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C J. 1U ttpo.Uol.

ulo en d propio ambiente SÚ3

A r tíc u lo 1 .— N o c io n e s p re v ia s
Ante todo, vamos a precisar algunas nociones previas en
torno al concepto mismo del apostolado en general y del apos­
tolado en el propio ambiente 2.

i. E l apostolado en general

641. Nominalmente, la palabra apóstol viene del vocablo


griego óotócjtoAos, derivado del verbo óarooréAXco = enviar, y
significa enviado, mensajero, embajador.
En el sentido religioso que aquí nos interesa, apóstol es
un enviado de Dios para predicar el Evangelio a los hombres.
Lo dice expresamente San Pablo (Rom i,i) y es doctrina
común en toda la tradición cristiana.
Según esto, la expresión apostolado no significa otra cosa
que la obra y actividad del apóstol.
El apostolado cristiano admite muchos grados. El Apóstol
supremo es Cristo Salvador, del que reciben su mandato
apostólico los doce apóstoles del Evangelio, el Romano Pon­
tífice, los obispos y los sacerdotes. De ellos se deriva a los
simples fieles, sobre todo a los que pertenecen a la Acción
Católica, que es el apostolado organizado para los seglares
por la propia jerarquía eclesiástica. En sentido amplio puede
llamarse y es verdaderamente apóstol todo aquel que realiza
alguna acción de apostolado (catequesis, buenos consejos, buen
ejemplo, etc.), aunque sea por su propia cuenta y razón y
sin misión oficial alguna.

2. E l apostolado en el propio ambiente

642. Com o indica su nombre, el apostolado en el propio


ambiente se refiere directamente al que podemos ejercer de
una manera inmediata sobre las personas que habitualmente
nos rodean: la propia familia, los amigos, los compañeros de
profesión, etc. Escuchemos a Mons. C ivard i?:
♦Todos están persuadidos del deber de todo cristiano de ser apóstol en
la familia. San Pablo dice que si hay quien no mira por los suyos, mayormente
si son de su familia (este tal) negado ha la fe, y es peor que un infiel.
Por e9o, si tú tienes en tu casa un enfermo de espíritu (un alma tibia,
negligente en la práctica de los deberes religiosos), siente la obligación de
llamar a Jesús, para que lo cure, como un día San Pedro le recomendó su
suegra, la cual, como refiere San Lucas, hallábase con una fuerte calentura...,

2 ('f. nuestra obra JesuLtutu y tu vida cnsliiinu (BAC, Madrid 1961).


3 Cf. ni *I jwujiio timb¿fiilc 3.* cd. (Barcelona 1956) p.8-9.
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y Jesús, arrimándose a la enferma, mandó a la calentura, y la deió libre. Y le­
vantándose entonces mismo de la cama, se puso a servirles. A sí tu enfermo,
curado milagrosamente por el M édico divino, comenzará a servirlo con
fervor.
Y si— lo que es peor todavía— tienes en tu casa un muerto en el espíritu
(esto es, un alma que no practica la religión y ha perdido la vida sobrena­
tural), tú, como las hermanas M arta y M aría de Betania, preséntate llo­
rando a Jesús y pídele la resurrección, y quizá tendrás el consuelo de ver
a tu muerto salir, como Lázaro, del sepulcro.
Este apostolado cerca de los que llevan nuestra sangre en las venas lo
sentim os y lo ejercemos como un deber estricto de caridad. Y subscribimos
gustosos las severas palabras de San Pablo: E l que no cuida del alma de sus
familiares, es peor que un infiel.
A h o ra bien: el apostolado en el ambiente no es más que una extensión
del apostolado en la familia.
T o d o hombre, en efecto, vive en contacto cotidiano, no sólo con los
miem bros de su familia, mas también con un círculo de otras personas,
que constituyen precisamente el ambiente de su vida social: compañeros
de trabajo o de estudio, amigos, vecinos de su casa, etc. Personas con las
cuales estrecha relaciones, no ya de simple conocimiento, sino de intimidad.
Personas con las que tiene cierta semejanza, que proviene, o de la comuni­
dad de intereses y de profesión, o de consonancia de sentimientos. Sobre
el ánimo de estas personas puede, pues, influir profundam ente para su
bien o para su mal.
El apostolado en el ambiente consiste cabalmente en esto: en hacer bien
a aquellas personas que frecuentamos habitualmente, con las que tenemos
cierta confianza.
E n un sentido más restringido, se llama apostolado en el ambiente el
que se ejerce en bien de aquellos que se hallan en nuestra misma condición
de vida, y que, por tanto, tienen los mismos deberes de estado. Es el apos­
tolado del obrero para con el obrero, del profesional cerca del colega de
profesión, del empleado cerca del compañero de oficina, del estudiante
para con el compañero de escuela, de la madre de familia cerca de las otras
madres.
Se le llama también apostolado del semejante cerca de su semejante».

A r tíc u lo 2 . — Importancia, necesidad y obligatoriedad


del apostolado seglar
El concilio Vaticano II com ienza su decreto Sobre el apos­
tolado de los seglares con un magnífico proem io, pletórico
ya de contenido doctrinal. En él pone de manifiesto la impor­
tancia y necesidad inaplazable del apostolado de los seglares
en la misión misma de la Iglesia. Helo aquí:
643. «1. El concilio, con el propósito de intensificar el dinamismo
apostólico del Pueblo de D ios, se dirige solícitamente a los cristianos seglares,
cuya función específica y absolutamente necesaria en la misión de la Iglesia
ha recordado ya en otros documentos. Porque el apostolado de los seglares,
que brota de la esencia misma de su vocación cristiana, nunca puede faltar
en la Iglesia. L a propia Sagrada Escritura demuestra con abundancia cuán
espontáneo y fructuoso fue tal dinamismo en los orígenes de la Iglesia
(cf. A c t 11,19-21; 18-26; Rom 16,1-16; Flp 4,3).
C.3. El apostolado en el propio ambiente 805
Nuestro tiempo no exige menos celo cn los seglares. Por cl contrario,
las circunstancias actuales piden un apostolado seglar mucho más intenso
y más amplio. Porque el diario incremento demográfico, el progreso cientí­
fico y técnico y l;i intensificación de las relaciones humanas 110 sólo han am­
pliado inmensamente los campos del apostolado de los seglares, en su mayor
parte abiertos solamente a éstos, sino que, además, han provocado nuevos
problemas que exigen atención despierta y preocupación diligente por parte
del seglar. L a urgencia de este apostolado es hoy mucho mayor, porque
ha aumentado, como es justo, la autonomía de muchos sectores de la vida
humana, a veces con cierta independencia del orden ético y religioso y con
grave peligro de la vida cristiana. A esto se añade que, en muchas regiones
en que los sacerdotes son muy escasos, o, como a veces sucede, se ven pri­
vados de la libertad que les corresponde en su ministerio, la Iglesia, sin la
colaboración de los seglares, apenas podría estar presente y trabajar.
Prueba de esta múltiple y urgente necesidad es la acción manifiesta del
Espíritu Santo, que da hoy a los seglares una conciencia cada día más clara
de su propia responsabilidad y los impulsa por todas partes al servicio de
Cristo y de la Iglesia.
El concilio se propone en este decreto explicar la naturaleza, carácter y
variedad del apostolado seglar, exponer los principios fundamentales y dar
instrucciones pastorales para comunicarle mayor eficacia, todo lo cual ha
de tenerse como norma al revisar el Derecho canónico en lo referente al
apostolado seglar».

Com o se ve, el concilio recuerda a los seglares que la misión


de ejercer el apostolado brota de la esencia misma de la vocación
cristiana, señalando después algunas de las razones que hacen
hoy más urgente que nunca la actuación apostólica de los se­
glares. Entre estas razones queremos insistir un poco en las
dos más importantes: la sociedad cada vez más paganizada y
la escasez de sacerdotes4:

a) L a sociedad paganizada
644. A susta contemplar el panorama que ofrece el mundo
actual.
L a vieja Europa, que conservó con más o menos pureza
el tesoro de la fe cristiana a todo lo largo de la Edad Media,
empezó a desviarse de ella con el Renacimiento y la reforma
protestante, y hoy día la mayor parte de las naciones que la
integran se han convertido en auténticos países de misión.
Aun las que figuran en la avanzadilla del catolicismo ofrecen
unas estadísticas aterradoras en torno al cumplimiento de los
más elementales deberes religiosos: misa dominical, comunión
pascual, últimos sacramentos, etc. Si a esto añadimos la ola
de materialismo y de inmoralidad desenfrenada que lo invade
todo, el panorama que ofrece el viejo continente no puede ser
más negro y desolador. No cabe la menor duda: Europa ha
4 Cf. JtiiMmito y la vida crüliana 0 .505-06.
80G P .V 1. Vida social

pecado contra la luz y se está paganizando con rapidez ver­


tiginosa.
El panorama que ofrece el resto del mundo es todavía más
angustioso. L a invasión del comunismo en A sia ha dificultado
enormem ente la penetración del cristianismo en aquel inmenso
continente, y en algunas partes donde florecía espléndido lo ha
extinguido casi por completo. En A frica, el despertar de los
nuevos pueblos, a quienes se ha concedido prematuram ente la
independencia política y económica, ofrece las más siniestras
perspectivas para el cristianismo, por lo fácilm ente que pren­
den en esos pueblos atrasados las promesas materialistas del
com unism o ateo. Y en todo el hemisferio americano, princi­
palm ente en Hispanoamérica, el panorama es sencillamente
desolador, debido principalmente a la escasez angustiosa de
clero y a las propagandas materialistas y ateas.
Es insensato cerrar los ojos a estas terribles realidades so
pretexto de que el pesimismo enerva los ánimos y paraliza
los esfuerzos de los que tratan de poner remedio a tantos males.
N o es desconociendo la realidad como se le llevará el oportuno
remedio, sino confiando en D ios y empleando a fondo todas las
fuerzas disponibles para contrarrestar y superar la ola de paga­
nism o que amenaza sumergirnos a todos. Por lo demás, el
cristiano no puede ni debe entregarse al pesimismo por dura
que sea la realidad que le rodee, puesto que tiene la promesa
de C risto de permanecer con nosotros hasta la consumación
de los siglos (M t 28,20) y la seguridad firmísima de que, ocurra
lo que ocurra, las puertas del infierno no prevalecerán contra
su Iglesia (M t 16,18).
Escuchem os a M ons. Civardi dando la voz de alarma ante
el paganismo m odern o5:
«Algunos no llegan a darse cuenta. Puesto que la cruz domina todavía
desde los pináculos de los templos, y nuestras mil campanas siguen llaman­
do al recogimiento, y junto a los altares humean los incensarios, y delante
de los féretros se alzan todavía las enseñas de la fe, éstos creen pacífica­
mente que nuestra sociedad sigue siendo cristiana.
Por ello piensan que la palabra neopaganismo es efectista, sensacional,
apta, si se quiere, para estimular a las almas tibias, pero que no refleja ge-
nuinamente la realidad.
M as la realidad— a pesar de ciertas apariencias en contrario— es exac­
tam ente ésta: hoy la sociedad está vacía de Cristo, por decirlo con la enér­
gica expresión de San Pablo. Esto es, está vacía de espíritu cristiano; hasta
en ciertas zonas donde Cristo recibe todavía los homenajes del culto.
A bram os bien los ojos y penetremos con nuestra mirada en el fondo de
la realidad, y veremos que la concepción de la vida que hoy domina, aun en
am bientes cristianos, no es ya cristiana; es pagana. Es una concepción abso-

s O .c ., p .24-25.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 807
lutamente hedonística. Se concibe la vida como un placer, no como un deber;
como un solaz perenne, no como un sacrificio cotidiano; como un fin de sí
misma, no com o un medio y como un preludio de otra vida, en que la feli­
cidad será perfecta e imperecedera.
Por consiguiente, la inmoralidad se difunde cada día más, como un río
que ha roto los diques, mientras la lluvia sigue siendo torrencial. Y Dios,
echando una mirada al mundo entero, podría muy bien repetir la frase dicha
un día a N oé: «No permanecerá mi espíritu en el hombre para siempre,
porque es cam al: c.iro est».
C onviene entenderlo bien. L a inmoralidad no es triste herencia de nues­
tra edad solamente. Es la herencia de Adán, y toda edad ha sido y será in­
fectada por ella.
Pero hoy la inmoralidad presenta caracteres especiales que la distin­
guen de la de otros tiempos cristianos y la asemejan a la del antiguo mundo
pagano, en las épocas peores de su decadencia.
Y ante todo cabe lamentar su extensión.
En otros tiem pos la inmoralidad quedaba circunscrita, al menos en sus
síntomas de gravedad, a los centros más populosos. Hoy va difundiéndose
de las ciudades a los campos, donde un tiempo la pureza de las costumbres
iba a la par con la pureza del aire. M ás aún: los miasmas suben de las lla­
nuras a las montañas.
H ubo un tiem po en que la corrupción moral dominaba solamente en
las altas esferas de la sociedad. H oy penetra todos los estratos sociales. Las
clases tienden cada día más a nivelarse... en la inmoralidad. L o mismo que
en los tiem pos paganos.
Pero lo que más preocupa es la insensibilidad moral.
En otros tiem pos había cristianos de corazón corrompido, pero de con­
ciencia sana. Por eso el pecado iba a menudo acompañado del remordi­
miento y seguido de la penitencia. En carnaval señoreaba el vicio, pero se
observaba la cuaresma. L a historia nos recuerda los nombres de libertinos
célebres que terminaron sus días en un convento. H oy en muchas almas se
ha extinguido el sentido moral. Alm as que yacen en las tinieblas y en la
sombra de la muerte, sin esperanza de resurrección. Almas que están en­
fermas y no lo saben, y que, p o r ende, no recurren ni a los médicos ni a las
medicinas.
En conclusión, podemos decir que en nuestros tiempos hay corrupción
sin corrección, inmoralidad agravada por la amoralidad. Hay, en una palabra,
un paganismo redivivo».

b) L a escasez de clero
645. A l paganismo creciente hay que unir la escasez cada
vez m ayor de verdaderas vocaciones sacerdotales, que viene a
agravar terriblem ente el problema. En América es frecuente
el caso de un solo sacerdote para treinta o cuarenta mil personas
y a veces más. En los países de misión se necesitan alrededor
de un m illón de sacerdotes— así y todo, cada uno de ellos habría
de convertir y atender a dos mil paganos, puesto que son dos
mil millones en total— y actualmente los misioneros del mundo
entero ¡no llegan a treinta mil! Para cristianizar por entero el"
mundo pagano, cada uno de los misioneros actuales tendría
que convertir y bautizar a unos setenta mil infieles.
808 P.VI. Vida social
A u n en España, donde la sangre de tantos sacerdotes y seminaristas
mártires (7.287) fue semilla de vocaciones en los años siguientes a la guerra,
ha com enzado la curva descendente en proporciones alarmantes. Según da­
tos estadísticos publicados en la revista Ecclesia, en el quinquenio 1955-1960
se ordenaron 626 sacerdotes menos que entre 1950 y 1955 6. Para mantener
la misma proporción de clero sobre la población, deberían haberse orde­
nado 835 más que en el quinquenio anterior, porque la población total de
España aumentó en un millón durante ese mismo quinquenio. En conse­
cuencia, en ese quinquenio se ordenaron 1.461 sacerdotes menos de los
que España necesitaba simplemente para no retroceder con relación al quin­
quenio anterior. En nuestros días, la disminución de las vocaciones sacerdo­
tales y el abandono del seminario por parte de los que en él se formaban
ha aumentado en proporciones verdaderamente alarmantes. En el cur­
so 1963 ingresaron en los seminarios españoles 4.796 alumnos; en el
de 1965, 4.200, y en 1966, 3.771. En cambio, en 1956 abandonaron el se­
minario mayor 561 alumnos; en 1962, 834; en 1964, 906, y en 1965, 1.147
seminaristas. O sea, que disminuye progresivamente el núm ero de los que
ingresan en el seminario y aumenta el número de los que lo abandonan.

Las causas de esta escasez de sacerdotes en el m undo entero


son m uy varias. L a juventud, entregada desenfrenadamente a
los placeres y diversiones mundanas, la descristianización de
la familia, la inmoralidad que reina por doquier, la persecu­
ción religiosa en los países sojuzgados por el com unism o, la
despreocupación de muchos gobernantes que se llam an cató­
licos y no ayudan económicamente o, al menos, no suficiente­
mente a los seminarios y casas religiosas de form ación, que se
ven obligados a rechazar centenares de vocaciones anuales
por falta de recursos materiales, etc.
Estos son los hechos. A n te ellos aparece con toda eviden­
cia la urgente necesidad de que los seglares católicos se entre­
guen decididam ente a una intensa labor apostólica, para suplir,
al menos en parte, esta agobiante escasez de sacerdotes y
ministros del Señor.
Perfectamente consciente de este lamentable estado de co­
sas, el concilio Vaticano II hace un llamamiento apremiante
a los seglares para que participen activamente en la misión
misma de la Iglesia, que no es otra que la salvación del mundo
para gloria de Dios. H e aquí sus propias palabras:

6 4 6 . «2. L a Iglesia ha nacido con este fin: propagar el reino de Cris­


to en toda la tierra para gloria de D ios Padre, y hacer así a todos los hom­
bres partícipes de la redención salvadora y, por medio de ellos, ordenar
realmente todo el universo hacia Cristo. T o da la actividad del C uerpo mís­
tico, dirigida a este fin, recibe el nombre de apostolado, el cual la Iglesia lo
ejerce por obra de todos sus miembros, aunque de diversas maneras. L a vo­
cación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostola-

6 C f. Ecclesia n.1010 (19 de noviem bre de 1960) p .16-17.


C.3. El apostolado en el propio ambiente 800
do. A sí como en el conjunto de un cuerpo vivo no hay miembros que se
comportan de forma meramente pasiva, sino que todos participan en la
actividad vital del cuerpo, de igual manera en el Cuerpo místico de Cristo,
que es la Iglesia, lodo el cuerpo crece según la operación propia de cada uno
de sus miembros (E f 4,16). N o sólo esto. Es tan estrecha la conexión y traba­
zón de los miembros en este Cuerpo, que el miembro que no contribuye
según su propia capacidad al aumento del cuerpo, debe reputarse como
inútil para la Iglesia y para sí mismo.
H ay en la Iglesia diversidad de ministerios, pero unidad de misión. A los
apóstoles y a sus sucesores les confirió Cristo el encargo de enseñar, de san­
tificar y de regir en su propio nombre y autoridad. Los seglares, por su
parte, al haber recibido participación en el ministerio sacerdotal, profético
y real de Cristo, cumplen en la Iglesia y en el mundo la parte que les atañe
en la misión total del Pueblo de Dios. Ejercen, en realidad, el apostolado
con su trabajo por evangelizar y santificar a los hombres y por perfeccionar
y saturar de espíritu evangélico el orden temporal, de tal forma que su ac­
tividad en este orden dé claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación
de los hombres. Y como lo propio del estado seglar es vivir en medio del
mundo y de los negocios temporales, Dios llama a los seglares a que, con
el fervor del espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera
de fermento».

