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Richard Bates
Introducción
En los capítulos anteriores se ha argumentado que la administración es
"filosofía en acción", y se ha insistido en los fundamentos críticos, morales y epis-
temológicos de la toma de decisiones administrativa. De acuerdo con esta argu-
mentación, la administración es un objetivo público que debe defenderse y justificarse
en público en base a criterios públicamente defendibles. La dificultad en tal
planteamiento estriba en que se encuentra reñido con la teoría tradicional sobre or-
ganizaciones en especial con sus aplicaciones en educación (ver Hoy y Miskel 1982)-
. Hasta hace poco, la administración educativa como campo de estudio ha aceptado
sin crítica alguna las formulaciones de los teóricos de la gestión, que se ocupan a la
vez del análisis y de la extensión de la burocracia como técnica de gestión de los
asuntos humanos. A menudo se toma a Max Weber como el patrón de estos
planteamientos burocráticos, y se invoca su nombre como el del creador de la teoría y
la práctica burocráticas. De hecho, estas ideas son una parodia de las de Weber. En
realidad Weber, a la vez que hacía un análisis brillante de la burocratización de la
sociedad, sentía horror por el potencial destructivo de la humanidad que se
almacenaba en la burocracia y en el que era su producto, la "jaula de acero" de la
vida organizativa.
Recientemente, sin embargo, una serie de teóricos, especialmente los de-
dicados a la administración pública, y, de forma más general, quienes defienden unos
puntos de vista fenomenológicos, marxistas y teórico-críticos, han empezado a
devolver a Weber la imagen de un crítico integral e incisivo de la sociedad
burocrática.
Apoyándose en la crítica de la burocracia de Weber, estos teóricos desarrollan
también diversas ideas sobre los cambios que pudieran introducirse en las
organizaciones para que sirvan, más que oculten, a los intereses de los individuos y
las comunidades. Los conceptos de democracia, participación y educación son
consustanciales a estos intentos. Así, por ejemplo, Brian Fay propone como
alternativa a la relación burocrática la relación educativa. Insiste en la existencia de
una estrecha relación entre el contenido educativo de liberar a los individuos
mediante una autoconciencia y una conciencia social reflexivas y el contenido social
de reconstruir la sociedad organizativa a modo que aumente la posibilidad de una
acción autónoma e independiente.
Quienes durante mucho tiempo hemos experimentado la tensión entre la
labor pedagógica de la educación y sus trabas burocráticas somos especialmente
sensibles a esas ideas. Concretamente, el tipo de análisis y de crítica de las
organizaciones que desarrollan ofrecen una visión cada vez más clara de los
costes sociales, culturales, psicológicos, lingüísticos y políticos de la sociedad
organizada. Es evidente que muchos de los remedios hay que buscarlos en las
diferentes formas de actividad educativa. En este capítulo se da una breve
descripción de la más reciente crítica teórica de sociedad organizada-burocrática,
se discute la base educativa de las alternativas que proponen los teóricos críticos
y en particular se demuestra cómo determinadas estructuras de gobierno en
educación pueden alterarse para conseguir unas estructuras educativas y sociales
que respondan mejor a las exigencias humanas.
Una de las cuestiones centrales con las que se enfrenta la mayor parle de las
teorías sociales y administrativas es la reconciliación de los individuos con las
estructuras cada vez más racionalizadas de la vida social y económica. A menudo la
cuestión se plantea en términos de adecuar la motivación individual a la prosecución
de los objetivos determinados desde los estamentos políticos o gestores. Hace ya
bastante tiempo que una de las preocupaciones más importantes de burócratas y
gestares ha sido la organización racional de la acción colectiva de cara a lograr
dichos objetivos (véase Hoy y Miskel 1982). En efecto, se considera que uno de los
máximos logros del mundo moderno es el desarrollo de una burocracia a gran escala,
que aparentemente sería la solución a ese problema. Weber, por ejemplo, en su
análisis de la progresiva extensión y el creciente poder de las organizaciones
burocráticas en el mundo moderno, afirmaba que "la burocracia es el medio de
transformar la acción social en acción organizada racionalmente" (1968, p. 987).
Contrariamente a la mitología popular, Weber no fue ni el inventor ni el
abogado de la burocracia. Para él la búsqueda sin límites de los medios racional-
mente calculados para los fines determinados por los "intereses dominantes',
representaba la creación de un mundo esencialmente mecánico e inhóspito para los
seres humanos."La burocracia se desarrolla con mayor perfección cuanto más se
“deshumaniza”, cuanto mayor éxito tiene en eliminar de los asuntos el amor, el odio y
todos los elementos puramente personales, irracionales y emocionales que escapan
a la previsión y el cálculo" (1968, p. 975). Weber concebía la "jaula de acero'
resultante como un mundo terminal inhumano que abocaría en una última
"petrificación mecanizada, adornada con una especie de autoimportancia convulsiva"
(1958, p. 182).
