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El trabajo con el trauma en análisis – Donald Kalsched

El trauma se trata de un dolor tan «profundo» que se traga todo el proceso normal
de desarrollo, dejando un «abismo» o una «falla básica» (Balint, 1979, 18) entre el
self y el mundo exterior, y entre el ego y el Self (Edinger 1972, 40) hacia el mundo
interior. Afortunadamente, la historia no termina con esta hedidura, porque la
psique humana tiene enormes poderes auto-curativos. Ella «cubre el abismo con
un trance» para que la vida pueda continuar.

En lo que sigue voy a explorar este «trance» y contar cómo emerge de lo


inconsciente en forma de un sofisticado sistema de defensas que emplea la
disociación y la escisión para compartimentar aspectos intolerables de la
experiencia. Yo llamo a este complejo defensivo, el Sistema de Auto Cuidado, que
en adelante será abreviado como SCS (por las siglas en inglés de Self-Care System).
Consiste en un conjunto entrelazado de representaciones objetales y del self, por lo
general un «niño» interior y su «guardián» protector o persecutorio (Kalsched,
1996). Estas personificaciones interiores suelen aparecer en los sueños cuando un
trauma temprano ha sido «disparado» por algo en la vida del paciente o en la
relación terapéutica. A continuación se presentan dos casos a manera de ejemplo.
El SCS presenta mayores dificultades en el tratamiento analítico del trauma debido
a la resistencia que éste le opone al cambio. Es importante que los analistas
entiendan esta resistencia y su paradójico papel de salvador de vida / limitador de
vida en la historia del paciente. El SCS no cede su control sin que el paciente tenga
una experiencia en la cual el «niño» perdido, oculto en su mundo interior, es
alcanzado y ayudado. Esto, a su vez, no sucederá sin una atención especial a la
relación de sentimiento entre terapeuta y paciente, específicamente a la sensación
de seguridad afectiva del paciente en la situación analítica.
Para quienes están familiarizados con la teoría del vínculo, el SCS se puede
considerar como un conjunto de modelos que operan internamente o esquemas
que reflejan patrones de relaciones que se han generalizado e internalizado (Stern,
1985, Knox, 2003, 104-37). Estos esquemas proporcionan un conjunto de
valoraciones y expectativas acerca de relaciones exteriores que determinan la forma
en que el mundo interpersonal se interpreta y experimenta. Sin embargo, desde el
punto de vista Junguiano, el SCS es mucho más que una internalización de los
patrones de relaciones externas. Sus imágenes y afectos son amplificados desde
dentro por el dinamismo mito-poético y arquetípico de la psique, y la aparente
«sabiduría» con la que genera significado, crea historias imaginativas para el
«niño» y le proporciona sueños de curación; y estas imágenes parecerían
trascender lo que se describe a menudo como la ilusión infantil o la fantasía
defensiva. Más de un clínico ha sido profundamente conmovido por la asombrosa
inteligencia interior que parece ser movilizada en condiciones de estrés traumático,
hasta el punto de sugerir que, en sus esfuerzos para sanar el trauma, la psique
parece tener acceso a poderes «superiores», precognitivos o transracionales
(Ferenczi, 1988, 81, Jung 1912, 330, Bernstein, 2005).

Sin embargo como lo vemos nosotros, el SCS logra una cura parcial del trauma, lo
suficiente para que la vida continúe, a pesar de la disociación y de sus efectos en
limitar la máxima capacidad de una persona. Cuando la gente viene a
psicoanálisis, a menudo no sabe que esta cura parcial está sucediendo, ni espera
que su identidad, informada durante muchos años por «interpretaciones» desde el
CSC, tendrá que ser «de-construida» en el curso de la terapia. Como Masud Khan
(1974) nos recuerda, con estas personas traumáticamente heridas… «Uno rara vez
se enfrenta, en un primer momento, con la enfermedad auténtica del paciente.
[Más bien]… lo que es más difícil de resolver y curar es una práctica del paciente de
auto-curarse. Curar una cura es la paradoja que enfrentamos con estos
pacientes…» (97).

LA NATURALEZA DE LA AUTO-ESCISIÓN

Imaginemos un criatura muy pequeña -por ejemplo una niña de tres años,
buscando amor en una figura parental- digamos su padre. Imaginemos que esto
sucede cuando el padre alcohólico está ebrio y entonces explota el afecto de la niña
violándole su cuerpo, y luego aterrándola con amenazas si ella cuenta lo sucedido.
En momentos tan traumáticos como éste, la niña se enfrenta a la aniquilación
potencial de su yo más personal, la destrucción de su esencia personal, el
«asesinato del alma» como lo llamó Leonard Shengold (1989). Esta posibilidad
catastrófica debe evitarse a toda costa, y así, algo verdaderamente extraordinario
ocurre. Tendemos a dar por hecho esta cosa extraordinaria.

De repente, «ella» está en el techo, mirando hacia abajo lo que le está sucediendo a
su cuerpo que «ella» acaba de dejar vacío. Llamamos disociación a esto. Si uno está
en una situación insoportable y es incapaz de salir de ella, una parte de uno se va, y
para que esto suceda todo el self debe dividirse en dos a fin de evitar la ansiedad
impensable de ser experimentado en su totalidad. Lo sorprendente de esta
experiencia casi universal de la escisión traumática, es que la «conciencia que
presencia» parece seguir estando «presente», pero desde otro lugar
independientemente del cuerpo!

Tenemos razones para pensar que la naturaleza de esta división es universal. Parte
de la niña en nuestro ejemplo tiene una «regresión» a un estado embrionario de
relativa inocencia y de seguridad anterior al trauma. Esta parte regresiva será
sepultada profundamente en el cuerpo (inconsciente somático), y estará protegida
por barreras de amnesia enviadas por el SCS (trance). Por otro lado, una parte
separada de la niña de nuestro ejemplo «progresa», es decir, crece muy
rápido, identificándose con el agresor y con la mente adulta, trascendiendo el
insoportable dolor del momento con una comprensión precozmente filosófica,
racional, y a veces «trascendente». La parte progresiva «vigila» a la parte regresiva.
En su función protectora, le proporciona sosiego como un ángel de la guarda. En
otras ocasiones, con el fin de mantener la parte regresiva en el interior, el self
progresivo puede volverse negativo y persecutorio.
En casos raros, si el trauma externo continúa sin disminuir, y el núcleo esencial de
la persona está en peligro de aniquilación, se vuelve una tarea del SCS organizar el
suicidio del niño (Ferenczi, 1988, 10).

Así que un propósito central del SCS, es preservar y proteger un núcleo sagrado
de la personalidad de la inmanente violación y destrucción. Este «núcleo sagrado
de la personalidad», a menudo se presenta en sueños como la imagen de un
«niño», es llamado por DW Winnicott (1963, 187) como un «centro sagrado
incomunicado” de la personalidad, o por Harry Guntrip (1971, 172) como el
«corazón perdido del self personal», o por el psicoterapeuta de orientación
espiritual TH Almaas (1998, 76-82) como una presencia ontológica descrita
simplemente como «esencia», o como lo llamé en mi libro anterior, el «espíritu
personal imperecedero» o el «alma» (Kalsched 1996). Este centro sagrado de la
persona humana no es equivalente al «niño» en el sistema, sino que representa su
herencia divina, su inocencia generativa, y su potencial de vida.
Por lo tanto, cuando este «niño» llega a la conciencia (véase el segundo caso más
adelante) a veces aparece con una aura de numinosidad, es decir, como un niño
«divino» o arquetípico.
ORIGEN Y FUNCIÓN DEL SISTEMA DE AUTO-CUIDADO

En resumen, el SCS emerge de un campo traumático de experiencias con los


demás, especialmente con figuras de vínculo temprano y registra una escisión
psíquica necesaria debido a la experiencia insoportable del niño. Esta división se
memoriza como una defensa arquetípica -un complejo bipolar que contiene un self
progresivo (un guardián protector o persecutorio) y su contraparte regresiva (un
niño)-. El SCS realiza las siguientes funciones:

Una función hermenéutica: Proporciona un «significado» para la vida dolorosa del


niño cuando el caos y la falta de sentido lo amenazan. Interpreta las experiencias
posteriores del niño a la luz de su «historia», en la que a menudo es el niño quien
ha causado el trauma, por lo tanto «malo», y debe seguir trabajando
continuamente para convertirse en «bueno».

Una función interpersonal: Contiene la ansiedad, regula el afecto, y evita el re-


traumatismo, inhibiendo la expresión del self y desestimulando el vínculo, por lo
tanto regulando la distancia con el cuidador. Su lema favorito es «todo para mí
mismo». Niega la dependencia, la vulnerabilidad o la «debilidad» (véase más
adelante el primer caso). Moldea las valoraciones y las expectativas del mundo
interpersonal y llena su «agenda» a través de identificaciones proyectivas.

