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RESUMIDO El Evangelio de La Riqueza - ANDREW CARNEGIE
RESUMIDO El Evangelio de La Riqueza - ANDREW CARNEGIE
El evangelio de la riqueza
(The Gospel of Wealth)
Andrew Carnegie • Applewood Books © 1998 • 24 páginas
Ideas fundamentales
• El verdadero valor de la riqueza depende de su distribución eficaz.
• La ley de la competencia es la base del capitalismo.
• A pesar de sus defectos, el capitalismo crea las condiciones económicas más favorables para la sociedad.
• El sistema capitalista crea una división entre las clases acomodada y trabajadora.
• Es inevitable que una gran porción de la riqueza caiga en manos de unos cuantos.
• La gente adinerada debe llevar un estilo de vida modesto y proyectar una imagen pública positiva.
• Quienes tienen medios económicos están obligados a ayudar al prójimo.
• Sin la supervisión adecuada, es probable que los receptores de donativos de beneficencia no manejen
bien los fondos.
• Los donativos de beneficencia hechos al azar son típicamente ineficaces y no logran beneficiar a toda la
sociedad.
• Los filántropos deben desempeñar un papel activo en el manejo de sus recursos.
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Resumen
El crecimiento y el desarrollo económicos son inevitables – de hecho, deseables – en una sociedad capitalista
productiva. Si el sistema funciona adecuadamente, crea una división entre los ricos y la clase trabajadora.
Los magnates de la industria cumplen con sus responsabilidades cuando crean oportunidades comerciales
viables que generan ingresos y empleos. El éxito económico permite que ejecutivos de empresas y líderes
en otros campos, como el arte y la literatura, tengan viviendas más grandes y gocen de lujos que no están
al alcance de los obreros. Pero, ésta no es una situación negativa; por el contrario, la división refleja el
crecimiento económico y el avance de la sociedad. Un sistema basado en el capitalismo mejora la calidad
de bienes y servicios, disminuye precios y hace que los productos básicos sean infinitamente más accesibles
para todos. Aunque algunos quizás miren con nostalgia hacia épocas pasadas de mayor igualdad entre las
personas, un retorno a esos días sería nada menos que desastroso.
Actualmente, la familia de clase trabajadora tiene acceso a necesidades básicas comunes que incluso los
ricos consideraban lujos hace apenas un siglo. Desafortunadamente, el crecimiento industrial y la expansión
económica tienen un precio muy alto, especialmente en las relaciones interpersonales. La brecha entre
empleador y empleado se agranda y se convierte en caldo de cultivo para la sospecha y la desconfianza.
Después de todo, el ejecutivo de una gran empresa con cientos de empleados no puede, de manera alguna,
entablar relaciones significativas con la mayor parte de su personal. Los empleados son nombres y rostros
anónimos. Como resultado, cada bando lucha por comprender los problemas del otro y el resultado
inevitable es un deterioro en la dinámica interpersonal.
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Las realidades económicas de operar un negocio y la ley de competencia obligan a los empleadores a vigilar
los gastos; por ende, a menudo, los sueldos se vuelven la fuente principal de desacuerdo entre empleador
y empleado. Si bien la ley de competencia presenta esos inconvenientes, negar sus aspectos, en su mayor
parte, positivos sería tener poca visión de futuro. La competencia es indispensable como garantía de
crecimiento futuro. Ningún otro sistema tiene tanta capacidad para promover el avance de los negocios y el
comercio. Aunque la probabilidad de que el individuo sufra es un hecho, la sociedad cosecha los beneficios.
Quienes adopten este sistema prosperarán, y quienes se empecinen en negar la realidad seguramente se
quedarán a mitad del camino.
“No ha resultado nada malo, sino bueno ... de la acumulación de la riqueza por parte de
quienes han tenido la capacidad y la energía de producirla””.
La ley de la competencia crea un ambiente que impulsa a los líderes empresariales a tener especiales
destrezas gerenciales y organizaciones. Ellos comprenden que la rentabilidad es el parámetro adecuado
para medir el crecimiento en una economía de libre mercado. El capitalismo permite que las personas que
destacan obtengan mejores resultados, en contraposición a la filosofía comunista que desalienta los logros
individuales. El sistema capitalista, anclado en el principio de la competencia, ha probado ser muy superior
al comunismo, que no recompensa al laborioso ni castiga al indolente.
