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El trauma se trata de un dolor tan «profundo» que se traga todo el proceso normal
de desarrollo, dejando un «abismo» o una «falla básica» (Balint, 1979, 18) entre el
self y el mundo exterior, y entre el ego y el Self (Edinger 1972, 40) hacia el mundo
interior. Afortunadamente, la historia no termina con esta hedidura, porque la
psique humana tiene enormes poderes auto-curativos. Ella «cubre el abismo con
un trance» para que la vida pueda continuar.
Sin embargo como lo vemos nosotros, el SCS logra una cura parcial del trauma, lo
suficiente para que la vida continúe, a pesar de la disociación y de sus efectos en
limitar la máxima capacidad de una persona. Cuando la gente viene a
psicoanálisis, a menudo no sabe que esta cura parcial está sucediendo, ni espera
que su identidad, informada durante muchos años por «interpretaciones» desde el
CSC, tendrá que ser «de-construida» en el curso de la terapia. Como Masud Khan
(1974) nos recuerda, con estas personas traumáticamente heridas… «Uno rara vez
se enfrenta, en un primer momento, con la enfermedad auténtica del paciente.
[Más bien]… lo que es más difícil de resolver y curar es una práctica del paciente de
auto-curarse. Curar una cura es la paradoja que enfrentamos con estos
pacientes…» (97).
LA NATURALEZA DE LA AUTO-ESCISIÓN
Imaginemos un criatura muy pequeña -por ejemplo una niña de tres años,
buscando amor en una figura parental- digamos su padre. Imaginemos que esto
sucede cuando el padre alcohólico está ebrio y entonces explota el afecto de la niña
violándole su cuerpo, y luego aterrándola con amenazas si ella cuenta lo sucedido.
En momentos tan traumáticos como éste, la niña se enfrenta a la aniquilación
potencial de su yo más personal, la destrucción de su esencia personal, el
«asesinato del alma» como lo llamó Leonard Shengold (1989). Esta posibilidad
catastrófica debe evitarse a toda costa, y así, algo verdaderamente extraordinario
ocurre. Tendemos a dar por hecho esta cosa extraordinaria.
De repente, «ella» está en el techo, mirando hacia abajo lo que le está sucediendo a
su cuerpo que «ella» acaba de dejar vacío. Llamamos disociación a esto. Si uno está
en una situación insoportable y es incapaz de salir de ella, una parte de uno se va, y
para que esto suceda todo el self debe dividirse en dos a fin de evitar la ansiedad
impensable de ser experimentado en su totalidad. Lo sorprendente de esta
experiencia casi universal de la escisión traumática, es que la «conciencia que
presencia» parece seguir estando «presente», pero desde otro lugar
independientemente del cuerpo!
Tenemos razones para pensar que la naturaleza de esta división es universal. Parte
de la niña en nuestro ejemplo tiene una «regresión» a un estado embrionario de
relativa inocencia y de seguridad anterior al trauma. Esta parte regresiva será
sepultada profundamente en el cuerpo (inconsciente somático), y estará protegida
por barreras de amnesia enviadas por el SCS (trance). Por otro lado, una parte
separada de la niña de nuestro ejemplo «progresa», es decir, crece muy
rápido, identificándose con el agresor y con la mente adulta, trascendiendo el
insoportable dolor del momento con una comprensión precozmente filosófica,
racional, y a veces «trascendente». La parte progresiva «vigila» a la parte regresiva.
En su función protectora, le proporciona sosiego como un ángel de la guarda. En
otras ocasiones, con el fin de mantener la parte regresiva en el interior, el self
progresivo puede volverse negativo y persecutorio.
En casos raros, si el trauma externo continúa sin disminuir, y el núcleo esencial de
la persona está en peligro de aniquilación, se vuelve una tarea del SCS organizar el
suicidio del niño (Ferenczi, 1988, 10).
