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Guatemala es uno de los países más peligrosos del mundo, que supera incluso a
México. Sólo el año pasado, fueron registrados 6.500 asesinatos, cifra que supera
el promedio anual de muertes violentas contabilizadas durante la guerra civil que
puso en jaque el país durante 36 años y que supone casi el doble de la tasa de
homicidios en el país vecino del norte.
Lo que muchos no saben, o se esfuerzan por olvidar, es que Guatemala, con una
población de poco más de 13 millones de personas, y sin mucha representatividad
en la economía global, es un país altamente vulnerable, con grandes problemas
institucionales y de Estado de derecho. Tanto el gobierno central como la
comunidad internacional deben afrontar esta situación con rigor y seriedad.
Muchos de los problemas a los que Guatemala se enfrenta hoy tienen su origen
en el pasado. El país no ha sabido hacer frente a las causas profundas de su
prolongado conflicto armado, y sus gobiernos no han cumplido los Acuerdos de
Paz de 1996, principalmente en lo que respecta a la reestructuración de las
fuerzas de seguridad, judiciales y fiscales. El resultado es un cuerpo policial y
militar débil y desorganizado y una justicia ineficiente y corrupta. Juntos convierten
a Guatemala en un paraíso para la delincuencia y la impunidad.
Para ello, el actual Gobierno debe consolidar las recientes mejoras alcanzadas,
aunque sean provisionales, llevando a cabo una reforma institucional y
administrativa. Debe adoptar una serie de medidas contra la corrupción y la
impunidad, estableciendo mecanismos de investigación. Y por último, es necesaria
una "democracia multicultural", que incluya a los pueblos indígenas –
especialmente marginados durante los años de conflicto.