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SIMBIÓTICOS: UN ENFOQUE INMONUTRICIONAL PARA

LA PREVENCIÓN Y TRATAMIENTO CONTRA EL


CÁNCER
Andrés Felipe Londoño Sierra1*
1
aflondonos@unal.edu.co
Estudiante de la maestría en Ciencia y Tecnología de Alimentos. Facultad de Ciencias Agrarias.
Universidad Nacional de Colombia sede Medellín.

RESUMEN
Recientemente, han surgido diferentes estrategias para el tratamiento y la prevención del cáncer. Una
de las más llamativas resulta ser el consumo regular de productos simbióticos, basados en evidencias
científicas que demuestran su eficacia en la estimulación del sistema inmune del consumidor. Además
de los resultados positivos, este tipo de tratamiento alternativos son altamente viables, dado su
facilidad de aplicación y bajo costo. Sin embargo, algunos estudios resultan ambiguos respecto a la
asociación del consumo de productos simbióticos comunes, como los productos lácteos frescos y
fermentados, con el riesgo de contraer cáncer. Este documento realizará una exposición de los
compuestos bioactivos (CBA) usados para producir productos simbióticos, su papel en la
alimentación y en la inmunomodulación de cáncer, principalmente cáncer colorrectal (CCR) y de
colon, y busca discutir la fiabilidad de los estudios presentados. Finalmente, se concluye que existe
suficiente evidencia científica libre de incertidumbre que establece a los productos simbióticos como
una estrategia nutricional eficaz para la prevención y el tratamiento de cáncer.

1. INTRODUCCIÓN
En el último siglo, la industria de los alimentos ha llamado la atención de la comunidad científica y
de los consumidores debido al descubrimiento de la relación entre la dieta y el desarrollo de
enfermedades y, por consiguiente, de la alimentación de la población y su influencia en el bienestar
de las comunidades (Espin & Balberan, 2005) Diferentes estudios han directamente correlacionado
la dieta como un factor de riesgo modificable para prevenir y/o tratar diferentes enfermedades, como
la diabetes tipo 2 (Alberti et al., 2007), el reflujo gastroesofágico asociado a malestar gastrointestinal
(Malfa et al., 2021) y la psicosis no afectiva (Fernández-Abascal et al., 2021). Así es como en 1984,
al detectar el incremento en el gasto público en salud en Japón, se comenzó a desarrollar un conjunto
de alimentos dirigidos específicamente para el mejoramiento de la salud y para reducir el riesgo de
contraer enfermedades (Espin & Balberan, 2005). Los resultados de esta política pública japonesa
ocasionaron un incremento en la demanda de alimentos nutritivos saludables por parte de
consumidores, que no sólo aporten un contenido calórico balanceado sino también características
funcionales promotoras de la salud. En la actualidad, esta clase de alimentos es promovida y avalada
por gobiernos de todo el mundo (Day et al., 2009). Este tipo de productos fueron denominados
alimentos funcionales,

2. ALIMENTOS FUNCIONALES Y COMPUESTOS BIOACTIVOS


Los alimentos funcionales se definen como aquellos que han demostrado científicamente sus efectos
beneficiosos en la salud a través del mejoramiento de una o varias funciones biológicas en el
organismo que lo consume, cuyo efecto es independiente de su aporte nutricional (Granato et al.,
2010). Dichos efectos son aportados por componentes bioactivos (CBA), un conjunto de
micronutrientes (minerales, vitaminas y ácidos grasos), fibra prebiótica, microorganismos,
fitoquímicos y otros antioxidantes, que generan un beneficio fisiológico adicional a un alimento más
allá de su nutrición básica, otorgando funcionalidad al producto (Chugh & Kamal-Eldin, 2020; Zhu
et al., 2020). Los microorganismos mencionados se conocen como probióticos, y se definen como
aquellos microbios vivos no patógenos cuya adecuada administración en la ingesta produce
beneficios en la salud del organismo huésped (FAO, 2006).

