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Colonialidad y liberación en la educación

En la presente clase seguiremos abordando algunos de los conceptos


planteados en las clases anteriores, aunque profundizaremos
específicamente en las repercusiones que a nivel pedagógico-educativo ha
dejado la colonialidad en América Latina. Para ello trabajaremos desde la
mirada de Inés Fernández Mouján y el análisis de la obra de Paulo Freire.
Sus planteos profundizan el potencial analítico de los conceptos de
“colonialidad” y “liberación” en el ámbito de la educación. “Pues de lo que
se trata es de reconocer la historicidad en el fenómeno educativo y
comprender que la educación es una práctica y una reflexión que se lleva
adelante en un momento histórico determinado”. Para ello es necesario
asumir las inestabilidades, lo peligros y las paradojas que se presentan al
concebir la educación desde la contingencia y desde las tramas de poder.
Fernández Mouján aborda la cuestión de “colonialidad del poder” como una
matriz que organiza las relaciones sociales de un modo particular:
jerárquico – clasista- sexista y racializados. Esta modernidad se remonta a
los procesos de conquista en América y tiene luego su impacto en el ámbito
de la educación. La intención de Fernández Mouján es desocultar las
“marcas de la colonialidad” que se entrometieron y todavía perduran.
Fernández Mouján se propone analizar la crítica a la educación bancaria de
Paulo Freire, y su contrapuesta: la educación liberadora. Mientras la
primera es alienante, encubridora y reproductora de relaciones sociales y
políticas injustas y desiguales; la segunda es transformadora y
esperanzadora.
En Argentina, el imaginario sarmientino suponía la aniquilación de lo
diferente, expresión de ello fue la campaña del exterminio comandada por
Roca en la Patagonia. En la propuesta educativa de Sarmiento (quién
admiraba la civilización europea), los nativos resultan desacreditados como
sujetos pedagógicos, es decir, como sujetos capaces de ser educados.
En este sentido es posible afirmar que el discurso del eurocentrismo no fue
capaz de reconocer las diferencias, lo que derivó en políticas educativas
que excluyeron e impusieron una única forma de mirar el mundo y la vida.
Después de las independencias, la pedagogía se constituye en esa tensión
entre proyectos homogeneizante e igualitarios, entre la lógica liberadora y
la civilizatoria. La educación, plantea Adriana Puiggrós (historiadora
argentina) en el periodo posindependientista, fue un medio para exorcizar
los fantasmas surgidos de la negación de los hombres y mujeres existentes,
una herramienta necesaria para impulsar un desarrollo del continente
subordinado al naciente orden mundial.
Se advierte que la independencia de la corona española por parte de las
colonias no implicó de manera necesaria la liberación.
Las marcas de la colonización quedaron impresas en los cuerpos
racializados, en las relaciones sociales jerarquizadas, en las lenguas
originarias amputadas, en el sentido de inferioridad permanente,
marginación de saberes cotidianos, e incluso la negación del otro cultural,
etc. Así mismo, la historiografía profundizó la invisibilización de los pueblos
sometidos. Producida en el contexto de la ideología dominante,
eurocéntrica, soslayó la historia de los vencidos dándolos definitivamente
por muertos. Siglos de colonización, de dominación, no quedan atrás
fácilmente; por el contrario, siguen operando y teniendo sus efectos en el
presente.
La filosofía de la liberación, la sociología de la liberación y la pedagogía de
la liberación ponen especial énfasis en la crítica a la producción de
conocimiento, y entienden que es necesario repensar el modelo educativo
tal como viene siendo planteado desde los procesos pos independencia.
Entienden que la educación es un lugar de privilegio de la reproducción
social injusta y se proponen establecer, desde el cuestionamiento del
concepto de libertad, independencia y emancipación, una política de la
libertad del oprimido, una política de la liberación, de modo de dar voz
efectiva a los que no la tienen, establecer el diálogo con el “otro”, punto de
partida para la lucha del oprimido por su libertad efectiva, la de su
humanización, la de su liberación con otros para la transformación del
mundo.
La libertad sólo se puede alcanzar en tanto praxis de la liberación que
desanda los caminos de la alienación, del sometimiento, de la negación; a
partir de la praxis propia de los sujetos que fueron sometidos, negados y
alienados.
Liberación, por consiguiente, implica el examen crítico de lo que somos, de
lo que hemos llegado a ser a través incluso de la conquista. En este sentido
una pedagogía liberadora requiere de maestros que actúen como una
exterioridad crítica, habilitando los procesos de desalienación.
Es importante comprender que la mirada del opresor está introyectada en
el propio oprimido. De aquí que independizarse no conlleve necesariamente
a la liberación. Para la liberación, entonces, es preciso asumir la condición
de alienado, de deshumanizado, que atraviesa la propia subjetividad.
Para Freire, resulta fundamental asumir la política desde la acción cultural
y desde la potencia que tiene la educación. Sin embargo, no por ello deja
de advertir la necesidad de transformar profundamente el sistema
educativo, con el propósito de que el educador asuma una tarea activa y
subversiva del orden instituido. Así, la acción cultural implica apropiarse de
las expresiones de la cultura hegemónica con el objeto de transformarla,
de despojarla de su carácter alienante, para finalmente, liberarse de ella.
En este sentido la educación comporta una potencialidad política –
pedagógica fundamental para el proyecto de la liberación. Freire se
compromete a profundizar en la crítica a la educación bancaria. Esta última
se caracteriza por retirar y negar la palabra del que aprende, puesto que
este es concebido como una tabula rasa que sólo debe memorizar y repetir
lo que se dice. Se trata de un ejercicio alienante, de mera trasmisión de
información que desvincula a los sujetos de su contexto social, cultural e
histórico, negándoles la posibilidad y la capacidad de agencia, esto es, de
transformación de su entorno.
La educación bancaria produce autómatas, en tanto cosifica al mundo
humano, asegurando las relaciones de dominación/opresión. Este modelo
de educación, que privilegia la memorización y niega la experiencia, es
fundamentalmente anti dialógica y verticalista.
En contraposición de este proyecto alienante, Freire propone “una
educación liberadora, que restituye la palabra y critica el orden impuesto
disciplinalmente y burocratizado”, que se compromete con las situaciones
de los oprimidos y que sin imponer recetas construye con ellos nuevas
posibilidades. En relación a este “giro copernicano” en la educación,
Fernández Mouján sostiene: “la educación liberadora es un instrumento
conceptual desde donde Freire piensa el proceso de liberación del oprimido,
camino posible para junto a otros transitar la transformación de la realidad
injusta, desigual y opresora. Desde este tiempo subjetivo concreto,
comunitario y crítico, se descubre la realidad social como algo que está
comenzando a ser, como algo que se está haciendo”.
Ser un maestro liberador implica, asumirse como otro dentro de esa carga
que la colonialidad deja en la subjetividad y en los saberes. En definitiva,
la educación liberadora es lograr construir en la opresión, en la lógica de la
colonialidad, nuevas posibilidades que finalmente impliquen un
desprendimiento de los patrones de poder alienante.
Les comparto un esquema que reúne lo planteado en éstas últimas clases.

Por último, para finalizar, la autora enfatiza que desde la perspectiva


freireana “enseñar y aprender son dos procesos que implican aprender a
leer la palabra y desde allí leer el mundo”.

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