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Aprendiendo a amar

¿Podría resistirse al deseo de entregarse a la irresistible atracción que sentía


por él? En la soledad de su recuperación tras un devastador accidente de
coche, el encantador y famoso Raúl Fernández se encontraba sumergido en
un mar de monotonía y desesperación. Transformado en un ser gruñón,
lleno de frustración y terquedad, había perdido la paciencia con las
enfermeras que constantemente lo rodeaban. En un impulso, las despidió a
todas, optando por pedirle a su tierna e ingenua ama de llaves que se
ocupara de sus necesidades de rehabilitación. Para Kelly Collins, que
siempre había vivido en las sombras, intentando pasar inadvertida, la vida
estaba a punto de cambiar radicalmente. Las miradas de su jefe, cargadas de
una intensidad y un deseo desconocidos, comenzaron a inquietarla. La
tensión entre ambos crecía día a día, alimentando un fuego que ninguno de
los dos parecía capaz de ignorar...
Índice

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Capítulo 1

Kelly sintió que su corazón se detenía al escuchar su nombre, pronunciado


con una furia que resonaba por toda la mansión como un trueno inminente.
–¡Kelly! Miró sus manos, observando cómo la harina de maíz se había
colado bajo sus uñas en un delicado patrón.
"¿Qué habré hecho ahora?", se preguntó, con un suspiro que contenía más
resignación que miedo. Podría intentar ignorarlo, pero, ¿de qué serviría?
Raúl Fernández, su jefe, un hombre de un carácter tan brillante como
impredecible, era como un fuego artificial, siempre en busca de algo y con
una urgencia que precedía al tiempo. A pesar de operar a solo la mitad de su
capacidad habitual tras el accidente, esa mitad era aún más de lo que la
mayoría podría soñar alcanzar.
Kelly frunció el ceño, reflexionando. Las semanas previas habían sido un
torbellino de demandas y mal humor por parte de Raúl. Sabía que él tenía
sus razones para ser más exigente que nunca, pero eso no hacía más fácil
digerir sus órdenes arrogantes y prepotentes. Se preguntaba si, al fingir no
oírlo, podría distraer su atención hacia otra cosa. Quizás, si lo deseaba lo
suficiente, él se iría y la dejaría en paz. "Preferiblemente para siempre",
pensó Kelly, con un anhelo secreto.
–¡Kelly!
El llamado de Raúl resonó con una impaciencia más aguda que nunca,
impulsando a Kelly a despojarse de su delantal y soltar su coleta con un
movimiento fluido. Se lavó las manos con rapidez, su mente ya dirigiéndose
hacia el gimnasio en la parte trasera de la mansión, donde sabía que
encontraría a Raúl Enrique Gabriel Fernández inmerso en su terapia.
Oficialmente, Raúl estaba en rehabilitación, recuperándose milagrosamente
de aquel accidente que casi le cuesta la vida. Pero últimamente, Kelly
comenzaba a sospechar que las sesiones de terapia habían trascendido lo
profesional. Había notado cómo la fisioterapeuta, antes tan austera, ahora se
adornaba con más maquillaje y se envolvía en una fragancia embriagadora
antes de cada cita. No era sorprendente; Raúl tenía un efecto magnético en
las mujeres. Su aire de hombre del sur, su aspecto tosco y su manera
apasionada de abrazar la vida al borde del peligro, eran irresistibles.
Nada parecía imposible para Raúl Fernández. Incluso postrado en una cama
de hospital, tenía el don de atraer a las mujeres. Kelly recordaba cómo las
enfermeras habían acudido a la mansión tras su salida no autorizada del
hospital, cada una con su excusa para justificar su visita. Pero Kelly conocía
la verdad detrás de esas sonrisas nerviosas y visitas inesperadas. Un
millonario atractivo y confinado a una cama era un blanco demasiado
tentador. Sin embargo, para su sorpresa, Raúl había rechazado a todas,
incluyendo a la deslumbrante rubia de piernas largas.
Kelly se enorgullecía secretamente de ser una de las pocas mujeres que
parecían inmunes al encanto de Raúl Fernández, el atractivo argentino.
Aunque, si era honesta consigo misma, Raúl jamás había intentado
seducirla. Tal vez eso era lo bueno de ser una mujer común. A los ojos de
un jefe que parecía sacado de la portada de una revista de moda, ella no era
más que un elemento más del decorado, lo cual le daba la libertad de
centrarse en su trabajo y en construir un futuro mejor. Sin embargo, no
podía olvidar los aspectos menos atractivos de Raúl: su egoísmo, su
inquietud constante, su temeraria impulsividad y, por supuesto, esa irritante
costumbre de dejar tazas de café por toda la casa.
Al acercarse al gimnasio, Kelly se detuvo, debatiéndose sobre si esperar a
que terminara su sesión de masaje. –¡Kelly! ¿Cómo había detectado su
presencia, cuando sus pasos eran casi silenciosos en sus desgastadas
zapatillas? Se rumoreaba que los sentidos de Raúl eran tan agudos como los
motores de sus coches, razón por la cual había sido una leyenda en las
pistas de carreras. Pero Kelly dudó por un instante. –Kelly, ¿vas a dejar de
rondar y entrar de una vez? –la voz de Raúl, más alta y autoritaria, resonó
en el pasillo. Aunque su tono podría haber ofendido a muchos, Kelly ya
estaba acostumbrada a las maneras de Raúl Fernández. "Perro que ladra no
muerde", se recordó a sí misma, aunque no estaba del todo convencida.
Después de todo, su última novia parecía disfrutar de sus "mordiscos". ¿Por
qué, si no, se había presentado en el desayuno durante su breve aventura,
luciendo los moretones en su cuello como medallas de honor, como si
hubiera pasado la noche en los brazos de un vampiro?
Resignada a que no podía posponer más el encuentro, Kelly abrió la puerta
del gimnasio y entró. Raúl yacía boca abajo en la estrecha mesa de masajes,
con la cabeza apoyada en sus manos. Su cuerpo bronceado se delineaba
bajo la sábana blanca. Al levantar la vista hacia Kelly, sus ojos oscuros
destellaron un atisbo de alivio.
"Extraño", reflexionó Kelly para sí misma. A pesar de que ella y Raúl se
toleraban razonablemente bien, no existía ninguna señal de afecto entre
ellos. O quizás no era tan extraño después de todo. Al entrar en la
habitación, Kelly percibió de inmediato una tensión palpable. Observó a
Margaret Huntington, la fisioterapeuta, de pie en un extremo de la sala, con
una respiración entrecortada y la mirada fija en sus zapatos. Y allí estaba
Raúl, sorprendentemente desnudo, su intimidad apenas cubierta por tres
toallas colocadas con precisión estratégica.
Un calor repentino invadió las mejillas de Kelly, y se encontró molesta
consigo misma por su reacción. ¿No debería haber tenido Raúl la cortesía
de cubrirse antes de llamarla? Recibir a un empleado de esa manera era
inapropiado, y él lo sabía. La incomodidad de verlo así, con su torso y
piernas expuestos, era palpable para Kelly.
Hacía tiempo que había decidido mantenerse al margen de los hombres y de
las complicaciones que conllevaban. Las experiencias pasadas la habían
vuelto cautelosa, pero en ese momento, todos sus temores y reservas sobre
el sexo opuesto se desvanecieron por unos instantes mientras observaba a su
jefe, embargada por una fascinación inesperada.
Mientras lo miraba, Kelly entendía por qué tantas mujeres caían rendidas
ante él. También comprendía por qué la prensa lo había apodado "La
Máquina Sexual" en sus días de gloria como campeón mundial de carreras.
Incluso entonces, ella había oído hablar de él. De hecho, ¿quién no había
oído hablar de Raúl Fernández?
En aquellos días, el rostro de Raúl Fernández era omnipresente, tanto en las
pistas como fuera de ellas. Cuando no estaba en el podio, rodeado de
trofeos y rociando champán sobre multitudes exultantes, su imagen
dominaba las vallas publicitarias. Pero Raúl era mucho más que un rostro
atractivo, y Kelly lo sabía. Había en él un aura de lo salvaje, de lo
indomable. Era ese trofeo inalcanzable, el deseo fugaz que ninguna mujer
podía retener por mucho tiempo. Su cabello negro y ligeramente largo le
confería un aire aventurero, y sus ojos oscuros la miraban de un modo que
aumentaba su nerviosismo.
Volviéndose hacia Margaret Huntington, quien había estado yendo y
viniendo a la mansión durante semanas, Kelly observó a la fisioterapeuta.
Con su figura impecable y su cabello radiante, Margaret estaba tan bella
como siempre, vestida con su uniforme blanco habitual. Sin embargo, había
un rastro de angustia en su expresión.
–Bueno, aquí estás por fin –dijo Raúl con un tono sarcástico–. ¿Has dado la
vuelta al mundo para llegar hasta aquí? Sabes que no me gusta esperar. –
Estaba preparando unos alfajores, pensé que te gustarían con el café –
respondió Kelly. –Ah, sí –dijo Raúl, asintiendo con desgano–. Puede que no
seas puntual, pero tus alfajores son tan buenos como los que comía en mi
infancia.
–¿Necesitabas algo en particular? –preguntó Kelly. El horneado de los
alfajores no podía permitirse interrupciones. –Tú y tus agendas –dijo Raúl,
girando hacia Margaret, que se había sonrojado visiblemente–. Kelly tiende
a olvidar que una buena ama de llaves debe ser sumisa, pero es una
empleada competente, así que tolero cierta insubordinación. ¿Crees que
Kelly puede ayudarme a recuperarme completamente ahora que piensas
dejarme, Margaret?
En ese momento, Kelly dejó de pensar en los dulces argentinos favoritos de
Raúl. La extraña tensión entre él y Margaret capturó completamente su
atención, y ya no le importaba ser tratada como si no estuviera presente.
Necesitaba saber por qué Margaret no dejaba de morderse el labio, como si
algo terrible hubiera sucedido.
"¿Habrá ocurrido algo terrible?", se preguntaba Kelly internamente. –¿Hay
algún problema? –preguntó, buscando claridad en el asunto. Margaret
Huntington le regaló una sonrisa cálida, aunque algo forzada, y un leve
encogimiento de hombros. –No exactamente. Mi relación profesional con el
señor Fernández ha terminado. Ya no necesita mis servicios de
fisioterapeuta –explicó Margaret, con una nota de incertidumbre en su voz
que no pasó desapercibida. –Pero aún requerirá de masajes y ejercicios
regularmente para su completa recuperación, y alguien debe encargarse de
ello.
Kelly escuchó, confundida sobre el rumbo que estaba tomando la
conversación. Raúl fijó en ella una mirada intensa, sus ojos oscuros
penetrantes como dos rayos láser. –No tendrás problemas en reemplazar a
Margaret temporalmente, ¿cierto? Tienes habilidades con las manos, si no
me equivoco –dijo Raúl con un tono que implicaba más que una simple
pregunta. –¿Yo? –la voz de Kelly era una mezcla de sorpresa y alarma. –
¿Por qué no? –Raúl parecía genuinamente curioso.
Kelly sintió cómo se abrían sus ojos, y un torrente de miedos y dudas la
invadió sin piedad. –¿Quieres que te dé masajes? –logró articular, con una
mezcla de incredulidad y preocupación.
La propuesta de Raúl había abierto un abanico de posibilidades y temores
en Kelly, desencadenando una oleada de emociones que ella no estaba
segura de cómo manejar.
Los ojos de Raúl Fernández centellearon, dejando a Kelly en la
incertidumbre de si se estaba divirtiendo o si, por el contrario, estaba
genuinamente interesado en la idea. –¿Qué sucede? ¿Tan horrible te parece
la idea de darme un masaje, Kelly? –preguntó con una mezcla de diversión
y desafío. –No, no es eso. Claro que no –respondió Kelly, aunque en su
interior pensaba exactamente lo contrario.
Si Raúl supiera lo inadecuada que se sentía para semejante tarea,
probablemente se reiría. Si tan solo supiera lo poco que Kelly entendía de
los hombres… Con las mejillas ardiendo, se encogió de hombros. –Nunca
he dado un masaje a nadie antes.
–Eso no es problema –intervino Margaret Huntington de pronto–. Puedo
enseñarte lo básico. No es complicado. Si eres hábil con las manos, los
ejercicios serán fáciles. Solo asegúrate de que él siga el horario.
–¿Crees que puedes hacerlo, Kelly? –la voz de Raúl, con ese ligero acento
sureño, rozaba sus oídos, y la intensidad de su mirada la desequilibraba.
Nunca la había mirado de esa manera, como si estuviera evaluándola,
poniéndola a prueba. ¿Pensaría él, como muchos otros, que ella era del
montón, insignificante y común?
Kelly luchaba por mantener a raya sus pensamientos. –Seguramente hay
alguien más capacitado para esto, ¿no?
–No quiero a nadie más, quiero que lo hagas tú. ¿Tienes otros compromisos
que te impidan encargarte de esto? –inquirió Raúl. Su tono insinuaba que
tenía el control de la situación.
Kelly apretó los puños, consciente de la encrucijada en la que se
encontraba. El generoso sueldo de Raúl financiaba su educación médica y
le proporcionaba tiempo para estudiar. Además, su empleo era cómodo, ya
que Raúl pasaba la mayor parte del tiempo fuera. Incluso se había
preguntado por qué mantenía una mansión tan grande en Inglaterra,
cuestionamiento que una vez compartió con su asistente.
–Impuestos –había sido la respuesta del fornido ex luchador que trabajaba
para Raúl. La presencia de Kelly en la mansión tenía el mismo propósito:
asegurar que todo estuviera en orden en caso de que Raúl decidiera pasar un
tiempo allí. Su actual estancia, inesperada, se debía a su participación en
una carrera benéfica que había resultado en varias semanas de
hospitalización debido a una fractura de pelvis.
Kelly observó a Raúl, preguntándose cómo podría darle masajes sin sentirse
completamente fuera de lugar. –Solo pensaba que quizás sería mejor buscar
a otro profesional –sugirió con cautela.
Raúl dirigió una mirada a Margaret Huntington, y Kelly no pasó por alto la
tensión en sus labios. –¿Podrías dejarnos solos un momento, Margaret, por
favor? –pidió Raúl.
–Claro... Hablaremos después, Kelly –respondió Margaret, haciendo una
pausa antes de despedirse de Raúl con un apretón de manos–. Adiós, Raúl.
Ha sido... bueno, ha sido una experiencia.
Raúl asintió, aunque su expresión se mantuvo fría y distante. Se apoyó en el
codo para despedir a la fisioterapeuta con un formal apretón de manos. –
Adiós, Margaret.
Un silencio incómodo llenó la habitación después de que Margaret se
marchara. Raúl se incorporó y con un gesto impaciente señaló hacia donde
estaba su albornoz, detrás de la puerta. Kelly le entregó el albornoz,
apartando la mirada por un instante.
–¿Por qué te resistes tanto a hacer lo que te pido? ¿Por qué estás siendo tan
obstinada? –preguntó Raúl, ya vestido, mirándola con intensidad.
Kelly se quedó en silencio, tratando de encontrar las palabras adecuadas
para expresar sus pensamientos y sentimientos, consciente de que cada
palabra podía cambiar el rumbo de su relación con Raúl Fernández.
Kelly se preguntaba si Raúl se hubiera burlado de ella al saber que su
propuesta la llenaba de miedo. ¿Se hubiera sorprendido al descubrir que una
experiencia traumática la había marcado de por vida? ¿Qué hubiera pensado
Raúl Fernández si supiera que ella había evitado el contacto personal que
muchas mujeres de su edad anhelaban? Alguien como él probablemente le
habría dicho que simplemente superara sus miedos, como si fuera algo fácil
de hacer...
Pero no era solo su pasado lo que la retenía. Sabía que involucrarse más de
lo necesario con hombres ricos y poderosos como Raúl solo traía
complicaciones. Recordaba cómo su hermana Bella había caído una y otra
vez en la trampa de perseguir a hombres así, llenando su vida de
desilusiones y fracasos.
–No quiero descuidar mis responsabilidades como ama de llaves –se
defendió Kelly.
–Entonces contrata a alguien más para las tareas de cocina y limpieza. No
debería ser difícil –replicó Raúl con una solución práctica.
Kelly se sonrojó ante la sencillez de su propuesta. –Podrías contratar a una
masajista profesional, que seguramente lo haría mucho mejor que yo.
–No –dijo él con un tono que reflejaba cierta exasperación–. Estoy cansado
de tratar con desconocidos, cansado de personas con sus propios intereses y
objetivos, de gente que entra a mi casa para decirme qué hacer. ¿Cuál es el
problema, Kelly? ¿Te opones porque la tarea de dar masajes porque no lo
dice tu contrato?
–No, no tengo contrato –reiteró Kelly. –¿De verdad? –preguntó Raúl,
visiblemente sorprendido. –Así es. Me dijiste que, si no confiaba en tu
palabra, no era la clase de persona que estabas buscando para el trabajo.
Una sonrisa algo arrogante se dibujó en los labios de Raúl. –¿Yo dije eso? –
Sí, lo dijiste –confirmó Kelly con firmeza.
La sonrisa desapareció rápidamente de su rostro. –Me estoy cansando de
esta discusión, Kelly. ¿Vas a ayudarme o no? –la impaciencia y una
amenaza velada impregnaban sus palabras.
Kelly percibió el tono amenazante en su voz y decidió jugar sus cartas. –Lo
haría si estuvieras dispuesto a darme un extra por el riesgo.
–¿Un plus de peligrosidad? –preguntó él con sarcasmo, bajando las piernas
de la camilla con un gesto exagerado. –Exactamente –respondió Kelly,
manteniendo el tono sarcástico y evitando su mirada una vez más–. No
podría haberlo dicho mejor.
Raúl soltó una risa breve. –Es interesante. Nunca pensé que fueras tan
buena negociadora, Kelly. –Ah, ¿no? ¿Y eso por qué? –indagó ella, curiosa.
Raúl no respondió de inmediato, concentrado en realizar los estiramientos
que Margaret le había enseñado. En su mente, había clasificado a Kelly
como otra persona que tenía su precio, aunque prefería no verbalizar ese
pensamiento. Sabía que no era prudente enfadar a una mujer, a menos que
fuera absolutamente necesario. Y en su experiencia, a menudo era
necesario, dado que muchas veces no escuchaban lo que se les decía.
La tensión entre ellos crecía, un juego de poder y desafío que empezaba a
cambiar la dinámica de su relación de manera sutil pero definitiva.
O, en algunos casos, las mujeres empezaban a enamorarse sin razón
aparente, como había sucedido con Margaret Huntington. Su relación con
Raúl había escalado gradualmente, hasta el punto en que le resultaba difícil
mirarlo a los ojos sin ruborizarse. Ella había insinuado una aventura, y él,
incapaz de resistirse, había aceptado la tentación. La belleza de Margaret y
los rumores sobre las habilidades amatorias de las fisioterapeutas, por su
conocimiento del cuerpo humano, habían sido factores decisivos.
Raúl se giró hacia Kelly, asegurándose a sí mismo que con ella no tendría
ese tipo de complicaciones, ya que la atracción sexual no parecía entrar en
juego entre ellos. Sin embargo, de repente se encontró preguntándose si
Kelly tenía un espejo en su habitación. ¿Acaso no veía lo que veían los
demás?
Su cabello castaño y espeso estaba siempre recogido en una coleta, y su
rostro, libre de maquillaje, revelaba una belleza natural que él nunca había
notado antes. Nunca había visto máscara en sus pestañas pálidas ni
pintalabios en sus labios, aunque un toque de colorete habría resaltado su
tez clara. Siempre había sido un enigma para Raúl por qué se empeñaba en
llevar una bata azul sobre su ropa durante las horas de trabajo. Ella insistía
en que era para proteger su vestimenta, aunque la ropa que llevaba debajo
no parecía requerir especial cuidado. Según su perspectiva, los tejidos
sintéticos que ella prefería no eran los más favorecedores, especialmente en
un cuerpo como el de Kelly, que él consideraba poco atractivo.
Raúl estaba acostumbrado a mujeres que veían la feminidad como un arte,
mujeres que dedicaban tiempo y dinero a embellecerse y a preservar esa
belleza a lo largo de sus vidas. Kelly, claramente, no encajaba en esa
categoría.
Este cambio en la percepción de Raúl sobre Kelly, mezclado con su
indiferencia hacia la convencionalidad de la belleza, comenzaba a trazar
una nueva dimensión en su relación, una que aún estaba por explorar.
Raúl contempló a Kelly con una sonrisa seca y reflexiva. Recordó un viejo
refrán inglés: "No juzgues un libro por su portada". Aunque Kelly carecía
de la belleza convencional y de adornos femeninos típicos, era innegable
que poseía un espíritu indomable. Raúl no podía pensar en ninguna otra
mujer que hubiera vacilado ante la idea de tocarlo, y esa era precisamente la
razón por la que la quería para el trabajo. Necesitaba recuperar su forma
física lo antes posible, ya que ese período de inactividad lo estaba volviendo
loco.
Todo lo que Raúl deseaba era volver a sentirse normal. Detestaba el mundo
estancado que le rodeaba, un mundo que solo podía observar pasar desde su
posición forzada de inactividad. Esa falta de movimiento le daba demasiado
tiempo para pensar, para darse cuenta de lo que le faltaba en la vida.
Ansiaba regresar a las pistas de esquí, pilotar un avión, experimentar
nuevamente el desafío de un deporte de riesgo y sentir esa adrenalina que lo
hacía sentirse vivo.
Con un gesto de incomodidad, Raúl se levantó de la cama. –Dame las
muletas, Kelly –demandó.
Ella arqueó las cejas ante su tono, un gesto que revelaba tanto sorpresa
como desafío.
Él soltó un gruñido antes de añadir un reticente: –Por favor.
La interacción entre ellos, un juego de poder y vulnerabilidad, comenzaba a
dibujar una relación compleja y llena de matices inesperados. Raúl,
acostumbrado a tener el control, se encontraba ahora en una posición donde
debía pedir ayuda, y Kelly, siempre práctica y lejos de los juegos de
seducción, se convertía en una pieza clave en su recuperación.
Kelly le entregó las muletas a Raúl en silencio, observándolo mientras las
tomaba con firmeza y se ponía de pie. Era una visión extraña y
conmovedora ver a un hombre tan poderoso y dominante como Raúl
Fernández apoyándose en muletas. A pesar de haberse retirado de las
carreras profesionales hace cinco años, su espíritu indomable lo había
llevado a participar en aquel torneo benéfico organizado por grandes
fabricantes de coches. Su innata arrogancia lo había hecho creerse
invencible.
Kelly recordaba vívidamente el día del accidente, cuando había recibido la
llamada informándole que Raúl había sido llevado al hospital. Con el
corazón palpitando de miedo, había conducido apresuradamente por las
sinuosas carreteras rurales hasta el lugar del accidente. Había temido lo
peor al llegar, pero le informaron que Raúl había sido trasladado al Theatre
Royal y desconocían su estado.
El recuerdo de verlo solo en la habitación del hospital aún estaba fresco en
su mente. A pesar de su riqueza y éxito, Raúl estaba solo aquel día. Sin
padres y sin hermanos, Kelly había sido la única en estar a su lado.
Recordaba haber pasado la noche en vela, sosteniendo su mano y
deslizando los dedos sobre ella, susurrándole palabras de aliento, aunque él
no pudiera oírla.
Sacudiéndose de los recuerdos, Kelly se encontró de nuevo con la intensa
mirada de Raúl. –Sí, lo haré –dijo con un suspiro–. Iré a hablar con
Margaret para que me explique exactamente qué necesitas. Aunque no
entiendo por qué no puedes seguir pagándole para que te trate en privado.
La respuesta a esa pregunta no tardó en revelarse. Kelly encontró a
Margaret Huntington en el invernadero, mirando hacia los amplios
ventanales. ¿Estaba llorando? –¿Margaret? ¿Estás bien? –preguntó Kelly
con preocupación, acercándose a ella.
La situación entre Raúl, Kelly y Margaret estaba evolucionando hacia un
terreno emocional complicado, lleno de sentimientos no expresados y
decisiones difíciles. La relación entre ellos se entrelazaba de manera
inesperada, revelando profundidades y vulnerabilidades ocultas.
Margaret se tomó unos segundos antes de girarse hacia Kelly, sus ojos
brillaban, reflejando lágrimas contenidas. –¿Cómo lo hace, Kelly? –su voz
temblaba–. ¿Cómo consigue que mujeres sensatas y racionales como yo
caigan enamoradas de un hombre que ni siquiera nos agrada? ¿Cómo es
posible que, después de despedirme de la forma más fría y cruel, yo siga
creyendo que es lo mejor que me ha pasado?
Kelly intentó aliviar la tensión con una broma, buscando algo de ligereza en
medio del evidente dolor que marcaba el rostro de Margaret. –Bueno, yo
nunca he sido fan del pan de molde. Por eso hago mi propio pan.
Margaret tragó saliva, intentando recomponerse. –Lo siento. No debería
haberte contado esto, especialmente a ti, que trabajas para él. Es a ti a quien
debería compadecer, no al revés –dijo con un tono de auto reproche.
–No te preocupes. No eres la primera mujer a la que Raúl deja llorando, y
dudo que seas la última –Kelly trató de sonar despreocupada, encogiéndose
de hombros–. No sé cómo lo hace, la verdad. No creo que sea algo
calculado o intencionado. Simplemente tiene ese 'algo' que enloquece a las
mujeres. Quizás sea inevitable cuando eres rico y poderoso.
Margaret confesó con una voz temblorosa y sincera, interrumpiendo a
Kelly, –¿Sabes? Nunca antes me había sentido atraída por un paciente.
Nunca. Pero algo en Raúl Fernández me atrapó desde el principio. No
puedo creer que le haya dejado verme así –se mordió el labio, visiblemente
angustiada–. Es tan poco profesional, tan humillante. Y ahora, después de
todo, él me pide que me vaya. ¿Sabes qué? Estoy aliviada de irme.
Kelly se quedó sin palabras, reflexionando sobre la complejidad de las
emociones humanas. Había pensado que Margaret era una inglesa
imperturbable, con un corazón inquebrantable, pero ahora veía que estaba
tan vulnerable como cualquier otra persona. –Lo siento mucho, Margaret –
dijo Kelly, sinceramente conmovida.
Margaret apretó los labios, intentando recomponerse. –Superaré esto. Y
quizás sea lo mejor que haya pasado. Hay un médico que lleva semanas
invitándome a salir. Creo que es hora de dejar atrás a un hombre famoso por
romper corazones. Pero antes, te enseñaré todo lo que necesitas saber para
ayudar a Raúl Fernández a recuperarse por completo –dijo Margaret,
recuperando algo de su tono habitual.
–Pero solo si estás lista –respondió Kelly, preocupada por el bienestar de
Margaret.
–¡Estoy bien, Kelly! –aseguró Margaret, aunque en ese momento estaba
sacando un pañuelo para secarse las lágrimas que seguían brotando de sus
ojos.
Este intercambio entre Kelly y Margaret, dos mujeres atrapadas por la
compleja personalidad de Raúl Fernández, revelaba la fragilidad y la fuerza
que pueden coexistir en el corazón humano.
Capítulo 2

