nadie más me ponga en esa posición contigo ni me vuelva a
hacer sentir tan insignificante y segundón.
- ¿Por qué? – Presiono un poco más. Andy se separa de mí. Coge dos cascos, me tiende
uno a mí y sube a la moto.
- Sube antes de que te suba yo mismo a tu habitación, te dé unos azotes, un polvo de
castigo y te vista yo mismo con otra cosa más normal. – Pero ahora soy yo la que no se mueve.
Quiero que me diga más. Quiero presionarlo hasta que confiese si soy algo más o no. Si merece la
pena mantener alguna mínima esperanza con él o debería mentalizarme de una vez por todas de
que nuestra situación nunca avanzará a ese maldito nivel. – Sube de una vez. – Rechina entre
dientes. No lo hago.
- No me has contestado.
- ¡Abbey, no me hagas perder los nervios otra vez y sube! – Refunfuña.
- ¿Por qué no quieres que me vea con otro, Andy? – Repito alto y claro. Andy pone los
ojos en blanco.
- ¡Ya te he respondido a eso! ¡Ahora sube o te juro que te daré tu merecido aquí, en la
jodida calle, frente a la casa de tus papis! – Grita encolerizado. Tengo ganas de abofetearlo.
- ¡Dejad de dar el espectáculo, tortolitos, y marchaos de una vez! – Escuchamos gritar a
mi hermana. Al girarme, la veo en el porche de mi casa, junto a Lillian, pasándoselo de lo lindo
con nuestra penosa actuación. Andy gruñe y da un puñetazo sobre el manillar de su moto. Está a
punto de perder el control. Lo sé. Así que me pongo el casco rápidamente y me subo en la moto, a
su espalda.
- Vámonos. – Digo y arranca con tal fuerza que tengo que sujetarme a él con ganas para no
caerme.
No decimos nada durante el trayecto a mi nuevo trabajo. Solo le indico con la mano la
dirección que tiene que tomar para llegar allí.
Cuando llego a la tienda, me quedo muerta al ver que el rótulo nuevo donde pone el nuevo
nombre de la tienda, “Abbey way”, ha quedado precioso. Siento el orgullo en mi pecho. A pesar
de ello, me cuesta un gran esfuerzo bajarme de la moto y despedirme de Andy. Sé que está
enfadado porque le he presionado demasiado en un tema en el que él es el hombre más reacio del
mundo.
Pero tengo que bajar. Me quito el casco y miro a sus ojos, que asoman tras la visera de su
casco. No se ha quitado siquiera el casco para que pueda besarle. Lo haría, aquí, en público,
aunque él me separase porque iría contra nuestras reglas. Pero necesito su contacto para aplacar la
ansiedad que siento ahora mismo.
Si se va así, tan enfadado conmigo, no podré trabajar tranquila en todo el día. Pero no se
quita el casco y me obliga a despedirme aguardando las distancias.
- Adiós – le tiendo el casco que me ha dejado con tristeza. Lo mira y luego me mira a mí,
finalmente lo coge.
- ¿A qué hora terminas? – Me pregunta a través del casco. Por un momento, la idea de que
me recoja y pasar el resto de la tarde juntos me alivia y me aplaca la ansiedad.
- A las tres. – Le digo rápidamente.
- ¿Tienes cómo volver a casa? – La sonrisa se me esfuma rápidamente.
- Sí, hay un autobús. – Digo con una tristeza infinita. Andy asiente. Mira para otro lado,
después me mira y se va.
La mañana pasa como ya sabía yo que pasaría; sin dejar de pensar en Andy y en las
consecuencias de su enfado y mis palabras. No tengo muy claro que está pasando. Por un lado,
tengo la sensación de que podría estar sintiendo algo también, pero le cuesta la misma vida
reconocerlo, creo incluso que ha dado algunos pasos, lentos pero certeros, y yo lo estoy
arruinando todo presionándole para que vaya más rápido. Por otro, creo que sigo siendo un juego
para él, puede que el más divertido y emocionante que ha tenido en mucho tiempo, pero un juego,
al fin y al cabo, y yo estoy consiguiendo que se aburra con mis estúpidas absurdas ideas
románticas.
Andy es quien es, no puedo cambiar eso. Nadie lo ha hecho. ¡Espabila de una vez, Abbey!
Deja de ponerlo contra la espada y la pared. Él no quiere hacerme daño. Lo sé. Algo dentro de mí
lo sabe. Pero lo hará sin más remedio y sin poder hacer nada para evitarlo. Él lo sabe. Los dos lo
sabemos. Solo me está pidiendo que disfrutemos de este juego mientras se pueda. Mientras
sigamos ambos teniendo claras las reglas de dicho juego.
Pero yo ya he incumplido la principal. Y sigo queriendo jugar. ¿Es eso lógico o estoy
perdiendo la cabeza?
Cuando llegan las tres menos cuarto, Lilly me dice que puedo irme a casa, pues la tienda
se ha quedado tranquila. Tengo mucho trabajo para llevarme a casa, pero le pido a Lilly que me
deje ir mañana a recoger todo. Aún mantengo la esperanza de que Andy aparezca para recogerme
y pasemos la tarde juntos.
Si no aparece, si no sé de él hasta la noche, me volveré loca sin saber si ha hecho la
estupidez que le pedí y se ha buscado a otra para pasar la noche. Me volveré loca pensando que
yo debería hacer lo mismo, por si las moscas.
En la calle no hay ni rastro de él, solo un sol de justicia y un calor asfixiante. Pero aún
quedan quince minutos para las tres. Así que me dirijo a una tienda cercana, compro una cajetilla
de cigarrillos y me enciendo uno de ellos mientras paseo por los escaparates de varias tiendas,
intentando disimular que realmente lo estoy esperando a él, a pesar de que me dejó muy claro que
no vendría y yo sé que las posibilidades son escasas. Sin embargo. no me iré de aquí hasta que
lleguen las tres de la tarde y lo vea con mis propios ojos.
Intento controlar los nervios y no sentirme tan ridícula.
- ¿Abbey? – Me giro sonriente al escuchar una voz masculina llamarme. No obstante, la
ilusión de ver el rostro que esperaba ver se evapora cuando veo que es Steve, el rubio altísimo de
ojos azules, amigo de Dylan McGregor, Rachel, Carter y todos mis antiguos amigos de Malibú. –
¡Hola! No esperaba verte por aquí. – Me sonríe y parece sincero.
Yo, sin embargo, me siento incómoda de tener que hablar con un amigo de Dylan. No he
sabido nada de ninguno de ellos durante días. Ni siquiera de Rachel. Yo no la he llamado porque
sé que me habría preguntado por Andy y yo tendría que decirle que me estoy viendo con él, o me
estaba viendo con él… hasta que metí la pata esta mañana. Ella tampoco me ha llamado y puede
que sea porque se avergüence de todo lo que sé. Ella era con quien más confianza tenía, así que,
con el resto del grupo simplemente no he contactado para nada.
- Hola Steve. – Fuerzo una sonrisa de las que más estudiadas tengo. – Me alegra verte.
- ¡Estás guapísima con ese vestido! – Me dice y ahora sonrío sinceramente. Al fin alguien
que le gusta mi mejor creación.
- Gracias. Lo he hecho yo. – Digo con orgullo.
- ¡Guau! ¡Eres una artista! Lástima que el capullo de Dylan no lo viera antes. – Me
atraganto con mi propia saliva al escuchar el nombre de Dylan y miro al suelo. – Sé que habéis
roto. No quiero entrometerme, pero me he preguntado mucho estos días cómo estarías. – Vuelvo a
mirarlo y evalúo qué decir.
- Estoy bien. De verdad. Espero que Dylan también lo esté, de corazón. – Steve pone cara
de circunstancias y se rasca la nuca. – ¿Qué pasa? – Pregunto preocupada.
- Ya sabes que no está en su mejor momento, ¿verdad? – asiento – Bueno, yo siempre le
aconsejé que dejase las drogas a un lado, que no las necesitaba. Al fin parece que se ha dado
cuenta. Pero ha tenido que perder a alguien como tú para verlo. Eso es una putada, Abbey. – Me
pongo colorada. No sabía que Steve o cualquiera del grupo me valorasen tanto. – Creo que esa es
la parte que le está haciendo todo más duro. – Suspiro sintiéndome culpable por abandonar a
Dylan en su peor momento, pero lo habría tenido que hacer tarde o temprano porque solo quiero
estar con Andy. – No me malinterpretes, te entiendo perfectamente y tienes todo mi apoyo, Abbey.
– Steve me acaricia la mejilla y apoya su mano en mi hombro, como símbolo de apoyo. Yo sonrío
con los ojos brillosos por su enorme comprensión. – Si alguna vez necesitas hablar, pasear o lo
que sea para despejarte, aquí me tienes.
- Gracias, Steve. Te agradezco en el alma que seas así conmigo. No te quepa la menor
duda que te llamaré…
- ¡Ey! ¿Nos vamos ya? – La voz de Andy nos sorprende a Steve y a mí. Me giro
sorprendida y lo veo ahí, junto a nosotros, sentado en su moto, sin casco y sacudiéndose el pelo
con la mano. El hombre más sexi del maldito mundo. – Venga, preciosa. Aprovechemos el día. –
Me dice Andy con una sonrisa que no sé cómo descifrar en el rostro. Miro hacia Andy, después a
Steve, completamente desconcertada por la situación. Steve se tensa y se separa de mí.
- Hola, Stone. – Saluda Steve. Andy lo mira y ladea la cabeza, como queriendo decirle
algo con una simple mirada.
- Hola. – Responde finalmente. Sin darme cuenta, Andy me ha cogido de la mano, tira de
mí con fuerza y me planta un beso de los de película allí, en mitad de la calle y frente a las narices
de Steve. – ¿Nos vamos, bonita? – Me sonríe. Pero sigue sin convencerme su sonrisa. Respondo
que sí, temblando de arriba abajo. Andy me tiende el casco y miro a Steve.
- Nos vemos pronto. – Le digo a Steve que me mira sin saber cómo actuar ante lo que ve.
- Cuando tú quieras. – Responde mirando a Andy y no a mí.
Ambos se fulminan con la mirada y yo me subo rápidamente a la moto para terminar con
este momento tan incómodo. Andy arranca con agresividad y yo tengo que volver a aferrarme a él
con fuerza.
¿Qué ha sido eso?
Las reglas del juego

- ¿Qué hacemos aquí? – pregunto intrigada al quitarme el casco y ver que Andy me ha
llevado directamente a su casa, sin tan siquiera decírmelo ni contarme nada acerca de sus planes.
Andy baja de la moto, guarda mi casco y el suyo en el maletín de la moto y me coge de la mano
para llevarme al interior de su vivienda. – ¿Puedo saber al menos cuál es el plan? – insisto
mientras soy conducida a través de su enorme jardín.
La casa de Andy sigue siendo tan misteriosa y bonita como la recordaba. De día parece
una vieja propiedad, casi abandonada, pero grandiosa y digna de cualquier novela de Jane Austen.
De noches es simplemente una visión única, como proveniente de un cuento de hadas.
- Vamos a tener una fiesta privada en mi casa. – Contesta dedicándome una sonrisa muy
falsa.
- ¿Fiesta? ¿Has invitado a los chicos? – Pregunto cuando ya me ha soltado la mano para
abrir la puerta de su cabaña.
- No, estaremos solos tú y yo. No quiero público para lo que quiero hacerte. – Trago
saliva. Andy entra en su cabaña, pero yo me espero fuera, pues no he sido invitada a entrar. Sale
con dos enormes altavoces y un maletín. Le observo durante minutos colocar todo alrededor de la
piscina sin entender nada. Hoy hace un calor del demonio y el sol comienza a quemarme la piel a
los cinco minutos de estar mirándolo. – No te quedes ahí de pie. Date un baño y refréscate. Yo me
sumaré enseguida. – Me dice. Miro la enorme piscina y me resulta muy apetecible.
- No he traído traje de baño. Si me hubieras avisado de…
- Oh, no, bonita – dice muy serio acercándose a mí – quiero que te bañes desnuda. – Los
nervios se me agolpan en el estómago y miro a todos lados. – Eiden no está, tranquila. – Me dice y
vuelve hacia sus trastos. Conecta unos cables y la música de The Mamas and the Papas, cantando
“Dream a Little dream of me” comienza a sonar. Es una de las canciones favoritas de mi padre, la
reconozco en el acto. Cuando termina de instalarlo todo Andy me mira y viene de nuevo hacia mí
con las manos en los bolsillos y la cabeza alta. – ¿Todavía sigues vestida? Desnúdate, Abbey. –
Ordena con la más rotunda seguridad en su tono de voz.
- ¿No hay nadie más en casa? – Miro aterrada hacia la enorme casa erguida al fondo del
jardín. Andy suspira.
- Nadie puede vernos, confía en mí.
- ¿Y si viene alguien? – Jamás en mi vida he hecho algo tan loco. Andy sonríe de medio
lado y se acerca más a mí. coge el bajo de mi vestido y tira de él hacia arriba.
- Nadie viene por aquí. Levanta las manos. – Las levanto como si no pudiese negarme,
posibilitando a Andy desprenderme de la prenda. – Llevo toda la mañana imaginándote con este
vestidito, mostrando tus preciosas y bronceadas piernas a todo el que pasase por tu tienda. – Dice
mientras deposita el vestido con cuidado en el césped. Yo me quedo hipnotizada por su voz y su
mirada. Andy me gira y se pega a mi espalda. – Durante la mayor parte de la mañana he pensado
que lo mejor era que dejásemos de vernos, pues no me gusta nada esta nueva sensación de
inseguridad que creas en mí – Dice posando su boca en mi cuello y en mi oído. Sus palabras me
tensan. Ha pensado en dejar nuestro juego. Perro mientras dice eso va desabrochando lentamente
las tachuelas de mi sujetador, lo desliza por mis hombros y cae al suelo también. Me siento
sumamente expuesta ahora mismo. – Pensé que lo mejor, dada nuestra creciente amistad, era ir a la
salida de tu trabajo y decírtelo en persona. Que se acabó. Que no puedo seguir con esto, Abbey. –
Estoy completamente desconcertada. Andy me gira entonces y clava su mirada en la mía, con la
barbilla alta, como si estuviera lleno de rabia. – Pero entonces te vi con ese. Riendo, coqueteando
con él – abro la boca para protestar, pero él me sella los labios con un dedo – no digas que no. Te
he visto. Con mis propios ojos. He visto el deseo llameando en los ojos de ese infeliz porque el
muy iluso piensa que ahora eres libre. – Sonríe, pero la sonrisa no le llega a los ojos – Abbey, he
muerto de celos cuando te ha tocado. Aquí – sisea arrastrando su mano por mi mejilla, la misma
que Steve me tocó, solo que Steve no hizo que mi piel ardiera como ahora lo hace – y aquí – dice
ahora resbalando la mano por mi hombro. Andy llena sus pulmones de aire y lo suelta de golpe.
- Creí que tú no eras celoso con tus conquistas. – Le desafío levantando la barbilla como
él lo hace.
- Ya ves… quizá tú no seas como las demás. – Pronuncia mientras se agacha, hasta
arrodillarse frente a mí y bajándome las bragas. ¡Joder! ¡Estamos en medio de su jardín! Ni
siquiera sé si los muros de la propiedad son lo suficientemente altos para evitar que cualquier
transeúnte nos vea.
- Andy…
- Shhhh. – deposita mis bragas en el suelo y presiona su nariz contra mi sexo. ¡Por dios!
Esto es tan sexi y tan loco que me encanta y me aterra a partes iguales. Andy se levanta del suelo y
vuelve a mirarme con gesto altivo. – Te toca desnudarme. – Me pide. Me río a causa de los
nervios, pero comienzo por quitarle la camiseta. Andy me ayuda levantando las manos.
- Entonces, déjame comprender. Quieres que dejemos de vernos, pero me traes aquí y me
desnudas para follar en el jardín de tu casa. Sin mencionar que el duro de Andy Stone ha sentido
celos de una persona que no es nada para mí. – Me burlo de él mientras le desabrocho los
pantalones vaqueros y tiro de ellos arrodillándome también frente a él.
Andy me sorprende al no llevar ropa interior y la magnitud de su erección frente a mi
rostro me deja la boca seca. Vacilo entre si metérmela en la boca o no, así que decido mirar para
arriba y por encima de mis pestañas veo el gesto serio de Andy que me mira con enfado y deseo a
la vez.
- ¿Quién te ha dicho que voy a follarte? Levanta Abbey. – Me tiende la mano para
ayudarme. Estoy muy confundida. – Sí, he sentido celos por segunda vez en mi miserable vida. Lo
confieso. La primera vez fue del cabrón que enamoró a mi madre y se la llevó de aquí. – Me
confiesa, apretando la mandíbula. – Y hoy lo he vuelto a sentir por tus actos, tus duras palabras
hacia mí esta mañana, por insinuar que, por primera vez, no soy suficientemente hombre para
hacer que una mujer caiga rendida a mis pies. Por decirme abiertamente que cambiarías sin
dudarlo un instante lo que hay entre tú y yo por una relación de mierda, vulgar e insípida como la
que tenías con McGregor. Creí que habías aprendido que el amor no lo es todo, Abbey. Que el
amor y las relaciones hacen daño y destruyen el lado humano de las personas. Has visto cómo ha
acabado McGregor. – Lo miro incrédula – Sí, me he enterado que ese miserable ha acabado en un
centro de desintoxicación y bien jodido porque resulta que ha perdido tu amor. Ese amor
incondicional y grandioso del que todos hablan, que hacen a mujeres como tú abandonar al
hombre de su vida por un actor secundario que solo le ofrece buen sexo y nada más. – El Andy
insensible ha vuelto. Pero creo que lo que realmente le da voz ahora mismo son sus heridas del
pasado.
- Yo no he cambiado a Dylan por nadie. Te recuerdo que tú y yo no tenemos nada serio. Y
mucho menos ha sido por su problema con las drogas y el alcohol. Simplemente no me hacía sentir
nada, Andy. Me equivoqué con él, tú tenías razón. El amor no tiene nada que ver aquí, más bien la
falta de él.
- La falta de amor… ¿es la misma razón por la que me habrías cambiado por otro y
corrido a los brazos de ese larguirucho hoy si yo no hubiera ido a por ti? – Maldita sea, ¿me está
preguntando si estoy o no enamorada de él? Parpadeo y busco algo inteligente que decir. Algo que
no me deje en desventaja, pero que sea sincero a la vez.
- Yo no tenía la más mínima intención de correr a los brazos de Steve, Andy. Tampoco
tengo la intención de cambiarte por nadie. Estoy aquí, ¿no? – Andy mueve su cabeza de un lado al
otro, intentando relajar la tensión de su cuello. – ¿Puedo saber yo algo? – Pregunto con caución.
Andy me mira, vacila su respuesta y al final asiente. – ¿Para qué me has traído aquí, me has
desnudado y me has hecho desnudarte a ti si no piensas follarme? – Miro a sus labios, me acerco
hasta quedar piel con piel y le miro con mi mirada más pícara. Estoy deseando que me toque como
él sabe.
- Te he traído para renegociar las reglas de nuestro juego. – Contesta mirando mis labios
con deseo.
- ¿Renegociar las reglas? – Andy asiente – Me muero de curiosidad.
- Pues empecemos a hablar. En primer lugar, nadie más te verá así – señala mi cuerpo
desnudo con su mano – mientras tú y yo sigamos viéndonos. Prometo al mismo tiempo que ninguna
otra mujer me verá así, como me ves ahora mismo. ¿Trato? – Aguanto una sonrisa victoriosa y
acepto. – Bien, en segundo lugar, no quiero que nadie – se acerca a mis labios lentamente –
absolutamente nadie – comienza a besarme con calma primero – te bese así – y con rabia después
– ni así. – Su lengua se funde con la mía y mi cuerpo reclama más cercanía con su piel. –
¿Entendido? – Pregunta separándose de mí.
- Entendido. – Le sigo el juego.
Andy vuelve a atacar mis labios, esta vez sin contención y me empuja hasta que caigo
sentada sobre una hamaca. Toma asiento detrás de mí y tira de mi cintura hasta pegarme por
completo mi espalda contra su pecho. Siento su enorme erección en mi espalda y giro mi cabeza
para volver a encontrar sus besos. Me besa con hambre y abraza cada uno de mis pechos con sus
manos.
- Tampoco quiero que nadie toque esto, ¿me oyes, Abbey?
- Ahá – Gimo mi rendición en sus labios.
- Ni esto – Desliza una mano hacia mi sexo y cierro las piernas como acto reflejo. – Abre
las piernas, Abbey. – Me ordena. Las abro un poco, pero me siento tan expuesta aquí, al aire libre,
que me bloqueo un poco. – Ábrelas más, bonita. Así. – Empuja mis muslos hasta que me abre por
completo y comienza a tocarme como solo él sabe. – Prométeme que mientras nuestro juego siga
en pie, nadie más tocará esto. – Sus dedos juguetean con los pliegues de mi sexo y me hace
enloquecer. – Ni aquí fuera, ni aquí dentro – introduce dos dedos en mi húmeda vagina y me
retuerzo de placer. – Eso es, disfrútalo. Pero dime que lo has entendido, Abbey, o pararé.
- Lo… he entendido… no pares.
- Tú también puedes tocarme, si quieres. Solo tú tocarás mi polla mientras nuestro trato
siga en pie, pequeña. – Lo hago. Pongo una de mis manos en mi espalda hasta llegar a su miembro
y lo masajeo con todas mis ganas. – Sí… ya la conoces bien. Sabes bien cómo volverla loca. –
Siento su lengua en mi oreja y sus dedos dentro de mí. Me está llevando al limbo del placer. A un
lugar perdido a camino entre el sexo completo y el sexo inacabado que hace que mi sangre hierva
y mi cuerpo se sacuda víctima del placer por un lado y del dolor de su ausencia completa por otro.
- Andy…
- Dime. ¿Qué quieres, bonita?
- Te necesito. Mucho. Dentro de mí. Quiero sentirte. ¡Ya! – Mi mandato no se hace
esperar.
- Ponte en pie y date la vuelta. – Me susurra en el oído. Obedezco en el acto y me pongo
en pie con una pierna a cada lado de la hamaca, completamente abierta, y con la visión de Andy
recostado y empalmado bajo mis piernas. – Ahora mismo la visión que me ofreces es perfecta,
Abbey. – Me provoca mirando mi sexo y tocándose él. – ¿De verdad me necesitas? ¿A mí?
¿Dentro de ti? – Asiento fervientemente. Me sonríe, se aferra a mis caderas y me empuja hacia
abajo hasta clavarme en él. Arqueo todo mi cuerpo ante el placer de sentirlo colmándome y pongo
los ojos en blanco en dirección al cielo. – Esta bien. Ahora te moverás tú primero. Móntame,
Abbey. Demuéstrame tus ganas. – Vuelvo a mirarlo con mi mirada más fiera y comienzo a
montarlo como si fuese el último instante de mi vida. Andy vuelve su cabeza hacia atrás y abre la
boca extasiado de placer. – Eso es, Abbey. Así, pequeña, así. Joder. Me vuelves loco. ¡Loco! –
Vuelve a mirarme, aferra mis senos con fuerza y levanta su torso de la hamaca para unir nuestros
labios en un beso agresivo. – Prométeme que mientras seas mía no montarás a nadie, solo a mí. –
Gruñe.
- Lo prometo. – Andy aferra mis nalgas para ayudarme más en mis impulsos y después de
una estocada profunda y ruda, para. Me mira y se levanta de la hamaca conmigo aún clavada en él.
Mis pies no tocan el suelo. Pero no me importa lo más mínimo. Solo me importa seguir sintiéndolo
hasta que el placer explote en mí.
- Yo prometo no dejarte nunca caer. No tengas miedo conmigo, Abbey. – Me dice mientras
me lleva en brazos y comienza a introducirnos a ambos en la piscina. Lo miro embelesada. – Y
prometo que solo follaré a Abbey Lynx mientras pueda seguir diciendo que eres mía. – Cuando el
agua llega hasta el nivel de nuestro pecho, Andy me aprisiona en una pared de la piscina y
comienza a follarme salvajemente. Lo beso, araño, muerdo sus labios, lo saboreo dentro de mí con
fuerza hasta perder la cordura. Hasta que exploto en un maravilloso orgasmo y él me sigue
segundos después. – Esto era lo que tenía que discutir contigo. – Dice ya más sereno y con cara de
satisfacción. Sonrío como una tonta.
- Podías simplemente decirme que quieres intentar…
- ¡No lo digas! – Me calla justo cuando iba a pronunciar la palabra prohibida “relación”.
– No hace falta decirlo. Las normas están claras. Tú lo has entendido y yo pienso cumplirlo. No
hace falta decir nada más.
- ¿Tanto miedo tienes? – Pregunto mientras seguimos en el agua, abrazados.
- Me atormentan varias cosas. Entre ellas el no saber poner nombre ni a esto ni a lo que
siento cuando estás conmigo, Abbey. No sé si me estoy precipitando contigo, pero no quiero
volver a sentirme prescindible, insignificante, vulgar. Por eso te estoy pidiendo por primera vez
exclusividad. Necesito estar tranquilo y la ansiedad me posee cuando pienso en ti con otro.
- No eres nada prescindible, ni insignificante, mucho menos vulgar. – Digo con dulzura y
acaricio su rostro. Andy se tensa al principio, pero luego respira hondo y me mira.
- Bien, eso me alegra mucho. – Dice serio y yo me río. – ¡Qué!
- Si estás alegre, entonces no pongas cara de entierro. – Finalmente sonríe, pero es una
sonrisa vergonzosa. – Pero sigo sin entender por qué no llamar las cosas por su nombre. – Insisto.
La verdad es que ayudaría mucho a mi caos mental poder ponerle nombre a lo nuestro y ordenar
mis ideas.
- Abbey, no quiero decirte que esto es una relación, porque no soy la persona con la que
deberías tener una relación. Por favor, conformémonos con saber que no nos haremos daño. Que
no traicionaremos nuestro pacto. Cuando te canses de él, háblalo con sinceridad conmigo y
prometo apartarme deportivamente.
- ¿Por qué no eres la persona para una relación? ¿Quién de los dos es el que te considera
prescindible, insignificante y vulgar, Andy?
- No es eso. Ninguno de los dos lo hace, si es que tú estás siendo sincera en eso. Pero
ambos sabemos que mamá Lynx jamás permitirá que tengas un novio como yo. Y yo no permitiré
que esa mujer me hunda, aunque sea tu madre, Abbey. – Agacho la mirada con tristeza. – Y ambos
sabemos también que no es justo que tengas que elegir entre tu madre o un marginado social que ni
siquiera sabe todavía si puede darte lo que tú buscas en una relación. Esto es un experimento para
mí. Esta mañana, cuando pensé en mandarlo todo al cuerno, me di cuenta que no podía, porque…
me he acostumbrado demasiado a ti. – Intento buscar en sus ojos si sus palabras son una
declaración de amor al más puro estilo Andy o solo soy un experimento. – Pero tampoco puedo
seguir teniendo contigo lo que teníamos antes, Abbey, porque ya no eres una desconocida más que
no me importe. Me importas y mucho. Tengo problemas para creer en las relaciones reales entre
hombres y mujeres, nunca te lo he ocultado. Hasta tengo problemas en creer que nuestro nuevo
experimento funcione. Pero prefiero fracasar habiéndolo al menos intentado que perderte
definitivamente así, sin más. Sin haber sentido en un solo instante que he tenido suficiente de ti.
No lo he tenido ni por asomo. Me sigues provocando esa ansiedad de tenerte en mis brazos cada
vez que te veo, pero ahora, incluso cuando no te veo. Con solo recordar todo lo que hemos
hecho… mi cuerpo entra en combustión. ¿Podrás intentar esto por mí, sabiendo ahora todo esto,
Abbey? Porque estoy siendo bastante honesto y sincero.
- Señor Stone, tenemos un trato. – Ambos sonreímos. Andy vuelve a besarme y enrosca de
nuevo mis piernas en su cintura mientras seguimos durante un rato en el agua, besuqueándonos y
escuchando la música de fondo.
Después de un refrescante baño en su piscina, Andy se disculpa un momento y entra en su
enorme casa. Yo me quedo metida en el agua mientras lo espero. Ahora que ya estoy saciada
sexualmente me vuelve a dar mucha vergüenza estar en mitad de su jardín como dios me trajo al
mundo.
Minutos después Andy aparece con una jarra llena de zumo de frutas picadas con hielo y
una botella de ron y dos vasos en la otra. Listo para preparar sus cocteles. Pero vuelve a
desaparecer en el interior de su casa y aparece de nuevo con unos sándwiches en una bandeja.
Me ofrece una toalla, cosa que agradezco enormemente para poder cubrir mi desnudez, y
comemos y bebemos mientras charlamos distendidamente. Me pregunta cosas de mi niñez, yo casi
no me atrevo a preguntar por la suya, porque no quiero agriar su buen carácter ahora mismo. Pero
la curiosidad al final me puede.
- ¿Y tu padre? – Pregunto con voz baja y casi sin mirarlo. Pero su silencio me obliga a
hacerlo y le miro para evaluar su reacción. Andy me mira profundamente. Está calmado, pero creo
que no sabe si contestar o no.
- Él está bien. Todo lo bien que puede estar. – Finalmente contesta. – Fue muy duro para él
que la mujer de su vida le abandonara en el peor momento de su vida. Él la adoraba y creo que
todavía lo sigue haciendo. – Me siento abrumada por ver que Andy se abre a mí de esa manera.
Miro hacia la mansión.
- Dime que no está en una de esas habitaciones y ha podido vernos antes o enterraré la
cabeza en la tierra ahora mismo como un avestruz. – Digo y oigo la carcajada de Andy.
- Tranquila, no te ha visto. Solo te ha escuchado gemir todo el vecindario, nada más. Pero
aquí, ahora mismo, solo estamos presente en cuerpo y alma tú y yo. – Dice con una triste sonrisa
mientras bebe de su cóctel. Menos mal que también tiene enrollada una toalla a la cintura o me
despistaría muchísimo tenerlo desnudo frente a mí tanto tiempo. – Hay cosas que nadie sabe
acerca de lo que le ha sucedido a mi padre, Abbey, y prefiero que dejemos ahora mismo ese tema.
– Ahora se pone más serio.
- Claro. Lo siento. – Me disculpo.
- No lo sientas. Puede que un día te cuente todo y comprendas un poco mejor mi situación.
– Deja su vaso sobre una mesita de cristal y se acerca a mí. – Por ahora seguiré disfrutando de ti
mientras sigas siendo una extraña no tan extraña para mí. – Me besa y me despoja de la toalla.
- Andy, ¿por qué no vamos a la cabaña? Empiezo a tener frío. – Me invento para darle una
excusa y no estar tan expuesta.
- Está bien, entra, voy a poner los altavoces dentro. – Levanto una ceja extrañada.
- ¿Tan importante es para ti follar con música? – Andy me da un beso sonoro en los labios
y sujeta mi cara con firmeza entre sus manos.
- Te he dicho que nadie puede verte aquí, no que nadie pueda oírte. – Abro la boca
sorprendida. Eso no lo dice por su hermana, sin duda, pues es sorda. Pero, ¿lo dice por su padre?
Me pongo de lo más nerviosa. – Entra y espérame en la cama. – Me ordena dándome una palmada
en el trasero.
Hago lo que me pide y al entrar enciendo las luces azules de la cabaña. Mientras lo
espero, releo algunas de las frases que brillan fosforescentes en las paredes a causa de la luz azul.
Todas son citas de canciones, todas tienen un mensaje triste o desesperanzado del amor. Todas
menos una, que, aunque es triste, a mi manera de ver, es un canto al amor, pero al amor del ahora,
no del futuro: “Who wants to live forever, when love must die” leo en voz alta y recreo en mi
mente esa bonita y triste canción de amor desesperado. Andy entra y trae la mesita de sonido
enchufada a su teléfono móvil con él. Me mira con mala cara pues estoy de pie y no en la cama
esperando como él me ha pedido.
- ¿Puedo poner yo una canción? – le pido y se sorprende. Me señala su dispositivo móvil
para poder buscar la canción que tengo en mente. – Creo que la música puede ser un reflejo muy
fiel de los sentimientos que uno siente. – Le explico mientras busco la canción que mejor puede
definir nuestra situación actual en su teléfono.
- ¿Quieres darme algún tipo de mensaje, bonita? – Pregunta con curiosidad.
- Puede – me encojo de hombros y acciono el reproductor de música cuando encuentro la
canción. “Beautiful stranger” de Halsey. – Sé que no es lo suficientemente antigua para ti, pero me
gusta y es perfecta. – Digo y comienzo a bailotear por la amplia estancia desnuda. Andy sonríe
ante lo que ve y se cruza de brazos apoyado en la pared, divertido con la escenita que estoy
dando. Yo canturreo el estribillo y me acerco a él para aferrarme a su cuello y sacarlo a bailar.
Con cara de felicidad lo hace, me toma de la cintura y bailamos los dos desnudos dentro de su
cabaña azul glacial.
- Bello extraño aquí estás, en mis brazos y sé que los bellos extraños solo se acercan para
hacerme daño, y tengo esperanza, bello extraño, aquí estás en mis brazos, pero creo que
finalmente es seguro para mí rendirme a ti…
- Tienes una voz preciosa, bonita extraña. – Ronronea en mi cuello mientras bailamos y yo
sigo canturreando en su oído, acariciando su cuello y su pelo. – Espero que no te equivoques y sea
seguro para los dos. – Mi pecho se hincha al oír eso. Pero no me detengo.
Nuestro baile es cada vez más sensual e incluso noto como me levanta un breve instante
del suelo, me besa mientras estoy en el aire para aplacar mi ansiedad y me deja caer lentamente
hasta volver a tocar el suelo.
No sé cómo lo he hecho, pero la canción suena en bucle una y otra vez, y después de
mucho bailar, tocarnos y besarnos con deseo, terminamos sobre la cama de Andy dejándonos
arrastrar por la enorme pasión que existe entre los dos varias veces en una larga y maravillosa
noche de sexo.
Conociendo al enemigo

