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COMUNICACIÓN Lic.

ESTEFANI BARRANTES
ANALISIS LITERARIO DE MADAME BOVARY

A un alma se le mide por la amplitud de sus deseos,


del mismo modo que se juzga de antemano una
catedral por la altura de sus torres (Gustavo
Flaubert)
Madame Bovary, obra célebre del realismo francés, se publicó por entregas en 1856 y un
año después vio la luz en forma de libro, tras causar una gran polémica que llevó a su
autor a los tribunales, aunque finalmente fue absuelto. Gustave Flaubert (Ruán, 1821-
Canteleu, 1881), hijo de un cirujano, cursó estudios de Derecho —que no llegó a
terminar— y trabó amistad con otros literatos del círculo parisino. Escritor perfeccionista,
publicó pocas obras en vida, entre las que destaca La educación sentimental (1869).
También merece una mención su vasta correspondencia con la poetisa Louise Colet,
George Sand y más gente, imprescindible para conocer mejor a uno de los grandes
creadores de la historia de la literatura.

Considerada unánimemente una de las mejores novelas de todos los tiempos, Madame
Bovary narra la oscura tragedia de Emma Bovary, mujer infelizmente casada, cuyos
sueños choca cruelmente con la realidad. Al hechizo que ejerce la figura de la
protagonista hay que añadir la sabia combinación argumental de rebeldía, violencia,
melodrama y sexo, «los cuatro grandes ríos», como afirmó en su día Mario Vargas Llosa,
que alimentan esta historia inigualable. La publicación de esta obra en 1857 fue recibida
con gran polémica y se procesó a Flaubert por atentar contra la moral. A través del
personaje de Madame Bovary, el autor rompe con todas las convenciones morales y
literarias de la Burguesía del siglo XIX, tal vez porque nadie antes se había atrevido a
presentar un prototipo de heroína de ficción rebelde y tan poco resignada al destino. Hoy
existe el término «bovarismo» para aludir aquel cambio del prototipo de la mujer
idealizada que difundió el romanticismo, negándole sus derechos a la pasión. Ella actúa
de acuerdo a la pasión y necesidad que siente su corazón de avanzar en la búsqueda de
su felicidad, pasando por los ideales establecidos para la mujer en esa época. Rompe con
el denominado encasillamiento en que la mayoría de las mujeres estaban sometidas.