El corazón de Kelly palpitaba con fuerza, resonando en su pecho como un


tren desbocado. Todo lo que estaba viviendo le parecía increíblemente
extraño. Con manos temblorosas, colocó sus dedos sobre la espalda
desnuda de Raúl y tomó una profunda respiración, intentando disimular su
nerviosismo. En silencio, comenzó a aplicar las técnicas que Margaret le
había enseñado. Aunque no era difícil, el masaje era un arte que requería
cierta habilidad, y Kelly se esforzaba por hacerlo bien.
A pesar del miedo que sentía al tocarlo, sabía que no había vuelta atrás.
Raúl le estaba pagando un extra, habían llegado a ese acuerdo. Además, le
parecía absurdo que, a sus treinta años, todavía temiera el contacto con un
hombre. Colocó sus manos sobre la piel bronceada y radiante de Raúl,
permitiéndose un momento de reflexión.
"¿Cómo he permitido que el pasado influya tanto en mi presente?" se
preguntaba Kelly. "¿Voy a dejar que un incidente desafortunado controle mi
vida para siempre?" Si realmente quería cumplir su sueño de convertirse en
médica, tendría que acostumbrarse a tocar a la gente a diario.
A medida que sus manos se movían con más seguridad sobre la espalda de
Raúl, Kelly comenzaba a sentirse más en control, más capaz. Estaba
aprendiendo a superar sus miedos, a enfrentar el pasado y a abrirse a nuevas
experiencias. Quizás este trabajo, este inesperado arreglo con Raúl
Fernández, era exactamente lo que necesitaba para avanzar en su vida.
A medida que Kelly aplicaba más presión con la base de las palmas sobre la
piel de Raúl, sus manos comenzaron a moverse con un ritmo cada vez más
seguro. Agradecía que él no pudiera ver su rostro, pues la vergüenza que
sentía era palpable y temía que él pudiera burlarse de su evidente
incomodidad.
Observar a Raúl en su estado semidesnudo era una distracción constante.
Solo llevaba unos ajustados calzoncillos negros, lo que resaltaba el
contraste entre sus manos pálidas y la piel bronceada de él. A pesar del
temblor inicial en sus dedos, Kelly encontró una especie de ritmo
tranquilizador en sus movimientos. Concentrándose en el aspecto
terapéutico del masaje, lograba apartar los pensamientos perturbadores. Era
un proceso muy diferente al de trabajar con masa de hojaldre, donde los
movimientos rápidos y ágiles eran esenciales. Aquí, en cambio, sus manos
debían deslizarse lentamente, untadas en aceite, sobre la musculatura de
Raúl. Al presionar contra su dorsal ancho, él emitió un gemido.
–¿Está bien así? –preguntó Kelly, nerviosa. –No te estoy haciendo daño,
¿verdad? –agregó ante el gruñido ambiguo de Raúl.
Raúl negó con la cabeza y se acomodó un poco. Kelly notó la toalla sobre
su ingle moverse sutilmente, pero se esforzaba por mantener su
concentración lejos de esa área.
En la mente de Raúl, un pensamiento le asaltaba, "Dios mío". A pesar de
sus intentos por mantenerse distante y profesional, no podía negar la
extraña sensación que le provocaba el toque de Kelly, algo que nunca había
experimentado con ninguna otra persona.
Este momento entre Kelly y Raúl, cargado de tensión y descubrimientos
inadvertidos, comenzaba a desdibujar las líneas entre el profesionalismo y
algo más profundo, una conexión inesperada que ninguno de los dos había
anticipado.
Raúl yacía con la mejilla apoyada en sus brazos cruzados, los ojos cerrados,
sumido en un mar de sensaciones contradictorias. No podía decidir si lo que
sentía era tormento o placer, si estaba en el infierno o en el cielo, o quizás
en algún lugar indefinible entre ambos.
Mientras las manos de Kelly se movían con habilidad sobre su espalda,
Raúl se encontraba atrapado en la delicada danza de sus dedos. Se
deslizaban arriba y abajo, rozando tentadoramente el contorno de su trasero
y subiendo por la parte alta de sus muslos. Raúl tragó saliva, sintiendo
cómo cada minuto se alargaba en una eternidad de sensaciones
desconocidas.
Inesperadamente, se encontró completamente absorbido por las sensaciones
que Kelly evocaba con sus manos. A pesar de su inicial nerviosismo, ella
había adoptado un ritmo seguro y fluido, como si estuviera predestinada a
tocar la piel de un hombre de esa manera. La ironía de que su reservada
ama de llaves tuviera manos capaces de provocar tal éxtasis no escapaba a
Raúl. ¿Quién hubiera imaginado que Kelly, siempre tan discreta y apacible,
podría desplegar semejante talento?
Esta revelación no solo sorprendía a Raúl, sino que también lo
desconcertaba profundamente. Lo que había comenzado como una simple
necesidad física de rehabilitación estaba desembocando en un terreno
emocionalmente complejo y desconocido para él, llevándolo a cuestionar
todo lo que creía saber sobre Kelly, y tal vez, sobre sí mismo.
Desde que Kelly había entrado en la habitación, había encarnado la imagen
de la profesionalidad y eficiencia. Sin más que una breve sonrisa, le indicó
a Raúl que se acostara en la camilla y comenzó su trabajo. No hubo
coqueteo ni insinuaciones por su parte, lo que llevó a Raúl a preguntarse
por qué empezaba a sentir una excitación tan intensa. Era desconcertante
para él que Kelly, habitualmente reservada y discreta, pudiera despertar en
él tales sensaciones. Quizás lo que lo intrigaba era precisamente su falta de
coqueteo, algo a lo que no estaba acostumbrado.
Por un momento, Raúl se permitió imaginar a Kelly pidiéndole que
levantara un poco las caderas, deslizando sus manos bajo su cuerpo,
tocándolo de una manera más íntima. La idea lo dejó con la boca seca y el
pulso acelerado. –No, no me estás haciendo daño –respondió finalmente a
su pregunta anterior.
Mientras Kelly continuaba con el masaje en silencio, Raúl no podía evitar
sumergirse en sus pensamientos, imaginando cómo serían los pechos que
Kelly ocultaba tras su bata. La imagen de unos senos pálidos y delicados,
coronados por pezones rosados, invadió su mente. Se imaginó recorriendo
con la lengua la suave curva de su pecho, y se movió inconscientemente
para acomodarse mejor.
El cambio en su postura hizo que Kelly detuviera sus movimientos. Raúl
percibió una pausa en sus manos, un instante de vacilación que le recordó la
realidad de la situación. Estaban cruzando un umbral hacia un territorio
desconocido, donde las líneas entre el profesionalismo y la atracción
personal se estaban difuminando peligrosamente.
La tensión en la habitación crecía, un juego de deseo y autocontrol que
ninguno de los dos había anticipado, y que ahora parecía inevitable.
–No, no me estás haciendo daño –reiteró Raúl, su voz mezclando sorpresa y
admiración–. Realmente tienes un don para esto. Es increíble que nunca
hayas hecho masajes antes.
–Margaret fue de gran ayuda. Me enseñó todo lo que necesitaba saber. Me
dijo que si aplicaba presión en ciertos puntos... así... sería muy efectivo.
Además, anoche estuve investigando técnicas y leyendo consejos en
Internet –explicó Kelly, demostrando su compromiso con la tarea.
El gruñido de placer que escapó de los labios de Raúl era incontrolable, una
respuesta visceral a las hábiles manos de Kelly. –¿No tenías nada mejor que
hacer un viernes por la noche que investigar sobre masajes en Internet? –
preguntó, entre divertido y asombrado.
Hubo un breve silencio antes de que Kelly respondiera. –Me gusta hacer
bien mi trabajo, sea cual sea. Además, me estás pagando un plus generoso
por hacer esto –su énfasis en el aspecto financiero disipó cualquier duda
que pudiera tener Raúl.
Intrigado y tal vez un poco desafiado por su respuesta, Raúl decidió seguir
indagando. – No tienes un novio que te haga la vida más divertida?
La pregunta de Raúl sobre la existencia de un novio generó un silencio más
largo que los anteriores. Kelly meditó sus palabras con cuidado antes de
responder. –No, no tengo novio. Y aunque lo tuviera, no creo que este
trabajo sería compatible con una relación seria, especialmente considerando
las horas que paso aquí y el hecho de que vivo en la casa de mi jefe.
Raúl, con una mezcla de curiosidad e impaciencia, la interrumpió. –No veo
por qué un trabajo de interna no podría ser compatible con una relación. No
es algo tan complicado de entender. Mi pregunta es más simple: ¿Por qué
no tienes novio?
Kelly, tratando de mantener la compostura, se aplicó más aceite en las
manos. Encontrar una respuesta adecuada a esa pregunta no era sencillo. La
intimidad de la situación, mezclada con la creciente curiosidad de Raúl,
hacía que ella se sintiera cada vez más vulnerable.
–Supongo que no he encontrado a la persona adecuada –respondió
finalmente, con un tono que revelaba una mezcla de reserva y sinceridad–.
O quizás simplemente no he tenido tiempo para eso.
La conversación, cargada de una tensión sutil pero palpable, estaba
revelando capas de sus personalidades que ninguno de los dos había
explorado antes. Raúl, acostumbrado a tener respuestas fáciles y relaciones
superficiales, se encontraba intrigado por la profundidad y la complejidad
de Kelly. Por su parte, Kelly se enfrentaba a la incomodidad de revelar
aspectos de su vida personal a su jefe, algo que nunca había considerado
hasta ese momento.
Este diálogo entre ellos estaba abriendo nuevas dimensiones en su relación,
mostrando que detrás de las dinámicas laborales habituales se escondían
emociones y pensamientos que ninguno había previsto.
La confesión franca de Kelly de no estar interesada en los hombres había
despertado la curiosidad de Raúl, quien, con una sonrisa juguetona, indagó
más sobre su vida personal. –Entonces, ¿por qué no tienes a nadie en tu
vida?
La pregunta pareció irritar a Kelly, quien respondió mientras continuaba
masajeando con firmeza. –No entiendo por qué esa es la primera pregunta
que la gente hace a una mujer sola. Tú tampoco tienes una pareja estable,
pero yo no te pregunto por qué, ni sugiero que haya algo mal contigo.
Raúl admitió casualmente que tenía novias de vez en cuando, pero señaló
que Kelly, al parecer, no tenía a nadie. –¿Cómo sabes eso? –preguntó ella,
sorprendida y un tanto molesta por su asunción.
–El gerente de la finca me informa sobre lo que sucede aquí. Me gusta estar
al tanto, especialmente sobre alguien que cuida de mi casa en mi ausencia.
Pero él nunca menciona nada interesante sobre ti. Parece que llevas una
vida bastante recatada.
La tensión en Kelly aumentó ante la insinuación implícita en sus palabras. –
No hay nada malo en llevar una vida tranquila –replicó con firmeza.
–Por supuesto que no –dijo Raúl, con un tono ligeramente burlón–. Pero no
has hecho ningún voto religioso desde que empezaste a trabajar aquí,
¿verdad? Ningún voto de pobreza o de obediencia, al menos.
–Bueno, como jefe, pareces exigir bastante obediencia a tus empleados,
aunque admito que pagas bien por ella –respondió Kelly, manteniendo su
compostura.
–Entonces, ¿solo nos queda la cuestión de la castidad? –preguntó Raúl,
provocador.
La conversación entre Kelly y Raúl se había convertido en un juego de
palabras cargado de insinuaciones y desafíos. Cada uno, a su manera, estaba
explorando los límites del otro, revelando capas de sus personalidades y
deseos que no habían sido explorados antes.
Este intercambio estaba marcando un punto de inflexión en su relación, un
delicado equilibrio entre lo profesional y lo personal, donde las barreras
previamente establecidas parecían cada vez más borrosas.
El corazón de Kelly latía con fuerza, un eco de la tensión que la
conversación había generado. A pesar de ello, se centró en el masaje,
manteniendo sus movimientos lentos y circulares, intentando apartar su
mente del rumbo extraño que había tomado la conversación.
–Lo que haga en mi tiempo libre no es asunto tuyo –respondió Kelly,
tratando de establecer límites.
Raúl, sin embargo, continuó hablando, ignorando su comentario anterior. –
El gerente me comentó que siempre te encuentras leyendo o yendo a clases
por la tarde en una ciudad cercana –dijo, cambiando el tema.
–¿Qué tiene de malo querer mejorar? Quizás debería organizar una fiesta
salvaje cada vez que te vas. Así tendrían algo de qué hablar el jardinero y el
gerente –respondió Kelly con un toque de ironía.
–¿Disfrutas de las fiestas salvajes? –preguntó Raúl, curioso.
–No, no me gustan –respondió Kelly con firmeza.
–A mí tampoco –admitió Raúl–. Aunque parezca lo contrario. Durante mi
carrera en las carreras, las fiestas eran casi obligatorias, pero últimamente
me he cansado de ellas. Siempre son lo mismo.
Kelly se sorprendió al escucharlo hablar con tal franqueza. Por primera vez,
sentía que estaba viendo un lado de Raúl que no se mostraba a menudo, una
faceta más reflexiva y posiblemente más auténtica.
Esta conversación, aunque incómoda, estaba abriendo una puerta a una
comprensión más profunda entre ambos. La imagen que Kelly tenía de
Raúl, y viceversa, estaba empezando a cambiar, revelando que detrás de sus
roles como empleada y empleador, había dos seres humanos con sus propias
inquietudes, deseos y sueños.
El corazón de Kelly latía con fuerza, un eco de la tensión que la
conversación había generado. A pesar de ello, se centró en el masaje,
manteniendo sus movimientos lentos y circulares, intentando apartar su
mente del rumbo extraño que había tomado la conversación.
La confesión de Raúl sobre su creciente desinterés en las fiestas dejó a
Kelly sorprendida. Ella había asumido que él disfrutaba de esos eventos
extravagantes que eran el tema de conversación en la localidad. Recordaba
las multitudes de invitados glamurosos que se agolpaban en la mansión,
viajando desde lugares distantes solo para ser parte del círculo de Raúl
Fernández. Esas mujeres rubias y glamurosas, a menudo dejadas de lado
por Raúl en favor de otra, terminaban en la cocina, buscando consuelo en
los brazos de Kelly y una taza de café fuerte.
–Está bien –dijo Kelly, deteniendo el masaje y secándose una gota de sudor
que resbalaba por su piel–. ¿Te sientes mejor?
–Me siento... bien –respondió Raúl, con una voz que traicionaba cierta
turbación.
Kelly se limpió las manos rápidamente, intentando recobrar su habitual
imparcialidad. –Creo que es suficiente por hoy. Podemos tener otra sesión
antes de que te vayas a dormir. Puedes levantarte si quieres, Raúl.
Pero Raúl no mostraba ninguna prisa por levantarse. La tensión que había
acumulado durante semanas de inactividad, sumada a la intensidad del
momento con Kelly, había desencadenado en él una respuesta erótica que
no podía ignorar. Sus movimientos impacientes en la camilla solo
empeoraron su estado.
Ocultando su rostro en la almohada, Raúl reflexionaba sobre su situación.
El confinamiento forzado por su recuperación lo había llevado al borde de
la locura. Sin su rutina habitual de trabajo, juego y placeres físicos, se había
visto inmerso en una introspección no deseada. Alejado de su constante
necesidad de acción, Raúl había tenido que enfrentarse a sus pensamientos
y emociones, un terreno que prefería evitar.
Este momento de vulnerabilidad y la presencia de Kelly, con su toque
inesperadamente afectuoso y su conversación sincera, estaban revelando
una faceta desconocida de Raúl Fernández, un hombre acostumbrado a vivir
a toda velocidad, pero que ahora se encontraba en un punto de quietud
forzada y reflexión personal.
La forzada inmovilidad en el hospital había dado a Raúl Fernández un
tiempo de introspección inesperado. En esos momentos de quietud, había
reflexionado sobre la vida frenética que llevaba, dándose cuenta de que
poco a poco se había convertido en un espectáculo más que en una
existencia significativa. Recordó el momento en que había decidido enviar a
su séquito de seguidores de vuelta a Buenos Aires, liderados por Diego.
Desde entonces, una calma inusual había envuelto la mansión, una calma
que le había permitido contemplar su vida desde una perspectiva diferente.
–¿Qué tal si vas a nadar un poco ahora, Raúl? –sugirió Kelly con su voz
suave y persuasiva, sacándolo de sus cavilaciones.
Afortunadamente para Raúl, la tensión física que había sentido empezaba a
disminuir. –¿Es eso una sugerencia? –preguntó con un bostezo.
–No, es una orden. Parece que respondes mejor a ellas –replicó Kelly con
una sonrisa, echando un vistazo a través de la cortina hacia el exterior–. Oh,
parece que está lloviendo de nuevo.
La interacción entre Kelly y Raúl estaba cargada de una tensión juguetona y
desafiante. A través de su conversación y la reciente experiencia
compartida, ambos comenzaban a ver al otro bajo una luz diferente. Raúl,
un hombre acostumbrado a la acción y a la atención constante, se
encontraba explorando un territorio desconocido, uno que requería reflexión
y tal vez, una revaluación de lo que realmente deseaba en la vida. Por su
parte, Kelly, siempre práctica y reservada, estaba descubriendo una faceta
de su personalidad que nunca había explorado, una faceta que le permitía
interactuar con Raúl de igual a igual, desafiándolo y respondiendo a sus
provocaciones.
Esta nueva dinámica entre ambos prometía desentrañar capas ocultas de sus
personalidades y tal vez conducirlos por un camino de descubrimientos
mutuos e inesperados.
–Siempre llueve en este país –se quejó Raúl con una mueca.
–Es lo que mantiene todo tan verde y hermoso –respondió Kelly con un
tono práctico–. Pero no hay problema, podemos usar la piscina cubierta.
–No me gusta esa piscina, es claustrofóbica –dijo Raúl, mostrando su
habitual obstinación.
–¿Y esta habitación no te resulta claustrofóbica?
–Aquí no tengo intención de nadar, así que... ¿qué tal si nos arriesgamos y
usamos la piscina exterior? Un poco de riesgo no nos vendría mal.
Kelly se giró desde la ventana, lanzándole una mirada de reprobación.
Conocía bien ese tipo de propuestas impulsivas de Raúl. –Prefiero no vivir
peligrosamente. Y si tú tampoco lo hicieras tanto, quizás no habrías
acabado en una cama de hospital ocupando un lugar que otra persona podría
haber necesitado con urgencia. Con la lluvia, la hierba estará mojada y los
azulejos alrededor de la piscina resbaladizos. No es una buena idea.
–Qué miedo –dijo Raúl, con un tono sarcástico.
A pesar de su comentario, Kelly decidió no entrar en el juego. Su
interacción había evolucionado más allá de una simple relación empleador-
empleada; ahora se trataba de un juego de voluntades y entendimientos.
Kelly no solo se enfrentaba a Raúl, sino que también estaba aprendiendo a
manejar sus impulsos y su tendencia a buscar el peligro.
Por su parte, Raúl estaba descubriendo en Kelly una firmeza y una sensatez
que le eran desconocidas, rasgos que empezaban a fascinarlo y a desafiar su
habitual estilo de vida despreocupado y lleno de riesgos.
La relación entre ambos, tejida con momentos de tensión, humor y una
creciente comprensión mutua, prometía explorar territorios emocionales
que ninguno de los dos había previsto inicialmente.
–Parece que me pagas por ser sensata y cocinar bien –respondió Kelly,
aceptando el rol que Raúl le había asignado, aunque con una pizca de
ironía.
–Exactamente –dijo Raúl, sus ojos ocultos bajo sus pestañas espesas–. ¿Así
que no te gusta vivir peligrosamente?
Kelly negó con la cabeza de manera enfática. –No, en realidad no. Tú ya
tomas suficientes riesgos por ambos.
Raúl exhaló un suspiro teatral. –Bien, señorita Prudencia, tú ganas.
Usaremos la piscina interior. Ve a buscar tu traje de baño y nos vemos allí.
Kelly se dio la vuelta y se alejó sin decir más, aunque la actitud burlona y
desafiante de Raúl la dejó con una sensación de inquietud. Subió las
escaleras rápidamente para cambiarse, cerrando con un portazo su
habitación en el ático. Apoyada en la puerta, tomó un respiro profundo. Su
habitación era un refugio espacioso, con techos inclinados y una vista
magnífica de los jardines y campos circundantes. Rodeada por las copas de
los árboles, se sentía en su propio mundo.
Abrió uno de los cajones, buscando con cierta impaciencia su traje de baño.
La idea de que Raúl la viera con poca ropa la incomodaba, pero no tenía
más opción que seguirle el juego. Mientras la lluvia golpeaba la ventana,
Kelly se preguntaba qué consecuencias tendría este giro inesperado en su
relación laboral con Raúl. Se preguntaba si esta cercanía repentina
cambiaría la dinámica entre ellos, si se traspasarían las barreras
profesionales que hasta ahora habían mantenido.
En el fondo, Kelly sentía una mezcla de anticipación y nerviosismo. La
interacción con Raúl estaba evolucionando hacia algo más complejo, y
aunque era consciente de los riesgos, parte de ella estaba intrigada por ver
hasta dónde llegaría esta nueva faceta de su relación.
Kelly se puso el bañador, nerviosa por lo que estaba por venir. Miró su
reflejo en el espejo con una mezcla de inseguridad y ansiedad. "Demasiado
pálida. Demasiado gorda. Demasiado... todo", pensó, dejando que sus
propias dudas la abrumaran. Sabía que compararse con las mujeres que
había visto junto a Raúl Fernández era injusto, pero no podía evitarlo.
Recordaba a esas supermodelos con piernas interminables y biquinis
diminutos, actrices de belleza impactante. Con manos temblorosas, se quitó
el sujetador y las braguitas, sustituyéndolos por un traje de baño de una sola
pieza. Parecía tan antiguo, tan desgastado, como si hubiera encogido con
los años.
Envuelta en un albornoz, Kelly bajó las escaleras y se dirigió hacia la
piscina, donde Raúl ya la esperaba. Un escalofrío recorrió su espalda al
verlo allí. Su silueta oscura se destacaba contra la gran ventana curvada que
daba al bosque. Parecía absorto, como si estuviera contemplando los
árboles por primera vez. Las flores blancas en los árboles brillaban más que
nunca en aquel día nublado.
Cuando Raúl se dio cuenta de la presencia de Kelly y volvió su mirada
hacia ella, algo extraño sucedió cuando sus ojos se encontraron. Kelly se
sintió repentinamente desorientada, como si hubiera perdido el equilibrio.
Era la misma sensación que había experimentado cuando había entrado en
la sala de masajes, pero mucho más intensa. A través del agua que separaba
sus cuerpos, se miraron fijamente. En ese momento, el único sonido que
percibían era el suave chapoteo del agua y los latidos ruidosos de sus
corazones. Kelly sintió que el aire se le escapaba de la garganta, mientras
una opresión insoportable se apoderaba de su pecho, dificultándole la
respiración. Estaba sucediendo de nuevo, y ella no quería que ocurriera. No
quería desear a un hombre como Raúl de esa manera.
Kelly parpadeó, tratando de recuperar su confianza y restaurar la
normalidad en esa situación incómoda. Con cautela, comenzó a
desabrocharse el albornoz y lo dejó caer al suelo. Sintió la mirada de Raúl
quemándola, y la expresión en su rostro era inconfundible: incredulidad. Sí,
estaba claro que nunca antes había visto a una mujer con una talla mayor a
la 38. Tal vez pensaba que ella se zampaba todos los alfajores que quedaban
cuando él partía en uno de sus viajes a destinos exóticos favoritos.
Esforzándose por mantener una sonrisa profesional, Kelly se acercó a él.
–¿Listo? –preguntó con voz serena.
–Llevo un buen rato listo –respondió él en tono sarcástico–. Pero, como
siempre, llegas tarde.
–Me costó un poco encontrar el traje de baño –se disculpó Kelly.
–Lo siento mucho –dijo él con un atisbo de arrepentimiento–. Debería haber
avisado con más antelación.
Kelly decidió no darle más importancia al comentario y cambiar de tema.
–Bueno, estamos aquí –dijo, tratando de infundir un poco de entusiasmo en
sus palabras–. Baja la escalera de espaldas.
–Creo que a estas alturas sé perfectamente cómo entrar en la piscina –
respondió él con un tono de irritación.
Kelly retiró con cuidado las muletas de las manos de Raúl y las apoyó
contra la pared.
–Solo trataba de...
–Bueno, deja de intentarlo. Estoy harto de que la gente intente ayudarme.
Llevo semanas lidiando con esto y creo que ya me he acostumbrado –
añadió con frustración–. ¿Lo siguiente que me enseñarás será cómo comer
con cuchillo y tenedor? ¿O tal vez quieras alimentarme con una cuchara?
Kelly se sintió herida por la respuesta de Raúl, pero optó por no discutir
más. En lugar de eso, extendió una mano hacia él con una expresión de
disculpa en su rostro y lo invitó a unirse a ella en la piscina.
Principio del formulario
Aquella discusión fue la gota que colmó el vaso para Kelly. No pudo
contenerse más.
–¿Por qué tienes que ser tan desagradable? Solo trato de ayudarte –expresó
con frustración.
Raúl guardó silencio por un momento, sus ojos se encontraron en un tenso
enfrentamiento. Kelly esperaba con temor el próximo insulto que saldría de
su boca. Sin embargo, para su sorpresa, Raúl suspiró de repente.
–Sé que tratas de ayudarme. Es solo que la frustración me supera. Es
insoportable. Las secuelas de este maldito accidente no parecen tener fin.
He estado así durante semanas, y a veces siento que nunca se acabará.
–Sí –asintió Kelly, mordiéndose el labio inferior–. Supongo que es una
forma de verlo.
Él arqueó las cejas.
–A menos que estés insinuando que soy insoportable de forma natural... –la
miró con curiosidad–. ¿Vas a llevarme a la conclusión de que soy
insoportable?
Kelly bajó la vista por un momento, mirando sus pies descalzos.
–Eso no me corresponde a mí decirlo.
–¿Entonces no vas a negarlo directamente, Kelly? –preguntó él en un tono
mordaz–. ¿No vas a confirmar que soy insoportable?
Ella alzó la mirada y se encontró con la mirada burlona y desafiante de
Raúl.
–No tienes fama de ser dulce y agradable, precisamente –respondió con
valentía.
Para sorpresa de Kelly, Raúl soltó una carcajada y se sumergió en la
piscina.
–Tienes razón. Supongo que no lo soy. Entonces, ¿no vas a unirte a mí,
Kelly? –le preguntó, golpeando la superficie del agua con la palma de la
mano–. Margaret siempre se metía.
Kelly, finalmente sintiendo un atisbo de alivio, sonrió y se unió a Raúl en la
piscina, dejando atrás las tensiones del momento y permitiendo que la
frescura del agua los envolviera.
"Seguro que sí", pensó Kelly mientras entraba en el agua. Se preguntaba si
no estaba repitiendo los mismos pasos que Margaret había dado antes, si no
estaba siguiendo el mismo camino que había hecho sentir tan culpable a la
pobre terapeuta.
Avanzó un poco más en el agua y sintió el frío en su vientre, lo que le
provocó un estremecimiento. Su piel se erizó y sus pezones se
endurecieron, como había ocurrido antes en la sala de terapia. En un intento
por ocultar su incomodidad, se apoyó en la pared de azulejos y se echó agua
sobre los brazos.
–Se supone que tienes que hacer diez largos –le recordó Raúl.
–Lo sé, pero tengo pensado hacer veinte –respondió Kelly.
–¿Crees que es buena idea? –preguntó él con una de sus sonrisas
desafiantes.
–Veámoslo, ¿no? –respondió Kelly, y comenzó a nadar con determinación.
Los brazos musculosos de Raúl cortaban el agua como flechas doradas.
Nadaba con la misma fuerza y determinación que aplicaba en todas las
áreas de su vida, pero después de doce largos, Kelly notó que empezaba a
disminuir el ritmo. Su rostro palidecía y apretaba los labios con fuerza.
–Detente –le rogó cuando lo vio salir para respirar–. Por favor, aminora un
poco, Raúl. Esto no es una competición.
Pero Raúl Fernández era terco y no disminuyó la velocidad. Para él, todo en
la vida era una carrera. Sacudió la cabeza y siguió nadando con intensidad.
Sin embargo, al final, se dio cuenta de que estaba exhausto. Salió del agua y
se apoyó en el borde de la piscina con los codos.
Raúl no dijo nada más hasta que recuperó el aliento por completo.
–¿Qué tal estuve? –le preguntó unos segundos después, mirándola a los
ojos.
–Eso ya lo sabes. Nadaste veinte largos, el doble de lo que recomendaba la
fisioterapeuta. ¿Quieres que te felicite por desobedecer sus instrucciones?
–Sí. Quiero una felicitación. Quiero que me elogien lo máximo posible.
Quiero una lluvia de elogios cayendo sobre mí, así que... ¿Por qué no te
deshaces de esa expresión de desaprobación solo esta vez y me dices que
soy bueno? –le sonrió de manera provocativa–. Sabes que quieres hacerlo.
Kelly se sintió tensa y experimentó un cosquilleo desconocido que recorría
su piel. ¿Estaba coqueteando con ella? Lo miró fijamente, parpadeando
ocasionalmente. No podía ser cierto, a menos que el coqueteo fuera una
segunda naturaleza para él.
–Creo que te has excedido un poco, pero sí. Eres bueno –respondió
finalmente, aunque con cierta reticencia–. Muy bueno, de hecho.
Él arqueó las cejas, como si disfrutara de su reacción.
–Vaya, Kelly. Que tú me dediques un halago no es cualquier cosa –comentó
Raúl con una sonrisa juguetona.
Kelly se sentía cada vez más inquieta, pero trató de disimularlo. Decidió
sumergirse en el agua brevemente para distraerse, pero al emerger, se
encontró con la mirada de Raúl, más intensa y penetrante que nunca. Había
algo extraño en su expresión, como si la estuviera observando con una
especie de fascinación. Además, no dejaba de mirarle los pechos.
El bañador, empapado, se había adherido a su piel como una segunda capa.
Kelly podía sentir la presión de sus pezones contra la tela del traje de baño.
Eran como dos pequeñas protuberancias puntiagudas. ¿Se habría dado
cuenta él?
–Creo que deberías salir ahora, antes de que te enfríes –sugirió Kelly,
intentando cambiar el rumbo de la conversación.
–O antes de que me caliente –dijo Raúl de repente, con una expresión
insinuante en el rostro.
Kelly pensó que no había oído bien. No podía ser cierto. Raúl Fernández
nunca habría hecho un comentario provocador como ese.
–Vamos –le instó Kelly, sumergiéndose nuevamente en el agua para escapar
de la mirada penetrante de esos oscuros ojos que la observaban. La
confusión y la tensión en el aire eran palpables, y Kelly necesitaba alejarse
de allí.
Capítulo 3