Cuando nos despertamos, Andy sigue con el mismo buen humor que el día anterior y,
además, se muestra bastante cariñoso, la verdad. Me burlo de él al recordarle que ayer, cuando me
trajo, me dijo que no lo había hecho para follar conmigo, y no hemos hecho prácticamente otra
cosa en toda la noche. Él me premia con una divertida cara de enfado ante mi burla, pero sigue
siendo parte de su buen humor.
Mi padre me llama por teléfono desde su trabajo. Anoche le escribí un mensaje durante un
pequeño descanso que Andy me dio, diciéndole que dormiría en casa de una amiga. Supongo que
está simplemente haciendo su papel de padre para comprobar que estoy bien, pero no me pregunta
acerca de qué amiga es o qué he hecho durante la noche. Él sí confía en mí y creo que es
consciente, no como mi madre, que ya soy adulta y tomo mis propias decisiones.
Andy llama mientras tanto a una tal Laura y le oigo decirle algo así como “bájalo dentro
de media hora” y cuelga.
- Vamos, desayunemos en casa. Eiden aún no ha llegado y me muero de hambre. Tú
también tienes que estar hambrienta después de tanto ejercicio. – Se burla mientras juguetea con
uno de mis rizos entre sus dedos.
- ¿Vale? – Contesto insegura. ¿Me va a meter dentro de su casa? Bueno, si estamos solos
tampoco es gran cosa.
Tenía mucha curiosidad por ver el interior de aquella vieja, pero de alguna manera
también encantadora mansión.
En cuanto pongo un pie en su interior me fijo en la cantidad de fotos familiares que hay
por todas partes. No hay muchos muebles en la entrada, ni en el salón, que puede verse desde el
hall principal, justo a la derecha del mismo. Me acerco hasta una preciosa foto en la que veo a un
Andy de no más de siete u ocho años la mar de sonrientes mientras que una guapísima mujer de
ojos verdes y cabello castaño le hace cosquillas y un apuesto hombre con aspecto de importante lo
sostiene en el aire.
- ¿Eres tú? – Pregunto maravillada. Es él, claro está. Reconozco ese verde tan brillante en
sus ojos. En todas las fotos que veo de él tiene el mismo verde. Era un niño feliz.
- Sí. Vamos a la cocina. – Dice quitándome la foto de las manos y colocándola en la
mesita de la que la tomé. Después toma mi mano y tira de mí hacia la cocina, que está a nuestra
izquierda.
La cocina es inmensa. Gigante. Sus muebles parecen haber sufrido el uso de varias
décadas. Pero son bonitos y muy blancos. Una ventana enorme a la izquierda ofrece unas
impresionantes vistas del jardín frontal, la piscina y la cabaña de Andy.
- ¿Por qué vives allí teniendo todo esto? – Pregunto un poco temerosa. No quiero
estropear su buen humor de hoy.
- Me gusta mi cabaña. La hice yo mismo con mi tío Mike y me ayuda a recordar quien soy.
Esta casa es el reflejo de alguien que ya no se ajusta a mí. – Contesta poniendo un zumo de
naranjas que acaba de exprimir en mis manos. – ¿Te gustan los crepes? – Cambia de tema. Sonrío
y asiento. – ¿Con chocolate?
- Prefiero con azúcar y canela. – Frunce el ceño.
- ¿Cómo puede preferir nadie cualquier cosa antes que el chocolate? – Me río. – Está
bien, Señorita Lynx. – Se acerca a los fogones y saca una masa de crepes del frigorífico.
Le observo cocinar mientras me tomo el zumo de naranja. Andy lleva solo unos pantalones
de chándal grises, colgados de sus caderas. Es impresionante lo bueno que está. No sé cómo no he
caído rendida a él antes. O puede que lo hiciera y me negase a mí misma disfrutar del placer de
observarlo así, asumiendo que es el primer amor verdadero de mi vida.
- Así es como me los preparaba mi padre cuando era pequeña. – Le informo deleitándome
en la visión de Andy cocinando para mí con el torso desnudo.
- Deja de mirarme así. – Me dice sin siquiera mirarme. Está sintiendo mi mirada sin verla
siquiera. – Ese vestidito tuyo me sigue pareciendo demasiado corto hoy también. – Miro mi mejor
creación. No es tan corto. Ni siquiera es ceñido.
- Si me hubieras dejado ir a mi casa a por más ropa, podría haberme puesto ropa limpia
esta mañana. – Me quejo. Andy se acerca a mí, con mi crepe y el suyo en un plato, mirándome de
arriba abajo. Coge el mío y me lo acerca a la boca. Abro la boca con timidez y le doy un bocado.
Ronroneo de placer ante tan delicioso bocado mientras contemplo el verde nuclear de su mirada.
- ¿Y haberme perdido varios minutos de tu compañía a solas? No, gracias. – Contesta. –
De todos modos, no has necesitado ropa en todo el tiempo que llevas aquí. – Me da otro bocado
de crepe y después lo deja en el plato y el plato sobre la encimera. Le premio con una mirada
ardiente. – No puede ser que, después de todo lo que te he estado haciendo durante horas, aún no
tenga suficiente, Abbey. Me gustaría follarte aquí y ahora, sobre el poyete de la cocina. – Sus
palabras me queman y me abalanzo sobre él.
Enredo mis manos en su cuello y le beso con ansias. Andy responde igual a mis besos. De
repente, siento que mis pies se elevan del suelo y se me corta la respiración, pero me deposita
rápidamente sobre el poyete de la cocina y continúa besándome y toqueteándome con hambre de
sexo. Yo, sin pensarlo dos veces, introduzco una de mis manos por sus pantalones y aferro su sexo
en ella. Andy gime en mi boca.
Durante un segundo, abro los ojos y me encuentro con la visión de un hombre demacrado y
agarrotado en una silla de ruedas y grito con todas mis fuerzas.
- ¡Ahhh! – Andy se separa de mí y mira asustado hacia donde mis ojos miran. ¿Es una
alucinación? Pero Andy parece sereno.
- Hola, papá. – Dice avergonzado, colocando su miembro bien bajo sus pantalones.
¿Papá? ¿Es el padre de Andy? Me bajo del poyete y miro al suelo mientras aliso mi vestido. – Lo
siento, pensé que Laura me avisaría antes de bajarte. ¡Laura! ¡No te escondas y da la cara! – Grita
Andy y veo a una mujer de edad media de color salir de detrás de la puerta con una risita de
diversión en su rostro. Mierda, esto es muy humillante. – Eres incorregible. – Le regaña Andy
escondiendo también una sonrisa. – Abbey, te presento a mi padre, Abrahan Stone y a Laura, su
cuidadora. – Dice Andy. Yo me quedo paralizada mirando a ambos, con una sonrisa de lo más
tétrica en el rostro. Levanto la mano en señal de saludo.
- Ho… hola. – Creo ver algo parecido a una sonrisa en el rostro del Señor Stone y me
pongo más roja. Andy se muerde el labio mientras me ve saludarlos.
- Hola, preciosa. – Contesta la tal Laura. El Señor Stone no dice nada y creo que es
porque estará molesto por la escenita que acaba de ver.
- Lo siento mucho. No sabía que estaba usted aquí, Señor Stone. – Me disculpo
avergonzada. Andy me abraza por los hombros.
- Tranquila. No te habla porque no puede. Si no te daría la enhorabuena por haberle
animado la mañana, ¿verdad papá? – Trago saliva y regaño en voz baja a Andy.
- Para, no me avergüences más. – Susurro.
- Es verdad, bonita. Mi padre tiene la enfermedad del ELA y no puede hablar ni moverse
desde hace años. – Lo que dice Andy es tan terrible que me quedo de piedra mirando a ese
hombre que nada tiene ya que ver con el apuesto señor de las fotos de antes. El hombre me mira y
veo que en sus ojos hay mucho que decir, pero no puede. Me mira con una mezcla de ternura y
melancolía, y con mucha resignación. – Pero tenemos la suerte de contar con la ayuda de Laura –
la mujer hace una reverencia muy simpática – que entiende a mi viejo mejor que nadie. Al menos,
ella no nos abandona. – Andy dispara uno de sus típicos dardos envenenados, pues sé que está
haciendo alusión a su madre. Es cruel. Veo el dolor más inmenso en la mirada de su padre y la
rabia en los de Andy.
- Creo que ese comentario es del todo innecesario. – Le regaño y Andy me mira
sorprendido. – Deja de pensar en quien ya no está y piensa un poquito más en quien sigue aquí –
señalo a su padre – que se merece más respeto por tu parte. – Andy se queda mudo ante mi
repentina regañina. Ni yo misma me creo que haya hecho eso. Andy mira a su padre.
- No me puedo creer que estés riéndote, viejo. – Miro al Señor Stone y efectivamente veo
algo parecido a una sonrisa en su rostro. – Estás feliz de que alguien me ponga al fin en mi sitio,
¿verdad? – Bromea con él, después Andy me mira y me sonríe. – Está bien, Señorita Lynx, usted
gana – mira de nuevo a su padre y dice – lo siento, papá. – Los ojos de su padre brillan
emocionados mirando a su hijo mayor. Después me mira a mí y creo que, si pudiera, me daría las
gracias.
En ese momento, otra presencia irrumpe en la cocina. Eiden aparece sonriente y nos
saluda a todos con sus manos. Yo levanto la mano en señal de saludo. Estoy aquí, reunida con lo
que queda de la familia de Andy y creo que tiene más motivos para estar feliz con la vida que
enfadado, pero él no lo ve. Supongo que debe ser duro ser el cabeza de esta peculiar familia, pero
no está solo, al menos. He visto familias con más dinero, menos problemas de salud y más
divididas y aisladas entre ellos. Eiden le dice a Andy que ha estado en una fiesta de pijama con
sus amigas y que se sorprende muy gratamente de verme allí, sobre todo de que me haya
presentado a su padre. Yo estoy más sorprendida todavía. Creí que Andy pretendía mantenerme
como una extraña durante todo el tiempo que fuese posible para no tener que profundizar en lo que
él llama nuestro “juego”, pero que cada vez se parece más a una relación.
Andy le dice con lenguaje de signos a su hermana que se tendrán que acostumbrar todos a
verme más seguidamente por su casa, que por eso lo hace. Que no quiere ocultarme a mí nada y
que quiere esforzarse en ser mejor opción para mí. Me deja sin aliento. Él no sabe que estoy
entendiendo todo lo que dicen. ¿Debería hacer algo para que sepa que lo hago? Creo que jugaría
sucio con él si no lo hago…
- ¿Quieres venir hoy a mi casa para que trabajemos en tu vestido de cumpleaños, Eiden? –
Le pregunto a la chica en lenguaje de signos. Ella se muere de la risa al ver la cara de su hermano
al ser consciente de que puedo más o menos manejar el lenguaje. Miro a Andy encogiéndome de
hombros.
- ¡Claro que sí! – Me contesta ella ante el asombro de Andy, que tiene la mandíbula
desencajada.
- Genial, tengo una propuesta laboral que hacerte, por si te interesa. – Le informo a la
chica que da saltitos de alegría.
- ¿Qué demonios? – Exclama Andy. – ¿Desde cuando hablas tú lenguaje de signos,
Abbey? – Me inquiere. Después mira a Eiden. – ¿Tú lo sabías y no has dicho nada? – Dice en
palabras, forzando a Eiden a leer sus labios. Le hago un gesto a Eiden para que no le diga nada de
mis tutoriales de YouTube, me moriría de la vergüenza si Andy los viera. Ella asiente.
- Lo supe el otro día, cuando la vi en la tienda donde trabaja. Pero no ha salido el tema de
conversación. – Se defiende su hermana hablando con sus manos.
Andy parece molesto. Tira de mí hacia el exterior de su casa mientras yo le digo a Eiden
mi dirección y que la espero allí sobre las cinco de la tarde. Lo hago con mi boca, pues Andy me
coge de la mano con fuerza. Pero creo que ella me ha entendido.
- ¿Estás enfadado? – Pregunto cuando llegamos a su cabaña – Andy se sorprende por mi
pregunta.
- Por supuesto que no. Estoy solo confundido. ¿No vas a dejar de sorprenderme nunca,
Abbey? – Parece desquiciado.
- ¿Es eso algo malo? – Intento comprender.
- Todo lo contrario. Pero me pones muy difícil mantener mi posición contigo. Se supone
que soy yo el experto en hacer que una mujer se enamore, no al revés. ¿Vas a destruir
definitivamente todos mis esquemas? ¿Vas a terminar por arruinarme por completo?
- ¿Significa eso que quieres que yo me enamore de ti, pero no quieres hacerlo tú de mí?
Eso es muy egoísta, Andy. – Me cruzo de brazos.
- Puede, pero es lo más seguro que conozco para seguir en pie. Ya has visto que mi vida
no es fácil. – Señala hacia su casa, donde hemos dejado atrás a su familia.
- Sí, he visto a una hermana que te adora, a Laura que parece ser como de la familia que
también, y a tu padre que sigue aquí, contigo y seguro está más que orgulloso de todo lo que haces
con la familia, Andy. No entiendo qué tiene de malo el amor que te dan, ni por qué sería tan malo
que te enamorases y dejases entrar a más gente en tu vida, en tu interior. – Por primera vez
estamos hablando de sentimientos, aunque no es como yo tenía planeado que sucediera. Pero algo
es algo. – Dime, Andy, ¿qué tiene el amor que te parece tan nefasto?
- Me sorprende que me hagas esa pregunta, Abbey. Nadie ha visto tanto de lo que se cuece
en mi interior como tú, pero ahora ya lo sabes. Acabas de verlo con tus propios ojos. Mi madre
nos abandonó justo cuando le diagnosticaron a mi padre ELA y lo hizo por un hombre más sano y
sobre todo con más dinero que mi padre, que perdió su trabajo, su estatus, su salud y a la mujer de
su vida en menos de un mes. He visto a mi padre llorar amargamente por ella, cada vez con menos
movilidad, cada vez con más dificultad al hablar, hasta acabar atrapado en su propio cuerpo,
presente y ausente al mismo tiempo. Sin poder siquiera poner nombre a sus frustraciones en voz
alta. – La tristeza más profunda se apodera de mí al oír eso. Debe ser una tortura horrible. – Dejó
a mi hermana, con solo siete añitos y con problemas evidentes de comunicación. Me dejó a mí, su
amado hijo, con una carga endiabladamente pesada sobre mis hombros con solo diecisiete años,
forzándome a dejar mis estudios, mis sueños y mi vida para trabajar de bar en bar para poder
mantener los costosos gastos de mi familia. No sabes, no tienes ni idea, el daño que el supuesto
“amor” de mi madre nos ha hecho a todos, especialmente a mí. – Agacho la mirada. – ¿Y quieres
que me enamore? No, Abbey, no puedo. – Sus palabras me desmoronan. – Sin duda lo haría de ti y
solo de ti si me permitiera tal licencia. Pero no dejaría de maldecirme cada día de mi existencia
por hacerlo.
- ¿Por qué? – Pregunto con ojos vidriosos.
- Porque tendría que vivir con la amargura de saber que en cualquier momento te perdería
para siempre. – Niego con la cabeza, porque no puedo hablar o lloraré. – Sí, Abbey. Puede que
sea tu madre, que en cuanto sepa que tú y yo nos vemos como nos vemos, hará lo que esté en sus
manos para separarte de un donnadie como yo. O puede que yo también desarrolle la enfermedad
de mi padre con el tiempo y te alejes para no tener que vivir ese calvario. O puede que
simplemente encuentres ese príncipe azul que siempre has tenido en mente…
- O puede simplemente que tú seas la única persona que me haga feliz de verdad, Andy. –
Consigo encontrar las fuerzas para hablar. Andy me mira angustiado. – Puede que solo contigo
haya aprendido la magia de ser libre, ser yo. Puede que no quiera renunciar a eso, a pesar de los
obstáculos. Al igual que tú no has renunciado a tu padre o tu hermana por muy duro que te lo haya
puesto la vida, Andy. Porque eso es amar de verdad, no lo que hacía tu madre. Y yo no soy ella,
Andy. – Jamás pensé que vería lo que mis ojos ven. Dos gruesas lágrimas resbalar por el rostro de
Andy, que sigue congelado. Al fin reacciona y se limpia las lágrimas con rabia. Sé que odia verse
así de débil, pero no lo es. Es todo lo contrario. – No importa que no me quieras, yo estaré aquí
para ti. Siempre, Andy, siempre. – Sus ojos se esconden de los míos, siente vergüenza de sentirse
así de frágil. – No puedo admirarte más de lo que lo hago ahora y jamás volveré a prejuzgarte
como lo hice al principio.
- No tienes que sentir lástima de mí. No quiero tu lástima, Abbey.
- ¿Lástima? No te confundas. Te volveré a gritar lo estúpido que eres cuando haga falta.
Lo que provocas en mí no es lástima. Es admiración y profundo respeto. Ninguno de los hombres
que he conocido te llega siquiera a la suela de los zapatos, Andy. – Al fin me mira, tocado por mis
palabras. – Y me da igual lo que diga mi madre, o si te enfermas o lo hago yo, o si acabas teniendo
un trabajo de éxito o sigues siendo camarero. Eres la mejor persona que he conocido. No solo por
lo que le das a ellos – señalo su casa – también por todo lo que me has dado a mí. Me has
devuelto mi libertad, Andy, te lo repetiré las veces que haga falta. Estoy en deuda contigo.
- Para, Abbey, te lo ruego. – La ansiedad crece en él, puedo verlo. No está acostumbrado
a esto.
- Sé que tu padre te diría lo mismo si pudiera. – Mis lágrimas me traicionan y salen de mis
ojos.
- Eso nunca lo sabremos. No sabes la de años que hace que no puedo tener una charla
padre-hijo con él. – Sacude la cabeza y lucha con todas sus fuerzas contra las lágrimas que se
agolpan en sus ojos. – Pensé que cuando vieras todo esto te perdería de una vez por todas. –
Piensa en voz alta. – Jamás pensé que me verías así.
- ¿Eso es lo que querías? ¿Perderme para siempre? – Gimoteo.
- No. Es lo último que quiero. Me ha costado un mundo abrirme, pero por otro lado me lo
habría hecho más fácil, Abbey. Te habría odiado y habría vuelto a mi zona de confort. Me sacaste
de ella hace tiempo, sin darme cuenta y ahora estoy solo en mitad de un enorme terreno que no
conozco y me asusta.
- Estoy aquí, contigo. – Le acaricio el rostro. Andy me abraza al final con fuerza.
- No te vayas. No me dejes solo. – Susurra.
Cuando lo noto más calmado, decido hacer lo mismo con Andy y me abro a él. Le cuento
mi tortura emocional desde que pasó lo de Elsa y su respuesta es darme un tierno y profundo
abrazo.
Siente cada uno de los horribles momentos que le narro como si fueran suyos también y
termina por acariciar mi rostro y sugerirme que lo mejor para poder pasar página es que vaya a
Washington, a la casa de Elsa y enfrente de una vez el pasado.
Dice que él vendrá conmigo. Que no estaré sola. Y yo me muero de amor entre sus brazos
al comprender que al fin tengo a alguien tan importante, un fuerte apoyo en mi vida.
Paso a paso

