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A r tíc u lo 1 .— N o c io n e s p re v ia s
Ante todo, vamos a precisar algunas nociones previas en
torno al concepto mismo del apostolado en general y del apos
tolado en el propio ambiente 2.
i. E l apostolado en general
a) L a sociedad paganizada
644. A susta contemplar el panorama que ofrece el mundo
actual.
L a vieja Europa, que conservó con más o menos pureza
el tesoro de la fe cristiana a todo lo largo de la Edad Media,
empezó a desviarse de ella con el Renacimiento y la reforma
protestante, y hoy día la mayor parte de las naciones que la
integran se han convertido en auténticos países de misión.
Aun las que figuran en la avanzadilla del catolicismo ofrecen
unas estadísticas aterradoras en torno al cumplimiento de los
más elementales deberes religiosos: misa dominical, comunión
pascual, últimos sacramentos, etc. Si a esto añadimos la ola
de materialismo y de inmoralidad desenfrenada que lo invade
todo, el panorama que ofrece el viejo continente no puede ser
más negro y desolador. No cabe la menor duda: Europa ha
4 Cf. JtiiMmito y la vida crüliana 0 .505-06.
80G P .V 1. Vida social
s O .c ., p .24-25.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 807
lutamente hedonística. Se concibe la vida como un placer, no como un deber;
como un solaz perenne, no como un sacrificio cotidiano; como un fin de sí
misma, no com o un medio y como un preludio de otra vida, en que la feli
cidad será perfecta e imperecedera.
Por consiguiente, la inmoralidad se difunde cada día más, como un río
que ha roto los diques, mientras la lluvia sigue siendo torrencial. Y Dios,
echando una mirada al mundo entero, podría muy bien repetir la frase dicha
un día a N oé: «No permanecerá mi espíritu en el hombre para siempre,
porque es cam al: c.iro est».
C onviene entenderlo bien. L a inmoralidad no es triste herencia de nues
tra edad solamente. Es la herencia de Adán, y toda edad ha sido y será in
fectada por ella.
Pero hoy la inmoralidad presenta caracteres especiales que la distin
guen de la de otros tiempos cristianos y la asemejan a la del antiguo mundo
pagano, en las épocas peores de su decadencia.
Y ante todo cabe lamentar su extensión.
En otros tiem pos la inmoralidad quedaba circunscrita, al menos en sus
síntomas de gravedad, a los centros más populosos. Hoy va difundiéndose
de las ciudades a los campos, donde un tiempo la pureza de las costumbres
iba a la par con la pureza del aire. M ás aún: los miasmas suben de las lla
nuras a las montañas.
H ubo un tiem po en que la corrupción moral dominaba solamente en
las altas esferas de la sociedad. H oy penetra todos los estratos sociales. Las
clases tienden cada día más a nivelarse... en la inmoralidad. L o mismo que
en los tiem pos paganos.
Pero lo que más preocupa es la insensibilidad moral.
En otros tiem pos había cristianos de corazón corrompido, pero de con
ciencia sana. Por eso el pecado iba a menudo acompañado del remordi
miento y seguido de la penitencia. En carnaval señoreaba el vicio, pero se
observaba la cuaresma. L a historia nos recuerda los nombres de libertinos
célebres que terminaron sus días en un convento. H oy en muchas almas se
ha extinguido el sentido moral. Alm as que yacen en las tinieblas y en la
sombra de la muerte, sin esperanza de resurrección. Almas que están en
fermas y no lo saben, y que, p o r ende, no recurren ni a los médicos ni a las
medicinas.
