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La soledad profética de san Juan de la Cruz

Terence O’Reilly

Desde el tiempo de los primeros monjes cristianos, se ha asociado la vida

de oración con tres condiciones: la soledad, el silencio y lo escondido. El

mismo Jesús destacó su importancia. Cuando quieres orar, dice en san

Mateo, procura estar a solas: ‘Tú, cuando ores, entra en tu cámara, y,

cerrada la puerta, ora a tu Padre’ [Mateo 6:7]. Dice también: no emplea

muchas palabras, ‘Y orando, no seáis habladores [...] porque vuestro

Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis’

[6:8]. Y añade: habla con Dios a escondidas, ‘Ora a tu padre, que está en

lo secreto; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompenserá’ [6:7].

Los padres del desierto observaron estas condiciones de un modo literal:

dejaron las ciudades para buscar la soledad en el desierto; allí habitaron

en silencio; y vivieron escondidos los unos de los otros, cada uno en el

mayor secreto. De esta manera obedecieron el mandato de san Pablo:

‘orad sin cesar’(1 Tesalonicenses 5:17). En la iglesia occidental, el estilo

de vida de los padres del desierto continúa en las órdenes eremíticas, la

más conocida de las cuales es la Cartuja. Pero la mayoría de los

cristianos, entre ellos los que son contemplativos, no pueden seguir su

ejemplo: viven en comunidad, normalmente en las ciudades; las


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responsibilidades que tienen les obligan a hablar con otros; y viven a la

vista de sus amigos y vecinos: tienen un papel público. Este es el caso de

la mayor parte de los laicos, y también de muchos religiosos, sobre todo

los que desempeñan un cargo. Es, pues, razonable preguntar: ¿qué lugar

tienen la soledad, el silencio y lo escondido en la oración de cristianos

que llevan una vida activa? En esta comunicación quisiera buscar una

respuesta en los escritos de san Juan de la Cruz, cuya enseñanza sobre la

soledad es profética en el sentido bíblico: nos habla en nuestra situación

actual, ayudándonos a encontrar allí la voluntad de Dios.

La soledad en la vida de san Juan

Después de tomar el hábito del Carmen en Medina, en mil quinientos

sesenta y tres, san Juan vivió según la regla de la Orden, que tenía dos

componentes, difíciles de conciliar en la práctica. El primero era

monástico: hacía resaltar el silencio, la soledad, la ascesis, y el trabajo

manual. Se remontaba a los ermitaños del Monte Carmelo, cuya regla

había redactado Alberto, patriarca de Jerusalén, a principios del siglo

trece. El segundo era mendicante: una disponibilidad para emprender

tareas apostólicas entre los laicos en las ciudades. Este componente activo

lo compartían los carmelitas con las demás órdenes de frailes, en que


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fueron integrados después de dejar la Tierra Santa a mediados del mismo

siglo1.

Desde el comienzo de su noviciado, san Juan, según parece, se sentía

atraído más por el componente monástico. Un amigo suyo, Tomás Pérez,

afirmó que se hizo carmelita porque: ‘Deseaba apartarse más y apretarse

más’2. De estudiante en Salamanca, pidió permiso para seguir la regla

primitiva de san Alberto: o sea, la regla que se conformaba más con la

vida de los ermitaños del Monte Carmelo. Ésta reclamaba la práctica, en

cuanto posible, de la soledad y el silencio, además de gran austeridad

personal. Un testigo que le conocía, Juan López Osorio, declaró más

tarde: ‘Vivía tan recogido en su celda estrecha y obscura con continuo

silencio, que no salía ni se divertía fuera de ella más que a los actos y

cosas de la comunidad’3.

