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AUTOESTIMA
El desarrollo personal son las acciones y cambios que implantamos en nuestra vida
para tener nuevos comportamientos y actitudes mejores y más positivos que los que
disponía anteriormente.
Mantener una buena autoestima permite que seamos más felices y tener más confianza
en uno mismo. Esto permitirá que ayudemos a que nuestro entorno a que se sienta del
mismo modo.
Los indicios que indicarán que nuestra autoestima no está en su mejor nivel son: falta
de seguridad en uno mismo, no expresar la opinión por temor a ser rechazado, pensar
que las opiniones no tienen el mismo valor que las del resto, sentir que no somos
merecedores de las situaciones positivas, falta de esfuerzo al pensar que no se va a
poder conseguir lo que uno desea, necesitar la aprobación del resto a menudo, no
sentirse feliz, desmotivación con rapidez, sentir nerviosismo durante el día, sentirse
culpable, poco atractivo o sin iniciativa.
Para mantener una buena autoestima debemos evitar sobre todo los pensamientos
negativos y en el momento en que nos surgen reconvertirlos en positivos. Otra de las
acciones es ser realista con nuestras virtudes y defectos, sin autoexigirnos ser al cien por
cien perfectos, pero siendo autocríticos y aprender de aquello que no hacemos bien.
Ante una mala situación debemos afrontarla y aceptarla. Ponerse metas realistas
ayudará a nuestro bienestar y si fracasamos, debemos estar preparados, sin culparnos
por los errores. No debemos compararnos con nadie, si envidiamos e idealizamos la
vida del resto, provocará un sentimiento de fracaso.
Mejorar la autoestima tiene repercusiones en nuestra vida personal, ya sea con nosotros
mismos, en las relaciones sociales o en la profesional. Por todo esto, el estudio de la
autoestima y la creación de patrones de conducta para mejorarla es fundamental en
psicología. Acciones como ir a un psicólogo, meditación o leer ciertos manuales o libros
de autoayuda pueden facilitar ser más activos en la creación de ideas positivas.
TEMA 3
COMUNICACIÓN
El proceso comunicativo es esencial para la vida en sociedad: permite que los seres
humanos se expresen y compartan información entre sí, establezcan relaciones, lleguen
a acuerdos y sean capaces de organizarse.
Por eso, el término comunicación también se utiliza en el sentido de conexión entre dos
puntos. Por ejemplo, el medio de transporte que realiza la comunicación entre dos
ciudades o los medios técnicos de comunicación (las telecomunicaciones).
Tipos de comunicación
Comunicación verbal
Comunicación no verbal
Ver también:
Comunicación verbal
Comunicación no verbal.
Vea también:
Axiomas de la comunicación.
36 tipos de comunicación.
Elementos de la comunicación
Funciones de la comunicación
Función informativa
El mensaje transmite una información objetiva y sustentada con datos verificables. Las
noticias televisivas y de la prensa escrita tienen esta función.
Función persuasiva
Función formativa
Función de entretenimiento
Se trata de la creación de mensajes pensados para el disfrute del receptor. La música, las
películas y las series generalmente cumplen esta función.
Comunicación asertiva
La comunicación asertiva es aquella en la que el emisor logra expresar un mensaje de
forma simple, oportuna y clara, considerando las necesidades del receptor o interlocutor.
Vea también:
Medios de comunicación
Mensaje
Comunicación organizacional
Qué es el emisor
TEMA 4
RELACIONES SOCIALES
Estas relaciones son estudiadas por la sociología y constituyen para ella el grado
máximo de complejidad del comportamiento social. Son la base de otros conceptos
como a organización social, la estructura social o los movimientos sociales.
Los seres humanos somos criaturas gregarias, o sea, tendemos a vivir entre sus pares.
Así, formamos comunidades que requieren de un conjunto de interacciones
normadas para convivir en relativa paz. Por ende, las relaciones sociales forman parte
de quienes somos y su estudio revelará mucho de cómo nos pensamos a nosotros
mismos y a los demás.