Raúl se perdió por un momento en sus pensamientos, absorto en la tormenta


que azotaba el exterior. La lluvia parecía incesante, un reflejo de su propio
estado de ánimo. Su mirada se desvió hacia Kelly, quien se ocupaba de
preparar el café con la misma eficiencia y discreción de siempre. Pero hoy,
Raúl no podía evitar verla con otros ojos.
Observó cómo se inclinaba sobre la bandeja, y sintió una punzada
inesperada de deseo. Estaba aburrido y frustrado, emociones que le hacían
más consciente de su entorno y de Kelly, en particular. Notó cómo los
vaqueros que llevaba se ajustaban a su figura de una manera que parecía
resaltar sus formas de manera involuntaria, pero atrayente.
–Juega a las cartas conmigo, Kelly –sugirió Raúl, rompiendo el silencio.
Sorprendida, Kelly se volvió hacia él. La sorpresa inicial dio paso a una
expresión de desconfianza. –No juego a las cartas –respondió, mostrando
cierta reticencia.
–Yo te enseño –insistió Raúl, con un tono persuasivo.
La propuesta de Raúl era inesperada, y Kelly dudó por un momento. El
juego de cartas no era algo que había hecho antes con él, y esta nueva
invitación parecía romper el patrón habitual de su relación.
La tensión entre Kelly y Raúl crecía, no solo por la proximidad física, sino
también por el cambio en la dinámica entre ellos. Raúl, acostumbrado a una
vida de riesgos y emociones, estaba descubriendo un interés en Kelly que
iba más allá de su rol como ama de llaves. Por su parte, Kelly estaba
aprendiendo a navegar este nuevo terreno, donde las reglas convencionales
parecían desdibujarse.
Este cambio en su interacción prometía explorar nuevos aspectos de sus
personalidades y tal vez abrir la puerta a un entendimiento más profundo y
personal.
El desafío de Raúl, cargado de insinuaciones y una sonrisa arrogante, dejó a
Kelly en una encrucijada emocional. Al llevarle la taza de café, trató de
mantener su compostura, pero la tensión entre ellos era palpable.
–Las cartas están en mi dormitorio, en el escritorio, en el segundo cajón a la
izquierda. Ve a buscarlas –dijo Raúl, indicándole con precisión dónde
encontrarlas.
–¿Y si no quiero jugar a las cartas? –desafió Kelly, sintiendo la presión de
la situación.
–Entonces podría tener que abusar de mi autoridad –respondió él, medio en
broma, medio en serio.
–¿Es una orden entonces? –inquirió Kelly, su tono mezclando desafío y
resignación.
–Definitivamente –confirmó Raúl, con una sonrisa que no ocultaba su
disfrute por la situación.
Con pasos pesados y llenos de reticencia, Kelly se dirigió a la habitación de
Raúl. Se sentía atrapada en un juego que no había elegido jugar, como si
estuviera enredada en una telaraña de la que no podía escapar.
Al entrar en el dormitorio de Raúl, un espacio que conocía bien por sus
labores diarias, Kelly se encontró en un ambiente cargado de la presencia de
Raúl, incluso en su ausencia. Había estado allí esa misma mañana, haciendo
la cama con esas sábanas egipcias de lujo que Raúl prefería. Ahora,
buscando las cartas, Kelly se adentraba en un territorio personal que hasta
ahora había mantenido a distancia.
Este nuevo paso en su relación, este juego de cartas, era simbólico de una
evolución en su dinámica. Kelly se encontraba explorando un terreno
desconocido con Raúl, un terreno donde las reglas de su relación estaban
cambiando, donde la formalidad y la distancia profesional daban paso a una
interacción más personal y potencialmente peligrosa.
–¿A qué vamos a jugar? –preguntó Kelly, entregando las cartas a Raúl con
un ligero temblor en sus manos.
Raúl, tomando las cartas, se detuvo un momento, perdido en sus
pensamientos. La cercanía de Kelly y el ligero roce de sus dedos al pasarle
las cartas había despertado en él un deseo que iba más allá de un simple
juego de cartas. En su mente, el juego había tomado un giro diferente, un
juego más íntimo y arriesgado. Raúl quería explorar más que las reglas del
póquer o del bridge; quería descubrir los secretos que Kelly ocultaba, sentir
la textura de su piel bajo sus manos, satisfacer esa creciente curiosidad y
atracción que sentía hacia ella.
–Vamos a jugar a algo simple, un juego que ambos podamos disfrutar –dijo
finalmente, su voz cargada de un tono más bajo y sugerente.
La tensión entre ellos se intensificaba a medida que se disponían a jugar.
Kelly, aunque insegura sobre qué esperar de este juego, no podía negar la
curiosidad y la anticipación que sentía. Raúl, por su parte, se encontraba en
un territorio desconocido, sintiéndose impulsado no solo por el deseo, sino
también por una conexión más profunda que empezaba a sentir hacia Kelly.
En este juego, las cartas eran solo un pretexto. Lo que realmente estaba en
juego eran sus emociones y la posibilidad de explorar una relación que
hasta ahora había estado oculta tras las formalidades de empleador y
empleada. Era un juego de descubrimiento y atracción, un juego donde cada
jugada prometía revelar algo más sobre ellos mismos y sobre lo que podrían
llegar a ser el uno para el otro.
Raúl observaba a Kelly, sorprendido por su habilidad innata para el juego.
La intensidad con la que ella estudiaba sus cartas, sumada a su agudo
sentido del humor, iba en contra de la imagen que él había construido de
ella en su mente. Aquí estaba, una Kelly diferente, llena de vida y astucia,
desafiando sus expectativas en cada jugada.
–¿Te das cuenta de que no sé casi nada de ti? –preguntó Raúl, reflexionando
en voz alta. Había algo en la forma en que Kelly se movía, en cómo
manejaba las cartas con destreza, que lo hacía querer saber más sobre ella.
–¿Por qué ibas a saber nada de mí? No es algo importante a efectos del
trabajo que desempeño. No tienes por qué saber nada de mí.
–¿Una mujer envuelta en un aura de misterio, que esquiva preguntas sobre
sí misma? ¿Esto está pasando de verdad o es un sueño tejido por Cupido?
–Esa generalización acerca de las mujeres me parece excesiva, aunque en tu
voz suena casi como un halago.
–Pero es cierta. Las generalizaciones suelen serlo –Raúl se recostó contra la
silla, con una mirada que parecía tratar de descifrar los secretos de su
alma–. ¿Cuánto tiempo llevas trabajando para mí? Debe de andar cerca de
un año.
–En realidad son dos y medio. El tiempo vuela cuando lo pasas bien, o
cuando estás cerca de alguien que hace latir tu corazón un poco más rápido.
Raúl reparó en el tono frívolo que acompañaba a sus palabras, pero también
en una chispa de algo más, algo no dicho.
–Ser ama de llaves no es un trabajo normal para mujeres de tu edad, ¿no?
–Supongo que no. Pero es un buen trabajo si no tienes estudios, o si
necesitas un sitio donde vivir... o si te permite estar cerca de alguien que,
sin saberlo, ilumina tus días.
Raúl dejó las cartas sobre la mesa, boca abajo, su gesto reflejando un
repentino interés que iba más allá de lo profesional.
–¿No tienes estudios? Eso me sorprende. Eres muy inteligente,
especialmente teniendo en cuenta lo rápido que has logrado entender un
juego de cartas bastante complejo.
Kelly no contestó de inmediato, pareciendo reflexionar sobre sus palabras.
–He intentado recuperar el tiempo perdido. Por eso asistía a esas clases
nocturnas y completé un par de exámenes de ciencias que debería haber
hecho en el colegio.
–¿Has estado estudiando ciencia? – Raúl expresó su sorpresa, su voz teñida
de admiración.
–Sí. ¿Qué tiene de malo? A algunos nos fascinan esas materias.
–Pero normalmente suelen ser hombres.
–De nuevo, Raúl, me veo obligada a señalar tu generalización –dijo Kelly,
pero su tono llevaba un matiz de juego, de un desafío amistoso–. Eso es lo
segundo más sexista que te he oído decir en dos minutos.
–Pero ¿cómo va a ser sexista si es cierto? Mira las estadísticas si no me
crees. Los hombres dominan el campo de las ciencias y las matemáticas.
–Bueno, eso quizás se deba a los métodos de enseñanza y las expectativas
sociales, no a una supuesta superioridad cerebral.
En los ojos de Raúl brilló algo más que el reflejo de la luz; era un destello
de respeto y quizás, algo parecido a la admiración.
–Creo que no estoy de acuerdo contigo en eso.
Kelly sintió un calor repentino que se extendía por su cuerpo bajo la intensa
e insistente mirada de Raúl, una mirada que parecía traspasar las barreras de
lo meramente profesional. «Peligro, peligro…», susurraba una vocecilla
desde algún rincón de su mente, advirtiéndola de la proximidad de un
territorio desconocido.
–Como quieras –respondió, intentando ocultar el temblor en su voz.
–¿Qué ciencia es la que se te da mejor? –preguntó Raúl, su curiosidad
claramente despertada.
–Todas. Biología, química, matemáticas también. Me encantan todas –
respondió Kelly, su pasión por el conocimiento brillando en sus ojos.
–Entonces ¿por qué…?
–¿Por qué suspendí los exámenes? –Kelly dejó las cartas, sintiendo un nudo
en la garganta. No quería contestar, pero conocía a Raúl lo suficiente como
para saber que no dejaría el tema–. Porque mi padre… Bueno, se puso muy
enfermo cuando yo era pequeña y perdí muchas clases.
–Lo siento –dijo Raúl, su tono reflejando una empatía genuina que
traspasaba los límites de una simple relación profesional.
–Oh, esas cosas pasan –respondió Kelly con un intento de despreocupación,
aunque sus ojos revelaban la profunda marca que aquellos eventos habían
dejado en su vida.
–¿Qué pasó exactamente? ¿Qué es lo que no me estás contando, Kelly? La
gente tiene padres enfermos, pero aun así aprueban.
–Fue una enfermedad larga, crónica. No podía salir mucho de casa, así que
yo llegaba a casa después del colegio y me sentaba con él y le contaba todo
lo que había hecho durante el día. A veces le leía cosas. Eso le gustaba
mucho. Después de preparar la cena venía la enfermera para acostarle, pero
yo ya estaba demasiado cansada como para hacer los deberes. O a lo mejor
es que era demasiado vaga –añadió Kelly, intentando aligerar la atmósfera
con una sonrisa trémula, buscando en los ojos de Raúl un refugio para su
vulnerabilidad.
La expresión de Raúl permaneció igual de seria y sombría, no obstante,
reflejando una empatía que parecía abrazar su dolor.
–¿Se recuperó?
–No. Me temo que no. Murió cuando yo tenía diecinueve años –dijo Kelly,
su voz temblaba ligeramente, revelando la profundidad de su pérdida.
–¿Y tu madre? ¿Ella no estaba con vosotros?
–No se le daban muy bien… No llevaba muy bien las enfermedades.
Algunas personas son así –respondió Kelly, forzando un tono ligero, pero
sus ojos no podían ocultar la tristeza que esas palabras evocaban.
Había dominado el arte de restarle importancia a las cosas mucho tiempo
atrás, en gran parte gracias a su madre. En algún momento había terminado
aceptando que su madre viviría sus propios sueños a través de su preciosa
hija pequeña. Recordaba muy bien todas aquellas veces cuando le decía que
Bella podía llegar a ser una gran supermodelo. Su madre tenía la cabeza
llena de ilusiones y fuegos artificiales, pero también le decía que había que
invertir para ganar, y por ello había terminado gastándose todos sus ahorros.
Había sido una gran apuesta que había salido mal, un recuerdo que Kelly
llevaba con resignación, pero también con un deje de melancolía.
–Mi madre estaba demasiado ocupada ayudando a mi hermana con su
carrera. Es modelo –explicó Kelly, su voz adquiriendo un tono distante al
evocar esos recuerdos.
–Oh –Raúl arqueó las cejas–. Esa palabra suele abarcar una gran variedad
de pecados. ¿La conozco?
–A lo mejor sí, o no. Trabaja mucho para catálogos. Y el año pasado la
contrataron para la inauguración de un centro comercial en Dubai –
respondió Kelly, notando una leve ironía en su tono.
–Oh –el sarcasmo en la voz de Raúl era ahora más evidente.
–En este momento está haciendo muchas fotos de trajes de baño y de
lencería. Es muy guapa –dijo Kelly, su voz teñida de orgullo fraterno.
–Ah, ¿sí? –Raúl parecía tener dudas al respecto. ¿Acaso creía que alguien
como ella no podía tener una hermana guapa?
–Sí –le contestó con brusquedad–. Es la mujer más exquisita y hermosa que
verás en toda tu vida. Y no solo por fuera. Su belleza interior iguala a la
exterior.
Raúl guardó silencio durante unos segundos, sus ojos revelando una batalla
interna. Aunque quisiera aparentar otra cosa, era evidente que intentaba
esconder sus emociones a toda costa, y Kelly no podía evitar sentir algo de
empatía por ella. Esa vez era distinto. No era una de esas chicas frívolas que
rompían a llorar por trivialidades; ella era real, con una fortaleza que
emanaba de sus experiencias de vida.
La chica que tenía delante era alguien a quien se le daban bien las ciencias,
alguien que había suspendido todos sus exámenes porque tenía que cuidar
de su padre enfermo. Pero, ¿quién había cuidado de ella? Raúl se sumergió
en sus pensamientos, recordando aquellos primeros momentos en el
hospital, justo después del accidente. ¿Quién le había acariciado la frente
aquella noche? Recordaba una suave voz de mujer, un bálsamo que le había
calmado en aquellos instantes de delirio. Al día siguiente, había preguntado
a la enfermera si había tenido alucinaciones, y ella le había dicho que era la
chica de la coleta, la que llevaba el viejo chubasquero.
Raúl había fruncido el ceño, confundido, sin saber a quién se refería. «Una
chica muy amable», había añadido la enfermera. Y entonces, como un
destello de claridad, se había dado cuenta de que había sido Kelly. Le había
ido a ver unas cuantas veces después de aquello y, por alguna extraña razón,
había terminado deseando esas visitas. Ella se sentaba a su lado y le decía
que respirara profundamente, que moviera los tobillos. En realidad, se había
vuelto bastante dictatorial entonces, pero él había respondido bien a todas
sus órdenes.
Y de pronto, un buen día, había dejado de ir al hospital, así, sin más. Raúl
se preguntaba ahora si aquel abandono repentino había sido una protección,
un acto de cuidado de ella hacia sí misma, tan acostumbrada a cuidar de los
demás y tan poco a recibir cuidado a cambio.
Raúl agarró su taza de café y bebió un sorbo, permitiéndose un momento de
observación. Se fijó en las manos de Kelly. Eran manos de trabajadora,
pragmáticas y sin adornos, con las uñas muy cortas, sin pintar. Su rostro
estaba libre de maquillaje y su corte de pelo era simple, sin ninguna forma
definida. Observando esos detalles, Raúl no pudo evitar preguntarse cuáles
serían las heridas ocultas de Kelly, esas que no parecían haber cicatrizado
completamente.
–Hace muy mal tiempo –le dijo, intentando ahuyentar esos pensamientos
que lo perseguían, que revelaban una preocupación creciente por ella.
–No podía ser de otra manera. Estamos en Inglaterra –respondió Kelly con
una sonrisa ligera.
–Pero no tendríamos por qué estar aquí –Raúl dejó la taza sobre la mesa y la
miró directamente a los ojos–. ¿Tienes pasaporte?
–Sí. Claro –respondió Kelly, sorprendida por la pregunta.
–Bien –Raúl volvió a agarrar las cartas–. Entonces prepárate para salir
mañana a primera hora.
–¿Adónde? ¿Adónde vamos? –preguntó Kelly, su voz revelando una mezcla
de curiosidad y aprensión.
–Cap Ferrat Village Village. Tengo una casa allí –explicó Raúl,
manteniendo un tono casual.
–Quieres decir… –Kelly le miró, confundida–. ¿Cap Ferrat Village, en el
sur de Francia?
Raúl arqueó las cejas.
–¿Es que hay algún otro?
–¿Por qué quieres ir allí, y por qué así, de repente? –Kelly luchaba por
entender sus motivaciones.
–Porque me aburro –respondió Raúl con una franqueza desarmante.
Kelly le miró con inquietud, recordando las historias que había oído acerca
de la casa de Raúl en el Mediterráneo, un lugar frecuentado por la jet set. Se
sentía totalmente fuera de lugar ante la idea de estar en un sitio así.
–Creo… creo que prefiero quedarme, si no te importa –dijo con una voz
apenas audible.
–Pues resulta que sí me importa –dijo Raúl en un tono afilado y cargado de
una arrogancia que no ocultaba del todo una especie de desesperación–. Te
pago una jugosa suma para que me hagas la vida más fácil, y eso significa
que tienes que hacer lo que yo quiera. Y mi prioridad ahora mismo es huir
de esta maldita lluvia y sentir algo de calor en la piel, así que… ¿Por qué no
dejas de mirarme con esos ojos de incredulidad y empiezas a hacer la
maleta?
Capítulo 4