La forma más extrema y el ejemplo más perfecto de esa jaula de acero es,
claro está, la sociedad totalitaria, en la cual se consigue una racionalidad social,
económica y política mediante la subordinación obligada de los intereses individuales
a los intereses del "Estado". Esa petrificación mecánica y esa autoimportancia
convulsiva de esos Estados quedan bien ilustradas en los actuales regímenes
totalitarios, tanto de derechas como de izquierdas.
Normalmente, la principal critica que se hace a esos Estados es la cantidad de
fuerza que requieren para asegurar la sumisión a la "racionalidad" del Estado. Sin
embargo, como bien señaló Huxley (que compartía las ideas de Weber) en la
introducción a Brave New World (1980):
"Un Estado totalitario realmente eficiente sería aquel en el que el
ejecutivo todopoderoso de jefes políticos y de su ejército de administradores
controlasen una población de esclavos o los que no es necesario obligar,
porque aman su servidumbre ' (Huxley 1980, p. 12, el subrayado es nuestro).
Es curioso que nuestro análisis de las burocracias, al mismo tiempo que las
reifica, desconfía de sus consecuencias. Es decir, se olvida el agente esencialmente
humano que creó y que mantiene las organizaciones burocráticas, y estas son
tratadas como instituciones sociales con vida propia por encima y más allá del control
humano. Efectivamente, muchas explicaciones de las organizaciones las presentan
como estructuras por las que pasan los individuos, y como mecanismos con los que
someter al mismo a procesos tales como el de socialización, rehabilitación,
educación, etc. Y así, como argumentan Berger y Luckman, "la relación real entre el
hombre y su mundo se reserva al dominio de la conciencia. Se concibe al hombre
como un producto del mundo del que es creador, y la actividad humana como un
epifenómeno de procesos no-humanos" (1967, p. H9).
Por lo tanto, el primer paso en la desmitificación de las organizaciones consiste
en reconocer que son algo creado y que, por consiguiente, presumiblemente pueden
ser recreadas; es decir, reconocer las organizaciones como obras de la imaginación,
a pesar de que sus apariencias externas a menudo son muy concretas. Becker dice,
por ejemplo, que en la vida organizada, así como en el ámbito más amplio de la
acción social,
"Ni los científicos sociales ni la gente en general son tan inteligentes ni tan
racionales como piensan. Los científicos sociales enmascaran esa realidad
tratando desesperadamente de dar un sentido a cosas que en realidad, y
cuando se analizan en detalle, no tienen ninguno. Y, sin embargo, dan la
impresión de que su comportamiento se rige por leyes, incluso que su
comportamiento es racional, debido a unas técnicas de investigación que, en
buena medida, están diseñadas en beneficio propio. Los científicos sociales
han construido ficciones, tales como la idea de personalidad o de carácter, o la
de cambio evolutivo, para ocultar el desorden de nuestra existencia cotidiana y
la naturaleza impredecible de la historia humana' (Perrow 1982, p. 684).
En efecto, no es difícil sospechar que este mismo desorden de los asuntos
humanos es el que origina los intentos de explicar, predecir y controlar el mundo.
Pero mientras que la ciencia positivista ha triunfado en su aplicación de la lógica de la
causalidad y del control para dominar el mundo físico, la transposición de este mismo
proceder al mundo social ha resultado menos afortunada. Y ello se debe, en parte, a
lo impredecible de la naturaleza humana, y en parte, como antes hemos señalado, a
lo cuestionable de las consecuencias morales de las jerarquías organizativas. Estas
objeciones, sin embargo, no han evitado que la lógica de la ciencia física se convierta
en las ficciones de la ciencia social. Tomando como ejemplo los objetivos de la
organización como elemento clave de la teoría de la organización, Perrow dice:
"la idea de objetivos de la organización es uno de los elementos más
poderosos en de proceso de dar órdenes, y una de las mejores formas de
imponer una realidad sobre nuestro trabajo diario. (Pero) la idea de objetivo
puede mistificarse, esconder un mundo errante, incierto, cambiable, que
escasamente podrá corresponderse con el de la investigación de la ciencia
social... ¿Tienen, pues, las organizaciones objetivos, en el sentido racional de
la teoría de la organización? No lo creo. De hecho, cuando un ejecutivo dice,
`éste es nuestro objetivo', puede ocurrir que esté considerando lo que en
realidad esta haciendo la organización en ese momento, y diga: `Puesto que
aquí somos todos muy racionales, y esto es lo que estamos haciendo, éste
debe ser nuestro objetivo. En este sentido, las organizaciones retroceden: La
acción engendra el pensamiento, y no al revés" (Perrow 1982, p. 687)
Así pues, el concepto de racionalidad ordenada al servicio de los objetivos de
la organización puede ser una ficción que en un intento por entender las
organizaciones lleve al confusionismo. Parece oportuno, pues, preguntarse a que
propósitos sirve esa ficción. O mejor, los propósitos de quien.
