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Hace algunos años, cuando era un niño, tuve una experiencia que me persigue hasta el

día de hoy. Ocurrió en el rancho de mis abuelos, un lugar remoto y rodeado de


frondosos árboles y campos de cultivo. Durante las vacaciones de verano, mis padres
decidieron que sería una gran idea pasar tiempo en el rancho, reviviendo viejas
tradiciones familiares.

Una tarde, mientras el sol se hundía en el horizonte y el cielo se tiñó de tonos rojizos,
escuché un susurro en la distancia. Parecía un llanto suave, como si alguien estuviera
sollozando a lo lejos. Al principio, pensé que tal vez era el viento jugando con las hojas
de los árboles, pero el sonido era demasiado consistente y humano para ser solo el
viento.

Intrigado y un poco inquieto, decidí investigar. Siguiendo el sonido, me aventuré hacia


el borde del bosque que rodeaba el rancho. La luna apenas proporcionaba suficiente luz
para ver el camino delante de mí. Continué caminando, siguiendo el débil sonido del
llanto, que parecía crecer en intensidad a medida que me adentraba más en el bosque.

De repente, vi una figura oscura entre los árboles. Parecía una mujer vestida de blanco,
pero su rostro estaba oculto por su largo cabello negro. Sus lamentos se volvieron más
fuertes y angustiantes, y me quedé paralizado por el miedo. Intenté retroceder, pero mis
piernas no respondían.

La figura comenzó a acercarse lentamente a mí, sus lamentos llenaban el aire y


resonaban en mis oídos. Mi corazón latía con fuerza, y sentí un frío intenso que parecía
penetrar hasta mis huesos. Intenté gritar, pero mi voz se atascó en mi garganta.

Finalmente, la figura se detuvo a unos metros de mí. Levantó la cabeza lentamente, y


mis ojos se encontraron con los suyos. Eran ojos vacíos, llenos de tristeza y dolor. No
podía apartar la mirada, estaba atrapado en su mirada hipnótica.

Entonces, con un grito escalofriante que parecía venir de todas partes a la vez, la figura
extendió sus brazos hacia mí. Mi cuerpo finalmente recuperó su movilidad y retrocedí
tan rápido como pude. Corrí de regreso al rancho, sin atreverme a mirar atrás.

Nunca supe con certeza si lo que vi fue la legendaria Llorona o simplemente mi


imaginación jugándome una mala pasada. Pero desde entonces, nunca volví a escuchar
sus lamentos ni a aventurarme en los oscuros rincones del rancho de mis abuelos
después del anochecer. Esa experiencia quedó grabada en mi mente como una historia
de terror que me persigue hasta el día de hoy.

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