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Literatura de

Venezuela

Literatura de Venezuela se refiere a la


obra literaria realizada en este país desde
el período de la conquista y colonización
hasta el presente. Se incluye también la
literatura oral de los pueblos indígenas y
afrovenezolanos, las crónicas de Indias, y
la literatura de origen folclórico.
Los escritores Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, José Antonio Ramos Sucre, Andrés Bello, Rafael Cadenas y Yolanda
Pantin.

La literatura venezolana en lengua


española nace el 31 de agosto de 1498
cuando Cristóbal Colón en su Diario
describe al territorio venezolano como
«Tierra de gracia».

Luego se desarrolla con las crónicas de


Indias, y con autores como Pedro de la
Cadena, Juan de Castellanos, Gonzalo
Fernández de Oviedo, José de Oviedo y
Baños, Sor María de los Ángeles, Joseph
Gumilla, Jacinto de Carvajal, Juan Antonio
Navarrete, entre otros, que comenzarán a
producir durante los siglos XVI, XVII y XVIII
los primeros textos autógrafos.

En 1808, en vísperas de la independencia,


llega la primera imprenta a Caracas
(aunque ya existía en Tobago desde 1780
y en Trinidad desde 1789) y con ella
surgen importantes periódicos, entre los
que destacan el Correo de la Trinidad
Española, la Gazeta de Caracas y el Correo
del Orinoco. También surgirán autores
como Andrés Bello y Rafael María Baralt.
A mediados del siglo surgen las
primeras novelas, los primeros relatos y
las primeras obras de teatro con autores
como Fermín Toro, Julio Calcaño, Eduardo
Blanco, Lina López de Aramburu (Zulima),
Juan Vicente Camacho, Tomás Michelena,
entre otros. Nacen también en esta época
las primeras incursiones en el género
fantástico y de ciencia ficción.

A finales del XIX, surgen importantes


movimientos como el modernismo, el
cosmopolitismo y el criollismo, con
autores como Pedro Emilio Coll, Santiago
Key Ayala y Luis Manuel Urbaneja
Achelpohl.
Durante la primera mitad del siglo
nacen las primeras vanguardias: José
Antonio Ramos Sucre en la poesía, Julio
Garmendia en el cuento, Arturo Uslar Pietri
(Premio Príncipe de Asturias) en el cuento
y la novela. También se consolida el
género novelístico con autores como
Rómulo Gallegos, Teresa de la Parra y
Manuel Díaz Rodríguez.

Durante todo el siglo también surgieron


grupos literarios como Sardio, El Techo de
la Ballena, Viernes, Tabla Redonda o
Tráfico e importantes figuras como Miguel
Otero Silva, Guillermo Meneses, Antonia
Palacios, José Balza, Eugenio Montejo,
Adriano Gonzalez León, Ramón
Palomares, Vicente Gerbasi, Victoria de
Stefano, Elisa Lerner, Hanni Ossott, Miyó
Vestrini, Rafael Cadenas (Premio
Cervantes), Igor Barreto, Luis Barrera
Linares, Ana Teresa Torres o Yolanda
Pantin.

Historia de la literatura
venezolana
Elegías de varones ilustres de Indias,
de Juan de Castellanos.

Primeras referencias al territorio de


Venezuela

La primera referencia europea escrita que


se posee con respecto a Venezuela es la
relación del tercer viaje de Cristóbal Colón
en 1498, durante el cual llegó a Macuro, en
la actual Venezuela. En esa época (31 de
agosto de 1498) se denomina al país
como la «Tierra de gracia».

Durante los tres siglos coloniales la


actividad literaria será constante, pero los
textos que se conservan en la actualidad
son escasos, debido a la tardía instalación
de la imprenta en el país (1808), lo cual
impidió a muchos escritores editar sus
obras. Sin embargo, varias obras
autógrafas se conservan de este período.

siglo : Los poetas de Cubagua

Destacan en el siglo los llamados


«poetas de Cubagua», quienes no
necesariamente habiendo habitado la isla,
la tuvieron como tema en su escritura.
Entre ellos se encuentra Pedro de la
Cadena, quien escribe entre los años 1563
y 1564 su poema Los actos y hazañas
valerosas del capitán Diego Hernández de
Serpa, dividido en XVII actos, donde
describe la historia y costumbres de
Cubagua y Nueva Segovia.[1]

Brevísima relación de la destrucción de


las Indias.
Dentro de esta categoría también se
encuentran escritores que sí vivieron en
Nueva Cádiz, como Jorge de Herrera (de
quien se conserva solo un poema), Juan
de Castellanos con sus Elegías de 1589,
Lázaro Bejarano, Gonzalo de Zúñiga,
Bartolomé Fernández de Virués, Fernán
Mateos, Diego de Miranda y el Deán
Rodríguez de Robledo.[1]

Otros cronistas del siglo

Otros cronistas de indias que no


estuvieron en territorio venezolano, pero
relataron la fundación y destrucción de
Nueva Cádiz, el comercio de perlas de
Cubagua y Margarita, así como el proceso
de conquista y colonización de la Tierra
Firme venezolana, fueron fray Bartolomé
de las Casas en Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, de 1552 y
Gonzalo Fernández de Oviedo en Historia
general y natural de las Indias, de 1535 y
Sumario de la natural historia de las Indias,
de 1526, Francisco López de Gómara con
Historia general de las Indias de 1552.

En 1539, Gonzalo Jiménez de Quesada da


cuenta del dominio alemán sobre territorio
venezolano en su libro Epítome de la
conquista del Nuevo Reino de Granada.[2]
Posteriormente, lo haría también
Bartolomé de las Casas en su Brevísima
relación.

De finales siglo también es la


Recopilación historial de fray Pedro de
Aguado, franciscano, iniciada por fray
Antonio Medrano, y que luego se editaría
en dos tomos distintos: Historia de
Venezuela e Historia de Santa Marta y
Nueva Granada.[3]

siglo
Relación del descubrimiento del río
Apure hasta su ingreso en el Orinoco,
de fray Jacinto de Carvajal.

En 1626 fray Pedro Simón publica Noticias


historiales de las conquistas de Tierra
Firme en las Indias Occidentales, sobre la
conquista de los territorios actuales de
Venezuela (a la que dedica la primera
parte) y Colombia (partes segunda y
tercera).[4] Se trata de una de las obras
que da comienzo al género de las crónicas
de Indias.[5]
Alonso Briceño (1587-1668) fue un
teólogo y obispo franciscano chileno,
seguidor de la escuela de Juan Duns
Escoto. Es considerado el primer filósofo
nacido en América. Fue nombrado obispo
de Caracas en 1659 por el papa Alejandro
VII, pero no llegó a tomar posesión de su
nueva diócesis permaneciendo en Trujillo
hasta su muerte en 1688.

En 1648 fray Jacinto de Carvajal,


dominico, escribe Relación del
descubrimiento del río Apure hasta su
ingreso en el Orinoco, texto también
conocido como Jornadas náuticas. En este
libro se registra el primer plagio cometido
en Venezuela.[1] Este libro contiene el
primer catálogo de pueblos indígenas de
Venezuela. Se trata de una larga lista de
105 naciones indígenas hasta ahora
desconocidas por los españoles.[6]

Otros ejemplos de este siglo son fray


Cristóbal de la Concepción, fray Juan
Moro y fray Diego de los Ríos.[1]

A fines del siglo existió en Caracas


una élite intelectual conformada por el
Obispo Antonio González de Acuña, Juan
de Arechederra, Nicolás Herrera y Ascanio,
José Mijares de Solórzano, Antonio Tovar
y Bañes, José Martínez Porras, José de
Oviedo y Baños.[1]

Descripción exacta de la provincia de


Venezuela, de Joseph Luis Cisneros.

siglo
Historia de la Conquista de
Venezuela por José de Oviedo
y Baños es una de las obras de
referencia más importantes
sobre la conquista de
Venezuela, pese a sus lagunas
y a haber sido escrita a más de
un siglo de los hechos
narrados.