La importancia que daba al aspecto eremítico de la regla puede verse

en el deseo de hacerse cartujo que comunicó en confianza a la Madre

Teresa de Jesús, al conocerla en Medina en setiembre u octubre de mil

1
Cf. T. Alvarez, ‘Regla del Carmen’, en Diccionario de Santa Teresa de Jesús, dirigido por Tomás
Alvarez (Burgos: Monte Carmelo, 2000), 1140-1143. Sobre la regla, y el estado actual del debate
acerca de su historia, puede verse Francis Andrews, The Other Friars. The Carmelite, Augustinian,
Sack and Pied Friars in the Middle Ages (Woodbridge: Boydell and Brewer, 2006).
2
Citado en Otger Steggink, ‘Fray Juan de la Cruz, carmelita contemplativo: vida y magisterio’, en
Actas del congreso internacional sanjuanista, coordinado por A. García Simón, 3 tomos (Valladolid:
Junta de Castilla y León, 1993), 2: 251-269 (p.251).
3
Citado en Crisógono de Jesús Sacramentado, Vida de san Juan de la Cruz, edición preparada y
anotada por Matías del Niño Jesús, O.C.D., undécima edición (Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos, 1982), 64, n.104.
4

quinientos sesenta y siete. En El libro de las fundaciones, la santa

describe su encuentro:

Poco después acertó a venir allí un Padre de poca edad, que estaba
estudiando en Salamanca, y él fue con otro compañero, el cual me
dijo grandes cosas de la vida que este Padre hacía. Llámase fray
Juan de la Cruz. Yo alabé a nuestro Señor, y hablándole
contentóme mucho, y supe de él cómo se quería [...] ir a los
cartujos.

Ella, no obstante, le sugirió que pudiera hallar lo que buscaba de otra

manera: ayudándola a fundar una orden de frailes contemplativos. Y él se

comprometió a hacerlo:

Yo le dije lo que pretendía, y le rogué mucho esperase hasta que el


Señor nos diese monasterio, y el gran bien que sería, si había de
mejorarse, ser en su mesma Orden, y cuánto más serviría al Señor.
El me dio la palabra de hacerlo, con que no se tardase mucho4.

El primer convento que san Juan fundó, con dos compañeros, en Duruelo,

tenía un carácter eremítico. Los frailes daban prioridad a la oración, que

practicaban con gran austeridad en la soledad y el silencio, y

subordinaban a este fin principal sus pocas actividades apostólicas (tal

como el predicar en las parroquias de la comarca). Otger Steggink ha

4
Fundaciones, 3:16-17. Cf. Tomás Alvarez, ‘La Madre Teresa habla de Fray Juan de la Cruz.
Repertorio de textos teresianos sobre el Santo’, en Experiencia y pensamiento en san Juan de la Cruz,
coordinado por Federico Ruiz (Madrid: Editorial de Espiritualidad, 1990), 401-459.
5

escrito que en este momento san Juan tenía la intención de vivir como un

eremita dentro del Carmelo: ‘Ve la posibilidad de crearse una Cartuja

dentro de la Orden [...] Al abismarse en Duruelo, busca y ensaya una

vida de Cartujo carmelita’5.

La fundación de Duruelo, sin embargo, no duró. Al extenderse la

Reforma descalza, san Juan tuvo que encargarse de la formación de

novicios, primero entre los frailes, luego entre las monjas, y sus

responsibilidades le llevaron a varias partes de Castilla: Mancera,

Pastrana, Alcalá, Avila. En estas circunstancias, una vida ininterrumpida

de soledad y silencio no le fue posible. Al trasladarse a Andalucía, en mil

quinientos setenta y ocho, sus actividades se multiplicaron, como observa

Felipe Ruiz: ‘Los diez años que transcurre en Andalucía (1578-1588) son

los más fecundos y activos, casi agitados, de toda su vida: gobierno y

construcción, servicio pastoral y dirección espiritual, viajes y redacción

de sus escritos’. Y añade: ‘Tan activo, inspirado y comunicativo le

encontramos en Andalucía, que pensamos ha olvidado su primera

soledad’6. Con todo fue en Andalucía donde llevó a cabo sus obras

5
Otger Steggink, ‘Arraigo de fray Juan de la Cruz en la Orden del Carmen’, en Juan de la Cruz.
Espíritu de llama. Estudios con ocasión del cuarto centenario de su muerte (1591-1991), coordinado
por Otger Steggink (Rome: Institutum Carmelitanum, 1991), 129-155 (p.151). Para una interpretación
distinta de la crisis vocacional del santo puede verse Emilio J. Martínez González, Tras las huellas de
Juan de la Cruz. 0ueva biografía (Madrid: Editorial de Espiritualidad, 2006).
6
Federico Ruiz, Místico y maestro. San Juan de la Cruz (Madrid: Editorial de Espiritualidad, 1986),
22, 24.
6

místicas: la Subida, la 0oche, el Cántico y la Llama. En éstas, la soledad,

el silencio y lo escondido son temas mayores. ¿Cómo explicar el

contraste aparente entre su vida en estos años y sus escritos? Busquemos

una solución en la idea de la soledad que sus escritos transmiten.