Así que un propósito central del SCS, es preservar y proteger un núcleo sagrado
de la personalidad de la inmanente violación y destrucción. Este «núcleo sagrado
de la personalidad», a menudo se presenta en sueños como la imagen de un
«niño», es llamado por DW Winnicott (1963, 187) como un «centro sagrado
incomunicado” de la personalidad, o por Harry Guntrip (1971, 172) como el
«corazón perdido del self personal», o por el psicoterapeuta de orientación
espiritual TH Almaas (1998, 76-82) como una presencia ontológica descrita
simplemente como «esencia», o como lo llamé en mi libro anterior, el «espíritu
personal imperecedero» o el «alma» (Kalsched 1996). Este centro sagrado de la
persona humana no es equivalente al «niño» en el sistema, sino que representa su
herencia divina, su inocencia generativa, y su potencial de vida.
Por lo tanto, cuando este «niño» llega a la conciencia (véase el segundo caso más
adelante) a veces aparece con una aura de numinosidad, es decir, como un niño
«divino» o arquetípico.
ORIGEN Y FUNCIÓN DEL SISTEMA DE AUTO-CUIDADO
En muchos casos en psiquiatría, el paciente que viene a nosotros tiene una historia
que no ha contado, y que por lo general nadie conoce. En mi opinión, la terapia
solamente comienza después de la investigación de toda la historia personal. Es el
secreto del paciente, la roca contra la que él se hace añicos. (117).
Una sobreviviente de trauma que estaba empezando terapia tuvo esas escenas
retrospectivas que le aparecieron cuando estaba haciendo su presentación en su
habitual estilo encantador. En un momento de silencio, ¡de repente oyó que daban
un portazo! Cada vez que esto sucedió, entró en pánico y se convenció de que
estaba teniendo un «colapso». Poco a poco, y con especial atención a sus
sentimientos de seguridad en el momento, juntamos un recuerdo coherente. Ella
tenía tres años. Su familia vivía en un parque de casas rodantes. Era invierno. Su
madre, que estaba teniendo una aventura con un hombre alcohólico de un
remolque vecino, le tiró la puerta, diciéndole que no regresara antes de una hora.
Mi paciente deambuló en la nieve, perdida y sola. Al parecer, esto había sucedido
en varias ocasiones y fue «recordado» sólo como una sensación de algo que se abrió
paso para salir, carente de afecto, sin imágenes visuales, y con un efecto
profundamente desestabilizador. Tales respuestas de “fogonazo” (Wilkinson, 2006,
79-81) en las cuales el estado hiper-estimulado del trauma original hace erupción
más tarde en la situación de terapia, debe ser cuidadosamente manejado por el
terapeuta, cuya principal preocupación debe ser la regulación del afecto y la
restauración de la seguridad y del equilibrio homeostático.
Lo mismo podría decirse del trabajo de Robert Bosnak con los sueños (2007),
centrado en el afecto. Los dos casos siguientes incorporar algunas de estos nuevas
comprensiones.
Él había argumentado que realmente no la conocía muy bien y sentía que ella «se
escondía» de él. Esta observación la perturbó lo suficiente como para traerla a
terapia.
Un día ella entró claramente herida por algunas críticas sobre ella, que le hizo su
mejor amiga, quien la llamó «superficial y poco profunda». Mi paciente parecía
deshecha por esto, y aunque inicialmente desvió mis suaves preguntas sobre sus
sentimientos y trató de cubrirlos con humor negro, finalmente fue capaz (con mi
ayuda) de quedarse con su dolor y tristeza por unos pocos momentos. Le pregunté
que dónde se localizaba la tristeza en su cuerpo, y ella señaló su corazón. En este
momento, sus ojos se le llenaron de lágrimas. Aprovechando este afecto recién
descubierto, pudimos vincular la crítica dolorosa de su amiga a un patrón de
humillación incesante de su amado padre quien, resultó que se había burlado de
ella despiadadamente durante la escuela primaria y el inicio de la secundaria,
acerca de su cuerpo «gordo» (ella había sido una niña con un ligero sobrepeso) y
luego la ridiculizaba por su «estupidez» ya en la universidad.