"Maldito arrogante, odioso", pensó Kelly con creciente inquietud mientras


miraba por la ventana del jet privado que les llevaba a Cannes. A pesar de
la exuberante naturaleza que desfilaba ante sus ojos, nada parecía capaz de
aplacar la indignación que había sentido desde su partida de Inglaterra.
La mañana había sido un torbellino de eventos. Apenas habían aterrizado en
Cannes, se encontraron con la inesperada presencia de un paparazzi
solitario, al parecer un cazador permanente de celebridades en el
aeropuerto. El hombre había surgido de la nada, bombardeándolos con una
lluvia de flashes.
–¿Me firmas un autógrafo, Raúl? –la voz de una mujer resonó, seguida por
el murmullo de otras tantas que se agolpaban alrededor de Raúl mientras
caminaban por la terminal. Todas ellas parecían sacadas de un molde:
mechas californianas, shorts vaqueros desgastados, y una energía frenética
por captar su atención. Extendían pedazos de papel ante Raúl, casi
bloqueando su visión.
–¿Quieres venir a una fiesta luego, Raúl? –una de ellas intentó suerte,
deslizando una tarjeta en el bolsillo superior de su camisa.
Raúl, imperturbable ante el frenesí, apenas les prestaba atención, lo cual
solo parecía incrementar su determinación. Sacaron sus móviles y
comenzaron a fotografiarle, cada clic como un eco de la vida pública a la
que Kelly se sentía ajena.
Ella observaba desde una distancia prudente, sintiéndose cada vez más
como un pez fuera del agua en ese mundo de lujo y ostentación. La
distancia entre su mundo y el de Raúl parecía agrandarse con cada flash de
cámara, con cada grito efusivo de las fans, dejándola sumergida en un mar
de reflexiones sobre su lugar en esa nueva realidad.
–¿Esto te pasa muy a menudo? –preguntó Kelly con un tono de genuina
curiosidad al subir a un potente coche que les esperaba a la entrada del
aeropuerto.
–¿Te refieres a caminar por la sala de llegadas al aterrizar? –replicó Raúl, su
sarcasmo no ocultaba una leve nota de cansancio.
–No hace falta hacer uso del sarcasmo. Ya sabes a qué me refiero –dijo
Kelly, su tono suave pero firme.
Él se encogió de hombros.
–Me pasa en todas partes –admitió, su voz revelando una resignación que
parecía haberse asentado en él hace tiempo.
–¿Y no se te hace insoportable? –preguntó Kelly, mirándolo con una mezcla
de curiosidad y empatía.
Raúl le regaló una mirada mordaz.
–¿A ti qué te parece? –sus palabras eran desafiantes, pero sus ojos
reflejaban algo más, una especie de cansancio oculto.
Kelly titubeó un segundo.
–Creo que tu vida es… extraña. Creo que tienes una vida muy pública y
muy solitaria al mismo tiempo –dijo, su observación era aguda y sincera.
–Te doy un diez por esa afirmación –respondió Raúl, su ironía habitual no
lograba ocultar el impacto de sus palabras. Kelly se abrochó el cinturón de
seguridad al tiempo que el coche arrancaba.
–Pero no has aceptado ninguna de las propuestas de esas chicas. Muchos
otros hubieran hecho lo contrario –señaló Kelly, intentando entender la
complejidad del hombre que tenía al lado.
Raúl dejó escapar una risotada, una mezcla de sorpresa y cierta admiración
por la perspicacia de Kelly.
–Quizás no todo en la vida es tan sencillo como parece –dijo, volviendo la
vista hacia la carretera, mientras Kelly reflexionaba sobre la enigmática
figura que Raúl representaba en su vida, un rompecabezas que ella apenas
comenzaba a descifrar.
–¿No crees que ya estoy cansado de esas cosas? –dijo Raúl con un tono de
hastío–. Esas chicas son iguales a los neumáticos que me cambian durante
las carreras.
–Lo que acabas de decir me resulta casi cruel –Kelly no pudo evitar sentir
una punzada de desilusión ante sus palabras.
–Pero es cierto –respondió él, su voz firme, reflejando una indiferencia
aparentemente arraigada.
–Bueno, en el pasado no parece que hayas tenido ningún reparo al respecto
–apuntó Kelly, recordando las historias que había escuchado sobre él.
–¿Por qué iba a tenerlo? –Raúl arqueó las cejas, un gesto que parecía
desafiar cualquier juicio–. Si un hombre tiene sed, bebe. ¿Crees que voy a
rechazar a una preciosa rubia porque no tengo nada en común con ella más
allá de un montón de hormonas en ebullición?
Kelly sacudió la cabeza, su expresión era una mezcla de incredulidad y
frustración.
–Eres increíble –dijo, no sabiendo si admirar su franqueza o lamentar su
descaro.
Raúl esbozó una sonrisa y sus ojos relampaguearon, revelando un destello
de algo más profundo, quizás una autocomplacencia amarga o un reto
oculto.
–Pero eso ya lo sabes, Kelly –dijo con un tono que rozaba la provocación–.
Simplemente trato de contestar a tus preguntas con sinceridad.
–¿Entonces te gusta ser famoso? –le preguntó Kelly de repente, su voz
teñida de curiosidad genuina.
–Lo dices como si tuviera elección al respecto, pero no es así –respondió
Raúl, apoyando las palmas de las manos sobre los muslos y flexionando los
dedos, como si quisiera transmitir la tensión que sentía–. Yo no buscaba la
fama. Lo único que quería era correr y ser el mejor del mundo. La fama fue
una consecuencia inevitable de todo eso.
Mientras Kelly contemplaba esos ojos color ámbar, Raúl se sumergió en un
mar de recuerdos. Había otras consecuencias de su fama que solían pasar
desapercibidas. Había dado la espalda a la responsabilidad, tomado todo lo
que había querido de esas mujeres, pero jamás había dado nada a cambio.
No le había hecho falta. La riqueza extraordinaria, la lluvia constante de
halagos y adulación, nada había sido suficiente para llenar ese gran vacío
negro que sentía en su interior. A lo mejor, reflexionó, ese era el precio que
se pagaba por la fama. Un precio que había comenzado a pesarle más con
cada día que pasaba.
Kelly lo observaba, tratando de descifrar los pensamientos que se ocultaban
detrás de esa mirada introspectiva. Había algo en Raúl, una especie de
tristeza oculta bajo la superficie de su éxito y su arrogancia, que la intrigaba
y, a la vez, la hacía sentir una inesperada conexión con él.
–A lo mejor no debería haber hecho tanta publicidad, pero era joven y el
éxito se me subió a la cabeza. Parecía una locura rechazar tanto dinero –
confesó Raúl con un tono de reflexión–. Y mis patrocinadores querían que
lo hiciera. Bueno, en realidad es una forma de hablar. Querían a alguien que
vendiera deporte y sexo a la vez y yo debí de parecerles perfecto para
cumplir con esa función.
–Y una vez te haces famoso, ya no hay vuelta atrás –le dijo ella, su voz
suave pero firme–. No puedes volver a ser la persona que eras antes.
–No. No puedes –concedió Raúl, su mirada perdida por un momento en
algún recuerdo distante–. El mundo tiene una imagen de ti y no hay nada
que puedas hacer para cambiar eso.
Kelly lo miró, pensativa, y luego añadió, casi sin darse cuenta:
–Bueno, eso no es del todo cierto. Podrías...
Se detuvo, consciente de haber ido más allá de lo que había previsto.
Raúl arqueó las cejas, claramente interesado.
–¿Hacer qué? –preguntó, su curiosidad despertada.
–Nada –dijo Kelly rápidamente, deseando no haber empezado la frase.
–Dime. Me interesa –insistió Raúl, su tono revelando una mezcla de desafío
y genuina curiosidad.
Kelly dudó, preguntándose si debía compartir su pensamiento. Finalmente,
respiró hondo y dijo:
–Podrías intentar cambiar la narrativa. No tienes que ser la versión de ti
mismo que el mundo quiere que seas. Podrías mostrarles quién eres
realmente, más allá de las pistas de carreras y los anuncios.
Raúl la miró, sorprendido por la sinceridad y la claridad de su observación.
Por un momento, la barrera de su fama y su personalidad pública pareció
desmoronarse, revelando al hombre detrás de la imagen.
–Atraes más publicidad saliendo con esas mujeres que están en las portadas
de las revistas todos los días cuando las dejas –comentó Kelly, su tono
mezclando un deje de crítica con simple observación.
–¿Crees que debería obligarlas a firmar un acuerdo de confidencialidad
antes de llevarlas a la cama? –preguntó Raúl, su voz tenía un matiz irónico.
–No lo sé, Raúl. Solo soy tu ama de llaves, no tu psicólogo –respondió
Kelly, virando su mirada hacia la ventana.
El coche comenzó a ascender por una estrecha carretera que se enroscaba
por la falda de una montaña.
–Dios. Esto es precioso –exclamó ella, impresionada por la vista.
–¿Estás cambiando de tema deliberadamente, Kelly? –Raúl la miró, una
sonrisa juguetona en sus labios.
–A lo mejor –admitió ella, devolviéndole una mirada cómplice.
Él se rio.
–¿Nunca has salido de Inglaterra? –preguntó, interesado en saber más sobre
ella.
Un flamante deportivo rojo pasó en dirección contraria, haciendo que Kelly
arrugara los párpados por un instante, preocupada por el estrecho margen
entre los vehículos.
–Una vez. Fui a España con mi madre y mi hermana, pero fueron unas
vacaciones muy humildes –explicó, su voz suave, evocando recuerdos de
tiempos más sencillos.
Raúl asintió, su mirada se tornó pensativa, como si las palabras de Kelly le
llevaran a reflexionar sobre sus propias experiencias de vida. Por un
momento, el silencio se instaló entre ellos, un silencio cómodo que hablaba
de una creciente comprensión mutua.
–Bueno, entonces a lo mejor te mereces un capricho –dijo Raúl con una
sonrisa, como si le gustara la idea de presentarle a Kelly un mundo
completamente nuevo.
Justo en ese momento, su teléfono móvil comenzó a sonar. Raúl se lo sacó
del bolsillo y contestó en español, su voz cambiando a un tono de negocios
serio. Kelly se quedó en silencio, observando el paisaje que pasaba y
reflexionando sobre la surrealidad de su situación actual.
El resto del viaje transcurrió en un silencio cómodo, y Kelly no pudo evitar
preguntarse qué hubiera dicho su hermana si la hubiera visto en ese
momento, en un coche con chófer, viajando por una de las fincas más
lujosas del mundo. Seguramente su hermana habría estado incrédula,
incapaz de creer la transformación que Kelly estaba experimentando.
El coche rodeó una curva y la mansión de Raúl apareció en el camino,
interrumpiendo sus pensamientos. Era una villa de estilo belle-époque,
majestuosa y elegante, como sacada de una postal de épocas pasadas. Según
le había dicho Raúl, se la había comprado a un príncipe árabe, un amigo de
un amigo que al parecer era sultán. Kelly no podía evitar sentirse abrumada
por la magnificencia del lugar.
Levantó la vista hacia la villa al tiempo que el vehículo atravesaba el portón
exterior. Más bien parecía una fortaleza, suntuosa e imponente, de un color
blanco deslumbrante y flanqueada por enormes cipreses solemnes. Todo en
ella irradiaba un aire de opulencia y elegancia, un mundo completamente
distinto al que Kelly estaba acostumbrada. Por un momento, se sintió como
un personaje de una novela, transportada a una vida de lujo y extravagancia.
–¿Tienes mucho personal en la casa? –preguntó Kelly, su voz denotando un
nerviosismo repentino ante la magnitud de la villa.
–Lo necesario –respondió Raúl con naturalidad–. Y tu homóloga francesa
se llama Francesca. Te caerá bien –agregó, como si intentara aliviar su
preocupación.
Francesca les esperaba en el inmenso vestíbulo, un espacio elegante desde
el cual se ramificaban varios corredores. Jarrones llenos de rosas de color
naranja y ramas de eucalipto adornaban la estancia, creando un aroma
fresco y natural que se entremezclaba con el olor a antigüedad y lujo. Los
reflejos de los arreglos florales se multiplicaban en los enormes espejos
ornamentados. En un rincón, una estatua clásica de una mujer vertiendo
agua sobre sí misma añadía un toque de belleza atemporal.
Kelly miró a su alrededor, impresionada por la grandiosidad del lugar. Se
sentía como si hubiera entrado en un museo, cada detalle un testimonio de
la opulencia y el gusto refinado. Francesca, con su aire chic y su vestido
que delineaba su figura esbelta, parecía formar parte de ese entorno.
Aunque la empleada debía rondar los cincuenta, su presencia imponía,
haciendo que Kelly se sintiera inesperadamente fuera de lugar.
–Me voy directamente a mi estudio –anunció Raúl, su tono indicando
urgencia–. Tengo que contestar a los correos de Diego antes de que estalle
como una bomba.
Luego se volvió hacia Francesca.
–Francesca, esta es la primera vez que Kelly visita Francia. Creo que
deberíamos prepararle la habitación azul, la que da a la bahía –dijo,
considerando a Kelly.
Hubo una fracción de segundo de vacilación en Francesca, y Kelly percibió
un cambio sutil en la atmósfera.
–Pero a lo mejor mademoiselle Collins estaría más tranquila en una de las
casas de huéspedes –sugirió Francesca con una sonrisa que parecía más una
máscara de cortesía que una expresión genuina–. He preparado una. Tal vez
sería más… apropiado.
Kelly, sorprendida por la sugerencia, se encontró en una posición incómoda,
debatiendo entre la oferta de lujo y la sensación de ser una intrusa en ese
mundo de riqueza y etiqueta.
–Kelly no ha viajado mucho por Europa. Lo menos que podemos hacer es
dejarla disfrutar de unas buenas vistas. No habrá problema, ¿no? –insistió
Raúl, dirigiéndose a Francesca con una mezcla de firmeza y cortesía.
–Mais non! –Francesca gesticuló con las manos en un gesto teatral–. Pas de
problème –aseguró, con una sonrisa que esta vez parecía un poco más
genuina.
Kelly, consciente de que Raúl la observaba atentamente, sintió cómo sus
mejillas se enrojecían ante la atención.
–Muchas gracias por el detalle –logró decir, su voz reflejando una mezcla
de gratitud y turbación.
–No es nada. Disfruta de las vistas. Te veo luego. ¿Un masaje después de la
comida? –propuso Raúl, como si intentara asegurarse de su comodidad.
–Siempre y cuando no sea una comida muy pesada –respondió Kelly,
intentando mantener la conversación ligera.
–¿Ves lo estricta que es, Francesca? –dijo Raúl en un tono bromista,
dirigiéndose a la ama de llaves francesa–. No te preocupes, Kelly. Dejaré
que controles todo lo que como, si eso te hace sentir mejor.
Sus palabras, aunque claramente dichas en broma, solo sirvieron para
agravar la confusión de Kelly. ¿Estaba malinterpretando las señales?
¿Estaba Raúl flirteando con ella o simplemente siendo amable?
Observó cómo se alejaba por el pasillo, notando cómo su porte había
mejorado notablemente desde la última vez que lo había visto apoyarse en
un bastón. Parecía que pronto podría prescindir de él por completo, una
señal más de su fuerza y determinación.
Kelly se quedó unos momentos en el vestíbulo, absorbiendo la grandiosidad
de la villa y las complejidades de su nueva situación, antes de seguir a
Francesca hacia su habitación.
–Le enseñaré la casa –dijo Francesca con una eficiencia profesional–. Puede
resultar un tanto abrumadora al principio. No se preocupe por su maleta.
Alguien se la subirá al dormitorio.
Kelly asintió y siguió a Francesca por uno de los interminables corredores
de la villa. Las puertas a lo largo del pasillo se abrían a estancias con techos
altísimos, cada una decorada con un lujo exquisito. Desde muchas de ellas
se divisaba el mar, ofreciendo vistas que parecían sacadas de una postal.
Pasaron por dos salones, uno de ellos con un techo de cristal retráctil que
dejaba ver el cielo azul. En la planta baja, descubrieron un gimnasio
moderno que daba acceso al área de la piscina, rodeada de una terraza
elegante. Kelly se asomó brevemente, admirando cómo el agua azul de la
piscina contrastaba con el verde de la vegetación circundante.
Subiendo al piso superior, se encontraron con otra terraza. Aquí, las vistas
eran aún más impresionantes, con las montañas alzándose majestuosamente
detrás de la mansión. Kelly se quedó sin palabras, pensando que era el sitio
más hermoso en el que había estado jamás.
Finalmente, Francesca la llevó a su habitación. Al entrar, Kelly no pudo
evitar quedarse boquiabierta. La habitación era espaciosa y decorada con un
gusto impecable, cada detalle parecía cuidadosamente seleccionado para
crear un ambiente de elegancia y confort. Grandes ventanales se abrían a un
balcón privado, desde donde se disfrutaba de una vista panorámica del
paisaje mediterráneo.
–Y esta será su habitación –anunció Francesca, observando la reacción de
Kelly.
Kelly se dio cuenta entonces de las reservas que Francesca había mostrado
al principio. Aquel dormitorio no era simplemente una habitación; era un
santuario de lujo y belleza, digno de la realeza. Se preguntó qué debía sentir
al ser alojada en un lugar tan opulento, una mezcla de gratitud y una
incómoda conciencia de su propia humildad.
–¿Quiere decir que me voy a quedar aquí? –preguntó Kelly, su voz
reflejando incredulidad ante la magnificencia de la habitación.
–Sí, aquí –respondió Francesca, su voz sonando suave y casi tierna, un
contraste con su presencia imponente–. La dejaré para que se cambie. La
comida estará lista a las dos. La serviremos en la terraza pequeña.
¿Recuerda cómo llegar?
–Sí. Creo que sí –dijo Kelly, aún abrumada por el lujo que la rodeaba.
Una vez sola, Kelly comenzó a deambular por la habitación, moviéndose
como si estuviera bajo un hechizo. Deslizó los dedos sobre las blancas
cortinas que enmarcaban las vistas al mar, sintiendo la suavidad del tejido
bajo su piel. En la terraza, observó la mesa, las sillas y una tumbona, todo
dispuesto para disfrutar del clima y el paisaje mediterráneo.
Por un momento, Kelly se sintió alejada de su vida habitual, no como la
segundona que siempre había sido, sino como alguien que merecía estar en
aquel lugar. Se permitió imaginar cómo sería su vida si no fuera
simplemente la hermana práctica y apocada de Bella, la brillante princesa
en sus vestidos deslumbrantes.
Mientras comenzaba a deshacer la maleta, una sensación de realidad se
asentó en ella. A pesar del entorno de lujo, Kelly sabía que esencialmente
seguía siendo la misma. El oro y el glamour no podían cambiar su esencia,
no podían borrar las palabras de su madre que siempre habían resonado en
su mente: «Oh, Kelly ha sacado la inteligencia, pero Bella sacó la belleza».
Para su madre, parecía que la apariencia lo era todo, y esa percepción había
moldeado la autoimagen de Kelly durante toda su vida.
Mientras se cambiaba de ropa, reflexionó sobre lo que significaba este
viaje. No era solo un cambio de escenario, sino también una oportunidad
para ver su vida desde una perspectiva diferente. Aunque se sentía fuera de
lugar en ese mundo de riqueza y belleza, quizás este era el momento de
descubrir algo nuevo sobre sí misma, algo más allá de las expectativas y las
sombras de su pasado.
Miró el reloj. A pesar de sentirse fuera de lugar, Kelly decidió hacer un
esfuerzo para arreglarse un poco. Por lo menos, pensó, podía lavarse el pelo
y ponerse algo más presentable para la comida. Se dirigió hacia el baño de
su lujosa habitación, decidida a al menos intentar adaptarse a su nuevo
entorno, aunque fuera superficialmente.
Bajo la ducha fría, Kelly se sintió aún más consciente de sí misma, de su
cuerpo que no se ajustaba a los estándares de belleza que solía ver en
revistas y en la televisión. A pesar de los lujos que la rodeaban, esa
inseguridad persistía, un recordatorio constante de cómo se veía a sí misma
en comparación con los demás.
Después de ducharse, se secó el cabello y se puso ropa interior limpia.
Estaba a punto de vestirse cuando escuchó un golpe en la puerta. ¿Sería
Francesca?, se preguntó mientras se envolvía en una toalla y se dirigía a
abrir.
Al abrir la puerta, se encontró, para su sorpresa, con Raúl Fernández en
lugar de Francesca. Kelly sacudió la cabeza, tratando de ocultar su sorpresa
y nerviosismo.
–No he oído la campanita –dijo rápidamente, lamiéndose los labios
nerviosamente.
Raúl frunció el ceño.
–¿Qué campanita? –preguntó, claramente confundido por su comentario.
Kelly se mordió el labio interior, recordándose a sí misma mantener la
calma.
–La campanita de la comida –respondió, intentando sonar despreocupada.
Él arrugó los párpados, observándola detenidamente. Por un momento,
Kelly se sintió completamente expuesta, no solo físicamente, sino también
emocionalmente. La proximidad de Raúl y su mirada inquisitiva la hicieron
sentir aún más consciente de su apariencia y de la situación inusual en la
que se encontraba.
–Creo que aún falta un poco para la comida –dijo él finalmente, rompiendo
el incómodo silencio que se había formado entre ellos.
Kelly asintió, sin saber exactamente qué decir o hacer. La presencia de Raúl
en su puerta, su mirada intensa, todo contribuía a la sensación de estar
viviendo una realidad completamente diferente a la que estaba
acostumbrada.
–Será porque nadie la ha tocado –dijo Raúl, refiriéndose a la campanilla de
la comida.
–Oh, claro. ¿Tú has… –Kelly se interrumpió, encogiéndose de hombros en
un gesto de incertidumbre–? ¿Has podido contestar a todos tus correos?
–No –admitió Raúl, su tono indicando una cierta indiferencia hacia ese
asunto.
–No creo que Diego esté muy contento –comentó Kelly, intentando
mantener la conversación en terreno seguro.
–Supongo que no. Pero ahora mismo no estoy pensando en Diego –
respondió Raúl, su mirada fija en ella.
–Oh. Muy bien –dijo Kelly, una nota de incomodidad en su voz.
Raúl notó que su garganta se secaba de repente. Sabía que debía marcharse,
que permanecer allí era inapropiado, pero algo lo retenía. Observó a Kelly,
consciente de que su apariencia era todo menos seductora según los
estándares convencionales. Tenía las piernas muy pálidas y los tirantes de
su sujetador se veían desgastados, pero había algo en ella, una autenticidad
que le resultaba inesperadamente atractiva.
No era gran cosa saber que no llevaba nada más debajo de esa toalla, pensó.
Después de todo, estaba acostumbrado a ver a mujeres desnudas, mujeres
que encarnaban la perfección física según la opinión general. Pero Kelly era
diferente. Su presencia, aunque no impresionante, era real y tangible de una
manera que lo desconcertaba.
Kelly, consciente de la mirada de Raúl, se sentía cada vez más incómoda.
No sabía cómo interpretar su silencio ni su mirada prolongada. ¿Era
curiosidad? ¿Compasión? ¿O algo más?
–Debería… debería vestirme –tartamudeó, buscando alguna forma de
romper la tensión.
–Sí, claro –dijo Raúl, finalmente apartando la mirada y dando un paso
atrás–. Nos vemos en la terraza para la comida.
Dándose media vuelta, se alejó por el pasillo, dejando a Kelly sola con sus
pensamientos. Por un lado, se sentía aliviada de que él se hubiera ido, pero
por otro, no podía negar la corriente extraña que había sentido entre ellos,
una mezcla de incomodidad y una conexión inexplicable.
Kelly cerró la puerta y se apoyó contra ella, tratando de calmar su acelerado
corazón. ¿Qué estaba pasando? ¿Y qué significaba realmente ese encuentro
inesperado?
Raúl observó a Kelly, notando cómo el cabello suelto le caía suavemente
sobre los hombros. Era un cambio refrescante de su habitual coleta, y Raúl
sintió un impulso inesperado de acercarse, de tocar esos mechones sedosos.
Algo en esa sencillez la hacía atractiva de una manera que no podía definir.
–Kelly… –dijo, su voz revelando una mezcla de confusión y fascinación.
Ella abrió los ojos, claramente sorprendida por su tono. Se lamió los labios
nerviosamente.
–¿Qué… pasa? –preguntó, su voz temblorosa.
Raúl se dio cuenta de su mirada fija y se recompuso bruscamente.
–No pasa nada –respondió con rapidez, tratando de ocultar su turbación–.
Quería acompañarte a la terraza, por si te perdías. Sé que es fácil perderse
aquí, pero llegas tarde, como siempre. ¿Qué pasa contigo?
Frunció el ceño, consciente de que sus palabras sonaban más duras de lo
que había pretendido. No quería que Kelly se sintiera incómoda, pero al
mismo tiempo, no podía negar la extraña atracción que sentía hacia ella,
algo que lo desconcertaba y lo alejaba de su zona de confort.
–Te veo en la terraza dentro de un cuarto de hora y, por favor, muévete –
agregó, intentando sonar más amable.
Kelly asintió, aún confundida por el cambio repentino en el
comportamiento de Raúl. Después de que él se alejara, cerró la puerta y se
apresuró a vestirse. Mientras se preparaba, su mente se llenaba de preguntas
sobre Raúl, sobre esa tensión palpable entre ellos y sobre lo que todo eso
significaba.
Una vez lista, salió de la habitación, dirigiéndose hacia la terraza. El
encuentro con Raúl había dejado una huella en ella, un remolino de
emociones que no lograba descifrar. ¿Era posible que bajo esa fachada de
arrogancia y confianza, Raúl escondiera algo más, algo que ni él mismo
entendía completamente?
Capítulo 5

