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Publicada en Caretas, 3 de febrero de 1977.

A las 5 p.m. del pasado lunes 24, César Hildebrandt fue recibido por el general (r) Juan Velasco Alvarado.
Terminaban así varios días de tenaces intentonas. Lo que empezó como una ligera conversación sobre los
cada vez más superados achaques del general, se convirtió en una larga entrevista grabada −hubo un
momento en que nuestro jefe de redacción tuvo que mandar comprar un nuevo casette− en la que se tocaron
los más diversos temas, desde el 5 de febrero hasta la conducta de Zimmermann, pasando por la infiltración
comunista y las simpatías partidarias del entrevistado. Tal vez alguien se pregunte por qué Caretas le da la
oportunidad de expresarse a alguien que maltrató sistemáticamente la libertad de prensa y que fue
particularmente brutal en su persecución contra esta revista. La respuesta es simple: el estilo de Caretas no
admite que los agravios, aunque no olvidados, perturben su objetividad, le impidan hacer ese periodismo
mucho más apasionante que apasionado que es el que intenta siempre. Al presentar esta primicia, Caretas
contribuye a desvanecer prejuicios, mitos, silencios.

−General, ahora tal vez tenga usted tiempo para hacer reflexiones que antes no pudo hacer, ¿ha
reflexionado sobre el verdadero objetivo de su gobierno?
Sí, lo he hecho.
−¿Cómo calificaría ahora ese objetivo?
Hacer del Perú un país independiente y cambiar las estructuras para que el Perú se desarrollara con
independencia, con soberanía. No un país vendido, de rodillas. ¿Cómo era aquí? ¡Aquí mandaba el
embajador americano! Cuando yo era presidente, el embajador tenía que pedir audiencia y yo lo manejaba a
seis pasos. Yo los fregué. Yo boté a la misión militar americana.
Aquí había 50 ó 60 jefes americanos y el gobierno peruano tenía que pagarles sus sueldos, el pasaje hasta
para el gatito que traía la familia. Y formaban parte de la información para la CIA.
Nosotros no lo necesitábamos, ya habíamos crecido bastante como para no tener que consultarle todo. Aquí
nuestras escuelas de guerra son muy buenas. Nosotros les podemos dar vacantes, más bien.
−Mucha gente considera que usted está lleno de rencor, ¿qué piensa de eso?
¿Rencor?, ¿contra quién? ¡Contra nadie! Yo no di ningún golpe. Yo llevé una revolución. Fue una
revolución bien planteada. Porque nosotros entramos de frente a actuar, a operar con velocidad. Nosotros
hemos hecho cuántas cosas a una velocidad espantosa. Yo sabia que en cualquier momento me botaban.
Porque aquí en el Perú, fatalmente, la oligarquía nunca muere…
Aviso revolucionario, 1971.

−¿Usted lo cree?
Bueno, al menos durante mi gobierno a la oligarquía le hemos dado forma tal que la hecho deshecho.
Muchos han dicho que una de las cosas que hizo la revolución fue terminar con la oligarquía. Bueno, yo
creo que no hemos terminado con la oligarquía. Han quedado restos. Y estos restos, están creciendo otra
vez. Yo tengo mi conciencia tranquila, excepto por una cosa. Porque no terminé la obra de la revolución. No
hicimos lo de la salud y lo de la vivienda. Y no lo hicimos porque me sacaron.
−Y ¿por qué cree que lo sacaron?
La ambición política, la ambición del poder…
−Pero fue la Fuerza Armada la que lo sacó. No fue un gesto personal…
Es que todo estaba preparado. Yo recién me he enterado de que los comandantes generales se habían estado
reuniendo en Lima, tres o cuatro meses antes del 29 de agosto. Además, ya lo habían intentado antes.
−¿Cuándo?
El 5 de febrero. Lo del 5 de febrero fue hecho con el propósito de sacarme. El día anterior al 5 de febrero
hubo sesión de gabinete y allí los cité al presidente del Comando Conjunto, que era Vargas, y al jefe de la
Segunda Región. Y delante de todos los ministros se les dio la orden. La orden era que al día siguiente, al
amanecer, el cuartel tal está tomado, está recuperado. Ahora, el cómo era cuestión de ellos. Después se les
pidió que tomaran las medidas de seguridad correspondientes. Según dijeron después, ellos revisaron los
planes. Pero lo cierto es que no tomaron medidas.
−¿Está usted responsabilizando por lo del 5 de febrero al general Rodríguez Figueroa?
Y al presidente del Comando Conjunto de entonces.
−¿A Vargas Prieto?
Vargas Prieto, el que ha tenido que renunciar. Bien hecho. Mucho daño le hizo al ejército. Ha acusado a
gente inocente, la ha metido en la cárcel… Ellos pensaron que yo iba a caer ese día… Los del Apra fueron
sólo unos cuantos. Había apristas y de otras ideologías…
−¿ Y usted por qué no cayó el 5 de febrero, entonces?
Porque yo hice tomar fotografías. Y hubo uno al que se le identificó muy bien…
−Enciso…
Enciso, sí. A mí cuánto me rogaron para que le diera salvoconducto a Enciso, pero se asiló en una embajada.
Pero yo por nada se lo di. No señor, no puede ser. No le di el pase. Sin embargo, después que me botaron,
unos diez días después, le dieron el pase. Esos fueron los ejecutantes. Pero hubo ladrones, turbas que se
aprovecharon.