Yo estaba conmovido por esta difícil sesión, pero cuando salió de la sala de espera
hacia las escaleras, mi paciente comentó irónicamente que «no debía
preocuparme», …que nunca volvería a traer a esta niña pequeña, nauseabunda, y
chillona de nuevo, si podía evitarlo! Me sorprendí al escuchar esta declaración de
mi paciente de quien pensé que estaría tan contenta como yo con la apertura que se
había producido en sus sentimientos.
Estoy cautiva con un grupo de chicas jóvenes en una casa flotante en algún sistema
de canales. Es una noche aterradora tan oscura como la tinta china. El capitán,
vestido de negro, trata de matarnos una por una. Es siniestro y perverso, como
Hannibal Lechter en el Silencio de los inocentes. Estoy tratando de escapar con una
joven con quien estoy encadenada por los tobillos, pero ella es débil y no me puede
seguir el paso. Ella se resbala en el agua y no podemos seguir, así que finalmente
somos capturadas. La joven permanece en el agua poco profunda. Trato de tirar de
ella con la cadena para que pueda respirar, pero ella sigue cayéndose de nuevo en el
agua. El capitán mira esto con placer. Él se acerca, me mira con regodeo, y con su
bota en la garganta de la niña la hunde bajo el agua. Estoy abrumada con dolor y
rabia mientras la miro ahogarse. Estoy indefensa.
Mi paciente sabía que este sueño se relacionaba de alguna forma con la sesión del
día anterior, pero le pareció que el sueño confirmaba sus peores temores acerca de
sí misma, es decir, que allí había algo básicamente equivocado. «¿Quién más
-insistió ella-, tendría un sueño tan sádico como este?». Lo que mi paciente no se
dio cuenta (y yo tampoco) era lo mucho que una parte desconocida de ella (el
capitán) aparentemente odiaba sus sentimientos de vulnerabilidad recientemente
encontrados (la joven chica débil a quien ella estaba encadenada) y estaba tratando
de «matarlas», empujándolas de nuevo al inconsciente. En retrospectiva, me di
cuenta que su comentario sarcástico a la salida de la sesión anterior, venía
directamente de este «capitán», desde el lado persecutorio de su SCS con el que su
ego estaba, en ese momento, plenamente identificado. El capitán debió también
estar presente en la sesión como ese factor interno inconsciente que no le permitía
liberar sus sentimientos y sacarlos del cuerpo a la mente.
Este sueño y nuestra comprensión mutua de éste, ayudaron a mi paciente a ser más
tolerante de su self interior de niña dependiente, y en la medida que nuestro
trabajo progresó, ella fue capaz de arriesgar más afecto corporizado, suavizando su
estructura defensiva blindada, representada por el vigilante y destructivo
«Capitán».
Un corredor de bolsa de Wall Street de casi treinta años me consultó por depresión
después de que su prometida rompiera su compromiso y lo dejara por otro hombre.
En respuesta a su traición, mi paciente sintió no sólo los sentimientos habituales de
dolor, tristeza y enojo, sino que comenzó a sentirse desolado, irreal,
«desconectado», y «muerto por dentro». Estos sentimientos de despersonalización
y des-realización le parecían vagamente familiares. Al escuchar su historia, me
pregunté qué trauma temprano podía haber disparado el abandono actual de su
novia. Pronto descubrimos lo que había sido ese trauma temprano.
Esperando que este sueño temprano nos diera acceso a su mundo interior, le pedí
que cerrara los ojos y volviera a entrar en el sueño, contándome lo que veía y sentía.
