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GEORG VON EHINGEN

VIAJE POR ESPAÑA


EN 1457

Viajes por España de Jorge Einghen, del barón León de Rosmithal


de Blatna, de Francisco Guicciardini y de Andrés Navajero.
Traducidos, anotados y con una introducción
por Antonio María Fabié, de la Academia de la Historia.

Colección Libros de Antaño


Librería de los Bibliófilos
Madrid, 1879

https://archive.org/details/viajesporespaa00fabiuoft

CLÁSICOS DE HISTORIA 433


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ÍNDICE

Introducción..........................................................................................................................................4

Relación del viaje por España............................................................................................................10

Retratos de los reyes...........................................................................................................................24


Ladislao, por la gracia de Dios, Rey de Hungría y de Bohemia, Duque de Austria,
Margrave de Merhen...........................................................................................................24
Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Francia.....................................................................26
Enrique, por la gracia de Dios, Rey de Castilla y de León, Toledo, Galicia, Sevilla,
Córdoba, Murcia, Jaén, Algarve, Algeciras; Señor de Vizcaya y de Molina......................27
Enrique, por la gracia de Dios, Rey de Inglaterra y de Francia, Señor de Irlanda..............29
Alfonso, por la gracia de Dios, Rey de Portugal y del Algarve, Señor de Ceuta y
de Algogiro..........................................................................................................................31
Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Chipre.......................................................................33
Renato, por la gracia de Dios, Rey de Sicilia y Duque de Calabria....................................34
Juan, por la gracia de Dios, Rey de Navarra y de Aragón, Duque de Viana y de
Momblanc, Conde de Ribagorza, Señor de la ciudad de Balaguer.....................................35
Jacobo, por la gracia de Dios, Rey de Escocia....................................................................36
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Introducción

La relación más antigua de las que publicamos, es la autobiografía de un caballero de Suabia,


llamado Jorge de Einghen, que debió nacer hacia el año de 1427, y que estuvo en España en 1457.
Al relato de sus aventuras y hazañas que, más que sucesos reales, parecen ficciones de un libro de
caballerías, precede la genealogía del caballero, empezando por Burckardo de Einghen, el de la
Trenza, llamado así por los motivos que verá el lector. Jorge, su descendiente, que sobrevivió a toda
su generación, es un sujeto inspirado y dirigido en los trances de su vida por las ideas caballerescas
de la época, las cuales le impulsaron a salir desde muy joven de su casa, entrando al servicio de
Segismundo de Austria, conde del Tirol, que tenía su corte en Insbruck, pasando luego a la del
Duque de Carintia Alberto de Austria, hermano del emperador Federico III, habiendo hecho luego
dos largos viajes, el uno al Oriente para tomar parte en la guerra santa contra los turcos, que ya eran
una terrible amenaza para la civilización cristiana, aun sin haberse posesionado de Constantinopla;
y el otro, al Occidente, para pelear también contra los sectarios de Mahoma, que todavía ocupaban
el confín meridional de nuestra Península.
El relato de Jorge de Einghen, aunque muy abreviado, contiene indicaciones curiosísimas
acerca del estado en que se hallaban los países germánicos dominados por el feudalismo, y
destrozados en tiempo de su progenitor Burckardo, y aun en el suyo, por las frecuentes y
sangrientas luchas que sostenían los señores con las ciudades y villas que pugnaban por sacudir el
pesado yugo de la servidumbre feudal para recobrar su independencia y mantener sus franquicias,
fueros y privilegios; abunda además en pormenores tan curiosos como los que se refieren a la
coronación de Ladislao el Póstumo, rey de Bohemia. Exigiría mucho espacio desenvolver y explicar
todas las indicaciones históricas que en la narración de Jorge de Einghen se contienen, trabajo que
dejamos a los lectores curiosos, habiéndonos limitado a poner algunas notas para esclarecer el texto
en la parte que se refiere a las cosas de España.
Prescindiendo de la peregrinación a Rodas y a Tierra Santa, que, por cierto, es curiosísima,
pues sería muy largo determinar las campañas en que Jorge tomó parte con los caballeros de Malta,
entre los cuales brillaban tanto los castellanos y aragoneses, diré sólo que el Monarca que en aquella
sazón reinaba en Francia, y de quien dice Jorge de Einghen que no había en su corte fiestas ni
solemnidades militares por ser el Rey un personaje grave y de edad avanzada, era Carlos VII,
famoso porque al principio de su reinado, y mediante la maravillosa intervención de la doncella de
Orleans Juana de Arco, no sólo puso coto a la dominación que ejercían los ingleses en una gran
parte de lo que en la actualidad constituye la nación francesa, sino que se adelantó mucho en la
expulsión de aquellos conquistadores, con lo cual pudo más tarde el cruel y astuto Luis Onceno dar
el paso más agigantado hacia la unidad de Francia, que logró al fin Enrique IV, glorioso fundador de
la dinastía de los Borbones, a la que tanta gloria deben nuestros vecinos del otro lado del Pirineo.
Estando en la corte de Francia Jorge de Einghen, llegó allí la noticia de la guerra que
preparaba Enrique IV de Castilla, siguiendo las gloriosas huellas de sus antepasados, contra los
moros granadinos; y con beneplácito y con auxilio de Carlos VII, emprendió Jorge su viaje para
tomar parte en aquella cruzada; detúvose en Pamplona, corte a la sazón del reino independiente de
Navarra; pero antes visitó en Angers a Renato de Anjou, que se titulaba Rey de Sicilia.
En aquella sazón ocupaba el trono de Navarra el famoso D. Juan II, que era uno de los hijos
de D. Fernando el de Antequera, primer rey castellano de Aragón, y uno de aquellos a que se refiere
Jorge Manrique, en sus famosas coplas, cuando dice:
5

¿Qué se hizo el rey don Juan?


Los infantes de Aragón,
¿Qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
Qué fue de tanta invención
Como trajeron?
A la llegada de Jorge de Einghen estaba el rey D. Juan en lo mas fuerte y crítico de sus
diferencias con su hijo el desgraciado D. Carlos, príncipe de Viana, como que «juntó Cortes de su
parcialidad Agramontesa en Estella, por Enero de 1457, y por acto público que en ellas hizo hacer,
hallándose presentes los Condes de Foix, desheredó del Reino de Navarra al Príncipe.»1
Ninguna mención hace el viajero de tan graves sucesos, debidos, no sólo a las artes de los
Condes de Foix, sino, en nuestra opinión, a las de la segunda esposa del rey Doña Juana Enríquez,
hija del Almirante de Castilla y madre del Rey Católico D. Fernando, la cual preparó con sus
ambiciosos planes, en los que no retrocedió ante el crimen, el momento feliz de que se reuniesen
todas las coronas de España, salvo la de Portugal, en las sienes de su nieto el emperador Carlos V,
lográndose, al fin, aunque, por desgracia, poco tiempo, la unidad de la Península en el reinado de su
sucesor Felipe II. Sólo dice Jorge de Einghen que el rey don Juan le trató muy bien y le festejó con
cacerías, bailes, banquetes y otros regocijos, cosa que tendríamos por inverosímil, dada la horrible
turbación de los tiempos, si no supiéramos que en ellos alternaban los hechos más sangrientos con
los placeres más ostentosos, y la miseria de los pueblos con el lujo y magnificencia de los reyes y
grandes, que pasaban, no obstante, con gran facilidad de la opulencia a la mayor escasez, a la cual
llegó, por cierto, D. Juan II de Navarra en los últimos tiempos de su largo y azarosísimo reinado.
Supo Jorge de Einghen en Navarra que estaba de vuelta la expedición de los castellanos
contra los moros de Granada; pero con noticias que tuvo de que en Portugal se movía guerra a los
de África, partió para su corte, que, como veremos luego, era una de las más brillantes de aquel
tiempo en que reinaba el gran Alonso V, llamado el Africano, que abrió a sus inmediatos sucesores
el camino para sus gloriosas empresas en África y en Asia. Sería muy largo determinar con
exactitud el momento preciso en que tuvieron lugar las acometidas de los moros contra Ceuta, en
que hace figura tan principal nuestro aventurero, formando parte del campo cristiano; y, aunque no
comunes, no eran tampoco extraordinarios los casos de combates singulares a la vista de dos
ejércitos enemigos, y habiendo sido vencedor el caballero Jorge en el que sostuvo en los alrededores
de la ciudad sitiada, no cabe duda en que no exagera la narración de los honores que por su victoria
se le tributaron.
Desde el año de 1455, primero de su reinado, todas las primaveras rompían los castellanos la
guerra contra los moros de Granada al mando de su rey Enrique IV, y aunque para ello se hacían
grandes preparativos y se juntaba brillante y numeroso ejército, la falta de energía del monarca y las
conspiraciones de los magnates, que iban en el ejército y eran sus primeros capitanes, impidieron
que los sacrificios que hacía la nación y los ostentosos alardes de su fuerza dieran por entonces
grandes resultados; la campaña que los produjo mayores fue la de 1457, a la cual asistió Jorge de
Einghen, que de la corte del Rey de Portugal, y con sus obsequios y licencia, pasó a Castilla con ese
objeto, tomando parte en los reencuentros que hubo, y a lo que puede inferirse, en la toma de la villa
de Jimena, donde, según cuenta, fue herido 2. Jorge de Heighen refiere con gran rapidez los sucesos

1 Anales de Navarra, por Morer, continuados por Aleson, tomo IV, parte 2.ª, lib. VIII, cap. X, pág. 570.
2 Fundamos esta opinión en el texto del capítulo XII de la Crónica de Enrique IV, por Enríquez del Castillo, que dice
así: «Capítulo XII. Cómo el Rey tornó a entrar por la Vega e lo que allí sucedió.—Venido el mes de Abril, que era
el quarto año de su reynado, convocadas las gentes de sus Reynos, así de a caballo como peones, salvo los grandes
que no quiso llevarlos, el Rey se fue para Córdoba, e de allí entró poderosamente en la Vega de Granada; donde
llegado, luego otro día siguiente, como los Moros, segund su costumbre, saliesen a dar sus escaramuzas, ciertos
caballeros mancebos del Real con deseo de ganar honra, sin ser sentidos de los capitanes se desmandaron y salieron
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que le ocurrieron después de esta guerra hasta que se restituyó a su patria, y no hemos de repetir
esta narración remitiendo a los lectores al texto.
Éste es traducción del único códice que lo contiene íntegro, el cual existe en la biblioteca real
y pública de Stutgart con la signatura «Historia número 141»; tiene de alto veintiún centímetros y
medio, y quince y medio de ancho; conserva su primitiva encuadernación, que no es de lujo, y que
puede ayudar a conocer la época del manuscrito, pues consiste en una cubierta de pergamino, en
que se lee un documento escrito como el viaje en la lengua vulgar de Suabia y fechado en 1467 3. La
obra consta de dos partes distintas, aunque las páginas de ambas tienen la numeración correlativa; la
primera ocupa desde la 1 a la 78, y contiene el texto escrito en papel; la segunda, que va desde la
página 79 llega a la 98, está en pergamino, y en ellas las curiosas miniaturas que, según allí se
expresa, mandó hacer el mismo Jorge de Einghen, y representan los reyes que visitó en sus viajes.
Esta circunstancia da a dichos retratos un carácter de autenticidad, que ha fijado la atención de
muchos artistas y arqueólogos, y entre ellos de M. A. Vallet de Virville, quien publicó, acerca de
este códice, un interesante artículo que forma parte del tomo XV de los Anales arqueológicos,
periódico dirigido por Mr. Didron; artículo de que se hizo una tirada aparte en 1855, que es hoy una
rareza bibliográfica de que he podido disfrutar por la generosidad de mi especial amigo el Sr. D.
Manuel R. Zarco del Valle, bibliotecario de S. M., que posee un ejemplar, en el que se contienen en
dos hojas los retratos de los Reyes, dibujados por Vallet de Virville y grabados por A. Vorin, pero no
de cuerpo entero como están en el códice, sino sólo hasta poco más de la cintura. Sobre ellos ha
hecho calcar nuestro editor los tres bustos de los reyes D. Juan II de Navarra, D. Enrique IV de
Castilla y D. Alfonso V de Portugal, que por creerlos de gran interés van en esta edición 4. Para que
los lectores formen idea cabal de estos retratos, extractaremos a continuación lo que acerca de ellos
dice M. Vallet de Virville, que los estudió atentamente en el códice de Stutgart.
Ocupan cinco hojas dobles de pergamino, que forman, como se ha dicho, la segunda parte del
volumen; están pintados como las viñetas de los manuscritos de principios del siglo XVI; son de
cuerpo entero y no están vestidos con los trajes regios, sino con los que de ordinario usaban; debajo
de cada uno se ve el escudo de sus armas, y encima sus títulos y dignidades. Sin duda estos retratos
no son los que se hicieron inmediatamente del natural, y el orden en que están colocados no es el
que resulta de la narración del viaje, sino que después del rey Ladislao siguen los demás con cierta
regla jerárquica; y como no se infiere de aquella que formara parte de la expedición ningún pintor,
parece verosímil que Jorge de Ehingen, con los perfiles que en su viaje tomara por sí o por alguno
de sus acompañantes, y con sus indicaciones, mandaría hacer los retratos que se ven en el códice de
que nos ocupamos. No son todos de la misma mano, y el de Ladislao, que es el primero, ocupa una
hoja doble; los que siguen están colocados dos a dos frente uno a otro en la segunda y tercera
página de cada una de las hojas dobles. El retrato de Ladislao está peor ejecutado que las otras