La soledad de la celda

La regla primitiva del Carmen, en que los frailes descalzos se inspiraban,

subrayó la importancia de la celda, y le animó al fraile a pasar allí todo el

tiempo posible:

Estén todos los hermanos siempre en sus celdas o junto a ellas,


meditando o pensando de noche y de día en la ley de Dios y
velando en oraciones, si no estuvieren ocupados en otros justos y
honestos oficios y ejercicios7.

Sabemos de las declaraciones de sus amigos que san Juan observaba este

precepto fielmente. Pero no lo menciona en sus escritos. En lugar de eso,

llama la atención del lector sobre los estados interiores que la celda puede

simbolizar. Para él, el ser o el alma es semejante a una celda en que uno

tiene que entrar para encontrar a Dios:

7
Citado en Otger Steggink, ‘Arraigo de fray Juan de la Cruz...’, 254.
7

¡Oh, pues, alma hermosísima entre todas las criaturas, que tanto
deseas saber el lugar donde está tu Amado para buscarle y unirte
con él, ya se te dice que tú misma eres el aposento donde él mora y
el retrete y escondrijo donde está escondido [...] Cata- dice el
Esposo – que el reino de Dios está dentro de vosotros (Lucas
17:21), y su siervo el apóstol san Pablo: Vosotros – dice – sois
templo de Dios (2 Corintios 6:16) [Cántico B 1:7]8.

Pero entrar en nuestro ser íntimo no es fácil, porque para hacerlo nos hace

falta renunciar al amor desordenado que nos ata a todo lo que no es Dios:

Como quiera, pues, que tu Esposo amado es el tesoro escondido en


el campo de tu alma, por el cual el sabio mercader dio todas sus
cosas (Mateo 13:44), convendrá que para que tú le halles,
olvidadas todas las tuyas y alejándote de todas las criaturas, te
escondas en tu retrete interior del espíritu, y, cerrando la puerta
sobre ti, es a saber, tu voluntad a todas las cosas, ores a tu Padre
en escondido (Mateo 6:6) [Cántico B 1:9].

Obsérvense que para hallar al Esposo es necesario ‘dar (o vender) todas

sus cosa’, ‘olvidarlas’, ‘alejarse de todas las criaturas’, ‘cerrar la puerta

sobre sí’. Este tema negativo se expresa bien en uno de los dichos del

santo:

8
Aquí y en lo que sigue cito las palabras del Santo según la edición de sus Obras completas preparada
por Lucinio Ruano de la Iglesia, decimocuarta edición (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos,
1994).
8

Si deseas hallar la paz y consuelo de tu alma y servir a Dios de


veras, no te contentes con eso que has dejado, porque por ventura
te estás en lo que de nuevo andas tan impedido o más que antes.
Mas deja todas esotras cosas que te quedan, y apártate a una sola
que lo trae todo consigo, que es la soledad santa acompañada con
oración y santa y divina lección, y allí persevera en olvido de todas
las cosas [Dicho 78].

Bajo la superficie de estas palabras, oímos el eco de ciertos pasajes del

Evangelio, entre ellos uno de san Mateo que relata el encuentro de Cristo

con el joven rico: ‘Díjole Jesús: Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto

tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y

sígueme’ [Mateo 19:21].. Presentes también, quizás, están dos versículos

más: la promesa que hace Cristo a sus discípulos en san Juan, ‘Si alguno

me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí también estará mi servidor’

[Juan 12:26], y el consejo que les da en los sinópticos: ‘Si alguno quiere

venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame’ (Mateo

16:24, Marcos 8:34, Lucas 9:23). Aplicando estos pasajes y otros a la

vida contemplativa, san Juan indica que si uno quiere seguir a Jesús y

estar con El, que es lo único necesario, es preciso negarse a sí mismo y

entrar en la soledad, para allí hacer oración.


