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Universidad Alberto Hurtado

Pedagogía en lengua castellana y comunicación


Literatura Contemporánea
Valentina Covarrubias Toro
Evaluación N°1

No era bovarismo, era patriarcado

¿Es el bovarismo o síndrome de Madame Bovary realmente una patología


psicológica? ¿Acaso no hemos experimentado todas esa insatisfacción ante el contraste
de lo que anhelamos (o lo que nos dijeron que anheláramos) y la realidad? En el presente
escrito buscaré dar respuestas a estas preguntas, para lo cual me focalizaré en la
construcción del personaje de Madame Bovary en la obra de Gustave Flaubert (1857) y el
análisis realizado por Vargas Llosa (1975) en La orgía perpetua, destacando principalmente
sus observaciones en torno a la relación amor y dinero, o lo que entenderemos aquí como
patriarcado y capitalismo.

La publicación de Madame Bovary en 1857 tuvo grandes repercusiones sociales, las


cuales se basaron en los cuestionamientos y transgresiones morales que contiene la obra
para la época y principalmente el desarrollo del personaje de Emma Bovary. Una de las
consecuencias más trascendentales, a mi modo de ver, es la aparición del término
“síndrome del bovarismo” acuñado por la psiquiatría en los primeros años del siglo XX.
Este síndrome se relacionaría con la personalidad de Emma y consiste en la alteración del
sentido de la realidad y una insatisfacción crónica respecto a quien se es y quien se anhela
ser (Vélez Sierra, 2007). Se entiende entonces como aquella frustración constante entre
las expectativas y aspiraciones con la realidad en la cual se vive, produciendo una
sensación de vacío, la “exageración” de las emociones y la tendencia a la teatralidad.

En este sentido Emma Bovary se construye como un personaje en la


inquebrantable búsqueda de saber lo que significaban justamente en la vida las palabras
felicidad, pasión y embriaguez, palabras que le parecían tan bonitas en los libros (Flaubert,
1857). Es decir, la protagonista se configura en relación a sus lecturas cargadas de

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romanticismo. Esto provoca que la identidad de Emma se funda en torno a ideales e
imaginarios sostenidos por “vidas” que valían la pena ser vividas, lo que podemos traducir
en el amor romántico.

Dichos imaginarios y contrastes con la realidad llevan a Emma a mostrarse como


una mujer frívola, individualista e instintiva. Tras las constantes desilusiones en su vida
comienza a pensarse como la excepción en un mundo donde el resto parece tener mejor
suerte que ella. Este distanciamiento entre el deseo y su cumplimiento explica también la
vocación poseedora y el apetito de objetos que desarrolla Emma según Vargas Llosa
(1975), donde si bien éste parecía ser un medio para alcanzar la felicidad y satisfacción,
termina convirtiéndose en un fin en sí mismo.

En base a lo anterior, es que me gustaría detenerme en dos personajes que son


claves para esta concepción materialista del goce y del romance que va desarrollando
Emma a lo largo de la obra: el farmacéutico Homais y el comerciante Lheureux. Ambos
personifican el idealismo en torno al dinero y la aspiración y, por lo tanto, son de una u
otra forma símbolos del capitalismo y de la violencia patriarcal que sufre Emma.

Por un lado, el personaje de Homais, se presenta como un hombre especulador,


sin principios, despreciable y capaz de cometer malas acciones con tal de alcanzar su
objetivo. Éste considera a la protagonista como un objeto que puede ser rentable para
lograr su ascenso social, y por lo tanto alcanzar el prestigio que buscaba. Todo esto
proporciona de una u otra forma el desmoronamiento del autorespeto y de la identidad
de Emma (Rojo Guiñazu, 2010), determinando conscientemente o no su desenlace.

Por otro lado, nos enfrentamos a la violencia económica que vive la protagonista
tras las extorsiones y manipulaciones de Lheureux, quien abusa de su condición de mujer
inexperta y la orienta en la dirección de su propio beneficio, provocando la ruina de esta y
de su familia.

Una serie de desilusiones amorosas y personajes masculinos manipuladores que se


cruzan en la trayectoria de Emma le dan la sensación de que la realidad esta siempre por

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debajo del suelo, condenándola a una constante frustración, ya que el ser mujer
significaba ubicarse entre la ilusión y la realidad (Vargas Llosa, 1975).

Ahora bien, cabe preguntarse ¿Cuál es la realidad que anhela Madame Bovary? Al
parecer una construida en relación a las aventuras del romanticismo, sostenida entorno a
una idea específica del amor que todo lo permite. Es decir, la realidad a la que anhela
Emma es mera ficción. Como plantea Vargas Llosa (1975):

Escribir, en la realidad ficticia, es siempre engañar; la escritura es el reino de la


fantasía. La inadaptación de Emma a la vida es hija en buena parte de sus lecturas,
de esas historias románticas que han modelado en su mente una realidad ideal que
no encaja en la real (lo que quiere decir que esas novelas falsifican la vida).