Velasco en Trujillo, octubre 1969.

Algunos sectores le reprocharon siempre el que usted fuera amigo de los comunistas, el que fuera
blando con ellos…
No sólo eso, me han dicho que oficialicé el comunismo. Y eso es una brutalidad. Eso lo dice mi amigo Frías.
Eso lo he leído en «X». ¿Por dónde voy a salir comunista? Yo he sido militar toda mi vida. Había algunos
medio rojos en el gobierno, que eran pasables. Ustedes me hubieran acusado de macartista si yo hubiera
perseguido a los comunistas. Yo más bien he dicho que los comunistas se infiltraron. Hubo infiltración. Y
sin embargo, el guerrillero, este muchacho guerrillero, ¿cómo se llama?
−¿Béjar?
Béjar. Bueno, Béjar dice en su libro «La revolución en la trampa», que no hubo infiltración
comunista. ¿Cómo que no hubo infiltración comunista? Hubo infiltración comunista en todas partes, viejo.
Y en SINAMOS, donde trabajaba Béjar, hubo más infiltración que en ninguna otra parte.
−¿Y usted combatió esa infiltración?
En cierta forma. Yo no les hice la guerra, no salí a cazar guerrilleros como hicieron una vez acá. Yo no los
he perseguido. Yo no he perseguido tampoco al Apra. A ningún partido he perseguido yo, viejo. Un hombre
es dueño de sus ideas y es libre de expresarlas como le dé la gana. A no ser que lo hagan cambiar a la fuerza.
O que le hagan lavado cerebral. Uno de los puntos de nuestra revolución era: pluralidad política. De manera
que la revolución peruana era para todos los peruanos, no era para unos cuantos. Yo decía que aquellos que
no querían estar con la revolución, la revolución les iba a entrar por los poros alguna vez.
−General, desde ek otro lado se decía que al final de su gobierno usted era amigo del Apra, que,
inclusive, apoyaba al MLR y a un supuesto neoaprismo que algunos asignaban a Tantaleán…
Yo era muy amigo de Tantaleán, pero porque era ministro y porque éramos amigos desde que servimos
juntos en Piura. Pero yo no soy ningún mocoso para dejarme influenciar ni dejarme llevar de la oreja
por Tantaleán. ¡Hacerle caso a Tantaleán! ¡Qué ocurrencia, viejo!
−¿Era proaprista Tantaleán?
No podría decirlo, no podría decirlo.
−¿Con algún partido sintió alguna aproximación?
Yo tenía ciertas simpatías hacia la Democracia Cristiana, por los principios. El único partido que tenía
puntos de vista precisos y concretos era la Democracia Cristiana. Los demás eran puro blablablá.
−Libros como «El poder invisible», lo han descrito a usted como un hombre resentido, lleno de
amargura por su infancia tan pobre, tan dura. ¿Qué le suscita eso?
Hubiera sido como el alacrán. Me hubiera metido la ponzoña yo. Cuando yo hice la revolución, ya era
general de división. Había llegado a lo más alto de mi carrera General de División.
−¿Qué puesto tenía?
Mandaba al Ejército y mandaba a la Fuerza Armada. Era comandante general del Ejército y presidente del
Comando Conjunto. ¿Dinero? Yo no necesitaba dinero, viejo. Yo había estado como agregado militar en
Francia, donde gané bastantes dólares como diplomático. Después fui miembro de la Junta Interamericana
de Defensa y ahí gané también buena plata. Ahorrábamos, yo nunca he sido botarate. Esta casa me la hizo
mi hijo, el arquitecto. De manera que esta casa es antes de… De manera que dinero tenía, lo suficiente para
vivir una vida cómoda. Yo no hice la revolución para llenarme los bolsillos. ¿Dónde está el dinero que me
he robado? Yo no tengo plata. Yo vivo con las justas. Vivo de mi pensión nada más. Como todavía estoy
enfermo no puedo trabajar en otra cosa…
−Si no es indiscreción, ¿a cuánto haciende la pensión de un general de división? ¿Cuarenta mil?
Nunca llegó a 40… De manera que yo no hice la revolución para mí. Había viajado, conocido el mundo,
¿qué más quería?

