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Camino tranquilamente por la montaña

El día es soleado y las aves componen una dulce melodía.

Los rayos del sol rozan mi cuerpo y calientan mi alma, las


horas pasan y el sol recorre el cielo sin cesar, me adentro
al pico llenando mis pulmones del más limpio aire.

Llega el momento en que el sol tímidamente se esconde


tras la cordillera, y cuando el último rayo se despide a la
distancia decido partir tranquilamente de la altura.
A medida que pasa el tiempo, la gris neblina empieza a
acariciar la silueta de los árboles, hasta consumirlos por
completo, desciende rápido del pico de la montaña,
negando por completo la visibilidad a su paso.

El silencio y la reducida visibilidad se apoderan de todo el


entorno, las aves se han silenciado y los follajes de los
árboles parece haber sido congelado, el silencio es tan
profundo que logro escuchar como los latidos de mi
corazón se aceleran de a poco, no es un silencio para
nada pacifico y tranquilo, la ansiedad apresura mis pasos,
cuando noto que en un abrir y cerrar de ojos, la neblina
ha cubierto por completo todo el alrededor, sin
distinguirse nada más que los picos de los árboles más
altos, he perdido la orientación pero no detengo mi trotar.
La inclinación del suelo es irreconocible y no hallo la más
mínima manera de descender.

El reloj no se detiene y la tarde ya se ha convertido en


noche, el viento me congela y la neblina me ciega, llevo
horas caminando y siento que no he avanzado un
centímetro, esta no es la montaña a la que he subido en la
tarde, es diferente, no he topado un solo árbol en horas, y
el nivel del suelo es siempre el mismo; empiezo a dudar de
en donde estoy. Acerco mis ojos al césped, donde noto que
es completamente negro y brillante, como si un barril de
petróleo hubiese caído sobre él.
Entro en desesperación, mi respiración se dispara, mi
corazón quiere salir de mi pecho, mis dedos empiezan a
adormilarse y mis manos a temblar, justo antes de que los
vellos de todo mi cuerpo se erizen al sentir un suspiro a
mis espaldas, un suspiro poco humano, como si una bestia
estuviese justo atrás de mi, lista para devorarme.
Me paralizo completamente; de repente, a la distancia y
camuflado en el silvar del viento escucho una voz, gruesa,
agresiva e imponente, a la cuál con dificultad lograba
entender "apuesto a que quieres irte", intenté correr, pero
el negro césped había atrapado mis pies, acompañado de
un lodo tan frío que en pocos segundos quemaba mis pies.
Fue imposible luchar, la gris neblina se abalanzó contra
mi, estaba realmente fría, mi cuerpo temblaba buscando
conseguir calor pero era inútil, sentí que mi piel ardía y
empezaba a tener grietas, mientras a mi cabeza llegaba
esta macabra voz diciendo "apuesto a que quieres irte"
acompañada de una risa diabólica. Mi cuerpo estaba
paralizado y mi mente en shock, mientras el frío destruía
todos mis órganos. Empecé a escuchar dicha voz más
cerca de mi, y más cerca, y más cerca, hasta que pude
sentir su aliento en mi espalda,

"Apuesto a que quieres


irte", sentí que mi corazón se detuvo, y realmente deseaba
que así hubiese sido, mis pupilas dilataron al máximo
para captar la mayor cantidad de luz posible, y la neblina
descendió de a pocos, la visibilidad del entorno volvió
pero no era la montaña a la que había subido, el rededor
era completamente negro al igual que el suelo, no había
límites observables para tanta oscuridad, estaba exhausto
y aterrorizado, confundido y alterado.
Cuando la neblina se fue en su totalidad, una silueta
inhumana de gran tamaño acompañaba el lugar, con
cabello largo, lineas rojas en su torso formando un
enorme tribal por su negra y brillante piel, patas de
carnero, las cuales deslizaba amenazantemente por el
suelo, y unos enormes cuernos puntiagudos apuntando
directamente hacia mí;
Con mil dudas en la cabeza, mi cuerpo destrozado y mi
corazón al borde del fallo, junto a tan macabro ser, se
distinguía otra silueta, pero esta no era macabra, incluso
era muy familiar para mí, era mi perro, era mi puto perro,
aquel a quien desalmadamente dejé abandonado en la
montaña mientras llovia, con sus patas llenas de barro
frío y la neblina abrazó, congelándolo, mientras me
alejaba con mi maldita risa burlona mientras decía
"apuesto a que quieres irte".

Entendí que lo merecía, cerré mis ojos mientras sentía


como mis órganos se desmoronaban, la sangre dejó de
fluir y sentí un millón de agujas ardientes penetrando mis
músculos, mientras a la distancia a mis oídos llegaba una
risa burlona acompañada de "apuesto a que quieres irte".

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