Una función auto-reguladora: Supervisa la disociación de la experiencia traumática


insoportable, separando la sensación, el afecto y la imagen de modo que se borra
un significado imposible. Controla la agresión y los estados cargados de maldad o
vergüenza, a través de la disociación. Controla las secuencias de estar cambiando
en los trastornos disociativos de identidad.

Una función auto-conservadora: Mantiene la parte pre-traumática del niño


“inocente” con su chispa de alma divina, fuera de sufrimiento, asegurándose que
nunca será violada. Proporciona auto-hipnosis (trance) cuando es necesario,
incluyendo las adicciones.

Recurre a los recursos mitopoéticos de la psique para proporcionar «historias» al


devastado niño interior, lo ayuda a sanar a través de las bellezas de la naturaleza, el
amor por los animales, por los rituales religiosos, la música, y otros. Le hace
compañía en el mundo interior, convirtiéndose a veces en rígido e implacable en su
programa disciplinario. Organiza el suicidio, cuando todo lo demás falla.

DIFERENTES TIPOS DE TRAUMA

En la autobiografía de Jung (Jung, 1965), describe el trauma como una «historia no


contada».

En muchos casos en psiquiatría, el paciente que viene a nosotros tiene una historia
que no ha contado, y que por lo general nadie conoce. En mi opinión, la terapia
solamente comienza después de la investigación de toda la historia personal. Es el
secreto del paciente, la roca contra la que él se hace añicos. (117).

Cuando usamos la palabra «trauma» nos estamos refiriendo a una experiencia


aguda o acumulativa que nos «vuelve pedazos». Este despedazamiento es tanto un
evento externo que nos produce un choque como un evento interior llamado
disociación. Jung se refiere al despedazamiento traumático como uno que
eventualmente, con ayuda, puede ser recordado como una historia coherente. Este
es frecuentemente el caso con el trauma adulto, donde la disociación se limita a la
situación o situaciones traumáticas que conducen a los trastornos de estrés post-
traumático, con sus síntomas característicos. Sin embargo, no todos los traumas
pueden ser recordados como una historia coherente. Los eventos traumáticos en la
niñez pueden ocurrir muy temprano para ser recuperados en la memoria explícita.
Aquí los hechos despedazadores se producen cuando el ego del niño es inmaduro o
que aún no está formado en su mayor parte, y tal vez profundamente identificado
con las personas abusivas en el entorno de las que el niño depende. Con el
trauma temprano, la disociación es de mayor alcance y sistemática en sus efectos,
en realidad afectan al hemisferio derecho del cerebro que es el más activo durante
los primeros dieciocho meses de vida, dejando a veces un déficit perdurable en la
regulación de los afectos (Schore 2003, 272).
Así que el trauma de la primera infancia implica un «despedazamiento» que Jung
no contemplaba cuando describió la historia secreta que sigue estando sin contar.
Tal trauma temprano es un secreto, incluso para uno mismo y por lo tanto a
menudo no puede ser informado cuando el paciente entra en psicoanálisis. Este
trauma temprano, no recordado, presenta un panorama más complicado para el
psicoterapeuta analíticamente informado y requiere enfoques de tratamiento que
van más allá de las técnicas de interpretación habituales para descubrir la fantasía,
modificar las defensas, o confiar en los procesos espontáneos de auto-sanación de
la psique individual descritos por Jung.

CÓMO SE “RECUERDA” EL TRAUMA TEMPRANO EN TERAPIA

Los efectos sistemáticos de disociación en la primera infancia permiten que la vida


continúe, pero a costa de una gran ruptura en el mundo interior. Un niño
traumatizado no va a entender lo que ha sucedido y a menudo no suele ser capaz
de contarlo a los padres o a otros. Los elementos de la experiencia traumática, tales
como sensaciones, afectos, e imágenes pueden ser «codificados» en la memoria
episódica en «estado dependiente» de las regiones subcorticales del cerebro
derecho y no estarán disponibles para los procesos verbales, incluyendo la memoria
narrativa (Van der Kolk y Fisler 1995). Piezas enteras de la experiencia original
también pueden ser «almacenadas» en el cuerpo, creando síntomas somáticos sin
estar a disposición de la conciencia (Van der Kolk, 1994). Esto es parte del «trance»
construido por el SCS.
Cuando las partes despedazadas de tales acontecimientos inenarrables de infancia
comienzan a surgir más adelante en la terapia analítica, pueden amenazar con
desestabilizar toda la personalidad. Quien tiene estas experiencias no sólo se siente
«trastornado» por las escenas retrospectivas, como en el PTSD (trastorno de estrés
postraumático), sino que puede sentirse «loco» o «poseído». Todo el sentido de su
identidad puede ser sacudido.

Una sobreviviente de trauma que estaba empezando terapia tuvo esas escenas
retrospectivas que le aparecieron cuando estaba haciendo su presentación en su
habitual estilo encantador. En un momento de silencio, ¡de repente oyó que daban
un portazo! Cada vez que esto sucedió, entró en pánico y se convenció de que
estaba teniendo un «colapso». Poco a poco, y con especial atención a sus
sentimientos de seguridad en el momento, juntamos un recuerdo coherente. Ella
tenía tres años. Su familia vivía en un parque de casas rodantes. Era invierno. Su
madre, que estaba teniendo una aventura con un hombre alcohólico de un
remolque vecino, le tiró la puerta, diciéndole que no regresara antes de una hora.
Mi paciente deambuló en la nieve, perdida y sola. Al parecer, esto había sucedido
en varias ocasiones y fue «recordado» sólo como una sensación de algo que se abrió
paso para salir, carente de afecto, sin imágenes visuales, y con un efecto
profundamente desestabilizador. Tales respuestas de “fogonazo” (Wilkinson, 2006,
79-81) en las cuales el estado hiper-estimulado del trauma original hace erupción
más tarde en la situación de terapia, debe ser cuidadosamente manejado por el
terapeuta, cuya principal preocupación debe ser la regulación del afecto y la
restauración de la seguridad y del equilibrio homeostático.

Además de escenas retrospectivas no recordadas en el trauma infantil, puede


aparecer en forma de constantes repetidas con otros, que reiteran los patrones
relacionales de la situación original, amplificados por modelos que operan
internamente, construidos por el SCS. Las víctimas de trauma se encuentran
continuamente re-traumatizadas, como atrapadas en una profecía autocumplida.
En los primeros días del psicoanálisis esto parecía un fenómeno autodestructivo
conocido como la compulsión a la repetición. Hoy en día, se entiende que tal
repetición, va a suceder inevitablemente también dentro de la relación
terapéutica, y que, si bien esto es a menudo experimentado como una crisis
relacional, proporciona una oportunidad para que el paciente viva completamente
la ruptura traumática original del vínculo en la transferencia – confiando que esta
vez, lo sea hacia un desenlace diferente-.
Por último, el trauma temprano puede regresar en forma de «recuerdos
arquetípicos» en lugar de los personales. Los sobrevivientes del trauma temprano
con frecuencia tienen historias muy vívidas sobre experiencias de vidas pasadas,
secuestros alienígenas, abusos en rituales satánicos, etc (cf. Hedges, 2000).

Sin cuestionar la validez de tales «recuerdos», el terapeuta debe ser consciente de


que hay un filtro arquetípico a través del cual el trauma temprano llega al ego, es
decir, al SCS. Por lo tanto, el significado arquetípico es sustituido por el significado
personal. Tales historias pueden proporcionar un andamiaje de significado
mitopoético de «otra vida», que mantiene viva a la persona hasta que el impacto
más doloroso de la traición interpersonal, el descuido y el abandono en esta vida,
se pueda abordar.