a los moros. Donde buelta la escaramuza muy brava fue muerto un caballero de la Orden de Santiago que se
llamaba Garcilaso de la Vega, varón de mucho esfuerzo e de grand merescimiento. El Rey fue muy pesante e se
indignó de tal guisa que luego mandó hacer la tala muy crudamente en tanto grado que no solamente en los panes,
pero muchas viñas e huertos e olivares fueron destruydos. E desde allí fueron sobre una Villa que dicen Gimena,
lugar muy fuerte, el qual mandó convatir, donde muchos nobles hijosdalgo aprobaron tan bien que la villa con la
fortaleza tomaron por pura fuerza de armas. Entonces el Rey de Granada visto aquesto, temiendo la furia del Rey,
envióle sus Embajadores suplicándole quisiese tomar dél algunas parias y tributos en señal de vasallage, con tanto
que luego saliese con toda su hueste; y como el Rey estaba indignado por la muerte de Garcilaso, respondió muy
ásperamente. E al fin vencido de las suplicaciones que los moros mensageros le hicieron de parte de su Rey, aceptó
las treguas condicionalmente, que cada año le diesen doce mil doblas fereces e seiscientos captivos christianos; e si
faltasen christianos, que fuesen moros, puestos en Córdoba a cierto día señalado. E así concertados con estas
condiciones y que la guerra contra ellos se quedase abierta por la parte del reino de Jaén, fueron allí luego traídas
las parias de aquel año primero, y el Rey se volvió a Córdoba, donde mandó despedir toda su gente, y él se quedó
allí por algún tiempo.»
3 La última línea de este documento es como sigue: ...Viertzchen hundert sechtzig und suben Jare.
4 Los sustituimos en esta edición digital con la reproducción de los originales.
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miniaturas; la letra de la inscripción o epígrafe, con los títulos y dignidades, es de distinta mano, y
todo indica que este retrato se ha añadido después de estar hechos los demás; pues la primitiva serie
lleva esta leyenda en letra mucho más antigua que la del texto de la narración y que parece de la
época del viaje o poco posterior, «Item, Jorge de Ehingen, caballero, mandó hacer las figuras de los
reyes que se ven pintadas a continuación, cuando los visitó a todos personalmente en el año del
nacimiento de Cristo mil cuatrocientos cincuenta y cinco», milésimo que se repite luego en cifras
mezcladas.
Todos los retratos tienen un traje muy semejante, que parece ahora extraño y feo, pero que era
lo que puede decirse la moda de aquel tiempo; el de Enrique Cuarto de Castilla difiere
completamente de los demás, como se puede ver por los dibujos que publicamos y por la
descripción de las miniaturas originales, que es como sigue:
«Ocupa en la colección, tal como hoy existe, el número 3.°, y en la primitiva el 2.°, siendo el
primero de ésta el rey de Francia, Carlos VII. D. Enrique IV, rey de Castilla, de León, de Toledo,
etc., de quien sabemos que era hijo de D. Juan II y que nació el 6 de Enero de 1425; sucedió a su
padre en 1454, habiendo pasado a la historia con el calificativo de Impotente. La miniatura que lo
representa da idea de que el dibujante que hizo el retrato primitivo y el colorista que lo pintó tenían
notable habilidad; lleva en la cabeza una gorra semejante a las que usan los mahometanos, llamada
fez, de color rojo; el vestido es negro sobre negro realzado con algunos afollados de lienzo blanco,
y se compone de una capa elegantemente plegada sobre un coleto de terciopelo; la espada, que es
ancha, pende de un tahalí en bandolera, y calza botas de piel del color del curtido. Su fisonomía
inquieta, apasionada y enfermiza presenta en alto grado el carácter iconográfico y tiene el sello de la
personalidad.»
Esto dice Mr. de Virville, que vio, como hemos dicho, las miniaturas, y es en efecto notable la
coincidencia que existe entre este retrato y el que hace Palencia de Enrique IV en las Décadas de
las cosas de su tiempo; obra vulgarmente conocida bajo el título de crónica latina de Enrique IV,
que aun permanece inédita, pero de la cual hemos publicado precisamente la traducción de este
retrato, en el que habla Palencia de la deformidad de la nariz del rey, que tan bien se expresa en el
dibujo que publicamos aun sin el relieve que da el color; por esto creemos que este retrato es quizá
el único verdaderamente auténtico que se conoce de este Rey, tristemente célebre en los anales de
Castilla.
Ocupa el quinto lugar en la serie Alonso V de Portugal, llamado el Africano, que nació en
1432, y que tendría por tanto de veinticuatro a veinticinco años cuando le visitó Jorge de Ehingen.
La elegante y hermosa figura que representa la estampa concuerda con el relato del viajero y con lo
que dicen los escritores del tiempo; el talle es esbelto y la cara expresiva y noble; lleva una ropa
corta enteramente negra y un chaperon 5 igualmente negro, cuyo paño retorcido está envuelto en
forma de turbante; las ballenas inflexibles de las hombreras, a la francesa, forman un hueco
alrededor del cuello del jubón, en el cual está fija una cadena de oro que da muchas vueltas, y de la
que pende una joya con dijes del mismo metal6.
El tercero y último retrato de los que se reproducen en esta edición es el del rey D. Juan II, de
Navarra, hijo de D. Fernando el de Antequera, que nació en 1397 y subió al trono de Navarra por el

5 Usamos la palabra chaperon, porque, aun cuando la Academia la califica de anticuada, no hay otra que corresponda
con exactitud a esta prenda del traje de la época de que se trata, pues el chaperon no es ni sombrero, ni montera, ni
gorro, ni birrete, sino una cosa especial y característica.
6 Hemos puesto la palabra hombrera en lugar de la francesa maheurtre, que no creo que tenga traducción directa ni
exacta en castellano. Sobre el vocablo francés dice Littré en su Gran Diccionario: «Maheurtre. 1° Palabra antigua
que significa una especie de manga que cubría el brazo desde la espalda al codo: relleno de esta parte del vestido.
Los aventureros de Luis Onceno usaban maheurtres. 2.° s. m. Palabra antigua que equivalía a cierta especie de
soldados, y en los tiempos de la Liga se aplicaba a los soldados protestantes. Littré añade que esta palabra es de
origen desconocido.
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derecho de su mujer, sucesora de Carlos III, en 1425; de suerte que cuando le vio Ehingen tenía
cincuenta y ocho años, y basta examinar el retrato para conocer que no puede representar una
persona de tal edad, por lo que Mr. de Virville infiere que el retrato debe representar a D. Carlos,
príncipe de Viana, que por muerte de su madre era el Rey de derecho de Navarra; pero como nunca
lo fue de hecho ni usó ese título, y como los datos históricos que aduce Mr. Virville están
completamente equivocados, su opinión, que podrá sin embargo resultar cierta, carece
completamente de fundamento, pues leyendo con atención los anales de Navarra, continuados por
Aleson, se ve que D. Carlos no estaba en Navarra cuando pasó por allí Jorge de Ehingen. El traje de
este retrato se compone de un chaperon negro revuelto y plegado en forma de turbante, ropa parda y
larga que cubre un jubón o coleto con cuello rojo y un collar formado por una gruesa cadena que va
de una hombrera a otra, calzas y zapatos negros.
Para formar idea exacta de estas noticias de indumentaria extractaremos lo que sobre el traje
de aquel tiempo dice el tantas veces citado Virville, quien con razón afirma que era uno mismo con
pequeñas variantes en todas las naciones de la cristiandad, aunque quizá no la tenga para asegurar
que ya Francia ejercía en aquel tiempo el imperio de la moda. Consistía el traje de los nobles de la
época de Carlos VII, que llevaban el pelo muy corto y la cara afeitada, en una cofia o gorro
ordinariamente rojo o negro, y encima chaperon o sombrero; el primero se hacía de diversas telas y
variaba mucho de forma y de adornos; el sombrero era de fieltro o de piel de nutria o de castor. El
lienzo, que entonces era escaso, se usaba poco en el traje de los hombres, y encima de la camisa
llevaban calzas que se sujetaban cerca de la cintura con agujetas al jubón; los pies se calzaban con
zapatos adornados con pieles o con lazos, y ordinariamente acababan en punta larga y retorcida;
encima del jubón, que tenía el cuello derecho, se ponía una ropa o túnica, que podía ser más o
menos larga; la túnica corta era propia para los ejercicios corporales a pie o a caballo; la túnica
propiamente dicha era larga y se usaba para la vida sedentaria y para los actos solemnes; pero de
ordinario debajo del jubón se ponía una especie de armazón hecho de ballenas y rehenchido, que se
llamaba las maheurtres; esta moda, tan desgarbada tuvo en su origen carácter militar, y como las
charrateras modernas, defendían los hombros y las espaldas; una daga colgando de un cinturón
estrecho, y una cadena de oro al cuello, eran los adornos que completaban este traje.
Como ya hemos dicho, sólo se conoce un manuscrito que contiene íntegro los viajes y retratos
de que se va dando noticia, que es el de la biblioteca de Stutgart; pero hay en la de Santa Genoveva
de París un fragmento en que están los retratos de Ladislao y de Carlos VII con las mismas leyendas
que se ven en el códice de Stutgart, del que parece copia sacada al principio del siglo XVI. Las
ediciones que además de la presente se han hecho de esta obra, no son más que dos; la primera lleva
este título, que traducimos al castellano: «Itinerario o relación histórica del viaje hecho por el Sr.
Jorge de Ehingen, hace ciento cincuenta años, en el seno de la caballería, a diez reinos diferentes,
con el combate que sostuvo cerca de la ciudad de Ceuta en África; van también los retratos de los
potentados y reyes en cuyas cortes estuvo el caballero a quienes visitó y sirvió, retratos que hizo
pintar del natural, copiando sus trajes y figuras, todo sacado del museo del noble señor el señor
Raymundo Fugger. Impreso y grabado en cobre en Augsburgo, por Domingo Custos, vecino de esta
ciudad, en el año de mil seiscientos.» Por último, la asociación literaria de Stutgart ha hecho, bajo la
dirección del bibliotecario M. Pfeiffer, en el tomo I de sus Memorias, una nueva edición de este
viaje, en 1842, pero sin los retratos, y de ella se ha sacado la traducción que ahora se publica.»
El manuscrito sobre los viajes de Jorge Ehingen, que publicamos a continuación, se halla en la
Biblioteca pública de Hesse con la signatura: Hist nr 141 4.° Está escrito en papel, por una mano
torpe, a fines del siglo XV, y tiene 63 páginas. A la conclusión hay nueve hojas de pergamino con
los retratos en miniatura de los Reyes que Jorge Ehingen visitó en sus viajes; al principio de la
tercera de estas hojas se lee la siguiente noticia: «Ítem, estas figuras de Reyes iluminadas se
mandaron hacer por el Caballero Jorge de Ehingen, pues vio a todos personalmente en el año del
nacimiento de Cristo 1450 y iiiij. = 1455.» Los nombres y dignidades de los Reyes se hallan en la
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parte inferior de las imágenes con letras grandes en el orden y términos que siguen: «(1.°) Ladislao,
por la gracia de Dios, Rey de Hungría y de Bohemia, Duque de Austria, Margrave de Merhen. (2.°)
Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Francia. (3.°) Enrique, por la gracia de Dios, Rey de Castilla y
de León, Toledo, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, Algarve, Algeciras; Señor de Vizcaya y de
Molina. (4.°) Enrique, por la gracia de Dios, Rey de Inglaterra y de Francia, Señor de Irlanda. (5.°)
Alfonso, por la gracia de Dios, Rey de Portugal y del Algarve, Señor de Ceuta y de Algogiro. (6.°)
Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Chipre. (7.°) Renato, por la gracia de Dios, Rey de Sicilia y
Duque de Calabria. (8.°) Juan, por la gracia de Dios, Rey de Navarra y de Aragón, Duque de Viana
y de Momblanc, Conde de Ribagorza, Señor de la ciudad de Balaguer. (9.°) Jacobo, por la gracia de
Dios, Rey de Escocia.»
La antigua impresión de este opúsculo es muy inexacta y defectuosa, y se ha hecho además
tan rara, que su reimpresión no necesita defensa, pues la sencilla y verídica narración que contiene
agradará de seguro a todo lector imparcial.
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Relación del viaje por España

Burcardo de Ehingen, el de la Trenza. He aquí la causa de que se le llame el de la Trenza:


sirvió a un Duque de Austria en el país Oriental, que creó una orden de Caballería que se distinguía
por una trenza; porque una bella señora se la había cortado, entregándosela como recuerdo, y en
honor de esa misma señora, creó una Orden de Caballería con ese nombre. Este Burcardo de
Ehingen llevó consigo esa Orden del Austria a la Suabia. Sabiendo antes que había estallado una
gran guerra entre su señor y las ciudades, que antes le obedecían en la Suabia, pidió permiso a su
Príncipe de Austria para pasar a su país, y llegó a la corte del conde Everardo de Wurtemberg que se
llamaba Griner. Después de haberle servido largo tiempo, su señor no le pagó sus deudas, ni su
sueldo, ni los trajes y caballos, ni le indemnizó de los perjuicios sufridos por su causa, etc. Ocurrió
en este mismo año, esto es, en el de 1388, que los cabezas de las ciudades, con un ejército de
muchos soldados, recorrieron el país del conde Everardo, por lo cual levantó éste todas las fuerzas
posibles, y salió a su encuentro y peleó con ellos junto a Wyl, en las alturas de Tefingen, y hubo
gran batalla combatiendo todos con valor, y ganándola el conde Everardo, aunque murió uno de sus
hijos y muchos caballeros de la nobleza. Burcardo de Ehingen, el de la Trenza, hizo prisioneros en
esa batalla a dos magnates de las ciudades, llamado el uno Rapenhew de Wyll, el cual, según se
dijo, había sublevado la ciudad de este nombre; y otro de Norlingen, llamado Spiess, y los llevó a su
castillo, de Frundekc; por rescate obtuvo de ellos todo lo que le debía el conde Everardo, y para
salvarles la vida, los envió al mismo Conde con el recibo de lo percibido, y después el Conde citado
rescató todavía de ambos caballeros 1.500 monedas de oro.
Ítem, Burcardo de Ehingen, el de la Trenza, murió a manos de los caballeros de Zorn, en
Wylen, más abajo del mismo Zorn, en una escaramuza, cuando Otinger, un conde de Zorn así
llamado, atacó el Señorío de Hohenperg a sangre y fuego, y Burcardo de Ehingen, el de la Trenza,
guardaba en rehenes la antigua villa de Ehingen, Rotemburgo la vieja y algunas aldeas del Señorío
de Hohenperg, en el año de 1407. Su mujer fue la señora Lukgartesin de Ichlingen.
Ítem, dejó dos hijos, llamado el uno Güelfo de Ehingen, servidor del duque Ernesto de
Austria, que murió en Viena en el año de 1425 entre los dos días de Nuestra Señora, y yace
suntuosamente sepultado.
Ítem, el otro hijo llamado Rudolfo de Ehingen fue escudero del muy noble Conde de Zily.
Éste fue el padre de Jorge Ehingen, y su esposa se llamó Inés de Haimertingen. Después que estuvo
largo tiempo al servicio del rey Segismundo y del Conde de Zily, en Hungría, y de haber recorrido
otros países, fue llamado por su primo Hugo de Ehingen, que residía en Entringen, el cual no había
tenido hijo alguno de su esposa Inés de Gulttingen y le dijo que él sería el heredero de todos sus
bienes, y que así mejoraría de suerte, percibiendo cada año 300 monedas de oro, rogándole al
mismo tiempo que se estableciese en aquel país, en donde había nacido, y que contrajese
matrimonio, pues habitaba también allí un noble muy honrado, que tenía tres bellas hijas, muy bien
criadas y de buenas costumbres, y que solicitase con ese objeto a cualquiera de las tres. Así lo hizo
casándose con Inés de Haimertingen, y falleciendo el viejo Hugo de Ehingen en el año 1417.
Ítem, en este tiempo y después habitaron juntos en el castillo de Entringen cinco nobles con
sus esposas legítimas. Vivieron amigable y pacíficamente, y tuvieron cien hijos. Ítem, el Sr. Juan de
Halffingen, caballero, y la Sra. N. de Nipemburg engendraron veinte. Ítem, Rudolfo de Ehingen y la
Sra. Inés de Haimertingen diez y nueve. Ítem, Merck de Halffingen y la Sra. Úrsula de Buoven
Hofen, diez y nueve. Ítem, N. de Hailffingen y la Sra. Kavin, veintiuno. Ítem, N. de Gulttingen y la
Sra. N., veintiuno.
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Cuando el citado Rudolfo de Ehingen, en el año referido, vino a Suabia de Hungría y Austria,
trajo consigo muchas riquezas, caballos de guerra, alhajas y vestidos, y fue nombrado en seguida
consejero y servidor de la Sra. Hainrytin, noble Condesa de Minapelgart, y Gobernadora de todo el
país de Wurtemberg. Después, cuando murió su hermano Güelfo de Ehingen, que estaba al servicio
del duque Ernesto de Austria, trajo de allí muchas riquezas, corceles, alhajas, pieles y vestidos, y
como en ese tiempo, en la Suabia, no había costumbre ni utilidad alguna en usar de tales riquezas,
las envió a Francfort y las vendió en precio de 1.500 ducados de oro, y volvió otra vez a su país y
con sus amigos, pues, en su juventud, había servido en países extraños, y peleado en distintas
guerras y sufrido muchos trabajos.
Ítem, Jorge de Ehingen, caballero, sobrevivió a todos éstos noventa y nueve niños, y murió el
último de todos.
Ítem, después hubo dos señores de Wurtemberg, hijos de la Sra. Enriqueta, llamados el conde
Luis y el conde Ulrico, que se repartieron el país, gobernando cada uno los dominios que le habían
tocado en suerte. Entonces fue también Rudolfo de Ehingen consejero y servidor del conde Luis.
Ítem, cuando después de largo tiempo murió el conde Luis, dejó un hijo llamado el conde
Everardo, que fue luego el primer Duque de Wurtemberg. En el año de 1455 ocurrieron algunos
disturbios a causa de la minoría del conde Everardo; fue confiada su guarda a Rudolfo de Ehingen y
ambos se encerraron en el castillo de Trevingen. Cuando después de algún tiempo se apaciguó aquel
tumulto, se encargó a Rudolfo de Ehingen, con otros nobles, del consejo y dirección del conde
Everardo, el cual lo amaba mucho, considerándolo siempre como a uno de sus consejeros más
distinguidos, y de sus más fieles servidores.
Ítem, este Rudolfo de Ehingen fue un hombre muy cristiano, elocuente y entendido.
Personalmente era de buenas formas y proporciones. Contribuyó a edificar muchas iglesias y a
reparar y reconstruir fundaciones y fincas de sus abuelos ya fallecidos. Pasó muchas penalidades
con los comunes, los prelados, los condes y nobles; fue muy tolerante: siempre que tomaba algún
negocio a su cargo lo llevaba generalmente a buen término. Por todas estas cualidades fue en su
tiempo muy querido y respetado.
Ítem, había pasado muchas fatigas y penalidades desde su juventud, y después, durante largo
tiempo, así en su patria como en el extranjero; tenía cuatro hijos crecidos legítimos; su esposa había
muerto hacía mucho tiempo al dar a luz su hijo decimonono, y después todos sus hijos fallecieron,
menos los cuatro referidos, que eran Diepoldo, Burcardo, Güelfo y el Sr. Jorge; vivió más de treinta
años viudo, por la razón indicada. Como sus hijos ya referidos tenían alguna experiencia, y habían
llegado a la edad de la juventud, parecióle conveniente dejarles todos sus bienes temporales, y
distribuirlos entre ellos, y consagrarse después exclusivamente hasta su fallecimiento al servicio de
Dios Todopoderoso, y separarse completamente de las cosas de este mundo.
Y así en el año de Nuestro Señor Jesucristo, 1459, distribuyó sus castillos, pueblos, vasallos y
bienes, entre sus cuatro hijos ya mencionados, a los cuales había congregado con anticipación,
habiendo dado antes al Sr. Jorge, para que se armase caballero, mil ducados, como parte principal
de su herencia, de los cuales le había ya entregado cincuenta en Wurtemberg. Después de haber
hecho esta repartición, les comunicó su propósito. Hizo también su testamento y dejó arreglado todo
lo relativo a su muerte y al aniversario de ella, y antes, con mucha anticipación, había hecho una
manda a la ciudad de Trevingen, y así cuando murió se distribuyeron doscientos vestidos a los
pobres, para que se remediasen con ellos, en esta forma: cien capuchones de hombre y cien
sombreros y ciento de mujeres; los herederos quedaron obligados a entregarlos a quienes se
destinaban, y después lo que tuviesen a bien, en todos los días aniversario de su fallecimiento.
Ítem, después de disponer todas estas cosas, en compañía de sus cuatro hijos, cabalgó hacia el
sepulcro de la Bienaventurada virgen, llamada Halwiga, que descansa en un monasterio,
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denominado Gasslingen, no lejos de Rotwyl, que ha hecho muchos milagros. Manifestó a sus hijos
que quería visitar a la Bienaventurada virgen Halwiga, y despedirse de ella, por haber sido parienta
suya. Después se encaminó con sus citados hijos a la antigua ciudad de Ehingen, a orillas del
Necker, a un monasterio edificado por él, e hizo celebrar una misa solemne. Desde allí, siempre con
sus hijos, se dirigió a Killperg, cerca de su castillo, y al claustro de Cartujos, denominado
Gietelstain. No volvió más a su castillo de Killperg, que quedó en poder de sus hijos, ni después, en
todo el tiempo que vivió, regresó jamas a él.
Ítem, cuando llegó a Gietelstain y a la Cartuja (en donde con anticipación había preparado su
alojamiento, y el de un servidor suyo, ayuda de cámara y palafranero) se despidió de sus hijos,
dándoles muy razonables consejos sobre su futuro comportamiento con Dios Todopoderoso y con el
mundo en todas sus acciones y pensamientos.
Ítem, allí permaneció hasta su muerte en compañía de tan santos padres. No volvió a comer
carne, y con la mayor formalidad, celo y devoción asistió día y noche a la iglesia en todas las horas
en que se leía o se cantaba algo; y, si bien no vistió el traje de los monjes, se condujo en todo lo
demás a imitación de un cartujo verdadero, como se probó y celebró muchas veces por los padres,
así durante su vida como después de su muerte.
Ítem, pidió a sus hijos que en todas sus cuitas no despreciasen sus leales consejos, y que
también lo visitasen, cuyo deseo, mientras vivió, fue por ellos fielmente cumplido, estimando todos
sobremanera tales consejos, y siéndoles muy provechosos.
Ítem, como entre todos sus hijos era Jorge el preferido, visitóle éste con frecuencia, y cuando
estaba próximo el día de su muerte fue a verlo el Sr. Jorge; y como por estar ya moribundo y ser su
padre lo asistió con tanta asiduidad como celo, díjole éste una vez, cuando su muerte estaba ya
próxima, lo siguiente:«Querido hijo, Sr. Jorge: mucho trabajo y fatiga tenéis conmigo y esto me
entristece.» A lo cual contestó el Sr. Jorge: «Querido padre, hágolo con la mejor voluntad, y por
consiguiente no hay motivo para afligirse.» El padre le replicó: «Querido hijo, yo quiero
concederos, ya que sé que sois aficionado a viajar, que cumpláis vuestra voluntad, pues habéis
asistido a vuestro padre hasta la hora de su muerte. Acércase mi última hora; siempre he pedido al
Señor Dios Todopoderoso que, pues he empleado mis rentas y bienes en ensalzarlo y cumplir sus
divinos preceptos, me concediese vivir tantos años y tantos días como vivió San Juan el
Bienaventurado Apóstol y Evangelista sobre la haz de esta tierra. Y el Señor Dios me ha concedido
esta súplica. Estoy ya preparado a morir contento y a separarme de este siglo.» Y comenzó a
morirse en seguida, y se apagó como una luz. Había también dispuesto, cuando entró en el
convento, que después de muerto se le depositase ante su propia cama, y así se hizo, y allí fue
amortajado, y trajéronse los cirios y luces que habían de alumbrarlo después de muerto, y también
dispuso que su cuerpo fuese llevado luego y sepultado en Entringen, en donde hacía ya tiempo
existía el sepulcro que había hecho construir.
Y su cadáver fue llevado allá, y sepultado con gran pompa y solemnidad, en el año de 1467,
día de San Galo. ¡Que Dios Todopoderoso haya concedido su gracia y misericordia a él y a todas las
almas sin pecado!
Yo, Jorge de Ehingen, caballero, fui en mi juventud enviado a la corte de Insbruck en clase de
paje. Algunas veces tenía también allí su corte un príncipe de Austria, joven, que se llamaba el
duque Segismundo, casado con una reina de Escocia y ordenóseme, que sirviese a dicha reina.
Después de algún tiempo se me nombró maestre sala y se me encargó el servicio de la mesa. Pero
luego que crecí, llegando a ser hombre, y tuve conocimiento, parecióme conveniente acercarme a
algún príncipe activo, acostumbrarme a los ejercicios caballerescos y aprender cuanto exige la
caballería, abandonando la paz y los placeres de Insbruck. En este tiempo el duque Alberto de
Austria, hermano del emperador de romanos Federico, había venido desde Austria a Suabia y a la
alta Alemania. A él me envió gozoso mi padre con tres caballos. El archiduque Alberto estaba
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rodeado de muchas personas distinguidas y tenía una corte suntuosa, de príncipe, y hasta de rey.
Después de estar yo algún tiempo en ella, el duque Segismundo de Austria vino en busca del duque
Alberto. Entonces quise alejarme de Insbruck, encaminarme a la corte de algún otro príncipe y
ganar más fama; y como en esa época no era ya mal caballero, sino igual a cualquier otro noble,
dolíame mucho el considerar que se rebajaría mi importancia a los ojos de mi anterior príncipe el
duque Segismundo y de su corte; sobre esto pregunté a mi respetado padre, cortesano
experimentado, cómo me comportaría con el Príncipe y su corte, pues que habiendo en ella tantas
gentes de diversos países, se hacía poco caso de los noveles. Así que le hablé comprendiólo todo y
me dio a entender que le llenaba de satisfacción mi conducta; se quedó algunos instantes pensativo
y me dijo: «Querido hijo, tú eres fuerte, y puedes hacer muy bien cuanto conviene a un joven
caballero. Deduzco de tu rubor que tú lo deseas y quieres persistir en tan honrosa carrera; pero todo
tiene en el mundo su principio; si tú lograses adquirir y desempeñar un cargo cualquiera, por
insignificante que fuese, cerca de las personas de los príncipes, te convendría ciertamente. Así
podrías esperar los sucesos, mientras lo desempeñabas, y verte libre de compañías poco
provechosas, y no separarte de nobles caballeros y dignos amigos, pues que con ellos, un joven
cuya conducta sea también digna de alabanza, se distingue y gana renombre.» Entonces pregunté de
nuevo a mí querido padre, qué debía yo hacer para conseguirlo. Tornó a quedarse breves momentos
pensativo, y dijo: «Tú no saliste de Insbruck completamente libre de censura, pues que los príncipes
jóvenes creen generalmente, por tener ellos ese rango elevado, que los hombres de valer del mundo
se encuentran sólo en su corte. Por tanto tú debes, como joven cortesano, y en la ocasión en que
conozcas que está alegre, no afligido, hablar así con el archiduque Alberto: Amable príncipe, hace
algún tiempo que fui acogido afablemente en la corte de V. A., cuando vinieron mi amable señor el
duque Segismundo y su graciosa consorte, a quien yo serví desde los primeros años de mi juventud,
proponiéndome en primer lugar ganarme la buena voluntad de V. A., y aprender también en vuestra
corte cuanto debe saber un joven caballero. Pero he oído que mi señor, el duque Segismundo,
vendría pronto al lado de V. A.; si yo he de verlo, sin desempeñar aquí cargo alguno, por
insignificante que sea, ni haber merecido para entonces distinción ninguna de V. A., me rebajará
esto en su opinión y en la de toda su corte. Suplicóle, por tanto, que me conceda, con arreglo a mis
años juveniles, algún cargo cerca de vuestra graciosa persona, y haré cuanto esté en mi mano para
granjearme su estimación en lo sucesivo.»
Me separé de mi querido padre, decidido a ejecutar su consejo. Y tuve luego ocasión de hablar
con el príncipe, de la manera antes indicada. El príncipe me miró con dulzura, se sonrió, y dijo con
palabras rápidas y concisas, usando ese dicho tan común: «¡Como Dios nos mira, que debe ser
como tú dices!» Y llamó a un noble, que era uno de sus camareros, y le dijo: «Anda y trae las llaves
de mi habitación y entrégaselas a Ehingen.» Y así se hizo, y fui felicitado por otros señores nobles
de su servidumbre. Cuando vino mi señor, el duque Segismundo, tomé las llaves, y serví como
camarero con la mayor diligencia a mi gracioso señor el duque Alberto. Por tanto, fui muy atendido
y considerado por el duque Segismundo y por toda su corte. Y cuando mi gracioso señor el duque
Alberto se encontraba solo en su habitación, me trataba con tanta amabilidad, que se dignaba reírse
conmigo de buena gana, y en mi compañía y en la de otros, que gozaban de su favor, decía chistes y
gracias cortesanas. Así me concilié también sus simpatías y la de los que tenían con él mejor
acogida, como sienta bien a un joven cortesano; y adelanté y prosperé tanto en este camino, que
llegué a ser el camarero más querido de su Alteza.
Sucedió luego que el rey Ladislao, que era entonces Príncipe de Austria, y además Rey de
Hungría y de Bohemia, quiso ir a Praga para coronarse rey de este último país. Mi señor, el duque
Alberto, hubo de acompañarle con 500 caballos; y el Margrave Alberto de Brandemburgo trajo 300
para cabalgar con mi señor. Participélo yo también a mi amado padre. Y cuando supo cómo había
obedecido sus consejos, y cómo había conseguido mi cargo, se alegró sobremanera y me dijo:
«Deseo, hijo querido, equiparte para esa expedición bien y decentemente, cual conviene a un
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caballero, para que te ejercites y sobresalgas en todo linaje de ejercicios caballerescos y en cuanto
sirva para perfeccionar y enaltecer a los caballeros; y cuando observes alguna novedad en los
demás, procura imitarlos, importándola contigo a tu país.» Me proveyó, pues, de arnés y de coraza
completa, y de corceles y de caballos, criados, trajes y todo lo demás que debe poseer un caballero,
de todo lo cual se alegró sobremanera mi gracioso señor. Acompañábale un escuadrón bien
equipado de hombres distinguidos, y caminaron juntos ambos príncipes hasta Viena en el Austria,
donde encontraron al rey Ladislao, que los recibió con la mayor amabilidad. Desde allí salieron los
príncipes con el rey, a quien acompañaban muchos poderosos señores de Hungría, de Austria y de
otros países de sus dominios, en número de 10.000 caballos, siguiendo con él hasta Praga. Mucho
habría que escribir para contar los juegos caballerescos y las pruebas de magnificencia dadas por el
Rey, tanto en Viena cuanto en el camino desde este punto a Praga. En esta ciudad, en compañía de
muchos príncipes y señores, fue coronado rey Ladislao, asistiendo también a esta ceremonia
innumerables condes y nobles. Mi gracioso señor, el duque Alberto, armó cinco caballeros, y
entraron en esta Orden, los cuales fueron Jorge de Waldsee, Bernardo de Bach, Conrado de
Rasustein, Segismundo de Thun y yo, Jorge de Ehingen.
Ítem, también fue a Praga una reina en una carroza dorada, y el duque Alberto dispuso que
cuatro caballeros de su acompañamiento, armados de todas armas, caminasen junto a cada una de
las cuatro ruedas del carruaje, y yo, Jorge de Ehingen, fui uno de ellos.
Ítem, en esta expedición sufrimos todos cuatro grandes trabajos, grandes sobre toda
ponderación.
Ítem, después de la coronación regresaron mi gracioso señor y el Margrave otra vez a su país,
y nos encaminamos a Rotemburgo sobre el Necker. Allí residió su corte algún tiempo.
Cuando mi amado padre supo la llegada de mi señor, vino también a Rotemburgo, y cuando
todos cabalgaban en busca de su alojamiento, acercóse a mí, me saludó y me deseó toda clase de
dichas en mi caballería. Encargóme además que cuando pasasen algunos días fuese a buscarlo a
Kilperg, para hablar conmigo más holgadamente. Cuando llegó ese día me encaminé, en efecto, a
Kilperg, me llevó a su habitación, que está todavía sobre la puerta, y me habló muy discreta y