Mi nueva rutina me encanta. Desde que Andy y yo nos abrimos el uno al otro vivimos en
una especie de nube en la que nos resulta hasta imposible pelear como solíamos hacerlo antes. Por
más que a veces yo lo provoque, o lo haga él, acabamos muertos de la risa y de lo más cariñosos
el uno con el otro.
No hemos vuelto a hablar de sentimientos. No volveré a presionarle tanto en ese aspecto.
Lo que me ha dado vale más que mil palabras. Más por ejemplo que los cientos de mensajes que
he recibido de Dylan diciendo que me quiere y que quiere recuperarme y que yo he ignorado y
ocultado a Andy. No quiero volverlo más inseguro. Quiero que siga dando pasos, aunque
pequeños hacia adelante conmigo.
Eiden ha empezado a trabajar conmigo como mi ayudante. Trabajamos juntas en mi casa
por las tardes y la cosa está funcionando genial entre las dos. Mis padres la adoran, aunque no
saben que es la hermana de Andy y lo dejaré así, por ahora. Mi madre está extraña desde que
volvió de su último viaje. Parece metida en sus cosas y no me presta tanta atención como antes.
Me alegro.
Lo que llevo peor es el trabajo de Andy, pero también lo callo para mí. Odio la
inseguridad que aún siento hacia él. Sé que me prometió exclusividad mientras siguiéramos
sintiéndonos tan bien el uno con el otro. Pero también sé lo que Andy provoca en las mujeres y lo
insistente que pueden llegar a ser algunas.
Lo bueno es que siempre acaba apareciendo por mi habitación después de trabajar y me
demuestra de la mejor manera que él sabe, a través del sexo, que soy yo quien sigue poniéndole a
cien.
También está muy agradecido por haberle encontrado trabajo a Eiden. Él pensaba que su
hermana lo tendría más difícil por su problema de comunicación. Pero dado que yo ya me llevo
muy bien con el lenguaje de signos, no es un problema en absoluto. Y el sueldo de Eiden está
contribuyendo enormemente a que Andy se libere un poco de tanta carga familiar.
De hecho, recientemente ha pedido los domingos libres en el trabajo y su tío Mike se los
ha dado con gusto. Eso ha hecho que nuestra rutina también se anime un poco. Los sábados suelo ir
a bailar a La Nave con Cole, Mario, Lillian y Gran Harry, mientras nos aprovechamos de que mi
hermana está en la barra y las copas gratis llegan sin cesar a nuestras manos. También disfrutamos
del exquisito gusto musical de Andy. Hemos conocido también al atractivísimo tío de Andy, Mike,
de unos cuarenta años y que es la viva imagen de Andy, pero de traje y con unos añitos más. ¡Por
favor, quiero un padre para mis hijos así!
Cada sábado, nos quedamos hasta el cierre. Después Andy y yo nos vamos juntos en su
moto a su cabaña. Follamos como salvajes hasta bien entrada la mañana y despertamos casi al
anochecer del domingo, momento en el que vuelvo a mi casa y aparento normalidad frente a mis
padres.
Mi trabajo va viento en popa. Mi situación con Andy también. Mi madre ha dejado de
entrometerse, más o menos y estoy en el maldito momento más feliz de mi vida.
Hoy es sábado. Voy a ver a trabajar Andy en la Nave. Desde la distancia, como siempre.
Lo conozco bien y no le gusta nada que el resto de la gente vea su debilidad: que no es otra que yo
misma. Sigue manteniendo intacta su reputación de donjuán ante el ojo público. Solo Cole y
compañía saben que Andy es ahora mismo únicamente mío. Y, gracias al cielo, no han hecho
mucha burla de ello o Andy perdería los nervios en el acto.
Esta noche, cuando Andy termine de trabajar, me llevará a la cabaña de su padre cerca del
parque de la Secuoya. Dice que no quiere aburrirme haciendo siempre lo mismo y yo no he
replicado. Me gusta ese lugar y creo que puede ser genial para los dos estar un rato aislados.
Bajo los escalones de casa lista para salir y veo a mi madre esperándome. No me gusta su
expresión. Creo que ha vuelto a las andadas.
- ¿Vas a salir? – Pregunta y yo asiento intentando no darle conversación. Paso por su lado
y cojo mi bolso y las llaves. – No vuelvas muy tarde mañana, he invitado a Dylan y a su madre a
merendar. – Me quedo congelada y me vuelvo para dedicarle una mirada diabólica. – El chico
está de permiso, está muy recuperado y quiere verte.
- Me da exactamente igual. Yo tengo planes para mañana y no volveré hasta la noche. –
Bramo.
- Mucho me temo que si haces eso te retiraré la paga que te da tu padre, Abbey. – Me río
con ironía.
- Ni siquiera lo sabes, ¿verdad? Estoy trabajando. Llevo unas semanas haciéndolo y ya no
cojo la paga de papá. – Mi madre se sorprende. – Pero tú has estado ausente y de acá para allá
todo el tiempo. Así que ya ves. No puedes chantajearme con dinero.
- Abbey, por favor. Solo será un ratito. Hazlo por mí. – Ahora parece pequeña. No estoy
acostumbrada a verla así, pero será otra de sus muchas tácticas de persuasión.
- Lo siento, mamá, ya te he dicho que tengo planes. – Me voy y me sorprende ver que mi
madre no vuelve a insistir.
Cole pasa a recogerme en su furgoneta, porque Serena siempre se va a La Nave en nuestro
coche con más antelación para prepararse para el trabajo. Sé que mi madre puede ver desde la
ventana a mi nuevo grupo de amigos. La veo observar con tristeza como me alejo con todos ellos
en la furgoneta de Cole y me pregunto cómo sería mi vida si mi madre me apoyara un poco más
para alcanzar la felicidad.
Siempre hemos estado muy unidas. Siempre se ha sentido orgullosa de mí. Siempre hemos
sido un equipo. Ahora, no podemos estar más alejadas la una de la otra. Es doloroso, pero he
comprendido que necesario para mí en este instante de mi vida.
Llegamos a La Nave y automáticamente Cole presiona a Serena para llenar nuestras manos
de cerveza fresca. Creo que en estas últimas semanas he bebido más cerveza que en toda mi vida.
Bailamos y nos reímos durante horas. De vez en cuando, miro desde lejos a la cabina del
DJ, donde mi hombre estará trabajando. He aprendido a guardar las distancias en público con él
para no ponerlo bajo más presión emocional de la que ya tiene con tanto cambio en nuestra
relación personal, pero a veces tengo la tentación de ir a verlo, aunque solo sea trabajar, y
deleitarme con la vista. En unas solo semanas de relación más íntima he aprendido a amarlo más
que a nada ni nadie.
Siento que ya nadie puede convencerme de que Andy Stone no es merecedor de mi cariño.
Nadie sabe lo que yo sé.
En torno a las tres de la madrugada ya siento que el alcohol me hace reír más de la cuenta,
aunque no hace falta mucho alcohol para desternillarse ante la estampa del enorme culo del Gran
Harry meneándose al más puro estilo Shakira. Es adorable.
Un chico que no conozco de nada se acerca sigilosamente a mí y comienza a bailar
conmigo, al principio disimuladamente, pero poco a poco más descaradamente. Me resulta
chistosa su forma de querer ligar. Yo sigo bailando como si no me diera cuenta de sus intenciones,
manteniendo un poco las distancias, pero sin excluirlo del todo. No está haciendo nada malo, a
pesar de la miradita de advertencia que me lanza Cole, que parece un guardaespaldas de Andy
contratado para asegurarse de que me porto bien. ¡Es ridículo! ¡Solo estamos bailando!
Es cierto que el chico es un poco obtuso y no se percata de mi desinterés, incluso
habiéndole quitado su mano de mi cintura en varias ocasiones.
De repente, noto de nuevo el brazo en mi cintura, pero esta vez con más fuerza. Me gira y
unos labios se estampan con virulencia sobre los míos. Forcejeo, pero me doy enseguida cuenta de
que es Andy. ¿Estaba espiándome por las cámaras? Cole y el Gran Harry lo vitorean mientras nos
damos un beso de película en el centro de la pista de baile. Andy se separa de mí al cabo de unos
intensos minutos y me mira con su típica cara de matón a sueldo.
- Espero que esto sea suficiente señal para el moscón ese del infierno. – Farfulla. Yo me
desternillo de la risa. – ¡No te rías y recuerda nuestro maldito trato, Abbey! – Refunfuña. – Si
tengo que partirle la cara a algún estúpido me quedaré sin trabajo y no puedo permitírmelo, joder.
- Creo que exageras. – Susurro acariciando su rostro.
- ¡Y una mierda exagero! Mejor será que te vengas conmigo hasta que termine mi turno. –
Dice tirando de mí por mitad de la pista de baile.
- ¡Pero, estaba bailando con nuestros amigos! – Protesto mientras me dejo llevar por él.
En el fondo tenía ganas de pasar un rato con él, aunque no me apetece verlo gruñir lo que queda de
noche.
Cuando llegamos a las escaleras de la cabina del DJ, Andy le dice al chico de seguridad
que va a subirme allí. El chico asiente y a mí me entra el pánico al ver las escaleras. Recuerdo
que una vez las subí, pero me cegaban los celos en ese momento y no me paré a pensar lo que
hacía. Andy vuelve a cogerme de la mano para subir los escalones y yo me quedo parada y pegada
al suelo. Se gira para ver qué pasa y lo comprende enseguida al ver mi rostro.
- Eh, bonita, no pasa nada. Solo son cuatro escalones. – Yo niego con la cabeza. – Vamos
pequeña, ya lo has hecho antes. Puedes hacerlo. – Intenta animarme. Lo miro frustrada porque
ahora mismo no encuentro las fuerzas. – Está bien, si subes, te dedicaré una canción solo a ti,
¿trato? – Mi corazón golpea con fuerza.
- ¿Una canción? – Pregunto ilusionada.
- Eso es. Una canción y te la dedicaré por el micrófono. – Me sonríe y me tiende la mano.
Tras unos segundos poso mi mano en la suya y pongo el pie en el primer peldaño. No pasa nada.
Pero al subir el segundo, me siento mareada y cierro los ojos con fuerza.
- Espero que no sea la Macarena o te las haré pagar. – Protesto ante la horrible sensación.
Oigo su risa.
- Mírame, ya solo te quedan dos más. – Lo miro con horror. – No será la Macarena, lo
prometo. – Tira de mí al llegar al tercer peldaño y me aprisiona entre sus brazos para evitar que
me caiga al suelo en la cima de las escaleras. – Muy bien, valiente. – Me da un beso en la punta de
la nariz.
- Eso no tiene nada de valiente. Más bien me siento absurda.
- Ven aquí. – Me lleva hasta el centro de la cabina, tapada hasta la mitad por un cristal
negro, pero de cintura para arriba el cristal es transparente y se ve toda la pista de baile desde la
odiosa altura de su cabina. A un lado está la mesa de mezcla. – Desde aquí puedo vigilarte bien
cada vez que vienes, ¿ves? – Asiento mientras me obligo a seguir mirando el gentío desde alto,
pero siento mis tripas revolverse. Vamos Abbey, contrólalo de una vez. – La semana que viene
iremos a Washington. He comprado los billetes de avión. – Dice y me giro para protestar, porque
él no tiene por qué hacer ese gasto por mí, pero lo encuentro con el micrófono en la mano y me
callo. – La próxima canción voy a dedicársela a Abbey Lynx – dice y me pongo roja como un
tomate, especialmente cuando veo a la masa mirar a donde yo estoy. Retrocedo dos o tres pasos
hasta que dejo de estar en el punto de mira – por ser la mujer más increíble, guapa, sexi,
inteligente, divertida y a veces insufrible del planeta – Le saco la lengua y Andy se ríe. – Lo siento
por el que estuviera planeando ligársela hoy, pero creo que esta noche esta mujer está a punto de
caer en mis redes. Al menos lo intentaré con esta hermosa canción llamada “You do something to
me” de Paul Weller – Un blues sensual comienza a sonar y me quedo mirando a Andy como una
tonta. Se acerca a mí y me pone los brazos en su cuello, mientras me guía en un baile lento y hasta
diría que romántico. Escucho el mensaje de la canción “Tú haces algo maravilloso, algo muy
dentro de mí…”
Como era de esperar acabamos besándonos y metiéndonos mano allí, en la mismísima
cabina del DJ. Gracias al cielo tiene la profundidad adecuada para escondernos del ojo público.
Una hora después y tras habernos tomado una cerveza con los chicos, nos despedimos y
nos dirigimos a su casa rural en su moto. Me aprieto a su cintura más que nunca, siento una presión
tan intensa en el pecho al sentir su calor, oler su aroma… y las estúpidas maripositas en el
estómago… Estoy coladita por él como una tonta.
Llegamos a la casa rural, Andy saca algunas bolsas con comida del maletín de la moto y
me lleva de la mano hasta el interior.
- Es raro que nunca hayas tenido miedo al montar en moto. – Me dice al abrir la puerta
principal y eso me hace pensar en que tiene razón.
- Pues… es verdad… será porque no lo he pensado antes. ¡Joder, Andy, para qué me dices
nada! ¿Y si ahora no puedo subirme para volver a casa? – Le golpeo en el hombro y él se ríe. Al
entrar en la sala principal, veo que Andy ha estado aquí antes. Al menos alguien ha puesto un
colchón gigante en el centro de la estancia, justo delante de la chimenea y ha colocado tres
lamparitas con velas alrededor de la estancia, aunque están apagadas.
- ¿Has traído a alguien aquí recientemente? – Pregunto temerosa de oír la respuesta. Andy
me dedica un gesto de disgusto.
- ¡Tú sí que sabes cómo arruinar un detalle de un hombre por ti! – Se queja y me tapo la
boca inmediatamente.
- ¿Has hecho esto por mí? – Andy asiente muy serio. No puedo creer la metedura de pata
tan enorme que acabo de cometer. – ¡Oh, nene, lo siento! – Me abrazo a su cuello y lo besuqueo
por todo el rostro. Maldita sea… ¿he dicho “nene”? Me pongo roja y escondo mi cara en su
pecho.
- Ahora no te escondas y repite eso. – Me pide y yo sigo con la cara enterrada en su
pecho.
- Lo siento, te creo. Sé que lo has hecho por mí. – Desvío el tema. Andy me coge de la
barbilla y me obliga a mirarlo.
- Me refería a que repitieras la forma en la que me has llamado, “nena” – El muy maldito
se está burlando de mí y yo intento mirar para otro lado, pero no me deja. – ¿Y bien, “nena”? ¿Me
llamas así para no confundirte con mi nombre, “nena”? – Pregunta con voz seductora y grave
mientras avanza hacia mí y me hace a mí retroceder.
- No, yo no…
- Ese truco es mío, bonita. No me ningunees o te las verás conmigo. – Su amenaza está
carente de maldad, pero llena de deseo y sobre todo de ganas de jugueteo. – Has herido mis
sentimientos dos veces y acabamos de llegar. – Susurra mientras cuela sus dedos por debajo de mi
estrecha falda y la levanta hasta enrollarla en mi cintura.
- Lo siento mucho, Señor Stone. – Respondo con voz provocativa aleteando mis pestañas.
Andy suspira y toma en sus manos mis dos largas trenzas con las que hoy me he peinado.
- Así está mejor, Señorita Lynx. Me encantan estas trenzas, te dan un aspecto inocente.
Aunque yo te conozco bien y sé que es solo una máscara. Quítate la chaqueta y ponte cómoda. Voy
a acondicionar nuestro santuario del pecado. – Ordena y se da media vuelta para encender las
velas. Con mucho gusto me quitaría la ropa ya, pero en cuanto me quito la chaqueta me muero del
frío. Andy me ve tiritar y sonríe. – Será mejor que encendamos también la chimenea. – Dice.
Después de encender la tercera lamparita y cerrarla, pasa por mi lado, me da un beso de
película y se dirige a la chimenea para encender el fuego. Un precioso y anaranjado fuego llamea
con fuerza un par de minutos después. Siento el calor enseguida en mi piel. Antes de que se dé la
vuelta y me mire, me despojo de mi ropa y me quedo en ropa interior. Hace mucho que no uso
ropa interior de marca y sofisticada, pero por la cara que pone Andy al verme, creo que no le
parece mal, todo lo contrario.
- Ya está el ambiente caldeado, Señor Stone. – Andy suelta todo el aire de los pulmones y
se acerca a mí lentamente.
- Ya veo, muy caldeado, Señorita Lynx.
No tardamos en buscar nuestros respectivos cuerpos y acabamos teniendo sexo sobre el
improvisado “santuario del pecado”, como Andy lo ha llamado. Nada muy precipitado, más bien
lento y delicioso. No es la primera vez que lo hacemos así y, siempre que sucede, tengo la
impresión que quiere confesarme algo íntimo a través del sexo.
Cuando terminamos, nos recostamos abrazados y comentamos algunas anécdotas
divertidas de cosas que hemos vivido con nuestros amigos. Creo que me duermo antes que él,
desgraciadamente, pues el plan era tener una noche más llena de sexo. Pero me siento tan relajada
y tan en paz que no puedo evitarlo.
Por la mañana soy la primera en despertar. Andy duerme como un niño a mi lado y
aprovecho la ocasión para contemplarlo bien. Me vuelve loca todo en él. Absolutamente todo. Me
encantaría ser capaz de enamorar a este hombre y creo que estoy a mitad de camino de
conseguirlo. Solo espero que no hagamos ninguno de los dos nada que lo estropee.
Cuando ya lo he observado durante bastante tiempo dormir, decido colarme por debajo de
las sábanas y comienzo a juguetear con su miembro, que responde en el acto a mis agasajos con
una enorme erección. La introduzco en mi boca antes de que Andy despierte y lo escucho gimotear,
en un estado aún semi inconsciente. Sus manos se aferran a mi pelo y yo comienzo a moverme con
más fuerza, sintiéndome poderosa por tener a la fiera bajo control por la tortura de mis labios. Mi
lengua acompaña la tortura con caricias sobre el vértice de la misma y a su alrededor.
- Abbey… joder, pequeña… ¡Ahh! – Gime con fuerza al notar mis dientes recorrerlo. –
Bonita, si no paras voy a… ¡Abbey! – Siento los fluidos de Andy en mi boca y me los trago
sintiéndome victoriosa. Ha sido rápido y fácil. Andy me observa con sorpresa mientras yo limpio
los restos de él en mis labios y me los introduzco en la boca. Pone los ojos en blanco y deja caer
su cabeza hacia atrás. – Eso ha sido demasiado bueno…
- Tenía hambre. – Respondo con picardía. De repente, Andy se incorpora y se lanza sobre
mí.
- Pues yo también. Es la hora de mi desayuno. – Andy me besa con ganas, sin importarle
notar su propio sabor en mis labios, después desciende por mis pechos y mi vientre hasta llegar a
mi sexo. Estoy tan impaciente que casi me corro en el instante que su lengua comienza a juguetear
con mi clítoris.
No me hace falta mucho. Ni siquiera le da tiempo a introducir algún dedo en mí.
Simplemente con varios de sus movimientos certeros con esa lengua celestial consigue que llegue
al orgasmo en menos de dos minutos. Andy me observa complacido con su labor mientras yo
recupero la respiración.
- Gracias. – Le digo de corazón. Necesitaba algo así.
- Estamos para complacerla, Señorita Lynx. Vamos a comer algo, anda.
Desayunamos juntos en la parte trasera de la casa. Andy prepara café para ambos y
comemos algunos donuts que él ha traído consigo.
Después de desayunar, vamos al lago juntos y nos bañamos, esta vez desnudos. Volvemos
a tener sexo en el agua. Es maravilloso el sexo en mitad de la naturaleza y completamente
desnudos.
Después del baño, Andy coloca algunas mantas sobre el verde césped y nos secamos
desnudos al sol. Andy también trae una vieja guitarra que guarda en la cabaña consigo y comienza
a canturrear algunas canciones que no he escuchado nunca mientras que yo disfruto con los ojos
cerrados del sol, la naturaleza y su preciosa voz.
- Y si todo acabase aquí, si el cielo te reclamase para volver con el resto de los ángeles,
porque yo soy solo un demonio en el destierro – canta y abro los ojos para verlo – si todo es un
sueño y nada de esto es sincero – continúa mirándome y yo me siento para escuchar esa
maravillosa canción con mis cinco sentidos – solo me quedaría cantarte una canción, con un
mensaje prohibido, con las palabras que no debo… Te aburro, ¿verdad? – Interrumpe la canción
de repente.
- ¡No digas tonterías! ¡Sigue! ¡Me encanta!
- Solo me quedaría cantarte una canción – vuelve a retomar – con un mensaje prohibido,
con palabras que no debo nombrar, con un corazón pendenciero, corazón que solo es tuyo, porque
te quiero. – Sus últimas palabras se diluyen con el aire que nos separa, pero las he oído y las he
sentido, aunque solo sea una canción.
- Es preciosa. ¿De quién es? – Pregunto emocionada.
- Mía. – Responde sin mirarme a los ojos y encogiéndose de hombros.
- ¿En serio? ¡Me encanta! Es mi canción favorita de todos los tiempos, Andy. – Le grito
emocionada, poniéndome de rodillas y buscando con insistencia su mirada avergonzada. – No
puedes sentir vergüenza de algo tan bello, ¡no seas bobo! – Le regaño. Andy me mira y sonríe.
- ¿De verdad te gusta?
- ¡Te lo he dicho! ¡Es la canción más bonita que he oído en mi vida, Andy! – Se ríe porque
sé que piensa que soy una exagerada. No lo soy. – Tiene que verte alguien, Andy. Tu talento no
puede ser desperdiciado de esta manera. – De pronto se me ocurre una idea. Algo que llevaba
planeando por mi mente desde que conocí al padre de Andy y supe de su dura realidad. – ¡Voy a
organizar un concierto tuyo para que toques tus canciones! ¿Lo harías?
- Abbey, no digas tonterías. En ningún lugar me van a dejar tocar si no son versiones.
Nadie quiere oír canciones de un desconocido.
- ¡Eso es porque no han oído esta canción tan maravillosa! Hablaremos con tu tío Mike.
Puedes hacerlo en La Nave.
- Abbey, para medio llenar ese sitio necesitamos cuatrocientas o quinientas personas. ¿De
dónde vamos a sacar tanta gente?
- Eso déjamelo a mí. – Sonrío y sé que puedo hacerlo. Tengo ahora mismo un montón de
seguidores en mi canal de YouTube, creo que casi trescientos mil. – Por cierto, ¿cómo se llama
esa canción? – Andy vuelve a mirar para otro lado. ¡No entiendo cómo puede avergonzarse de esa
maravilla!
- Bonita. – Contesta simplemente, se levanta y se va.
Yo me quedo simplemente en estado de shock. ¿La ha escrito pensando en mí? Espera,
espera, ¿ha dicho te quiero en la canción? ¡Oh, sí! ¡Lo ha dicho! ¿Sí? No sé, ¡mierda, mierda! Sí,
sí que lo ha dicho. Pero, a lo mejor no va por mí…
Abbey, lo ha dicho. Ha dicho te quiero y ha salido corriendo porque está asustado y
porque tú no te has dado cuenta de que se te estaba declarando.
Me abrazo las piernas y me quedo un rato mirando al horizonte. ¿Debería confesarle que
yo también le quiero? Dios mío, si hago eso y la canción es realmente una declaración de amor
voy a estropearlo todo. ¿Qué hago?
Andy aparece al cabo de un rato de soledad conmigo misma y me trae un cóctel sin
alcohol. Le miro y le sonrío.
- Gracias. – Digo y observo aliviada que se sienta junto a mí. Menos mal ahora lleva
pantalones o me distraería mucho.
- Vale, haré ese concierto si tanto crees en mí. – Dice de repente, olvidándose por
completo del mensaje que me ha dado en su canción y que me está volviendo loca por dentro. Yo
no puedo dejar de pensar en esa letra ahora mismo. Asiento y vuelvo a mirar al horizonte,
intentando recordarla. – ¿Te pasa algo? ¿He hecho algo que te haya molestado? – Lo miro y veo el
pánico en sus ojos.
- ¡¿Qué?! ¡No! Solo… yo pensaba…
- ¿En qué? – Pregunta nervioso. Me muerdo los labios. – Abbey, dímelo. Por favor.
- Quiero tener esa canción. ¿Puedes grabármela? – Pregunto con voz tímida apoyando mi
cabeza en mis rodillas, evaluando su reacción. Andy carraspea.
- Eh, claro. Si la quieres puedo grabarla medio en condiciones en casa. – Sonrío, pero él
sigue tenso. – Pero no estoy preparado para que nadie que no seas tú la escuche, así que tienes
prohibido mostrarla. – No puedo evitar reírme ante su testaruda forma de sentirse ridículo con
cualquier cosa que tenga que ver con el romanticismo. – ¡Lo digo en serio, Abbey! – Me abalanzo
sobre él y lo tiro de espaldas sobre el césped para besarlo con ganas muerta de la risa.
- Te quiero, bobo. – Ya está. Lo he dicho. La sonrisa se le borra de la cara en el momento
en que su cerebro procesa la información.
- ¿Por qué dices eso? – Pregunta asustado. Me incorporo y me siento, alejada de él.
Sintiéndome estúpida por haberme precipitado tanto.
- No sé. Me ha salido. – Me defiendo sin mirarlo.
- ¿Te has sentido obligada por mi parte? ¿Es eso? No debí tocar esa maldita canción. No a
ti. ¡Ahora te sientes como si estuvieras en deuda conmigo y eso es una mierda! – No puedo creer
que se enfade porque le diga que lo quiero.
- ¡No digas estupideces! ¡Lo he dicho porque me ha dado la gana! ¿Y qué pasa con la
maldita canción? ¡Es solo una canción! – Me pongo en pie en cuanto soy consciente de que me voy
a echar a llorar pronto.
- ¡No es solo una jodida canción, Abbey, lo sabes! ¡Es una puta declaración personal de
mis mierdas internas! ¡De todo lo que me está volviendo loco y a veces no me deja ni respirar! Es
una confesión de que me convertido en todo lo que nunca he querido ser por culpa tuya. – Estallo
en llanto sin poder evitarlo y salgo corriendo en dirección a la casa rural, para que no me vea de
esta manera. ¿Por qué tiene que arruinar hasta nuestro primer “te quiero”? ¿Siempre va a ser igual
de duro para mí llegar hasta él? – ¡Abbey, eh, ven aquí joder!
No hago caso a su llamada y entro en la primera habitación que encuentro y cierro con
pestillo. Es la habitación en la que Serena y Lillian durmieron cuando estuvimos aquí aquella vez
todos juntos. Me tiro sobre la enorme cama que hay en el centro de la habitación y me echo a
llorar como una niña.
Llevo mucho tiempo conteniendo muchas, demasiadas emociones. Y ahora todas se
agolpan en mi garganta, tratando de salir. No tardo en oír unos golpes en la puerta.
- ¡Vete! ¡Déjame! – Le grito presa del llanto más agónico.
- No, pequeña, ábreme la puerta, por favor. – Me pide con voz de corderito, pero yo sé
que solo es para que le abra y me diga que nos vamos. Me dejará en la puerta de mi casa y no nos
volveremos a ver más. Es lo lógico. Es lo que debería pasar. No podemos fingir que lo que acaba
de pasar no ha pasado y yo no puedo volver a mirarlo de la misma manera.
- ¡Vete! ¡No quiero verte más!
- No digas eso… Abbey, perdóname, te lo suplico. Me he puesto muy nervioso y… lo he
pagado contigo. Pero no quiero que te alejes, tú no…
- ¡¿Por qué no?! ¡No vamos a poder nunca vencer el maldito miedo que nos tenemos, el
maldito miedo de que esto sea lo que tú no quieres que sea!
- No puedo perderte. Abbey, ya sabes por qué.
- No, no lo sé. Y me estás volviendo loca – lloro con más fuerzas.
- Lo sé y lo siento. Pero tienes que entender que no estoy acostumbrado a esto, no soy
capaz de dar rienda suelta a lo que siento. En mi vida he sentido antes algo así. Abre la puerta,
Abbey, por favor. Me estoy sintiendo de lo más ridículo diciendo por primera vez a alguien que no
quiero vivir sin ella mientras que parece que hablo con una puerta. – La respiración se me corta.
Me quedo en silencio y vuelvo a dudar de si acabo de tener alucinaciones. – ¿Abbey? Te lo
suplico, bonita, abre… – en ese momento abro la puerta, envuelta en las sábanas de la cama y
nuestras miradas al fin se enfrentan. La suya parece totalmente perdida, la mía está llena de
lágrimas, pero también de dolor por su trato. – ¡Eh! – Enmarca mi rostro con sus manos y me besa
la frente. – No llores, por favor. Perdóname. Lo siento mucho. Soy un torpe, lo sé.
- Ambos lo somos. – Miro al suelo. – Creo que acabamos de estropearlo todo.
- ¡No digas eso, ¿me oyes?! Mírame, Abbey. – Lo hago y vuelven las lágrimas. – No dejes
que mi estupidez te haga sentirte mal cuando lo único que has hecho es enseñarme a abrirme.
- Te he convertido en todo lo que no querías ser, ¿no es así? – Reproduzco sus palabras.
- Eso lo he dicho sin sentirlo. Abbey, no quería. Por nada del mundo quería ablandarme.
Pero no he tenido elección. Simplemente eres lo mejor que me ha pasado. Y estoy absolutamente
convencido, aunque te diga las cosas que a veces te digo, pero es como siempre he actuado con
todas las mujeres que se han querido acercar demasiado. No puedo ni quiero pensar en qué pasará
cuando te pierda. Cuando tu madre o cualquier otra persona te aleje de mí. O yo mismo por no
saber controlar mis miedos. Pero desde luego, no te voy a perder sin haber luchado antes. Así que
no voy a dejar que una simple “canción” te aparte de mí. – Me duele que use el término “canción”
y no lo que realmente ha dicho, “te quiero”.
- ¿Simple canción? ¿Es solo eso o es que te sigue costando la misma vida decir lo que
sientes? – Andy agacha la mirada.
- No puedes hacerte una miserable idea, Abbey.
- No voy a dejar que me vuelvas loca, Andy. Yo he sido honesta y te he dicho lo que siento
y necesito que tú también lo hagas. – Le amenazo apuntándole con mi dedo.
- Abbey, solo has dicho lo que pensabas que yo necesitaba escuchar. – Trago saliva, ¿en
serio piensa que lo he dicho por eso? – Una mujer como tú jamás amará a un hombre como yo. No
quiero que vuelvas a decirme algo así porque me veas débil y creas que eso me ayudará a
sentirme mejor.
Debería explicarle que no ha sido así. Que realmente estoy enamorada de él. Pero él no
me ha dejado claro en ningún momento que la canción fuera para mí, y si lo es, tampoco me ha
reafirmado sus sentimientos. Quizá la escribió en un momento de confusión. Quizá haya
confundido gratitud con amor. Eso pasa constantemente. Yo también he creído amar a muchos
chicos y no ha sido así. Ahora que sé lo que es el amor estoy convencida de que no he amado a
nadie como a Andy Stone.
Al final decido callarme y dejarle pensar esa estupidez.
- Estoy muy confundida, Andy. Quiero irme a casa. – Le pido. Necesito un rato a solas,
lejos de él, para pensar en toda esta locura. Andy se muestra dolido por mis palabras.
- Bonita, no hagas esto. No me alejes. Yo… oye, te he pedido perdón. – Se frota la frente
visiblemente estresado. – Yo… yo… ¡joder, esto es demasiado complicado para mí!
- Andy, no me estoy alejando, solo necesito un momento a solas conmigo misma para
pensar.
- ¡No tienes nada que pensar! ¡Nuestro pacto sigue en pie, ¿me oyes?! – Ha vuelto a perder
el control.
- No he dicho lo contrario, Andy.
- ¡Sí! ¡No soy imbécil! Vas a alejarte de mí y a buscar una excusa para dejarme porque te
has cansado de mis historias, ¡lo sé perfectamente! Ya te conozco bastante, Abbey.
- Andy, si esto no es más que un maldito juego para ti, regido por un estúpido pacto,
significa que por más que lo intente, no tengo manera en el mundo de poder llegar a ti. – Mis ojos
se vuelven a humedecer y vuelvo a intentar salir corriendo de él, pero Andy me aferra de la
cintura desde la espalda y me aprieta contra él. Siento su respiración más que ruidosa en mi nuca,
como si estuviese a punto de llorar.
- Si la hay. De verdad que la hay. Solo necesito un poco más de tiempo, solo eso. Por
favor, Abbey. Te lo suplico.
Nos quedamos así, abrazados, aunque yo estoy de espalda a él, durante largos minutos.
Hasta que al fin ambos nos calmamos, nos fumamos un cigarrillo en la parte delantera de la casa y
después decidimos volver a casa.
La voz del silencio

Andy aparca su moto tras unos matorrales que nos cubren muy cerca de mi casa. El final
de nuestra bonita escapada del fin de semana se ha visto empañado por un incómodo silencio los
minutos antes a que decidiéramos volver.
No sé qué me voy a encontrar cuando mañana amanezca y estoy aterrada porque presiento
lo peor.
Me bajo de la moto y me quito el casco, evitando su mirada. Me sorprende que él también
se quite el suyo. Creí que se iría sin más y huiría de esta situación tan carente de palabras entre los
dos.
- ¿Estás más tranquila? – Me pregunta y trato de fingir que sí con el gesto de mi rostro.
- Sí. Gracias por todo. – Frunce el ceño ante mis palabras.
- Estás sonando a despedida, Abbey. – La respiración se me acelera al oír esa maldita
palabra.
- No es verdad. Solo estoy cansada. Necesito descansar bien. Mañana tengo que madrugar
y ya se ha hecho de noche, debería irme. – Mi máscara de serenidad comienza a desquebrajarse,
lo noto. Andy me dedica un gesto de malestar.
- ¿Puedo llevarte al trabajo mañana? – Me pide y me sorprende.
- No quiero hacerte madrugar. No te preocupes.
- Insisto. – Dice con firmeza. Suspiro.
- Está bien. – Le sonrío.
- Conseguiré ser más o menos normal, Abbey. – Coge mi mano y tira de mí para obligarme
a besarlo. Lo hago con gusto. – No quiero que lo pases mal por mi culpa. – Parece mortificado.
- A mí me gusta cómo eres. – Confieso. Andy medio sonríe. – Te veo a las ocho y media
mañana. – Vuelvo a besarlo, en esta ocasión más tranquila y me vuelvo para ir a casa.
- ¡Abbey, vuelve aquí! – De repente, noto que Andy tira de mí y vuelve a esconderme
entre los matorrales. – ¿Qué hace ese cabrón malnacido en tu casa? – Refunfuña entre dientes.
Entonces miro a mi casa y veo salir de ella a Dylan y a su madre, que se despiden acaloradamente
de mi madre. – ¡Lo voy a matar, lo juro! – Andy baja de la moto, con la intención de matar a
Dylan, pero yo lo detengo poniéndome delante de él. Parece como si saliera humo de sus fosas
nasales.
- No hagas una estupidez, Andy.
- ¡Ese maldito necesita que alguien le deje claro que tú ya no estás a su alcance, Abbey!
- Yo me encargaré de eso. – Intento serenarlo.
- ¡No! ¡Tú no te vas a acercar a él, ¿entiendes?! – Siseo para que se calme.
- No lo haré. Pero tú tampoco. Le ignoraremos y se cansará.
- ¿Te ha estado llamando o escribiendo? – Agacho la mirada – ¡Dímelo, joder!
- Me ha escrito algún mensaje, pero no le he contestado.
Al fin oigo el coche de Dylan arrancar y me giro para comprobar que efectivamente se ha
ido.
- Si vuelve a hacerlo quiero que me lo digas, ¿de acuero?
- No recuerdo que esa regla esté en nuestro pacto. – Le desafío. Andy parece más
endemoniado todavía con mi respuesta. – Cumpliré mi parte, que es que no habrá nadie más
mientras nuestro juego dure. Pero nada de numeritos, Andy, y menos frente a mi casa, o
volveremos al pacto inicial en el que tú y yo podíamos hacer lo que quisiéramos con nuestra vida.
– Le amenazo, porque de alguna manera necesito que me dé señales de si estamos avanzando,
aunque sea lentamente o no.
- Eso ni hablar. ¿Puedo confiar en ti?
- ¿Y yo en ti? – Me defiendo.
- ¡Juro por mi padre que no romperé el trato, Abbey! – Le doy un último beso y decido
marcharme antes de que su impulsividad y mal humor lo eche todo a perder.
Cuando entro en casa me encuentro a mi madre de lo más sonriente en la cocina. Yo la
saludo con pocas ganas y pretendo irme a la cama, pero ella me frena.
- Dylan acaba de irse. – Me dice y la ignoro. – Bueno, ya veo que de eso no quieres
hablar. A lo mejor te interesa hablar de un regalito que tienes esperando a ser entregado y que sé
que te hará mucha ilusión. – La miro extrañada.
- ¿Un regalo? ¿Un regalo por qué?
- ¿Es que mi hermosa niñita no se merece un regalo? – Pregunta acariciándome el rostro.
Yo sigo confundida con sus declaraciones. – Tú te mereces todo lo mejor, Abbey. Yo solo quiero
que lo tengas, nada más. No soy tu enemiga ni nada por el estilo. Has visto que no te he preguntado
de dónde vienes ni con quién has estado. Pero me hubiera gustado que escucharas…
- ¡Mamá, no tengo nada que hablar con Dylan! Por favor, déjalo ya. – Suplico exhausta de
este tipo de conversaciones con mi madre.
- De acuerdo. ¡Vamos a ver tu regalo! – Mi madre coge mi mano y tira de mí hacia el
exterior de la casa de nuevo.
- ¿Qué haces mamá?
- ¡Mira! – Me indica con su dedo, señalando la acera de enfrente. Al mirar, veo un BMW
rojo descapotable, con un enorme moño encima. Vuelvo la vista hacia mi madre y abro la boca
hasta casi desencajarla. ¿Estoy alucinando? – ¿A que es precioso?
- ¡Mamá! ¡Es un jodido coche! – Exclamo y tapo mi boca. – ¿Me habéis regalado un
coche? ¡No lo puedo creer! – Corro hacia mi nuevo juguete emocionada y, cuando llego hasta él,
lo acaricio con la mano y miro en su interior. Mi madre me sigue y me observa con alegría. –
Mamá, dime que esto no es para chantajearme ni nada por el estilo. – Le advierto y ella niega con
la cabeza. – ¿Entonces por qué? No entiendo nada.
- Simplemente es un regalo de amor, Abbey. No le des tantas vueltas. Vamos a casa.
Mañana podrás estrenarlo para ir a trabajar. – Asiento todavía sin comprender nada. Yo no soy la
mejor conductora del mundo, espero no estropearlo en mi primer día.
Ya en la cama, le escribo un mensaje a Andy, para que mañana finalmente no venga a por
mí. Preferiría ir con él a trabajar, pero no creo que exponerlo demasiado al escrutinio incesante de
mi madre sea lo mejor y, además, sigo necesitando algo de tiempo para procesar todo lo que ha
pasado entre los dos.
“Sr. Stone, tengo una noticia. ¡Me han regalado un coche nuevo! Quiero estrenarlo
mañana, si no es mucho pedir. Así que te libero de tener que madrugar para llevarme. ¿Quizá
podría ser yo quien te llevase a algún bonito lugar la próxima vez?”, le envío sonriente. Andy ve
mi mensaje, pero no me contesta. Algo que me desmoraliza del todo. ¿Se habrá pensado mejor eso
de seguir viéndonos después de lo que nos hemos dicho? Técnicamente, solo he sido yo la que ha
dicho “te quiero”. Lo suyo solo ha sido una canción, que puede haber dedicado a cualquiera. ¿Y si
antes de mí ha habido otra “Bonita” y la escribió para ella?
Odio a mi cerebro en estos momentos.
Por la mañana, me despierto tras haber dormido bastante poco. Me tomo un café doble y
salgo a la calle, dispuesta a estrenar mi nuevo juguetito. No debería hacerme tan feliz un simple
objeto, sobre todo, porque hace ya meses que decidí dejar de ser tan superficial. Pero con tanto
caos que mi vida ha sufrido recientemente, no me viene nada mal un pequeño premio.
El BMW es espectacular. Todo cuero negro por dentro y por fuera un rojo llameante. Es
muy cómodo y me resulta hasta bastante fácil de manejar. Creo que voy a poder convertirme
finalmente en una conductora decente.
He mirado mi teléfono móvil como quince veces desde que desperté y no he recibido ni un
mísero mensaje de Andy. Eso me descoloca. Pensé que estábamos bien anoche, cuando nos
despedimos. Creí que Andy había conseguido olvidar mi metedura de pata cuando le dije que le
quería. Ya veo que me equivoqué. Solo estuvo intentando hacer menos incómoda la despedida.
¿Debería llamarlo? No, eso lo agobiaría aún más. Lo conozco. Lo que menos le atrae a él son las
tipas que se arrodillan frente a él.
¿Cómo he sido tan estúpida de pensar que había escrito esa canción para mí? ¿Cómo he
sido tan ilusa al creer que yo conseguiría cambiar su perspectiva del amor? Y ahora, me falta el
aire sin él en mi vida.
El final del trayecto se me hace de lo más amargo al pensar en toda mi estupidez. Aparco
el coche milagrosamente frente a la puerta de la tienda y comienzo mi jornada laboral con un
enorme peso sobre mi espalda: la posible pérdida de algo que nunca tuve.
Lilly me pregunta veinte veces a lo largo de la mañana si me pasa algo, pero yo me niego
a hablar de ello o me echaré a llorar. Así que, al final, lo deja pasar. Espero esta tarde, cuando
Eiden venga a mi casa a trabajar en nuestros diseños, ella me pueda comentar algo sobre el estado
de ánimo de su hermano. Porque me estoy volviendo loca. Aunque Eiden siempre se ha negado a
hablar de él conmigo. Nos llevamos muy bien, es una chica estupenda, muy lista y con muchísimo
talento, pero es muy protectora de la intimidad de su único familiar protector con ella, y la
entiendo perfectamente. Andy para ella es como un padre, una madre y un hermano mayor. Todo a
la vez.
Una hora antes de terminar mi turno, y sin haber tenido noticias de Andy en toda la maldita
mañana, de repente oigo el sonido inconfundible del motor de su moto frente a la tienda. El
corazón se me dispara cuando lo veo bajar de la moto, quitarse el casco y dirigirse hacia el
interior de la tienda. Lilly nota mi nerviosismo y decide entrar en el almacén para dejarnos
intimidad, aprovechando que la tienda está vacía ahora mismo.
Me tiembla todo el cuerpo cuando veo a Andy entrar y mirarme con esa intensidad. Tiene
mal aspecto, luce unas ojeras terribles, pero aun así sigue siendo el ser humano más perfecto para
mis ojos.
- Abbey, tenemos que hablar. – Me dice muy serio y se me hace un nudo en la garganta.
- Hola, Andy. ¿De qué quieres hablar? ¿No puedes esperar una hora más a que salga?
Estoy en mitad del trabajo y…
- ¡No, maldita sea, no puedo esperar más! – Dice desquiciado peinándose el pelo revuelto
con las manos. Inspiro con fuerza. – ¿Estamos solos? – Pregunta y yo miro hacia el almacén. La
tienda es pequeña y sé que Lilly nos estará escuchando.
- Abbey, ya me encargo yo. Vete, por hoy ya no tendremos más encargos. – Me dice Lilly
desde el interior del almacén. Suspiro y tomo mi bolso, el vestido que he hecho para el
cumpleaños de Eiden y los bocetos que he hecho hoy para algunas clientas.
- Vamos afuera. – Le digo a Andy. Esto no tiene buena pinta. Ni un hola, ni una sonrisa…
estoy aterrada, pero intento disimular. Salgo a la calle y me paro a la altura de mi nuevo coche,
por si lo que tiene que decirme Andy es demasiado doloroso y tengo que salir huyendo antes de
ponerme a llorarle y a rogarle que no me deje. – ¿Y bien? – Me cruzo de brazos. Andy me mira y
comienza a mirar para todos lados, como buscando las palabras.
- En mi cabeza sonaba todo perfecto, pero ahora no sé cómo decirte esto, Abbey.
- Solo tienes que decirlo – digo con tristeza – y lo aceptaré. – Andy frunce el ceño. Si
quiere dejarme, espero que no dé demasiadas vueltas y me libere de una vez de tener que mirarlo
por tanto tiempo. Ya tengo ganas de huir y deshacerme en llanto.
- No es tan fácil. – Es la primera vez que lo veo tan angustiado.
- No te guardaré rencor, Andy. – Aseguro.
- ¿Y si me arrepiento? – Se frota la frente y los ojos. Esto está siendo realmente doloroso.
No hay forma alguna de que lo que tenga que decirme no sea que se ha arrepentido de llegar tan
lejos conmigo. Sé que una de las reglas era no sentir nada por el otro y yo la he roto, más bien
pulverizado, enamorándome de él como una tonta.
- Tendrás que arriesgarte. – Casi no me sale la voz. Bajo la vista al suelo para no tener
que verlo mientras digo esto. – Sé muy bien que he roto las normas. Te dije algo que no quieres
oír. Es culpa mía, así que no te sientas culpable. Ha sido bonito mientras duró y guardaré un
precioso recuerdo de nuestro… juego. – Aprieto los ojos para no llorar.
- No estarás insinuando que esto es un adiós, ¿eh, Abbey? – Eso no me lo esperaba. – No
he venido aquí para eso. Yo no quiero eso. ¿Quieres tú eso?
- No yo… pero no me has respondido a mi mensaje. No has dicho nada en toda la noche ni
en toda la mañana. Pensé que ibas a desaparecer.
- Necesitaba pensar. Solo eso. Y, necesitaba meditar en algo que dijiste… yo… Abbey.
- ¿Sí? – Pregunto más aliviada.
- ¿Dijiste que me querías porque lo sientes o porque te doy pena por todas mis mierdas? –
Una carcajada inesperada sale de mi boca y Andy parece más molesto.
- No me das ninguna lástima, Andy.
- Entonces, ¿me quieres? – Me quedo sin palabras y lo miro evaluando qué decir. ¿Está
preparado para oír la verdad? ¿Estoy yo preparada para demostrarle abiertamente mis puntos
débiles a alguien como él? ¿Huirá si le digo la verdad? – Dímelo, joder, porque no me deja de
martirizar la maldita idea de que lo hagas. – Martirizar…
- Yo… no me eres indiferente, Andy. – Digo sin saber cómo suavizar un poco la palabra
querer para que no le asuste.
- ¿Qué quiere decir eso, Abbey? – Da un paso hacia mí y me sujeta la cara entre sus
manos. – Dímelo, por favor.
- ¿Alguna vez has amado, Andy? – Le tiro la patata caliente a él. En sus ojos veo lo
perdido que se encuentra ahora mismo y angustiado. Todo por culpa de mis sentimientos. No sabe
lidiar con ellos y le supera.
- Algo así. – Me dice tragando saliva.
- ¿Algo así? Entonces sabes lo que es el amor por completo y el amor a medias.
- ¿Significa eso que me quieres solo a medias? ¿Me quieres como un amigo? ¿Como un
amante? ¿Como un…? ¡¿Qué demonios es eso?! – Grita de pronto, señalando a mi coche nuevo.
Ha visto mis gafas de sol y mi chaqueta en el interior del mismo.
- Es mi…
- ¡No se te ocurra terminar esa maldita frase! – Grita enfurecido, apuntándome con el
dedo. Yo me quedo planchada y muy perdida con su reacción. – ¡Dime que no te has dejado
comprar por el maldito de McGregor o te juro que…!
- ¡¿Qué narices tiene que ver Dylan con mi coche?! – Grito yo también intentando no
volverme loca con sus desvaríos.
- ¡¿Vas a decirme que esto te lo ha comprado tu padre?! ¡¿El mismo padre que compró esa
tartana de coche para que tú y Serena lo compartierais?! – Joder… no puede haberme hecho esto
mi madre… dijo que era “un regalo de amor”.
- ¡¡¡Joder!!! – Grito entrando en cólera por haber sido tan estúpida de no darme cuenta y
me golpeo la frente.
- Soy un estúpido… creí que eras diferente, Abbey – me dice con asco y yo estoy a punto
de explotar de la rabia que siento por mi madre ahora mismo – pero solo eres una… una…
- ¡Ni se te ocurra, Andy, o no volveré a mirarte a la cara! – Le advierto y cierra el pico,
aunque la rabia sigue emanando de sus oscuros ojos. Abro la puerta del endemoniado coche y
entro en él.
- ¡¿Adónde cojones vas?! ¡Estamos hablando, Abbey, sal de ese maldito coche! – Me grita
golpeando los cristales.
- Voy a devolverlo a su asqueroso dueño y a voy a perderme unos días. No quiero hablar
contigo así.
Arranco el coche y dejo a Andy atrás, gritándome desde la acera que pare, pero no le hago
caso.
Estoy a punto de un ataque de nervios.
Odio a mi madre.
Nada que añadir