El capitalismo permite que las personas de todo tipo encuentren su nivel económico apropiado, desde el
obrero de la fábrica satisfecho con su modesto estilo de vida hasta el magnate con un deseo insaciable de
construir y expandir un imperio comercial. El capitalismo reconoce la chispa del individualismo en cada ser
humano y desalienta los límites artificiales que pueden sofocar el crecimiento. Si bien el sistema puede ser
imperfecto, recompensa debidamente a la gente vigorosa, motivada y capaz mediante la acumulación de
propiedades y bienes.
La distribución de la riqueza
Si bien el modelo capitalista brinda oportunidades excepcionales para casi todos los miembros de la
sociedad, sólo unos cuantos privilegiados son suficientemente afortunados para tener los medios de
acumular riqueza que, por mucho, excede lo necesario para mantener la condición de una vida holgada.
Estos individuos tienen sólo tres opciones viables para la distribución de su excedente de riqueza:
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La historia demuestra que a menudo los herederos son malos administradores. Para la nobleza europea,
preocupada por mantener vivo el nombre de la familia, era típico legar el patrimonio al primogénito,
aunque el despilfarro y la vida frívola garantizaran su autodestrucción económica. Frente a esa conducta
irresponsable, surge la pregunta fundamental de si los padres deben dejar su fortuna a los hijos en primer
lugar. Una gran fortuna puede pesar mucho sobre los hombros de quienes no están bien preparados para
manejar ingresos inesperados. Por supuesto que nadie sugiere que los padres confinen a su descendencia a
una vida de miseria. Garantizar un estilo de vida moderado para un hijo es, después de todo, una obligación.
Sin embargo, existe la posibilidad de perjudicarlos al colmarlos de millones si no han aprendido a valerse
por sí mismos o si sus instintos filantrópicos son casi inexistentes. La gente privilegiada que desea preparar
a sus herederos para continuar una tradición familiar de filantropía debe criarlos con un sentido de
responsabilidad y brindarles la educación apropiada.
En segunda instancia, los individuos que eligen simplemente dejar sus fortunas disponibles para el
consumo público renuncian a la oportunidad de encauzar sus esfuerzos filantrópicos mientras aún viven.
Desgraciadamente, en muchos de estos casos, quienes han quedado a cargo no utilizan, en última instancia,
el dinero para beneficiar a la comunidad de la mejor manera.
“La civilización misma depende del carácter sagrado de la propiedad, el derecho del
obrero a sus 100 dólares en la cuenta de ahorros del banco y también el derecho legal del
millonario a sus millones””.
Cobrar mayores impuestos sucesorios es un método efectivo de disuadir a los millonarios de acumular
riqueza y de alentarlos a tomar la iniciativa de distribuir sus bienes en vez de esperar a que alguien más
lo haga después de su muerte. Aquéllos que acumulan riqueza, pero optan por no administrarla para el
beneficio de la comunidad, no son dignos de admiración. De hecho, uno no puede evitar sentir que dejan su
dinero solamente porque llevárselo a la tumba no es una opción.
La única forma realmente práctica de distribuir el excedente de riqueza es garantizar que beneficie a
un máximo número de personas. La meta es instituir un sistema que invierta grandes sumas de dinero
en causas y proyectos que mejoren la calidad de vida del ciudadano promedio. Esto es infinitamente
más deseable que el enfoque tradicional y menos efectivo según el cual los donantes distribuyen sumas
significativamente más pequeñas entre los miembros del público durante varios años. Sin supervisión
formal y lineamientos claros, el donante no tiene seguridad alguna de que las personas necesitadas usarán
los fondos apropiadamente en lugar de gastarlos en pequeños lujos.
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El legado de “cinco millones de dólares” de Tilden [ex gobernador de Nueva York] para crear una biblioteca
pública gratuita en la Ciudad de Nueva York es un buen ejemplo de cómo invertir la riqueza individual
en beneficio de la sociedad. Una biblioteca “abre todos los tesoros del mundo que están contenidos en los
libros ... a todos y para siempre”. Sin embargo, Tilden habría sido más digno de elogio si él mismo hubiera
administrado el donativo antes de morir y, de esa manera, evitado las controversias legales y otros atrasos
que entorpecieron la herencia después de su muerte.