Resumen
Se divide principalmente en tres partes:
1º La novela está dividida en tres partes, que podrían titularse: el matrimonio, la falta y la
muerte, respectivamente.
Primera parte. Charles Bovary, un muchacho campesino de quince años, torpe y algo
ridículo, entra al colegio de la ciudad de Rouen. Más tarde logra, con mucho esfuerzo,
titularse de médico. Se instala en el pueblo de Tostes, cerca de Rouen, y se casa con una
viuda ya mayor pero rica. En una de sus visitas profesionales, Charles se enamora de
Emma. Su esposa muere poco tiempo después y Charles se encuentra en condiciones de
pedir la mano de Emma. Esta mujer, que nos será presentada paulatinamente, durante la
novela, a través de diferentes perspectivas e impresiones, ha desarrollado una vocación y
una capacidad casi patológicas para fabular, incentivada por la lectura de novelas
románticas. Se siente la heroína de esos libros, y sueña con el marido ideal o con el
amante maravilloso que la llevará a países lejanos. Charles y Emma se casan. Si bien
Charles es feliz, Emma descubre que la realidad de su vida matrimonial no corresponde
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a la de los personajes de sus lecturas. Ella, que creyó que el matrimonio satisfaría su
gusto por la vida brillante, se ha casado con un mediocre. Es invitada a un baile en un
castillo cercano. Penetra por primera vez al "gran mundo", que sólo conocía en las
novelas. Aquí se enciende más aún su amor por el lujo y el ensueño. Lo que ve en el
castillo es un nuevo alimento para su imaginación, ya exaltada por los libros románticos.
El carácter se le altera. Se aburre en ese pueblo. Se vuelve irritable hasta llegar a una
enfermedad nerviosa. Charles piensa que un cambio de aire sería el remedio y acepta un
puesto en Yonville. Cuando parten, ella ya está encinta.
Segunda parte. En Yonville, Emma encuentra la misma vida rutinaria que en Tostes, la
misma campiña, los mismos personajes típicos. El escenario ha cambiado sólo de
nombre. Aparecen nuevos personajes secundarios. La atmósfera mediocre de este pueblo
está representada por Homais, un farmacéutico imbécil, anticlerical y sentencioso, con
bastante de grotesco. León Dupuis, un joven pasante de notario, romántico e
insignificante, conquista intelectualmente a Emma. En esos días, ella da a luz a Berthe.
Emma y León se confiesan sus gustos y descubren que son comunes. León, melancólico y
tímido, no se atreve a confesarle su amor y se va del pueblo. Deseosa de vivir sus sueños,
Emma se deja seducir fácilmente durante los comicios agrícolas de Yonville por Rodolfo,
un burgués que siempre creyó que la pasión excerbada de emma era sólo una comedia.Es
un periodo de plena felicidad para Emma, Pero Rodolfo, dotado del buen sentido común
burgués, la deja.En esta segunda parte es notable el carácter alucinatorio de las
ensoñaciones de Emma, al punto de creerse hermana de todas las heroinas de los libros.
Tercera parte. En adelante, Emma busca el aturdimiento. En Rouen se reencuentra con
León, al que una estancia en París ha vuelto algo menos tímido. Se hacen amantes. León
resulta ser un pusilánime sin personalidad. El miedo a comprometerse y el deseo de
conformar su futuro según el modelo burgués, llevan a León a romper con Emma.Tercera
parte. En adelante, Emma busca el aturdimiento. En Rouen se reencuentra con León, al
que una estancia en París ha vuelto algo menos tímido.Se hacen amantes. León resulta
ser un pusilánime sin personalidad. El miedo acomprometerse y el deseo de conformar
su futuro según el modelo burgués, lle
van a León a romper con Emma. Lo que no es óbice para que ésta, en sus ensoñaciones,
lo transforme en un ser extraordinario. Comienza la última etapa de La degradación.
Emma se entrega a extravagancias. El espacio que hay entre lo que ella es y lo que ella
quisiera o sueña ser, es demasiado grande. Se enamora de un tenor de la Opera Cómica.
Al fastidio y la fatiga les sigue el derrumbe. Las deudas contraídas a espaldas de su
marido para satisfacer su fantasía, acarrean un embargo de sus bienes. El afán de Emma
de poseer objetos se conecta tanto con sus amores como con su desengaño y
aburrimiento. Intenta compensar una insuficiencia vital adquiriendo objetos. Así
pretende llenar la distancia entre el deseo y su cumplimiento. Vienen, pues, el embargo,
el desastre. Acosada por todos los lados roba arsénico de la farmacia de Homais y,
después de una lenta agonía muere presa de una risade atroz. El dolor de Charles es
inmenso. Ha perdido la razón de su vida. Lo profundo de su desesperación le confiere a
este hombre una grandeza impresionante e insospechada. Lleva ahora una existencia
solitaria, hasta que un día su hija lo encuentra muerto en un banco del jardín, con un
mechón de cabellos de Emma entre sus dedos. El dolor y su final patético lo elevan más
allá de la mediocridad. En cambio, Homais, rico y condecorado, ha triunfado. Ha
triunfado un hombre mesurado, razonable, un comerciante exitoso, un amigo de la
humanidad que goza del favor de la autoridad y
de la buena opinión pública; la máscara que esconde la mezquindad, la avaricia, la
idiotez, la maldad, lo ramplón y sin vuelo.
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La infelicidad de Emma Bovary

A estas alturas sería ridículo pretender escribir una sinopsis


de Madame Bovary: todos sabemos que narra la historia de un
adulterio y que, al final, «la culpa fue de la fatalidad». No
obstante, a mi modo de ver el tema central no es el acto de la
infidelidad en sí mismo, sino las causas que conducen a la
protagonista hasta él: la insatisfacción vital. Emma Bovary
está obsesionada con la búsqueda de la felicidad, entendida
como una existencia apasionante, un amor exaltado y un
ambiente de lujo, características que no describen en
absoluto su apacible vida en una localidad de provincias
junto a un marido anodino, incapaz de entender la
emotividad de su esposa.

En este contraste entre la decepcionante realidad y las ilusiones y aspiraciones de la


protagonista juega un papel fundamental la lectura, lugar de consuelo y fuente de
locura a la vez. Emma Bovary lee con avidez las novelas románticas que la distraen de la
cotidianeidad insípida, pero al mismo tiempo le crean unas expectativas, la vuelven loca,
como una versión femenina de aquel Alonso Quijano que enloqueció por leer
demasiadas novelas de caballerías. Flaubert se muestra ambivalente con su señora
Bovary: en ocasiones la hace parecer ridícula, una mujer rendida a la idealización del
amor; sin embargo, también logra que el lector se compadezca de ella y rechace los
convencionalismos de los personajes que la rodean, quienes, encerrados en sus propios
intereses, no logran comprender su sensibilidad. La crítica, por lo tanto, se dirige en
ambos sentidos: el amor romántico y la sociedad contemporánea del autor.

