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Queremos llamar la atención de los lectores sobre aspecto de ese trabajo que
consideramos muy importante, y es que en él se dijo por primera vez que el
golpe de Estado de 1963 fue ordenado por la Misión Militar norteamericana, y
se dan los datos comprobatorios de esa afirmación, y sin embargo, todavía hoy,
a veinte años de aquel día, los políticos dominicanos, y especialmente los del
PRD, se refieren a ese episodio de nuestra historia achacándoles la decisión de
dar el golpe a los jefes militares dominicanos.
Hay muchos dominicanos, y yo diría que una mayoría de dominicanos, que han
estado creyendo durante siete años que los autores del golpe le 1963 fueron
los militares que firmaron el documento mediante el cual le declaró derrocado
el gobierno que el pueblo había elegido nueve meses y cinco días antes. Pero
sucede que muchos de esos militares no tuvieron nada que ver con el golpe.
Sus firmas aparecen en la proclama porque estaban en el Palacio Nacional la
noche del 25 de septiembre, no porque tomaran parte en los acontecimientos.
Es más, algunos llegaron al Palacio sin saber qué era lo que estaba sucediendo
allí, cosa, por ejemplo, que le pasó al general Belisario Peguero; otros firmaron
la proclama mientras decían que ese golpe era un error que iba a costarle muy
caro al país, y tal fue el caso del general Renato Hungría; otros la firmaron
porque creyeron que si no lo hacían perderían sus rayas y hasta sus uniformes.
El ex-general Elías Wessin-Wessin declaró hace algún tiempo, mientras se
hallaba en los Estados Unidos, que fue él quien derrocó al gobierno
constitucional de 1963, y que si tuviera que hacerlo otra vez lo haría de nuevo;
pero el ex-general no fue ni el autor ni el jefe del golpe. A él lo llevó al Palacio
Nacional el ex-general Atila Luna, a las tres de la mañana, cuando ya la suerte
de la República había sido resuelta por otros, y lo mismo que hicieron otros,
puso su firma en la proclama sin llegar a darse cuenta de lo que iba a significar
la noche del 25 de septiembre en la historia dominicana. Al hacer esas
declaraciones que hizo, el ex-general Wessin-Wessin estaba ganando
indulgencias con camándula ajena, si bien esas indulgencias no lo eran, y más
bien eran todo lo contrario.
La historia desconocida del golpe va a ser contada ahora, al cabo de siete años,
porque hizo falta todo ese tiempo para que yo fuera reuniendo los detalles,
algunos de los cuales estaban guardados en el mayor secreto, como si fueran
oro en polvo. Pero en esa historia no voy a referirme a los antecedentes
políticos, que reservo para otra ocasión; voy a hablar de los hechos, tal y como
éstos se produjeron.
A mediados del año 1963 recibí una llamada telefónica de Juan M. Díaz, un
dominicano que vive en New York desde hace por lo menos treinta y cinco
años; me dijo que quería verme y llevarme una persona y que se trataba de algo
urgente. Le respondí que fuera a mí casa a medio día y cuando fue me presentó
a su amigo: era el ex-general haitiano León Cantave, un hombre alto, claro para
ser haitiano, de pelo blanco, que había sido jefe del ejército de Haití en los
primeros años del régimen de Duvalier. Díaz y Cantave iban a pedirme que les
facilitara medios, armas y una base en territorio dominicano para preparar una
expedición contra el gobierno de Duvalier. Antes que ellos, otros haitianos me
habían pedido lo mismo, y entre ésos recuerdo al padre Jacinto, a Pierre Rieaud
a Louis Dejoie; a todos los cuales les había respondido lo mismo que les dije
ese día a Juan M. Díaz y al ex-general Cantave: que el gobierno que yo presidía
no podía intervenir en los asuntos de otro país porque el día que lo hiciera no
tendría autoridad moral para impedir que otro gobierno interviniera en los
asuntos dominicanos. “Nosotros”, les dije, “estuvimos preparados en el mes de
abril para actuar contra Duvalier porque éste invadió con su policía la Embajada
dominicana en Haití, y eso se considera en todas partes, del mundo como una
agresión contra la soberanía del Estado al cual pertenece la Embajada; pero no
podemos entrar en actividades ocultas y conspirativas contra Duvalier, porque
eso sería intervenir en los asuntos políticos de los haitianos y además es
contrario a los principios de un gobierno democrático, pues en el régimen
democrático no se hacen ni deben hacerse cosas ocultas. En el sistema
democrático, el pueblo debe estar enterado de lo que haga su gobierno”.