Velasco y Ministro de Relaciones Exteriores Edgardo Mercado Jarrín durante un mensaje televisivo (1969)
−¿A tenido tiempo para reflexionar también sobre los más importantes errores de su gobierno?
Le podría contestar de inmediato, pero antes quiero decirle algo. Mi gobierno era un gobierno de la Fuerza
Armada. Yo no era, como dicen, el tirano que decía tal cosa, tal cosa. Eso es falso. Yo todo lo llevaba a
votación al gabinete.
−¿Inclusive las deportaciones?
Le voy a contar cómo fue lo de las deportaciones. Estando yo en mi oficina en Palacio, pidieron audiencia
los tres ministros de la Fuerza Armada. Y entraron Morales, Gilardi y este muchacho de la Marina, Gálvez.
Fueron a pedirme dos cosas. Se había ordenado que los tres ministros de la Fuerza Armada hicieran una
exposición a sus respectivos institutos para hacerles ver cuáles eran los objetivos del gobierno, qué es lo que
se hacía, hasta dónde había llegado. Y se les daba a los asistentes la posibilidad de hacer cualquier pregunta.
La primera cuestión de esa reunión la expuso Morales. El dijo que en caso de que se le plantearan tales y
tales preguntas cuál debía ser la respuesta institucional de la Fuerza Armada. Y discutimos punto por punto
lo que había que responder. Eso fue lo que me dijo Morales. Después de media hora habló Gilardi. Me dijo
que de que parte de los oficiales y jefes de la Fuerza Aérea, y consultados también los del Ejército, se
deportara a un buen grupo de personas de extrema derecha y extrema izquierda. Bueno, vamos a ver, dije yo.
Entonces llamé al ministro del Interior. ¿Has oído? Como tú tienes los datos, hazte la relación de esas
personas. Por supuesto que con sus motivos, para verlos más tarde en el gabinete. Días más tarde, le
pregunté al ministro: ¿ya está la lista? Ya está, dijo. Entonces, delante de todos los ministros ha leído la
relación de todos los señores por deportar. Yo advertí a los ministros que la lista podía aumentar o disminuir,
de acuerdo a lo que se decidiera por mayoría. De la lista yo conocía a cuatro, creo. A los demás ni de vista.
Recuerdo que pedí que se sacara de la lista a Townsend. No lo conocía, nunca había hablado con él, pero lo
conocía, como conocía a otros líderes, por sus escritos. Otros aumentaron, otros pidieron sacar otros
nombres. Me acuerdo que Tantaleán pidió que no se deportara a Malpica. Eso es cierto. Valdés sacó a
Pássara de la lista. El Ministro del Interior agregó al líder aprista de la juventud, a Roca.

VI Aniversario Revolución, 1974.