LA IMPORTANCIA DE LA RELACIÓN EN LA CURACIÓN DEL TRAUMA


Durante los últimos veinte años, los clínicos que trabajan con pacientes de trauma
temprano han hecho un descubrimiento doloroso, esto es, que la situación analítica
usual, con su énfasis en las palabras, su poder diferencial entre paciente y analista,
y su tendencia a «objetivizar» el paciente a través de la interpretación, a menudo
re-traumatiza la misma gente que está buscando ayudar. Quedó claro que el trabajo
con sobrevivientes de trauma requiere mucha mayor reciprocidad, transparencia y
sintonía afectiva en la relación analítica, reminiscencia de una interacción
temprana de la madre y el niño. Este descubrimiento llevó luego a un renovado
interés en la observación de infantes (Beebe y Lachmann 1994) y a la teoría del
apego (Bowlby, 1988), donde se demuestra claramente que la temprana
comunicación emocional diádica, basada en el cuerpo entre el bebé y la madre, es
fundamental para la formación de lo que Alan Schore (2003, 270) llama el
«sistema implícito del self» y la mente inconsciente. Bowlby y sus seguidores
pudieron mostrar la facilidad con que el trauma interpersonal puede romper
esa relación de apego temprano, llevando hacia una internalización de los
«esquemas» rígidos, obsoletos y mal adaptados, o a los modelos que funcionan
internamente y que reemplazan el suave fluir de la negociación con el objeto. Estos
a su vez dan lugar a diversas formas de vínculos inseguros o desorganizados que
afectan profundamente las relaciones interpersonales del sobreviviente del trauma
más tarde en su vida y en el análisis (Knox, 2003, 115).
Los analistas han comenzado a darse cuenta que lo que se ha roto relacionalmente
debe ser reparado relacionalmente. Los traumas relacionales tempranos
inevitablemente entran en la relación psicoanalítica, y aunque esto presente
muchos peligros potenciales, también ofrece oportunidades únicas para la
reparación del trauma. Si esto va a ocurrir, sin embargo, remite altratamiento
afectivamente enfocado, que Schore (2003, 49) llama la comunicación entre los
respectivos hemisferios derechos del cerebro. El analista se «sintoniza» en un nivel
afectivo con estas brechas disociativas o lugares de descarrilamiento, en los que la
conexión del sentimiento íntimo con el paciente amenaza con separarse. El trabajo
de Philipe Bromberg (2006) proporciona muchos ejemplos de esta delicada
negociación y de cómo el analista debe convertirse en un total compañero en la
«regulación diádica» del afecto y la co-creación de una realidad intersubjetiva
totalmente nueva. Afortunadamente, en este proceso, lo que el analista dice o hace,
será menos importante que «qué tan abiertamente se procesa lo que sucede con el
analizado» (Mitchell, 1988).
Además del seguimiento creciente de los estados emocionales internos, hallados en
este enfoque «relacional», la neurociencia afectiva, la teoría del apego, y la
observación de infantes, han inspirado una variedad de nuevas formas de trabajar
con el trauma en el cuerpo. Estos métodos comprenden que el trauma del pasado y
sus defensas se incorporarán en los estados fisiológicos actuales, tales como la
respiración, los gestos, la tensión muscular, el movimiento, etc, y buscan trabajar
directamente con ellos, ayudando al paciente a ser más consciencia de sus
sensaciones y percepciones internas. Entre las contribuciones específicamente
Junguianas a este trabajo cabe mencionar la labor de sensibilidad del cuerpo de
Marion Woodman (1984), el trabajo de larga data de Joan Chodorow (1978, 1984),
la “imaginación activa en movimiento» y el «movimiento auténtico» en el trabajo
de Tina Stromsted (2001). Fuera del campo Junguiano, la articulación de Pat
Ogden (2006) con un «enfoque sensoriomotor» a la psicoterapia proporciona
muchas formas útiles en las que las técnicas de sensibilización del cuerpo se
pueden incorporar en el psicoanálisis convencional.

Otras formas de «terapias expresivas de arte», incluyen diversas formas de terapia


de arte y terapia de caja de arena (Pattis, en este volumen) también son
especialmente efectivas en el tratamiento de traumas, porque eluden el hemisferio
izquierdo y tocan los recursos mitopoéticos de la psique directamente, abriendo
afectos de otra manera disociados en el cuerpo.

Lo mismo podría decirse del trabajo de Robert Bosnak con los sueños (2007),
centrado en el afecto. Los dos casos siguientes incorporar algunas de estos nuevas
comprensiones.

EJEMPLO CLÍNICO DEL SISTEMA DE AUTO-CUIDADO EN


FUNCIONAMIENTO

El siguiente caso es una de esas raras situaciones en las cuales el momento de un


descubrimiento importante en una sesión de psicoterapia, más el sueño que siguió,
desenmascararon muy claramente la estructura y función del SCS del paciente. El
incidente que deseo contar ocurrió después de varios meses, en un tratamiento
analítico en una exitosa agente de bienes raíces de treinta y ocho años, quien me
consultó en crisis porque las cosas no le estaban saliendo bien con un nuevo
hombre con el cual ella estaba saliendo, y con quien había esperado casarse
eventualmente.

Él había argumentado que realmente no la conocía muy bien y sentía que ella «se
escondía» de él. Esta observación la perturbó lo suficiente como para traerla a
terapia.

Mi paciente era hija única, atractiva, encantadora y completamente centrada en el


afuera con una vida muy activa como mujer de negocios, y deportista, pero con
poco acceso a su vida interior o a su yo de sentimientos femeninos. Su infancia,
según ella, no había tenido incidentes especiales -no tenía verdaderos problemas
para trabajar-, sólo el problema externo con el novio que la decidió (después de
haberlo buscarlo en Internet) que era «narcisista» y que tenía problemas para
comprometerse.

Un día ella entró claramente herida por algunas críticas sobre ella, que le hizo su
mejor amiga, quien la llamó «superficial y poco profunda». Mi paciente parecía
deshecha por esto, y aunque inicialmente desvió mis suaves preguntas sobre sus
sentimientos y trató de cubrirlos con humor negro, finalmente fue capaz (con mi
ayuda) de quedarse con su dolor y tristeza por unos pocos momentos. Le pregunté
que dónde se localizaba la tristeza en su cuerpo, y ella señaló su corazón. En este
momento, sus ojos se le llenaron de lágrimas. Aprovechando este afecto recién
descubierto, pudimos vincular la crítica dolorosa de su amiga a un patrón de
humillación incesante de su amado padre quien, resultó que se había burlado de
ella despiadadamente durante la escuela primaria y el inicio de la secundaria,
acerca de su cuerpo «gordo» (ella había sido una niña con un ligero sobrepeso) y
luego la ridiculizaba por su «estupidez» ya en la universidad.

Cuando emergieron en la sesión los detalles de estas experiencias llenas de


vergüenza, comenzó a entrar en pánico y a tener dificultad para respirar. Se
produjo un patrón de acercamiento / evitación con respecto a sus sentimientos. Sus
ojos se llenaban de lágrimas, seguido por una especie de llanto espasmódico y
restringido. Después de recuperarse, ella hizo una broma acerca de que era un caso
perdido, y luego se sentó nerviosa, mordiéndose los nudillos hasta que afloraron las
lágrimas de nuevo. Cada vez la animé a dejar simplemente que los sentimientos
llegaran sin censura, a respirar en ellos y a decirme más acerca de lo que se le venía
a la mente. Pero cada vez, ella los reprimía involuntariamente, pidiendo disculpas
por utilizar mis pañuelos, haciendo alguna broma oscuramente irónica, y luego
finalmente, para su gran alivio, la sesión terminó.

Yo estaba conmovido por esta difícil sesión, pero cuando salió de la sala de espera
hacia las escaleras, mi paciente comentó irónicamente que «no debía
preocuparme», …que nunca volvería a traer a esta niña pequeña, nauseabunda, y
chillona de nuevo, si podía evitarlo! Me sorprendí al escuchar esta declaración de
mi paciente de quien pensé que estaría tan contenta como yo con la apertura que se
había producido en sus sentimientos.

La siguiente sesión llegó con el siguiente sueño.

Estoy cautiva con un grupo de chicas jóvenes en una casa flotante en algún sistema
de canales. Es una noche aterradora tan oscura como la tinta china. El capitán,
vestido de negro, trata de matarnos una por una. Es siniestro y perverso, como
Hannibal Lechter en el Silencio de los inocentes. Estoy tratando de escapar con una
joven con quien estoy encadenada por los tobillos, pero ella es débil y no me puede
seguir el paso. Ella se resbala en el agua y no podemos seguir, así que finalmente
somos capturadas. La joven permanece en el agua poco profunda. Trato de tirar de
ella con la cadena para que pueda respirar, pero ella sigue cayéndose de nuevo en el
agua. El capitán mira esto con placer. Él se acerca, me mira con regodeo, y con su
bota en la garganta de la niña la hunde bajo el agua. Estoy abrumada con dolor y
rabia mientras la miro ahogarse. Estoy indefensa.

