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Juan Bosch Relata La Historia

Secreta del Golpe de 1963


El Partido de la Liberación Dominicana en la fecha del 58 aniversario del Golpe
de Estado de 1963, extrae de su Departamento de Documentación el siguiente
trabajo, una recopilación de las intervenciones del Profesor Juan Bosch en el
programa Tribuna Democrática en Septiembre de 1970, posteriormente
publicado y corregido por el propio Juan Bosch en la Revista: Política Teoría y
Acción en 1983)

La Historia Secreta del Golpe de Estado de 1963 es un conjunto de tres


discursos que el profesor Bosch dijo a través de Tribuna Democrática los días
25, 26 y 28 de septiembre de 1970, al cumplirse siete años del golpe militar que
derrocó el gobierno que él presidía, y se publica ahora en POLITICA: Teoría y
Acción porque en los trece años que han pasado desde entonces han entrado
en la mayoría de edad muchos dominicanos, por lo menos, unos 750 mil, que
no conocieron esa historia cuando fue dicha y publicada en varios periódicos
hace ahora trece años.

Al ponerla a disposición de esta revista para que la publicara en ocasión del


cumplimiento de los veinte años del golpe de 1963, el profesor Bosch le hizo
algunas pequeñas correcciones pero ninguna de ellas en la descripción de los
hechos y sus causas sino sólo en consideraciones políticas sobre la parte que
jugó en esos acontecimientos el presidente Kennedy.

Queremos llamar la atención de los lectores sobre aspecto de ese trabajo que
consideramos muy importante, y es que en él se dijo por primera vez que el
golpe de Estado de 1963 fue ordenado por la Misión Militar norteamericana, y
se dan los datos comprobatorios de esa afirmación, y sin embargo, todavía hoy,
a veinte años de aquel día, los políticos dominicanos, y especialmente los del
PRD, se refieren a ese episodio de nuestra historia achacándoles la decisión de
dar el golpe a los jefes militares dominicanos.

Hay muchos dominicanos, y yo diría que una mayoría de dominicanos, que han
estado creyendo durante siete años que los autores del golpe le 1963 fueron
los militares que firmaron el documento mediante el cual le declaró derrocado
el gobierno que el pueblo había elegido nueve meses y cinco días antes. Pero
sucede que muchos de esos militares no tuvieron nada que ver con el golpe.
Sus firmas aparecen en la proclama porque estaban en el Palacio Nacional la
noche del 25 de septiembre, no porque tomaran parte en los acontecimientos.
Es más, algunos llegaron al Palacio sin saber qué era lo que estaba sucediendo
allí, cosa, por ejemplo, que le pasó al general Belisario Peguero; otros firmaron
la proclama mientras decían que ese golpe era un error que iba a costarle muy
caro al país, y tal fue el caso del general Renato Hungría; otros la firmaron
porque creyeron que si no lo hacían perderían sus rayas y hasta sus uniformes.
El ex-general Elías Wessin-Wessin declaró hace algún tiempo, mientras se
hallaba en los Estados Unidos, que fue él quien derrocó al gobierno
constitucional de 1963, y que si tuviera que hacerlo otra vez lo haría de nuevo;
pero el ex-general no fue ni el autor ni el jefe del golpe. A él lo llevó al Palacio
Nacional el ex-general Atila Luna, a las tres de la mañana, cuando ya la suerte
de la República había sido resuelta por otros, y lo mismo que hicieron otros,
puso su firma en la proclama sin llegar a darse cuenta de lo que iba a significar
la noche del 25 de septiembre en la historia dominicana. Al hacer esas
declaraciones que hizo, el ex-general Wessin-Wessin estaba ganando
indulgencias con camándula ajena, si bien esas indulgencias no lo eran, y más
bien eran todo lo contrario.

Una Historia Desconocida

La historia desconocida del golpe va a ser contada ahora, al cabo de siete años,
porque hizo falta todo ese tiempo para que yo fuera reuniendo los detalles,
algunos de los cuales estaban guardados en el mayor secreto, como si fueran
oro en polvo. Pero en esa historia no voy a referirme a los antecedentes
políticos, que reservo para otra ocasión; voy a hablar de los hechos, tal y como
éstos se produjeron.

A mediados del año 1963 recibí una llamada telefónica de Juan M. Díaz, un
dominicano que vive en New York desde hace por lo menos treinta y cinco
años; me dijo que quería verme y llevarme una persona y que se trataba de algo
urgente. Le respondí que fuera a mí casa a medio día y cuando fue me presentó
a su amigo: era el ex-general haitiano León Cantave, un hombre alto, claro para
ser haitiano, de pelo blanco, que había sido jefe del ejército de Haití en los
primeros años del régimen de Duvalier. Díaz y Cantave iban a pedirme que les
facilitara medios, armas y una base en territorio dominicano para preparar una
expedición contra el gobierno de Duvalier. Antes que ellos, otros haitianos me
habían pedido lo mismo, y entre ésos recuerdo al padre Jacinto, a Pierre Rieaud
a Louis Dejoie; a todos los cuales les había respondido lo mismo que les dije
ese día a Juan M. Díaz y al ex-general Cantave: que el gobierno que yo presidía
no podía intervenir en los asuntos de otro país porque el día que lo hiciera no
tendría autoridad moral para impedir que otro gobierno interviniera en los
asuntos dominicanos. “Nosotros”, les dije, “estuvimos preparados en el mes de
abril para actuar contra Duvalier porque éste invadió con su policía la Embajada
dominicana en Haití, y eso se considera en todas partes, del mundo como una
agresión contra la soberanía del Estado al cual pertenece la Embajada; pero no
podemos entrar en actividades ocultas y conspirativas contra Duvalier, porque
eso sería intervenir en los asuntos políticos de los haitianos y además es
contrario a los principios de un gobierno democrático, pues en el régimen
democrático no se hacen ni deben hacerse cosas ocultas. En el sistema
democrático, el pueblo debe estar enterado de lo que haga su gobierno”.
Debo decir que me sorprendió la rapidez con que Juan M. Díaz y Cantave
aceptaron lo que les decía. De hecho, no trataron de convencerme de que debía
complacerlos, y se fueron, y yo me quedé pensando en lo rara que parecía su
actitud, porque viajar desde New York hasta Santo Domingo para plantear un
asunto tan importante e irse sin hacer esfuerzos para conseguir lo que habían
venido a buscar era algo que no me parecía normal. Pero como ustedes verán,
lo que pasaba era que esa visita tenía un propósito secreto, pues al ex-general
Cantave no le hacía falta que yo le dijera que si ni le importaba que le dijera que
no. Por detrás de él había una fuerza poderosa, mucho más poderosa que la del
presidente de la República Dominicana. Lo único que necesitaba esa fuerza era
usar la visita del ex-general Cantave a mi casa, sin importarle lo que yo le
hubiera dicho. Y así fue.

