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TIEMPO

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PASADO·

Cultura de la memoria
y giro subjetivo. Una discusión

por
Beatriz Sarlo

Siglo
velntlun�
editores
Argentina
ÍNDICE

l. Tiempo pasado 9

2. Crítica del testimonio: suj eto y experiencia 27

3. La retórica testimonial 59

4. Experiencia y argumentación 95

5. Posmemoria, reconstrucciones 125

6. Más allá de la experiencia 159

Agradecimiento 167
l. Tiempo pasado

El pasado es siempre conflictivo. A él se refieren, en compe­

tencia, la memoria y la historia, porque la historia no siem­

pre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía de

una reconstrucción que no ponga en su centro los derechos

del recuerdo (derechos de vida, de justicia, de subjetividad).

Pensar que podría darse un entendimiento fácil entre estas

perspectivas sobre el pasado es un deseo o un lugar común.

Más allá de toda decisión pública o privada, más allá de

la justicia y de la responsabilidad, hay algo intratable en el

pasado. Pueden reprimirlo sólo la patología psicológica, in­

telectual o moral; pero sigue allí, lejano y próximo, ace­

chando el presente como el recuerdo que irrumpe en el

momento menos pensado, o como la nube insidiosa que

rodea el hecho que no se quiere o no se puede recordar.

Del pasado no se prescinde por el ejercicio de la decisión

ni de la inteligencia; tampoco se lo convoca simplemente

por un acto de la voluntad. El regreso del pa sado no es

siempre un momento liberador del recuerdo, sino un adve­

nimiento, una captura del presente.

Proponerse no recordar es como proponerse no percibir

un olor, porque el recuerdo, como el olor, asakt, incluso

cuando no es convocado. Lleg ado de no se sabe dónde, el


lO llEATRJZ SARLO

recuerdo no permite que se lo desplace; por el contrario,


obliga a una persecución, ya que nunca está completo. El re­
cuerdo insiste porque, en un punto, es soberano e incontro­

lable (en todos los sentidos de esa palabra). El pasado, para

decirlo de algún modo, se hace presente. Y el recuerdo necesita

del presente porque, como lo señaló Deleuze a propósito de

Bergson, el tiempo propio del recuerdo es el presente: es de­

cir, el único tiempo apropiado para recordar y, también, el

tiempo del cual el recuerdo se apodera, haciéndolo propio.

Del pasado puede no hablarse. Una familia, un estado, un

-·· 'gob!erno pueden sostener la prohibición; pero sólo de modo

aproximativo o figurado se lo elimina, excepto que se elimi­

nen todos los sujetos que van llevándolo (ese fue el enloque­
cido final que ni siquiera logró la matanza nazi de los judíos).

En condiciones subjetivas y políticas "normales", el pasado

siempre llega al presente. Esta obstinada invasión de un tiem­

po (entonces) sobre otro (ahora) irritó a Nietzsche, que lo de­

nunció en su batalla contra el historicismo y contra una "his­

toria monumental" represora de los impulsos del presente.

Una "historia crítica", por el contrario, que 'juzga y con­

dena", es la que correspondería a "aquel a quien una nece­

sidad presente oprime el pecho y que, a toda costa, quiere

liberarse de esa carga".l La denuncia de Nietzsche (que es­

cuchó Walter Benjamín) se dirigía contra posiciones de la

1 Friedrich Nieuschc, Sobre la utilidad y los pe1juicios de la historia para


la vida, Madrid, Edaf, pp. 56-58.
TIEMPO PASADO 11

historia traducidas en •poder simbólico y en una dirección

sobre el pensamiento. La historia monumental ahogaba el

impulso "ahistórico" de producción de la vida, la fuerza por

la cual el presente arma una relación con el futuro y no con

el pasado. La diatriba nietzscheana contra el historicismo,

articulada en el contexto de sus enemigos contemporáneos,

también hoy puede hacer valer su alerta.

Las últimas décadas dieron la impresión de que el im­

perio del pasado se debilitaba frente al "instante" (los luga­

res comunes sobre la posmodernidad con sus operaciones

de "borramiento" repican el duelo o celebran la disolución

del pasado); sin embargo, también fueron las décadas de

la museificación, del heritage, del pasado-espectáculo, las al­

deas potemkin y los theme-parks históricos; lo que Ralph Sa­

muel designó como "manía preservacionista";2 el sorpren­

dente renacer de la novela histórica, los best-sellers y los

films que visitan desde el siglo XIX hasta Troya, las histo­
)
rias de la vida privada, a veces indiscernibles del costum­

brismo, el reciclado de estilos, todo eso que Nietzsche lla­

mó, con irritación, la historia de los anticuarios. "Las

sociedades occipentales están viviendo una era de auto-ar­

queologización¡', escribió Charles Maier.3


1

� Ralph Samuel, Theatres uf Memury, Londres, Verso, 1996 ( 1994),


p. 139. Samud escribió un libro pionero e u el cambio de foco de la histo­

IÜ de circulación pública, es decit; la que excede el recinto acadé111ico.

3 Tite Un,w;terab/e Past; flistmy, Hulow.ust, aud Gennan Natiuual!dmtity,

Cambt·idge (Mass.) y Londres, Hat·vanl University Press, 1988, p. 12:).


12 Bf.ATRlZ SAIU.O

Este neohistoricismo deja disconformes a los historiado­

res y a los ideólogos, como la historia natural victoriana de­

jaba disconformes a los evolucionistas darwinianos. Indica,

sin embargo, que las operaciones con la historia entraron

en el mercado simbólico del capitalismo tardío con tanta

eficacia como cuando fueron objeto privilegiado de las ins­

tituciones escolares desde fines del siglo XIX. Cambiaron

los objetos de la historia, de la académica y de la de circula­

ción masiva, aunque no siempre en sentidos idénticos. De

un lado, la historia social y cultural desplazó su estudio ha­

cia los márgenes de las sociedades modernas, modificando

la noción de sujeto y la jerarquía de los hechos, destacan­

do los pormenores cotidianos articulados en una poética

del detalle y de lo concreto. Del otro, una línea de la histo­

ria para el mercado ya no se limita solamente a la narración

de una gesta que los historiadores habrían ocultado o pasa­

do por alto, sino que tam �ién adopta un foco próximo a

los actores y cree descubrir una verdad en la reconstruc­

ción de sus vidas.

Estos cambios de perspectiva no podrían haber sucedi­

do sin uria variación en las fuentes: el lugar espectacular de

la historia oral es reconocido por la d i s c iplina académica

que, des.de hace varias décadas, conside r a completamente

legítimas las fuentes testimoniales orales (y, por momentos,

da la impresión de que las juzga más "reveladoras"). Por su

parte, historias del pasado más reciente, sostenidas casi ex­

clusivamente en operaciones de-la memoria, alcanzan una


TIEl'vii'O PASADO 13

circulación extradisciplinaria que se extiende a la esfera pú­

blica comunicacional, la política y, a veces, reciben el im­

pulso del estado.

Vistas de pasado

Las "vistas de pasado" (según la fórmula de Benveniste) son

construcciones. Precisamente porque el tiempo del pasado

es ineliminable, un perseguidor que esclaviza o libera, su

irrupción en el presente es comprensible en la medida en

que se lo organice mediante los procedimientos de la na­

rración y, por ellos, de una ideología que ponga de mani­

fiesto un continuum significativo e interpretable de tiempo.

Del pasado se habla sin suspender el presente y, muchas ve­

ces, implicando también el futuro. Se recuerda, se narra o .

se remite al pasado a través de un tipo de relato, de per­

sonajes, de relación entre sus acciones voluntarias e invo­

luntarias, abiertas y secretas, definidas por objetivos o in­

conscientes; los personajes articulan grupos que pueden

presentarse como más o menos favorables a la independen­

cia respecto de factores externos a su dominio. Estas moda­

lidades dd discurso implican una concepción de lo social, y

eventualmente también de la naturak/ZL Introducen una

tonalidad dominante en las vistas de pasado".


"

En las narraciones históricas de ci rcu lac ió u masiva, un

cerrado círculo hennenéurico une la reconstrucción de los


14 BEATRIZ SARLO

hechos con la interpretación de sus sentidos y garantiza vi­


.
. ��;;;-g:¡;¡;�}e;,·, �iqüe IIas-que-;·err·J.a--mnbü.:íóu..de.ls:lU!"���<.!es
-----......... ...... -..-.........
.
historiadores del siglo XIX, �·ueron las síntesis que hoy se

consideran a veces imposibles, a veces indeseables y, por lo

general, conceptualmente erróneas. Si, como dijo hace ya

cuarenta aüos Hans-Robert J auss, nadie se propondría es­

cribir la historia general de una literatura, como fue el pro­

yecto de los filólogos e historiadores del XIX, las historias

no académicas, dirigidas a un público formado por no es­

pecialistas, presuponen siempre una síntesis.


. ..... ,.,

Las reglas del método de la disciplina histórica (inclui-

das sus luchas de poder académico) supervisan los modos

de reconstrucción del pasado, o, por lo menos, conside­

ran que ése es un ideal epistemológico que asegura una

aceptable artesanía de sus productos. La discusión de las

modalidades reconstructivas es explícita, lo cual no quie­

re decir que a partir de ella se alcance una historia de

gran interés público. Eso más bien.depende de la escritu­

ra y de temas que no sólo llamen la atención de los espe­

cialistas; depende también de que el historiador académico

no se empecine en probar de modo obtuso su aquie s c en­

cia a las r e gl a s del método, sino que d e m u e stre que ellas

son importantes precisamente porque penniten hacer una

historia mejor.

La historia de circulación masiva, en calllbio, es sensible

a las estrategias con que el present e vuelve funcional d asal­

to del pasado y considera que es completamente legítimo


TIEMPO PASADO 15

ponerlo en evidencia. Si no encuentra respuesta en la este-

·•·· .. !�Pii�bJi�_a. __
act�alLha _f.�-��a��.��_y_ ����c� compl�_ta�nente de_.
__

interés. La modalidad no académica (aunque sea un histo-

riador de formación académica quien la practique) escu­


cha los sentidos comunes del presente, atiende las creen­

cias de su público y se orienta en función de ellas. Eso no la

vuelve lisa y llanamente falsa, sino conectada con el imagi­

nario social contemporáneo, cuyas presiones recibe y acep­

ta más como ventaja que como límite.

Esa historia masiva de impacto público recurre a una

misma fórmula explicativa, un principio teleológico que

asegura origen y causalidad, aplicable a todos los fragmen­

tos de pasado, independientemente de la pertinencia que

demuestre para cada uno de los fragmentos en concreto.


Un principio organizador. simple ejerce su soberanía sobre

acontecimientos que la historia académica considera-influi­

dos por principios múltiples. Esta reducción del campo de

las hipótesis sostiene el interés público y produce una niti­

dez argumentativa y narrativa de la que carece la historia

académica. No sólo recurre al relato sino que no puede

presciudir de él (a diferencia del a b a n dono frecuente y de­

liberado del relato en la historia académica); por lo tan to ,

im p one unidad sobre las discontinuidades, ofreciL:ndo una

"línea de tiempo" consolidada en sus nucks y desenlaces.

Sus g rande s esquemas explicativos son relativamente in­

dept:ndientt·s de Lt materia del pas;tdo sobre la que impo­


1
nen una línea s u p e rior de significados. l.a potencú organi-
1
1
16 BEATRIZ SARLO

zadora de estos esquemas se alimenta del "sentido común"

con el que coincide. A este modelo también respondieron

las "historias nacionales" de difusión escolar: un panteón de

héroes, un grupo de excluidos y réprobos, una línea de de­

sarrollo unitario que conducía hasta el presente. La quiebra

de la legitimidad de las instituciones escolares en algunos

países, y la incorporación de nuevas perspectivas y nuevos

sujetos, en otros, afectaron también las "historias naciona­

les" de estilo tradicional.

Las modalidades no académicas de escritura encaran el

asalto del pasado de modo menos regulado por el oficio y

el método, en función de necesidades presentes, intelec­

tuales, afectivas, morales o políticas. Mucho de lo escrito so­

bre las décadas de 1960 y 1970 en la Argentina (y también

en otros países de América Latina), en especial.las recons­

trucciones basadas en fuentes testimoniales, pertenece a

ese estilo. Son versiones que se sostienen en la esfera públi­

ca porque parecen responder plenamente las preguntas so­

bre el pasado. Aseguran un sentido, y por eso pueden ofre­

cer consuelo o sostener la acción. Sus principios simples

reduplican modos de percepción de lo social y no plantean

contradicciones con el sentido común de sus lectores, sillo

que lo sostienen y se sostienen en él. A di fe rencia de la hue­

na historia académica, no ofrecen un sistema de hipóte si s

:sino cenezas .

.E:stos modos de la historia �esponden a la in seg uridad

perturbadora que causa el pasad o en ausencia de un princi-


TlFMI'O PASADO 17

pio explicativo fuerte y con capacidad incluyente. Es cierto

que las modalidades comerciales (porque esa es su circula­

ción en las sociedades mediatizadas) despiertan la descon­

fianza, la crítica y también la envidia rencorosa de aquellos

profesionales que fundan su práctica solamente en la ruti­

na del método. Como la dimensión simbólica de las socie­

dades en que vivimos está organizada por el mercado; los

criterios son el éxito y la puesta en línea con el sentido co­

mún de los consumidores. En esa competencia, la historia

académica pierde por razones de método, pero también

por sus propias restricciones formales e institucionales, que

la vuelven más preocupada por reglas internas que por la

búsqueda de legitimaciones exteriores que, sin son alcanza­

das por un historiador académico, pueden incluso originar

la desconfianza de sus pares. Las historias de circulación

m as i va, en c amb i o, reconocen en la repercusión pública de

mercado su legitimidad.

El giro subjetivo

Hace y�t décadas, la mirada de muchos histori � tdo rc s y cien­

tíficos sociales inspirados po r lo etnográfico se desplazó ha­

cia la brujería, la locura, la tiesta, la literatLmt popular, el

campesinado, las es t rat e g i as de lo cotidiano, buscando el

de talle excepcional, el ras tro de a quello que se opone a la

nonn�tlizacióu, y las subjetividades que se distinguen por


l!:l BEATRIZ SARLO

una anomalía (el loco, el criminal, la ilusa, la posesa, la bru­

ja), porque presentan una refutación a las imposiciones del

poder material o simbólico. Pero también se acentuó el in-

terés por los sujetos ''normales", cuando se reconoció que

no sólo seguían itinerarios sociales trazados sino que prota­

gonizaban negociaciones, transgresiones y variantes. En un

artículo pionero de imaginativa etnografía social,4 Michel

de Ceneau presentó las estrategias inventadas por los obre­

ros en la fábrica para actuar en provecho propio, tomando

v� n�<0a de mínimas oportunidades de innovación ni políti­


.
ca ni ideológica sino cultural: usar en casa las herramientas

del patrón o llevarse oculta una pequeíia parte del produc­

to. Estos actos de rebelión cotidiana, las "tretas del débil"

escribe de Certeau, habían sido invisibles para los letrados

que fijaron la vista en los grandes movimientos colectivos,

cuando no sólo en sus dirigentes, sin descubrir, en los plie­

gues culturales de toda práctica, el principio de afirmación

de la identidad, invisible desde la óptica que definía una

"vista del pasado" que privaba de interés a la inventiva su­

bal terna; y, por tanto, en un círculo vicioso de método, no

podía observada.

Las hipótesis de Michel de Ceneau se han fundido de

tal modu con b ideología de las historias de "nuevos suje-

1 .. F,titc l:t petTut¡uc", en ;\rls dejaiH', !'arí,, Callilllard, l'JSO. ll.a iu­

vt>nciúu df fu cotidiww l. ArlfS de lwrn; México, Universidad Iberoamerica­

na, J�0íi.]
TIEMPO PASADO 19

tos" que se lo menciona poco como uno de sus innovadores

teóricos (hoy se pescan más citas en el torrente de Homi

Bhabha que en la historia francesa o el materialismo britá­

nico). Los nuevos sujetos del nuevo pasado son esos "cazado­

res furtivos", que pueden hacer de la necesidad virtud, que

modifican sin espectacularidad y con astucia sus condicio­

nes de vida, cuyas prácticas son m:1s independientes que lo

que creyeron las teorías de la ideología, de la hegemonía y

de las condiciones materiales, inspiradas en los diferentes

marxismos. En el campo de esos s�jetos hay principios de

rebeldía y principios de conservación de la identidad, dos

rasgos que las "políticas de L:\ identidad" valoran como au­

toconstituyentes.

Las "historias de la vida cotidiana" producidas, en gene­

r;J.l, de modo colectivo y monográfico en el espacio acadé­

mico, a veces extienden su público más allá de ese .ámbito

precisamente por el interés "novelístico" de sus objetos. El

pasado vudve como cuadro de costumbres donde se valo­

ran los detalles, las originalidades, la excepción a la norma,

las curiosicLtdcs que ya no se encuentran en el presente.

Como se trata de vida cotidiana, bs m t�eres (especialist as

en esa dimensión de lu p ri va d o y lo públi c o) ocupan una

porción rd t: \ an te dd cuadro. Estus st�jetos marginales, qut�


'

habrían sido n:btivameute ignorados en 1Jlros modos ele b

nanaciótl del pas�tdo plantean nuevas exigencias ck IllL'tu­


!
,

do e inclin�tn a b escucha sistenütica de los ''discursos de 1

meinoria": diarios, canas, consejos, oraciones. 1


j
20 BEATRIZ SARLO

Este reordenamiento ideológico y conceptual del pasa­

do y sus person<�es coincide con la renovación temática y

metodológica que la sociología de la cultura y los estudios

culturales realizaron sobre el presente. En The Uses of Lite­


racy, el libro pionero de Richard Hoggart, la vida domésti­

ca, la organización de la casa obrera y popular, las vacacio­

nes, la administración del gasto en condiciones de relativa

escasez, las diversiones familiares esbozan un programa de

investigaciones futuras que tocan no sólo a los estudios cul-

,. �urales sino también a las reconstr�ccíones del pasado.


: "
¡ ¡�
Hoggart cumple ese p :og ma eri"l957; ·antes de que se lo

presente como gran gesto de innovación teórica. En un

movimiento que, en los años cincuenta del siglo XX, po­

día ser considerado sospechoso para las ciencias sociales,

Hoggan tr abaja con sus recuerdos y sus experiencias de in­

fancia y adolesc�ncia, sin considerarse obligado a fundar

teóricamente la introducción de esa dimensión su bj e t i va .

En el prólogo de la edición francesa,Jean-Claude Passeron

alerta a Jos lectores que se encontraban hente a una forma

nueva de abordar un obj eto que todavía no había termina­

do de establecer su legitimidad. En 1970, Passeron todavía

se siente obligado a escribir: "Es verdad que una experien­

cia autobiugr:dica no constituye por sí sola un protocolo

de observación mt.:tódica ... Pero la obr a de Hoggan tiene

pn�cisamcnte la característica, aunque la vivacidad de la

dc�cripción di�imuk a vece� su organización subyacente,

de ordenarse según un plan de observación que tiene la


TIEMPO PASADO 21

rúbrica y los conceptos operativos del inventario etnográfi­

co".5 En una palabra: Passeron reconduce a Hoggart a los

marcos disciplinarios, precisamente porque el recurso a la

primera persona y a la experiencia propia podían enton­

ces, en aquel lejanísimo 1970, dar la impresión de que los

debilitaba.

La idea de entender el pasado desde su lógica (una uto­

pía que ha movido a la historia) se enreda con la certeza

de que ello, en primer lugar, es completamente posible, lo

cual aplana la complejidad de lo que se quiere reconstruir;

y, en segundo lugar, de que se lo alcanza colocándose en

la perspectiva de un sujeto y reconociendo a la subjetivi­

dad un lugar, presentado con recursos que en muchos ca­

sos provienen de lo que, desde mediados del siglo XIX, la

literatura experimentó como primera persona del relato y

discurso indirecto libre: modos de subjetivación de lo na­

rrado. Tomadas esta� innovaciones en conjunLo, la actual

tendencia académica y del mercado de bienes simbólicos

que se propone reconstruir la textura de la vida y la ver­

dad albergadas en la rememoración de la e x perie ncia la ,

revaloracióu de la primera persona como punLo de vista,

la reivindicación de una dimensión subjetiva, que hoy se

expande subre los estudios del pasado y los t:studios cultu-

'• l'rcs<.:Ill�t<iÚll tk .J..:aH-Claudc Passerun a: lZichard llugg�ut, La mL­

ture du ¡muo u:, l',trís, Minuit, cul. Le sens COllllllllll, J '170. Cuuw se sabe,

la cokcciún eLt dirigida por Pinrc Bounlieu, lo cu�d 110 dej�t de ser llll

dato imponante.
22 Bf.ATRlZ SARLO

rales del presente, no resultan sorprendentes. Son pasos

de un programa que se hace explícito, porque hay condi­

ciones ideológicas que lo sostienen. Contemporáneo a lo

que se llamó en los años setenta y ochenta el "giro lingüís­

tico", o acompaúándolo muchas veces como su sombra, se

ha impuesto el giro subjetivo.

Este reordenamiento ideológico y conceptual de la socie­

dad del pasado y sus personajes, que se concentra sobre

los derechos y la verdad de la subjetividad, sostiene gran

parte de la empresa reconstructiva de las décadas del se­

senta y setenta. Coincide con una renovación análoga en

la sociología de la cultura y los estudios culturales, donde

la identidad de los sujetos ha vuelto a tomar el lugar que,

en los aúos sesenta, fue ocupado por las estructuras.ti Se

ha restaurado la razón del sujeto, que fue, hace décadas, me­

ra "ideología" o "falsa conciencia", es decir, discurso que

encubría ese depósito oscuro de impulsos o mandatos que el

sujeto necesariamente ignoraba. En consecuencia, la his­

toria oral y el testimonio han devuelto la confianza a esa

primera persona que narra su vida (privada, pública, afec­

tiva, política), para conservar el recuerdo o para reparar

una iden tidad lastimada.

ti P�tL.l una exposición detallada de esta problemática en el cunpo de

los estudios culturales y de la semiología (�tdernás de una completa bi­

btiogralía), \'éasc: l.eonor Arfuch, 1�'1 espacio /;iogHijiw; dilemas de la subjeti­


vidad wnlemjJUrlÍIIW, Buenos Aires, FCE, 2002.
TIEMPO PASADO 23

Recordar y entend�r

Este libro se ocupa del pasado y la memoria de las últimas

décadas. Reacciona no frente a los usos jurídicos y morales

del testimonio, sino frente a sus otros usos públicos. Anali­

za la transformación del testimonio en un ícono de la Ver­

dad o en el recurso más importante para la reconstrucción

del pasado; discute la primera persona como forma privile­

giada frente a discursos de los que la primera persona está

ausente o desplazada. La confianza en la inmediatez de la

voz y del cuerpo favorece al testimonio. Lo que me propon­

go es examinar las razones de esa confianza.

Durante la dictadura militar algunas cuestiones no po­

dían ser pensadas a fondo, se las revisaba con cautela o se

las soslayaba a la espera de que cambiaran las condicio­

nes políticas. El mundo se dividía claramente en amigo y

[ enemigo y, bajo una dictadura, es preciso mantener la

, convicción de que la separación es tajante. La crítica de


i la lucha armad , por ejemplo, parecía trágicamente para­
: 1
dójica cuando 1 los militantes eran asesinados. De todos
1

modos, durantf los años de la dictadura, en l a Argentina

y en el e xilio , s� reflexionó precisamente sobre ese tema,


1

pero la discusiqn abierta, sin chant;,�es morales, sólo em­


!
. pezó, y con un�cha s dificultades, con la transiciCm demo-

cr:nica. Han pa�ado veinte años y es, por lo tanto, absurdo


1
'
n ega rse a p e n sar sobre cualquier cosa, con las consecuen­

c i as que pueda tener su ex a m e n . El e s p ac i o de libertad


24 BEATRIZ SAlti_O

intelectual se defiende incluso frente a las mejores in­

tenciones.

La memoria ha sido el deber de la Argentina posterior a

la dictadura militar y lo es en la mayoría de los países de

América Latina. El testimonio hizo posible la condena del

terrorismo de estado; la idea del "nunca más" se sostiene

en que sabemos a qué nos referimos cuando deseamos que

eso no se repita. Como instrumento jurídico y como modo

de reconstrucción del pasado, allí donde otras fuentes fue­

ron destruidas por los responsables, los actos de memoria

fueron una pieza central de la transición democrátic;;t, sos­

tenidos a veces por el estado y de forma permanente por

organizaci�nes de la sociedad. Ninguna condena hubiera

sido posible si esos actos de memoria, manifestados en los

relatos de testigos y víctimas, no hubieran existido.

Como es evidente, el campo de la memoria es un campo

de conflictos que tienen lugar entre quienes mantienen el

recuerdo de los crímenes de estado y quienes proponen pa­

sar a otra etapa, cerrando el caso más monstruoso de nues­

tra historia. Pero también es up campo de conflictos entre

los que sostenemos que el terrorismo de estado es un ca­

pítulo que debe quedar jurídicamente abierto, y que lo

sucedido d u ran t e la dictadura militar debe ser enser1ado,

difundido, discutido, comenzando por la escuela. Es un

campo de conflictos también para quienes sostenemos que

el "nunca más" no es un cierre que deja atrús el pasado si­

uo una decisión de evitar las repeticiones, recordándolo.


TIEMPO PASADO 25

Desearía que esto quedara claro para que los argumentos

que siguen puedan ser leídos en lo que realmente tratan

de plantear.

Vivimos una época de fuerte subjetividad y, en ese senti­

do, las prerrogativas del testimonio se apoyan en la visibili­

dad que "lo .personal" ha adquirido como lugar no simple­

mente de intimidad sino de manifestación pública. Esto

sucede no sólo entre quienes fueron víctimas, sino también

y fundamentalmente en ese territorio de hegemonía sim­

bólica que son los medios audiovisuales. Si hace tres o cua­

tro décadas el yo despertaba sospechas, hoy se le reconocen

privilegios que sería interesante examinar. De eso se trata, y

no de cuestionar el testimonio en primera persona como

instrumento jurídico, como modalidad de escritura o co­

mo fuente de la historia, a la que en muchos casos resulta

indispensable, aunque le plantee el problema de cómo ejer­

cer la crítica que normalmente ejerce sobre otras fuentes.

Mi argumento aborda la primera persona del testimonio

y las formas del pasado que resultan cuando el testimonio es

la única fueme (porque no existen otras o porque se lo con­

sidera más confiable que otras). No se trata sim¡.Jiemente

de una cuestión de la forma del discurso, sino de su pr o­

dticción y ele las condiciones culturales y p olíti Gts que lo

vuelven creíble. Se ha dicho muchas vecn: vivimos en la

era de la mnnoria y el temor o la ameuaza de una ··pérdida

de memoria" responde, m:ts que al bonamit�uto efectivo de

algo que debería ser recordado, a un "terna cultural" que,


26 BEAl'RIZ SAIU.O
1
1

1
en países donde hubo violencia, guerra o dictaduras milita­
1
res, se entrelaza con la política.

La cuestión del pasado puede ser pensada de muchas

maneras y la simple contraposición de memoria completa y

olvido no es la única posible. Me parece necesario avanzar

críticamente más allá de ella, desoyendo la amenaza de que,

si se examinan los actuales procesos de memoria, se estaría

fortaleciendo la posibilidad de un olvido indeseable. Esto

no es cierto.

Susan Sontag escribió: "Quizá se le asigna demasiado

valor a la memoria y un valor insuficiente al pensamiento".

La frase pide precaución frente a una historia en la que el

exceso de memoria (cita a los serbios, a los irlandeses) pue­

de conducir, nuevamente, a la guerra. Este libro no explora

en la dirección de esas memorias nacionales guerreras, si­

no en otra, la de la intangibilidad de ciertos discursos sobre

el pasado. Está movido por la convicción de Sontag: es más

importante entender que recordar, ·aunque para entender

sea preciso, también, recordar.


2. Crítica del testimonio:
sujeto y experiencia

A los combates por la historia también se los llama ahora

combates por la identidad. En esta permutación del voca­

bulario se ret1eja la primacía de lo subjetivo y el rol que se

le atribuye en la esfera pública. Sujeto y experiencia han

vuelto y, por consiguiente, deben examinarse sus atributos

y sus pretensiones una vez más. En la inscripción de la ex­

periencia se reconoce una verdad (¿originada en el suje­

to?) y una fidelidad a lo sucedido (¿sostenida por un nuevo

realismo?). Al respecto, algunas preguntas.

¿Qué relato de la experiencia está en condiciones de eva­

dir la contradicción entre la fijeza de la puesta en discurso y

la moviLidad ele lo vivido? ¿Guarda la narración de la expe­

riencia algo de la intensidad de lo vivido, ele la �'rlebnis? ¿O

sim pl e m e n te las innumerables ve c es que ha sido puesta en

discurso ha gast:lclo toda p o si L il id ad de significación? ¿La

experiencia se disuelve u se cow;erva en el relato? ¿Es posi­

ble recordar una experiencia o lo c¡ue se recuerda es súlo el

recuerdo p revia m e n te puesto en discuiso, y así sólo hay una

sucesión de relatos e¡ ue no t i e n e n la posibilitLtd de recupe­

rar nada de lo que pretenden como objeto? ¿El rebLO, eu


28 BI0\TRIZ SARLO

lugar de re-vivir la experiencia, es una forma de aniquilarla

forzándola a responder a una convención? ¿Tiene algún

sentido re-vivir la experiencia o el único sentido está en

comprenderla, lejos de una re-vivencia, incluso contra ella?

¿Cuánto garantiza la primera persona para captar un senti­

do de la experiencia? ¿Debe prevalecer la historia sobre el

discurso y renunciarse a aquello que de individual tuvo la

experiencia? Entre un horizonte utópico de narración de

la experiencia y un horizonte utópico de memoria: ¿qué lu­

gar queda para un saber del pasado?


_
La actualidad de estas preguntas viene de lo político. En

1973 en Chile y en Uruguay, y en 1976 en la Argentina se

producen golpes de estado de nuevo tipo. Los regímenes

que se establecen realizan actos (asesinatos, torturas, cam­

pos de concentración, desaparición, secuestro) que consi-


'

deramos inéditos, novedosos, en la historia política de estos

países. Desde ames de las transiciones democráticas, pero

acentuadamente a-partir de ellas, la reconstrucción de esos

actos de violencia estatal por víctimas-testigos es una dimen­

sión jurídica indispensable a la democracia. Pero, además

de que fue la base probatoria de juicios y condenas al terro­

rismo de estado en la Argentina (y lo están haciendo posi­

ble en Chile), el testimonio se ha convertido en un relato


de gran impacro fuera de la escen
a judicial. Allí dond e ope­
ra cultural e ideológicamente, se moverán las tenta
tivas de
respuesta a las pregllnt<.�s del comienzo.
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERIENCL\ 29

Narración de la experiencia

La narración de la experiencia está unida al cuerpo y a la

voz, a una presencia real del sujeto en la escena del pasa­

do. No hay testimonio sin experiencia, pero tampoco hay

experiencia sin narración: el lenguaje libera lo mudo de

la experiencia, la redime de su inmediatez o de su olvido

y la convierte en lo comunicable, es decir, lo común. La na­

rración inscribe la experiencia en una temporalidad que

no es la de su acontecer (amenazado desde su mismo co­

mienzo por el paso del tiempo y lo irrepetible), sino la de

su recuerdo. La narración también funda una lemporali­

dacl, que en cada repetición y en cada variante volvería a

actualizarse.

El auge del testimonio es, en sí mismo, una refutación de ·

lo que, en las primeras décadas del siglo XX, algunos consi­

deraron su cierre definitivo. Walter Benjamín, frente a las

consecuencias de la primera guerra mundial, expuso el ago­

tamiento del relato a causa del agotamiento de la experien­

cia que le daba origen. De las trincheras y los fi·entes de bata­

lla de la guerra, afir m ó los hombres volvieron ennmdecidos.