largamente sobre la caballería y sobre los deberes que yo tenía que llenar, dándome 400 monedas de
oro con ese objeto, cuyas monedas tenía guardadas en una copa. Añadió también que no era su
voluntad que yo pasase después el tiempo cumpliendo mis deberes de caballero en estos países,
holgando en el bullicio de la corte de los príncipes y en sus palacios, sino que deseaba que, pues en
la primavera próxima había de salir para Rodas una expedición notable de Sanjuanistas, con el
propósito de resistir al Gran Turco, que intentaba conquistar a Rodas, preparando grandes fuerzas de
mar y tierra para conseguirlo, yo debía acompañarlos, y, armado como novel caballero,
encaminarme con los expedicionarios a Rodas en la época indicada; y cuando terminase la
expedición (si el Señor me concedía la vida) había de visitar el Sepulcro de Nuestro Señor
Jesucristo y la tierra Santa; porque si bien él había tenido vivos deseos toda su vida de visitar los
Santos Lugares, se lo habían impedido hasta entonces varias razones importantes, según me había
dicho él mismo antes muchas veces; por cuyo motivo creía conveniente que yo fuese allá y los
visitase, para lo cual él me proveería de lo necesario, con arreglo a su fortuna.
Yo me regocijé mucho de oírlo, y le declaré que tal era también mi voluntad e inclinación, no
a otro objeto dirigida que a llegar a ser poco a poco, y con el tiempo, un cumplido caballero. Quería
yo poner con anterioridad mi empresa, en conocimiento de mis graciosos señores, y hacer algunos
otros preparativos, todo con arreglo a sus consejos. Se me habían también estropeado algún corcel y
algún caballo en mi viaje al Austria y a Bohemia. Estos mismos y otros de la última clase fueron
vendidos con ventaja a mis señores y otras personas de la corte. Expuse mi proyecto a mi señor,
para que se sirviese darme su beneplácito; y, a la verdad, lo logré cumplidamente en su real ánimo.
Prometióme su apoyo y me despidió con la mayor benevolencia. También me despedí de mi amado
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padre, el cual me dijo, entre otras cosas, que yo debía hacer un presente y un voto a San Juan, el
Santo Apóstol y Evangelista, para que favoreciese mi vuelta. Esta era siempre mi costumbre,
cuando me separaba de él.
Aquella misma primavera salí, pues, solo y a mi costa en compañía de los Comendadores de
la Orden de San Juan, hacia Venecia, porque ninguno de la corte de mi señor quiso acompañarme,
ni ninguno otro señor ni noble de los países de la alta Alemania me imitó, siguiendo mi ejemplo de
visitar al gran Maestre para granjearse su amistad y benevolencia. No sucedió lo mismo en Francia
y en España, de donde acudieron algunos caballeros de la nobleza. Nos embarcamos en Venecia y
tuve la fortuna de encontrar cierto mercader que me acompañó a Rodas y abrevió
extraordinariamente mi peregrinación. Cuando llegamos fui recibido con mucha distinción y
amabilidad por el gran Maestre, pues los caballeros de la Orden, a quienes visité, prepararon
favorablemente su ánimo, declarándole el motivo que me traía y mis prendas personales. Pero el
gran Maestre se encontraba muy preocupado, a consecuencia del número y variedad de las noticias
que recibía; y así trascurrió algún tiempo.
Hubo mientras tanto seis batallas por mar y por tierra, en la guerra que sosteníamos contra los
turcos. Yo me esforcé por todos los medios posibles para distinguirme siempre en ella y alcanzar
buen renombre entre los capitanes, que era el objeto de mi venida. Pero los turcos prolongaron tanto
esta guerra que en el intervalo murió su Emperador, sin haber logrado el objeto que se proponía con
el asedio, si bien el gran Maestre y la muchedumbre de cristianos, que le auxiliaban, no
consiguieron otra cosa que impedir a los turcos la ejecución de sus planes. Después de estos
sucesos, cuando ya llevaba once meses en Rodas, en sus cercanías, y en los mares que la rodean, me
despedí del gran Maestre, que me dio las más expresivas gracias. Me honró también haciéndome
algunos presentes y dándome algunas reliquias, entre las cuales se contaba una espina de la corona
del Señor.
De esta manera y con tales honores abandoné a Rodas, habiendo recibido del gran Maestre
cartas de recomendación para el rey de Chipre, con el propósito de detenerme algún tiempo en esta
isla a mi regreso de la Tierra Santa. Así lo realicé a su tiempo. Y como supe que en Beyrut, el
caballero San Jorge, había vencido al monstruoso Dragón, convirtiendo a la fe cristiana al mismo
Rey, a su mujer e hijo, y a todos los habitantes, me conmoví profundamente, y quise antes visitarlo.
Fui, pues, a Beyrut y vi la ciudad y la iglesia en donde tales milagros habían ocurrido.
Desde allí anduve con una caravana por tierra ocho jornadas, y llegué a una gran ciudad
llamada Tiro, luego a Lafedon y Apoloro. Desde aquí fui a Nazaret, después a Jerusalén, y
recorrimos también el mar de Galilea, del cual ha tomado su nombre este país. Después que visité la
Ciudad santa y sus cercanías, permaneciendo en Jerusalén unos quince días, determiné ver a Santa
Catalina y a Babilonia en compañía de algunos mercaderes y monjes descalzos. Tropecé entonces
con un notable compañero de viaje; era un hombre hábil, que se llamaba el monje de Basilea. Su
objeto era también visitar conmigo a Santa Catalina. Caminamos, pues, bien acompañados y
llegamos a Damasco. Desde aquí habían de salir también otros peregrinos, como indicaron antes los
mercaderes y monjes descalzos. Esta ciudad de Damasco es grande y tiene buenos edificios. Allí
nos enseñaron la casa que había habitado el Apóstol San Pablo, y otros muchos lugares frecuentados
por Santos y Profetas. Cuando llevábamos algunos días en Damasco y nos preparábamos para más
larga peregrinación a Santa Catalina, nos encerraron en la cárcel a mí y a mi compañero, y nos
maltrataron aunque al fin nos pusieron en libertad. Nos costó unos treinta ducados. Determinamos
dar la vuelta, pues nos era imposible seguir adelante, a causa de los moros y árabes. Fuimos a
Alejandría en donde la Santa Virgen Catalina fue martirizada, puerto de mar muy guardado por el
Sultán con muchos soldados y mamelucos. Allí también desemboca en el mar el gran río Nilo, que
se dirige a Babilonia y pasa por Egipto. Así que encontramos pasaje en un barco fuimos al reino de
Chipre; y cuando llegamos allí, murió mi compañero, el monje de Basilea; fue tirado al mar desde
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la galera, y su muerte me afligió cuanto puede imaginarse, ¡Dios fue misericordioso y compasivo
con su servidor!
Nos dirigimos a Chipre, y a la corte del Rey para conocer también sus dominios. Felipe era
entonces el soberano de este país. Acompañado de algunos mercaderes venecianos que llevaban el
propósito de visitar la isla, llegamos a su capital situada enfrente de Rodas. Entregué al Rey la carta
del gran Maestre, siendo recibido por él muy afablemente. Permitióme seguir mi peregrinación y
recorrer su reino, concediéndome también el honor de hablarle y de tratarlo, y después me despedí
de él, y regresé a Rodas. Cuando llegué aquí, el gran Maestre me acogió con la mayor benignidad y
me trató espléndidamente; me encontraba algo enfermo y hube de guardar el lecho algunas
semanas; me envió su médico y cuanto necesité hasta recobrar mi salud. Entonces volví a Venecia,
y de Venecia a mi patria. Y cuando entré en el castillo de mi padre de Kilperg, me acogió con la
alegría que es de imaginar. Le di la reliquia para su capilla, con lo cual sintió un placer indecible,
pasé algunos días en Kilperg, y me proveyó de los vestidos que me hacían falta, así como a mis
criados. Esto sucedió el año 1454.
En esta época, el duque Alberto, mi bondadoso señor, tenía su corte en Rotemburgo, sobre el
Necker. Torné, pues, a verlo, y fui saludado por él con las mayores muestras de alegría, y atendido y
respetado por toda su corte y por todos los señores y caballeros que la componían. Su gracia me
concedió también el ingreso en la Orden de la Salamandra, y al lado de mi señor permanecí un año
entero en la corte, aunque siempre mi inclinación me llevaba a ejercitar de nuevo la profesión de la
Caballería. Otros señores y nobles, además del Príncipe, me honraron con su amistad, y también su
primer camarero. Durante ese año me dispensó muchas veces la honra de hablar conmigo y hacerme
varias preguntas acerca de mi viaje, indicándole yo con frecuencia que no tendría más placer, en
cuanto me fuera posible, que emprender otra vez una nueva y honrosa expedición caballeresca, si S.
A. me daba licencia y las recomendaciones necesarias para llevar a efecto mi empresa; y que mi
conducta sería tan digna como merecía mi propósito de conseguir sus alabanzas. Esto le llenaba de
contento.
Durante esa época, en cuanto yo supe, ningún rey ni príncipe acometió guerras ni otras
hazañas memorables. Había paz y sosiego en todos los reinos de la cristiandad. Pensé yo entonces
que no me convenía perder el tiempo en medio de esta tranquilidad general, porque mi bondadoso
señor no se ocupaba en ninguna otra cosa, ya tuviese su corte en Rotemburgo o en Friburgo, sino en
cabalgar, tornear, bailar y otras diversiones de la misma índole, pacíficas y alegres; y aunque por mi
parte hacía lo posible por adelantar en ellas, me conceptuaba ocioso asistiendo a semejantes
distracciones. Porque mi amado padre me decía: «Gran vicio es la holganza para jóvenes y viejos.»
Yo soñaba siempre conseguir con mis actos gran fama siguiendo mis ideas caballerescas, a fin de
ser útil a los demás; y así pensaba que me sería conveniente recorrer los reinos más célebres de la
cristiandad, y permanecer ya en uno, ya en otro, hasta que pudiese ejecutar hazañas famosas y de
peligro.
Entonces había un esforzado y noble mancebo en la corte de mi señor, llamado Jorge de
Ramyden, era natural de Salzburgo, en donde tenía sus castillos y sus bienes. Éste, que me mostraba
siempre una predilección particular, me explicaba que, pues yo había estado en países extranjeros,
accediese a visitarlos de nuevo en su compañía. Encontré en él un hombre honrado y pundonoroso;
era de grandes fuerzas y buena apostura, y además rico y poderoso en bienes de fortuna. Por todas
estas razones convine pronto en su idea, e hice por agradarle y acceder a sus súplicas y a la
satisfacción de su curiosidad, con tanta mayor razón cuanto que yo mismo deseaba tener un
compañero y ansiaba también, como él, recorrer cuanto antes los reinos extraños. Alegróse mucho
de oírme y me dijo que me rogaba que visitase a su padre en su compañía. Después, cuando me
trató más, me pidió que me dignase instruirlo y aleccionarlo, porque él se proponía consagrar a ese
proyecto toda su fortuna.
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Unímosnos, pues, ambos para solicitar de la Majestad Imperial, del rey Ladislao y de nuestros
bondadosos señores, cartas de recomendación para los demás soberanos y reyes de la cristiandad y
para los príncipes poderosos, para el caso de que, no habiendo en sus dominios motivo alguno que
nos detuviese, pudiésemos visitar otros reyes y otros príncipes. Así lo suplicamos a nuestros
bondadosos señores, quienes nos contestaron accediendo a nuestros deseos; y después de aprobar y
alabar nuestros propósitos, mientras nos deteníamos en su corte y procurábamos el apoyo de la
celebérrima casa de Austria, se interesaron hasta con S. M. Imperial y con el rey Ladislao para que
nos diesen cartas de recomendación, muy expresivas, para el Rey de Francia, para el de Portugal,
que era entonces hermano de la Emperatriz; para el de España, para el de Inglaterra, y una
recomendación general para todos los reyes y príncipes de la cristiandad. Así nos preparamos para
nuestra expedición. Mi bondadoso señor nos concedió también un heraldo instruido, que hablaba
muchas lenguas, y cuanto estuvo en su mano y pudo hacer por nosotros. Reuníamos así entre los
dos ocho caballos y además el heraldo y un asistente, que cuidaba de nuestra ropa, todo lo cual
compone el número de diez caballos. Primero nos encaminamos a visitar al Rey de Francia, que se
llamaba Carlos, y cuando llegamos a su corte, así los señores franceses como los personajes de su
séquito, después de presentar las cartas al Rey, nos acogieron muy afablemente y nos trataron con
esplendidez.
Pero en este reino no había ocupación para nuestras aficiones caballerescas, porque el Rey era
un hombre grave, de edad algo avanzada. A las seis semanas de estar nosotros en la corte de Francia
vino una embajada solemne del Rey de España para participar al de Francia que aquél se proponía
emprender una gran cruzada contra el Rey moro de Granada, porque éste, con ayuda del Rey de
Túnez y de otros soberanos moros de África, había hecho muchas y ruinosas correrías por toda
España, y que si no se le refrenaba serían los males mayores; y si por este medio conseguía
derrotarlo, así los de su propio reino como todos los cristianos obtendrían grandes ventajas; y quería
que el Rey de Francia lo hiciese saber a todos los cristianos de su reino, con el objeto de mover a
algunos caballeros a acudir allá en su socorro, rogando al mismo Rey de Francia que, en caso de
que los hubiese les diese licencia y accediese en todo a sus deseos. El Rey nos lo comunicó a su
vez, y nosotros anhelábamos emprender ese viaje, si él nos ayudaba a realizarlo con todo su poder.
El Rey oyó con placer nuestro sentimiento y alabó nuestros propósitos. Dio a cada uno una bella
armadura completa, y además cien coronas y una carta de recomendación para el Rey de España, y
orden para que a nuestro paso por Francia se nos auxiliase y favoreciese; y atravesando este reino
por Armeuyesa llegamos a Tolosa y después al reino de Navarra y a su capital, que se llama
Pamplona. Supimos en nuestra travesía que el Rey de Sicilia tenía corte en Angers, en Francia, allá
nos encaminamos, no teniendo que rodear mucho, y con el propósito de que descansasen durante
ese tiempo nuestros caballos, y pasar algunas semanas al lado de este rey. Llamábase Renato y tenía
en Francia muchos bienes, ciudades y castillos. Llegamos nosotros a la corte, que en Angers tenía el
rey Renato de Sicilia, y fuimos recibidos por él muy afablemente, y nos trató con esplendidez y nos
honró sobremanera.
Proseguimos nuestro camino después de algunas semanas, como he dicho antes, y
atravesando por Francia, llegamos a Pamplona en el reino de Navarra, allí supimos que la
expedición contra Granada estaba de vuelta; determinamos, por tanto, detenernos algún tiempo en
la corte del Rey de Navarra, aclimatarnos al país y desde allí dirigirnos a Portugal, y así lo hicimos.
El rey de Navarra se llamaba Juan. Allí permanecimos sobre dos meses. El rey nos trató bien y nos
festejó con cacerías, bailes, banquetes y otros regocijos.
En este intervalo supimos en la corte que el Rey de Portugal movía gran guerra por mar y
tierra a los moros de África, y especialmente al Rey mahometano de Fez, y que el Rey de Portugal,
algunos años antes, se había apoderado de una gran ciudad llamada Ceuta, situada en África,
allende los mares. Resolvimos, por tanto, marchar apresuradamente a Portugal; pedimos licencia al
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Rey, que nos la concedió bondadosamente, y fuimos despedidos con todo linaje de distinciones,
asegurándonos que en todo su reino nos dispensarían los mismos honores.
Atravesamos el de España por una gran ciudad llamada Burgos y por otras hasta llegar a
Santiago. Perdimos uno de nuestros mejores caballos de guerra, porque el camino es sumamente
penoso. Nos habíamos propuesto detenernos en el puerto de mar llamado Logrunje, que los
santiaguistas de nuestro país llaman de la más negra estrella7, y así lo hicimos. Nos embarcamos
después y nos hicimos a la vela hasta llegar a Portugal. El camino es de 120 millas por agua, y
después llegamos a la ciudad de Lisboa. Esta es la capital del reino de Portugal. Anunciamos al Rey
nuestra llegada. Cuando supo que éramos enviados por el Emperador y por la Casa de Austria, nos
hizo buscar en nuestro alojamiento para decirnos que tenía noticias de nuestra expedición, y que
habiendo caminado larga y penosamente por mar y por tierra, debíamos descansar y tratarnos bien
por algún tiempo, y que nos daría en seguida audiencia.
Dejó orden también en nuestro alojamiento de que nos tratasen espléndidamente. Pocos días
después nos avisó el Rey que nos presentásemos en la corte, enviando algunos señores y nobles
para acompañarnos. Cuando llegamos a su palacio lo encontramos en un salón magnífico, rodeado
de príncipes y marqueses, y de muchos señores y caballeros, y nos habló muy afablemente, y como
nosotros no conocíamos la lengua portuguesa, le manifestamos con gestos nuestra sumisión y
reverencia, cual convenía; y le presentamos las cartas de recomendación, las cuales, escritas en
latín, fueron leídas por su orden; y después, por conducto de un intérprete, que se expresaba en el
idioma que se usa en el Brabante en los Países Bajos, conversó con nosotros mucho tiempo sobre
diversos asuntos. Dijímosle también que, según habíamos oído, su reino mantenía cruel guerra
contra el Rey moro de Fez, suplicándole que nos permitiese tomar parte en ella, ya se hiciese por
mar, ya por tierra. El Rey mostró mucho placer al escucharnos, y nos dijo que se alegraría de que le
ayudásemos en ella, y cuando llegase la ocasión, se aprovecharía de nuestra oferta; que debíamos
por entonces vivir algún tiempo en la corte, contraer relaciones con los señores y nobles, y conocer
algo el país. Nos hizo conducir de nuevo a nuestro alojamiento, y ordenó a los señores y nobles que
nos hiciesen buena compañía, lo cual obedecieron en todo.
Tantos fueron los agasajos, tantas las fiestas con que nos honraron, que superaron en mucho a
las que nos dieron en los demás reinos y principados. Condujéronnos muchas veces a los aposentos
de la Reina, y allí se celebraron alegres bailes; asistimos también a monterías y hubo carreras de
caballos, saltos, combates, luchas y juegos a la jineta, y algunos banquetes. ¡Buena vida
llevábamos! El rey se llamaba Alfonso, y era muy agraciado, el príncipe más dispuesto y más
cristiano guerrero y justificado que he conocido en mi vida. Tenía una corte regia, dos margraves y
muchos condes, señores y caballeros a su servicio, y sobre todo una bella esposa. Nos ocupábamos,
pues, en todo linaje de ejercicios caballerescos, justas y torneos, completamente armados, en los
cuales el Rey recibía gran placer y contentamiento. Mi compañero era el hombre más fuerte en
lanzar piedras y dardos, pero no ligero, sino muy pesado; su alta estatura y su robustez impedían
que cediese nunca al empuje de las armas más poderosas, así como en la lucha a caballo o a pie.
Aplicábame cuanto podía a combatir completamente armado, porque en esta clase de
ejercicios era yo más diestro que mi compañero. En el reino hay muchos caballeros y gente de
estirpe esclarecida, pundonorosa y rica. Es también un país bien cultivado, y prosperan en él los
frutos más varios: exquisitos vinos, granos, aceite, azúcar, miel, pasas, y además mucha sal. Nos
hicieron recorrer todo el reino, visitando bellas ciudades, castillos y monasterios, y especialmente
uno de estos últimos superior a cuantos había visto. Es de la Orden de Santo Domingo y fue
fundado por un Rey de Portugal, siendo denominado monasterio de la batalla, porque muchos años
antes un Rey de Portugal combatió, en el paraje que ocupa, contra los castellanos 8. En este tiempo