En 1707, se publica en la Imprenta de


México Lágrimas amorosas, un panegírico
escrito por Nicolás Herrera y Ascanio, cura
de la Catedral de Caracas, dedicado al
Obispo de Caracas, Diego de Baños
Sotomayor, quien fuera tío de José de
Oviedo y Baños, cronista de Indias.
Es este mismo Oviedo y Baños quien en
1723 publica la Historia de la conquista y
población de la Provincia de Venezuela.[7]

En 1732, en Madrid, el sacerdote


venezolano José Mijares de Solórzano
publica en tres volúmenes sus Sermones
magistrales.[8]

En 1745, Joseph Gumilla publica El


Orinoco ilustrado y defendido.[9]
Posteriormente, en 1791, publica su
Historia natural, civil y geográfica de las
naciones situadas en las riveras del río
Orinoco, un aporte importante en la
historiografía de los pueblos indígenas de
Venezuela.[10]

De 1764 es Descripción exacta de la


provincia de Venezuela, libro escrito por
Joseph Luis de Cisneros, por iniciativa de
la Compañía Guipuzcoana.[11] Durante
mucho tiempo, gracias a las tesis de
Charles Leclerc y Toribio Medina, se
pensaba que el libro había sido impreso en
la Valencia venezolana, como lo indica el
mismo manuscrito. Sin embargo, se sabe
gracias a las investigaciones de Pedro
Grases que fue impresa en San Sebastián,
y que la mención de Nueva Valencia tuvo
como finalidad dar una impresión de
neutralidad frente a la Compañía
Guipuzcoana, la cual enfrentaba críticas
por su posición monopolista en el
comercio entre la provincia y la
metrópolis.[12]

De las últimas décadas del XIX procede el


Diario (1771-1792) de Francisco de
Miranda, la mayor obra en prosa del
periodo colonial. Además de sus diarios,
Miranda es autor de numerosos textos en
los que relata su participación en la
Revolución Francesa, así como las
negociaciones con los gobiernos de
Inglaterra, Francia y Estados Unidos de
América con la finalidad de buscar apoyo
para la Independencia de Hispanoamérica.
Todos estos textos se encuentran
protegidos por el Programa Memoria del
Mundo de la UNESCO.

En 1799, el cordobés Antonio Caulín


Aguazil publica la Historia corográfica, que
trata sobre las provincias de Cumaná,
Guayana y vertientes del río
Orinoco.[13] [14]

Francisco de Miranda, según Arturo


Michelena. Los manuscritos de
Miranda se encuentran compilados
en la colección Colombeia, protegida
por el Programa Memoria del Mundo
de la UNESCO.
También de fines del mismo siglo es la
obra poética de la primera mujer escritora
del país de la que se tiene noticia: sor
María de los Ángeles (1765-¿1818?),
monja carmelita, toda ella cruzada por un
intenso sentimiento místico inspirado en
Santa Teresa de Jesús.[15] [16] [17] Según
Julio Calcaño, la mayor parte de su obra
poética se extravió durante la Guerra de
Independencia.[18] Dos textos han logrado
sobrevivir: Anhelo y Terremoto. Julio
Calcaño recoge el primero en el Parnaso
Venezolano, publicado en 1892,[18]
mientras que el segundo fue incluido en
Orígenes de la poesía colonial venezolana,
de Mauro Páez Pumar.[19]
Pese a que se puede nombrar a varios
escritores de este periodo, los rasgos más
notables de la cultura colonial hay que
buscarlos más que en la literatura en las
humanidades, en especial en el campo de
la filosofía y de la oratoria sagrada y
profana, en las intervenciones académicas
y en el intento llevado a cabo por fray Juan
Antonio Navarrete (1749-1814),
franciscano, en su Arca de letras y Teatro
universal.[20] [21] [22]

Navarrete fue un escritor sumamente


prolífico. De su autoría se han conservado,
sin embargo solo tres obras, la Novena de
Santa Efigenia, el Cursus Philosophicus
Iuxtamiram y el Arca de letras y Teatro
universal.[23] Su Arca de letras y Teatro
universal fue escrita entre finales del
siglo y principios del . La Biblioteca
Nacional de Venezuela data el manuscrito
de 1783, sin embargo, por las menciones
al proceso de independencia de
Venezuela, sabemos estuvo escribiendo el
manuscrito hasta al menos 1813.[24] Se
trata de una obra monumental, con una
estructura sumamente compleja, con
múltiples anotaciones y referencias a
otras obras de su autoría. La misma es de
alguna forma una enciclopedia o
diccionario que compila mucho del saber
existente por esa época. En esta obra
Navarrete conjuga con gran habilidad
erudición y lexicografía. Su técnica
lexicográfica, se expresa en las
numerosas anotaciones donde brinda
ayuda para poder interpretar la obra,
producto de una profunda investigación y
meditación.[23] En una época en que la
Inquisición ejercía su poder, Navarrete
hace notar que "yo no escribo sino para mi
utilidad" y "yo no escribo para otros, si no
apuntes para mi", de forma de asentar lo
inocuo de su tarea. Navarrete se
manifiesta partidario de la independencia,
y de una universidad abierta al saber.[23]
siglo : la imprenta y literatura
republicana

Andrés Bello, autor de


Gramática de la lengua
castellana destinada al
uso de los americanos.

La imprenta llega a Caracas en 1808, en


vísperas de la independencia. Sin
embargo, es importante notar que la
imprenta ya existía en Tobago desde 1780
y en Trinidad desde 1789, ambos
territorios pertenecientes a la Capitanía
General de Venezuela hasta la firma del
Tratado de Amiens en 1802, aunque bajo
asedio francés e inglés.[25] De hecho, el
profesor Ildefonso Leal, puntualiza que el
año de 1789 sería fundamental, gracias a
la publicación del periódico El Correo de la
Trinidad Española.[26] Estas dos imprentas
(la de Tobago y la de Trinidad), serían
fundamentales puesto que producirían
buena parte de la propaganda
independentista liderada por Francisco de
Miranda,[27] a tal punto que "en los
archivos Nacionales de Trinidad se
evidencia que esta propaganda llegó al
conocimiento de la Corte de España y el 7
de junio de 1793 ordenó al Capitán
General de Venezuela que recogiera todos
los libros y papeles perjudiciales a la
pureza de la religión, quietud pública y
debida subordinación de las colonias, que
se introdujeron al país."[28]

También cabe señalar como año precursor


el de 1806, pues como señala Pedro
Grases, Miranda a bordo del Leandro, traía
consigo la que hubiese podido ser la
primera imprenta nacional, y aunque
probablemente no llegó a tocar tierra, sí
llegó a imprimir por lo menos cinco
proclamas: "Una, fechada en Jacmel; una,
a bordo; dos, fechadas en Coro, y una, en
Aruba. Se sabe que llegaron a manos de
venezolanos y aun se conoce que fueron
quemadas en un terrible auto de fe, pero la
imprenta no llegó a destino, como no vio
realizados en 1806 sus anhelos de libertad
el Precursor de la Independencia. Además
de estas proclamas, se sabe que imprimió
esqueletos de los despachos o
nombramientos que se proponía hacer
Miranda, si la fortuna le hubiese
sonreído."[27]

Ahora bien, en cuanto a libros publicados


en el territorio actual de Venezuela, se
acepta que el primero fue el Calendario
Manual y Guía Universal de Forasteros para
1810, de la imprenta de Mateo Gallagher y
Lamb, publicado en el año 1810. Esta obra
se atribuye a Andrés Bello.[26]
La literatura de inicios del XIX no es muy
abundante, los intelectuales y políticos
estaban ocupados en las guerras
libertarias. Sin embargo, surge la oratoria
como forma alternativa para propagar las
ideas independentistas y cuya belleza
retórica y estilística hace que se le ubique
dentro del espectro literario. En este
período sobresale también la producción
poética de Andrés Bello, primer poeta en
proponer la creación de una expresión
lírica americana.
Rafael María Baralt,
primer hispanoamericano
en la Real Academia
Española.

Su poesía es considerada como


precursora de la temática latinoamericana
en la lírica continental, tal como se puede
observar en Alocución a la poesía (1823) y
en Silva a la agricultura de la Zona Tórrida
(1826). En vísperas de la independencia,
llega la primera imprenta a Caracas (1808)
y con ella surgen importantes periódicos,
entre los que destaca la Gazeta de Caracas
y el Correo del Orinoco, a través de los
cuales se difunden las ideas libertarias. Sin
embargo, antes de la aparición de los
primeros periódicos, estas ideas eran
principalmente difundidas a través de la
oratoria, pues las imprentas españolas
difícilmente acceden a la publicación de
ideas que atenten en contra de su
hegemonía.