,

Como es i n n e gable , Benjamín se equivocaba en lo relativo

a la escasez de testimonios, precisamente porque "la guerra

ele l�Jl4-EJlB marca el comienzo del testimonio de masas".l

1 Annl'LLt.: \Yieviurka, L'he du témoin, París, Plon, 19�18, p. 12.


30 BEATRIZ SARLO

Sin embargo, es iiltet·esante analizar el núcleo teórico del

argumento be1�jaminiano.

El shock habría liqui dado la experiencia t ra nsmi sible y,

eri consecuencia, h1 experiencia en sí misma: lo que se vivió

como shock era demasiado fuerte para "el minúsculo y frágil

cuerpo humano".2 Los hombres muelos no habrían encon­

trado una forma para el relato de lo que habían vivido, y el

paisaje de la guerra sólo conservaba del pasado las nubes.

Benjamín seúala con precisión: "las nubes", porque sobre

todo el resto había volado el huracán de un cambio, impre­

visible cuando las primeras columnas de soldados se enca­

minaron hacia los campos de las primeras batallas. El fin de

La mouta·ña mágica y de La marcha de Radetzky son variacio­

nes sobre la llegada de algo que no se esperaba, una espe­

cie de maligna potencia de redención inversa, que terminó


_
con lo anterior, destruyéndolo radicalmente, sin posibili­

dad ele que sus resros se incorporaran a ningún porvenir.

Entonces, los hombres que fueron llevados al teatro donde

esa fuerza desplegó su novedad perdieron la posibilidad de

reconocer su experiencia, porque ella les fue completamen­

te aj e n a ; su carúcter inesperado (para esos oficiales que

avanzaron en uuifm me de gala hacia el barro de las trin­

cheras, para esa caballería que iba a enü-eutarsc cou los tan-

� W.dter lknj.llnin, "El narr�tdur. Cunsidt-raciollc., sobre la obra de


Nikubi Leskuv", t>ll Sobre d Jnvgmma de lajiluiUjia jillum )' ulrus UIIIIIJUI, Ct­
ClCt;,, 1\·!unt<: A.vib, 1970, p. 190.
CRÍTICA DEL TESTJMONJO: SUJETO Y EXPERIENCIA 31

ques después de los desfiles de despedida donde la victoria

parecía asegurada para todo el mundo, para todos los con­

tendientes enemigos) provocó que lo nuevo no pudiera ser

vivido sino físicamente, en los mmilados, los enf�rmos, los


.
hambrientos y los millones de muertos. "Lo que, diez aíi.os

después, se vertió en el caudal de los libros de guerra, era

una cosa muy distinta de la experiencia que pasa boca a bo­

ca", escribió Benjamín.

En su clásico ensayo sobre el narrador, Benjamín expre­

só no sólo una perspectiva pesimista, sino melancólica, por­

que lo que se ha ausentado no es simplemente el relato de

lo vivido, sino la experiencia misma como suceso compren­

sible: lo que sucedió en la gran guerra probaría la relación

inseparable de experiencia y relato, por una parte; y tam­

bién que llamarnos experiencia a lo que puede ser puesto

en relato, algo vivido que no sólo se padece sino que se

transmite. Existe experiencia cuando la víctima se convier­

te en testigo. Hija y producto de la modernidad técnica, la

primera guerra hizo que los cuerpos ya no pudieran com­

prender, ni orien tarse en el mundo donde se movían. La

guerra anul ó la experiencia.

El tono nwbncúlico del argu me u tn benjaminiano se ex­

Liewk hacia atrás. Aunque la guerra le da un car:tner defi­

nitivo al ci e rr e del ciclo de narraciones sostenidas por la ex­

p erie nc ia , v�trios siglo:, antes, eu la elllergencia de la

modernidad europea, el narradur del gesto y b voz, cumu

Odisco o lus t'\';tngdistas, COHH'llí.Ó a perder dumittio sobre


32 BEATRIZ SARLO

su historia. El Quijote es, desde el romanticismo hasta los

formalistas rusos, un texto-insignia, porque la novela mo­

derna nace bajo el signo irónico del desencanto. Aunque

no es mencionado, Lukács da la clave interpretativa de la

novela en términos de desgarramiento de un mundo don­

de la desinteligencia entre lo vivido y la comprensión ele lo

vivido escinde el acto de su narración. Debilitadas las razo­

nes trascendentes que estaban detrás de la experiencia y el

relato, toda experiencia se vuelve problemática (es decir,


.
no encuentra su significado) y todo relato está perseguido

por un momento autorreferencial, metanarrativo, es decir,

no inmediato. La experiencia se ha desconcertado y tam­

bién su puesta en discurso: "Ah, ¿a quién pedir ayuda? No

al ángel, ni a los hombres, y los astutos animales ya se han

dado cuenta de que no confiamos ni nos sentimos en casa

en el mundo dt; los significados".3 Benjamín se refiere a un

"enmudecimiento", a partir de que el relato de una expe­

riencia significativa se eclipsó, mucho antes del shock de la

guerra y del shock técnico de la modernidad, con el surgi­

miento de la novela, que tomó el lugar de las ''formas arte­

sanales" de transmisión, es decir, aquellas arraigadas en la

inmediatez de la voz, en un mundo donde el peligro rodea-

:J "Ach, w.:n verméígen / wir denn zu bt·auchen? Engel 11icht, tvlens­


chen nicht, / und die findigcn Tit:Te llltTken es schon, / dass wir nidtl

'chr verl:[,s!ich Lll Haus sind / in dcr gedeut<:tell \Velt" (l·biner !'viaria
Rilke, "Uie erste E!egie"; en adelante, s�dvo indicación en coutr:1riu, tll­

da, las traduccionc"s SOl! tnías).


CRÍTICA DU. TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 33

ba a la experiencia (la hacía posible), en lugar de habitar

en su centro. En el momento en que el riesgo de la expe­

riencia se interioriza en la subjetividad moderna, el relato

de la experiencia se vuelve tan problemático corno la posi­

bilidad misma de construir su sentido. Y eso, siglos antes de

Flaubert y La educación sentimental.

Cuando la narración se separa del cuerpo, la experien­

cia se separa de su sentido. Hay una huella utópica retros­

pectiva en estas ideas benjarninianas, porque dependen de

la creencia en una época de plenitud de sentido, cuando el

narrador sabe exactamente lo que dice, y quienes lo escu­

chan lo entienden con asombro pero sin distancia, fascina­

dos pero nunca desconfiados o irónicos. En ese momento

utópico lo que se vive es lo que se relata, y lo que se relata

es lo que se vive. Naturalmente, no corresponde a ese mo­

mento legendario la nostalgia, sino la melancolía que reco­

noce su absoluta imposibilidad.

Si se sigue a Benjamín, resulta contradictorio en térmi­

nos teóricos y equivocado en términos críticos afirmar la

posibilidad del relato de la experiencia en la modernidad y,

especialmente, en las épocas posteriores al shock de b gran

guerra. ¿Si ésta desgarró la trama de experiencia y d iscurso ,

qué desgarramientos no prodtúo el Holocausw y, de spués ,

los crímenes masivos del siglo XX, el Gulag, las gLterras de

limpieza rac ial el terrorismo de esLado?


,

Trab<üando más bien al costado de las hipótesis sobre

experienci;t y relato, Benjamín abri,·J otra línea de reflexión.


34 BEATRIZ SAlU.O

Su filosofía de la historia es una reivindicación de la memo­

ria como instancia reconstructiva del pasado. Los llamados

"hechos" de la historia son un "mito epistemológico", que

reitica y anula su posible verdad, encadenándolos en un rela­

to dirigido por alguna teleología. En la estela de Nietzsche,

Benjamín denuncia el causalismo; en la estela de Bergson,

reivindica la cualidad psíquica y temporal de los hechos de

memoria. El historiador, seguida esta afirmación en todas

sus consecuencias, no reconstruye los hechos del pasado

(esto equivaldría a someterse a una filosofía de la historia

reificante y positivista) ,,sino .que Jos "recuerda", dándoles

así su carácter de pasado presente, respecto del cual hay

siempre una deuda impaga.

Benjamín, entonces, hace dos Ínovimientos que se emre­

lazan en una contradicción desgarrada. Por un lado, señala

la disolución de l a experiencia y del relato que ha perdido

la verdad presencial antes anclada en el cuerpo y la voz. Por

ot,ro lado, critica el positivismo histórico que reificaría aque­

llo que en el pasado fue experiencia y, al convertirlo en "he­

cho", anularía su relación con la subjetividad. Sin em bar go ,

si se acepta la disolución de la experiencia ante el shodc, ese

"hecho" reiiicado no podría ser sino lo que es: un resto obje­


tivo de temporalidad y subjetividad inertes. Benjamín se re­

bela freutc a esto, a través del movimiento romántico-mesiá­

nico de la redención del pas ado por la memoria, que


uevu\vcrü �ü pasado la subjetividad: la historia como memo ­

ria de la historia, es decir, como dimensión temporal snbje-


CIÚTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 35

tiva. Como sea, si la m<:omoria de la historia posibilitaría un�

restauración moral de la experiencia pasada, subsiste el pro­

blema de construir experiencia en una época, la moderni­

dad, que ha erosionado su posibilidad y que, al hacerlo, tam­

bién ha vuelto frágiles las fuerzas del relato.

Esta aporía no se resuelve, porque las condiciones de re­

dención de la experiencia pasada están en ruinas. El pensa­

miento de Benjamín se mueve entre un extremo y su opues­

to, reconociendo, por un lado, las imposibilidades y, por el

otro, el mandato de un acto mesiánico de redención. Po­

dría decirse que las aporías de la relación entre historia y

memoria se esbozan ya casi completamente en estos textos.

Hasta aquí Benjamín.

Muerte y resurrección del sujeto

"Lo que hacía hmiliar al mundo ha desaparecido. El pasa­

do y la experiencia de los viejos ya no sirven corno refe­

rencia para orientarse en el mundo moderno e iluminar

el futuro de las jóvenes generaciones. Se ha roto b conti­

nuidad de la experiencia. "4 Jean-Pierre Le Goff localiza

esta ruptura en los aíios ses e n t a del siglo XX y la explica

con argumentos de inuovación tecnoló��ica, cullltral y mu-

·1 .Jt:an-Pint t: L, Culf, i\lai 60, l 'hilitage ilnjJ<H.1ilde, !\tri,;, La lkcuuvn­

' tt:, 2002 ll !J�JB]. p. :i-1).


36 llEATRlZ SAlUD

ral. Lo que describe como destrucción de la continuidad

entre generaciones no proviene de la "naturaleza" de la

experiencia, sino de la aceleración del tiempo; no provie­

ne del shock que dejó enmudecidos a los soldados de la

primera guerra, sino de experien�ias que ya no se entien­

den y son mutuamente inconmensurables: los jóvenes per­

tenecen a una dimensión del presente donde los saberes y

las creencias de sus padres se revelan inútiles. Allí donde

Benjamín seúaló la imposibilidad del relato, Le Goff (y

antes Margaret Mead) seilaló su carácter intransferible en­

tre generaciones diferentes.

Benjamín captó algo propio de la modernidad capitalis­

ta en su sentido más específico. Ella habría afectado las sub­

jetividades hasta enmudecerlas; en ella, sólo el movimiento

de redención mesiánica podría abrir el horizonte utópico

de una restauración del tiempo histórico por la memoria

que quebraría la corteza reificada de los hechos. Quienes

sostienen, por su parte, la hipótesis de un cambio en la con­

tinuidad de las generaciones, seilalan un tipo de incomuni­

cabilidad de la experiencia de carácter diferente. Se trata

de la crisis, también moderna, de· la autoridad del pasado

sobre el presente. Lo nuevo se impone sobre lo viejo por su

intrínseca cualidad liberadora. Todo esto es bien conocido

cksde las vanguardias estéticas de comienzos del siglo XX:

lo que ellas sostuvieron para el arte desbordó sobre la vida

en las décadas siguientes.

En este corte entre lo nuevo y lo viejo no está la su l�je-


CRiTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPLRJENCIA 37

tividad en juego, por lo meuos en primer lugar. La crisis

de la idea de subjetividad proviene de otros procesos y po­

siciones, de gran cxpansividad más allá del campo filosófi­

co a partir de los ailos sesenta. El estructuralismo triun­

fante conquistó territorios desde la antropología hasta la

lingüística, l.a teoría literaria y las ciencias sociales. Ese ca­

pítulo está escrito y lleva por título "la muerte del suje­

to".5 Cuando ese giro del pensamiento contemporáneo

parecía completamente establecido, hace dos décadas, se

produjo en d campo de los estudios de memoria y de me­

moria colectiva un movimiento de restauración de la pri­

macía de esos sujetos expulsados durante los aíios a�1te­

riOI·es. Se abrió un nuevo capítulo, que podría llamarse

"el sujeto resucitado".

Pero antes de celebrar a este sujeto que ha vuelto a la vi­

da, conviene repasar los argumentos que decreTaron su

muerte, cuaudo su experiencia y su representación fueron

criricadas y declaradas imposibles.

En 1979, Paul de Man publicó un artículo que, sin men­

ciouar la moda de los estudios autobiográficos que domina­

ba en la academia literaria, era una crítica radical a la posii.Ji­

li<bd mi sma de es ta blece r cualquier sistema de equivale nci as

sustanciales entre el yo de un rebLo, su amor y la experiencia

'' Con un;t pcrspéctiva crítica es, sin ctub;ttgo, cxlt.tttslil'il el p:uwra·

ma proporct<llt;tdo por Luc Fcrry y Abin Rcn:udt, /_¡¡ jJ<'JL.\t:,. 68. F,�;r¡{ .1/ll

l'anldtulltti!Ú.IIItt' coll.ll'lltjJulain, l'aris, ( ;;tllinul d, 1 �IWl.


38 1\EATRJZ SARLO

vivida (triángulo semiológico en el que se apoyaba la teoría

de la autobiograiía de Philippe Lejeune, que lo presentaba

como un "pacto de lectura").6 Frente a la idea de que existe

un género estable, sostenido por el contrato entre autor y

lector, de Man niega la idea misma de género autobiográfi­

co. Lo que las llamadas "autobiografías" producen es "la ilu­

sión de una vida como referencia" y, en consecuencia, la

ilusión de que existe algo así como un st�eto unificado en el

tiempo. No hay sujeto exterior al texto que pueda sostener

esta ficción de unidad experiencia! y temporal.

Las llamadas autobiografías serían indistinguibles de la

ficción en primera persona, una vez que se acepte que es

imposible establecer un pacto referencial que no sea ilu­

sorio (es decir: los lectores pueden creerlo, incluso el es­

critor puede escribir bajo esa ilusión, pero nada de eso ga­

rantiza que ella remita a una relación verificable entre un

yo textual y un yo de la experiencia vivida). Como en la

ficción en primera persona, todo lo que una "autobiogra­

fía" puede mostrar es la estructura especular en la que al­

guien, que dice llamarse yo, se toma por objeto. Es decir

que ese yo textual pone en escena a un yo ausente, y cu­

bre su rostro cun esa máscara. De este modo, de Man deii-

,; El anícul<l dc- l'aul de Man, "r\utoLiography as De-facement", a¡.:M­


reci,) pur priuter�l \'l?Z en MLV, Comjl(tmlive l.ileralure, vul. 9'1, IIÚHtero :,,
dicit:tttbre <k 1')7�J. El l ilJro ele l'hilippe Lej<·une, I.e Jmde auloúiugraplu­
'ftlt', lúe puLlictclo <.:11 P�trís, por f:diti uns du Seuil, eu 197!í. [FI Jmllo au­

tuln.ugnijico )' ulru> ntwfio,, ¡\hch-i< 1-¡\Lílaga, 1\'kga:wl-Endymion, 1 q<).l_]


CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERIENCIA 39

ne la autobiografía (la autorreferencia del yo) con la figu­

ra de la prosopopeya, es decir, el tropo que otorga la pala­

bra a un muerto, un ausente, un objeto inanimado, un

animal, un avatar de la naturaleza. Nada queda de la au­

tenticidad de una experiencia puesta en relato, ya que la

prosopopeya es un artificio retórico,inscripto en el orden

de los procedimientos y de las formas del discurso, donde

la voz enmascarada puede desempeílar cualquier rol: ga­

rante, consejero,fiscal,juez,vengador (enumera de Man).

La voz de la autobiografía es la de un tropo que hace las

veces de sujeto de lo que narra. Pero no podría garantizar

identidad entre sujeto y tropo.

En sus estudios sobre Rousseau (agrupados en Alegorías


de la lectura), de Man afirma que la conciencia de sí no es
una representación sino la "forma de una representación",

la figura que indica que una máscara está hablando. Habla

el person<�e (persona, máscara del te atto clásico), que no


puede ser medido en relación con la referencia que su mis­

mo discurso propone; ni puede ser juzgado (corno no se

juzga al actor) por su sinceridad, sino por su presentación

de un estado de "sinceridad". En consecuencia, esa másca­

ra no est:t ligada por ningún pacto refer encial; nc1 hay pa r e­

cido que pu e da juzgarse esencial a su discurso ni probarse

a trav�s de i:l. Lo decisivo es la atribución de voz <¡uc st: h:t­

ce a travé·s de Lt buca de la mJ.scara; no hay verdad sin o una

nüscara que dice decir su venbd (de m:iscara: de Vl·nga­

dor, de víctiwa, de se ducto r, de seducido). ,¡


,j
40 BEATRIZ SAIU.O

La crítica de Paul de Man a la autobiografía es posible­

mente el punto más alto del deconstruccionismo literario,

que todavía hoy es una línea hegemónica. No puede pasar­

se por alto, en la medida en que la reivindicación del testi­

monio y de la verdad de la voz se hace sin tomar en cuenta

que, si se quiere avanzar en ese camino, es necesaria una

respuesta a esta crítica radical. Es más, casi podría decirse

que muchas veces, en los mismos espacios en que se difun­

den las tesis de De Man, se afirman las verdades de la subje­

tividad y de sus testimonios autobiográficos.

Poco después, en 1984, Derrida presentó algunas ref1e­

xiones sobre autobiografía que tienen fuertes afinidades

con el texto de Paul de Man.7 En su crítica, las bases filo­

sóficas de un testimonio autobiográfico son imposibles.

Derrida niega que se pueda construir un saber sobre la

experiencia, pm'que no sabemos qué es la experiencia. No

hay relato que pueda darle unidad al yo y valor de verdad

a lo empírico (que queda siempre fuera). No sabemos

tampoco por dói1de pasa la línea móvil que separa lo esen­

cial de los hechos empíricos entre sí, y un hecho empírico

de algo que no lo es. Lo que en la autobiografía se mani­

fiesta como identidad de un sujet.o con sus enunciados só­

lo está sostenido por la firma. "Un autor, que es una firma

� 0/u/;iugmp!tirs; J:mságnemn¡/ de Nidzsdu: 1'1 /a pulitique du nom pruJHe,


l'�uís, C;tlike, 10/H. Aparecido al aúo siguiente, con ;tgregados, en ingl<'s

nnno Tlw Far of tite Ot/u:r, Nueva York, Schucken Buoks.


CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 41

que se declara como narrador-sujeto de su propia narra­

ción", escribe Nora Catelli.S

Por lo tanto, el interés de la autObiografía (Derrida está

leyendo Ecce horno de Nietzsche) reside en los elementos que

presenta como cimiento de una primera persona cuyo úni­

co fundamento es, en realidad, el mismo texto. Nietzsche

escribe: "Vivo de mi propio crédito. Y quizá sea un simple

prejuicio, que yo viva". El yo sólo existe porque hay un con­

trato secreto, una cuenta de crédito que se pag:..trá con la

muerte. En la frase de Nietzsche, Derrida encuentra una

clave: lejos del acuerdo por el que los kctores adjudica­

rían un crédito ele verdad al texto, éste sólo puede aspirar

a la existencia si el crédito ele su propio autor lo sostiene.

No hay fundamento exterior al círculo firma-texto y nada

en esa dupla está en condiciones de aseverar que se dice

una verdad.

Como de Man, Derrida hace la crítica ele la subjetividad

y la crítica de la representación, y seiiala el modo en que

cualquier relato autobiográfico se despliega buscando per­

suadir. Ecce hamo lo deja ver desde sus primeras líneas: la in­

tervención autobiográfica es pro domo sua, y por eso la nece­

sidad de su examen retórico. No es necesat-io suscribir una

epistemología nihilista para traer estas posiciones a una dis­

cusión con l as con c epcio n es simples de la verdad en el tes-

¡; En Ji/ "'Jmcio autobiográjico (Barcelona, Lumen, 1 <)t) 1), Cttelli oli·eu�

una di:tbna exposiciún de los e;,criws de Paul de Man sobre el Lema.


42 BEATRIZ SARLO

timonio autopiográfico o con las ideas de que un relato de

posmemoria (como se verá más adelante) es vicario. Para

de Man y Derrida ser vicario no significa nada, ya que antes

de ese vicario no hubo un sujeto que estuviera en condicio­

nes de pretender ser sujeto verdadero de su verdadero rela­

to. El sujeto que habla es una máscara o una firma.

"Quise darle al lector


la materia prima de la indignación"

La frase es de Primo Levi. Señala, como es habitual en Levi,

el núcleo del problema sin necesidad de grandes gestos teó­

ricos. Su testimonio sobre Auschwitz es una materia a partir

de la cual puede emerger un sentimiento de índole moral.

Las condiciones que hacen posible su testimonio son extre­

mas, y por eso mismo las reglas que lo regulan deben limi­

tar todas las posibilidades de la exageración. Nunca, dice

Levi, un testimonio verdadero debe abrir la posibilidad de

que un testimonio exagerado tome su lugar. La materia pri­

ma de la indignación debe ser restringida. Si esto es un hom­

bn: es un testimonio parco y, en vistas a la proliferación de

horrores que toma por objeto, breve.

A Levi no pueden planteársele los mismos problemas ele

b primera person a del modo en que ésta queda so m etid a a

sospecha c uando se cr i t ica la centralidad del sujeto. Por el

contrario, l.evi habla por dos razones. La primera, exu·atex-


CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 43

tual, psicológica, ética y compartida con casi todos los que sa­

len del Lager: simplemente es imposible no hablar. La segun­

da tiene que ver con el objeto del testimonio: la verdad del

campo de concentración es la muerte masiva, sistemática, y

de ella sólo hablan los que pudieron escapar a ese destino; el

sujeto que habla no se elige a sí mismo, sino que ha sido ele­

gido por condiciones también extratextuales. Los que no fue­

ron asesinados no pueden hablar plenamente del campo de

concentración; hablan entonces porque otros han muerto y

en su lugar. No conocieron la función última del campo y

por lo tanto sobre ellos no operó su lógica por completo. No

hay pureza en la víctima que está en condiciones de decir

"fui víctima". No hay plenitud de ese sujeto.

"Era típico del Lager volverse culpable en alguna medi­

da, yo, por ejemplo, acepté trabajar en un laboratorio de


lG-Farben." La "regla era ce er" porque (excepto en las su­

blevaciones, cuya cualidad inevitable era suicida) el Lager

no es un espacio de resistencia. Todos, prisioneros y nazis,

perdían parte de su humanidad y el suj eto del testimonio

del campo no está convencido de ser suj e t o pleno de lo que

va a enunciar. Por el contrario, es un sL�jeto herido, no por­

que pretenda ocupar vi c ari am e nt e el l ugar de lus muertos,

sino pon¡tte sabe de antemano que ese lugar no le corres­

ponck. lbhbr;i entonces trasmitiendo un�t ''wateria pri­

ma", pun¡ue el que debería haber sido el stueto en printLéra

persona dd te s t i m on i o está ausente, es llil mucno del que

nu hay rc-prese11tación vi cari a. Los "condc�nados" ya no pue-


44 llEATRIZ SARLO

den hablar y ese silencio impuesto por el asesinato vuelve

incompleto el testimonio de los "salvados". Agamben lee

acá la problemática de un stueto ausente, una primera per­

sona que, cuando surge en el testimonio, siempre está en

reemplazo de otra, pero no porque pueda ser su vicaria, su

representante, sino porque no ha muerto en lugar del que

ha muerto. De modo radical, no puede representar· a los


. '

ausentes y en esta imposibilidad se alimenta la paradoja del

testigo: el que sobrevive a un campo de concentración so­

brevive para testificar y toma la primera persona de los que

serían los verdaderos testigos, los muertos.9 Un caso límite,

terrible, de prosopopeya.

El testimonio de los salvados es la "materia prima" de sus

lectores o escuchas que deben hacer algo con eso que se les

comunica y que es, precisamente porque logró ser comuni­

cado, sólo u�a v'ersión incompleta. Los que se salvaron "no

pueden sino recordar" (escribe Agamben) y, sin embargo,

no pueden recordar lo decisivo, no pueden testificar sobre

el campo en la medida en que no han sido víctimas totales,

como lo fue el "musulmán" que se entregó y dejó de luch ar ,

y se separó de aquellos restos desagregados de sociedad que

quedaban en el campo. Levi los llama "no vivos", es ckcir:

no sLuetos q ue han perdido la noción de cualq ui e r límite

ético y, para comenzar, han pe rdido la palabra en vida.

9 CoJIJcnurio de Giurgio .-\g:JJn!Jen a Jos escriws de Primo [,e\·i: l.u

que queda de ,!usdauitz, Valencia, Pretextos, 20UO ( 1 !)91)).


CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPD<.JENCIA 45

Como Levi lo comprobó en quienes lo escuchaban y lo

leían, en especial durante los ai1os inmediatamente poste­

riores a 1945, todo en el campo resulta increíble. No sólo la

organización sistemática de la muerte; también la disolu­

ción de las relaciones y de la idea social del tiempo. Por

eso, del campo de concentración tampoco se puede repre­

sentar el aburrimiento de la vida que transcurre. La memo­

ria tiende a rescatar los "episodios singulares, clamorosos o

terribles", pero estos episodios sucedían en un tejido total­

mente deshecho, que había perdido casi por completo sus

i cualidades sociales. Y, en el otro extremo, también es irre­

presentable la intensidad de la experiencia en el campo,

! que en muchos aspectos fue una aventura, "el período más

interesante de mi vida", dice Levi.lO Una amiga suya, que

, fue a Ravenbruck a los diecisiete años, afirmaba después

, que ésa había sido su universidad. Levi escribió: "Crecí en

Auschwitz". Esta intensidad de la experiencia vivida, increí­

ble para quien no haya vivido esa experiencia, es también

lo que el testimonio no es capaz de representar.

En suma: no puede representar todo lo que la experien­

cia fue para el sujeto, porque se trata de una "materia pri­

ma" donde el sujeto testigo es menos importante que los

efectos moLdes de su discurso. No es d sLueto el que se res-

IU F.Htrn·ist�t de tvbrcu Vigev�mi a l'riiiJo L.:vi, t·n: !'rimo Le\'i, Cun-.xF

saz.úmi r inln vi, ti; 1 ')úJ-1987, Turín, Einaudi, 1 'l'Jí, p. :!:!G. [L'ntn:uislus y
wnvnsaciunD, Lbrcelona, l'.:llÍnsula, l'J'JS.]
46 BEATRIZ SARI.O

taura a sí mismo en el testimonio del campo, sino una di­

mensión colectiva que, por oposición y por imperativo mo­

ral, se desprende de lo que el testimonio transmite.

Esta perspectiva sobre el testimonio es dubitativa y final­

mente escéptica en cuanto a su poder de restauración del

sujeto testigo, y podría explicar el destino suicida de algu­

nos "escapados", como Primo Levi, Jean Améry, Bruno

Bettelheim. Aunque Levi sea citado por quienes creen en la

potencia sanadora de la memoria, su propio testimonio es

cautelosamente acompaúado por un escepticismo que im­

pide toda teodicea de la memoria como principio de cica­

trización de las heridas. Para Levi, su testimonio no repre­

senta una epifanía del conocimiento ni tiene un poder de

sanación de la identidad. Es, simplemente, inevitable por

razones psicológicas y morales. La preocupación de Levi,

por lo menos durante los primeros aúos de la posguerra, es

la de ser escuchado y creído. Mientras estaban en los cam­

pos, _muchos prisioneros ya desconfiaban de la forma en

que su relato (si ese relato se volvía posible) sería tomado.

Esta dificultad es bien evidente cuando se piensa en tér­

minos de verdad. Riccrur, al referirse a los testimonios ori­

ginados en la Shoah, dice que establecen un caso límite,

porque es difícil incorporarlos al archivo y suscitan una

verdadera "crisis del concepto de testimonio ".11 Son una

11 l';llll Ric�ur, l.a mémoire, l'histoire, l'oubli, París, Seuil, 2000, p. 2:!2.
[ La 1/IC//turia, La /ti;tvlia, el olvido, Madrid, TroLU, 2003.]
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 47

excepción sobre la cmtl es complicado (quizás iwpropio)

ejercer el método historiográfico, porque se trata de expe­

riencias extraordinarias, que no pueden mensurarse con

otras experiencias. Pero si Ricreur está en lo cierto, su ad­

vertencia sobre los testimonios del Holocausto como caso

límite permitiría también pensar hacia adentro de los lími­

tes. El testimonio del Holocausto se ha convertido en mo­

delo testimonial. De modo que un caso límite transfiere

sus rasgos a casos no límite, incluso a condiciones de testi­

monio completamente banales.I2 No sólo en el caso del

Holocausto el testimonio reclama que sus lectores o escu­

chas contemporáneos acepten su veracidad referencial, po­

niendo en primer plano argumentos morales sostenidos

en el respeto al sujeto que ha soportado los hechos sobre

los cuales habla. Todo testimonio quiere ser creído y, sin

embargo, no lleva en sí mismo las pruebas por las cuales

puede comprobarse su veracidad, sino que ellas deben ve­

nir desde afuera.

En condiciones judiciales, por ejemplo en el juicio a las

tres juntas de comandantes de la dictadura argentina, los

fiscales se vieron obligados a elegir, entre cientos, a los tes­

tigos cuya palabra facilitaba el ejercicio de las reglas de la

l� Con esto suc"de lo que tamoién sucede con la pabbra genocidio,


cuyo uso extenclido a lus m:t, cliversus escenarios )'a ha sido discuticlu su­
ficientemente por llugo Vezzetti en l)u;atlu y pn:swle, l>tteJtlls Aires, Si­

glo XXI Editores, 2002; y la serie de sus anículos en Punto de Vista, desde

los aiios uov enta .


48 BEATRiZ SAlUD

prueba. En condiciones no judiciales, el testimonio pide

una consideración donde se mezclan los argumentos de su

verdad, sus legítimas pretensiones dé credibilidad, y su uni­

cidad sostenida en la unicidad del sujeto que lo enuncia

con su propia voz, poniéndose como garantía presente de

lo que dice, incluso cuando no se trate de un sujeto que ha

soportado situaciones límite.

Si, como afirma Ricceur en Temps et récit, el testimonio

está en el origen del discurso histórico, la idea de que sobre

un tipo de testimonio sea dificil, cuando no imposible, ejer­

cer el método crítico de la historia, pone una res.tricción

que no concierne a sus funciones sociales o judiciales pero

sí a sus u_sos historiográficos. Y si es admisible que un acon­

tecimiento de carácter excepcional como el Holocausto re­

clame para sí una cualidad inabordable, es posible pensar

los testimonios contemporáneos que no surgen de sucesos

comparables con aquellos que volverían intocables los testi­

monios del Holocausto. La crítica �el sttieto y su verdad, la

crítica de la verdad de la voz y de su conexión con una ver­

dad de la ·experiencia que afloraría en el testimonio, inclu­

so cuando no se sigan las conclusiones radicales de De Man

y Derrida, es ueccsaria excepto que se decida adjudicar al

testimonio un valor referencial general del que se descon­

fía cuando otros discursos lo reivindican p ara sí . La perple­

j i da d de Ricu:ur frente a los tes t i m oni o s dd llolocausto,

que escap�u1 a las reglas de la c rí tic a, Licue suficientes razo­

nes; pero ellas no son suficientes para ot ro s casos. El tcsti-


CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EX!'EIUENCIA 49

monio, por su autorrepresentación como verdad de un su­

jeto que relata su experiencia, pide no someterse a las re­

glas que se aplican a otros discursos ele intención referen­

cial, alegando la verdad de la experiencia, cuando no la del

sufrimiento, que es la que precisamente necesita ser exami­

nada. Acá hay un problema.

