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Es necesario reflexionar sobre lo que puede significar, para nuestro crecimiento
espiritual, no recibir respuesta de Dios de la forma en que esperamos. (Foto:
Shutterstock)
“¿Por qué Dios no responde?” es una pregunta tan antigua como el principio del
mal. Cuando surgió el pecado, este nos separó de la presencia de Dios y, en
consecuencia, de las respuestas directas de Dios. Desde Abel que murió
probablemente preguntando “¿Por qué Señor?” o Moisés que pidió entrar en la
tierra prometida y el pedido le fue negado. David pasó una semana orando por su
hijo recién nacido que finalmente murió. San Agustín pedía en oración, cuando era
niño, que los profesores no le pegaran, pero continuaba sufriendo en la escuela.
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Jorge Muller, un cristiano del siglo XVII, tenía como principio de vida ver la
providencia y la acción de Dios en cada aspecto de la vida y la costumbre de
escribir las respuestas que recibía de Dios. Al final de la vida, él reunió en un libro
50 mil respuestas de Dios a sus oraciones a lo largo de la vida. La pregunta que
debemos hacer es: ¿Por qué las evidencias no nos acercan a Dios en la misma
proporción que las dudas nos apartan de él?
El enemigo coloca la duda y asegura que Dios no nos escucha y no se preocupa
por nosotros. Y así, nos lleva a quedarnos con esa duda. Dios, por otro lado,
afirma que no necesitamos temer, pues él está con nosotros todos los días. Decidí
creer en las evidencias y cuestionar las dudas.
Decidí creer que Dios tiene propósitos muchas veces desconocidos por
detrás del silencio o de la respuesta negativa.
No entendemos todos los propósitos por detrás de las respuestas de Dios, pero
bíblicamente uno de sus propósitos es llevarnos a una confianza más madura.
Cada quince días, él vuelve y siempre paga con cheque y siempre el cheque tiene
fondos. Después de un buen tiempo y muchas compras siempre correctas, el
hombre ya es un amigo, y un día compra diez mil dólares más. Entonces, se da
cuenta de que no trajo el cheque, y dice: “hoy no puedo llevar la mercadería,
olvidé el cheque”. Probablemente le diríamos: “puede llevarla, de aquí a quince
días, me trae el cheque”.
¿Qué sucedió?
Las respuestas de fidelidad del cliente nos hicieron confiar en él incluso sin la
garantía del cheque.
Bíblicamente las personas que más confiaron no fueron las que vieron abrirse el
mar, una nube de fuego de noche y una lluvia de alimento. Los que más confiaron
fueron los echados en un horno, los que llevaron a su hijo al altar del sacrificio o
perdieron todo lo que tenían en un conflicto entre el bien y el mal.
No tendría confianza al saber que mi frágil sabiduría humana sería el criterio para
las respuestas de Dios.
Cuando la Biblia afirma que todo lo que pedimos se hará, debemos recordar que
es todo lo que esté en conformidad con los propósitos y las promesas de Dios.
En el libro El camino a Cristo, la escritora Elena de White afirma que “Somos tan
cortos de vista y propensos a errar, que algunas veces pedimos cosas que no
serían una bendición para nosotros, y nuestro Padre celestial contesta con amor
nuestras oraciones dándonos aquello que es para nuestro más alto bien, aquello
que nosotros mismos desearíamos si, alumbrados de celestial saber, pudiéramos
ver todas las cosas como realmente son” (p. 96).
Debemos confiar que como Dios es completamente bueno, sabe dar buenas
dádivas y, como es completamente sabio, sabe qué dones son buenos y cuáles
no.
Creo que a pesar de que a veces Dios no nos responde, él nos ama.
1. No sabes pedir.
Que oremos no significa que lo hagamos bien. Podemos cometer errores al orar,
los cuales se convierten en un gran impedimento en nuestra comunicación con
Dios. Si no sabemos pedir, es ilógico esperar que haya alguna respuesta de Dios.
Esto no quiere decir que Él no nos escuche, sino que quiere darnos la oportunidad
de corregir esas fallas al orar y podamos aprender a hacerlo de una mejor manera.
Antes de precipitarte y pensar que Dios no te escucha o responde, primero evalúa
si estás orando correctamente.
2. No conoces a Dios.
Para muchos, la oración es un conjunto de simples palabras que se dicen en voz
alta y que no van dirigidas a nadie en específico. Frases como «¡Ayúdame, Dios!»,
o «Quiero que todo me me vaya bien hoy. Amén», son palabras que bien pueden
ser dichas como una expresión, o pueden ser parte de una conversación con uno
mismo; sin embargo, a veces las personas las consideran como oraciones a Dios.
El problema con este pensamiento es que se le da mayor importancia a lo que se
quiere y se deja de lado al ser al cual va dirigido. Es decir, pesa más nuestros
requerimientos que Dios mismo.
La oración no se trata de solo pedir, sino de conocer a Dios y a descubrir quiénes
somos en Él. Si no conocemos a nuestro Señor, ¿cómo esperamos obtener una
respuesta suya? Dios sabe todo lo que hacemos, cada pensamiento, cada palabra
incluso antes que la pronunciemos, y pese a todo, no se entromete en
conversaciones que no van dirigidas hacia Él. Así que no se trata de que Dios no
te responde, sino de que tú no lo conoces y, por lo tanto, tus oraciones no van a
Él.
4. No es el tiempo correcto.
Tener fe en el poder de Dios implica confiar en su tiempo. Nuestras peticiones
pueden estar dentro del plan de Dios, pero quizás ahora no sea el momento
adecuado para que se cumplan. Eclesiastés 3:11 (PDT) dice: «Todo sucede a su
debido tiempo. Sin embargo, Dios puso en la mente humana la habilidad de
entender el paso del tiempo, aunque nadie alcanza a comprender la obra de Dios
desde el principio hasta el fin.» Por lo tanto, debemos ser pacientes en la espera y
no dejar de orar. Las cosas buenas que suceden en el tiempo incorrecto pueden
convertirse en negativas y hasta perjudiciales. Es por eso que la mejor decisión
que podemos tomar es perseverar hasta que Dios nos indique el momento
indicado.
English
¿Alguna vez has llorado por algo hasta que se te acabaron las
lágrimas? Tus ojos hinchados se rinden y se secan mientras
sigues con la corriente de angustia en tu alma. Miras hacia el cielo
en confusión total… — “¿Por qué Dios no responde mis
oraciones?”.
¿Qué hacemos cuando nuestro corazón lucha por hacer las paces
entre la habilidad que tiene Dios de cambiar las cosas duras y Su
aparente decisión de no hacerlo en nuestro caso?
Hacemos lo que hizo Ana.