En conclusión, podemos decir que en nuestros tiempos hay corrupción
sin corrección, inmoralidad agravada por la amoralidad. Hay, en una palabra,
un paganismo redivivo».
b) L a escasez de clero
645. A l paganismo creciente hay que unir la escasez cada
vez m ayor de verdaderas vocaciones sacerdotales, que viene a
agravar terriblem ente el problema. En América es frecuente
el caso de un solo sacerdote para treinta o cuarenta mil personas
y a veces más. En los países de misión se necesitan alrededor
de un m illón de sacerdotes— así y todo, cada uno de ellos habría
de convertir y atender a dos mil paganos, puesto que son dos
mil millones en total— y actualmente los misioneros del mundo
entero ¡no llegan a treinta mil! Para cristianizar por entero el"
mundo pagano, cada uno de los misioneros actuales tendría
que convertir y bautizar a unos setenta mil infieles.
808 P.VI. Vida social
A u n en España, donde la sangre de tantos sacerdotes y seminaristas
mártires (7.287) fue semilla de vocaciones en los años siguientes a la guerra,
ha com enzado la curva descendente en proporciones alarmantes. Según da
tos estadísticos publicados en la revista Ecclesia, en el quinquenio 1955-1960
se ordenaron 626 sacerdotes menos que entre 1950 y 1955 6. Para mantener
la misma proporción de clero sobre la población, deberían haberse orde
nado 835 más que en el quinquenio anterior, porque la población total de
España aumentó en un millón durante ese mismo quinquenio. En conse
cuencia, en ese quinquenio se ordenaron 1.461 sacerdotes menos de los
que España necesitaba simplemente para no retroceder con relación al quin
quenio anterior. En nuestros días, la disminución de las vocaciones sacerdo
tales y el abandono del seminario por parte de los que en él se formaban
ha aumentado en proporciones verdaderamente alarmantes. En el cur
so 1963 ingresaron en los seminarios españoles 4.796 alumnos; en el
de 1965, 4.200, y en 1966, 3.771. En cambio, en 1956 abandonaron el se
minario mayor 561 alumnos; en 1962, 834; en 1964, 906, y en 1965, 1.147
seminaristas. O sea, que disminuye progresivamente el núm ero de los que
ingresan en el seminario y aumenta el número de los que lo abandonan.
i.° Es una exigencia de la caridad para con Dios, para con el prójimo
y para con nosotros mismos.
6 48. a) P ara c o n D ios. Es im posible amar a D ios sin
querer y procurar que todas las criaturas le amen y glorifiquen.
E l amor egoísta y sensual es exclusivista: no quiere que nadie
participe de su gozo, quiere saborearlo a solas. Se explica muy
bien por la pequeñez y limitación de la criatura sobre la que
recae. Pero el amor de Dios, al caer sobre un objeto infinito e
inagotable, lejos de disminuir, crece y se agiganta a medida que
se com unica a los demás. Por eso es im posible amar de veras
a D ios sin sentir en el alma la inquietud y el anhelo de hacerlo
amar a los demás. U n amor de Dios que permaneciera indife
rente a las inquietudes apostólicas sería com pletamente falso
e ilusorio.
b) P a r a c o n e l p r ó ji m o . L a caridad para con el prójimo
nos obliga a desearle y procurarle toda clase de bienes en la
m edida de nuestras posibilidades, sobre todo los de orden es
piritual que se ordenan a la felicidad eterna. Imposible, pues,
amar al prójimo con verdadero amor de caridad sin la práctica
afectiva y efectiva del apostolado, al menos en la medida y
grado com patibles con nuestro estado de vida y con los medios
y procedim ientos a nuestro alcance.
c) P a r a c o n n o s o t r o s m i s m o s . Se ha dicho, con razón,
que la limosna material beneficia mucho más a quien la da que
a quien la recibe; porque a cambio de una cosa material y tem
poral se adquiere el derecho a una recompensa espiritual y
eterna. Esto mismo hay que aplicarlo, con mayor razón aún, a la
C-3. El apostolado en el propio ambiente 811
las obras de este apostolado sobresale la acción social cristiana, la cual 'desea
el santo concilio que se extienda hoy día a todo el ámbito temporal, inclui
da la cultura».
a) L a s c o m u n id a d e s de la Iglesia
b) L a fam ilia
657. 11. E l Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como
origen y fundamento de la sociedad humana. C o n su gracia, la convirtió
en sacramento grande en Cristo y en la Iglesia (cf. E f 5,32). Por ello, el
apostolado de los esposos y de las familias tiene singular im portancia tanto
para la Iglesia como para la sociedad civil.