Al principio se resistió pero yo bromeé y le di seguridad, y finalmente se dejó ir en
la imagen. El lugar en el que se encontró se convirtió en un corredor de horrores
-una mezcla de imágenes distorsionadas de medios seres humanos y apariciones
macabras-. Le pedí que se quedara con estas imágenes y dijera todo lo que se le
ocurriera… especialmente lo que sintiera en su cuerpo. Dijo que se sentía muy
pequeño y asustado y luego, cuando yo añadí qué tan abandonado e indeseado
debió haberse sentido en su familia, estalló en llanto. Con ayuda, se permitió
rendirse a estas lágrimas y no dejarlas ir. Salió de la sesión muy sacudido, pero
extrañamente conmovido. Esa noche tuvo el siguiente sueño:
Estoy caminando por una playa desierta. Soy más joven, no sé qué tan joven. En la
distancia está una mujer que he conocido antes. Lleva una túnica blanca de tela con
capucha. Ella se ve etérea, vagamente de otro mundo. Ni siquiera su rostro es
visible. Una tormenta se avecina. Vemos un promontorio en la arena. Ella lo señala
e indica que quiere que yo lo cave. Lo hago, y descubro el cuerpo vivo de un niñito.
Primero cavo la arena a lo largo de su torso, para que pueda sentarse. Él también
lleva una larga túnica blanca con capucha. Su cara está todavía bajo la arena. Trato
de limpiarlo, pero la arena sigue cayendo cubriéndole los ojos. Sólo la frente y la
barbilla están expuestas. Por último, lo saco y los tres caminamos juntos por la
playa. De repente vemos una elegante marsopa saltando en el agua. Pronto se
duplica y se convierte en dos, luego en cuatro, luego en ocho… hasta que el océano
está vivo con estos animales. Al observar este espectáculo desde una torre de
salvavidas, un fuerte viento llega y nos bota hacia atrás.
Esta imaginería arquetípica nos permite dar una mirada a la función salvadora de
vida del SCS. Preserva el corazón perdido del self invisible y encapuchado, hasta
que esta parte inocente con su carga «divina» -hasta ahora mantenida fuera de la
vida de los sufrimientos-, reingresa en la corriente de vida una vez más rodeado, en
su sueño, por animales saltarines y juguetones que siempre se han asociado con la
vitalidad, la animación, y el regreso de la luz al mundo.
Esta aleccionadora y convincente historia sobre los efectos del trauma temprano
representa una verdad parcial, pero no es toda la verdad. Hay algo fundamental
que Winnicott deja por fuera de su meta-psicología completamente interpersonal,
esto es, el contexto «no humano» hacia el exterior (Searles, 1960), y el contexto
“pre-humano» hacia adentro, es decir, la capa arquetípica de la psique (Jung). El
niño no está sólo en relación con la madre, sino con el «mundo» de afuera y el
«mundo» de adentro, balanceado como si estuviera entre dos grandes misterios,
hermosos y terribles. Es el trabajo de la madre ayudar a mediar en estas realidades
Titánicas. Sin la mediación «suficientemente buena» de la madre, el niño estará
expuesto a estos terrores y bellezas interiores y exteriores, y esto llevará
inevitablemente a los síntomas traumáticos en relación, por ejemplo, con la
omnipotencia y la grandiosidadno no resueltas, al vínculo inseguro /
desorganizado, etc.
Pero el niño no estará necesariamente «loco». El SCS vendrá a su rescate y este
sistema va a reclutar los poderes arquetípicos de la naturaleza interior y exterior en
su «esfuerzo» para salvar el espíritu del niño, -su centro de salud-. Los muchos
mitos que re-cuentan la historia de niños abandonados y expuestos pero rescatados
por poderes transpersonales o por animales salvajes, registran este milagro
“salvador” del SCS (Otto Rank). Es cierto que sin una adecuada relación humana
que medie entre la «psique y el mundo», el niño traumatizado tendrá dificultades a
través de toda la vida en su intimidad con otros. Nacido de vínculos afectivos rotos,
el SCS no le permitirá confiar en un proceso de re-vinculación con los demás por
temor a una re-traumatización. Pero el self que crece en torno a estas limitaciones
no será necesariamente un «falso» self y puede de hecho ser más creativo que loco,
tal vez con un rico mundo interior, un acceso privilegiado a la «realidad no
ordinaria», una vida cultural profunda, y una gran pasión y capacidad para la vida.