Mi paciente sabía que este sueño se relacionaba de alguna forma con la sesión del
día anterior, pero le pareció que el sueño confirmaba sus peores temores acerca de
sí misma, es decir, que allí había algo básicamente equivocado. «¿Quién más
-insistió ella-, tendría un sueño tan sádico como este?». Lo que mi paciente no se
dio cuenta (y yo tampoco) era lo mucho que una parte desconocida de ella (el
capitán) aparentemente odiaba sus sentimientos de vulnerabilidad recientemente
encontrados (la joven chica débil a quien ella estaba encadenada) y estaba tratando
de «matarlas», empujándolas de nuevo al inconsciente. En retrospectiva, me di
cuenta que su comentario sarcástico a la salida de la sesión anterior, venía
directamente de este «capitán», desde el lado persecutorio de su SCS con el que su
ego estaba, en ese momento, plenamente identificado. El capitán debió también
estar presente en la sesión como ese factor interno inconsciente que no le permitía
liberar sus sentimientos y sacarlos del cuerpo a la mente.

En el sueño de mi paciente, su self de la infancia inocente pre-traumática es


representado por la joven frágil a quien ella está encadenada. El ego del sueño trata
de sacarla del agua «para que pueda respirar», al igual que en la sesión anterior, en
la que ella había luchado para expresar el afecto disociado en su cuerpo en el
momento en que emergía y lo «mataba» repetidamente.

Este sueño y nuestra comprensión mutua de éste, ayudaron a mi paciente a ser más
tolerante de su self interior de niña dependiente, y en la medida que nuestro
trabajo progresó, ella fue capaz de arriesgar más afecto corporizado, suavizando su
estructura defensiva blindada, representada por el vigilante y destructivo
«Capitán».

CASO FINAL: EL NIÑO ARQUETÍPICO Y LOS DELFINES

Un corredor de bolsa de Wall Street de casi treinta años me consultó por depresión
después de que su prometida rompiera su compromiso y lo dejara por otro hombre.
En respuesta a su traición, mi paciente sintió no sólo los sentimientos habituales de
dolor, tristeza y enojo, sino que comenzó a sentirse desolado, irreal,
«desconectado», y «muerto por dentro». Estos sentimientos de despersonalización
y des-realización le parecían vagamente familiares. Al escuchar su historia, me
pregunté qué trauma temprano podía haber disparado el abandono actual de su
novia. Pronto descubrimos lo que había sido ese trauma temprano.

Después de un período inicial de psicoterapia centrado en la pérdida de su relación,


comenzamos a explorar su historia personal. No recordaba mucho de su infancia
que había sido «aburridamente normal, y típicamente clase media», excepto por
una cosa. Él nunca sintió que perteneciera realmente a su familia y la fantasía que
persistió era que debía haber sido adoptado. Sentía que había algo secreto en su
pasado. . . algo oscuro, «otra vida» que debía haber vivido. Incluso, había
comprobado el registro de nacimiento y había confrontado a sus padres con estas
ideas, pero no resultó nada.

Después de varios meses de análisis, y sintiéndose especialmente deprimido por la


pérdida de su relación amorosa, mi paciente recordó una pesadilla repetitiva que
había tenido cuando era niño. En el sueño, de alguna manera terminaba en la
caneca de la basura de la cocina, que se guardaba en el sótano en un armario
cerrado con llave, un lugar en el cual su madre lo desaparecía cuando era «malo».
Este lugar había sido siempre aterrador para él. Dijo que a veces lloraba tan fuerte
allí, que quedaba «en blanco».

Esperando que este sueño temprano nos diera acceso a su mundo interior, le pedí
que cerrara los ojos y volviera a entrar en el sueño, contándome lo que veía y sentía.
Al principio se resistió pero yo bromeé y le di seguridad, y finalmente se dejó ir en
la imagen. El lugar en el que se encontró se convirtió en un corredor de horrores
-una mezcla de imágenes distorsionadas de medios seres humanos y apariciones
macabras-. Le pedí que se quedara con estas imágenes y dijera todo lo que se le
ocurriera… especialmente lo que sintiera en su cuerpo. Dijo que se sentía muy
pequeño y asustado y luego, cuando yo añadí qué tan abandonado e indeseado
debió haberse sentido en su familia, estalló en llanto. Con ayuda, se permitió
rendirse a estas lágrimas y no dejarlas ir. Salió de la sesión muy sacudido, pero
extrañamente conmovido. Esa noche tuvo el siguiente sueño:

Estoy caminando por una playa desierta. Soy más joven, no sé qué tan joven. En la
distancia está una mujer que he conocido antes. Lleva una túnica blanca de tela con
capucha. Ella se ve etérea, vagamente de otro mundo. Ni siquiera su rostro es
visible. Una tormenta se avecina. Vemos un promontorio en la arena. Ella lo señala
e indica que quiere que yo lo cave. Lo hago, y descubro el cuerpo vivo de un niñito.
Primero cavo la arena a lo largo de su torso, para que pueda sentarse. Él también
lleva una larga túnica blanca con capucha. Su cara está todavía bajo la arena. Trato
de limpiarlo, pero la arena sigue cayendo cubriéndole los ojos. Sólo la frente y la
barbilla están expuestas. Por último, lo saco y los tres caminamos juntos por la
playa. De repente vemos una elegante marsopa saltando en el agua. Pronto se
duplica y se convierte en dos, luego en cuatro, luego en ocho… hasta que el océano
está vivo con estos animales. Al observar este espectáculo desde una torre de
salvavidas, un fuerte viento llega y nos bota hacia atrás.

Este sueño excepcionalmente vívido le pareció muy extraño a mi paciente, excepto


que sabía que tenía algo que ver con la sesión anterior, la cual, según dijo, lo había
«golpeado». Sentía que desenterrar el cuerpo del niño debía tener algo que ver con
la excavación de su pasado.
No mucho tiempo después, mi paciente se enteró por una tía que su madre, ya
fallecida, había sufrido una depresión post-parto después de su nacimiento y que
había estado hospitalizada durante seis semanas. A él lo había enviado a vivir con
esta tía, quien le informó que ella se lo fue devolviendo gradualmente a su madre,
durante un período de un año porque ella permanecía deprimida e incapaz de
hacerle frente a la situación. Esta información nos dio una pista sobre el trauma
temprano que se repetía en la vida de mi pacient, como cuando su novia lo dejó. Ya
había sido abandonado hacía mucho tiempo, y en el proceso algo dentro de él se
había enterrado, permaneciendo encapuchado y no disponible: sin rostro. Podemos
pensar en este niño enterrado como una versión más joven de él mismo, el “niño”
animado, pre-traumático, cuya energía le había dejado (a través de la disociación)
en las ocasiones de terror repetido, en lo que él llamó su «armario de castigo».
Como tal, este niño con capucha representaba la parte perdida y que ahora
regresaba del propio Self animado del paciente.

Al yo sopesar estas posibilidades, me encontré con un pasaje del ensayo de Jung


(1959, 177) sobre el arquetipo del niño, en el que analiza el “niño divino”. Jung
comenta sobre la imagen del “encapuchado”:

Fausto, después de su muerte, es recibido como un niño en el «coro de jóvenes


benditos». No sé si Goethe se refería, con esta idea peculiar, a los cupidos de
antiguas lápidas. No es improbable. La figura del cucallatus habla del
encapuchado, es decir, el invisible, el genio de los difuntos, que vuelve a aparecer
en el alegre juego de una nueva vida, rodeado por formas marinas de delfines y
tritones.
Esta imaginería corresponde casi exactamente con la imaginería del sueño de mi
paciente. Una parte de él, invisible hasta ahora –muerta y enterrada hace mucho–
su «genio» o «daimon», se da a conocer de nuevo a través de la atención
mediadora de su «self cuidador» (la mujer con capucha), una defensa de «otro
mundo» con una sabiduría extraordinaria y una conexión gemelar con su espíritu
enterrado.

Nuestra interpretación de este sueño se ve reforzada al amplificar la imagen del


delfín. La asociación mítica del delfín con el «hijo» muerto y renacido es muy
antigua. Pausanias habla de que un niño en parte divino, en parte humano, llamado
Taras, hijo de Poseidón y Satyraea, era el delfín-cabalgado por el Niño de Año
Nuevo, de la ciudad dórica de Tarentum. Para otras evidencias en Pausanias,
Graves (1955, 291-92) lo encuentra semejante al ritual de advenimiento del Niño
del Año Nuevo, dramáticamente presentado en Corinto con la ayuda de un delfín
domesticado, entrenado por los Sacerdotes del Sol.

Esta imaginería arquetípica nos permite dar una mirada a la función salvadora de
vida del SCS. Preserva el corazón perdido del self invisible y encapuchado, hasta
que esta parte inocente con su carga «divina» -hasta ahora mantenida fuera de la
vida de los sufrimientos-, reingresa en la corriente de vida una vez más rodeado, en
su sueño, por animales saltarines y juguetones que siempre se han asociado con la
vitalidad, la animación, y el regreso de la luz al mundo.