Los esposos cristianos son para sí mismos, para sus hijos y demás fami
liares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Son para sus hijos los
primeros predicadores y educadores de la fe; los forman con su palabra y
ejemplo para la vida cristiana y apostólica, les ayudan prudentemente a
elegir su vocación y fomentan con todo esmero la vocación sagrada cuando
la descubren en los hijos.
Siempre fue deber de los esposos, pero hoy constituye la parte más
importante de su apostolado, manifestar y demostrar con su vida la indiso-
C-3. E l apostolado en el propio ambiente 819
lubilidad y santidad del vínculo matrimonial; afirmar con valentía el dere
cho y la obligación que los padres tienen de educar cristianamente a la
prole, y defender la dignidad y la legítima autonomía de la familia. Coope
ren, por lo tanto, los esposos y los demás cristianos con los hombres de
buena voluntad para que se conserven incólumes estos derechos en la
legislación civil; se tengan en cuenta en el gobierno de la sociedad las nece
sidades familiares en lo referente a vivienda, educación de los niños, condi
ciones de trabajo, seguridad social e impuestos; póngase enteramente a
salvo la convivencia doméstica en la organización de las emigraciones.
Esta misión de ser la célula primera y vital de la sociedad, la familia la
ha recibido directamente de Dios. Cumplirá esta misión si, por la mutua
piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios, se ofrece
como santuario doméstico de la Iglesia; si la familia entera se incorpora al
culto litúrgico de la Iglesia; si, finalmente, la familia practica el ejercicio
de la hospitalidad y promueve la justicia y demás obras buenas al servicio
de todos los hermanos que padecen necesidad. Entre las diferentes obras
del apostolado familiar pueden mencionarse las siguientes: adoptar como
hijos a niños abandonados, acoger con benignidad a los forasteros, colabo
rar en la dirección de las escuelas, asistir a los jóvenes con consejos y ayudas
económicas, ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio,
colaborar en la catcquesis, sostener a los esposos y a las familias que están
en peligro material o moral, proveer a los ancianos no sólo de lo indispen
sable, sino también de los justos beneficios del desarrollo económico.
Siempre y en todas partes, pero de manera especial en las regiones en
que se esparcen las primeras semillas del Evangelio, o la Iglesia se halla
en sus comienzos, o se encuentra en algún grave peligro, las familias cris
tianas dan al mundo testimonio valiosísimo de Cristo cuando ajustan toda
su vida al Evangelio y dan ejemplo de matrimonio cristiano.
Para lograr con mayor facilidad los fines de su apostolado, puede resul
tar conveniente que las familias se reúnan en asociaciones.
c) L a juventud
d) El medio social
659. 13. El apostolado en el medio social, es decir, el afán por llenar
de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estruc
turas de la comunidad en que uno vive, es hasta tal punto deber y carga
de los seglares, que nunca podrá realizarse convenientemente por los demás.
En este campo los seglares pueden ejercer el apostolado del compañero
con el compañero. Es aquí donde se complementa el testimonio de la vida
con el testimonio de la palabra. En el campo del trabajo, de la profesión,
del estudio, de la vecindad, del descanso o de la convivencia, son los seglares
los más aptos para ayudar a sus hermanos.
Los seglares cumplen en el mundo esta misión de la Iglesia, ante todo,
con la concordancia entre su vida y su fe, con la que se convierten en luz
del mundo; con la honradez en todos los negocios, la cual atrae a todos hacia
el amor de la verdad y del bien y, finalmente, a Cristo y a la Iglesia; con la
caridad fraterna, por la que, participando en la condiciones de vida, trabajo,
sufrimientos y aspiraciones de los hermanos, disponen insensiblemente los
corazones de todos hacia la acción de la gracia salvadora; con la plena con
ciencia de su papel en la edificación de la sociedad, por la que se esfuerzan
en llenar de magnanimidad cristiana su actividad doméstica, social y pro
fesional. D e esta forma, su modo de proceder va penetrando poco a poco
en el ambiente de su vida y de su trabajo.