A principios de julio recibí una nota de un haitiano en la que me decía que


deseaba verme para explicarme por qué había abandonado el campamento de
Sierra Prieta. Me quedé sorprendido al leer la nota, porque no tenía la menor
idea de que había un campamento de haitianos en Sierra Prieta, que como
ustedes saben está cerca de Villa Mella, y por lo tanto cerca de la Capital. Le
mandé decir al haitiano que fuera a verme en la noche, y al hablar con él me
enteré de que allí, en Sierra Prieta, había unos 70 ú 80 haitianos haciendo
ejercicios militares y prácticas de tiro bajo el mando del ex-general haitianos; y
me enteré de algo asombroso, increíble: que eso estaba haciéndose con el
conocimiento del ministro de las Fuerzas Armadas dominicanas, el general Elby
Viñas Román. Esa misma noche hice citar a los generales Viñas Román y
Renato Hungría. Este último era jefe de Estado mayor del Ejército. Cuando les
pregunté si era verdad que en Sierra Prieta labia haitianos haciendo
entrenamiento militar, el general Viñas Román contestó que sí, y al preguntar yo
que quién había autorizado eso me respondió que él había dado las órdenes
porque el ex-general Canta ve le labia dicho que yo había aprobado esa medida,
pero que si yo no estaba de acuerdo con lo que estaba haciéndose daría
inmediatamente las órdenes para que los haitianos abandonaran el lugar.
“Claro, general”, le dije. ‘Yo no puedo aprobar nada parecido a eso, y en lo
sucesivo, antes de lanzarse a tomar decisiones de naturaleza política, espere
órdenes mías y no se atenga a lo que le diga en nombre mío cualquier persona,
y mucho menos un extranjero” . El general Viñas Román dijo que así lo haría y
nunca más volví a oír noticias de haitianos que se entrenaban en nuestro país.
Pero ahora, al cabo del tiempo, después de haber hecho las debidas
averiguaciones, estoy en condiciones de decir que una semana después del día
en que el general Viñas Román me dijo que no volvería a actuar como lo había
hecho, el ex-general Cantave estaba de nuevo en Sierra Prieta, entrenando
haitianos, entre los cuales había una mayoría de cortadores de caña de los
ingenios y algunos soldados de Duvalier que habían cruzado la frontera
huyendo del dictador de Haití. Entre esos supuestos desertores había espías de
Duvalier. Por medio de esos espías, Duvalier se hallaba enterado al día de lo
que estaba pasando en Sierra Prieta, a pocos kilómetros dé la Capital
dominicana. Lo que sabía Duvalier en Puerto Príncipe lo sabían aquí los
agregados militares de los Estados Unidos, y lo sabía el embajador
norteamericano John Bartlow Martin, que después de la intervención de su país
en el nuestro escribió un libro enorme lleno de mentiras destinadas a ocultar su
papel en esos hechos; pero no lo sabía el presidente de la República
Dominicana. Esa vez no apareció un haitiano que me informara de lo que
estaba sucediendo, porque los responsables del engaño habían tomado todas
las medidas para que yo no supiera la verdad.

Las Guerrillas de Cantave

Como una prueba de carácter político, no documental, de que el plan estaba


dirigido desde Washington, voy a dar estos datos: En la noche del 2 de agosto,
Cantave y los haitianos que estaban entrenándose en Sierra Prieta fueron
embarcados en camiones que tomaron el camino de Dajabón, adonde llegaron
temprano el día 3; y ese día 3 los Estados Unidos anunciaron oficialmente que
cerraban la misión de la AID en Haití. Esta medida tenía como finalidad
hacerles saber a los anti-duvalieristas de Haití que los Estados Unidos rompían
totalmente con Duvalier, y que tanto el ataque que iban a llevar a cabo
inmediatamente Cantave y sus hombres contra el gobierno de Duvalier tenía el
apoyo norteamericano.

Los hombres de Cantave fueron llevados hasta la bahía de Manzanillo, en el


lugar donde desemboca el río Masacre. Iban con uniformes y zapatos nuevos y
con las armas que se les habían cogido en junio de 1959 a los expedicionarios
que habían venido de Cuba por Constanza, Estero Hondo y Maimón, con el
propósito de derrocar a Trujillo. Al amanecer del 5 de agosto, los haitianos
penetraron en su país a través de unas siembras de cabuya propiedad de una
firma norteamericana, llamada Plantación Delfín, donde les tenían preparados
camiones y yipis. La prensa de los Estados Unidos comenzó a publicar noticias
en las que se decía queen el norte de Haití había sublevaciones contra el
gobierno de Duvalier y que desde cierto lugar del Caribe habían llegado varias
expediciones. Sinceramente les digo que yo no podía sospechar que ese
ataque había salido de la República Dominicana. Es más, el Embajador Martin
estuvo a verme —recuerdo que era de noche— y cuando le pregunté de dónde
creía él que habían salido las fuerzas que estaban atacando Haití me respondió
que creía que de Venezuela, a lo que yo le respondí con una pregunta, que fue
ésta.- “¿Es que en la Florida hay algún lugar que se llame Venezuela?”. La
Florida, como ustedes saben, es territorio norteamericano, un estado de los
Estados Unidos, que es lo mismo que si dijéramos una provincia. El embajador
Martin era —y debe seguir siéndolo—un hombre sin sentido del humor, y sin
embargo al oírme se echó a reír. Ahora, cuando sé la verdad, me doy cuenta de
que se reía porque le resultaba gracioso engañar al presidente del país ante el
cual él representaba al presidente del suyo. Sólo que John Bartlow Martin,
como les sucede a tantos en el mundo, no alcanzaba a darse cuenta de que a
menudo el que cree que engaña a los demás está engañándose a sí mismo, y
que en una actividad tan complicada como es la política, por el camino del
engaño se llega indefectiblemente a la tragedia, como iba a suceder en la
República Dominicana, para desgracia de John Bartlow Martin y de su país.

