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CONSTRUCCIÓN DE LA IDEA MODERNA DE ENFERMEDAD EN

MADAME BOVARY DE GUSTAVE FLAUBERT


Por Tatiana Alméciga

Adulterio, desamor, enfermedad, progreso y muchas deudas fueron los elementos que
combinó Gustave Flaubert en 1857 en su novela Madame Bovary, la cual escandalizó a la
crítica de la época hasta el punto de intentar censurarla, sin mucha suerte. Esta obra se
puede considerar como uno de los pilares de la novela realista, pues se centra en analizar la
realidad social, emocional y subjetiva de algunos personajes configurando así una crítica a
las prácticas de la sociedad pequeño-burguesa de provincia de la Francia decimonónica.

Siguiendo este orden de ideas, la obra podría leerse como una novela casi anti romántica
mostrando como el ideal romántico no corresponde con la realidad pragmática. Para hacer
evidente esto el autor se vale de varias estrategias, entre estas la ironía novelesca a partir de
los cambios de focalización, de este modo quien lee puede saber que piensa un personaje en
específico, pero también puede darse una idea del panorama general de la situación.

Teniendo esto último en cuenta, el presente texto intenta analizar a partir de la ironía
presente en el texto cómo se desarrolla la idea de enfermedad que permea todo el
argumento de la obra. Primero habría que preguntar, ¿a qué enfermedad, concretamente, se
refiere? Pues, “se supone que la heroína que Flaubert retrató (…) era una lectora enferma:
reproducía, con los materiales subgenéricos del siglo XIX, lo que le sucedió al Quijote con
las novelas de caballería” (Catelli, 2010) y de este modo se empieza a llamar Bovarismo al
fenómeno de querer hacer coincidir la realidad con la fantasía concebida en las novelas
románticas.

Sin embargo, Emma no es el único personaje que vive en ensoñaciones y el ideal


romántico literario no es el único que permea la obra, sino que en la novela hay varios
discursos que elaboran visiones de mundo que no casan del todo con la realidad y producen
malestar. El primero de ellos es el discurso del matrimonio, que si bien desde la perspectiva
de Emma si está influenciado por la literatura, en el caso de Charles viene de la madre.
En la primera parte del libro se habla de que él en su etapa escolar “no entendió nada; por
más que escuchara, no le entraba. Y eso que trabajaba a conciencia, forraba los cuadernos,
asistía a todas las clases, no perdía una sola visita. Cumplía su pequeña tarea cotidiana
como un caballo de noria que da vueltas en el mismo sitio con los ojos vendados,
ignorando la faena que está desempeñando”. Esta última parte es crucial para entender el
comportamiento de Charles, ya que es un sujeto que trata de ser siempre correcto y ceñirse
a designios ajenos, en este caso los de su madre, quien es la que lo envía a estudiar.
Ninguna de sus acciones es por decisión propia, hasta que conoce a Emma. En el capítulo
dos de la primera parte, luego de que su primera esposa le celara con ella, este decide no ir
a Lex Bertaux, “pero la audacia de su deseo protestó contra el servilismo de su conducta y,
por una especie de hipocresía inocente, juzgó que aquella prohibición era para él como un
derecho de amar”; en este fragmento se puede evidenciar que Charles ve a Emma como una
razón emancipadora de la influencia de su madre en su vida; sin embargo, cae en el error de
idealizarla y tratar de vivir con ella la fantasía romántica.

Por otro lado, Emma, la supuesta lectora enferma, cree enamorarse de Charles en un
principio, ve en él la esperanza de vivir lo que ella ha leído desde su formación en el
colegio, pero en su noche de bodas Emma se dijo a sí misma “¿por qué me habré casado,
Dios mío? Se preguntaba si no habría habido medio, por otras combinaciones del azar, de
encontrar otro hombre; e intentaba imaginar cuáles habrían sido aquellos acontecimientos
no sobrevenidos, aquella vida diferente, aquel marido al que no conocía. Pues, no todos
eran como este. Habría podido ser guapo, inteligente, distinguido, seductor, como eran
seguramente los que se habían casado con su antiguas compañeras de colegio”. En este
fragmento se puede evidenciar la desilusión con la que Emma ve su nueva vida de casada al
lado de Charles, como todas sus expectativas no son llenadas y vuelve a sentirse vacía,
hasta el punto de comparase imaginativamente con sus excompañeras de colegio.