Este apostolado debe abarcar a todos los que se encuentran en el ambien
te y no debe excluir bien espiritual o material alguno que pueda hacerles.
Pero los verdaderos apóstoles, lejos de contentarse con esta sola actividad,
ponen todo su empeño en anunciar a Cristo a sus prójimos también de
palabra. Porque son muchos los hombres que sólo pueden escuchar el
Evangelio o conocer a Cristo por sus vecinos seglares.
1. El apostolado individual
El concilio advierte en primerísimo lugar que todo apos
tolado, tanto individual como asociado, debe brotar con abun
dancia de una vida auténticamente cristiana, sin lo cual todas
las actividades apostólicas estarían irremediablemente condena
das al fracaso «como bronce que suena o címbalo que retiñe»
(1 Cor 13,1).
662. *16. El apostolado que cada uno debe ejercer y que fluye con
abundancia de la fuente de la vida auténticamente cristiana (cf. Jn 4,14)
es el principio y la condición de todo apostolado seglar, incluso del asociado,
y nada puede sustituirlo.
822 P .V l . V id a social
a) Los incrédulos
10 Cf. nuestra obra Jesucristo y la ruij cristímu (BAC, Madrid 1961) n.510-15.
1 1 Cf. Historia de un altrui c.5.
824 P.Vl. Vida social
b) L o s in d iferentes
c) L o s p ecad o res
d) L o s buenos cristianos
f) L o s am ig o s y co m p a ñ ero s d e p ro fesió n
2. E l apostolado colectivo
b) L a A c ció n C a tó lica
c) A p re c io d e las asociaciones
677. 25. T engan presente los obispos, los párrocos y demás sacerdotes
de uno y otro clero que el derecho y la obligación de ejercer el apostolado
es algo común a todos los fieles, clérigos o seglares, y que estos últimos
tienen también su cometido propio en la edificación de la Iglesia. Trabajen,
por ello, fraternalmente con los seglares en la Iglesia y por la Iglesia, y
dedlquenles especial atención en sus obras apostólicas.
Elíjanse cuidadosamente sacerdotes idóneos y bien preparados para ayu
dar a las formas especiales del apostolado seglar. L o s que se dedican a este
ministerio en virtud de la misión recibida de la Jerarquía, representen a ésta
en su acción pastoral; fomenten las debidas relaciones de los seglares con la
Jerarquía, adhiriéndose siempre con toda fidelidad al espíritu y a la doctrina
de la Iglesia; conságrense plenamente a alimentar la vida espiritual y el sen
tido a p o s t ó l i c o de las asociaciones católicas que se les han encomendado;
asistan con sus sabios consejos al dinamismo apostólico de los seglares y
fom enten sus iniciativas. En diálogo continuado con los seglares, busquen
con todo cuidado las formas que den mayor eficacia a la acción apostólica;
prom uevan el espíritu de unidad dentro de cada asociación y en las relacio
nes de unas con otras.
C.3. El a (ios tola Jo en el propio ambiente 831
Por último, los religiosos, hermanos o hermanas, aprecien las obras apos
tólicas de los seglares; entréguense gustosamente, según el espíritu y las
normas de su instituto, a favorecer las obras de los seglares; procuren soste
ner, ayudar y completar los ministerios sacerdotales.
c) O rg a n ism o s de coordinación
678. 26. En las diócesis, en cuanto sea posible, deben crearse conse
jos que ayuden a la obra apostólica de la Iglesia tanto en el campo caritativo
y social como otros semejantes; cooperen en ellos de manera apropiada los
clérigos y los religiosos con los seglares. Estos consejos podrán servir para
la mutua coordinación de las varias asociaciones y obras seglares, respetando
siempre la índole propia y la autonomía de cada una.