Sin embargo, esa reducción del espacio por el que se pueda mover el mortal
ordinario, es una consecuencia inevitable de una ficción organizativa cimentada en
las premisas de la explicación, la predicción y el control del mundo social. El tema
más importante es el del control. Pero mientras en las ciencias físicas la explicación y
la predicción hacen posible (puesto que se emplean en ello) el control de los objetos
inanimados, o al menos de los no humanos, la utilización de un modelo semejante en
el mundo social sólo puede traducirse en un control de la mayoría de los mortales
ordinarios por parte de las élites (que inevitablemente se .sirven sólo a sí mismas). Y
así, la ficción de una burocracia ordenada racionalmente, neutral, apolítica y
desapasionada en su persecución de objetivos organizativos neutrales puede ser
interpretada, por un lado, como una representación probablemente imprecisa de una
realidad social y organizativa desordenada y, por otro lado, como una ficción al
servicio de los intereses de la minoría, al mismo tiempo que limita el espacio por el
que puedan moverse los mortales ordinarios. Así las cosas, parece posible que la
masa de mortales ordinarios den con una ficción alternativa más aceptable,
especialmente si en ella se diera más importancia a sus experiencias y existiera un
compromiso de incrementar más que de reducir la posibilidad de que ellos mismos
controlaran sus propios destinos.
Recuperar la comunidad
Uno de los efectos significativos del surgimiento de la sociedad organizada ha
sido la destrucción administrativa de la comunidad; es decir, la destrucción de los
valores comunes, de la experiencia y del compromiso que acompañan a toda la
variedad de acciones humanas y que sirven para diseñar una visión coherente e
integradora del mundo social y para mantener la participación en el mismo del
individuo. ¿Qué otra cosa cabría esperar, cuando las organizaciones despolitizan y
desalientan a sus miembros, separándolos de sus raíces culturales - aquellos
sistemas de valores, ideales y formas de vida compartidos que son la esencia de la
comunidad -? Porque la burocracia, como señaló Weber, impone las normas de
precisión , de estabilidad, de disciplina, de confianza, de cálculo, de racionalidad, de
impersonalidad y de igualdad formal, marginando y prohibiendo las normas por las
que tradicionalmente se rige la vida social: las normas de "justicia y libertad, violencia
y opresión, felicidad y gratificación, pobreza, enfermedad y muerte... victoria y derrota,
amor y odio, salvación y condena" (Habermas 1971, p. 96; véase también Weber
1168, pp. 226-41).
Durante el presente siglo se ha ejercido una presión constante para extender el
modelo racional del control organizativo de forma que abarcara una porción cada vez
más amplia de la vida social. Algunos de los críticos más constantes han sido los
miembros de la "Escuela de la Teoría Crítica de Frankfurt" -Horkeimer, Fromm,
Marcuse, Adorno y Habermas, entre otros-. Han advertido de la intromisión abusiva
de la burocracia en áreas cada vez más amplias de la vida social, como el deporte, el
tiempo libre, el arte, las comunicaciones, la familia y Ia comunidad. Otros críticos,
como Focault, han señalado la “microfísica del poder" por la que se rigen las
organizaciones modernas en las que "el poder se ejerce sin divisiones" (Focault 7979,
p. 197).
Como he dicho en alguna otra parte (Bates 1982a, 1982b) las escuelas sufren
una presión especial para que adopten e impongan toda la impedimenta de la
racionalidad burocrática y para que exploten la microfísica del poder con el fin de
ejercer el control sobre una juventud potencialmente rebelde. Como bien señala
Margetson en su comentario a la imagen que presenta R. S. Peters de los niños como
bárbaros a las puertas de la ciudadela de la civilización, debemos reflexionar
detenidamente sobre las implicaciones que esa imagen tiene para la juventud
A pesar de lo inadecuado de esa imagen, no cabe menospreciar la importancia
histórica que ha tenido, pues, como dice Katz:
"Las escuelas públicas se crearon para aliviar los problemas más acuciantes
de conductas marginales y para reforzar la estructura social que se veía
amenazada" (Katz 1980, p. 78).