7 Más adelante se explica que esta negra estrella es Finisterre.


8 Excusado es decir que la batalla a que aquí se alude es la de Aljubarrota.
19

vino en busca del Rey un mensaje apremiante del África, de la capitanía principal de Ceuta,
anunciando que el Rey moro de Fez, con ayuda de otros Reyes del África, se preparaba con grande
algazara y con muchedumbre de soldados a atacar a Ceuta, proponiéndose conquistarla y reducirla
de nuevo a su imperio. Visitamos, pues, al Rey para averiguar si era cierto. Suplicámosle, por tanto,
que nos permitiese marchar contra los mahometanos, a lo cual accedió bondadosamente. El Rey nos
dio a cada uno de nosotros un valiente caballo, y nosotros a cada uno de nuestros criados una
armadura de anillo, llamada vrigendien. Ordenóse también que se encaminase allá mucha gente de
la corte y de otros lugares.
Embarcámonos todos y pronto pasamos de Portugal al África, porque el mar en esos parajes
es estrecho, y por la noche, cuando llegamos a la gran ciudad de Ceuta, se había reunido mucha
gente armada con gran tumulto, llegando muchos mensajeros con la noticia de que los moros, con
numerosas fuerzas, se acercaban a ella. Pero si bien durante todo el día y toda la noche se vieron y
se oyeron pasar por delante de la ciudad diversos destacamentos, no estaba, sin embargo, entre ellos
el principal y el más poderoso. Al cuarto día, cuando el gobernador y capitán general había puesto
las fortificaciones de la plaza en estado de defensa y distribuido entre los soldados los cuarteles o
barrios de la misma, se me encomendó la guarda de uno de esos barrios o cuarteles, y se pusieron a
mis órdenes muchos soldados y hombres distinguidos, entre los cuales abundaban quienes
comprendían y hablaban el idioma de la baja Alemania. Dispúsose también que cada uno de los
capitanes y subalternos izase un estandarte con sus armas en el distrito en que mandara, lo cual hice
yo como los demás.
Pero al cuarto día, como antes he dicho, el capitán general me suplicó, así como a mi
compañero, que con otros guerreros entendidos nos hiciésemos a la vela, para espiar y averiguar
desde la mar las fuerzas mahometanas que había acampadas a la orilla. Hicímoslo así, y nos
acercamos cuanto pudimos al campamento mahometano, y vimos tal muchedumbre innumerable de
gentes, a pie y a caballo, que si bien no era posible contarlos, debían ascender a unos 20.000
hombres, entonces se acordó numerar las tiendas, si se podía; porque conociendo las costumbres de
los moros, por ellas se podría deducir más aproximadamente sus fuerzas. Habiendo averiguado que
sumaban todas sobre diez mil, era evidente que había allí una muchedumbre innumerable.
Cumplimos nuestra comisión, resueltos a permanecer en la ciudad a muerte o a vida aunque
viniesen sobre nosotros todos los moros del mundo. Regresamos, pues, a ella y acordamos ir a la
iglesia por la mañana temprano, llevando cada uno sus soldados. La iglesia, hoy consagrada al culto
cristiano, y bella, fue en otro tiempo una suntuosa mezquita mahometana. En ella quisimos recibir
el Santo Sacramento, y así lo hicimos la mayor parte.
Conviene saber que Ceuta es una gran ciudad, cuyas tres partes están cercadas de tierra, y la
cuarta de mar, y a mi parecer es mayor que Colonia; hacia la parte de tierra hay hoyos que son
sepulcros abandonados; en ella se levanta también una alta ciudadela con algunas torres, por su
parte inferior tiene aspilleras y almenas por la superior, alrededor de la ciudad una muralla de
circunvalación. Preparóse, pues, muy bien la ciudadela con las torres y se distribuyo y organizó su
defensa, porque era de la mayor importancia. El capitán, con un destacamento de caballos ligeros y
no escaso número de infantes escogidos, salió a recorrer el espacio comprendido entre la ciudadela
y el muro de circunvalación, para acordar las medidas necesarias del momento, como felizmente se
hizo.
Pero cuando estábamos todavía en la iglesia, como he indicado antes, a la salida del sol, los
que defendían las torres más altas dieron grandes voces, anunciándonos que acudían los moros en
gran fuerza. Todos corrieron entonces a las armas. Vimos a los moros dirigirse a una montaña
situada delante de la ciudad, cubriéndola en toda su extensión. Disparámosles piedras con nuestras
máquinas con bastante acierto. Se retiraron entonces hacia los sepulcros, y tenían muchos tiradores
con arcos y con ballestas y otras armas de la misma especie, largas y extrañas. Esos mismos, con
algunas catapultas, nos tiraron todo el día, en el momento en que divisaban alguno; y el tiempo en
20