Estos consejos, si es posible, deben establecerse también en el ámbito
parroquial o interparroquial, interdiocesano e incluso en el orden nacional
o internacional.
Establézcase, además, cerca de la Santa Sede un secretariado especial
para servicio y desarrollo del apostolado seglar, como centro que, con me
dios adecuados, proporcione noticias de las varias obras del apostolado se
glar, fom ente las investigaciones sobre los problemas que hoy surgen en
este campo y ayude con sus consejos a la Jerarquía y a los seglares en las
obras apostólicas. En este secretariado intervengan los diversos movimientos
y obras del apostolado seglar existentes en todo el mundo, y cooperen en él
también los clérigos y los religiosos con los seglares.
a) N e c e s id a d d e la fo rm a c ió n p a ra el ap o sto la d o
e) M ed io s d e fo rm a ció n
Exhortación final
6 8 5 . 33. El santo concilio ruega, por lo tanto, encarecidamente en
el Señor a todos los seglares que respondan de grado, con generosidad y co
razón dispuesto, a la voz de Cristo, que en esta hora los invita con mayor
insistencia, y a los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que
esta llamada va dirigida a ellos de manera especialísima; recíbanla con en
tusiasmo y magnanimidad. Es el propio Señor el que invita de nuevo a todos
los seglares, por medio de este santo concilio, a que se le unan cada día más
íntimamente y a que, sintiendo como propias sus cosas (cf. F lp 2,5), se aso
cien a su misión salvadora.
Es el propio Cristo el que de nuevo los envía a todas las ciudades y lu
gares a donde El ha de ir (cf. L e 10,1); para que, con las diversas formas
C.3. El apostolado en el propio ambiente 835
y maneras del único apostolado de la Iglesia, que deberán adaptarse cons
tantemente a las nuevas necesidades de los tiempos, se le ofrezcan como
cooperadores, abundando sinceramente en la obra del Señor y sabiendo que
su trabajo no es vano delante de El (cf. i Cor 15,58)*.
i. L a oración
12 C iv a r d i , o .c ., p.47-40-
C.3. El apostolado en el propio ambiente 837
«No todos los apostolados son para todos— ha dicho Pío X I — , y donde
falta la p osibilidad, cesa el deber. M a s todos pueden ejercitar el apostolado
de la oración, porq ue todos pueden orar».
2. E l ejem plo
688. D espués de la oración no hay instrumento de apos
tolado más eficaz que el del buen ejemplo, o sea, el espectáculo
de una conducta intachable jamás desmentida.
11 C f. G . P h ilip # , Misión ile los seglares en la Iglesia 3.* ed. (San Sebastián 1961) p.288-90.
83 8 P.VI. Vida social
3. El sacriñcio
15 P. José B aetem an . Formación de la joven cristiana a.» cd. (Barcelona 1942) p.386
840 P.VI. Vida social
ofrece a la justicia divina por el desorden del pecado propio o
ajeno.
En efecto: es un hecho que todo pecado lleva consigo un
placer desordenado, un gusto o satisfacción que el pecador
se tom a contra la ley de D ios. Si el pecado produjera un dolor
en vez de proporcionar un placer, nadie pecaría. Es muy
justo, pues, que el desequilibrio establecido entre el pecador
y D io s por el placer del pecado tenga que volver a su posición
normal por el peso de un dolor depositado en el otro platillo
de la balanza. Y cuando no se trata de expiar los propios
pecados, sino de convertir a un pecador, la solidaridad en
Cristo de todos los hombres redim idos con su preciosa sangre
hace que uno de sus m iem bros en potencia se beneficie del
dolor de otro de los m iem bros en acto, y el m ilagro de la
conversión se realiza de manera tan adm irable com o ordinaria
y normal dentro de los planes de la providencia amorosísima
de D ios. Cuando ha fracasado todo, todavía queda el recurso
definitivo a la oración y al dolor en la em presa sublim e de la
conversión de los pecadores.