Mi paciente no estaba muy interesado en estos paralelos mitológicos. Estaba, sin


embargo, profundamente conmovido por una sensación de que, de alguna manera,
él se había reunido con una parte perdida de sí mismo a través de la exploración
analítica de su historia de vida personal. Su vida ya no le pareció tan desolada, sino
de alguna manera significativamente tormentosa. Pronto encontró otra novia y
dejó su terapia para una nueva vida.

¿PSICOLOGÍA SIN LA PSIQUE?

En la discusión anterior, he hecho hincapié en las funciones mitopoéticas,


psicológicas, y «espirituales» del SCS y lo he hecho por una razón. Por un lado, los
recientes acontecimientos revolucionarios en neurociencia y en estudios del
cerebro (Schore, 2003a, 2003b), junto con el descubrimiento de que incluso el
desarrollo del cerebro depende de la relación temprana entre el niño y la madre
(Gerhardt, 2004), conducen a una convergencia interesante en el campo. Estas dos
corrientes de pensamiento se unen para destacar dos aspectos hasta ahora
descuidados del trauma y su tratamiento, esto es, cómo el trauma está codificado
en el cerebro / cuerpo y se cura a través de la atención al cuerpo y a sus afectos, y
en segundo lugar, lo importante que es la relación entre terapeuta y paciente para
la reparación del trauma temprano (Bromberg 1998, 2006).
Yo personalmente he estado muy informado de estas nuevas tendencias y no tengo
sino admiración y gratitud a los hombres y mujeres que han puesto estas realidades
en el centro. Comparto su entusiasmo. No hay duda que en el pasado, hemos
estado demasiado centrados en las formas verbales / interpretativas del
tratamiento en psicoanálisis y hemos dejado de lado los sentimientos, el cuerpo, y
la relación terapéutica.

En el enfoque Junguiano del trauma también hemos estado preocupados con la


versión particular de Melanie Klein de la fantasía arquetípica y cómo estas
imágenes son traumáticas en sí mismas. Esto ha conducido a un descuido relativo
de la realidad exterior de trauma, su prevalencia en nuestras vidas, y su poder para
moldear y distorsionar el mundo interior.

Sin embargo, el lado oscuro de todo este entusiasmo por el cerebro y lo


interpersonal, es uno sobre el cual Jung advirtió hace muchos años, a saber, que
podríamos terminar en una «psicología sin psique» (Jung, 1933, 178). Hay una
tendencia en gran parte de lo que he leído a alejarse del centro de la contribución
de Jung –su descubrimiento de la chispa numinosa de la divinidad en el mundo
interior, a la que se refería como el Self. Mucho se ha hablado de la compatibilidad
del pensamiento de Jung con los nuevos descubrimientos, su atención al afecto, su
relacionalidad, e incluso su énfasis del self sobre el ego. Pero también hay un
reduccionismo que me preocupa. Sin ir más lejos, una celebridad en el campo del
trauma y su tratamiento como Peter Levine (1997) afirma que «el trauma es
fisiológico, no psicológico» (citado en Taki-Reece 2004, 65).

Margaret Wilkinson (2006), cuyo libro ha hecho una enorme contribución en la


vinculación de la psicología de Jung con los nuevos descubrimientos de la
neurociencia, presenta dos hermosos casos de sobrevivientes de trauma que se
salvaron, literalmente, por la psique mitopoética -en un caso por libros y películas,
en otro a través del dibujo, el amor por los animales, y una figura imaginaria
interior que le mantuvo viva la esperanza. Sin embargo, al resumir su trabajo, ella
dice que los casos demuestran que los niños «necesitan retraerse del peligroso
mundo exterior al fingido mundo relacionado con el trauma» (Wilkinson 2006, 51).

En mi opinión, esto minimiza la importancia de la imaginación, como si el mundo


«exterior» fuera en donde «deberíamos» estar viviendo, libres del mundo interior
«fingido». Por el contrario, como nos recuerda James Hillman (1975), vivimos en la
psique como pez en el agua, y los sobrevivientes del trauma a veces viven allí más
que el resto de nosotros. A menudo tienen una visión privilegiada de ese «otro»
mundo que hace su presencia en nuestros sueños y en los grandes momentos de
silencio que incluso abre la disociación.

La teoría de las relaciones objetales y la teoría interpersonal proporcionan la mejor


comprensión de cómo se desarrolla el trauma, pero, al no captar la brecha entre las
capacidades auto-curativas del mundo interior de la psique, no pueden concebir
adecuadamente la curación del trauma, que se da a través de otros recursos
diferentes a los personales. El Sistema de Auto Cuidado surge como consecuencia
de una falla aguda o crónica del entorno relacional, para proporcionar una sintonía
«suficientemente buena» y una capacidad de respuesta empática para el bebé en
crecimiento. El trauma ocurre cuando esta»falla» cae fuera de lo que Winnicott
llama la «zona de omnipotencia», con lo cual quiere decir, la experiencia que el
bebé puede sentir o «metabolizar» dentro de sus propios límites de tolerancia -o de
su propia capacidad simbólica naciente. Los eventos que quedan fuera de esta área
son «insoportables» o «abominables» y constituyen nada menos que «locura», con
lo que Winnicott quiso decir literalmente una «ruptura» de la infancia que no
puede ser recordada y alrededor de la cual el niño en crecimiento (con la ayuda de
las defensas primitivas) debe levantar un falso self, como un árbol que crece
alrededor de un centro ausente, ahuecado por el golpe de un rayo.

Esta aleccionadora y convincente historia sobre los efectos del trauma temprano
representa una verdad parcial, pero no es toda la verdad. Hay algo fundamental
que Winnicott deja por fuera de su meta-psicología completamente interpersonal,
esto es, el contexto «no humano» hacia el exterior (Searles, 1960), y el contexto
“pre-humano» hacia adentro, es decir, la capa arquetípica de la psique (Jung). El
niño no está sólo en relación con la madre, sino con el «mundo» de afuera y el
«mundo» de adentro, balanceado como si estuviera entre dos grandes misterios,
hermosos y terribles. Es el trabajo de la madre ayudar a mediar en estas realidades
Titánicas. Sin la mediación «suficientemente buena» de la madre, el niño estará
expuesto a estos terrores y bellezas interiores y exteriores, y esto llevará
inevitablemente a los síntomas traumáticos en relación, por ejemplo, con la
omnipotencia y la grandiosidadno no resueltas, al vínculo inseguro /
desorganizado, etc.
Pero el niño no estará necesariamente «loco». El SCS vendrá a su rescate y este
sistema va a reclutar los poderes arquetípicos de la naturaleza interior y exterior en
su «esfuerzo» para salvar el espíritu del niño, -su centro de salud-. Los muchos
mitos que re-cuentan la historia de niños abandonados y expuestos pero rescatados
por poderes transpersonales o por animales salvajes, registran este milagro
“salvador” del SCS (Otto Rank). Es cierto que sin una adecuada relación humana
que medie entre la «psique y el mundo», el niño traumatizado tendrá dificultades a
través de toda la vida en su intimidad con otros. Nacido de vínculos afectivos rotos,
el SCS no le permitirá confiar en un proceso de re-vinculación con los demás por
temor a una re-traumatización. Pero el self que crece en torno a estas limitaciones
no será necesariamente un «falso» self y puede de hecho ser más creativo que loco,
tal vez con un rico mundo interior, un acceso privilegiado a la «realidad no
ordinaria», una vida cultural profunda, y una gran pasión y capacidad para la vida.
En el lenguaje de Jerome Bernstein, estas personas ocupan una «Tierra de
Frontera» entre los mundos, en lugar de tener trastornos «Borderline» de
personalidad (Bernstein, 2005).

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El mundo interior del trauma

Este es un libro sobre el mundo interior del trauma, como me ha sido revelado en
sueños, fantasías y luchas interpersonales de los pacientes que participaron en el
proceso psicoanalítico. Al centrarme en el «mundo interior» del trauma espero
ilustrar cómo la psique responde interiormente a los acontecimientos abrumadores
de la vida. ¿Qué ocurre en el mundo interior, por ejemplo, cuando la vida en el
mundo exterior se vuelve insoportable? ¿Qué sueños nos hablan de los «objeto-
imágenes» internas de la psique? ¿Y cómo estos «objetos internos» compensan la
catastrófica experiencia con «objetos externos»? ¿Qué patrones de fantasía
inconsciente proporcionan un significado interior a la víctima del trauma cuando
los eventos aplastantes de la vida destruyen totalmente el significado exterior? Por
último, ¿qué nos cuentan estas imágenes internas y estructuras de fantasía acerca
de las milagrosas defensas salvavidas que aseguran la supervivencia del espíritu
humano cuando éste se ve amenazado por el golpe aniquilante del trauma? Estas
son algunas de las preguntas que intento responder en las siguientes páginas.
A lo largo de la discusión que sigue, usaré la palabra «trauma» para significar
cualquier experiencia que causa en el niño un insoportable dolor psíquico o
ansiedad. Para que una experiencia sea «insoportable» significa que abruma los
usuales mecanismos de defensa que Freud (1920b: 27) describió como un «escudo
protector contra los estímulos». Un trauma de esta magnitud varía desde agudas
experiencias aplastantes del niño abusado, tan prominentes en la literatura actual
hasta los «traumas mucho más acumulativos» de necesidades insatisfechas de
dependencia que se amontonan con un efecto devastador en el desarrollo de
algunos niños (Khan, 1963), incluyendo las carencias más agudas de la infancia
descritas por Winnicott como «agonías primitivas», la experiencia de las cuales es
«impensable» (1963: 90). La característica distintiva de ese trauma es lo que Heinz
Kohut (1977: 104) llama «ansiedad de desintegración», un temor innombrable
asociado con la amenaza de disolución de un yo coherente.