En ese sentido, resultan de interés tanto los tipos de vínculo (la amistad, el amor, la
rivalidad, etc.), y el tipo de normas con las que distinguimos las relaciones legítimas o
apreciadas, de las prohibidas, inaceptables o incorrectas. La socialización es el modo en
que dichos elementos van modificando y fraguando la conducta de los seres humanos.
Por otro lado, las relaciones sociales suelen sustentarse en protocolos y normas.
Dichas normas están determinadas histórica y culturalmente, pero también en base a las
necesidades del colectivo.
De hecho, la cortesía y las formas del trato cotidiano son una evidencia de que incluso
los contactos breves y superficiales con quienes habitan a nuestro alrededor, requieren
de una cierta manera de hacer las cosas que debemos aprender, para no desentonar en la
sociedad.
Relaciones afectivas. Aquellas que tenemos con las personas escogidas para
conformar nuestro entorno íntimo: amigos, parejas y compañeros, gente con la
que desarrollamos conexiones emocionales profundas.
Relaciones laborales. Aquellas que debemos emprender en nuestro entorno de
trabajo, sea el que sea, y que suelen regirse por normas jerárquicas, formales y
diferentes a las íntimas. En general son nexos menos profundos
emocionalmente, pero muy importantes en la cotidianidad.
Relaciones familiares. Otro tipo de relaciones íntimas y de mucha intensidad,
pero que no podemos realmente elegir, ya que vienen dadas de antemano, son
las de nuestra familia, al menos el núcleo cercano de padre-madre-hermanos. De
hecho, estas relaciones son psicológicamente vitales para los individuos, tanto en
un sentido positivo como negativo.
Relaciones circunstanciales. Aquellas relaciones superficiales, efímeras y
locales que tendremos con desconocidos a lo largo del día, muchas de las cuales
podrían pasar a ser de otro tipo, o no. Suelen tener poco vínculo emocional y ser
olvidadas rápidamente.
Tal y como decíamos al principio, las relaciones sociales son la base de la sociedad
humana como un todo. Están determinadas por la interacción social de los seres
humanos, sobre todo a medida que se transmite a generaciones venideras.
Nuestras relaciones sociales son los modos legítimos de vincularnos entre nosotros,
lo cual es importantísimo si consideramos que la humanidad, a estas alturas, se ve
obligada cada día más a aceptar a quienes piensan distinto, a quienes viven distinto y
presentan, justamente, otro tipo de relaciones sociales.
¿Hasta qué punto es legítimo tolerar las formas de vincularse del otro? ¿Hasta qué punto
debemos sacrificar las propias y aprender las de los demás? Este es un debate que se
encuentra en el corazón de la civilización humana a inicios de un siglo XXI globalizado.
Los ejemplos de relaciones sociales están a la orden del día. Las establecemos con
nuestros amigos, familiares, las personas con las que trabajamos o estudiamos, los
rivales de nuestro equipo de fútbol, los compradores que atendemos en nuestra tienda, el
jefe que nos supervisa o las personas con las que tenemos una cita romántica.
Por ende, en este contexto las relaciones sociales de producción son el tipo de vínculos
establecidos entre los seres humanos a partir de su rol dentro del proceso de producción
económica. Dichas relaciones están determinadas por el control de los medios de
producción.
¿Qué es el género?
Por la palabra género hoy en día se pueden entender muchas cosas distintas.
Etimológicamente, proviene del latín genus, que se traduce “estirpe” o “linaje”.
En el diccionario de la Real Academia Española hay muy diversos significados, que van
desde tipos de textiles, taxones biológicos hasta categorías artísticas. Tienen en común
referirse a un “conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes” o una
“clase o tipo al que pertenecen las cosas”.
Es decir que los géneros son categorías en que organizamos mentalmente la realidad
de las cosas y los seres, de acuerdo a cierto tipo de propiedades comunes. Así también
nos pensamos a nosotros mismos, y en especial nuestros roles sociales, a partir
tradicionalmente de la dicotomía masculino/femenino.