II
El día 16 de agosto se cumplían cien años de haber comenzado la guerra de la
Restauración. Esa guerra, llevada a cabo contra España, es un acontecimiento
histórico de gran importancia para nuestro pueblo, y aunque nosotros no
estábamos en condiciones de hacer grandes fiestas, porque la situación del
país no permitía que hiciéramos gastos, el gobierno quiso darle a ese día la
categoría que merecía, y entre los actos destinados a conmemorar el primer
siglo del comienzo de la guerra se hallaba la inauguración de una escuela en
Capotillo. Fue en ese punto, llamado en aquella época Capotillo Español, donde
comenzó la lucha cien años antes, bajo la jefatura de Santiago Rodríguez.
Verdaderamente, era una pena para el país que a los cien años del histórico 16
de agosto de 1863 los niños del lugar donde había empezado la guerra de la
Restauración no tuvieron escuela. Pero ese día se inauguró una, con la
presencia del Presidente de la República y el ministro de Educación,
Buenaventura Sánchez así como de otras autoridades. Lo más lejos que yo
tenía en ese momento era que la gente de León Cantave, que había sido
derrotada por las fuerzas de Duvalier hacía menos de diez días, había cruzado
la frontera muy cerca de ese punto y estaba operando en territorio de Haití.

Efectivamente, al ser derrotado Cantave volvió a nuestro país y se acantonó en


Don Miguel, a la vista de la frontera haitiana; allí estableció su campamento en
una finca que tenía siembra de tabaco. Yo note en esa ocasión un exceso de
militares y cuando pregunte a que se debía se me explicó que estaban
tomándose precauciones porque se habían recibido noticias de que había un
complot para matarme. No había tal complot. Lo que sucedía era que al
atardecer del día anterior, 15 de agosto, un grupo de la gente de Cantave había
cruzado la frontera y se había internado en Haití, en dirección hacia un lugar
llamado Mount-Organisé, y los militares, que no me habían informado de nada,
tenían temor de que pudiera pasar algo que sacara a la luz el plan, razón por la
cual no querían que estuviera en Capotillo mas tiempo del necesario.

Hay que darse cuenta de que todo lo que estaba haciéndose se hallaba dirigido
por extranjeros; que unos cuantos señores ex tra je re s planeaban lo que los
soldados dominicanos debían hacer, y que estos lo hacían sin el conocimiento
del presidente de la República; y en cambio, Duvalier estaba al tanto de los
menores detalles de esos movimientos y creía, con razón que era yo quien daba
las órdenes. Duvalier conocía los planes tan detalladamente que en la noche
anterior cambió la tropa que tenia en Mount-Organisé, porque tenía el temor de
que entre esa tropa hubiera gente combinada con Cantave. Los hombres de
Cantave fueron derrota dos fácilmente y volvieron a territorio dominicano; esa
vez entraron por la Trinitaria. Ese 15 de agosto, una organización internacional
de abogados que estaba establecida en Suiza, es decir, a miles de kilómetros
de la República Dominicana y de Haití, hizo unas declaraciones muy fuertes
contra Duvalier que fueron publicadas ese mismo día en vanos países de
América, transmitidas por agencias norteamericanas de noticias. En esas
declaraciones se explicaba que Duvalier era un tirano, que se mantenía en el
poder gracias a su organización de asesinos llamada Tonton-macutés; que en
Haití no había la menor libertad ni para las personas ni para las organizaciones.
Todo eso era verdad, pero cuatro años después vino a saberse que esa
organización internacional de abogados recibía dinero de los servicios secretos
de los Estados Unidos; de manera que la publicación de ese documento,
justamente el día en que fue lanzado el segundo ataque de las gentes de
Cantave contra Duvalier, es otra prueba indirecta de quienes eran los que
estaban dirigiendo las operaciones de Cantave en territorio dominicano.

Unos días después del 15 de agosto, Cantave envió otro grupo a Haití Ese
grupo llegó a Ferrier, muy cerca de la frontera, mató al síndico y volvió a su
campamento en nuestro país. Mientras tanto, desde varios lugares del Caribe
llegaban a Santo Domingo exiliados haitianos que iban a reunirse con Cantave.
En total, el ex-general haitiano llegó a reunir, entre el 20 y el 25 de agosto, 210
hombres. En la noche del 26 de este mes un avión pesado de transporte dejó
caer cerca de Dajabón una importante cantidad de armas, entre las cuales
había morteros, bazukas, ametralladoras calibre 30, rifles M-l, que eran
entonces los mejores que tenía el ejercito norteamericano, y ametralladoras de
mano M-3. El avión que trajo esas armas a nuestro país venía del campamento
Rome y, en Puerto Rico, una de las grandes bases militares de los Estados
Unidos en el Caribe. Mientras tanto, los agentes políticos que trabajaban con el
embajador John Bartlow Martin organizaban la acción política que debía
debilitar al gobierno dominicano, tales como aquellas conocidas
manifestaciones cristianas, y el propio embajador, queriendo meterme en una
trampa, me propuso el 16 de agosto, en Santiago, que procediera sin pérdida de
tiempo a cambiar de política; que expulsara a los comunistas y usara mano
dura con los trujillistas. Cuando me habló así le miré de tal manera que el
comprendió que había metido la pata y comenzó a pedirme excusas y a
explicar que él no quería darme órdenes, que sólo estaba dándome consejos
como amigo, no como embajador. Yo me levanté sin responderle y me fui a
atender a unos amigos que habían llegado a saludarme. Ese mismo día se
celebraron varias concentraciones dizque cristianas en diferentes lugares del
país y el cónsul norteamericano en Santiago, a quien la gente le llamaba don
Pancho, llegó a la casa de Antonio Guzmán, donde me hospedaba, y protestó
en alta voz ante el embajador, el Nuncio Clarizio y otras personalidades por la
forma excesivamente violenta en que se atacaba al gobierno en esos mítines.
El cónsul don Pancho fue sacado del país al reventar la revolución de 1965, y
por la forma en que actuó el 16 de agosto de 1963 y por esa sacada del país en
1965 se ve que no estaba de acuerdo con los planes de sus jefes o que no se le
habían comunicado esos planes.