Experimentar tal ansiedad amenaza la aniquilación total de la personalidad


humana, la destrucción del espíritu personal. Esto debe ser evitado a toda costa y
por eso, como tal trauma se produce a menudo en la temprana infancia, antes de
que se forme un yo coherente (y sus defensas), entra en juego una segunda línea de
defensas para evitar que lo «impensable» sea experimentado. Estas defensas y su
elaboración en la fantasía inconsciente será el tema central de mi investigación. En
el lenguaje psicoanalítico, éstas son diversamente conocidas como las defensas
«primitivas» o «disociativas»; por ejemplo, la escisión, la identificación proyectiva,
la idealización o la demonización, los estados de trance, la conmutación entre
múltiples centros de identidad, la despersonalización, la parálisis psíquica, etc. El
psicoanálisis ha entendido desde hace tiempo que estas defensas
primitivas caracterizan tanto la psicopatología severa como también (o en su
lugar) lo causan. Pero en nuestra literatura contemporánea rara vez tienen estas
defensas algún «crédito», por así decirlo, por haber logrado algo en la preservación
de la vida de la persona cuyo corazón está roto por un trauma. Y mientras todo el
mundo está de acuerdo en lo desadaptativo de estas defensas en la posterior vida
del paciente, pocos escritores han reconocido el carácter milagroso de estas
defensas – su sofisticación salvavidas o su naturaleza y significado arquetípicos.
Para tener conocimientos sobre estos asuntos volvemos a C. G. Jung y a los sueños
– pero no a Jung como clásicamente se le ha interpretado, y no a soñar imágenes
como son entendidas hoy en día por muchos clínicos. En su lugar, en el capítulo 3
nos remontamos al diálogo temprano entre Freud y Jung, donde ambos se
esforzaban por comprender las imágenes «mito-poéticas» de la fantasía, que son
planteadas por la psique como secuelas de trauma. Durante este tiempo fructífero,
y antes de su trágica separación y posterior reificación de sus teorías, cada uno de
ellos trajo una apertura experimental a los misterios de la psique – una apertura
que debemos tratar de recuperar si queremos entender el trauma y su significado.
En el capítulo 3 seguimos el diálogo hasta el punto donde ellos se apartan, y
descubrimos que lo hicieron en torno a la cuestión de cómo entender las imágenes
«daimónicas» y «extrañas» del trauma, ligadas al sueño y a la fantasía.

Si estudiamos el impacto del trauma sobre la psique con un ojo puesto en los
eventos traumáticos externos y otro sobre los sueños y demás productos
espontáneos de la fantasía que se producen en respuesta a un trauma externo,
descubrimos la notable imaginería mito-poética que compone el «mundo interior
de trauma» y que resultó tan emocionante tanto para Freud como para Jung. Y sin
embargo, ni las interpretaciones de Freud ni de Jung de esta imaginería han
demostrado ser del todo satisfactorias para muchos clínicos actuales, incluyendo al
autor de este artículo. Por esta razón, una nueva interpretación del trauma ligada a
la fantasía se presenta en las siguientes páginas – una que combina elementos
tanto de Freud como de Jung. Esta «nueva» interpretación depende en gran
medida de los sueños que siguen inmediatamente a un momento traumático en la
vida del paciente. Un estudio cuidadoso de los sueños de este tipo en la situación
clínica conduce a nuestra hipótesis principal de que las defensas arcaicas asociadas
al trauma se personifican como imágenes arquetípicas daimónicas. En otras
palabras, que las imágenes oníricas vinculadas al trauma representan el
autoretrato psíquico de sus propias operaciones defensivas arcaicas.
En el material clínico que sigue encontraremos ejemplos de estas imágenes en los
sueños de pacientes contemporáneos, quienes han luchado con el impacto
devastador del trauma en sus vidas. Vamos a ver cómo, en ciertos momentos
críticos en el trabajo a través de trauma, los sueños nos dan una idea espontánea de
la «segunda línea de defensa» de la psique contra la aniquilación del espíritu
personal. Para estos «autorretratos» de las propias operaciones defensivas de la
psique, los sueños ayudan al proceso de curación al simbolizar los afectos y
fragmentos de la experiencia personal que han sido hasta ese momento
irrepresentables en la consciencia. La idea de que los sueños deben ser capaces, en
esta forma, de representar las actividades disociativas de la psique, teniendo juntas
sus piezas fragmentadas, en una dramática historia es una especie de milagro de la
vida psicológica que podemos muy fácilmente dar por sentado. Por lo general,
cuando los sueños hacen esto, nadie está escuchando. En psicoterapia profunda,
tratamos de escuchar.

Lo qué los sueños revelan y lo que la reciente investigación clínica ha demostrado


es que cuando el trauma golpea el desarrollo de la psique de un niño, se produce
una fragmentación de la consciencia en el que las diferentes «piezas» (Jung las
llamó escisiones-psíquicas o complejos) se organizan en función de ciertos
patrones arcaicos y típicos (arquetipo), más comúnmente en díadas o sicigias
formadas por «seres» personificados. Por lo general, una parte del yo regresa a la
época infantil, y otra parte progresa, es decir, crece muy rápido y llega a adaptarse
precozmente al mundo exterior, a menudo como un «falso self» (Winnicott,
1960a). La parte progresiva de la personalidad se hace cargo entonces de
la parte regresiva. Esta estructura diádica ha sido descubierta independientemente
por clínicos de muchos enfoques teóricos diferentes – un hecho que indirectamente
apoya su base arquetípica. Exploramos los escritos de estos clínicos con más detalle
en los capítulos 5 y 6.
En los sueños, la parte regresiva de la personalidad se suele representar como
un niño-self vulnerable, joven, inocente (a menudo femenino) o un animal–
self que permanece vergonzosamente escondido. De vez en cuando aparece como
un animal especial – una mascota favorita, un gatito, un perrito, o un pájaro.
Cualquiera que sea su encarnación particular, este remanente «inocente» del Self
total parece representar un núcleo del espíritu imperecedero personal del individuo
– lo que los antiguos egipcios llamaron «Ba-alma», o en alquimia, el espíritu
animador alado del proceso de transformación, es decir, Hermes/Mercurio. Este
espíritu ha sido siempre un misterio – una esencia de la individualidad nunca
plenamente comprendida. Es la esencia imperecedera de la personalidad – lo que
Winnicott denomina el «verdadero yo» (Winnicott, 1960a) y que Jung, en busca de
un constructo que hiciera honor a sus orígenes transpersonales, llamó el Self (2).
La violación de este núcleo interno de la personalidad es impensable. Cuando fallan
otras defensas, las defensas arquetípicas irán a cualquier extremo para proteger al
Self – hasta el punto de matar a la personalidad huésped en la que este espíritu
personal está hospedado (suicidio).
Mientras tanto, la parte progresiva de la personalidad es representada en sueños
como un poderoso gran ser benévolo o malévolo que protege o persigue a su
compañero vulnerable, a veces manteniéndolo encarcelado en su interior.
Ocasionalmente, en su disfraz protector, el ser benévolo / malévolo aparece como
un ángel o un animal salvaje milagroso, como un caballo especial o un delfín. Más a
menudo la figura «cuidadora» es daimónica y aterradora para el yo-soñante. En el
material clínico de los capítulos 1 y 2, exploraremos casos en que se presenta como
un guitarrista diabólico, un asesino con una escopeta, un doctor loco, una “nube”
amenazadora, un seductor «demonio de comida», o como el Diablo mismo. A
veces, el malvado verdugo interior cambia su rostro y presenta un aspecto más
benévolo, identificándose de ese modo como una figura «doble», protector y
perseguidor en uno mismo. Ejemplos de esto se encuentran en el Capítulo 2.
En conjunto, las imágenes «mitologizadas» de las partes «progresiva vs regresiva”
del self constituyen lo que yo llamo el sistema arquetípico de autocuidado de la
psique. El «sistema» es arquetípico porque es a la vez arcaico y típico de las
operaciones autopreservativas de la psique, y porque es evolutivamente más
temprano y más primitivo que las defensas normales del yo. Debido a que estas
defensas parecen estar «coordinadas» por un centro más profundo de la
personalidad que el yo, se les ha denominado «defensas del Self» (Stein, 1967).
Veremos que se trata de una denominación teórica adecuada porque pone de
relieve lo «numinoso» (3), carácter impresionante de esta estructura «mito-
poética» y porque la figura malvada en el sistema de auto-cuidado presenta una
imagen convincente de lo que Jung llama el lado oscuro del ambivalente Self. Al
explorar estas imágenes en el sueño, la transferencia y el mito, veremos que la idea
original de Jung sobre el Self como el principio central de regulación y
ordenamiento de la psique inconsciente requiere una revisión en las condiciones
del trauma severo.
El sistema de auto-cuidado lleva a cabo las funciones autorreguladoras y de
mediación interior / exterior que, en condiciones normales, se llevan a cabo por el
funcionamiento del yo de la persona. Aquí es donde surge el problema. Una vez que
la defensa del trauma se organiza, toda relación con el mundo exterior es «filtrada»
por el sistema de auto-cuidado. Lo que pretendía ser una defensa contra futuros
traumas se convierte en una importante resistencia a todas las expresiones
desguarnecidas espontáneas del self en el mundo. La persona sobrevive, pero no
puede vivir en forma creativa. Se hace necesaria la psicoterapia.