Debo decir que me sorprendió la rapidez con que Juan M. Díaz y Cantave
aceptaron lo que les decía. De hecho, no trataron de convencerme de que debía
complacerlos, y se fueron, y yo me quedé pensando en lo rara que parecía su
actitud, porque viajar desde New York hasta Santo Domingo para plantear un
asunto tan importante e irse sin hacer esfuerzos para conseguir lo que habían
venido a buscar era algo que no me parecía normal. Pero como ustedes verán,
lo que pasaba era que esa visita tenía un propósito secreto, pues al ex-general
Cantave no le hacía falta que yo le dijera que si ni le importaba que le dijera que
no. Por detrás de él había una fuerza poderosa, mucho más poderosa que la del
presidente de la República Dominicana. Lo único que necesitaba esa fuerza era
usar la visita del ex-general Cantave a mi casa, sin importarle lo que yo le
hubiera dicho. Y así fue.
II
El día 16 de agosto se cumplían cien años de haber comenzado la guerra de la
Restauración. Esa guerra, llevada a cabo contra España, es un acontecimiento
histórico de gran importancia para nuestro pueblo, y aunque nosotros no
estábamos en condiciones de hacer grandes fiestas, porque la situación del
país no permitía que hiciéramos gastos, el gobierno quiso darle a ese día la
categoría que merecía, y entre los actos destinados a conmemorar el primer
siglo del comienzo de la guerra se hallaba la inauguración de una escuela en
Capotillo. Fue en ese punto, llamado en aquella época Capotillo Español, donde
comenzó la lucha cien años antes, bajo la jefatura de Santiago Rodríguez.
Verdaderamente, era una pena para el país que a los cien años del histórico 16
de agosto de 1863 los niños del lugar donde había empezado la guerra de la
Restauración no tuvieron escuela. Pero ese día se inauguró una, con la
presencia del Presidente de la República y el ministro de Educación,
Buenaventura Sánchez así como de otras autoridades. Lo más lejos que yo
tenía en ese momento era que la gente de León Cantave, que había sido
derrotada por las fuerzas de Duvalier hacía menos de diez días, había cruzado
la frontera muy cerca de ese punto y estaba operando en territorio de Haití.
Hay que darse cuenta de que todo lo que estaba haciéndose se hallaba dirigido
por extranjeros; que unos cuantos señores ex tra je re s planeaban lo que los
soldados dominicanos debían hacer, y que estos lo hacían sin el conocimiento
del presidente de la República; y en cambio, Duvalier estaba al tanto de los
menores detalles de esos movimientos y creía, con razón que era yo quien daba
las órdenes. Duvalier conocía los planes tan detalladamente que en la noche
anterior cambió la tropa que tenia en Mount-Organisé, porque tenía el temor de
que entre esa tropa hubiera gente combinada con Cantave. Los hombres de
Cantave fueron derrota dos fácilmente y volvieron a territorio dominicano; esa
vez entraron por la Trinitaria. Ese 15 de agosto, una organización internacional
de abogados que estaba establecida en Suiza, es decir, a miles de kilómetros
de la República Dominicana y de Haití, hizo unas declaraciones muy fuertes
contra Duvalier que fueron publicadas ese mismo día en vanos países de
América, transmitidas por agencias norteamericanas de noticias. En esas
declaraciones se explicaba que Duvalier era un tirano, que se mantenía en el
poder gracias a su organización de asesinos llamada Tonton-macutés; que en
Haití no había la menor libertad ni para las personas ni para las organizaciones.
Todo eso era verdad, pero cuatro años después vino a saberse que esa
organización internacional de abogados recibía dinero de los servicios secretos
de los Estados Unidos; de manera que la publicación de ese documento,
justamente el día en que fue lanzado el segundo ataque de las gentes de
Cantave contra Duvalier, es otra prueba indirecta de quienes eran los que
estaban dirigiendo las operaciones de Cantave en territorio dominicano.
Unos días después del 15 de agosto, Cantave envió otro grupo a Haití Ese
grupo llegó a Ferrier, muy cerca de la frontera, mató al síndico y volvió a su
campamento en nuestro país. Mientras tanto, desde varios lugares del Caribe
llegaban a Santo Domingo exiliados haitianos que iban a reunirse con Cantave.