Hablo de estas cosas no por el gusto de recordar asuntos desagradables,


porque los políticos que viven pensando en lo que pasó y no en lo que está
pasando o va a pasar se vuelven resentidos, y los resentidos no están en
capacidad de dirigir a nadie. Estoy haciendo la historia secreta del golpe de
Estado de 1963 para que el pueblo conozca los hechos y pueda hacer juicios
correctos, y sobre todo para que los jóvenes dominicanos que están entrando o
van a entrar en la vida política queden enterados de todo lo que puede suceder
en un país como el nuestro, donde un poder extranjero está en capacidad de
tomar decisiones que comprometen la vida misma del gobierno dominicano, en
lo nacional y en lo internacional, sin que nadie en el gobierno se entere de lo
que está pasando.

En toda esta historia, que duró tres meses, no hubo una persona, campesino,
obrero, empleado público, dirigente del PRD o de otro partido, que se me
acercara a darme una información sobre los movimientos de Cantave; nadie,
excepto el haitiano que me contó a principios de julio que él había salido del
campamento de Sierra Prieta. Es más, preocupado por las acusaciones de
Duvalier, llamé a algunos militares y les pedí que vigilaran a los hombres de
Duvalier; que metieran en Haití gente práctica en los sitios fronterizos para que
observaran si Duvalier hacía movimientos tropas. La OEA celebraba reuniones y
mandaba comisiones que se veían conmigo, y yo hablaba con los
comisionados en la forma más inocente, sin tener la menor idea de que
cualquiera cosa que dijera odia tomarse como una referencia a las fuerzas de
Cantave, que seguían acantonadas en territorio dominicano, cuando lo cierto
era que yo ignoraba de manera absoluta que Cantave y sus 210 hombres tenían
una base en nuestro país.

El Derrocamiento

Debo decir con toda franqueza que no creo que las dos cosas —los ataques
contra Haití y las concentraciones cristianas— fueron planeadas con el fin de
tumbar al gobierno constitucional. Al repasar los hechos de aquellos días con
los informes que tengo ahora llego a la conclusión de que la utilización del
territorio dominicano para tratar de derrocar a Duvalier comenzó como un plan
aislado cuyo único propósito era acabar con el régimen de Duvalier, que había
sacado de Haití a la misión militar norteamericana, cosa que los yanquis no
podían tolerar. Los Estados Unidos tenían desde hacía 30 años el compromiso
internacional, establecido en tratados aprobados por su gobierno y por su
Senado, de no intervenir en los asuntos políticos de otros países de América;
pero desde 1954 habían hallado la manera de violar esos tratados organizando
expediciones secretas, como fue la de Castillo Armas, que derrocó el gobierno
de Jacobo Arbenz en Guatemala, y la de Bahía de Cochinos, llamada a tumbar
el de Fidel Castro en Cuba en abril de 1961. Pero la expedición de Castillo
Armas fue organizada en Nicaragua y Honduras con el conocimiento y la ayuda
de los gobiernos de Nicaragua y Honduras, y la de Bahía de Cochinos se
organizó en Guatemala y en Nicaragua también con el conocimiento y la ayuda
de los gobiernos de Guatemala y Nicaragua; y en el caso de la de Cantave no se
podía contar con la ayuda del gobierno constitucional dominicano porque ese
gobierno respetaba sus compromisos y sus principios, y esos compromisos y
esos principios estaban regulados precisamente por tratados internacionales
iguales a los que habían firmado los norteamericanos, en virtud de los cuales
nuestro país no podía intervenir en la vida política de otro. Los que decidían la
política latinoamericana de los Estados Unidos comprendieron rápidamente
que el gobierno que yo presidía no se prestaría a hacer el papel que habían
hecho los de Honduras y Nicaragua en 1954 y los de Guatemala y Nicaragua en
1961; por eso organizaron ocultamente el campamento de Cantave en Sierra
Prieta, y volvieron a organizado más ocultamente todavía después que yo di
órdenes, a mediados de julio, de que fuera disuelto; y por eso mantuvieron en
secreto todas las actividades de Cantave y de sus hombres en territorio
dominicano, desde julio hasta que el gobierno fue derrocado el 25 de
septiembre.

Mi impresión es que la organización de las fuerzas políticas opuestas al


gobierno fue una consecuencia de los fracasos de la acción militar de Cantave,
y que en ningún momento se pensó usarlas para derrocar al gobierno. A mi
juicio, lo que se perseguía era colocar al gobierno en posición de debilidad, de
tal modo que si yo descubría la verdad sobre Cantave y sus hombres no
pudieran tomar ninguna medida contra los que estaban en ese juego sucio. Lo
que el embajador John Bartlow Martin llamaba consejos de amigo era parte del
plan para debilitar políticamente al gobierno. Ahora bien, los acontecimientos
se presentaron de tal manera que al final hubo que derrocar al gobierno para
evitar que el presidente Kennedy quedara desacreditado ante todos los jefes de
Estado del mundo por lo que su gobierno estaba haciendo en la República
Dominicana, pues hasta ese momento nunca se había hecho nada semejante a
lo que estoy contando.

