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SI EL CEREBRO ME ENGAÑA, ¿QUIÉN SOY YO?

15/01/2014 25 comentarios

No es extraño oír a veces expresiones como "El cerebro nos engaña" o "Mi
cerebro sabe lo que voy a decidir antes de que yo tome las decisiones" ¿Es
eso cierto? La verdad es que no.

Para empezar, del mismo modo que lo que vemos en la pantalla de un


televisor no es el procesamiento de información codificada que está
teniendo lugar en sus circuitos electrónicos, la percepción consciente que
tenemos en cada momento no es el procesamiento fisiológico que está
teniendo lugar en los circuitos neuronales del cerebro, sino sólo la forma
que éste tiene de hacer inteligible el resultado de ese procesamiento. Dicho
en sencillo, lo que sentimos conscientemente en cada momento no es lo que
está pasando en el cerebro, sino sólo sus conclusiones. Siendo entonces la
consciencia el resultado del procesamiento cerebral, es natural que éste
último anteceda a aquella aunque sólo sea en unos milisegundos. Eso es
algo tan natural como que la electricidad pase por el cable antes de que se
encienda la bombilla. Lo difícil de entender sería lo contrario.

Pero además, si nos expresamos diciendo que el cerebro nos engaña, quizá
sin darnos cuenta estamos presuponiendo algo que en realidad no existe.
Porque, ¿quién es ese nos del que hablamos?, es decir, ¿quién soy yo? ¿La
carcasa que queda cuando se extrae el cerebro de mi cuerpo? Seamos
realistas, si analizamos detenidamente nuestra propia naturaleza no
tardamos en damos cuenta de que antes que nada somos nuestro cerebro y
la mente que él crea. Porque si hubiese algo en el cerebro que decide por
nosotros tendríamos que preguntarnos si dentro de ese algo hay también
otro algo que toma decisiones por él, y así sucesivamente en una fantástica
cascada imaginativa comparable a las matriuscas, esas bonitas muñecas
rusas. Por extraño que parezca, la mente, más incluso que el cuerpo, es lo
más propio y familiar que tenemos, aquello con lo que cada uno de
nosotros más se identifica. Sólo lo que nuestro cerebro y nuestra mente son
capaces de percibir o conocer no nos es ajeno. Lo que no existe en nuestra
mente no existe para nosotros y si el cerebro se altera la mente también lo
hace. A pesar de ello, analizándola introspectivamente, mirando cada uno
de nosotros hacia su propio interior, podemos tener la errónea sensación de
que la mente es algo añadido al cuerpo y diferente a él, en lugar de una
manifestación tan inseparable del mismo, particularmente del cerebro,
como el movimiento de la rueda. Aunque resulte paradójico, el único modo
que tenemos de conocer nuestro cuerpo es mediante la propia mente, esa
mente que él mismo crea. Es decir, es por la mente que llegamos al cuerpo
del que ella depende, y no al revés. Por esa razón, si fuera posible
trasplantar el cerebro de un cuerpo a otro lo que en realidad estaríamos
haciendo no sería un trasplante de cerebro, sino un trasplante de cuerpo.

Precisamente una de las cosas que hace el cerebro es que nos sintamos
ubicados en nuestro propio cuerpo. Es una percepción tan poderosa que
rara vez nos planteamos cómo es posible. Cuando nos desplazamos de un
lugar a otro nuestra mente viaja con nuestro cuerpo, encerrada en él, como
su prisionera permanente, eterna. No concebimos como natural el que
nuestra mente pudiera sentirse fuera de nuestro cuerpo. Ahora sabemos que
esa percepción la crea el cerebro sincronizando lo que vemos con lo que
sentimos al mismo tiempo en nuestro cuerpo. Alterando artificialmente esa
sincronización Henrik Ehrsson y otros investigadores del Instituto
Karolinska de Estocolmo han demostrado que cualquier persona puede
trocar la ilusión de pertenecer a su propio cuerpo por la de estar ubicado en
otro diferente, sea natural o artificial. Su dispositivo consiste en unos
visores por los que el sujeto experimental visualiza imágenes distantes de él
mismo tomadas con una cámara de vídeo situada tras él. Cuando el
experimentador golpea suavemente el pecho real del sujeto con un pequeño
bastón de plástico y simultáneamente hace el simulacro de tocarlo también
virtualmente con otro bastoncito que sitúa delante de la cámara de video, el
sujeto, que entonces siente como su pecho es golpeado al mismo tiempo
que ve en primer plano un bastoncito que parece golpearlo, se percibe a sí
mismo en la distancia, tal como lo capta en ese momento la cámara de
vídeo. Vive sin vivir en él, podríamos decir, parafraseando a Santa Teresa
(figura A).
La experiencia es aún más impresionante, pues cuando el experimentador
hace el simulacro de golpear con un martillo el cuerpo virtual, el sujeto
siente el mismo miedo que cuando la amenaza se cierne sobre su cuerpo
real. Recientemente Ehrsson ha ido más lejos al conseguir mediante
procedimientos similares que la mente del sujeto experimental se sienta
trasladada al cuerpo de otra persona, al de una pequeña muñeca Barbie, o al
de un maniquí gigante. La ilusión se parece tanto a la realidad que cuando
los participantes en el experimento sintieron el pequeño cuerpo de la
muñeca como el suyo propio percibían los objetos circundantes como más
grandes y lejanos, es decir, sentían como gigantes los dedos o el lápiz que
tocaba las piernas de la muñeca, en esa situación percibidas como las suyas
propias. Algunos participantes ni siquiera se dieron cuenta del
extremadamente pequeño tamaño del cuerpo de la muñeca y lo único que al
parecer sintieron fue estar localizados en un mundo de gigantes. Eso
significa que el tamaño que percibimos de nuestro propio cuerpo nos sirve
de referencia métrica para evaluar el tamaño y las distancias de nuestro
entorno, y explica también la común experiencia de sentir como más
pequeños de lo que recordamos los lugares y objetos de nuestra infancia
cuando los volvemos a visitar de mayores con un cuerpo de mayor tamaño.

En cómo sentimos nuestro cuerpo hay además algo especialmente


misterioso. Aunque las sensaciones y percepciones se generan en el cerebro
no las sentimos en él sino en la parte del cuerpo que es estimulada. Si nos
tocan en una mano sentimos el tacto en esa mano y si lo hacen en la cara lo
sentimos en la cara, pero en realidad son las partes de la corteza cerebral
que reciben la información de las manos y la cara las que originan esas
sensaciones. Una prueba de ello es el síndrome clínico conocido como "el
miembro fantasma", que ocurre en pacientes a los que se le ha amputado un
brazo o una pierna y durante algún tiempo siguen manifestando tener
sensaciones de tacto o dolor en el miembro que ya no tienen. Y aún más
sorprendente resulta la observación de que algunos pacientes que tienen
dañado su cerebro pero no han sufrido amputaciones pueden manifestar la
presencia de más de dos manos o dos pies, o incluso dejar de reconocer
como propia una de sus piernas. Todo ello es prueba de que son el cerebro
y la mente quienes crean la imagen y percepciones que tenemos de
nosotros mismos llegando incluso a superar a la realidad.

Para saber más:


Morgado, I. (2012). Cómo percibimos el mundo: una exploración de la
mente y los sentidos. Barcelona: Ariel

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