Estoy frente a la casa de Dylan golpeando la puerta con fuerza. Es muy posible que ese
imbécil ni siquiera esté. Quizá sigue en rehabilitación y estoy dándole el numerito a sus padres.
Pero me da igual. Solo quiero que me dejen en paz los McGregor de una maldita vez.
- ¡Dylan! ¡Abre la jodida puerta! – Grito desesperada. Entonces se abre y veo el rostro
descompuesto, aunque bien maquillado de su madre. – ¡Dónde está! ¡¿Está aquí?! – Barrunto sin
siquiera saludar. La madre de Dylan mira a su espalda y al fin lo veo. Dylan está en casa. ¿Lo de
rehabilitación era otra de sus mentiras? – Tenemos que hablar. – Le digo, ignorando la mirada
inquisitoria de su madre.
- Mamá, ¿puedo salir al jardín frontal un segundo con Abbey? – Pregunta él. Parece
bastante más delgado y con unas ojeras terribles. Además, jamás lo había visto con una ropa tan
raída y vieja. Casi me conmueve verlo así.
- No puedes salir de la propiedad, hijo, recuérdalo. – Dylan asiente y sale de la casa,
cerrando la puerta tras de sí y sin dejar de mirarme. No me amedrenta. Nos dirigimos a un lugar
más distante de la puerta de la casa, pero más cercano de la puerta de la verja que delimita su
propiedad.
- Al fin te dignas a aparecer – me dice con un gesto paternal y de reprimenda – llevo
esperando mucho tiempo a que lo hagas.
- No me has dejado otra opción… ¿Qué demonios significa esto, Dylan? – Le muestro las
llaves del BMW.
- Sabía que eso haría que me perdonaras, finalmente. – Le doy un empujón cargado de
rabia y me mira sorprendido. – ¡Eh! ¡Relájate de una vez, nena! ¡Sabes que no vas a encontrar otra
opción como yo! Solo quería recordártelo. ¡Hasta tu madre lo ve con claridad, Abbey!
- ¡No entiendes que no te quiero como opción! – Clamo mirando al cielo. Dylan sigue sin
comprenderlo, lo veo en su mirada. – Se acabó, no quiero saber nada más de ti, de tu madre y
puede que ni de la mía. ¡Estoy cansada de que diseñéis mi vida a vuestro antojo! – Tiro las llaves
del BMW al suelo y empiezo a llorar.
- ¡Eh, tranquila! – Dylan aferra mi rostro y trata de borrar mis lágrimas. Ni siquiera me
separo. Estoy agotada emocionalmente. – Dime qué quieres de mí y yo te lo daré. – Lo miro sin
poder cortar el llanto.
- ¿De verdad me lo darás? – Dylan vacila su respuesta, pero asiente lentamente por fin. –
Déjame ir, Dylan. No estoy enamorada de ti. No puedes forzarme a estarlo, ni mi madre tampoco.
- No… no es verdad… De repente intenta besarme y doy dos pasos atrás asustada.
- ¡Ni se te ocurra tocarla, hijo de puta! – Me quedo de piedra al ver a Andy aparecer,
hecho una furia, le da un empujón a Dylan para separarlo de mí y se interpone entre Dylan y yo,
cubriéndome por completo.
- Andy… ¿qué haces aquí? – Susurro, pero no tengo contestación.
- ¡Vete de mi puta casa, desgraciado! – Grita Dylan encolerizado.
- ¡Aléjate tú de mi novia y con gusto me alejaré de ti por el resto de mi maldita existencia!
– Novia… Andy ha dicho novia… estoy en shock.
- ¡¿Novia?! ¡Ni en sueños tendrás una novia de nuestra clase, Stone! ¡Ja! – Dylan le
provoca y Andy comienza a respirar con dificultad. Va a perder el control, lo sé.
- Andy, vámonos. – Le pido.
- Abbey me ha buscado a mí, no a ti, para que le dé todo lo que un inadaptado como tú no
puede. – Añade Dylan. – Y no hablo solo de todas las veces que me la he follado, a todos los
lugares selectos que la he llevado o las personas influyentes que le he presentado – Las manos de
Andy se cierran en puños con tal fuerza que creo que debe estar clavándose las uñas en las palmas
– Estoy hablando de que conmigo sí tiene futuro, no contigo. – De repente, el puño derecho de
Andy colisiona con el rostro de Dylan y en décimas de segundo estoy presenciando una pelea de
lo más virulenta entre ambos. ¡Mierda!
- ¡Andy! ¡Dylan! ¡Parad, os lo suplico! – Lloro y tiro de ambos, pero no hay forma de
pararlos.
Un puñetazo de Dylan golpea con fuerza el rostro de Andy y grito aterrada. Después es
Dylan el que recibe dos puñetazos y una patada de Andy. Los padres de Dylan salen, aterrados al
oír y ver la pelea y la madre comienza a llorar. Gritan que se detengan o llamará a la policía.
Maldita sea, no puedo dejar que Andy acabe preso por mi culpa.
De modo que, como último recurso para separarlos, trato de ponerme en medio, pero
recibo un fuerte golpe de Dylan en el estómago y caigo al suelo muerta de dolor y sin poder
respirar.
- ¡Abbey! – Grita Andy y al fin paran. Sin embargo, yo sigo sin poder respirar y cada vez
me siento más débil. – Abbey, pequeña. ¡Maldito cabrón!
- Ey, Abbey, perdona – escucho decir a Dylan cuando al fin consigo volver a respirar – no
te vi…
- ¡No te acerques a ella! ¡Déjala de una maldita vez! – Grita Andy poniéndome en pie –
¿Estás bien? – Asiento. Andy pone mi brazo sobre sus hombros y me ayuda a levantarme y a andar
hacia el exterior.
- Adiós, Dylan. – Le digo mientras salgo de su campo de visión. Parece malherido en el
rostro por los golpes de Andy y también por dentro por mis palabras. No obstante, espero que este
numerito haya bastado para que me deje en paz de una vez. Andy me lleva hasta donde está su
moto… tirada en el suelo. Lo miro aún sorprendida y me doy cuenta de que tiene el labio partido.
- ¿Estás bien? – Vuelve a preguntarme.
- ¡Tienes el labio partido! – Acaricio su rostro.
- No es nada. – Sacude la cabeza. – Lo siento, Abbey.
- ¡No lo sientas! ¡Me da exactamente igual que hayamos hecho una escenita! Lo único que
no me gusta es verte herido. – Digo con tristeza. Andy sonríe.
- Me refería a que siento mucho haber dudado de ti. – Inspiro con fuerza. – No debería
haberlo hecho. No debería haberme dejado llevar por los celos así, de esta manera. Sé quién
eres…
- ¿Tu novia? – Bromeo aguantando la risa. Andy se pone colorado y comienza a rascarse
la nuca.
- Eh… yo diría que lo eres, ¿no? Ya sé que no lo hemos hablado y soy consciente de que
te he mareado mucho y que soy un bicho raro para estas cosas, pero…
- ¡Me encantaría ser tu novia! – Le digo con dulzura para acabar con su sufrimiento. No
está nada acostumbrado a esto. Le beso con cariño. Después, Andy suspira contento y limpia los
restos de su sangre de mis labios con su pulgar. Ambos nos sonreímos, ilusionados.
- Bueno pues, Abbey Lynx, tienes el enorme honor de ser la primera novia de este
tarado…
- Irresistible, sexi y encantador hombre. – Termino por él. Andy mira a otro lado. Quizá
me he pasado. No sabe recibir cariño, ni siquiera cumplidos. – Aunque también es cabezota, muy
fácilmente irritable y a veces muy infantil. – Vuelve a mirarme y lo hace con una ceja alzada.
- ¿Infantil? ¡Si fuera infantil no sería el único que ha hecho que te corras, niñata! –
Protesta de forma muy graciosa.
- ¡No seas tan creído! – Ambos nos reímos. Andy me coge por la cintura y me da un beso
de película, pero le oigo quejarse por la herida del labio y me separo. En ese momento, mi
teléfono suena.
- Es mi madre. – Le informo y contesto la llamada. – Hola mamá.
- ¡Abbey! ¡Explícame qué es eso de que eres la novia de ese engendro! ¡De ese
inadaptado! ¡De ese marginado! – Grita. Miro a Andy preocupada y cuando lo hago, constato que
lo ha oído por su cara de dolor.
- ¿Ya te ha ido el desgraciado de Dylan con el cuento? ¡Pues sí, es mi novio! ¡Y ni tú ni
nadie va a decidir por mí! ¡Andy es la única persona que me hace feliz ahora mismo! ¡Andy es la
única persona que realmente sabe quién soy yo y qué necesito! – Barrunto. Andy coge mi mano y
me aprieta con fuerza.
- ¡No voy a permitir que te arruines así la vida! ¡No mientras vivas en mi casa! – Grita mi
madre.
- Vas a tener que echarme, entonces. – Le reto. No quiero hablar con ella ahora mismo. No
mientras esté así de desquiciada, o nos diremos cosas muy feas de las que nos arrepentiremos. –
Adiós mamá. – Le cuelgo y apago el teléfono.
- Abbey, te aseguro que no soy tan malo. – La voz de Andy suena llena de preocupación.
- ¡Escúchame! ¡No dejes a esa escoria de gente que te hundan! – Le defiendo, aferrando su
rostro.
- Es tu madre, Abbey…
- ¡No me importa! ¡No está siendo razonable! ¡No está siendo justa! ¡Ni siquiera te
conoce! Andy, necesito pedirte un favor.
- ¿Cuál? – Pregunta más sereno al ver mi reacción.
- ¿Puedo dormir contigo esta noche? No quiero volver a casa…
- ¡Por supuesto! Vamos, sube. – Andy levanta su moto del suelo, que seguramente dejó
caer para ir rápidamente a mi encuentro, saca el casco de repuesto para mí y se pone el suyo.
Arranca la moto y nos dirigimos a su cabaña.
Al llegar, Andy me lleva directamente a la cocina de la casa y saca algo de comida para
ambos. Ensalada de pasta para comer y helado de fresa con trocitos de chocolate de postre.
Comemos entre risas y miraditas cargadas de intención. Hace que me sienta cómoda.
Eiden y yo trabajamos por la tarde juntas en los bocetos nuevos para la tienda en su
habitación, mientras Andy hace natación en la piscina.
Por la noche, Eiden, Andy, Laura, el Sr. Stone y yo estamos a la mesa para cenar todos
juntos y celebrar el cumpleaños de Eiden, que se queda maravillada ante el vestido tan precioso
que le he hecho. Andy le regala un collar de oro con un pequeñito diamante en él. Es pequeño,
pero precioso y dice mucho del amor que mi chico tiene por su hermanita. Es extraño que me
sienta como en casa en este lugar. Es raro que nunca me haya sentido tan cómoda en mi propio
hogar.
Mi destreza con el lenguaje de signos ha aumentado considerablemente gracias a Eiden.
Es una chica estupenda. Dulce y muy madura para su edad. Ella no parece tan envenenada como
Andy con el tema de su madre, supongo que porque ha tenido un buen apoyo con su hermano
mayor. Mi pobre Andy ha tenido que tomar posiciones demasiado duras para la corta edad en la
que le tocó asumir tales responsabilidades. Lo miro con orgullo mientras él bromea con su padre y
le dice que al final yo le he obligado a ser mi novio, que él no quería, pero que le enredé. Creo
que el Sr. Stone está feliz ante la noticia. Sus ojos hablan a veces y dicen cosas. Me encantaría
poder escuchar su opinión al respecto de sus hijos. Aunque supongo que sus hijos lo desearán
mucho más que yo. Espero que lo que tengo en mente ayude un poco.
Tras la cena, Andy prepara unos cócteles y nos bañamos juntos y solos en la piscina.
- Tu madre debe estar maldiciéndome como nunca. – Dice mientras se acerca a mí y me
besa. Mis piernas se enrollan en su cintura por instinto. – ¡Ey! Ya no te da miedo que tus hermosos
piececitos no toquen el suelo. – Sonrío y me agarro a su cuello. – El fin de semana que viene
vamos a Washington, recuérdalo. – Andy me recuerda su plan y yo suspiro.
- Lo recuerdo. No hagas caso a mi madre, Andy. Está equivocada por completo con la
vida.
- Me duele que lleve toda la vida usándote de esta manera.
- ¿Usándome? – Pregunto confundida.
- Te usa para enmascarar sus frustraciones. – Entristezco al oír eso. – Pero eres fuerte y
tienes una enorme personalidad. Me gusta eso de ti. – Estoy tan poco acostumbrada a escuchar
piropos por su parte que me siento avergonzada. – Mi bonita peleona. – Me besa y yo me dejo
hacer.
Andy comienza a meterme mano en la piscina y, a pesar que lucho con todas mis fuerzas
por no dar el espectáculo en su casa, al final me convence, aludiendo que su padre no puede
levantarse y mirar por la ventana, aunque lo intente con todas sus fuerzas y Eiden hace rato que se
fue con sus amigas a celebrar el cumpleaños. Así que acabamos teniendo sexo en la piscina y yo
trato de controlar el volumen de mis gemidos, a pesar de que Andy me insta una y otra vez para
que no los controle, porque quiere escuchar mis gemidos de placer. Pero no cedo en eso.
Ya en su cama, en la cabaña, Andy me dice que tengo que dormir o mañana estaré
demasiado cansada. Me gusta esta versión de Andy, menos gruñona y más atento, sin embargo,
sigo alerta, pues ya sé de sus cambios repentinos de humor, especialmente cuando se siente bajo
amenaza.
- ¡Eh! ¿Tú no trabajabas hoy? – Recuerdo repentinamente tumbada en su cama, con mi
cabeza sobre su pecho.
- No. Los lunes son solo para reponer y limpiar lo del fin de semana. He pedido a mi tío
que me deje ir mañana por la mañana mejor, así podré dejarte primero a ti en el trabajo y después
que termine en La Nave iré a recogerte. – Responde acariciando mi espalda desnuda.
- ¿Quién iba a decir que Andy Stone se iba a convertir en un novio de libro? – Me burlo y
lo escucho gruñir. Levanto la cabeza para observar la chistosa mueca de su rostro y lo beso con
ternura. – No te enfades…
- ¡A dormir! – ordena con tono protestón.
- Andy…
- ¡Vamos! – Me obliga a darme la vuelta y hace que me tumbe de espaldas a él. Andy me
abraza por la cintura y pega mi espalda contra él. Tras esto, apaga la luz. – He… estado
pensando…
- ¿En qué? – Pregunto inmovilizada por sus manos.
- Podrías venirte a vivir aquí. – Se me corta la respiración. ¿Habla en serio? – Sé que con
tu sueldo no puedes permitirte algo tú sola aquí, en esta zona. Y aquí hay espacio de sobra para ti.
Ya sabes que mi padre y mi hermana hacen poco ruido. No serán problema para ti. El único
problema seré yo y mis ganas de follarte constantemente. – Ronronea en mi oído mientras aprieta
su sexo contra mis nalgas. – Di algo, bonita.
- Yo… Andy… no puedes pedirme que sea tu novia y que me vaya a vivir contigo el
mismo día. – Andy suspira.
- Yo no te lo he pedido. Tú me has obligado a ello. ¿No lo recuerdas? Te has arrodillado
ante mí, llorando porque querías desesperadamente ser mi novia. – Me río a carcajadas.
- ¡¿Cómo puedes tener tanta cara?!
- Vente aquí, bonita. Te cuidaré. No tendrás que oír a tu madre más. Nadie se interpondrá
entre nosotros. – Las dudas me asaltan. La tentación de hacerlo aún más. – Vente, quiero tenerte
aquí cada noche. – Sus labios dejan un reguero de besos por mi hombro y mi nuca. Me estremezco
ante su contacto.
- Si me dices qué te ha hecho cambiar con respecto a nuestra relación. – Sus besos cesan y
aguardo en silencio a su respuesta.
- Me he cansado de mentirme. – Dice simplemente.
- ¿Con respecto a qué? – de nuevo el silencio lo ocupa todo.
- A que te quiero. – Sus palabras me atraviesan en la oscuridad de la noche, sintiendo el
calor de su cuerpo. ¿Es cierto eso? Mis ojos se llenan de lágrimas de emoción y quiero gritarle
que yo también lo amo con todo mi ser.
- Yo… – Andy acalla la que iba a ser mi declaración de amor con su mano en mi boca.
- Shhh. No estoy listo para escuchar lo que tengas que decir. No digas nada. Solo piensa
en venirte aquí, creo que podrías ser tú misma aquí. No quiero agobiarte con mis sentimientos. No
voy a hacerlo. Quiero que seas libre de sentir por mí lo que sea que sientas. No quiero que me
digas que me quieres como lo hiciste aquella vez, solo por obligación. – Intento protestar, pero
tengo la boca bien sellada por su mano. ¿De verdad no es capaz de ver cuantísimo lo quiero? –
Abbey, por favor. No digas nada. Quiero que lo digas cuando salga de ti. Y no porque te veas
obligada a ello. Sé que sientes que me quieres porque has conseguido sacar a la verdadera Abbey
que vivía presa dentro de ti a mi lado. Eso no es amor, es gratitud. Para saberlo de verdad, tengo
que ser justo contigo y dejarte entrar en mí, tienes que ver primero todo lo que me rodea antes de
estar segura de algo así. Si te vienes, lo verás todo. No te ocultaré nada. Lo prometo. – Por fin
libera mis labios y acaricia mi cabello.
- Andy, sé quién eres. Creo que incluso mejor que tú. No te voy a decir nada, porque no
hace falta decirlo y porque tú no quieres oírlo ahora mismo. Sé que hay una lucha interna en ti.
Parte de ti no cree merecer mi amor, y otra parte de ti se muere por tener mi corazón por completo
y en exclusiva. – Su silencio me constata que lo que digo es cierto. – Sé que no quieres oírlo. Pero
no me hace falta decirlo. Estoy aquí. Siempre he acabado aquí, contigo. – Su brazo se aprieta con
más fuerza alrededor de mi cintura y nos quedamos callados hasta que el sueño nos vence a
ambos.
Si me preguntaran cuál es el momento más feliz de mi existencia, sin duda diría que éste.
Nos ha costado sudor y lágrimas, pero al final ambos hemos llegado a este maravilloso punto:
juntos.
Retales del ayer

La semana ha pasado tan rápida a su lado… No he tenido que decidir si venirme a vivir
con él, mi madre simplemente no me ha dado otra opción.
Me gritó de todo cuando aparecí por casa y ni siquiera mi padre pudo contenerla. Quiero
pensar que mi padre me apoya en esto, pero no quiere una guerra encarnizada con su mujer. Puede
que por eso callara.
La cuestión es que el martes fui a mi casa después de trabajar y, tras intentar convencer a
mi madre de que Andy no es el monstruo que ella describe, acabamos diciéndonos cosas
horribles. De modo que cogí las cosas más indispensables para mí de mi habitación, llamé a un
taxi y aparecí por casa de Andy con mis bártulos en las manos y el alma en los pies. Él me abrazó
durante horas, sintiendo parte de culpa de mi dolor.
Pero me obligué a no pensar mucho en mi madre y a disfrutar de la nueva etapa de mi
vida.
He comenzado una nueva relación, mucho más intensa y real que ninguna de las que he
vivido con anterioridad. Estoy conociendo el amor de verdad y la pasión a todos los niveles.
No es todo perfecto. Andy y yo seguimos discutiendo prácticamente por todo, pero
nuestras reconciliaciones son épicas y salvajes. Eso lo compensa todo. Andy me hace muy feliz,
con sus luces y con sus sombras.
La convivencia con Eiden y el padre de Andy sí que es tranquila. Eiden es muy
trabajadora y me está ayudando mucho con los encargos de la tienda. Además, no es nada
entrometida. Lo único que me ha dicho con respecto a mi relación con Andy es que está muy
contenta de que su hermano me haya conocido.
El papá de Andy es otra historia. Él no habla porque no puede. Pero en sus ojos veo que
tiene millones de cosas que decir. Ayer jueves, mientras Andy trabajaba y gracias a que Eiden y yo
hemos avanzado mucho con los encargos de la tienda, quise tomarme un rato libre. Como no tengo
vehículo y Andy vive bastante lejos de los núcleos urbanos, decidí pasear por el enorme jardín
con el papá de Andy. Lo llevé por los lugares que podía acceder con su silla de ruedas mientras
Eiden se encargaba de la jardinería. Gracias a ella, la propiedad no luce del todo abandonada y
está bastante adornada por multitud de florecitas de todo tipo de color y aroma.
Mientras paseaba con el Sr. Stone, le conté sobre los avances que su hijo había
conseguido hacer con respecto a sus relaciones personales. Sentí la necesidad de hacerlo, pues
seguro que, como padre, necesitaba saber de sus hijos y, conociendo a Andy, no creo que haya
contado nada de nada de su intimidad.
Además, me siento mejor si participo de la vida familiar de este hogar. No quiero estar
escondida en la cabaña de Andy esperando a que él vuelva para acostarme con él, como si fuera
una amante que tiene que esconder.
Han sido unos días bonitos y de adaptación.
Aunque ahora mismo no estoy tan feliz. Me matan los nervios al pensar en subirme en el
maldito avión en el que estoy a punto de subirme. No pensé en ello cuando Andy me propuso ir a
Washington. Sin embargo, ahora, en la cola para entrar al avión, quiero morirme del espanto de
pensarme por los aires.
- ¡Vamos, bonita, puedes hacerlo! – Me anima mi novio.
- ¡No, no puedo! – Me tiembla todo el cuerpo.
- Mírame, Abbey – coge mi rostro y me obliga a mirarlo – Hazlo por mí y por Elsa –
aprieto los ojos con fuerza. – Puedes hacerlo. Y si es demasiado para ti, he traído una pastilla
para tranquilizarte y te dormirás todo el vuelo, ¿vale? Eres mi preciosa novia valiente. La que me
ha dado fuerzas para cambiar tantas cosas en mí. Yo también quiero ser motivo para ti, Abbey. –
Maldito chantajista del demonio…
- ¡Vamos! – cojo mi maleta y me introduzco en el avión sin mirar atrás.
Cuando me siento en el asiento asignado, puedo sentir la enorme sonrisa de Andy a mi
lado sin mirarlo. Yo miro al techo y me invento una oración, porque no he rezado en mi vida.
El avión comienza a moverse y yo me tenso de pies a cabeza. Siento la caricia de Andy en
mi mano y yo la estrujo con tanta fuerza que le oigo quejarse un poco. Pero el momento más
aterrador es cuando siento que nos levantamos del suelo…
- ¡Eh, pequeña, ya hemos aterrizado! – Mis ojos se abren de golpe y me siento confusa y
aturdida. Estoy en el avión, aunque no me he enterado de nada. Miro a Andy y me froto los ojos. –
Te desmayaste en cuanto despegamos y te he dejado dormir todo el viaje. No han hecho falta
drogas. – Se encoge de hombros.
- Más vale que te guste Washington, porque no pienso tomar el vuelo de vuelta. – Protesto
mientras me pongo en pie para salir del avión. Andy aguanta la risa, no obstante, a mí no me hace
ni pizca de gracia.
Sin embargo, mi estado de ánimo mejora considerablemente al llegar al hotel que Andy ha
reservado para pasar esta noche. Recuerdo que, de niña, cuando pasaba por delante de este hotel
en el coche de mis padres, soñaba con hospedarme algún día en un hotel así. Pero, la verdad es
que ahora me preocupa que Andy se haya gastado ese dinero solo por mí. Mi gesto al bajar del
taxi se lo revela.
- No me mires así, bonita. Solo será una noche y ahora que mi hermana trabaja y tú
también aportas algo de tu sueldo, me siento bastante más capaz de darme algún capricho de vez
en cuando. – Me dice sosteniendo mi mano y guiándome para entrar en el hall del hotel.
Dentro, una enorme lámpara de araña llena de cristalitos envuelve la atmósfera de una luz
cálida y a la vez sofisticada. El mobiliario de la recepción ya es obscenamente refinado y caro.
No quiero ni pensar cómo serán las habitaciones. Andy da su nombre en recepción y nos ofrecen
una llave de una suite y una sonrisa.
En el ascensor para subir a la suite, al fin pongo en palabras mis sensaciones.
- ¿Sabes? Me hubiera conformado con muchísimo menos. Si has hecho esto por mí, debes
saber que éste ya no es mi mundo, Andy. – Él me ofrece una tímida sonrisa.
- Bueno, solo es un capricho. No te enfades, Abbey. Llevamos casi diez horas sin discutir.
No quiero acabar con la buena racha. – Me relajo un poco, porque tiene razón.
- No me enfado – le abrazo y me pongo de puntillas para besar la punta de su nariz –
simplemente digo que solo con estar contigo ya sería perfecto. – La incomodidad que Andy sigue
sintiendo ante mis demostraciones de afecto me preocupa. Pero no voy a rendirme con él. Todavía
no le he dicho que le quiero por miedo a su reacción, aunque no creo que haga falta; mi rostro se
ilumina solo con verlo.
- Vamos, ¡tenemos jacuzzi, bonita! – Cambia radicalmente de tema de conversación.
Salimos del ascensor y entramos en la despampanante suite. Es simplemente
impresionante. Inspiro con fuerza y me obligo a dejar de preocuparme por el dinero que se ha
gastado y que sin duda le habrá costado varios días de duro trabajo conseguir y decido disfrutar
de la única noche que Andy y yo vamos a estar en un lugar así.
La suite tiene dos estancias: un salón con un enorme ventanal que posee una preciosa
mesita de caoba sobre la que descansa una botella de caro champán debidamente refrigerada para
darnos la bienvenida y, junto al salón, una habitación coronada por una enorme cama de cuatro
postes envuelta en gasas y tules de tonos pastel. Preciosa. El baño de la habitación es lo más
impresionante que he visto en mi vida en cuanto a baños se refiere. Todo mármol blanco y un
enorme jacuzzi en su interior.
- Vaaaaya – exclamo frente al jacuzzi.
- Se me ocurre que podríamos intentar buscar la manera de calmarte un poco y olvidar lo
mal que lo has pasado durante el vuelo y lo enfadada que estás conmigo por traerte a un lugar tan
horrendo. – Susurra Andy en mi cuello a mi espalda y pasa el frío cristal de la botella de champán
ya descorchada por mi brazo.
La anticipación me vuelve de fuego en mi interior…
- No sería mala idea. – Respondo girándome y dedicándole una mirada ardiente y
llameante. Andy se relame.
- Póngase cómoda, señorita Lynx, traeré unos vasos. – Me ordena dándose media vuelta y
saliendo del baño para traer los recipientes.
No pierdo el tiempo. Me deshago de la ropa que cubre mi cuerpo y acciono el jacuzzi.
Veo unos geles y sales sobre el mismo y vierto algunos aromatizantes con olor a jazmín en el agua.
Escucho una música sensual proveniente de la habitación y sonrío.
Poco después entra Andy con la botella de champán, un bol de fresas y dos vasos.
Completamente desnudo. La boca se me hace agua. Andy coloca todo lo que lleva en sus manos
sobre el borde del jacuzzi, entra en él y me invita a entrar con su mano cuando ya se ha recostado.
Lo hago. Entro y me quedo en pie sobre él, con cada uno de mis pies a un lado de sus caderas.
Andy contempla obnubilado la imagen que le ofrezco y me ofrece una copa de champán. La tomo y
tomo asiento sobre él, sintiendo las burbujas chispear en mi piel y su enorme erección palpitando
bajo mi sexo.
- Por nosotros – digo alzando mi copa que Andy choca con la suya.
- Por nosotros. – Brindamos y damos un largo trago a la espumosa bebida que sabe
deliciosa. Pero Andy tiene planes mejores y me quita la copa de las manos para depositarla junto
a la suya en el poyete del jacuzzi. – Esa mirada hambrienta me encanta – susurra introduciendo una
fresa en su copa de champán e introduciéndola sensualmente en mi boca. Yo muerdo la fresa con
sensualidad. – Delicioso…
- Quiero otra – exijo.
Andy obedece y vuelve a mojar otra fresa en el champán para introducirla en mi boca.
Esta vez mis labios envuelven sus dedos también y mi lengua recorre las yemas de sus dedos antes
de succionar la fresa y masticarla.
- No tienes ni idea del poder que tienes sobre mí, Abbey…
Andy me toma por las caderas para posicionarme, se introduce deliciosamente dentro de
mí y mis manos se deslizan por su pecho mojado, su vientre, sus musculosos brazos, mientras
nuestro maravilloso baile acuático de cuerpos va subiendo de ritmo.
- ¡Me encanta sentirte tan dentro! – Maúllo como una gata en celo mientras lo monto. Andy
se lleva uno de mis senos a la boca y aprieta el otro con sensualidad.
- Eres perfecta para mí, Abbey. – Pronuncia una vez se ha saciado de mis senos, buscando
mi mirada y besándome ardientemente.
Después de hacerme llegar dos veces al orgasmo se deja ir también él.
Acabamos la botella de champán y las fresas ya metidos en la gigante cama del hotel,
donde volvemos a tener sexo gracias a mi borrachera y a mis ganas de provocarlo.
A la mañana siguiente nos despertamos tarde, devolvemos la llave de la habitación y
desayunamos algo en una cafetería cercana a la casa de los padres de Elsa. Tengo un nudo en el
estómago gigante. No sé cómo va a reaccionar la señora Green cuando me vea. No sé si seré
bienvenida después de tanto tiempo y no sé cómo voy a encontrarme la situación en esa casa. Pero
le debo esto a Elsa y también a mí misma. Tengo que hacer frente al pasado de una vez y con la
compañía de Andy me resulta todo mucho más fácil y llevadero.
El momento llega y yo soy un nudo de nervios frente a la puerta principal de los Green.
Andy me acompaña hasta la misma puerta y me promete que si lo necesito estará ahí mismo para
acompañarme si decido llamarlo porque la situación me supera. Pero que es mejor que intente
hacer frente a todo esto yo sola.
No sé si realmente piensa eso de verdad o tiene miedo de que la madre de Elsa sea como
la mía y lo prejuzgue antes de conocerlo, como lo hizo mi madre y yo misma.
Asiento nerviosa. Más que nerviosa; histérica.
- Tranquila, bonita, todo va a ir bien. – Me besa con ternura y se aleja poco a poco de mí.
Yo me quedo mirando la puerta durante varios minutos, completamente aterrada.
Finalmente, y tras varios suspiros que no consiguen llenarme los pulmones todo lo que me
gustaría, presiono el timbre de la puerta.
Julia, la madre de Elsa, es quien abre la puerta. Sus ojos se abren al reconocerme y se
tapa la boca visiblemente emocionada. Lucho contra las lágrimas que quieres salir de mis ojos.
Tengo que ser fuerte.
- Hola, Julia. – Le ofrezco una triste sonrisa a modo de disculpas por mi larga ausencia.
Solo espero que no esté demasiado enfadada por cómo he malgestionado toda esta situación.
- ¡Abbey, benditos los ojos que te ven! – Julia me abraza con fuerza para mi enorme
sorpresa y alivio. Me deshago en llanto en sus brazos. – ¿Cómo estás, preciosa? ¡No sabes cómo
me alegro de verte! – El llanto se me hace desesperante y me ahoga. No soy capaz de pronunciar
palabra, pero la aprieto con fuerza en mis brazos. – Eh, ya está. No llores. No hay por qué llorar.
– ¿Cómo puede decir eso tras lo sucedido? – Vamos, entra. No te quedes ahí. Elsa va a dar saltos
de alegría al verte. – De pronto la respiración se me corta. Ambas sabemos que eso no puede
suceder. ¿Habrá perdido la cordura esta pobre mujer? Entro en la conocida vivienda cogida de su
mano y oteo rápidamente algunas fotos de mi querida amiga de la infancia en el interior. Elsa era
una niña preciosa y tan llena de vida…
- Siento mucho no haber venido antes. Mis padres y yo nos mudamos y… no he encontrado
las fuerzas antes. – Le digo. Julia me sonríe y me ofrece un vaso de agua. Cosa que le agradezco,
porque se me ha secado la boca.
- Lo entendemos perfectamente, Abbey. No tienes que disculparte. Sabríamos que
vendrías. – Me siento mucho mejor y más tranquila tras beber agua y sobre todo tras sus dulces
palabras.
- ¿Y Charles? – Pregunto por su marido. – También querría disculparme con él. – La
mirada de Julia se pierde en algún punto incierto.
- Nos dejó hace un par de meses. Ahora tiene una nueva pareja. – Sonríe con tristeza y se
encoje de hombros.
- ¡No me lo puedo creer! – Bramo enfadada.
- No te preocupes. Supongo que todo esto sigue siendo muy duro para él también. – Esta
mujer se merece el Novel de la Paz. No puede ser que defienda a ese cabrón. – Todos nos hemos
sentido culpables en cierta medida, ¿verdad, Abbey? – Agacho la mirada y asiento. Es totalmente
verdad. – No lo somos, Abbey. Ninguno de los que queremos a Elsa queríamos esto, querida. – Al
sentir su mano en mi hombro me echo a llorar de nuevo. – Vamos, seguro que quieres ver lo que
queda de tu mejor amiga. – Julia me coge con cariño y con fuerza del brazo y me obliga a subir las
escaleras que conducen a la habitación de Elsa.
Siento que las fuerzas me van a abandonar en cualquier momento y voy a desfallecer. Pero
me armo de valor y subo peldaño a peldaño el camino que llevo tanto tiempo soñando con volver
a recorrer. Frente a la puerta de la habitación en la que tantas veces he reído, llorado, bailado, me
detengo y Julia golpea la madera con sus nudillos, esperando respuesta. La mujer parece a punto
de presenciar un milagro. Emocionada y ansiosa por recibir la respuesta.
- Entra. – La voz de mi amiga de la infancia inunda mis sentidos y me aplasto la boca con
la mano para no gemir de alegría. ¿Estoy delirando o es verdaderamente ella?
Julia abre la puerta y la realidad me golpea con dureza en el pecho. Todo está tal y como
lo recordaba. Todo menos la preciosa y deteriorada chica que se sienta sobre una silla de ruedas y
me mira como quien ve un fantasma.
- Els…
Un dolor apabullante me abrasa por dentro al pronunciar su nombre.
- ¿Abbey? – Dice sin aliento. – ¡Abbey! ¡Has venido! – Sus brazos se abren para
recibirme y yo me arrojo a sus brazos, cayendo de rodillas frente a ella y abrazándome a su
regazo.
- Elsa, lo siento, lo siento tanto…
- Shhh, tonta, no llores o me harás llorar. – Dice ciertamente llorando y acariciando mi
pelo. – Has venido. Es lo importante. – La miro y no me creo que siga siendo tan hermosa y
admirable. Toco su cara, la examino bien. Sigue siendo la mujer más preciosa que he visto.
Aunque no pueda andar. – ¿Has venido para quedarte? – Me pregunta.
Cuando consigo calmarme, me siento en el borde de su cama, frente a ella, y le hago
durante horas un resumen de lo que ha sido mi vida desde que me fui de su lado. Ella escucha
emocionada todas mis aventuras y cierra los ojos a veces, como si así pudiera vivirlas ella.
Queda inmensamente intrigada por conocer a Andy y al resto de los chicos: Cole, Gran
Harry, Lillian, Mario… Ella me dice que sabía que mi hermana era gay. No puedo creer que haya
tenido una venda tan enorme tanto tiempo en mis ojos.
Elsa también me pide que llame a Andy y lo invite a subir. Quiere conocer al gran artífice
de mi gran cambio. Ella también lo ha sufrido, como yo, pero no a través del amor como es mi
caso. Ella ha tendido que quedarse paralítica para darse cuenta lo enormemente idiotas que hemos
sido en la vida y manipuladas por las redes sociales.
Aunque, yo pienso aprovecharme un poquito de esas redes sociales que han marcado tanto
mi vida en los últimos tiempos haciéndome tan dependiente de la aceptación social. Pero esa es
una sorpresa que tengo para Andy y para Elsa que aún no pienso revelar.
Andy acude a mi llamada en el acto y pasamos prácticamente el día entero en casa de
Elsa. Ayudamos a su madre a cargarla y a la silla de ruedas para bajarla al salón y comer todos
juntos y antes de despedirnos, volvemos a ayudarla a subir a Elsa y su silla de ruedas de vuelta a
su habitación, de la que no sale últimamente mucho porque Julia no puede hacer todo eso ella sola
a causa de una lesión en la espalda, seguramente causada por tener que cargar con Elsa mucho.
Me despido de mi amiga de la infancia jurándole que volveremos a vernos pronto y que la
llevaré de viaje a Malibú para presentarle a todas las bonitas personas que he conocido. Ella
parece tan feliz ante mi promesa… que me obliga a imponérmelo como una meta más en mi vida.
El vuelo de vuelta a L.A. no fue tan trágico como el de ida. De todos modos, me bebí un
par de tragos en el avión para relajarme.
Justo antes del momento más aterrador, el aterrizaje, miré a los ojos al maravilloso
hombre sentado a mi lado y le dije “Te quiero, con toda mi alma” y sonreí al ver la emoción en su
precioso rostro.
Metas