Nótese la insistencia con que el concilio recuerda a todos


los cristianos que la obligación del apostolado brota de la
misma vocación cristiana y que, por lo mismo, «el miembro
que no contribuye según su propia capacidad al aumento del
cuerpo debe reputarse como inútil para la Iglesia y para sí
mismo». N adie puede desentenderse de este deber sin hacerse
reo de un gran pecado de omisión.
Para urgir más y más este sacratísimo deber de los seglares,
expone el concilio a continuación los fundamentos teológicos
del apostolado seglar. Escuchemos sus propias palabras:
6 4 7. «3. El deber y el derecho del seglar al apostolado deriva de su
misma unión con Cristo Cabeza. Insertos por el bautismo en el Cuerpo
místico de Cristo, robustecidos por la confirmación en la fortaleza del Es­
píritu Santo, es el mismo Señor el que los destina al apostolado. Son consa­
grados com o sacerdocio real y nación santa (cf. 1 Pe 2,4-10) para ofrecer
hostias espirituales en todas sus obras y para dar testimonio de Cristo en
todo el mundo. Son los sacramentos, y sobre todo la eucaristía, los que co­
munican y alimentan en los fieles la caridad, que es como el alma de todo
apostolado.
El apostolado se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad, que el
Espíritu Santo difunde en el corazón de todos los hijos de la Iglesia. Más
aún, el precepto de la caridad, que es el mandamiento máximo del Señor,
urge a todos los cristianos a procurar la gloria de Dios por el advenimiento
de su reino y la vida eterna a todos los hombres, a fin de que conozcan al
único D ios verdadero y a su enviado Jesucristo (cf. Jn 17,3).
Por consiguiente, a todos los cristianos se impone la gloriosa tarea de
trabajar para que el mensaje divino de la salvación sea conocido y aceptado
en todas partes por todos los hombres.
Para practicar este apostolado, el Espíritu Santo, que obra la santifica­
ción del Pueblo de D ios por medio del ministerio y de los sacramentos, da
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también a los fieles (cf. i C o r 12,7) dones peculiares, distribuyéndolos a cada


uno según su voluntad (1 Cor. 12,11), de forma que todos y cada uno, según
la gracia recibida, poniéndola al servicio de los demás, sean también ellos bue­
nos administradores de la multiforme gracia de Dios (1 Pe 4,10), para edifi­
cación de todo el cuerpo en la caridad (cf. E f 4,16). Es la recepción de estos
carismas, incluso de los más sencillos, la que confiere a cada creyente el de­
recho y el deber de ejercitarlos para bien de la humanidad y edificación de
la Iglesia en el seno de la propia Iglesia y en medio del mundo, con la li­
bertad del Espíritu Santo, que sopla donde quiere (Jn 3,8), y en unión al
mismo tiempo con los hermanos en Cristo, y sobre todo con sus pastores, a
quienes toca juzgar la genuina naturaleza de tales carismas y su ordenado
ejercicio, no, por cierto, para que apaguen el Espíritu, sino con el fin de
que todo lo prueben y retengan lo que es bueno (cf. 1 T e s 5,12.19.21)».

Insistiendo un poco más en las ideas más im portantes del


texto que acabamos de citar, he aquí las principales razones
o fundamentos teológicos de la obligatoriedad universal del
apostolado seglar:

i.° Es una exigencia de la caridad para con Dios, para con el prójimo
y para con nosotros mismos.
6 48. a) P ara c o n D ios. Es im posible amar a D ios sin
querer y procurar que todas las criaturas le amen y glorifiquen.
E l amor egoísta y sensual es exclusivista: no quiere que nadie
participe de su gozo, quiere saborearlo a solas. Se explica muy
bien por la pequeñez y limitación de la criatura sobre la que
recae. Pero el amor de Dios, al caer sobre un objeto infinito e
inagotable, lejos de disminuir, crece y se agiganta a medida que
se com unica a los demás. Por eso es im posible amar de veras
a D ios sin sentir en el alma la inquietud y el anhelo de hacerlo
amar a los demás. U n amor de Dios que permaneciera indife­
rente a las inquietudes apostólicas sería com pletamente falso
e ilusorio.
b) P a r a c o n e l p r ó ji m o . L a caridad para con el prójimo
nos obliga a desearle y procurarle toda clase de bienes en la
m edida de nuestras posibilidades, sobre todo los de orden es­
piritual que se ordenan a la felicidad eterna. Imposible, pues,
amar al prójimo con verdadero amor de caridad sin la práctica
afectiva y efectiva del apostolado, al menos en la medida y
grado com patibles con nuestro estado de vida y con los medios
y procedim ientos a nuestro alcance.
c) P a r a c o n n o s o t r o s m i s m o s . Se ha dicho, con razón,
que la limosna material beneficia mucho más a quien la da que
a quien la recibe; porque a cambio de una cosa material y tem­
poral se adquiere el derecho a una recompensa espiritual y
eterna. Esto mismo hay que aplicarlo, con mayor razón aún, a la
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gran limosna espiritual del apostolado. Es cierto que el que la


recibe se beneficia también en el orden espiritual y trascenden­
te; pero ello sin perjuicio alguno, antes con gran ventaja de su
mismo bienhechor. A l entregarnos a las fatigas apostólicas en
bien de nuestros hermanos acrecentamos en gran escala nuestro
caudal de méritos ante Dios. De esta manera el apostolado no
solamente es una exigencia, sino una práctica excelente y si­
multánea del amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos.

2.° Es una exigencia del dogma del Cuerpo místico de Cristo.


649. N o se concibe, en efecto, que los miembros— actua­
les o en potencia— de un mismo y único organismo sobrenatu­
ral permanezcan indiferentes ante la salud y el bienestar de los
demás.
a) E l b a u tism o , al incorporarnos a ese Cuerpo místico,
nos vinculó de tal manera a su divina cabeza y a cada uno de
sus miembros entre sí, que nadie puede desentenderse de los
demás sin cometer un atentado, un verdadero crimen contra
todo el Cuerpo místico. Aquellas palabras de Cristo en el juicio
definitivo a mí me lo hicisteis tienen su aplicación perfecta tanto
en la línea del bien como en la del mal (Mt 25,40 y 45).
b) L a c o n f ir m a c ió n , al hacernos soldados de Cristo, vi­
goriza y refuerza las exigencias apostólicas del bautismo dán­
donos la fortaleza necesaria para librar las batallas del Señor.
El soldado tiene por misión defender el bien común. Un
soldado egoísta es un contrasentido. Por eso el confirmado
tiene que ser apóstol por una exigencia intrínseca de su propia
condición 7.
«¡Cuántos cristianos— escribe a este propósito Colin 8— , por desgracia,
no han tenido nunca conciencia de esta obligación moral y de su gravedad!
Pío XI se la recordaba un día a los directores del Apostolado de la Oración
cn Italia: *Todos los hombres están obligados a cooperar al reino de Jesucris­
to, lo mismo que todos los miembros de la misma familia deben hacer algo
por ella, y no hacerlo es un pecado de omisión, que puede ser grave» 9.
¡Cuántos fieles, desconocedores del espíritu comunitario, piadosamente
egoístas, se han fabricado una religión puramente individualista y no han
corrido cl riesgo ni de un simple catarro para servir al prójimo!
Esta colaboración del laicado es tanto más necesaria en nuestros días
cuanto que una inmensa masa paganizada escapa por completo a la influen­
cia y al dominio dcl clero. Víctimas de prejuicios, del odio, de su educación
anticristiana, desconfían de todos los que visten sotana, que, ante sus ojos,
no son más que explotadores de la credulidad y defensores del capitalismo
hurgues*.

7 C f. S nin. Tt-iif. 3 11.72 n.2.


(Madrid 1057 ) P-429-30.
8 C01.1v, A m nw s <1 mii’sfros /ifim.iiios
* Pío XI, discurso dcl 24 de septiembre de 1927.
812 P .V I. V id a social

A rtíc u lo 3 .— La espiritualidad seglar en orden


al apostolado

C om o no podía menos de ser así, el concilio relaciona estre­


cham ente la espiritualidad seglar con la práctica del apostolado.
Después de afirmar que Cristo es la fuente y origen de todo el
apostolado de la Iglesia, urge a los seglares la necesidad im pres­
cindible de unirse íntimamente a El para asegurar la eficacia
de ese mismo apostolado, y les impulsa a un ejercicio conti­
nuo de la fe, de la esperanza y de la caridad en armonía con las
características concretas y particulares de su propia vida; po­
niendo, finalmente, por modelo de esta espiritualidad apostó­
lica a la Santísima Virgen María, Reina de los A póstoles.
H e aquí el espléndido texto conciliar.
6 50 . «4. Cristo, enviado por el Padre, es la fuente y origen de todo
el apostolado de la Iglesia. Es por ello evidente que la fecundidad del
apostolado seglar depende de la unión vital de los seglares con C risto. Lo
afirma el Señor: El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque
sin mí no podéis hacer nada (Jn 15,5). Esta vida de unión íntim a con Cristo
en la Iglesia se nutre con los auxilios espirituales comunes a todos los fieles,
m uy especialmente con la participación activa en la sagrada liturgia. Los
seglares deben servirse de estos auxilios de tal forma que, al cum plir como
es debido las obligaciones del mundo en las circunstancias ordinarias de la
vida, no separen la unión con Cristo de su vida personal, sino que crezcan
intensamente en ella, realizando sus tareas según la voluntad de D ios. Es
necesario que los seglares avancen por este camino de la santidad con es­
píritu decidido y alegre, esforzándose por superar las dificultades con pru­
dente paciencia. N i las preocupaciones familiares ni los demás negocios
temporales deben ser ajenos a esta orientación espiritual de la vida, según
el aviso del Apóstol: Todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo
en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por E l (C o l 3,17).
Tal vida exige ejercicio continuo de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es
posible reconocer siempre y en todo lugar a D ios, en quien vivimos, nos
movemos y existimos (A ct 17,28); buscar su voluntad en todos los aconteci­
m ientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, próximos o extraños,
y ju zg ar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades
tem porales tanto en sí mismas como en orden al fin del hombre.
Quienes poseen esta fe viven con la esperanza de la revelación de los
hijos de D ios, acordándose de la cruz y de la resurrección del Señor. Escon­
didos con Cristo en D ios y libres de la esclavitud de las riquezas durante
la peregrinación de esta vida, a la vez que aspiran a los bienes eternos, se
entregan generosamente y por entero a dilatar el reino de D ios y a informar
y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano. En
medio de las adversidades de esta vida hallan fortaleza en la esperanza,
pensando que ¡os padecimientos del tiempo presente no son nada en compara­
ción con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (Rom 8,18).
M ovidos por la caridad, que procede de Dios, hacen el bien (cf. G ál 6,10)
a todos, m uy especialmente a sus hermanos en la fe, despojándose de toda
maldad y de todo engaño, de hipocresías, envidias y maledicencias (1 Pe 2,1,)
C.3 . E l apostolado cu el propio ambiente 813

atrayendo así a los hombres a Cristo. La caridad de Dios, que se ha derrama­


do en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado
(Rom s,5), capacita a los seglares para expresar realmente en su vida el
espíritu de las bienaventuranzas. Siguiendo a Jesús pobre, no se abaten por
la escasez ni se ensoberbecen con la riqueza; imitando a Cristo humilde, no
ambicionan glorias vanas (cf. Gál 5,26), sino que procuran agradar a Dios
antes que a los hombres, dispuestos siempre a dejarlo todo por Cristo
(cf. L e 14,26) y a padecer persecución por la justicia (cf. M t 5,10), recor­
dando las palabras del Señor: Si alguien quiere venir en pos de mí, niegúese
a sí mismo, tome su cruz y sígame (M t 16,24). Con el cultivo de la amistad
cristiana se ayudan mutuamente en todas las necesidades.
A esta espiritualidad seglar debe conferirle un matiz característico el es­
tado de matrimonio y familia, de soltería o de viudez, la situación de enfer­
medad, la actividad profesional y social. No dejen, por lo tanto, de cultivar
con asiduidad las cualidades y dotes que, adecuadas a tales situaciones, les
han sido dadas, y hagan uso de los dones personales recibidos del Espíritu
Santo.
Por otra parte, los seglares que, siguiendo su vocación, se han inscrito
en alguna de las asociaciones o institutos aprobados por la Iglesia, esfuér­
cense igualmente por asimilar con fidelidad las características peculiares de
la espiritualidad propia de tales asociaciones o institutos.
T engan en sumo aprecio el dominio de la propia profesión, el sentido
familiar y cívico y todas aquellas virtudes que se refieren a las relaciones
sociales, esto es, la honradez, el espíritu de justicia, la sinceridad, los bue­
nos sentimientos, la fortaleza de alma, sin las cuales no puede darse una
autentica vida cristiana.
El modelo perfecto de esta espiritualidad apostólica es la Santísima V ir­
gen M aría, Reina de los Apóstoles, la cual, mientras vivió en este mundo
una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones familiares y de
trabajos, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo sin­
gularísimo a la obra del Salvador; y ahora, asunta a los cielos, «cuida con
amor materno de los hermanos de su Hijo que peregrinan todavía y se ven
envueltos en peligros y angustias hasta que lleguen a la patria feliz*. Hón­
renla todos con suma devoción y encomienden su vida apostólica a la soli­
citud materna de María*.

Com o puede apreciar el lector, en el texto que acabamos de


transcribir ofrece el concilio a los seglares todo un magnífico
programa de apostolado en su propio ambiente. Es de tal den­
sidad doctrinal, que él solo, bien asimilado en todas sus par­
tes, bastaría para formar un apóstol seglar de cuerpo entero.
Nunca los seglares meditarán demasiado un texto tan profun­
do y com pleto y que tan directamente les afecta para vivir una
auténtica espiritualidad específicamente seglar.

Artículo 4 .— F ines y objetivos del apostolado seglar


El concilio precisa admirablemente los fines y objetivos
que la Iglesia se propone alcanzar mediante el apostolado de
los seglares, que no son otros, en definitiva, que llevar a todas
partes y a todos los hombres del mundo la obra redentora de
Cristo. Escuchem os la magnífica exposición conciliar:
814 P .V I . V id a social

6 5 1 . «5. L a obra redentora de Cristo, aunque de suyo se refiere a la


salvación de los hombres, se propone también la restauración de todo el
orden temporal. Por ello, la misión de la Iglesia no es sólo ofrecer a los
hom bres el mensaje y la gracia de Cristo, sino también el im pregnar y per­
feccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. L o s seglares,
por lo tanto, al realizar esta misión de la Iglesia, ejercen su propio Aposto­
lado tanto en la Iglesia como en el mundo, lo mismo en el orden espiritual
que en el temporal; órdenes ambos que, aunque distintos, eátán tan ínti­
mam ente relacionados en el único propósito de D ios, que lo que D ios quie­
re es hacer de todo el mundo una nueva creación en Cristo, incoativamente
aquí en la tierra, plenamente en el último día. El seglar, que es al mismo
tiem po fiel y ciudadano, debe guiarse, en uno y otro orden, siem pre y sola­
mente por su conciencia cristiana».