El incidente de la puerta afectó a Kelly mucho más de lo que esperaba. Él la


había visto muchas veces en la piscina, así que su viejo sujetador no tenía
por qué parecerle la gran novedad, y sin embargo…
Con las mejillas aun ardiendo, se había reunido con él para comer,
intentando aparentar normalidad en todo momento. Algo había cambiado,
no obstante, y ambos lo sabían.
Una nueva conciencia de cosas que hasta entonces habían pasado
inadvertidas había surgido entre ellos. Kelly intentaba que no afectara a su
trabajo, pero… ¿Cómo no iba a afectarle? El temblor incesante de sus dedos
mientras le masajeaba era como el que había sentido el primer día. De
pronto se dio cuenta de que había perdido la confianza que había ganado
con la práctica, pero lo que más lamentaba era la pérdida de esa comodidad
que siempre había sentido en presencia de Raúl Fernández. Durante un
tiempo casi había llegado a sentir que eran iguales. Podía decir cualquier
cosa que le viniera a la mente y a veces incluso llegaba a hacerle reír.
Los días en la villa de Raúl se deslizaron hacia una rutina que Kelly
encontró tanto reconfortante como inquietante. Cada mañana, se levantaba
con el amanecer y se dirigía a la piscina, donde nadaba enérgicamente,
como si cada brazada pudiera alejar los pensamientos y sentimientos que la
acosaban por la noche. Después, se permitía unos momentos de paz,
flotando en el agua tranquila, mirando hacia el cielo y el sol naciente,
buscando un respiro en la serenidad del momento.
Su trabajo con Raúl también se había convertido en una rutina. Cada día, lo
ayudaba con sus ejercicios de rehabilitación y le daba un masaje antes del
desayuno, un ritual que repetían tres veces al día. Estos momentos eran
profesionales, pero Kelly no podía evitar ser consciente de la cercanía
física, de la tensión que aún persistía entre ellos desde el incidente en la
puerta.
Cuando tenía un momento libre, Kelly buscaba refugio en algún rincón
secreto de la extensa finca, un lugar donde podía perderse en sus lecturas y
escapar, aunque fuera por un rato, de la realidad compleja y confusa que la
rodeaba.
Durante su estancia, hubo un par de visitas inesperadas. En ambas
ocasiones, las visitantes, una rubia deslumbrante y una pelirroja vibrante,
habían llegado sin previo aviso. Kelly las escuchó antes de verlas, sus risas
resonando en el aire. Ambas mujeres parecían moverse con una facilidad y
confianza que Kelly envidiaba, revoloteando alrededor de la piscina sin
siquiera mojarse.
Sin embargo, a pesar de su aparente familiaridad con Raúl y el entorno
lujoso, ninguna de las visitantes se quedó a pasar la noche. Raúl, con una
frialdad que Kelly no había visto antes, las había despedido, enviándolas de
vuelta en uno de sus coches de lujo. Observando esto, Kelly no podía evitar
preguntarse sobre la vida pasada de Raúl, sobre las mujeres que habían
entrado y salido de su vida, y cómo todo eso se relacionaba con el hombre
que ella estaba empezando a conocer.
Cada día que pasaba, Kelly se encontraba reflexionando más sobre su lugar
en la vida de Raúl y sobre los sentimientos que estaba empezando a
desarrollar hacia él. Era un terreno peligroso, lleno de incertidumbres y
posibles corazones rotos. A pesar de todo, no podía negar la conexión
creciente, una atracción que iba más allá de la superficie y que desafiaba su
comprensión.
Las salidas de Raúl a Mónaco y otros eventos sociales de alto perfil eran un
recordatorio constante para Kelly de la brecha que existía entre sus mundos.
Cada vez que él se iba, ella se quedaba sola en la vasta villa, luchando con
sentimientos de inseguridad y soledad. La idea de Raúl rodeado de glamour
y celebridades, mientras ella se vestía con ropas sencillas y pasaba sus días
en la tranquilidad de la finca, era una dicotomía que la dejaba sintiéndose
desplazada.
El día en que Raúl había asistido a la comida organizada por la actriz de
Hollywood, Kelly había sentido un nudo en el estómago. Era consciente de
que no tenía derecho a sentir celos o posesividad, pero no podía evitarlo.
Sabía que no encajaba en ese mundo de esplendor y fama, y se preguntaba
qué lugar, si alguno, ocupaba en la vida de Raúl.
Aprovechaba esos momentos de soledad para sumergirse en la lectura,
encontrando consuelo en los mundos y las ideas que habitaban entre las
páginas de sus libros. La física cuántica, con sus complejidades y misterios,
le ofrecía un escape, permitiéndole olvidar, aunque solo fuera por un
momento, los enredos de su propia vida.
Una tarde, mientras estaba absorta en su lectura, una sombra se proyectó
sobre el libro. Al levantar la vista, Kelly se encontró con Raúl de pie frente
a ella. El contraste entre su figura y el paisaje de fondo, con la piscina color
turquesa y el mar azul extendiéndose hasta el horizonte, era casi poético.
–¿Qué estás leyendo? –preguntó Raúl, su voz interrumpiendo el silencio.
Kelly se sobresaltó ligeramente, sorprendida por su presencia repentina.
–Física cuántica –respondió, marcando la página antes de cerrar el libro–.
Es fascinante.
Raúl se sentó a su lado, mirando el libro con interés.
–Nunca me imaginé que te interesara ese tipo de cosas –comentó, su tono
mostrando una mezcla de curiosidad y admiración.
Kelly sonrió ligeramente.
–Hay muchas cosas sobre mí que no sabes –dijo, sintiéndose
repentinamente valiente.
La conversación que siguió fue diferente a cualquier otra que hubieran
tenido antes. Hablaron de ciencia, de libros, de sus intereses y pasiones. Por
un momento, Kelly se permitió olvidar la brecha entre ellos, disfrutando
simplemente de la compañía y la conversación.
Mientras el sol se ponía, tiñendo el cielo de naranjas y rosas, Kelly se dio
cuenta de que, a pesar de todo, había algo profundamente humano en Raúl
Fernández, algo que iba más allá de su fama y su fortuna. Algo que, quizás,
los conectaba de una manera que ella nunca había esperado.
–Deja de reírte de mí. Ya sabes por qué. Ya te dije que me gusta la ciencia –
respondió Kelly, su tono mezclando defensa y diversión.
–A mí me gustan los coches, pero no paso el tiempo en la piscina leyendo
manuales de mecánica –replicó Raúl, con una sonrisa burlona–. Hay
muchas novelas en la biblioteca. Puedes escoger la que quieras.
–Gracias, pero ahora mismo no tengo ganas de leer una novela. Esto es… –
Kelly buscaba las palabras adecuadas para describir su pasión.
–¿Qué? –Raúl levantó su bastón y lo usó para señalar–. ¿Pesado?
¿Indescifrable?
–Absolutamente fascinante, en mi opinión –dijo Kelly, su rostro
iluminándose al hablar de su interés.
Raúl apoyó el bastón contra una de las tumbonas y dejó escapar una
risotada.
–Realmente eres todo un enigma, Kelly. ¿Qué tienes pensado hacer con
todos estos méritos que estás acumulando? Más tarde o más temprano, ya
no vas a tener más exámenes que hacer –dijo, su tono revelando un interés
genuino por sus planes futuros.
Kelly se quedó pensativa por un momento.
–No lo sé, en realidad –admitió con honestidad–. Siempre he disfrutado
aprender por el placer de aprender. No siempre tiene que haber un fin
práctico.
–Eso es admirable –dijo Raúl, su mirada reflejando una nueva apreciación
por ella–. La mayoría de las personas no se toman el tiempo para entender
cosas que están más allá de su mundo inmediato.
Kelly se sintió sorprendentemente complacida por su comentario.
–¿Y tú, Raúl? ¿Qué haces con tu tiempo, además de coleccionar coches y
asistir a eventos sociales? –preguntó Kelly, aprovechando la oportunidad
para conocerlo mejor.
Raúl se acomodó en la tumbona, mirando hacia el horizonte.
–Bueno, la verdad es que hay muchas cosas sobre mí que la gente no sabe –
empezó a decir, y Kelly se preparó para escuchar, sintiendo que estaba a
punto de descubrir una faceta completamente nueva de Raúl Fernández.
Ella titubeó ante su comentario, sintiendo cómo una mezcla de frustración y
desafío crecía dentro de ella.
–¿Y eso tiene algo de malo? –preguntó, su tono revelando una defensa de
sus elecciones.
Él se encogió de hombros, su gesto casual pero revelador.
–Te convertirás en una de esas personas con un montón de diplomas que no
usan –comentó, con una ligera burla en su voz.
–¿Quién dice que nunca los voy a usar? –replicó Kelly, su determinación
haciéndose evidente.
Raúl sonrió, aunque su sonrisa tenía un matiz condescendiente.
–La ciencia te ayuda a entender por qué hay que usar harina de maíz para
hacer alfajores, pero tampoco es necesario realmente, ¿no?
Kelly sintió una punzada de resentimiento al percibir la burla en sus
palabras. La idea de que Raúl no tomara en serio sus ambiciones la irritó
profundamente.
–A lo mejor no solo estoy acumulando diplomas. A lo mejor hago todos
esos exámenes porque quiero hacer algo de provecho –dijo, su voz cargada
de emoción.
–¿Cómo qué? –preguntó Raúl, claramente intrigado por su respuesta.
–Como… ser médico –declaró Kelly, su mirada desafiante.
Raúl pareció sorprendido por su respuesta.
–¿Tú? ¿Médico? –preguntó, su tono revelando una mezcla de sorpresa y
escepticismo.
–¿Por qué no? ¿Crees que soy incapaz de ser médico? –Kelly lo desafió,
buscando en su mirada alguna señal de respeto por su potencial.
–Realmente no lo he pensado mucho –admitió Raúl, su expresión ahora
más pensativa.
Kelly lo miró fijamente, preguntándose si él realmente la veía más allá de la
empleada que había sido contratada para cuidar de él. Por un momento, la
posibilidad de que Raúl pudiera verla como alguien con sus propias
ambiciones y capacidades parecía tangible.
–Pues deberías –dijo Kelly, su voz firme–. No soy solo la persona que te da
masajes y te lleva a hacer ejercicios.
Raúl la observó en silencio por un momento, como si estuviera
reconsiderando la imagen que tenía de ella. Kelly se mantuvo firme bajo su
mirada, decidida a mostrarle que era mucho más de lo que él había asumido
hasta ahora.
Kelly, manteniendo una postura firme y decidida, continuó explicándole a
Raúl sobre sus planes futuros.
–Ya que pareces tan interesado en el tema, te diré que ya he hecho la
solicitud para entrar en la facultad de Medicina y tengo una plaza
esperándome. Tengo pensado matricularme en cuanto haya ahorrado
suficiente dinero para mantenerme durante el curso –explicó con una voz
llena de determinación–. Llevo mucho tiempo queriendo ser médico y no
pienso dejar a un lado mis sueños. Nunca lo he hecho.
Mientras se incorporaba, Kelly se puso las gafas sobre la cabeza, un
movimiento casual que, sin embargo, capturó la atención de Raúl. De
repente, se encontró distraído, no pudiendo apartar la vista de ella.
–Te has bronceado un poco –comentó Raúl, su mirada aún fija en ella.
Kelly siguió la dirección de su mirada, bajando la vista hacia la marca
blanca dejada por el tirante del bikini.
–Sí. Un poco –respondió con una sonrisa, tratando de aligerar la atmósfera
tensa entre ellos–. Eso es lo que suele pasar cuando expones tu piel al sol,
Raúl.
Raúl, dándose cuenta de que su mirada se había demorado demasiado, se
aclaró la garganta y desvió la vista hacia el horizonte.
–Es impresionante, tu determinación –dijo, tratando de volver al tema
anterior–. No muchas personas tienen la claridad y el coraje para seguir sus
sueños de esa manera.
Kelly se sorprendió ante su comentario, no esperando palabras de apoyo de
parte de Raúl. Por un momento, sintió que había una conexión más
profunda entre ellos, más allá de la simple relación laboral.
–Gracias, Raúl –respondió, su tono reflejando una mezcla de gratitud y
sorpresa–. Significa mucho para mí que lo entiendas.
Raúl la miró, sus ojos reflejando un respeto genuino que Kelly no había
visto antes.
–Creo que subestimé tu determinación y tus ambiciones –admitió–. Y me
alegro de haberme equivocado.
Por un momento, el sol, el cielo azul y el mar crearon un escenario perfecto,
uno que parecía alejar las barreras y las diferencias entre ellos. Kelly se
permitió disfrutar de ese momento, de la sensación de ser vista y entendida
por quien realmente era.
Raúl la observó con una expresión que Kelly no pudo descifrar del todo.
–¿Estás bromeando? –preguntó Raúl, su voz sorprendida–. No estás gorda,
Kelly.
Ella levantó la vista, encontrándose con la mirada sincera de Raúl. Había
una franqueza en sus ojos que la hizo cuestionar su propia percepción.
–Bueno, siempre he pensado que no tengo el cuerpo para ese tipo de trajes
de baño –admitió Kelly, su voz baja.
–Eso es absurdo –dijo Raúl con firmeza–. Deberías llevar lo que te haga
sentir cómoda y feliz, no lo que crees que los demás esperan de ti.
Había un tono de aliento en sus palabras que Kelly no había esperado. Por
un momento, se sintió vista de una manera diferente, no como la ama de
llaves reservada y práctica, sino como una mujer con sus propias
inseguridades y deseos.
–Gracias –dijo Kelly, sintiéndose ligeramente abrumada por la sinceridad
del momento.
Raúl asintió, como si estuviera reflexionando sobre algo importante.
–Sabes, Kelly, a veces creo que no te das cuenta de lo increíble que eres –
continuó–. No solo por tus ambiciones académicas, sino por quién eres en
general.
Kelly se sorprendió ante sus palabras. La idea de que Raúl pudiera verla de
una manera tan positiva y respetuosa era algo que nunca había considerado.
–Creo que… debería ir a cambiarme –dijo Kelly, sintiendo la necesidad de
un respiro, de procesar la conversación que acababan de tener.
Raúl asintió, y Kelly se retiró, sintiendo una mezcla de emociones. La
conversación había sido reveladora de muchas maneras, y se preguntaba
qué significaría para su relación en el futuro. Por primera vez, sintió que
había una conexión real y profunda entre ellos, algo más allá de la
superficie y sus roles habituales.
La afirmación de Raúl sorprendió a Kelly. No estaba acostumbrada a
escuchar ese tipo de comentarios, especialmente de alguien como él.
Aunque sus palabras eran directas, había un matiz de sinceridad en ellas que
Kelly no pudo ignorar.
–Dices cosas muy bonitas, Raúl –dijo Kelly, su tono mezclando sarcasmo
con un toque de aprecio genuino.
–A lo mejor era algo que necesitabas oír –respondió Raúl, mirándola con
una franqueza que Kelly no había visto antes.
Kelly cerró el libro de golpe, sintiendo que la conversación había llegado a
un punto crítico. La franqueza de Raúl la había dejado vulnerable de una
manera que no esperaba.
–¿Qué hora es? –preguntó, queriendo cambiar de tema.
–Las cuatro y diez –respondió Raúl, mirando su reloj.
–Entonces será mejor que empecemos con tu masaje –dijo Kelly,
levantándose y tratando de volver a su papel profesional.
–Si tú lo dices, Kelly –dijo Raúl, siguiéndola.
Mientras caminaban juntos hacia el área donde Kelly solía darle los
masajes, ambos se sumieron en un silencio pensativo. Kelly reflexionaba
sobre las palabras de Raúl y lo que significaban para ella. Por un lado, se
sentía halagada y vista de una manera diferente, pero, por otro lado, no
estaba segura de cómo manejar esta nueva dinámica entre ellos.
Durante el masaje, Kelly se concentró en su trabajo, pero no pudo evitar ser
consciente de la cercanía física entre ellos. La tensión que había estado
presente desde el incidente en la puerta parecía haberse transformado,
convirtiéndose en algo más complejo y desconcertante.
Raúl, por su parte, permanecía en silencio, pero Kelly podía sentir su
mirada en ella. A pesar de su intento de mantener las cosas profesionales,
Kelly no podía negar que algo había cambiado en su relación, algo que
ninguno de los dos parecía completamente capaz de entender o manejar.
Raúl se quedó solo, luchando con sus pensamientos y sentimientos. El
breve encuentro había despertado en él algo que no esperaba, una atracción
hacia Kelly que lo descolocaba. La imagen de sus piernas bronceadas,
evocando recuerdos de dulce de leche y momentos más inocentes de su
infancia, se mezclaba con emociones más complejas y adultas.
Trató de concentrarse en su llamada, pero su mente seguía volviendo a
Kelly. Había algo en ella, una mezcla de inocencia y fuerza, que lo atraía de
una manera que no podía explicar completamente.
Después de realizar la llamada, Raúl se dirigió a la sala de masajes, todavía
inquieto. Se recostó, cerrando los ojos y esperando que el masaje lo ayudara
a relajarse y a poner en orden sus pensamientos.
Cuando Kelly entró en la sala, su profesionalismo estaba en su lugar, pero
había una tensión subyacente entre ellos que ninguno de los dos podía
ignorar. Comenzó a masajearlo con movimientos firmes y metódicos,
intentando concentrarse en su tarea.
A lo largo del masaje, Kelly se encontró a sí misma robando miradas a
Raúl. Era evidente que algo había cambiado desde su conversación más
temprano, y no podía evitar preguntarse qué estaba pasando por su mente.
¿Sentía él lo mismo que ella? ¿O estaba simplemente confundida por sus
propios sentimientos?
Raúl, por su parte, se esforzaba por mantenerse concentrado en el masaje,
pero la proximidad de Kelly lo hacía difícil. Cada toque de sus manos era
un recordatorio de la conexión que habían compartido, y de los
sentimientos que estaba comenzando a desarrollar hacia ella.
Cuando el masaje terminó, ambos se levantaron en silencio. Kelly se
dispuso a dejar la sala primero, pero antes de salir, se detuvo y se giró hacia
Raúl.
–¿Estás bien? –preguntó, su voz suave.
Raúl asintió, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo
que sentía.
–Sí, estoy bien. Gracias, Kelly –dijo finalmente.
Kelly asintió y salió de la sala, dejando a Raúl solo con sus pensamientos.
Mientras se alejaba, se preguntaba si lo que estaba sintiendo por Raúl era
algo real o simplemente el resultado de estar en un lugar nuevo y
desconocido. Por su parte, Raúl se quedó acostado, reflexionando sobre
Kelly y sobre lo que significaba para él, preguntándose si estaba listo para
explorar esos sentimientos que parecían crecer cada día más.
Mientras Raúl estaba inmerso en la llamada con sus oficinas en Argentina,
lidiando con los intrincados detalles de su imperio empresarial, su mente,
que inicialmente se había enfocado en asuntos prácticos, comenzó a
desviarse hacia recuerdos dolorosos que había enterrado hace mucho
tiempo. A pesar de sus intentos por bloquearlos, estos pensamientos
invadieron su conciencia con una fuerza abrumadora.
Mirando fijamente el bastón apoyado contra la tumbona, Raúl se vio
asaltado por los recuerdos del accidente. La memoria le golpeó con una
claridad desconcertante, transportándolo de vuelta a esos momentos de pura
y aterradora calma justo antes del impacto. Podía recordar vívidamente el
estruendo ensordecedor del metal al deformarse, el coche estrellándose
contra el muro de la pista, transformándose en una infernal bola de fuego.
Cerró los ojos, intentando alejar el olor penetrante del caucho quemado y el
calor abrasador que le había rozado la piel. Los sonidos de las sirenas y los
gritos ahogados de los rescatistas se mezclaban en su mente con la
sensación de estar atrapado en aquel ataúd metálico. Había pensado que iba
a morir, solo y consumido por las llamas.
El trauma de ese día no solo le había dejado cicatrices físicas, sino también
heridas emocionales profundas. El accidente había cambiado su vida para
siempre, no solo en términos de su salud y movilidad, sino también en su
forma de ver el mundo y a sí mismo.
Con la llamada concluida, Raúl se quedó sentado en silencio, reflexionando
sobre cómo ese evento catastrófico había impactado su vida. Se dio cuenta
de que, desde el accidente, había construido muros a su alrededor,
alejándose emocionalmente de las personas para protegerse del dolor y la
vulnerabilidad.
La presencia de Kelly en su vida había comenzado a desmoronar esas
barreras. Ella había traído un toque de autenticidad y compasión que le
hacía cuestionar su aislamiento autoimpuesto. A pesar de su resistencia
inicial, Raúl no podía negar que Kelly había despertado en él emociones y
pensamientos que había suprimido durante mucho tiempo.
Mirando hacia la dirección en la que Kelly había desaparecido, Raúl se
preguntó si estaba listo para enfrentar esos cambios en su vida. ¿Podría
permitirse abrirse y ser vulnerable de nuevo? ¿O el miedo y el dolor del
pasado seguirían dictando su camino?
Mientras Raúl avanzaba hacia Kelly en la sala de masajes, una sensación de
asombro lo invadió. La constatación de que podía caminar sin la ayuda del
bastón era un momento significativo, marcando un hito en su recuperación.
La sorpresa en su propio rostro se reflejaba en los ojos de Kelly, quien lo
observaba con una mezcla de asombro y preocupación.
–Me… has sorprendido –dijo Kelly, su voz revelando una sorpresa genuina
al verlo caminar sin ayuda.
–No era mi intención –respondió Raúl, su voz tranquila, pero con un atisbo
de orgullo por su logro inesperado.
–¿Dónde está tu bastón? –preguntó Kelly, mirándolo con curiosidad y
preocupación.
Sorprendido, Raúl se dio cuenta de que, efectivamente, había dejado su
bastón atrás.
–No me había dado cuenta. Debí de dejarlo en la piscina –dijo, un poco
avergonzado por su descuido.
–Iré a buscarlo –se ofreció Kelly, dando un paso hacia la puerta.
–No. Ya no lo necesito –afirmó Raúl con una determinación que sorprendió
tanto a Kelly como a él mismo.
–Creo que eso debería decirlo el médico –replicó Kelly, su tono mezclando
preocupación profesional con una suave reprimenda.
–Mi médico no está aquí, Kelly –dijo Raúl, avanzando hacia ella. Al
hacerlo, se dio cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, era capaz
de caminar sin apoyo. Este descubrimiento lo llenó de una sensación de
libertad y empoderamiento que no había sentido en años.
Kelly lo observaba, sus ojos mostrando una mezcla de admiración y
sorpresa. La barrera que había entre ellos, marcada por la dependencia de
Raúl en su bastón, parecía haberse disuelto, abriendo un nuevo capítulo en
su relación.
–Eso es increíble, Raúl –dijo Kelly, su voz reflejando su admiración–. No
sabía que habías progresado tanto.
–Ni yo –admitió Raúl, permitiéndose un momento de vulnerabilidad–.
Parece que he estado subestimando mi propia recuperación.
El aire en la sala de masajes se llenó de una nueva energía, una que hablaba
de posibilidades y cambios. Por un momento, todo lo que había entre ellos,
todas las complicaciones y tensiones, parecía desvanecerse, dejando solo a
dos personas conectadas por un momento de logro y reconocimiento mutuo.
La proximidad de Raúl y la intensidad de su mirada enviaron un escalofrío
a través de Kelly. Había una carga eléctrica en el aire, una tensión palpable
que parecía colgar entre ellos, llena de posibilidades no dichas.
–No sé de qué hablas –repitió Kelly, intentando mantener una fachada de
indiferencia, aunque su corazón latía con fuerza.
Raúl sonrió, un gesto que no ocultaba la profundidad de su mirada.
–Creo que sí lo sabes –dijo con suavidad–. Desde que llegaste aquí, algo ha
cambiado entre nosotros. No podemos seguir fingiendo que no es así.
Kelly sintió cómo sus mejillas se teñían de rojo. Las palabras de Raúl
resonaban en ella, despertando emociones que había intentado ignorar.
–Raúl, yo soy tu empleada –dijo, su voz temblorosa–. No podemos…
–¿No podemos qué, Kelly? –la interrumpió Raúl, su tono suave pero
firme–. ¿Ser honestos sobre lo que sentimos?
–Vamos, Kelly. No disimules. Eres excesivamente inteligente para eso, a
menos que pretendas ignorar la atracción que existe entre nosotros y que ha
estado intensificándose durante semanas, o a menos que vayas a desmentir
que ansías besarme tanto como yo a ti. Me estás desquiciando, y presiento
que, si no tomo medidas pronto, uno de nosotros o ambos vamos a
enloquecer.
Temblorosa de la cabeza a los pies, Kelly sintió su mano en su cuello.
Percibió cómo sus dedos se envolvían, agarrándola con seguridad. Sentía el
aleteo de sus propias pestañas y una pesadez en los párpados.
–Esto no está bien.
–¿Y por qué no?
–Conoces la razón. Soy tu subordinada.
–Te concederé un permiso especial –propuso Raúl, su voz seria.
–Eso no es motivo de risa –respondió Kelly, su tono reflejando frustración y
confusión.
–No buscaba ser gracioso. Jamás he hablado con tanta sinceridad –dijo
Raúl, su mano aún en la nuca de Kelly, un gesto íntimo y perturbador.
Kelly sabía que debía alejarse, que cada segundo que pasaba en esa cercanía
aumentaba el riesgo de cruzar un límite del que no podrían volver. Pero
encontró que no podía, o no quería, moverse.
Sus miradas se entrelazaron nuevamente, una conexión eléctrica que
parecía paralizar el tiempo a su alrededor.
–No podemos –repitió Kelly, su voz apenas audible.
–Deja de resistirte –dijo Raúl bruscamente, atrayéndola hacia él con un
impulso incontenible.
El beso de Raúl, en contraste con su tono anterior, fue suave, insistente y
sorprendentemente tierno, provocando en Kelly una sensación de relajación
y rendición. Sus labios se abrieron involuntariamente al encuentro de los
suyos. Sintió el roce de la lengua de Raúl contra su paladar, una caricia que
encendió una chispa de deseo. Kelly se aferró a él con una intensidad que la
sorprendió a sí misma, como si liberara semanas de tensión contenida y
anhelo.
Había estado observándolo y deseándolo en secreto, y ahora, finalmente,
tenía la oportunidad de expresar esos sentimientos reprimidos. Era un
momento de pura pasión, un abandono a las emociones que habían estado
hirviendo bajo la superficie.
De repente experimentó un deseo avasallador que la invadía por dentro. El
pasado se transformó en un territorio abandonado que se desvanecía con
cada instante. Lo único que tenía relevancia era el presente, y Kelly
anhelaba disfrutar cada momento.
¿Emitió algún sonido? ¿Fue eso lo que provocó que él levantara la mirada y
la observara con un fulgor particular en esos ojos oscuros? Sus labios
delinearon una sonrisa efímera antes de volver a besarla.
Kelly no pudo precisar cuánto tiempo duró ese segundo beso, pero percibió
una firmeza en él que hasta entonces no había sentido. La respaldó contra la
pared y comenzó a rozarle el rostro. Deslizó sus dedos a lo largo de su
cuello, trazando suaves líneas sobre sus hombros. Kelly temblaba. Un
instante después, esos mismos dedos descendían por su pecho. Kelly se
agitaba con inquietud. Raúl soltó una risa sutil y empezó a deslizar el cierre
de su uniforme. La cremallera opuso algo de resistencia, pero finalmente la
bajó hasta la cintura. La vestimenta se abrió con soltura, dejando sus senos
al descubierto.
Kelly sintió un soplo de aire helado en su piel. Él murmuró algo y se alejó
un poco para mirarla.
–Perfecta –exclamó de improviso, cubriendo uno de sus senos con la palma
de su mano. Pasó el pulgar sobre uno de los pezones, endureciéndolo.
–¡Ah! –exclamó Kelly.
–¿Aún crees que no deberíamos? –le preguntó él con un tono jocoso.
Kelly se encontraba inmersa en las sensaciones que Raúl provocaba en ella.
Su mano había ido a parar a su cintura, y ahora estaba alzándole el vestido.
Kelly sentía un calor abrumador, la piel estirada sobre su cuerpo y el
corazón latiendo con fuerza en su pecho. Cerró los ojos, reacia a respirar
por temor a que él volviera en sí y se detuviera.
Pero Raúl no mostraba signos de detenerse; al contrario, la guiaba hacia la
estrecha camilla de masajes. El trasero de Kelly impactó contra la
acolchada superficie de cuero. Instintivamente, se aferró al cuello de Raúl,
temerosa de caer y arrastrarlo consigo, rompiendo el encanto del momento.
Él sonrió.
–Tranquila. No estaría haciendo esto si no creyera que puedo llevarlo hasta
el final –dijo con seguridad.
El atisbo de arrogancia sexual en las palabras de Raúl fue como un choque
helado para Kelly. La ilusión y la pasión empezaron a evaporarse
lentamente. ¿Qué estaba haciendo? Era Raúl, su superior... Raúl, el hombre
que compartía su cama con actrices y modelos famosas. Un sentimiento de
alarma se extendió sobre ella como un par de inmensas alas oscuras.
Solo era una conveniencia, en el lugar y momento oportunos. Esa era la
razón por la que Raúl Fernández quería intimar con ella.
Profundamente mortificada, Kelly lo empujó en el pecho.
–¡No!
Raúl, al parecer interpretando su rechazo como un juego, se acercó aún más
y rozó sus labios con los suyos.
–Oh, Kelly. Silénciate y bésame –insistió Raúl.
–No –repitió Kelly, apartándolo con firmeza.
En ese momento, él se percató de que ella estaba hablando en serio. La
sorpresa auténtica se reflejó en sus ojos, como si fuera la primera vez que
alguien lo rechazaba de esa manera.
Kelly se deslizó de la camilla. Con dedos temblorosos, cerró la cremallera
de su uniforme y arregló su falda.
–¿Qué estás haciendo? –preguntó Raúl, desconcertado.
–¿Qué parece? Estoy deteniendo esto antes de que se nos vaya de las manos
–respondió Kelly con determinación.
–No comprendo. Hace un momento parecías complacida y ahora actúas
como si yo fuera un monstruo –Raúl mostró un atisbo de frustración en su
rostro–. No tolero a las mujeres que se prestan a estos jueguitos. ¿Qué te
ocurre, Kelly?
–¿Que qué me ocurre? –replicó Kelly, alejándose de él y sujetándose a la
mesa para mantener el equilibrio–. ¿Por dónde quieres que comience? ¿Por
la absoluta falta de profesionalismo que ambos hemos exhibido?
–Ya te dije que estaba dispuesto a pasar por alto eso –dijo Raúl, su voz
reflejando tanto confusión como irritación.
Kelly negó con la cabeza. Siempre que se trataba de relaciones con
hombres, parecía que las cosas no le iban bien. Quizás era simplemente una
de esas mujeres marcadas por el destino como «presas». Observó a Raúl.
Examinó su impresionante figura, oculta bajo unos jeans desgastados y una
camiseta blanca.
¿Cómo podría alguien como él interesarse en ella bajo circunstancias
normales?
–Bueno, yo no estoy dispuesta a ignorarlo, porque a ninguna mujer le
agrada sentirse como una opción secundaria.
–¿A qué diablos te refieres? –preguntó Raúl, desconcertado.
–Venga ya. Soy yo, Raúl, no una desconocida que has conocido en una
celebración. He estado en tu vida lo suficiente como para conocer tu
naturaleza. Eres un seductor empedernido. Las mujeres te fascinan.
–¿Y eso supone…?
–Que te distinguen por tu predilección por actrices y modelos. En todo el
tiempo que he trabajado para ti, jamás te he visto relacionarte con alguien
que… ¡Alguien como yo! Una persona corriente, alguien a quien has
notado ahora simplemente porque estoy aquí, por nada más.
Raúl se tomó unos momentos para responder.
–¿Acaso no te das cuenta de que podría tener a una de esas actrices o
modelos en mi lecho en menos de una hora, si así lo deseara? ¿Piensas que
no me resultaría todo más sencillo si optara por ese camino?
–Entonces, ¿por qué no lo haces? –desafió Kelly.
–Porque eres tú la que quiero. Quizás esté equivocado y admito que es
incomprensible, pero… te… deseo… a… ti. Y tú también me anhelas.
Kelly lo observó fijamente. Su voz se había vuelto más firme por la pasión,
pero solo una palabra capturaba su atención.
Incomprensible.
No era capaz de explicar por qué la deseaba tanto. Sin embargo, tampoco le
estaba diciendo nada nuevo. Solo le estaba dejando claro algo que ya sabía:
que sería una aventura de una vez y que todo acabaría en un mar de
lágrimas para ella. Para los hombres como Raúl las mujeres solo entraban
en dos categorías: las chicas buenas y las prostitutas.
Si le contaba la verdad, no obstante, a lo mejor lograba que respetara su
inocencia, una inocencia que le situaba fuera de su alcance y que impediría
que algo así volviera a ocurrir.
–Bueno, no va a pasar, porque yo…
–¿Qué?
Kelly tragó con dificultad.
–¡Soy virgen! –gritó–. ¡Sí! ¿Ahora lo entiendes, Raúl? Soy un bicho raro.
¡Una mujer de veintitrés años de edad que nunca ha tenido sexo con nadie!
Dio media vuelta y echó a correr como si la persiguiera un perro rabioso.
Capítulo 6