Al fin ha llegado el momento de cumplir con mi proyecto. He organizado todo a


escondidas de Andy con la ayuda de su tío, Mike, y dueño de La Nave. Andy solo sabe que hoy
hará un concierto aquí con sus temas propios. Pero está convencido de que no vendrá casi nadie a
verlo, más que sus tres o cuatro amigos. ¡No sabe lo equivocado que está!
Durante semanas he tenido que lidiar con sus estúpidos celos, hablando con su tío a
escondidas. Andy pensaba que estaba hablando con Dylan, el muy bobo. No entiendo por qué
sigue pensando que sigo sintiendo algo por él, ¡cómo si alguna vez lo hubiera sentido! Jamás he
sentido por nadie algo mínimamente parecido a lo que siento por Andy, pero él no lo ve.
Desde el día que volvimos de ver a Elsa, le he dicho que le quiero en multitud de
ocasiones. Sin embargo, él trata de ignorar mis palabras y mira para otro lado. Siento que no me
cree y me preocupa. Hoy verá que lo que digo es verdad.
Andy y yo vamos a La Nave para hacer la prueba de sonido, antes de que el concierto
empiece. Antes incluso de la apertura al público. Lo veo tranquilo y relajado cuando llegamos,
bromeando incluso sobre que no vendrá nadie a verlo. Ni siquiera Cole, que va a la batería, ni la
dichosa de Grace, que tocará el bajo, saben nada de mi plan.
Si todo sale como creo que saldrá, intentaré pedirle a Andy que busque otro bajista,
porque al verlos ensayar de nuevo juntos sobre el escenario, recuerdo el porqué de mi antipatía
por Grace. No deja de echarle miraditas a Andy, sin importarle que yo esté frente al escenario,
mirándola. ¡Es una ridícula!
- ¿Qué tal suena, bonita? – Me pregunta Andy tras probar la quinta canción. No ha tocado
la canción que me escribió durante la prueba, espero que sí lo haga durante el concierto, porque
estoy deseando oírla de nuevo.
- ¡Perfecto! – Le indico subiendo mi pulgar.
- ¡Genial! Pues démonos un descanso, chicos. – Indica Andy al resto. – Nos vemos aquí a
las diez en punto.
- ¿Dónde vas? – Le irrumpe Grace cuando Andy ya está bajando los escalones del
escenario.
- Con mi novia. – Contesta él y yo sonrío como una tonta. – Está demasiado guapa hoy
como para no aprovechar el ratito que tengo antes del concierto para poder disfrutarla. – Andy
acude a mí, yo le rodeo con los brazos y él me besa mientras me levanta del suelo y me da una
vuelta. Cada vez siento menos miedo y más placer cuando hace eso. Pero solo con él.
Andy y yo nos vamos al almacén trasero, para comer algo antes de que La Nave abra sus
puertas al público. Él sigue sin ser consciente de la que le espera y yo me siento de lo más
orgullosa de mí misma por haber conseguido hacerle una sorpresa tan enorme.
Andy no es consciente de que su novia se ha convertido en los últimos meses en una
Influencer de las grandes. Mi casi millón y medio de seguidores de YouTube siguen religiosamente
lo que yo subo, antes en solitario, ahora con la ayuda también de Eiden, tanto en tema de
customizar ropa como para nuestros tutoriales sobre cómo aprender lenguaje de signos
rápidamente. Eiden y yo lo llevamos haciendo juntas durante este último mes en el que llevo
viviendo en casa de los Stone como una más. Desde su incorporación a mi canal de YouTube, las
visitas y los suscriptores han subido como la espuma. Además, ha mantenido todo en secreto para
que Andy no supiera de la sorpresa que le estoy preparando.
Si todo sale bajo lo previsto, unas quinientas personas vendrán al concierto del gran Andy
Stone, incluyendo algunas celebridades, como Thanya Scott, la actriz de la serie de moda que
conocí durante una fiesta en casa de Dylan y que es una de mis mayores seguidoras. Me ha
prometido que vendrá con su representante, pues también lleva a varios cantantes de prestigio del
país. ¡Creo que es una oportunidad de oro para Andy! Ojalá no me mate cuando vea a tantísima
gente sin que le haya dicho nada.
Otro dato que Andy desconoce, es que el concierto es solidario y lo que saquemos de las
entradas, se invertirá en una silla de ruedas nueva para su padre y otra para Elsa, adecuadas a las
necesidades de ambos. Si sobrara algo, cosa que dudo, me gustaría invertirlo en un ordenador
para el padre de Andy. Es una maravilla de la tecnología que he visto en Internet con el que podría
llegar a hablar solo usando la vista. Es demasiado caro, pero si va todo bien, quizá podríamos dar
más conciertos para recaudar lo suficiente y así, Andy y su padre podrían volver a tener alguna
conversación padre e hijo antes de que sus días juntos terminen.
- Reconozco esa mirada – me dice Andy introduciéndome un canapé en la boca – es la
mirada que mi chica tiene cuando me esconde algo.
- Solo estoy emocionada porque voy a ver un concierto de mi novio al fin, y en primera
fila. – Contesto haciéndome la inocente.
- Menos mal que no vendrá casi nadie, te has puesto demasiado sexi hoy para tener que
sufrir ver desde la distancia como los buitres te acosarían. – Los labios de Andy resbalan por mi
cuello y la piel se me eriza. Lo separo de mí.
- Contrólate. En veinte minutos ya estará todo listo y tendrás que salir. – Le pido.
- ¿Uno rapidito? – Me tienta. Este hombre no tiene remedio.
- De rapidito nada. Después de tu gran éxito de hoy tendremos que celebrarlo como es
debido. – Le amenazo.
Andy se ríe, pues no cree que vaya a suceder nada grandioso. Mi móvil vibra en mi bolso.
Lo saco y veo con tristeza que es otro de los muchos mensajes de mi madre. “Abbey, deja de
destruirte la vida y vuelve a casa. Ese hombre solo te traerá desgracias. Por favor, necesito hablar
contigo, es urgente.” Lo ignoro y vuelvo a guardar el teléfono en el bolso. Agradezco enormemente
que nadie haya sabido decirle a mi madre dónde vive Andy o habría venido una y otra vez
montando el numerito por su casa.
- ¡Dime que no es McGregor o lo mataré! – Amenaza Andy al ver mi rostro.
- Andy, ya te he dicho que Dylan y yo no hemos vuelto a hablar desde que le devolví el
coche…
- ¡No me lo creo! Ese cabrón está obsesionado contigo y está convencido de que alguna
vez logrará darte las razones adecuadas para que vuelvas con él y me dejes. – Mi novio es
maravilloso, pero a veces es tonto. Pongo los ojos en blanco.
- Creo que el que está convencido de eso eres tú, no él. Dylan ha dejado de ser parte de
mi vida, Andy. Me ha escrito mi madre, ¿vale? – La cara de Andy no mejora al oír eso.
- ¡Otra que también se cree muy lista y que puede separarte de mí!
- Nadie me separará de ti. – Acaricio su rostro con serenidad y dulzura. Después le beso y
el beso, como de costumbre, se nos va de las manos.
- ¡Andy! – Grace nos interrumpe cuando ya habíamos empezado a meternos mano. Andy se
separa a duras penas de mí. Grace viene con Cole y ambos parecen asustados con algo.
- ¡Qué pasa! – Gritamos Andy y yo al unísono.
- ¡Ahí fuera hay mil doscientas personas esperando a ver nuestro jodido concierto! –
Brama Cole. ¡¿Mil doscientas?! ¡Lo he conseguido!
- ¿Qué? – Andy pregunta confundido. Me mira y yo sonrío como una tonta. – Esto es cosa
tuya, ¿verdad? – Me apunta con el dedo. Yo me encojo de hombros y muerdo mi labio inferior.
- Vienen a verte a ti, no a mí. – Andy entrecierra los ojos y sacude la cabeza.
- No sé cómo demonios has hecho que mil doscientas personas vengan a verme, pero no te
librarás del interrogatorio más tarde.
- Más tarde. Ahora vete, tienes un concierto que dar. – Digo palmeando su trasero. Andy
sonríe y sacude la cabeza mientras se va con Cole y Grace a su primer gran concierto.
Yo salgo y busco al resto de nuestro grupo de amigos para poder tomar posición en el
centro, en primera línea, gracias a que los de seguridad nos escoltan para poder hacerlo.
La Nave está a rebosar de personas cuando llego a mi lugar privilegiado. Las luces se
apagan y los gritos y vítores lo envuelven todo. Al encenderse los focos del escenario, contemplo
con orgullo al hombre de mis sueños haciendo realidad los suyos. Se me llena el pecho de
felicidad al contemplar la suya. Es demasiado bueno como para que lo vean. Sé que si le dan la
oportunidad hará historia.
La primera canción que toca es una balada country que me resulta preciosa llamada “Next
to you”, junto a ti, en la que cuenta la historia de su crecimiento personal y sus batallas internas,
ganadas gracias al apoyo de alguien que ha estado a su lado, quiero creer que ese alguien soy yo.
El público enloquece con el tema y yo lloro de emoción como una tonta.
Después varias canciones más animadas con espíritu del rock de los setenta hacen que la
masa baile, salte y grite emocionada.
Por casualidad, me encuentro con Thanya Scott, la actriz, y su representante entre el
público. Ambas me gritan emocionadas que Andy es lo mejor que han visto en música en mucho
tiempo y yo no puedo más que darles la razón.
No puedo dejar de mirarlo. Su belleza se ha magnificado sobre ese escenario, alumbrado
por los focos, con su preciada guitarra en las manos y con esa voz tan inmensurablemente bonita y
sensual.
Dos horas de concierto se me pasan como su fuera un suspiro y, en un abrir y cerrar de
ojos, nos encontramos ante la última canción de la noche.
- Esta canción la escribí tres semanas después de conocer a la mujer que ha hecho hoy
realidad este sueño y muchos otros. – Dice Andy por el micrófono, buscándome entre el público.
¿Tres semanas después de conocernos? Creo que era cuando más nos odiábamos… – Abbey Lynx,
levanta la mano para que pueda verte, por favor. – Pide y yo levanto la mano tímidamente, sin
saber qué voy a escuchar en esa canción. – Ahí estás, bonita. – Sonríe y yo también. – Eres lo
mejor que me ha pasado, quiero que todos lo sepan. – No llores, Abbey, no llores. – Gracias por
todo lo que me das. Te quiero más que a nada en este mundo. – Joder. Es la segunda vez que me
dice esas palabras, pero jamás pensé que lo haría delante de todo el mundo. El público aplaude
ante sus palabras y yo me quiero echar a llorar como una tonta. Pero me aguanto y le lanzo un beso
desde la distancia. – Esta canción es solo tuya. Se llama “Bonita”. – Los acordes comienzan a
sonar, solo su guitarra y su voz, todo el mundo guarda silencio, incluso Cole a la batería y Grace
al bajo. No me extraña nada. Sé que es la primera vez que toca esta canción en público, así que la
magia se crea solo a su alrededor. “Llegaste a mi vida, bonita, y todo mi mundo cambió, bonita.
Derrumbaste los muros de mi corazón, arrancaste el miedo al fracaso y al amor. Un maestro de
la seducción convertido en aprendiz por ti, bonita. Solo tus besos saben a gloria. Solo tus ojos
tienen el fuego que puede derretir el glacial que habita en mí, bonita. Y si todo acabase aquí, si
el cielo te reclamase para volver con el resto de los ángeles, porque yo soy solo un demonio en
el destierro. Si todo es un sueño y nada de esto es sincero, solo me quedaría cantarte una
canción, con un mensaje prohibido, con las palabras que no debo nombrar, con un corazón
pendenciero, corazón que solo es tuyo, porque te quiero, bonita…”
Andy consigue aniquilarme por completo con su bella canción de amor. Mis piernas se
vuelven de mantequilla y la emoción me impide unirme al gentío para tararear la melodía. Es la
canción más bonita del mundo. Lo es. Al menos para mí. No es para menos, es MÍA.
El concierto termina y la gente aplaude con fuerza. Vitoreando y clamando el nombre de
Andy. En algún lugar de esta muchedumbre, está Mike, el tío de Andy, que ha grabado el concierto
para yo poder subirlo a las redes.
Thanya Scott y su manager, Angela, me piden con ahínco que les presente a Andy y accedo
encantada. Con la ayuda de uno de los chicos de seguridad, nos adentramos entre el mar de
cabezas en dirección al almacén trasero, que hoy está haciendo las veces de camerino.
¡Tengo muchas ganas de ver a Andy y poder felicitarle en persona! Cuando llegamos, abro
la puerta ansiosa por verlo y me encuentro a Grace abrazada al cuello de Andy, provocándolo
para obtener un beso en los labios de él. El color de mi piel y mi alegría se esfuma de un plumazo.
Sin embargo, me anima ver que Andy no le responde, aunque no parece molesto por la actitud de
Grace, más bien divertido.
- ¡Ejem! – carraspeo para avisar de mi intromisión y al fin me encuentro con la mirada de
Andy, que parece muy feliz de verme. – ¿Interrumpo algo? – Pregunto irritada por la falta de
respeto que Grace me muestra.
- Abbey, pequeña – Andy se acerca rápidamente a mí y me coge en sus brazos,
levantándome sin previo aviso del suelo. Me mareo un poco, pero consigo aferrarme a él con
fuerza y consigo controlar el ataque de pánico. – ¡Eres increíble! ¿Cómo has hecho esto? – Al fin
me baja y Cole acude también a abrazarme. Me siento aprisionada entre los dos.
- ¡Eres la puta ama, Abbey! – Grita Cole besándome como una abuela. Me río con fuerza.
Andy también me besuquea por toda la cara.
- ¡Eres la maravilla más grande del mundo! – Grita Andy. Me siento más querida ahora
mismo que en toda mi vida.
- ¡Te amamos, Abbey! – Continúa Cole – ¡Queremos un hijo tuyo! ¡Queremos…!
- ¡Eh! ¡Sepárate ya un poquito! – Se queja Andy y yo no paro de reír. – Quiérela, pero
desde la distancia. – Le dice a Cole, después me mira a mí y veo al Andy más feliz del mundo en
sus ojos. – Sabes que te quiero con locura, ¿verdad, bonita? – Sonrío como una tonta. – Sabes que
después de esto tengo que hacerte mi esposa para que nada ni nadie me arrebate nunca mi tesoro,
¿verdad, bonita? – Me quedo sin respiración. No ha dicho eso en serio…
- Como si tú fueras capaz alguna vez de comprometerte con una mujer de esa manera… –
bromeo.
- Contigo sí. – Dice muy serio.
- Creo que tenemos que llevarte a un hospital, Stone. – Andy al fin sonríe. Thanya y
Angela, su manager, carraspean y al fin recuerdo por qué he venido. – Andy, te presento a Thanya
Scott y a su manager, Angela, que están muy interesadas en conocerte. – Andy palidece cuando
reconoce a Thanya de la televisión y les ofrece la mano a ambas.
- Encantada de conocerte, Andy. – Dice Angela. – Tengo un contrato musical que ofrecerte
y una carrera de lo más exitosa – comenta la mujer sin rodeos. La cara de Andy es del todo
indescifrable. Sé que está feliz, pero también lo conozco lo suficiente como para saber que no
quiere creerse su fortuna tan rápidamente. – Te dejo aquí mi tarjeta y ya hablaremos más
tranquilamente en privado. Mientras tanto, disfruta de tu merecido éxito de hoy. No todos los
cantantes tienen un debut tan masivo y satisfactorio como el tuyo. – Andy guarda la tarjeta que
Angela le da y vuelve a mirarme.
- Creo que ha sido gracias a mi ángel de la guarda.
- Tienes un talento indiscutible, Andy. – Asegura la manager.
El resto de los chicos aparecen entonces y Thanya y Angela se van. Nos quedamos
celebrando entre amigos y bebemos, bailamos y reímos como no lo he hecho en mi vida.
Horas más tarde, Andy y yo tenemos nuestra particular celebración privada en su cama y
en todos los rincones de su cabaña.
Debo haber sido muy buena para él hoy, porque Andy me premia con nada más y nada
menos que cinco orgasmos bajo múltiples formas y posturas.
Él también debe estar más que feliz de la vida, pues ha tenido cuatro orgasmos también.
Entre sábanas y cuerpos cubiertos de sudor y fluidos sexuales, nos dormimos rendidos,
agotados y muy enamorados.
Seguir siendo nosotros

Una semana después del concierto llegó lo que tanto había deseado regalarle a Elsa y a
Andy: unas sillas de ruedas automáticas y muy poco pesadas, con mando para tener autonomía de
movimiento. Adecuadas a la movilidad de cada cual. Con Elsa lo tuve más fácil porque ella tiene
movilidad total en los brazos, pero también sobró dinero para comprarle un elevador eléctrico
para instalarlo en su casa que le ayude a subir y bajar los escalones. Con el padre de Andy ha sido
más complicado, pues solo tiene movilidad en dos dedos de su mano, pero he conseguido la silla
de ruedas perfecta para que él se maneje solo. También un ordenador que le permite convertir en
palabras sus pensamientos.
Recibí una llamada de mi amiga Elsa, que estaba vuelta loca de alegría, y me sentí enorme
al escucharla así. Me dijo que estaba deseando probarla sola por la calle y recuperar su
autonomía.
Cuando Andy y su padre vieron lo que había conseguido comprar con el dinero recaudado
del concierto de Andy, me miraron sorprendidos, pero los animé a probarlo en el acto y el
resultado fue maravilloso.
Al fin Andy y su padre pudieron tener su primera conversación en años y jamás pensé que
vería a Andy llorar así, como un crío, cuando salió, después de horas de conversación con su
padre, de la habitación y se abrazó a mí deshecho en lágrimas. En medio de ese llanto me decía lo
muchísimo que me quería y que no olvidaría esto nunca.
Las dos semanas siguientes fueron hermosas, aunque apenas pude ver a Andy, que
repentinamente se ha convertido en el cantante de moda de Malibú y Santa Mónica y puede que de
todo el Estado de California, no sé. Pero he podido conversar con el padre de Andy y conocerlo
al fin. El hombre siempre me dice que soy un milagro para su familia y que soy lo mejor que le ha
pasado a su hijo. Por las noches, cuando Andy llega de dar su concierto diario de madrugada, he
sentido cada una de las veces su beso en mi sien y sus brazos abrazarme contra su pecho con
fuerza.