que se ocupaban en esto nos resguardábamos, como es natural, de ellos. Tenían también muchos
timbales grandes y pequeños y clarines muy extraños e innumerables banderas y estandartes. Así
pasamos el día, y murieron muchos moros, si bien nosotros sufrimos bastante daño, porque los
moros se acercaban, guareciéndose de los sepulcros cuanto podían. Pero la noche fue aun más
intranquila, porque abrieron trincheras, y tenían largas escalas con garfios, escudos y armas
ofensivas y defensivas.
Cuando el Rey de Portugal tuvo noticia de ese porfiado asedio, se encaminó con todas sus
fuerzas hacia Ceuta, con el propósito de atacar a los moros en sus trincheras, pues no era posible
trabar batalla con ellos en otra forma. Cuando los enemigos lo supieron nos asaltaron por tres días
consecutivos, peleándose por ambas partes hasta la noche. Mucho se trabajó y se sufrió entonces
por ambas partes, y aunque innumerables moros fueron rechazados y muertos, ocupaban las
cercanías de la ciudad en los sepulcros y alrededor de las murallas. Sucedió muchas veces que los
cristianos perdieron sus puestos, y no sabemos lo que hubiese sucedido, si el capitán con su gente
de a pie y de a caballo, como se ha dicho antes, sin descansar un momento, no se hubiese
presentado en los momentos oportunos. Al día tercero, como se ha referido, después de asaltarnos
con tanta furia y de haber perdido mucha gente, desmayaron, dejándonos y alejándose. Entonces
nosotros, con unos cuatrocientos caballos y mil infantes escogidos, decidimos perseguirlos y
aprovecharnos de su huida, pero muchas veces se revolvieron y pelearon con nosotros, hasta que
nos apoderamos de uno de los cerros; pero los moros se habían posesionado de otro, y entre ellos y
nosotros había un hermoso valle.
Hacia la tarde vinieron algunos de los nuestros y nos dijeron que un moro de los más
esforzados desafiaba a cualquier caballero de los cristianos a pelear con él, a igual distancia de
ambos campos. Supliqué yo entonces al capitán que me diese licencia para salir a su encuentro, por
estar muy bien armado y por mi natural agilidad, a pesar de la armadura; tenía además un corcel
muy fuerte que me había regalado el Rey. El capitán accedió a mi ruego. Entonces mandó retirar las
guerrillas, que regresaron a sus puestos respectivos. Yo hice la señal de la cruz con mi lanza y me
separé de los nuestros a toda prisa, dirigiéndome por el valle hacia donde estaban los moros.
Cuando éstos lo observaron hicieron lo mismo con sus guerrillas. Entonces nuestro capitán envió un
trompeta hacia ellos, llamándolos a combate singular. Inmediatamente salió un moro, montado en
un hermoso caballo berberisco, dirigiéndose hacia el valle. Yo hice lo mismo sin detenerme, y
acercándome a él cuanto pude. El moro embrazó su escudo resguardándose con él, y empuñó su
lanza corriendo hacia mí y dando voces. Yo hice lo mismo por mi parte; empuñé mi lanza, y cuando
estuve cerca de él preparé mi acometida para herirle en el pecho, aunque él con la suya me alcanzó
en uno de los costados de la armadura, y el choque fue tan fuerte que el jinete moro y el caballo
cayeron en tierra. Pero su lanza se quedó clavada en mi armadura, y hasta que no pude
desembarazarme de ella no me fue tampoco posible bajarme de mi caballo. Él estaba ya en pie; yo
saqué mi espada, él hizo lo mismo con la suya; y ambos nos atacamos asestándonos terribles golpes.
El moro tenía una buena armadura, y aunque le acerté en el cuerpo, a pesar del escudo, no le hice
daño alguno. Él no pudo tampoco hacérmelo. Nos abrazamos entonces mutuamente y luchamos
tanto tiempo que caímos al suelo juntos.
Pero el moro era muy forzudo y pudo arrancarse de mis brazos, y ambos nos levantamos
quedándonos de rodillas. Entonces yo con mi mano izquierda lo separe de mí lo bastante para poder
herirlo con mi espada, como en efecto lo conseguí. Y al separarlo, se alejó tanto de mí que le herí en
el rostro; y aunque el golpe no fue tan violento como debiera haber sido, observé que vacilaba y
palidecía. Entonces repetí la misma herida otra vez en su rostro y lo derribé en tierra, y me abalancé
a él y le corté la cabeza. Me levanté, me apoderé de su espada y corrí en busca de mi caballo. Este y
el suyo estaban juntos; había trabajado mucho todo el día y era grande mi cansancio. Cuando los
moros vieron lo que yo había hecho, huyeron en el mayor desorden. Pero los portugueses y
cristianos corrieron en busca mía, y se llevaron la cabeza del moro, se apoderaron de su lanza y lo
21

despojaron de sus armas. Eran muy ricas y al estilo morisco, y hechas con gran maestría, muy
fuertes y adornadas. Se apropiaron también el escudo y su caballo, y me llevaron a la presencia del
capitán, que se alegró sobremanera de mi victoria, felicitándome por ella y abrazándome. En todo el
ejército cristiano hubo grande entusiasmo.
Aquel día se experimentaron muchas pérdidas por ambas partes, de hombres y caballos, los
unos muertos con armas blancas y a manos de los enemigos, y los otros con armas arrojadizas. El
capitán dispuso que la cabeza del moro, su caballo, su escudo y su espada fuesen llevadas delante
de mí por los señores caballeros y escuderos más distinguidos. Me vi obligado a caminar a su lado,
llevando esos trofeos por delante. Así atravesé con gran pompa la gran ciudad de Ceuta; los
cristianos se regocijaron sobremanera, y yo tuve el gran placer, superior a todos, de no haber sufrido
daño alguno. Dios omnipotente peleó, sin duda, en mi favor, porque en mis grandes apuros nunca lo
olvidé. El moro era un hombre de fuerza y de robustez extraordinarias; grande fue mi suerte en que
mi ingenio venciese su fortaleza. ¡Alabado sea el Señor Dios eternamente!
El capitán escribió al Rey esta hazaña, que lo regocijó sobremanera. Y pues los moros no
inspiraban ya tanta inquietud, quiso el Soberano que mi compañero y yo regresásemos a su corte.
Volvimos, pues, a Portugal. Fuimos recibidos por el Rey con amabilidad extraordinaria. Me regaló
una copa llena de monedas portuguesas, que traje conmigo a Alemania. Mi compañero y yo
estuvimos siete meses en Portugal, contando este tiempo desde que llegamos a él. Muchas otras
hazañas caballerescas se llevaron a cabo entonces en África, después que mi compañero y yo
estuvimos en ella; como ya habíamos permanecido algún tiempo en la corte del Rey, colmándonos
de favores, pasamos a la de un hermano suyo, príncipe poderoso, que se llamaba el infante D.
Fernando, y luego a la de otro, hermano de ambos, que se llamaba Acoveis Kus 9, el cual, como el
anterior, tenía también corte de príncipe. Fuimos muy obsequiados por estos dos infantes, y cuando
pensamos volver a la residencia del Monarca, nos despidieron uno y otro con la mayor cortesanía.
Aconteció entonces que Enrique, Rey de España, se propuso de nuevo capitanear una gran
cruzada contra el Rey moro de Granada, como la proyectada con anterioridad, cuando nos
hallábamos en la capital de Francia, que no se verificó a consecuencia de cierta peste. Pedimos,
pues, al Rey de Portugal que nos diese su licencia, pues deseábamos, concediéndonos el Señor la
vida, y contando con su real anuencia, asistir a esa expedición, y así lo dijimos al Rey. Accedió a
nuestros deseos; fuimos a España y nos recibieron bien. Llevábamos cartas del Rey de Portugal.
Buscamos al Rey para entregárselas, el cual pronto supo, sin ellas, quiénes éramos y a lo que
veníamos. No obstante sus muchas ocupaciones en aquellos momentos y las de la corte, encargó a
algunos caballeros que nos acompañasen y obsequiasen.
Habíase reunido muchedumbre de caballos e infantes, por haber llegado nuevas de que el Rey
de Túnez y otro de África hablan enviado por mar al de Granada gran número de soldados de a pie
y de a caballo. De aquí que el Rey de España hubiese reunido 70.000 buenos combatientes, número,
a la verdad, nunca visto por ningún otro cristiano. Acompañábanle los caballeros de Santiago, con
fuerzas considerables. Los españoles decían que la Orden contaba 1.500 jinetes. Así nos dirigimos
en buen orden a Granada10, apoderándonos de todos los castillos y pequeñas poblaciones de este
reino, porque los moros temían oponerse a tan numerosas tropas, y confiaban en la multitud de
combatientes que se habían reunido en la gran ciudad de Granada. Nos vimos, pues, en la necesidad
de asaltar la mayor parte de las fortalezas y pueblos y dar muerte a todos los moros, y los asistentes
y demás servidores tenían también orden de pasar a cuchillo a las mujeres y a los niños, como lo
hicieron. Proseguimos, por tanto, hacia la ciudad de Granada, y nos preparamos para la pelea, pues
sospechábamos que los moros, contando con tantos soldados, nos saldrían al encuentro, como

9 No nos ha sido posible descifrar este nombre ni por lo tanto averiguar el sujeto a que se refiere, pues el Rey de
Portugal Don Alfonso no tuvo ningún hermano que así se llamase.
10 Parece que esta entrada de los castellanos en el Reino de Granada, fue la que tuvo lugar en la primavera de 1457.
22

efectivamente sucedió. No nos dejaron acercarnos a la ciudad, sino que nos buscaron con
numerosos soldados, aunque sin obtener ventajas, porque nosotros teníamos pertrechos de guerra
superiores a los suyos. Se ordenó a los capitanes y guerreros experimentados del Rey, que conocían
su manera de pelear, que mandasen las huestes cristianas. A nosotros dos, aunque extranjeros, nos
dispensaron el honor de agregarnos a ellos. Tuvimos serios combates por espacio de dos días, hasta
que derrotamos sus tropas, pereciendo 30.000 de sus 50.000 hombres11.
Cuando regresamos a donde estaba el grueso de las tropas, se nos mandó, por honrarnos, que
militáramos más cerca de la bandera del Rey. Los moros acamparon en una posición ventajosa,
entre Granada y nosotros, de tal suerte que no fue posible acometerlos. Así estuvimos algunos días
inmediatos unos a otros, y a todas horas se trababan escaramuzas que costaban la vida a mucha
gentes de ambos bandos. Recorrimos, pues, el reino de Granada, llevando a sangre y fuego cuanto
encontrábamos, sin excepción alguna, y asolándolo todo, permaneciendo en este país un mes y
algunos días. Mi compañero y yo hicimos lo que pudimos, especialmente delante de una pequeña
ciudad, en donde se habían fortificado fuerzas numerosas; la guerra se hacía con gran vigor, y el
pueblo contra quien se combatía era muy esforzado, y aunque la tomamos al fin por asalto,
perdimos también buenos soldados12. Yo fui muy mal herido en una pierna por un dardo, y aunque
me curé bien entonces, se me abrió de nuevo la herida, después que volví a Suabia, y hasta mi vejez
tuve una fístula en la pierna.
Posteriormente a estos sucesos permanecimos, a nuestra vuelta, dos meses en España, en la
corte del Rey. Honráronnos mucho con banquetes, bailes, cacerías, carreras de caballos y otras
diversiones. A los dos meses nos despedimos del Rey para visitar de nuevo al de Portugal, y nos
favoreció y distinguió sobremanera. El Rey nos concedió el distintivo de sus órdenes, a saber: de la
Española, que es una banda ancha y linda, con placas superpuestas como escamas de pescado, y la
otra la banda de Castilla, con una túnica escarlata y una banda dorada de dos dedos de anchura, que
pasaba por debajo del brazo izquierdo y bajaba oblicuamente por delante hasta el extremo de la
túnica del lado derecho, y desde aquí subiendo por detrás, llegaba hasta debajo del mismo brazo
izquierdo. La Orden tercera es la de Granada: que es una granada sobre un globo, con un cabo o
pedículo y algunas hojas. Nos dio además 300 ducados y un hermoso caballo a cada uno. Así nos
separamos honrados, alabados y con provecho de este cristiano rey Enrique, en el año del
nacimiento de Nuestro Señor, 1457.
Ítem, volvimos a Portugal.
Ítem, suscitóse después guerra en Alemania.
Ítem, el Rey nos dio licencia para marcharnos, regalándonos una tela bordada de oro, de valor
de 200 ducados. Ítem, una pieza de terciopelo carmesí y cien varas de tela negra. Además un corcel
portugués a cada uno y 300 ducados. Nos encargó muy encarecidamente que volviésemos a
visitarlo.
Ítem, atravesamos por Portugal y por España, y cuando llegamos a una gran ciudad llamada
Zaragoza, vendimos la tela bordada de oro y todo el terciopelo que no necesitábamos para nosotros,
y ganamos 500 ducados.
Ítem, continuamos por España y Francia, y al paso vendimos algunos de los caballos más
pesados, porque el camino era largo y penoso. Nos embarcamos en Francia y pasamos a visitar al
Rey de Inglaterra. El Rey nos concedió la entrada en todas sus Ordenes de caballería. Mi
compañero se separó de mí y yo me encaminé a Escocia. El Rey era hermano de la esposa de mi
señor, y me recibió bien y me trató espléndidamente. La Reina era Duquesa de Sellern y natural de
los Países Bajos.

11 La exageración de estas cifras es enorme.


12 Es probable que la ciudad de que aquí se habla sea la villa de Jimena tomada por los castellanos en 1547.
23

Ítem, el Rey me regaló dos tiendas y una pieza de terciopelo negro, y además diez ducados
para cada uno de mis cuatro servidores.
Ítem, la Reina me envió un lindo traje que valía 30 ducados, y un caballo de guerra, que valía
más de cien monedas de oro, y me obsequiaron mucho con cacerías, bailes y banquetes.
24

Retratos de los reyes

Ladislao, por la gracia de Dios, Rey de Hungría y de


Bohemia, Duque de Austria, Margrave de Merhen.
25

Carlos, por la gracia de Dios, Rey de Francia.


26

Enrique, por la gracia de Dios, Rey de Castilla y de León,


Toledo, Galicia, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén, Algarve,
Algeciras; Señor de Vizcaya y de Molina.
27

Enrique, por la gracia de Dios, Rey de


Inglaterra y de Francia, Señor de Irlanda.
28

Alfonso, por la gracia de Dios, Rey de Portugal


y del Algarve, Señor de Ceuta y de Algogiro.
29

Felipe, por la gracia de Dios, Rey de Chipre.


30

Renato, por la gracia de Dios, Rey de Sicilia y Duque de Calabria.


31

Juan, por la gracia de Dios, Rey de Navarra y de Aragón, Duque de Viana


y de Momblanc, Conde de Ribagorza, Señor de la ciudad de Balaguer.
32

Jacobo, por la gracia de Dios, Rey de Escocia.