4. L a caridad
690. O tro de los más eficaces m edios de apostolado es el
ejercicio entrañable de la caridad fraterna. H ay espíritus pro
tervos que se niegan obstinadam ente a rendirse ante la Verdad,
aunque ésta aparezca radiante ante sus ojos; pero esos mismos
obstinados se doblegan fácilm ente ante el amor. L a caridad,
cuando es entrañable y auténtica, tiene una fuerza irresistible.
Podríamos citar una larga serie de im presionantes ejemplos.
El divino M aestro conocía m uy bien la eficacia soberana
de la caridad en el ejercicio del apostolado. Instruyendo a sus
discípulos sobre la manera de ejercerlo les decía: E n cualquier
ciudad donde en trareis..., curad a los enfermos que en ella hu
biere, y decidles: E l reino de D ios está cerca de vosotros (Le 10,
8-9). Primero curar (caridad corporal) y luego predicar el
Evangelio (caridad espiritual). Conquistado el corazón por el
ejercicio de la caridad, es tarea fácil conquistar la inteligencia
con los resplandores de la verdad. C o n frecuencia— en efecto—
el obstáculo insuperable para la aceptación de la verdad no
está en la inteligencia, sino en las malas disposiciones del
corazón. H ay que conquistar previam ente éste si queremos
influir decisivamente en aquélla.
Pero no basta dar. Es preciso darse, a ejemplo del divino
Maestro. C risto nos amó— escribe San Pablo— y se entregó por
C.3. El apostolado en el propio ambiente 841
i. C o nven cer
692. A n te todo es preciso caer en la cuenta de que nuestro
apostolado ha de ejercitarse o recaer sobre seres racionales.
Ello quiere decir que hemos de dirigirnos, ante todo, a su
inteligencia por vía de persuasión o de convencim iento. Se
puede doblegar por la fuerza el cuerpo de un hombre, pero
jamás conseguiremos doblegar su alma sino a base de proce
dim ientos racionales.
H ay que evitar a todo trance todo cuanto pueda represen
tar una coacción no sólo de orden físico, com o es evidente,
sino incluso de tipo moral: amenaza de un castigo, promesa
de un premio, favor o ventaja, etc. «Ni atem orizar ni seducir,
sino persuadir, convencer. Esta es la primera ley del aposto
lado» ( C iv a r d i ).
Para el logro de este convencim iento emplearemos todos
los procedim ientos lícitos que estén a nuestro alcance, pero
jamás recurriremos al engaño o la calum nia contra nuestros
adversarios. L a verdad se defiende por sí misma y acaba
siem pre por imponerse, a la corta o a la larga, sin descender
a procedim ientos innobles. N o se puede hacer un mal para
que sobrevenga un bien, cualquiera que sea la magnitud e
im portancia de ese bien. D ios respeta nuestra libertad y sola
mente acepta los homenajes que queramos tributarle espon-
17 C f. C ivaklm, o.c., P.635S, cuya doctrina resumim os aqui.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 843
'* O . c., p. 6 ; .
844 P.VI. Vida social
3. C re a r la ocasión
694. A veces, sin embargo, será preciso ingeniarse para
crear la ocasión de poder ejercitar el apostolado. H ay almas
tan cerradas que nunca se abren por sí mismas. E n estas cir
cunstancias el apóstol no tiene otro recurso que el de crear una
ocasión para insinuarse con discreción y prudencia en aquel
coto cerrado, con el fin de ejercer sobre él una influencia
bienhechora.
Es admirable, a este propósito, el diálogo del Salvador del
mundo con la mujer samaritana. Em pieza con una petición
indiferente: Dame de beber (Jn 4,7). Luego le habla de un
agua que salta hasta la vida eterna (v.14), para excitar en ella
la sed de bebería (v.15). A continuación le revela los secretos
de su alma (v.18) y, finalmente, le revela su condición de
Mesías (v.26). A caba convirtiéndola en apóstol del Evangelio
(v.28-29).