9

Más importante, sin embargo, que la soledad que la persona elige, es

la soledad que recibe de Dios, sobre todo en la contemplación, que el

santo describe así:

La cual contemplación, que es oculta y secreta para el mismo que


la tiene, ordinariamente, junto con la sequedad y vacío que hace al
sentido, da al alma inclinación y gana de estarse a solas y en
quietud, sin poder pensar en cosa particular ni tener gana de
pensarla [0oche 1:9,6].

Con la soledad, viene el don del silencio:

[Cuando el alma está advertido en Dios], luego con fuerza la tiran


de dentro a callar y huir de cualquiera conversación; porque más
quiere Dios que el alma se goce con El que con otra alguna criatura
[Carta 8].

Y Dios hace que el alma contemplativa entre también en lo escondido:

Esta sabiduría mística tiene propiedad de esconder al alma en sí;


porque, demás de lo ordinario, algunas veces de tal manera absorbe
al alma que está puesta alejadísima y remotísima de toda criatura,
de suerte que le parece que le colocan en una profundísima y
anchísima soledad donde no puede llegar alguna humana criatura
[0oche 2:17,6].
10

En este estado de soledad interior, el alma llega a conocer a Dios:

El espíritu bien puro no se mezcla con extrañas advertencias ni


humanos respetos, sino sólo, en soledad de todas las formas,
interiormente, con sosiego sabroso, se comunica con Dios, porque
su conocimiento es en silencio divino [Dicho 27].

Allí también se une con Él, come explica san Juan al describir el

matrimonio espiritual:

Es ya Dios su guía y su luz, porque cumple en ella lo que prometió


por Oseas, diciendo: Yo la guiaré a la soledad y allí hablaré a su
corazón (2:14); en lo cual da a entender que en la soledad se
comunica y une El en el alma, porque hablarle al corazón es
satisfacerle el corazón, el cual no se satisface con menos que Dios
[Cántico B 35:1].

La soledad de Dios

La imagen de la celda es aplicada por san Juan no sólo al contemplativo

sino también al mismo Dios. Él habita en silencio, en soledad, y en lo

escondido, y eso explica por qué la oración auténtica necesita de las

mismas condiciones. En uno de sus dichos el santo afirma que para

conocer al Verbo divino hace falta callarse y escuchar, porque el Verbo

procede del Padre en el silencio de la Trinidad [17]: ‘Una Palabra habló


11

el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en

silencio ha de ser oída del alma’ [Dicho 99]. En el Cántico subraya que

Dios está escondido:

El lugar donde está escondido el Hijo de Dios es, como dice san
Juan, el seno del padre (Juan 1:18), que es la esencia divina, la cual
es ajena de todo ojo mortal y escondida de todo humano
entendimiento; que por eso Isaías, hablando con Dios, dijo:
Verdaderamente, tú eres Dios escondido (45:15) [Cántico B 1:3].

Para encontrar al Dios que se esconde, el alma tiene que esconderse

también, porque, como explica a continuación: ‘el que ha de hallar una

cosa escondida, tan a lo escondido y hasta lo escondido donde ella está ha

de entrar, y cuando la halla él también está escondido como ella’ (Cántico

B, 1:9). Y con referencia al encuentro con Dios, exclama [Dicho 138]:

‘Mire aquel infinito saber y aquel secreto escondido, ¡qué paz, qué amor,

que silencio está en aquel pecho divino [...]!’. En estos pasajes, el

principio director de la enseñanza del santo es la conformidad de

amantes: la máxima, que invoca a menudo, según la cual, ‘El amor hace

semejanza entre lo que ama y es amado’ [Subida 1:43]. Al crecer en el

amor, el alma se asemeja cada vez más a Dios, quien es Amor. Y cuanto

más participa en la vida de Dios, tanto más se adentra en la soledad, el

silencio, y lo escondido, en el sentido espiritual de estas palabras.