*****
- Abbey, mira esto. – Andy me pone un papel sobre las manos cuando ya me he puesto el
pijama de verano y me tumbo a su lado para dormir. – Es el contrato que me ofrece Angela, no sé
qué hacer. – Me dice. Yo oteo el contrato y veo las condiciones con especial cuidado.
- ¡Andy, esto es genial! Grabarás un disco y tendrás una gira cerrada por todo Estados
Unidos. Las condiciones son muy buenas, ¿por qué no sabes qué hacer? – Andy me observa un
tanto perdido.
- Abbey, desde el concierto que tú organizaste llevo tres semanas en las que no he parado
de tocar por toda la zona. Esta es la primera noche que llego y sigues despierta. Casi no te veo…
- ¡Mi amor, esto es lo que querías! Te mereces este éxito. Yo estoy aquí para apoyarte. –
Le garantizo.
- Entonces, ¿vendrías conmigo a la gira si se hiciese? – Pregunta preocupado. Yo sopeso
las opciones.
- Andy, yo también tengo un trabajo y un sueño del que ocuparme… no sé…
- ¡Por favor, bonita! No haré esto si tengo que separarme de ti. ¡Esta es la primera vez que
tengo a alguien a mi lado de verdad, que me escucha y que me entiende! ¡No quiero que nos
separemos!
- No vamos a separarnos, Andy. Solo serán días sueltos. Cuando tengas gira. Y yo iré a
todos los conciertos que pueda, contigo. – Prometo.
- ¿Lo juras?
- Lo juro. – Digo subiéndome sobre él a horcajadas y besándolo.
- ¿Me quieres? – Pregunta como un niño pequeño. Sonrío.
- Con todo lo que soy. – Asevero.
- ¿Más que a McGre…?
- Shhh – sello sus labios – jamás he querido a alguien como a ti, Andy. Simplemente no
podría vivir sin ti. No podría respirar si no te viera. – Le beso por el cuello. – No podría existir si
no te tuviera. – Susurro en su oído. Andy gruñe, me agarra del pelo y me besa con furia dándonos
a ambos la vuelta y subiéndose sobre mí. En un movimiento rápido, me quita los pantaloncillos
del pijama y las braguitas y se introduce en mí con fuerza.
- Yo no he pedido nunca nada a la vida. Ni fama, ni gloria, ni dinero. Yo solo te quiero a
ti, así, para siempre. – Dice mientras sale y entra de mi cuerpo con rabia y amor a la vez. – Tú le
das sentido a mi vida, Abbey. No me dejes nunca. – Me besa y yo vuelvo a enamorarme hasta el
cielo de este hombre. Ese es su poder, solo suyo. Cada día a su lado es como volver a enamorarse
por primera vez. Todas las enormes sensaciones del primer gran amor aparecen una y otra vez a su
lado.
- Yo siempre estaré aquí, contigo. – Digo poniendo la mano en su pecho.
Solo me gustaría cambiar una cosa en él: su seguridad en sí mismo y en lo nuestro.
Parece no entender que lo quiero con todo mi ser y que soy YO quien se siente orgullosa
de él hasta el infinito.
Justo antes de llegar al orgasmo, Andy se detiene en seco y me mira. Mis gemidos también
cesan y lo miro extrañada. Sus ojos brillan y verdean como nunca.
- Abbey…
- ¿Sí? ¿Pasa algo? – Pregunto alarmada.
- Cásate conmigo. – Me quedo en blanco. ¿Está bromeando de nuevo? – Dime que sí. –
Me suplica entrando en mí de nuevo y besándome con devoción. Acaricia mi rostro y presiona su
frente con la mía, como si quisiera fundirnos en uno.
- Estás loco – Me río y aprieto sus nalgas para introducirlo todo lo posible en mí.
- Muy loco… por ti. ¿No quieres ser la Señora Stone? – Pregunta entrando y saliendo
dulcemente en mí.
- La verdad es que sí. – Confieso. Su sonría y su hoyuelo me hechizan y aviva de nuevo el
ritmo en mi interior. – Pero…
- ¡Nada de peros! – Me castiga esta vez con su furia inherente. Aprieto sus brazos con
fuerza y le hinco las uñas.
- He quedado para hablar mañana con mi madre. Déjame tantear primero las cosas con
ella. – Consigo pronunciar entre envestida y envestida. Andy vuelve a detenerse en seco.
- ¡¿Tu madre?! – Sale abruptamente de mí y se sienta en el lugar más alejado de mí de la
cama. – ¡Abbey, sabes perfectamente que esa mujer me odia y que hará lo que sea para que
vuelvas con McGregor! – Grita hecho una furia. Suspiro.
- Andy, mi madre ya no tiene ese poder en mí. – Me acerco de nuevo a él y lo miro a los
ojos con firmeza. – Nadie lo tiene. Soy adulta y libre y te quiero, Andy. – Baja la mirada al suelo.
– ¡Mírame! – Tiro de su mentón y le obligo a hacerlo. – Te quiero, Andy. Tanto que duele aquí. –
Me toco el pecho. Él me mira luchando por no creer lo que digo. – No volvería con Dylan ni loca.
Solo quiero estar contigo, estúpido cabezota. – Me subo sobre él y empujo su pecho hasta que lo
recuesto sobre la cama de nuevo. – Creo que la futura Señora Stone no está cuidando lo
suficientemente bien a su futuro maridito para que esté menos estresado. – Digo de forma
provocativa mientras desciendo hacia su sexo y me lo introduzco entero en la boca, hasta casi
asfixiarme. El ronco sonido de placer que de su garganta emana es música celestial para mí.
Consigo callarlo con los mimos de mis labios y mi lengua. Ya lo conozco bien y sé cómo
hacer que llegue al orgasmo en dos minutos. Efectivamente eso es lo que tarda en verterse dentro
de mi garganta. Me relamo mientras me levanto y le dedico una sonrisa malévola y victoriosa.
- Ven aquí. Eres una maldita. – Tira de mí y me obliga a acostarme a su lado. – Bien,
futura Señora Stone. Ahora que ha amansado a la fiera, es mi turno. – Su mano baja hacia mi
entrepierna y yo me abro en el acto para él. – Eso es, bonita. Estás chorreando… Quiero que te
corras con mis dedos y que no dejes de mirarme mientras lo haces. – Andy introduce dos dedos en
mí interior mientras que con su pulgar va trazando círculos en mi clítoris. En seguida me arqueo
de placer. – Eso es. Siénteme de todas las maneras y formas posibles. Abbey, prométeme que tu
madre no te separará de mí.
- Claro que… ahhh… no…
- No la oirás si dice algo en mi contra. ¡Dilo! – Me retuerzo de placer y asiento. – No
quiero que asientas, quiero oírlo.
- No la oiré si dice cosas feas de ti. ¡Ahh, Andy! – Aferro con fuerza su brazo.
- Vas a correrte, lo sé. Hazlo, pero no dejes de mirarme. – Estallo en un potente orgasmo
mientras veo sus preciosos ojos verdes contemplarme con adoración.
- ¡Ahhh! Te quiero, Andy. – Él me besa con ternura.
- ¿Podré acostumbrarme alguna vez a oírte decir ese milagro? – Dice sacando sus dedos
de mí y abrazándome con fuerza contra su pecho.
- Deberías. – Me acurruco sobre él y me quedo dormida en el acto.
Cuando amas de verdad
Cuando el taxi me deja cerca de casa de mis padres decido bajar y hacer el último
trayecto andando, para calmar los nervios. Mi madre debe estar hecha un manojo de nervios. Hace
un mes y medio que no la veo, desde que me fui a vivir con Andy. Para colmo, Serena ha decidido
dar el paso también y se ha ido a vivir con Lillian, hace justo dos semanas. Justo después de
confesarles a mis padres su orientación sexual.
Sé por boca de mi hermana, pues seguimos viéndonos muy a menudo cuando quedamos
todo el grupo de amigos, que mi padre no ha hecho un gran dilema del tema, en cambio, mi madre
ha montado un numerito de primera.
Debe ser duro para ella no tenernos a ninguna de las dos de buenas a primera en casa para
seguir revoloteando en nuestras vidas y problemas. Mi madre no ha hecho otra cosa en la vida
desde que es madre. Pero conmigo ya no podrá. Tendrá que acostumbrarse a que soy adulta, tomo
mis propias decisiones y ya no tiene el poder de influenciar en mis decisiones.
Antes de llegar a la casa de mis padres, mi teléfono suena y lo contesto pensando que será
Andy. Estaba más nervioso que nunca cuando me despedí de él para venir a ver a mi madre. Pero
es un número desconocido.
- ¿Sí? – Contesto.
- Abbey, soy Angela. Necesito hablar de algo contigo, es importante. – ¿Angela? ¿La
manager de Andy? – ¿Puedes hablar?
- Esto… me pillas ahora mismo a punto de tener una conversación crucial con mi madre.
¿Te puedo llamar en cuanto termine?
- ¡Sí, claro! – Responde.
- Genial. Pero, dime algo, ¿ha pasado algo con Andy?
- Nada que no pueda esperar unas cuantas horas. No te preocupes. Solo quería informarte
de ciertas cosas que creo que deberías saber. Pero no quiero que pase de hoy sin decírtelas. Y en
privado, por favor. – Me quedo pensativa. Es muy amable por su parte informarme de las cosas de
Andy e involucrarme. Pero es extraño que quiera hablar conmigo a solas. A lo mejor querrá saber
mi opinión sin que Andy me presione.
- Está bien. Te llamo a este número antes de volver a casa con Andy. – Le digo y cuelgo.
Cuando llego a la casa de mis padres, la puerta de casa se abre antes incluso de que yo
pueda llamar al timbre. Me encuentro a mi madre con bastante mal aspecto, aunque con un bonito
nuevo corte de pelo, y a mi padre junto a ella con cara de entierro.
- Hola. – Saludo sintiéndome una niña pequeña que acaba de hacer algo mal, pero no sabe
qué.
- Hola, hija. – Saluda mi padre.
- Hola, Abbey, pasa por favor. – Me indica mi madre retirándose de la puerta para
dejarme pasar.
De repente, me siento una extraña en el que ha sido hasta hace poco mi nuevo hogar. Y los
anfitriones me acompañan y me guían hasta el salón, como si yo no lo conociera. Nos sentamos los
tres a la mesa, donde mi madre ha dejado previamente colocados pastelitos y una tetera con tazas.
- Esto parece demasiado distante, papá, mamá. – Comienzo a decirles una vez he tomado
asiento. – Sé que no he hecho las cosas perfectas, pero he venido a deciros que soy feliz, muy
feliz. Solo espero que os alegréis por mí.
- Abbey, no me digas estupideces. Ese hombre no tiene nada que ofrecer a alguien como
tú. ¡No te llega ni a los talones! – Grita mi madre y yo me pongo en pie en el acto.
- ¡No he venido a permitirte que hables así de mi novio, mamá! ¡Quería volver a tener una
relación cordial contigo, pero si me lo vas a poner tan difícil, me iré por donde he venido! – Digo
y pongo camino a la puerta de salida, pero mi padre me agarra del brazo.
- Cariño, primero tu madre tiene algo que decir. Por favor, óyela y después haz lo que tú
quieras. – Mi padre parece tan demacrado y dolido… que decido quedarme solo por él. No sabía
que sufría tanto mi ausencia. Con él sí he hablado varias veces y nunca me ha dicho que me estoy
equivocando. Tomo asiento y respiro hondo.
- Está bien. Habla, mamá. – Le pido. Mi madre me mira fijamente y me percato de unas
enormes bolsas oscuras que han aparecido bajo sus ojos. No te amedrentes, Abbey, se le pasará.
Solo es una pataleta porque no puede controlarte como le gustaría.
- Esperemos a tu hermana. Está a punto de venir. – En ese momento el timbre de casa
suena y mi padre se levanta para abrir. ¿Serena también está invitada? ¿Qué es lo que pasa aquí?
Mi hermana saluda de mala gana y se sienta junto a mí. – Hola, hija. – Le dice mi madre con
sequedad y mi hermana responde simplemente levantando la mano. – Bien, ya que estamos todos,
tengo algo que contaros. Tu padre ya lo sabe. – Mi padre baja la mirada al suelo y mi cuerpo se
tensa de arriba abajo. – Yo lo sé desde poco después de venir a vivir aquí, pero no pensé que
sería tan… rápido. No sé cómo describirlo.
- Mamá, me estás poniendo nerviosa. – Le reclamo.
- Abbey, Serena, me estoy muriendo. – Mi cerebro comienza a dar vueltas y veo todo girar
a mi alrededor. – Me diagnosticaron de un cáncer de páncreas hace unos meses y por eso he tenido
que viajar constantemente. Pensé que podrían salvarme – dice mi madre tirando de su pelo,
mostrando que es una peluca – pero no hay nada que hacer. – Me tapo la boca con las manos y
ahogo un grito de horror. – Me quedan solo unos meses de vida, chicas. – Los ojos de mi madre
muestran el terror y el miedo más absoluto, pero su perfeccionado poder de actuación, le ayuda a
no derramar una lágrima mientras dice esto. Mi padre, sin embargo, se deshace en llanto a su lado,
sin dejar de mirar al suelo. Serena y yo, simplemente no podemos pronunciar palabra. – Quería
decíroslo antes, pero no he encontrado las fuerzas y, francamente, esperaba poder contaros un final
más esperanzador para nuestra familia. – Unas lágrimas furtivas se escapan de mis ojos al
pestañear. – Quiero aprovechar que estamos todos unidos para haceros saber mi última voluntad.
Abbey, quiero que dejes a ese hombre y vuelvas a casa. – Abro la boca para protestar, pero la
cierro enseguida al ver que mi madre prosigue. – Puedes volver a su lado en cuanto yo me haya
ido, hija. Solo te pido que me des esa última alegría. Quiero pasar a la otra vida pensando que mi
pequeña princesa todavía tiene la posibilidad de encontrar a un hombre de verdad. – La
respiración se me acelera. Quiero negarme en redondo, sin embargo, algo me lo impide. Algo más
fuerte que yo misma, que me deja sin voz y sin capaz de movimiento. – Serena, también quiero que
hagas lo mismo. Quiero que vivamos todos juntos, bajo el mismo techo, como la familia feliz que
siempre hemos sido durante unos meses más hasta que…
- ¡Me niego! – Grita mi hermana dando un puñetazo en la mesa y poniéndose en pie. Me da
un susto de muerte. – No voy a renegar de quién soy porque a ti se te antoje una vez más que no
soy digna de tu cariño solo por ser yo misma, ¿me oyes? – La dureza con la que Serena trata a mi
madre me sobrecoge. Yo también sería igual de tajante si no supiera la situación de mi madre.
Pero, ahora mismo, su enfermedad lo cambia todo. – ¡Y tampoco vas a hacerle eso a mi hermana!
¡No es justo! – Serena grita y llora a la vez y yo sigo en estado de shock.
- Abbey puede hablar por sí misma. – Interfiere mi madre. De pronto, siento todas las
miradas posadas en mí. Pero sigo sin habla. Miro a mi padre, en busca de amparo. No obstante, lo
que encuentro es un hombre tocado y hundido porque sabe que va a perder en breve a la mujer de
su vida para siempre. Comprendo su dolor. Yo me moriría si perdiera a Andy así.
- ¡Abbey, dile que no aceptas esa mierda! ¡Dile que una madre de verdad nunca
martirizaría a sus hijas de esa manera tan ruin y rastrera! – Grita Serena envuelta en cólera. Al ver
mi silencio, le da una patada a la silla en la que estaba sentada y sale de casa embravecida.
- ¡Serena! – Al fin reacciono y voy detrás de ella. La alcanzo en la puerta de casa.
- ¡Qué! ¿Vas a dejar a la única persona que te ha hecho feliz solo porque mamá te lo pida?
- No he dicho eso. Pero tienes que relajarte. Mamá está muy enferma, maldita sea. – Al fin
hablo y comienzo a llorar como una estúpida. – Espérame un momento, ¿quieres? Voy a
despedirme de papá y mamá. – Serena refunfuña con los brazos cruzados, pero me hace caso y me
espera. Yo entro de nuevo en casa y, desde la puerta del salón, miro a mis padres y me despido de
ellos.
- Te… tengo que irme, mamá, papá. Mañana volveré a veros. – Digo con voz temblorosa.
- Vuelve solo si vas a cumplir mi última voluntad, hija. Si no es así, déjame morir
tranquila. – Sus palabras son como una bala de titanio que se clava en mi corazón y lo desangra
por dentro. Asiento cabizbaja y salgo de casa.
- ¡Esto no es justo, Abbey! – Vuelve a gritar Serena. – ¿Qué demonios le hemos hecho a
mamá para que nos odie de esta manera? Yo sé que a mí no me ha querido nunca, ¿pero tú?
¿Hacerte esto a ti que se supone que eras su alegría de vivir? – Comienzo a llorar como una niña y
a temblar y a hipar. Me vengo absolutamente abajo y me abrazo a Serena.
- Tengo que hablar con Andy. Él lo comprenderá. Tiene que hacerlo. No puedo dejar morir
a nuestra madre sin poder siquiera despedirme de ella. Lo lamentaré toda mi vida, Serena.
- Siento mucho decirte que yo no. – No reconozco a Serena en sus duras palabras ni en la
mirada que tiene ahora mismo. – Ya me ha ninguneado lo suficiente. No quiero que mamá muera.
Pero lo hará de todos modos. Yo no. Ni Lillian tampoco. No es justo que la trate como escoria
cuando ha sido la única persona que ha estado ahí para mí. Tú sabrás lo que Andy merece de ti,
Abbey. – Mi hermana se separa de mí y se va, dejándome sola con mi amargo llanto y mi tortura
emocional.
Camino y camino por las calles. Me fumo un cigarrillo tras otro sin saber por dónde voy
ni importarme tampoco. Mi teléfono suena. Lo miro y veo el nombre de Andy en la pantalla.
Decido ignorar la llamada por ahora, mientras pienso qué hacer y me dirijo a la playa para pensar
en soledad.
Ya es de noche y una inmensa luna llena baña con su luz el agua. Miles de recuerdos
acuden a mi cabeza desde que llegué a este lugar. Todos con Andy. Mi primer orgasmo… mi
primer amor… su proposición de matrimonio… ¡Dios, esto es muy duro!
Mi teléfono vuelve a sonar. Esta vez es Angela, su manager, y recuerdo que tenía algo
importante que decirme sobre Andy. Así que contesto.
- Hola Angela.
- Abbey, ¿puedes hablar ahora?
- Sí, sí, dime. – Intento enmascarar mi voz de normalidad, a pesar de que por dentro estoy
rota en mil pedazos.
- Es sobre el contrato de Andy. Abbey, sé que quieres mucho a Andy, ¿verdad?
- Mucho. – Aseguro. – Más que a nada – se me hace un nudo en el pecho.
- Y, quieres lo mejor para él, ¿no es así?
- Así es, Angela, dime qué sucede, por favor.
- Le he ofrecido el contrato de su vida a Andy. Pero él dice que solo aceptará si tú vienes
con él a Nueva York para grabar el disco y a toda la gira. Sin embargo, no quiere presionarte y tú
no has aceptado, al parecer. Así que quiere renunciar a la oferta. – Aprieto los ojos al oír eso. –
Abbey, no dejes que se cargue su única oportunidad de cumplir sus sueños. Si de verdad lo
quieres, ven con él o déjalo ir. Pero sabes que si se queda se arrepentirá para siempre. – Por mi
imaginación pasa una vida entera al lado de Andy, casándome con él, yendo de su mano a grabar
su disco, yendo a su gira… pero se desvanece enseguida y solo queda dolor. Amargo y oscuro
dolor.
- Hablaré con él. – Le aseguro. – Andy no perderá esta oportunidad.
- Gracias, Abbey, sabía que si tanto lo querías podría contar contigo.
- Adiós, Angela, cuídamelo, ¿vale? – Comienzo a llorar de nuevo.
- Lo haré. – Cuelgo y me derrumbo.
Sé lo que tengo que hacer. Sé que es por un bien para él. Que será lo más fácil, lo más
justo. Pero, ¡joder si duele! Andy no es un simple amor de verano para mí. Andy es mi maldito
mundo, mi universo, mi oxígeno para vivir. Y tengo que perderlo y machacarlo para que me deje ir
y pueda cumplir sus sueños. Yo no puedo estar a su lado ahora mismo. Tengo que quedarme con mi
madre lo que le quede de vida.
Una hora después llego a casa de Andy con el alma en los pies. Por fortuna, todos están
durmiendo y Andy no está en la cabaña. No recuerdo si tiene hoy concierto o no, supongo que sí,
pero aprovecho su ausencia para hacer las maletas e irme.
Después de quedarme seca de tanto llorar, cojo mis bártulos y salgo de la cabaña sin
querer mirar atrás. Pero, al abrir la verja de la calle, me encuentro de frente con él. Con el rostro
desencajado me observa acarrear con mis bártulos.
- ¿Qué… qué haces, Abbey? – Pregunta aterrorizado. Él sabe la respuesta.
- Vuelvo a casa, Andy. Esta aventura se ha acabado. – Me siento maldita al pronunciar
esas palabras.
- ¡No! ¡No se ha acabado nada! ¡Vamos a casarnos, ¿recuerdas?! ¡Qué te ha dicho la
maldita de tu madre! – Andy me arranca las maletas de las manos y las tira al suelo. – Bonita, no
me hagas esto… tú no. – Se pasa las manos por los ojos y la frente, como queriendo despertar de
esta pesadilla. Yo hago de tripas corazón.
- Andy, no estoy hecha para esta vida. Tú lo sabes. Los dos lo sabemos. – Intento
convencerlo con uno de sus miedos.
- ¡Qué cojones estás diciendo! ¡Abbey, no hemos sido más feliz ninguno de los dos que
desde que estamos juntos! ¡No intentes volverme loco! ¡Me dijiste que me querías! ¡Me hiciste
perder el miedo a quererte! ¡Me prometiste… tú – comienza a llorar y yo me trago las lágrimas
con un esfuerzo infinito – tú me dijiste que no me dejarías nunca!
- Lo siento, Andy. Tengo que hacerlo. Y no quiero que me busques. – Le pido porque sé
que no se rendirá tan fácilmente y tiene que firmar ese maldito contrato.
- No, no, no, no…. Abbey, dime qué quieres y te lo daré. Lo que sea. – Mi corazón se
pulveriza al verlo de rodillas frente a mí, llorando como un niño y abrazado a mi cintura. Me
resisto a duras penas para no acariciarlo y consolarlo. – No voy a renunciar a ti, Abbey. Por favor.
No sé qué he hecho, pero déjame arreglarlo. Seré mejor. Te diré que te quiero con toda mi alma a
todas horas. No me dejes. Tú no.
- He vuelto con Dylan. – Libero el veneno de mis labios, sabiendo que es lo único que
detendrá esta sangrante despedida. Andy levanta la vista en busca de la mía. Sus brazos caen
inertes a los lados de sus costados. Le he dado donde más le duele. – Él puede darme lo que
quiero, Andy, tú no. – No dice nada. Simplemente se queda callado y arrodillado. Sé que lo acabo
de aniquilar y me odio por ello. Pero también sé que con el tiempo me olvidará y agradecerá lo
que hice por él. Cuando mi madre muera y él tenga su carrera encarrilada, puede que me permita
alguna vez explicarle lo que pasó para que tuviera que renunciar a él y causarle tanto dolor, pero,
por ahora, es mejor que me odie y no quiera saber de mí. – Lo… siento. – Cojo mis maletas y me
voy. Sin mirar atrás, o no podría hacerlo.
He dejado ahí en esa acera, hincado de rodillas, lo único que me ha hecho realmente feliz
en la vida. La única razón que la vida me ha dado para aprender a ser más YO.
Recuerdos

Es duro querer olvidar a alguien y no poder hacerlo. Tener que ver la cara de Andy allá
donde vaya me está haciendo todo muy complicado. Es el hombre del momento. Sus canciones
suenan por todas partes, sus fotos y pósters cubren toda California. Hace un mes que le dejé y
cada día es más duro.
Lo peor de todo es saber que debe odiarme. No ha intentado contactar conmigo en ningún
momento. Significa que mis palabras fueron eficaces y mi actuación también.
Mi vida se ha convertido en una pesadilla de la que no puedo despertar. Mi madre ha
enfermado bastante. Mi padre está cada vez más delgado y deprimido. Mi hermana Serena no ha
dado señales de vida. Y yo tengo que sacar fuerzas de donde no las tengo para los cuidados de mi
madre, continuar con mi trabajo, ahora en solitario pues Eiden tampoco ha dado señales de vida
desde que dejé a su hermano y todo esto con este enorme agujero que tengo en el pecho que cada
vez es más grande.
Casi ninguna noche consigo dormir más de tres horas. Me despierto en mitad de la noche
ansiosa y llorando, porque no paro de soñar con él, con sus besos, sus caricias… creo que yo
también estoy muriendo poco a poco.
Esta tarde estoy, como cada tarde, sentada en el sofá junto a mi madre, viendo sin ver la
tele, pensando en dónde y cómo estará. ¿Se acordará de mí? ¿Me echará de menos? ¿Me odiará
mucho?
De repente, una canción conocida suena desde la televisión y me estremezco. Es él. Es
Andy. O al menos un anuncio de su nuevo disco y su gira, que comenzará aquí, en Malibú, en una
semana. Comienzo a hiperventilar al reconocer los acordes de la canción que me escribió; Bonita.
- ¡Apaga eso! – Grito y mi madre se da cuenta de que es Andy entonces. – ¡Quítalo,
quítalo, por favor! – Grito y lloro a la vez apretando los ojos y tapando mis oídos con fuerza. – No
quiero oírlo. No puedo, no… Andy… – Lloro desconsolada. Siento la mano de mi madre en mi
espalda.
- Eh, Abbey, tranquila. Ya lo he quitado. – La miro y la veo tan enfermita y débil… pero
sigue siendo mi mamá. Me abrazo a ella y me deshago en lágrimas. – Creo que me equivoqué,
hija. – Dice mi madre y comienza a llorar también. – Jamás debí pedirte que te mutilaras de esta
manera por mí. Ni a tu hermana…
- Lo hice por él, mamá. No por ti. – Confieso tapándome la cara para seguir llorando.
- Abbey, no creí que pudiera verte tan infeliz en la vida. Quizá sea mejor que lo llames
y…
- ¡No! No puedo llamarlo ahora. Le dije cosas horribles, mamá. Lo he perdido para
siempre. Jamás me perdonará.
- No soy la mejor para aconsejarte, hija. Mi luz se está apagando poco a poco y ya no
puedo sacar las fuerzas que antes tenía. Pero te he visto llorar tanto y sufrir tanto durante este mes
que no puedo aguantarlo más. Me equivoqué, Abbey. Lo siento hija.
Mi madre y yo lloramos abrazadas. ¿Qué importa que se haya arrepentido ahora? No
quiero odiarla si se va a ir pronto. No quiero odiar. Solo quiero volver a verlo. Una vez más.
- Mamá, voy a llamar a Elsa. – Digo poniéndome en pie y marchando a mi habitación. Mi
madre puso el grito en el cielo el día que le dije que había vuelto a retomar la relación con mi
amiga de la infancia, pero poco a poco se ha relajado también en eso. No es la misma. Su final
está cerca y lo veo cada día y cada minuto que paso junto a ella.
He adoptado la habitación de Serena últimamente como mía. No puedo entrar a la mía sin
recordar cada minuto que pasé con Andy en esas cuatro paredes.
- ¡Hola! – Contesta Elsa. – Hace un mes que no sé de ti, ¡loca!
En cuanto comienzo a llorar, mi amiga se da cuenta de que algo gordo me pasa. Le cuento
todo con pelos y señales y ella me dice que va venir a Malibú para pasar unos días conmigo y
animarme.
Va a hacer por mí lo que yo no hice por ella. Pero acepto su ayuda más que agradecida.
Necesito compañía.
Antes de colgar, Elsa ya ha comprado el billete de avión para venir a verme. Será el
domingo de la semana que viene. Justo un día después del gran concierto de apertura de Andy
Stone en Malibú.
Cuando cuelgo la llamada, yo también hago una tontería. Compro una entrada para ese
concierto. Sin saber si podré reunir el valor de ir o no.

*****
No debí haber venido. Yo ya no pinto nada aquí. Todo está lleno de mujeres jóvenes que
llevan camisetas o pintadas en la cara con el nombre del que una vez fue el hombre de mi vida.
¿Por qué demonios he tenido que venir a su concierto? Mejor será que me vaya antes de acabar
hecha más papilla todavía.
Pero, cuando las luces del escenario se encienden y Andy sale a escena, me quedo ahí
parada como una imbécil, contemplando al amor de mi vida cumpliendo su sueño. El mío lo
abandoné desde el momento en que lo dejé ir. Ya no he subido más vídeos a YouTube ni sé cómo
irá mi cuenta…
Me alegra ver que Cole y Grace siguen siendo parte de su show. Al menos sigue teniendo
su apoyo de siempre en ellos.
El concierto comienza sin que Andy haya mediado palabra con los asistentes, simplemente
un “Buenas noches, Malibú”. Escucho anonadada su preciosa voz y espero ansiosa a que llegue el
turno de mi canción. Al menos podré recordar con ella lo que una vez él y yo sentimos.
Pero la canción nunca llega. Como broche final, Andy ha decidido usar otro tema que ni
siquiera es de él.
- En fin, todo lo bueno tiene que llegar a su fin. – Le escucho decirle a su público que no
cesa de corear su nombre y cantar sus canciones. La gente le pide ansiosa la canción “Bonita” y yo
ruego por escucharla una vez más. – No, esta noche quiero cantar otra canción para la persona que
escribí ese tema. – Mi corazón da un vuelco. ¡Me va a cantar una canción! ¡A mí! – Es un tema del
genial Bon Jovi que voy a tomar prestada por esta noche. No creo que ella la escuche, pero, aun
así, esta canción va para ti, bonita. “This ain’t a love song”, “no es una canción de amor”. El amor
debería ser otra cosa.
Escucho cabizbaja la letra de la canción que me dedica y comienzo a llorar de nuevo.
Andy me odia, lo sé. Me ha olvidado. De hecho, creo que Grace ha ocupado mi lugar en su cama
por como ambos se miran.
¡No puedo con esto! Tengo que irme. Y eso hago. Abandono el concierto mientras escucho
de fondo sus duras palabras dedicadas a lo que un día fue nuestro amor.

*****
A la mañana siguiente, sin haber podido pegar ojo, recojo a mi amiga Elsa del aeropuerto
y nos abrazamos con fuerza. Me alegra mucho ver lo bien que se maneja ahora con su nueva y
genial silla de ruedas y me propone que vayamos a comer juntas por ahí.
La llevo a ver Malibú y charlamos de nuestra infancia durante horas. Aunque yo sabía que
Elsa sacaría el tema de Andy en cuanto pudiera.
- Abbey, tienes que hablar con él y explicarle por qué lo hiciste. – Me pide mi amiga.
- Elsa, eso no es posible. ¿Sabes? Ayer lo vi. – Elsa abre los ojos sorprendida. – Fui a su
concierto. Y escuché la canción que me dedicó delante de todo el mundo. Me odia, Elsa. Me odia
y no voy a poder llegar hasta él otra vez. Lo conozco bien. Además, creo que está con la zorra de
Grace. – Digo con amargura.
- Abbey, ese hombre no te ha olvidado. Si te ha dedicado una canción es la muestra.
Tienes que hablar con él. Estáis hechos el uno para el otro.
- Quizá cuando mi madre se vaya… está muy mal ya. Ahora mismo solo tengo tiempo para
ella, Elsa. Ayer fue la primera escapada de casa que me he dado en un mes.
- Se te ve en la cara. Estás horrible, amiga, lo siento.
- No me importa, Elsa, la verdad.
- He pensado una cosa. ¿Qué tal si me quedo a vivir contigo y te ayudo un poco con tu
madre mientras estés tan fantasmagórica? – Miro a mi amiga ilusionada.
- ¿Harías eso por mí, Els?
- ¡Claro, Abbey! Necesitas que alguien cuide de ti. – Mi teléfono suena y me disculpo.
- Perdona, es mi padre. – Contesto la llamada. – Papá, ¿qué pasa?
- Abbey, tu madre está en el hospital, ha venido la ambulancia a por ella. Está muy grave.
Creo que deberías llamar a tu hermana y venir. – Miro al cielo y me pregunto cuántas penurias me
quedan más por vivir.
- Estaré allí enseguida. – Cuelgo. – Mi madre, Els, se está yendo. Tengo que llamar a
Serena e ir al hospital. ¿Quieres que te deje en casa mientras tanto?
- Iré contigo, Abbey. – Elsa me aprieta de la mano y asiento.
Me llevo preparando para este momento durante un mes.
Sin embargo, al entrar al hospital un miedo enorme me invade el pecho. Voy a decirle
adiós a mi madre para siempre. Es más duro de lo que nadie pueda creer. A pesar de todos mis
desencuentros con mi madre, ahora mismo solo recuerdo los buenos momentos y me atormenta el
hecho de poder perderlos.
Encuentro a Serena en la puerta de la habitación de mi madre y a mi padre hecho polvo.
Nos abrazamos los tres con tristeza.
Después, mi padre entra en la habitación de mi madre, pues solo nos permiten entrar de
uno en uno. Serena, Elsa y yo esperamos fuera nuestro turno, sentadas en los asientos del pasillo.
- Estás hecha una pena, Abbey. – Me dice mi hermana a la que tampoco veo desde hace un
mes. – Voy a tener que patear el culo de McGregor por cuidar tan mal de ti. – Bromea. ¿Le ha
dicho eso Andy?
- Yo no estoy con Dylan, Serena. Me lo inventé para que Andy firmara su contrato y no
dejara su sueño aparcado por mí.
- ¡Que hiciste qué! ¡No lo puedo creer! ¿Era todo mentira? – Mi hermana me grita
encolerizada. Si yo tuviera fuerzas también le gritaría que me dejara en paz y no se entrometiera.
Le gritaría que ha sido una egoísta por no venir a ver a mamá ni un solo día. Pero estoy tan
agotada, que simplemente me callo. – ¿Tienes la menor idea de lo que Andy lleva sufrido por tu
culpa?
- Serena, no, por favor. – Suplico cuando veo que me voy a echar a llorar por ti.
- ¡Serena, calla, joder! ¡Tu hermana lo ha pasado mil veces peor! – Elsa intercede por mí.
- Eres estúpida, joder. – Serena piensa en voz alta, pero lo deja estar al fin. El silencio
reina tras nuestra pequeña discusión y al fin llega mi turno para despedirme de mi madre. Entro en
la habitación asustada y aturdida. Mi madre está entubada y casi no puede abrir los ojos.
- Hija…
- Mami, estoy aquí. – Me siento a su lado y beso su mano con ternura. – Tranquila mamá,
estamos bien. Cuidaré de papá y de Serena.
- Abbey, perdóname hija. No quiero verte así. Quiero que llames a Andy y le pidas que
venga a verme. Tengo que… tengo que hablar con él. – Sonrío ante su disparate.
- No te preocupes por eso, mamá. Yo hablaré con él y volveré a ser feliz a su lado. –
Miento. No quiero que se vaya pensando que ha fracasado como madre conmigo, aunque sea
verdad.
- Eso es lo que quiero, Abbey. Que olvidéis los dos todas mis meteduras de pata y seas
feliz como antes. Quiero que Andy te cuide y te trate bien. Dile que lo haga o se las verá con mi
fantasma. – Río y lloro a la vez.
- Lo haré mamá. Descuida.
- Dile a Serena que entre, por favor, cariño. Y no dejéis a tu padre solo.
- Descuida, mamá. – La beso por última vez y acaricio su cansado rostro. – Te quiero,
mamá.
Despedidas