33

CLÁSICOS DE HISTORIA
http://clasicoshistoria.blogspot.com.es/

432 Francesco Guicciardini, Relación de España 1512-1513


431 Santiago Ramón y Cajal, Patriotismo y nacionalismos. Textos regeneracionistas
430 Julián Ribera, Lo científico en la historia
429 Juan Gálvez y Fernando Brambila, Ruinas de Zaragoza en su primer sitio
428 Faustino Casamayor, Diario de los Sitios de Zaragoza
427 Georges Desdevises du Dézert, Ideas de Napoleón acerca de España
426 Wenceslao Fernández Flórez, Columnas de la República 1931-1936
425 Berman, Low y otros, Antes de la catástrofe. Caricaturas políticas en Ken 1938-1939
424 Dolores Ibárruri “Pasionaria”, Artículos, discursos e informes 1936-1978
423 Gregorio Marañón, Artículos republicanos 1931-1937
422 Emil Hübner, La arqueología de España
421 Alexandre de Laborde, Grabados del Voyage pittoresque et historique de l’Espagne
420 Pompeyo Trogo, Los asuntos de España
419 Frederick Hardman, Escenas y bosquejos de las guerras de España
418 Fustel de Coulanges, Alsacia alemana o francesa, y otros textos nacionalistas
417 Theodor Mommsen, A los italianos (la guerra y la paz)
416 Fustel de Coulanges, La ciudad antigua. Estudio sobre el culto, el derecho y las instituciones
415 Historia Augusta. Vidas de diversos emperadores y pretendientes desde el divino Adriano...
414 Anténor Firmin, La igualdad de las razas humanas (Fragmentos)
413 Fermín Hernández Iglesias, La esclavitud y el señor Ferrer de Couto
412 José Ferrer de Couto, Los negros en sus diversos estados y condiciones
411 Textos antiguos sobre el mito de las edades: Hesíodo, Platón, Ovidio, Virgilio, Luciano
410 Tertuliano, Apologético
409 Flavio Arriano, Historia de las expediciones de Alejandro
408 Luciano de Samósata, Cómo ha de escribirse la Historia
407 Vasco de Quiroga, Información en derecho sobre algunas Provisiones del Consejo de Indias
406 Julián Garcés, Bernardino de Minaya y Paulo III, La condición de los indios
405 Napoleón Colajanni, Raza y delito
404 Ángel Pulido, Españoles sin patria y la reza sefardí
403 Ángel Pulido, Los israelitas españoles y el idioma castellano
402 George Dawson Flinter, Examen del estado actual de los esclavos de la isla de Puerto Rico
401 Vicente de la Fuente, Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas en España
400 Francisco Guicciardini, Historia de Italia… desde el año de 1494 hasta el de 1532 (2 tomos)
399 Anti-Miñano. Folletos contra las Cartas del pobrecito holgazán y su autor
398 Sebastián de Miñano, Lamentos políticos de un pobrecito holgazán
397 Kenny Meadows, Ilustraciones de Heads of the people or Portraits of the english
396 Grabados de Les français peints par eux-mêmes (2 tomos)
395 Los españoles pintados por sí mismos (3 tomos)
394 Ramón de Mesonero Romanos, Memorias de un setentón natural y vecino de Madrid
393 Joseph-Anne-Marie de Moyriac de Mailla, Histoire generale de la Chine (13 tomos)
392 Fernando de Alva Ixtlilxochitl, De la venida de los españoles y principio de la ley evangélica
391 José Joaquín Fernández de Lizardi, El grito de libertad en el pueblo de Dolores
390 Alonso de Ercilla, La Araucana
389 Juan Mañé y Flaquer, Cataluña a mediados del siglo XIX
388 Jaime Balmes, De Cataluña (y la modernidad)
34

387 Juan Mañé y Flaquer, El regionalismo


386 Valentín Almirall, Contestación al discurso leído por D. Gaspar Núñez de Arce
385 Gaspar Núñez de Arce, Estado de las aspiraciones del regionalismo
384 Valentín Almirall, España tal cual es
383 Memoria en defensa de los intereses morales y materiales de Cataluña (1885)
382 José Cadalso, Defensa de la nación española contra la Carta Persiana... de Montesquieu
381 Masson de Morvilliers y Mariano Berlon, Polémica sobre Barcelona
380 Carlo Denina, ¿Qué se debe a España?
379 Antonio J. de Cavanilles, Observaciones sobre el artículo España de la Nueva Encyclopedia
378 Eduardo Toda, La vida en el Celeste Imperio
377 Mariano de Castro y Duque, Descripción de China
376 Joseph de Moyriac de Mailla, Cartas desde China (1715-1733)
375 Dominique Parennin, Sobre la antigüedad y excelencia de la civilización china (1723-1740)
374 Diego de Pantoja, Relación de las cosas de China (1602)
373 Charles-Jacques Poncet, Relación de mi viaje a Etiopía 1698-1701
372 Thomas Robert Malthus, Ensayo sobre el principio de la población
371 Víctor Pradera, El Estado Nuevo
370 Francisco de Goya, Desastres de la guerra
369 Andrés Giménez Soler, Reseña histórica del Canal Imperial de Aragón
368 Los juicios por la sublevación de Jaca en el diario “Ahora”
367 Fermín Galán, Nueva creación. Política ya no sólo es arte, sino ciencia
366 Alfonso IX, Decretos de la Curia de León de 1188
365 Codex Vindobonensis Mexicanus I. Códice mixteca
364 Sebastián Fernández de Medrano, Máximas y ardides de que se sirven los extranjeros…
363 Juan Castrillo Santos, Cuatro años de experiencia republicana 1931-1935
362 Louis Hennepin, Relación de un país que... se ha descubierto en la América septentrional
361 Alexandre Olivier Exquemelin, Piratas de la América
360 Lilo, Tono y Herreros, Humor gráfico y absurdo en La Ametralladora
359 Julián Zugazagoitia, Guerra y vicisitudes de los españoles
358 Revolución y represión en Casas Viejas. Debate en las Cortes
357 Pío Baroja, Raza y racismo. Artículos en Ahora, Madrid 1933-1935
356 Diego de Ocaña, Ilustraciones de la Relación de su viaje por América del Sur
355 Carlos de Sigüenza y Góngora, Infortunios de Alonso Ramírez
354 Rafael María de Labra, La emancipación de los esclavos en los Estados Unidos
353 Manuel de Odriozola, Relación... de los piratas que infestaron la Mar del Sur
352 Thomas Gage, Relación de sus viajes en la Nueva España
351 De la Peña, Crespí y Palou, Exploración de las costas de la Alta California (1774-1799)
350 Luis de Camoens, Los lusíadas
349 Sabino Arana, Artículos de Bizkaitarra (1893-1895)
348 Bernardino de Sahagún, Las ilustraciones del Códice Florentino
347 Felipe Guaman Poma de Ayala, Ilustraciones de la Nueva Crónica y Buen Gobierno
346 Juan Suárez de Peralta, Noticias históricas de la Nueva España
345 Étienne de la Boétie, Discurso de la servidumbre voluntaria
344 Tomás de Mercado y Bartolomé de Albornoz, Sobre el tráfico de esclavos
343 Herblock (Herbert Block), Viñetas políticas 1930-2000
342 Aníbal Tejada, Viñetas políticas en el ABC republicano (1936-1939)
341 Aureger (Gerardo Fernández de la Reguera), Portadas de “Gracia y Justicia” (1931-1936)
340 Paul Valéry, La crisis del Espíritu
339 Francisco López de Gómara, Crónica de los Barbarrojas
338 Cartas de particulares sobre la rebelión de Cataluña (1640-1648)
35

337 Alejandro de Ros, Cataluña desengañada. Discursos políticos


336 Gaspar Sala, Epítome de los principios y progresos de las guerras de Cataluña
335 La Flaca. Dibujos políticos de la primera etapa (1869-1871)
334 Francisco de Quevedo, La rebelión de Barcelona ni es por el huevo ni por el fuero
333 Francisco de Rioja, Aristarco o censura de la Proclamación Católica de los catalanes
332 Gaspar Sala y Berart, Proclamación católica a la majestad piadosa de Felipe el Grande
331 François Bernier, Nueva división de la Tierra por las diferentes especies o razas humanas
330 Cristoph Weiditz, Libro de las vestimentas (Trachtenbuch)
329 Isa Gebir, Suma de los principales mandamientos y devedamientos de la ley y sunna
328 Sebastian Münster, Cosmographiæ Universalis. Mapas y vistas urbanas
327 Joaquim Rubió y Ors, Manifiestos catalanistas. Prólogos de Lo gayter del Llobregat
326 Manuel Azaña, La velada en Benicarló. Diálogo de la guerra en España
325 François Bernier, Viajes del Gran Mogol y de Cachemira
324 Antonio Pigafetta, Primer viaje en torno del Globo
323 Baronesa D’Aulnoy, Viaje por España en 1679
322 Hernando Colón, Historia del almirante don Cristóbal Colón
321 Arthur de Gobineau, Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas
320 Rodrigo Zamorano, El mundo y sus partes, y propiedades naturales de los cielos y elementos
319 Manuel Azaña, Sobre el Estatuto de Cataluña
318 David Hume, Historia de Inglaterra hasta el fin del reinado de Jacobo II (4 tomos)
317 Joseph Douillet, Moscú sin velos (Nueve años trabajando en el país de los Soviets)
316 Valentín Almirall, El catalanismo
315 León Trotsky, Terrorismo y comunismo (Anti-Kautsky)
314 Fernando de los Ríos, Mi viaje a la Rusia Sovietista
313 José Ortega y Gasset, Un proyecto republicano (artículos y discursos, 1930-1932)
312 Karl Kautsky, Terrorismo y comunismo
311 Teofrasto, Caracteres morales
310 Hermanos Limbourg, Las muy ricas Horas del duque de Berry (Selección de las miniaturas)
309 Abraham Ortelio, Teatro de la Tierra Universal. Los mapas
308 Georg Braun y Franz Hogenberg, Civitates orbis terrarum (selección de los grabados)
307 Teodoro Herzl, El Estado Judío
306 Las miniaturas del Códice Manesse
305 Oliverio Goldsmith, Historia de Inglaterra. Desde los orígenes hasta la muerte de Jorge II.
304 Sor Juana Inés de la Cruz, Respuesta de la poetisa a la muy ilustre sor Filotea de la Cruz
303 El voto femenino: debate en las Cortes de 1931.
302 Hartmann Schedel, Crónicas de Nuremberg (3 tomos)
301 Conrad Cichorius, Los relieves de la Columna Trajana. Láminas.
300 Javier Martínez, Trescientos Clásicos de Historia (2014-2018)
299 Bartolomé y Lucile Bennassar, Seis renegados ante la Inquisición
298 Edmundo de Amicis, Corazón. Diario de un niño
297 Enrique Flórez y otros, España Sagrada. Teatro geográfico-histórico de la Iglesia de España.
296 Ángel Ossorio, Historia del pensamiento político catalán durante la guerra… (1793-1795)
295 Rafael Altamira, Psicología del pueblo español
294 Julián Ribera, La supresión de los exámenes
293 Gonzalo Fernández de Oviedo, Relación de lo sucedido en la prisión del rey de Francia...
292 Juan de Oznaya, Historia de la guerra de Lombardía, batalla de Pavía y prisión del rey...
291 Ángel Pestaña, Setenta días en Rusia. Lo que yo vi
290 Antonio Tovar, El Imperio de España
289 Antonio Royo Villanova, El problema catalán y otros textos sobre el nacionalismo
288 Antonio Rovira y Virgili, El nacionalismo catalán. Su aspecto político...
36

287 José del Campillo, Lo que hay de más y de menos en España, para que sea lo que debe ser...
286 Miguel Serviá († 1574): Relación de los sucesos del armada de la Santa Liga...
285 Benito Jerónimo Feijoo, Historia, patrias, naciones y España
284 Enrique de Jesús Ochoa, Los Cristeros del Volcán de Colima
283 Henry David Thoreau, La desobediencia civil
282 Tratados internacionales del siglo XVII. El fin de la hegemonía hispánica
281 Guillermo de Poitiers, Los hechos de Guillermo, duque de los normandos y rey de los anglos
280 Indalecio Prieto, Artículos de guerra
279 Francisco Franco, Discursos y declaraciones en la Guerra Civil
278 Vladimir Illich (Lenin), La Gran Guerra y la Revolución. Textos 1914-1917
277 Jaime I el Conquistador, Libro de sus hechos
276 Jerónimo de Blancas, Comentario de las cosas de Aragón
275 Emile Verhaeren y Darío de Regoyos, España Negra
274 Francisco de Quevedo, España defendida y los tiempos de ahora
273 Miguel de Unamuno, Artículos republicanos
272 Fuero Juzgo o Libro de los Jueces
271 Francisco Navarro Villoslada, Amaya o los vascos en el siglo VIII
270 Pompeyo Gener, Cosas de España (Herejías nacionales y El renacimiento de Cataluña)
269 Homero, La Odisea
268 Sancho Ramírez, El primitivo Fuero de Jaca
267 Juan I de Inglaterra, La Carta Magna
266 El orden público en las Cortes de 1936
265 Homero, La Ilíada
264 Manuel Chaves Nogales, Crónicas de la revolución de Asturias
263 Felipe II, Cartas a sus hijas desde Portugal
262 Louis-Prosper Gachard, Don Carlos y Felipe II
261 Felipe II rey de Inglaterra, documentos
260 Pedro de Rivadeneira, Historia eclesiástica del cisma de Inglaterra
259 Real Academia Española, Diccionario de Autoridades (6 tomos)
258 Joaquin Pedro de Oliveira Martins, Historia de la civilización ibérica
257 Pedro Antonio de Alarcón, Historietas nacionales
256 Sergei Nechaiev, Catecismo del revolucionario
255 Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios y Comentarios
254 Diego de Torres Villarroel, Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras
253 ¿Qué va a pasar en España? Dossier en el diario Ahora del 16 de febrero de 1934
252 Juan de Mariana, Tratado sobre los juegos públicos
251 Gonzalo de Illescas, Jornada de Carlos V a Túnez
250 Gilbert Keith Chesterton, La esfera y la cruz
249 José Antonio Primo de Rivera, Discursos y otros textos
248 Citas del Presidente Mao Tse-Tung (El Libro Rojo)
247 Luis de Ávila y Zúñiga, Comentario de la guerra de Alemania… en el año de 1546 y 1547.
246 José María de Pereda, Pedro Sánchez
245 Pío XI, Ante la situación social y política (1926-1937)
244 Herbert Spencer, El individuo contra el Estado
243 Baltasar Gracián, El Criticón
242 Pascual Madoz, Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España... (16 tomos)
241 Benito Pérez Galdós, Episodios Nacionales (5 tomos)
240 Andrés Giménez Soler, Don Jaime de Aragón último conde de Urgel
239 Juan Luis Vives, Tratado del socorro de los pobres
238 Cornelio Nepote, Vidas de los varones ilustres
37