Escuchemos de nuevo a monseñor Civardi:
«Quizás ciertas derrotas del apostolado individual son debidas cabal
mente a falta de tacto, a un celo indiscreto o im prudente que no sabe pre
parar hábilmente el terreno para recoger la buena simiente.
Si tú, por ejemplo, en medio de una conversación sobre un tema profano
(pongamos por caso un partido de fútbol) diriges bruscamente al interlo
cutor estas palabras: «Amigo mío, es tiempo de que pongas en regla las par
tidas de tu alma», muy probablemente oirás una respuesta como ésta: «De
m i alma soy yo solo el responsable, y te ruego que no te encargues de ella».
En realidad has seguido una táctica equivocada. Q u e no puede hablarse
a un alma de sus intereses más delicados así, de sopetón, de improviso, en
un ataque de frente. Es necesario que el discurso se deslice naturalmente,
sin violencias, por la lógica de ideas y de hechos. Y para disponerlo de tal
manera, poco a poco, será tal vez oportuno variar la posición, adoptando
una hábil táctica envolvente.
Es necesario— escribe el P. Plus— «saber hablar un momento de cosas
inútiles para obligar a decir, en el momento oportuno, aquello que el in
terlocutor necesitaba decir y no se atrevía».
L a ocasión puede ser creada no sólo con las palabras, sino también con
las cosas, con los hechos.
U n estudiante universitario, miembro de una asociación católica, va a
encontrar a un compañero de estudios, católico no practicante. Entrado en
el salón, deja un libro sobre la mesa, como para librar las manos de un es
torbo. El compañero, instintivamente, toma el libro, lee el título: Pier Gior-
gio Frassati. Pide explicaciones, que le son dadas de buena gana.
M ás todavía: para satisfacer plenamente la curiosidad del interlocutor,
el libro le es ofrecido como regalo (era la primera etapa a que se quería
llegar). L a lectura de aquellas páginas biográficas brinda más adelante la
ocasión de otros encuentros, de nuevos cambios de ideas, de discusiones,
que llevan a la conquista del compañero.
¿Una emboscada? Sea. M as es uno de aquellos piadosos lazos de la
caridad tendidos no para coger, sino para ofrecer; no para arruinar, sino
para salvar».
C.3. El apostolado en el propio ambiente 845
4. D a r cn cl punto débil
695. T od os los hombres tienen su flaco, su punto débil,
o sea, un determinado aspecto de su psicología fácilmente
vulnerable por cualquier agente que sepa abordarlo con ha
bilidad. En unos ese punto débil es la ambición— lo sacrifican
todo a ella— , en otros el amor a la familia (madre, esposa,
hijos) o a la ciencia, al negocio, a la fama, etc.
N o hay ninguna pasión humana que, rectamente encauza
da, no pueda ponerse al servicio del bien.
Francisco Javier, estudiante en París, estaba dominado
por la am bición y el deseo de honores. Ignacio de Loyola
supo encauzar aquella corriente impetuosa hacia la más noble
de las ambiciones y al mayor de los honores: conquistar el
mundo para Cristo y la santidad para sí.
En ciertos pueblos de Andalucía se desencadena a veces
una batalla campal entre algunos vecinos. Es inútil tratar
de poner paz con razonamientos o a base del poder coercitivo
de la autoridad: nadie hace caso. Pero hay un procedimiento
infalible para que termine instantáneamente la contienda:«¡Por
la Virgen del Rocío o el Cristo del Gran Poder!» En el acto se
abrazan todos con lágrimas en los ojos.
T od o hombre tiene su Virgen del Rocío o su Cristo del
Gran Poder. En muchos, por desgracia, su punto vulnerable
nada tiene de sobrenatural, pero tampoco de pecaminoso: la
promesa que le hicieron a su madre moribunda, el porvenir
de una hijita, la salud de un ser querido... Hay que saber
explotar estos nobles sentimientos, aunque sean de orden
puramente natural, para llevar al buen camino a un extraviado.