Esta misma desilusión la vive con sus amantes Rodolphe y León, sin embargo con ellos la
experiencia es distinta, pues, la fantasía dura más al estar atravesada por el lujo y el
erotismo. En el caso del primero, este es rico y le permitía sentir una experiencia de
opulencia en su castillo. Sin embargo, a diferencia de Charles, él no idealiza a Emma y ve
la seducción como un juego. En el capítulo trece de la segunda parte el narrador explica: “Y
es que aquellas mujeres acudiendo a la vez a su pensamiento, se estorbaban unas a otras y
se repetían, como bajo un mismo nivel de amor que las igualara”. En este fragmento se
puede evidenciar la postura de Rodolphe sobre Emma, ella es otra conquista, no significa
nada trascendental.

Con su segundo amante, León, la cosa es un poco diferente, ya que este si desarrolla un
sentimiento profundo hacia Emma; hasta el exceso y de ahí solo quedó el desgaste. En el
capítulo cuatro de la tercera parte, el narrador explica que León “le escribía. La evocaba
con toda la fuerza de su deseo y de sus recuerdos. En vez de disminuir en la ausencia, el
deseo de volver a verla se exacerbó”, pero en la medida en la que avanza la trama el
narrador ahonda en los sentimientos de hastío de León, como en el capítulo seis de la
tercera parte donde dice: “Cada sonrisa disimulaba un bostezo de aburrimiento, cada goce
una maldición, todo placer su saciedad, y los mejores besos no dejaban en los labios más
que un irrealizable anhelo de una voluptuosidad más alta”. Contrastando ambos fragmentos
se puede hacer una idea de progresión de los sentimientos de León hacia Emma, desde el
profundo deseo hasta el aburrimiento, aunque esto también le acurre a ella de la misma
manera.

La razón por la que este romance se desarrolla, pero a su vez se desgasta, es el derroche.
Como ya se explicó, para Emma el romance no puede ser vivido sin el lujo y una de sus
mayores frustraciones es no ser rica, es decir, ella no es pobre, pero pertenece a la
incipiente burguesía de un pueblo muy pequeño. León le permite ir a París y allí, con
dinero de los dos, consiguen dar rienda suelta a su pasión en hoteles de lujo. Sin embargo,
desde la perspectiva de Emma, esto es sumamente necesario, mientras que para León no y
eso hace parte de su malestar en la relación, como se puede ver en el capítulo seis de la
tercera parte “León intentó hacerle comprender que estarían igualmente bien en otro sitio,
en un hotel más modesto, pero ella encontraba objeciones. / Un día sacó del bolso seis
cucharillas de plata dorada y le pidió que fuera inmediatamente a empeñarlas a nombre de
ella en el Monte de Piedad y León obedeció, aunque aquello no le gustaba”. En este
romance se configura una relación de poder, donde Emma toma la mayor parte de las
decisiones, mientras que León solo las sigue, repitiendo en parte lo que esta vive en su
hogar con Charles, ninguno de estos hombres tiene voluntad propia.
Siguiendo un poco con la idea de lo material y la importancia que Emma le da al lujo, se
tiene que hablar del papel que representa Lheureux, pues este se aprovecha de las fantasías
de Emma para sacarle dinero, endeudar a la familia y al final embargar casi todos sus
bienes. El discurso que acompaña la figura de este personaje es el del capitalismo y
mediante pagarés y demás recursos que Emma y Charles no entienden bien, logra quedarse
con todo. En el capítulo seis de la tercera parte, Lheureux le dice a Emma “¿Se creía
señorita que yo iba ser, hasta la consumación de los siglos, su proveedor y su banquero, por
el amor a Dios?” y es en este punto donde las deudas aterrizan la fantasía de derroche en la
que había vivido la protagonista. Es gracias a la acción de Lheureux, al principio de la
novela muy sutil y que poco a poco va a tomando relevancia, que la realidad pragmática y
material supera la fantasía de Emma y la hace entrar en desesperación. Junto con Rodolphe,
Lheureux es el único personaje que no vive de ilusiones, sino que analiza la realidad de la
manera más cruda posible sacando provecho de ella.