Estas ideas en torno a la escritura y la literatura vislumbran la peligrosidad e


impacto que tienen la lectura en la vida de las personas. Qué leemos, por qué leemos y
desde dónde leemos, parecen ser algunos factores que determinaran de una u otra forma
los imaginario que podemos ir construyendo a lo largo de nuestras trayectorias. En base a
lo anterior ¿Qué leía Emma? ¿Qué hemos leído las mujeres? ¿Qué implicancias han tenido
nuestras lecturas en la propia vida? ¿Quiénes han escrito por y para nosotras? ¿Han sido
mujeres? Todas las respuestas a estas preguntas tienen un lugar común: el patriarcado.

En términos simples entenderemos el patriarcado como aquella organización social


que institucionaliza el dominio masculino por sobre las mujeres y disidencias sexuales.
Bajo esta lógica, el amor romántico, reproducido por la literatura en occidente, ha servido
para perpetuar el sistema social patriarcal que promueve la desigualdad entre hombres y
mujeres, dejando a estas en una posición de subordinación (Pascual Fernández, 2016),
definiéndola como sujeta social a su conveniencia y, por lo tanto determinando incluso el
imaginario y fantasías de estas.

Las historias de amor que tienden a reproducir la literatura, sobre todo la propia al
romanticismo, refuerzan los estereotipos y roles de género para provocarnos esa
necesidad de encontrar a alguien que nos complemente. Es así como se van creando
estructuras de dependencia mutua como una utopía emocional individualista. Herrera

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(2011) nos dice que como en cualquier área de la vida, la idealización conlleva una
frustración, tanto para las personas que se enamoran y se emparejan como para los/as
que no consiguen encontrar su príncipe azul o princesa de cuento.

Respecto a lo anterior, y volviendo a Madame Bovary, lo que sufre Emma es una


frustración ante la idealización del amor que le formaron sus lecturas a través del
romanticismo. Es allí donde la realidad parece pegarle la peor de las bofetadas, donde
esos héroes, caballeros o príncipes azules parecen no llegar nunca:

-¡Dios mío!, ¿por qué me habré casado?

Se preguntaba si no hubiera sido posible, por otras combinaciones del destino,


encontrar otro hombre; imaginaba qué habría pasado, con una vida diferente, con
un marido desconocido. No todos, en efecto, se parecían a este. Podría haber sido
bien parecido, sensible, distinguido, atractivo, como serían sin duda los que se
habían casado con sus viejas compañeras del convento ¿En qué estarían ellas
ahora? En la ciudad, con el ruido de las ruedas, el murmullo de los teatros y las
luces del baile, llevaban una vida en la que el corazón se expande y se despiertan
los sentidos (Flaubert, 1857).

En el extracto anterior de la novela podemos ver implícitamente el patriarcado,


sostenido por el capitalismo e invisibilizado bajo la idea del amor y el romanticismo. El
choque entre lo que se anhela y lo que se tiene o es. Pero ¿Es tan particular el sentir de
Emma como para convertirlo en una patología psicológica? Incluso en nuestro tiempos,
casi dos siglos después a su creación ¿No nos hemos sentido así todas en algún momento
de nuestras vidas? Marcela Lagarde habla sobre como el patriarcado se sostiene muchas
veces por estas fantasías creadas. Ante esto plantea que la duración del patriarcado es
directamente proporcional a nuestras fantasías patriarcales. Por lo tanto, se hace de suma
relevancia el ejercicio de análisis y reflexión en torno a esos ideales e imaginarios con los
que muchas veces hemos fantasiado o anhelado las mujeres, construidos entorno a una
realidad ficticia, escrita por y para el beneficio masculino. En conclusión, no era
bovarismo, era patriarcado.

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Bibliografía

Flaubert, G. (1857). Madame Bovary.

Pascual Fernández, A. (2016). Sobre el mito del amor romántico. Amores cinematográficos
y educación. Dedica. Revista de Educación y Humanidades, 10, 63–78.

Rojo Guiñazu, M. (2010). La violencia de género en la literatura . Análisis de un caso de la


literatura francesa del siglo XIX: Madame Bovary de Gustave Flaubert. Fazendo
Género, 9, 1–10.

Vargas Llosa, M. (1975). La orgia perpetua.

Vélez Sierra, N. (2007). En los 150 años de Madame Bovary, 1857-2007 Diseño de un
personaje: Madame Bovary. Pensamiento y Cultura, 10(10), 123–138.

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