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Zeus ordenó a Hefesto que hiciera una mujer de arcilla en señal de venganza,
puesto que se encontraba furioso por el robo del fuego por parte de Prometeo. Esta
mujer recibió el nombre de Pandora y los dioses y diosas le otorgaron una serie de
cualidades. Una de ellas fue la mentira y el engaño.
Pandora fue enviada como regalo a Epimeteo, hermano de Prometeo, ladrón del
fuego. Dado que no quería correr la suerte de este, quien fue castigado por Zeus
hasta la eternidad, decidió casarse con Pandora.
Picada por la curiosidad, ella abrió la caja que debería permanecer cerrada. Así,
esparció todos los males por la humanidad. Sin embargo, la esperanza quedó
atrapada en el cofre, ya que Pandora lo cerró antes de que pudiera huir.
El vuelo de Ícaro
Ícaro era hijo de Dédalo y una esclava de Minos llamada Náucrate. Este mito cuenta
que el padre y su hijo fueron encerrados por el rey Minos en un laberinto, a causa
de que Dédalo ayudó a la esposa de Minos a unirse con un toro blanco.
El padre de Ícaro sabía que no era fácil salir del laberinto y de la isla en donde se
encontraban. Por eso, fabricó un par de alas para él y otras para su hijo. El material
que utilizó fueron plumas y cera.
Ícaro desobedeció las órdenes de su padre. Voló tan alto que la cera de sus alas se
derritió. Esto provocó que cayera en picada hacia el mar, lugar donde las plumas de
sus alas se humedecieron. El mito concluye con la muerte de Ícaro.
Este mito es conocido como el de las tres hermanas del destino o también
denominadas Moiras o Parcas. Se trataba de tres mujeres que controlaban la vida
de las personas y divinidades a través del hilado. Sus nombres eran Cloto, Láquesis
y Átropos. Cada una representaba un momento de la vida de las personas.
La primera se encargaba de hilar la vida, es decir, decidía cuando alguien nacía. Por
su parte, Láquesis distribuía cuánto tiempo viviría una persona. Por último, Átropos
decidía cuando sería la muerte, es decir, cuando debía cortar el hilo de la vida.
De esta manera, subyace en este mito la idea de un destino inexorable, del cual no
podemos escapar. En este aspecto, cobra sentido el ideal de destino predefinido e
inalterable.