En el lenguaje de Jerome Bernstein, estas personas ocupan una «Tierra de
Frontera» entre los mundos, en lugar de tener trastornos «Borderline» de
personalidad (Bernstein, 2005).
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Este es un libro sobre el mundo interior del trauma, como me ha sido revelado en
sueños, fantasías y luchas interpersonales de los pacientes que participaron en el
proceso psicoanalítico. Al centrarme en el «mundo interior» del trauma espero
ilustrar cómo la psique responde interiormente a los acontecimientos abrumadores
de la vida. ¿Qué ocurre en el mundo interior, por ejemplo, cuando la vida en el
mundo exterior se vuelve insoportable? ¿Qué sueños nos hablan de los «objeto-
imágenes» internas de la psique? ¿Y cómo estos «objetos internos» compensan la
catastrófica experiencia con «objetos externos»? ¿Qué patrones de fantasía
inconsciente proporcionan un significado interior a la víctima del trauma cuando
los eventos aplastantes de la vida destruyen totalmente el significado exterior? Por
último, ¿qué nos cuentan estas imágenes internas y estructuras de fantasía acerca
de las milagrosas defensas salvavidas que aseguran la supervivencia del espíritu
humano cuando éste se ve amenazado por el golpe aniquilante del trauma? Estas
son algunas de las preguntas que intento responder en las siguientes páginas.
A lo largo de la discusión que sigue, usaré la palabra «trauma» para significar
cualquier experiencia que causa en el niño un insoportable dolor psíquico o
ansiedad. Para que una experiencia sea «insoportable» significa que abruma los
usuales mecanismos de defensa que Freud (1920b: 27) describió como un «escudo
protector contra los estímulos». Un trauma de esta magnitud varía desde agudas
experiencias aplastantes del niño abusado, tan prominentes en la literatura actual
hasta los «traumas mucho más acumulativos» de necesidades insatisfechas de
dependencia que se amontonan con un efecto devastador en el desarrollo de
algunos niños (Khan, 1963), incluyendo las carencias más agudas de la infancia
descritas por Winnicott como «agonías primitivas», la experiencia de las cuales es
«impensable» (1963: 90). La característica distintiva de ese trauma es lo que Heinz
Kohut (1977: 104) llama «ansiedad de desintegración», un temor innombrable
asociado con la amenaza de disolución de un yo coherente.
Si estudiamos el impacto del trauma sobre la psique con un ojo puesto en los
eventos traumáticos externos y otro sobre los sueños y demás productos
espontáneos de la fantasía que se producen en respuesta a un trauma externo,
descubrimos la notable imaginería mito-poética que compone el «mundo interior
de trauma» y que resultó tan emocionante tanto para Freud como para Jung. Y sin
embargo, ni las interpretaciones de Freud ni de Jung de esta imaginería han
demostrado ser del todo satisfactorias para muchos clínicos actuales, incluyendo al
autor de este artículo. Por esta razón, una nueva interpretación del trauma ligada a
la fantasía se presenta en las siguientes páginas – una que combina elementos
tanto de Freud como de Jung. Esta «nueva» interpretación depende en gran
medida de los sueños que siguen inmediatamente a un momento traumático en la
vida del paciente. Un estudio cuidadoso de los sueños de este tipo en la situación
clínica conduce a nuestra hipótesis principal de que las defensas arcaicas asociadas
al trauma se personifican como imágenes arquetípicas daimónicas. En otras
palabras, que las imágenes oníricas vinculadas al trauma representan el
autoretrato psíquico de sus propias operaciones defensivas arcaicas.
En el material clínico que sigue encontraremos ejemplos de estas imágenes en los
sueños de pacientes contemporáneos, quienes han luchado con el impacto
devastador del trauma en sus vidas. Vamos a ver cómo, en ciertos momentos
críticos en el trabajo a través de trauma, los sueños nos dan una idea espontánea de
la «segunda línea de defensa» de la psique contra la aniquilación del espíritu
personal. Para estos «autorretratos» de las propias operaciones defensivas de la
psique, los sueños ayudan al proceso de curación al simbolizar los afectos y
fragmentos de la experiencia personal que han sido hasta ese momento
irrepresentables en la consciencia. La idea de que los sueños deben ser capaces, en
esta forma, de representar las actividades disociativas de la psique, teniendo juntas
sus piezas fragmentadas, en una dramática historia es una especie de milagro de la
vida psicológica que podemos muy fácilmente dar por sentado. Por lo general,
cuando los sueños hacen esto, nadie está escuchando. En psicoterapia profunda,
tratamos de escuchar.