Sin embargo, la psicoterapia con las víctimas de trauma precoz no es fácil, ni para
el paciente ni para el terapeuta. La resistencia arrojada por el sistema de auto-
cuidado en el tratamiento de las víctimas de trauma es legendaria. Ya en 1920,
Freud se vio sacudido por el alcance en que una fuerza «daimónica» en algunos
pacientes se resistía al cambio y hacía imposible el trabajo habitual de análisis
(Freud, 1920b: 35). Fue tan pesimista acerca de esta «compulsion a la repetición»
que atribuyó su origen a un propósito instintivo en toda vida hacia la muerte
(Freud, 1920b: 38-41). Posteriormente, los clínicos que trabajan con las víctimas de
trauma o abuso han reconocido fácilmente la figura “daimónica”o las fuerzas a las
cuales aludía Freud. Fairbairn (1981) lo describió como un «saboteador interno» y
Guntrip (1969) como el «yo anti-libidinal» que atacaba al «yo libidinal». Melanie
Klein (1934) describió las fantasías del niño como un «pecho malo», cruel,
atacador; Jung (1951) describió el «Animus negativo», y más recientemente,
Jeffrey Seinfeld (1990) ha escrito sobre una estructura interna llamada
simplemente el «objeto malo».

La mayoría de autores analíticos contemporáneos se inclinan por ver esta figura


atacante como una versión internalizada del autor material del trauma, el cual
«posee» el mundo interno del paciente traumatizado. Pero este popular punto de
vista es sólo medianamente correcto. La figura diabólica interior es a menudo
mucho más sádica y brutal que cualquier agresor externo, lo que indica que
estamos hablando aquí de un factor psicológico desencadenado en el mundo
interior por el trauma – una agencia arquetípica traumatogénica dentro de la
propia psique.
Sin importar lo asustadora que sea su brutalidad, la función de este ambivalente
cuidador siempre parece ser la protección del remanente traumatizado del espíritu
personal y su aislamiento de la realidad. Si somos capaces de imaginar su
razonamiento interno, funciona como una especie de «Liga de Defensa Judía»
interior (cuyo lema, después del Holocausto, dice: «¡Nunca más!»). Dice nuestro
tiránico cuidador «¡Nunca más el espíritu traumatizado personal de este niño
sufrirá de este mal! Nunca más estará indefenso ante la cruel realidad… antes de
que eso suceda, yo lo dispersaré en fragmentos [disociación], o lo encapsularé y lo
calmaré con fantasías [retirada esquizoide], o lo adormeceré con sustancias
estupefacientes [adicción], o lo acosaré para evitarle tener esperanzas de vida en
este mundo [depresión]… De esta manera preservaré lo que queda de esa infancia
prematuramente amputada – ¡de una inocencia que ha sufrido demasiado y
demasiado pronto»!
A pesar de la naturaleza por demás bienintencionada de nuestro Protector /
Perseguidor, hay una tragedia al acecho en estas defensas arquetípales. Y aquí
llegamos al quid de la cuestión para el individuo traumatizado y al mismo tiempo el
punto crucial del problema para el terapeuta que trata de ayudar. Esta tragedia
incipiente resulta del hecho de que el Protector / Perseguidor no es educable. La
defensa primitiva no aprende nada del peligro real cuando el niño crece. Funciona
en el nivel mágico de la consciencia con el mismo nivel de consciencia que tenía
cuando el trauma o traumas originales ocurrieron. Cada nueva oportunidad se
confunde con una peligrosa amenaza de re-traumatización y por lo tanto es
atacada. De esta manera, las defensas arcaicas se convierten en fuerzas anti-vida
las cuales Freud comprensiblemente consideraba como parte de la pulsión de
muerte.

Estos descubrimientos hechos al explorar el mundo interior nos ayudan a explicar


dos de los hallazgos más inquietantes en la literatura sobre el trauma. El primero
de estos hallazgos es que la psique traumatizada es auto-traumatizada. El trauma
no termina con el cese de la violación externa, sino que continúa sin cesar en el
mundo interior del paciente traumatizado, cuyos sueños son a menudo
frecuentados por figuras persecutorias interiores. El segundo descubrimiento es el
hecho aparentemente perverso de que la víctima del trauma psicológico
continuamente se encuentra a sí misma en situaciones de la vida en donde él o
ella es retraumatizada. Por mucho que él o ella quiera cambiar, por mucho que él o
ella trate de mejorar la vida o las relaciones, algo más poderoso que el yo
continuamente socava el progreso y destruye la esperanza. Es como si el mundo
persecutorio interno de alguna manera encontrara su espejo exterior en repetidas
«recreaciones» autodestructivas – casi como si la persona estuviera poseída por
alguna fuerza diabólica o fuera perseguida por un destino maligno.
En el primer capítulo del libro fijaremos estas ideas preliminares en tres casos
clínicos y varios sueños importantes que ilustran el lado diabólico del Self en el
trauma temprano. En el capítulo 2 se presentan ejemplos más extensos que
enriquecen el cuadro, al mostrar los aspectos auto-calmantes del sistema de auto-
cuidado, además de sus aspectos diabólicos. En el capítulo 3 trazamos las
exploraciones iniciales de Freud y de Jung sobre el mundo interno del trauma, y se
muestra que Jung había «descubierto» en forma independiente nuestra estructura
diádica defensiva ya en 1910, aunque él no la hubiera etiquetado como tal. En el
capítulo 4 se proporciona una recopilación de las opiniones de Jung relacionadas
con el trauma, partiendo de su trauma personal en su infancia, y cómo lo informó
su posterior teoría. En el Capítulo 5 revisamos opiniones y críticas adicionales de
colaboradores Junguianos a la teoría clínica del trauma, y en el Capítulo 6 se hace
un sondeo a teóricos psicoanalíticos, centrándonos en aquellos que describen una
estructura similar a nuestro trauma de defensa.

