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La doble hegemonía de los Estados Unidos y de la Unión Soviética.

Hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, la primacía norteamericana como potencia militar,
industrial y económica era indiscutible. Colocando sus primeros ladrillos para asegurar su
continuidad a la finalización del conflicto, en 1944, fueron firmados una serie de acuerdos para
organizar un sistema de cooperación monetaria que aseguraba la hegemonía estadounidense.
En este nuevo orden económico mundial, el dólar americano jugó un papel de fundamental
importancia.
Uno de los fines perseguidos era evitar nuevos cracks (caídas) financieros como el ocurrido en
1929. Para ello, se buscó impedir trabas a los intercambios comerciales, como también evitar
la intervención masiva del Estado en la economía. Estos propósitos eran posibles en la medida
en que el sistema económico de postguerra estimulara el intercambio comercial. Para ello, se
buscó facilitar la libre circulación de productos y capitales sobre la base de un tipo de cambio
estable. Además, fueron creados por los países firmantes de los acuerdos, dos instituciones
económicas: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Una de las misiones
esnciales del primero era reducir el desequilibrio de las balanzas de pagos de los países
miembros; en cuanto al segundo, otorgaría créditos para financiar proyectos en los países en
vías de desarrollo y les facilitaría ayuda técnica.
En 1946, los capitales norteamericanos necesitaban acentuar sus inversiones. A fines de ese
año, los cincuenta bancos más importantes de Wall Street, que estaban controlados por los
grandes financistas norteamericanos, como los Rockefeller, los Morgan, los Mellon, había
obtenido un superávit de 17 mil millones de dólares. Algo había que hacer con esas fortunas.
Una salida era evadir impuestos internos y reproducirlas en el exterior

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