En total, el ex-general haitiano llegó a reunir, entre el 20 y el 25 de agosto, 210
hombres. En la noche del 26 de este mes un avión pesado de transporte dejó
caer cerca de Dajabón una importante cantidad de armas, entre las cuales
había morteros, bazukas, ametralladoras calibre 30, rifles M-l, que eran
entonces los mejores que tenía el ejercito norteamericano, y ametralladoras de
mano M-3. El avión que trajo esas armas a nuestro país venía del campamento
Rome y, en Puerto Rico, una de las grandes bases militares de los Estados
Unidos en el Caribe. Mientras tanto, los agentes políticos que trabajaban con el
embajador John Bartlow Martin organizaban la acción política que debía
debilitar al gobierno dominicano, tales como aquellas conocidas
manifestaciones cristianas, y el propio embajador, queriendo meterme en una
trampa, me propuso el 16 de agosto, en Santiago, que procediera sin pérdida de
tiempo a cambiar de política; que expulsara a los comunistas y usara mano
dura con los trujillistas. Cuando me habló así le miré de tal manera que el
comprendió que había metido la pata y comenzó a pedirme excusas y a
explicar que él no quería darme órdenes, que sólo estaba dándome consejos
como amigo, no como embajador. Yo me levanté sin responderle y me fui a
atender a unos amigos que habían llegado a saludarme. Ese mismo día se
celebraron varias concentraciones dizque cristianas en diferentes lugares del
país y el cónsul norteamericano en Santiago, a quien la gente le llamaba don
Pancho, llegó a la casa de Antonio Guzmán, donde me hospedaba, y protestó
en alta voz ante el embajador, el Nuncio Clarizio y otras personalidades por la
forma excesivamente violenta en que se atacaba al gobierno en esos mítines.
El cónsul don Pancho fue sacado del país al reventar la revolución de 1965, y
por la forma en que actuó el 16 de agosto de 1963 y por esa sacada del país en
1965 se ve que no estaba de acuerdo con los planes de sus jefes o que no se le
habían comunicado esos planes.
En toda esta historia, que duró tres meses, no hubo una persona, campesino,
obrero, empleado público, dirigente del PRD o de otro partido, que se me
acercara a darme una información sobre los movimientos de Cantave; nadie,
excepto el haitiano que me contó a principios de julio que él había salido del
campamento de Sierra Prieta. Es más, preocupado por las acusaciones de
Duvalier, llamé a algunos militares y les pedí que vigilaran a los hombres de
Duvalier; que metieran en Haití gente práctica en los sitios fronterizos para que
observaran si Duvalier hacía movimientos tropas. La OEA celebraba reuniones y
mandaba comisiones que se veían conmigo, y yo hablaba con los
comisionados en la forma más inocente, sin tener la menor idea de que
cualquiera cosa que dijera odia tomarse como una referencia a las fuerzas de
Cantave, que seguían acantonadas en territorio dominicano, cuando lo cierto
era que yo ignoraba de manera absoluta que Cantave y sus 210 hombres tenían
una base en nuestro país.
El Derrocamiento
Debo decir con toda franqueza que no creo que las dos cosas —los ataques
contra Haití y las concentraciones cristianas— fueron planeadas con el fin de
tumbar al gobierno constitucional. Al repasar los hechos de aquellos días con
los informes que tengo ahora llego a la conclusión de que la utilización del
territorio dominicano para tratar de derrocar a Duvalier comenzó como un plan
aislado cuyo único propósito era acabar con el régimen de Duvalier, que había
sacado de Haití a la misión militar norteamericana, cosa que los yanquis no
podían tolerar. Los Estados Unidos tenían desde hacía 30 años el compromiso
internacional, establecido en tratados aprobados por su gobierno y por su
Senado, de no intervenir en los asuntos políticos de otros países de América;
pero desde 1954 habían hallado la manera de violar esos tratados organizando
expediciones secretas, como fue la de Castillo Armas, que derrocó el gobierno
de Jacobo Arbenz en Guatemala, y la de Bahía de Cochinos, llamada a tumbar
el de Fidel Castro en Cuba en abril de 1961. Pero la expedición de Castillo
Armas fue organizada en Nicaragua y Honduras con el conocimiento y la ayuda
de los gobiernos de Nicaragua y Honduras, y la de Bahía de Cochinos se
organizó en Guatemala y en Nicaragua también con el conocimiento y la ayuda
de los gobiernos de Guatemala y Nicaragua; y en el caso de la de Cantave no se
podía contar con la ayuda del gobierno constitucional dominicano porque ese
gobierno respetaba sus compromisos y sus principios, y esos compromisos y
esos principios estaban regulados precisamente por tratados internacionales
iguales a los que habían firmado los norteamericanos, en virtud de los cuales
nuestro país no podía intervenir en la vida política de otro. Los que decidían la
política latinoamericana de los Estados Unidos comprendieron rápidamente
que el gobierno que yo presidía no se prestaría a hacer el papel que habían
hecho los de Honduras y Nicaragua en 1954 y los de Guatemala y Nicaragua en
1961; por eso organizaron ocultamente el campamento de Cantave en Sierra
Prieta, y volvieron a organizado más ocultamente todavía después que yo di
órdenes, a mediados de julio, de que fuera disuelto; y por eso mantuvieron en
secreto todas las actividades de Cantave y de sus hombres en territorio
dominicano, desde julio hasta que el gobierno fue derrocado el 25 de
septiembre.