El funeral de mi madre fue más tranquilo de lo que pensaba que sería. Mi padre, mi
hermana y yo estábamos de acuerdo en una cosa: era mejor para ella que dejara de sufrir. También
fue de gran ayuda para mí tener a Elsa allí, a mi lado.
Al volver a casa, todos juntos, recordamos buenos momentos de nuestra niñez en familia.
Elsa también formaba parte de esos recuerdos.
Cuando entré en la cocina para servirme un vaso de agua, la llamada número quinientas
para darme condolencias entró por mi teléfono. Era un número oculto.
- ¿Sí? – Contesto, pero no obtengo respuesta. – ¿Hola? ¿Hay alguien ahí?
- Hola, bonita. – El corazón se me para.
- ¡Andy! – Grito y me tapo la boca con la mano para acallar mi llanto.
- Sí, bonita. Solo… yo solo quería… decirte que lo siento mucho por tu pérdida. Que me
gustaría haber estado ahí, contigo, a pesar de que yo no sea él… aunque tú…
- ¡Andy! No, tú no tienes que querer ser él, porque yo…
- Eh, tranquila, bonita. Te he guardado rencor por muchos días, pero ya no quiero tener
que hacerlo más. No si sé que estás sufriendo como ahora sufres por tu madre y yo no puedo
consolarte, ni…
- Andy… – lloro y el llanto me impide hablar.
- Dile a ese cabrón que te cuide, ¿vale? Hasta siempre, bonita. – Andy cuelga y yo me
dejo caer al suelo, completamente derrumbada.
Por la noche, Elsa duerme conmigo en la que fue mi habitación, pues Serena y Lillian
duermen juntas en la de mi hermana.
Yo lloro como una estúpida durante toda la noche, hasta que al final me quedo dormida de
tanto llorar, abrazada a Elsa con fuerza.
Los días pasan y yo trato de contactar de nuevo con Andy. Elsa me ha convencido. Si me
llamó es porque no me odia. A lo mejor, ahora que él ya tiene su carrera encarrilada, es nuestro
momento para volver a intentarlo. Pero su antiguo número de teléfono ya no está operativo y me es
imposible.
Le suplico a mi hermana que hable ella con él. Pues ella tiene contacto con Andy. Pero me
dice que por más que lo intenta le es imposible. Andy está de gira por Texas ahora mismo y su
agente no le pasa las llamadas en estos días a no ser que sea algo muy importante.
Por internet sigo sus éxitos y me alegra ver que ya no me dedica esa canción de dolor que
me dedicó en el concierto que dio en Malibú, al comienzo de su gira. Sin embargo, tampoco canta
mi canción.
Elsa está desesperada conmigo. Sé que quiere por todos los medios que Andy y yo nos
reconciliemos, aunque no más que yo. Sin embargo, parece algo jodidamente difícil si no puedo
acceder a él ni comunicarme con él de ninguna manera. Por otro lado, Elsa también me anima a
conocer a más hombres por Internet, ya que apenas salimos. Yo me niego en rotundo, pero le dejo
mi portátil a su disposición para que ella sí lo haga.
Un día, durante el almuerzo, sentada a la mesa con mi padre y Elsa, veo una noticia que
me deja muerta. “Abraham Stone, padre del cantante Andy Stone y enfermo de ELA desde hace
años, falleció anoche a las once y veinte de la noche. El cantante ha suspendido la gira y ha
cancelado todos sus eventos para celebrar el entierro en Malibú, ciudad natal del cantante.
Abrahan, de solo cincuenta y siete años, falleció mientras acompañaba a su hijo en la que ha sido
la gira del año…”
Sr. Stone… mi teléfono suena y me levanto rápidamente para irme al jardín trasero y
contestar la llamada. Es un número oculto y sé quién es.
- ¡Andy! – Clamo cuando contesto.
- Abbey – su voz suena destruida – mi… mi padre…
- Lo sé, ni niño. Lo siento mucho. – Lloramos juntos durante varios minutos.
- Él te quería mucho, bonita. Yo… no sé si es pedirte mucho, pero me gustaría que
estuvieras en su entierro.
- ¡Por supuesto que estaré, Andy! No lo dudes. – Me mata ser consciente del dolor que
Andy está atravesando ahora mismo. – Tu padre te adoraba, Andy. Estaba muy orgulloso de ti. Él
me lo dijo…
- Lo sé. Gracias a ti y a lo que hiciste por nosotros lo sé. Tuvimos muchas conversaciones
antes de que se fuera para siempre. Por eso y por muchas cosas no puedo odiarte, aunque lo siga
intentando. – Me quedo callada. – Te veré mañana. La ceremonia es a las diez de la mañana. Te
enviaré la ubicación a tu teléfono.
- Andy…
- Sé que lo sientes, bonita. Sé que no quieres verme sufrir, que nunca lo has querido,
aunque me hayas hecho el mayor de los daños. Pero eso es el amor, ¿verdad? Yo… ¡joder! – Andy
vuelve a colgarme en medio de una llamada y me deja sin posibilidad de defenderme. Pero esta
vez, sé que mañana lo veré. Cara a cara.
Cuando vuelvo al salón, Elsa y mi padre me contemplan esperando a que les cuente algo.
Decido hacerlo. Ya no está mamá. A ella era a la única que tenía que ocultarle cosas y, en sus
últimos días, ya no tenía que hacerlo porque, al parecer, cuando alguien sabe que se está
muriendo, te hace ver la vida de otra manera más gentil y menos dura.
A mamá le costó un mes de enorme sufrimiento, dolor y desgaste de energía y vitalidad
para poder llegar a decirme que sentía mucho el dolor que me había causado. O puede que fuera
porque ya no le escondí más lo que yo sentía por Andy. Puede que la culpa fuera mía y nunca debí
habérselo ocultado. Si mamá hubiera sido consciente de lo inmensamente feliz que me hacía Andy,
habría acabado entendiendo todo mucho antes.
- Era Andy – explico a mi padre y a Elsa – quiere que vaya mañana al entierro de su
padre. – Trago saliva. No estoy preparada para verlo pasando página de lo nuestro.
Para mí, estos dos meses que han pasado desde nuestra ruptura han sido como una
pesadilla: la enfermedad de mi madre, el aislamiento social y el autoencierro en la casa de mis
padres, todos esos recuerdos de los dos reviviéndose una y otra vez en mi cabeza…
Andy, sin embargo, ha grabado un disco, ha comenzado una gira y las revistas del corazón
dicen que incluso puede que haya comenzado una relación con Grace. Parece ser que yo he sido la
que ha abierto el camino a la relación entre ellos dos. Le ayudé a vencer su miedo a las
relaciones, un miedo causado por la pérdida de su madre que lo abandonó a él y a su familia por
alguien más rico y de mejor posición social; justo como Andy piensa que he hecho yo con él. La
prensa habla de mí como una misteriosa mujer que inspiró los mejores temas de Andy Stone, pero
que nadie sabe si existe de verdad ni su identidad real. Algunas listillas se han subido al carro de
la fama, seguramente algunas de las ex amantes de Andy, alegando que creen ser ellas las que
inspiraron las canciones de Andy en entrevistas estúpidas en televisión. Andy no se ha
pronunciado al respecto. Una revista que publicó una entrevista con él dijo que “el cantante dice
no estar preparado para hablar aún de ese episodio de su pasado y que solo quiere hablar de su
música, que es lo único que le mantiene vivo”. Debe haber compuesto multitud de canciones de
desamor y desengaño en mi nombre… y yo moriré un poquito más cuando las oiga.
- Pues iremos juntas – se ofrece Elsa con una enorme sonrisa de apoyo moral.
- Gracias Els. Sería demasiado para mí sola.
Elsa y yo pasamos la tarde en mi dormitorio, preparando mi indumentaria para el día
siguiente. Ella quiere que yo vaya explosiva, por eso de que será el primer encuentro real entre
Andy y yo desde nuestra ruptura, pero yo no creo que eso sea conveniente dadas las
circunstancias. Yo lamento enormemente la pérdida del Sr. Stone, no solo porque fuera el padre de
Andy, sino también porque le cogí mucho cariño durante nuestra breve convivencia juntos.
Recuerdo una conversación que tuvimos en el jardín de la casa de Andy, mientras
paseábamos juntos, después del concierto que organicé en La Nave y cuando ya manejaba a la
perfección el ordenador con el que podía hablar. El Sr. Stone me dijo que yo era como una hija
para él. Dijo que, pasara lo que pasara entre Andy y yo, se llevaría un gran amor por mí a la
tumba. Me dijo que, me estaría eternamente agradecido por todo lo que le había aportado a su
familia. Me habría encantado poder despedirme de él, explicarle que nunca dejé ni dejaré de amar
a su hijo, que siempre estaré aquí para él cuando me necesite.
Sin embargo, la realidad es que Andy no me necesita en absoluto. Es una estrella en este
país. Pronto su fama subirá a nivel mundial y estará rodeado de personas que lo alabarán y
adorarán como él se merece, haga lo que haga. Supongo que Andy me ha invitado al funeral de su
padre para enterrarlo y enterrarme en la tumba de su pasado y nada más. Yo lo conozco bien, al
menos lo conocía, espero que no haya cambiado mucho… Sé que él no me perdonará jamás por lo
que le hice.
Ahora, con el tiempo, no me parece tan buena idea habernos sacrificado a ambos de esta
manera. Debería haber pensado más las cosas. Quizá habría encontrado otra manera, otra solución
para que lo nuestro no hubiera acabado, al menos no tan mal. Mi madre se habría dado cuenta
igualmente que Andy era lo que mi vida necesitaba y habría podido acompañarlo a algún
concierto cercano, habría sido su apoyo, aunque fuera en la distancia… Realmente no comprendo
cómo no vi otra solución. Puede que en mi desesperación simplemente no viera salida alguna a mi
alrededor. La noticia de la enfermedad de mi madre me dejó noqueada y abrió un enorme agujero
en mi pecho al sentirme culpable de la virulencia de la misma. Creí que por culpa de mi relación
con Andy mi madre había empeorado tan rápidamente. Creí tantas cosas malas que no vi otra
salida.
- ¿Qué te parece este? – Me pregunta Elsa sacando un vestido que yo hice de una de las
maletas que traje de la casa de Andy, cuando rompimos.
No he podido abrir esas maletas todavía. No he vuelto a vestir ninguna de mis creaciones.
Elsa me muestra un vestido que me hice con una de las camisas negras de mangas cortas de Andy
que él se negaba a llevar porque consideraba demasiado formal. Yo le añadí encaje negro al final
de las mangas y un volante voluptuoso de tul negro al largo, para hacerlo más ponible. Lo conjunté
con un cinturón de charol negro para ceñirlo a la cintura. Una de mis mejores creaciones según
Andy.
- Ese es perfecto. – Le digo a mi amiga.
- Estupendo. Ahora a dormir. – Me ordena Elsa. – Mañana tienes que tener mejor cara o
asustarás a todo el mundo, Abbey.
- Primero tengo que llamar a Serena. Ella también tiene que venir mañana. No sé si ya se
ha enterado o no de la horrible noticia. – Comento angustiada.
- Déjamelo a mí. Yo la llamaré. – Me pide mi amiga. – Tú tómate esto – dice
mostrándome una pastilla calmante – necesitas dormir de verdad. – Tomo la pastilla y la
introduzco en mi boca. – Eso es. Ahora a dormir. – Elsa toma mi mano y la aprieta con cariño.
- Gracias por estar siempre ahí, para mí. – Le digo emocionada y me recuesto en la cama.
– No merezco que seas tan buena conmigo, después de todo. – Elsa acerca su silla de ruedas a mí
y me besa en la frente.
- Tú también has estado ahí para mí. Solo has necesitado un tiempo, como yo, para
asimilar todo esto. – Dice señalándose las piernas. La culpabilidad vuelve a fulminarme por
dentro.
- Debí llamarte, al menos.
- Has aparecido en el momento adecuado, Abbey. Y me has dado de nuevo un motivo para
seguir aquí. Tenemos que arreglar tu vida para que la vivas por las dos. – Mi amiga también se
emociona, puedo ver sus claros ojos cristalizarse.
- No deberías negarte al amor aún, Elsa. Eres joven y preciosa.
- No lo hago. Gracias a ti no lo hago. Yo también quiero sentir eso que tú estás sintiendo y
que nunca he sentido por nadie. Pero me tomará más tiempo que a ti ser aceptada. Yo quiero ver
que alguien como tú, que puede andar y que es tan maravillosa, triunfa en el amor para poder
sentir que yo también puedo. Si no lo haces tú, Abbey, ¿quién más podría triunfar? – Suspiro. – He
conocido a alguien por el chat, ¿sabes? – Sonrío ante la cara de pícara que pone mi amiga. –
Todavía no sé su nombre ni nada, pero es un tipo de lo más interesante. Ya te lo contaré todo
cuando todo esto pase.
- Vale – contesto medio adormilada – ¿podrás subir tú sola a la cama? – Pregunto
sintiendo que mis ojos pesan ya demasiado.
- Claro que sí. Lo llevo haciendo meses, Abbey. Tranquila, descansa.
De fondo creo escuchar el murmullo de Elsa hablando por teléfono, pero no soy
consciente de qué habla. Creo que está hablando con Serena sobre el entierro del Sr. Stone. Me
quedo dormida en seguida y sueño con un cementerio inmenso, casi en blanco y negro, lleno de
lápidas grises clavadas en la tierra fresca y oscura. No hay nadie en este desierto de muerte, solo
yo, y deambulo perdida en busca de algún rostro conocido, pero solo encuentro silencio y
sepulcros a mi alrededor. Cierro los ojos y escucho el trinar de los pajarillos. Es un sonido que
me apacigua en el interior entre tanta inmundicia.
- Abbey, ¿estás despierta? – Abro los ojos, que me pesan toneladas, y me encuentro a
Serena y a mi hermana ya vestidas y arregladas para la ocasión. Me incorporo de golpe.
- ¡Qué hora es! – Bramo sintiéndome desubicada.
- Las ocho y media. Tranquila, hay tiempo. Pero necesitamos arreglarte un poco. – Dice
Elsa. – Ve a ducharte. Tu padre está preparando el desayuno y Serena y yo te ayudaremos con los
arreglos. – Miro a mi alrededor pensando en que voy a volver a ver a Andy en solo una hora y
media y no tengo ni idea de qué decirle ni cómo comportarme.
- Está bien. Vamos allá.
Me levanto y me dirijo hacia el baño. Me encierro allí y me meto en la ducha. Acciono el
grifo del agua caliente y dejo que el agua recorra mi cuerpo desnudo. Estoy más nerviosa de lo
que lo he estado en mi vida. Es como si mi vida entera dependiera de este encuentro y de la
reacción de Andy al verme.
Cuando salgo de la ducha, Serena me ayuda a vestirme y a arreglarme el pelo. Yo
simplemente me quedo sentada en el taburete y observo al fantasma que se refleja frente a mí en el
espejo. Serena moldea con gracia cada uno de mis rizos, que ya me llegan por debajo de la cintura
y me habla sin cesar sin que yo realmente la escuche. Creo que dice algo así como que estoy más
guapa que nunca, a pesar de que he perdido unos kilos y tengo la piel amarillenta. El maquillaje es
obra de Elsa, pues Serena no se ha puesto ni siquiera máscara de pestañas en su vida.
Elsa cubre con una fina capa de sombreado marrón mis párpados, un poco de máscara de
pestañas y mis labios con labial en tono nude mate. En lo único que se esmera más es en los
coloretes. Dice que para dar un poco de vida a tanta tristeza que esconde mi rostro últimamente.
El resultado es bonito. Nada llamativo y bastante acorde con lo que llegué a ser cuando
me descubrí a mí misma, cuando estaba con él. Solo que mi melena de rizos luce más sofisticada y
glamurosa, no tan salvaje como antes. Pero estoy increíblemente guapa para lo mucho que me he
maltratado y descuidado últimamente.
Me calzo unos tacones negros altos de charol, como el cinturón que se ciñe a mi cintura y
bajo los escalones que me llevan a la cocina. Serena y mi padre se encargan de bajar a Elsa y su
silla de ruedas. Me sirvo una taza de café y me enciendo un cigarrillo mientras contemplo desde la
ventana que el primer día de bienvenida al otoño, o la despedida del verano, según se mire, es un
día injustamente bello para una despedida tan dolorosa.
- Abbey, tenemos que irnos. La ceremonia es en media hora. – Me dice mi hermana.
Asiento y tiro lo que me sobra de café en el fregadero. Me enciendo otro cigarrillo antes de salir.
Mi padre me echa una reprimenda con la mirada.
- Estoy nerviosa, papá. Mucho. – Él asiente con tristeza. Yo le doy un beso en la mejilla. –
Tranquilo. Sé cuidarme. ¿Podrás quedarte solo un rato? – Pregunto preocupada. Mi padre está
bastante deprimido desde que mamá nos dejó.
- Claro que sí, hija. Tu padre es más fuerte de lo que parece. Como tú, Abbey. Ve y trata
de arreglar las cosas con Andy. – Me dice y lo miro emocionada. – Y si no puedes, no dudes que
saldrás adelante, cariño. Así como yo también lo haré sin tu madre. Porque nos tenemos los unos a
los otros.
- ¡Abbey, ni se te ocurra llorar o estropearás tu maquillaje! – Protesta Elsa y yo me río
mientras trato de borrarme las lágrimas sin estropear el maquillaje. – Vamos, anda.
En el coche de mi hermana, de camino al cementerio, multitud de recuerdos me golpean en
las sienes. Recuerdos en casa de Andy con su padre, con Eiden y con él. Tampoco he sabido nada
de Eiden en todo este tiempo y me muero por verla. Solo espero que ella no me odie tanto como su
hermano.
El ataque de nervios es un hecho cuando salgo del coche en la entrada del cementerio y
veo un pequeño bullicio de gente agolpada alrededor de un terreno en el medio del cementerio.
Quedan solo dos minutos para que la ceremonia comience. Me va a dar algo.
Ayudo a mi hermana a sacar a Elsa del coche y subirla a su silla de ruedas y las tres nos
adentramos en el cementerio de riguroso luto hacia donde están todos reunidos para despedir al
Sr. Stone. Aún no veo a Andy ni a Eiden, supongo que estarán en medio de todo el gentío.
Algunos ojos se clavan en nosotras al acercarnos. Entre ellos reconozco a los de Cole,
Lillian, Mario y el Gran Harry, que me miran como quien ve un milagro. Automáticamente todos
ellos voltean la cabeza hacia la misma dirección y yo hago lo mismo.
Y allí está, vestido de traje negro, camisa negra y corbata negra, el hombre más perfecto
del mundo me observa llegar al entierro de su padre con el más absoluto terror en la mirada. Yo
también estoy aterrorizada. Me quedo clavada en el suelo a tres metros de la muchedumbre y soy
incapaz de seguir andando cuando veo a Grace aferrada del brazo de Andy y él la deja hacer como
si nada. Andy no ha sido nunca fan de ese tipo de acercamientos tan íntimos. Solo conmigo. Ahora
Grace ocupa mi lugar y no puedo culparle por ello.
No obstante, después de largos segundos mirándonos fijamente a los ojos sin decir nada y
a la vez diciendo mucho, Andy decide soltarse del agarre de Grace y se acerca lentamente a mí.
Creo que me voy a desmayar. Aguanta, Abbey, por lo que más quieras.
- Has venido – susurra frente a mí y yo trato de hablar, pero la voz no sale de mi cuerpo –
estás espectacular. – Me obligo a reaccionar e instintivamente le doy un beso en la mejilla.
- Lo siento tanto, Andy – gimo de dolor en su oído. Intento separarme de él cuando su
aroma me inunda por dentro y su calor corporal me hace estremecer, sin embargo, Andy me lo
impide colocando su brazo alrededor de mi cintura.
- Yo sí que lo siento, Abbey. Siento no haber disfrutado más de mi padre y de ti cuando
tuve la posibilidad. Siento haberte asustado tanto y haberme empeñado en convencerte y
convencerme de que lo mejor para ti no sería nunca amarme. – Me besa con devastadora lentitud
la mejilla y se separa de mí. Yo lucho con todas mis fuerzas por no derrumbarme aún, antes de que
haya al menos terminado la despedida del Sr. Stone. – Mi padre quería que te dijera que no ha
dejado de quererte como una hija nunca. – Las palabras de Andy me dan el toque de gracia y
comienzo a llorar como una estúpida.
Me tapo el rostro y, entonces, siento de nuevo su calor. Andy me abraza con fuerza y me
consuela por mi terrible dolor. Él a mí. A pesar de que yo he sido la que más dolor les ha causado
a ellos. Me abrazo a él con fuerza y siento una caricia extraña en mi espalda. Al levantar la
cabeza, veo a Eiden con ojos llorosos que abre los brazos para abrazarme. Me abrazo a ella y la
beso con locura y amor, agradecida a la vida por haberme dado esta posibilidad al menos de
volver a verlos a ambos.
Andy se seca las lágrimas de manera disimulada y nos coge a Eiden y a mí de la mano,
guiándonos hacia la primera línea donde los familiares directos deben situarse. Yo me dejo llevar
simplemente porque el contacto mano con mano con Andy me resulta divino en estos momentos.
La ceremonia da comienzo. Andy e Eiden clavan la mirada en el suelo, aunque me parece
sentir la mirada de reojo de Andy en mí en alguna ocasión. También veo a una mujer rubia que me
resulta familiar a la distancia. ¡Es la madre de Andy! Miro a Andy con confusión y después a ella
otra vez.
Elsa y mi hermana se colocan donde Cole, Mario, Lillian y el Gran Harry están colocados
y Grace se sitúa justo detrás de mí. Siento su mirada clavada en mi nuca durante toda la
ceremonia. Andy sigue apretándonos a Eiden y a mí con sus manos, cada una a uno de sus lados.
El momento de decir adiós definitivo llega. Eiden es la primera en lanzar un puñado de
tierra sobre el ataúd de su padre, seguida de Andy, que dedica unas últimas palabras a su padre en
voz baja. Después Eiden me anima a hacer a mí lo mismo, junto con Laura, la mujer que cuidaba
del Sr. Stone. Tiro mi puñado de tierra y prometo a Abrahan Stone en silencio no dejar de amar
jamás a su hijo.
La ceremonia termina y todos nos vamos alejando poco a poco del lugar en el que
Abraham Stone descansa para siempre. Todos menos la madre de Andy, que aprovecha que todo el
mundo se aleja para dedicarle unas palabras de despedida al padre de sus hijos. Creo que Andy
no se ha cruzado ni una sola mirada con esa mujer y me atormenta pensar que su presencia pueda
hacerle más daño a Eiden y Andy del ya causado.
- ¿Podemos hablar un momento? – La voz de Andy me toma por sorpresa y al girarme lo
encuentro frente a mí. Muy serio y con la mirada oscura. – Sí, ha venido. – Dice señalando a su
madre desde la distancia.
- ¿Has hablado con ella? – Le pregunto, preocupada por él y por cómo le afectará tener al
fin a su madre tan cerca.
- La llamé yo para decírselo. Hace unas semanas que mi madre ha intentado ponerse en
contacto conmigo, desde que ha sabido de mi reciente éxito en el mundo de la música. Pero me he
negado a hablar con ella ni con nadie que no me haya querido a su lado cuando no tenía éxito. –
Siento que sus palabras son dardos venenosos contra mí también. Pero me callo, por si sirve de
algo para aliviar su dolor y su rabia contra mí. – Pero también decidí llamarla para que pudiera
despedirse de él, si quería. Con la condición de que no cruzara palabra conmigo ni se acercase ni
a Eiden ni a mí a menos de tres metros de distancia. – Me confiesa. – Supongo que necesitaba
despedirme de ella también hoy, desde la distancia. También de ti, Abbey. – Aprieto los ojos. –
Tendría que haberte dicho a ti también que las reglas eran esas, que no te acercaras a mí, que no
me hablaras, pero tenía tantas ganas de verte… Y tampoco habría sido justo para ti compararte
con esa indeseable mujer, a pesar de que tu despedida fue cruel y me recordara tanto a la de mi
madre. Pero tú no has sido como ella. Me ha costado verlo, pero ahora lo veo. – Dos espesas
lágrimas salen de mis ojos y las borro enseguida. Miro a otro lado para coger fuerzas y veo a
Eiden y a Cole conversando fervientemente sobre algo. ¿Ellos se conocen? – Sé que simplemente
yo no era el hombre que amabas, pero lo intentaste. Intentaste que yo creyera en mí. Me devolviste
a mi padre, Abbey, nunca podré agradecerte eso lo suficiente. – Tengo que decirle que está
equivocado, que sigo amándolo, que no he dejado de hacerlo.
- Andy, yo…
- Eiden ahora es diseñadora gracias a ti. Yo, yo sé lo que es el amor y una relación de
verdad gracias a ti. – Cierro la boca en el acto. ¿Me está diciendo que está enamorado de Grace?
¿Que realmente es su novia como los medios dicen? – Me habría encantado que lo nuestro hubiera
sido un para siempre, Abbey. – Los ojos de Andy se llenan de lágrimas y yo estoy a punto de
desfallecer. – No ha podido ser. No obstante, no quiero odiarte. No a ti. Nunca.
- Tengo que irme. – Gimo y me doy la vuelta cuando soy consciente de que Andy me está
diciendo que ya ha pasado página. Preferiría que me siguiera odiando a esto. Eso al menos
significaría que sigue amándome.
- ¡Espera! – Tira de mi brazo y me da la vuelta. Yo ya estoy llorando como una condenada.
– Solo quería que supieras que puedes estar en mi vida, Abbey. No sé, ser amigos… vernos a
veces… hablar… lo que quieras. No voy a molestarte, lo prometo. Lo he entendido todo. Sé cuál
es nuestro lugar. No voy a odiar a McGregor, te lo juro. – Lo miro incrédula y muy dolida.
- Yo no quiero ser tu amiga, Andy. ¿Es que no ves lo que sería eso para mí? – Lloro y
salgo corriendo de su alcance. Me meto en el coche de mi hermana y comienzo a llorar
desesperadamente.
Elsa sigue hablando con Cole de quién diablos sabe sobre qué. ¡Si no se conocen! Andy
está clavado en el mismo sitio en el que lo he dejado, mirando desolado hacia el coche de mi
hermana, en el que estoy encerrada y llorando como una magdalena y Serena al fin entra en el
coche.
- Serena, por favor, dile a Elsa que tenemos que irnos. – Mi hermana ve mi estado y
suspira.
- Abbey, deberías ser menos dura con Andy. Si tú ya lo has olvidado, podrías intentar al
menos ser su amiga. – Miro a mi hermana con la cara cubierta de lágrimas.
- ¡¿Tengo aspecto de haberlo olvidado, hermana?! – Grito enfurecida. Al fin veo a Lillian
y a Gran Harry traer a Elsa al coche y la ayudan a entrar en él y a guardar su silla de ruedas en el
maletero. – Y tú, ¡¿qué demonios le estabas contando a Cole, Elsa?! ¡No lo conoces de nada! –
Bramo a mi mejor amiga. Lillian y el Gran Harry me miran con tristeza, se despiden de mí con la
mano y cierran la puerta. Elsa, sin embargo, me mira con enfado.
- Si tú no eres lo suficientemente valiente para decirle al resto del mundo lo que
verdaderamente sientes y todo lo que has tenido que sufrir por sentirte obligada a separarte de
Andy está bien. Pero no me pidas a mí que también sea una cobarde. – Palidezco. ¿Elsa le ha
dicho a Cole que siempre he estado enamorada de Andy? Busco por la ventana a Cole con la
mirada, que está hablando con Andy. Andy parece completamente perturbado por lo que oye de la
boca de Cole y vuelve a mirar a mi dirección.
- Arranca el coche, Serena. – Ordeno a mi hermana.
- Abbey, deberías hablar con…
- ¡Te he dicho que arranques, maldita sea! – Grito hasta romperme la voz. Mi hermana
obedece y comenzamos a avanzar al fin. Siento unos golpes en mi ventana, pero no quiero mirar.
No puedo hacerlo. – Continúa. – Le pido a mi hermana que obedece.
- Abbey – dice Elsa – deberías escuchar lo que Andy tiene que decir antes de huir de esta
manera. No vas a sentirte mejor así.
- Ya lo he escuchado – me limpio las lágrimas – ahora gracias a mí sabe lo que es el amor
y una relación, Elsa. Está con Grace. Final de la conversación. – Sentencio mirando fijamente a
los ojos de mi amiga que se queda muda ante la información que oye de mis labios.
- ¡Oh!
El resto del camino se hace en un silencio sepulcral entre las tres. Silencio solo
interrumpido por mis amargas lágrimas de dolor. Inmenso dolor. Inmensísimo dolor.
Quisiera cambiarme por Abraham Stone, o mi madre, así al menos Andy o mi padre
seguirían sus vidas felices.
Oscuridad

Algo ha cambiado en mí desde hace un mes, desde que vi a Andy y supe de su relación
con Grace y de que ha superado nuestra ruptura. No me atrevo a decir que soy feliz ni que me
alegro por él, pero al menos, he dejado de llorar.
He encontrado algo de fuerzas y determinación para continuar con mi vida y mi trabajo.
Elsa es ahora mi ayudante en el terreno de la moda y ambas compartimos un minipisito en Santa
Mónica. Mi padre me animó a salir de casa y ha sido lo mejor. No puedo olvidar a Andy en un
lugar plagado de recuerdos con él.
He salido con varios hombres durante este último mes, aunque ha sido desastrosamente
insatisfactorio. No me rindo. Sigo creyendo que por ahí, en algún lugar del mundo, debe haber
otro Andy Stone deseando ser descubierto por mí.
Me visto con mis pantalones de cuero negro llenos de transparencias por los lados más
favorecedores y mi top rojo super explosivo. Ya tengo la melena tan salvaje como la quería,
incluso me gusta más ahora que he añadido reflejos dorados a ella. Maquillaje felino y labios
ultra rojos. Tacones imposibles calzados. ¡Ya estoy lista para la acción!
Hoy Elsa quiere llevarme a conocer a su misterioso ligue de Internet y a su supuestamente
apuesto amiguito a una fiesta a la que hemos sido invitadas en una mansión de Malibú.
Elsa también se ve espectacular. Gracias a que mi amiga me ha convencido para continuar
con mi canal de YouTube, hemos conseguido más seguidores y hemos hecho un crowfunding para
conseguirle unos alzadores ortopédicos. Son como unos resortes para poder mantener a mi amiga
en pie e incluso ha conseguido dar algún que otro paso con ellos puestos. Está tan emocionada que
ha empezado a entrenar duro para poder recuperar algo de movilidad en sus piernas. El avance en
solo una semana que lleva con ellos es monstruoso.
Aun así, tenemos que seguir llevando la silla de ruedas a todas partes, pues se cansa
pronto y a veces es doloroso para ella llevar los resortes durante mucho tiempo.
- ¿Lista para conocer a tu misterioso donjuán? – Le digo a mi amiga. Ella asiente
desbordante de alegría e ilusión. – Bien, pues vamos. El taxi ya está abajo esperándonos.
Elsa y yo nos metemos en el taxi y agarro con fuerza la mano de mi amiga, dándole
caricias para calmarla.
- Me va a dar un ataque, Abbey. No sabes la de tiempo que llevo esperando conocer a
Darkness. – Miro a Elsa con pavor.
- ¿Darkness? ¿Así se llama? – No puedo evitar recordar a Obscure por la similitud del
significado.
- Bueno, ese es su Nick. Ya me enteraré hoy de su verdadero nombre. El tuyo se llama
Obscure. – Dice mi amiga como si nada. Yo doy un grito. – ¿Qué pasa? – Mi amiga pestañea sin
entender.
- Nada, nada, yo… estoy deseando conocer a ese tal Obscure. – Sonrío al pensar en mi
casi olvidado amante secreto de hace unos seis meses, cuando llegué a Malibú. ¿Habrá sabido de
mi situación actual y por eso ha decidido dar la cara ahora? Porque no puede ser casualidad todo
esto. Estoy segura de que esto lo ha organizado él. Si algo sé de Obscure, es que es un
manipulador de mujeres de primera. Y ha dado a parar con la inocente de Elsa.
La mansión es la cosa más impresionante que he visto en mi miserable vida. Con paso
firme y sin dejarme amedrentar por la cantidad de dinero que se ve, desde la puerta donde hay
varios cochazos obscenamente lujosos aparcados, hasta la mismísima entrada de la enorme
mansión. Es moderna, amplia, minimalista y sencilla a la misma vez. Pero todo en ella rezuma lujo
por los cuatro costados.
Los invitados también. Son todos de mi edad, más o menos. Eso me reconforta. No me
apetece darme la fiesta que necesita mi cuerpo rodeada de cuarentones o cincuentones. Aunque he
visto más de un cuarentón, pero bastante atractivo. Me alegra ver rampas de acceso en todas
partes, así Elsa tendrá completa libertad de movimiento por la fiesta. Ella ha quedado en la zona
de la piscina con el tal Darkness y yo mientras me atiborro a dulces pijos y cócteles
increíblemente deliciosos en la barra que han dispuesto en el enorme salón que da a la piscina
trasera. ¡Oh, vaya! ¡Una infinitive pool! El cabrón que tenga esta casa tiene más dinero que la
mismísima Miley Cyrus. La piscina está al mismísimo borde de la propiedad y parece que las
paredes son de cristal. ¡Madre mía! ¡Joder, qué bueno está este pastelito de azúcar y canela! Si mi
madre pudiera verme comer con tan pocos modales me azotaría. Ese pensamiento hace que me ría
de mí misma. ¡Voy a probar un cóctel de piña ahora! El de coco estaba sensacional. ¿Eso es un
escenario junto a la piscina? Joder con los pijos estos. Son capaces de haber contratado a
Beyoncé…
- Por favor, todo el mundo. Acérquense. – Dice una mujer por el micrófono desde el
escenario. – Obscure tiene algunas palabras que decir.
¡Vaya, vaya! Comienza la diversión. Mejor me pongo en primera fila para que me mire a
la cara mientras dice lo que sea que tenga que decir. ¡Pero antes me como otro pastelito!
Intento buscar con la mirada a Elsa mientras me dirijo a la piscina, para colocarme justo
frente al escenario, pero no la veo por ninguna parte. Decido llamarla por teléfono. Contesta
enseguida.
- ¡Tú! ¡Deja de hacer guarrerías y ven a la piscina! Al parecer, el ligue que me has
buscado tiene algo que decir.
- ¡Voy! Espérame ahí, no tardo. Estoy hablando con Co… Darkness de algo importante.
- Le estás metiendo la lengua hasta la campanilla, no me engañes. – Me burlo de ella. –
Bueno, tú diviértete. Yo creo que también voy a estar entretenida. – Cuelgo la llamada y guardo el
teléfono en mi bolso. Rebusco mi paquete de cigarrillos. ¡No me jodas que me lo he dejado en
casa! Ah, no, aquí está. ¡¿Y el maldito mechero?!
- Buenas noches a todos. Soy Obscure, o como muchos también me conocen, Mike. – Al
fin doy con el mechero, pero me quedo en el intento de encender mi cigarrillo cuando veo al tío de
Andy sobre el escenario, diciendo ser Obscure…
- ¡¿Me tomas el pelo?! – Exclamo a mí misma. – No, no… no puede ser…. ¡Por favor,
señor, si existes dime que no me masturbó el tío de Andy en mi baño, por favor, por favor! – Una
mujer a mi lado me mira con horror y se separa de mí. Yo le saco la lengua.
- Hola, bonita. – Me quedo congelada al escuchar esa voz a mi espalda.
- Perfecto. Ahora estoy teniendo alucinaciones… ¿Qué mierda lleva esto? – Miro mi
copa. Sí, estoy un poco borracha. Y alucinando.
- No sabes lo sexi que estás hoy, ¿verdad? – Vuelvo a oírlo. No estoy alucinando. Me giro
lentamente y ahí está.
- ¿An… dy? – Lo miro de arriba abajo. Está… ¡joder! ¿Cuándo se ha puesto tan bueno?
Quiero decir, ya era perfecto, pero ahora está… ¡joder!
- El mismo, bonita. – Me dedica esa sonrisa tan sexi con ese hoyuelo que me vuelve tan
loca. Sus ojos lucen verdes y brillantes.
- Esto tiene que ser una broma. ¡Dime que Elsa no sabía que tú vendrías aquí! – Protesto
por sentirme tan inocente y estafada.
- Yo también me alegro de verte. – Dice con su típico tonito chulesco.
De fondo, Mike sigue hablando. ¡Maldita sea! ¡He tenido sexo con el tío de Andy! ¡Por
qué! ¡Por qué! Bueno, técnicamente solo me ha tocado él. Yo a él no. Vuelvo a mirar a Andy y me
arrepiento de ello enseguida. ¿Y Grace? Seguro que aparece en cualquier momento para plantarle
un beso en mis narices y dejarme más en ridículo todavía. No puedo volver a esto. Me ha costado
demasiadas lágrimas olvidarme de Andy… ¿A quién voy a engañar? No lo he olvidado, ni lo haré
jamás. Pero al menos ahora sobrellevo su ausencia.
- Ha sido un placer, Andy. Tengo que buscar a Elsa y largarme de aquí. – Digo con
brusquedad y me escabullo entre la multitud a toda prisa. Me escondo en una esquina y me
presiono el pecho. Respira, Abbey. Ya está, lo has visto un segundo y nada más. Ahora busca a
Elsa y pírate de aquí. No necesitas verlo con Grace y volver a martirizarte. Es mejor que…
Me voy a fumar un cigarrillo primero y a calmarme. Después veré qué hago. Pero mejor
en el jardín de la entrada. Allí no habrá nadie que me moleste.
Al pasar por la barra, de camino al jardín delantero, me bebo de un trago lo que queda de
mi cóctel y cojo otro. ¡Sandía, genial! Me siento sobre una piedra rara que creo que es un banco y
me enciendo un cigarrillo.
Para mi decepción, Andy no me ha seguido. Eso significa que habrá venido con esa…
¡puta! No, Grace no es tal cosa. ¡Bueno, por qué no! ¡Nadie puede oír mis pensamientos y me
apetece odiarla y llamarla de todo en mis pensamientos! ¿Dónde cojones está Els? La llamo.
- Abbey, estoy junto a la piscina y no te veo…
- ¡No pienso volver ahí y ver como Andy se come los mocos con esa… con esa…! ¡Con
esa! – Grito furiosa. Tiro el cigarrillo que me he acabado y enciendo otro. – ¡Dime por lo que más
quieras que no sabías que estaría él aquí, Elsa! Porque esto es una putada, ¿sabes? Resulta que yo
ya conocía al tal Obscure ese, ¡que resulta ser el tío de Andy!
- Abbey…
- ¡No, espera, que viene lo mejor! ¡Ese tío me hizo una maldita paja en la ducha de mi
casa y…! ¡¿Qué miras?! – Le grito a un tipo que me observa espantado al oírme decir las cosas
que digo. El tipo levanta las manos en el aire y se va. Yo le muestro mi dedo corazón mientras lo
hace. – Pero… un momento… yo no recuerdo haber visto al tío… ¿Elsa? ¿Me ha colgado la muy
hija de Satanás?
- ¿Puedo preguntarte qué haces aquí sola y tan malhumorada? – Me levanto de golpe y me
encuentro a mi lado a Andy de nuevo.
- ¡Nada! ¡Fumar!
- Toma, anda. – Andy me ofrece otro cóctel. Yo lo miro sin moverme. – Es de melón, tu
favorito. – Dice sorbiendo él del suyo.
- Gracias. – Digo de mala gana y doy un largo trago a mi cóctel. – Aunque no debería
beber más. – Confieso indignada por la situación. – Ahora vete. – Suelto y me vuelvo a sentar en
el banco, si es que a esto se le puede llamar banco.
- No te pongas así, bonita. Estás demasiado guapa para enfurruñarte. – Lo miro
sorprendida. ¿Está haciendo como si nada? Andy se encoje de hombros, da otro sorbo a su bebida
y se va como si nada. Se va en dirección a la piscina. – No deberías perderte la fiesta. Está en su
máximo nivel y creo que te vendrá bien divertirte un poco con Obscure. – Dice el muy maldito a
gritos introduciéndose en la muchedumbre, creo que en dirección a la piscina. ¡¿Él sabía que su tío
me hizo eso estando drogada?! ¡Lo voy a matar! Tiro mi cigarrillo al suelo y lo sigo. ¡Se va a
enterar! ¡Me da igual que esté aquí Grace o el Santo Papa!
Me abro camino entre la gente y por poco si me mato bajando los escalones que dan al
jardín trasero, a la piscina. Oteo por todos lados, pero no lo veo. ¡Ven aquí, malnacido! ¡No vas a
burlarte de mí después de lo que he pasado solo por hacerte a ti feliz! ¡Maldito!
Hay un grupo tocando a todo volumen ahora y la gente baila por todas partes, incluso hasta
en la piscina. ¿Dónde está Andy? Tampoco veo a Elsa todavía. Estoy en mitad de todo el bullicio
mirando a todos lados y un tipo pegajoso comienza a contonear las caderas frente a mí. Lo ignoro.
- Baila conmigo, guapa. – Me pide y yo niego con la cabeza, buscando a Andy todavía. –
Vamos, solo un baile. – Se pega aún más a mí. ¡Qué pesado! Voy a gritarle alguna bordería para
que me deje en paz cuando siento una mano en mi cintura y otro pegajoso que se restriega contra
mi trasero. El pegajoso número uno desaparece al pensar que no estoy sola, pero el pegajoso
número dos de mi espalda va a tener que sufrir las consecuencias de mi ira.
- ¡¿Qué coño haces?! – Intento girarme, pero no puedo. Me tiene aprisionada contra su
cuerpo.
- Baila conmigo, bonita. – Susurra a mi oído.
- Andy, ¿a qué demonios estás jugando? – Protesto, pero no hago nada por separarme de
él.
- Lo sabes perfectamente. Sabes cómo me pones, bonita. – Su nariz acaricia mi oreja.
- ¿Qué pasará si Grace te ve así conmigo?
- Yo no te he hablado de McGregor. Así que dejemos a Grace a un lado también. – Me
pide. Sigue pensando que estoy con Dylan y… le da igual. No entiendo nada.
- ¿Esto es lo que quieres, volver al punto de partida? – Consigo girarme para mirarlo a la
cara. – Vuelves a jugar conmigo. ¿Tú sabías lo que me hizo tu tío? Andy, contéstame. – Andy coge
mis manos y las coloca sobre sus hombros, después me agarra de la cintura.
- Si bailas conmigo te lo contaré todo. – Me ofrece.
Confesiones