Frente a un problema,

el recurso al optimismo teórico

La actualidad es optimista y ha aceptado la construcción de

la experiencia como relato en primera persona, aun cuan­

do desconfíe de que todos los demás relatos puedan remitir

de modo más o menos pleno a su referente. Proliferan las

narraciones llamadas "no ficcionales" (tanto en el periodis­

mo como en la etnografía social y la literatura): testimonios,

historias de vida, entrevistas, autobiografías, recuerdos y me­

morias, relatos identitarios.l3 La dimensión intensamente

subjetiva (un verdadero renacimiento del st�eto que se ere-

1:1 v,:;ase: Leonor Arfuch, m npaciu biu,grájiru, .. , cit.; y LL'lHtur Arfuch

(comp.), ldotluiadn, 'ujelus, .\ttbjetivú/ade,, BLtcnos Air..:s, l'runlt:lt:O Li­

bros, �00�1. No pueck dejar de se íi. alarse d GtLÜ '' ·r pionero de bs inws­

tigacioncs de l'ltilippt: l.ejeunc sobre el espacio y el p••cto autuiJiogr•ifi­

co, 'tsÍ conH> los estudios de Ceorgt·s Cusdorf y Jt·:w St,llobinski. Sin

embargo, t:llllO Cusdorf como Starubinski "' anticipan a Lt motb con­

temporánea )' no penenecen a dLt.


50 BEATRIZ SARLO

yó muerto en los. ailos sesenta y setenta) caracteriza el pre­

sente. Lo mismo sucede en el discurso cinematográfico y

plástico que en el literario y en el mediático. Todos los gé­

neros testimoniales parecen capaces de hacer sentido de la

experiencia. Un movimiento de devolución de la palabra,

de conquista de la palabra y de derecho a la palabra se ex­

pande reduplicado por una ideología de la "sanación" iden­

titaria a través de la memoria social o personal.l4 El tono

subjetivo marcó la posmodernidad, como la desconfianza o


.
la pérdida de la experiencia marcó los últimos capítulos de

la modernidad cultural. Los derechos de la primera perso­

na se presentan, por una parte, como derechos reprimidos

que deben liberarse; y como instrumentos de verdad, por

la ou·a. Si fueran lo segundo, es claro por qué, desde los lu­

gares de autoridad, se desconfiaría de ellos.

Según Benjamín, aquello que fue posible hasta un mo­

mento determinado de la historia se volvió imposible, a

causa del carácter irreversible de la intervención capitalista

moderna sobre la subjetividad; pero hoy, incluso citando a

Benjamín, la restauración de un relato significativo de la

experiencia se considera posible, pasando por alto precisa­

mente aquello que, para Benjamín, volvía trágica la situa-

11 Ceotln:y Hanmann, crítico liter;uio y responsable acadt>mico dd ar­

chivo del llolucausto de la Universicbd de Ycde seúala esta di me nsión : ''El

ddJCl de t·"·uch;tr y de restablecer un di;ilogu con persun;¡s que fueron

w;u-c;trbs por su expetiencia de ulmodo t¡ue la integración w�tl en b vida

cutidiana no t:'S sino aparente" (en: \Vieviorka, cit., p. 141).



1,
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXPERIENCIA 51

ción contemporánea. En efecto, la confianza en un healing

identitario producido por la palabra se sustrae de la dimen­

sión problemática en que la subjetividad fue focalizada des­

de finales del siglo XIX y abandona, por decirlo rápidamen­

te, no sólo la perspectiva desde la que se descubre la herida

cultural capitalista, sino todas las epistemologías de la sos­

pecha, de Nietzsche a Freud. El sujeto no sólo tiene expe­

riencias sino que puede comunicarlas, construir su sentido

y, al hacerlo, afirmarse como sujeto. La memoria y los rela­

tos de memoria serían una "cura" de la alienación y la cosi­

ficación. Si ya no es posible sostener una Verdad, florecen

eu cambio unas verdades subjetivas que aseguran saber

aquello que, hasta hace tres décadas, se consideraba oculto

por la ideología o sumergido en procesos poco accesibles a

la introspección simple. No hay Verdad, pero los sujetos,

paradójicamente, se han vuelto cognoscibles.

A veces resulla sorprendente encontrar en este campo de

ideas la convivencia de un deconstruccionismo filosófico

"blando" j unto con un optimismo identitario que, si bien no

restaura la p r i m ací a de Aquel Sujeto anterior al siglo XX,

co ns truye St�jetos Múltiples, hábiles como Ulises en las c· sca­

ramuzas para m �t n tene r lo que son y cam b ia r lo ; recuperar el

pa sad o y a d e c ua rl o al presente; acept;u· lo extrzu u ero colllu

una m:tsctra a la que, en el momento 111ismo dt� act:ptada,

se la ddúrm�1, transforma o parocliza; sostener las contradic­

ciones lihcr;Ü1duse, al mismo tiempo, del b inaris n w simple,

etc. Siguiendo al m(ts brilbnte de estos teóricos, Humi


5:.! BEATRIZ SAlU.O

Bhabha,l5 se relee no sólo escritos inc�mpatibles con estos

principios (como sucede con los usos poscoloniales de

Gramsci), sino que se los presenta en,marcados en un apara­

to filosófico de efecto deconstrucúvo que, de ser coherente,

no admitiría ninguna positividad en el discurso identitario.

Como sea, las contradicciones teóricas que admiten al

mismo tiempo la indecibilidad de una Verdad y la verdad

identitaria de los discursos de experiencia plantean proble­

mas no sólo a la filosof1a sino a la historia. Y eso es lo que

me interesa ah_ora: ¿qué garantiza la memoria y la primera

persona como captación de un sentido de la experiencia?

Después de haber sido sometida a crítica radical, la restau­

ración de la experiencia como memoria es una cuestión

que debería examinarse. La intensa subjetividad del "tem­

peramento" posmoderno marca también este campp de es­

tudios. Cuando nadie está dispuesto � aceptar la verdad de

una historia (lo que Benjamín denominó los "hechos" reifi­

cados), todos parecemos más dispuestos a la creencia en las

verdades de unas historias en plural (el plural: esa inflexión

del paradigma que ha ganado la más alta categoría, lo cual

es afortunado, pero también se propone como solución ver­

balista a cualquier cuestión cont1ictiva).

h llomi Hhabha, The Lowtion of Cultwe, Londn:s, Routlcdge [l�llugar


de la ru/twu, Hueno' Aires, Manantial, 2002]; y '"DissemiNation: time, na­

rrative, amlthe margins of the modern nation", en !Iomi llhabha (ed.),

Natiun ami Narmtiun, Londres, Routledge, 1991.


CRÍTICA lll!:L TESTIMONIO: SUJETO Y EXL'ERlENCIA 53

La imaginación sale de visita

Apoyada sobre la hipotética continuidad entre experiencia

y relato, se reivindica esta proximidad como sustento de

una representación verdadera. Sin embargo, una línea de­

cisiva de la estética del siglo XX sostuvo la necesidad de una

ruptura reflexiva con la inmediatez de las percepciones y

de la experiencia para que éstas puedan ser repn:�entadas.

Bertolt Brecht y los formalistas rusos pensaron que el arte

está en condiciones de iluminar lo que nos rodea de modo

más inmediato a condición de que produzca un corte por

extraúarniento, que desvíe a la percepción de su hábito y la

desarraigue del suelo tradicional del sentido común. La

puesta en cuestión de lo acostumbrado es la condición de

un conocimiento de los objetos más próximos, a los que ig·­

noramos precisamente porque permanecen ocultos por la

ümliliaridad que los vela. Esto rige también para el pasado.

"Pensar con una mente abierta", escribe Hannah Arendt,

"significa entrenar a la imaginación para que salga de visita".

La imagen alude a una externidad de la imaginación res­

pecto de su relato. Quien cuenta una historia se enfrenta,

ante todo, con una materia que, incluso en el caso de la ex­

periencia propia, se ha vuelto, por su familiaridad, incom­

prensible o banal. Odilio Alves Agui�u, t·xaminando e st a

dimensión del pensamiento arendliano, afirrn�t que, en au­

sencia de Lt imaginación, '"la experiencia pierde Sll decihili­

dad y se pierde eu el torbellino de las vivencias y de los hi-


BEATRIZ SAl U.O

bitos repetidos".l6 Es posible dar sentido a este torbellino,

pero sólo a condición de que la imaginación cumpla su tra­

b:�
:. o de externalización y de distancia. Se trata no sólo de

una cualidad del historiador sino también de quien lo escu­

cha: la imaginación "sale de visita" cuando rompe con aque­

llo que la constituye en proximidad y se aleja para capturar

reflexivamente la diferencia. La condición dialógica es esta­

blecida por una imaginación que, abandonando el propio

territorio, explora posiciones desconocidas donde es posi­

ble que smja un sentido de experiencias desordenadas,

contradictorias y, en especial, resistentes a rendirse ante la

idea demasiado simple de que se las conoce porque se las

ha soportado.

Con la franqueza severa que su condición de víctima vol­

vió audible , Primo Levi sostuvo que el campo de concentra­

ción no ennoblece a sus víctimas; podría agregarse que tam­

poco el horror padecido les permite conocerlo mejor. Para

conocer, l a imaginación necesita ese recorrido que la lleva

fuera de sí misma, y la vuelve reflexiva; en su viaje, aprende

que la historia nunca podrá contarse del todo y nunca ten­

drá un cierre, porque todas las posi ci o n es no pueden ser re­

corridas y l �ul lp oc o su acumulación resulta en una totalidad.

El principio de un diálogo sobre la hi s tor i a descansa en el

lti Odilio Al ve> Ag,uictr, "PenS<lllWI}to e Narrac,:ao em l Lumah t\rendt",


lklo Horizuntt:, Editorial de b Univnsid•td dt· Minas Ct:rais, �001 (tra­
ducido por Ada Solari, en Pu 11 tu de Vis fa, 78, abril de 200-1).
CRÍTICA DEL TESTIMONIO: S UJ ETO Y EXPERIENCIA 55

reconocimiento de su carácter incompleto (que, por supues­

to, no es una blta en la representación de los detalles ni de

los "casos", sino una admisión de la cualidad múltiple de los

procesos). De este modo, la narración así pensada no po­

dría sostener una identidad ni una tradición, tampoco dotar

de legitimidad a una práctica. No cumple funciones de for­

talecimiento identitario ni de fundación de leyendas nacio­

nales. Permite ver, precisamente, lo excluido de las narra­

ciones identitarias reivindicadas por un grupo, una minoría,

un sector dominante o una nación. La óptica de esta histo­

ria no es lejana sino desplazada de lo familiar: como lo su­

giere Benjamín, es la óptica de quien soporta el desplaza­

miento del viajero, que abandona el país de origen.

A las narraciones de memoria, los testimonios y los escri­

tos de fuerte inflexión autobiográfica los acecha el peligro

de una imaginación que se establezca demasiado firmemen­

te "en casa", y lo reivindique como una de las conquistas de

la empresa de memoria: recuperar aquello perdido por la

violencia del poder, deseo cuya entera legitimidad moral y

psicológica no es suficiente para fundar una legitimidad in­

telectual igualmente indiscutible. Entonces, si lo que la me­

moria busca es recuperar un lug·;u· perdido o Llll tiempo pa­

sado, sería �yena a su movimiento la deriva que la al ejaría

de ese centro utópico.

Esto es lo que VLlelve a la mnnoria, ele algún modo, irre­

futable: el v<Llor de verdad del teslimonio pr e t e n d e soste­

nerse sobre la inmediatez de la experiencia; y su capacidad


BEATRIZ SARLO
56

de contribuir a la reparación del daño sufrido (una repara­


�ión judicial indispensable en el caso de las dictaduras) la
1 •

localiza en aquel!;:¡ dimensión redentora del pasado que


�enjamin reclamaba como deber mesiánico de una historia
¡
�ntipositivista. .

� Del lado de la historia (si es que pese a todas las heridas,

q por ellas justamente, queremos tener una historia, y escri-·

bo la palabra en singular para evitar que el tributo a un fe­

tichismo gramatical de los plurales cierre el problema de


'

l f1 multiplicidad de perspectivas), el derecho de veto recla-

ado por J�1 memqri<! plqpJ�<Lun desafío. En las últimas



décadas la historia se acercó a la memoria y aprendió a in­

terrogarla; la expansión de las "historias orales" y de las mi­

crohistorias es suficiente para probar que ese tipo de testi-


'

monios ha obtenido una escucha tanto académica como

mediática. El "deb�r de memoria" que impone el Holocms­

to a la historia europea fue acompañado por la atención

prestada a las memorias de los sobrevivientes y las huellas

dejadas por las víctimas.

Sin embargo, hay que problematizar la extensión de esta

hegemonía moral, sostenida por un deber de resarcimien­

to, sobre todo hecho de memoria: "La legítima lucha por

110 olvicbr el ge u o ci di o de los judío s erigió un santu ario de

b memoria y fundú una 'nueva religión cívica', según b ex­

presión de Georges lknsoussan. Extendido por el uso a

otros ol�jetos hi�Lóricos, el 'deber de memoria' induce una

relación afectiva, moral, con el pasado, poco compatible


57
CRÍTICA OEL TESTIMONIO: SUJETO Y EXI'ERlENClA

con la puesta en distancia y la búsqueda de inteligibilidad

que son el oficio del historiador. Esta actitud de deferencia,

de respeto congelado frente a algunos episodios dolorosos

del pasado puede hacer menos comprensible, en la esfera

pública, a la investigación que se nutre de nuevas pregun­

tas e hipótesis. Del lado de la memoria, me parece descu­

brir la ausencia de la posibilidad de discusión y de confron­

tación crítica, rasgos que definirían la tendencia a imponer

una visión del pasado".l7 En medio siglo, el que va entre el

fin de la segunda guerra y el presente, la memoria ha gana­

do un estatuto irrefutable.

Es cierto que la memoria puede ser un impulso moral

de la historia y también una de sus fuentes, pero estos dos

rasgos no soportan el reclamo de una verdad más indiscuti­

ble que las verdades que es posible construir con y desde

otros discursos. Sobre la memoria no hay que fundar una

epistemología ingenua cuyas pretensiones serían rechaza­

das en cualquier otro caso.I8 No hay equivalencia entre el

derecho a recordar y la afi rm a ci ón de una verdad del re­

cuerdo; tampoco el deber de m emoria obliga a ac ept a r esa

equivaleucia. !Vbs bien, grandes líneas del pensamiento del

siglo XX se han permitido cksconüar fren t e a un discurso

17 Didit·r Cuiv;trr'h, J.a uu:moirt: wl!alwe. f),· /u¡;·dmrhe a l't·n:>t'ignellll'lll,

Crou pe de Rn:herclte en lliswirt: ltllllt:di;tlc, ectsLex(IDuuiv-tlst·�.fi·.


IH Escribe VeLLelli: "[la tnemnri:¡J tiende;¡ l't:l· lus aconlt'Cilllint!OS

desde una pnspectiva única, recl¡;¡z·,¡ la ;unbigüedad y li;tsla reduce lus

acontecimieul<Js a arqtwtip os fijadus".


58 BEATIUZ SARLO

de la memoria ejercido como construcción de verdad del

sujeto. Y el arte, cuando no busca mimetizarse con los dis­

cursos sobre memoria que se elaboran en la academia, LO­

mo sucede con algunas de las estéticas de la monumentali­

zación y contramonumentalización del Holocausto,l9 ha

demostrado que la exploración no está encerrada sólo den­

tro de los límites de la memoria, sino que otras operacio­

nes, de distanciamiento o de recuperación estética de la di­

mensión biográfica, son posibles.

��Pienso en el discurso m iméti c o entre crítica de ane y monumentos

y coutramonumentos. y¿ase, po¡· ej emplo: James Yuun g, !lt lvlemory 's

l�'dge; A)ter-Images in Coulempomry Art uml Architature, Nueva Yor k y Lon­

dres, Yale University Press, 2000. Por el c olltrar i o , el análisis de Andreas


Huysse11 dt· la obra de Ansehu K.iefer pennité pensar una intervención

eslétict (¡ue tiene al p as ;� do como objeto desde tlll;l perspectiva c¡ue no

n:produce el discurso dd anist�t sobre su our;t (En lmsw del jilturu J'erdi­
du; cullu ra y mnnuria e11 tiempu:; de glubaliz.aciuri, Buenos Aires, FCE, 2001).
3. La retórica testimonial

A la salida de las dictaduras del sur de América Latina, re­

cordar fue una actividad de restauración de lazos sociales y

comunitarios perdidos en el exilio o destruidos por la vio­

lencia de estado. Tomaron la palabra las víctimas y sus re­

presentantes (es decir, sus narradores: desde el comienzo,

en los ·aiios sesenta, los antropólogos o ideólogos que re­

presentaron historias como las de Rigoberta Menchú o de

Domi tila; más tarde los periodistas).

Desde mediados de la década de 1980, en la escena euro­

pea, especialmente la alemana, se comenzó :1 escribir un

nuevo capítulo, decisivo, sobre el Holocausto. Por una par­

te, el debate de los historiadores alemanes sobre la solu­

ción fi n al y el papel activo del estado alem{m en las políti­

cas de reparación y la monumentalización del Holocausto;

por la otra, la gran difusión de los escritos luminosos de

Primo Levi, donde sería difícil hallar ninguna afirmación

del saber del sujeto en el Lagn� más tarde, bs lecturas de

Giorgio Agambcn, donde ta m p oc o es posible e n con tr a r

una positivichd optimista; el íllm Slwah de CLtucle Llllz­

lllann, que propuso u11 tratamiento uuevo cld testimonio

y I-euunciú, al mismo tiempo, a la imagen de lus campos


ti O BEATRIZ SAIU.O

de concentración, privándose, por un lado, de iconografía

y forzando, por el otro, el discurso de los sobrevivientes.

La mención de a con tecimientos podría seguir.! Todos

acompaiiaron procesos no siempre sorprendentes desde

el punto de vista intelectual pero de gran repercusión en

la esfera pública; el tema se colocó en un lugar muy visi­

ble y, en la práctica, prodtuo una nueva esfera de debate.

En una de esas casualidades que potencian sucesos signifi­

cativos y no pueden ser pasadas por alto, las transiciones

democráticas del sur de América coincidieron con un nue­

vo impulso de la producción intelectual y la discusíón


.
ideológica europea.2 Ambos debates se íntersectaron de

1 "l'vlericioné la creciente importancia del Holocausto como aconteci­

miemo fundacional de la memoria no sólo europea. Esa percepción no

podía darse por descontada. Durante varias décadas, frente a la gigantes­

ca confrontación militar de la Segunda Guerra, el asesinato masivo de

los judíos tcondió a ser tratado como algo más periférico, un epiaconteci­

mimlu, para decirlo de algún modo. Hoy lo miramos desde otra perspec­
tiva. El Holocausto pasó a ocupar el centro de la conflagración, y se ha

convenido en el acontecimienro nuclear negativo del siglo XX. Tene­

mos razones para dudar de que esta perspectiva se correspondiera con

las percepciones históricas de sus contempor{meos". (Dan Diner, "Rcsti­

tu li on and �lemory- The Holocaust in European Political Cultures",

New Ct>ruw11 Crilit¡w', numero 00, otoií.o de �OO:l, p. 43.)

�En los úllimos aiios, por ejemplo, Lt discusión sobre mu�eo y monu­

mento abrió otro capíudo. Vé;tse para el caso argentino: Craciela Silves­
tri, ""1\leuHnia y JllullllllH'IllO. El arte eH los limites de la representación"

publicado c-11 l'uuto d� \'üta, 0::-l, diciembre ele �000, ) reproducido en


'

1.. .\rfuch (nHnp.). fdentidrules, sujdos, subjt:Lividwln, cit. Tamhif:11 los cs­

wdius de Amh t·��' 1-luyssen para los casos est�lduttnide11se y alemán.


LA RETÓ!UCA TESTIMONIAL 61

modo inevitable, en esP.ecial porque el Holocausto se ofre­

ce como modelo de otros crímenes y eso es aceptado por

quienes est:m más preocupados por denunciar la enormi­

dad del terrorismo de estado que por definir sus rasgos

nacionales específicos.

Los crímenes de las dictaduras fueron exhibidos en un

f1orecimiento de discursos testimoniales, en primer lugar

porque los juicios a los responsables (como en el caso argen­

tino) demandaron que muchas víctimas dieran su testimo­

nio como prueba de lo que habían padecido y de lo que sa­

bían que otros padecieron hasta mmir. En sede judicial y en

los medios de comunicación, la indispensable narra�ión

de los hechos no fue recibida con sospechas sobre las posibi­

lidades de reconstruir el pasado, salvo por los criminales y

sus representantes, que atacaron el valor probatorio de la::.

narraciones testimoniales, cuando no las acusaron de ser fal­

sas y encubrir los crímenes de la guerrilla. Si se excluye a los

culpables, nadie (fuera de la sede judicial) pensó t:n someter

a escrminio metodológico el testimonio en primera persona

de las víctimas. Sin duda, hubiera tenido algo de monstruoso

aplicar a esos discursos los principios de duda muodológica

que se expusieron más arriba: las víctimas hablaban por pri­

mera vez y lo que decían no sólo les concernía a ellas sino

que se convertía en "materia prima" de la indign:tción y tam­

bi{:n en illlpulso de las transiciones democr:tticas, que en la

Argentina se hizo b<�o el signo dd Nunca má�.

El shuck de la violencia de csLado nunca pareció Llll obs-


62 BEATRIZ SAlUD

táculo para construir y escuchar la narración de la expe­

riencia padecida. La novedad de esa experiencia, tan fuerte

como la novedad de los sucesos de la primera guerra a la

que se refería Benjamín, no impidió la proliferación de dis­

cursos. Las dictaduras representaron, en el sentido más

fuerte, un quiebre epoca! (como la gran guerra); sin em­

bargo, las transiciones democráticas no enmudecieron por

la enormidad de esa ruptura.· Por el contrario, en cuanto

despuntaron las condiciones de la transición, los discursos

comenzaron a circular y demostraron ser indispensables pa­

ra la restauración de una esfera pública de derechos.

La memoria es un bien común, un deber (como se dijo

en el caso europeo) y una necesidad jurídica, moral y polí­

tica. Sobre la aceptación de estos rasgos es bien dificil esta­

blecer una perspectiva que se proponga examinar crítica­

mente la narración de las víctimas. Si el núcleo de su verdad

tiene que quedar fuera de duda, también su discurso debe­

ría protegerse del escepticismo y de la crítica. La confianza

en los testimonios de las víctimas es necesaria para la insta­

lación de regímenes democráticos y el arraigo de un princi­

pio de reparación y justicia. Ahora bien, esos discursos testi­

moniales, como sea, son discursos y no deberían quedar

encerrados en una cristalización inabordable. Sobre todo

porque, en par alelo y cons t r u y endo sentidos con los testi­

monios sobre los crímenes de las d i c taduras, emergen otros

hilos de nar rac iones que 110 es t án protegidas por la misma

intangibilidad ni p or el derecho de Jos que han padecido.


¡. LA RETÓRICA TESTIMONV\L 63

1
1
Dicho de otro modo: durante un tiempo (no sabemos

hoy cuánto) el discurso sobre los crímenes, porque denun­

cia el horror, tiene prerrogativas precisamente por el vínculo

entre horror y humanidad que comporta. Otras narracio­

nes, incluso pronunciadas por las víctimas o sus represen­

tantes, que se inscriben en un tiempo anterior al de los crí­

menes (los tardíos años sesenta y los primeros setenta del

siglo XX para el caso argentino), que suelen aparecer en­

trelazadas, ya porque provengan del mismo narrador, ya

porque se sucedan unas a otras, no tienen las mismas pre­

rrogativas y, en la tarea de reconstruir la época clausurada

por las dictaduras, pueden ser sometidas a crítica.

Además, si las narraciones testimoniales son la fuente

principal de saber sobre los crímenes de las dictaduras, los

testimonios de los .militantes, intelectuales, políticos, reli­

giosos o sindicales de las décadas anteriores no son la única

fuente de conocimiento; sólo una fetichización de la ver­

dad testimonial podría otorgarles un peso superior al de

otros documentos, incluidos los testimonios contemporá­

neos a los hechos de los aüos sesenta y setenta. Sólo una

confianza ingenua en la pri mer a persona y en el recuerdo

de lo vivido pretendería establecer un o rde u pr esidido por

lo testimonial. Y sólo una c�racterización ingenua de la ex­

p e ri e n c i a reclamaría para dla una verdad m:ts alta. No es

llll:llUS p o sitivi s ta (en d sen tido en c1ue usú lknjamiu esta

palabra p<tra caracterizar a lus "hechos") b intangibilidad

de la e x p e r i en ci a vivida cll b narración testimonial (¡ue la


64 BEATRIZ SAIU.O

de un relato hecho a partir de otras fuentes. Y si no somete­

mos todas las narraciones sobre los crímenes de las dictadu­

ras al escrutinio ideológico, no hay razón moral para pasar

por alto este examen cuando se trata de las narraciones so­

bre los aiios que las precedieron o sobre hechos ajenos a

los de la represión, que les fueron contemporáneos.

Una utopía: no olvidar nada

Paul Ricueur se pregunta, en el estudio que dedica a las di­

ferencias ya clásicas entre historia y discurso, en qué pre­

sente se narra, en qué presente se recuerda, y cuál es el pa­

sado que se recupera. El presente de la enunciación es el

"tiempo de base del discurso", porque es presente el mo-


'
mento de ponei·se a narrar y ese momento queda inscripto

en la narración. Eso implica al narrador en su historia y la

inscribe en una retórica de la persuasión (el discurso perte­

nece al modo persuasivo, dice Ricueur). Los relatos testimo­

niales son ''discurso" en este sentido porque tienen como

condición un narrador implicado en los hechos, que no

persigue una verdad exterior al momento en que ella se

enuncia. Es inevitable la marca del presente sobre el acto

de narrar el pasado, precisamente porque, en el discurso,

el pre s ei l le tiene una hegemonía reconocida corno inevita­

ble y los tiempos verbales del pasado no quedan libres de

una "experiencia fenomenológica" del tiempo presente


lA RETÓRICA TESTIMONiAL 65

de la enunciación.'� "El presente dirige el pasadu como un

director de orquesta a sus músicos", escribió Italo Svevo. Y,

como observaba Halbwachs, el pasado se distorsiona para

introducirle coherencia.4

Extendiendo las nociones de Ricreur, puede decirse que

la hegemonía del presente sobre el pasado en el discurso es

del orden de la experiencia y está sostenida, en d caso del

testimonio, por la memoria y la subjetividad. La rememora­

ción del pasado (que Benjamín proponía como la única

perspectiva de una historia que no reificara su objeto) no

es una elección sino una condición para el discurso, que no

escapa de la memoria ni puede librarse de las premisas que

la actualidad pone a la enunciación. Y, más que una libera-

3 11nnps et réát, París, Seuil, 1983. Se cita de la edición de bolsillo, Pa-.

rís, P o i nts , 1991. [Tiempo y narración, México, Siglo XXI, 1983.] Se sabe

que Ricceur r e to m a y perfecciona las n o ciones de h i s toria y d iscurso,

propuestas por E. 13 enve ni s te y H. \Veinrich, preocupándose especial­

mente por considerar la capacidad del relato en desdoblat·se en dos tem­

poralidadcs, la del momento de contar y la del tiempo de lo narrado, ca­

pacidad que constitu ye su dimensión rei1cxiva or ig i nal , que lo habilita

para exponer una experiencia fictiva del tiem po , por una parte; y, por la

otra, quedar referido al tiempo en que se escribe esa experiencia.

4 Maurice Halbwachs, On Col/alive lvlemory ( e d i tado y traducido por

Lewis Coser), Clticago y Londre s, The Uuiversity of Chicagu Press, 109�.

p. l8cl. A nn c ·t tt: \Nieviorka afirma que el testimonio se desarrolla desde :m­

¡.;-ulos "qtte pettenecen a la época en que se realif;t, a panir de u n interro­

gante y de uu�t expectativa que también k son cuntempuráne�•S, �tsign:mdo­

k lim·s que dependen de apuestas polÍtica,; o ideológicas, que contribuyen

a crear un;t u varias lllt�lllorias co k c ti \' as erráticas L'Il su contenido, en su

f(mna , <'JI su función y en su finalidad" U� '¿,e du témoiu, cit., p. 13).


fiti BEATRIZ SAJU.O

ción de los "hechos" cosificados, como deseaba Benjamín,

es una atadura, probablernente inevitable, del pasado a la

subjetividad que rememora en el presente.

Las narraciones de la memoria también insinúan otros

problemas. Ricceur señala que es errado confiar en que la

narración pueda colmar la laguna de la explicación/ com-

. prensión: "Se ha creado una alternativa falsa que hace de la

narratividad tanto un obstáculo como un sustituto de la ex­

plicación".5 Hay dos tipos de int�ligibilidad: la narrativa y la

explicativa (causal). La primera está sostenida por un efec­

to de "cohesión", que proviene de la cohesión atribuida a

una vida y al sujeto que la enuncia como suya. Vezzetti ha

seüalado que la memoria recurre preponderantemente o

siempre a formas narrativas, cuyas representaciones "que­

dan necesariamente estilizadas y simplificadas".6 Natural­

mente, la estilización unifica y traza una línea argumental

fuerte, pero también instala el relato en un horizonte don­

de radica la ilusión de evitar la dispersión del sentido.

Desde la perspectiva de la disciplina histórica, en cam­

bio, ya no se pretende reconducir los acontecimientos a un

origen; al renunciar a una teleología simple, la historia re­

nuncia, al mismo tiempo, a un úr�ico principio de inteligi­

bilidad fuerte y, sobre todo, apropiado para la inter vención

en la esfera pública, donde los viejos discursos de una hislu-

e, l.<l III•'IIIOill', l'histoúe, /'ouUi, cit., PP· :107-:HJS.

¡; JJimuio y pr<;mlt!, cit., p. 10:2.


LA RETÓRICA TESTIMOI\:!AL 67

ria con argumento nítido prevalecen sobre las perspectivas

monogóficas de la historia académica. Precisamente el dis­

curso de la memoria y las narraciones en primer:.t persona

se mueven por el impulso de cerrar los sentidos que se e�.

capan; no sólo se articulan contra el olvido, tambi�n luchan

por un significado que unifique la interpretación.

En el límite está la utopía de un relato "completo", del

cual no quede nada afuera. La inclinación por el detalle y

la acumulación de precisiones crea la ilusión de que lo con­

creto de la experiencia pasada quedó capturado en el dis­

curso. Mucho más que la historia, el discurso es concreto y

pormenorizado, a causa de su anclaje en la experiencia re­

cuperada desde lo singular. El testimonio es inseparable de

la autodesignación del sujeto que testimonia porque estuvo

allí donde los hechos (le) sucedieron. Es indivisible de su

presencia en el lugar del hecho y tiene la opacidad .de una

historia personal "hundida en otras historias".? Por eso es

admisible la sospecha; pero al mismo tiempo el testimonio

es una institución ele la sociedad, que tiene que ver con lo

jurídico y con un lazo social ele confianza, como Jo seilaló

Arendt. Ese lazo, cuando el testimonio narra b muerte o la

vejación extrema, establece también una escena para el

dw:Jo, fundando así comunidad ;dlí donde fue desrruid�t.r>

7 /_u l!lémuúc, 1'/wtuill:, /'uuuh, cit., pp. �0·1-�US.


HEs IIIIIY Ílllt'l't'S.IIJlc el caso de b Culllisiún de b VndcHl \' Rcnl!JLi­
liaciún p<"nlciii:L Col!IU lo scit:da Christopll<T van Cinhol'<'ll Rq·, la C\'l{
68 llf�ATRIZ SAlU.O

El discurso de la memoria, convertido en testimonio, tie­

ne la ambición de la autodefensa; quiere persuadir al inter­

locutor presente y asegurarse una posición en el futuro;

precisamente por eso también se le atribuye un efecto repa­

rador ele la subjetividad. Este aspecto es el que subrayan las

apologías del testimonio como "sanación" de identidades

en peligro. En efecto, tanto la adjudicación ele un sentido

único a la historia, como la acumulación ele detalles, pro­

ducen un modo realista-romántico, en el cual el st�eto que

narra atribuye sentidos a todo detalle por el hecho mismo

de que él lo ha incluido en su relato; y, en cambio, no se

cree obligado a atribuir sentidos ni a explicar las ausencias,

como sucede en el caso de la historia. El primado del deta­

lle es un modo realista-románticÓ de fortalecimiento ele la

credibilidad del narrador y de la veracidad de su narración.