2.1. PROBIÓTICOS
Para que un microorganismo se considere probiótico, es necesario que cumpla con el siguiente
conjunto de requisitos (Dunne et al., 1999; Quigley, 2010): ser de origen humano; demostrar un
comportamiento no patógeno y no citotóxico; exhibir resistencia a los procesos tecnológicos en
términos de estabilidad microbiológica, a la acidez gástrica y a los ácidos biliares; adherirse al tejido
epitelial del intestino; tener la capacidad de persistir al tracto gastrointestinal, al menos durante
periodos cortos de tiempo; producir sustancias antimicrobianas (ácidos orgánicos, ácidos grasos de
cadena corta, bacteriocinas, entre otros); modular la respuesta inmune e influir en la actividad
metabólica. Sin embargo, existen importantes excepciones y, además, su comportamiento en el tracto
gastrointestinal y sus efectos varían entre las distintas cepas. De hecho, muchos son incapaces de
colonizar el intestino, ni siquiera temporalmente, y ejercen sus efectos de modo local y temporal al
transitar por el tracto gastrointestinal. En consecuencia, se hace necesario el consumo de alimentos
funcionales probióticos para garantizar la manifestación de los efectos fisiológicos favorables que
persista cualquier propiedad favorable a la salud (Chugh & Kamal-Eldin, 2020; Ouwehand et al.,
2002).
Las preparaciones comerciales de probióticos normalmente contienen mezclas de cepas bacterianas
de Lactobacillus y Bifidobacterium, pero también se han empleado levaduras. En algunos casos, se
ha reportado el uso de cepas de Lactococcus, Streptococcus, Enterococcus y Propionibacterium
(Azad et al., 2018; Espin & Balberan, 2005). Las bacterias probióticas son usadas para la preparación
de diferentes alimentos funciones tanto en leche, productos lácteos (leches acidificadas, yogurt,
quesos, cremas y helados) y no lácteos (carnes y productos cárnicos, productos horneados, snacks de
cereales, jugos y otros productos frutales) (Chugh & Kamal-Eldin, 2020).
Los probióticos confieren sus efectos beneficiosos sobre la salud a través de diferentes mecanismos
que involucran una amplia gama de compuestos bioactivos, incluyendo la inhibición competitiva de
la multiplicación de bacterias patógenas al cambiar el pH y reducir la disponibilidad de oxígeno que
conduce a condiciones intestinales menos favorables (Schepper et al., 2017), la inhibición no
competitiva al producir bacteriocinas (Lopetuso et al., 2019), síntesis de micronutrientes esenciales
como vitaminas, aminoácidos, enzimas y mejora de la biodisponibilidad de los nutrientes de la dieta
(Pandey et al., 2015), mejora de la actividad metabólica de los carbohidratos (George Kerry et al.,
2018; Rowland et al., 2018) y estimulación del sistema inmune del huésped (Kober & Bowe, 2015).
Las características probióticas de un microorganismo se manifiestan en el tracto gastrointestinal,
específicamente en el intestino grueso, donde tienen la capacidad de adherirse y modular sus efectos
funcionales. Tradicionalmente se ha considerado que el éxito de la terapia probiótica se manifestaba
en la normalización de la permeabilidad intestinal, la mejora de su función como barrera
inmunológica y el alivio de las respuestas inflamatorias intestinales (Olveira & González-Molero,
2016; Ouwehand et al., 2002). Por lo tanto, se hace necesario garantizar la viabilidad del probiótico
al transitar por el tracto gastrointestinal hasta el intestino grueso, proporcionando la población
adecuada de microorganismos que tenga la capacidad de exhibir sus beneficios en el colon del
huésped.
Estrategias tecnológicas como la microencapsulación de probióticos han adquirido especial atención
por parte de la comunidad científica en los últimos años, intentando proteger a estos microorganismos
del efecto de agentes medioambientales que pueden afectar su viabilidad, durante el procesamiento,
almacenamiento, consumo y a su paso por el tracto gastrointestinal al permitirles mantener su
viabilidad y funcionalidad en el tiempo (Cuello et al., 2015; Semyonov et al., 2010) reduciendo el
daño celular al retener las células dentro de materiales encapsulantes que generan su aislamiento
(Ranadheera et al., 2010; Ray et al., 2016; Rodríguez-Barona et al., 2019b; Rodríguez-Restrepo et
al., 2017b; Soukoulis et al., 2014).
Varios estudios muestran que además de la técnica de encapsulación, el efecto de protección depende
en gran medida de las propiedades funcionales del material pared. Ingredientes no digeribles de los
alimentos como los prebióticos a los que se les atribuyen cualidades protectoras sobre la microbiota
intestinal podrían aplicarse como material de recubrimiento (Quigley, 2010; Vasiljevic & Shah,
2008).