237 Zacarías García Villada, Paleografía española (2 tomos)


236 Platón, Las Leyes
235 Baltasar Gracián. El Político Don Fernando el Católico
234 León XIII, Rerum Novarum
233 Cayo Julio César, Comentarios de la Guerra Civil
232 Juan Luis Vives, Diálogos o Linguæ latinæ exercitatio
231 Melchor Cano, Consulta y parecer sobre la guerra al Papa
230 William Morris, Noticias de Ninguna Parte, o una era de reposo
229 Concilio III de Toledo
228 Julián Ribera, La enseñanza entre los musulmanes españoles
227 Cristóbal Colón, La Carta de 1493
226 Enrique Cock, Jornada de Tarazona hecha por Felipe II en 1592
225 José Echegaray, Recuerdos
224 Aurelio Prudencio Clemente, Peristephanon o Libro de las Coronas
223 Hernando del Pulgar, Claros varones de Castilla
222 Francisco Pi y Margall, La República de 1873. Apuntes para escribir su historia
221 El Corán
220 José de Espronceda, El ministerio Mendizábal, y otros escritos políticos
219 Alexander Hamilton, James Madison y John Jay, El Federalista
218 Charles F. Lummis, Los exploradores españoles del siglo XVI
217 Atanasio de Alejandría, Vida de Antonio
216 Muhammad Ibn al-Qutiyya (Abenalcotía): Historia de la conquista de Al-Andalus
215 Textos de Historia de España
214 Julián Ribera, Bibliófilos y bibliotecas en la España musulmana
213 León de Arroyal, Pan y toros. Oración apologética en defensa del estado... de España
212 Juan Pablo Forner, Oración apologética por la España y su mérito literario
211 Nicolás Masson de Morvilliers, España (dos versiones)
210 Los filósofos presocráticos. Fragmentos y referencias (siglos VI-V a. de C.)
209 José Gutiérrez Solana, La España negra
208 Francisco Pi y Margall, Las nacionalidades
207 Isidro Gomá, Apología de la Hispanidad
206 Étienne Cabet, Viaje por Icaria
205 Gregorio Magno, Vida de san Benito abad
204 Lord Bolingbroke (Henry St. John), Idea de un rey patriota
203 Marco Tulio Cicerón, El sueño de Escipión
202 Constituciones y leyes fundamentales de la España contemporánea
201 Jerónimo Zurita, Anales de la Corona de Aragón (4 tomos)
200 Soto, Sepúlveda y Las Casas, Controversia de Valladolid
199 Juan Ginés de Sepúlveda, Demócrates segundo, o… de la guerra contra los indios.
198 Francisco Noël Graco Babeuf, Del Tribuno del Pueblo y otros escritos
197 Manuel José Quintana, Vidas de los españoles célebres
196 Francis Bacon, La Nueva Atlántida
195 Alfonso X el Sabio, Estoria de Espanna
194 Platón, Critias o la Atlántida
193 Tommaso Campanella, La ciudad del sol
192 Ibn Battuta, Breve viaje por Andalucía en el siglo XIV
191 Edmund Burke, Reflexiones sobre la revolución de Francia
190 Tomás Moro, Utopía
189 Nicolás de Condorcet, Compendio de La riqueza de las naciones de Adam Smith
188 Gaspar Melchor de Jovellanos, Informe sobre la ley agraria
38

187 Cayo Veleyo Patérculo, Historia Romana


186 José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas
185 José García Mercadal, Estudiantes, sopistas y pícaros
184 Diego de Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político cristiano
183 Emmanuel-Joseph Sieyès, ¿Qué es el Tercer Estado?
182 Publio Cornelio Tácito, La vida de Julio Agrícola
181 Abū Abd Allāh Muhammad al-Idrīsī, Descripción de la Península Ibérica
180 José García Mercadal, España vista por los extranjeros
179 Platón, La república
178 Juan de Gortz, Embajada del emperador de Alemania al califa de Córdoba
177 Ramón Menéndez Pidal, Idea imperial de Carlos V
176 Dante Alighieri, La monarquía
175 Francisco de Vitoria, Relecciones sobre las potestades civil y ecl., las Indias, y la guerra
174 Alonso Sánchez y José de Acosta, Debate sobre la guerra contra China
173 Aristóteles, La política
172 Georges Sorel, Reflexiones sobre la violencia
171 Mariano José de Larra, Artículos 1828-1837
170 Félix José Reinoso, Examen de los delitos de infidelidad a la patria
169 John Locke, Segundo tratado sobre el gobierno civil
168 Conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España
167 Miguel Asín Palacios, La escatología musulmana de la Divina Comedia
166 José Ortega y Gasset, España invertebrada
165 Ángel Ganivet, Idearium español
164 José Mor de Fuentes, Bosquejillo de la vida y escritos
163 Teresa de Jesús, Libro de la Vida
162 Prisco de Panio, Embajada de Maximino en la corte de Atila
161 Luis Gonçalves da Câmara, Autobiografía de Ignacio de Loyola
160 Lucas Mallada y Pueyo, Los males de la patria y la futura revolución española
159 Martín Fernández de Navarrete, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra
158 Lucas Alamán, Historia de Méjico… hasta la época presente (cuatro tomos)
157 Enrique Cock, Anales del año ochenta y cinco
156 Eutropio, Breviario de historia romana
155 Pedro Ordóñez de Ceballos, Viaje del mundo
154 Flavio Josefo, Contra Apión. Sobre la antigüedad del pueblo judío
153 José Cadalso, Cartas marruecas
152 Luis Astrana Marín, Gobernará Lerroux
151 Francisco López de Gómara, Hispania victrix (Historia de las Indias y conquista de México)
150 Rafael Altamira, Filosofía de la historia y teoría de la civilización
149 Zacarías García Villada, El destino de España en la historia universal
148 José María Blanco White, Autobiografía
147 Las sublevaciones de Jaca y Cuatro Vientos en el diario ABC
146 Juan de Palafox y Mendoza, De la naturaleza del indio
145 Muhammad Al-Jusaní, Historia de los jueces de Córdoba
144 Jonathan Swift, Una modesta proposición
143 Textos reales persas de Darío I y de sus sucesores
142 Joaquín Maurín, Hacia la segunda revolución y otros textos
141 Zacarías García Villada, Metodología y crítica históricas
140 Enrique Flórez, De la Crónica de los reyes visigodos
139 Cayo Salustio Crispo, La guerra de Yugurta
138 Bernal Díaz del Castillo, Verdadera historia de... la conquista de la Nueva España
39

137 Medio siglo de legislación autoritaria en España (1923-1976)


136 Sexto Aurelio Víctor, Sobre los varones ilustres de la ciudad de Roma
135 Códigos de Mesopotamia
134 Josep Pijoan, Pancatalanismo
133 Voltaire, Tratado sobre la tolerancia
132 Antonio de Capmany, Centinela contra franceses
131 Braulio de Zaragoza, Vida de san Millán
130 Jerónimo de San José, Genio de la Historia
129 Amiano Marcelino, Historia del Imperio Romano del 350 al 378
128 Jacques Bénigne Bossuet, Discurso sobre la historia universal
127 Apiano de Alejandría, Las guerras ibéricas
126 Pedro Rodríguez Campomanes, El Periplo de Hannón ilustrado
125 Voltaire, La filosofía de la historia
124 Quinto Curcio Rufo, Historia de Alejandro Magno
123 Rodrigo Jiménez de Rada, Historia de las cosas de España. Versión de Hinojosa
122 Jerónimo Borao, Historia del alzamiento de Zaragoza en 1854
121 Fénelon, Carta a Luis XIV y otros textos políticos
120 Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres
119 Jerónimo de Pasamonte, Vida y trabajos
118 Jerónimo Borao, La imprenta en Zaragoza
117 Hesíodo, Teogonía-Los trabajos y los días
116 Ambrosio de Morales, Crónica General de España (3 tomos)
115 Antonio Cánovas del Castillo, Discursos del Ateneo
114 Crónica de San Juan de la Peña
113 Cayo Julio César, La guerra de las Galias
112 Montesquieu, El espíritu de las leyes
111 Catalina de Erauso, Historia de la monja alférez
110 Charles Darwin, El origen del hombre
109 Nicolás Maquiavelo, El príncipe
108 Bartolomé José Gallardo, Diccionario crítico-burlesco del... Diccionario razonado manual
107 Justo Pérez Pastor, Diccionario razonado manual para inteligencia de ciertos escritores
106 Hildegarda de Bingen, Causas y remedios. Libro de medicina compleja.
105 Charles Darwin, El origen de las especies
104 Luitprando de Cremona, Informe de su embajada a Constantinopla
103 Paulo Álvaro, Vida y pasión del glorioso mártir Eulogio
102 Isidoro de Antillón, Disertación sobre el origen de la esclavitud de los negros
101 Antonio Alcalá Galiano, Memorias
100 Sagrada Biblia (3 tomos)
99 James George Frazer, La rama dorada. Magia y religión
98 Martín de Braga, Sobre la corrección de las supersticiones rústicas
97 Ahmad Ibn-Fath Ibn-Abirrabía, De la descripción del modo de visitar el templo de Meca
96 Iósif Stalin y otros, Historia del Partido Comunista (bolchevique) de la U.R.S.S.
95 Adolf Hitler, Mi lucha
94 Cayo Salustio Crispo, La conjuración de Catilina
93 Jean-Jacques Rousseau, El contrato social
92 Cayo Cornelio Tácito, La Germania
91 John Maynard Keynes, Las consecuencias económicas de la paz
90 Ernest Renan, ¿Qué es una nación?
89 Hernán Cortés, Cartas de relación sobre el descubrimiento y conquista de la Nueva España
88 Las sagas de los Groenlandeses y de Eirik el Rojo
40

87 Cayo Cornelio Tácito, Historias


86 Pierre-Joseph Proudhon, El principio federativo
85 Juan de Mariana, Tratado y discurso sobre la moneda de vellón
84 Andrés Giménez Soler, La Edad Media en la Corona de Aragón
83 Marx y Engels, Manifiesto del partido comunista
82 Pomponio Mela, Corografía
81 Crónica de Turpín (Codex Calixtinus, libro IV)
80 Adolphe Thiers, Historia de la Revolución Francesa (3 tomos)
79 Procopio de Cesárea, Historia secreta
78 Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias
77 Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad
76 Enrich Prat de la Riba, La nacionalidad catalana
75 John de Mandeville, Libro de las maravillas del mundo
74 Egeria, Itinerario
73 Francisco Pi y Margall, La reacción y la revolución. Estudios políticos y sociales
72 Sebastián Fernández de Medrano, Breve descripción del Mundo
71 Roque Barcia, La Federación Española
70 Alfonso de Valdés, Diálogo de las cosas acaecidas en Roma
69 Ibn Idari Al Marrakusi, Historias de Al-Ándalus (de Al-Bayan al-Mughrib)
68 Octavio César Augusto, Hechos del divino Augusto
67 José de Acosta, Peregrinación de Bartolomé Lorenzo
66 Diógenes Laercio, Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres
65 Julián Juderías, La leyenda negra y la verdad histórica
64 Rafael Altamira, Historia de España y de la civilización española (2 tomos)
63 Sebastián Miñano, Diccionario biográfico de la Revolución Francesa y su época
62 Conde de Romanones, Notas de una vida (1868-1912)
61 Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios de Zaragoza
60 Flavio Josefo, Las guerras de los judíos.
59 Lupercio Leonardo de Argensola, Información de los sucesos de Aragón en 1590 y 1591
58 Cayo Cornelio Tácito, Anales
57 Diego Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada
56 Valera, Borrego y Pirala, Continuación de la Historia de España de Lafuente (3 tomos)
55 Geoffrey de Monmouth, Historia de los reyes de Britania
54 Juan de Mariana, Del rey y de la institución de la dignidad real
53 Francisco Manuel de Melo, Historia de los movimientos y separación de Cataluña
52 Paulo Orosio, Historias contra los paganos
51 Historia Silense, también llamada legionense
50 Francisco Javier Simonet, Historia de los mozárabes de España
49 Anton Makarenko, Poema pedagógico
48 Anales Toledanos
47 Piotr Kropotkin, Memorias de un revolucionario
46 George Borrow, La Biblia en España
45 Alonso de Contreras, Discurso de mi vida
44 Charles Fourier, El falansterio
43 José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias
42 Ahmad Ibn Muhammad Al-Razi, Crónica del moro Rasis
41 José Godoy Alcántara, Historia crítica de los falsos cronicones
40 Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles (3 tomos)
39 Alexis de Tocqueville, Sobre la democracia en América
38 Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación (3 tomos)
41

37 John Reed, Diez días que estremecieron al mundo


36 Guía del Peregrino (Codex Calixtinus)
35 Jenofonte de Atenas, Anábasis, la expedición de los diez mil
34 Ignacio del Asso, Historia de la Economía Política de Aragón
33 Carlos V, Memorias
32 Jusepe Martínez, Discursos practicables del nobilísimo arte de la pintura
31 Polibio, Historia Universal bajo la República Romana
30 Jordanes, Origen y gestas de los godos
29 Plutarco, Vidas paralelas
28 Joaquín Costa, Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España
27 Francisco de Moncada, Expedición de los catalanes y aragoneses contra turcos y griegos
26 Rufus Festus Avienus, Ora Marítima
25 Andrés Bernáldez, Historia de los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel
24 Pedro Antonio de Alarcón, Diario de un testigo de la guerra de África
23 Motolinia, Historia de los indios de la Nueva España
22 Tucídides, Historia de la Guerra del Peloponeso
21 Crónica Cesaraugustana
20 Isidoro de Sevilla, Crónica Universal
19 Estrabón, Iberia (Geografía, libro III)
18 Juan de Biclaro, Crónica
17 Crónica de Sampiro
16 Crónica de Alfonso III
15 Bartolomé de Las Casas, Brevísima relación de la destrucción de las Indias
14 Crónicas mozárabes del siglo VIII
13 Crónica Albeldense
12 Genealogías pirenaicas del Códice de Roda
11 Heródoto de Halicarnaso, Los nueve libros de Historia
10 Cristóbal Colón, Los cuatro viajes del almirante
9 Howard Carter, La tumba de Tutankhamon
8 Sánchez-Albornoz, Una ciudad de la España cristiana hace mil años
7 Eginardo, Vida del emperador Carlomagno
6 Idacio, Cronicón
5 Modesto Lafuente, Historia General de España (9 tomos)
4 Ajbar Machmuâ
3 Liber Regum
2 Suetonio, Vidas de los doce Césares
1 Juan de Mariana, Historia General de España (3 tomos)

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