Por el cm�trario, la disciplina histórica se ubica lejos ele la

utopía de que su narración puede incluirlo todo. Opera con

elipsis, por razones metodológicas y expositivas. Sobre esta

cuestión, Riccrur estableció una diferencia entre "individual"

··reconoció desde un principio que el testimonio 'es también una forma

dt' procesar un dudo largamente postergado', un 'instrumento terapéu­


'
tico t'Scncial para la ¡·econciliación, en la medida en que toda transición
lmsc<t reconciliar no solamente a la sociedad civil consigo misma, sino
tdmbién •1 la lúgict política con la lógica del duelo". ("La construn ión

de b fttellle y l os fundamemos de la reconciliación en el Perú: análisis dd


l11junne jiwt! tk la Comisión de la Verdad v Reconciliación", mimeo, lkp.

of Spa n ish <mcll'ortuguese, New York University, �005.)


LA RETÓlUCA TESTIMONIAL 69

y "específico" (que recuerda la definición lukacsiana de tipo):

"Paul Veyne desarrolla la aparente paradoja de que la histo­

ria no tiene como objeto el individuo sino lo específico. La

noción de intriga nos aleja de toda defensa de la historia co­

mo una ciencia de lo concreto. Incluir un elemento en una

intriga implica enunciar algo inteligible y, en consecuencia,

específico: 'Todo lo que puede enunciarse de un individuo

posee una suerte de generalidad'".9 Lo específico histórico

es lo que puede componer la intriga, no como simple detalle

verosímil sino como rasgo significativo; no es una expansión

descriptiva de la intriga sino un elemento constitutivo some­

tido a su lógica. El principio de la elipsis, enfrentado con la

idea ingenua de que todo lo narrable es importante, rige lo

específico porque, como sucede en la literatura, la elipsis es

una de las lógicas de sentido de un relato.

El modo realista-romántico

Cité a Susan Sontag en el comienzo. Su advertencia de que

frente a los restos de la historia hay que confiar menos en la

memoria y más en las operaciones intelectuales, compren­

der tanto o más que recordar, se corresponde con la de

Y Paul Rico: m, 'J�mjJs d r,irit, ciL, voL l: L 'iuttigue el le riut ll111urique,


p. �04. ( Tinupo y uarraáúw Conjiguraáún de/ tiempo en el relato lustúriw, Mé­

xico, Siglo XXI, 19H3.j


70 BEATIUZ SAIU.O

A1mette Wieviorka, cuando afirma que vivimos" ... una épo­

ca en la que, de manera global, el relato individual y la opi­

nión personal ocupan muchas veces el lugar del análisis".lO

Si éste es el tono de la época, importa subrayar la poten­

cialidad explicativa de la intriga q�e, para dar alguna inteli­

gibilidad no importa cuán problemática a los hechos re­

construidos, debe mantener un control sobre el detalle. Es

cierto que la verdad está en el detalle. Sin embargo, si no se

lo somete a crítica, el detalle afecta la intriga por su abun­

dancia realista, es decir, verosimilizante pero no necesaria­

mente verdadera. La proliferación del detalle individual

cierra ilusoriamente las grietas de la intriga, y la presenta

como si ésta pudiera o debiera representar un todo, algo

completo y consistente porque el detalle lo certifica, sin te­

ner que mostrar su necesidad. El detalle, además, fortalece

el tono de verdad íntima del relato: el narrador que recuer­

da de ese modo exhaustivo no podría pasar por alto lo im­

portante ni forzarlo, ya que eso que narra ha formado un

pliegue personal de su vida, y son hechos que ha visto con


sus propios ojos. En un testimonio los detalles no deben nun­

ca parecer falsos, porque el efecto de verdad depende de

ellos, incluso de su amontonamiento y repetición.ll

10 v\'ie\'Ílll k.a, cit., p. 126.


ll Así lllnciunau los detalles en un relaw tan clásico y vemsimilizante

COlllO la llu/1 jictiun o novela documental de Miguel Bunasso: n presidente


qw JW )u<', But· nus Aires, Planeta, 1997. Durante m{ts de seiscielllas pági­

nas se repiten las observaciones mínimas: el modo en que 1-Iéctor Cám-


L\ RETÓIUCA TESTIMONIAL 71

Muchos relatos teMimoniales son excesivamente detalla­

dos, incluso proliferantes y ajenos a todo principio compo­

sitivo; esto es bien evidente en el caso de los desaparecidos

argentinos, chilenos, uruguayos, y de sus familiares. Sin em­

bargo, hay algunos textos en los que el detalle está contro­

lado por la idea de una representación restringida de la si­

tuación carcelaria y, en consecuencia, bastante más atenida

a sus condiciones. Pienso en The Little School de la argentina

Alicia Partnoy. No casualmente, The Little School empieza

con el relato de la captura de Partnoy contado en tercera

persona, de modo que la identificación esté mediada por

un principio de distancia. Y casi en la mitad del libro, otro

texto en tercera persona vale como una especie de corte en

el movimiento de identificación autobiográfica; la tercera

persona es un compromiso con lo específico de la situación

y no simplemente con lo que elb tiene de individual. La

primera frase es "Aquel mediodía ella tenía puestas las

chancletas de su marido". Ese mundo familiar concreto se

quiebra con los golpes en la puerta; llegan los secuestrado­

res. En el primer capítulo, la presa-desaparecida n:cién tras-

pora tuaotiGt u11 bife, sus miradas a las mujeres, su ropa a!ildada. La ver­

dad de lo <[lit: C:unpura dice O h�tce Cll la eskra política est:, apoyada en

b creencia que construyen t·sus detalles que illlet:,Llll un "dispositivo de

prueiJ�t". v¿t se : �.S., "Cuando la política era joven", }'unto de Vi>lll, IIÚ­

llll'IO 58, agustu de l9�J7. En ese anículu umbién se lllL'IICiuii:t La vulun­

üui de l'vbnín Caparrús y Eduardo An gui t:t (Buenos Aires, Nunu:t, 1997
y l9�J8).
72 BEATRIZ SARLO

ladada a "la escuelita", por deb;;�o de las vendas que le im­

piden ver, reconoce una mancha azul y gotas de sangre: son

los pantalones de su marido. Nada más, excepto la resolu­

ción de registrarlo todo (mirando de través, hacia el piso,

por la ranura del trapo que le tapa los ojos) .12 Por la repeti­

ción de lo insignificante, los detalles en The Little School se

niegan a crear un pleno de representación. Pa1�tnoy los or­

dena sabiendo que son demasiado pocos y demasiado po­

bres, porque pertenecen a una experiencia mutilada por la

inmovilidad permanente y la oclusión de lo visible. El deta­

lle insignificante y repetido se adecua mejor que la prolife­

ración a lo que ella relata.

Cualquier suma de detalles no puede evitar el encierro de

una historia en los interrogantes que le dieron origen. Los

hijos de desaparecidos lo dicen de diversas maneras: sienten

que el relato queda siempre incompleto y que deben seguir

consuuyéndolo. Esto tiene una dimensión dramática y jurí­

dica que habla de la minuciosa desuucción de los rasuos rea­

lizada por los responsables de las desapaiiciones.

En otros .casos, cuando la historia que se quiere recons­

truir no es ::;ólo la de un padre o madre asesinados, cuando

lo que se busca comprender no es tanto el lugar o las cir-

1� Alicia Partnoy, The Litlle Schuol; Tales of Disaf!pearance and Survival,

Sau .Franci�co, Midnight Editions, 1 YS6. Llego a e� te libro gracias a Fran­

cine Masidlo. Sobre Parmoy, véase: Diana Taylor, Disappearing Acls; Spec­
taclrs uf C:mder a tul Nationalúm in 1\rgrntina 's "Dirty v\'ar', Durham y Lon­

dres, Duke Uniwrsity Press, 1997, pp. 162 y ss.


LA RETÓRIO\ TESTIMONIAL 73

constancias de la muerte y el destino del cuerpo, cuando las

pretensiones de la narración exceden la búsqueda de una

respuesta a una pregunta sobre las condiciones en que se

ejerció la violencia de estado para incluir el paisaje cultural y

político previo a las inter venciones militares, quedan Lien en

evidencia las debilidades de una memoria que recuerda de­

masiados detalles no significativos, una memoria que, como

no podría ser de otro modo, a veces entiende y a veces no

entiende aquello mismo que reconstruye. Es en este momen­

to cuando la ilusión de una representación completa produ­

ce disquisiciones narrativas y descriptivas, digresiones y des­

víos cuyo motivo sólo es que eso aconteció al narrador o a�

s�eto que éste evoca. Y, entonces, la proliferación multiplica


los hilos de un relato testimonial sin encontrar la razón argu­

mentativa o estética que sostenga su trama. Éste es el caso

del libro de Cristina Zuker que tiene como objeto la vida de

su hermano Ricardo, militante montonero, desaparecido en

la fracasada contraofensiva iniciada en 1979. El subtítulo Una

saga fa miliar es especialmente apropiado a la empresa recons­

tructiva que comienza con los abuelos maternos y paternos

de ambos hermanos, su infancia, la relación con sus padres,

la relación e ntr e sus p ad res los conflictos psicológicos de


,

una familia, las preferencias cotidianas, todo ello como un

prdunbulo que se juzga necesario (como si S(' tra tara de una

novela realista) antes de entrar en los aüos setenta; e incluso

en esos aiios, los detalles de la vida f�uniliar, los niii.os, el des­

tino de los h�jos de desaparecidos o c o m bati en te s, ocupan


74 BE.'\.TRIZ SAI{LO

porciones importantes del relato que, así, se sostiene sobre

una dimensión afectiva de rememoración. Ceüida a la idea

realista de novela, Zuker escribe un capítulo final donde, co­

mo en Dickens, se sigue el destino d� los personajes, en algu­

nos casos hasta su muerte, que es presentada como emble­

mática de lo que sufi-ieron en vida, sin que esas aclaraciones

finales tengan una razón compositiva que los vincule a la his­

toria central que, de todos modos, ha ido bifurcándose en

un testimonio de la autora sobre la relación con su hermano

y muchas otras cosas.l3

Entre detalle individual y relato teleológico hay una rela­

ción obvia aunque no siempre visible. Si la historia tiene un

sentido establecido de antemano, los detalles se acomodan

a esa dirección incluso cuando los propios protagonistas se

demoren en percibirla. Los rasgos, peculiaridades, defectos

menores y manías de los personajes del testimonio termi­

nan organizándose en algún tipo de necesidad inscripta

más allá de ellos. El !nodo que denominé realista-románti­

co se adapta bien a estas características de la narración tes­

timonial que,justamente por estar respaldadas por una sub­

jetividad que narra su experiencia, dan la impresión de

colocarla más allá del exame n .

La cualidad rom án ti c a tiene que ver con dos rasgos. El

primero, pur supuesto, es el centramiento en la primera

u Cristin;t Zukn, J:'l trm de la victulia; uua saga júmilúu, Bueuos Aires,
Sudatuericana, :200:1.
LA RETÓRICA TESTllV!ONIAL 75

persona, o en una tercera persona presentada a través del

discurso indirecto libre que entrega al narrador la perspec­


.
¡ tiva de una primera persona. El narrador confía en la re­

presentación de una subjetividad y, con frecuencia, en su

expresión efusiva y sentimental, que remite a un horizonte

narrativo identificable con la "nota de color" del periodis­

mo, algunas formas del non jiction o las malas novelas (soy

1 consciente de que el adjetivo "malas" despierta un resque­

mor relativista, pero quisiera que se admita que existen no­

velas a las que puede aplicarse ese adjetivo).

Además, los textos de inspiración memorialística produci­

dos sobre las décadas de 1960 y 1970 se refieren a la juventud

• de sus protagonistas y narradores. No se trata de un simple

' dato demográflco (la mitad de los muertos y desaparecidos

argentinos tenían rnenos.de veinticinco años), sino más bien

de la creencia en que cierta etapa de una gigantesca moviliza­

ción revolucionaria se desarrolló b<�O el signo inaugural e in­

minente ele la juventud. Las organizaciones de derechos hu­

manos desde los ailos de la dictadura argentina hablaron,

especialmellte las Madres y más tarJe las Abuelas, ele '"nues­

tros hU os", fij ando en una consigna un argumento poderoso:

sacrificados en p le n a juventud precisamente porque 1 esp on ­

dían a una imagen de la juventud c¡ue coincide COJl el senti­

do co1uún: desinterés, ímpetu, idealismo . La cualidad juv enil


se enbtiza cuando los hijos de esos militantes mu e rtos u de­

saparecidos duplican el efecto de juventud, destacando que

ellos son, t:ll la actualidad, mayores que sus padrt:s en elmu-


76 BEATRIZ SAIU.O

mento en que éstos fueron asesinados. Entre las Madres y los

Hijos, el sujeto de la memoria de estas décadas es la juventud

esencial, congelada en las fotografías y en la muerte.

Es evidente que para las víctimas o los familiares de las

víctimas, armar una historia es un capítulo en la búsqueda

de una verdad que, de todas formas, la reconstrucción en

modo realista-romántico de los hechos no está invariable­

mente en condiciones de restaurar. La práctica de esa narra­

ción es un derecho, y, al ejercerlo, aunque lo incomprendi­

do del pasado subsista, y la narración no pueda responder a

las preguntas que la generaron, e� recuerdo como proceso

subjetivo abre una exploración que es necesaria al sujeto que

recuerda (y al mismo tiempo lo separa de quienes se resisten


a recordar). La cualidad realista sostiene que la acumulación

de peripecias produce el saber buscado y que ese saber po-


. 1

dría tener una significación general. Reconstruir el pasado

de un sujeto o reconstruir el propio pasado, a través de testi­

monios de fuerte inflexión autobiográfica, implica que el su­

jeto que narra (parque narra) se aproxima a una verdad que,

hasta el momento mismo de la narración, no conocía total­

mente o sólo conocía en fragmentos escamoteados.

¿Qué fue el presente?

La memoria es siempre anacrónica: "un revelador del pre­

sente", escribió Halbwac hs. La niemoria no es invariable-


LA RETÓIUCA TESTIMONIAL 77

mente espontánea. En Shuah los aldeanos polacos, a quienes

Lanzmann obliga a recordar, con violencia verbal y acosán­

dolos con la cámara, responden sobre una época que se ven

forzados a traer hasta el presente en el que están respon­

diendo; lo mismo sucede con los sobrevivientes de los cam­

pos de concentración, empujados a ir más allá de lo que re­

cordarían librados sólo a una rememoración espontánea.

Lanzmann fuerza a los aldeanos polacos que vivieron cerca

del emplazamiento de los campos a que recuerden lo que

han olvidado, lo que no quieren recordar, sus propias mise­

rias e indignidades frente a los trenes que pasaban con las

víctimas; y también obtiene más recuerdos que los "espontá­

neos" en los sobrevivientes, a quienes persigue con su cáma­

ra hasta que algunos de ellos le piden que dé por terminada

la entrevista. En ambos casos, se trata de una imposición de la

memoria. Tanro en los aldeanos como en los sobrevivientes,

aunque de maneras diferentes, la memoria es exigida más

allá de lo que los styetos pensaron que podía serlo y más allá

de sus intereses y voluntades. Así, la memoria del Holocaus­

to se descentra, no porque abandone la escena de masacre,

sino porque va a ella a pesar de quienes dan su testimonio,

presionando sobre el recuerdo acostumbrado.

El saber que Lanzmann tiene de los campos empuj�t la

memoria ck las víctimas o de los te stigo s para hacerles de­

cir más de lo que dirían librados a su espom;.tneidad. La in­

tervención es una forzadura de la memoria espont<Ínea de

aquel pasado y de su codificación en una narración conven-


80 BEA.TIUZ SAIU.O

enfatizado en función de una acción política o moral en el

presente, lo que utiliza como dispositivo retórico para argu­

mentar, para atacar o defenderse, lo que conoce por expe­

riencia y lo que conoce por los medios, que se confunde, des­

pués de un tiempo, con su experiencia, etcétera, etcétera.14

La impureza del testimonio es una fuente inagotable de

vitalidad polémica, pero también requiere que su sesgo no se

olvide frente al impacto de la primera persona que habla por

sí y estampa su nombre c omo reaseguro de su verdad. Tanto

como las de cualquier otro discurso, las pretensiones de ver­

dad del testimonio son eso: un reclamo de prerrogativas. Si

en el testimonio el anacronismo es más inevitable que en

cualquier otro género de la historia, eUo no obliga a aceptar

lo inevitable como inexistente, es decir, olvidarlo precisamen­

te porque no es posible eliminarlo. Al contrario: hay que re­

cordar la cualidad anacrónica porque es imposible elimiHarla.

Cuando me refiero al anacronismol5 entiendo el que

Georges Didi-Huberman llama "trivial", que no ilumina el

pasado sino que muestra los límites que la distancia pone pa­

ra su comprensión. Sin embargo, Didi-Huberman reconoce,

1-l Flizabetlt .Jdin escribe: "La memoria es una fuente crucial para la

ltistori�1, �1un (y t:speci�Ihnente) en sus tergiversaciones, desplazaminnos

y negaciones, que plantean enig·m;¡s y preguntas abiertas a la investiga­


ci(m" (l.o� lm&aju� de la memoria, Madrid, Siglo XXI de Espaiía Editores­
Siglo �Xl de :\tgentitu Editores, �00�, p. 75).
1'> Retomo ;dgunas ide;¡s de nti trabajo La pasión y la excepciáll, Buenos
:\ires, Siglo XX!, �003.
lA RETÓRICA TESTIMONIAL 81

frente a la trivialidad de remitir todo pasado al presente, una

perspectiva desde la que se descubre en los sucesos pretéri­

tos "un ensamblaje de anacronismos sutiles, fibras de tiempo

entremezcladas, campo arqueológico a descifrar".J6 En este.


1
i
sentido, el anacronismo nunca podría eliminarse completa­

mente y sólo una visión dominada por la generalización abs­


1
tracta podría confiar en aplanar las texturas temporales que

no sólo son las que arman el discurso de la memoria y de la


1
!

historia, sino que muestran de qué sustancia temporal hete­
j
rogénea están tejidos los "hechos". Reconocer esto, sin em­ '1
1
bargo, no implica que todo relato del pasado se entregue a

esa heterogeneidad como a un destino fatal, sino que traba-


¡
16 Georges Didi-Huberman, Deuant le temps; histoire de l'art el anachronis­

me des images, París, Minuit, 2000, pp. 36-37. De acuerdo con Jacques Ran­
ciere, Didi-Huberman sugiere que estos objetos nos colocan frente a un

tiempo que desborda los marcos de una cronología: "Ese tiempo, que no

es exactamente el pasado, tiene un nombre: es la mem01ia . .. que humaniza y

configura el tiempo, entrelaza sus fibras, asegura las transmisiones, y se

condena a una esencial impureza . . La nwmoria es psíq uica en su proce­


.

so, anacrónica en sus efectos de monu�e, de reconstrucción o de 'decanta­

ci ón' del ti em po . No puede aceptarse la di m ensi ó n memorativa de la his­

tm"ia sin aceptar, junto a ella, su an c l aj e en el in c o nsc iente y su dimensión

anacrónica". La cita de Ran c ic r e pertenece a "'Le concept d'<tnacbronis­

me et la váilt· de !'historien", L'J¡¡actud, n úme ro ü, 199ü. En su muy inte­

n:sante tr;tbajo sobre la m e m o ria popular del Etscismo (Fasciom in Pvpular


Meuuny; C.u n bridge U ni versi ty Pn:ss, l9H7), Lui'e1 Pas":rini tra b<tj a los

desliz;uninllos de tinnpo y de interpretación, se ú a l a nd o que d testimo­

ni o es ittdudible nt b t ll e dida en (¡ue d u bj t· to del historiador sea el de


reconstruir la lorllla Cll yue Ulla configuración de hechos h;, impactado

so bre los sujl"los cunlemporáneos a ellos.


78 llE:\TRlZ SAI�O

cional, sobre la que se ejerce la presión de un saber cons­

truido en el presente. Los aldeanos o las víctimas también

hablan en el presente e, inevitableme�ne , saben más de lo

que sabían en el momento de los hechos, aunqt1e también

hayan olvidado o buscado el olvido.

Esta discordancia de los tiempos es inevitable en las na­

rraciones testimoniales. También la disciplina histórica está

perseguida por el anacronismo y uno de sus problemas es

precisamente reconocerlo y trazar sus límites. Todo discurrir

sobre el pasado tiene una dimensión anacrónica; cuando

Ber�jamin se inclina por una historia que libere el pasado de

su reificación, ·redimiéndolo en un acto presente de memo­

ria, en el impulso mesiánico por el que el presente se haría

cargo de una deuda de sufrimiento con el pasado, es decir,

en el momento en que la historia se plantea construir un pai­

s�e del pasado diferente del que recorre, con espanto, el án­

gel de Klee, está indicando que el presente no sólo opera so­

bre la construcción del pasado sino que es su deber hacerlo.

El anacronismo benjaminiano tiene, pm· una parte, una

dimensión ética y, por la otra, particip a de la polémica con­

tra el fetichismo documental de la historia científica de co­

mienzos del siglo XX. Sin embargo, la crítica de la cualidad

objetiva atribuicb �t la reconstrucción de los hechos, no ago­

tad problellla ele la doble in scripc ió n temporal de la histo­

ria. Lt indicación de B e nja m í n podría también se r leída co­

mu una lección a historiadores: mirar d pasadu con los ojos

de c¡uienes lo vivieron, para poder captar allí el suii·üniento


LA RETÓRIC·\ TESTIMONIAL 79

y las ruinas. La exhonación sería, en este caso, metodológi­

ca y, en lugar de fortalecer el anacronismo, sería un instru­

mento para disolverlo.

Estas cuestiones de perspectiva se plantean para encarar

un problema que, de todos modos, persistirá. La historia no

puede simplemente cultivar el anacronismo por elección,

porque se trata de una contingencia que la golpea sin inte­

rrupciones y está sostenida por un proceso de enunciación

que, como se vio, es siempre presente. Pero sucede que la

disciplina histórica sabe que no debe instalarse cómodamen­

te en esta doble temporalidad de su escritura y de su objeto.

Esto la distingue de las narraciones testimoniales, donde el

presente de la enunciación es la condición misma de la re­

memoración: es su materia temporal, tanto como el pasado

es aquella materia temporal que quiere recapturarse. Las na­

rraciones testimoniales están cómodas en el presente por­

que es la actualidad (política, social, cullural, biogrática) la

que hace posible su difusión cuando no su emergencia. El

núcleo del testimonio es la memoria; no podría decirse lo

mismo de la h is to ria (afirmar que es preciso hacer historia

wmo si se recordara sólo abre una hipótesis).

El testimonio puede permitirse la anacronía, ya que se

compone con lo que un SL!jeto se pe1 mitc o puede recordar ,

lo c¡ue olvida, lo LJL!e calla intencionalmente In que uwdili­

ca, lo que invenu, lo que transfiere de uu tono o género a

otro, lo que s us instrumentos culturales le p e rmi ten captar

de l pasado, lu que sus i deas actuales le indican que debe ser


82 BEATRIZ SARLO

je con elb para alcanzar una reconstrucción inteligible, es

decir: que sepa con qué fibras está construida y, como si se

tratara de la u-ama de un tejido, las disponga para mostrar

del mejor modo el diseiio buscado.

Sin duda, no es un ideal de conocimiento renunciar a la

densidad de temporalidades diferentes. Indicaría solamente

un deseo de simplicidad que no alcanza para recuperar el

pasado en un imposible "estado puro". Como alguna vez di­

jo Althusser, no existe el cráneo de Voltaire niño. Pero para

pensar el pasado, también es insuficiente la tendencia a colo­

car allí las formas presentes de una subjetividad que, sin plan­

tearse una diferencia, cree encontrar el ''cráneo de Voltaire

niño" cuando, en realidad, está dando una forma entera­

mente nueva a los objetos reconstruidos. Para decirlo con un

ejemplo: la idea de derechos humanos no existía en las déca­

das de 1960 y 1970 dentro ele los movimientos revoluciona­

rios. Y si es imposible (e indeseable) extirparla del presente,

tampoco es posible proyectarla intacta hacia el pasado.

La memoria, ral como se ha venido argumentando, so­

porta la tensión y las tentaciones del anacronismo. Esto suce­

de eu los testimonios sobre los años sesenta y setenta, tanto

los que provienen de los protagonistas y están escri tos en pri­

mera persona, como los p ro du cidos p or técnicas etnográfi­


_
cas que utilizan uua t e rcer a persona muy próxima a la pri­

mera (lo que en literatura se denomina discurso indirecto

libre). Frente a esta tendencia discursiva habría que tener en


o es dema-
cuenla, en prilnn lugar, que el pasado recordad
lA llliTÓRIL\ TESTIMONIAL 83

siado cercano y, por ttso, todavía juega funcione.; políticas

fuertes en el presente (véanse, si no, las polémica,; sobre los

proyectos de un museo de la menwria). Además, (jUienes re­

cuerdan no están retirados de la lucha política contemporá­

nea; por el contrario, tienen fuertes y legitimas razones para

participar en ella y para invertir en el presente sus opiniones

sobre lo sucedido hace no tanto tiempo. No es n(:cesario re­

currir a la idea de manipulación para afirmar que las memo­

rias se colocan deliberadamente en el escenario de los con­

flictos actuales y pretenden jugar en él. Por último, sobre las

décadas del 60 y 70 existe una masa de material escrito, con­

temporáneo a los sucesos -folletos, reporu�es, documentos

ele reuniones y congresos, manifiestos y programas, cartas,

diarios partidarios y no partidarios-, que seguían o anticipa­

ban el transcurso de los hechos. Son fuentes ricas, que sería

insensato dejar de lado porque, a menudo, dicen muc ho más

que los recuerdos de los protagonistas o, en todo caso, los

vuelven co mpre n sibles ya que les agregan el marco de un es­

píritu de época. Saber cómo pensaban los milir.:1.ntes en 1970,

y no limitarse al recuerdo que ellos ahora tienen de cómo

eran y actuaban, no es una pretens i ón reificante de la subje­

tividad ni un plan para expulsada de la historia. Significa, so­

lament e que la "verdad" no re:;u!ta del sometimiento a una


,

perspectiva mcmorialística c¡Lte tiene límites ni, m uch o me­

nos, a sus op t Taciones tácticas.

Por supuesto, esos l í r n i tes afectan, como no podría st.T

de otra forma, los testinwnios de q u ie n es resultawu victi-


84 BEATRiZ SARLO

mas de las dictaduras; ese carácter, el de víctimas, interpe­

la una responsabilidad moral colectiva que no prescribe.

No es, en cambio, una orden de que sus testimonios que­

den sustraídos del análisis. Son, hasta que otros documen­

tos no aparezcan (si es que aparecen los que conciernen a

los militares, si es que se logra recuperar los que se ocul­

tan, si es que otros rastros no han sido destruidos), el nú­

cleo de un saber sobre la represión; tienen además la tex­

tura de lo viyido en condiciones extremas, excepcionales.

Por eso, son irreemplazables en la reconstrucción de esos

años. Pero el atentado de las dictaduras contra el car�c t er

sagrado de la vida no traslada ese carácter al discurso tes­

timonial sobre aquellos hechos. Cualquier relato de la ex­

periencia es interpretable.

Las ideas y los hechos

¿Cuánto de las ideas que movilizaron los años sesenta y se­

tenta queda en los relatos testimoniales?

La pregunta importa porque aquella fue una époc a fuer­

temente ideológica, ta n t o en la izquierda como en la dere­

cha (ninguna de las dos había sido atravesada por el prag­

matismo). Éste es un rasgo diferencial, una cualidad que

hace al tono de la época y que se descubre muy rápidamen­

te no sólo cuando se leen los textos francamente políticos,

lo cual es obvio, sino cuando se leen también los diarios y


LA RETÓRICA TESTIMONIAL 85

semanarios de la industria cultural. La televisión no había

implantado una hegemonía completa; la prensa escrita se­

guía siendo el principal medio de información; quien, en

una hemeroteca, ocupe dos horas en la consulta de los co­

tidianos populares argentinos de ese período quedará pro­

bablemente asombrado, tanto como quien compruebe que

los Diarios de Ernesto Guevara fueron serializados en la re­

vista más sensacionalista de fines de los aúos sesenta, en la

que compartieron página con las noticias policiales y las ve­

dettes del teatro de revistas. En la Argentina, en los primeros

años setenta, se consumían más diarios por habitante que

en la actualidad y el noticiero televisivo no había reen:pla­

zado todavía al diario popular vespertino que le ofrecía a su

público varias páginas de información sindical, en un mo­

mento de radicalización del sindicalismo.

El clima de época no se definía sólo por afinidades prag­

máticas o por identificaciones afectivas. Las ideologías, le­

jos de declinar, aparecían como sistemas fuertes que or­

ganizaban experiencias y subjetividades. Fueron décadas

ideológicas, donde lo escrito desempóíaba todavía un pa­

pel importame en la discusión política por dos razones: por

un lado, se trataba de la práctica de capas medias, escolari­

zadas, con direcciones que prov�nían de la universidad o

de encuadramientos sindical-políticos donde la batalla de

las ideas na fundamental; por otro lado, la mayoría de la

militancia y el activismo era joven y reforzaba el canicter

ilustrado de franjas importantes de los movimieutos.


86 BF.ATRlZ SARLO

Se creía que las viejas lealtades políticas tradicionales po­

dnan o disolverse o rnodificarse, y que las tradiciones polí­

ticas debían ser reivindicadas porque su transformación

ideológica las integraría en nuevos marcos programáticos.

Estas operaciones no podían realizarse sin un fuerte com­

ponerne letrado en los cuadros de dirección y en los secto­

res intermedios, e incluso en la base de las organizaciones.


.
El imaginario de la revolución era libresco y esto se mani­

festaba en la insistencia sobre la formación teórica de los

militantes; las discusiones entre organizaciones se alimenta­

ban de citas (por supuesto, recortadas y repetidas) de algu­

nos textos fundadores, a los que había que conocer. La po­

lítica de esos aíios, con diferencias de periodización según

las naciones del sur de América, giraba tanto alrededor de

algún texto sagrado como de la voluntad revolucionaria. O,

más bien, la voluntad revolucionaria tenía algún libro en su

origen, como tenía también a algún país socialista (Cuba,

Vietnam, China). La importancia de la "teoría" (una ver­

sión simplificada para usos prácticos), sobre todo en el cam­

po marxista, les dio un carácter singularmente doctrinario

a muchas imervenciones políticas y sería un error pensar

que esto sucedía sólo en el espacio universitario o que era

protagonizado exclusivamente por la pequeüa burguesía.

Incluso los populismos revolucionarios sostenían su acción

t·n uu i m agin a rio cu ;'as fu en tes eran e scri t as .