Al final de la primera parte, el lector deberá tener una buena idea de cómo funciona
la defensa diádica en el mundo interior visto desde una variedad de perspectivas
teóricas, así como un conocimiento de sus características recurrentes, universales.
Dadas las características mito-poéticas descritas en la Parte I, no sorprenderá que
estas defensas primordiales del Self aparezcan con frecuencia en el material
mitológico, y la demostración de este hecho es el propósito de la Parte II del libro.
En estos capítulos, vamos a interpretar varios cuentos de hadas y un corto mito, la
historia de Eros y Psique (capítulo 8), con el fin de mostrar cómo la imaginería
personificada del sistema de auto-cuidado aparece en el material mitológico. Los
lectores no familiarizados con el enfoque de Jung pueden encontrar un tanto
extraña tal atención al folklore y a la mitología en un trabajo psicológico, pero hay
que recordar que, como Jung lo ha señalado en reiteradas ocasiones, la mitología
es lo que «era» la psique antes de que la psicología la convirtiera en un objeto de
investigación científica. Al llamar la atención sobre los paralelismos entre los
resultados de la clínica psicoanalítica y la ideación religiosa antigua, se demuestra
cómo la lucha psicológica de los pacientes actuales (y de los que estamos tratando
de ayudarlos) opera profundamente en la fenomenología simbólica del alma
humana, lo cual se inclinan a reconocerlo los recientes debates psicoanalíticos
sobre el trauma o sobre los «trastornos disociativos». No todos son ayudados
mediante la comprensión de estos paralelos, pero algunas personas lo son, y para
ellas, esta forma de ver, simultáneamente, el fenómeno psicológico y el religioso es
equivalente a encontrar un significado más profundo a su sufrimiento, y esto, en sí
mismo, puede ser curador. No es una casualidad que nuestra disciplina se llame
«psicología profunda», pero para que la psicología permanezca profunda, debe
mantener una «mirada», por así decirlo, en la vida del espíritu del hombre, y las
vicisitudes del espíritu (incluyendo sus manifestaciones oscuros) no están en
ninguna parte tan bien documentadas como en los grandes sistemas simbólicos de
la religión, la mitología y el folclore. De esta manera, la psicología y la religión
comparten, por así decirlo, una preocupación común con la dinámica de la
interioridad humana.
En el capítulo 7 encontramos nuestro sistema de auto-cuidado personificado en el
cuento de hadas de la inocente Rapunzel, de los hermanos Grimm, bajo la tutela
protectora pero persecutoria de la bruja, y exploraramos algunas implicaciones
clínicas de cómo sacar a esta «niña» psíquica de su torre. El capítulo 8 describe una
«historia de cautiverio», similar a la de Eros y Psique; y en el capítulo 9,
exploramos una interpretación especialmente violenta del aspecto oscuro del Self
en el cuento de hadas del Ave de Fitcher, uno de los populares cuentos del ciclo de
Barba Azul. El Capítulo Diez concluye el libro con el análisis de un cuento
escandinavo del Principe Lindworm, y hace hincapié en el papel de sacrificio y de la
elección en la solución de la defensa del trauma. A lo largo de los últimos capítulos,
se intercalan en el material mítico las implicaciones para el tratamiento de las
víctimas del trauma.
Al centrarse la siguiente investigación en el mundo interior del trauma, sobre todo
en la fantasía inconsciente como se ilustra en los sueños, la transferencia y la
mitología, vamos a tratar de honrar la realidad de la psique de una manera que no
lo hace gran parte de la literatura actual sobre el trauma, o lo hace sólo de manera
secundaria. Por realidad de la psique, me refiero a un reino intermedio de la
experiencia que sirve como un ligamento que conecta al ser interior con el mundo
exterior, por medio de procesos simbólicos que comunican un sentido de
«significado». En mi experiencia, un sentido de la realidad de la psique es
extremadamente vago y difícil de mantener, incluso para el psicoterapeuta
experimentado, porque significa estar abierto a lo desconocido – a un misterio en
el centro de nuestro trabajo – y esto es muy difícil, especialmente en el área del
trauma, en donde la indignación moral es tan fácilmente provocada y con ella, la
necesidad de respuestas simples.
En un esfuerzo por situar el presente estudio en su contexto, hay que señalar que el
psicoanálisis comenzó en un estudio del trauma hace casi 100 años, pero luego
sufrió una especie de amnesia profesional sobre el tema. En años recientes hay
algunos indicios de que la profesión está volviendo una vez más a un «paradigma
del trauma». Este renacimiento del interés por el trauma ha sido motivado por el
«redescubrimiento» cultural del abuso infantil físico y sexual, y el despertar del
interés de la psiquiatría por los trastornos disociativos, especialmente del Desorden
de Personalidad Múltiple y del Desorden de Estrés Postraumático. Por desgracia,
con muy pocas excepciones, esta literatura ha escapado a los comentarios de
escritores Junguianos. (4) Este hecho es tanto más peculiar dado el modelo
relevante de la disociabilidad de la psique de Jung y su énfasis en la
«indivisibilidad» del yo-Self (individuación). Creo que los insights de Jung en el
mundo interior de la psique traumatizada son especialmente importantes para el
psicoanálisis contemporáneo y, al mismo tiempo, el trabajo contemporáneo sobre
el trauma requiere una revisión de la teoría junguiana. El presente trabajo es un
esfuerzo, por un lado, de ilustrar el valor de las contribuciones de Jung, mientras
intenta, por otro lado, ofrecer ciertas revisiones teóricas necesarias a mi juicio
debidas a los resultados de investigadores y especialistas del trauma, especialmente
aquellos autores contemporáneos pertenecientes a las relaciones objetales y a la
psicología del Self.
El lector debe ser advertido de al menos dos diferentes «dialectos» psicoanalíticos
que definen el idioma de la presente investigación y el argumento se mueve
libremente, entre ellos, hacia adelante y hacia atrás. De una parte es la escuela
británica de las relaciones objetales, especialmente Winnicott – junto con algunos
de la psicología del Self de Heinz Kohut y, por de otra parte, el lenguaje mito-
poético de C. G. Jung y sus seguidores. Considero esenciales estos dos lenguajes
para la comprensión del trauma y su tratamiento.

Algunas de las observaciones contenidas en estos capítulos han aparecido impresas


en otros lugares (Kalsched, 1980, 1981, 1985, 1991) y otras han sido objeto de
extensas charlas en el Instituto CG Jung de Zurich y en el Centro de Psicología
Profunda y de Estudios Junguianos en Katonah, Nueva York. Pero las
consecuencias completas de mis primeras ideas para una teoría del trauma y su
tratamiento no estuvieron claras hasta hace poco tiempo. A pesar de ello, el
presente volumen se debe considerar como un poco más que provisional – un
esfuerzo preliminar para arrojar alguna luz en ese fondo oscuro de las imágenes
inconscientes que constituyen el «mundo interior de trauma».

NOTAS DE PIE DE PÁGINA

(1) La función «mito-poética» del inconsciente fue un término originalmente


acuñado por el erudito clásico Fredrick Myers en la última parte del siglo XIX.
Myers cree que el inconsciente estaba creando continuamente fantasías míticas que
se manifestaban en los sueños, el sonambulismo, la hipnosis, la posesión y los
estados de trance de los médiums. Ellenberger (1970 : 318), en su monumental
estudio del inconsciente en la psiquiatría contemporánea, lamenta que esta idea
prometedora nunca hubiera sido más plenamente investigada por teóricos distintos
de Flournoy y de Jung .
(2) Las investigaciones de Jung le llevaron al concepto del Self como el centro
ordenador y unificador de toda la personalidad, mientras que el yo se entendía que
era el centro ordenador sólo de la conciencia. Para Jung, el Self era equivalente a
la imago Dei en la psique y por lo tanto de orígenes transpersonales. Él mismo
nunca lo escribió en mayúsculas, pero yo he optado por hacerlo en el texto a fin de
distinguir el concepto de Jung de las descripciones de self provenientes de otros
teóricos, en los que no está incluida la dimensión numinosa y espiritual del
término .
(3) Lo numinosum es una categoría de la experiencia descrita por Rudolph Otto,
caracterizado por el encuentro de la humanidad con el tremendum mysterium o
el totalmente otro del daimon (Otto, 1958). Está acompañada por la sensación del
yo de ser capturado por una misteriosa fuerza mayor que o «más allá» de sí mismo,
por encima y contra el cual se produce asombro, fascinación, o temor. Las
constelaciones positivas de lo numinosum inspiran la humildad, la gratitud, la
devoción religiosa y el culto, mientras que las experiencias negativas inspiran
miedo, pavor (estremecimiento , temblor), y el horror. A lo largo de este libro, se
hará hincapié en la íntima relación entre el trauma y lo numinoso. Cuando el yo cae
a través del abismo de un trauma en la oscuridad de la psique inconsciente, cae en
un mundo arquetípico que es experimentado por el yo como numinoso – oscuro o
claro. Desafortunadamente para la víctima del trauma, lo numinoso generalmente
se constela negativamente.
(4) Una excepción importante es el reciente libro de Emmett Early sobre trauma
psicológico (Early, 1993), que se inicia con un capítulo sobre la aproximación
Junguiana al tema. Early enfatiza lo que él llama el «complejo de trauma» , y
señala que la disociación es la forma normal de hacer frente a los acontecimientos
traumáticos de la psique. Aunque reconoce la dimensión arquetípica del trauma y
analiza el papel del arquetipo Trickster , Early interpreta las figuras diabólicas con
las que este libro trata como representaciones literales de la «muerte» (116) o como
«la consciencia no deseada» (26), perdiendo así la papel de estas figuras como
defensas arcaicas contra la insoportable experiencia.

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