Sin embargo, la psicoterapia con las víctimas de trauma precoz no es fácil, ni para
el paciente ni para el terapeuta. La resistencia arrojada por el sistema de auto-
cuidado en el tratamiento de las víctimas de trauma es legendaria. Ya en 1920,
Freud se vio sacudido por el alcance en que una fuerza «daimónica» en algunos
pacientes se resistía al cambio y hacía imposible el trabajo habitual de análisis
(Freud, 1920b: 35). Fue tan pesimista acerca de esta «compulsion a la repetición»
que atribuyó su origen a un propósito instintivo en toda vida hacia la muerte
(Freud, 1920b: 38-41). Posteriormente, los clínicos que trabajan con las víctimas de
trauma o abuso han reconocido fácilmente la figura “daimónica”o las fuerzas a las
cuales aludía Freud. Fairbairn (1981) lo describió como un «saboteador interno» y
Guntrip (1969) como el «yo anti-libidinal» que atacaba al «yo libidinal». Melanie
Klein (1934) describió las fantasías del niño como un «pecho malo», cruel,
atacador; Jung (1951) describió el «Animus negativo», y más recientemente,
Jeffrey Seinfeld (1990) ha escrito sobre una estructura interna llamada
simplemente el «objeto malo».
Al final de la primera parte, el lector deberá tener una buena idea de cómo funciona
la defensa diádica en el mundo interior visto desde una variedad de perspectivas
teóricas, así como un conocimiento de sus características recurrentes, universales.
Dadas las características mito-poéticas descritas en la Parte I, no sorprenderá que
estas defensas primordiales del Self aparezcan con frecuencia en el material
mitológico, y la demostración de este hecho es el propósito de la Parte II del libro.
En estos capítulos, vamos a interpretar varios cuentos de hadas y un corto mito, la
historia de Eros y Psique (capítulo 8), con el fin de mostrar cómo la imaginería
personificada del sistema de auto-cuidado aparece en el material mitológico. Los
lectores no familiarizados con el enfoque de Jung pueden encontrar un tanto
extraña tal atención al folklore y a la mitología en un trabajo psicológico, pero hay
que recordar que, como Jung lo ha señalado en reiteradas ocasiones, la mitología
es lo que «era» la psique antes de que la psicología la convirtiera en un objeto de
investigación científica. Al llamar la atención sobre los paralelismos entre los
resultados de la clínica psicoanalítica y la ideación religiosa antigua, se demuestra
cómo la lucha psicológica de los pacientes actuales (y de los que estamos tratando
de ayudarlos) opera profundamente en la fenomenología simbólica del alma
humana, lo cual se inclinan a reconocerlo los recientes debates psicoanalíticos
sobre el trauma o sobre los «trastornos disociativos». No todos son ayudados
mediante la comprensión de estos paralelos, pero algunas personas lo son, y para
ellas, esta forma de ver, simultáneamente, el fenómeno psicológico y el religioso es
equivalente a encontrar un significado más profundo a su sufrimiento, y esto, en sí
mismo, puede ser curador. No es una casualidad que nuestra disciplina se llame
«psicología profunda», pero para que la psicología permanezca profunda, debe
mantener una «mirada», por así decirlo, en la vida del espíritu del hombre, y las
vicisitudes del espíritu (incluyendo sus manifestaciones oscuros) no están en
ninguna parte tan bien documentadas como en los grandes sistemas simbólicos de
la religión, la mitología y el folclore. De esta manera, la psicología y la religión
comparten, por así decirlo, una preocupación común con la dinámica de la
interioridad humana.