Las causas de la presión social eran entonces, como ahora, diversas, pero
tenían mucho que ver con las emigraciones masivas de las zonas rurales a las
urbanas bajo el impacto de la mecanización de la agricultura y el auge de la industria
urbana, y con la emigración internacional desde Europa hacia diferentes Nuevos
Mundos. En ambos casos, uno de los problemas sociales significativos que se
plantearon fue le mutua ininteligibilidad de las tradiciones culturales contrapuestas,
fueran éstas regionales (como era el caso normalmente en la migración rural-urbana)
o nacionales (como era el caso habitual en la migración internacional). En uno y otro
caso se consideraba necesario políticamente eliminar, o al menos reducir, los
modelos de conducta y de pensamiento anteriores, cuyo origen estaba en las culturas
rurales europeas, y sustituirlos por un modelo de conducta estandarizado y
homogéneo. El resultado fue, como analiza Johnson (1976) respecto a la Inglaterra
victoriana, que las escuelas, las iglesias, la policía, y otros agentes sociales
dispusieran un gran asalto a los restos culturales de la vida de la comunidad rural quo
los nuevos pobres urbanos se llevaban con ellos a las ciudades. En esencia, el
esfuerzo se centraba en destruir los vestigios de la cultura rural y en reemplazarla por
una identidad nueva más compatible con el naciente Estado industrial-administrativo.
Como señalan Katz (1975) y Tyack (1974j la respuesta americana a la inmigración
masiva de europeos fue similar.
Se consideraba que la educación era el instrumento principal de control social
y cultural, pero probablemente no era ninguna sorpresa que
"a pesar de la retórica y de los augurios de sus promotores, las escuelas tenían
escaso efecto sobre el crimen, la delincuencia y la pobreza. Esos problemas no
se acabaron con la implantación de las escuelas, como habla predicho un
hombre de escuela de la primera generación excesivamente esperanzado. A
pesar de los gastos masivos y a pesar del continuo esfuerzo por utilizar las
escuelas para aliviar la patología social, nunca existió mucha relación entre la
extensión de la educación pública y el nivel de angustia y desorden en la vida
social" (Katz 1980. p78).
Seguir con su cometido significa, cada vez más, adaptarse a las circunstancias
locales, sean éstas sociales, culturales, económicas o políticas. Y las circunstancias
locales son cada vez más diferentes unas de otras. En esta diferenciación social
estriban los principales problemas de las burocracias educativas centralizadas, porque
amenazan el principio burocrático de la estandarización (cuya aplicación se traduce
inevitablemente en objetivos que están en desacuerdo, o son irrelevantes, con un
aporte progresivamente más amplio de la población) y de la jerarquización (que no
puede dominar los múltiples e indeterminados procesos con la suficiente rapidez como
para controlarlos). En esencia existe un reconocimiento cada vez más extendido de
que las burocracias educativas son incapaces de ejercer un control racional sobre los
procesos educativos.
De este convencimiento puede derivar, por un lado, un intento de racionalizar
aún más la burocracia y de fortalecer las técnicas de gestión corporativas, y unos
mayores esfuerzos por definir claramente las líneas de autoridad, de responsabilidad y
de control. Tal fue el intento de White Paper on Strategies and Structures for
Education in Victorian Government Schools (1980). Por otro lado, y como
alternativa, parece que la respuesta más adecuada debe estar en la línea de lo que
plantea Middleton en "Devolution or inversion: Two conflicting approaches to school and
community decision making" (ver referencias).
Las propuestas de Middleton se basan en un análisis de la administración
educativa muy similar al nuestro, y del cual se deduce una apuesta por una forma de
acción social que es educativa en su naturaleza (Fay), participativa y democrática en su
forma (Margetson), socialmente crítica en sus objetivos, y dirigida hacia una autonomía
cada vez mayor, y no hacia un control jerárquico. Como tal se ajusta a los requisitos
que en nuestra ficción organizativa alternativa establecíamos: la remoralización y la
repolitización de los individuos en unas condiciones de autonomía libre de la
dominación. Vale la pena el esfuerzo que supone la labor administrativa necesaria para
lograr esa ficción en el trabajo diario de las escuelas.
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