Simón Bolívar.
Sin embargo, entre los avatares de la
revolución fue que el germen de una
identidad propia ensayó sus fueros
humanísticos. La copiosa
correspondencia de Simón Bolívar, así
como los documentos oficiales de sus
atribuciones republicanas, dilucidan no
solo el mosaico colosal de su genio
político, sino también la prolijidad de una
pluma tan exquisita como intensa. De gran
belleza y profunda preocupación filosófica
es Mi delirio sobre el Chimborazo; una
especie singular que le distingue de las
contradicciones de su tiempo, y en la que
por etérea proporción discurre desde la
clarividencia de un tribuno hasta la
humildad de un profeta señalado para un
mundo naciente y por lo mismo
promisorio. Los papeles de Bolívar forman
también parte del Programa Memoria del
Mundo de la UNESCO.

Es también en Simón Rodríguez, filósofo y


pedagogo caraqueño, cuando
genuinamente se ensayan fórmulas
americanas muy bien meditadas para las
incipientes repúblicas; su obra, aunque
dispersa por los giros de su singular vida,
compila no solo su preocupación
sociológica, sino también la urgencia de
un código intelectual. Por auspicio de su
célebre pupilo (Simón Bolívar) alcanza
parcialmente a aplicar algunas de sus
ideas, muchas de las cuales fueron
difundidas después y ampliadas en un
castellano auténtico y a veces irónico
como Voltaire. Además de sus peculiares
publicaciones y de su correspondencia, es
célebre su defensa que hace de la gesta
bolivariana, construida con un rigor lógico.

A mediados del siglo se publican las


Memorias de José Antonio Páez, y de
Daniel Florencio O'Leary.[29] [30]

La actualidad
No es sino a partir del siglo , gracias al
establecimiento de las revistas, los
periódicos y la expansión de la imprenta
que puede empezarse a hablar de una
división clara entre los géneros que se
consolidarían durante el siglo y el
siglo : la novela, el cuento, el ensayo, la
poesía, etc. También surgen movimientos
como el romanticismo, el modernismo, el
criollismo, el cosmopolitismo. Se fundan
instituciones como la Biblioteca Nacional
de Venezuela o la Academia Venezolana
de la Lengua.

A partir del siglo surgirán los primeros


clásicos venezolanos: Teresa de la Parra,
Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, José
Antonio Ramos Sucre, Miguel Otero Silva.
También surgirán las primeras
vanguardias y luego los grupos literarios
como Sardio, El Techo de la Ballena,
Viernes, Tabla Redonda o Tráfico. Se
establecerán también empresas
editoriales, como Monte Ávila Editores o la
Biblioteca Ayacucho.

La novela

Las primeras novelas


Fermín Toro publicó en
1842 Los mártires,
considerada la primera
novela venezolana

Muchos autores coinciden al afirmar que


la novela venezolana surge a mediados del
siglo , tras la publicación de Los
mártires, de Fermín Toro en 1842. Las
primeras novelas venezolanas siguen los
postulados de las corrientes literarias que
para la época prevalecían en el ámbito
mundial. A excepción de las inscritas en el
marco del modernismo, movimiento
literario de origen latinoamericano.
En el tardío romanticismo venezolano,
tuvieron gran aceptación las novelas de
carácter histórico que se adaptaban al
espíritu romántico, como Blanca de
Torrestella (1868), de Julio Calcaño. Bajo
estas influencias románticas se
escribieron muchas novelas de tono
sentimental, así como también novelas de
denuncia: Zárate (1882) de Eduardo
Blanco y Peonía (1890) de Manuel Vicente
Romero García. En la mayoría de los
casos, las primeras novelas venezolanas
funcionan como tribunas para denunciar
las injusticias sociales, o como
instrumentos pedagógicos o de
construcción de la identidad nacional.
A finales del siglo , la caraqueña Lina
López de Aramburu escribe con el
seudónimo Zulima tres novelas: El
medallón (1885), Un crimen misterioso
(1889) y Blanca; o consecuencias de la
vanidad (1896). Otras autoras también
publicaron en esta época: María Navarrete
publica en Maracaibo ¿Castigo o
redención? (1894); Ignacia Pachano de
Fombona (seudónimo: Blanca) y Margarita
Agostini de Pimentel (seudónimo: Margot)
publican Para el cielo en 1893 y En la playa,
de 1894; y Concepción Acevedo de
Tailhardat María en 1897.[31]
La obra de Zulima será particularmente
importante puesto que construirá una
nueva subjetividad femenina que destruye
la noción de mujer como "ángel del
hogar".[32] [33] Zulima transforma el amor
romántico en uno en el que el hombre es
un ser menos racional y la mujer deseante
deja de ser el origen del mal.[32]

También se conoce el caso de Elisa


González de Alegría, habitante de Ciudad
Bolívar, autora de dos novelas publicadas
en 1893: Alicia o la amiga de los pobres, y
El ángel del hogar o la Condesa de Souring.
La continuación de esta última obra cuyo
título era El amor y el deber, no se ha
podido determinar si fue o no publicada.
De acuerdo con Diego Rojas Ajmad "en
Primer libro venezolano de literatura,
ciencias y bellas artes, de 1895, que sirve
como antología o vitrina de la cultura
venezolana de ese entonces, se hace
mención de nuestra autora con la
siguiente frase: «Elisa González de Alegría,
novelista». Nada más".[31] [34]

En 1884, Tomás Michelena publica Débora,


una novela protofeminista que tendrá
como temas la sexualidad femenina, la
educación de la mujer y el adulterio, que
aboga sutilmente por la legalización del
divorcio.[35] [36] Se trató de una obra
controversial al narrar "una de las escenas
de adulterio más escandalosas e
inimaginables de todo el siglo XIX
latinoamericano",[37] así como por su alta
carga homoerótica.[38] Manuel Vicente
Romero García

La novela Peonia, publicada en 1890,


originó interesantes polémicas sobre la
literatura venezolana. Algunos la
consideraron como la primera novela
"nacional", por los ambientes recreados,
los personajes, el habla popular y las
descripciones de realismo criollista,
tendencia que se conocería como
"criollismo". Esta novela es una especie de
réplica de María, de Jorge Isaacs, con
escenas parecidas tratadas de manera
diferente, donde se narra la historia de un
idilio amoroso: entre una doncella
campesina y su primo, un joven ingeniero.

Notable fue también la conformacion de la


llamada Generación del 98 integrada entre
otros por Manuel Díaz Rodríguez, Luis
Manuel Urbaneja Achelpohl, Andres Mata,
Santiago Key Ayala, Pedro Emilio Coll,
César Zumeta, Rafael Silva y Rufino Blanco
Fombona.

La novela venezolana a principios del


siglo
Monumento a Doña Bárbara,
personaje principal de la novela
homónima del escritor y político
Rómulo Gallegos, considerado el
más universal de los narradores
venezolanos.

Rómulo Gallegos.

Teresa de la Parra.
Arturo Uslar Pietri,
ganador del Premio
Príncipe de Asturias, y
delPremio Rómulo
Gallegos.

A partir de los inicios del siglo , estas


preocupaciones se irán relajando: el valor
literario y estético cobrará mayor
importancia, sobre todo tras el
surgimiento del modernismo, en el que
prevalecía el cuidadoso lenguaje y el
adorno retórico. Son piezas claves para
comprender la producción de este período
las novelas de Manuel Díaz Rodríguez
quien publica en 1901 su primera novela:
Ídolos rotos, sátira política y social de la
sociedad de la época, evidenciando una
problemática lucha entre lo nacional y lo
mundial. A través de esta novela y del
resto de su producción, Sangre patricia
(1902) y Peregrina (1922), percibimos una
fina sensibilidad que idealiza la naturaleza
venezolana, cruzada por tipos y
costumbres; sensibilidad plasmada en las
páginas a través de un lenguaje cuidado y
extremadamente culto.