En todo caso, pensar en géneros es parte de los procesos usuales de nuestra mente. Se
halla también reflejado en el idioma, ya que las palabras tienen uno o más géneros
gramaticales, dependiendo de la lengua a la que pertenezcan, lo cual se suele señalar
mediante declinaciones o mediante el uso de artículos.
Así, por ejemplo, en inglés existe un único género realmente, denotado con el artículo
“the” sin importar si hablamos del hombre (the man) o de la mujer (the woman). En
español, en cambio, los géneros son dos, como expresan los artículos el y la, con un
género neutro de uso muy específico (lo). Mientras que en alemán, los géneros
convencionales son tres: masculino (der), femenino (die) y neutro (das).
Género masculino y género femenino
Estos géneros, sin embargo, nada tienen que ver con lo biológico, que reside en el
cuerpo, los genes y la capacidad reproductiva, sino que constituye una suerte de
abstracción. Es decir, es una categoría social y cultural, que le asigna determinados
roles, valores y sentidos a la masculinidad y otros a la feminidad.
Por ende, se asocia lo masculino con lo activo, con lo evidente, la fuerza, la razón, el
dominio y la violencia; y lo femenino con lo pasivo, con lo oculto, la manipulación, la
intuición, la sumisión y la seducción. Incluso cuando es más que evidente que todas
estas cosas están en distinta proporción en hombres y mujeres.
Aun así, muchas veces se le exige a un hombre ser “más masculino” o incluso
“ahombrarse”, o a una mujer ser “más femenina” o “feminizarse”, como si hubiese una
única forma correcta de ser hombres y mujeres.
En todo caso, los sectores más conservadores de la sociedad verán con malos ojos que
dicha separación de los roles de cada género no se cumpla, mientras que los sectores
progresistas señalan que, dado que se trata de una identificación cultural, perfectamente
podría ser de otra manera.
Identidad de género
El género no siempre coincide con el sexo biológico.
Por esta razón, los géneros han cambiado con el tiempo (lo que se entiende como
masculino hoy en día no siempre fue igual, por ejemplo), mientras que los sexos
permanecen iguales.
Cada persona tiene una orientación sexual (o sea, un sexo o varios que lo atraen
eróticamente) y además una identidad de género, que no es más que la relación que se
establece entre su sexo biológico y su género asumido. Es decir, se trata de una
percepción subjetiva e individual que un sujeto tiene sobre su género, ya sea que
coincida o no con su sexo biológico.
Así, es posible que una persona nazca con sexo masculino, pero se identifique
subjetivamente con el sexo contrario, o dicho más ramplonamente, que se sienta una
mujer aunque tenga genitales masculinos, o viceversa. De ser así, existen diversas
posibilidades de identidad de género, tales como:
Hombres cis. O sea, hombres cuyo sexo y género masculino coinciden y son el
mismo.
Mujeres cis. De igual manera, mujeres cuyo sexo y género femenino coinciden.
Hombres trans. Un hombre nacido con sexo femenino, pero con género
masculino.
Mujeres trans. Similarmente, mujeres nacidas con sexo masculino, pero con
género femenino.
Visto así, existirían dos formas de identidad de género: los cis, cuyos sexo y género
coinciden, y los trans, cuyos sexo y género no coinciden. Estos últimos pueden tomar
algún tipo de decisiones de cambio de sexo, que pueden ir desde sólo asumir la
vestimenta, la apariencia y el rol social que sienten que les corresponde, hasta someterse
a intervenciones quirúrgicas.
Esta perspectiva ha suscitado mucha polémica a inicios del siglo XXI, cuando diversos
colectivos sexodiversos, esto es, de las comunidades LGBT (Lesbianas, Gays,
Bisexuales y Transexuales) han abogado muy fuertemente por la desestigmatización de
su identidad de género y su forma de practicar la sexualidad. Su objetivo es que se las
acepte en su forma de normalidad.