Antes de casarse, a Emma le había parecido que sentía amor; pero, como la felicidad que habría
debido ser el resultado de ese amor no había llegado, pensaba que probablemente se había
equivocado. E intentaba saber cómo había que entender exactamente en la vida las palabras
«felicidad», «pasión» y «embriaguez», que tan hermosas le habían parecido en los libros. (Pág.
52).

En este punto me gustaría reflexionar sobre la pervivencia de los asuntos planteados por
Flaubert. Ha pasado más de un siglo desde la publicación de Madame Bovary, pero la
desilusión al descubrir que el amor (y la vida en general) no es tan atractivo como lo
pinta la ficción me sigue pareciendo de rabiosa actualidad, incluso más que en la época
del autor, porque con el capitalismo y la producción en masa se han difundido mucho
más estas ideas. Pensemos en las princesas Disney o, por poner un ejemplo reciente, la
moda de la literatura erótica a raíz del éxito de Cincuenta sombras de Grey, una trilogía que
se promocionó con el eslogan de animar la existencia (sexual) de las mujeres casadas de
mediana edad. Si Emma Bovary hubiera vivido en el siglo XXI, probablemente habría
leído estos libros, se habría sonrojado al leer algunas escenas y habría suspirado con
pesar por no encontrar ese prototipo de hombre en su entorno. Como dijo Schopenhauer,
todo lo que adorna el amor, lo romántico, no deja de ser una invención humana; lo natural
se limita a conseguir alguien complementario y lograr tener una vida estable. En
cualquier caso, el interés y la popularidad de la cuestión sin duda son buenos motivos
para seguir redescubriendo a Emma Bovary, mirarnos en ella y analizar sus fisuras.
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El autor también aprovecha el papel de su protagonista


para evidenciar las desigualdades entre hombres y mujeres. Faltaba un siglo para el
nacimiento del feminismo como disciplina académica y no hay que confundir a Emma
Bovary con una luchadora por los derechos de la mujer, pero, aun así, en la novela se
plasma cómo dependía en todo momento de los hombres (su padre, su marido y, en
parte, sus amantes) y sus deseos de tener un hijo varón para que fuera más libre e
independiente que ella. Su doble vida se basa en constantes mentiras, en el miedo a ser
descubierta; no se puede interpretar su adulterio como la búsqueda de libertad o
felicidad, porque no consigue ni lo uno ni lo otro, acaba más frustrada, más rendida a
aquello que le da el aliento. En el desenlace lo acaba pagando caro, con esa escena larga y
detallada de su sufrimiento.

Quería un chico; sería fuerte y moreno y pensaba llamarlo Georges; y aquella idea de tener por hijo
a un varón era como la revancha esperanzada de todas sus impotencias pasadas. Un hombre es
libre, al menos; puede recorrer las pasiones y los países, franquear los obstáculos, hincarles el
diente a las dichas más remotas. Pero a una mujer no le surgen sino impedimentos. Inerte y
flexible al tiempo, tiene en contra la apatía de la carne junto con la decadencia que impone la ley.
La voluntad, como el velo del sombrero sujeto con un cordón, late al viento, sople de donde sople;
hay siempre algún deseo que la arrastra y algún mandato del decoro que la sujeta. (Pág. 113-114).

Crítica de los valores burgueses

No solo de Emma vive Madame Bovary. Los personajes que la


acompañan están bien perfilados, aunque ninguno tiene la capacidad de ella para
provocar esa doble reacción de fascinación y aborrecimiento en el lector, precisamente
porque son personas corrientes y conformistas, personas «normales», que sirven al autor
para criticar la sociedad de su época. De hecho, el propio Flaubert se alejó de este
ambiente durante su vida y es conocida su frase «Madame Bovary, c’est moi». Yo creo
que la mayoría —en especial los que avivamos la imaginación con la lectura— somos un
poco como ella, por haber tenido esa sensación de no encajar en el mundo y pensar que
lo real, lo apasionante, está en otro lugar. Aunque haya pasado el tiempo, la sensación de
que la sociedad encarna la hipocresía no se ha perdido.
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—¿No la rebela esta conjura de la sociedad? ¿Hay acaso un solo sentimiento que no condene?
Persiguen y calumnian los instintos más nobles, las simpatías más puras, y, si dos infelices almas
se encuentran por fin, todo está organizado para que no puedan alcanzarse. Lo intentarán, no
obstante, aletearán, enviarán llamadas. Bah, qué más da, tarde o temprano, dentro de seis meses,
dentro de diez años, se encontrarán, se amarán, porque lo exige la fatalidad y porque nacieron una
para otra. (Pág. 175).