El año de 1910 se toma como punto de


partida de nuevas experiencias estéticas
que reaccionan en contra del modernismo
e intentan escribir acerca de la vida
común. De manera que se perfila una
nueva expresión literaria de carácter
realista, en la que reaparecen viejas
esencias del costumbrismo. En este
momento de la trayectoria de la novela
venezolana son relevantes los nombres de
José Rafael Pocaterra, Teresa de la Parra y
Rómulo Gallegos, entre otros. Política
feminista, es la primera novela publicada
por Pocaterra, cuya obra ha sido
enmarcada dentro del realismo. En La
casa de los Abila (1946) este autor logra
reflejar con extrema agudeza la
decadencia y descomposición social y
política de la realidad que lo circunda.
Un punto de referencia dentro de la
novelística nacional lo constituye Rómulo
Gallegos, quien publicó diez novelas
ambientadas en distintos espacios de la
geografía venezolana, conectadas con las
concepciones positivistas y de un
profundo realismo social. Reinaldo Solar
(1920), fue su primera novela, a la que
siguieron La trepadora (1925), Doña
Bárbara (1929), Cantaclaro (1934),
Canaima (1935), Pobre negro (1937), El
forastero (1942), Sobre la misma tierra
(1943), La brizna de paja en el viento
(1952) y Tierra bajo los pies (1971).
Características comunes de estas obras
serían su alto sentido pedagógico, la lucha
entre civilización y barbarie como
temática recurrente, además de la
interpretación de aspectos controversiales
de la sociedad. Algunos autores afirman
que Gallegos, quien llegó a ser Presidente
de la República, trazó su ideología política
a través de la escritura de sus novelas.
Ifigenia publicada en París en 1924, fue la
primera novela de Ana Teresa Parra
Sanojo, conocida por su seudónimo
Teresa de la Parra. Esta novela, que relata
las preocupaciones de una mujer
moderna, ganó en París el «Concurso de
novelistas americanos» el mismo año de
su publicación. Memorias de Mamá Blanca,
publicada también en París en 1929,
representa el criollismo universalizado.

La novelas de Ramón Díaz Sánchez se


destacan por ser obras de corte social
tales como Mene (1936), Cumboto (1947),
Casandra (1957) y Borburata (1960) que
reflejan la crisis de transformación y
crecimiento en la primera mitad del siglo
XX en Venezuela

Los nuevos clásicos venezolanos


Los escritores Miguel Otero Silva,
Ramón Díaz Sánchez y Mariano
Picón Salas.

Con una abundante producción literaria,


no solo dentro del plano de la novela sino
también en otras categorías genéricas,
destaca la labor de Arturo Uslar Pietri y
Miguel Otero Silva. Estos autores se
consideran como pertenecientes al canon
literario venezolano y se constituyen en
autores clásicos del siglo . Arturo Uslar
Pietri, quien ganó el Premio Príncipe de
Asturias en España (1990) y el Premio
Rómulo Gallegos (1991) en Venezuela con
su novela La visita en el tiempo, se ha
constituido en un punto de referencia
dentro de la producción novelística
nacional. Es uno de los autores de mayor
difusión dentro y fuera del país e
incursionó en diversos géneros, siempre
de manera destacada.

Sus novelas se caracterizan por una


estructura anecdótica de marcada
influencia vanguardista y por una
recurrente temática histórica, que algunos
estudiosos de su obra han visto como
señal de una búsqueda de las raíces de la
venezolanidad, desde una perspectiva
universal, no obstante, enfocada también
hacia la búsqueda de lectores ajenos a la
idiosincrasia nacional. Debido a su
abundante producción de alta calidad
literaria, Uslar es un autor indispensable
para el estudio de las letras venezolanas.
De igual manera ocurre con Miguel Otero
Silva, quien tras una ardua labor
periodística en Venezuela, se dedica a la
creación literaria. Fundador del diario El
Nacional, este importante novelista se
vale de una visión aguda y crítica para
abordar la realidad del país a través de sus
obras. Tal como sucede en Casas Muertas
(1955) o en Cuando quiero llorar no lloro
(1970).

Precursores de la novela
contemporánea

Antonio Arráiz.

Enrique Bernardo Núñez y Guillermo


Meneses proponen otras maneras de
abordar la novela al elaborarlas desde
perspectivas novedosas en las que la
realidad se ve asediada por la interioridad
de los personajes y por elementos
imaginativos y fantásticos. Aunque
diferentes entre sí, la obra de estos
autores constituye un precedente
importante en la evolución de la novela
contemporánea. Otra manera de abordar
la realidad, en la que se observa una
mayor riqueza imaginativa, se hace
patente en las novelas de Bernardo Núñez,
quien a pesar de centrar su atención en lo
histórico, problematiza las nociones de
verdad y ficción al hacer «historias
noveladas». Su primera novela Sol interior
(1918) aborda esta temática, pero es en
Cubagua (1932), considerada su obra
capital, en la que logra superar a todas sus
novelas anteriores.

Enrique Bernardo Núñez y Guillermo


Meneses han sido considerados como
unos de los precedente fundamentales de
la novela venezolana contemporánea. En
la obra de Guillermo Meneses se tejen
temáticas complejas con estructuras
discursivas finamente elaboradas. Siendo
la cúspide de su producción novelesca El
falso cuaderno de Narciso Espejo (1952),
novela profunda de grandes ambiciones,
en la que se observa el cruce de
simbologías y la representación de las
zonas interiores de los personajes.

La misa de Arlequín (1962), la última


novela de Meneses ha sido considerada
como una continuación de la temática y
los logros discursivos alcanzados por su
novela anterior. Otros autores a tener en
cuenta serían Antonia Palacios, Pedro
Berroeta, Mario Briceño Iragorry, con su
única novela Los Ribera (1957), Elisa
Lerner, Gloria Stolk, Antonio Arraíz, Lucila
Palacios o Ramón Díaz Sánchez, este
último con Mene (1936), novela referida a
la explotación petrolera en Venezuela,
tema que sería tratado por primera vez en
la novelística venezolana por Miguel Toro
Ramírez con Señor Rasvel (1934).

De la violencia a la interioridad

Salvador Garmendia.
A partir de 1958 hasta ahora muchos
cambios históricos, culturales y sociales
se han sucedido afectando de manera
significativa la producción literaria en
Venezuela. Dos temáticas fundamentales
prevalecen en este período permitiendo la
aparición de nuevos tipos de novelas:
novela de la violencia y la novela de la
interioridad. En este año es derrocada la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez, y se
instaura un régimen democrático, que va a
estar asediado por grupos de oposición
con claras vinculaciones marxistas e
influenciados por la revolución cubana
liderada por Fidel Castro.
Adriano González León
en los años 50. Gónzales
León resultó ganador del
Premio Biblioteca Breve
en 1968.

Se trata de grupos armados de oposición


al régimen político prevaleciente, la
llamada «guerrilla», la cual va a ser fuente
de anécdotas para los escritores de
entonces, muchos de los cuales militaron
dentro de sus filas. De manera que la
literatura de esta época está caracterizada
por un fuerte compromiso político. Como
novelas de la violencia ha sido estudiada
la producción de José Vicente Abreu, Se
llamaba SN (1964) es un caso
paradigmático.

Carlos Noguera, autor de


la novela Historias de la
calle Lincoln (1971).

A finales de los sesenta y principio de los


setenta la novela de la guerrilla define sus
postulados a través de obras
fundamentales como Los Topos de
Eduardo Liendo Zurita, Historias de la calle
Lincoln (1971) de Carlos Noguera y País
Portátil (Premio Biblioteca Breve 1968) de
Adriano González León, quien abordó las
preocupaciones sociales y políticas que
vivía Venezuela en esa época, pero supo
rebasar el esquema testimonial para dar
una dimensión más profunda y literaria al
tema de la guerrilla urbana. También
destacan en este período la llamada
«novela de la interioridad», cuyo precursor
sería Salvador Garmendia con su novela
Los pequeños seres (1959) en la que
prevalece la introspección de los
personajes.

El humor, aunque no muy abundante en la


creación literaria de este momento,
encuentra su máximo exponente en
Renato Rodríguez, con Al sur del Ecuanil
(1963). La novela que experimenta con
nuevas estructuras narrativas y lenguaje
lúdico se hace presente a través de la obra
de José Balza, Oswaldo Trejo y Luis Britto
García. Un tema poco usual como lo es el
de los avatares de la juventud atraviesa las
páginas de Piedra de mar (1968) de
Francisco Massiani.

Novela contemporánea

José Balza, narrador y ensayista.


Premio Nacional de Literatura 1991.
Alberto Barrera Tyszka
resultó ganador del
Premio Herralde 2006 por
su novela La enfermedad
y del Premio Tusquets de
Novela de 2015 por Patria
o muerte.