Com o se ve, el concilio insiste una vez más en la «consa­


gración del mundo» como misión típica de los seglares. Su apos­
tolado ha de encaminarse, en efecto, a «impregnar y perfeccio-
tar todo el orden temporal con el espíritu evangélico». En se­
guida nos va a decir de qué manera el apostolado de los seglares
complementa al de la jerarquía y cómo debe ejercerse a base del
testimonio de la propia vida y buscando ocasiones para llevar a
todos los demás el espíritu de Cristo. H e aquí sus palabras:

6 5 2 . «6. L a misión de la Iglesia tiene como fin la salvación de los


hombres, la cual hay que conseguir con la fe en Cristo y con su gracia.
Por lo tanto, el apostolado de la Iglesia y de todos sus m iem bros se ordena
en prim er lugar a manifestar al mundo con palabras y obras el mensaje de
C risto y a com unicar su gracia. T o d o esto se lleva a cabo principalmente
por el m inisterio de la palabra y de los sacramentos, encom endado de for­
ma especial al clero, y en el que los seglares tienen que desempeñar también
un papel de gran im portancia para ser cooperadores de la verdad (3 Jn 8). En
este orden sobre todo se complementan mutuamente el apostolado seglar
y el m inisterio pastoral.
Son innumerables las ocasiones que tienen los seglares para ejercitar el
apostolado de la evangelización y de la santificación. E l mismo testimonio
de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural,
tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia D ios. L o avisa
el Señor: A sí ha de lucir vuestra luz ante ¡os hombres, que, viendo vuestras
buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos (M t 5,16).
Este apostolado, sin embargo, no consiste sólo cn el testimonio de vida.
E l verdadero apóstol busca ocasiones para anunciar a Cristo con la palabra,
ya a los no creyentes, para llevarlos a la fe; ya a los fieles, para instruirlos,
confirmarlos y estimularlos a mayor fervor de vida: Porque la caridad de
Cristo nos constriñe (2 C o r 5,14). En el corazón de todos deben resonar
aquellas palabras del Apóstol: ¡A y de mí si no evangelizare! (1 C o r 9,16).
M as, como en esta nuestra época se plantean nuevos problemas y se
multiplican errores gravísimos que pretenden destruir desde sus cimientos
la religión, el orden moral e incluso la sociedad humana, este santo concilio
exhorta de corazón a los seglares a que cada uno, según las cualidades j>cr-
sonales y la formación recibida, cumpla con suma diligencia la parte que
le corresponde, según la mente de la Iglesia, en aclarar los principios cris­
tianos, difundirlos y aplicarlos certeramente a los problemas de hoy.
C .3. E l apostolado en el propio ambiente 815

El panorama que despliega el concilio ante los seglares es,


pues, inmenso. Se trata de «restaurarlo todo en Cristo» y de
llevar a El los corazones de todos los hombres. O sea, una do­
ble y urgente cristianización: la de las estructuras humanas en
general y la de los mismos hombres en particular. Examinemos
un poco más despacio esa doble vertiente a la luz del concilio.

i. Renovación cristiana del orden temporal


653* *7- El plan de Dios sobre el mundo es que los hombres ins­
tauren con espíritu de concordia el orden temporal y lo perfeccionen sin
cesar.
T odo lo que constituye el orden temporal: bienes de la vida y de la fa­
milia, la cultura, la economía, las artes y las profesiones, las instituciones
de la comunidad política, las relaciones internacionales y otras realidades
semejantes, así como su evolución y progreso, no son solamente medios
para el fin último del hombre, sino que tienen, además, un valor propio
puesto por D ios en ellos, ya se los considere en sí mismos, ya como parte
de todo el orden temporal: Y vio Dios todo lo que había hecho, y era muy
bueno (Gén 1,31). Esta bondad natural de las cosas temporales recibe una
dignidad especial por su relación con la persona humana, para cuyo servi­
do fueron creadas. Plugo, finalmente, a Dios el unificar todas las cosas
tanto naturales como sobrenaturales en Cristo Jesús, para que El tenga la pri­
macía sobre todas las cosas (Col 1,18). Este destino, sin embargo, no sólo no
priva al orden temporal de su autonomía, de sus propios fines, leyes, me­
dios e importancia para el bien del hombre, sino que, por el contrario, lo
perfecciona en su valor y excelencia propia y, al mismo tiempo, lo ajusta
a la vocación plena del hombre sobre la tierra.
En el decurso de la historia, el uso de los bienes temporales se ha visto
desfigurado por graves aberraciones, porque los hombres, tarados por el
pecado original, cayeron con frecuencia en muchísimos errores acerca del
verdadero D ios, de la naturaleza del hombre y de los principios de la ley
moral; de todo lo cual se 6Íguió la corrupción de las costumbres y de las
instituciones humanas y la no rara conculcación de la persona del hombre.
Incluso en nuestros días, no pocos, confiando más de lo debido en los pro­
gresos de las ciencias naturales y de la técnica, incurren como en una ido­
latría de los bienes materiales, convirtiéndose en siervos más bien que en
señores de ellos.
Es obligación de toda la Iglesia trabajar para que los hombres se capa­
citen a fin de establecer rectamente el universo orden temporal y ordenarlo
hacia D ios por Jesucristo. T oca a los Pastores el manifestar claramente los
principios sobre el fin de la creación y el uso del mundo y prestar los auxi­
lios morales y espirituales para instaurar en Cristo el orden de las realidades
temporales.
Es preciso, sin embargo, que los seglares acepten como obligación pro­
pia el instaurar el orden temporal y el actuar directamente y de forma con­
creta en dicho orden, dirigidos por la luz del Evangelio y la mente de la
Iglesia y movidos por la caridad cristiana; el cooperar, como conciudadanos
que son de los demás, con su específica y propia responsabilidad, y el bus­
car en todas partes y en todo la justicia del reino de Dios. Hay que instau­
rar el orden temporal de tal forma que, salvando íntegramente sus propias
leyes, se ajuste a los principios superiores de la vida cristiana y se manten­
ga adaptado a lus variadas circunstancias de lugar, tiempo y nación. Entre
810 P .V 1 . V id a social

las obras de este apostolado sobresale la acción social cristiana, la cual 'desea
el santo concilio que se extienda hoy día a todo el ámbito temporal, inclui­
da la cultura».

En estos párrafos tan densos, el concilio destaca una vez


más lo que ya hemos expuesto o insinuado al hablar de la «con­
sagración del mundo» por los seglares. H ay que recalcar los
siguientes puntos fundamentales:
i.° El orden temporal debe ser instaurado y perfeccionado
sin cesar con espíritu verdaderamente cristiano, ya que todo él
es bueno y tiene un valor propio, puesto por D ios al servicio
del hombre y para gloria de Cristo.
2.0 H ay que poner especial cuidado, sin embargo, en no
desfigurar con verdaderas aberraciones el uso de los bienes
temporales, incurriendo en una especie de idolatría de los mis­
mos y convirtiéndose el hombre en siervo más que en señor y
dueño de todos ellos.
3.0 Es preciso que los seglares acepten como obligación pro­
pia el instaurar el orden temporal y el actuar directamente y de
forma concreta en dicho orden, dirigidos por la luz del Evange­
lio y la mente de la Iglesia y movidos por la caridad cristiana.
Este último punto— el de moverse a im pulsos de la caridad
cristiana— es tan importante y fundamental, que el concilio
vuelve inmediatamente sobre él en unos párrafos admirables.
Helos aquí:

6 5 4 . «8. T o d o ejercicio de apostolado tiene su origen y su fuerza en


la caridad. Pero hay algunas obras que, por su propia naturaleza, ofrecen
especial aptitud para convertirse en expresión viva de esta caridad; Cristo
nuestro Señor quiso que fueran prueba de su misión mesiánica (cf. M t 11,
4 ~5 )-
E l mandamiento supremo de la ley es amar a D ios de todo corazón
y al prójimo como a sí mismo (cf. M t 22,37-40). Cristo hizo suyo este man­
damiento del amor al prójimo y lo enriqueció con un nuevo sentido al que­
rer identificarse El mismo con los hermanos como objeto único de la caridad,
diciendo: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí
me lo hicisteis (M t 25,40). Cristo, pues, al asumir la naturaleza humana,
unió a sí con cierta solidaridad sobrenatural a todo el género humano como
una sola familia, y estableció la caridad como distintivo de sus discípulos
con estas palabras: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis
caridad unos con otros (Jn 13,35).
En sus comienzos, la santa Iglesia, uniendo el «ágape» a la cena eucarís-
tica, se manifestaba toda entera unida en tom o a Cristo por el vínculo de la
caridad; así en todo tiempo se hace reconocer por este distintivo del amor
y, sin dejar de gozarse con las iniciativas de los demás, reivindica para sí
las obras de caridad como deber y derecho propio que no puede enajenar.
Por lo cual, la misericordia para con los necesitados y los enfermos y las
llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesi­
dades humanas son consideradas por la Iglesia con singular honor.
C.3. E l apostolado en el propio ambiente 817
Estas actividades y estas obras se han hecho hoy día mucho más urgen­
tes y universales, porque, con cl progreso de los medios de comunicación,
se han acortado en cierto modo las distancias entre los hombres, y los habi­
tantes de todo el mundo se han convertido en algo así como miembros de
una sola familia. L a acción caritativa puede y debe abarcar hoy a todos los
hombres y a todas las necesidades. Dondequiera que haya hombres carentes
de alimento, vestido, vivienda, medicinas, trabajo, instrucción, medios ne­
cesarios para llevar una vida verdaderamente humana, o afligidos por la
desgracia o por la falta de salud, o sufriendo el destierro o la cárcel, allí
debe buscarlos y encontrarlos la caridad cristiana, consolarlos con diligente
cuidado y ayudarles con la prestación de auxilios. Esta obligación se impone
ante todo a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad.
Para que este ejercicio de la caridad sea verdaderamente irreprochable
y aparezca como tal, es necesario ver en el prójimo la imagen de Dios, según
la cual ha sido creado, y a Cristo Señor, a quien en realidad se ofrece lo que
al necesitado se da; respetar con máxima delicadeza la libertad y la dignidad
de la persona que recibe el auxilio; no manchar la pureza de intención con
cualquier interés de la propia utilidad o con el afán de dominar; cumplir
antes que nada las exigencias de la justicia, para no dar como ayuda de ca­
ridad lo que ya se debe por razón de justicia; suprimir las causas, y no sólo
los efectos, de los males y organizar los auxilios de tal forma, que quienes
los reciben se vayan liberando progresivamente de la dependencia extema
y se vayan bastando por sí mismos.
Aprecien mucho, por consiguiente, los seglares y ayuden, en la medida
de sus posibilidades, a las obras de caridad y a las organizaciones asistencia-
les, privadas o públicas, incluso las internacionales, con las que se hace
llegar a todos los hombres y a todos los pueblos necesitados un eficaz auxilio,
cooperando en esto con todos los hombres de buena voluntad».

El concilio, como se ve, no se olvida de nadie y extiende su


mirada angustiada, llena de inquietud apostólica, sobre todo
el universo y sobre todos los hombres del mundo, en quienes ve
a D ios— a cuya im agen han sido creados— y a Cristo, que los
ha redim ido al precio de su sangre divina. Y con esta visión
universalista va a indicar ahora a los seglares los diversos campos
en que han de desarrollar incesantemente sus actividades apos­
tólicas. Su exposición es tan completa y detallada que no ne­
cesita glosas ni comentarios. He aquí sus propias palabras:

2. Los diversos campos del apostolado


655. «9. L o s seglares ejercen su múltiple apostolado tanto en la Igle­
sia como en el mundo. En uno y otro orden se abren variados campos a la
actividad apostólica, de los que queremos recordar aquí los principales. Son
éstos: las com unidades de la Iglesia, la familia, la juventud, el ambiente so­
cial, los órdenes nacional e internacional. Y como en nuestros días las mu­
jeres tienen una participación cada vez mayor en toda la vida de la sociedad,
es de gran im portancia su participación, igualmente creciente, en los diver­
sos campos del apostolado de la Iglesia.
818 P .V I . V id a social

a) L a s c o m u n id a d e s de la Iglesia

656. 1 o. Los seglares tienen su parte activa en la vida y en la acción


de la Iglesia, como participes del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey.
Su acción dentro de las comunidades de la Iglesia es tan necesaria que sin
ella el propio apostolado de los Pastores no puede conseguir la mayoría
de las veces plenamente su efecto. Porque los seglares de verdadero espí­
ritu apostólico, a la manera de aquellos varones y mujeres que ayudaban
a Pablo en el Evangelio (cf. A c t 18,18.26; Rom 16,3), suplen lo que falta
a sus hermanos y confortan el espíritu de los Pastores como del restante
pueblo fiel (cf. 1 C o r 16,17-18). Nutridos personalmente con la participa­
ción activa en la vida litúrgica de su comunidad, cum plen con solicitud su
cometido en las obras apostólicas de la misma; devuelven a la Iglesia a los
que quizá andaban alejados; cooperan intensamente en la predicación de la
palabra de Dios, sobre todo con la instrucción catequística; con su compe­
tencia profesional dan mayor eficacia a la cura de las almas y también a la
administración de los bienes eclesiásticos.
La parroquia ofrece modelo clarísimo del apostolado comunitario, porque
reduce a unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran
y las inserta en la universalidad de la Iglesia. Acostúmbrense los seglares
a trabajar en la parroquia íntimamente unidos con sus sacerdotes; a presen­
tar a la comunidad de la Iglesia los problemas propios y del mundo y los
asuntos que se refieren a la salvación de los hombres, para examinarlos y so­
lucionarlos conjuntamente, y a colaborar según sus posibilidades en todas
las iniciativas apostólicas y misioneras de su familia eclesiástica.
Cultiven sin cesar el sentido de diócesis, de la que la parroquia es como
célula, dispuestos siempre a consagrar también sus esfuerzos a las obras
diocesanas, siguiendo la invitación de su Pastor. Más aún: para responder
a las necesidades de las ciudades y de las regiones rurales, no limiten su
cooperación dentro de los límites de la parroquia o de la diócesis; procuren
más bien extenderla a los campos interparroquial, interdiocesano, nacional
o internacional, sobre todo porque el aumento diario de las emigraciones, el
incremento de las relaciones sociales y la facilidad de las comunicaciones no
permiten que quede encerrada en sí misma parte alguna de la sociedad.
Vivan, por lo tanto, preocupados por las necesidades del Pueblo de Dios
disperso por toda la tierra. Consideren, sobre todo, como propias las obras
misioneras, prestándoles medios materiales e incluso ayuda personal. Porque
es un deber y un honor para el cristiano devolver a Dios parte de los bienes
que de El recibe.

b) L a fam ilia
657. 11. E l Creador del mundo estableció la sociedad conyugal como
origen y fundamento de la sociedad humana. C o n su gracia, la convirtió
en sacramento grande en Cristo y en la Iglesia (cf. E f 5,32). Por ello, el
apostolado de los esposos y de las familias tiene singular im portancia tanto
para la Iglesia como para la sociedad civil.
Los esposos cristianos son para sí mismos, para sus hijos y demás fami­
liares, cooperadores de la gracia y testigos de la fe. Son para sus hijos los
primeros predicadores y educadores de la fe; los forman con su palabra y
ejemplo para la vida cristiana y apostólica, les ayudan prudentemente a
elegir su vocación y fomentan con todo esmero la vocación sagrada cuando
la descubren en los hijos.
Siempre fue deber de los esposos, pero hoy constituye la parte más
importante de su apostolado, manifestar y demostrar con su vida la indiso-
C-3. E l apostolado en el propio ambiente 819
lubilidad y santidad del vínculo matrimonial; afirmar con valentía el dere­
cho y la obligación que los padres tienen de educar cristianamente a la
prole, y defender la dignidad y la legítima autonomía de la familia. Coope­
ren, por lo tanto, los esposos y los demás cristianos con los hombres de
buena voluntad para que se conserven incólumes estos derechos en la
legislación civil; se tengan en cuenta en el gobierno de la sociedad las nece­
sidades familiares en lo referente a vivienda, educación de los niños, condi­
ciones de trabajo, seguridad social e impuestos; póngase enteramente a
salvo la convivencia doméstica en la organización de las emigraciones.
Esta misión de ser la célula primera y vital de la sociedad, la familia la
ha recibido directamente de Dios. Cumplirá esta misión si, por la mutua
piedad de sus miembros y la oración en común dirigida a Dios, se ofrece
como santuario doméstico de la Iglesia; si la familia entera se incorpora al
culto litúrgico de la Iglesia; si, finalmente, la familia practica el ejercicio
de la hospitalidad y promueve la justicia y demás obras buenas al servicio
de todos los hermanos que padecen necesidad. Entre las diferentes obras
del apostolado familiar pueden mencionarse las siguientes: adoptar como
hijos a niños abandonados, acoger con benignidad a los forasteros, colabo­
rar en la dirección de las escuelas, asistir a los jóvenes con consejos y ayudas
económicas, ayudar a los novios a prepararse mejor para el matrimonio,
colaborar en la catcquesis, sostener a los esposos y a las familias que están
en peligro material o moral, proveer a los ancianos no sólo de lo indispen­
sable, sino también de los justos beneficios del desarrollo económico.
Siempre y en todas partes, pero de manera especial en las regiones en
que se esparcen las primeras semillas del Evangelio, o la Iglesia se halla
en sus comienzos, o se encuentra en algún grave peligro, las familias cris­
tianas dan al mundo testimonio valiosísimo de Cristo cuando ajustan toda
su vida al Evangelio y dan ejemplo de matrimonio cristiano.
Para lograr con mayor facilidad los fines de su apostolado, puede resul­
tar conveniente que las familias se reúnan en asociaciones.

c) L a juventud

658. 12. Lo s jóvenes ejercen en la sociedad actual una fuerza de


extraordinaria importancia. Las circunstancias de su vida, su modo de pen­
sar e incluso las mismas relaciones con la propia familia han cambiado so­
bremanera. M uchas veces pasan con demasiada rapidez a una nueva situa­
ción social y económica. Pero, al paso que aumenta de día en día su impor­
tancia social e incluso política, parecen como impreparados para sobrellevar
como es debido las nuevas cargas.
Este aumento de la importancia de las generaciones jóvenes en la socie­
dad exige de ellos una correspondiente actividad apostólica, a la cual los
dispone su misma índole natural. Madurando la conciencia de la propia
personalidad, impulsados por el ardor de vida y por un dinamismo desbor­
dante, asumen la propia responsabilidad y desean tomar parte en la vida
social y cultural. Este celo, si está lleno del espíritu de Cristo y se ve ani­
mado por la obediencia y el amor a los pastores de la Iglesia, ofrece la espe­
ranza cierta de frutos abundantes. Los jóvenes deben convertirse en los
primeros e inmediatos apóstoles de los jóvenes, ejerciendo el apostolado
personal entre sus propios compañeros, habida cuenta del medio social en
que viven.
Procuren los mayores entablar con los jóvenes diálogo amistoso, que,
salvadas las distancias de la edad, permita a unos y otros conocerse mutua­
mente y comunicarse lo bueno que cada generación tiene. Estimulen los
adultos a la juventud hacia el apostolado, primeramente con el ejemplo
820 P .V I . V id a social

y, en ocasiones, con prudentes consejos y auxilios eficaces. Los jóyenes,


por su parte, sientan respeto y confianza en los mayores, y aunque sientan
la natural inclinación hacia las novedades, aprecien, sin embargo, como es
debido las tradiciones valiosas.
También los niños tienen su propia actividad apostólica. Según su capa­
cidad, son testigos vivientes de Cristo entre sus compañeros.