Parece un ofrecimiento serio y decido aceptar. Me contoneo pegada a su cuerpo.


- Así me gusta, bonita. – Sonríe. – No fue mi tío, fui yo. – Ladeo la cabeza. No comprendo
nada. – Mi tío suele usar ese chat y ese nombre para ligar con mujeres. Es su manera preferida de
ligar y siempre andaba tentándome con que lo probara. Un día que estuvo en casa, usé su portátil y
su cuenta y probé. Entré para burlarme de todas las mujeres, básicamente, pues por aquel
entonces, jamás me habría atraído una mujer a la que no pudiera ver. Y, te conocí a ti.
- ¿Y qué más? – Le insto a continuar.
- Me encantó tu forma de ser desde el principio y tu sinceridad conmigo, sin conocerme
siquiera. Quise saber más de ti.
- Querías simplemente ser el primero que me arrancara un orgasmo. – Escupo con rabia.
- Eso creí yo al principio. Después, en una de nuestras conversaciones, no recuerdo si la
primera o la segunda, descubrí quien eras cuando nombraste a tu hermana Serena, que ya era parte
de nuestra pandilla. – Intento recordar la conversación, pero no recuerdo nada con nitidez. Andy
prosigue. – Le dije a mi tío que te había conocido y le exigí que jamás se hiciera pasar por mí en
nuestras conversaciones, Abbey. No pienses que Mike sabe nada de lo que hablamos. Borré cada
conversación que tuvimos.
- Muy caballeroso por tu parte. – Me burlo.
- Ese día en la fiesta de tu casa, cuando te arranqué de los brazos de McGregor y te llevé
al baño para intentar limpiarte un poco de las drogas que ese malnacido te había suministrado, yo
también creí alucinar al verte desnuda en la ducha suplicando que te tocara, que te diera tu primer
orgasmo. – Mi respiración se acelera. – Creí estar viendo un ángel, una visión divina. Te me
clavaste en la retina. No pude ni he podido borrar esa imagen de ti de mi mente. No fui fuerte y
sucumbí. Ya sabes que esa ha sido siempre mi debilidad.
- Las mujeres. Sí, lo sé. ¿Por qué me cuentas esto ahora, Andy? ¿Qué buscas? ¿Quieres
vengarte de mí por lo que te hice? Porque yo tampoco…
- Déjame terminar. Tu turno llegará después. Si te estoy contando esto es porque creo que
los dos nos hemos mentido demasiado y, al menos, nos debemos esta conversación el uno al otro.
– Asiento conforme. – Espero que no pienses que fuiste una más para mí. Sabes bien que no. –
Fuiste… habla en pasado. Eso me hace ponerme a la defensiva. – Y no voy a poder vivir tranquilo
mientras no te diga todo lo que debes saber, Abbey. Espero que tú también puedas por una vez en
tu vida ser sincera conmigo.
- ¿Sincera? He intentado decirte muchas cosas, Andy, pero no las querías oír. – Me suelto
un poco de su agarré, pero él me vuelve a sujetar con fuerza.
- No huirás esta vez. No te dejaré. Así que sé valiente y aguanta el tipo, Abbey. – Trago
saliva. – Tienes razón, no te dejé sincerarte muchas veces porque tenía miedo a lo que iba a oír.
Bien, por donde iba… ah sí. Después de la fiesta, cuando conseguí calmarte y Serena y yo te
acostamos en su habitación, fui en busca de McGregor para partirle la cara. Pero él sabía bien
cuál era mi punto débil en ese momento: mi madre. Me prometió que haría lo que fuera por
encontrar a mi madre si yo le guardaba el secreto de lo que había sucedido en tu habitación
contigo. Y lo hice, Abbey, y no sabes cuánto me he arrepentido y maldecido por ello. Por aquel
entonces yo aún no estaba seguro de estar empezando a enamorarme de ti y lo único que había
deseado hasta ese momento en la vida era poder gritarle a mi madre un par de cosas. Además,
tampoco me enorgullecía de lo que yo te había hecho en la ducha, sabiendo tu estado. Así que
pensé que yo no tenía derecho a creerme mejor que McGregor.
- Lo que tú me hiciste fue porque yo te lo pedí. – Pienso en voz alta.
- Pero tú estabas drogada, Abbey. Yo no soy así. Contigo he cruzado líneas que jamás me
pensé capaz de cruzar. Al día siguiente de mi pacto con McGregor descubrí que tú habías
efectivamente olvidado todo y que, para colmo, estabas empezando algo con ese cretino. Los
celos me devoraban por dentro. Me convencí a mí mismo de que para mí sería un juego estupendo
y una venganza perfecta follarme a la chica de ese engreído y no perdí la oportunidad de intentar
seducirte cada vez que pude. Pero también te odiaba. Te odiaba por no ser capaz de quitarte de mi
mente. Porque tú lo preferías a él antes que a mí. Intenté contentarme con ser el único ser humano
que había conseguido sacarte un orgasmo. – Me quedo obnubilada mirando sus ojos verdes y
escuchando su versión personal de nuestra historia de amor fallida. – Pero cada día que pasaba
estaba más perdida y jodidamente enamorado de ti. No podía pasar ni dos días sin verte. Me
volvía loco el hecho de que tú no me buscaras, como yo estaba acostumbrado a que sucediera. Mi
amor por ti crecía con la misma rapidez que la rabia que sentía por lo que estabas haciendo de mí.
Y ese fue otro de mis fallos, Abbey.
- ¿Cuál? – Pregunto más que interesada.
- No serte sincero y declararte mi amor en cuanto supe que irremediablemente me había
enamorado de ti. Por aquel entonces pensaba que te habrías reído de mí.
- ¿Y ahora? ¿Qué piensas que habría hecho si me lo hubieras dicho?
- Sé que me habrías dado la oportunidad de hacerte feliz, Abbey. Tú estabas tan perdida
como yo. Ninguno de los dos esperábamos que pasaría algo así. Pero sé que tú también me querías
ya por aquel entonces. – No puedo creer que Andy al fin se dé cuenta de lo que yo le amaba. Esto
no es real. – Lo sé porque siempre estabas ahí, para mí. A pesar de las cosas feas que yo te decía
cuando me sentía vulnerable por lo que me hacías sentir. Siempre acababas en mis brazos. Y yo
solo sabía decirte que tú no eras más que un juego. Te decía que un día acabaría. Y te lo creíste.
Yo también creí que lo nuestro acabaría hasta que me dijiste que dejaste a McGregor. Entonces no
pude evitar ver una oportunidad, una esperanza, aunque pequeña, para nosotros dos. El problema
era que tu madre y McGregor no dejaron de interponerse y mis inseguridades contigo no llegaban
a desaparecer del todo.
- La canción que me cantaste en la casa rural de tu padre, ¿por qué me la cantaste? ¿Qué
querías decirme, Andy?
- Es obvio, ¿no? Quería confesarte que estaba enamorado de ti hasta la médula. Tenía
planeado pedirte allí que fueras mi novia, pero… cuando me dijiste que me querías, sentí tal clase
de miedo en mi interior que me entraron hasta ganas de vomitar, Abbey. La relación de mis padres
pasó por delante de mis narices. Podía vernos perfectamente casados, teniendo hijos, felices, y,
después, perdería todo eso y me quedaría solo. – Sacudo la cabeza.
- Nunca tuviste fe en mí, ya lo sé.
- Debí haber confiado mucho más en ti, tienes razón. – Esto no tiene sentido.
- ¿A pesar del daño que te hice? Te abandoné por otro, por alguien con más dinero que tú,
Andy. Exactamente como tu madre hizo con tu padre. No te equivocaste al dudar de mí. – No sé
por qué digo esto. Pero creo que esta conversación lo único que está haciendo es abrir más las
heridas que me he esforzado en cerrar. No estamos llegando a ningún lugar.
- ¿Sabes? Tengo que darte un fuerte aplauso por esa parte, bonita. – Dice
sorprendentemente sin un ápice de dolor en su voz. Si aún me amara, Andy estaría furioso con lo
que acabo de decirle.
- ¿Un aplauso por qué?
- Porque lograste que me lo tragara. – Me tenso. – Supiste decir exactamente las palabras
adecuadas para que yo te creyera sin más y te dejara ir. Sabías que nombrándome a McGregor
todos mis miedos me aplastarían y me desangrarían por dentro. Sabías que yo jamás te perdonaría
algo así.
- No entiendo a dónde quieres llegar, Andy. – Intento separarme de nuevo. – Suéltame. No
tiene sentido que bailemos si no vas a perdonarme nunca. – No llores Abbey, contrólate.
- Pero no he terminado. Y vas a escucharme hasta el final. – Vuelve a presionarme con
fuerza. – Cuando me dejaste esa noche, grité y lloré como si me estuvieran quemando vivo. Te
maldije y te odié con todas mis fuerzas. Le prohibí a todo el mundo que mencionara tu nombre. Le
prohibí a Eiden que siguiera viéndote. Ella también lloró mucho, por cierto. – Agacho la mirada
avergonzada y horrorizada al pensar en todo el dolor que causé. Andy tira de mi mentón
obligándome a mirarlo. – Esas simples palabras que dijiste “He vuelto con Dylan” borraron de un
plumazo todas los buenos recuerdos que había atesorado a tu lado. Olvidé lo que habías hecho por
Eiden, por mi padre, por mí… Tú sabías que lo haría.
- Andy, para. No quiero seguir con esta conversación. Por favor. – Suplico. Andy me
desoye.
- Incluso tu hermana te criticaba con dureza. Ella me dijo que tu madre estaba muy
enferma, a punto de morir, y que os pidió a Serena y a ti que dejaseis a vuestras parejas mientras
ella siguiera viva. – Lo miro sorprendida. ¿Él sabía eso? – Pero tu hermana también me dijo que
ella no aceptó.
- Yo no soy Serena, Andy.
- Lo sé. La presión y el chantage emocional al que tu madre te tenía sometida era mil
veces mayor. Tú eras su ojito derecho. – Mis ojos se empañan ante el recuerdo de mi madre. –
Pero Serena me dijo que tú habías encontrado una solución a eso. Me dijo que tú le habías dicho
que hablarías conmigo, me contarías todo y que sabías que yo te apoyaría en ocultarle a tu madre
que seguíamos juntos. Pero no lo hiciste. Así que eso siguió apoyando mi tesis de que todas las
mujeres sois unas hijas de satanás que os divertís jugando con los sentimientos.
- ¿Has terminado ya? – Pregunto alzando el mentón. Intentando mantener la fortaleza,
aunque sea aparentemente.
- No. – Contesta con seriedad.
- Pues te escucho.
- Cuando mi padre murió vi la excusa perfecta para tenerte de nuevo cerca sin sentirme
estúpido. Había querido llamarte tantas veces… pero no podía degradarme tanto sabiendo que tú
estabas con McGregor y no conmigo. – Sigo sin confesarle que Dylan y yo nunca volvimos
mientras no sepa a dónde quiere llegar con todo esto. Por si Dylan puede servirme como escudo
contra él si me ataca con fuerza. – Pensé que podría vengarme un poco de ti en el entierro de mi
padre mostrándote un poco de indiferencia haciéndote creer que Grace y yo estábamos juntos.
- ¡Qué! ¡¿Me mentiste?!
- Yo jamás te dije que estaba con ella, Abbey. Tú decidiste creer que así era. Supongo
que, igual que me pasó a mí, se te hizo más fácil odiarme al creer eso. Pero nada salió como tenía
planeado en mente y acabé rogándote, suplicándote, que me dejaras formar parte de tu vida como
fuera; bien amigo, amante, confidente. Tú te negaste cruelmente y te fuiste. Fue ahí mismo, en el
funeral de mi padre, cuando Elsa le contó a Cole que fue Angela, mi manager, la que te obligó a
tomar tal decisión. – Siento un pequeño mareo al recordar ese momento, pero Andy me agarra con
fuerza y evita que caiga al suelo. – ¿Estás bien? – Pregunta preocupado. Asiento. – Mejor, porque
no he terminado.
- Andy, no tiene sentido que reabramos las heridas del pasado. Yo… me ha costado la
vida superar esto.
- Pues déjame a mí superarlo también, Abbey. Es lo último que te pediré. – Mi pecho se
acelera, las lágrimas se agolpan en mis ojos. – No llores, bonita. – Sujeta mi rostro y me mira con
esa intensidad con la que él sabe mirar. – Angela me lo confesó todo hace poco. Me dijo que te
pidió que hicieras algo para que yo no rechazara el contrato que ella me ofreció. Porque Angela
sabía que yo no iría a ningún lado sin ti, Abbey. Cuando me lo dijo, aún no comprendí por qué
narices tuviste que acabar con McGregor y no sola, si tanto me querías. Pero resulta que me
encontré con McGregor hace una semana en el cetro comercial. – Aprieto los ojos con fuerza. – Y
con su nueva novia, con la que lleva tres meses, Abbey. Exactamente el mismo tiempo que hace
que tú me dejaste. – Abro los ojos y lo miro con culpabilidad.
- Yo…
- Lo hiciste por mí. Ahora lo sé. – Rompo en llanto y me separo de él al fin. – Abbey,
relájate. Ya pasó todo.
- Necesito… necesito aire. – Pierdo momentáneamente la conciencia y me encuentro de
repente en los brazos de Andy, que me saca del bullicio y sube los escalones de la inmensa
mansión conmigo en brazos. – ¿Dónde vamos? – Pregunto medio aturdida.
- No creo que al dueño de este sitio le importe que tomemos prestada una habitación
momentáneamente. Es un buen tipo, lo conozco. – Dice Andy sonriéndome.
- ¿No me odias? – Gimoteo yo.
- No, mi amor, no te odio. – Libero un alarido de alivio al escucharle llamarme “mi amor”
y me aferro a su cuello con más fuerza. Enterrando mi cabeza en su cuello. Andy besa mi sien,
entramos en una habitación inmensa y me deposita sobre una enorme cama. – No estás aquí para
que yo me pueda vengar de ti, Abbey. – Me mira con profundidad sentándose en la cama junto a
mí.
- ¿Aquí? ¿Significa que has planeado nuestro encuentro? – Andy me dedica media sonrisa
y asiente.
- Con la ayuda de Elsa y Cole. – Abro los ojos.
- ¡Esa víbora mentirosa!
- Yo le pedí que guardara el secreto. – Andy confiesa acariciando mi rostro. – Quería ser
el único que en tener el poder y la potestad de hablar de lo nuestro contigo. Tenías cosas que
saber. Y yo también. Aunque no me ha hecho falta que me las cuentes. Debería haber sabido que tú
no eras así, Abbey. Debería haber sabido lo mucho que me querías…
- Que aún te quiero. – Declaro en voz alta. Andy enmudece y sus ojos se llenan de
humedad.
- Dilo otra vez, por favor.
- Te quiero más que a mi vida, Andy Stone. – Confieso entre lágrimas. – No he dejado de
hacerlo nunca. – Andy sonríe y cierra los ojos, como saboreando mis palabras. – No me ha
importado nunca que no tuvieras dinero, ni tu familia, ni tu trabajo. Solo me importabas tú y tu
felicidad. Si me hubieran pedido que me cortase una pierna para salvarte a ti, lo habría hecho.
Cualquier cosa, Andy.
- Abbey, nos causaste un dolor innecesario, pequeña. – Su voz está llena de tristeza, sin
embargo, no parece enfadado.
- ¡Lo sé, lo sé! ¡Créeme que me he fustigado por ello mil veces, Andy! Pero no vi otra
solución. El mismo día de la noticia de la enfermedad de mi madre me llamó Angela, pidiéndome
por favor que hiciera algo para que no te cargaras tu futuro y yo… yo… tuve que hacerlo, Andy.
Anque me odiaras por ello. – Andy suspira. – Por favor, no te enfades con Angela, ella solo quería
lo mejor para ti.
- Demasiado tarde. La eché en cuanto me enteré. – Confiesa Andy con tranquilidad. – Mi
tío Mike ha organizado esta fiesta hoy para anunciar que es mi nuevo manager, pero no le has
prestado la más mínima atención, bonita. – Sonrío.
- Me has distraído.
- ¡Claro! ¿No pensarías que te iba a dejar ligar con mi tío en mis narices? – Golpeo su
hombro sin fuerza.
- ¡Deja de burlarte de mí! Jamás habría hecho tal cosa.
- Jamás habría permitido tal cosa. – Me dice acercándose a mí lentamente. Sus ojos
verdes me hipnotizan. Ahora está tan cerca de mí que casi rozo sus labios. No puedo respirar.
- ¿Qué estás haciendo? – Susurro en sus labios, mareada por su aroma y su respiración.
He extrañado tanto sus besos…
- Besar a mi bonita de mi alma. – Dice posando sus labios sobre los míos. Ambos
gemimos de alivio al sentir nuestros labios unidos. Yo enredo mis manos en su pelo con fuerza y
Andy tira de mí para subirme sobre él, en su regazo. De un segundo a otro nuestro beso se ha
convertido en pura rabia y deseo.
- ¡Andy! ¡Andy! – Gimo su nombre mientras tiro de su camiseta para quitársela y poder
sentir el tacto de su piel.
- Te he extrañado demasiado, bonita. – Me tira a la cama y ambos luchamos contra mis
pantalones de cuero para sacármelos. Cuando ya estoy desnuda de cintura para abajo Andy se
desabrocha la bragueta y se introduce en mí sin dejar de mirarme. – ¡Oh, Abbey! No vuelvas a
dejarme nunca. – Me besa con hambre.
- ¡Nunca! ¡Nunca! – Prometo arañando su espalda.
- Mátame antes de volver a hacerme pasar por ese calvario, Abbey. – Andy coge mi mano
y enlaza sus dedos en los míos. Después se lleva mis dedos a su boca y los besa.
- Perdóname…
- Shhhh. Córrete para mí, bonita. – Lo hago enseguida y él también. Ambos nos
necesitábamos demasiado como para aguantar mucho y hacer de las nuestras. – No creas ni por
asomo que he acabado contigo por hoy. Solo que no aguantaba más las ganas de volver a sentir lo
que es un orgasmo. – Dice Andy tumbándose a mi lado y abrazándome contra su pecho.
- ¿No has tenido orgasmos en este tiempo separados? ¡No te creo! – Le reto. Andy levanta
una ceja y me mira.
- No he sido un santo. Lo he intentado con alguna chica que otra, pero no eran tú. – Frunzo
el ceño. Me está mintiendo. – No es mentira. He prometido dejar a un lado las mentiras contigo de
una vez por todas. ¿Es que acaso tú sí te has corrido con otro? – Me pregunta bastante tenso.
Niego con la cabeza rápidamente. – ¿Seguro? No me enfadaría si así fuera…
- Sabes que no puedo nada más que contigo, Andy.
- Está bien. Entonces necesitamos ya los dos un segundo round. – Me dice volviendo a
colocarse sobre mí. Yo libero una carcajada.
- Andy, como venga el dueño de este sitio se va a enfadar mucho. Seguro que es un pijo
estirado. – Andy se ríe con fuerza.
- Seguro que no le importa. Abre el segundo cajón de la mesita de noche. – Me pide
poniéndose de nuevo a mi lado y liberándome de su peso. Yo lo miro extrañado. – Ábrelo, vamos.
– Lo hago con la mayor de las curiosidades. Me encuentro con un enorme vibrador, unas esposas,
un lubricante con efecto calor y varios artilugios más. No me atrevo a tocarlos. No sé quién ha
usado eso.
- ¿Qué es esto?
- Te lo explicaré cuando abras el primer cajón y me des tu respuesta.
- ¿Tú has puesto esto ahí? ¿Cómo? – Pregunto más que perdida. Andy se levanta, enciende
un cigarrillo para él y otro para mí y comienza a pasear por la habitación vestido solo con sus
pantalones vaqueros desabrochados. – Andy, no deberíamos fumar aquí. – Él me ignora y me pasa
un cenicero que había sobre una mesa. – Un momento…
- Sí. – Contesta simplemente.
- ¿Sí qué? ¿Sabes mi pregunta?
- Sí, esta casa es mía. – Dice con pose chulesca fumando y mirándome con deseo de pie
desde los pies de la cama. – Y eso lo he comprado hoy mismo – dice señalando la mesita de
noche – porque tenía la esperanza de que acabaras en mi cama así – me señala a mí – desnuda.
Quería hacerte algo que no olvidaras jamás. Algo increíble para que no pudieras vivir más sin mí.
Pero, como siempre, Señorita Lynx, sus artes de seducción me han desarmado y no he podido
todavía empezar con su tortura sexual. – Da una calada a su cigarrillo y vuelve a colocarse sobre
mí.
- Pero podemos usarlos ahora, ¿no? – Pregunto con cara de pícara agarrando un enorme
vibrador en mi mano y meneándolo en el aire frente a su rostro. Andy sonríe y apaga su cigarrillo.
Yo hago lo mismo con el mío.
- Solo tú te decantarías por el más grande. – Me besa la punta de la nariz. – Esta bien.
Cumpliré tus fantasías sexuales si tú cumples primero la mía. – Esto se pone aún más interesante.
- ¿Y cuál es?
- Primero quítate toda la ropa, pero déjate los tacones. – Me muerdo el labio inferior y
hago lo que me pide. La respiración de Andy se acelera cuando descubro mis senos y me siento
sobre la cama para poder calzarme los tacones. Andy vuelve a levantarse y se pone frente a mí. –
Ahora abre el primer cajón. – Me pide. Yo lo miro desde abajo y me recreo un poco en la vista de
su torso desnudo y su vello púbico asomando por encima de su ropa interior. Después desvío la
vista hacia el cajón y lo abro despacio. Encuentro una caja del tamaño de mi mano en su interior.
La cojo y la abro. Dentro hay otra más pequeña. Al abrirla otra cajita aún más pequeña hay en su
interior. Tras abrir esta última, una enorme sortija con un diamante en medio refulge. Tomo el
anillo entre mis dedos y lo observo con cuidado. – Cásate conmigo de una maldita vez, Abbey. –
Decido jugar un poquito más con él y sigo contemplando la sortija sin contentarle. – ¿Y bien? –
Pregunta nervioso a la vez que se arrodilla frente a mí. Nuestros ojos conectan. – Sabes que no
puedo vivir sin ti, bonita. Tú tampoco eres feliz sin mí. Por favor.
- Acepto si eres capaz de hacer que me corra cinco veces. – Le reto. La sonrisa pícara con
la que me premia no tiene precio.
Sin pensarlo dos veces, Andy se pone en pie y comienza a quitarse los pantalones y la
ropa interior.
- Sube a la cama y date la vuelta. – Me ordena. Mi cuerpo tiembla al volver a oír la
firmeza de su voz y su sensualidad inherente al hablarme mientras tenemos sexo. He soñado tantas
veces con esto que no sé si es real. Me posiciono en el centro de la cama y me pongo a cuatro
patas, como él me ha pedido. – Tiene usted un culo de lo más apetitoso, futura Señora Stone. –
Dice acariciando mis nalgas. Después coloca una esposa a una de mis muñecas y el otro extremo
al cabecero de la cama. – Ahora no tienes escapatoria, Abbey. – Me susurra al oído y después se
coloca detrás de mí tras coger algún artefacto que otro del segundo cajón. Siento un líquido
verterse por mi ano y mi sexo. Me contoneo al sentir el frescor. – Estate quietecita. – Me pide y
siento como me introduce algo en mi sexo. Acto seguido acciona un mando y siento el artefacto
vibrar en mi interior.
- ¡Ahhh! – gimo.
- Empezaremos con poca velocidad, bonita. Y subiremos poco a poco hasta que me
supliques que pare porque ya no puedes más. – Gruñe al introducirse lentamente en mi trasero y yo
arqueo un poco la espalda ante su intromisión.
- ¡Andy!
- Shhh, tranquila, bonita. Iré poco a poco. Dime si estás bien. – Me pide cuando ya ha
entrado por completo en mí. La sensación de ser penetrada por ambos orificios es indescriptible.
- ¡Joder, más que bien!
- Eso pensaba yo. – Comienza a moverse en mí con lentitud y poco a poco más y más
fuerte hasta que el primero de los orgasmos acude a mí demasiado pronto. Reduce su ritmo un
poco y vuelve a acelerar.
El segundo orgasmo tarda en venir solo un minuto más que el primero y, para cuando llega
el tercero, Andy ya está completamente desatado, agarrándome con fuerza del cabello y
embistiéndome como si no hubiera un mañana. El tercero también me deja sin fuerzas y un poco
dolorida.
- Andy… para, por favor. – Suplico y Andy sale de mí.
- Date la vuelta. Quiero verte la cara ahora. – Me ordena y obedezco, a pesar de que estar
esposada al cabecero de la cama me lo impide. Sigo con el vibrador en mi sexo, aunque Andy ha
parado la vibración. Andy me mira como quien ve una aparición divina y, sin dejar de mirarme,
devora mis senos, lame mi estómago y termina lamiendo mi sexo con devoción y hambre. Me
retuerzo de placer y grito su nombre varias veces mientras le tiro del cabello. Casi me quedo sin
voz cuando, de buenas a primeras, vuelve a accionar el vibrador y exploto en un orgasmo
inmensurable. Sin que haya terminado de recuperar el aliento, Andy lo retira de mí y se introduce
en mí, por mi sexo. Lo observo agotada, sudorosa y medio muerta.
- Vas a matarme. – Digo sin aliento.
- No si te casas conmigo. Si me dices que no, entonces tendré que matarte de placer. –
Entra y sale de mí con tranquilidad, sin dejar de mirarme y mesando cada parte de mí que está a su
alcance.
- Me casaré contigo. Es lo único que siempre he querido. – Le digo y le beso con las
pocas fuerzas que me quedan mientras siento como Andy se derrama en mí.
No he llegado al quinto orgasmo, pero no por falta de ganas sino de fuerzas.
Andy y yo nos quedamos así, él dentro de mí, sin movernos, acariciándonos y mirándonos
con amor, con un inmenso y puro amor durante largos minutos. Sabiendo que ya nada ni nadie
podrá separarnos.
Jamás.

También podría gustarte