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Lectio Divina

Invocación al Espíritu Santo

Espíritu Santo, ilumina nuestro entendimiento, para que al leer la Sagrada


Escritura, sintamos la presencia de Dios Padre que se manifiesta a través de su
Palabra. Abre nuestro corazón para darnos cuenta del querer de Dios y la
manera de hacerlo realidad en nuestras acciones de cada día. Instrúyenos en
tus sendas para que, teniendo en cuenta la Palabra, seamos signos de tu
presencia en el mundo. Amén.

Lectio

El primer momento de la Lectio es seleccionar el texto. Se lee varias veces


para memorizarlo.

18«9Entonces dijo también para algunos confiados en sí mismos que se creían


justos y despreciaban a los demás esta parábola: “ 10Dos hombres subieron al
templo a orar, el uno era un fariseo y el otro un cobrador de impuestos. 11El
fariseo, estando de pie, oraba así dentro de sí: ‘oh Dios, te agradezco porque
no soy como los demás hombres, codiciosos, injusto, adúltero, ni tampoco
12
como este cobrador de impuestos; ayuno dos veces a la semana, pago el
13
diezmo de todo cuanto consigo’. Pero el cobrador de impuestos,
permaneciendo a cierta distancia, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo,
sino que se golpeaba el pecho diciendo: ‘oh Dios, ten misericordia de mí, que
soy pecador’. 14Os digo: éste bajó justificado a su casa a diferencia del otro
pues todo el que se exalta a sí mismo será humillado y el que se humilla será
exaltado”» 1.

Meditatio

El segundo momento de la Lectio es continuar leyendo el texto muchas veces


de modo que su significado se vaya aclarando a través de las relaciones que se
establezcan con la misma Sagrada Escritura.

Estructura del texto

En el texto se distinguen tres partes. A los extremos, dos breves indicaciones y


en el centro una parábola, la cual presenta a dos hombres que hacen la misma
cosa, pero con intención distinta. Los dos personajes son opuestos en cuanto
que la acción de gracias de uno se opone a la súplica de perdón del otro. El
fariseo se justifica a sí mismo, mientras que el publicano es justificado por
Dios.

El pecado del fariseo

El fariseo observa la ley fielmente: ni miente cuando dice que ayuna dos veces
por semana según la práctica común de la época entre las personas piadosas y
que paga el diezmo de todo lo que gana, siguiendo lo establecido en los
mandamientos. No roba, no es un adúltero y no es injusto. Su conducta es
justa, pero no baja a su casa justificado, ¿Por qué? Su injusticia y su pecado
que corrompen sus buenas acciones consisten en que él desprecia y juzga a los
demás y, particularmente, al recaudador de impuestos. Se apropia del puesto
1
La traducción es personal. El texto griego está tomado de la edición crítica de E.
NESTLE y K. ALAND, Novum Testamentum Graece, Stuttgart 201228.
de Dios, a quien corresponde juzgar entre los hombres. El fariseo se justifica a
sí mismo y condena a los demás.

El cobrador de impuestos justificado

El cobrador de impuestos no se compara con nadie, ni con el fariseo


observante de la Ley ni con aquellos que, siendo más pecadores que él, ni
vienen al templo para orar. Él sabe y confiesa que es pecador, aunque no
describe cuáles son sus pecados, sin embargo, su petición reconoce la
misericordia de Dios. La justicia pertenece sólo a Dios. Sólo él puede juzgar,
perdonar o condenar, porque es Él quien ha dado la Ley. El cobrador de
impuestos sabe que la Ley es buena y que ha pecado alejándose de Ella.
También el fariseo lo sabe, pero mientras el uno permite que sea Dios quien
juzgue, el otro juzga en el puesto de Dios y despreciando al prójimo.

Oratio

El tercer momento de la Lectio trae luces para discernir la propia vida


cristiana de modo que se suscite la fe y el deseo de conversión.