d) El medio social
659. 13. El apostolado en el medio social, es decir, el afán por llenar
de espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estruc­
turas de la comunidad en que uno vive, es hasta tal punto deber y carga
de los seglares, que nunca podrá realizarse convenientemente por los demás.
En este campo los seglares pueden ejercer el apostolado del compañero
con el compañero. Es aquí donde se complementa el testimonio de la vida
con el testimonio de la palabra. En el campo del trabajo, de la profesión,
del estudio, de la vecindad, del descanso o de la convivencia, son los seglares
los más aptos para ayudar a sus hermanos.
Los seglares cumplen en el mundo esta misión de la Iglesia, ante todo,
con la concordancia entre su vida y su fe, con la que se convierten en luz
del mundo; con la honradez en todos los negocios, la cual atrae a todos hacia
el amor de la verdad y del bien y, finalmente, a Cristo y a la Iglesia; con la
caridad fraterna, por la que, participando en la condiciones de vida, trabajo,
sufrimientos y aspiraciones de los hermanos, disponen insensiblemente los
corazones de todos hacia la acción de la gracia salvadora; con la plena con­
ciencia de su papel en la edificación de la sociedad, por la que se esfuerzan
en llenar de magnanimidad cristiana su actividad doméstica, social y pro­
fesional. D e esta forma, su modo de proceder va penetrando poco a poco
en el ambiente de su vida y de su trabajo.
Este apostolado debe abarcar a todos los que se encuentran en el ambien­
te y no debe excluir bien espiritual o material alguno que pueda hacerles.
Pero los verdaderos apóstoles, lejos de contentarse con esta sola actividad,
ponen todo su empeño en anunciar a Cristo a sus prójimos también de
palabra. Porque son muchos los hombres que sólo pueden escuchar el
Evangelio o conocer a Cristo por sus vecinos seglares.

e) Los órdenes nacional e internacional


660. 14. Es inmenso el campo dcl apostolado en los órdenes nacional
e internacional, en los cuales los seglares son los principales administradores
de la sabiduría cristiana. En el amor a la patria y en el fiel cumplimiento
de los deberes civiles siéntanse obligados los católicos a prom over el genuino
bien común y hagan valer así el peso de su opinión para que el poder polí­
tico se ejerza con justicia y las leyes respondan a los preceptos de la moral
y al bien común. Los católicos preparados en los asuntos públicos y forta­
lecidos, como es su deber, en la fe y en la doctrina cristiana, no rehúsen
desempeñar cargos políticos, ya que con ellos, dignamente ejercidos, pue­
den servir al bien común y preparar al mismo tiempo los caminos al Evan­
gelio.
Procuren los católicos cooperar con todos los hombres de buena volun­
tad para promover cuanto hay de verdadero, de justo, de santo, de amable
(cf. F lp 4,8). Dialoguen con ellos, precediéndoles en la prudencia y en cl
sentido humano, e investiguen la forma de perfeccionar, según el espíritu
del Evangelio, las instituciones sociales y públicas.
Entre los signos de nuestro tiempo hay que mencionar especialmente el
C .3 . E l apostolado en el propio ambiente 821
creciente e ineluctab e sentido de la solidaridad de todos los pueblos. Es
misión del apostolado seglar promover solícitamente este sentido de soli­
daridad y convertirlo en sincero y auténtico afecto de fraternidad. Los
seglares deben ser, además, conscientes del campo internacional y de los
problemas y soluciones, así doctrinales como prácticos, que en él se produ­
cen, sobre todo respecto a los pueblos en vías de desarrollo.
Recuerden todos los que trabajan en naciones extranjeras o les prestan
ayuda que las relaciones entre los pueblos deben ser una comunicación
fraterna, en la que ambas partes dan y reciben a la vez. Quienes viajan
por motivo de obras internacionales, de negocios o de descanso, no olviden
que son en todas partes heraldos itinerantes de Cristo y que deben portarse
como tales con sinceridad».

Hasta aquí el vastísimo panorama apostólico que abre el


concilio a los seglares. Nadie debe sentirse abrumado al con­
templar la inmensidad de la tarea y la escasez de medios con
que cuenta para abordar tamaña empresa. Porque no hay que
olvidar en ningún momento que esa gigantesca labor ha de
ser realizada entre todos, y Dios no nos pedirá cuenta a cada
uno en particular del resultado final, sino únicamente del in­
terés y rectitud de intención con que hayamos ejercitado nues­
tro celo apostólico con los medios a nuestro alcance y en el
campo limitado de nuestro propio ambiente. Volveremos más
abajo sobre esto.

Artículo 5 .— D iferentes formas del apostolado seglar


A l abordar el tema de las diferentes formas que puede re­
vestir el apostolado de los seglares, el concilio establece una
primera división fundamental:
661. «15. Lo s seglares pueden ejercer su acción apostólica como indi­
viduos o reunidos en varias comunidades o asociaciones*.

Vamos, pues, a examinar por separado cada uno de estos


dos aspectos: el individual y el colectivo.

1. El apostolado individual
El concilio advierte en primerísimo lugar que todo apos­
tolado, tanto individual como asociado, debe brotar con abun­
dancia de una vida auténticamente cristiana, sin lo cual todas
las actividades apostólicas estarían irremediablemente condena­
das al fracaso «como bronce que suena o címbalo que retiñe»
(1 Cor 13,1).
662. *16. El apostolado que cada uno debe ejercer y que fluye con
abundancia de la fuente de la vida auténticamente cristiana (cf. Jn 4,14)
es el principio y la condición de todo apostolado seglar, incluso del asociado,
y nada puede sustituirlo.
822 P .V l . V id a social

A este apostolado, siempre y en todas partes fecundo y en determinadas


circunstancias el único apto y posible, están llamados y obligados todos los
seglares, de cualquier condición, aunque no tengan ocasión o posibilidad
de cooperar en asociaciones.
M uchas son las formas de apostolado con que los seglares edifican a la
Iglesia y santifican al mundo, animándolo en Cristo.
L a form a peculiar del apostolado individual y, al mismo tiempo, signo
m uy en consonancia con nuestros tiempos, y que manifiesta a Cristo viviente
en sus fieles, es el testimonio de toda la vida seglar, que fluye de la fe, de la
esperanza y de la caridad. Con el apostolado de la palabra, absolutamente
necesario en algunas circunstancias, los seglares anuncian a Cristo, explican
su doctrina, la difunden, cada uno según su condición y saber, y la profesan
fielmente.
A l cooperar, además, como ciudadanos de este m undo en lo que se
refiere a la edificación y gestión del orden temporal, es necesario que los
seglares busquen en la luz de la fe los motivos más elevados de obrar en la
vida familiar, profesional, cultural y social, y los manifiesten a los demás
aprovechando las ocasiones, conscientes de que con ello se hacen coopera­
dores de D ios Creador, Redentor y Santificador, y de que lo glorifican.
Por último, vivifiquen los seglares su vida con la caridad y manifiéstenla
en las obras en la medida de sus posibilidades.
Recuerden todos que con el culto público y con la oración, con la peni­
tencia y la libre aceptación de los trabajos y desgracias de la vida, con la que
se asemejan a Cristo paciente (cf. 2 C o r 4,10; C o l 1,24), pueden llegarse
a todos los hombres y ayudar a la salvación del mundo entero*.

Las últimas palabras del magnífico texto conciliar que


acabamos de transcribir muestran una vez más la atormentada
inquietud de la Iglesia por llevar el mensaje redentor de Cristo
a todos los hombres del mundo. E inm ediatam ente se fija con
particular angustia en aquellas regiones— cada vez más vastas—
en que la libertad evangelizadora de la Iglesia se ve imposibili­
tada por los poderes públicos. En estas circunstancias, la acción
apostólica individual de los seglares se hace más urgente y ne­
cesaria que nunca. Escuchemos al propio concilio:

663. «17. Este apostolado individual es particularmente apremiante


y necesario en aquellas regiones en que se ve gravemente im pedida la liber­
tad de la Iglesia. En estas circunstancias extraordinariamente difíciles, los
seglares, supliendo en lo posible a los sacerdotes, exponiendo su propia
libertad y en ocasiones su vida, enseñan la doctrina cristiana a aquellos que
los rodean, los instruyen en la vida religiosa y en el pensamiento católico
y los inducen a la frecuente recepción de los sacramentos y a las prácticas
de la piedad, sobre todo la cucarística. El santo concilio, al tiempo que da
profundamente gracias a Dios, que no deja de suscitar aun en nuestros días
seglares de heroica fortaleza en medio de las persecuciones, los abraza con
afecto paterno y con gratitud.
El apostolado individual tiene campo especial en las regiones en que los
católicos son pocos y viven dispersos. A llí los seglares, que solamente ejer­
cen el apostolado individual por las causas ya dichas o por especiales motivos
surgidos de la propia labor profesional, se reúnen acertadamente para dialo­
gar en grupos pequeños, sin forma alguna estricta de institución u organiza­
ción, de modo que aparezca siempre delante de los demás el signo de la
C.3. F.J apostolado en el propio ambiente 823
comunidad de la Iglesia como verdadero testimonio de amor. De este modo,
ayudándose unos a otros espiritualmente por la amistad y la comunicación
de experiencias, se preparan para superar los inconvenientes de una vida
y de un trabajo demasiado aislados y para producir frutos mayores cn cl
apostolado».

Como es fácil comprender, el apostolado individual— e in­


cluso el colectivo— de los seglares, ha de revestir matices muy
diversos y especiales según la clase de almas sobre las que ha
de recaer ese apostolado. Vamos a indicar brevemente las prin­
cipales categorías 10.

a) Los incrédulos

664. Son los más necesitados de nuestro apostolado, pues


están constituidos en extrema necesidad espiritual. Extinguida
por completo en sus almas la luz de la fe, yacen y viven tranqui­
los en las tinieblas y sombras de muerte (cf. Le. 1,79). Sobre
todo si perdieron la fe cristiana después de haberla profesado
en otra época de su vida, su situación ante Dios es en extremo
peligrosa, ya que nadie pierde la fe sino por su propia culpa. La
divina revelación nos asegura, en efecto, que Dios no retira ja­
más sus dones sino al que se hace culpablemente indigno de ellos:
«Los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rom 11,29).
El apostolado ejercido con esta clase de almas está erizado
de dificultades. Como en la mayoría de los casos falta en absolu­
to la buena fe, es muy difícil entablar diálogo o emprender una
acción apostólica inmediata con garantías de acierto. Hay que
abrumar al incrédulo con una caridad inagotable, con un ejem­
plo jamás desmentido de virtud, y hay que emprender una la­
bor apostólica a largo plazo, sin prisas ni apremios que podrían
echarlo todo a perder. A veces habrá que renunciar en absoluto
al apostolado de la palabra, que, lejos de producir algún bien
a esos pobres extraviados, empeoraría, por el contrario, la situa­
ción y resultaría del todo contraproducente. En estos casos hay
que recurrir a la oración ferviente, a la confianza en Dios y a la
poderosa intercesión de María, Mediadora universal de todas
las gracias. L a oración nunca es estéril, y obtiene de Dios todo
cuanto de El espera confiadamente. Es impresionante el caso
del criminal Prancini, salvado por la oración ardiente de Santa
Teresita del N iño Jesús siendo todavía una niña de pocos años H.
N o todos los incrédulos ofrecen, sin embargo, las mismas
dificultades para ejercer sobre ellos el apostolado. La incre-

10 Cf. nuestra obra Jesucristo y la ruij cristímu (BAC, Madrid 1961) n.510-15.
1 1 Cf. Historia de un altrui c.5.
824 P.Vl. Vida social

dulidad no tiene raíces igualmente profundas en todas las


almas:
«En realidad, muchas voces es un velo frágil lo que separa a un alma de
Cristo, impidiéndole conocerlo. T a l vez es la ignorancia, o un prejuicio, o
la mala educación, o la sugestión del am biente... Basta que una mano pia­
dosa abata el obstáculo, y la figura de Cristo aparece radiante al alma que
le estaba ya próxima, pero que no podía vcrlo>> 12.

b) L o s in d iferentes

6 6 5. Constituyen la inmensa m ayoría de los hombres de


hoy. Preocupados únicamente de las cosas de la tierra, rara vez
levantan sus ojos al cielo. Su vida se reduce a las ocupaciones
de su trabajo profesional, al descanso y a la diversión en la ma­
yor medida posible. L a religión no les preocupa. A caso estén
bautizados y no sientan animadversión alguna hacia la Iglesia,
pero... les da todo igual. N o practican la religión, aunque tam­
poco la persiguen. Simplemente se encogen de hom bros ante
ella.
Su situación es en extremo peligrosa. En cierto sentido son
más culpables ante D ios que los propios incrédulos que care­
cen en. absoluto de las luces de la fe. A menos que una ignorancia
casi completa— que rara vez dejará de ser del todo inculpable—
atenúe su responsabilidad, su situación ante D ios es m uy com­
prometida. Si la muerte les sorprende en ese estado, su destino
eterno será deplorable.
H ay que ejercer ante estos infelices el apostolado en sus
más variadas formas. Si su indiferencia procede de la ignoran­
cia religiosa habrá que contrarrestarla con un apostolado de
tipo doctrinal y catequístico. Si tiene sus raíces en un corazón
dominado por las pasiones, será inútil todo cuanto se intente
en el orden doctrinal antes de conseguir que rom pan con sus
ataduras afectivas. El apóstol ejercitará su celo, removiendo
los obstáculos que apartan de D ios a estos infelices con ese
arte exquisito cuyo secreto poseen únicam ente la caridad y la
prudencia sobrenatural.

c) L o s p ecad o res

6 6 6 . Entendemos aquí por tales a los cristianos que con­


servan la fe, a diferencia de los incrédulos, y que se preocupan
de las cosas de su alma, a diferencia de los indiferentes; pero
no aciertan a superar el ímpetu de sus pasiones y se entregan
al pecado, aunque con pena y dolor de su propia fragilidad e

11 CtVARDI, O.C., p .40.


C.3■ El apostolado en el propio ambiente 82B

inconsecuencia. Quisieran vivir cristianamente, se lamentan de


su falta de energía en rechazar las tentaciones..., pero de hecho
sucumben fácilmente a ellas, sobre todo cuando cometen la
imprudencia— m uy frecuente en ellos— de ponerse voluntaria­
mente en ocasiones peligrosas: espectáculos de subido color,
malas compañías, lecturas frívolas, etc.
Estas pobres almas son más desgraciadas que perversas.
Con todo, su situación ante Dios sigue siendo muy incorrecta
y peligrosa. Deberían, al menos, esforzarse en evitar las ocasio­
nes de pecado, frecuentar los sacramentos, imponerse un régi­
men severo de vida cristiana para no dejar ninguna válvula
de escape a su ligereza e inconstancia. El apostolado sobre estas
almas consistirá principalmente en apartarlas con dulzura y
suavidad de las ocasiones peligrosas, proporcionándoles diver­
siones sanas y honestas, hacerles frecuentar los sacramentos,
practicar alguna tanda de ejercicios espirituales internos o los
admirables Cursillos de cristiandad, que tantas conversiones
han logrado, etc. Hay que extremar la suavidad y dulzura,
haciéndoles ver lo peligroso de su situación y la belleza de la
verdadera vida cristiana, pero extremando el cuidado para no
exacerbar su abatimiento moral con reprensiones demasiado
duras y falta de comprensión, que podría empeorar terrible­
mente las cosas, sobre todo si se trata de la débil e inexperta
juventud.

d) L o s buenos cristianos

6 6 7. El apostolado no reconoce límites ni fronteras. Ha


de recaer también sobre los buenos cristianos, con el fin de
empujarles hacia las cumbres de la perfección cristiana. No
hay nadie tan bueno que no pueda serlo más: «El justo justi­
fiqúese más y el santo santifíquese más» (Ap 22,11). Trabajar
en la conversión de un pecador es empresa gratísima a Dios y
obtendrá de El una espléndida recompensa; pero, sin duda al­
guna, es más importante todavía trabajar en la santificación
perfecta de las almas, ya que un verdadero santo glorifica mu­
cho más a D ios que mil justos imperfectos y arrastra consigo,
por el peso de su propia santidad, un gran número de almas
por los caminos de la eterna salvación. Gran apostolado el que
se ejerce sobre las almas escogidas, empujándolas más y más
hacia las cumbres de la unión con Dios, aunque sea sin brillo
alguno ante los hombres. Dios sabe valorar muy bien las cosas,
y en el cielo un humilde capellán de monjas que se esforzó toda
su vida en empujarlas hacia la santidad ocupará, quizá, un
puesto más relevante y brillará con mayor fulgor que el gran
826 P.VI. Vida social

predicador de campanillas que, con menos rectitud de inten­


ción, cosechó gloria y aplausos en sus incesantes campañas
apostólicas.

c) L o s pro pio s fam iliares

66 8. Constituyen, quizá, el objetivo prim ordial del apos­


tolado en el propio ambiente. Obligados a convivir continua­
mente, unidos por los dulces lazos del amor más puro y entra­
ñable, circulando por las venas de todos la misma sangre, el
apostolado entre los propios familiares es uno de los más pro­
fundos y eficaces. Claro que hay que saber ejercitarlo, adap­
tándose a la gran variedad de temperamentos, gustos, aficio­
nes, tendencias afectivas, grados de cultura, etc., que con fre­
cuencia diversifican enormemente a los m iem bros de una mis­
ma familia. H abrá que tener en cuenta todos estos elementos
si se quiere trabajar con garantías de éxito, y habrá que extre­
mar, en todo caso, el apostolado del buen ejemplo, que es el más
eficaz de todos.

f) L o s am ig o s y co m p a ñ ero s d e p ro fesió n

6 6 9 . D espués de nuestros propios familiares, los seres


más próxim os a nosotros son nuestros amigos y compañeros de
profesión. T am b ién con ellos hemos de convivir largas horas
del día— a veces más que con los propios fam iliares— y se nos
presentarán, por lo mismo, continuas ocasiones de ejercitar el
apostolado en sus más variadas formas. A l hablar de la táctica
del apostolado expondrem os los principales procedimientos
para obtener el máximo rendim iento de nuestros esfuerzos
apostólicos.

2. E l apostolado colectivo

D espués de esta breve excursión sobre el diferente trato


que el seglar ha de dar a las distintas clases o categorías de
almas sobre las cuales ha de ejercitar su apostolado individual,
volvam os al decreto conciliar para recoger sus enseñanzas en
torno al apostolado organizado o colectivo.