Las personas de recursos deben reconocer y estar agradecidas por la extraordinaria oportunidad que tienen
de brindar ayuda a largo plazo para sus conciudadanos. El poder de influir y enriquecer las vidas de otros es
un regalo preciado y poco común que nadie puede darse el lujo de desperdiciar. Decir que “trabajar para el
bien del prójimo” es la vocación más loable de la vida no es una exageración.
El mandato para los ricos es claro: vivan modestamente y sin jactancia; mantengan razonablemente a
su familia y a otras personas a su cargo, y consideren todo el ingreso innecesario como un medio para
beneficiar a la sociedad en general. Las personas adineradas actúan simplemente como “administradores y
representantes” de sus “hermanos más pobres”. Los ricos deben usar sus habilidades cognitivas, prácticas y
administrativas para hacer mejor uso de sus bienes en beneficio de la comunidad.
“No hay otra forma de disponer del excedente de la riqueza que se pueda atribuir a
hombres considerados y serios ... que no sea usarla año tras año para el bien general””.
Obviamente, no hay estándares objetivos (no hay definición universal de extravagancia) que determinen si
un individuo adinerado vive una vida de excesos. Tampoco es posible juzgar hasta qué punto alguien actúa
dentro de los límites de la prudencia o la sensatez. El “sentimiento popular”, sin embargo, a menudo surge
como árbitro del buen gusto, ya sea en cuestiones de vestimenta, estilo de vida o conducta. Una familia
que hace ostentación de su riqueza, valora la apariencia más que la esencia y considera que la filantropía es
frívola, se encontrará con que el público la juzga conforme a sus acciones. Y, a este respecto, el veredicto de
la comunidad es generalmente el correcto.
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“Por cada US$1 mil invertidos en la llamada caridad de hoy día, probablemente US$950
se gasten de manera imprudente””.
El objetivo primordial de la caridad es beneficiar a quienes sinceramente desean mejorar la vida que les ha
tocado, pero carecen de los medios necesarios. En algunos casos, ciudadanos que de otra manera serían
productivos y responsables se convierten en víctimas de la mala suerte y necesitan apoyo económico
temporal. En la mayoría de los casos, sin embargo, los donantes deben ser caritativos sólo con quienes
tengan motivos genuinos y no busquen simplemente una dádiva. Si ofrece apoyo filantrópico, debe procurar
saber lo más que pueda adónde va el dinero y cómo lo usarán los receptores.
“Al realizar una obra de caridad, la consideración principal debe ser ayudar a quienes se
ayudarán a sí mismos””.
Siga los ejemplos de los benefactores que crean infraestructuras y promueven el crecimiento y el desarrollo
de la sociedad. Por ejemplo, las bibliotecas, los parques y las instalaciones recreativas permiten que los
ciudadanos expandan sus capacidades físicas e intelectuales. Los museos de arte satisfacen los sentidos y
elevan a la sociedad como un todo. El excedente de la riqueza que apoya esas instituciones beneficiará a
mucha gente y ayudará a garantizar la viabilidad de la sociedad a largo plazo.
La distribución ordenada y sistemática de la riqueza tiene numerosos beneficios. Deja a los ricos libres para
seguir acumulando bienes de acuerdo con sus capacidades y preferencias. También asegura a los millonarios
que nadie los obligará a hacer concesiones que comprometan su individualidad, sino que la sociedad les
delega la responsabilidad adicional de actuar en nombre de los desposeídos y de los desamparados. Así, los
ricos utilizarán sus dones intelectuales y sus poderes de persuasión para contribuir a administrar la riqueza
de la comunidad a fin de alcanzar un bien mayor.
Los millonarios deben darse cuenta de que no hay honor alguno en morir rico. Los ricos que eligen no
encauzar la distribución de su riqueza en vida “morirán ‘sin pena ni gloria’”. Seguir este “evangelio de la
riqueza” mejorará a la humanidad y contribuirá a reducir la brecha entre ricos y pobres.
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Este resumen solo puede ser leído por Ivan Alfonso Romero Amorocho (ivan.romero@ecopetrol.com.co)
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