2.2. PREBIÓTICOS
Los prebióticos son ingredientes alimentarios no digeribles que benefician al organismo que lo
consume a través de la estimulación selectiva del crecimiento y/o de la actividad de la microbiota
intestinal, regulando el tránsito digestivo, favoreciendo tanto el equilibrio microbiológico del sistema
digestivo como la absorción de minerales a nivel intestinal (Gibson & Roberfroid, 1995; Rodríguez-
Barona et al., 2014). Los prebióticos son comúnmente usados para prevenir enfermedades como las
diarreas por antibióticos, enfermedad inflamatoria intestinal, infección por Helicobacter,
encefalopatía hepática, entre otras (Olveira & González-Molero, 2016)
La efectividad de los prebióticos se enfoca en su capacidad de resistir la digestión en el estómago e
intestino delgado para alcanzar el intestino grueso, donde serán usados de forma selectiva por
microorganismos, fundamentalmente Bifidobacterium y Lactobacillus (Playne, Martin J;Bennett, L
E;Smithers, 2003).

2.3. SIMBIÓTICOS
Es importante incluir en la dieta diaria alimentos ricos en prebióticos y probióticos gracias a su
utilidad en la disminución del riesgo y tratamiento de diversas enfermedades gastrointestinales
(Olveira & González-Molero, 2016). La combinación de los probióticos y prebióticos en productos
alimenticios como ingredientes funcionales se hace cada vez más interesante para la industria
alimentaria (Cadena et al., 2014). Potenciar la asociación de estos dos tipos de alimentos funcionales
originan un efecto simbiótico que cumple ambas funciones (Reis et al., 2016), basado en impulsar el
aumento en la supervivencia de microorganismos probióticos gracias a la capacidad protectora de los
prebióticos, asegurando que mayores poblaciones alcancen el intestino grueso y/o prolongar su
tiempo de residencia en ese medio.

3. PAPEL DE LOS SIMBIÓTICOS EN LA INMUNOMODULACIÓN DE


CÁNCER
Estudios recientes (Rodriguez-Barona et al., 2012; Rodríguez-Barona et al., 2012, 2014, 2019a;
Rodríguez-Restrepo et al., 2017a) han logrado evidenciar un incremento de la viabilidad de
probióticos tras la microencapsulación usando carbohidratos prebióticos. Aunque las bacterias del
ácido láctico no están directamente involucradas en la producción de AGCC, ciertas cepas probióticas
de Bifidobacterium y Lactobacillus pueden modular la composición de la microbiota intestinal.
Además, se ha comprobado que poblaciones específicas de microbiota intestinal tienen la capacidad
de producir ácidos grasos de cadena corta (AGCC) como acetatos, propionatos y butiratos como
resultado de la fermentación de prebióticos (Garrett, 2015). En consecuencia, el consumo de
probióticos microencapsulados con prebióticos afecta la producción de AGCC (LeBlanc et al., 2017).
Adicionalmente, se ha demostrado que el butirato, producido por especies pertenecientes a las
familias Firmicutes (Ruminococcaceae, Lachnospiraceae y Clostridiaceae) (Requena et al., 2018)
promueve la apoptosis e inhibe la proliferación en células cancerosas cultivadas in vitro (Bell et al.,
2022; Fotiadis et al., 2008).
La administración de Butyrivibrio fibrisolvens MDT-1, una bacteria caracterizada por su alta
producción de butirato, en un modelo de ratón con cáncer de colon, inhibió la progresión del
desarrollo tumoral, afectando también la reducción de la β-glucuronidasa y aumentando la respuesta
inmune (Ohkawara et al., 2005).
La evidencia más reciente sugiere la modulación de las bacterias productoras de AGCC mediante la
intervención dietética con fibras prebióticas fermentables como un posible tratamiento del cáncer
colorrectal. Un estudio más reciente en ratones demostró una mejora de la poliposis en cáncer
colorrectal (CCR) al incrementar las bacterias productoras de AGCC después de la introducción de
una dieta probiótica. Se ha demostrado que la aplicación previamente investigada de la combinación
simbiótica de Bacillus lactis y almidón resistente en el modelo de azoximetano de rata protege contra
el desarrollo de CCR, que se correlacionó con una mayor producción de AGCC. Curiosamente, ni B.
lactis ni el prebiótico fueron suficientes para lograr el mismo efecto por sí solos (Le Leu et al., 2010).
Este y algunos ensayos anteriores sugieren que la actividad prebiótica de la dieta enriquecida en fibra,
proyectada sobre el nivel de bacterias beneficiosas, es una estrategia prometedora para prevenir el
cáncer (Bell et al., 2022; Cordeiro et al., 2021; Grom et al., 2020; Hou et al., 2022; Savassi et al.,
2021; Stelmasiewicz et al., 2021).
Sin embargo, varios estudios de cohorte intentaron revelar la correlación entre el consumo de
productos lácteos y el riesgo de cáncer colorrectal, encontrando una considerable ambigüedad entre
los estudios (Górska et al., 2019). Estos resultados se resumen en la Tabla 1.
Tabla 1. Estudios de cohortes que investigan la correlación entre el consumo de productos lácteos y el riesgo de cáncer.