Al lirismo y la disolución, tanto argumental


como estructural, que prevaleció en los
años setenta, siguió a mediados de los
ochenta una vuelta a la anécdota. Esta fue
potenciada por la obra de Francisco
Herrera Luque y posteriormente, por la de
Denzil Romero. El panorama literario
parecía escindirse entre los autores cuyo
proyecto estético se centraba en una
recuperación del hilo anecdótico de lo
narrado, y otros a quienes les preocupaba
más la experimentación con el lenguaje y
las maneras de abordar la historia.

En los años noventa esta escisión queda


de lado. Muchos autores consiguieron
mezclar estas dos tendencias opuestas en
sus obras logrando así una recreación
poética de la realidad sin caer en los
extremos de la incomprensión y una
recuperación de la anécdota sin descuidar
lo estético y lo literario. Estos escritores
reconocen una línea directa de influencias
de Salvador Garmendia, Adriano González
León, Alfredo Armas Alfonzo y las
propuestas del grupo EN HAA.
A partir de entonces han prevalecido
como ejes temáticos lo rural: En virtud de
los favores recibidos (1987) de Orlando
Chirinos; las sagas familiares: El exilio del
tiempo (1991), de Ana Teresa Torres; las
memorias y la narrativa de los cambios
petroleros, en Milagros Mata Gil; la mirada
sobre el mundo de la violencia y la
marginalidad: Calletania (1992), de Israel
Centeno y Caracas Cruzada (2006), de
Vicente Ulive-Schnell; la revisión de la
guerrilla desde una mirada
contemporánea: Juana la roja y Octavio el
sabrio (1991), de Ricardo Azuaje; el
conjunto de historias que atraviesa un
mismo personaje en La Danza del Jaguar
(1991), de Ednodio Quintero; las relaciones
con la música popular: Si yo fuera Pedro
Infante (1989) de Eduardo Liendo; las
nuevas novelas históricas: La tragedia del
generalísimo (1983), de Denzil Romero; la
mirada sobre el amor y la diáspora, El libro
de Esther (1999) o Arena negra (2013), de
Juan Carlos Méndez Guédez; la
exploración del viaje hacia un norte
simbólico, El niño malo cuenta hasta cien y
se retira (2004), de Juan Carlos Chirinos; la
revisión de la memoria del país: Falke
(2005), de Federico Vegas; Qué bien suena
este llanto de Margarita Belandria (premio
honorífico en el I Concurso de Narrativa
Antonio Márquez Salas, convocado por la
Asociación de Escritores de Mérida, 2004);
la exploración en el miedo contemporáneo
al dolor, La enfermedad (Premio Herralde
de Novela 2006), de Alberto Barrera
Tyszka; la indagación paulatina en el
fragor urbano contemporáneo, Latidos de
Caracas (2007) , de Gisela Kozak; la
reconstrucción de la infancia, El abrazo del
Tamarindo (2008), de Milagros Socorro; la
historia contemporánea con conexión a la
actualidad, El pasajero de Truman (2008),
de Francisco Suniaga; la búsqueda del
padre en el subsuelo caraqueño, Bajo
Tierra (2008), de Gustavo Valle; y el exilio
autoimpuesto, Blue label/Etiqueta Azul
(2010), de Eduardo Sánchez Rugeles, o la
violencia política y el desarraigo en La hija
de la española (2019), de Karina Sainz
Borgo.

Gustavo Valle, ganó la III Bienal Adriano


González León (2008) y el Premio de la
Crítica (2009) con Bajo tierra.

Karina Sainz Borgo, Premio O. Henry, 2021.

Muchos de estos escritores han


evolucionado, tanto en la temática como
en la expresión narrativa. Tal es el caso de
Ana Teresa Torres, que ha explorado la
novela erótica y la novela policial, género
que, aun cuando no es el más visitado en
la narrativa venezolana (el tópico de la
violencia política ha prevalecido por
encima de los tópicos del género negro),
tiene en su haber títulos relevantes como
Los platos del diablo, de Eduardo Liendo,
Seguro está el infierno y No disparen contra
la sirena, de José Manuel Peláez y Tomás
Onaindía, Cuatro crímenes cuatro poderes
(que también se inscribe en la literatura
negra y de violencia política), de Fermín
Mármol León, Colt Comando 5.56, de
Marcos Tarre, El discreto enemigo, de Rubi
Guerra e, incluso, novelas policiales en
clave de comedia como El caso de la araña
de las cinco patas, de Otrova Gomas,
seudónimo del humorista y escritor Jaime
Ballestas.

Hay que señalar, además, que la narrativa


breve ha incursionado en el género
también con resultados destacables.
Milagros Mata Gil consigue en la
autobiografía ficcionada y la novela
histórica el tono necesario para María de
Majdala: otra versión del anathema, en la
cual mezcla profundos conocimientos
teológicos y un lenguaje lírico, con la
intención de rescatar la vida femenina en
el siglo de nuestra era.
Eduardo Liendo durante la presentación de su libro En torno al oficio de escritor. Librería El Buscón,
Caracas

El cuento

El siglo : romanticismo

Julio Calcaño.
Venezuela tiene una importante tradición
cuantística que se remonta a mediados
del siglo , con autores como Julio
Calcaño, Juan Vicente Camacho, Nicanor
Bolet Peraza, Manuel Díaz Rodríguez o
Eduardo Blanco.[39]

Algunos ejemplos de esta época son La


estatua de bronce (1854) y Confesiones de
un auténtico ahorcado resucitado (1861)
de Juan Vicente Camacho,[40] o los
relatos de terror fantástico de Julio
Calcaño Las lavanderas nocturnas (1872),
El sello maldito (1873), La danza de los
muertos (1873) Tristán Cataletto
(1883).[41] [40] También Eduardo Blanco
(autor del célebre libro, Venezuela heroica)
escribiría el cuento El Número 111, en
1873, publicado en el semanario La
Tertulia.[42]

De Bolet Peraza destacan los cuentos Las


tres vidas de Antón de 1893, El monte azul
de 1893, El espejo encantado de 1893, Un
golpe de suerte de 1894, El gran infame de
1894, Calaveras de 1894, Historia de un
guante de 1895 y Metencardiasis de
1896.[43]

Los tópicos propios de esta época son el


pacto demoníaco, los fantasmas, los
vampiros, los muertos resucitados, las
brujas, así como cierta exploración de las
cosmogonías indígenas (por ejemplo, en
Las lavanderas nocturnas de Calcaño).[44]
También abundan los relatos
costumbristas, positivistas y naturalistas.

Finales del siglo : cosmopolitismo


y criollismo

Busto de Andrés Eloy


Blanco, Parque del Retiro,
Madrid, España

En los comienzos de la cuentística


venezolana, las revistas como El Cojo
Ilustrado juegan un papel fundamental
para la difusión de las obras de los
escritores dedicados a este género. El
modernismo y el realismo dominan el
panorama literario del país. Las mismas
corrientes literarias que marcaron las
pautas literarias de la novela influyen en
las narraciones cortas. Muchos autores se
dedican a ambos géneros, tal es el caso
de Manuel Díaz Rodríguez, quien escribió
cuentos modernistas; Luis Manuel
Urbaneja Achelpohl, quien creó cuentos de
corte costumbrista y fundó la corriente
denominada criollismo.
Con el modernismo surge una nueva
manera de ver lo fantástico, más
interesado por la introspección, lo raro, lo
inquietante. Este sería el caso de Pedro
Emilio Coll. Carmen Luna Sellés pone a
Coll junto con Horacio Quiroga, Leopoldo
Lugones, entre otros, en la categoría de
autores modernistas de finales del
siglo y principios del siglo ,
interesados en los sueños, lo sobrenatural,
lo fantástico y lo inquientante.[45] Carlos
Sandoval también destaca su contribución
al desarrollo del género fantástico en
Venezuela.[46]

Primera mitad del siglo : las


vanguardias

Cuentos grotescos de José Rafael


Pocaterra es una obra capital para
comprender la evolución de la narración
corta venezolana de esta época. Con la
llamada Generación del 18 el realismo se
ve robustecido con el contenido social de
las nuevas tendencias, sin desdeñar el
criollismo. Aunque la Generación del 18
fue una generación fundamentalmente de
poetas, tuvo proyección en el campo de la
cuentística. Estuvo influenciada por
movimientos europeos, en especial por el
cuento ruso.
Fuera de grupos literarios y de
movimientos definidos, Julio Garmendia
escribió cuentos con un particular estilo,
que le ha consagrado como uno de los
principales cuentistas venezolanos. Entre
su obra cabe destacar La Tienda de
Muñecos y La Tuna de Oro, obras de la
temática fantástica y de ciencia ficción.
Desde sus comienzos, la cuentística de
Garmendia se caracterizó por su
propuesta vanguardista,[47] con interés
por lo insólito[47] y que algunos
consideran heredera de la literatura
filosófica de Pedro Emilio Coll – la
compilación de esbozos, o collage literario
en el que abunda la metaficción, lo raro y
lo fantasioso.[48]

En 1928 surge la generación de


vanguardia caracterizada por su rebeldía y
por un extremado gusto por la metáfora y
el lenguaje barroco.