III
En la reunión con los jefes militares pedí que salieran hacia Dajabón algunos
aviones, pero que tuvieran mucho cuidado con lo que hacían; que no se
produjera ninguna provocación ni ningún movimiento que pudiera costarle la
vida a un militar dominicano; ordené imprimir inmediatamente hojas sueltas en
francés para ser tiradas desde el aire amenazando a Duvalier con medidas
enérgicas si no detuve el ataque, y además hacer radiaciones en español,
francés y patúa diciendo más o menos lo mismo; por último, le pedí al Dr.
Héctor García Godoy, ministro de Relaciones Exteriores , que reuniera el cuerpo
diplomático para informar a todos los representantes extranjeros de lo que
estaba sucediendo. A las once de la mañana fue a verme un dirigente del PRD
para decirme que según le habían informado, los sucesos de ese día obedecían
a un plan para tumbar al gobierno; estaba simulándose un ataque haitiano a
nuestro país para poder decirles a los soldados que yo estaba llevándolos a
una guerra contra los haitianos; pero ese dirigente tampoco sabia nada sobre la
participación de Cantave y de sus hombres en el plan, porque no me mencionó
ese punto, y como yo no sabía nada, no le hice preguntas sobre él. Tampoco
sabían una palabra el jefe del Cuerpo de Ayudantes ni sus hombres; no la sabía
el jefe de la Seguridad Nacional; y lo que es más, los propios militares que
actuaban en Dajabón, los que tenían el contacto directo con Cantave, ignoraban
el verdadero plan político que se ocultaba tras la operación. Peor aún, y
seguramente al oír esto ustedes se asombrarán tanto como yo me asombre
cuando supe la verdad: el propio general Viñas Román ignoraba el plan. El se
había prestado a recibir ordenes de la misión militar norteamericana a espaldas
del presidente de la República, lo cual desde luego es algo incalificable, pero no
tenía la menor idea de que estaban utilizándolo para tumbar al gobierno. El jefe
militar que sabía lo que iba a suceder era el jefe de la aviación, general Atila
Luna, pues era en él en quien confiaban en realidad los miembros de la misión
militar yanqui, especialmente el coronel Luther Long, agregado aéreo. El
domingo, es decir, el día anterior a la reunión de que he hablado hace un
momento, el general Luna había enviado un piloto a Barahona con un sobre
cerrado en el que se explicaba el plan, pero eso vine a saberlo en yo de 1965, es
decir, un año y ocho meses después de haberse producido el golpe de 1963. El
mismo lunes día 23 llegó al país, por San Isidro, el comandante de la marina
yanqui William E. Ferrall. Todavía a esta hora ignoro cuál fue el papel de Ferrall
en los hechos, pero me imagino, y sería un inocente si creyera que él no estaba
a’ tanto de la trama. Mientras tanto, el gobierno estaba haciendo un papel
ridículo ante la OEA, porque estábamos acusando a Haití de atacar nuestro
país, y yo creía absolutamente que era así, cuando la verdad era que Haití
estaba solamente defendiéndose de un ataque que había sido hecho desde
nuestro país, y además un ataque que era el cuarto en dos meses.
En la tarde de ese lunes día 23 mandé buscar varias veces al general Viñas
Román, que no dio señales de vida. Mucho tiempo después supe que había ido
a Dajabón, adonde Cantave y sus hombres, menos los muertos y los
prisioneros, habían vuelto derrotados. En las primeras horas del martes 24, día
de las Mercedes, al leer El Caribe hallé una larga descripción de lo que había
pasado en Dajabón el día antes. La había escrito el periodista Miguel A.