Hast�¡ leer los cientos de púginas de los movimientos uis­

tianos radicalizados, donde las interpretaciones de las encí-


lA RETÓRICA TICSTIMONIAL 87

clicas y de los Evangelios fueron verdaderos tjercicios de se­

cularización de la teología, que tuvieron influencia no sólo

sobre las organizaciones políticas siuo también sobre mu­

chos obispos de América Latina.I7 Cruzándose, mezclándose

y contaminándose con las versiones marxistas, dependentis­

tas, nacionalistas y en confluencia con el peronismo radicali­

zado, un relato de origen cristiano, el milenarismo, produjo

una masa de textos que, en un extremo, integraba la ''teolo­

gía de la liberación" y, en el otro, la teoría de la lucha arma­

da, ya que la nueva sociedad estaría precedida por una etapa

de destrucción reparadora. El milenarismo fue profético y a

través de sus profetas, comenzando por la palabra de Cristo,


' 1

sus legiones se reconocen y organizan. La profecía llega al 1


presente desde el pasado, aut01izando el cambio que ha sido

anunciado en los textos sagrados. En América Latina, el cris­

tianismo revolucionario de los ailos sesenta y setenta marcó

el momento de mayor compacidad y penetración de este dis­

curso. Se leyó la Biblia en clave tercermundista y se divulga­

ron versiones secularizadas del mens:�e evangélico. Los do-

17 Una amología de Lt'XlOS y un panorama histórico pueden cncOJJLL.Ir­

se en BeatriL S;trlu, 1-a lxtlal/a de las idws, Buenos Aires, Arid, ::!00 1, donde

Carlos Alumir;uw escribió el capítulo sobre Lts posiciones nacional-popu­

lares. Cbudi;t ( :ihu;m l1a estudiado los debates itlleknuales de t·ste perío­

do en llll liiJiu exreleuk: l.a pluma y la t;pwla, liuuws Aires, Siglo XXJ,

�003. l';u a Ull;t pnsl)l'<'liv;¡ cum¡Jarativa ron el ctso fr.tuc0s, v(,a,,· el ya ci­
tado libro d,- Jc·;ut-l'icrn· Le CuJl, que realiza, a p rupós i tu de 1\byo del ti8

y los aúos siguieutes, UII estudio cuyo eje es la lliswii;t de las ideas.
88 BEATRIZ SARLO

cumentos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mun­

do, la revista üistianismo y Revolución, la teología de la libera­

ción del cura peruano Gustavo Gutiérrez, prepararon el sue­

lo ideológico donde el milenarismo cristiano se encontró

con la radicalización revolucionaria.IB

Las ideas eran defendidas como núcleo constitutivo de la

identidad política, sobre todo en las fracciones marxistas del

movimiento radicalizado. La afirmación de la primacía inte­

lectual no debería tomarse como descripción de lo que efec­

tivamente sucedía con los sujetos, sino co1�0 indicación de

qué debía suceder. Pero esta indicación en sí misma era un

elemento activo de la realidad e incidía en la configuración

de las identidades políticas: la utopía de una teoría revolu­

cionaria que informara y guiara la experiencia presionaba

sobre la práctica cotidiana de los movimientos. Esto no con­

virtió a todos los militantes en eruditos, pero señaló uh ideal.

En las fracciones populistas, como lo fue el peronismo re­

volucionario en la Argentina, por un lado, se reivindicaba

una identidad histórica fundada en la identificación con un

líder carismático, y se planteaba la oposición entre elites le­

tradas y pueblo como una línea divisoria de la historia nacio­

nal, tan fuerte como la que oponía la nación al imperialis­

mo; por el otro, se difundía esa misma historia en versión

escrita, ensa¡'Ística, que era leída y aprendida por miles de jó-

lH Véase "Estudio preliminar", cap. ll, "Cristianos en el siglo", en:

Heatriz Sarlo, La balalla de las ideas, cit.


LA RETÓIUCA TESTIMONlAL 89

venes que encontraban en algunos autores "nacionales" y en

la teoría de la dependencia de Cardoso y Faletto las claves

para ejercer, al mismo tiempo, un antiintelectualismo histori­

cista junto con una formación libresca en esa tradición de lu­

chas nacionales que los viejos sectores populares no habían

aprendido en los libros pero que los recién llegados al movi­

miento debían aprender en ellos. El debate sobre la natura­

leza del peronismo fue claramente ideológico y estuvo mar­

cado por intervenciones intelectuales y académicas.l9

Los caminos de la revolución (las "vías"), las fuerzas so­

ciales que se aliaban o se oponían en su recorrido (los fren­

tes, la dirección, las etapas, las tareas, según el vocabulario

de la época), y el tipo de organización (partido, movimien­

to, ejército revolucionario, y sus respectivas células, forma­

ciones, jerarquías, comunicación y compartimentación)

eran también capítulos doctrinarios fundamentales y obje­

to de debate no sólo en la prensa partidaria.20

!Y La más alta, seguramente, fue la del trab;�o de Juan Carlos Portan­

ti ero y Miguel Murmis, Estudio sobre los on'genes del peronismo, Buenos

Aires, Siglo XXI, 2004 (1971). Y éase para una historia de las ideas sobre

el peronismo: Carlos Altamirano, Baju el signu de las masa s


, llueuos Aires,

Ariel Historia, 200 l.


20 l.a importancia de una revista como Pasado y 11rnmte, y de la sede

de obras de las más diversas líneas de la tradición marxista aparecidas en

los "Cuadernos de Pasado .Y Presente", dirigidos por José Aricó, no n 1111

dato solitario ni excepcional del período. Pasado y Pnsente represelll�l el

nivel intelectual más sofisticado, pero funnaba parte de un campo de

publicaciones, demro del cual los fascículos dt:l Centro Edi to r de Améri-
90 BEATRIZ SARLO

La emergencia de la guerrilla motivó, en el caso argenti­

no, que revistas y �emanarios del mercado pusieran esta dis­

cusión, de larga tradición en el movimiento comunista y so­

cialista, a disposición de sus lectores. Ese desborde de temas

de la teoría revolucionaria. hacia la prensa de información

general, que se comprueba cada vez que se examinan perió­

dico� de la época, marca también un proceso de difusión ha­

cia capas medias que no necesariamente se incluían en las

organizaciones. Las vanguardias políticas de ese período for­

maron parte de un movimiento más amplio de renovación

cultural que acompaüó los procesos de modernización so­

cioeconómica de la década del sesenta. Los cambios cultura­

les y en las costumbres fueron impulsados por una genera­

ción que dejó su marca también en el periodismo, en nuevas

formas de vida y en las vanguardias estéticas.

Todo esto es sabido, Ahora bien, si el período fue esce­

nario de un importante giro en las ideas que no se vivió so­

lamente en ''estado práctico" sino bajo formas discursivas,

textuales, librescas; si el imaginario político, lejos de confi­

gurarse contra lo letrado, recurría a una cultura ilustrada

C<l L at in a (que se n:ndí�tll c:n kioscos por decenas de miles) obtenían la


lll�l)'Or difusióu n1�tsiv�L Las colecciones del Centro Editor como Siglu­

lliltllliu (dirigida porjorge Lt!Torgue), la 1 li>t01ia del silldíwlismu (dirigida


po r :\Jb<:rto l'Li), e i u c l tt so l'ull:mica, un�t historü argentina dir igi da por

H:tvdee ConJstegui de Turres, con maym· incidencia de Jos historiadores

profc,ion�des, funn�tll�tll una Liblioteca política popular, que podía en­

cumrarse u1 tod�t la :\rgentina.


lA RETÓJUCA TESTIMONIAL 91

para articular impulsos, necesidades y creencias; si el mito

revolucionario se sostuvo en una hiswria escrita y en un de­

bate que ya había atravesado buena parte del siglo XX, la

pregunta es cuánto del peso y la reverberación de las ideas

ha quedado en las narraciones testimoniales o, más bien,

qué sacrificio de la cara intelectual e ideológica del movi­

miento político-social se impone en la narración en pri­

mera persona de una subjetividad de la época. ¿Cuánto

subsiste de este tenor ideológico de la vida política en las

narraciones de la subjetividad?2I O, si se quiere, ¿cuál es el

género histórico más afín a la reconstrucción de uua época

como aquella?

No se trata de discutir los derechos de la expresión de la

subjetividad. Lo que quiero decir es más sencillo: la subjeti­

vidad es histórica y si se cree posible volver a captarla en

una narración, es su diferencialidad la que vale. Una utopía

revolucionaria cargada de ideas recibe un trato injusto si se

la presenta sólo o fundamenta.lmeme como drama posmo­

derno ele los afectos.

�� l.a capt�Kión dd clima ideolúgico C>, u1 calllbio, exhaustiva en una

obra muy sensible también a la r<.:pn·sentaci<'Ht de sensilJilidadcs revolu­

cionarias, cumo Ll biografía (k Robcnu Santuclw e ltisturia dd ERI', de

María Seo�lllL', 'Ji1do o iUUla (Buenos Aires, Sudamericana, 1991 ). !'no se

trata de una hi.,luáa, cun fuentes docuntenL.ks ck LUdo tipo y no silnpl<'­

menle de una ru:onstrucóón sobre b IJ�.se de lestituonios.


92 BEATIUZ SAIU.O

Contra un mito de la memoria

Paolo Rossi escribe que, después de Rousseau, "el pasado se­

rá concebido como siempre 'reconstruido' y organizado so­

bre la base de una coherencia imaginaria. El pasado imagi­

nado se vuelve un problema no sólo para la psicología, sino

también (y se debería decir, sobre todo) para la historiogra­

fia... La memoria, como se ha dicho, 'coloniza' el pasado y

lo organiza sobre la base de las concepciones y las emociones

del presente".22 La cita va al centro de mi argumento. Por un

lado, la narración hace sentido del pasado, pero sólo si, co­

mo señaló Arendt, la imaginación viaja, se despega de su in­

mediatez identitaria; todos los problemas de la experiencia

(si se admite que hay experiencia) se abren en una actuali­

dad que oscila entre afirmar la crisis de la subjetividad en un

mundo mediatizado y la persistencia de la subjetividad co­

mo una especie de artesanado de resistencia.

De todos modos, si no se practica un escepticismo radical

y se admite la posibilidad de una reconstrucción del pasado,

se abren las vías de la subjetividad rememorante y de una his­

toria sensibilizada a ella pero que se distingue conceptual y

metodológicamente de sus narraciones. Esa historia, como

lo señala Rossi, vive b<Uo la presión de una memoria (reali­

zando, de modo extremo, lo que Benjamín solicitara como

�� P;wlo Rossi, D pa;ado, la memoria, el olvido, Buenos Aires, Nueva Vi­


sión, 2003, pp. 87-oo.
LA RETÓRICA TESTIMONIAL 93

refutación del positivismo reificante) que reclama las prerro­

gativas de proximidad y perspectiva, prerrogativas a las que

la memoria quizá tiene derechos morales, pero no otros. Los

discursos de la memoria tan impregnados de ideologías co­

mo los de la historia, no se someten como los de la disciplina

histórica a un control que tenga lug<tr en una esfera pública

separada de la subjetividad.

La memoria tiene interés en el presente tanto como la

historia o el arte, pero de manera distinta. Incluso en estos

años, cuando ya se ha ejercido hasta sus últimas consecuen­

cias la crítica de la idea de verdad, las narraciones de me­

moria parecen ofrecer una autenticidad de la que estamos

acostumbrados a desconfiar radicalmente. En el caso de las

memorias de la represión, la suspensión de esa desconfian­

za tuvo causas morales, jurídicas y políticas. Lo importante

no era comprender el mundo de las víctimas, sino lograr la

condena de los culpables.

Pero es dificil que quienes están comprometidos en una

lucha por el esclarecimiento de las desapariciones, asesina­

tos y torturas, se limiten después de dos décadas de transi­

ción democrática a establecer el sentido jurídico de su prác­

tica. Las organizaciones de derechos humanos politizaron

su discurso porque fue inevitable que buscaran un sentido

sustancial en las acciones de los militantes que sufrieron d

terrorismo de estado. El Nunca más p;_u·ece en tunees insufi­

ciente y se pide no sólo justicia sino también un reconoci­

miento positivo de las acciones de las víctimas.


94 BEATRIZ SAlUD

Se entiende el semido moral de esta reivindicación. Pero

como se convierte en una interpretación de la historia (y de­

ja de ser sólo un hecho de memoria) cuesta concederle que

se mantenga ajena al principio crítico que se ejerce sobre la

historia. Cuando una narración memórialística compite con

la historia y sostiene su reclamo en los privilegios de una sub­

jetividad que sería su garante (com? si pudiéramos volver a

creer en alguien que simplemente dice: "digo la verdad de lo

que sucedió conmigo o de lo que vi que sucedía, de lo que

me enteré que sucedió a mi amigo, a mi hermano"), se colo­

ca, por el ejercicio de una imaginaria autenticidad testimo­

nial, en una especie de limbo interpretativo.


4. Experiencia y �rgumentación

Existen otras maneras de trabajar la experiencia. Algunos

textos comparten con la literatura y las ciencias sociales las

precauciones frente a una empiria que no haya sido cons­

truida como problema; y desconfían de la sinceridad y la ver­

dad de la primera persona como producto directo de un re­

lato. Recurren a una modalidad argumentativa porque no

creen del todo en que lo vivido se haga simplemente visible,

corno si pudiera fluir de una narración que acumula detalles

en el modo realista-romántico. Son textos raros y me referiré ¡


a dos: "La bernba" de Emilio de Ípola y Poder y desaparición;
los campos de wncenlración en Argentina, de Pilar Calveiro.

Presuponen lectores que buscan explicaciones que no

estén sólo sostenidas en la pe tición de verdad del testimo­

nio, ni en el impacto moral de las condiciones que coloca­

ron a alguien en la situación de ser testigo o víctima, ni en

la identificación. P resu pon e n autores que no piensan que

la experiencia entrega directamente una intelección de los .1

elementos que la co m pon e n como si se tratara de una es­


,
:1

pecie de dolorosa compensación del suiiimit:nto. Contra la j



'i
idea lpte ex p uso Arendt, de que sobre cienos hechos extre­

mos únicamente es posible una reconstrucción uanativa,


96 BEATRIZ SAlli.O

se reservan el lugar, que Arendt también hizo suyo, de bus­

car principios explicativos más allá de la experiencia, en la

imaginación sociológica o histórica. Se apartan de una re­

construcción sólo narrativa y de la simple noción consolado­

ra de que la experiencia por sí produce conocimiento.

Calveiro y de Ípola eligieron procedimientos expositivos

que implican un distanciamiento de los "hechos". En pri­

mer lugar, no privilegian la primera persona del relato, ni

le dan un rango especial a la subjetividad del que lo enun­

cia; las remisiones teóricas y la perspectiva exterior al mate­

rial son tan importantes como las referencias empíricas; la

visualización de la experiencia se sostiene en un momento

analítico, un esquema ideal previo a la narración. En se­

gundo lugar, la experiencia es sometida a un control episte­

mológico que, por supuesto, no surge de ella sino de las re­

glas del arte que practican la historia y las ciencias sociales.

La perspectiva es fuertemente intelectual y define textos

que buscan un conocimiento. antes que un testimonio. Di­

ferentes en casi todos los aspectos, tanto de Ípola como Cal­

veiro se separan del discurso memorialístico al aceptar res­

tricciones en el uso de la primera persona, de la anécdota,

de la narración con fuerte línea argumental, del sentimen­

talismo, la invectiva y los tropos.

Por eso, se trata de textos excepcionales, dicho esto no

simplemente en términos de una calidad intelectual, sino

también porque exigieron autores previamente entrena­

dos (Emilio de Ípola) o decididos a entrenarse para su es -


EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 97

critura y en relación con las funciones que ésta cumpliría

(Pilar Calveiro) .l Como si pudieran poner provisoriamente

en suspenso el hecho de haber sido víctimas en términos di­

rectos y personales de la represión, ambos escriben con un

saber disciplinario, tratando de atenerse a las condiciones

metodológicas de ese saber. Precisamente por eso, tienen

una distancia exacta respecto de la experiencia de sus pro­

pios padecimientos. También por eso no son los textos más

difundidos. De todos modos, el libro de Calveiro fue discuti­

do ampliamente, mientras que el artículo de De Ípola está

olvidado, como si se escondiera en otro pliegue del tiempo.

Teoría del rumor carcelario

La primera versión de "La bemba"2 fue escrita en mayo de

Hl78 cuando Emilio de Ípola prácticamente salía de la cár-

I Jeremy l'opkin ("Holocaust Memories, Historias' Memoirs", History

and memory, vol. 15, número 1, primavera-verano de 2003) estudia las


memorias sobre: la persecución judía y el Holocausto escritas por histo­

riadores profesionales. Sus observaciones in teres<mtes di!Icilmente se

puedan proyectar sobre el caso de un cientista sucia! como de Ípola por

dos r<Izones: Popkin analiza sólo memorias y autobiografías en d sentido

génerico estricto; y é_.;t<ts, a diferencia del texto de "La bc:mba", fueron

escritas bastante después de los hechos que narran.

�Emilio de Ípola, "La bemL<t" fue incluida en ldwlogia y discuno popu­


lista, Bueuos Aires, Folios Ediciones, 1983. Hay una edicióu en Siglo XXI,

Bueuos Aires, 200!">.


98 HE.ATIUZ SAIQO

cel, donde estuvo preso casi dos años.3 Fue un desafío; bus­

có probar que su autor seguía siendo un cientista social, al­

guien que no lubía perdido sus saberes y que podía seguir

ejerciéndolos. De Ípola quiso recuperar un pasado universi­

tario y emplear sus capacidades, demostrando que la cárcel

no había logrado anular las destrezas adquiridas en un

tiempo anterior a la represión. El texto pone en escena un

drama de la identidad sólo en la medida en que es produc­

to de la reapropiación de un capital intelectual cuya utiliza­

ción no que da limitada a la defensa de una primera perso­

na narrativJ.. De Ípola escribe desde la posición de quien

analiza sus materiales, no del que quiere testimoniar como

víctima o como denunciante.

En la "Introducción" al volumen donde se incluye "La

bemba", un texto hiperteórico muy afín a los que de Ípola

escribió en los primeros aúos ochenta, llama la atención

:\ Licen ci,tdo en Filosofía de la Universidad de Buenos Aires, en 196'1, y

doctor de la Universidad de Patis, en 1969. li.n 1970, cuando ej ercí a la do­

ce ncia en la Universidad de Montreal, recibió una invitación de FLACSO,

sede S antiago de Chile, pat·a i nc ot-porarse a su planta ele p rofe s ores-in­

vestigadores. Aceptú, y en 1971 se trasladó a Chile. Después del golpe de

Pinu c h e t, FL\CSU inició neg o cia c i o nes con el go bier no ele c:llltp ora

para crear un;t SC(.le en Buenos Aires (manteniendo e n principio la de

Santi•tgo). 1 ,,l, nt:guciaciones prosperaron, p e ro fuenJn inte!Tlllllpidas

poco dt·spttl:s de la n.' nu n c i;t de Cámpora. FLACSO ma nt uvo de todos


nwdu' la sl"<k en But·rws Air es comu in>titución privada. De Ípola fue
dnignadu •.Jiil"lnlJJu del C o 111 iti'· de Dirección y profesor allí. Se instalú

e11 Buenos Ai1 es t:tl 1')7•!. Entre 197-"l y 197(i, v iajl> v;u"ias veces a Santiago

de Chile, por LliOJJes administrativas y de investigación. En esos viajt:s, a


EXPEIUENCIA Y ARGUMENTACIÓN 99

que el estudio sea caracterizado "simplemente como un tes­

timonio y también como una suerte de materia prima para

elaboraciones ulteriores (nuestras o de otros)". La condes­

cendencia con que, en 1983, de Ípola juzga su artículo

puede explicarse de dos maneras: está, por una parte, la

modestia de un autor que preferiría evitar las objeciones

disciplinarias que su artículo podría evocar en futuros lec­

tores (función convencional de una "introducción", donde

la captatio benevult:ntia procura anticipar críticas); pero, por

otro lado, también es posible aceptar esa modestia como

propia de un primer momento de los textos sobre b repre­

sión y la violencia de estado, cuando todavía no podía sa­

berse que el testimonio iba a ser hegemónico, arrinconan­

do otras perspectivas sobre los hechos. De Ípola dice que su

texto (como afirma Levi <;!el suyo) es una "materia prima".

Naturalmente, cuando escribe "La bemba" no podía cono-

pedido de los interesados, solía llevar correspondencia a miembros de

organizaciones de izquierda chilenas, en panicular, el MAPU OC, el Par­

tido Socialista y el MlR. El 7 de abril ele 1976 a eso de las dos de la mai1a­

na fue deteni d o en su domicilio por un comando dell'rimer Cueq)o del

rj2n:ito, Lrasla < Ltdu a la Sup erintendencia de Seguridad, Üllt�rrogadu, tor­


turado (su!Jm�trino) y fin�thnente puesto a disposición ele! !'EN d 1::! de

abril. 1-:stuvo algo m�ís dt· veillle meses en prioión. Salió "pm· opción", <:11

el contexto del artículo ;¿:)ele la Cunstituci{Jtl, IIH>•!ilictdu pot Lt .lutJLa


Militar (Ja nunH�t tnodificad�t autorizal.Ja a "' li c itar b s�dicl�t dcllJ�IÍs ���de­
tenido, pt·ru P'" lía dcnq\·a¡·se e.-,c pcdidu). Vi :0 <) a París a line, e k 1 �177.

Fu mau.u de 1 'J7H, se ittcurporó a b s ede mcxican;t dt· FL\C:SO. Residí<·,


en Mi·xicu hasta 111arzo de l0ti·i. De,de entonces vive en b .\rgn1ti11a.
lOO BEATRIZ SARLO

cer los textos futuros, ni tener una idea de cuál iba a ser el

tono y la retórica con que la literatura testimonial presenta­

ría su "materia prima". Sin embargo, la "Introducción" deja

suponer que el texto comenzó a escribirse en la cárcel

"cumpliendo el papel propio de los 'intelectuales' en pri­

sión ... esto es, el de constituirse en analistas y comentado­

res, más que en productores de bembas". En esta división

entre productor y analista se sostiene todo el trabajo,y tam­

bién mi lectura.

En la "Introducción", de Ípola revisa no sólo las nocio­

nes de verosimilitud del rumor (bemba) con las que el ar­

tículo trabaja explícitamente sino que,juzgando insuficien­

te la perspectiva teórica inicial, desarrolla "algo que ... es

apenas insinuado: el proceso de producción-circulación de

las bembas tiene una clara analogía con lo que el psicoaná-


. . 1

lisis llama una 'elaboración secundaria'. Del mismo modo

en que el paciente, en la narración de un sueño, tiende a

borrar su aparente absurdidad, llenando sus lagunas y cons­

truyendo un relato continuo y coherente, también el traba­

jo de las bembas consiste en eliminar progresivamente los

absurdos aparentes ('¡dos mil libertades!') de una pre-ver­

sión inicial, para ir dando forma por esa vía a una versión

aceptable: verosímil". La '"Introducción" subraya, en reali­

dad, que el artículo no fue lo suficientemente teórico, o

que, dentro del espacio teórico, no acentuó una dimensión

que, en el momento de publicarlo �n libro, a de Ípola le

importa particularmente: la psicoanalítica. En suma: la in-


EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 101

traducción de 1983 vuelve a "La bemba" excusándola como

escrito demasiado atenido a un momento descriptiYo de la

experien�a. De Ípola le exige más. Los lectores, de aquel

entonces y �e hoy, tienen la impresión contraria: se trata de


un texto fÓertemente inspirado en teorías, donde la expe-
/
riencia de la cárcel es construida como objeto (teórico, se

hubiera dicho en los aúos ochenta) que permite el estudio

del rumor y de las condiciones carcelarias que hacen posi­

ble su difusión y sustentan su verosimilitud. Lo que de Ípo­

la, en 1983, juzga demasiado cercano al testimonio es, com­

parado con cualquier testimonio realmente existente, un

sofisticado análisis donde el yo del testigo nunca aparece ni

siquiera como lugar importante de enunciación.

El rumor es un tema característico de la semiología y la

te01·ía de la comunicación, disciplinas de punta en los años

sesenta y setenta, a las que de Ípola llegaba desde una for­

mación filosófica y social. "La bemba", aunque incorpora

otras influencias, se sostiene en dos textos característicos de

la época: Internados de Goffman sobre el sanatorio psiquiátri­

co como institución total (y, en consecuencia, corno espejo

de la cárcel) y Vigilar y castigar de Foucault (aunque el rumor

sería una fisura del control absoluto). Pero, citados en la bi­

bliografía, lns trab;uos sobre semiología e idc:ología son tam­

bién un marco dentro del cual las nociones provenientes del

campo de la c omun ic ac ión se cruzan con las del marxismo

estructuralista. f:ste era uno de los núcleos de una nueva se­

miología, con otra vertiente que ll e g a ba de la antropología


102 BEATRIZ SAlUD

estructural ele L .évi-Strauss. Menciono estos nombres y la (1ue

era entonces la Teoría (Althusser dominaba el espacio mar­

xista) no simplemente para reconstruir las fuentes teóricas

ele "La bemba", si. no para seii.alar ele qué modo responde a

un espíritu de época marxista-estructuralista y semiológico

cuyo denso aparato teórico opera como defensa ante cual­

quier versión ingenua y "realista" de la experiencia.

De esa experiencia carcelaria, de Ípola analiza sólo un

aspecto ele la dimensión comunicativa de la vida cotidiana.

El ··objeto teórico" (que es producto de una construcción y

no de la experiencia, porque ésta no es un árbol de donde

se puede arrancar un fruto) proviene de un saber anterior

a la cárcel: de Ípola conocía los estudios semiológicos antes

de caer preso y, por ese motivo, no elige cualquier aspecto

de su experiencia sino precisamente aquel para el que pien­

sa que está preparado y que resulta interesante en términos

teóricos. En síntesis, de Ípola tenía lo� instrumentos analíti­

cos para escuchar "científicamente" la bemba. No se encie­

rra en su experiencia, sino que la analiza como si fuera la ex­

periencia de otro, colocándose en el extremo opuesto del

testimonio, aunque su materia prima sea testimonial.

Lo que nüs llama b atención en su estrategia expositiva,

algo que no se repite en ninguno de los textos escritos en las

ú l t im;ts décadas, es que re parte la materia del artículo colo­

cando su experiencia de la cárcel en notas al pie de página,

ostensiblemente fuer;.¡ del cuerpo p rin c i p al del t e xt o don­

de t i e nen lugar las operaciones socioscmiolúgicas, los análi-


EXI'ERIENCJA Y ARGUMENTACIÓN 103

sis y las hipótesis. La experiencia en nota al pie y letra chica

es una base empírica indispensable, pero se la muestra en

cuerpo meum:

De Ípola describe aspectos de la producción, circulación

y recepción del rumor carcelario, considerando estos tres

momentos con el esquema analógico de la producción y

circulación de mercancías mediante el cual, a fines de los

sesenta, algunos semiólogos traducían el modelo clásico de

Roman Jakobson. El circuito comuuicacional de la bemba

presenta anomalías en el nexo entre producción, circulación

y recepción de los mensajes porque no es una producción

comunicativa en condiciones normales y, en consecuencia,


la elació �entre los �res mo:nentos est� d�storsionada por la
.
escasez� informaoon conhable, verosnml, o verdadera, por

las dificultades materiales de la comunicación y por la fuerte

presión de un tema (el de la libertad o el traslado) que, si

anuncia cambios, puede entorpecer o destruir las condicio­

nes mismas ele circulación de los memajes.

El carácter excepcional del medio donde se produce la

comunicación imprime sobre los mensajes rasgos que no se

atienen al modelo tripartito donde la producción (como


en la pro du c c i ón de me rc anc ías ) define b difusión y recep­
ción. De Ípob fuerza (exagera) el carácter analógico cid

modelo comunicacional in sp i ra d o en el n,udelo económi­

co casi hasta la exageración, como cuando cita Hl cajJital pa­


ra deiiuir el proceso de ulac ión de la bemba co m o par­
c i rc

te de su proceso de producción: "En cieno sentid(,, cabría


104 BEATRIZ SAIU.O

\
decir del 'trabajo' de las bembas algo muy semejante a lo 1
que Marx (El Capital, vol. Il, p. 135) afirma acerca del tran s)
porte de mercancías, esto es que dicho trabajo se manifies­

ta como 'la continuación de un proceso de producción den­

tro del proceso de circulación y para éste'". Podría leerse en


esta cita de Marx una perspectiva irónica, si ella no estuvie­

ra completamente en sintonía con los esfuerzos realizados

entonces por semiólogos y por marxistas que subrayaban la

subordinación de todo proceso social bajo el capitalismo a

las condiciones definidas por el trabajo asalariado en la pro­

ducción de mercancías.

Por su excepcionalidad, la bemba no responde al mode­

lo, lo cual, en una coyuntura teórica de modelos fuertes im­

plica una forzadura a tener en cuenta. De Ípola analiza con

esos modelos fue'rtes y, en consecuencia, la bemba le pre­


.
senta problemas a resolver. El rumor carcelario es una ins­

tancia .de prueba de las posibilidades de la teoría porque, al

tiempo que es distinto de todos los demás mensajes, se in­

tenta describirlo en lo que responde y en lo que se desvía

de sus reglas. Ello precisamente permite descubrir en qué

consiste su excepcionalidad, es decir, la persistencia de la

comunicación en un ámbito de prohibiciones casi comple­

tas. Para considerar esa excepciona!idad, de Ípola no toma

el camino del estudio etnogr:lfico de la inventiva de los pre­

sos; nada está más lejos de su perspectiva que una recons­

trucción que ponga en el centro a los sujetos. M:ts bien, en

e l centro coloca una estructura de relaciones expuesta con-


EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 105

ceptualmente. No estudia a 1· ·"presos escuchando o difun­

diendo ¡·umores, sino las condiciones en que éstos logran

significar algo. Y le interesan particularmente los presu­

puestos de la verosimilitud del rumor. Con su análisis no

quiere probar que siempre, en todas las condiciones, una

pequeña sociedad logra un pequeño pero significativo ob­

jetivo, sino que la bemba altera las secuencias normales de

la circulación de mensajes de un modo que la teoría se ve­

rá obligada a considerar. Se trata del estudio de una excep­

ción comunicacional, no simplemente de una experiencia

comunicativa .

De Ípola caracteriza la cárcel como un espacio donde

"en cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa". Es­

ta indeterminación de lo esperado en términos comunica­

tivos es un rasgo impuesto por el poder carcelario para que

los sujetos vivan en un régimen semiológico de escasez. En

cualquier momento puede ocurrir cualquier cosa po


- r dos

motivos: la fragmentación de la información que llega des­

de afuera, diswrsionada por redes de difusión endebles o

amenazadas, y la escasez de mensajes que pueden producir­

se adentro, ag1·avada por un régimen de prohibiciones fuer­

tes pero oscilantes, que son túdopoder�·sas y, a la vez, ines­

lables. El rumor es la respuesta a la escasez y la inddinición

de las condiciones comunicativas.

Como respuesta a una prohibición y a una escasc·z, la

bcmba se caracteriza por su "nomadismo". El mensaje no

se estabiliza en ninguna parte ni puede almacenarse en P.Íll-


106 BEATRIZ SARLO

gún registro de memoria. Si no circula, mucre. A diferencia

de los mens��cs "normales", la bemba siempre superpone

la producción y la difusión, porque no hay bembas guarda­

das por los sujetos, como éstos pueden guardar los mensa­

jes sustraídos del circuito qmmnicativo. Fuera de éste, la


'

l)emba no existe. Y así cbmo n puede ser guardada como

contenido de memoria, esta misma imposibilidad garantiza

que los temas de la bemba (pero no los mensajes) puedan

repelirse sin que se agote su interés, a diferencia de lo que

sucede en condiciones "normales", donde la repetición

afecta el interés por desgaste de la novedad informativa.

Naturalmente, el gran tema de la bemba son las liberta­

des, los indultos y los traslados. El ámbito carcelario de su

producción deiine crudamente el elenco de argumentos; y

el carácter de esos argumentos obliga a que, como las bcm­

Las nunca se realizan, todos los mensajes deban ser olvida­

dos para dejar su lugar a nuevos mensajes con los mismos

tcm�ls, que serán una vez más olvidados. Sin ese círculo don­

de lo nuevo borra lo anterior, desde el inicio el rumor esta­

ría marcado por d descrédito. La bemta es, básicamente,

una promesa de futuro que envejece y muere en el día, pa­

ra dejar su lugar a otra promesa idéntica, pero fi·ascada con

variaciones argumentales obligatori a s.