670. «18. Cada cristiano está llamado a ejercer el apostolado indivi­


dual en las variadas circunstancias de su vida; recuerde, sin embargo, que
el hom bre es social por naturaleza y que D ios ha querido unir a los creyen­
tes en C risto en el Pueblo de D ios (cf. 1 Pe 2,5-10) y en un solo cuerpo
(cf. 1 C o r 12,12). Por consiguiente, el apostolado organizado responde ade­
cuadamente a las exigencias humanas y cristianas de los fieles y es al mismo
tiempo signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo, quien
C.3. III apostolado en el propio ambiente 827
dijo: D o n d e d o s o tres está n congregados en mi nom bre, a llí estoy yo en m edio
de e llos (M t 18,20).
Por esto, los cristianos lian de cjcrcci el apostolado aunando sus esfuer­
zos. Sean apóstoles lanío en el seno de sus familias como en las parroquias
y diócesis, las cuales expresan el carácter comunitario del apostolado, y en
los grupos cuya constitución libremente decidan.
La organización es también muy importante, porque muchas veces el
apostolado exige que se lleve a cabo con una acción común tanto en las co­
munidades de la Iglesia como en los diversos ambientes. Porque las asocia­
ciones erigidas para la acción colectiva del apostolado apoyan a sus miem­
bros y los forman para él, y organizan y dirigen convenientemente su obra
apostólica, de forma que son de esperar frutos mucho más abundantes que
si cada uno trabaja aisladamente.
En las circunstancias actuales es de todo punto necesario que en la
esfera de la acción seglar se robustezca la forma asociada y organizada del
apostolado, puesto que la estrecha unión de las fuerzas es la única que
vale para lograr plenamente todos los fines del apostolado moderno y
proteger eficazmente sus bienes. En este punto interesa sobremanera que
el apostolado llegue también hasta la mentalidad común y las condiciones
sociales de aquellos a quienes se dirige; de lo contrario, éstos serán incapaces
muchas veces para resistir ante la presión de la opinión pública o de las
instituciones.

a) Multiplicidad de formas del apostolado organizado


671. 19. Es grande la variedad existente en las asociaciones de apos­
tolado; unas se proponen el fin general apostólico de la Iglesia; otras buscan
de modo particular los fines de la evangelización y de la santificación;
algunas tienden a la inspiración cristiana del orden temporal; otras dan tes­
timonio de Cristo especialmente por las obras de misericordia y de caridad.
Entre estas asociaciones hay que considerar en primer lugar las que fa­
vorecen y alientan la unidad más íntima entre la vida práctica y la fe de sus
miembros. Las asociaciones no son fin de sí mismas, sino que deben servir
a la misión que la Iglesia tiene que realizar en el mundo; su eficacia apos­
tólica depende de la conformidad con los fines de la Iglesia y del testimonio
cristiano y espíritu evangélico de cada uno de sus miembros y de toda la
asociación.
El cometido universal de la misión de la Iglesia, considerando a un
tiempo el progreso de las instituciones y el curso agitado de la sociedad
actual, exige que las obras apostólicas de los católicos perfeccionen cada día
más las formas asociadas en el campo internacional. Las organizaciones
internacionales católicas conseguirán mejor su fin si los grupos que las
integran y sus miembros se unen a ellas más estrechamente.
Guardada la relación debida con la autoridad eclesiástica, los seglares
tienen el derecho de fundar y dirigir asociaciones y darles un nombre. Hay
que evitar, sin embargo, la dispersión de las fuerzas, la cual se produce
cuando se crean sin razón suficiente nuevas asociaciones y obras o se man­
tienen más allá del límite de vida útil asociaciones o métodos anticuados.
No siempre, por otra parte, será oportuno el aplicar sin discriminación a
otras naciones las formas que se establecen en algunas de ellas.
828 P.V1. Vida social

b) L a A c ció n C a tó lica

672. 20. Desde hacc algunos dcccnios, en muchas naciones, los


seglares, consagrados cada vez más al apostolado, se reunieron en varias
formas de acción y de asociaciones que, manteniendo unión m uy estrecha
con la Jerarquía, perseguían y persiguen fines propiamente apostólicos.
Entre estas u otras instituciones semejantes más antiguas hay que mencio­
nar sobre todo las que, aun siguiendo diversos métodos de acción, dieron,
sin embargo, frutos ubérrimos para el reino de Cristo, y que, recomendadas
y promovidas con razón por los Sumos Pontífices y por m uchos obispos,
recibieron de ellos el nombre de Acción Católica y fueron definidas con
muchísima frecuencia como cooperación de los seglares en el apostolado
jerárquico.
Estas formas de apostolado, ya se llamen A cció n Católica o tengan
otro nombre, las cuales desarrollan en nuestro tiempo un valioso apostolado,
están constituidas por la suma conjunta de las siguientes notas:
a) El fin inmediato de tales organizaciones es el fin apostólico de la
Iglesia, es decir, el evangelizar y santificar a los hombres y form ar cristiana­
mente su conciencia, de suerte que puedan im buir de espíritu evangélico
las diversas comunidades y los diversos ambientes.
b) L o s seglares, al cooperar según su condición específica con la Je­
rarquía, ofrecen su experiencia y asumen su responsabilidad en la dirección
de estas organizaciones, en el examen cuidadoso de las condiciones en que
ha de ejercerse la acción pastoral de la Iglesia y en la elaboración y desarrollo
de los programas de trabajo.
c) L os seglares trabajan unidos a la manera de un cuerpo orgánico,
de forma que se manifieste mejor la comunidad de la Iglesia y resulte más
eficaz el apostolado.
d) Lo s seglares, ya se ofrezcan espontáneamente, ya sean invitados
a la acción y a la directa cooperación con el apostolado jerárquico, obran
bajo la dirección superior de la propia Jerarquía, la cual puede sancionar
esta cooperación incluso con un mandato explícito.
Las organizaciones en que, a juicio de la Jerarquía, se hallen reunidas
simultáneamente todas estas notas deben considerarse A cció n Católica,
aunque por exigencias de lugares y naciones tomen varias formas y deno­
minaciones.
El santo concilio recomienda con todo encarecimiento estas instituciones,
que responden ciertamente a las necesidades del apostolado en muchas
naciones, e invita a los sacerdotes y a los seglares que trabajan en ellas a que
cumplan más y más los requisitos mencionados y a que cooperen siempre
fraternalmente en la Iglesia con las demás formas de apostolado.

c) A p re c io d e las asociaciones

673. 21. H ay que apreciar como es debido todas las asociaciones de


apostolado; pero aquellas que la Jerarquía, según las necesidades de los
tiempos y lugares, ha alabado, o recomendado, o declarado de urgente y
necesaria creación, deben ser objeto de especialísima estima por parte de
los sacerdotes, de los religiosos y de los seglares, y todos, según sus posibi­
lidades, deben promoverlas. Entre ella6 han de contarse, hoy sobre todo, las
asociaciones o grupos internacionales católicos.
C.3. El apostolado fin el propio ambiente 829

d) Seglares q u e se entregan con título especial al servicio de la Iglesia

674. 22. Dignos de especial honor y recomendación en la Iglesia son


los seglares, solteros o casados, que se consagran para siempre o temporal­
mente, con su competencia profesional, al servicio de las instituciones y de
sus obras. Es motivo de gran gozo para la Iglesia que aumente a diario el nú­
mero de los seglares qüe ofrecen sus servicios personales a las asociaciones
y obras de apostolado dentro de su nación, o en el campo internacional,
o, sobre todo, en las comunidades de las misiones y de las iglesias jóvenes.
Reciban a estos seglares los Pastores de la Iglesia con alegría y gratitud;
procuren que su situación responda lo más perfectamente posible a las exi­
gencias de la justicia, de la equidad y de la caridad, sobre todo en lo referen­
te al honesto sustento suyo y de sus familiares, y que disfruten de la forma­
ción necesaria, del consuelo y del aliento espiritual».

Com o puede ver el lector, la exposición que hace el conci­


lio de las características del apostolado organizado o colectivo
es tan com pleta y detallada que huelga toda glosa o comenta­
rio. Pero es preciso que en el ejercicio de las diversas activida­
des apostólicas que señala el concilio a los seglares se guarde
siempre el debido orden y respeto a la Jerarquía eclesiástica
— puesta por el mismo Cristo para regir y gobernar la Iglesia— ,
no sólo para recibir de ella la luz y orientación que le correspon­
de en el plan de la economía cristiana, sino también para no
caer en un subjetivismo caótico y anarquista que daría al traste
con los mejores empeños apostólicos. Es lo que vamos a ver
a continuación siguiendo el texto conciliar.

3. O rden que hay que observar


675. «23. El apostolado seglar, individual o asociado, debe ocupar el
lugar que le corresponde en el apostolado de toda la Iglesia. Más aún: es
elemento esencial del apostolado cristiano la unión con quienes el Espíritu
Santo puso para regir su Iglesia (Act 20,28). N o menos necesaria es la coope­
ración entre las varias obras del apostolado, que la Jerarquía debe ordenar
de modo conveniente.
Porque para promover el espíritu de unidad, a fin de que la caridad
fraterna resplandezca cn todo el apostolado de la Iglesia, se alcancen los
fines comunes y se eviten emulaciones perniciosas, son necesarios el mutuo
aprecio de todas las formas de apostolado en la Iglesia y una coordinación
adecuada que respete el carácter propio de cada una.
Cosa sumamente necesaria, porque la acción particular requiere en la
Iglesia la armónica cooperación apostólica del clero secular y regular, de los
religiosos y de los seglares.

a) Relaciones con la Jerarquía


676. 24. Es misión de la Jerarquía fomentar el apostolado seglar, dar
los principios y las ayudas espirituales, ordenar el ejercicio del apostolado
al bien común de la Iglesia y vigilar para que se guarden la doctrina y el
orden.
830 P.V1. V/íI.i social
El apostolado seglar admite varias formas de relaciones con la Jerarquía,
según las diferentes maneras y objetos de dicho apostolado.
H ay en la Iglesia muchas obras apostólicas constituidas por libre elec­
ción de los seglares y dirigidas por su prudente juicio. En determinadas cir­
cunstancias, la misión de la Iglesia puede cumplirse mejor con estas obras,
y, por ello, no es raro que la Jerarquía las alabe o recomiende. N ingu na obra,
sin embargo, debe arrogarse el nombre de católica sin el asentimiento de la
legítima autoridad eclesiástica.
L a Jerarquía reconoce explícitam ente de distintas maneras algunas for­
mas del apostolado seglar.
Puede, además, la autoridad eclesiástica, por exigencias del bien común
de la Iglesia, elegir, de entre las asociaciones y obras apostólicas que tienden
inmediatamente a un fin espiritual, algunas de ellas, y prom overlas de modo
peculiar, asumiendo respecto de ellas responsabilidad especial. D e esta ma­
nera, la Jerarquía, ordenando el apostolado de manera diversa según las
circunstancias, asocia más estrechamente alguna de esas form as de aposto­
lado a su propia misión apostólica, conservando, no obstante, la naturaleza
propia y la distinción entre ambas, y sin privar, por lo tanto, a los seglares
de su necesaria facultad de obrar por propia iniciativa. Este acto de la Je­
rarquía recibe en varios documentos eclesiásticos el nom bre de mandato.
Por último, la Jerarquía encomienda a los seglares ciertas funciones que
están más estrechamente unidas a los deberes de los Pastores, com o, por ejem­
plo, en la explicación de la doctrina cristiana, en determ inados actos litúrgi­
cos y en la cura de almas. En virtud de esta misión, los seglares, en cuanto
al ejercicio de tales tareas, quedan plenamente som etidos a la dirección su­
perior de la Iglesia.
En lo que atañe a obras e instituciones del orden temporal, la función
de la Jerarquía eclesiástica es enseñar e interpretar auténticam ente los prin­
cipios morales que deben observarse en las cosas temporales; tiene también
el derecho de juzgar, tras madura consideración y con la ayuda de peritos,
acerca de la conformidad de tales obras e instituciones con los principios
morales y dictaminar sobre cuanto sea necesario para salvaguardar y pro­
mover los fines de orden sobrenatural.

b) A y u d a q u e d e b e p resta r el clero al ap o sto lad o seglar

677. 25. T engan presente los obispos, los párrocos y demás sacerdotes
de uno y otro clero que el derecho y la obligación de ejercer el apostolado
es algo común a todos los fieles, clérigos o seglares, y que estos últimos
tienen también su cometido propio en la edificación de la Iglesia. Trabajen,
por ello, fraternalmente con los seglares en la Iglesia y por la Iglesia, y
dedlquenles especial atención en sus obras apostólicas.
Elíjanse cuidadosamente sacerdotes idóneos y bien preparados para ayu­
dar a las formas especiales del apostolado seglar. L o s que se dedican a este
ministerio en virtud de la misión recibida de la Jerarquía, representen a ésta
en su acción pastoral; fomenten las debidas relaciones de los seglares con la
Jerarquía, adhiriéndose siempre con toda fidelidad al espíritu y a la doctrina
de la Iglesia; conságrense plenamente a alimentar la vida espiritual y el sen­
tido a p o s t ó l i c o de las asociaciones católicas que se les han encomendado;
asistan con sus sabios consejos al dinamismo apostólico de los seglares y
fom enten sus iniciativas. En diálogo continuado con los seglares, busquen
con todo cuidado las formas que den mayor eficacia a la acción apostólica;
prom uevan el espíritu de unidad dentro de cada asociación y en las relacio­
nes de unas con otras.
C.3. El a (ios tola Jo en el propio ambiente 831
Por último, los religiosos, hermanos o hermanas, aprecien las obras apos­
tólicas de los seglares; entréguense gustosamente, según el espíritu y las
normas de su instituto, a favorecer las obras de los seglares; procuren soste­
ner, ayudar y completar los ministerios sacerdotales.

c) O rg a n ism o s de coordinación

678. 26. En las diócesis, en cuanto sea posible, deben crearse conse­
jos que ayuden a la obra apostólica de la Iglesia tanto en el campo caritativo
y social como otros semejantes; cooperen en ellos de manera apropiada los
clérigos y los religiosos con los seglares. Estos consejos podrán servir para
la mutua coordinación de las varias asociaciones y obras seglares, respetando
siempre la índole propia y la autonomía de cada una.
Estos consejos, si es posible, deben establecerse también en el ámbito
parroquial o interparroquial, interdiocesano e incluso en el orden nacional
o internacional.
Establézcase, además, cerca de la Santa Sede un secretariado especial
para servicio y desarrollo del apostolado seglar, como centro que, con me­
dios adecuados, proporcione noticias de las varias obras del apostolado se­
glar, fom ente las investigaciones sobre los problemas que hoy surgen en
este campo y ayude con sus consejos a la Jerarquía y a los seglares en las
obras apostólicas. En este secretariado intervengan los diversos movimientos
y obras del apostolado seglar existentes en todo el mundo, y cooperen en él
también los clérigos y los religiosos con los seglares.

d) C o o p e ra c ió n co n los dem ás cristianos y con los no cristianos

679. 27. El común patrimonio evangélico y el común deber que de


éste deriva de dar testimonio cristiano recomiendan, y muchas veces exigen,
la cooperación de los católicos con los demás cristianos, la cual debe reali­
zarse por los individuos y por las comunidades de la Iglesia tanto en las acti­
vidades como en las asociaciones, en el campo nacional y en el internacional.
Los comunes valores humanos exigen también no pocas veces una coope­
ración semejante de los cristianos que persiguen fines apostólicos, con quie­
nes no llevan el nombre cristiano, pero reconocen tales valores.
Con esta cooperación dinámica y prudente, que es de gran importancia
en las actividades temporales, los seglares rinden testimonio a Cristo, Salva­
dor del mundo, y a la unidad de la familia humana.»