Hernández, quien por lo que leí tampoco sabía que Cantave y sus gentes habían
pasado a Haití desde territorio dominicano. El periodista decía en un párrafo lo
siguiente: “Oficiales del Ejército dominicano expresaron que la República
Dominicana no tuvo nada que ver con el ataque. Esto fue confirmado por el
propio León Cantave” ; y más adelante agregaba que Cantave “Se negó a
contestar cuando se le preguntó de qué punto partieron los rebeldes esta
madrugada, alegando que ello es estrictamente confidencial” y que “cuando
cualquier país protege o ayuda a un movimiento como el de esa naturaleza, no
se puede denunciar” . Pero sucedía que en la página 12 de ese ejemplar de El
Caribe había una foto de Cantave, tomada en el momento en que bajaba de un
avión militar dominicano que lo había traído a la base de San Isidro, y cuando vi
a aquel hombre tan bien vestido, con dos maletines en la mano, me di cuenta
inmediatamente de que él había partido hacia Haití desde territorio dominicano,
puesto que no era posible que hubiera estado peleando en Haití con ropa tan
buena, con corbata y con maletines de buena clase. Deduje que Cantave se
había cambiado de ropa al entrar derrotado en tierra dominicana, y que por lo
tanto había dejado esa ropa y esos maletines en territorio nuestro antes de
entrar en Haití; en consecuencia, él había partido para Haití desde algún lugar
de nuestro país. En ese momento me di cuenta de que se me había estado
engañando; de que alguien había estado jugando de la manera más
irresponsable con el destino de la República, y que ese alguien no eran los
militares dominicanos, porque los jefes militares del país no eran capaces de
inventar y de llevar a cabo un plan semejante. Tomé inmediatamente las
medidas del caso y a media mañana ya estaba enterado de que en la noche
anterior había habido movimiento de altos oficiales en el Palacio Nacional,
donde estaba el Ministerio de las Fuerzas Armadas, y que en las reuniones
había tomado parte el coronel Luther Long. A medio día pude localizar al
general Viñas Román, a quien le mostré la fotografía de Cantave que apareció
en El Caribe, y le dije que esa fotografía demostraba que había salido de suelo
dominicano, a lo que respondió que a él le parecía lo mismo; inmediatamente
llamé al ministro García Godoy y le pedí que se dirigiera a la OEA solicitando
una investigación de los hechos acaecidos el día anterior en la frontera de
Dajabon. Poco antes de morir, el Dr. García Godoy hizo en la revista Ahora una
larga historia sobre esa petición mía, pero por lo visto había olvidado que
después de ese momento no hablamos más del asunto, porque esa misma
noche quede preso en el Palacio Nacional. El cable enviado por el ministro
García Godoy al Embajador dominicano ante la OEA, o la llamada telefónica -
Porque ignoro si el ministro García Godoy se comunico con el por cable o por
teléfono- fue lo que determinó el golpe de Estado, dado la noche del 24 al 25
Pues los servicios norteamericanos en nuestro país interceptaban todas las
comunicaciones, y al interceptar ésa el embajador Martin y la misión militar se
dieron cuenta de que la increíble historia de las invasiones de Cantave, los tres
meses de campamentos y movimientos secreto, iban a ser conocidos en todo
el mundo; que ese conocimiento iba a producir un escándalo enorme en los
Estados Unidos y en muchos otros países porque hasta ese día no se había
dado en el mundo el hecho de que un gobierno amigo, que tenía relaciones
diplomáticas y consulares con el de otro país, en este caso el de la República
Dominicana se dedicara a organizar un campamento de extranjeros armados
con la finalidad de que esos extranjeros atacaran un país fronterizo sin que el
jefe del Estado del país donde se estableció el campamento supiera una
palabra de lo que estaba sucediendo. Del escándalo que produciría el
conocimiento de tales hechos iba a salir muy mal parado el prestigio de John F.
Kennedy puesto que a él iba a tocarle ser el primer gobernante del mundo que
sería acusado de haber cometido un desafío semejante, de haber ordenado la
ejecución de una violación tan escandalosa de las normas que gobiernan las
relaciones entre los Estados y sus jefes.
A cualquiera que haya dicho o diga que yo conocí los hechos antes, pídanle que
presente las pruebas; y si no las presenta, juren que está hablando mentira.