De Ípola se imerroga sobre las condiciones de verosimili­

tud y las bases de la creencia y, al hacerlo, procesa en modo

analítico e interpretativo la c irc u la c i ó n de rumores t1ue él

ha experimentado como preso. En su e stu d i o, lo vivido de


EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 107

una experiencia se hace presente sólo en una configuración

descriptiva que responde a normas disciplinares. Por ejem­

plo, cuando en agosto de 1976 se difundió una bemba de li­

beración de dos mil prisioneros, de Ípola indaga el modo

en que la exageración, el carácter "inmoderado" de ese ru­

mor, impidió que fuera creído. En la "Introducción", vuelve

sobre esta regla de la moderación que le parece una clave

para explicar la verosimilitud del rumor. Sin embargo, el re­

chazo de una bemba que advierte sobre un traslado masivo

exige una explicación diferente: así como se desconfía de

las bembas demasiado optimistas, no se cree en aquellas de

negatividad exagerada, que excluyen alguna esperanza.

En este rechazo, de Ípola observa algo más importante:

un traslado masivo destruiría las condiciones mismas de

circulación de cualquier bemba, porque su difusión es po­

sible sólo entre gente muy conocida. Por lo tanto, la resis­

tencia a aceptar un rumor de traslado proviene de que

amenaza el circuito y las condiciones de producción comu­

nicativa. La observación hace pensar que el circuito comuni­

cativo se preserva más allá del deseo de los stüetos '1ue inter­

vienen en él. La bemba es el "grado cero" de la resistencia

al p roceso de desiniormación carcelario. En ese .;rado Ct:·

ro, "esas pobres mig<üas de información" debt�n quedar ins­

criptas siempre en la ló gica de su proceso de producción y

circula1·ión, po rque allí alcanzan también un grado de ve­

nJsiinilillld que evita que �e conviertan en mew• ü es l�tlli­

dus, completamente desechables en la medida e11 que con-


lOS BEATRIZ SARLO

tradiccn tanto las expectativas de la recepción como las con­

diciones en que deben ser producidas y difundidas.

Puesto en sociólogo de la prisión, de Ípola aJirma que la

recepCÍÓ!l de la bemba depende de las categorías de presos

que la escuchan y difunden. La\reencia en el rumor está li-

. gada a las cualidades y destrezas intelectuales de sus recep­

tores, que de Ípola define en la estructura de la sociedad

carcelaria, recurriendo a una tipología sociológica organiza­

da con incisos que se identifican de (a) hasta (h): miembros

orgánicos de partidos de izquierda o revolucionarios; sindi­

calistas de alto nivel, delegados sindicales medios; profesio­

nales e intelectuales de izquierda sin militancia; miembros

del gobierno peronista derrocado; simpatizantes lejanos; y

garrones a los que describe como reveladores de la verdad

del sufrimiento carcelario, en la medida en que ello!> no pue­

den, por lo menos al principio, dar razón ni explicarse en

términos políticos lo que lés ha tocado padecer; el garrón

es, para de Ípola, una condensación de la cárcel, y a sus di­

ferentes categorías y procedencias les dedica una extensa

nota (digamos que el garrón evoca, sin la misma tragicidad,

la figura dd "musulmán" en los testimonios de Primo Levi).

La tipología de la sociedad carcelaria no sólo exhibe su bus­

c ado elt:cto de cientificidad, sino que corrobora, como otros

recursos d el texto, la distancia que de Ípola quiere mante­

ner con d re c u e rd o de su experiencia. Más que revivida,

hu!>e<t i mp ri mir sobre ella las categorÍ;:ts > la retórica exposi­

tiva de una cLsciplina que p e r mita pensarla en términos ge-


EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 109

nerales, extrayéndola de la esfera de la inmediatez y la sensi­

bilidad para ponerla en la esfera intelectual.

La caracterización de las relaciones entre sectores de la

población carcelaria y sus custodios explica de algún modo

por qué de Ípola puede hacer este trab�o sobre la expe­

riencia sin someterse a ella. Los carceleros reconocen que el

preso político tiene un saber, generalmente político, que

no pueden extraerle (a diferencia de la información que pue­

de extraerse en la tortura), un saber aprendido en los li­

bros, que no se pierde y sobre el cual de Ípola funda su

identidad al salir de la prisión. Libre, no se considera un ex

preso de la dictadura, sino un intelectual que estuvo preso.

"La bemba" presenta los fundamentos de este saber en las

fuentes teóricas y sociológicas, citadas con una abundancia

que remite no sólo a su necesidad conceptual sino también

a esa definición identitaria: recuerdan las armas del preso .

político frente a sus carceleros.

La teoría ilumina la experiencia. El ensayo de De Ípola

se mueve con esta convicción especialmente en sintonía

con el lugar que la teoría tiene en el marxismo estructura­

li sta en la antropología estructural, en la semiología, don­


,

de las creencias no son un welo familiar sobre < 1 que apo­

yarse p orque nunca están libres de la false lad de la

ideologíd, cuya contarninacióu sólo puede disip ; rla una in­

tervención sostenida en d sabe•·· Por eso la expe1 ienci;t per­

sonal no forma parte del ·�uerpo del texto sÍJlO quc eslá

donde le corresponde, en las notas a ¡Jie de pll ,i,.a, como


110 BEATRIZ SARI.O

"materia p1·ilna" del análisis. El espacio de la página presen­

ta gráficameme la jerarquía que subordina la experiencia

al saber. Y la primera persona no tiene otro privilegio que

el que gana por la sofisticación de su capacidad analítica.

"La bcmba" invierte la relación que caracteriza tanto al tes­

timonio como a lo que se escribe sobre él. La experiencia

se mide por la teoría que �uede explicarla, la experiencia

no se rememora sino que se analiza!,


'�, ,

Repasando el artículo de Emilio detpola no resulta ex-

trailo que haya sido olvidado como texto que presenta la

experiencia carcelaria durante la dictadura. Sus cualidades

son singularmente ajenas a la masa testimonial y las histo­

rias personales y grupales sobre el períüdo, porque se opo­

nt�n a un modelo de reconstrucción y denuncia que es el

que se ha impuesto en las últimas dos décadas. Marcado

por la teoría de comienzos de los ai1os setenta, singular por

la perspicacia analítica, "La bemba" no puede ser recupera­

do por el movimiento de rememoración que coloca en d

centro la subjetividad enfrentada al terrorismo de estado.

El ensayo quiere ser algo m:ts y algo menos que eso; por cx­

ceso o defecto quedó invisible.

La experiencia de otros

Publicado en l q�8. Podt�r y dnajmririón; lus uwtj){)s de culttt'lt

lmción en Argentina de Pilar Calveiro es la síntesis de una 1<··


EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN lll

sis doctoral presentada en México.4 Pilar Calveiro fue pri­

sionera desaparecida durante un aüo y medio, en 1977, en

Mansión Seré, la comisaría de Castelar, en la ex casa de

Massera en Panamericana y Thames y en la ESMA.

El libro comienza con una caracterización de la violencia

de estado, parapolicial, parapolítica y guerrillera durante el

gobierno peronista derrocado en 1976. Las hipótesis pre­

sentan una clave histórica conocida: la primera interven­

ción del ejército en 1930 y las sucesivas alianzas entre parti­

dos políticos, elites económico-sociales y fuerzas armadas

demostrarían que los golpes de estado fueron el producto de

sucesivos encuentros de intereses, mutuos impulsos y colu­

sión de fracciones. Acá no hay nada que se aparte de una

lectura de la historia que ha dejado atrás !a idP.a de qu.: exis­

te una sociedad inocente, víctima sin responsabilidad de las

intervenciones militares. El alcance interpretativo dt:-1 libro

también se extiende a su tesis sobre la dictadura de l'l76.

Calveiro afirma que el "campo de concentració:1" (de

tonura y desaparición) es "una creación periférica y mo­

dular al mismo tiempo", hecha posible por la forma del

poder dentro de las fuerzas armadas, el estilo de la disci­

plina, la obediencia y la b urocralización implícita en la

rutiu;¡ militar. El exceso sería "la verdadera norma de un

poder desaparccedor". También sugiere la prc�eucia dt:

� l'íbr Ccdvcíro, Podrr y desapaririún; lvs mmpus dt• cuucenlmci< 11 en A1


gmtiuu, Buc11os Aires, Colihuc, l9�JH.
112 BE.ATJUZ SAIU.O

una matriz concentracionaria en la sociedad argentina,

idea que, al tipificar una reiteración histórica, una espe­

cie de constante más allá de las diferencias, es discutible

porque la originalidad del régimen del campo, precisa­

mente demostrada por Calveiro, rechaza la hipótesis de

una reiteración con variantes. Si Calveiro tiene razón, el

campo es un invento tan novedoso c<mlO la figura del de­

saparecido que deriva de su existen �a. Entre represión y


desaparición, entre régimen carcelar� y régimen concen-
"'

tracionario hay distinciones que impiden pensar la persis-

tencia de una matriz. La descripción analítica de Calveiro

sirve para probar esto.

Frente a las fuerzas armadas, las formaciones guerrille­

ras son "casi ia condición sine qua non de los movimientos

radicales de la época". Reconocida por muchos no como

una opción equivocada sino como "la máxima expresión de

la política primero, y la política misma más tarde", la gue­

rrilla comenzó a "reproducir en su interior, por lo menos

en parte, el poder autoritario que intentaba cuestionar".

Calveiro evalúa diferenciadamente a los Montoneros y el

ERP cuando señala que Roberto Santucho, líder del ERP,

en julio de 1976 poco antes de su muerte, afirmó que la

principal equivocación de esa forrrnción armada fue "no

haberse reple¡;ado" y pasar por alto su aislamiento dd "mo­

vimien•o de masas"; la estrategia montonera, en cand>io, !u­

zo prevalecer "un;\ lógica revoluci0naria contra todo senti­

do de realidad partiendo, como prenása incuestionahk, de


EXPEK.IENCIA Y ARGUMENTACIÓN 113

la certeza absoluta del triunfo". Por un lado, la guerrilla era

la forma principal de la política revolucionaria en el co­

mienzo de la década del setenta y, por eso, no podría ser

evaluada simplemente como un disparo de locura colecti­

va; por el otro, las dos principales direcciones guerrilleras

mantuvieron con su práctica una relación que a Calveiro

(ex militante montonera) le parece necesario diferenciar

por razones que se verán enseguida.

Respecto de la guerrilla y sus organizaciones de super­

ficie, Calveiro se separa del sentido común elaborado du­

rante los primeros años de la dictadura, persistente hasta

hoy, de que a los desaparecidos les tocó ese destino de ma­

nera azarosa. Calveiro sostiene, en cambio, que la mayoría

eran militantes o periferia; la represión, desaparición o

tortura de parientes, vecinos y testigos, no forma parte de

la ley general del sistema desaparecedor. Sin embargo, su

inclusión fortalecía la idea de que "cualquiera podía caer",

y así consolidaba el régimen de terror. Al establecer esta

diferencia con el discurso más difundido, Calveiro se in­

de pe n diza de ese sentido común cuya función, durante

los a ñ os de la dictadura, todavía hoy necesita ser evaluada,

en la medida en q ue al afirm.trse el azar como ley gene­


,

ra l las consecuencias podían �er Lan de s m o vi l i z ad• 1ras co­


,

mo la «cusación de arbitrariedad wtal que caía s< Lre los

rt·presores. El análisis de Calveiro es más complej J: en la

tlledido en <)Ue los cemros de l.Ortura y m�erte po• lían �cr

e,entualmente vistos, como e'> el caso d�i de la ae ouát:i.i-


114 BEATRIZ �\IU.o

ca que funcionaba en .un hospital, o las ostensibles c ntl.t­

das y salidas de una comisaría, esta compro bac ió n de ,111c

las "historias" sobre la represión encontraban prueb;tl> .11•


p
ciales en los aspectos visibles de la máquina represo r;1 ll'·

forzaba el terror social.

Estas tesis críticas no son, sin embargo, lo que nüs impu:­

siona del libro de Calveiro. Implican, por supuesto, unjlllllu

sobre las organizaciones guerrilleras, por una pan e y llll.t ,

idea del carácter, a la vez novedoso pero también sw.tt·ut.ulu

en una historia, de la represión nü p;ar. Lo que su libro u .lt'

d
como interpretación central no resi e en lo simelizadu J¡,,,,,,
\

aquí, sino en su análisis del campo de concentración.

Allí, su experiencia como prisionera habilita el m.u�t·¡·•

de otros testimonios, entre los cuales su experi enc i ;t e�•-• ,1-

lenciosamente presente (el lector sabe) y al mismo tit·uq••'

elidida. Acallando la primera per sona para trah;�;u �� d •tt·

testimonios <üenos, desde una distancia dc scripti v;t t' 1111n ·

pr�tativa, Calveiro se ubica en un lugar excepcion;ll t"lllll"

quienes sufrieron la represión y se propu s ieron rept nc11

tarla. La verdad del texto se independ i za de b cxpt'llt'll• u

directa de quien lo escribe, que averigua e11 la n;¡w11• 11

cia <�ena a q u ello que podría creer que su p ro p i . t t·:-.¡" ·

ricncia le ha enseúado. Por eso, no ejerce un;t p;ullt 11l.11

presión moral s ob re el l c c LO r que sabe que Cal\l'Íio ltw


,

una prisionera-desaparecida, pero a quien no �e k t":>.lgc 1111·1

creencia basada en su propia historia, sino ell bs lli,toll-1'

de otros , que ella retoma como fuente y por lo talllll �•11111"


� XI'ERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 115

te a operaciones interpretativa: Calveiro está refiriéndose a

hechos excepcionales; no reclama, en cambio, que sean

aeídos sólo por la carga de sufrimiento humano que (le)

pro duj eron, sino por el dispositivo intelectual que los in­

wrpora a su texto. La lectura es libre porque Calveiro no se

prc:>cnta como prueba de lo dicho, aunque se sepa que su

\ida es parte de esa prueba. La diferencia es esencial: alguien

mvcstiga lo que sucedió con otros (aunque eso mismo le ha­

p sucedido). Por otra parte, las hipótesis de Calveiro, por­

') lit' no cstún sostenidas únicamente en su experiencia de

tunucnto, pueden ser discutidas.

Con d borramiento de la primera persona, la obra de

{ :.dvciro n o busca legitimidad ni persuasión en razones bio­

gr.ilicas, sino intelectuales . Claro está que probablemente

ti libro no h ubiera sido escrito si no hubieran existido raza­

un biográticas, pero esta comprobación simple va!'e para

llllll hos li bro s de temas muy diferentes. La biografÍa está

t'll d orig en pero no el modo expositivo, en la retórica ni


,

d .1p;u ;1to de c aptación moral del lector.

:hí, lo s i n g ular m en te original del libro de Calveiro es

!.1 tkt i�iún de pr esci n dir de una narración de la experien­

tl., pl'l;onal como prueba de su argu.nento. Se trata de

un,, IH'g;¡tiva explí ci ta Después de arios de publicación de


.

t<-�tillwllios, C a lve iro que ¡.> o see los mismos matt'riales vi­
,

' 1do� <¡ lll' los au tore s de natTaciones en pritnera per-;oaa,

opt.l por �l'pararsc del relato de su e x periencia c0n el ob­


,

}�'ll\'o dt· con v e rt ir la expet·iencia concehtracionaria ar -


116 BEATRIZ SARJ.O

genlina en objeto de hipótesis imerpretativas. En esta elec­

ción expositiva, las ideas no simulan surgir del suelo mis­

mo de lo vivido. Calveiro se propuso ser una dentista so­

cial que también fue una desaparecida; por eso se convirtió

en lo que no era antes de sufrir la represión y devino cien­

tista social porque fue desaparecida. El libro no prolonga


en el presente su identidad de víctima. En lugar de repa­

rar el tejido de su experiencia, se esfuerza por entenderla

en términos que no dependan exclusivamente de lo vivi­

do por ella. Por eso la argumentación es más fuerte y ex­

tensa que la. narración sobre la que se apoya y de la que

parte. Desde el punto de �ista moral y político /habla co­


mo ciudadana, no como ex militante detenid� y tortura-
\
da. Su derecho viene de un universal y no de un�circuns-
..

tancia terrible.

Algunos ejemplos son muy evidentes. Calveiro afirma

que los desaparecedores se imaginan dioses, con poder ab­

soluto de vida y muerte. Esta conciencia omnipotente de

quienes tuvieron el poder de decisión en el campo explica

la cólera que sentían ante el suicidio o el intento de suici­

dio de un prisionero que, por esa vía definitiva, trataba de

escapar a la lógica total en la que se lo había incluido. Al

presentar estas hipótesis, Calveiro no menciona su propio

intento de fuga que fueir.terpretado como suicidi� y que


despertó una secuela feroz de represalias. Esto es lo que le

dice aJuan Gelman en un reponaje, cuando ella misma se


coloca en el lugar de quien da un testimonio, lugar que no
EXPERIENCIA Y ARGUMENTACIÓN 117

ocupa en su propio libro: "Sallo por la ventana de un pri­

mer piso alto de la Mansión Seré porque tengo claro que, a

medida que pase el tiempo, voy a estar cada vez en peores

condiciones físicas, que voy a perder la iniciativa. Entonces

me digo que debo reaccionar ya. Había visto que la ventana

del baño no estaba asegurada. Pido que me lleven y como

estaba amamantando a mi hija menor, de 40 días, me da­

ban más tiempo para que pudiera sacarme la leche. Entro

al bailo, abro la ventana y salto. De pie. Me tiraba a dos co-­

sas: la primera y fundamental, tratar de fugarme y perder­

me en Rivadavia ... La segunda: si había guardias afuera me

podían matar y así acababa la historia... Ellos escuchan el

golpe de mi caída, me alzan y me llevan arriba literalmente

a patadas".5 El libro hace silencio sobre este hecho, sus cir­

cunstancias y sus consecuencias; también hace silencio so-­

bre esa hija de cuarenta días; los lectores nos enteramos

después, en reportajes aparecidos acompañando la edición

argentina de la tesis mexicana.

Calve ir o, cuando escribe y araliza, se refiere al acto suicida

como la decisión que enfurecía a los desaparecedores y que

tenía las consecuencias más crueles, porque significaba un

ej ercicio prohibido de la voluntad, pero no menciona su

experiencia, aunque ella puede persistir en una callada re­

nwmo¡·ación. Como dato personal, ha s1do burrada de un

'•Juan Cclman, "En el campo de detención estás en otra d.mensión",

/'ágiua/ 12, l" de noviembre de l Y�H.


llli BEATRIZ SAIU.O

libro que se <�usta a una argumentación basada en los rela­

tos dt: otros, es decir, las fuentes que Calveiro puede anali­

tar como material no autobiográfico (aunque su vida sea

un fondo respecto del cual esos datos también toman senti­

do, como si se d�jera que lo que ella experimentó produce

.algunas de sus condiciones de lectura).

En lugar de su intemo de suicidio, Calveiro escribe: "La

muerte podía parecer como una liberación. De hecho, los

torturadores usaban la expresión 'se nos fue' para desig­

nar a alguien que se les había muerto durante la tortura. Y

sin embargo, decidir la propia muerte era una de las cosas /


que estaba vedada para el desaparecido, que descubría cl1-/

t onc e s no ya la dificultad de vivir sino la de morir. Morir

no era f:tcil dentro de un campo. Teresa Meschiati, Sus.ma

Burgos y muchos otros sobrevivientes relatan intentos a

ven:s absurdos pero desesperados para encontrar la muer-

te: tomar agua podrida dejar de respirar, intentar suspen-


,

der voluntariamente cualquier función vital. Pero no era

tan simple. La nüquina inexorable se había apropiado ce­

losamente de la vida y la muerte de caua uno". Teresa Mes­

chiati, Susana Umgos y otros: en esta corta enumeración,

Calveiro forma part e de esos otros. Su objetivo no e s pro-

bar que el c a m po fue· tan terrible que ella intentó suici­

darse; no quiere usar su cuerpo como base testimonial.

Quiere probar, de mod o más amplio y más intelectual, que

las ndi c i ones del campo p ueden conducir al intento de


co

su i c id io en mudws pr is i one ro s y que todos los desaparece-


EXI'ERII�NC!A Y ARCUMENTACJÚN 119

dores reaccionan ante esé gesto último de libertad con el

ejercicio más extremo de la violencia. Calveiro no se pre-.

senta como testimoniante sino como una mujer, en cuya

vida estuvieron la desaparición y la tortura, y a la que re­

cupera como materia de un análisis que ella misma reali­

za. La víctima no busca una identidad simplemente en su

biografía, sino en el dispositivo intelectual con el que ar­

ma su argumento.

Ella, Pilar Calveiro, la detenida-desaparecida de la dic­

tadura, no viene a dar su testimonio sino a recibirlo de

otros detenidos-desaparecidos. Este cambio de lugares

(que no seca la solidaridad ni la simpatía, sino que exclu­

ye a Calveiro de ese don porque busca ser reconocida en

otro lugar y por otras razone$) se indica claramente en las

fuentes testimoniales que el texto menciona y cuya proce­

dencia se aclara en notas.

Sin embargo, hay unas pocas y mínimas incripciones au­

tobiográficas: su propio nombre y su número de prisionera,

47,junto al de Lila Pastmiza; una dedicatoria: "A Lib Pasto­

riza, amiga querida, experta en el arte de encontrar resqui­

cios y de disparar sobre el poder con dos armas de altísima

capacidad de fue go : la risa y la burla". Su vida está allí, pero

Calvciro rehúsa citarla como cita los recuerdos de o; ros pri­

sioneros. Si una detenida-desapan.cida h a bl a de su expe­

rieucia carcelaria en primera p e rsona el discurso


, s � resiste

;1 la discusión intcrprdativa (como lo seúaló Riccur); su

carácter extremo es una es pe c ie de blind<�je que lo rodea


BEATRIZ SARLO

convirtiéndolo �n algo que debe ser visto antes que analiza­

do. El texto en primera persona ofrece un conocimiento

que, de algún modo, tiene un carácter indiscutible, tanto

por la inm�diatez de la e�periencia como por los principios .

morales que fueron violados.

Calveiro renuncia a esta protección de una autorrefe­

rencia empírica. Por supuesto, no podría ocultar (sería no

sólo imposible sino absurdo) que ella fue una detenida-de­

saparecjda, torturada, sobre la que se ejercieron todas las

violencias del terrorismo de estado. Pero; en lugar del yo,

están los testimonio� de terceros. Calveiro no tomad lugar

que le pertenece pára escribir su libro porque busca�r1ª

interpretación que es más posible si son otras sus fuentes.

Analiza la experiencia y las condiciones que la provocaron;

pero no pone en el centro su experiencia.

Construye una distancia analítica respecto de los hechos.

La dimensión autobiográfica casi ausente cede su lugar a la

dimensión argumentativa: donde debía hablarse en prime-


,
' .

ra persona, se habla en tercera. El tiempo pasado no es el

del testimonio y su dimensión autobiográfica, sino el del

análisis de lo que otros narraron y la elaboración de clasifi­

caciones y categorías: el tipo de tortura, los pasos de la re­

sistencia y los de la delación, la lógica del campo que repro­

duce la del pensamiento t0talitario, la vida cotidiana de los

desaparecedores, donde un partido de truco tiene como

sonido de fondo los discursos de Hitler; la coexistencia de

lo legal y lo ilt;gal; de lo completamente secreto y del quie-


,
l
EXPEIUENCIA Y ARGUMENTACIÓN 1 121'

bre del secreto para inducir a un terror generalizado; la ca­

tegoría de subversivo que produce en simetría la de d�sapa�

recido. Una sociedad concentracionaria se diseña con sus

leyes y sus extepciones, con los espacios librados al impulso

de los desaparecedores y los espacios reglamentados 'hasta ·

en los detalles más insignificantes.

Calveiro no escribe una "fuente". Por eso es posible

coincidir o disentir con lo que afirma, sobre todo en sus

hipótesis más generales. La libertad de la lectura (una li­

bertad que es intelectual y moral) vive más segura en este

terreno que en el de la primera persona, justamente por­

que la primera persona tiene un derecho y una capacidad

impositiva, de presencia, de los que carece la tercera. A di­

ferencia del yo de un testimonio, cuya relación con los he­

chos es difícil de poner en duda (debería demostrarse,

por ejemplo, que se trata de las memorias de un estafa­

dor) y donde se necesita mucha desconfianza o mala fe

para discutir sus aseveraciones, Calveiro no se presenta co-


.
1

mo testimoniante sino como analista del testimonio qe



t J1 �·

otros. En esta posición puede moverse con la legitimidad

de quien ha expulsado su propio testimonio para incluir

su juicio, no su experiencia, en los términos de una di�ci­

plina social y de una condena moral y política que pres­

t:inde del propio sufrimiento para ser justa. Su libro no

proviene de la cárcel y la tortura, sino del exilio en Méxi­

co, donde investigó e incorporó los instrumento.,; intelec­

tuales partt escribirlo, ubicándose, en primer lugar, en el

,i,•
122 BEATIUZ SARLO ·

más académico de los espacios y el m:ts pesadamente esco­

lar de los géneros: la tesis de c�octorado, que ordena la ex­

clusión del yo sin excepciones.

Lo que Calveiro hace con su experiencia es original res­

pecto del espacio testimonial. Afirma que la víctima piensa,

incluso cuando está al borde de la locura. Afirma que la víc­

tima deja de ser víctima porque piensa. Renuncia a la dimen­

sión autobiográfica porque quiere escribir y entender en tér­


minos más amplios que los de la experiencia padecida.

Primo Levi escribió extensamente sobre cómo las con­

diciones del Lager afectaban a los "musulmanes", a aque­

llos prisioneros que ya no pertenecían al mundo � L()�yi::


vos porque habían abandonado toda pulsión de existencia

incluso en sus niveles físicos más elementales. Señaló que

la verdad del Lager estaba en esos hombres nu vivos, más

que en las categorías de prisioneros en las que él mismo

se inscribía. Señaló también que, sobre la verdad final del

Lager, sólo los muertos, es decir aquellos cuyo testimonio

no podrá escucharse nunca, tendrían una palabra. Sus es­

critos ocupan ese vacío que deja la experiencia intransmi­



'1
sible, irrecuperable, de la víctim a típica. También aquí hay

una reticenci a : Levi se ve obli g a do a hablar en lugar ck


1 quienes no hablan. Calveiro, roc!eada de quienes sobrevi­
¡
¡;
\ vieron para hablar y responder así ind i re c t am en t e a b
i'
ljl idea de Levi, Loma otro camino igualmente complejo: no.

¡1:
¡r
hablar en nombre propio. En esta c es i ó n de la p ri m e ra

persona, c�dvciro sacr ilica no simplemente, como pudría


EXl'ERIEN<:tA Y ARGUMENTACIÓN 123

pensarse, la riqueza dctalla:la y concreta de la experien­

cia, sino su autoridad imperativa, su carácter, finalmente,

intr·atable.
5. Posmemoria, reconstrucciones

James Young, en el comienzo de At Memory's Edge,l se pre­

gunta cómo "recordar" aquellos hechos que no se han ex­

perimentado directamente, cómo "recordar" lo que no se

ha vivido. Las comillas, que encierran la palabra recordar,

indican un uso figurado: lo que se "recuerda" es lo vivido,

antes, por otros. "Recordar" se diferencia de rewrdar por lo

que Young denomina el carácter vicario del "recuerdo".

La doble valencia de "recordar" habilita el deslizamiento

entre recordar lo vivido y "recordar" narraciones o imáge­

nes ajenas y más remot<ts en el tiempo. Es imposible (salvo

en un proceso de identificación subjetiva desacostumbrado

y que nadie juzgaría normal) recordar en términos de expe­


riencia hechos que no fueron experimentados por el sujeto.

Esos hechos sólo se "recuerdan" porque forman parte de

un canon de memoria escolar, institucional, política e in­

cluso familiar (el recuerdo en abismo: "recuerdo c¡ue mi

padre recordaba", "recuerdo que en la escuela enseraban",

"recuerdo que aquel monumento recordab<t").

1 Jam<." Young, Al Memory 's l:'dgt; iljter-luwgn oj tlu 1/olocau.· t iu Cli/1-


lemporary ilrl and Anhituture, cit.

l'í
126 BE.AriUZ SAIU.O

Alertado in.tennitentemente por el marco que enmarca

lo recordado, Young seiiala el carácter "vicario" de esta me­

moria. Mariat�ne Hirsch llama "posmemoria" a ese tipo de

"recuerdo", dando por inaugurada una categoría cuya ne­

cesidad debe probarse.2 A Hirsch le interesa subrayar la es-

. pecificidad de la "posmemoria" no para referirse a la me­

moria pública, esa forma de la historia transformada en

relato o en monumento, que no designamos simplemente

con la palabra historia porque queremos subrayar su di­

mensión afectiva y moral, en suma: identitaria. Le da al ver­

bo "recordar" usos diferentes de los que recibiría en el caso

de la memoria pública; no se trata de recordar como la ac­

tividad que prolonga a la Nación o a una cultura específica

del pasado en el presente a través de sus textos, sus mitos,

sus héroes fundadores y sus monumentos; tampoco es el re­

cuerdo conmemorativo y cívico de los "lugares de memo­

ria". Se trata de una dimensión más específica en términos

de tiempo; más íntima y subjetiva en términos de textura .

. Como posmemoria se desig naría la memoria de la genera­

ción siguie nte a la que padeció o protagonizó los aconteci­

mientos (es decir: la posmemoria sería la "memoria" de los

hijos sobre la mnnuria de sus padre s ) . La idea ha recorrido

b�1sUntc camino en los estudios sobre el pasado siglo XX.

AC:t me propo11¡40 examinarla.

� tvbri;lllnc llilsch, Family Franus; /'hotu¡;mJ,hy, Narmtive alllll'oslm•··

1/WI)', Cambridge ( tvbss.) y l.on<h es, 1 brvard U niversity l'rcss, 1 !1'17.


POSMEMOIUA, RECONSTRUCCIONES 127

Hirsch y Young señalan que el rasgo diferencial de la pos­

memoria es el carácter ineludiblemente mediado de los "re­


; '

cuerdos". Sin embargo, los hechos del pasado, que las ope­

raciones de una memoria directa de la experiencia pueden


.
reconstruir, son muy pocos y están unidos a las vidas de los

sujetos y de su entorno inmediato. Del resto de los hechos

contemporáneos a los sujetos, éstos se enteran por el discur­

so de terceros; ese discurso, a su vez, puede estar sostenido

en la experiencia o resultar de una construcción tan basada

en fuentes, aunque sean fuentes más próximas en el tiem­

po, como el clásico de Fustcl de Coulanges sobre los ro­

manos o del de Burkchardt sobre el Renacimiento. En las

sociedades modernas estas fuentes son crecientemente me­

diáticas, desligadas de la escucha directa de una historia con­

tada en vivo por su protagonista o por alguien que ha escu­

c h ado a su protagonista. La oralidad inmediata (las historias

del narrador que Benjamín piensa que han dejado de exis­

tir) es prácticamente inhallable excepto sobre los hechos de

la más e st ric ta cotidianidad. El resto son historias recursivas:

hiswrias de historias recogidas en los medios o distribuidas

por las instiwciones. Por eso la mediación de fotugrafías, en

llirsch, o el registro de todo tipo d e discursos a partir de los

que se con:aruye la memoria, en Young·, no seii;.;Jan llll ras­

go cspeóíico c¡ue m ue st re la necesidad de u na nución Cl)lllO

poslllemori<t, h asta ahora inexistenle.

Si lo <1ue se <¡ui<�re decir es que los protagonistas, l<ts víc­

timas de los hechos o simplemente su s con te m¡ .or:meos es-


128 BEATRIZ SARLO

trictos tienen de ellos una experiencia directa (todo lo di­

recto que pueda ser una experiencia), bastaría con deno­

minar memoria a la captura en relato o en argumento de

esos hechos del pasado que no exceden la duración de una

vida. Éste es el sentido restringido de memoria. Por exten­

sión, esa memoria puede convertirse en un discurso produ­

cido en segundo grado, co? fuentes secundarias que no

provienen de la experiencia de quien ejerce esa memoria,

pero sí de la escucha de la voz (o la visión de las imágenes)

de quienes están implicados en ella. Esa es memoria de segun­

da generación, recuerdo público o familiar de hechos auspi­

ciosos o trágicos. El prefüo "post" indicaría lo habitual: es

lo que viene después de la memoria de quienes vivieron los

hechos y, al establecer con ella esa relación de posteriori­

dad, también tiene conflictos y contradicciones característi­


_
cos del examen ·intelectual de un discurso sobre el pasado y

de sus efectos sobre la sensibilidad.