En este contexto me resulta especialmente llamativo el personaje de Homais, el


farmacéutico, un hombre pedante, defensor de la ciencia y el progreso, que se expresa
con un estilo afectado y pretencioso. En particular, me sorprendieron los discursos sobre
sus creencias religiosas (con abundantes referencias a Voltaire), que aún tienen vigencia.
Con Homais, Flaubert caricaturiza los valores del típico burgués que él detestaba, un rol
vanidoso y menos sabio de lo que se pretende, pero que acaba triunfando a pesar de sus
errores mientras su heroína —que también refleja el no seguimiento de la religión por no
cumplir las recomendaciones del cura— se hunde. Junto a la protagonista, me parece el
más interesante de la obra.

El boticario contestó:
—¡Tengo una religión, mi religión, y tengo incluso más que todos esos, con sus farsas y sus
charlatanerías! ¡Adoro a Dios, antes bien! ¡Creo en el Ser Supremo, en un Creador, fuere quien
fuere, poco me importa, que nos puso en este mundo para cumplir con nuestros deberes de
ciudadanos y de padres de familia!; pero ¡no necesito ir a una iglesia, ni besar una fuente de plata,
ni engordar con mi dinero a un montón de cuentistas que comen mucho mejor que nosotros!
Porque podemos honrarlo igual en un bosque, en un campo, o incluso contemplando la bóveda
etérea, como hacían los antiguos. (Pág. 101).

Las armas del realismo literario

Para dar forma a este retrato de costumbres de una localidad de provincias, Flaubert
utiliza un narrador omnisciente en tercera persona (el autor es un dios que maneja el
universo que ha creado sin involucrarse en él, como explicó en una de sus cartas a Louise
Colet) y sigue un orden cronológico. El primer capítulo empieza con una primera
persona colectiva que le sirve para presentar al narrador como un testigo de los hechos,
nunca como el protagonista, porque él no busca identificarse con la sociedad que retrata.
La novela combina el diálogo con la descripción, con algunos fragmentos de estilo
indirecto libre para plasmar los pensamientos de la protagonista. No faltan ni la ironía ni
las observaciones inteligentes, logra recrear con fidelidad la sociedad de la época en la
narración y las voces de los personajes, y se aprecia un trabajo de documentación nada
desdeñable en los temas médicos; la información dada está calculada con precisión y no
hay nada vano en la obra. Desde las primeras páginas —bastante antes de la entrada en
escena de Emma Bovary— supe que me encontraba ante una de esas escasas obras
maestras de la literatura, una novela tan cuidada y perfecta que se puede abrir por
cualquier página al azar con la seguridad de que lo que se leerá en ella merecerá le pena.

En la consecución de esta voz tan lograda también tiene mérito la traductora de la


reciente edición de Alba, María Teresa Gallego Urrutia, que además firma un breve
prólogo en el que explica que la editorial optó por traducir el título como La señora Bovary
por una cuestión de coherencia (en el texto se refieren a Emma Bovary como señora
Bovary; por lo tanto, no tenía sentido mantener el madame en el título, a pesar de ser más
conocido así). No puedo comparar su traducción con las anteriores porque he
descubierto el clásico por primera vez con esta versión, pero el prestigio que la avala y
las cuidadas notas a pie de página me hacen recomendar esta edición con ahínco.
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Además, como siempre que se trata de Alba, la encuadernación es elegante y cuidada, y
la letra tiene un tamaño razonable, cómodo de leer. El precio está más que justificado.

Gustave Flaubert.
Para terminar, quiero animar a quien no lo haya hecho ya a entrar en el universo de
Flaubert, a descubrir a esta heroína de destino trágico y a reconocerse en su retrato, a
explorar los motivos por los que Madame Bovary es una obra atemporal y a disfrutar con
la interpretación que se puede extraer de su visión del mundo. La lectura puede resultar
lenta y exigente en comparación con lo que se suele publicar hoy en día, pero merece la
pena deleitarse página a página porque el ejercicio de reflexión que provoca también es,
sin duda, mucho más enriquecedor que el que se puede hacer de la mayor parte de la
narrativa actual. A mí, como os decía, me entusiasmó desde el principio; y puedo
describir las horas que le he dedicado como una gran experiencia literaria.

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