A rtícu lo 6 .— Formación para el apostolado seglar


Después de haber expuesto de manera tan completa y de­
tallada las diversas formas individuales y colectivas del apos­
tolado de los seglares, pasa el concilio a examinar la cuestión
importantísima de la formación de los mismos para las tareas
apostólicas. A nadie se le oculta que la mayor o menor eficacia
de las empresas apostólicas dependerá siempre, en grado muy
elevado, de la mayor o menos formación de los encargados de
realizarlas. Escuchemos en primer lugar las palabras mismas
del concilio;
832 P.VI. Vida social

a) N e c e s id a d d e la fo rm a c ió n p a ra el ap o sto la d o

680. «28. El apostolado solamente puede conseguir su plena eficacia


con una formación multiforme y completa. L a exigen no sólo el continuo
progreso espiritual y doctrinal del mismo seglar, sino también las diversas
circunstancias, personas y deberes a los que tiene que acomodar su activi­
dad. Esta formación para el apostolado debe apoyarse en los fundamentos
que este santo concilio ha asentado y declarado en otros documentos. A d e­
más de la formación común a todos los cristianos, no pocas formas del apos­
tolado requieren, por la variedad de personas y de ambientes, una formación
específica y peculiar.

b) P rin c ip io s d e la fo rm a ció n d e los seglares p a ra el apostolado

681. 29. Com o los seglares participan a su modo de la misión de la


Iglesia, su formación apostólica recibe una característica especial por la mis­
ma índole secular y propia del laicado y por el carácter de su espiritualidad.
L a formación para el apostolado supone una completa formación huma­
na, acomodada al carácter y cualidades de cada uno. Porque el seglar, cono­
ciendo bien el mundo contemporáneo, debe ser miembro bien adaptado a la
sociedad y a la cultura de su tiempo.
Aprenda, ante todo, el seglar a cum plir la misión de Cristo y de la Igle­
sia, viviendo de la fe en el misterio divino de la creación y de la redención,
movido por el Espíritu Santo, que vivifica al Pueblo de D ios e impulsa
a todos los hombres a amar a D ios Padre y al mundo y a los hombres en
El. Esta formación debe considerarse como fundamento y condición de todo
apostolado fecundo.
Adem ás de la formación espiritual, requiérese una sólida preparación
doctrinal teológica, moral, filosófica, según la diversidad de edad, condición
y talento. N o se descuide en modo alguno la importancia de la cultura gene­
ral unida a la formación práctica y técnica.
Para cultivar las buenas relaciones humanas es necesario que se fomen­
ten los auténticos valores humanos, sobre todo el arte de la convivencia y
de la colaboración fraterna, así como también el cultivo del diálogo.
Y como la formación para el apostolado no puede consistir solamente en
la instrucción teórica, aprendan poco a poco y con prudencia, desde el co­
mienzo de su formación, a verlo, a juzgarlo y a hacerlo todo a la luz de la
fe, a formarse y perfeccionarse a sí mismos por la acción con los demás y a
entrar así en el servicio activo de la Iglesia. Esta formación, que hay que
perfeccionar constantemente a causa de la madurez creciente de la persona
humana y de la evolución de los problemas, exige un conocimiento cada vez
más profundo y una acción cada vez más adecuada. A l cum plir todas estas
exigencias de la formación, hay que tener siempre m uy presentes la unidad
y la integridad de la persona humana, de forma que su armonioso equilibrio
quede a salvo y se acreciente.
D e esta manera el seglar se incorpora profunda y ardorosamente a la
realidad misma del orden temporal y acepta participar con eficacia cn los
asuntos de esta esfera, y al mismo tiempo, como miembro vivo y testigo de
la Iglesia, hace a ésta presente y actuante en cl seno de las realidades tem­
porales.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 833

c) A quiénes pertenece form ar a otros para el apostolado

682. 30. L a formación para el apostolado debe comenzar desde la


primera educación de los niños. De modo especial, inicíese a los adolescen­
tes y a los jóvenes en el apostolado e imbuyaseles de este espíritu. Esta for­
mación deben irla completando durante toda la vida, de acuerdo con las
exigencias que plantean las nuevas tareas recibidas. Es evidente, pues, que
los educadores cristianos están obligados también a formar a sus discípulos
para el apostolado.
A los padres corresponde el preparar en el seno de la familia a sus hijos
desde los primeros años para conocer el amor de Dios hacia todos los hom­
bres; el enseñarles gradualmente, sobre todo con el ejemplo, a preocuparse
por las necesidades del prójimo, tanto materiales como espirituales. Toda
la familia y su vida común sean, pues, como iniciación al apostolado.
Hay que educar, además, a los niños para que, superando los límites de
la propia familia, abran su espíritu a la idea de la comunidad, tanto eclesiás­
tica como temporal. Incorpóreseles a la comunidad local de la parroquia,
de tal forma que en ella adquieran conciencia de que son miembros vivos
y activos del Pueblo de Dios. Los sacerdotes en la catequesis y en el minis­
terio de la palabra, en la dirección de las almas y en los demás ministerios
pastorales, tengan presente la formación para el apostolado.
Es deber también de las escuelas, de los colegios y de las restantes insti­
tuciones católicas dedicadas a la educación el fomentar en los jóvenes el sen­
tido católico y la acción apostólica. Si falta esta formación porque los jóvenes
no asisten a dichas escuelas o por otra causa, son los padres, los pastores de
almas y las asociaciones apostólicas los que con mayor razón han de procu­
rarla. Los maestros y los educadores que por vocación y oficio ejercen una
excelente forma de apostolado seglar, han de estar bien penetrados de la
doctrina y de la pedagogía necesarias para poder comunicar eficazmente esta
formación.
Igualmente los grupos y asociaciones seglares cuyo fin sea el apostolado
u otros fines sobrenaturales, deben fomentar cuidadosa y asiduamente, se­
gún su finalidad y carácter, la formación para el apostolado. Muchas veces
son ellos el camino ordinario de la necesaria formación para éste. En ellos
se da la formación doctrinal, espiritual y práctica. Sus miembros, reunidos
en pequeños grupos con los compañeros o amigos, examinan los métodos
y los resultados de su acción apostólica y confrontan con el Evangelio su
método de vida diaria.
Esta formación debe organizarse de manera que tenga en cuenta todo
el apostolado seglar, el cual ha de realizarse no sólo en el interior de los
grupos de las asociaciones, sino también en todas las circunstancias y por
toda la vida, sobre todo profesional y social. Más aún: cada uno debe pre­
pararse diligentemente para el apostolado, obligación que es más urgente
en la edad adulta. Porque, con el paso de los años, el alma se abre mejor, y
así puede cada uno descubrir con mayor exactitud los talentos con que
Dios ha enriquecido su alma y ejercer con mayor eficacia los carismas que
el Espíritu Santo le dio para bien de sus hermanos.

d) Adaptación de la formación a las diversas formas de apostolado


683. 31. Las diversas formas de apostolado requieren también for­
mación adecuada.
a) Con relación al apostolado de la evangelización y santificación de
los hombres, los seglares han de formarse especialmente para entablar diá­
834 P.VI. Vida social
logo con los demás, creyentes o no creyentes, a fin de manifestar a todos el
mensaje de Cristo.
M as como cn nuestro tiempo se difunde ampliamente y por todas par­
tes, incluso entre los católicos, el materialismo bajo formas diversas, los se­
glares no sólo deben aprender con suma diligencia la doctrina católica, so­
bre todo en aquellos puntos hoy día controvertidos, sino que deben dar,
además, testimonio de vida evangélica frente a toda form a de materialismo.
b) En cuanto a la instauración cristiana del orden temporal, instruya­
se a los seglares sobre el verdadero sentido y valor de los bienes materiales,
tanto en sí mismos como en lo referente a todos los fines de la persona hu­
mana; ejercítense en el recto uso de las cosas y en la organización de las
instituciones, atendiendo siempre al bien común, según los principios de la
doctrina moral y social de la Iglesia. A prendan los seglares principalmente
los principios y conclusiones de esta doctrina, de form a que queden capaci­
tados para ayudar por su parte al progreso de la doctrina y para aplicarla
como es debido a cada situación particular.
c) Com o las obras de caridad y de m isericordia ofrecen un testimonio
excelente de la vida cristiana, la formación apostólica debe llevar también
a la práctica de tales obras, para que los cristianos aprendan desde niños
a compadecerse de los hermanos y a ayudarles generosamente cuando lo ne­
cesiten.

e) M ed io s d e fo rm a ció n

684. 32. Lo s seglares dedicados al apostolado disponen ya de mu­


chos medios— reuniones, congresos, retiros, ejercicios espirituales, asam­
bleas frecuentes, conferencias, libros, comentarios— para lograr un conoci­
miento más profundo de la Sagrada Escritura y de la doctrina católica, para
alimentar su vida espiritual y para conocer las condiciones dcl mundo y
encontrar y cultivar los métodos más adecuados.
Estos medios de formación tienen en cuenta el carácter de las diversas
formas de apostolado en los ambientes en que éste se desarrolla.
C on tal fin se han erigido también centros o institutos superiores, que
han dado ya excelentes frutos.
El sagrado concilio se congratula de las obras que ya en este campo
existen en algunos países y desea que se establezcan en otros territorios en
los que su necesidad se haga sentir.
Créense, además, centros de documentación y estudio no sólo teológi­
cos, sino también antropológicos, psicológicos, sociológicos y metodológi­
cos, para fomentar cada día más las cualidades intelectuales de los seglares,
hombres y mujeres, jóvenes y adultos, en todos los campos del apostolado.

Exhortación final
6 8 5 . 33. El santo concilio ruega, por lo tanto, encarecidamente en
el Señor a todos los seglares que respondan de grado, con generosidad y co­
razón dispuesto, a la voz de Cristo, que en esta hora los invita con mayor
insistencia, y a los impulsos del Espíritu Santo. Sientan los jóvenes que
esta llamada va dirigida a ellos de manera especialísima; recíbanla con en­
tusiasmo y magnanimidad. Es el propio Señor el que invita de nuevo a todos
los seglares, por medio de este santo concilio, a que se le unan cada día más
íntimamente y a que, sintiendo como propias sus cosas (cf. F lp 2,5), se aso­
cien a su misión salvadora.
Es el propio Cristo el que de nuevo los envía a todas las ciudades y lu­
gares a donde El ha de ir (cf. L e 10,1); para que, con las diversas formas
C.3. El apostolado en el propio ambiente 835
y maneras del único apostolado de la Iglesia, que deberán adaptarse cons­
tantemente a las nuevas necesidades de los tiempos, se le ofrezcan como
cooperadores, abundando sinceramente en la obra del Señor y sabiendo que
su trabajo no es vano delante de El (cf. i Cor 15,58)*.

686. Y aquí termina el magnífico documento conciliar


que constituye, ya para siempre, la «carta magna» del apostola­
do de los seglares. Hemos querido transcribirlo íntegramente
para que sirva de continua y jugosa meditación a los seglares
que sientan repercutir en sus almas la inquietud apostólica
de la Iglesia. N o olviden nunca que sobre ellos pesa una graví­
sima responsabilidad, de la que habrán de dar estrecha cuenta
a Dios. El propio concilio, en otro importantísimo documento
— la Constitución dogmática sobre la Iglesia n.33— , se expresa
así dirigiéndose a los seglares:
«Los laicos, congregados en el Pueblo de Dios e integrados en el único
Cuerpo de C risto bajo una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llama­
dos, a fuer de miembros vivos, a contribuir con todas sus fuerzas, las reci­
bidas por el beneficio del Creador y las otorgadas por la gracia del Reden­
tor, al crecim iento de la Iglesia y a su continua santificación.
Ahora bien, el apostolado de los laicos es participación en la misma mi­
sión salvifica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el
Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación. Y los sacramentos,
especialmente la sagrada eucaristía, comunican y alimentan aquel amor
hacia D ios y hacia los hombres que es el alma de todo apostolado. Los
laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en
aquellos lugares y circunstancias en que sólo puede llegar a ser sal de la tierra a
través de ellos. A sí, todo laico, en virtud de los dones que le han sido otor­
gados, se convierte en testigo y, simultáneamente, en vivo instrumento de
la misión de la misma Iglesia «en la medida del don de Cristo* (Ef 4,7)».

Como complemento de la magnífica doctrina conciliar so­


bre el apostolado de los seglares, y con el fin de ayudarles a
desempeñar con la mayor eficacia posible su altísima misión
apostólica— que coincide con la misión salvifica de la misma
Iglesia, como nos acaba de recordar el concilio— , vamos a aña­
dir dos artículos finales sobre los principales medios que ha de
utilizar el apóstol de Cristo para obtener el máximo rendimien­
to de sus tareas apostólicas y sobre la táctica o estrategia que
ha de desplegar con esa misma finalidad n .

A rtícu lo 7 .— M edios fundamentales de apostolado

Cinco son los principales medios que puede utilizar el após­


tol en el ejercicio de su altísima misión: la oración, el ejemplo, el
sacrificio, la caridad y la palabra. Todos ellos están al alcance
de todos y no hay nadie que no pueda ejercitarlos en mayor o
11 C f. nuestra obra Jesucristo y la vida cristiana (BAC, Madrid 1961) n.516-530.
836 P.VI. Vida social

m enor escala. N o se requiere haber recibido el sacramento del


orden para ninguno de ellos, a no ser para anunciar oficialmente
desde el pulpito la palabra de D ios en nom bre y por encargo
de la Iglesia.
Vamos a exponer brevemente cada uno de esos medios.

i. L a oración

687. El apostolado de la oración es el más im portante y


el más fecundo de todos. Escuchem os a m onseñor C ivardi ex­
poniendo admirablemente esta doctrina l2:

« L a o ra ció n es el arm a m ás p od erosa, y es in d isp e n sa b le p ara to d a v ic ­


toria. T o d a s las dem á s arm as hallan su so lid ez y su v ig o r e n la o ración.
S e ha d ic h o q u e el a pó sto l d e C r is to v e n c e sus bata llas ta m b ié n d e rodi­
llas. N o so tro s direm os: esp e cia lm e n te d e rod illas.
N u e s tr o S eñor, a n tes d e resu citar a L á z ar o , lev an ta los o jo s al cielo y
ru eg a al P adre. L a resu rrección d e u n alm a es e m p re sa m á s d ifíc il q ue la
resu rrecció n d e u n c u erp o . ¿ C ó m o p o d re m o s c u m p lir la sin el a u xilio de
D io s ? Y ¿cóm o p re te n d er este aux ilio , si no lo p ed im o s ?
Y es ta m b ién Jesús q u ie n nos enseña: N ad ie pu ede ven ir a mí si el P a­
dre, que m e envió, no lo a trae. L a c on ve rsión d e las alm a s es, p u e s, obra de
la gracia. E l a pó sto l no es m ás q u e u n in stru m e n to , d e l c u a l se sirve la
m a n o d e l A r tífic e d iv in o . ¿ Q u é p u e d e h a cer u n a sierra s u sp e n d id a en la
p ared , si el carpin tero no la m an eja?
E l a p ó sto l es co m o el agricu lto r q u e abre e l su rco y sie m b r a la semilla.
E s to es m u ch o ; p ero no b asta. P ara q u e la sim ie n te se abra, g e rm in e y fruc­
tifiq u e es necesario q u e c o n el s u d o r caíd o d e la fre n te d e l lab ra d o r se m ez­
c le el rocío q u e vien e d e l cielo.
P o r esto, al e m p re n d e r tú esta em p resa ardu a d e la c o n ve rsió n de un
alm a, el p rim er m e d io a q u e recurrirás es p re cisam en te éste: la oración, que
te o b te n d r á la a lianza del cielo. A n t e s d e ha b la r d e D io s a u n alm a, habla­
rás d e l a lm a a D io s.
L a ora ció n es u n arm a pod erosa, m ejor, o m n ip o te n te. ¿ A c a s o la oración
n o lla m a la o m n ip o te n cia d e D io s e n a u x ilio de l a p ó sto l? E s te p u e d e repe­
tir m u y b ie n c o n San P a blo : T odo lo puedo en A quel que m e con forta.
S anta T e r e s a d e Jesús, ju g a n d o c o n su n o m b re, d ecía: « T ere sa sin Jesús
n o es nada; con Jesús lo es todo*.
S o la m e n te e n el cielo nos será d a d o co n ta r las a lm as sa lvadas por la
o ració n. H a y razón para creer q u e la c on ve rsión d e S aulo fu e im petrad a por
las p legarias d e San E steb a n a go n iza n te. Y es cie rto q u e las oraciones de
C lo tild e o b tu v ie ro n la c on ve rsión d e C lo d o v e o , rey d e los francos, como
las o ra cio n es y las lágrim as d e M ó n ic a die ro n a la Igle sia u n A g u s tín .
E s te ú ltim o h e c h o es testificad o p or el m ism o A g u s t ín en sus C oh esio­
nes. « ¡ O h SeñorI— e xclam a — , las lágrim a s d e m i m ad re, c o n las q u e no
te p ed ía ni oro ni p lata, ni nada m u d a b le o c a d u c o , sino el a lm a d e tu hijo;
tú , q u e la h ab ías h e ch o tan am ante, ¿cóm o p od ías despreciarla s y recha­
zarlas sin socorro?*
A ñ á d e s e q u e el arm a de la o ración p u e d e ser usada sie m p re y por todos,
au n c u a n d o las otras arm as lleguen a faltar.

12 C iv a r d i , o .c ., p.47-40-
C.3. El apostolado en el propio ambiente 837
«No todos los apostolados son para todos— ha dicho Pío X I — , y donde
falta la p osibilidad, cesa el deber. M a s todos pueden ejercitar el apostolado
de la oración, porq ue todos pueden orar».

H ay otra razón muy poderosa para que el apóstol de Cristo


recurra con frecuencia a la oración: la necesidad imprescindi­
ble de santificarse a sí mismo para ser útil a los demás. Escu­
chemos sobre esto a un celebrado autor contemporáneo 13:
«La a cció n apostólica com enzará en D ios y la contemplación será su «di­
namismo propulsor*. D e otro m odo, la adaptación se perderá cn la ilusión.
U n a d e las form as más sutiles de esta equivocación reside, así lo teme­
mos, en lo q u e se ha llam ado la oración de la acción. Por ella se quiere que
el apóstol m o derno , sacerdote o laico, agobiado de labor, haga de su mismo
trabajo una oración. ¿ N o la em prende únicamente para la gloria de Dios?
A sí Santa T e r e sa , sin apartarse un solo instante de la contemplación, realiza
la gigantesca ob ra d e sus Fundaciones, ejecutando la voluntad divina con
la que estab a identificada.
Si la oración de la acción es esta suprema transformación, no podemos
menos de adm irar esta auténtica maravilla. M a s [ay!, q ue más de uno que
ha p robado el m éto d o preconizado está todavía m u y lejos de la séptima
morada de la santa carm elita. Por otra parte, ella misma no fue admitida
al desposorio m ístico sino en razón de su inquebrantable fidelidad a la ora­
ción c o n tem p lativa.
Pero se dirá: la intención santifica la obra exterior y la caridad le infun­
de un valor trascen dente. V erdad es; pero para que sea oración se requiere
además otra cosa. E l espíritu debe quedar libre durante el trabajo para con­
ceder un m ín im o d e atención al Señor m ismo y no emplearse totalmente en
la ocu pación e m p rend id a por su gloria.
Si no, ejercerá ind udablem ente una actividad eminentemente meritoria,
?nd5 no una verdadera oración. Esta se define: una elevación del alma a Dios;
o, según San A g u s tín , affectuosa attentio ad Deum.
Q u e se llam e oración al trabajo llevado a cabo en el recogim iento de una
Iglesia, con a lm a suplicante, sea; pero la trepidación de la vida moderna im ­
pide precisam en te esta fijación del alm a en las realidades superiores, salvo
cn los q u e han pasado por el rudo ascetismo de una contemplación asidua,
en la q ue diariam ente adquieren su temple.
La acción no reemplaza a la oración. Cuanto más aplastantes sean sus
cargas, m ás necesid ad tiene el apóstol moderno de la oración, si no quiere
verse arrastrado p or la corriente. L a fiebre de las obras puede causar vérti­
go. Para la m a yo r parte, la oración de la acáón tiene el peligro de hacer que
se pierda la oración y la acción, para dejar sólo una agitación, a veces em ­
briagadora, p ero siem pre im productiva. Si este peligro acecha a los sacer­
dotes y religiosos, ¿qué podrem os decir de los laicos? Si desean conservar
vivo el p en sam ien to de D io s en medio del tráfago, no pueden descuidar de
buscar su cara, com o d icen los Salmos, en la contemplación*.