—General, usted dice que la revolución está detenida, porque no ha habido ninguna medida de
transformación. Pero ante la crisis económica, ¿qué hubiera hecho usted?
Arreglar la crisis económica.
—Sí, pero ¿cómo?
En principio, viejo, hay una tanda de mocosos en las entidades claves. Así no se puede arreglar la economía
del país. He visto que acaban de botar a Guiulfo, un mozo inteligentísimo, botan del Banco de Reserva a
Barreto, que es un tipo de mucha experiencia. ¿Así se hace patria? A la buena gente la han botado y ha
quedado una partida de mocosos.
—¿Mocosos, general?
Para mí, mocosos, viejo.
—¿Usted llamaría mocoso a Barúa?
Pero Barúa estuvo conmigo también… De manera que yo no veo medidas como para arreglar la economía,
la deuda…
—Usted recibió una deuda de 800 millones de dólares. Y cuando salió está en 4 mil millones. ¿Cómo
un gobierno como el suyo pudo producir una deuda tan alta?
Depende de lo que se haga. Si usted va al gobierno y no hace nada, no gasta un centavo. La revolución fue
para hacer un nuevo Perú. Había que expropiar las tierras y había que pagar esas tierras. Cada
transformación costaba al país, las cuentas están claras. Yo le pongo el oleoducto Poechos, Cuajote,
Bayóvar, Olmos, la fabrica de papel, fertilizantes. Actualmente este gobierno va a apretar el botón a hacer
inauguraciones.¿Inauguraciones de qué? De obras importantes que hizo la revolución.
Hace un rato le pregunté y usted no me contestó esto: ¿cuál fue el peor defecto de su gobierno?
Digamos, ¿cuál fue su mayor virtud y cuál su peor defecto?
La mejor virtud fue que fue el primer gobierno que luchó por las grandes mayorías que estaban oprimidas.
—¿Y su peor defecto?
El peor defecto de la revolución… Bueno, tenía muchos defectos. Porque yo actuaba con gente que era
enemiga de la revolución. Había belaundistas, apristas, comunistas. Teníamos opositores por todos lados,
inclusive ya está usted viendo, viejo, que mis ministros me traicionaron. ¿O no? Me traicionaron porque me
sacaron, traicionándome. Eso fue una traición…
—¿Es cierto que tres meses antes de su caída usted llamó traidor a Rodríguez Figueroa, en la casa de
Ritcher?
No directamente, pero indirectamente sí.
—¿Usted ya se la olía?
—No, no sabía. Yo sabía que había habido una reunión donde habían estado Graham, Rodríguez, y habían
hablado para sacarme. Fue en la casa de Richter, sí. Mientras la gente me saludaba y algunos me decían
«arriba la revolución, general», yo decía: «sí, viejito, pero hay que cuidarse porque hay mucho traidor, hay
mucho traidor que se reúne, mucho ambicioso…» Ahora, se lo tomó en pecho, claro que se la tomó porque
yo lo miraba a él.
—¿Cuáles eran sus relaciones con Expreso?
«Expreso» nos defendía. «Expreso» defendía a la revolución peruana. Todos los del «Expreso» defendían a
la revolución.
—¿Por qué?
No sé, pero la defendían. Cuando la «prensa» nos atacaba, el único que salía y nos defendía era «Expreso».
Cuando «El Comercio» nos atacaba, el único periódico que salía en defensa de la revolución era «Expreso».
Se les prendía como un perro y les decía pestes. Nos defendía bravamente, nos defendía con valentía. Ahora,
yo sé que había comunistas, claro. Estaba Moncloa, Roncagliolo, había varios, había un grupo. Pero nos
defendía, viejo, era el único…