Se dice como novedad algo que pertenece al orden de

lo evidente: si el pasado no fue vivido, su relato no puede si­

no provenir de lo conocido a través de mediaciones; e, in­

cluso, si fue vivido, las mediaciones forman parte de ese

relato. Obviamente, cuanto más peso tengan en la construc­

ción de lo público los medios de comunicación, más influi­

rán sobre estas construcciones del pasado: los "hechos me­

diáticos" no son la última novedad, como parecen creer

algunos especialistas en comunicación, sino la forma con

que se conocieron, para mencionar ejemplos que tienen


l'OSMEM<>RIA, RE<:ONSTRUCCIC>NES 129

casi un s i g l o, la revolución rusa y la primera guerra mun­

dial. Diarios, televisión, video, fotografía son medios de un

pasado tan fuerte y persuasivo como el recuerdo de la ex­

periencia vivida, y muchas veces se confunden con ella.

Young se extiende en los problemas que plantearía el

carácter vicario del recuerdo de un pasado que no se ha vi­

vido, como si fuera un rasgo inédito que por primera vez

caracterizara los hechos de una historia reciente. Sin em­

bargo, es obvio que toda reconstrucción del pasado es vica­

ria e hipermediada, excepto la experiencia que ha tocado

el cuerpo y la sensibilidad de un sujeto.

La palabra "posmemoria", empleada por Hirsch y Young,

en el caso de las víctimas del Holocausto (o de la dictadura

argentina, ya que se la ha extendido a estos hechos), descri­

be el caso de los hijos que rccm;struyen las experiencias de

sus padres, sostenidos p0r la memoria de éstos pero no só­

lo por e lla . La posmemoria, qt1e tiene a la memori;t en su

centro, sería la reconstrucción memorialística de la memo­

ria de hechos recientes que no fueron vividos por el sujeto

que los re c on struye y, por eso, Young la califica como "vica­

ria". Pero, incluso si se reconoce la necesidad de la noción

de p usmeHtoria para describir la forma en que un pasado

Il<' v i vi do pero muy próximo llega al presente, h ay que ad­

miLir tambi(·n que toda exjmú11cia del¡wsado es ·L'iwr·a, por­


que i . n! ) l ic a sujetos que buscan entender algo c o loc:- n dose ,

por b i111aginación o el cunociuliento, en el lugar de quiv

ncs lo experimentaron rcalmune. Toda narración dd pase.-


130 BEATRIZ SARLO

do es una re-presentación, algo dicho en lugar de un hecho.


Lo vicario no es específico de la posmemoria.
Tampoco la mediación (o "hipermediación", como es­
cribe Young para fonalecer por hipérbole su argumento)
es una cu�lidad específica. En una cultura caracterizada por
la comunicación masiva a distancia, los discursos de los me­
dios operan siempre y son ineliminables. Sólo la extrema
deprivación, el aislamiento completo o la locura se sustrae
a ellos. Por otra parte, la construcción de un pasado a tra­
vés de relatos y representaciones que le fueron contempo­
ráneos es una modalidad de la historia, no una estrategia
original de la memoria. El historiador recorre los diarios,
tanto como el hijo de un secuestrado por la dictadura mira
fotograflas. Lo que los distingue no es el car:tcter "post" de
la actividad que realiz;m, sino la implicación subjetiva en
los hechos representados.
Es la intensidad de la dimensión subjetiva la que dife­
rencia la búsqueda de los restos de un padre o una madre
desaparecidos por sus hijos, de la práctica de un e quipo de
arqueólogos forenses en dirección al esclarecimiento y la
justicia en táminos generales. Si a la historia que constru­

ye ese hijo sobre la desaparición dd padre q u iere d:trsek


el nombre de posmemoria, i·ste S'.TÍ;: aceptable solamente

por dos rasgos: la implicación del sl� j do en su dimensióu

psicológica más personal y el ctrácter no "profesional'' de

su actividad. ¿Qué, que no prov��nga d e l orden de b expe­


riencia sul�jetiva y de la tonuaciótt disciplina r , lu difercu-
1'< >SMEMORIA, RE< :ONSTRUCCIONES 13.

cia del historiador o del fiscal? Sólo la memoria del padre;

si el discurso que provoca en el hijo quiere ser llamado

posmemoria, lo será por la trama biográfica y moral de la

trasmisión, por la dimensión subjetiva y moral. No es en

principio necesariamente ni más ni menos fi·agmentaria,

ni más ni menos vicaria, ni más ni menos mediada que la

reconstrucción realizada por un tercero; pero se diferen­

cia de ella porque está atravesada por el interés subjetivo

vivido en términos personales.

¿Qué hace Art Spiegelman sino poner en la escena de

un cómic los avatares específicos de la construcción de una

"historia oral" en la que su subjetividad está implicada, ya

que se trata de su propia familia, pero donde aparecen ade­

más muchos de los problemas del historiador?3 ¿Y la chica

arqueóloga, que llega desde Francia a descubrir las condi­

ciones de la muerte de su padre, cuando describe los pasos

de su investigación no está de alguna manera reduplicando

los métodos de la tesis que ha venido a realizar sobre la lla-

:1 Art Spiegelman, Maun, vols. l y �. Nueva York, Panthcon Hooks,


1 YHti. 1 i\lrw.ü, Buenos Aires, Emccé, 1999.] A propósito d · Mau��, An· .

drcas llurssn; scii a la que su mczcb de la estética dd clll n ic con t:lcmen·


tos <ptc provienen de b tr;td iciún mtdernista. en una pab >ra, b ·'com­
plt:jicLul de su narración no es se"' un pnKe<limicnto c·sr ··tico . . sino

que pr OI'Í<'!lt' dd deseo de la scgt1.11b generación de Clllath er el p.ts;tc�o


d,· Slls padn·s, dd que fo¡u;an y.t JMI'le, lo quieran o no: e· t'll p!·•y•·cto
'¡,. ;l( en 'IIIIÍ<'IIlo lllim{·tico al traUPta lusi•.>I ico y r"'I soH;tl <¡ 11· a1111d;t va­
••os 111\'l'ics de tict n po ". (l'rf.\1111 /'111/s; Ur/)(111 l'alimf'"'''' ww tlu· l'u!itin cf

Mmtury. Stanford, Stanlórd U nivt· �>ity Press , �uo:;, p. 1 �7 .)


132 BEATRIZ SAIU.O

nura pampeana?-t Si esta impli<:ación fuerte de la sul�jetivi­

dad parece sulicientc para denominar a un discurso "pos­

memoria", lo será no por el carácter !acunar de los resulta­

dos, ni por su carácter vicario. Simplemente se habrá

ekgido llamar posme moria al discm·so donde queda impli­

cada la subjetividad de quien escucha el testimonio de su

padre de su madre, o sobre ellos .


,

El gesto te órico parec e entonces más amplio que necesa­

rio. No tengo nada en contra de los neologismos creados

por acoplamiento del p refúo "post"; pregunto únicamente

si ellos cubren una necesidad conceptual o siguen un im­

pulso de intlación teórica. La literatura autobiográiica des­

de el siglo 'XIX abunda en memorias de la memoria fami­

liar. Sarmiento, en Recuerdos de provincia, comienza por la

historia de su tunilia y la reconstruye (bien arbitrari�mwn"

te, debe admitirse) de fuentes familiares y unos pocos do­

cumentqs. Hoy esos capítulos ·de su libro recibirían el nom­

bre de posmemo ri a, que suena completamente innecesario

para comp render la relación compleja y conflictiva de Sar­

miento con su padre, la e stetic idad y vibración moral del

retrato de su m adre y las operaciones de invenciún-n:crca­


.

ción de una familia que, por sus blasones, le permite soste­

nerse comü hijo de un lin�ue y no solamente de sus obras.

Victoria Ocampo comienza su autobiogralía con su abuelo,

1 Marí�t Laur<t y Silvina en: .Juan t:dman, 1\Ltr;t La Mad1 id, Ni el Jlam
Jwn/útt tlr tlw.1; ltijo.1 de dnaJHunido�. Buenos Aires, Pbnc:ta, 1 '1�17.
I'!)SMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 133

que era amigo de Sarmiento; para entender ese comienzo

es completamente in útil el COIH..cpto de "posmemoria" que,

en teoría, de b e r ía aplicársde .

.El hecho de que estas memorias familiares de Sarmiento

o de O campo no fueran traumáticas ¿es lo que las separa de

l os relatos de la posmemoria? Si así fuera, se trataría enton­

ces de una noción que sólo habilita para referirse a hechos

terribles del pasado (lo cual implicaría definirla por sus con­

tenidos ) Tiendo a creer, más bien, que la teoría de la pos­


.

memoria no tuvo en cuenta estos avatares clásicos de la

autobiografía, sobre los que se han escrito bibliotecas desde

que el tema fue inaugurado por Gusdorf y Starobinski y

puesto en la moda crítica por Lejeune, sino que se armó en

el marco de los estudios culturales, específicamente aque­

llos <tue conciernen al Holocausto. La noción fue pensada

en ese e s p ac io disciplinario, y sólo allí podi"Ían afirmarse sus

pr eten s ion es de especificidad, tanto en la cualidad del he­

cho rememorado como en el estilo con-memorativo de las

actividades que mantienen su recuerdo.

Sin embargo, los esLUdios de m emor ia (desarrollados in­

dustrialmeute sobre todos los temas y las iden tidades en los

últimos aúos) citan la noción de posmemoria


" " (sobre LOdo

t;tl como b p rese nta Hirsch) como si poseyera algL:na espe­

(·iJici<Ltd h e u rístic a más alb de que se t•·atc del r·�gistro, en

tC:·nHiuos memor ialíslicos, d� las experieHcias y la vida de

ot1 os que deben pertenecer a la generación inmt ·di�Hamen­

te �ullcrior y estar relacionados con el posmemo:·ista por el


134 BEATRIZ SARLO

parentesco mús estrecho. Se ha convertido en una novedad


.

teórica sintonizada con otro auge disciplinario: el de los es-

tudios sobre sul�jetividad y las "nuevas" dimensiones biogr<i­

ficas, desplazamiemo que realiza el mismo libro de Hirsch,

donde hay capíntlos en los que asistimos al análisis sesudo

de unas fotos de ella y su madre, tomadas poco antes por

un fotógrafo periodíslico que, en opinión de Hirsch, no su­

po captar el car{tcter de la relación que la une con su pro­

genitora; y también la explicación de cómo construyó

Hirsch el álbum de fotos familiares que regaló a sus padres

para un aniversario importante (para la familia Hirsch, por

supuesto). La inflación teorica de la posmemoria se redu­

plica así en un almacén rl� banalidades personales legiti­

madas por los nuevos derechos de la su�jetividad que se

despliegan no sólo en el espacio tr{tgico de los hijos del

Holocausto, sino en el más amable de inmigrantes cen­

troeuropeos a los que les ha ido bien en América dd Norte

y pueden encOI.trar pocos traumas en su pasado que no se

refieran a cómo integrarse en las nuevas costumbres y mo­

das (por lo menos esa es la versión de Hirsch, que pasa por

el exacto centro de lo que sucedió con su propia familia).

Sin embargo, una obser vación de Hirsch, hacia el iinal

de su libro/' presenta una rdaciún menos narcisista con las

categorías. A1inna que en e l caso de los judíos laicos y urba­

nizados, la identidad jud ía se construye como consecueJKi<t

'' lli1 >Ch, cit., p. � 1·1.


l'OSMEI\IOIUA, REC<>NSTRUCCIONES 135

de la Shoah. En esta dimensión idcntitaria, la posmemoria

cumple las mismas func iones clásicas de la memoria: fun­

dar un presente en relación con un pasado . La relación con

ese pasado no es directamente personal, en términos de fa­

milia y pertenencia , sino a través de lo público y de la me­

moria colectiva producida institucionalmente. En esta di­

mensión se mueven los ensayos de Young, que discute sólo

la posmemoria del Holocausto y las estrategias de monu­

m entaliz ac ión (refutadas por las simétricas estrategias de

los contramonumentos).

La cuestión es si la cualidad "post" diferencia la memoria

de otras reconstrucciones. Como se vio, los teóricos de la

posme m oria argumentan de dos modos ofreciendo dos raza­

Hes para la especificidad de la noción. La primera es que se

tra t a de una memoria vicaria y mediada (éste es el centro del

argumento de Young, que tiende a considerar un rasgo es­

pecífico lo que es propio del discurso sobre el pasado) ; la

seg un d a es que se trata de una memoria donde están im­

plicados dos niveles de sul�jctividad (éste es el .centro del

argumento de Hirsch, que tiende a acentuar la dimensión

biogr{tfica con valor idcntitario de las operaciones de pos­

mcnwria). Ambos coinciden en la frag m enta riedad de h.t

posnwmoria y consideran que es un rasgo diferencial, como

si todo discurso sobre d pasado no se ddi11iera también por

su radical incapacidad para reconstruir un todo.

Abandonado el ideal de una historia que alcalice la tota­

liz aciú n a travé� de cierto� pri n c ipios gen era les que le da-
U6 BEATRIZ SARLO

rían unidad, toda historia es fragmentaria. Si lo que se quie·

re afi r ma r es que las historias vinculadas con el Holocausto


lo son más todavía, habría que buscar las razones para ad­

�nitir que su memoria es más lacunar que otras memorias.

Primo Levi avanza por este camino, porque cree que la ver·

dad dd Lagt7' está en los muertos que jamás podrán volver


1

para enunciarla. Pero, fuera de esta convicción de Levi, se-

ria n e ce sar i o demostrar la incompletitud de la memoria so­

bn: el Holocausto, un acontecimiento masivamente rodea-

4o de ipterpx:etación: la palabra misma con que se lo


designa es una interpretación con sentido trascendente e
infle xión religiosa. En realidad, el Holocausto no parece

hoy lacuuar, exc epto que se piense que su fragmentariedad


proviene de c1uc no se ha logrado reconstruir cada uno de

los hechos (pretensión más bien primitiva en términos de

méwdo , aunque represente un valor moral en términos

de que CtJ.dt4 utw de hts víctim�ts licne derecho a la recons­

trucción de su historia, que, en términos per sonales , es ob­

VÍ<HllCHte única). O también que el centro de l a máquina


de muerte, l�ts cámaras de gas y los crem·uorios sólo puede

ser rcc:onstruido arqueológicamente.

l.<l fragmentariedad de tod4 memoria es evidente. O se

'lllkrc decir •tlgo más, o s i mpl eme n te se está adosando a la

postll�lllOria a<¡udlo que se acepta muy universalmente des­


de t:iulomt·nto en que e nt raron en crisis las grande s síutec

sís y l;ts g-r�tndes totalizacioucs: tu do es fragmentariu desde

l lH: cliados del siglo XX.


POSMEMORJA, RECONSTIWCCIONES 137

La fragmentariedad proviene, en opinión de Young,6 del


vacío entre el recuerdo y lo que se recuerda. La teoría del

vacuum pasa por alto que ese vacío marca siempre cualquier

experiencia de rememoración, incluso la más banal. Young

se desliza dcinasi�do fácilmente entre el vacío dejado por

el Holocausto, el vacío de judíos en Alemania y el vado que

está en el centro de la experiencia del recuerdo. Se arma

así una especie de cadena metonímica de un vacío a otro,

embellecida por todos los prestigios teóricos, a la que po­

drían agregarse el vacío constitutivo del sujeto, el vacío de

donde surge el enunciado, el vacío respecto del cual se re­

corta dificultosamente el recuerdo, etc., etc. Como es im­

posible contradecir la idea de vacío dejada por el Holocaus­

to, esa evidencia se t raslada, sin mayor examen, a otros

"vacíos". Filosóficamente a la rnode, esta cadena es más su­

gestiva que sólida.

El "vacío" entre el recuerdo y lo que se recuerda está

ocupado por las operaciones lingüísticas, discursivas, subje­

tivas y sociales del relato de la memoria: las tipologías y mo­

delos narrativos de la experiencia,. los principios morales,

religiosos, que limitan el campo de lo recordable, d trauma

que obstaculiza la emcrgen.::ia del recuerdo, los juicio:> ya

realizados que inciden como guías de evaluación. �:ís <{l.\e


de un vacío se Lrata de un sistema de desfas<ües y puenles

teóricos, metodológicos e ideológicos. Si alguien quiere lla-

ti Young, cit., p. titi.


138 BEATRIZ SARLO

mar a ese .sistema un "vacío", tiene derecho a hacerlo en la

medida en que.� defina otro espacio (entre el hecho y su me­


moria) donde tenga lugar la puesta en discurso y operen

las condiciones de posibilidad. Es un vacío lleno de retórica

y de evaluación.

La fi·agmentaricdad del discurso de memoria, más que

una cualidad a sostener como destino de toda obra de re­

memoración, es un reconocimiento preciso de que la reme­

moración opera sobre algo que no está presente, para pro­

ducirlo como presencia discursiva con instrumentos que no

son específicos al trab<yo de memoria sino a muchos traba­

jos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral

y la que se apoya en registros fotográficos y cinematográfi­

cos. La fragmentariedad no es una cualidad especial de ese

discurso que se vincularía con su "vacío" constitutivo, sino

un rasgo del relato, por una parte, y del carácter inevitable­

mente !acunar de sus fuentes, por la otra. Sólo en la teoría

de lo irrepresentable del Holocausto podría sostenerse la

prevalencia del vacío sobre la palabra. Pero, en ese caso, no

se trataría de relatos !acunares sino imposibles. En otros ca­

sos de discursos sobre muerte y represión, esa teoría no po­

drí<l extender sencillamente su do m inio y debería demos­

tr<tr qw· esa ex tensi{J l l es descriptivamente adecuada.

Sin embarp:o, como lo pr ueba uu análisis brillante de

Cl·urgcs Didi-lluherman, lo inepresentable dd H olocaus­

to t'Sl<Í en la ausencia de aquellos documentos que fuer(lu

sist,:nüticalllt'llte destruidos. No hay im:tgenes de un ere-


I'OSMEMORJA, RECONSTRUCCIONES 139

matorio en funcionamiento, excepto esas cuatro fotogra�

fías tomadas por un prisionero que analiza Didi-Huberman;

"Costara lo que costara era necesario dar una forma a aque�

llo inimaginable".? Lo que sabemos del Lager es fragmenta­

rio en primer lugar porque hubo una decisión política y un

espacio concentracionario que se propusieron liquidar t�

da posibilidad de comunicación hacia el exterior y, como

consecuencia, de representación posterior. Los muertos,

como lo indica Primo Levi, aquellos sobre los que se cum­

plió por completo el destino concentracionario, son irre­

presentables porque la experiencia en la que culmina el La­

ger, la cámara de gas, es la experiencia de la que no es

posible reconstruir nada. Sólo los salvados, dice Levi, están

en condiciones de dar testimonio, pero ese testimonio, a la

vez que obligado y coercitivo (ejerce su fuerza potencial so­

bre los salvados), es incompleto, porque no ha tocado el

núcleo asesino de la verdad concentracionaria. Sin embar­

go, Didi-Huberman dedica su análisis a esas cuatro imáge­

nes del crematorio para mostrar, por una parte, que al­

guien, un prisionero que arriesgaba todo, las hizo posibles;

y, por la otra, que esas imágenes, borrosas, imperfectas, son

una base para imaginar el Ll<ger, no un ícono ktiche qw

cerraría sus sentidos tratando de representarbs.

Fuera del Lager, frente a producciones di .cursivas o e�

7 Georges Oidi-Huhennan, luwg••s malg-ri luul, P;;rí., Ediuons de M:


nuit, �003, p. �l. [luuígl'lws jMse a lodo, Harcelona, Paid<. , :!001.J
138 BEATRIZ SARLO

mar a ese .sistema u n "vacío", liene derecho a hacerlo en la

medida en que defina otro espacio ( emre el hecho y su me­

moria) donde tenga lugar la puesta en discurso y operen

las condiciones de posibilidad. Es un vacío lleno de retórica

y de evaluación.

La fragmentariedad del discurso de memoria, más que

una CU<tlidad a sostener como destino de toda obra de re­

memoración, es un reconocimiento preciso de que la reme­

moración opera sobre algo que no está presente, para pro­

ducirlo como presencia discursiva con instrumentos que no

son específicos al trab<�o de memoria sino a muchos traba­

jos de reconstrucción del pasado: en especial, la historia oral

y la que se <tpoya en registros fotográficos y cinematográfi­

cos. La fragmentariedad no es una cualidad especial de ese

discurso que se vincularía con su "vacío" constitutivo, sino

un rasgo de l relato, por una parte, y del carácter inevit able­

mente !acunar de sus fuentes, por la otra. Sólo en la teoría

de lo irrepresentable del Holocausto podría sostenerse la

prevalencia del vacío sobre la palabra. Pero, en ese caso, no

se tr<ttaría de relatos lacunares sino imposibles. En otros ca­

sos de discursos sobre muene y represión, esa teoría no po­

dría extcnder se n c il l a m e nt e su do m inio y d e bería demos­

tr¡tr c¡w· esa extensiún es descriptivamente adecuada.

Sin embarp:o, como lo prueba uu a n álisis brillante de

Cl'orges Didi-lluherman, lo irrepresent able dd Holocaus­

to esl<Í en la ausencia de aque l l os documentos que fuen111

�ist�:m<íticanH'Ille destruidos. No hay i m[tgenes de un ere-


POSMEMORJA, RECONSTRUCCIONES 139

matorío en funcionamiento, excepto esas cuatro fotogra­

fías tomadas por un prisionero que analiza Dídí-Huberman;

"Costara lo que costara era necesario dar una forma a aque­

llo inimaginable".? Lo que sabemos del Lager es fragmenta­

río en pdmer lugar porque hubo una decisión política y un

espacio concentracionario que se propusieron liquidar to­

da posibilidad de comunicación hacia el exterior y, como

consecuencia, de representación posterior. Los muertos,

como lo indica Primo Levi, aquellos sobre los que se cum­

plió por completo el destino concentracionario, son irre­

presentables porque la experiencia en la que culmina el La­

ger, la cámara de gas, es la experiencia de la que no es

posible reconstruir nada. Sólo los salvados, dice Levi, están

en condiciones de dar testimonio, pero ese testimonio, a la

vez que obligado y coercitivo (ejerce su fuerza potencial so­

bre los salvados), es incompleto, porque no ha tocado el

núcleo asesino de la verdad concentracionaria. Sin embar­

go, Didi-Huberman dedica su análisis a esas cuatro imáge­

nes del crematorio para mostrar, por una parte, que al­

guien, un prisionero que arriesgaba todo, las hizo posibles;

y, por la otra, que esas imágenes, borrosas, imperfectas, SOll

un a base para imaginar el Lü�er, no un ícono fetiche f!Ut

cenaría sus sentidos tratando de representarl�)S.

Fuera del La�er, frent e a producciones di c u rsi v as. o e�·

7 Ccorgcs Didi-Hubcrman, lm!tfii'I mul¿,'1i loul, P:.rí.' E<lillolls de M:

nuit, �011:1, p. �l. [Imágtnt:.! jJ.:Ie ll todo, Uarcclona, Paifl<', , :!004.¡


140 BEATRIZ SARLO

téticas ('Ontcmporáneas, lejos del impacto que provocó el

didum de Adorno, respondido, casi de inmediato, por la

poesía de Paul Celan, la teoría del vacío represcntacional

y de la cualidad }acunar de la reconstrucción memorialís­

tica hace sistema con otro sentido común contemporáneo

que sostiene que, cuanto más importantes son las pregun7

tas, menos se puede pretender responderlas. No se des­

carta simplemente la respuesta que impone una versión

en exclusión de otras, sino que es necesario precaverse de

cualquier respuesta que produciría una clausura indesea­

ble. Cuando analiza el proyecto del museo judío de Berlín

de Daniel Libeskind, Young recurre a una fórmula con la

cual cree dejar establecidos los méritos del proyecto por­

que habría "respondido al problema dejándolo sin resolu­

ción ".ti La fórmula paradoja} no significa tanto como sus

prclt'nsioncs. Yoimg quiere decir que Libeskind no anuló

el problema, no lo volvió invisible a los visitantes del nuevo

edificio; que, al mismo tiempo que encontró una solución

proyectual y la comtruyó, conservó los datos que su propio

proyt�cto debía resolver. Pero, en lugar de presentar este ar­

gumento sencillo, al recurrir a la parad�ja, Young subraya

la aporía de los tralx�jos de menwria (y de sus monumentos

y 1 <Hllrau.ouumcutos). Subraya lo que denomina la "irreso­

lw·ii.JII perpetua'',�1 u na fórmula tan atractiva como nebulo­

sa. Si se quiere dedr c¡ue una c u c s ti ú u est:t literalmente

"Youug, lit., p. 170.


''lbid., p. 9:!.
POSMEMOIUA, RECONSTRUCCIONES 141

abierta a perpetuidad, esto es una verdad obvia, ya que será

retomada de modo inevitaule con nuevos instrumentos teó­

ricos y en nuevos contextos significativos. Pero si se quiere

decir que, por definición, un problema está en el presente

abierto a la irresolución, lo que se afirma es, mediante otro

léxico, una noción de vacuum. Young recurre a la teoría del

vacuum, de aquello que no existe sino en su ausencia, y se

obliga a seguir encadenado a ella sólo porque casi resulta

sacrílego afirmar que los trabajos de la memoria comparten,

con todo recuerdo del pasado, la incompletitud, incluso

cuando ya se han convertido en tópicos clásicos, y precisa­

mente se han convertido en tópicos (la Shoah, los desapa­

recidos) porque no han permanecido irresueltos.

Los ejemplos traídos del campo artístico que analiza

Young muestran, considerados en su conjunto, que la cues­

tión no ha permanecido irresuelta y que hay un canon esté­

tico firme (de instalaciones y contramonumentos) que ejer­

ce su poder simbólico en el presente, aunque su destino

futuro sea el de ser revocable. Es notable el contraste entre

el discurso de lo "abierto", Jo "fragmentario" y lo "irresuel­

to" con que Young acompai'ia un conjunto de obras contra­

monumentales de primera línea internacional, y transcribe

memori a s de J os artistas en l!l.s f]Ue las coincidetcias sobre

Jo que debe '1 •• ccrse como p0smeml)ria del Holo s


:au to son

verdaderamente asombn>Sí.lS. En sede artística, la pcsuJc,

moría tiene un decálogo in.eruacional unificad 1 y h:.:ne­

mcnte creador de consenso.


142 BEATRJZ SARI.O

También Hirsch insiste en el carácter inacabado y frag­

mentario que definiría, por su misma naturaleza, a las sub­

jetividades que recuerdan y a la memoria que producen.

Agujereados, más evidentes por sus vacíos que por sus ple­

nos, los discursos de la posmemoria renuncian a la totaliza­

ción no sólo porque ya ninguna totalización es posible sino

porque ellos están destinados esencialmente al fragmento.

Es dificil coincidir con una definición tan totalizante como

taxativa, ya que a todo discurso no autoritario se le atribuyen

estos rasgos después de la crisis y la crítica de las filosofías de


la historia y, en consecuencia, lo que se atribuye como par­

ticular de la posinemoria pertenece a un generalizado uni­

verso. Si hay diferencias, deben estar en otra parte.

Ejemplos y contraejemplos

Conviene evitar un discurso único sobre la memoria y la

"posmemoria". Caracterizado por lo lacunar, lo mediado,

lo resistente a la totalización y su misma imposibilidad, el

discurso único de la "posmemoria" encuentra siempre lo

que busca y, en consecuencia, resulta monótono en su des­

cuido program:ttico de las diferencias entre relatos.

Si se trata del modo en que los hijos procesan la historia

de sus padres allí donde hubo fracturas importantes, no sir­

ve identificar sólo una forma invariable. Las diferencias que

se pasan por alto provienen de orígenes sociales, contextos


POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 143

e imaginarios, incluso de modas teóricas difundidas como

tendencias culturales.

Una rápida observación del caso argentino posterior a

1955 indica que, lejos de apartarse de la totalización, lejos

de adoptar una perspectiva exploratoria e hipotética, le­

jos de resistirse a cerrar algunos sentidos del pasado, los jó­

venes radicalizados de la generación posterior a la caída del

primer gobierno de Perón, buscaron una historia que les

garantizara sentidos y siguiera una trayectoria definida por

una teleología que conducía de la caída a la redención re­

volucionaria, con un protagonista sólido al cual se le atribu­

yeron cualidades completamente estables. Armaron un dis­

curso que respondía a principios de época tanto en lo

poHtico como en las corrientes ideológicas que prevalecían

en el nacionalismo revoludon<trio y la izquierda.

No fue su condición de hijos, sino su condición de jóve­

nes intelectuales o militantes la que definió su relación con

el pasado en el que sus padres habían vivido. En lugar de

una memoria de sus padres, buscaron una memoria históri­

ca que atribuyeron al Pueblo o al Proletariado. El 17 de oc­

tubre de 1945, la jornada en que, según la tradición, se de­

finió el liderazgo de Perón y el protagonismo de las masas

populares, fue el hecho clave: traumático para quienes no

lograran entender su sentido. La desapari.::ión del t:adáver

ck Eva Perón configuró simbólicamente una reivindicación

del cuerpo que subyugó un vasto imaginario políuco. El

cuerpo robado se convi1·tió en consigna para jóvenes que


144 13EATRIZ SAIU.O

no habían llegado a conocer a Evita. La herida abierta en el

cuerpo político del peronismo debía repararse, incluso por

la venganza.

El discurso histórico con el que se identificaron quienes

llegaban a: la, política en el transcurso de los aiios ses�nta

no fue dubitativo ni lacunar; tuvo un centro bien estableci­

do y una dirección que marcaba origen y futuro. Los hijos

de quienes habían vivido su adultez b<Uo el peronismo bus­

caron mú interpretación fuerte que unificara los hechos,


en contra de la interpretación que proporcionaban sus pa­

dres, si habían sido opositores; o cambiando el sentido que

los había movido, si habían simpatizado con el peronismo.

Estos jóvenes, hijos de la' generación para la que el 17 de

octubre fue un trauma y una fecha fundadora, hablaron

abiertamente del pa:;ado de sus padres, y juzgaron que dlos

habían sido o participantes equivocados o espectadores que

no comprendían los sucesos. Fueron hijos que corrigieron


puliticamenle el modo en que sus padres vivieron el primer
gobierno peronista; los acusaron de no haberse volcado con

intensidad hacia lo público o de no haber captado la ver<la­

dera naturaleza del movimiento de masas.

En lugar de construir, como hijos, una personal versión

horadaoa y mediada del período inmediatamente anterior

que ellos no habían vivido, propusieron un relato compac­

to y global de esa historia contemporánea a la juventud o

madurez de sus padres, para que las equivocaciones, las en­

soiiaciones o las limitaciones ideológicas de las que ellos


l'()S�EMORIA, I{ECONSTRUCCIONES 145

fueron culpables no se repitieran en el futuro. No hay vacío

en estos discursos, no h�y fragmentariedad,IO Los hijos cri­

ticaron las opciones de su� padres y Sf refirieron a ese pasa­

do político para superarlo, no porque ellos se sintieran di­

rectame]1le. ;¡fcc;ta,c , os �iJ)O porque formaba parte de uqa

dimensión pública. La memoria debía funcionar como

"maestra de la política" para que no se repitieran las equi­

vocaciones d� 1� genc�ación anterior, que no fue capaz de

entender su propio presente.

La experiencia de los padres y la llamada "posmemoria"

de los hijos se enfrentaro


, n en un escenario de conflicto agu­

do. La "posmemoria" sería, en este caso, una corre�ción de­

cidida de la memoria, no una trabajosa reconstrucción tenta­

tiva, sino una certeza compacta, que necesitó de esa solidez

porque la hisLOria difundida entre los hijos debía ser un ins­

trumento ideológico y cultural de la política en los años. :)e­

senta y primera mitad de los setenta. La época pensaba de

ese modo y los jóvenes pensaban dentro de la época.