2. E l ejem plo
688. D espués de la oración no hay instrumento de apos­
tolado más eficaz que el del buen ejemplo, o sea, el espectáculo
de una conducta intachable jamás desmentida.
11 C f. G . P h ilip # , Misión ile los seglares en la Iglesia 3.* ed. (San Sebastián 1961) p.288-90.
83 8 P.VI. Vida social

H oy día está m uy desacreditado el m ero apostolado de la


palabra. H ablar es fácil. Practicar en serio lo que se dice o se
cree es, sin duda alguna, m ucho más impresionante. E n ciertos
am bientes ya no se acepta otro mensaje que el del propio testi­
monio fie témoignage, que dicen los franceses). F u e esto, pre­
cisamente, lo que m ovió a un sector del clero francés— dirigido
por la Jerarquía— a ensayar el duro apostolado de los sacerdotes
obreros, que, sin embargo, la misma Jerarquía eclesiástica juzgó
prudente suspender en vista de los grandes inconvenientes que
presentó en la práctica aquella arriesgada m odalidad apostólica.
H oy día ha sido reanudada en forma más apta y conveniente.
En la Sagrada Escritura se nos inculca insistentemente el
apostolado del buen ejemplo:
«Brille vuestra luz ante los hombres para que, viendo vuestras buenas
obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos» (M t 5,16).
«Trabajemos por la paz y por nuestra mutua edificación» (Rom 14,19).
«Sirve de ejemplo a los fieles en la palabra, en la conversación, en la ca­
ridad, en la fe, en la castidad» (1 T im 4,12).
«Muéstrate en todo ejemplo de buenas obras, de integridad en la doc­
trina, de gravedad, de palabra sana e irreprensible, para que los adversarios
se confundan, no teniendo nada malo que decir de nosotros» (T it 2,7-8).

El ejemplo convence m ucho más que los largos discursos.


Las palabras pueden m over, pero sólo los ejem plos arrastran.
«Este p o d er p s ico ló g ic o d e l e je m p lo — e scrib e a este p ro p ó s ito Civar-
d i 14— está fu n d a d o en leyes b ie n d e term in ad a s, q u e n o s p la ce recordar.
L a prim era le y es q u e la ve r d a d en tra en n u estra m e n te p or la puerta
d e los sentido s. P o r esto los d a tos se n sib le s tie n e n so b re n u e stro espíritu
u n a fu erza m a y o r q u e las v e rd ad e s a b stractas y los racio cinio s, aun los
b ie n elab orados. A h o r a b ie n , el e je m p lo h a c e se n s ib le la ve rd ad , la cual,
e n cierto m o d o , se e n c a m a en la p erso n a y e n los h e c h o s.
D e b e m o s añadir q u e el e je m p lo h a b la al se n tid o m ás v iv o e im presio­
nable: la vista. ¿ N o es p or esta razó n p o r lo q u e la p e d a g o g ía exalta el
m étodo intuitivo? Y el e je m p lo es u n a a d m ir ab le le c ció n in tu itiva .
O tr a razón p sico ló gica radica e n n u e stro instinto d e im itación. A s í como
se b o ste za v ien d o b o ste za r a otro, así, m o v id o s c o m o p o r u n mecanismo
in tern o inv isib le, se e je cu ta una a cció n, b u e n a o m ala, q u e v e m o s que otros
hacen. ¿ N o se h a b la d e un contagio d e l e je m p lo ?
N o s parece ta m b ién u n a razón d e m u c h o p es o la sigu ie n te: el ejemplo
es el len g u aje m u d o de una persona convencida. L a c o n v ic ció n engendra la
c o n vic ció n , d e la m ism a m anera q u e las lágrim as arrancan lágrim as.
F in a lm en te , el e je m p lo es co m o un a in v ita ció n d u lce , u n a exhortación
p lá cida q u e se dirige esp o n tá n e am en te a o tro s sin erigirse e n maestros o
ju e ce s, sin o fe n d e r n in gu n a su sc ep tib ilid a d , y d e ja n d o e n tera aq uella liber­
tad q u e to d o s am am os tanto».

A sí como el escándalo o mal ejem plo representa la fuerza


destructora más tem ible que pueden utilizar los agentes de Sa-
14 O .c., p .50-51.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 839
tanas, nada hay en la línea del bien que pueda compararse a la
eficacia constructiva de un buen ejemplo. «Es inútil que tratéis
de apartarme de la Iglesia— decía un obrero católico a sus com­
pañeros de trabajo que trataban de pervertirle— ; para creer en
la verdad de la religión católica me basta ver celebrar la santa
misa a monseñor D e Segur». ¡Tan grande es la eficacia de un
buen ejemplo!

3. El sacriñcio

689. Otro medio importantísimo de ejercitar el apostola­


do consiste en ofrecer a Dios, con esta finalidad, los dolores
que nos salgan al paso sin buscarlos (enfermedades, frío, calor,
incomodidades, etc.) y los sacrificios que voluntariamente nos
impongamos.
El P. Didon escribió que «la mayor de las fuerzas es un cora­
zón inmolado que ama y sufre ante Dios». La fortaleza infinita
de Dios es débil e impotente ante el sufrimiento ofrecido por
amor. Dios no se resiste al dolor, sobre todo cuando éste llega a
la generosidad del heroísmo. Escuchemos un caso impresionan­
te que refiere el P. Baeteman 15:
«Por la cru z nos salvó Jesús; únicam ente sufriendo llegaremos nosotros
a ser salvadores. Sufrir por alguien es rescatarle, es salvarle. E l dolor hace
brotar in stin tivam en te la plegaria de su alm a y las lágrimas de sus ojos.
L as lágrim as son la sangre del corazón, sangre q ue tam bién es redentora.
U n im plo hab ía consentido en llevar a L o u rd e s a una niña pequeña que
estaba im po sib ilitad a de sus m iem bros, diciendo previam ente: «Si la veo
curada, si la v e o levantarse, m e convertiré. Pero eso no sucederá. ¡Y o no
creo!»
M ien tra s la niña estaba en la piscina, el P. B ailly, advertid o por un sa­
cerdote, exclam ó: «Hermanos míos, ¿hay entre vosotros alguno q ue quiera
ofrecerse en sacrificio por la salvación de un alma q ue se niega a con ver­
tirse? ¿H a y entre los enferm os q ue están aquí uno solo q ue consienta en
ofrecer a D io s el sacrificio de continuar enferm o hasta su m uerte por la
conversión d e ese im pío?» E n m edio del p rofundo silencio q ue reinaba, un
pobre enferm o a poyad o en sus m uletas exclam ó: « ¡Yo!»
A l m ism o tiem p o, una madre q ue estaba al lado de la verja y que desde
hacía tres años llevaba a L o u rd es a su hijo sordom udo, cogió a éste y pre­
sentándoselo al padre, dijo entre sollozos: « T om ad a m i hijo y ofrecedlo a
M aría por la con versión de ese pobre desdichado*. E n el m ism o instante la
pequeña paralítica salía curada de la piscina, y el im pío, al verla, caía de
rodillas, exclam an do: « ¡D io s mío, perdón; y o creo!»
E l sacrificio había subido al cielo, e inm ediatam ente había descendido
la gracia».

La razón de la eficacia soberana del sacrificio como instru­


mento de apostolado está en la compensación que con él se

15 P. José B aetem an . Formación de la joven cristiana a.» cd. (Barcelona 1942) p.386
840 P.VI. Vida social
ofrece a la justicia divina por el desorden del pecado propio o
ajeno.
En efecto: es un hecho que todo pecado lleva consigo un
placer desordenado, un gusto o satisfacción que el pecador
se tom a contra la ley de D ios. Si el pecado produjera un dolor
en vez de proporcionar un placer, nadie pecaría. Es muy
justo, pues, que el desequilibrio establecido entre el pecador
y D io s por el placer del pecado tenga que volver a su posición
normal por el peso de un dolor depositado en el otro platillo
de la balanza. Y cuando no se trata de expiar los propios
pecados, sino de convertir a un pecador, la solidaridad en
Cristo de todos los hombres redim idos con su preciosa sangre
hace que uno de sus m iem bros en potencia se beneficie del
dolor de otro de los m iem bros en acto, y el m ilagro de la
conversión se realiza de manera tan adm irable com o ordinaria
y normal dentro de los planes de la providencia amorosísima
de D ios. Cuando ha fracasado todo, todavía queda el recurso
definitivo a la oración y al dolor en la em presa sublim e de la
conversión de los pecadores.

4. L a caridad
690. O tro de los más eficaces m edios de apostolado es el
ejercicio entrañable de la caridad fraterna. H ay espíritus pro­
tervos que se niegan obstinadam ente a rendirse ante la Verdad,
aunque ésta aparezca radiante ante sus ojos; pero esos mismos
obstinados se doblegan fácilm ente ante el amor. L a caridad,
cuando es entrañable y auténtica, tiene una fuerza irresistible.
Podríamos citar una larga serie de im presionantes ejemplos.
El divino M aestro conocía m uy bien la eficacia soberana
de la caridad en el ejercicio del apostolado. Instruyendo a sus
discípulos sobre la manera de ejercerlo les decía: E n cualquier
ciudad donde en trareis..., curad a los enfermos que en ella hu­
biere, y decidles: E l reino de D ios está cerca de vosotros (Le 10,
8-9). Primero curar (caridad corporal) y luego predicar el
Evangelio (caridad espiritual). Conquistado el corazón por el
ejercicio de la caridad, es tarea fácil conquistar la inteligencia
con los resplandores de la verdad. C o n frecuencia— en efecto—
el obstáculo insuperable para la aceptación de la verdad no
está en la inteligencia, sino en las malas disposiciones del
corazón. H ay que conquistar previam ente éste si queremos
influir decisivamente en aquélla.
Pero no basta dar. Es preciso darse, a ejemplo del divino
Maestro. C risto nos amó— escribe San Pablo— y se entregó por
C.3. El apostolado en el propio ambiente 841

nosotros en oblación y sacrificio a Dios en olor suave (Ef 5,2).


Ningún cristiano ha llegado a la perfección en la práctica del
apostolado si no está dispuesto— al menos en la preparación
sincera de su alma— a dar la vida por la salvación de sus her­
manos. Esto, con ser heroico, no sería otra cosa, en fin de
cuentas, que una pobre imitación de la conducta de su Maes­
tro, el Buen Pastor que sacrificó su vida por sus ovejas (cf. Jn
10,11).
Hoy más que nunca se impone la práctica entrañable
de la caridad en el ejercicio del apostolado. El mundo, enga­
ñado y escarmentado de tantos sistemas políticos y falsos
redentores que le prometían un paraíso de felicidad que nunca
acaba de llegar, ha perdido la fe en las palabras. Exige hechos
para dejarse convencer.
«El m u n d o m o d erno — escribe a este propósito C i v a r d i16— , escéptico
y lleno d e aberraciones, no com prende ya, o no quiere oír ya más, el len­
guaje de la te olo gía y de la filosofía cristianas; pero, por fortuna nuestra,
todavía e scucha gusto so y entiende la palabra de la caridad.
H a blém o sle, pues, este dulce e insinuante lenguaje, que sabían hablar
tan bien los prim eros cristianos, todavía bajo el encanto del ejemplo de
Cristo. Po n ga m o s la fe bajo el escudo de la caridad. A creditem os esta fe con
el ejercicio d e la caridad, q ue es com o el sello de la mano de Dios».

5. L a palabra h ablada y escrita


691. A unque su eficacia sea menor que la de cualquier
otro medio de apostolado, no podemos prescindir enteramente
del apostolado de la palabra, al menos como elemento comple­
mentario de los procedimientos que acabamos de recordar.
Jesucristo predicó con la palabra y el ejemplo: «Hizo y enseñó
(Act 1,1), y envió a sus discípulos a predicar el Evangelio
por todo el mundo» (cf. M e 16,15).
Ni se requieren para ello condiciones excepcionales de
orador, ni misión oficial alguna. No todos los fieles pueden
ocupar el púlpito o la tribuna para anunciar oficialmente el
Evangelio del Señor. Pero todos pueden ejercer de mil variadas
formas el apostolado de la palabra en el propio ambiente.
Una palabrita amable, un buen consejo acompañado de un
pequeño servicio, un cariñoso reproche, una exhortación llena
de naturalidad y sencillez, una larga conversación sobre temas
que no nos interesen a nosotros, pero que afectan profunda­
mente a nuestro interlocutor, etc., pueden representar y re­
presentan con frecuencia un espléndido apostolado sobre las
almas de nuestros semejantes.
14 O .c., D.61-62.
842 P.VI. Vida social

Tam bién la palabra escrita es excelente medio de aposto­


lado. U na carta cariñosa y oportuna, un buen libro que se
presta, un periódico católico, una hoja volandera, etc., pueden
llevar un mensaje de luz y de amor a un alma extraviada o a
punto de extraviarse por los caminos del mal. El celo apostó­
lico es m uy ingenioso para encontrar en cada caso lo más
eficaz y oportuno que debe proporcionarse a un alma para
llevarla a D ios.

A rtícu lo 8.— Táctica o estrategia d el apóstol

En el arte militar, el éxito o fracaso de una batalla depende


en parte decisiva de la táctica o estrategia desplegada por el
que dirige la contienda. El apostolado es una batalla a lo
divino, que exige tam bién una táctica y estrategia divinas, si
queremos coronarnos con el laurel de la victoria. Resumimos
brevem ente a continuación los puntos fundam entales de esa
táctica divina 17.

i. C o nven cer
692. A n te todo es preciso caer en la cuenta de que nuestro
apostolado ha de ejercitarse o recaer sobre seres racionales.
Ello quiere decir que hemos de dirigirnos, ante todo, a su
inteligencia por vía de persuasión o de convencim iento. Se
puede doblegar por la fuerza el cuerpo de un hombre, pero
jamás conseguiremos doblegar su alma sino a base de proce­
dim ientos racionales.
H ay que evitar a todo trance todo cuanto pueda represen­
tar una coacción no sólo de orden físico, com o es evidente,
sino incluso de tipo moral: amenaza de un castigo, promesa
de un premio, favor o ventaja, etc. «Ni atem orizar ni seducir,
sino persuadir, convencer. Esta es la primera ley del aposto­
lado» ( C iv a r d i ).
Para el logro de este convencim iento emplearemos todos
los procedim ientos lícitos que estén a nuestro alcance, pero
jamás recurriremos al engaño o la calum nia contra nuestros
adversarios. L a verdad se defiende por sí misma y acaba
siem pre por imponerse, a la corta o a la larga, sin descender
a procedim ientos innobles. N o se puede hacer un mal para
que sobrevenga un bien, cualquiera que sea la magnitud e
im portancia de ese bien. D ios respeta nuestra libertad y sola­
mente acepta los homenajes que queramos tributarle espon-
17 C f. C ivaklm, o.c., P.635S, cuya doctrina resumim os aqui.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 843

tánea y voluntariamente, no los que podría arrancarnos la


coacción puramente externa de una ley cuyo cumplimiento
no brotara de lo más hondo de nuestro corazón (cf. Is 29,13).
Convencer a base de la exposición honrada y sincera de la
verdad. Esa ha de ser la primera preocupación del apóstol
en el ejercicio de su altísima misión. Para ello le serán Utilísimos
los restantes consejos que vamos a darle a continuación.

2. Escoger el momento oportuno


693. H ay momentos en la vida del hombre en que por
tener el espíritu inquieto y perturbado por recuerdos ingratos o
el corazón violentamente agitado por la rebeldía de las pasio­
nes no son aptos para recibir la influencia bienhechora de un
apóstol. Su actuación en estas circunstancias sería del todo con­
traproducente y podría empeorar en gran escala la situación.
Hay que saber esperar. Es preciso que el ánimo de aquel
a quien queremos hacer bien esté del todo tranquilo y sose­
gado. M ás aún: hay que saber escoger el momento más opor­
tuno, dentro de esa etapa de serenidad, para obtener de nues­
tra acción apostólica el máximo rendimiento en beneficio del
prójimo. L a prudencia sobrenatural, aliada con la caridad
más exquisita, nos dictará en cada caso lo que conviene hacer.
Cada alma tiene sus momentos, que es menester aprovechar.

«De tales m o m e n to s — escribe C i v a r d i18— se aprovechan los pillos, los


malvados, para a rrancar tal v e z concesiones inicuas. ¿Por q ué no los apro­
vecharemos t a m b ié n nosotros para obtener de un alma, de manera respe­
tuosa, una reso lu ció n sa lu d a b le?
Pocos añ o s ha m o ría e n T u r ín un ó ptim o jo ven , m iem bro de la Juventud
de A cc ió n C a tó lic a , el c u al hab ía rogado y hecho m ucho por la conversión
de su padre, d e r eligió n hebrea. Su gran deseo no había sido realizado to ­
davía c u an d o e sta b a a p u n to d e dejar la tierra. V o lvió se entonces hacia su
padre, q u e , c o n lá gr im a s en los ojos, estaba ju n to a él, y con un hilo de voz
le susurró: «Papá, p ro m é te m e q u e te convertirás, que te harás católico. Si
no, no nos v e r e m o s m ás, ni siquiera en el paraíso...* E l padre abraza al
hijo, le b esa, y so llo z a n d o , dice: «Sí; te lo prom eto aquí delante del sacer­
dote; seré y o ta m b ié n u n b u e n católico*. L a prom esa fu e cumplida.
Pocos m o m e n to s so n tan favorables com o éste, en q ue un hijo agoni­
zante p id e a su p a d r e , c o m o gracia suprem a, la conversión. Sin embargo, no
escaparán al o jo e x p e r to y al corazón abierto del apóstol otras horas propi­
cias para triu n fa r d e una vo lu n ta d recalcitrante».