Él no persiguió tras ella. No la acompañó hasta la opulenta estancia frente


al mar. No intentó besarla con insistencia hasta disipar todas sus reticencias.
Kelly estaba parada, observando los elegantes veleros blancos que
navegaban en la distancia. ¿Cómo había considerado siquiera que él
actuaría así?
Se mordisqueó el labio al sentirse inundada de incertidumbres. Aun cuando
hubiera optado por no intimar con ella, al menos podría haberle asegurado
que no era una persona extraña. Se desplazó desde la ventana hacia el
espejo. Se observó cómo Raúl debió verla, con la tez sonrojada, el cabello
desordenado y unos ojos que le resultaban ajenos. Deglutió con esfuerzo.
La Kelly que veía frente a ella le resultaba completamente desconocida.
Arrojó el uniforme en el canasto de ropa usada, se lavó el rostro y se vistió
de nuevo. Se peinó y realizó su acostumbrada cola de caballo. ¿Qué haría
hasta la hora de la cena? ¿Y qué le diría a él cuando lo viera nuevamente?
¿Cómo había llegado a revelarle algo tan personal de esa forma?
Sus cavilaciones confusas fueron interrumpidas por alguien tocando la
puerta. Al abrirla se topó con Raúl.
No obstante, su expresión no mostraba la ira que ella esperaba. ¿No era
sarcasmo lo que discernía en sus ojos?
–Debes comprender que… si esperas que los hombres te persigan, sería más
prudente elegir a uno que realmente pueda perseguirte –dijo Raúl con cierta
ironía.
Kelly tragó saliva, su nerviosismo evidente.
–No era mi intención que me siguieras –respondió.
–Ah, pero a mí me da la impresión de que sí lo era –replicó él, arqueando
las cejas–. ¿No vas a permitirme pasar?
–No creo que sea prudente.
–¿Acaso tienes un plan mejor? ¿Cómo ignorar que esto ha sucedido?
–No ha sucedido nada.
–¿De verdad?
–¡No!
–Escucha. ¿Por qué no abres completamente esta puerta y me permites
entrar para discutir esto en privado?
–¿Eso es una orden?
–Si es lo que se requiere, entonces sí, es una orden –afirmó Raúl con
firmeza. Kelly vaciló.
–Está bien. Pasa, ya que insistes tanto –dijo Kelly con un tono frío,
abriendo la puerta un poco más.
Raúl avanzó hacia el interior de la habitación y Kelly cerró la puerta detrás
de él. Había pasado más de una hora debatiendo consigo mismo sobre si era
una mala idea visitarla, pero no conseguía sacarse de la cabeza lo que había
sucedido, o quizás no deseaba olvidarlo.
Se giró para enfrentarse a ella. Su expresión estaba marcada por la ansiedad
y seguía mordisqueando el interior de su labio.
–¿Por qué has venido, Raúl? –inquirió Kelly.
–No he venido a ofrecer disculpas, si es eso lo que crees –respondió él.
–Entonces, ¿a qué has venido? –preguntó Kelly, evitando su mirada.
–Necesito entender por qué mencionaste lo de tu virginidad de esa manera.
Kelly se replegó, su franqueza aparentemente la había tomado por sorpresa.
–¿Y cómo hablé exactamente? –preguntó con un tono que habría empleado
para comentar sobre el clima.
–Como si te avergonzaras –apuntó Raúl.
Kelly desvió la mirada, sumiéndose en el silencio por un breve momento.
–¿Por qué te asombra? No es algo de lo que uno pueda jactarse, ¿verdad?
Estamos en una época donde la sexualidad está omnipresente y quienes no
mantienen una vida sexual activa y fabulosa son etiquetados como raros. La
mayoría de las mujeres de mi edad no son como yo.
–Lo haces sonar como un lastre que cargas –comentó él.
–De alguna manera, lo es –admitió Kelly, su voz mostrando una mezcla de
resignación y sinceridad.
Raúl frunció el ceño, reflexionando sobre sus palabras.
–No obstante, cuando propuse ayudarte a salir de tu aislamiento voluntario,
te disté la vuelta y huiste –observó Raúl.
Kelly tensó los puños.
–Fue muy magnánimo de tu parte ofrecerte a 'rescatarme' –respondió Kelly
con ironía–. Pero no requiero de tu benevolencia. No necesito que el célebre
conquistador Fernández me ilumine sobre todo lo que he estado haciendo
incorrectamente.
Raúl levantó las cejas en señal de sorpresa.
–¿Y qué has estado haciendo incorrectamente?
–No es relevante.
–Sí lo es. Importa.
–Por favor, no insistas en eso, Raúl.
–¿Por qué no? Creo que sería bueno que lo discutieras.
De pronto, Kelly sintió que la energía la abandonaba. Se dejó caer al borde
de la cama y lo miró directamente a los ojos.
–¿Qué deseas conocer? –preguntó Kelly.
–Todo –respondió Raúl con determinación.
–Es una solicitud bastante amplia.
–Lo sé –asintió él.
Kelly guardó silencio por un largo momento, intentando convencerse de
que Raúl no tenía derecho a pedirle algo así. Sin embargo, se dio cuenta de
que había sido ella quien había iniciado la conversación al revelar una
porción de su pasado.
–Entonces, ¿cuál es la razón, Kelly? –preguntó Raúl con una voz suave
pero penetrante.
Su cuestión, delicada y directa, desarmó todas las barreras de Kelly. De
pronto, se vio transportada de nuevo a aquel lugar, con la música
ensordecedora y los haces de luz brillantes. Recordó la sensación de
náuseas que la había llevado a agacharse en el frío jardín, vomitando.
–Estaba en una celebración –comenzó a explicar.
–¿Cuándo sucedió eso? –indagó Raúl, mostrando interés genuino en su
historia.
–Tenía dieciséis años, pero probablemente aparentaba ser mayor. Había
estado encerrada en casa cuidando de mi padre durante semanas, así que
decidí ir a una gran fiesta en las afueras con una compañera del colegio. Por
primera vez, llevaba maquillaje y unas amigas me habían prestado ropa.
Estaba entusiasmada. Había un chico allí… Yo había tomado un par de
tragos, y él también. Ahora que lo pienso, él probablemente había bebido
más.
–¿Así que estaba ebrio?
–Algo así. Pero más que eso, estaba obsesionado con otra persona, alguien
que no correspondía sus sentimientos.
–No te sigo, Kelly.
–¿No? –Kelly soltó una risa hueca–. Está bien, lo diré más claramente. Se
suponía que esa noche yo sería su reemplazo amoroso, aunque en ese
momento yo no lo sabía. Fui la elegida para que él se sintiera bien consigo
mismo, para sentirse deseado. Imagino que ya puedes deducir qué ocurrió
después.
–Oh, puedo imaginarme, pero preferiría que me lo explicaras. Mencionas
que aspiras a ser médica. Pues bien, serás una profesional mucho más
competente si no te aferras a las sombras del pasado y lo utilizas como
barrera.
Un silencio incómodo se extendió más de lo habitual.
–Empezó a besarme y luego a acariciarme. Al principio, me agradaba. Me
encantaba la sensación que me provocaba. Pero después…
–¿Después qué, Kelly?
Su voz parecía lejana, como si viniera de muy lejos.
–Él… –Kelly frunció el ceño, angustiada al revivir aquellos momentos.
Agitó la cabeza negativamente.
–¿Te agredió sexualmente?
–No, no fue eso.
–Pero te manoseó… ¿De manera intrusiva?
–Así es.
–Bueno, eso se considera una forma de agresión sexual bajo muchas
legislaciones –dijo Raúl con seriedad.
En el semblante de Raúl se reflejaba una furia sombría que Kelly nunca
había observado antes.
–¿Qué lo detuvo? –preguntó con voz tensa.
–Entró alguien al cuarto en busca de una chaqueta.
–¿Y luego llamaste a las autoridades?
Kelly tardó en responder. Esa era la parte que más la humillaba. Había
cedido ante la presión y las expectativas de los demás. Había permitido que
otros manejaran la situación.
–No, al final decidí no hacerlo.
–¿Optaste por no hacerlo?
–Así es.
Un nuevo silencio se instaló entre ellos.
–¿Me explicarás la razón? –indagó Raúl, mirándola fijamente.
–¿Qué te impidió presentar una denuncia?
–Mi madre –reveló Kelly.
–¿Tu madre? –repitió Raúl, sorprendido.
–Ella argumentó que sería imposible demostrarlo, que sería mi palabra
contra la suya, y tenía razón. Él era un individuo adinerado, con muchos
contactos. Podría haberse procurado los abogados más prestigiosos. Yo era
simplemente una chica común con un padre enfermizo y sin recursos
económicos. No habría tenido ninguna oportunidad. Mi reputación no
contaba en esa situación. Además, hubiera sido otro problema más para
agregar al cúmulo de dificultades que ya enfrentábamos en casa. No llegó a
consumar la violación.
–¿Y qué hay de la persona que entró por la chaqueta? ¿No podrían haber
dado testimonio?
Kelly soltó una carcajada amarga.
–Era un colega suyo. Para ese testigo, solo estábamos 'jugando'. Raúl
frunció el ceño, con una expresión de dolor.
–Bastardo –exclamó con ira.
Se acercó a la cama y tomó asiento a su lado. Kelly se tensó, pero el brazo
que Raúl colocó sobre sus hombros no buscaba seducirla, sino ofrecerle
consuelo.
–¿Fue en ese momento cuando decidiste ocultar tu feminidad? –inquirió él.
–No tengo idea a qué te refieres –respondió Kelly evasivamente.
–Creo que sí lo sabes. Probablemente fue entonces cuando comenzaste a
recoger tu cabello en esa coleta, para que nadie notara tu melena. Dejaste de
usar ropa atractiva y desechaste el maquillaje que la mayoría de las jóvenes
de tu edad suelen llevar. Debiste pensar que, al no destacar, evitarías las
atenciones no deseadas. Creíste que, al hacerte invisible, la gente dejaría de
mirarte y nunca más te ocurriría algo similar.
Kelly sintió la amenaza de las lágrimas tras sus párpados, pero se contuvo.
Llorar sería la humillación definitiva.
–¿Ahora te consideras apto para ser terapeuta solo porque he compartido mi
lamentable historia contigo? –le cuestionó con un dejo de amargura.
–No es una historia lamentable, Kelly. Es tu realidad. Y deseo ayudarte –
dijo Raúl con sinceridad.
–Pues yo no deseo tu ayuda –replicó ella, apartándose de su abrazo y
dirigiendo su mirada hacia la terraza.
–Puede que rechaces mi ayuda, pero aun así me deseas –afirmó Raúl.
Kelly giró hacia él, dándose cuenta repentinamente de que estaba sentada
en la cama, demasiado próxima a Raúl.
–No, eso no es verdad –rechazó ella.
–Entonces deberías intentar expresarlo como si realmente lo creyeras –Raúl
mostró una sonrisa forzada–. Pero ambos sabemos que eso es imposible.
–No puedo entender cómo puedes decir esto. ¿Realmente piensas que es...
apropiado? –la voz de Kelly vibraba continuamente–. ¿Hablar de deseo,
después de lo que acabo de revelarte?
–Sí, así lo creo. Lo que te ocurrió fue terrible, y el hombre que se aprovechó
de ti es despreciable, pero eso sucedió hace tiempo y no puedes permitir
que defina tu futuro. El sexo no es malo, Kelly. Es algo natural. Es uno de
los mayores deleites de la vida y te lo estás perdiendo. ¿No lo comprendes?
Kelly lo miró directamente a los ojos.
–¿Piensas que podemos retomar lo de antes?
–Es posible –dijo Raúl, tomando una de sus manos y examinando la palma
como si leyera su línea vital. Al levantar la mirada, había una duda en sus
ojos–. Pero yo no lo deseo. Y tú tampoco, en el fondo.
Raúl comenzó a acariciar sus mejillas con la punta de sus dedos, y Kelly
luchaba por no cerrar los ojos. Era increíblemente placentero sentir su tacto.
De repente, sintió el pulgar de Raúl sobre su labio inferior. Ese contacto la
hizo temblar.
–Raúl…
Él esbozó una sonrisa, como si acabara de triunfar en un desafío.
–Dime, Kelly. ¿Estás reservando tu virginidad para el hombre con el que
algún día te cases?
Esa pregunta la devolvió a la realidad.
–Es una interrogante bastante inusual para este momento –respondió ella,
sorprendida–. Y no, no la estoy reservando para nadie. No es como el
dinero que depositas en un banco. Simplemente nunca he encontrado a
alguien que…
–¿Que te haga sentir lo que yo te provoco?
Su comentario podría haber parecido presuntuoso, pero no lo era porque era
verdad.
Kelly negó con la cabeza.
–No, no es eso.
Él se acercó más y sus besos sustituyeron el tacto de sus manos.
–Anhelo ser tu amante, Kelly –murmuró, rozando sus labios de una manera
que la hacía estremecerse aún más–. Deseo mostrarte cómo gozar del
placer. Me has ayudado a sanar, me has restaurado, así que permíteme ser
yo quien te restaure ahora.
–¿Terapia sexual?
–Si prefieres llamarlo así –respondió él. Kelly se alejó un poco.
–Es… es una idea descabellada.
–¿Por qué lo dices?
–¿Cómo podría funcionar? –inquirió, eludiendo su pregunta previa–. Si yo
aceptara.
–Honestamente, no he reflexionado detenidamente sobre ese aspecto. Me
parecía algo pretencioso de mi parte.
–Imagino que sí –concedió Kelly.
Sin embargo, eso no le importaba en absoluto. Solo ansiaba que Raúl
volviera a besarla y la hiciera sentir como antes. Deseaba sus manos en su
pecho, en su cabello.
Con los ojos cerrados, inclinó su rostro hacia arriba, invitándolo a besarla
en silencio. Sin embargo, la risa de Raúl la hizo abrir los ojos de nuevo.
–Oh, no. No quiero seducirte de esa manera, cariño. No será ni aquí ni en
este instante. No será un encuentro fugaz y precipitado, ni nos enredaremos
apasionadamente en la cama como adolescentes desenfrenados. Será
pausado y delicado, un deleite para los sentidos, una celebración, no algo
que se consume rápidamente sin degustarlo. Deseo que estés convencida de
que esto es lo que realmente quieres –Raúl dibujó una sonrisa lenta–. Y
cuando estés segura, no habrá restricciones.
Kelly deseaba contradecirlo. Quería atender a esa voz interior que
cuestionaba su juicio, pero la fuerza de su deseo era más intensa.
–Bien...
–Bien –repitió Raúl, levantándose de la cama de un salto, como si le costara
permanecer a su lado–. Nos veremos en la terraza superior a las ocho.
Pediré al chef que prepare algo ligero y daré la noche libre a todo el
personal. No tendremos interrupciones.
Un escalofrío recorrió la piel de Kelly.
–Me gustaría que te pusieras una falda o un vestido para resaltar tus piernas.
Y suelta tu cabello. No quiero verte con esa coleta desfavorable.
–¿Hay algo más? –preguntó Kelly, usando el sarcasmo para ocultar el
malestar que repentinamente sentía.
–Sí, y probablemente esto sea lo más crucial de todo –la observó
directamente. Su presencia la rodeaba como una envoltura sombría.
–Es imprescindible que me asegures que no te vas a enamorar de mí.
Disfruto del sexo, del sexo placentero, pero el amor no es lo mío.
¿Comprendes, Kelly? Lo digo en serio. Si piensas que esto acabará en un
casamiento y una lluvia de confeti, entonces estás equivocada.
Kelly entendía que él era absolutamente serio. Su voz firme y la frialdad en
su mirada lo confirmaban.
–No tienes por qué inquietarte por eso. Confía en mí. No aspiro a avanzar
hacia el altar vestida como una tarta de tul para luego soportar un sinfín de
discursos tediosos. Estoy enfocada en ser médica, no en ser ama de casa, y
puedes estar seguro de que no me arriesgo a enamorarme de ti, Raúl. Te
conozco demasiado bien.
Raúl esbozó una sonrisa.
–Eso es lo que aprecio de ti, Kelly. Valorizo tu pensamiento directo y claro.
En ese instante, Kelly lo miró fijamente y no pudo evitar cuestionarse si
realmente tenía todo tan claro como él creía.
Capítulo 7

Kelly se sentía cada vez más inquieta a medida que se aproximaba la hora
de la cena. Su boca estaba reseca y sus manos vibraban incontrolablemente.
Consideró seriamente la idea de descartar el plan y comunicarle a Raúl que
todo había sido un equívoco. ¿Estaba realmente preparada para entregar su
virginidad a un hombre como él, que había sido tan explícito desde el
comienzo? Reflexionó sobre sus comentarios acerca de su apariencia y su
vestimenta.
Se soltó el cabello. ¿Cuál sería su nuevo papel a partir de ahora? ¿Se
convertiría en su amante, o simplemente se estaba adentrando en una
situación que la desbordaba?
Después de darse un relajante baño, buscó algo adecuado para vestir esa
noche, pero incluso eso la hizo sentir más confundida. Se había convencido
de que la ropa elegante no era importante para ella, pero mientras revisaba
sus sobrias faldas y blusas, deseó fervientemente la intervención mágica de
alguien.
Hizo lo mejor que pudo. No tenía idea de cómo embellecerse para captar la
atención de un hombre. Había pasado años sin usar maquillaje y la única
joya que poseía era una diminuta perla colgada de una cadena de oro, un
obsequio de su abuela. Se la colocó alrededor del cuello con dedos
trémulos, pero al verse en el espejo supo que no podía continuar con
aquello.
Las palabras de su madre siempre habían sido certeras. «Por más que la
mona se vista de lujo, siempre será una mona», reflexionó Kelly.
Se preguntaba qué pensarían Raúl al verla con su rostro sin maquillaje, su
vestimenta económica y ese par de chanclas que no mostraban un cuidado
impecable en los pies. ¿Cómo iba a presentarse así en la terraza? Empezó a
pasear de un lado a otro, lo cual solo aumentaba su inseguridad. ¿Y si lo
llamaba y le decía que había reconsiderado? Quizás se molestaba, pero al
final comprendería. Tal vez hasta sentiría alivio.
Titubeante, se acercó a la cama. El teléfono reposaba en la mesita de noche.
¿Qué podría decirle?
De pronto, alguien tocó suavemente la puerta y un instante después, Raúl
apareció en la habitación. La examinó de pies a cabeza, su expresión teñida
de incertidumbre.
–¿Desde cuándo entras a los lugares sin avisar? –inquirió ella.
–Creí conveniente venir a buscarte. Pero a juzgar por tu expresión, tu
ausencia en la terraza parece significar algo más que tu acostumbrada
demora –comentó Raúl.
Kelly negó con la cabeza, sin intentar ocultar sus emociones, sin pretender
que no le importaba.
–Raúl, no puedo hacer esto.
Raúl se acercaba lentamente. Con cada paso que él daba, el corazón de
Kelly palpitaba con mayor intensidad. Aunque solo vestía unos simples
jeans y una camiseta de lino, su presencia era impresionante. Kelly se sentía
cada vez más diminuta, como si estuviera menguando. ¿Cómo había
acabado en esta situación? ¿Qué pensamientos había tenido sobre aquellas
mujeres que había visto en el aeropuerto? ¿Cómo había llegado a considerar
la idea de tener un encuentro íntimo con Raúl Fernández?
–¿Qué es lo que no puedes hacer? –preguntó él.
Ella mordisqueó su labio nerviosamente.
–No puedo continuar con esto –admitió.
–Regla número uno: expresar indecisión no es la forma ideal de acoger a un
potencial amante. Y tampoco ayuda quedarse paralizada con esa expresión
de miedo –dijo Raúl con firmeza.
–Raúl, estoy siendo seria –insistió Kelly.
–Calma y permíteme verte –sugirió él con suavidad.
Vestía una camiseta rosa que parecía recién adquirida y su falda de
mezclilla atenuaba sus caderas, pero aun así…
–No tengo nada particularmente especial para vestir. Tampoco esperaba esto
–confesó Kelly.
–Pero eso es justamente lo que te hace perfecta; tu naturalidad y tu falta de
pretensiones. Tu autenticidad es rejuvenecedora –dijo Raúl.
Kelly lo miró con incredulidad.
–Creía que no te agradaba mi estilo habitual –dijo ella. Raúl se encogió de
hombros.
–Y no es que me fascine. No sueles realzar tus atributos, pero hay un
encanto singular en tu simplicidad. Incluso el más escéptico no puede
resistirse a unos ojos claros y al brillo de una piel saludable. Además, por
fin resaltas uno de tus mayores atractivos –tomó una mecha del cabello de
Kelly y la dejó deslizar sobre sus hombros–. Tu melena es el sueño de
cualquier hombre, y en este momento, eres el mío.
–Raúl… –articuló Kelly, sin palabras.
La ansiedad había desaparecido y en su lugar surgían nuevas emociones. La
mirada intensa y oscura de Raúl era una clara señal de que también él
experimentaba esos sentimientos.
De manera repentina, llevó sus manos a las caderas de Kelly y la acercó
hacia él. El corazón de Kelly latía con creciente intensidad. El calor de su
presencia masculina la envolvía.
–Kelly, mi dulce e inesperada Kelly –murmuró él.
Ella permaneció callada, y una parte de él se sintió aliviada por su silencio.
Por primera vez, experimentaba una punzada de incertidumbre. Observó
cómo ella lo miraba con ojos llenos de asombro y labios ligeramente
entreabiertos. Era una mezcla de inocencia y maravilla. Al acercarse a ella,
se vio inundado por un deseo más tierno de lo que había anticipado, aunque
la conciencia lo seguía de cerca.
No podía lastimarla. No la lastimaría.
–Acércate –le indicó, sujetando su rostro con ambas manos. Con lentitud,
inclinó la cabeza y comenzó a besarla delicadamente.
Al principio fue un beso ligero, apenas un mero roce, pero entonces todo
cambió. Metió la lengua en su boca y comenzó a explorar su cuerpo
completamente vestido, despertándolo poco a poco. Incluso el sabor de su
pasta de dientes le resultaba agradable.
Era la transformación más instantánea y sorprendente que había visto en
toda su vida. De repente Kelly se había convertido en fuego. Le sujetó del
cuello con fuerza y comenzó a tirar de él. Le besaba con una pasión que le
tomaba por sorpresa una y otra vez. Raúl gruñó al sentir sus dedos en el
pelo. Ella le empujaba con la pelvis y su absoluta falta de artificio le hacía
sentir… Podía oír el rugido de su propia sangre al correr por las venas, pero
no sabía muy bien cómo le hacía sentir eso.
De pronto se sorprendió a sí mismo quitándole la camiseta con la misma
desesperación que un adolescente lleno de hormonas. Le desabrochó el
sujetador y se echó hacia atrás un instante para contemplar sus pechos. Eran
completamente blancos y sus pezones eran del color del capuchino. Ella
intentó taparse con las manos, pero él se lo
impidió.
–¿Qué haces?
–Sé que son demasiado grandes.
–¿Estás de broma? –Raúl sonrió–. Son perfectos. Tus pezones son del
tamaño perfecto para la boca de un hombre. ¿Quieres que te enseñe lo bien
que encajan en la mía?
Kelly se sonrojó y dejó que le quitara las manos de los pechos.
–Raúl –murmuró al sentir sus labios alrededor de uno de ellos.
Pero Raúl no dijo nada. Se había olvidado de su diálogo juguetón
completamente. En realidad, no podía hablar. Cada vez se excitaba más
mientras le chupaba los pezones y jugar con ellos hasta hacerla gemir de
placer era una exquisita tarea. La falda vaquera restringía sus movimientos,
así que se la bajó por las caderas hasta que cayó a sus pies. Y cuando por
fin metió la mano entre sus piernas, sintió la humedad en sus braguitas.
Frotándola con suavidad, la empujó hasta tumbarla en la cama y entonces se
apartó de ella un momento.
–Quédate ahí.
–¿Crees que estoy en condiciones de irme a alguna parte?
–Nunca dejas de sorprenderme, así que no pondría la mano en el fuego.
Kelly le observó mientras se quitaba la ropa con impaciencia. Se sacó un
preservativo del bolsillo y lo colocó sobre la mesita de noche, junto a su
teléfono móvil.
Esperaba sentir asombro al verle totalmente desnudo y listo para hacer el
amor, pero no fue eso lo que sintió. Más bien experimentó un gran alivio al
verle quitarse los bóxer para tumbarse a su lado. Podía sentir el roce del
vello de su pecho mientras la besaba.
Él deslizó las manos por sus caderas. Metió los dedos por dentro del
elástico de sus braguitas y se las bajó hasta las rodillas. Le besó los pechos
y después el vientre. La tocó en su rincón más íntimo hasta hacerla
retorcerse de placer y de deseo.
De repente, Kelly se sintió como si fuera otra persona, otra mujer, una
mujer de verdad. Las diferencias entre ellos ya no importaban. Comenzó a
explorar su cuerpo tal y como había querido hacer durante tanto tiempo.
Tocó esos huesos angulados, los músculos duros. Deslizó las yemas de los
dedos sobre la suave superficie de su piel y arrastró los labios a lo largo de
su mandíbula hasta encontrar el calor de su oreja.
–Por favor –susurró, apenas consciente de lo que le estaba pidiendo.
–Por favor, ¿qué? –murmuró él, deslizando los dedos hasta llegar a sus
labios más íntimos–. ¿Esto?
Kelly no dijo nada audible, pero sí se aferró a él de una forma que lo dejaba
todo claro. Él buscó el preservativo y abrió el paquete. El ruido del plástico
resultaba estruendoso en mitad de la quietud que los acompañaba. Tras un
momento de expectación, se colocó encima de ella.
Kelly no tardó en sentir la punta gruesa, presionando contra su sexo.
Levantó la vista y buscó sus ojos. Esa mirada era lo más íntimo que había
ocurrido entre ellos hasta el momento.
–Raúl –susurró ella.
–A lo mejor te… duele un poco –dijo él–. No lo sé. Haré todo lo que pueda
para que no sea así.
Un segundo después entró en ella, lenta y deliciosamente, hasta llenarla del
todo. Kelly no sintió dolor. Hubo un momento de incomodidad, pero no
duró más que una fracción de segundo. Y fue entonces cuando el placer
comenzó a inundarla, disipando todas las dudas y los pensamientos
negativos para reemplazarlos con placer y satisfacción.
Él comenzó a moverse dentro de ella. Le decía cosas bonitas y jugaba con
ella. Hacía que todo pareciera posible. Al principio Kelly pensó que esa
sensación efímera y escurridiza que empezaba a sentir en un remoto rincón
de su cuerpo no era más que el atisbo de un imposible, pero cuando volvió a
suceder se puso tensa. Temía perderlo por el camino. Era como cerrar los
ojos ante un arcoíris y no volver a abrirlos de nuevo.
–Relájate, querida –murmuró él, empujando de nuevo.
A lo mejor fue precisamente ese apelativo lo que la hizo creer que cualquier
cosa era posible. Estaba al borde de algo mágico, intentando alcanzar algo
que la eludía, algo que parecía estar fuera de su alcance, y entonces… de
repente… ocurrió.
Su cuerpo se contrajo y todos esos arcoíris que parpadeaban se volvieron
nítidos y brillantes. Raúl echó atrás la cabeza y gruñó con todo su ser y el
cuerpo de Kelly pareció romperse en un millón de partes hermosas.
Capítulo 8

Kelly no conseguía conciliar el sueño, así que al final se hartó de intentar.


Se levantó pausadamente de su lecho, aún en desorden e impregnado de ese
aroma a intimidad que le resultaba tan extraño. Observó la huella en la otra
almohada; el indicio palpable de que, por primera vez, no había pasado la
noche en soledad. Un cosquilleo le invadió la piel al rememorarlo.
Había compartido la cama con Raúl. Se había rendido ante el encanto del
seductor argentino con una pasión que todavía la hacía enrojecer. Corriendo
el cabello de su rostro, se palpó las mejillas, las sentía abrasadoras. No
habían reposado mucho. Fue una extensa noche de exploraciones.
Deglutió con esfuerzo al rememorar lo inquieta que se había sentido. Había
deambulado de un extremo a otro del cuarto, atemorizada, temiendo el
instante de descender a cenar. Pero, de algún modo, él había facilitado todo.
Había entrado a su habitación y comenzado a besarla de inmediato, como si
todo fuese espontáneo y habitual.
Había compartido momentos íntimos con Raúl Fernández y él parecía
haberlo disfrutado tanto como ella. Habían olvidado la cena. Cerca de las
diez, Raúl se había vestido parcialmente y descendido a la terraza para
recoger la comida que había quedado allí. Comieron uvas y queso en la
cama y él había descorchado una botella de vino llamada Petrus.
Con los primeros destellos del amanecer, él había regresado a su habitación.
Inclinándose sobre ella, le había depositado un beso en la frente y le había
susurrado que todo sería más sencillo si él no estuviera presente al alba. En
eso también acertaba. Kelly era consciente de ello. Era un absurdo anhelar
que se hubiese quedado durante la noche entera. No era más que un deseo
arriesgado e inútil, por lo que se forzó a enfocarse en lo práctico, en lo que
realmente era experta.
Desprovista de calzado, se encaminó hacia el baño y se envolvió en una
bata esponjosa que colgaba detrás de la puerta. No estaba dispuesta a
flagelarse, culpándose por todo. Aunque no se repitiera, siempre estaría
agradecida a Raúl Fernández por la manera en que la había hecho sentir. La
había emancipado de su pasado. La había llevado a comprender que era
capaz de vivir el mismo tipo de gozo que cualquier otra persona.
¿Qué le había expresado antes de que sucediera todo? ¿Cuál era la sentencia
que había quedado impresa en su mente? "Valoraba tu pensamiento lúcido."
Sabía la razón por la que le había expresado aquello. Lo había hecho porque
ella le había dejado en claro que no buscaba amor ni matrimonio. Le había
persuadido de que era completamente apta para abordar esa vivencia sexual
con absoluta objetividad.
Pero si eso era así, ¿por qué sentía el impulso de danzar y girar por el
cuarto? ¿Por qué resonaba esa melodía en su mente?
El sol casi alcanzaba su cenit y el océano adquiría un matiz rosáceo. En la
terraza, el ambiente era fresco y el cielo despejado. La vivienda reinaba en
calma, pero Kelly sentía una vibración interna. No se sentía inclinada a
estudiar en ese instante, así que optó por revisar su correo electrónico. Más
adelante decidiría qué hacer con su día. Y si Raúl había concluido que una
noche era suficiente, tendría que asumirlo con madurez. Accedió a su
bandeja de entrada y descubrió tres mensajes de su hermana. El asunto del
primero inquiría: ¿Dónde te encuentras? El segundo era simplemente una
secuencia de signos de interrogación, y en el tercero, su hermana indagaba
dramáticamente qué sucedía.
Kelly abrió el primero de ellos. Por primera vez en mucho tiempo, el
mensaje no estaba repleto de emoticonos sonrientes ni de relatos
minuciosos sobre sus recientes actividades de modelaje. Para variar, el
contenido giraba en torno a ella, no sobre su hermana.
Observé una fotografía de tu jefe en el aeropuerto de Cannes y detrás de él
había alguien muy parecido a ti. Le comenté a mamá que solo tú te
atreverías a llevar una camiseta así en la Riviera Francesa. ¿Estás en el sur
de Francia con Raúl Fernández? Y si es así, ¿qué está sucediendo?
Kelly no pudo evitar sonreír. Imaginaba la reacción de Bella si supiera la
realidad.
Sí, me encuentro aquí con Raúl. De hecho, le he revelado toda mi historia y
él ha decidido instruirme en todo lo relacionado con el sexo, que, como
puedes suponer, no es poco.
Aun sonriendo, Kelly pulsó el botón para responder.
Efectivamente, he estado asistiendo a Raúl en su recuperación tras el
accidente. Él creyó que sería más propicio recuperarse en un lugar soleado.
Este lugar es increíble. Soy una chica afortunada, ¿verdad? Un abrazo,
Kelly.
Principio del formulario
Presionó el botón de enviar justo cuando alguien llamaba a la puerta. Kelly
no alcanzó a levantarse. La puerta se abrió de golpe y Raúl entró en la
estancia. Estaba recién afeitado y sus ojos oscuros brillaban con energía,
pero en ellos Kelly notó también un destello de algo más, algo que había
aprendido a reconocer como deseo. –Hola –dijo él, cerrando la puerta con
delicadeza. –Creí que habías decidido que era mejor que nadie te viera por
estos lares. –Quizás he reconsiderado. –Ni siquiera me he cepillado los
dientes. –Entonces ve y hazlo ahora. Me agrada el sabor de tu dentífrico.
Kelly se deslizó hacia el baño y al volver descubrió que Raúl se había
despojado de sus vestimentas. Yacía en la cama, desnudo, entre las sábanas
desordenadas. –¿Qué estás haciendo? –¿No es evidente? –Pero… ¿y el
personal? –¿Qué hay con ellos? El único integrante de mi equipo que me
importa es el que tengo frente a mí en este momento. Y lleva demasiada
ropa –señaló el lugar vacío a su lado–. Ven aquí, querida, antes de que
pierda la paciencia.
Kelly tragó saliva, intentando sosegar el repentino temor que la envolvía.
Tal vez lo más prudente sería rechazar. Los jardineros estaban a punto de
llegar y el chef probablemente había enviado a su asistente a Cannes en
busca de verduras y pescado fresco. Lo adecuado sería sugerirle que no era
prudente repetir el encuentro en ese momento, que podrían planear algo
más reservado para la noche. Eso sería lo más sensato. Sin embargo, sus
piernas parecían tener una idea diferente y pronto la llevaron hacia la cama.
Comenzó a retirar las sábanas, pero Raúl negó con la cabeza. –No, aún no.
Despójate de la bata –le indicó–. Y no me digas que te avergüenzas. Ahora
no. Conozco tu cuerpo mejor que ningún otro hombre en este mundo. –Me
alegra comprobar que no existe nada en este mundo capaz de mermar tu
autoestima –respondió Kelly, soltando el nudo de su albornoz y dejándolo
caer al suelo. Acto seguido, se deslizó bajo las sábanas, encontrándose con
él.
–No es solo mi ego –le dijo, guiando su mano hasta colocarla sobre su
entrepierna.
Se inclinó sobre ella y le dio un beso–. Mmm. Pasta de dientes.
La besó hasta hacerla relajarse, hasta que su cuerpo comenzó a reclamar
algo más con avidez. Kelly cerró los ojos y dejó que le tocara los pechos.
Deslizaba las palmas de las manos rítmicamente sobre sus pezones duros y
la hacía retorcerse de placer. Se colocó sobre ella, entre sus piernas, y la
penetró con un movimiento rápido y firme. Echó atrás la cabeza y comenzó
a moverse. Kelly deslizaba las yemas de los dedos sobre su piel, explorando
todas las texturas, sus muslos cubiertos de un fino vello, sus espaldas
anchas…
Quería saborear esa sensación de intimidad con él, pero el orgasmo la
alcanzó con la fuerza de un tren arrollador. Le oyó gritar inmediatamente
después. Era ese extraño gemido que dejaba escapar mientras temblaba
dentro de ella.
Le rodeó con ambos brazos y se acurrucó junto a él, apoyando la cabeza
sobre su hombro.
Kelly despertó para encontrarse sola en la habitación. Al igual que la noche
anterior, él ya se había ido. Durante el desayuno, Francesca le informó que
Raúl había ido a Cannes por asuntos de negocios y no sabía a qué hora
volvería. La mañana transcurrió rápidamente, con Kelly incapaz de
enfocarse en nada. Raúl no regresó hasta bien entrada la tarde. Al verlo en
su habitación, Kelly temía que él lamentara lo que había sucedido entre
ellos.
–¿Dónde has estado? –preguntó Kelly, incapaz de contener su curiosidad. Él
levantó una ceja. –Lo siento, no debería inmiscuirme en tus asuntos. Él
soltó una carcajada y la envolvió en sus brazos. –Necesitaba un respiro y
atender ciertos asuntos sin distracciones. Pero ahora, una distracción no me
vendría mal.
Raúl la empujó suavemente hacia la cama, quitándole la ropa con cuidado y
precisión. Al mirar en sus ojos brillantes y llenos de deseo, Kelly entendió
que el sexo también podía ser apasionado y vehemente. Luego, mientras
yacía junto a él, trazando círculos sobre su piel, Kelly se dio cuenta de que
Raúl sabía mucho más sobre ella de lo que ella sabía de él. En su estado de
absoluta felicidad, sintió que podía preguntarle cualquier cosa.
–Raúl? –¿Mmm? Ella se giró, apoyándose en su codo, permitiendo que su
cabello cayera sobre sus hombros y cubriera parte de su pecho.
–¿Nunca has pensado en tener hijos? Raúl frunció los labios y apartó con
delicadeza un mechón de cabello que tapaba parte de su pecho. –Un
consejo... De todos los temas posibles para después del sexo, la paternidad
no es el más adecuado. Debes saber que cualquier mención de bebés podría
asustar a tus posibles parejas. Pueden pensar que te estás encariñando
demasiado con ellos. –¿Piensas que preguntarte si deseas tener hijos implica
que me estoy enamorando de ti? –Sé reconocer las señales –dijo él con
seguridad.
–Bueno, realmente solo preguntaba por curiosidad. Muchos hombres
buscan diversión sin compromisos. Es algo instintivo, relacionado con la
perpetuación de la especie... Pero tú has creado un imperio, tienes una gran
fortuna, así que supongo que querrás que alguien de tu sangre herede todo
eso, ¿verdad? Raúl se recostó de espaldas y fijó su mirada en el techo.
Usualmente evitaba este tema de manera rápida y tajante. No le agradaba
que las mujeres indagaran en temas profundos o buscaran sentimientos
donde no los había. ¿Por qué Kelly tenía que arruinar el momento con esas
preguntas?
–Creo que la humanidad sobrevivirá muy bien sin una versión en miniatura
de Raúl Fernández–respondió con un tono seco. –¿Algún motivo en
particular? –Ya veo que serás una excelente médica –dijo girándose para
mirarla a los ojos–. Eres muy insistente con tus preguntas… –No te vayas
por las ramas.
–Sí, era perfecto –continuó Raúl, su mirada reflejaba un atisbo de
melancolía–. Pero las cosas cambiaron cuando tenía unos doce años. Mi
padre sufrió un accidente y murió poco después. Mi madre y yo tuvimos
que enfrentarnos a la realidad de mantener el rancho solos. Ella era fuerte,
increíblemente fuerte, pero la pérdida la afectó profundamente.
Kelly se quedó callada, asimilando la historia.
–Después de la muerte de mi padre, el rancho comenzó a declinar. Mi
madre puso todo su empeño, pero las deudas se acumularon y, finalmente,
tuvimos que venderlo. Fue un golpe duro, ver cómo se desvanecía todo lo
que habíamos construido y amado.
–Eso es terrible –susurró Kelly.
–Fue entonces cuando decidí que nunca querría pasar por algo así de nuevo.
No quería atarme a nada ni a nadie de manera que pudiera perderlo todo de
un momento a otro. Así que me centré en construir mi propio camino, sin
los lazos y responsabilidades que vienen con una familia.
Kelly lo miró, comprendiendo un poco más la complejidad del hombre que
tenía delante.
–Así que ahí tienes tu respuesta –concluyó Raúl–. No es que esté en contra
de la idea de tener hijos, es solo que he decidido que no es el camino para
mí. Prefiero vivir mi vida sin esas ataduras.
Ella asintió, respetando su decisión y agradeciendo la honestidad con la que
había compartido una parte tan íntima de su pasado.