Treinta aiios más tarde, concluida la dictadura militar,

los hijos de estos jóvenes de los aiios sesenta, muchos de

ellos militantes desaparecidos y asesinados por el terroris-

lO Un rel�to histórico, que tuvo difusión masiva y fuerte poder de

construcción imaginaria y política, se <lpoyó en obras e intervenciones de

autores contemporáneos al p111ner pero11ismo como ¡: od 0 lfo Puiggró .,


Jo a ge Abclardo Ramos, Arturo Jaurctche y Juan José Hnnández Arregu;.

Véase, p�ra sus ante�.:edentcs conceptu<1les: Carlos Alumirano, /.a era .ie

las //taSas, ciL.; y Be�triz s�rJo, [.a batalla de las ideas, Lit.
146 BEATRIZ SARLO

mo de estado, toman, frenle al pasado de sus padres, posi­

ciones bien diferentes. Al hacerlo también se atienen a nor­

mas epocales, que valoran el despliegue de la subjetividad,

les reconocen plena legitimidad a las inflexiones persona­

les y ubican la memoria en relación con una identidad no

meramente pública.

Gobernado por este espíritu de época, un film de Alber­

tina Carri, Los rubios,ll reúne todos los temas atribuidos a la

posmemoria de una hija sobre sus padres asesinados. A pro­

pósito de este film, Martín Kohan escribió: "Los compañe­

ros de los padres [de la dir:ectora, Albertina Carri] entre­

gan una visión demasiado política de las cosas ('arman todo

políticamente'); el testimo'nio donde se admite que en

aquel tiempo lo político invadía todo sí tiene cabida, pero

se lo admite como quien admite la confesión de una culpa.

La sensación de una demasía política, que es claramente

un signo de estos tiempos, podría llevar a suponer que Los

rubios -a esta altura, vale insistir: la película que una hija de

dos militantes políticos desaparecidos hace a partir de lo

que ha pasado con sus padres- prefiere postergar la dimen­

sión más específicamente política de la historia, para recu-

11 Los rubios. Dirección: A!Lertina Carri; producción: Barry Ellswonh;

asistt:ntes de dirección: Samiago Ciralt y Marcclo Zanelli; fotogra!ía: Ca­

talina Fern;lndcz; cám;u·a: Carmen Torres; montaje: Alejandra Almirón;


música: Ryuichi Sakamoto, Charly García y Virus; souido: Jésica Suárcz;

discüo de producción: Paola Pelzmajcr; intérprete: Analía Couceyro.

Buenos Aires, :.wo:·t


l'OSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 147

perar y privilegiar una dimensión más ligada con lo huma­

no, con lo cotidiano, con lo más personal de la historia de

Roberto Carri y Ana María Caruso . Y aun así, no obstante,


. .

es notorio que, en Los rubios, los momentos en los que los

testimonios de los compañeros de militancia rozan o transi­

tan el registro de la 'semblanza humana', no resultan mu­

cho menos desconsiderados que el resto de lo que dicen".I2

Ciertamente, el film de Carri muestra poco interés por

lo que dicen de sus padres quienes los conocieron. Porque

esos contemporáneos de los padres todavía quieren gober­

nar las cosas desde su perspectiva política; porque no pue­

den sino hablar desde ese pasado; o porque ponen siempre

en comunicación la dimensión familiar privada con la mili­

tancia, para la directora-hija de desaparecidos, las cosas

pierden por completo interés. Distante de las ideas políti­

cas que llevaron a sus padres a la muerte, ella busca, en pri­

mer Jugar, reconstruirse a sí misma en ausencia del padre

(como lo aclara la película después de citar una frase de

Régine Robín). 'La indiferencia, incluso la hostilidad, fren­


.
te al mu n do de sus padres agudiza la distancia que el film
man ti e n e con lo que se dice de ellos y con los sobrevivien­
tes amigos que dan su testimonio. Carri no busc<J las "razo.­
nes" de sus padres, ni mucho menos la traducción de esa s

"razones" por los testigos a quienes recurre; busca a stts jJa-

l� J'vbnín Kohan, MLa apariencia celebrada", en Puuto dt· Viita, núme­

ro 7'13, aln il de 2004, p. 2B.


148 BEATRIZ SARLO

. ,
,.

dres en la abstracción de una vida colidiana irrecuperable, y

por eso no puede concentrarse en los molivos que los lleva-

¡¡ ron a la militancia polílica y a la muene. Como los tesligos

que encuentra son compañeros de militancia de los padres,

las preguntas que busca contestar quedan inevitablemente

sin respuesta, incluso cuando los testigos evocan escenas

domésticas y familiares. No podía pasar de otro modo, ya

que el film interroga a personas a las que considera unilate­

rales o equivocadas. El malentendido es comprensible.

Otros testimonios, como el de una mujer que se niega a

ser filmada y ha sido compañera de cautiverio de las padres

de la directora, dicen lo que ya es sabido: que en el Shera­

ton (el centro de detención donde estaban Roberto Carri y

su mujer, :además del dibujante Oesterheld) todos trabaja-

ban en un libro "por encargo", una historia ilu�trada del


;!
ejército; pero agrega un dato: que Ana María Caruso, la ma­

dre de Albertina Carri, cuidó de la hija recién nacida de

quien da testin1onio. La película no tiene nada que decir

sobre estas dos informaciones. Probablemente porque se

trata de la vida en el campo de concentración, y lo que a la

directora le interesa, a fin de cuentas, no es eso sino su in­

fancia en otro campo, el de sus tíos, donde vivió después de

la captura de sus padres.

A ese campo, el film lo llama "El campito" coa un cartel

que no se sabe si es irónico o indica un simple paralelismo.

En "El campilo" transcurre uua escena de comienzo y las


¡

1
del final. Allí no está presente el recuerdo de los padres, si-
POSMEMORJA, RECONSfiUJCCIONES 149

no el de la infancia de la directora, y en consecuencia, cuan­

do se filma ese campito, lo evocado es la infancia huérfana,

pero rodeada de una familia solícita que le otorga a la en­

tonces niña Albertina Carri "la felicidad de ser una malcria­

da". Como si hablara desde ese lugar infantil, en off se escu­


cha: "Me cuesta entender la elección de mi mamá. Por qué

no se fue del país. Por qué me dejó en el mundo de los vi­

vos". Esa voz en offresuena sobre la imagen de la actriz que


representa a la directora, en un gesto de grito desesperado.

La comprensión de los actos paternos, que "le cuesta" a la

actriz, tampoco la alcanza el film, ya que las razones de esos

dos militantes, si no se las busca en la política de una épo­

ca, serán definitivamente mudas.

También son anónimos los amigos militantes que ofre­

cen su testimonio en el film: caras y voces a los que el. es­

pectador no puede unir con un nombre propio. Sólo en le­

tras muy pequeñas, en los agradecimientos finales, esos

nombres aparecen escritos, separados de sus correspon­

dientes im[tgenes, que permanecen como imágenes de des­

conocidos aunque mantienen.con la directora y con su do­

ble una relación afectiva inocultable. En un film sobre la

identidad, donde la directora elige rep re sen tarse doble­

mente, por sí misma y a trav é s de una actriz que dice su

nom bre y dice que r e p rese n tar á a la directora, los testigos

permanecen en el anmtimato. Por lo que cuentan, nos en­

teramos de que fueron amigos, parientes o compaileros Je

los padres de la directora, pero en Los ruÚÍ·JS su anonim;tto


150 BEATRIZ SAIU.O

es un signo de· separación e, incluso, de hostilidad. La ope­

r ació n c\c do bl e afirmación de la identidad de A l b e ni na

Carri contrasta con el severo despojamiento del nombre de

. otros. Identidad por sustracción.

t:llilm comienza y ter mina en el campo. En la primera


escena, se oye una voz en off, la de la directora, que da indi­

cadoncs sobre cómo estribar para andar a caballo. En la úl­

tima imagen, se ve a la actriz, que recibía esas indicaciones

en la primera imagen, asistida todavía por la directora, pe­

ro ya convertida en jinete, como si hubiera tenido lugar un

aprcndi���e, no el que la película se propone, sino otro:

un aprendizaje de destrezas "normales", que reemplazaría

la fracasada exploración por la memoria.

Las pelucas c1ue usan la directora, la actriz que la repre­

senta y tres miembros del equipo de filmación son también

pa rt e de un dispositivo de desplazamiento de un lugar a

otro, ele una identidad ( pa te rml / mate rn a) no encontrada

a u n a identidad adoptada como personificación y disfraz.

Antes de este final con pelucas rubias, el film ha sostenido

su título en varios testimonios de vecino!' que afirman que

la famili<.� Car ri-Caruso y sus hijas eran todos rubios. Las

i m ;ígen es de la d irector a , morocha, y de la ac tr iz que la re­

presenta. tambit•n morocha, ponen de manifiesto que l os

vecin os o trad ucí a n la diferencia pe rci bid a entre ellos y l a

tunilia Carri en un�t di leren c ia tísica y de clase (ser rubio.

en tl Argentina uo es tan frecueu:e), o que los Carri, como

hacían muchos militantes, c a m b iaron el color de su pelo,


POSMEMORIA, RECONSTRUCCIONES 151

para disimular su apariencia. Como sea, toda la familia es

definida por los vecinos como "los rubios". Al ponerse pe­


lucas rubias, el equipo de filmadón se ubica en rl lug¡lr de
esa pasada identidad diferente. Y tienen razón en hacerlo

porque, cuando llegan al barrio popular con sus cámaras,

la actriz que representa a Carri dice: "Era muy evidente que

no éramos de ahí. Debía ser parecido a lo que pasó con mis

padres". Frente a los vecinos, la directora y el equipo de la:

película, por razones culturales, por su aparataje técnico de

cámaras, micrófonos y grabadoras de sonido, por sus ropas,

el modelo de sus anteojos y su corte de pelo, por el auto­

móvil en el que se desplazan, siguen siendo "rubios" o, co­

mo se frasea en el film, "blanco, rubio, extranjero".


Envueltos en esta diferencia han hecho la película, en la

que quizás haya un solo momento de equívoca identifica- .

ción de Albertina Carri con sus padres, cuando en offse es­

cucha un deseo suyo no cumplido: "Me gustaría filmar a mi

sobrino de seis aüos diciendo que cuando sepa quiénes ma­

taron a los papás de su mamá, va a ir a matarlos. Mi herma­

na no me deja ''.

Sin recuerdos

Sentirs� abandonado, en el caso de los hijos de d.�sapareci­

dos, es inevitable. La tragicidad de lo mcedido tocú allí don­


de no había sujetos en c ondiciones de responder ni de
152 HEATRIZ SARI.t)

ddcndnse, (1ue no habían elegido un destino que incluía la

muerte como posibilidad, que lisa y llanamente no estaban

cu condiciún de elegir. Treima arios después, esos hijos de


padr e s desap a recidos dan de ese suceso testimonios dife­
rentes. Un sueúo articula el ejercicio de "posmemoria" de

C�IITÍ con la búsqueda de una imagen paterna O matc'rna, y

concretamente de la historia no sólo pe rsonal sino política

de esos desaparecidos: "Tengo 18 ai)os, mi papá está desa­

parecido, era médico. Hace poco soné con él. Sorié que me

tiraban encima de él y yo le decía: ¡Ay, por favor, llevame

con vos adonde estés, no me importa, sea lo que sea, lleva­

me a la ESMA, no me importa, quiero morirme al lado tu­

yo! Y él me decía: 'No, no, andá au·ás de esa bandera' y yo

decía no, no, yo no quiero ir atrás de ninguna bandera, por­

que esto no. p��sa por lo político, quiero estar C(Jll vos y él

como t1ue me decía no, tenés que ir atrás de esa bandera y

yo decía no, quiero estar con vos, nada más". t:l

En ese relato de un sueúo, la política, como mandato

p;.aerno, se contrapone a la fuerza del deseo, igual que en

la irresoluble perplejidad de estas preguntas: "Durante mu­

chos aiios pensé que lucharon por un país mejor pero ama­

má no la tuve durante 6 ail os y a papá no lo tengo más.


' 1
¿Qué valía más la pena? ¿Luchar por un país mejor o for­
: f mar una familia? Todas ésas son contradicciones. No los
,,

¡
!
1.� Vinot·ia, argenmex, 20 ai'ios (La ltütmia es é.1la, documental d e .Jorge
lknti). Citado en Gcltnan y La Madrid, Ni eljúlco Jmdón de dio}, cil., p. 65.
POSMEMORIA, IU:CONSTRU<:CJONES 153

juzgo en su accionar; son cosas que a mí me quedan colga­

das. Tampoco ellos tienen o tenían Ja respuesta. No previe­

ron hasta dónde iban a llegar los militares. No podían sa­

ber".l4 A veces, en el lugar vacío de los desaparecidos, no

hay ni habrá nada, excepto el recuerdo de un sujeto que no


recuerda: "Es dificil darle forma a algo que una no conoce,

que una no sabe, que una no tiene la u..imba para decir aquí

están. No se le puede poner nombre a algo que no se cono­

ce, yo tenía dos años cuando desaparecieron, no me acuer­

do nada de ellos, me acuerdo de mí mirando por la venta­

na, esperando que vuelvan".l5

Pero muchos de los testimonios de hijos de desapareci­

dos recopilados por Juan Gelman y Mara La Madrid en El

flaco perdón de dios responden, en cambio, a una búsqueda

de verdad que no excluye la figura pública de los padres y

su compromiso político. El film de Carri es un ejemplo casi

demasiado pleno de la fuerte subjetividad de la posmemo­

ria; los testimonios de El flaco perdón de dios, así como la pe­

lícula de Carmen Guarini sobre HIJOS (la organización

que agrupa a quienes tienen padres desaparecidos), mues­

tran la otra cara de una reconstrucción del pasado. Mu< hos

testimonios de El flaco perdón de dios provienen de jóVl nes

que se sienten más próximos al compromi>o pulítico dt sus

paures o que hacen e-;fttt:rzos por entendt rln en el con ;en-

H Patricia, ibíd., p. 1::1?.


1> Olc!ia, ibíd., p. 49.
154 BEATRIZ SARLO

cimiento de que, si lo entienden, podrán captar algo de lo

que sus padres fueron. Ambos, los HIJOS y Albertina Carri

fueron víctimas de acontecimientos históricos semejantes:

la dictadura inaugurada en 1976 secuestró y asesinó a sus

padres. Ambos estarían en el lugar desde donde se constru-

ye una "posmemdria'', pero en la relación con'ella, sus ope�· ,,, ·

raciones son diferentes.

Muchos de estos hijos están solos en situación de recons-­

truir el pasado: YEllos (la familia) ni se enteraron de que me

reencuentro con ese chico cuyos padres habían desapareci­

do junto con los míos. Ellos no se hacen cargo de la historia,

no sé cuáles serán los motivos'\16 Otra historia: María Laura

fue engañada por su abuela, que la crió diciéndole que su

padre la había abandonado, que vivía en Brasil y ya no se

acordaba de ella. Después de varios años, María Laura y su

hermana menor Silvina se fueron a Francia, a vivir con su

madre, re�pecto de quien habían sentido una distancia sos-­

tenida ·en visitas a la cárcel, malentendidos, una especie de

repudio. Graduada universitaria en paleontología, años des­

pués María Laura regresó a la Argentina y buscó los restos

de su padre desaparecido, los encontró, los enterró en su

pueblo y reconstruyó, tanto como le fue posible, fragmentos

de una historia de militante. Puso ante su abuela las prue­

bas del ocultamiento en el que transcurrió su infancia.

María Laura y Silvina no supieron de su padre, ni vivie-

16 Darío, ibíd., p. 94.


POSMEMOIUA, RECONSTRUCCIONES 155

ron en un medio donde Lt política y líl militanci� f¡,1ercm,


consideradas un compromiso personal que merecía el res-­
peto de una rlecci(>n política y moral. Su colocación frente
al pasado es reconstructiva el} un sentido fuerte: recup�· .

rar aquello que el padre fue como persona, no simplemente .


aquello ,que fu� p:¡�q padre y �n rel�ci{>n JOn �us hij as.�7. 1 ,

Entender quiere decir, en este caso (:orno en otros, ponerse


en el lugar del ausente. El descubrimiento de los restos del

padre desaparecido podría convertirse, en el proyecto del


hijo, en la restauración de ese hombre a su lugar políticp.
El hijo llevaría al padre al lugar al que éste perteneció: "No .

sé cómo voy a reaecion�r si lo encuentro. Lo velaré en el


sindicato. Tenía pasión por el sindicato",lS Por supuesto, lo
que se recupe� es la muerte y lo que precedió a la muerte;.
no se recibe lo perdido, pe.ro pare�e po�iblcr llega� � ep.�en- ...

der la pérdida.
¿Por dónde pasa el mainstream de los hijos de desapareci­

dos: por Carri o por los chicos más rnodestqs de la película


de Guarini y la recopilación de Gelman y La Madrid, que
no tienen inconvenientes en identificarse con un grupo ver·

dadcramente existente, establecer lazos nacionales e inter­

nacionales, y comportarse, para deci.·lo así, como personas


cuyo sufrimiento les ha permitido creer que han logrado

17 Ni el flaco perdón ... , cit., pp. 19-32. Tai!lbién en el fihr. Hijos, de C:tr·
men Guarini.
lB Fernando, ibíd., p. 123.
156 UEATRIZ SARLO

entender a sus padres y l�s ideas que movieron su militan­

cia? El origen social de los desaparecidos puede ser parte

1i de una clave de estas diferenci.1s.

Por un lado, están los hijos de obreros (un treinta por

ciento de los desaparecidos lo fueron): "¿Qué pasó con esos

chicos que el padre era delegado de fábrica y que su mujer

no era la compañera sino la esposa? Es otra realidad social. ..

Esos chicos a lo mejor tienen otra visión que la nuestra so­

bre la desaparición. La nuestra es tal vez más intelectual".I9

En el otro extremo social y cultural están los hijos que cre­

cieron en familias que no repudiaban la militancia y conocie­

ron amigos y compañeros que podían hablar de ellos con

un afecto consolidado en la experiencia política común.

Carri es parte de una comunidad que reconoció a sus pa­

dres, por eso está en condiciones de tratar a sus represen­

tantes, Alcira Argumedo y Lila Pastoriza, con el desgaire un

poco distraído con el que. se escucha a dos tías cuyos cuen­

tos ya se han oído muchas veces. Esa desatención no es so­

cialmente verosímil, ni existe, en los chicos a quienes, du­

rante toda la infancia, les fue negada la historia de sus

padres, a los que los abuelos resentidos con las elecciones

de sus hijos o yernos les robaron hasta las fotografías.

Las historias detalladas de los desaparecidos circularon

por co munidades de amigos y fa m i lia re s, con frecuencia en

el exilio, en grupos intelectuales o ctpas medias, que no

IY Silvia. (Córdoba.), ibíd., p. 136.


POSMEMORlA, RECONSTRUCCIONES 157

existieron cuando las v. timas fueron miembros de los sec­

tores populares, cuyas familias, en muchos casos, se dedica­

ron a olvidar a los desaparecidos. Los hijos de estos militan­

tes están desesperados por la historia de sus padres, porque

allí la fractura no fue sólo la de la dictadura, sino la forma

en que esa fractura se agravó por el silencio. Basta recorrer

Jos testimonios publicados por Gelman y La Madrid para

que estas diferencias salten a los ojos.

No hay entonces una "posmemoria", sino formas de la

memoria que no pueden ser atribuidas directamente a una

división sencilla entre memoria de quienes vivieron Jos he­

chos y memoria de quienes son sus hijos. Por supuesto que

haber vivido un acontecimiento y reconstruirlo a través de

informaciones no es lo mismo. Pero todo pasado sería abor­

dable solamente por un ejercicio de posmemoria, salvo que

se reserve ese término exclusivamente para el relato '(sea

como sea) de la primera generación después de los hechos.

En el caso de Jos desaparecidos, la posmemoria es tanto

un efecto de discurso como una relación particular con los

materiales de la reconstrucción; con los mismos materiales

se hacen relatos deceptivos y horadados o reconstruccio­

r1es precarias que, sin embargo, !>Ostienen algunas certe:z.as

aunque, de modo inevitable, permanezcan los vacíos Je

a q ue l lo que no se sabe. Pero eso, lo que se desconoce, no

es un efecto de la memoria de segunda gene;·a�ión si11o

una consecuencia del modo en que la dictadura adminis-­

tró el asesinato.
6. Más allá de la ex1 eriencia

Los "hechos históricos" serían inobservables (invisibles) si

no estuvieran articulados en algún sistema previo que fija

su sentido no en el pasado sino en el presente. Sólo la cu­

riosidad del anticuario o la investigación académica más

obtusa y separada de la sociedad podrían, en hipótesis, sus­

pender la articulación valorativa con el presente. La curio­

sidad tiene una extensión limitada al grupo de coleccionis­

tas. Sobre la investigación, Raymond Aron, que difícilmente

podría ser confundido con un relativista, afirmaba que la

historia tiene valor universal, pero que esta universalidad es

hipotética y "depende de una elección de valores y de una

relación con los valores que no se imponen a todos los hom­

bres y que cambian de una época a otra".l La historia argu­

menta siempre.

Como se dijo al comienzo, el pasado es inevitable y asal­

ta más all:t de la voluntad y de la razón. Su fuerza no puede

suprimirse sino por la violeucia. la ig;.orancia o la destruc­

ció n simbólica y material. Por eso mismo, esa fue1za intrata­

Lle desafía el acuerdo institucional o académico, aun cuan-

t R�ymoml Aron, "lntroJucciéln" ( 1959) a Max Weber, 1:'1 polítiw y el

cimtíjiro, Madrid, Alianza, 19ti7, p. 49.

//'"o
)ti() Bf.ATRIZ SAIU.O

do ese acuerdo a veces haya im�gi�;,tdq una separación me­

todológica respecto del sistema de valores que definen el

horiwnte:; desde donde se reconstruye el pasado. Los rela­

tos de circulación extr<\acaqémica se escriben dandq por

supuesto el principio valorativo. Su lugar es la esfera públi-

• ca en �l s�n�idq tpás ¡u-ppJ\o, y aUí �pmpiten.

Los testimonios, las nafr;,tdones �n primera persona,

las reconstrucciones etnográficas de la vida cotidiana o la

pol,ítica t;Jfll}?ién responden '\las necesidades e inclinaciq�

nes de la esfera pública. Su función es ética, polític,:a, cul­

tural p ideológica. Cuando no se trata de autobiograflas

qe e$critore�, en e,l �estiinonio y 1� narración en primer�


persona toman la palabra sujetos hasta ese momento si­

lenciosos. También, en una coincidencia epocal significa­

ÜV<l, estos ��jetos


.
cu,entan, sus histqrias en los' medi9s de
;

C(Jmunicación.

Hace más de treinta años, una historia militante organi­

zaba sus protagonistas alrededor dt; un conjunto de oposi­

ciones simples: nación-imperio, pueblo-oligarquía, para

mencionar dos ejemplos clásicos. For:naban el pueblo los

explotados, los traicionados, los pobres, la gente sencilla,

los que no gobiernan, los que no son letrados. Hoy el elen­

co de protagonistas es nuevo o recibe otros nombres: los in­

visibles del pasado, las mujeres, los marginales, los sumergi­

dos, los subalternos; también los jóvenes, una fracción que

alcanzó su existencia más teaLral, estética y política, en el

Mayo francés, pero que antes les había dado estilo a los pri-
MÁS ALlÁ DE LA EXPERlENClA 161

meros años de la reVQlución fUb<wa, l1-1ego .�J <;::orqob�.o y


a casi todos los movimientos guerrilleros o terroristas de lo�
años sesenta y setentil. Los jóvenes como potencia sanadora

de la nación o de la clase, la juventud comq �tapa de healing.


tema que el arielismo de comienzos del siglo XX Y11 había

presentado 1!ll toda �érica Latina. Y, bajo las dictaduras,,


de promesa de renovación losjóv�n<!s Rasf\ron � �e�.'fic;ti­
mas (la mitad de los desaparecidos argentinos pertenece a

este grupo).

La enumeración coincide curiosamente con nuevos <;:aw­

pos de investigación, Contemporáneo a lo que se llamó en

los se�enta y ochenta el "giro lingüístico" de la historia, o

acompañándolo muchas veces corno su sombra, se produjo

el giro �u&jetivo: "Se trata, de algún modo, de una democra­


ti;zación de. Jps aqores �e la historia, que da la palabr� a lo�
excluidos, a los sin título, a los sin voz. En el contexto de los

años posteriores a 1968, se trató también de un acto políti­

co: Mayo del 68 fue una gigantesca toma de la palabra; lo

que vino después debía inscribir este fenómeno en las cien­

cias humanas, ciertamente, pero también en los medios -ra­

dio o televisión-- que comienzan a solicitar más y más al

hombre de la calle".2

Lo que analizó este libro puede explicarse en este giro

teórico e ideológico, aunque la explicación no agote d po·

tencial cultural de los relatos de memoria. Et:os se e.stabk

2 A. Wicviorka, L ere du témoin, cit., p. 128.


162 BEATRIZ SARLO

ccn en un "teatro de la memoria" que ha sido diseñado an­

tes y donde encuentran un espacio que no depende sólo de

reivindicaciones ideológicas, políticas o identitarias, sino de

una cultura de época que influye tanto sobre las historias

académicas como sobre las que circulan en el mercado.

Traté de marcar algunos de los problemas que la prime­

ra persona planteaba a la reconstrucción del pasado más

reciente. La primera persona es indispensable para restituir

aquello que fue borrado por la violencia del terrorismo de

estado; y al mismo tiempo, no pueden pasarse por alto los

interrogantes que se abren cuando ofrece su testimonio de

lo que nunca se sabría de otro modo y también de muchas

otras cosas donde ella, la primera persona, no puede recla­

mar la misma autoridad. De todas las materias con las que

puede componerse una historia, los relatos en primera per­

sona son los que piden, a la vez, mayor confianza y se pres­

tan menos abiertamente a la comparación con otras fuen­

tes. La protección de creencia reclamada por quien puede

decir: "hablo porque he padecido lo que cuento en carne

propia", se proyecta sobre otro (o el m�:;mo) sujeto que afir­

ma: "digo esto porque me enteré directamente". Lo prime­

ro detiene el análisis, por lo menos hasta que mucho tiem­

po haya transcurrido; pero lo segundo no tendría motivos

para detenerlo. Como se ve, es una cuestión de límites:

¿dónde está el umbral entre la experiencia del sufrimiento

y otras experiencias de ese mismo sujeto?

Intenté explorar esos límites, sabiendo que no había una


MÁS ALLÁ DE l.A J::XPERIENClA 163

fórmula que indicara cómo trazarlos de modo definitivo y

sabiendo también que debía manejarme con ideas que iban

en direcciones diferentes: el potencial de la primera perso­

na para reconstruir la experiencia y las dudas que el recur·

so a la primera persona abre en cuanto se coloca allí donde

parece moverse con más naturalidad: el de la verdad de esa

experiencia. Ya no es posible prescindir de su registro, pero

tampoco se puede dejar de problematizarlo. La idea misma

de verdad es un problema.

Si tuviera que hablar por mí, diría que encontré en la lite­

ratura (tan hostil a que se establezcan sobre ella límites de

verdad) las imágenes más precisas del horror del pasado re­

ciente y de su textura de ideas y experiencias. En Glosa, Juan

José Saer coloca la política como el motivo aparentemente

secundario, pero móvil subterráneo, de una ficción que

transmite lo más exacto que haya leído sobre la soledad so­

cial del militante, el vacío donde se desplaza con el automa­

tismo de un desenlace previsto, y su muerte. La pastilla de

veneno que llevaban algunos combatientes guerrilleros, so­

bre la que se habla muy poco en los testimonios, es una es­

pecie de secreto centro, de seguro camino hacia el domi­

nio sobre la propia muerte en la novela d� Saer. La pastilla

es un talismán que representa el todo o nada tle una lucha

y le da a la acción violenta una especie de fulg•1f metafísico

negativo: una Nada segura. Cuando el guerrillero ya no es­

tá en condiciones de ele�ir un camino, elige la mu;:;rte. Es


164 BEATRIZ SARLO

el final de quien no tendrá la experiencia de la cárcel ni la

tortura, porque ya ha pasado el momento donde un retor­

no es posible.

En Dos veces junio, Martín Kohan exploró la perspectiva

del oficial represor y el soldado raso, para organizar una "fi­

guración del horror artísticamente controlada".3 Un rig<;>r

formal extremo hace posible que la novela comience con

una pregunta ilegible: "¿A partir de qué edad se puede cm­

pesar (sic) a torturar a un niño?". Sin el control artístico,

esa pregunta inicial impediría construir cualquier historia,

porque la escalada del horror la volvería intransitable, obs­

cena. Congelada y al mismo tiempo conservada por la na­

rración "artísticamente controlada", la ficción puede repre­

sentar aquello sobre lo que no existe ningún testimonio en

primera persona: el militar apropiador de chicos, hundido

en lo que Arendt llamó la banalidad del mal; y el soldado

que lo asiste con disciplina inconmovible, ese sujeto del que

tampoco hay rastro testimonial: el que supo lo que sucedía

en los chupaderos y lo consideró una normalidad no some­

tida a examen (el puuto extremo de quienes pensaron que

mqar em no meterse). Lo que no ha sido dicho.

En el comienzo de Los planetas, Sergio Chejfec escribió:

"Aquella noticia hablaba de restos humanos esparcidos por

una extensa superficie. Hay una palabra que lo describe

3 Miguel Dalmaroni "La moral de la historia: novelas argentinas so­


,

bre la dictadura", lli!.pamhica, año XXXII, número 96, 2003, p. 38.


MÁS ALl.Á m: LA EXPERIENCIA 165

muy bien: regados. Miembros regados, repartidos, ordena­

dos en círculos imaginarios del centro inequívoco, la explo­

sión. Hacia cualquier lado que uno fuese, todavía a cientos

de metros podía toparse con rastros, que por otra parte ya

no eran más que señales mudas, aptas tan sólo para el epí­

logo: los cuerpos deshechos después de haber sufrido, se­

parados en trozos y dispersos". La noticia abre un escenario

de muerte que nunca fue descripto de ese modo. La novela

queda marcada de allí en más por ese paisaje de restos hu­

manos dispersos, que se corresponde con la desaparición

del amigo. La potencia de la descripción sostiene algo que

no pudo pasar por la experiencia sino por la imaginación

que trabajó sobre indicios mínimos, suposiciones, los resul­

tados del "sueño de la razón" represora. Esas líneas breves

rodean el cráter, la desaparición del amigo, alrededor de la

cual, pero no sobre ella, se extenderá la novela. Es innecesa­

rio saber si Chejfec se remite a una dimensión autobiográfi­

ca, porque la fuerza de la escena no depende de eso.

Visité Tercz.in, la ciudad-fortaleza barroca-campo de con­

centración, a causa de Sebald. De la utopía del no saber, de

no volver a encontrar jamás ni recuerdos ni rastros que obli­

guen a la memoria de su pasado de niño que escapó de los

nazis y llegó solo a Inglaterra, el personaje de l�usterlitz pa­

sa, con la misma unilateralidad y el mismo carácter absolu­

to, a la utopía de la más obsesiva reconstrucción del ?asa­

do. Sebald muestra entre qué extremos se mueve cualquier

empresa reconstructiva: desde la pérdida radical de la iden-


166 BEATRIZ SAlli.O

Lidad a su enajenación en el recuerdo empujado por el de­

seo, siempre imposible, de una memoria omnisciente.

La literatura, por supuesto, no disuelve todos los proble­


mas planteados, ni puede explicarlos, pero en ella un na­

rrador siempre piensa desde afuera de la experiencia, como

si los humanos pudieran apoderarse de la pesadilla y no só­

lo padecerla.
·
Agradecimien to

En 2003 fui miembro del Wissenschaftskolleg de Berlín,

adonde llegué para escribir una biografía intelectual de los

años sesenta y setenta. Con tiempo para revisar miles de pá­

ginas, abandoné ese proyecto. Leí demasiadas autobiogra­

fías y testimonios durante varios meses, y me convencí de

que quería examinar críticamente sus condiciones teóricas,

discursivas e históricas. El Wissenschaftskolleg acepta, co·

mo una especie de tradición liberal que lo enorgullece, es­

tos cambios de programa. A esa comunidad intelectual ber·

linesa va mi agradecimiento.

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