'* O . c., p. 6 ; .
844 P.VI. Vida social

3. C re a r la ocasión
694. A veces, sin embargo, será preciso ingeniarse para
crear la ocasión de poder ejercitar el apostolado. H ay almas
tan cerradas que nunca se abren por sí mismas. E n estas cir­
cunstancias el apóstol no tiene otro recurso que el de crear una
ocasión para insinuarse con discreción y prudencia en aquel
coto cerrado, con el fin de ejercer sobre él una influencia
bienhechora.
Es admirable, a este propósito, el diálogo del Salvador del
mundo con la mujer samaritana. Em pieza con una petición
indiferente: Dame de beber (Jn 4,7). Luego le habla de un
agua que salta hasta la vida eterna (v.14), para excitar en ella
la sed de bebería (v.15). A continuación le revela los secretos
de su alma (v.18) y, finalmente, le revela su condición de
Mesías (v.26). A caba convirtiéndola en apóstol del Evangelio
(v.28-29).
Escuchemos de nuevo a monseñor Civardi:
«Quizás ciertas derrotas del apostolado individual son debidas cabal­
mente a falta de tacto, a un celo indiscreto o im prudente que no sabe pre­
parar hábilmente el terreno para recoger la buena simiente.
Si tú, por ejemplo, en medio de una conversación sobre un tema profano
(pongamos por caso un partido de fútbol) diriges bruscamente al interlo­
cutor estas palabras: «Amigo mío, es tiempo de que pongas en regla las par­
tidas de tu alma», muy probablemente oirás una respuesta como ésta: «De
m i alma soy yo solo el responsable, y te ruego que no te encargues de ella».
En realidad has seguido una táctica equivocada. Q u e no puede hablarse
a un alma de sus intereses más delicados así, de sopetón, de improviso, en
un ataque de frente. Es necesario que el discurso se deslice naturalmente,
sin violencias, por la lógica de ideas y de hechos. Y para disponerlo de tal
manera, poco a poco, será tal vez oportuno variar la posición, adoptando
una hábil táctica envolvente.
Es necesario— escribe el P. Plus— «saber hablar un momento de cosas
inútiles para obligar a decir, en el momento oportuno, aquello que el in­
terlocutor necesitaba decir y no se atrevía».
L a ocasión puede ser creada no sólo con las palabras, sino también con
las cosas, con los hechos.
U n estudiante universitario, miembro de una asociación católica, va a
encontrar a un compañero de estudios, católico no practicante. Entrado en
el salón, deja un libro sobre la mesa, como para librar las manos de un es­
torbo. El compañero, instintivamente, toma el libro, lee el título: Pier Gior-
gio Frassati. Pide explicaciones, que le son dadas de buena gana.
M ás todavía: para satisfacer plenamente la curiosidad del interlocutor,
el libro le es ofrecido como regalo (era la primera etapa a que se quería
llegar). L a lectura de aquellas páginas biográficas brinda más adelante la
ocasión de otros encuentros, de nuevos cambios de ideas, de discusiones,
que llevan a la conquista del compañero.
¿Una emboscada? Sea. M as es uno de aquellos piadosos lazos de la
caridad tendidos no para coger, sino para ofrecer; no para arruinar, sino
para salvar».
C.3. El apostolado en el propio ambiente 845

4. D a r cn cl punto débil
695. T od os los hombres tienen su flaco, su punto débil,
o sea, un determinado aspecto de su psicología fácilmente
vulnerable por cualquier agente que sepa abordarlo con ha­
bilidad. En unos ese punto débil es la ambición— lo sacrifican
todo a ella— , en otros el amor a la familia (madre, esposa,
hijos) o a la ciencia, al negocio, a la fama, etc.
N o hay ninguna pasión humana que, rectamente encauza­
da, no pueda ponerse al servicio del bien.
Francisco Javier, estudiante en París, estaba dominado
por la am bición y el deseo de honores. Ignacio de Loyola
supo encauzar aquella corriente impetuosa hacia la más noble
de las ambiciones y al mayor de los honores: conquistar el
mundo para Cristo y la santidad para sí.
En ciertos pueblos de Andalucía se desencadena a veces
una batalla campal entre algunos vecinos. Es inútil tratar
de poner paz con razonamientos o a base del poder coercitivo
de la autoridad: nadie hace caso. Pero hay un procedimiento
infalible para que termine instantáneamente la contienda:«¡Por
la Virgen del Rocío o el Cristo del Gran Poder!» En el acto se
abrazan todos con lágrimas en los ojos.
T od o hombre tiene su Virgen del Rocío o su Cristo del
Gran Poder. En muchos, por desgracia, su punto vulnerable
nada tiene de sobrenatural, pero tampoco de pecaminoso: la
promesa que le hicieron a su madre moribunda, el porvenir
de una hijita, la salud de un ser querido... Hay que saber
explotar estos nobles sentimientos, aunque sean de orden
puramente natural, para llevar al buen camino a un extraviado.
«A este propósito— escribe C iv a rd i19— he conocido a un señor que se
declaraba incrédulo y, sin embargo, asistía regularmente a misa todas las
fiestas. ¿De dónde tal incoherencia? D e su profundo amor filial. La piadosa
madre, en el lecho de muerte, le había suplicado que volviera a las prácticas
religiosas de su juventud, por lo menos a la misa festiva. Y él lo había pro­
metido. Por esto, y sólo por esto, iba a la iglesia todas las fiestas. Cuando
recordaba la súplica materna, sus ojos se llenaban de lágrimas y se lamen­
taba de haber perdido la fe de su madre amada. Mas este su culto materno
fue cl hilo providencial con que una piadosa persona pudo un día retornarlo
enteramente a Dios».

5. Nada de sermones
696. Nada hay que repela tanto como el aire magistral
del que trata de enseñarnos algo sin el título y la categoría
de maestro. A nadie le gusta sentirse humillado por cualquiera
1® O .c., p.68.
846 P.Vl. Vida social

que se presente ante él con aire de pretendida superioridad


sin título alguno para ello. C on tal procedim iento no solamente
se hace antipática la persona, sino tam bién la doctrina que
trata de inculcar. Escuchem os de nuevo a Civardi exponiendo
este argumento 20:
«Las pláticas que doña Práxedes condimentaba para la pobre L u cía con
el fin de arrancarle del corazón aquel estrafalario de R enzo obtenían el
efecto contrario. Y tal es poco más o menos el efecto de todos los sermones
predicados fuera de su lugar natural: el pulpito.
¿Quieres hablar de D ios a un alma? ¡N o te subas a la cátedra, no te
des aires de doctor! Harías antipáticos a ti mismo, a tus palabras y al objeto
mismo de tu plática.
Y ni siquiera debes abrir las cataratas de tu elocuencia con largos dis­
cursos o con lecciones escolásticas. Harías indigesta la verdad.
H ablando de la manera de educar a los niños, un pedagogo francés,
m onseñor Rozier, escribe singularmente: « ¡Fuera las madres que hacen dis­
cursos! L a verdad es un licor precioso que se sirve con cuentagotas. La
puerta del alma de un niño es semejante a aquellos frascos de perfum e de
cuello sutil que se compran en los bazares de Estam bul; si echáis en ellos
diez cubos de agua, no lograréis llenarlos, mientras son suficientes unas
pocas gotas introducidas con precaución».
Este sistema del cuentagotas es aconsejable no sólo para los niños, mas
también en general para los adultos. D ecir pocas palabras, en el tiem po pre­
ciso, de la manera más simple y más espontánea; deslizar un buen consejo
en una conversación, murmurar un dulce reproche al oído siem pre que se
presente una circunstancia favorable: he ahí la vía ordinaria del apostolado
individual.
T a l vez será, empero, necesario enseñar algunas verdades, desarraigar
ciertos errores, vencer ciertos prejuicios; y entonces no bastarán pocas pa­
labras, dichas ocasionalmente. M as en estos casos se procurará dar a las pro­
pias palabras el tono de la conversación fraterna, del coloquio amistoso, del
debate cordial, sin afectaciones, sin rebajar al interlocutor al puesto de un
discípulo.
Sermones; lecciones, ¡nunca!»

6. Saber esperar
697. U na de las tentaciones que asaltan con m ayor fre­
cuencia al apóstol es la tentación de la prisa. Cuanto más
ardiente y encendido sea su celo apostólico, tanto más acu­
ciante se torna esta tentación. Q uisiera convertir al mundo
en ocho días y volver al buen camino a un clima extraviada
a la prim era conversación. N o advierte en su buena fe que
así com o la naturaleza procede gradualmente— natura non facit
saltus— , así la sublim e empresa de la conversión o mejoría
de un alma requiere largos esfuerzos y una constancia y tena­
cidad a prueba de todos los obstáculos y contratiempos. Las
conversiones instantáneas o m uy rápidas constituyen una rara

20 O .c ., p.68-6q.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 847

excepción en las tareas apostólicas, ya que, en realidad, equi­


valen a verdaderos milagros.
H ay que saber esperar, como espera el campesino largos
meses antes de recoger el fruto de la semilla que arroja confia­
damente en el surco. Dios puede hacer un milagro instantá­
neamente; pero, por lo regular, se vale del proceso lento de las
causas segundas y sólo al cabo de mucho tiempo se logra el
fruto apetecido.
Hay que tener en cuenta también el grado de vida espiritual
en que se encuentra un alma en un momento determinado.
Santa Teresa de Jesús renunció en su juventud a la dirección
espiritual de Gaspar Daza porque este santo clérigo quería
hacerla caminar demasiado aprisa por las vías del espíritu.
San Pablo escribe a los fieles de Corinto: Yo, hermanos, no
pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Os di a beber leche, no os di comida sólida porque
aún no la admitíais (i Cor 3,1-2). El mismo Cristo nuestro
Señor les dijo a sus apóstoles en la noche de la cena: Muchas
cosas tengo aún que deciros, mas por ahora no podéis compren­
derlas; cuando venga el Espíritu de verdad os guiará hacia la
verdad completa (Jn 16,12-13).
El apóstol de Cristo ha de saber conjugar el celo más
ardiente con la calma y serenidad más absoluta. Trabaje sin
descanso, pero no se precipite. Y a llegará la hora de Dios.

7. Saber comprender

698. Son m uy pocas las personas que en el trato con sus


semejantes saben comprender a los demás. Con frecuencia juz­
gamos del prójimo según nuestras propias luces o personales
disposiciones, lo cual no deja de ser una injusticia. No todas
las almas poseen la misma luz y aciertan a calibrar del mismo
modo la moralidad de sus propias acciones. El Señor nos dice
en el Evangelio que se le pedirá mucho a quien mucho se le
dio, pero no tanto al que recibió menos (cf. Le 12,48). No se
puede medir a todos con el mismo rasero.
¡Cuántas veces ignoramos por completo el verdadero móvil
de las acciones de nuestros prójimos! Obras hechas con la
mejor intención las interpretamos mal por simples apariencias
externas. Nos duelen mucho estas falsas interpretaciones cuan­
do nos afectan a nosotros y, con frecuencia, no tenemos
reparo alguno en atribuirle al prójimo esas torcidas intenciones.
El Señor era sumamente dulce y comprensivo. Jamás que­
bró la caña cascada ni apagó la mecha que todavía humeaba
848 P.VI. Vida social

(cf. M t 12,20). Se adaptaba m aravillosamente a la rudeza de


sus apóstoles, a la incultura de las turbas que le seguían, al
respeto humano de N icodem o, a las exigencias de quienes
solicitaban sus m ilagros...
«Dios es infinito en su compasión porque es también infinito en su com­
prensión. ¡Cuántas veces, penetrando con su mirada en las profundidades
misteriosas de un alma, El ve debilidades allá donde nosotros, parándonos
en la superficie, no vemos sino culpas!» 21

H ay que saber comprender. Y para ello hay un procedi­


miento infalible: compadecerse y amar.

8. Perseverar
699. Hem os aludido a esta condición al decir que es
preciso saber esperar. Pero en la espera puede asaltarnos la
tentación del desaliento ante lo infructuoso de nuestros es­
fuerzos.
Es preciso perseverar a toda costa. L a em presa suprema
que ha de proponerse todo apóstol— procurar la gloria de
D ios mediante la conversión de las almas— no puede fracasar.
H ay que volver a la carga una y otra vez sin desanimarnos
jamás, ocurra lo que ocurriere. Nuestros esfuerzos darán su
fruto en la hora prevista por D ios.
«Tal v ez esta hora— escribe Civardi 22— suena demasiado tarde para nues­
tro celo impaciente. Q uizá, ¿quién lo sabe?, sonará después de nuestra
muerte. L a simiente depositada en el surco de aquella alma, tan amada,
nosotros no tendremos la consolación de verla en flor; pero florecerá, fruc­
tificará. T a l vez el fruto madurará en el lecho de la última enfermedad,
cuando el alma se hallará en el umbral de la eternidad. Y otros gozarán de
su conversión, que parecerá, pero no será, improvisa. Y se verificará literal­
mente la palabra de Cristo: «Uno es el que siembra y otro es el que siega*
U n 4 . 37 ).
Por tanto, continúa sembrando tu semilla, aunque no veas el fruto. No
te preocupes de la cosecha. D ios no te pide el éxito, sino el trabajo.
Recuerda cómo surgían nuestras gloriosas catedrales en los tiempos pa­
sados: trabajaban en ellas diversas generaciones: un arquitecto hacía el pro­
yecto, ponía los fundamentos, y otros le sucedían para terminar la empresa.
U n alma en gracia es el templo vivo dcl Espíritu Santo. N o te lamentes
si tú no ves su pináculo. Conténtate con haber puesto los fundamentos. Otro
completará la obra comenzada por ti en la humildad y cn cl sacrificio».
21 C ivardi , o.c., p.70.
12 O.c., p.73.
C.3. El apostolado en el propio ambiente 849

9. Confiar

700. El descorazonamiento ante el fracaso aparente de las


tareas apostólicas supone siempre una gran falta de confianza
en Dios. Si buscáramos de verdad únicamente su gloria, no
perderíamos jamás la paz del alma ni la serenidad de la con­
ciencia. N inguna criatura será capaz de arrebatarle a Dios su
gloria. E l que renuncie a glorificar la misericordia de Dios en
el cielo, glorificará, mal que le pese, su justicia vindicativa en
el infierno. El dilema es inexorable y se mueve, en cualquiera
de sus dos aspectos, dentro del ámbito de la gloria de Dios.
N i debe desanimarnos le pequeñez de nuestras fuerzas y la
magnitud de las dificultades. El Señor se complace en escoger
para sus planes lo más pobre y despreciable de este mundo a
fin de confundir a lo que el mismo mundo estima como rico
y apreciable, para que nadie se gloríe ante Dios (1 Cor 1,27-29).
N ada podemos sin Cristo (Jn 15,5), pero todo lo podemos
con El (Flp 4,13). Cuando Santa Margarita María de Alacoque,
humilde religiosa de clausura, recibió de Cristo el encargo de
difundir la devoción a su Sacratísimo Corazón por toda la
Iglesia universal, se echó materialmente a temblar. Mas Jesús
le dijo: «No te faltarán dificultades, pero debes saber que
es omnipotente el que desconfía de sí mismo para confiar única­
mente en mí».
El apóstol de Cristo ha de tener siempre presentes estas
divinas palabras y obrar en consecuencia.

10. M ansedum bre, dulzura y humildad


701. H e aquí tres virtudes excelsas que nunca cultivará
demasiado el apóstol de Cristo. Sin ellas fracasará irremediable­
mente en sus intentos apostólicos: con ellas conquistará los
corazones y se atraerá las almas con extraordinaria facilidad.
L a mansedumbre y la dulzura tienen una fuerza irresistible.
Es m uy exacta la conocida frase de San Francisco de Sales:
«Se cogen más moscas con una gota de miel que con un barril
de hiel». Las olas encrespadas del mar levantan una montaña
de espuma al chocar contra los acantilados de la costa, pero
se deshacen mansamente al tropezar con las suaves arenas de
la playa.
Cristo es el supremo modelo de estas grandes virtudes
apostólicas: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón
(Mt 11,29). Su inefable dulzura para con los publícanos y
pecadores hizo que estos desdichados acudieran en masa a
850 P.VI. Vida social

recibir su misericordioso perdón. Cristo se com padeció de


toda clase de miserias y perdonó toda clase de pecados; sola­
mente rechazó el orgullo y la obstinación de los fariseos. A im i­
tación de su divino Maestro, el apóstol de Cristo ha de extre­
mar su dulzura y mansedumbre para con las almas a quienes
trate de llevar al buen camino.
L a humildad ante D ios y ante los hombres es el gran com­
plemento de la dulzura y mansedumbre. H um ildad ante Dios,
para esperar en cada caso de su auxilio y bendición el éxito
de sus empresas apostólicas, bien persuadido de que por sí
m ismo nada puede y nada bueno se puede atribuir; y humildad
ante los hombres, para no presentarse nunca ante ellos con
aire de superioridad, que lo haría repelente y antipático a los
ojos de los que trata de conquistar. Escuchem os a Civardi 23:
«No te creas mejor que aquel a quien quieres convertir; ya que en reali­
dad sólo D ios conoce perfectamente las conciencias y es ju sto apreciador
del mérito y de la culpa.
Procura no dejarte llevar jamás del menor sentido de desprecio para con
el pecador, aun el más perdido, recordando que la ley de Cristo nos manda
odiar el pecado y amar al pecador.
D e ninguna manera harás sentir tu superioridad espiritual sobre aquel
que yace en la miseria del pecado.
Com o Cristo, estarás dispuesto a afrontar acusaciones y humillaciones,
con tal de hacer bien a un alma.
Y cuando las circunstancias así lo exijan, no dudes en servir al prójimo
que quieres ganar para Dios. Entonces tu influencia llegará a su máximo
grado, ya que en el mundo de las almas se convierte en señor quien se hace
siervo; adquiere dominio el que se abaja, no el que se levanta sobre los demás.
D e tal guisa tú imitarás en todo al Salvador, que dijo: El Hijo del hombre
no ha venido a ser servido, sino a servir (M t 20,28)*.

Estos son los principales elementos estratégicos que ha de


utilizar el apóstol de Cristo para lograr sus objetivos en favor
de los que le rodean. L a prudencia sobrenatural y, sobre todo,
el impulso de la caridad— «la caridad de Cristo nos urge*
(2 C o r 5,14)— le enseñarán en la práctica los medios más
oportunos que habrá de emplear en cada caso. L o primero y
casi lo único que hace falta para ser un gran apóstol es un
gran amor a D ios y a las almas: todo lo demás no son más
que simples consecuencias que se desprenden espontáneamente
como la fruta madura del árbol.
23 O.C., p.77.

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