De la década de los 20 y 30 también son


los primeros cuentos publicados por
Arturo Uslar Pietri, precursores de eso que
luego él mismo denominará realismo
mágico. Especialmente importante es su
cuento La lluvia, preteneciente a la
antología Red. Para Enrique Anderson
Imbert, el cuento La Lluvia "es el mejor
ejemplo avant la lettre del realismo
mágico".[49] Gustavo Guerrero insiste
sobre dicho cuento: "La emoción que aún
produce su lectura está muy por encima
de ésa o de cualquier otra categorización.
Pienso que es más simple y más justo
decir hoy que “La lluvia” es un clásico de
nuestra lengua, una pequeña y exquisita
joya de arte mayor".[49]

Años 50, 60 y 70: lo experimental

Guillermo Meneses.
En el marco de los postulados de la
vanguardia y a partir de la década del
cincuenta son significativos los nombres
de Guillermo Meneses, Gustavo Díaz Solís
y Oswaldo Trejo.

El premio de cuentos del diario El Nacional


se constituye en una institución
legitimizante de la labor de los jóvenes
cuentistas. Uno de los cuentos más
celebrados e influyentes dentro de la
narrativa venezolana a partir de su
publicación hasta nuestros días es La
mano junto al muro (1952) de Meneses.
Relato cuya trama está dominada por lo
psicológico, la interioridad de los
personajes y la ambigüedad de una
estructura anecdótica circular.

Alfredo Armas Alfonzo.

Meneses es uno de los escritores que más


ha influenciado a las nuevas generaciones,
junto con Gustavo Díaz Solís, quien se dio
a conocer al ganar el premio literario de la
revista Fantoches, con su cuento Llueve
sobre el mar en 1943. Muy importante para
generaciones posteriores es su cuento
Arco Secreto, en el que la anécdota está
tejida por un discurso de resonancias
contemporáneas.

En los años sesenta y setenta las


experimentaciones formales que
atravesaron la novela también influyeron
en los cuentos. La experimentación lúdica
exacerbada con el lenguaje es una de las
características fundamentales de la obra
de Oswaldo Trejo. La experimentación
formal y genérica se hace presente en la
obra de Alfredo Armas Alfonzo,
especialmente en El Osario de Dios, libro
conformado por cuentos cortos de
anécdotas que se conectan, apelando a un
género intermedio entre el cuento y la
novela.

Para Tomás Eloy Martínez, la obra literaria


de Armas Alfonzo conforma un corpus
que algunos críticos han planteado como
una gran novela fragmentaria, como la
realidad. Como William Faulkner, escribió
muy específicamente sobre una región
geográfica, la Cuenca del Unare, a la que
conformó según sus recuerdos,
nombrando la fauna y la flora con las
palabras regionales. Milagros Mata Gil,
quien ha estudiado a fondo su obra, lo
considera «un demiurgo» de la Cuenca del
Unare, cuyo eje es Clarines.
Ida Gramcko y Mariano Picón Salas.

En 1967, la poeta, narradora y dramaturga


Ida Gramcko publica El jinete de la brisa y
David Alizo publica la colección de
cuentos llamada Quórum, que incluye
varios relatos de ciencia ficción.[50] [51]

En 1970 Luis Britto García pública su libro


de cuentos de ciencia ficción Rajatabla
que resultó ganadora del Premio Casa de
las Américas en La Habana.[52] Es en
honor a este libro que los integrantes del
grupo de teatro "El Juglar", dirigido por
Carlos Giménez, adoptaron como nombre
"Rajatabla" y solicitaron al autor una pieza
teatral, cuyos segmentos iba escribiendo a
medida que avanzaban los ensayos.[52] Su
relato Futuro, perteneciente al libro
Rajatabla, formará parte de la antología Lo
mejor de la ciencia ficción latinoamericana,
editada por Bernard Goorden y A. E. van
Vogt.[53]

En 1977 José Gregorio Bello Porras


publica la colección: Andamiaje y Armando
José Sequera escribe Me pareció que
saltaba por el espacio como una hoja
muerta.[54] Este último libro contiene
treinta y dos historias sobre una
comunidad de astronautas
venezolanos.[54]

Unos años más tarde, en 1979, el escritor


cubano Julio Miranda editó la antología
Ciencia ficción venezolana que incluye los
cuentos: Conspiración en Neo-Ucrania
(1979) de Francisco de Venanzi; Racine en
el Aeropuerto (1970) de José Balza;
Jinetes de Luz (1970) de Humberto Mata;
Inútil Redondo Seno (1973) de Pascual
Estrada; y Valdemar Lunes, el Inmortal
(1975) de Ednodio Quintero.[54] [55] [56]

Años 80 y 90
Francisco Massiani,
Premio Nacional de
Literatura.

A partir de los años ochenta, la cuentística


nacional retoma la anécdota, que se
hallaba diluida en medio de los juegos con
el lenguaje y el extremado
experimentalismo, para de esta manera
recuperar a los lectores comunes que en
los años setenta se habían alejado del
género. A finales de los ochenta
prevalecen los relatos que se centran en
temáticas como la música popular, el cine
y la cultura de masas.
También se retoman los relatos de
aventuras, el policial (de particular
relevancia son los cuentos La mujer de
espaldas, de José Balza, y Boquerón, de
Humberto Mata) y la ciencia ficción.
Algunas veces se nota un descuido
discursivo producto del afán de contar,
pero en los años noventa, los cuentistas,
al igual que los novelistas, han logrado
contar una historia interesante sin
descuidar los aspectos formales del texto,
manteniendo así un alto nivel literario y
estético.
Rodrigo Blanco Calderón,
Premio O. Henry 2023,
Premio Bienal Vargas
Llosa.

Actualidad

Entre los cuentistas de la actualidad se


destacan: Silda Cordoliani, Ricardo Azuaje,
Antonio López Ortega, Ángel Gustavo
Infante, Juan Carlos Méndez Guédez, Rubi
Guerra, Israel Centeno, Juan Carlos
Chirinos, Luis Felipe Castillo, Rafael Rattia
Milagros Socorro, Slavko Zupcic, Roberto
Echeto, Rodrigo Blanco Calderón, Fedosy
Santaella, José Urriola, Mario Morenza,
Salvador Fleján, Enza García Arreaza,
Jacobo Villalobos, Olga C. Morett y Jesús
Miguel Soto.

Cabe destacar igualmente los Premios O.


Henry recibidos por Karina Sainz Borgo y
Rodrigo Blanco Calderón en sus ediciones
de 2021 y 2023.

El ensayo

«El llanero domador».


Dibujo de Celestino
Martínez, litografiado por
Celestino y Jerónimo
Martínez aparecido en la
portada del primer
número de El Cojo
Ilustrado
Precursores

Para José Balza y para Roberto Lovera de


Sola, el ensayo comienza en Venezuela
con autores como Nicolás de Herrera y
Ascanio, con Lágrimas amorosas[57] y
Alfonso Briceño desde el siglo ,[1]
tradición continuará con Fray Juan
Antonio Navarrete y Francisco de Miranda
en el XVIII.[58]

Posteriormente, a principios del siglo ,


el ensayo tendrá como representantes a
autores como Andrés Bello, Simón
Rodríguez y Simón Bolívar.[58]
El ensayo en el siglo y principios
del siglo

Durante el siglo los ensayistas se


dedicaron a reflexionar en torno a la
identidad nacional. Sin embargo, este
género tiene su precursor en Fermín Toro
quien, con sus Reflexiones sobre la Ley del
10 de abril de 1834, se adentra en el
análisis de la realidad socioeconómica de
su época. El objetivo principal de los
inicios de este género en Venezuela fue el
de elaborar las bases ideológicas para
fundar la nación recientemente
independizada. En el modernismo esta
temática se amplía al incluir también lo
estético y lo literario. En el primer número
de la revista Cosmópolis, el 1.º de mayo
de 1894, aparecen los ensayos Sobre
Literatura Nacional y Más sobre Literatura
Nacional de Luis Manuel Urbaneja
Achelpohl, manifiesto donde señala los
lineamientos del Criollismo, estilo en el
cual plasmaría imágenes de las formas de
vida, problemas, tradiciones y costumbres
de la gente y el ambiente rural, en
pequeños poemas en prosa denominados
“acuarelas”.