«A este propósito— escribe C iv a rd i19— he conocido a un señor que se
declaraba incrédulo y, sin embargo, asistía regularmente a misa todas las
fiestas. ¿De dónde tal incoherencia? D e su profundo amor filial. La piadosa
madre, en el lecho de muerte, le había suplicado que volviera a las prácticas
religiosas de su juventud, por lo menos a la misa festiva. Y él lo había pro
metido. Por esto, y sólo por esto, iba a la iglesia todas las fiestas. Cuando
recordaba la súplica materna, sus ojos se llenaban de lágrimas y se lamen
taba de haber perdido la fe de su madre amada. Mas este su culto materno
fue cl hilo providencial con que una piadosa persona pudo un día retornarlo
enteramente a Dios».
5. Nada de sermones
696. Nada hay que repela tanto como el aire magistral
del que trata de enseñarnos algo sin el título y la categoría
de maestro. A nadie le gusta sentirse humillado por cualquiera
1® O .c., p.68.
846 P.Vl. Vida social
6. Saber esperar
697. U na de las tentaciones que asaltan con m ayor fre
cuencia al apóstol es la tentación de la prisa. Cuanto más
ardiente y encendido sea su celo apostólico, tanto más acu
ciante se torna esta tentación. Q uisiera convertir al mundo
en ocho días y volver al buen camino a un clima extraviada
a la prim era conversación. N o advierte en su buena fe que
así com o la naturaleza procede gradualmente— natura non facit
saltus— , así la sublim e empresa de la conversión o mejoría
de un alma requiere largos esfuerzos y una constancia y tena
cidad a prueba de todos los obstáculos y contratiempos. Las
conversiones instantáneas o m uy rápidas constituyen una rara
20 O .c ., p.68-6q.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 847
7. Saber comprender
8. Perseverar
699. Hem os aludido a esta condición al decir que es
preciso saber esperar. Pero en la espera puede asaltarnos la
tentación del desaliento ante lo infructuoso de nuestros es
fuerzos.
Es preciso perseverar a toda costa. L a em presa suprema
que ha de proponerse todo apóstol— procurar la gloria de
D ios mediante la conversión de las almas— no puede fracasar.
H ay que volver a la carga una y otra vez sin desanimarnos
jamás, ocurra lo que ocurriere. Nuestros esfuerzos darán su
fruto en la hora prevista por D ios.
«Tal v ez esta hora— escribe Civardi 22— suena demasiado tarde para nues
tro celo impaciente. Q uizá, ¿quién lo sabe?, sonará después de nuestra
muerte. L a simiente depositada en el surco de aquella alma, tan amada,
nosotros no tendremos la consolación de verla en flor; pero florecerá, fruc
tificará. T a l vez el fruto madurará en el lecho de la última enfermedad,
cuando el alma se hallará en el umbral de la eternidad. Y otros gozarán de
su conversión, que parecerá, pero no será, improvisa. Y se verificará literal
mente la palabra de Cristo: «Uno es el que siembra y otro es el que siega*
U n 4 . 37 ).
Por tanto, continúa sembrando tu semilla, aunque no veas el fruto. No
te preocupes de la cosecha. D ios no te pide el éxito, sino el trabajo.
Recuerda cómo surgían nuestras gloriosas catedrales en los tiempos pa
sados: trabajaban en ellas diversas generaciones: un arquitecto hacía el pro
yecto, ponía los fundamentos, y otros le sucedían para terminar la empresa.
U n alma en gracia es el templo vivo dcl Espíritu Santo. N o te lamentes
si tú no ves su pináculo. Conténtate con haber puesto los fundamentos. Otro
completará la obra comenzada por ti en la humildad y cn cl sacrificio».
21 C ivardi , o.c., p.70.
12 O.c., p.73.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 849
9. Confiar