Asociación entre el consumo


Periodo de Número de
Estudio Productos evaluados del producto evaluado y el
estudio participantes
riesgo de cáncer
Järvinen (2001) [79] 1966–1972 9959 Leche y derivados lácteos Inversa
van’t Veer (1994) [80] 1986–1989 120,852 Lácteos fermentados Ligeramente inversa
Kearney (1996) [81] 1986–1992 47,935 Leche y lácteos fermentados No significativa
Pietinen (1999) [82] Finales de 1993 27,111 Leche y derivados lácteos Inversa
Lin (2005) [83] 1993 39,876 Leche fermentada y lácteos no fermentados No significativa
Larsson (2006) [84] 1997–2004 45,306 Derivados lácteos Inversa
Adaptado de (Górska et al., 2019)

Cabe destacar que la mayoría de los estudios de la Tabla 1 analizaron la ingesta general de productos
lácteos, incluidos los componentes ricos en grasas como la crema y el queso. Estos ingredientes son
sospechosos de estimular la carcinogénesis debido principalmente a su capacidad para aumentar los
niveles de ácidos biliares en el colon (Aune et al., 2012; Narisawa et al., 1978), ya que el pH reducido
causado, entre otras cosas, por la presencia excesiva de ácidos biliares en las heces puede ser un factor
citotóxico directo que afecta al epitelio del colon y conduce a su carcinogénesis (Górska et al., 2019).
Además, las investigaciones tienden a centrarse en compuestos anticancerígenos como el calcio o la
vitamina D, sin prestar especial atención a los probióticos.
Por otra parte, un estudio de cohorte (Pala et al., 2011) demostró una asociación significativa entre la
ingesta yogurt fortificado con probióticos y la disminución del riesgo de contraer cáncer de colon.
Otro estudio reciente (Aune et al., 2012) produjo un meta-análisis que incluyó diecinueve estudios de
cohortes, que demostraron una asociación entre el consumo de productos lácteos (excepto queso) y
una disminución del riesgo de cáncer colorrectal. Otro enfoque de interés (Yang et al., 2014) investigó
la influencia de los productos lácteos en la supervivencia del CCR posterior al diagnóstico, indicando
una correlación positiva entre el alto consumo de lácteos y el menor riesgo de muerte.

4. CONCLUSIONES
Existe suficiente evidencia científica que muestra que los productos simbióticos tienen la capacidad
de ser estimuladores eficaces del sistema inmune para prevenir y tratar el cáncer colorrectal y de
colon. Sin embargo, son necesarias futuras investigaciones sobre el tema actual para validar estos
hallazgos y establecer estrategias terapéuticas. Posiblemente, esto podría conducir a un gran avance
en varios campos de la medicina y la biotecnología, apoyando la inmunoterapia en el tratamiento
del cáncer y fomentando la elaboración y producción de productos simbióticos, promoviendo su
inclusión integral en la dieta.

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