A la par de Lheureux, otro personaje que no debe pasar desapercibido y que encarna otro
de los discursos que no casan con la realidad del todo es Homais, el boticario del pueblo.
Con este personaje se encarna el discurso del progreso científico, quien además consigue al
final de la novela cierto renombre y prestigio, incluso la novela termina con la explicación
de que ningún médico ha logrado quedarse en Yonville “hasta tal punto les ha hecho
competencia monsieur Homais. Tiene una clientela enorme, la autoridad le mima y la
opinión pública le protege. / Acaba de recibir la cruz de honor”. Con este fragmento se
puede dar cuenta que a diferencia de Emma y Charles, que manejan un esquema dramático
decadente, Homais es lo contrario, poco a poco va construyendo una reputación y asciende
socialmente.

Al igual que Lheureux, sabe que debe operar en términos pragmáticos para manejar la
realidad material; sin embargo, él se cree completamente lo que dice, hasta el punto de
fantasear con que es un intelectual y que sus aportes a la humanidad son importantes. En el
capítulo once de la tercera parte el narrador acota que Homais “se ahogaba en los estrechos
límites del periodismo y no tardó en necesitar el libro, ¡la obra!”. En este orden de ideas, el
discurso de Homais, el progreso, se convierte en una fantasía equiparable a la de Emma,
solo que esta no le impide al personaje vivir en la realidad material, sino que al contrario, le
permite sacar provecho en la misma.

El último discurso que permea la obra es el religioso, este esta encarnado por el sacerdote
del pueblo el cual tiene un par de escenas fundamentales donde destaca los pilares de esta
construcción retórica. La primera está en el capítulo seis de la segunda parte, en la cual
Emma, luego de quedar devastada por la ausencia de León, busca algún tipo de consuelo
espiritual en la iglesia, pero solo se encuentra con un sacerdote que habla mucho y, aún
peor, no escucha. No consuela a Emma y esta se va aún más confundida de lo que llegó. La
segunda escena está en el capítulo nueve de la tercera parte, donde después de la ingesta de
arsénico, Emma está agonizante y Homais con el sacerdote acuden a la casa de los Bovary
para acompañar a Charles; pero en lugar de eso terminan debatiendo, hasta que Felicité (la
criada) les lleva comida y una botella de aguardiente. Ambos estando borrachos afirman
que se llevarían muy bien. En esta última se entiende la ironía del autor al equiparar el
discurso científico y el religioso, ponerlos a la par y dar a entender por la situación en la
que están que no sirven para nada en la cotidianidad de la vida, es decir, son discursos
vacíos.

Para este punto del análisis es importante recoger algunas ideas, la primera de ellas es que
la enfermedad en la novela no solo se puede entender desde la posición de Emma y su
lectura enfermiza, sino que casi todos los personajes construyen narrativas “fantasiosas”
(algunas más aterrizadas que otras) que les permiten habitar su realidad. La segunda es que
las únicas formas expuestas en la obra de operar en la realidad de la forma más realista
posibles es siendo agentes activos del capitalismo o siendo seductores fríos y calculadores,
en ambos casos la idea es sacar provecho personal a expensas de los demás. Y por último,
existen discursos que por más coherentes que parezcan siguen siendo construcciones
retóricas que pueden ser usados con fines personales.

Para concluir, Flaubert utilizando la ironía a partir de cambios de focalización sutiles pudo
construir una obra polifónica en la cual varios discursos son contrapuestos con la intención
de que quienes lean logren identificar los puntos ciegos de cada retórica y de este modo
empaticen, pero a la vez se burlen de cada uno de los personajes y sus fantasías; al fin y al
cabo la impresión que da al cerrar el libro es la de haberse reído y enamorado de la
humanidad misma.

BIBLIOGRAFÍA

 Catelli, N. (2010). Buenos libros, malas lectoras: la enfermedad moral de las


mujeres en las novelas del siglo XIX. Lectora: Revista De Dones I Textualitat, (1),
121–133.

 Flaubert, G. (2021). Madame Bovary. Madrid: Alianza Editorial.

 Vargas Llosa, M. (2021) Prólogo de Madame Bovary. Madrid: Alianza Editorial.

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