–Bueno, todo cambió cuando mis padres fallecieron –prosiguió Raúl, con
una suave caricia en el cabello de Kelly–. Victorio y yo éramos
inseparables, pero después del accidente de mi padre, todo se volvió más
complicado. Mi madre y yo nos quedamos solos, y aunque Amabel y su
familia nos apoyaron, ya no era lo mismo. La pérdida creó una brecha, una
especie de vacío que ni el tiempo ni la cercanía de los demás podían llenar.
Kelly escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra.
–Después de la venta del rancho, perdí contacto con Victorio y su familia.
Me sumergí en mi propio mundo, en mis estudios, en mis negocios. Era más
fácil así, sin los recuerdos constantes de lo que había perdido.
–Debe haber sido muy duro para ti –dijo Kelly, su voz llena de comprensión
y empatía.
–Lo fue –admitió Raúl–. Y esa es la razón por la que evito apegarme
demasiado a las personas o a los lugares. No quiero volver a pasar por el
dolor de perder a alguien cercano. Por eso me mantengo a distancia, por eso
no pienso en formar una familia. Es una forma de protegerme.
Kelly asintió, entendiendo sus razones. Aunque sus experiencias de vida
eran diferentes, podía sentir la profundidad del dolor y la pérdida que Raúl
había experimentado, y cómo eso había moldeado su visión del mundo y de
las relaciones.
–Mi padre y Amabel estaban juntos, de una manera que no dejaba lugar a
dudas sobre la naturaleza de su relación –continuó Raúl, su voz temblaba
ligeramente al recordar–. Fue un shock, verlos así. Era como si toda mi
infancia, todas esas memorias felices con Victorio y nuestras familias, se
desvanecieran en un instante.
Kelly se mantuvo en silencio, ofreciéndole un espacio seguro para
continuar.
–Después de ese día, mi relación con mi padre nunca fue la misma. Sentí
una traición profunda, no solo hacia mi madre, sino hacia todo lo que había
creído sobre nuestra familia. Eso cambió mi perspectiva sobre muchas
cosas, sobre la lealtad, el amor, la confianza. Me volví más cauteloso, más
reservado en mis relaciones personales.
–Eso explica muchas cosas –dijo Kelly suavemente, tratando de ofrecer
algo de consuelo.
–Sí –asintió Raúl–. Desde entonces, siempre he tenido cuidado en no
involucrarme emocionalmente de manera profunda. Me protege de la
posibilidad de sentir ese tipo de dolor otra vez. Y aunque he tenido
relaciones, siempre he mantenido una distancia, un límite que no permito
cruzar.
Raúl se quedó mirando al techo, perdido en sus pensamientos. Kelly, a su
lado, reflexionaba sobre la historia que había compartido. A pesar de la
fortuna y el éxito de Raúl, su vida había estado marcada por momentos de
intensa vulnerabilidad y dolor. La comprensión de esto le daba a Kelly una
perspectiva más profunda sobre el hombre que tenía a su lado.
Kelly escuchaba, cada palabra de Raúl resonando con profundo dolor y
pesar. –Eso es… terrible –dijo Kelly, su voz apenas un susurro. La
magnitud de la traición y el sufrimiento que Raúl había experimentado era
abrumadora.
–Sí –dijo Raúl, con un suspiro pesado–. Esa experiencia me enseñó lo
frágiles que pueden ser las relaciones y lo destructivas que pueden ser las
traiciones. Vi de primera mano cómo las acciones de dos personas podían
desmoronar vidas enteras. Me prometí a mí mismo que nunca permitiría
que algo así me sucediera. Que nunca me volvería tan vulnerable.
Hubo un silencio entre ellos, lleno de una comprensión no expresada.
–Esa es la razón por la que soy como soy. No es solo una cuestión de no
querer hijos o una familia. Es que he visto lo peor que pueden hacer las
personas que se supone que deben amarte y protegerte. Y decidí que no me
expondría a ese riesgo.
Kelly asintió, comprendiendo ahora las capas de protección que Raúl había
construido alrededor de sí mismo. Su deseo de mantenerse emocionalmente
distante tenía raíces profundas, enraizadas en el dolor y la pérdida. Mientras
lo miraba, sentía una mezcla de compasión y respeto por la fortaleza que
había mostrado al superar tales adversidades.
–Oh, Raúl. Lamento mucho oír eso. Él negó con la cabeza y luchó por
controlar el torrente de emociones oscuras que había reprimido durante
tanto tiempo. Pero, por una vez, ese torrente seguía azotándolo, y quizás era
mejor así en esta ocasión. Jamás había compartido esto con nadie, y si se lo
estaba revelando a alguien a quien le era irrelevante, entonces quizá era el
momento de liberar esas oscuras ataduras con las que se había encadenado a
sí mismo durante tanto tiempo. –¿Quieres conocer el final de la historia? –
preguntó con amargura–. No es precisamente un relato para dormir. –Quiero
escucharlo.
–El esposo de la amante de mi padre también se sintió avergonzado. Se
había convertido en el motivo de burlas de todos, pero eligió una salida
distinta al aislamiento voluntario de mi madre. Optó por el único sendero
que consideró digno en tal circunstancia. Se colocó una pistola en la cabeza
y acabó con su vida. Fue Victorio quien lo encontró.
Kelly inhaló profundamente. –Oh, Raúl. Él dirigió su mirada hacia el techo.
–Bueno, ahí tienes mi historia. ¿Comprendes ahora por qué no creo en los
cuentos de hadas ni en la vida en familia? Se produjo un silencio. Kelly
parecía meditar sus palabras, buscando cómo responder. Pero algunas
situaciones carecen de palabras perfectas. Raúl lo sabía muy bien. –En
realidad, no –respondió Kelly con cautela–. Quiero decir, lo que sucedió fue
espantoso, pero al final, nada de eso te involucraba directamente, ¿verdad?
Nada fue tu responsabilidad. Que tu familia hiciera esas cosas no significa
que tú vayas a repetirlas. La infidelidad y la traición no son heredadas,
¿sabes? Él se giró para enfrentarla y sus miradas se encontraron. Vio
empatía en los ojos de Kelly y apreciaba su bondad. Kelly era inteligente, lo
suficientemente inteligente como para entender que había más en su
historia. –Pero he pasado mi vida en las pistas de carreras, y he observado
lo que esto les hace a los hombres, especialmente a los campeones. –¿A qué
te refieres? Él se encogió de hombros con resignación.

–Hay cualidades que permiten a hombres como yo sobresalir. Somos


individuos tremendamente resueltos, obsesionados con la victoria. Años
dedicados a buscar la vuelta perfecta, y cuando la logramos, la deseamos
replicar una y otra vez. Pocos llegan a la cima, pero al alcanzarla, te das
cuenta de que es un lugar seductor, pero a la vez peligroso. La gente te
idolatra. Ansían un pedazo de ti, especialmente las mujeres. –Mujeres que
son "como los neumáticos que cambias en las carreras", ¿verdad? –dijo
Kelly, recordándole sus palabras anteriores. –Exactamente –la expresión de
Raúl se volvió seria–. He visto cómo incluso las relaciones más estables se
desmoronan ante las tentaciones que rodean este deporte. Con la adrenalina
a tope y una mujer atractiva con una falda minúscula presionando su cuerpo
contra el parabrisas, la mayoría de los hombres no son capaces de resistirse.
–Entonces... –comenzó Kelly, sentándose y cruzando los brazos–. Lo que
me estás diciendo es que los campeones del mundo se enfrentan a tantas
tentaciones que les resulta imposible mantenerse fieles a lo ordinario, a lo
que el resto de los mortales considera normal. ¿Es eso lo que quieres decir?
Raúl se encogió de hombros. –Podrías interpretarlo de esa manera.
–Pero ya no compites profesionalmente, Raúl. ¿Por qué sigues aferrándote a
esa mentalidad? –Mi padre no era piloto. Era un agricultor que había estado
casado durante veintiún años. Siempre decía que mi madre era su
compañera de vida. –¿Entonces estás sugiriendo que crees que los hombres
son incapaces de mantenerse fieles?
–Es una manera de verlo, sí. Creo que, en muchos casos, es así. –¿Estás
diciendo entonces que los hombres son el género más débil?
–Quizás el más pragmático. ¿Cómo pueden dos personas prometerse
fidelidad eterna, sin ninguna certeza de poder cumplirla? Kelly no
respondió. A pesar de que no tenía derecho a sentirse herida, las palabras de
Raúl resonaban dolorosamente en su corazón. Él nunca le había prometido
más que una noche de pasión. De hecho, le había advertido claramente
sobre ello. Kelly apartó las sábanas y se levantó de la cama. –Necesito usar
el baño –dijo, tratando de ocultar su turbación.
Kelly cruzó el dormitorio hacia el baño, cerrando la puerta detrás de ella. Se
roció la cara con agua fría y practicó algunas sonrisas convincentes frente al
espejo. Al regresar a la habitación, había recuperado en gran medida su
compostura, pero esa serenidad se vio amenazada en cuanto vio a Raúl
reclinado sobre las almohadas, con una expresión grave y pensativa en su
rostro.
–¿Te gustaría salir a comer mañana? –propuso él.
–¿Salir? –repitió Kelly, un tanto sorprendida–. ¿Quieres decir, salir a comer
fuera? Él mostró una leve sonrisa. –Sí, no aquí. Tenemos a nuestra
disposición una costa maravillosa, con multitud de restaurantes
renombrados. Hay playas, montañas, y pintorescos pueblos que parecen
detenidos en el tiempo. Y ya que esta es tu primera vez en Francia, creo que
debería mostrarte algunos de ellos.
–Pero... pensé que preferías que no nos vieran juntos públicamente.
–Quizá he reconsiderado eso. No guío mi vida buscando complacer a los
demás, y tú tampoco deberías hacerlo.
Capítulo 9

La llevaron a una mesa con vista al mar, donde el sonido de las olas
proporcionaba una melodía tranquila. Mientras Kelly reflexionaba sobre la
sombría perspectiva de Raúl hacia las relaciones y la fidelidad, se dio
cuenta de que su experiencia como piloto había reforzado sus creencias.
Consideraba que los hombres eran inherentemente incapaces de mantenerse
fieles, una visión amarga y contundente, especialmente viniendo de alguien
con quien acababa de compartir una conexión íntima. El mensaje era claro,
aunque doloroso para alguien con la inocencia y esperanza de Kelly.
Disfrutaron de ensaladas de mariscos acompañadas de zumos de lima y
coco. Raúl comía con un apetito voraz, como si hubiera estado días sin
comer. Al terminar, notó que Kelly apenas había tocado su comida. Dejó su
tenedor y la miró directamente a los ojos.
–¿No te gusta la langosta? –preguntó con curiosidad.
Kelly atravesó un trozo de langosta rosada con su tenedor y esbozó una
sonrisa forzada.
–La langosta está exquisita –respondió, tratando de disimular su falta de
apetito y el torbellino de emociones que le causaban sus pensamientos.
–Pero te quedan perfectas –dijo Raúl con una sonrisa, mirándola con una
mezcla de admiración y deseo–. No necesitas vestirte como una modelo de
pasarela para destacar. Tienes algo que ninguna de ellas posee.
Kelly se sonrojó ligeramente ante el cumplido.
–Gracias, pero no estoy segura de eso –respondió con una modestia
genuina.
–Estoy seguro –afirmó Raúl con convicción–. Eres auténtica, Kelly. Y eso
es algo que no se puede fingir o comprar. No importa lo que lleves puesto,
lo que te hace especial es tu esencia, no tu apariencia.
Kelly se sintió reconfortada por sus palabras. A pesar de las complejidades
y contradicciones en la vida de Raúl, había momentos como este en los que
su sinceridad y percepción la sorprendían agradablemente.
–Gracias, Raúl. Eso significa mucho para mí –dijo, con una sonrisa más
relajada ahora.
Raúl le devolvió la sonrisa y, por un momento, el entorno del restaurante de
lujo, las olas rompiendo en la playa, y las miradas de los demás comensales
parecían desvanecerse, dejándolos en un mundo propio, compartiendo una
conexión que iba más allá de las palabras.
Kelly sintió la honestidad brusca de las palabras de Raúl. La brisa marina
agitaba la sombrilla blanca sobre ellos, creando un ambiente que
contrastaba con la tensión de la conversación.
–Sí, te pregunté, pero no esperaba una respuesta tan directa –replicó Kelly,
su tono mezclaba sorpresa con un toque de defensa.
–No soy de los que andan con rodeos, Kelly. Si te ofendí, no era mi
intención. Solo trato de ser sincero contigo, como siempre –Raúl su tono
era serio, pero sus ojos mostraban un atisbo de preocupación.
Kelly asimiló sus palabras, reconociendo la intención constructiva detrás de
su franqueza.
–Entiendo –dijo finalmente–. Aprecio tu sinceridad, Raúl. Tal vez tengas
razón. Quizás es hora de experimentar un poco, no solo con la ropa, sino en
general. Gracias por hacérmelo ver.
Raúl asintió, aliviado de que su franqueza no hubiera dañado su relación.
–Solo quiero que te sientas cómoda siendo tú misma, Kelly. Eres increíble
tal y como eres, y si hay algo que quieres cambiar, debe ser porque tú lo
deseas, no por nadie más.
La conversación les había llevado a un entendimiento más profundo, y
mientras continuaban su comida, el ambiente entre ellos se suavizó,
regresando a una cómoda familiaridad.
–No tienes que sentirte intimidada –dijo Raúl, percibiendo el cambio en el
ánimo de Kelly–. Estás aquí conmigo, y eso es todo lo que importa.
Además, puede que descubras algo que te encante.
Kelly dudó un momento antes de asentir y seguir a Raúl hacia la tienda. Las
dependientas, con su aire de sofisticación y elegancia, la miraron
curiosamente cuando entraron. Raúl, con su habitual confianza, comenzó a
señalar piezas de ropa que pensaba que le quedarían bien a Kelly.
–Prueba esto –dijo, pasándole un vestido de color vibrante–. Te sorprenderá
cómo te sientes al ponértelo.
Kelly tomó el vestido, todavía un poco reacia, pero intrigada por la
propuesta de Raúl. En el probador, al mirarse en el espejo con el vestido
puesto, no pudo evitar sentirse diferente. La tela caía suavemente sobre su
cuerpo, y el color realzaba su tez de una manera que nunca había
considerado.
–¿Cómo me veo? –preguntó Kelly, saliendo del probador.
Raúl se volvió hacia ella, y su expresión lo decía todo. Sus ojos brillaron
con admiración y un destello de algo más, algo que le hizo a Kelly sentirse
repentinamente poderosa y hermosa.
–Increíble –dijo simplemente Raúl.
En ese momento, Kelly se dio cuenta de que este cambio era más que
superficial. No se trataba solo de la ropa, sino de cómo se sentía por dentro.
Raúl no solo le había mostrado una nueva forma de vestir; le había abierto
los ojos a una nueva forma de verse a sí misma. Y aunque todavía no estaba
segura de adónde llevaría todo esto, en ese instante, se permitió disfrutar del
momento, del sol de Cannes y de la nueva versión de sí misma que estaba
emergiendo.
Kelly tragó saliva, intentando controlar su nerviosismo. La situación era
nueva para ella, un desafío a sus inseguridades y una incursión en un
mundo que le parecía ajeno. Observó a Raúl desde su escondite detrás de la
cortina del probador. Él, con una tranquilidad que denotaba familiaridad
con el entorno, disfrutaba de su café, completamente ajeno a las
turbulencias internas de Kelly.
En un impulso de valentía, Kelly decidió enfrentar sus miedos. Salió del
probador con el primer conjunto que le habían dado, un vestido rojo
escarlata que abrazaba su cuerpo de manera que nunca había
experimentado. El espejo le devolvió la imagen de una mujer diferente,
vibrante y llena de vida. La tela del vestido realzaba sus características, y
por un momento, se permitió sentirse hermosa y confiada.
Raúl levantó la vista y su expresión cambió instantáneamente. Sus ojos
recorrieron a Kelly de arriba abajo, y ella pudo ver en ellos un destello de
aprobación y algo más profundo, quizás de admiración.
–Te ves espectacular –dijo Raúl, levantándose y acercándose a ella para
examinar el vestido más de cerca.
Kelly sonrió tímidamente. Las palabras de Raúl, aunque simples, tenían un
poder extraordinario sobre ella en ese momento. Se sentía vista, apreciada,
incluso deseada.
–Gracias –respondió, aún con una sensación de incredulidad.
Mientras probaba otras prendas, cada una revelando un aspecto diferente de
su personalidad que nunca había explorado, Kelly comenzó a relajarse. Se
dio cuenta de que este acto de probarse ropa nueva era más que una simple
actividad de compras; era un viaje de autodescubrimiento, un desafío a sus
propios límites y una oportunidad para redescubrirse.
Al final de la sesión, con varias bolsas en mano, Kelly salió de la tienda
sintiéndose renovada, no solo en su apariencia sino en su actitud hacia sí
misma y hacia la vida. Raúl, a su lado, parecía complacido, no solo por
haberla ayudado a ver su propia belleza, sino también por haber sido testigo
de su transformación.
Raúl, con una sonrisa en su rostro, miró a Kelly, cuyo reflejo en el espejo
mostraba una transformación notable. Había algo en el modo en que el
vestido amarillo de lunares y el sombrero de paja realzaban su belleza
natural, haciéndola brillar de una manera especial.
–No he comprado nada que no merezcas –respondió Raúl con suavidad–. Y
cada pieza refleja una parte de ti que quizás no habías descubierto aún.
Caminaron fuera de la tienda, con Kelly aun vistiendo el vestido amarillo
que la hacía resplandecer bajo el sol de la tarde. Sus pasos tenían un nuevo
aire de confianza, una elegancia recién encontrada que no había sentido
antes.
–No sé cómo agradecerte –dijo Kelly, mirando las bolsas llenas de ropa y
accesorios.
–No necesitas agradecerme –dijo Raúl, guiándola hacia el coche–. Solo ver
cómo te has transformado, cómo has empezado a ver en ti lo que yo veo, es
más que suficiente.
Kelly se sentía abrumada, no solo por los regalos, sino por la experiencia en
su conjunto. Había empezado el día sintiéndose insegura y poco segura de
sí misma, pero ahora, gracias a Raúl y a sus propios esfuerzos, veía un
mundo de posibilidades y belleza que nunca había considerado. Mientras se
dirigían de vuelta, sabía que este día sería un punto de inflexión en su vida,
un recuerdo precioso de auto-descubrimiento y cambio.
La intensidad del momento entre Kelly y Raúl era palpable. En la
habitación de Raúl, el ambiente se llenó de una tensión emocionante y
cargada de expectativas. Kelly se encontraba en un territorio desconocido,
tanto literal como figurativamente, pero había algo en la forma en que Raúl
la trataba que le hacía sentirse segura y valorada.
Raúl, con una mezcla de ternura y pasión, observó a Kelly. Sus ojos
recorrieron la lencería que él había elegido para ella, una elección que
realzaba su belleza de una manera que Kelly nunca había experimentado
antes.
–Te ves increíble –dijo él en voz baja, su tono cargado de admiración.
Kelly, aunque se sentía expuesta y vulnerable, también se sentía
empoderada por la mirada de Raúl. Era una sensación nueva para ella, una
mezcla de nerviosismo y excitación.
–Gracias, Raúl –respondió ella, su voz apenas un susurro.
Raúl se acercó a ella, cerrando la distancia que los separaba. Había una
promesa en su mirada, una promesa de intimidad y descubrimiento. Kelly, a
pesar de las advertencias de su mente, se dejó llevar por el momento, por la
conexión que sentía con Raúl y por la emoción de explorar algo nuevo y
desconocido.
En la habitación, con la puerta cerrada y el mundo exterior olvidado, Kelly
y Raúl compartieron momentos de cercanía y pasión, uniendo sus vidas de
una manera que ninguno de los dos había anticipado. Era un paso hacia algo
desconocido, pero en ese instante, ninguno de los dos parecía preocuparse
por el futuro. Lo único que importaba era el presente, el ahora, y la
conexión intensa que compartían.
–Ideal –le expresó, observándola de la cabeza a los pies.
–No soy ideal –respondió ella–. Mu… muchas gracias. –Mejor de este
modo –pronunció Raúl, asintiendo con su cabeza mientras rozaba su
pecho–. Porque en este instante eres absolutamente ideal para mí. La movió
hasta hacerla recostarse sobre la suave alfombra y le retiró el negligé para
situarse entre sus muslos. Kelly se tensó al sentir el calor de su boca en la
zona más secreta de su ser. Empezó a acariciar su cabello, jalándolo
delicadamente hasta hacer que él alzara la mirada.
–¿Raúl? –Solo necesitas relajarte. No te haré daño. Kelly cerró sus ojos,
pero su mente se despejó cuando él empezó a acariciarla con su lengua de
nuevo. Se agarró a él y se sumergió en las palabras que le murmuraba en
español. No mucho después, emitió un gemido de placer al experimentar un
intenso clímax que la dejó temblorosa y desconcertada. ¿Cómo iba a vivir el
resto de su vida sin volver a experimentar ese tipo de éxtasis? ¿Cómo seguir
viviendo sin él?
Raúl le plantó un beso en los labios en ese momento. Ella podía degustar el
sabor del sexo en su boca. –Desabrocha mi cremallera –le solicitó él. Ella
tragó saliva con esfuerzo. –¿Me vas a seducir aún más? –Eso intentaré."
Le instruyó en el arte de dar placer oral. Le enseñó a disfrutar de sí misma,
bajo su atenta mirada. La llevó a Mónaco, Antibes y Saint-Paul-de-Vence,
donde comieron en un renombrado restaurante adornado con obras de
Picasso y Miró. Degustaron un surtido de mariscos y brindaron con
champán en un pequeño establecimiento llamado Plan-du-Va, oculto entre
las montañas.
De regreso en la villa, la desvestía por completo con manos ávidas y la
amaba con pasión, con urgencia. Y cuando ella emitía gemidos de placer,
acariciaba su piel y susurraba palabras hermosas; le afirmaba que su cuerpo
era la esencia misma de la feminidad. Al terminar esa semana, Kelly se
sentía en el séptimo cielo. Sus sentidos estaban tan colmados de felicidad
que apenas lograba alimentarse o descansar.
Y su mente solo albergaba pensamientos de Raúl Fernández. Era como si se
hubiera fusionado con su ser, como un narcótico potente. De pronto,
empezó a comprender la esencia de la dependencia. Era sencillo aferrarse a
una emoción; una emoción que no era más que amor.
«Pero esto no es real», se repetía Kelly una y otra vez. No era más que un
cuento de hadas pasajero que, tarde o temprano, terminaría. Los
sentimientos que experimentaba no eran genuinos, y la situación tampoco lo
era. Había caído bajo el hechizo de su destreza como amante y le había sido
demasiado fácil olvidar que también era su empleada, pero lo era. En
esencia, nada había cambiado y no podía evitar preguntarse qué ocurriría
una vez que dejaran Cannes.
—Has permanecido muy silenciosa —le comentó él una tarde mientras
disfrutaban del sol cerca de la alberca. Kelly trataba de concentrarse en una
lectura, pero le resultaba inútil.
—Es que me invade un poco el cansancio. —No rodees el tema.
Acordamos ser francos el uno con el otro. Kelly posó el libro sobre su
abdomen y lo observó directamente. La ansiedad que se acumulaba en su
interior la llevó a reconocer que no podía continuar de esa manera.
No podía seguir ocultándose y pretendiendo que el futuro no estaba cerca.
No podía seguir negando sus sentimientos hacia él, porque no era verdad.
—He estado reflexionando.
—¿Acerca de qué? —Pues, sobre varias cosas. He estado pensando en lo
que sucederá cuando regresemos a Inglaterra. Raúl ajustó el sombrero que
portaba para proteger sus ojos del sol. Reflexionó sobre su cuestión y cómo
responder. Lo que ella acababa de expresar era la misma preocupación que
lo había ocupado durante días.
Además, era consciente de que no podía aplazar más los compromisos que
tenía en otros lugares. Debía asistir a una consulta médica en Londres, tenía
una serie de eventos y reuniones en Dublín y Buenos Aires, y, como si fuera
poco, una visita pendiente a Uruguay. Pero lo verdaderamente crucial no era
su agenda ocupada, sino cómo iba a manejar la situación que él mismo
había provocado
Exhaló un suspiro. Kelly le atraía. Le atraía intensamente, pero cuanto más
extendiera su romance, más la lastimaría, ya que eso era lo que él causaba
en las mujeres.
—No creo que eso sea un inconveniente.
—Quizás no. Pero aun así debemos enfrentar la realidad, ¿verdad, Raúl? No
tiene sentido ignorar lo que ha ocurrido, ¿cierto? Raúl frunció el ceño. ¿Qué
pensaba ella que había ocurrido? Habían compartido momentos íntimos.
Ella lo deseaba y él se lo había concedido.
La había emancipado. Ese había sido el acuerdo. La observó. Notó su nuevo
bikini naranja que se ajustaba perfectamente a su voluptuosa figura. Había
soltado su cabello, como a él le encantaba, y su piel lucía un bronceado
sutil. Él le había hecho un favor y le haría otro mayor al dejarla ir.
—Creo que eso no será un inconveniente —respondió con distancia—. De
hecho, planeo partir en cuanto lleguemos a Inglaterra. Tengo varios
proyectos que me ocuparán todo el invierno. Probablemente no nos veamos
hasta la primavera.
—Oh. Oh, claro. No lograba ocultar su sorpresa y desilusión. Raúl podía
ver que ella hacía un gran esfuerzo por sonreír, pero sabía lo suficiente
sobre las mujeres para darse cuenta de que detrás de esas gafas oscuras se
ocultaban ojos a punto de derramar lágrimas. Él tenía la habilidad de hacer
llorar a las mujeres. Era uno de sus talentos más destacados. Las dejaba
ansiando algo que no podía ofrecerles.
—Y pronto empezarás en la escuela de Medicina, ¿verdad? Te convertirás
en médico, en el más destacado del mundo. Kelly estuvo a punto de
confesarle que aún faltaba un año entero antes de que pudiera costear las
cuotas de la universidad, pero entonces captó el verdadero significado
detrás de sus palabras.
Las cuestiones prácticas se disiparon de su mente en ese momento.
Comprendió lo que estaba sucediendo y de repente se sintió mareada. Raúl
estaba poniendo fin a todo, con la misma indiferencia con que antes le había
despojado de su ropa para amarla. Estaba aplicando el corte del bisturí con
esa exactitud y frialdad que lo caracterizaban.
Planeaba irse. Recorrería el mundo y, al regresar, actuarían como si nada
hubiera ocurrido. Porque en realidad nada había ocurrido. Solo habían
compartido intimidad. E
so era todo. Nunca evolucionaría más allá de eso. Era un delirio creer que
alguien podría enamorarse por haber compartido la pasión. Era un delirio,
pero ella había cometido ese error. Kelly cerró lentamente el libro que leía.
—Eso es —dijo, rogando que su rostro no la traicionara—. Eso llegaré a
ser. El médico más sobresaliente del mundo. Él la observó.
—¿Y cuál era la otra cosa?
—¿La otra? —Mencionaste que querías discutir dos temas conmigo.
Kelly titubeó y luego lo recordó. Hacía solo unos minutos, cuando todavía
mantenía una chispa de esperanza en su corazón, había estado a punto de
compartir algo que pensaba que él necesitaba escuchar, pero, por fortuna, la
conversación tomó otro rumbo. Eso la había salvado de cometer un grave
error.
De pronto, escuchó el sonido de un motor de coche acercándose. Un
portazo y el eco de tacones resonando cada vez más cerca irrumpieron en el
ambiente. Sin embargo, esa interrupción fue fugaz.
La frialdad y el dolor opacaban todo lo demás. No había camino de regreso,
ni podían avanzar. Lo que había sucedido entre Raúl y ella había concluido.
Todo había terminado.
Ella lo miró a los ojos.
—Ya no es relevante —dijo ella. Francesca acababa de abrir la puerta
principal y caminaba hacia ellos, seguida de alguien con cabello rubio largo
y una minifalda de mezclilla, una figura que le resultaba ligeramente
familiar, pero que no debería haber estado ahí. Kelly parpadeó.
Era muy inusual. Era como ver un autobús de dos pisos en medio de un
desierto. Reconocía ambas cosas, pero una de ellas no pertenecía a ese
lugar. El semblante de Francesca no mostraba emoción alguna.
—Tu hermana ha llegado.
—¿Mi hermana? —preguntó Kelly, desconcertada. En ese instante, la rubia
de la minifalda apareció.
Capítulo 10