Las Guerrillas y el Embajador Martín

Martin es un típico oportunista. Sin tener la menor experiencia ni la menor


capacidad para el cargo, logró su nombramiento de embajador en Santo
Domingo a través de Adlai Stevenson, hombre muy débil, a quien Kennedy
llamaba “mi mentiroso oficial”, porque era a él a quien se le encargaba decir en
las Naciones Unidas las mentiras que tenía que decir para, defender el gobierno
de su país. Stevenson fue el “mentiroso oficial” no sólo de Kennedy, sino
también del sucesor de Kennedy, el señor Trujijohnson. A Martin todo lo que se
refería a Haití le quitaba el sueño. Una vez, estando yo en mi oficina del Palacio
con el ministro de Relaciones Exteriores, señor Ernesto Freites, Martin entró allí
pálido como un papel, cayéndose como si estuviera borracho y gritando como
un loco. Yo le miré fijamente y le dije estas palabras: “Embajador, usted olvida
que está hablando con el presidente de la República”. Martin volvió en sí, se
puso a secarse un sudor que empozó a salirle de pronto por la cara y pidió
perdón. Lo que lo había vuelto loco, según dijo, eran los problemas con Haití.
Pero en el mes de agosto estaba otra vez loco con los problemas con Haití,
pues una tarde se presentó en mi casa a decirme que tenía buenas noticias
para mí; que Duvalier saldría de Haití dentro de pocas horas que ya había un
avión esperándolo en el aeropuerto de Puerto príncipe y que había pedido
autorización para hacer un aterrizaje en New York de donde seguiría hacia
Francia y de ahí a Argelia. A las ocho de la noche me llamó para pedirme una
entrevista urgente; fue a casa y lo que hizo fue repetir lo que había dicho en la
tarde. En esa ocasión le dije mí e a mi juicio Duvalier estaba engañando a todo
el mundo y que solo debía creerse esa patraña cuando efectivamente llegara a
Francia. Martin se fue y oigan esto: a las 12 de la noche llamó para
confirmarme o que me había dicho ya dos veces, y lo que es más asombroso,
volvió a llamarme a las 2 y 30 de la mañana para re-confirmarlo, lo que indica
que el problema lo tenía fuera de sí debido a que la conciencia le reprochaba
algo; y por último, el colmo de los colmos, se presentó en mi casa, manejando
él mismo un yipi, a las cuatro y media de la mañana, para decirme que Duvalier
saldría de Puerto Príncipe media hora después, a las cinco. El embajador podía
quedarse despierto la noche entera excitado con una noticia que no tenía el
menor fundamento, porque al día siguiente disponía de todo el tiempo para
dormir a pierna suelta; pero yo, que tenia que trabajar como un mulo, y que
desde el principio estaba convencido de que la noticia era absurda, no disponía
del día para dormir. Sin embargo en la cabeza del embajador no entraban esas
ideas, porque el actuaba, sin darse cuenta, a-impulsos de su alma atormentada
por el papel bastante turbio que estaba jugando.

Es el caso que el embajador Martin creía que la presencia de Cantave y de sus


hombres en territorio dominicano, hecho que él conocía muy bien y del cual
nunca me habló, ni directa ni indirectamente, había provocado una crisis en el
régimen de Duvalier, y que éste, debido a esa crisis, iba a huir de Haití. Yo no
disponía de tantos elementos de juicio como Martin, porque no tenía la menor
idea de que Cantave y su gente estuvieran en Santo Domingo, y mucho menos
en la frontera haitiana; pero estaba seguro de que las noticias del embajador
carecían de fundamento y de que Duvalier seguiría en Haití hasta el día de su
muerte. Pero el embajador, que para tranquilizar su alma necesitaba que
Duvalier desapareciera antes de que su juego quedara al descubierto, veía ya
sus deseos convertidos en realidad, fenómeno sicológico frecuente en las
personas de mentes débiles, y a veces caía en sospechas porque pensaba que
yo sabia lo que él estaba haciendo, y entonces escribía en sus notas, según
dice él mismo, que yo le pedía a Kennedy que nombrara otro representante en
su lugar.

La alegría del embajador debida a la idea de que Duvalier iba a desaparecer y el


miedo de que yo pidiera su salida del país teman un mismo origen; y sucedía
que ni la alegría ni el miedo estaban fundamentados en la realidad; pues ni
Duvalier desaparecería ni yo pensaba pedirle a Kennedy que me enviara otro
embajador, simplemente porque no tenía la menor noticia de cuáles eran sus
actividades secretas en relación con Haití, o lo que es lo mismo, en la política
internacional dominicana. Así iban pasando los días, hasta que llegó el mes de
septiembre, y con él el día 22, fecha en la cual los jefes norteamericanos de la
operación Cantave lanzaron al ex general haitiano por última vez a través de la
frontera.

III

Volviendo al golpe del 25 de septiembre de 1963 diré que al cabo de mucho


tiempo de investigar, de buscar la causa secreta de ese hecho, estoy en
condiciones de decir que durante los meses de agosto y septiembre de aquel
año el general Viñas Román viajó varias veces a Dajabón sin informarme
adonde iba y a qué iba, y que fue él quien le transmitió a Cantave la orden, que a
su vez habían dado los miembros de la misión militar norteamericana en el
país, de que el próximo ataque a Haití debía ser por Juana Méndez y que la
fecha de ese ataque debía ser el 22 de septiembre. Juana Méndez queda frente
a Dajabón y tan cerca de esta ciudad dominicana que necesariamente el ataque
a una provocaría pánico en la otra. De acuerdo con mis noticias, Cantave se
oponía al ataque a Juana Méndez, pero se le hizo saber que si no se producía
ese ataque en la fecha señalada, su campamento sería destruido. En ese
campamento había haitianos que habían llegado de New York, enviados por
organizaciones que recibían fondos de la CIA, y volvieron a New York después
del último fracaso de Cantave.