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Conclusión

Los escritos de san Juan nos indican que aunque no pudo vivir como

ermitaño, nunca cesó de estimar la vida eremítica, viendo en ella la señal

exterior de un estado espiritual: la íntima comunión con Dios a que todos

somos llamados. Cuando era joven, el deseo de entrar en este estado

interior le hizo pensar en hacerse cartujo. Pero, al final, lo alcanzó en la

marca de la ‘vida mixta’ de la regla carmelitana. El ideal que le guiaba

nunca cambió, pero su vocación contemplativa, lejos de ser algo fijo, se

aprofundizó con el tiempo. Su pleno desarrollo queda patente en dos

escenas de la última década de su vida. La primera es un incidente que

tuvo lugar en Granada, donde llegó en mil quinientos ochenta y dos. Su

primer novicio allí fue fray Alonso de la Madre de Dios. Antes de

conocer al santo, Alonso quería hacerse cartujo, y acababa de recibir

autorización para entrar en la Cartuja de la ciudad. Pero al hablar con san

Juan en el convento de Los Mártires, cambió de planes. El santo le dijo:

‘Ya le habrán dicho los padres a vuestra merced, supuesto que pretende

nuestro hábito, la grande aspereza de esta religión, su pobreza, desnudez,

mucha mortificación, resignación y negación de todo lo criado’. Y

Alonso le contestó: ‘Padre nuestro, esto vengo yo a buscar [...]’. Cuando

el prior de la Cartuja aprendió, con sorpresa, que Alonso se había hecho


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carmelita, mandó a dos monjes a Los Mártires para hablar con el joven.

Pero san Juan les negó permiso para verle. Más tarde, durante su

noviciado, Alonso estaba atormentado por dudas sobre la decisión que

había tomado, pero el santo le aseguraba que había obrado bien: ‘Y como

yo estaba tan embarcado en la Cartuja, en todo el año de noviciado tuve

muchas tentaciones de volver allí, y éstas [...] nuestro Padre me quitaba,

aun sin comunicarlas con su reverencia’9. Esta historia nos revela cuánto

había cambiado la actitud de san Juan. En su trato con fray Alonso, se

enfrentaba con el mismo deseo de la Cartuja que había experimentado en

sí hacía unos quince años. Pero ahora no vacilaba en recomendar en su

lugar la regla del Carmen. En palabras del historiador Ronald Cueto:

‘sabía por experiencia propia que su Orden ofrecía algo que las otras no

tenían’10.

La segunda escena data de su estancia en Segovia, poco antes de su

muerte. Comentando sobre su estilo de vida en estos años, Federico Ruiz

ha destacado la prioridad que siempre daba a la oración: ‘Juan de la Cruz

es siempre contemplativo. Sea cualquiera su actividad, afán o ritmo de

trabajo, reserva espacios amplios a la soledad y la contemplación. De día

9
Crisógono de Jesús Sacramentado, Vida se san Juan de la Cruz, 254-255.
10
Ronald Cueto, ‘A quest for order on a Poet-Saint’s choice of Order’, en Essays and Poems presented
to Daniel Huws (Aberystwyth: National University of Wales, 1994), 329-350 (p.344): ‘From his own
experience he knew that his Order had something to offer which the others had not’.
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y de noche, en casa o en la huerta [...]’. Ha notado también que el santo

llevaba una vida muy atareada:

Pero no es un eremita. Es hombre de trato agradable, servicial. Le


visitan muchas personas de la ciudad, por dirección espiritual, por
amistad, por los trabajos del convento. Muchas horas dedica a doña
Ana, bienhechora de convento y amiga desde los años de Granada.
Sube con frecuencia al monasterio de las carmelitas. Muchos
quebraderos de cabeza y disgustos le han traído sus
responsibilidades en el gobierno general. Especialmente durante el
último año [...] Así es y así vive Fray Juan. Tiene tiempo para todo
y para todos11.

La distinción, aquí evidente, entre lo contemplativo y lo eremítico es el

aspecto de su magisterio que describí al comienzo como profético. San

Juan interiorizó el carisma de la vida eremítica, y, al hacerlo, nos enseñó

que el ejemplo de los padres del desierto no es ajeno a la experiencia de

cristianos contemplativos que son llamados, como él, a combinar la

oración con la actividad apostólica.

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Ruiz, Mística y maestro, 25.
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