Vanguardia, modernidad y
posmodernidad
El ensayo de vanguardia surge con la
Generación del 18 y la del 28,
especialmente con la producción de Julio
Planchart, Enrique Bernardo Núñez, Mario
Briceño Iragorry y Mariano Picón Salas,
quienes abordaron en sus páginas los
problemas sociohistóricos y culturales
venezolanos. Luis Manuel Urbaneja
Achelpohl gana un concurso de ensayo y
es premiado con la publicación por la
revista Elite de mil ejemplares de su
escrito El Gaucho y el Llanero (1926). El
ensayo compara la idiosincrasia y medio
político, social y económico de dos
emblemáticos caracteres de considerable
protagonismo histórico hasta la época.
A partir de los años sesenta los ensayistas
se ven influenciados por el pensamiento
teórico posmoderno. Tras el
cuestionamiento de las grandes
ideologías de la modernidad, los
ensayistas toman un tono más escéptico,
emparentado con los planteamientos
filosóficos mundiales de finales del
siglo . Los ensayistas de la
posmodernidad abordan temas tales
como la globalización, los medios de
comunicación masiva, la identidad
venezolana y latinoamericana, el debate
de las ideologías o la relatividad de la
noción de verdad.
Juan Liscano, Elisa Lerner, Rafael
Cadenas, Tulio Febres-Cordero, Hanni
Ossott, Aquiles Nazoa, Guillermo Sucre,
Rafael Castillo Zapata, Isaac Pardo,
Ludovico Silva, Rafael Caldera, Teodoro
Petkoff, Luis Castro Leiva, Carlos Rangel,
Gustavo Guerrero, Orlando Araujo, Juan
Carlos Chirinos, Ana Teresa Torres, Elías
Pino Iturrieta, Karina Sainz Borgo o Alfredo
Toro Hardy, entre otros, han producido
ensayos de gran valor.

Poesía
Juan Vicente González.

Poesía en el siglo

A principios del siglo Andrés Bello


despunta como uno de los poetas más
significativos del momento con una obra
que se inscribe primero dentro del
neoclasicismo y luego dentro del
romanticismo. Estos movimientos
literarios de origen europeo, al igual que el
parnasianismo, tuvieron gran repercusión
en los primeros poetas venezolanos.
Andrés Bello escribió sus famosas silvas
entre 1823 y 1826 en un estilo
emparentado con el movimiento
neoclásico que dictaba las pautas en la
literatura de esos días. Más tarde,
mientras se encontraba en Londres,
descubrió el romanticismo, con el que
nutrió sus siguientes poemas.

En ese período, el romanticismo era


acogido por otros poetas venezolanos,
como Fermín Toro, Juan Vicente González
y Cecilio Acosta. Sobresale dentro de este
periodo la obra de Juan Antonio Pérez
Bonalde, quien se inició como polemista y
humorista en revistas y periódicos a partir
de 1865. Según algunos autores, Pérez
Bonalde es el máximo representante del
romanticismo en Venezuela, para otros fue
el precursor del modernismo.

Sus poemas Vuelta a la patria y Niágara


están considerados como los más
representativos de la obra del autor y de la
poesía nacional, en ellos se observan
todas las búsquedas del romanticismo
aunado a elementos fuertemente
biográficos. El parnasianismo reaccionó
en contra de los excesos del
romanticismo. Proponía una literatura de
inspiración clásica, economía de recursos
estilísticos y sobriedad de las formas. Se
inscriben dentro de estos postulados las
obras líricas de Manuel Fombona
Palacios, Jacinto Gutiérrez Coll, Andrés
Mata, entre otros.

Entre el modernismo y la vanguardia


en la poesía venezolana: La
Generación del 18

Francisco Lazo Martí.

Las revistas El Cojo Ilustrado y Cosmópolis


funcionaron como órganos de difusión de
la obra de autores modernistas, quienes
tomaron la escena literaria con la fuerza
que le imprimía este movimiento de raíces
absolutamente latinoamericanas. Más
tarde, aparece la Generación del 18 como
fuerte reacción en contra de la estética
modernista. El movimiento modernista se
caracterizaba por el uso de patrones
rítmicos tradicionales y una temática en la
que prevalecía el cosmopolitismo cultural,
esto es la presencia dentro de sus poemas
de múltiples referentes a realidades
pertenecientes a otros ámbitos mundiales,
así como elementos mitológicos. Dentro
de estos postulados es relevante la obra
de poetas como Alfredo Arvelo Larriva,
Tulio Febres-Cordero, José Arreaza
Calatrava y Cruz Salmerón Acosta.
Francisco Lazo Martí, Udón Pérez y Sergio
Medina pertenecen al nativismo,
movimiento que se adhiere a los
postulados del modernismo, pero que
toma como temática principal al paisaje y
la realidad venezolanos. También está el
caso del barinés Alberto Arvelo Torrealba,
quien toma el canto tradicional llanero
como base para toda su obra poética. Uno
de sus poemas más conocidas es
Florentino y el diablo, adaptación de una
leyenda del folklore, que con el paso del
tiempo se ha convertido en referente de la
cultura nacional y ha sido llevada al cine,
teatro y televisión.
José Antonio Ramos
Sucre.

Con la aparición de la llamada Generación


del 18 se inicia una etapa de transición en
el desarrollo de la poesía venezolana entre
el modernismo y el vanguardismo. Los
poetas de esta generación se caracterizan
por reaccionar contra el modernismo
retornando a las formas y temas del
romanticismo. Esta generación de
transición es ecléctica y presenta
influencias del simbolismo, post-
modernismo y parnasianismo con
tendencias vanguardistas, como es el
caso de Humberto Tejera, Pio Tamayo y
Héctor Cuenca. Uno de los representantes
más conocido de la Generación del 18 es
Andrés Eloy Blanco, quien utiliza los
aspectos formales característicos del
modernismo, combinándolos con temas
nacionales y folklóricos. Considerado el
poeta popular de Venezuela, incursiona
brevemente en la temática vanguardista,
con su libro Baedeker 2000. José Antonio
Ramos Sucre es tratado como el primer
poeta de la Generación del 18. Su obra no
tiene antecedentes dentro de la literatura
nacional, pero si muchos seguidores, y
está caracterizada por el uso de la prosa
poética, atravesada por imágenes y
símbolos provenientes de las mitologías
griegas, orientales y celtas. Su producción
lírica consta de tres libros: La torre de
Timón (1925), El cielo de esmalte (1929) y
Las formas del fuego (1929). Fernando Paz
Castillo, Pablo Rojas Guardia, Enrique
Planchart y Luis Enrique Mármol son otros
exponentes importantes de esta
generación. La Generación del 18 se
entrelaza con la Generación del 28, esta
última vanguardista del todo. Hay quienes
consideran que son una y la misma
generación si se toma en cuenta el interés
que algunos poetas muestran en sus
obras por la política.[59] [60]
José Ramón Medina durante el III
Congreso de Escritores Latinoamericanos,
celebrado en Venezuela (1970).

Grupos literarios, revistas y poesía


contemporánea

Hanni Ossott.
Ana Enriqueta Terán (Valera, 1918-
2017) última poeta sobreviviente de
la Generación del 18.

El poeta Vicente Gerbasi.

Rafael Cadenas, Premio


Cervantes.
La aparición de grupos literarios a partir
de 1935 se constituye en un fenómeno
relevante para comprender la trayectoria
de la lírica nacional. Es importante
reconocer, sin embargo, que la tradición de
grupos literarios empieza en 1894 con la
formación de Cosmópolis por los
escritores Luis Manuel Urbaneja
Achelpohl, Pedro César Dominici y Pedro
Emilio Coll. Rómulo Gallegos, por su parte,
fundó el grupo La Alborada en 1909 para
promover una estética puramente
latinoamericana. Después de los años
treinta, el primer grupo que pasó a formar
parte de la historia literaria venezolana fue
el grupo Válvula, compuesto por autores
como Arturo Uslar Pietri, Antonio Arraiz y
Miguel Otero Silva. Este grupo ocupa un
lugar privilegiado por ser el primero en
oponerse directamente al gobierno.