Bien: La fecha fijada fue el 22 de septiembre, y la hora para cruzar la frontera,


las 10 de la noche. El día 20 comenzó en Santo Domingo la huelga de los
comerciantes. Ese día era viernes. El plan de los que habían organizado la
huelga era que ésta continuara el sábado 21, y como el ataque a Haití sería el
domingo en la noche, y se suponía que el lunes 23 se estaría peleando en
Juana Méndez, si la huelga seguía el lunes el gobierno dominicano se vería en
una situación de debilidad tan grande que no podría hacer el menor movimiento
en relación con el ataque a Haití que estaría llevándose a cabo desde territorio
dominicano. La situación estaba llamada a empeorar, porque los autores
secretos del plan habían maniobrado de tal manera que el propio viernes día 20,
en medio de la huelga de los comerciantes, los trabajadores de Haina y de otros
ingenios del gobierno anunciaron una huelga que comenzaría el lunes día 23, a
las 7 de la mañana, es decir, a la hora en que Cantave y sus hombres estarían
atacando Juana Méndez, a la vista de los habitantes de Dajabón. Pónganse
ustedes a pensar un momento en cuál era realmente el estado general de
confusión del país, cuando resultaba que los trabajadores del azúcar, y más
propiamente los de los ingenios del gobierno, la gente a quien más debía
interesarle que el gobierno constitucional de 1963 se mantuviera en el poder,
caían en hacerles el juego, de la manera más inocente, a los que estaban
colocando al gobierno entre la espada y la pared. La mayoría del comercio de la
Capital había cerrado el viernes, y el mismo viernes, en horas de la noche, los
trabajadores azucareros anunciaban que la huelga de ellos comenzaría el lunes
día 23.

Por suerte, aunque el comercio al por mayor, o al menos su mayoría, siguió la


huelga el sábado, el comercio al detalle, tanto de telas como de comestibles,
abrió sus puertas el sábado temprano. Las estaciones de radio que hablan
estado incitando a la huelga desde el amanecer del viernes habían sido
silenciadas mediante el procedimiento de cortarles la corriente eléctrica, cosa
que pudo hacerse porque todas ellas le debían dinero a la Corporación
Eléctrica, y algunas le debían varios meses de corriente. Por otra parte, mucha
gente del pueblo protestaba por el cierre de los comercios, y los detallistas, por
su posición de explotados y por su contacto permanente con el pueblo se
daban cuenta de que la huelga no tenía justificaciones sociales ni económicas,
que era un movimiento de tipo político en el cual ellos no tenían ningún papel
que jugar poniéndose frente al pueblo. El sábado, pues, la huelga había
fracasado, a pesar de que ese día los periódicos daban la noticia de que el
lunes comenzaría la huelga de los trabajadores de los ingenios del gobierno. El
mismo sábado apareció en espacio pagado un artículo del Dr. Balaguer, que se
hallaba en New York, y verdaderamente, se trataba de un artículo demoledor
contra el gobierno. Unos diez meses antes yo había estado en New York, como
presidente electo, y había ido a visitar al Dr. Balaguer, a quien le dije en esa
ocasión que él mismo podía escoger la fecha de su retorno al país y que me
avisara para ofrecerle las garantías del caso. En el mes de junio, según creo
recordar, el viceministro de la Presidencia me comunicó que el Dr. Balaguer
había pedido varias veces que se le enviara su pasaporte diplomático, al cual
tenía derecho por ley, y que su petición no había sido atendida, y di órdenes
inmediatas para que se enviara a la Presidencia el pasaporte y que tan pronto
llegara, el propio viceministro, señor Fabio Herrera, fuera a la casa de las
hermanas del Dr. Balaguer para entregarlo a una de ellas. Así se hizo. Como
todos los dominicanos, fueran cuales fueran sus ideas políticas, el Dr. Balaguer
tenía derecho a vivir en su país, y no era el gobierno el que podía decidir sobre
eso; era la Constitución de la República la que garantizaba el derecho de
cualquier ciudadano a entrar en el territorio nacional y salir de él cuando
quisiera. El embajador Martin, el hombre más mentiroso que he conocido en
toda mi vida, refiere que yo había dado orden para que los miembros del
Consejo de Estado no salieran del país, y para probarlo dice que Donald Reid
debía ir a los Estados Unidos a llevar una hija que debía ser sometida a
tratamientos médico, y que yo lo impedí. Pues, bien, eso, como el 90 por ciento
de lo que dice Martin, es una charlatanería; pero una charlatanería que tiene su
explicación. En días pasados le explicaba a cierta persona que si un compañero
o amigo suyo comienza de buenas a primeras a hablar mal de él, a decir
mentiras sobre él, a calumniarlo, a tratar de desacreditarlo, averigüe qué cosa
mala contra él hizo esa persona; pues sucede que el que hace algo malo,
comete una traición, actúa contra un amigo y compañero o se va con los
enemigos de ese amigo, es generalmente una persona débil de mente o de
carácter, que no tiene suficiente fortaleza mental o suficiente carácter para
reconocer que ha actuado mal contra un amigo y compañero, para confesarlo y
decidirse a actuar en lo sucesivo correctamente, y entonces el movimiento
natural de su alma es volverse contra ese amigo y compañero a quien traicionó
y tratar de desprestigiarlo, porque así él mismo acaba convenciéndose de que
lo malo que hizo estuvo bien hecho. Ese fue el caso del embajador Martin; pero
al embajador Martin se le fue la mano y dijo tantas y tantas mentiras que se
desacreditó en su propio país. La causa fue esas mentiras fue que Martin
engañó al gobierno dominicano. Para encubrir la verdad, para que yo no tuviera
autoridad moral si algún día decía la verdad; para no quedar en su país como lo
que es, Martin pretendió desacredítame escribiendo un libro lleno de
falsedades. Entre ellas está el cuento de que yo había prohibido la salida el país
de los miembros del Consejo de Estado. si yo hubiera sido hombre capaz de
rebajarme a perseguir a alguien, el pueblo dominicano tendría pruebas de eso,
porque aquí todo se sabe; y si yo hubiera sido capaz de solicitarle alguna vez a
una juez que hiciera tal o cual cosa en perjuicio de un acusado, el pueblo entero
lo sobria, porque o bien el juez o bien su secretario o bien un empleado del
tribunal lo hubieran dicho. Ni yo le hubiera coartado nunca al Dr. Reid Cabral el
derecho a salir del país.