—Pero digamos que esa defensa solitaria se acaba cuando se expropiaron los periódicos…
Bueno, no, porque en buena cuenta no se trató de una expropiación. Los periódicos no se quitaron para que
el Estado los manejara, para que el gobierno los manejara a su gusto…
—Pero así fue y así es…
Ahora yo no respondo por nada. Ahora todo es una mierda, viejo… (con Morales Bermúdez)
—Pero usted en julio de 1975, un mes antes de ser derrocado, tuvo la oportunidad de entregar los
periódicos a las Asociaciones Civiles. ¿Por qué no lo hizo?
No lo hice sencillamente porque ya en lo periódicos había una infiltración enorme de rojos, viejo. Había
comunistas y de extrema izquierda. De manera que darle, supongamos, «Expreso» a los estudiantes era por
demás, era por las puras, porque iba a caer en manos de los comunistas. Entonces, en vez de correr este
peligro y entregar los periódicos a manos de rojos, dimos una ley que dice: por esta única vez, se posterga
por un año… El propósito fue entregar los periódicos a las organizaciones, a las grandes masas, a los
profesores, a los estudiantes. En lugar de Beltrán: no, señor, que Beltrán se vaya con su gringa a Estados
Unidos, aquí que no mande, aquí los peruanos nos mandamos. Vamos a ver si cumple con ley…
—Sus palabras parecen expresar a veces amargura, general…
Amargura de qué. Amargura contra qué. Absolutamente, viejo…
—Está con el mejor genio del mundo— interviene su esposa, que hace cinco minutos escucha la
conversación.
La única amargura que tengo es no haber completado las transformaciones. Nos faltó no sólo la salud y la
vivencia sino el crédito, la banca. No queríamos apoderarnos de los bancos para apoderarnos de sus
utilidades. Lo que queríamos es que el Estado fuera dueño de la banca para poder manejar el crédito con un
criterio revolucionario. Prestarle al zapatero, al gasfitero, al campesino. ¿Qué yo quiero cuarenta mil soles?
Aquí está señor. Yo quería que el banco agrario comprara cuarenta camionetas y que todos los días esas
camionetas recorrieran los valles para prestar plata. ¿Señor, usted qué siembra? Tal cosa, tal cosa. ¿Cuánto
necesita? No quiero. ¿Que no quiero? Si señor, aquí tiene usted: meterle por la boca la plata, aquí tiene
usted. Porque con la plata iban a mejorar. Oye viejo, no había plata, a esta pobre gente le compraban las
cosechas por cinco años. Esta gente era estafada, les robaban su dinero… Nos faltó tiempo, porque me
botaron. Yo hice lo que pude. Más no puedo. Y mire cómo he salido…
Ya, que no te suba la presión. Interviene, doña Consuelo.
Mira lo que he ganado; una pierna menos, enfermo…
Hospital Militar, 1973.

—Pero todo tiene sus compensaciones. Usted ha ganado…


¿El amor de la gente?, pregunta llena de ironía, doña Consuelo.
—No diría eso, —respondo—¿No cree usted que ha ganado, más allá de las pasiones y cuando las
esencias se sedimenten; digamos, un puesto en la historia?
La gente más ingrata no puede ser, dice Consuelo. Después de tantas amarguras ¡un puesto en la historia!
La revolución se ha dado el gusto de hacer las transformaciones que no hicieron los civiles. Los civiles
tuvieron 150 años en el gobierno y no las hicieron. Por eso es que la Fuerza Armada tuvo que hacer la
revolución. El consuelo que tengo es que la revolución hizo vibrar. Porque hasta los enemigos nuestros
vibraron de contento cuando… (Velasco llora discretamente, apenas tiene voz para terminar) recuperamos
Talara. Cuando recuperamos Talara hicimos vibrar hasta al mismo Ulloa… ¿Qué yo tenga amargura contra
nadie…? ¡Contra nadie! La vez pasada vino aquí el señor de «Opinión Libre» y yo le dije que no quería
hacer declaraciones. Pero no se iba, así que lo invité a sentarse. Conversamos un rato y después apareció una
«entrevista» llena de mentiras y falsedades. Que yo dije que Zimmermann tal cosa y que Moncloa tal otra.
¡Falso! Fue él el que rajó de Zimmermann y de Moncloa. Yo le dije que no era cierto que Zimmermann deba
4 millones de soles a tal sitio, porque yo he averiguado eso. Lo que debía Zimmermann era una cuentecita
que la pagó de inmediato,Zimmermann no ha tenido conmigo buen comportamiento, pero no tengo porque
estar rajando de nadie. Y el señor ese quiso poner en mi boca que Zimmermann era un ladrón… Por eso
quiero que me mande un cuestionario y yo le respondo por escrito…
—¿No cree que en algún caso fue usted, excesivamente autoritario, rígido, despótico?
¿En qué caso?
—Por ejemplo: deportar a Armacanqui, deportar a Duharte, deportar a Zileri.
Yo no era ministro del Interior… Zileri nos atacaba continuamente, nos paraba, nos frenaba… El gobierno
tiene también que sancionar a quienes lo atacan. La revolución tenía que defenderse. No iba a cruzarse de
brazos para que le dijeran falsedades. De manera que ellos mismos se la buscaban, por locura….
—Una última pregunta, general: ¿Cuál es según su punto de vista la salida política para el país?
Si ya no hay revolución, entonces el gobierno militar ya no se justifica. Debía haber pues, un gobierno
democrático, ¿no?
—¿O sea virtualmente, una convocatoria a elecciones?
Bueno, eso es lo único hasta la fecha inventado, ¿no?

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