En 1917, el poeta lirico Francisco Pimentel


junto a Leoncio Martinez, José Antonio
Calcaño y José Rafael Pocaterra, fundó el
diario humorístico Pitorreos. La carrera
periodística de Pimentel comenzó en El
Nuevo Diario, en 1913, con una sección
titulada Pitorreos que firmaba con el
seudonimo de Job Pim. Luego pasó a ser
colaborador en los diarios El Universal y El
Heraldo, además de escribir en las revistas
El Cojo Ilustrado y Élite. En 1923 participó
junto a Leoncio Martínez en el semanario
Fantoches, que poco tiempo después se
convirtió en diario.

En 1937 Pascual Venegas Filardo funda el


grupo «Viernes» junto a los poetas Vicente
Gerbasi, Pablo Rojas Guardia, Jose Ramon
Heredia, Luis Fernando Álvarez, Óscar
Rojas Jiménez, Ángel Miguel Queremel,
Otto de Sola y Fernando Cabrices. A esta
agrupación, relacionada con la estética
surrealista, perteneció Vicente Gerbasi.
Sus poemas enfrentan la temática de la
niñez y la búsqueda de la identidad. Su
obra más representativa es el largo poema
Mi padre el inmigrante (1945). A raíz de la
aparición de Viernes, proliferan las
agrupaciones literarias en el país. Así, el
grupo Presente, el grupo Suma y la
Generación del 42, surgen como reacción
antiviernista y se adhirieron a la temática
hispanizante. Más tarde, en 1947 y 1948,
aparece en la escena literaria el grupo
Contrapunto, cuyo fundador fue Héctor
Mujica.

Con un mensaje más político que estético,


el grupo Cantaclaro editó una revista que
llevó el mismo nombre, y se opuso a la
dictadura de Marcos Pérez Jiménez. A
partir de 1955 son relevantes las
propuestas estéticas de grupos como
Sardio y Tabla Redonda. A este último
grupo perteneció Rafael Cadenas, uno de
los poetas más importantes de las letras
nacionales. En 1960, Cadenas publica
Cuadernos del destierro, libro compuesto
por poemas cuya temática fundamental es
la búsqueda de la identidad y del sentido
de la existencia. En 1963 este autor
publica su poema Derrota.

Los años sesenta estuvieron signados por


el estallido de la Revolución Cubana y la
llegada de la democracia a Venezuela con
Rómulo Betancourt. Fueron años muy
convulsos y El Techo de la Ballena
encarnó la necesidad de una nueva
estética para la nueva realidad que se
estaba viviendo, Carlos Contramaestre,
Caupolicán Ovalles y Adriano González
León, junto con muchos otros que venían
de Sardio también, fueron miembros de
esta agrupación. Sol cuello cortado estuvo
dirigido más hacia la nueva poesía que
otro género. La pandilla de Lautrémont
conformada como grupo abierto termina
derivando en la mítica La República del
Este, cuyo eterno presidente que resistió
todos los golpes a su estado fue
Caupolicán Ovalles. Otros grupos que
reunieron propuestas estéticas y políticas
radicales fueron En Haa, Trópico uno, 40°
a la sombra.
Yolanda Pantin, Premio García Lorca
de Poesía.

En los años ochenta, los grupos Tráfico y


Guaire conducen a la lírica nacional por
nuevos senderos, una vez agotados los
códigos literarios de las décadas
anteriores. Eugenio Montejo fue uno de los
poetas más importantes de finales del
siglo y comienzos del siglo . En el
interior de Venezuela existe una gran
vitalidad en las últimas décadas del
siglo en la poesía venezolana
contemporánea con nombres como Ana
Enriqueta Terán, Miyó Vestrini, Aquiles
Nazoa, Jean Aristeguieta, Yolanda Pantin,
José Antonio Yepes Azparren que
generalmente son figuras emblemáticas
de sus regiones con gran influencia sobre
los creadores locales. Otros poetas
contemporáneos incluyen: Elizabeth
Schön, Jacqueline Goldberg, Esdras Parra,
Elisa Lerner, Ida Gramcko, Juan Sánchez
Peláez, Luis García Morales, Ramón
Palomares, Víctor Valera Mora, Gustavo
Pereira, Luis Alberto Crespo, Jesús Trejo,
Hanni Ossott, Gina Saraceni, Ígor Barreto y
Alfredo Chacón.

Cómic y novela gráfica


Space Riders, de Alexis Ziritt.

Algunas ilustraciones de La
civilización en Marte, novela publicada
en 1959 por Arez Najú.

Uno de los primeros ejemplos de literatura


gráfica del país se encuentra en el
semanario Fantoches, fundado en 1923
por el poeta e ilustrador Leoncio Martínez.
Martínez ya había colaborado como
caricaturista para la revista El Cojo
Ilustrado y para el diario El Universal. En
Fantoches podemos observar una serie de
personajes costumbristas, fantásticos,
animales que hablan y situaciones
absurdas.[61]

En 1949, es cuando Rafael Rivero Oramas


publicó Tío Conejo Detective. Luego, de
1949 a 1967, a través de su revista
Tricolor, Rivero serializó las historias que
luego publicó en 1973 como libro, El
Mundo de Tío Conejo.

Un ejemplo curioso de ciencia ficción


dentro de la novela gráfica y el cómic, lo
encontramos en la novela La civilización
en Marte de Arez Najú, ilustrada por el
mismo autor en 1959.[62]
En la década de los 60 se publica el cómic
clandestino Una extraña historia de ficción
científica… LA EXTRAORDINARIA MÁQUINA
DEL PROFESOR VAN ROMULIK.[61]

También es importante destacar revistas


como El Gallo Pelón en la década de los
50 hasta los años 70, o El sádico ilustrado
a partir de los 70, en la que participaron,
entre otros, autores como Elisa Lerner,
Salvador Garmendia, Luis Britto García y
artistas gráficos como Jacobo Borges o
Pedro León Zapata.[61] También de los
años 70 es el cómic de superhéroes
Capitán Guayana.[61]
Podemos también destacar la obra de
Otrova Gomas (heterónimo de Jaime
Ballestas), quien publica en 1983 El jardín
de los inventos.[63] En la actualidad se
puede destacar la obra de Alexis Ziritt
(ilustrador de Space Riders y Night
Hunters), Carlos Giffoni (guionista de
Space Riders). Space Riders es una novela
gráfica en tres volúmenes que narra las
aventuras de los tripulantes de la Santa
Muerte, una nave espacial en forma de
calavera. En el camino se encontrarán
ballenas cósmicas, y a personajes como
Doña Bárbara o María Lionza.[64] Por otro
lado, Night Hunters, escrita junto con Dave
Baker, es una obra distópica y cyberpunk
que tiene lugar en una Caracas del
futuro.[65]

También destaca la obra de Mauro «Pupo»


Salmaso (ilustrador y escritor de Son
Vistos Como Zombis), del novelista e
ilustrador Lucas García, del artista visual
Carlos Luis Sánchez Becerra (conocido su
seudónimo Majenye),[66] o del escritor
Wilfredo Machado (La noche de
Prometeo).[67]

Literatura oral

Venezuela tiene una rica literatura oral de


cuentos y leyendas, varias de estas
últimas relacionadas con personajes
históricos. Varios de estos cuentos tienen
su origen en la tradición oral de las
variadas etnias indígenas del país,
mientras que otros son relatos "criollos".
Algunas de las leyendas más populares
del país están ligadas a espantos o
fantasmas, como el caso de El Silbón, la
Sayona, etc. En el caso de los cuentos
populares, tal vez los más representativos
y conocidos sean los cuentos de Tío
Conejo.

Si bien, se han hecho algunos esfuerzos


por documentar esta literatura folclórica,
poco se editan o re-editan estos trabajos,
obstaculizando el que los lectores se
familiaricen con esta rama de la tradición
venezolana.

Véase también

Literatura
Música de Venezuela
Cultura de Venezuela
Biblioteca Ayacucho
Premio Nacional de Literatura de
Venezuela

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Enlaces externos

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Prodavinci (http://prodavinci.com/) -
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Datos: Q1192190

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