La Causa Secreta del Golpe


Pero volviendo a los haitianos de Cantave, causa del golpe del 25 de
septiembre, ellos habían cruzado la frontera a las 10 de la noche del domingo
día 22. A las seis de la mañana del lunes día 23 de septiembre, hallándome en
mi oficina del Palacio Nacional, se me acercó el coronel Julio Amado Calderón,
jefe del Cuerpo de Ayudantes, para decirme que la radio estaba informando que
desde Haití se estaba disparando sobre Dajabón, y que la población de esa
ciudad dominicana abandonaba el lugar a toda prisa. Lo que sucedía en
realidad en este momento era que Duvalier, avisado por sus espías, esperaba el
ataque a Juana Méndez y sus fuerzas rompieron fuego contra las de Cantave a
las 5 de la mañana, y muchos de los tiros que disparaban las fuerzas de
Duvalier llegaban a Dajabón. Inmediatamente hice llamar al general Viñas
Román y le pedi que convocara a una reunión de los altos jefes militares. En
esa reunión sólo hablé yo, porque los altos jefes militares no decían nada. Me
resultó sospechoso que ante la noticia de que Dajabón estaba siendo atacada
ninguno de ellos demostrara la menor preocupación, pero así fue. Esa falta de
interés en militares dominicanos ante la noticia de que estaba produciéndose
un ataque a una ciudad dominicana era algo para mi increíble, pero yo no podía
imaginarme, ni por asomo, la verdad de los hechos. Todavía hoy, al cabo de
siete años, y conociendo como conozco ahora uno por uno los detalles de
aquellos sucesos, me sigue pareciendo increíble lo que sucedió. Me doy cuenta
de que lo que se hace en el terreno militar puede guardarse en secreto, porque
la organización militar está preparada para eso; pero lo que me parece increíble
es que los miembros de la misión militar norteamericana tuvieran tanta
autoridad sobre los jefes militares dominicanos como para convencerlos de
que debían actuar sin darle a entender nada al presidente de la República.

En la reunión con los jefes militares pedí que salieran hacia Dajabón algunos
aviones, pero que tuvieran mucho cuidado con lo que hacían; que no se
produjera ninguna provocación ni ningún movimiento que pudiera costarle la
vida a un militar dominicano; ordené imprimir inmediatamente hojas sueltas en
francés para ser tiradas desde el aire amenazando a Duvalier con medidas
enérgicas si no detuve el ataque, y además hacer radiaciones en español,
francés y patúa diciendo más o menos lo mismo; por último, le pedí al Dr.
Héctor García Godoy, ministro de Relaciones Exteriores , que reuniera el cuerpo
diplomático para informar a todos los representantes extranjeros de lo que
estaba sucediendo. A las once de la mañana fue a verme un dirigente del PRD
para decirme que según le habían informado, los sucesos de ese día obedecían
a un plan para tumbar al gobierno; estaba simulándose un ataque haitiano a
nuestro país para poder decirles a los soldados que yo estaba llevándolos a
una guerra contra los haitianos; pero ese dirigente tampoco sabia nada sobre la
participación de Cantave y de sus hombres en el plan, porque no me mencionó
ese punto, y como yo no sabía nada, no le hice preguntas sobre él. Tampoco
sabían una palabra el jefe del Cuerpo de Ayudantes ni sus hombres; no la sabía
el jefe de la Seguridad Nacional; y lo que es más, los propios militares que
actuaban en Dajabón, los que tenían el contacto directo con Cantave, ignoraban
el verdadero plan político que se ocultaba tras la operación. Peor aún, y
seguramente al oír esto ustedes se asombrarán tanto como yo me asombre
cuando supe la verdad: el propio general Viñas Román ignoraba el plan. El se
había prestado a recibir ordenes de la misión militar norteamericana a espaldas
del presidente de la República, lo cual desde luego es algo incalificable, pero no
tenía la menor idea de que estaban utilizándolo para tumbar al gobierno. El jefe
militar que sabía lo que iba a suceder era el jefe de la aviación, general Atila
Luna, pues era en él en quien confiaban en realidad los miembros de la misión
militar yanqui, especialmente el coronel Luther Long, agregado aéreo. El
domingo, es decir, el día anterior a la reunión de que he hablado hace un
momento, el general Luna había enviado un piloto a Barahona con un sobre
cerrado en el que se explicaba el plan, pero eso vine a saberlo en yo de 1965, es
decir, un año y ocho meses después de haberse producido el golpe de 1963. El
mismo lunes día 23 llegó al país, por San Isidro, el comandante de la marina
yanqui William E. Ferrall. Todavía a esta hora ignoro cuál fue el papel de Ferrall
en los hechos, pero me imagino, y sería un inocente si creyera que él no estaba
a’ tanto de la trama. Mientras tanto, el gobierno estaba haciendo un papel
ridículo ante la OEA, porque estábamos acusando a Haití de atacar nuestro
país, y yo creía absolutamente que era así, cuando la verdad era que Haití
estaba solamente defendiéndose de un ataque que había sido hecho desde
nuestro país, y además un ataque que era el cuarto en dos meses.

