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EPISTOLARIO DE SAN AGUSTÍN Lope Cilleruelo O.S.A.

En San Agustín cabe distinguir, en general, dos clases de obras por razón del ritmo y
del estilo. La primera la forman los libros de carácter literario y retórico, tales como los
de Casiciaco y la Ciudad de Dios. En la otra clase entran los libros en que las
circunstancias personales y vivas provocan una espontaneidad que desborda todas las
convenciones y cánones literarios, como, por ejemplo, las Confesiones. En las epístolas
hallamos gran variedad de estilos, como podía esperarse, dados los intervalos de
tiempo y disposición de ánimo, diferencia de destinatarios y circunstancias y la misma
evolución espiritual de San Agustín. Por lo general, las cartas se acercan a la expresión
directa, cálida y paratáctica de la conversación.
DIVISIÓN
Las cartas pueden dividirse en tantos grupos como cada uno quiera. Simpson nos da
una división en once clases, a saber: 1) cartas anteriores a la consagración episcopal; 2)
sobre el paganismo; 3) sobre la doctrina de Dios; 4) sobre los cismas de la Iglesia
africana; 5) sobra la doctrina de la gracia; 6) sobre exposiciones bíblicas; 7)
correspondencia con San Jerónimo; 8) cartas a mujeres; 9) sobre Eucaristía; 10) sobre
negocios diocesanos; 11) correspondencia de los últimos años. Aunque nosotros
adoptaremos la división maurina, podemos señalar aquí cuatro grandes grupos: 1)
confidenciales; 2) pastorales; 3) doctrinales; 4 oficiales.
LOS TÍTULOS
El género epistolar tenía normas bastante concretas para emplear los títulos, aunque
no tanto como en la época moderna, en que todo queda estereotipado. San Agustín
hace alardes continuos de una etiqueta complicada y fina. Jamás omite los títulos
honoríficos y los gradúa maravillosamente según las circunstancias. Los tres títulos
básicos empleados son el illustris, el spectabilis y el clarissimus, por orden de dignidad.
San Agustín los emplea también, pero añade tantos otros equivalentes y distintos, que
hemos de renunciar a enumerarlos.
NÚMERO DE LAS CARTAS
Durante treinta años, Agustín se constituyó en un centro de la cristiandad al que
llegaban los correos de todo el Imperio. Agustín atiende a todos, y las cartas se van
multiplicando sin número y se van dispersando por el mundo. Aunque él se reservara
las copias, no llegó a hacer una colección completa del epistolario, ni puedo revisarlo,
como era su propósito, en las Retractaciones. No cabe duda de que para componer
esas Retractaciones se guió por un índice (Indiculus) que respondía al depósito de su
biblioteca. Pero, por desgracia, las Retractaciones no alcanzaron a los sermones y
epístolas. El Indiculus de San Posidio responde, al parecer, al de Agustín y no a la
colocación directa de los libros en la biblioteca de Agustín, como se ve por el orden y
circunstancias de los libros que se mencionan en las Retractaciones. Goldbacher no
encuentra solución satisfactoria al hecho de que en el Indiculus de Posidio falten
muchas cartas. De Bruyne apunta que eso se debe a una de dos causas: o bien Agustín
no tenía su Indiculus al día, ya que casi todas las cartas que faltan datan de la última
época, o bien Posidio se cansó de anotar y dejó imperfecta su lista.
LA CRONOLOGÍA DE LAS CARTAS
Aunque en esta edición seguimos la clasificación de los Maurinos, convendrá hacer
algunas aclaraciones. Los Maurinos tuvieron que hacer un apartado especial, muy
amplio para las cartas sin data; otras las dataron mal, y otras, finalmente, las dejaron
datadas con suma vaguedad. Goldacher llegó a los mismos resultados de los Maurinos.
Lietzman utilizó ya las listas de los apéndices del Corpus de Viena, sin fijarse en que el
orden de las pequeñas colecciones estaba a veces en contradicción con el orden del
Indiculus de Posidio. De Bruyne quiso ya emplear un método especial: comparando ese
Indiculus con las Retractaciones, sacamos la conclusión de que Posidio se atiene al
orden cronológico por lo que toca a los libros, y es de suponer que lo mismo ocurriría
con las epístolas y sermones. Pero al mismo tiempo Posidio estableció un orden lógico
en diez capítulos por razón del fondo (cartas a los paganos, astrólogos, judíos, etc.) No
se puede, por lo tanto, saber por ese Indiculus si una carta determinada mantiene su
orden cronológico o si es una excepción del orden que ordinariamente es cronológico.
De Bruyne piensa que, si las pequeñas colecciones antiguas son independientes de San
Posidio, ofrecen una base sólida y muy probable para el cotejo. De este modo, a los
criterios internos vienen a sumarse los externos o de la tradición manuscrita. Lo dicho
no debe aplicarse únicamente a los códices de la época carolingia, como lo hizo
Lietzmann, sino también a los códices posteriores; de hecho, las coincidencias con el
Indiculus de Posidio son todavía más notables en las pequeñas colecciones del siglo
XIII, por esa misma razón de que los coleccionistas de esa época reunían pequeñas
colecciones anteriormente hechas.
LAS EDICIONES
El maestro Juan de Amerbach editó por primera vez las epístolas de San Agustín en
Basilea (año 1493) Para esa edición príncipe se utilizó un códice de la familia de
Monacense. Sólo contiene 183 cartas.
Erasmo las editó a su vez en el 1528, en la imprenta de Juan Frobenio, en Basilea.
Alteró algunas cosas y puso un esmero singular en las correcciones de tipo literario.
En 1579 volvió a editarlas la misma imprenta. Presentaba otras nuevas correcciones de
menor importancia.
En el 1576 y siguientes se hizo la edición de Lovaina, notablemente corregida y
aumentada con otras 29 cartas.
En el 1654 y siguientes, Jerónimo Vignier editó en París el Suplemento a las Obras de
San Agustín, que habían salido a la luz en el 1614. Recogía cartas añadidas por editores
anteriores.
En el 1668 hizo Lucas Reinhart una edición aparte de las epístolas en Francfort. Puso
buenas notas y añadió siete cartas nuevas que no habían sido editadas por error de
Erasmo.
Desde 1679 hasta 1700 prepararon su edición monumental los Maurinos,
aprovechando sobre todo códices franceses y vaticanos. Añadían otras 16 cartas y
daban a conocer por primera vez la 29.
En el 1845 reimprimió Migne las epístolas en su segundo tomo de las Obras de San
Agustín para la Patrología latina.

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