El evangelista San Lucas, en el texto anterior (18,1-8) presentó la importancia


de la oración perseverante, ahora, enseña la característica fundamental de la
oración cristiana: la confianza en Dios. Dicha confianza tiene como
fundamento el reconocimiento del propio pecado y la santidad de Dios, la cual
se expresa en su misericordia. Una oración, al estilo de Jesús, debe ser
humilde para poder dar espacio a que actúe la Gracia de divina. No debemos
rezar frente a nuestro propio yo, siendo como el fariseo, haciendo lista de
nuestras buenas obras y despreciando a los demás. Nuestra justicia no debe
brillar ante nosotros mismos ni frente los demás, sino sólo ante Dios, que es
quien escruta los corazones.

Acogerse a la compasión de Dios

«Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a algunos


que presumen de ser justos ante Dios y desprecian a los demás. Los dos
protagonistas que suben al templo a orar reprentan dos actitudes religiosas
contrapuestas e irreconciliables. Pero, ¿cuál es la postura acertada ante Dios?
Esta es la pregunta de fondo.

El fariseo es un observante escrupuloso de la Ley y un practicante fiel de su


religión. Se siente seguro en el templo. Ora de pie y con la cabeza erguida. Su
oración es la más hermosa: una plegaria de alabanza y acción de gracias a
Dios. Pero no le da gracias por su grandeza, su bondad o misericordia, sino
por lo bueno y grande que es él mismo.

Enseguida se observa algo falso en esta oración. Más que orar, este hombre se
está contemplando a sí mismo. Se cuenta su propia historia llena de méritos.
Necesita sentirse bien ante Dios y exhibirse como superior a los demás.

Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza misteriosa de


Dios ni confiesa su propia pequeñez. Buscar a Dios para enumerar ante él
nuestras buenas obras y despreciar a los demás es de imbéciles. Tras su
aparente piedad se esconde una actitud «atea». Este hombre no necesita a
Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.

La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en el


templo es mal vista por todos. Su oficio de recaudador odiado y despreciado.
No se excusa. Reconoce que es pecador. Sus golpes de pecho y las pocas
palabras que susurra lo dicen todo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este
pecador”.

Este hombre sabe que no puede vanagloriarse. No tiene nada que ofrecer a
Dios, pero sí mucho que recibir de él: su perdón y su misericordia. En su
oración hay autenticidad. Este hombre es pecador, pero está en el camino de la
verdad.

Los dos suben al templo a orar, pero cada uno lleva en su corazón su imagen
de Dios y su modo de relacionarse con él. El fariseo sigue enredado en una
religión legalista: para él lo importante es estar en regla con Dios y ser más
observante que nadie. El recaudador, por el contrario, se abre al Dios del
Amor que predica Jesús: ha aprendido a vivir del perdón, sin vanagloriarse de
nada y sin condenar a nadie2».

Contemplatio

El cuarto momento de la Lectio se cumple en la vida cotidiana. La Palabra


impulsa a la acción y al apostolado.

Para reflexionar

2
José Antonio Pagola, El camino abierto por Jesús. Lucas, 294-295.
La oración cristiana tiene su fundamento en la filiación divina. Oramos a Dios
con la conciencia de ser hijos del Padre. ¿Qué tanta conciencia tengo de esta
filiación divina? ¿Cuándo oro a Dios lo hago como el hijo que se dirige a su
Padre?

El contraste entre en fariseo y el recaudador de impuestos se evidencia para


mostrar cuál debe ser la actitud correcta en la oración. ¿Qué actitud tengo
cuando entro al templo a orar? ¿Reconozco la misericordia de Dios y mi
pecado?

Despreciar a los demás es un pecado contra el mandamiento del amor. ¿He


tenido actitudes discriminatorias con los demás en la familia, el trabajo o en la
comunidad parroquial? ¿He caído en la tentación de juzgar a otros?

Como práctica para la semana, conviene que se revise cuál es el ritmo que se
sigue en la oración: a través de qué prácticas de piedad se ora; la frecuencia en
la Eucaristía; si se conoce y se reza alguna oración litúrgica como la Liturgia
de las Horas y examinar con qué espíritu de piedad y devoción se hace.

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