En el capítulo 7 encontramos nuestro sistema de auto-cuidado personificado en el
cuento de hadas de la inocente Rapunzel, de los hermanos Grimm, bajo la tutela
protectora pero persecutoria de la bruja, y exploraramos algunas implicaciones
clínicas de cómo sacar a esta «niña» psíquica de su torre. El capítulo 8 describe una
«historia de cautiverio», similar a la de Eros y Psique; y en el capítulo 9,
exploramos una interpretación especialmente violenta del aspecto oscuro del Self
en el cuento de hadas del Ave de Fitcher, uno de los populares cuentos del ciclo de
Barba Azul. El Capítulo Diez concluye el libro con el análisis de un cuento
escandinavo del Principe Lindworm, y hace hincapié en el papel de sacrificio y de la
elección en la solución de la defensa del trauma. A lo largo de los últimos capítulos,
se intercalan en el material mítico las implicaciones para el tratamiento de las
víctimas del trauma.
Al centrarse la siguiente investigación en el mundo interior del trauma, sobre todo
en la fantasía inconsciente como se ilustra en los sueños, la transferencia y la
mitología, vamos a tratar de honrar la realidad de la psique de una manera que no
lo hace gran parte de la literatura actual sobre el trauma, o lo hace sólo de manera
secundaria. Por realidad de la psique, me refiero a un reino intermedio de la
experiencia que sirve como un ligamento que conecta al ser interior con el mundo
exterior, por medio de procesos simbólicos que comunican un sentido de
«significado». En mi experiencia, un sentido de la realidad de la psique es
extremadamente vago y difícil de mantener, incluso para el psicoterapeuta
experimentado, porque significa estar abierto a lo desconocido – a un misterio en
el centro de nuestro trabajo – y esto es muy difícil, especialmente en el área del
trauma, en donde la indignación moral es tan fácilmente provocada y con ella, la
necesidad de respuestas simples.
En un esfuerzo por situar el presente estudio en su contexto, hay que señalar que el
psicoanálisis comenzó en un estudio del trauma hace casi 100 años, pero luego
sufrió una especie de amnesia profesional sobre el tema. En años recientes hay
algunos indicios de que la profesión está volviendo una vez más a un «paradigma
del trauma». Este renacimiento del interés por el trauma ha sido motivado por el
«redescubrimiento» cultural del abuso infantil físico y sexual, y el despertar del
interés de la psiquiatría por los trastornos disociativos, especialmente del Desorden
de Personalidad Múltiple y del Desorden de Estrés Postraumático. Por desgracia,
con muy pocas excepciones, esta literatura ha escapado a los comentarios de
escritores Junguianos. (4) Este hecho es tanto más peculiar dado el modelo
relevante de la disociabilidad de la psique de Jung y su énfasis en la
«indivisibilidad» del yo-Self (individuación). Creo que los insights de Jung en el
mundo interior de la psique traumatizada son especialmente importantes para el
psicoanálisis contemporáneo y, al mismo tiempo, el trabajo contemporáneo sobre
el trauma requiere una revisión de la teoría junguiana. El presente trabajo es un
esfuerzo, por un lado, de ilustrar el valor de las contribuciones de Jung, mientras
intenta, por otro lado, ofrecer ciertas revisiones teóricas necesarias a mi juicio
debidas a los resultados de investigadores y especialistas del trauma, especialmente
aquellos autores contemporáneos pertenecientes a las relaciones objetales y a la
psicología del Self.
El lector debe ser advertido de al menos dos diferentes «dialectos» psicoanalíticos
que definen el idioma de la presente investigación y el argumento se mueve
libremente, entre ellos, hacia adelante y hacia atrás. De una parte es la escuela
británica de las relaciones objetales, especialmente Winnicott – junto con algunos
de la psicología del Self de Heinz Kohut y, por de otra parte, el lenguaje mito-
poético de C. G. Jung y sus seguidores. Considero esenciales estos dos lenguajes
para la comprensión del trauma y su tratamiento.