En la tarde de ese lunes día 23 mandé buscar varias veces al general Viñas
Román, que no dio señales de vida. Mucho tiempo después supe que había ido
a Dajabón, adonde Cantave y sus hombres, menos los muertos y los
prisioneros, habían vuelto derrotados. En las primeras horas del martes 24, día
de las Mercedes, al leer El Caribe hallé una larga descripción de lo que había
pasado en Dajabón el día antes. La había escrito el periodista Miguel A.
Hernández, quien por lo que leí tampoco sabía que Cantave y sus gentes habían
pasado a Haití desde territorio dominicano. El periodista decía en un párrafo lo
siguiente: “Oficiales del Ejército dominicano expresaron que la República
Dominicana no tuvo nada que ver con el ataque. Esto fue confirmado por el
propio León Cantave” ; y más adelante agregaba que Cantave “Se negó a
contestar cuando se le preguntó de qué punto partieron los rebeldes esta
madrugada, alegando que ello es estrictamente confidencial” y que “cuando
cualquier país protege o ayuda a un movimiento como el de esa naturaleza, no
se puede denunciar” . Pero sucedía que en la página 12 de ese ejemplar de El
Caribe había una foto de Cantave, tomada en el momento en que bajaba de un
avión militar dominicano que lo había traído a la base de San Isidro, y cuando vi
a aquel hombre tan bien vestido, con dos maletines en la mano, me di cuenta
inmediatamente de que él había partido hacia Haití desde territorio dominicano,
puesto que no era posible que hubiera estado peleando en Haití con ropa tan
buena, con corbata y con maletines de buena clase. Deduje que Cantave se
había cambiado de ropa al entrar derrotado en tierra dominicana, y que por lo
tanto había dejado esa ropa y esos maletines en territorio nuestro antes de
entrar en Haití; en consecuencia, él había partido para Haití desde algún lugar
de nuestro país. En ese momento me di cuenta de que se me había estado
engañando; de que alguien había estado jugando de la manera más
irresponsable con el destino de la República, y que ese alguien no eran los
militares dominicanos, porque los jefes militares del país no eran capaces de
inventar y de llevar a cabo un plan semejante. Tomé inmediatamente las
medidas del caso y a media mañana ya estaba enterado de que en la noche
anterior había habido movimiento de altos oficiales en el Palacio Nacional,
donde estaba el Ministerio de las Fuerzas Armadas, y que en las reuniones
había tomado parte el coronel Luther Long. A medio día pude localizar al
general Viñas Román, a quien le mostré la fotografía de Cantave que apareció
en El Caribe, y le dije que esa fotografía demostraba que había salido de suelo
dominicano, a lo que respondió que a él le parecía lo mismo; inmediatamente
llamé al ministro García Godoy y le pedí que se dirigiera a la OEA solicitando
una investigación de los hechos acaecidos el día anterior en la frontera de
Dajabon. Poco antes de morir, el Dr. García Godoy hizo en la revista Ahora una
larga historia sobre esa petición mía, pero por lo visto había olvidado que
después de ese momento no hablamos más del asunto, porque esa misma
noche quede preso en el Palacio Nacional. El cable enviado por el ministro
García Godoy al Embajador dominicano ante la OEA, o la llamada telefónica -
Porque ignoro si el ministro García Godoy se comunico con el por cable o por
teléfono- fue lo que determinó el golpe de Estado, dado la noche del 24 al 25
Pues los servicios norteamericanos en nuestro país interceptaban todas las
comunicaciones, y al interceptar ésa el embajador Martin y la misión militar se
dieron cuenta de que la increíble historia de las invasiones de Cantave, los tres
meses de campamentos y movimientos secreto, iban a ser conocidos en todo
el mundo; que ese conocimiento iba a producir un escándalo enorme en los
Estados Unidos y en muchos otros países porque hasta ese día no se había
dado en el mundo el hecho de que un gobierno amigo, que tenía relaciones
diplomáticas y consulares con el de otro país, en este caso el de la República
Dominicana se dedicara a organizar un campamento de extranjeros armados
con la finalidad de que esos extranjeros atacaran un país fronterizo sin que el
jefe del Estado del país donde se estableció el campamento supiera una
palabra de lo que estaba sucediendo. Del escándalo que produciría el
conocimiento de tales hechos iba a salir muy mal parado el prestigio de John F.
Kennedy puesto que a él iba a tocarle ser el primer gobernante del mundo que
sería acusado de haber cometido un desafío semejante, de haber ordenado la
ejecución de una violación tan escandalosa de las normas que gobiernan las
relaciones entre los Estados y sus jefes.

Así pues, para salvar el prestigio de Kennedy y de los altos funcionáis de su


gobierno que pusieron en práctica el plan de las guerrillas haitianas del ex-
general León Canta ve, incluyendo entre ellos al embajador Martin, se tumbó el
gobierno de la República Dominicana, que había sido elegido diez meses antes
con una mayoría aplastante de votos sobre el partido que ocupó el segundo
lugar en las elecciones de 1962, y ese derrocamiento condujo a la Revolución
de abril de 1965, con todos sus muertos y sus sufrimientos, a la intervención
militar de los Estados Unidos, al río de sangre que ha seguido corriendo aquí
desde entonces.

Esa es la historia secreta del golpe del 25 de septiembre de 1963. Muchos de


los datos de esa historia secreta están en el libro llamado Papa-Doc de los
escritores Bernard Diederich, neozelandés casado con una haitiana, que vivió
largo tiempo en Haití y vive ahora en México, y su colaborador Al Burt,
norteamericano; los demás los recogí yo de boca de revolucionarios haitianos
que tomaron parte en los movimientos de Cantave, a los cuales conocí en
Puerto Rico, aquí, en 1965 y 1966, y en Francia; otros los he obtenido aquí,
después de volver al país en abril este año.

A cualquiera que haya dicho o diga que yo conocí los hechos antes, pídanle que
presente las pruebas; y si no las presenta, juren que está hablando mentira.

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