Kelly se incorporó con un sobresalto.


–¿Bella? –exclamó
–. ¿Qué... qué haces aquí? –preguntó, aunque en su interior ya conocía la
respuesta. La respuesta a su pregunta se encontraba en ese momento
recostada en una tumbona.
Bella le regaló una de sus radiantes sonrisas a Raúl Fernández.
–Bueno –Bella apartó delicadamente un mechón de su rostro bronceado
–. Me enteré de que estabas en Cap Ferrat Village y, casualmente, yo
también estaba por aquí... –¿Por qué estás aquí? Bella le dirigió una de esas
miradas misteriosas que contenían una clara advertencia. Kelly forzó una
sonrisa.
–Raúl, quiero presentarte a mi hermana. Bella, este es Raúl Fernández, que
es... –El ex campeón del mundo de Fórmula 1. Sí, lo sé.
–Eso fue hace tiempo –dijo Raúl
–. Encantado de conocerte, Bella. Bella lo observaba con admiración, sin
preocuparse en ocultarla. Raúl se levantó y se quitó el sombrero de la cara.
–Espero que no estemos interrumpiendo.
–Para nada –respondió Raúl–. Como puedes ver, tu hermana y yo
estábamos disfrutando de los últimos rayos de sol de la tarde. ¿Te gustaría
un café? ¿O quizás algo para beber?
–Oh, sí, gracias. He tenido un agotador día de sesión de fotos. El fotógrafo
no me ha quitado la vista de encima en todo el día –se pasó la lengua por
los labios–. ¿Tienes champán por casualidad?
–Creo que podremos hacerlo –Raúl miró a su encantadora ama de llaves
francesa–. Francesca, ¿sería posible...? –Oui, monsieur –respondió
Francesca con rapidez–. D’accord. –Espera, buscaré una silla –dijo Raúl,
levantándose y dirigiéndose al extremo más alejado de la terraza.
Todas las sillas estaban allí. Mientras se alejaba, Bella se giró hacia su
hermana con los ojos abiertos de par en par.
–¿Qué has estado haciendo? ¡Casi no te reconocí! Dios mío. ¡Ese traje de
baño! –¿No te gusta? –No estoy segura. No sé si realmente va contigo.
Parece muy lujoso. ¿Qué está pasando? ¿Cómo es que estás aquí, tan
cómoda como si estuvieras en casa, con este apuesto caballero?
–He estado... ayudando a Raúl con su proceso de recuperación.
–¿Eso es lo que llamas a eso? Cuando llegué, parecía que estabais bastante
cerca. Hubo una expresión en el rostro de Bella que Kelly nunca había visto
antes. Era una mezcla de asombro, incredulidad y algo más... algo que
parecían celos. Bella apartó un mechón de su cabello con coquetería.
–No estarás... teniendo una relación con Raúl Fernández, ¿verdad? Kelly la
miró fijamente.
–Vamos, Bella, ¿de verdad crees que alguien como Raúl podría interesarse
por alguien como yo?
–Bueno, si lo pones de esa manera...
Kelly sintió un gran alivio cuando Raúl volvió con la silla. Bella se quitó las
sandalias con gracia y se deleitó con la copa de champán que Francesca
acababa de servirle.
Había olvidado cuánto glamour emanaba de su hermana. ¿Cómo era posible
que la misma genética hubiera dado lugar a dos personas tan diferentes?
Kelly aceptó la copa de champán que la ama de llaves le ofreció, aunque
solo fueran las cinco de la tarde. Las burbujas le subieron directamente a la
cabeza al darle un sorbo.
–Kelly me ha comentado que eres modelo, Bella.
–Sí, eso es cierto, aunque siento que aún tengo mucho por recorrer en mi
carrera. Mucho por lograr –Bella le ofreció una sonrisa desde detrás de su
cascada de cabello rubio platino–.
–Supongo que conoces a muchas personas influyentes en la industria. –A
algunas. –Quizás podrías presentarme a alguien algún día.
–Quién sabe. Kelly escuchaba la conversación con asombro y admiración al
mismo tiempo. Bella estaba desplegando todo su encanto sin restricciones.
¿Raúl estaría disfrutando tanto como parecía mientras hablaba con ella?
Kelly lo vio sonreír cuando Bella compartió una anécdota sobre cómo se
rompió la tira elástica de su bikini justo cuando el fotógrafo estaba
enfocando su trasero.
–Tres caballeros acudieron en mi auxilio, portando sus toallas con gallardía.
–No me sorprende en absoluto –respondió Raúl.

Kelly trató de esbozar una sonrisa, aunque sus labios parecían congelados
en una mueca. El alcohol comenzaba a sumir sus pensamientos en una
nebulosa, haciéndola sentir distante y como si estuviera observando desde
fuera. Bella echó un vistazo al reloj de manera disimulada.
–¿Qué planes tienen para esta noche? ¿Quizás estén disponibles para cenar?
–Lo siento –Raúl le dirigió una sonrisa rápida–. Kelly y yo tenemos un
compromiso que no podemos cancelar –respondió sin titubear.
Kelly parpadeó. ¿A qué compromiso se refería?
–Pero nos veremos en otro momento. Solo tienes que avisarnos con
antelación –añadió, tomando su teléfono móvil–. Y en cuanto a ti, puedo
pedirle a mi conductor que te lleve de regreso.
El gesto adusto de Bella no pasó desapercibido para Kelly, aunque a Raúl
parecía no afectarle demasiado.
Kelly se cubrió con su pareo para acompañar a Bella hasta la puerta. Un
escalofrío de temor recorrió su cuerpo mientras esperaba la inevitable
reprimenda de su hermana.
–¿Te das cuenta de que podrías convertirte en el hazmerreír de tu vida? –le
advirtió Bella una vez que estuvieron junto a la puerta.
–No entiendo a qué te refieres.
–¡Oh, por favor! Tu expresión lo dice todo, y recuerda que soy tu hermana.
Te conozco mejor que nadie. Es obvio que tienes una conexión especial con
él y que no puedes evitar mirarlo. No te culpo, es simplemente cautivador.
Lo único que me sorprende es que él haya elegido a alguien como tú. No
quiero herir tus sentimientos, Kelly, pero es importante que afrontes la
realidad. Estás caminando hacia un precipicio si no te controlas un poco,
porque sus intenciones son muy claras.
–¿Y cuáles son sus intenciones? –preguntó Kelly, sintiéndose en ese
momento como si estuviera hecha de madera.
–Él está actuando como un protector, como un mentor –dijo Bella–. Ha
transformado a la aparentemente reservada ama de llaves en una mujer que
disfruta tomando el sol junto a la piscina, aunque apenas quepa en su bikini.
Pero para él, esto es solo un juego. ¿No lo ves? Lleva mucho tiempo
aburrido y físicamente limitado, y está haciendo todo esto para distraerse.
Te descartará con la misma facilidad con la que se interesó por ti. ¿Y
entonces, qué harás?
Podría haber respondido de muchas maneras a su hermana, pero Kelly
eligió la respuesta que se esperaba de ella.
–Gracias por tu consejo. Lo tendré en cuenta. Quizás podamos encontrarnos
cuando vuelvas a Inglaterra.
Bella la miró con una expresión que parecía esperar algo más. Al ver que su
hermana permanecía en silencio, Bella continuó:
–Y espero que para entonces hayas reconsiderado las cosas.
–Yo también lo espero.
Bella sacudió la cabeza y su melena rubia ondeó en el aire.
–Eres un verdadero enigma, Kelly Collins.
Kelly la observó alejarse. Bella cruzó el frente de la mansión y se subió al
coche que la esperaba en la puerta.
¿Qué debía hacer a partir de ese momento? Kelly dio media vuelta y
caminó hacia la casa sin mucho entusiasmo. Había dejado su copa de
champán a medio beber junto a la piscina y aún tenía pendiente una
conversación que era inevitable. No podía evadir la verdad por mucho más
tiempo.
Raúl había estado nadando mientras Kelly estuvo ausente. Su cabello estaba
empapado y su cuerpo estaba cubierto de pequeñas gotas de agua. Se
desplazó a lo largo del borde de la piscina y se estiró un poco.
Kelly experimentó una sensación que hasta ese momento le era
desconocida. Era como si de repente hubiera aclarado su visión, como si
hubiera emergido de la niebla de la lujuria y el amor que la había envuelto
durante tanto tiempo, nublando su juicio. Lo vio tal como Bella debió
haberlo visto: famoso, magnífico, adinerado. Era uno de los solteros más
codiciados y había tenido romances con las mujeres más hermosas. ¿Cómo
se le había ocurrido que podría ocupar un lugar tan destacado durante
mucho tiempo? ¿Cómo podría lograr que alguien como él la quisiera?
Él alzó la vista y sus miradas se encontraron.
–Bella se ha ido –dijo Kelly sin más preámbulos.
–Sí –hubo una pausa–. No se parece en nada a ti, ¿verdad?
–No, no mucho –Kelly forzó una sonrisa–. ¿Te pareció atractiva?
–¿Si me pareció atractiva? ¿Por qué me preguntas eso?
–La mayoría de los hombres la encuentran muy atractiva.
–¿Oh, en serio? –su tono de voz sonaba misterioso–. ¿Qué ocurre, Kelly?
¿Crees que ella quería acostarse conmigo? ¿O piensas que tenía fantasías de
tenernos a las dos en la cama al mismo tiempo?
Kelly sintió como si una fina capa de hielo hubiera cubierto su piel.
–¿De veras?
Raúl apretó sus puños.
–No, no es cierto. ¿Qué tipo de hombre crees que soy?
–Sé qué tipo de hombre eres, ¿recuerdas?
–Aunque mi pasado pudo haber sido turbulento, te he tratado con respeto
desde que nos involucramos. He estado a tu lado todo el tiempo y he sido lo
más considerado posible. Pero parece que estabas ansiosa por echarme en
cara algo insinuando que tenía deseos inapropiados hacia tu hermana.
–Yo no...
–¡Sí lo hiciste! –se acercó rápidamente a ella, su rostro mostraba una
expresión de furia–. Puede que mi historial en el pasado justifique que
tengas una opinión tan negativa de mí. Sé que no he sido un santo, pero
tengo mis límites.
–Lo siento.
–Incluso si pensaras tan mal de mí, ¿de verdad piensas tan mal de ti misma?
¿No has aprendido nada, Kelly? ¿No has comprendido que el sexo no es un
pecado y que puedes ser tan hermosa y segura de ti misma como te
propongas? –sacudió la cabeza–. Pero sigues siendo esa mujer asustada en
el fondo, ¿verdad? Siempre estás dispuesta a imaginar lo peor de ti. ¿Por
qué te haces eso? ¿Extrañas ese disfraz invisible que has llevado durante
tanto tiempo? ¿Te aterra tanto enfrentar el mundo real que buscas cualquier
motivo para huir de él de nuevo?
Ella negó con la cabeza repetidamente, sintiendo sus acusaciones como si
fueran golpes de granizo.
–Tal vez tengas razón –le dijo, apartándose el cabello de la cara–. Pero si
tengo dificultades para encajar en la normalidad, quizás sea porque nada de
esto es normal. Me siento como alguien que saltó al lado equivocado de la
piscina. Este no es mi lugar y no encajo aquí. De hecho, no encajo en
ningún lugar.
–Entonces busca un lugar donde encajar –le dijo él en un tono serio y
reflexivo–. Eres una mujer inteligente. No me digas que estás pensando en
ir a la universidad para estudiar Medicina a los veintitrés años y luego
volver a convertirte en esa flor marchita. Eres capaz de muchas cosas,
Kelly, de cualquier cosa, si tienes el coraje de alcanzar y tomar lo que
deseas.
Kelly intentó hablar, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta.
–Raúl...
–¿Realmente crees que repetiría una traición así después de todo lo que
compartí contigo acerca de mi pasado?
Si tienes alguna otra solicitud o necesitas continuar la historia, por favor
házmelo saber.
Kelly respiró profundamente, temiendo que las lágrimas pudieran escapar
sin control en el momento menos oportuno.
–Eres muy hábil dando consejos, ¿verdad, Raúl? Pero me pregunto qué tan
bueno eres poniéndolos en práctica.
Él soltó una risa amarga.
–¿Estamos a punto de iniciar un enfrentamiento?
–No, en realidad se trata de restaurar el equilibrio, no de anotarse puntos.
¿Te preguntas por qué saqué conclusiones precipitadas sobre mi hermana?
Bueno, ¿por qué no habría de pensar eso cuando tú, con gran énfasis, me
dijiste que no creías en la fidelidad masculina?
–Ahora estás tergiversando mis palabras.
–¿En serio? ¿No crees que más bien las estoy interpretando a mi manera? –
mantuvo su mirada fija en la suya–. Porque no creo que realmente creas
eso. Creo que es solo una excusa para mantener la distancia con los
compromisos.
–¿Una excusa?
–Sí –Kelly susurró–. Creo que lo que pasó con tus padres te lastimó
profundamente. Creo que te sentiste traicionado por la amiga de tu madre,
por tu padre y tal vez incluso por tu madre, por permitir que muriera de esa
manera. Creo que el dolor fue insoportable, y juraste que nunca dejarías que
nadie se acercara tanto. Y eso hiciste, viviste la vida que se esperaba de ti,
con todas esas casas y mujeres. Pero nunca fue suficiente, ¿verdad? Nunca
pudieron llenar el vacío que había dentro de ti. Al final del día, seguías solo.
Y seguirás así si sigues así.
–¡Basta! –gritó Raúl. De repente, tenía la urgencia de desahogarse, de
romper algo. Deseaba golpear la estatua de mármol al otro lado de la terraza
y verla despedazarse en mil fragmentos–. Puede que estés pensando en
estudiar Psicología, ¡pero te equivocas de cabo a rabo! ¿Es esto lo que
esperas, Kelly? ¿Quieres que te esté agradecido por este despiadado análisis
de mi personalidad? ¿Piensas que admiro tanto tu claridad que de alguna
manera veré la luz? Y, ¿qué imaginas que sucederá después? Cuéntame la
historia completa para que pueda verla con mis propios ojos. ¿Es este el
momento en que me arrodillo y te propongo matrimonio?
Kelly lo miró durante unos instantes, atónita. Sus palabras cortantes eran
como un filo que la hería profundamente.
Sacudió la cabeza.
–Puede que haya sido un poco ingenua, pero no soy tonta. Y si alguna vez
me casara con alguien, no sería con un hombre que ni siquiera tiene el valor
de enfrentar su propia verdad.
Raúl frunció el ceño y la miró intensamente.
–¿Me estás acusando de falta de valentía? Kelly negó con la cabeza.
–No me refiero al tipo de coraje que te impulsó a pisar el acelerador y
atravesar un espacio tan estrecho que nadie más había visto. Hablo del
coraje emocional necesario para enfrentar tus propios demonios y
superarlos de una vez por todas, como yo lo hice. Lamento lo que dije sobre
Bella. Fue solo un vestigio de mi pasado. No tenía derecho a acusarte de
eso y debería haber sido lo suficientemente fuerte para abordarlo.
Kelly sabía por qué había evitado responder las preguntas de Bella. No
pudo defenderse porque no tenía fe en la fuerza de lo que compartía con
Raúl. No quería que su hermana viera ni alegría ni tristeza en su rostro
cuando todo llegara a su fin, y su instinto la había guiado correctamente.
–De todos modos, al menos esto nos ha llevado al desenlace que ambos
sabíamos que era inevitable, aunque no haya sido tan amistoso como
hubiéramos deseado. Ambos sabemos que no puedo seguir siendo tu ama
de llaves.
Hubo una larga pausa antes de que Raúl hablara de nuevo.
–No, supongo que no –desvió la mirada–. ¿Qué planeas hacer entonces?
Kelly se tomó un momento para recuperar la calma, para hablar de manera
que pareciera que estaban discutiendo el clima.
–Buscaré otro trabajo hasta septiembre. Para entonces debería tener el
dinero suficiente para alquilar una casa.
Él frunció el ceño.
–Pero me dijiste que ya tenías un lugar en mente, así que en teoría podrías
mudarte en septiembre si tuvieras el dinero.
–Pero no lo tengo.
–Lo tendrías si yo te lo diera. Y antes de que digas algo, no hay problema
económico para mí y quiero hacerlo. Por favor, Kelly, no dejes que el
orgullo te impida aceptar lo que puedo ofrecerte. Al menos así podrás tener
tu final feliz.
Ella lo miró a los ojos. No era la única ingenua. ¿De verdad creía que eso
sería su final feliz? Pensó en el padre que la había traicionado, en la madre
que se había ido antes de tiempo. Pensó en lo solo que estaba, rodeado de
trofeos y casas. Tenía suficiente dinero en el banco para asegurar el futuro
de los hijos que nunca tendría.
–Muy bien. Lo acepto. Y quiero que sepas que te estoy enormemente
agradecida por tu generosidad, en todas sus formas –Kelly tomó una
bocanada de aire, pero las palabras salieron sin aliento.
–Pero hay algo más que debes saber, Raúl. Deberías saber que he llegado a
quererte. Y lo siento, porque sé que es lo último que querías. Yo tampoco
quería enamorarme de ti, pero en algún momento sucedió. Y no lo digo
porque quiera algo a cambio, porque no es así. No espero nada. Lo digo
porque, en el fondo, eres una persona a la que se puede querer fácilmente. Y
debes creerlo. No es porque seas sexy, o rico, y no es porque tengas toda
una habitación llena de trofeos y sepas pilotar un avión. Es fácil quererte
porque eres un hombre amable y atento, cuando te permites serlo. Y tal vez,
algún día, empieces a creerlo lo suficiente como para abrir tu corazón y
permitir que alguien entre.
Sus palabras se sumieron en el silencio. Raúl permaneció en silencio. Kelly
creyó ver un destello de luz en su mirada durante un instante, pero se
desvaneció rápidamente.
De repente, él sonrió. Esbozó una de esas sonrisas encantadoras como si
hubiera activado un interruptor.
–Una hipótesis interesante –dijo en un tono de voz que denotaba
aburrimiento–. Pero ya sabes que no me interesan todas esas teorías
emocionales que gustan tanto a las mujeres. Lo único que puedo decir es
que creo que vas a ser una médica excepcional.
Kelly lo miró intensamente. Había ignorado por completo lo que acababa
de decir. Había menospreciado sus palabras, pero... ¿Cómo podía haber
hecho otra cosa?
¿Por qué se sorprendía tanto si él simplemente estaba siendo honesto
consigo mismo? Las emociones no eran lo suyo, y siempre lo había
afirmado desde el primer momento.
Kelly se dio la vuelta y regresó a su habitación. No quería exponerse aún
más permitiéndole verla llorar.
Capítulo 11

Raúl miró a través de la ventana sin ver el sombrío paisaje gris de ese día de
noviembre. ¿Por qué se sentía así? Era como si llevara un peso inmenso
sobre los hombros que lo mantenía inmovilizado. Algo lo corroía por
dentro, pero no sabía cómo resolverlo. Y no tenía sentido. Había estado
ocupado desde que despidió a Kelly y la envió de regreso a Londres.
Después de dejar la Costa Azul, viajó a Nueva York. Allí contrató a un
entrenador personal y no pasó mucho tiempo antes de que estuviera al
volante de un coche de carreras nuevamente. Incluso ganó un trofeo en una
carrera benéfica.
Recordaba haber mirado el premio y pensar que para esa época ella debía
estar empezando la universidad.
Ella. Siempre era ella. Y no podía evitar sentirse decepcionado al darse
cuenta de que ni siquiera se había molestado en ponerse en contacto con él
para felicitarlo.
Sabía que su relación había llegado a su fin. Él mismo había tomado la
decisión de ponerle fin. Pero la carrera había sido noticia en todo el mundo,
en la prensa y en las noticias...
Sin embargo, no recibió nada de ella, ni una llamada, ni una postal. Nada.
Recordaba haber sentido una creciente e inexplicable ira. Después de todo
lo que había hecho por ella, ni siquiera se había tomado la molestia de
comunicarse con él para decirle "bien hecho".
Kelly, desnuda en sus brazos... hablando con esa voz suave y dulce...
deslizando un dedo por su barbilla y jugueteando con su cabello...
Había intentado distraerse asistiendo a numerosas fiestas, y había muchas
entre las cuales elegir. Desde fiestas junto a la piscina llenas de excesos
hasta reuniones más íntimas en los áticos minimalistas de Nueva York. Sin
embargo, no podía sumergirse en una piscina sin pensar en ella. No podía
acostarse en una cama sin pensar en ella.

Y de repente, se encontraba de vuelta en Inglaterra, en la segunda ronda de


entrevistas para encontrar una nueva ama de llaves.
En ese momento, la puerta se abrió. Era Diego, con una mirada inquisitiva
en el rostro.
–¿Debo dejar entrar a la primera candidata, jefe?
Raúl ya estaba poniéndose de pie, sacudiendo la cabeza.
–No –dijo en un tono firme–. Olvídalo, no más entrevistas.
–Pero...
–He dicho que olvides eso. Tengo algo que hacer –su corazón latía
fuertemente mientras guardaba el teléfono y se ponía la chaqueta–. Tengo
que ir a algún lugar.
Condujo rápidamente hasta Southampton en su flamante deportivo rojo,
superando el límite de velocidad. El cielo estaba nublado y la lluvia caía
suavemente. Aunque era casi mediodía, todos los autos tenían sus luces
encendidas.
Raúl se había sumergido en su trabajo. Se había entregado a todas las
nuevas tareas con el entusiasmo de alguien que comienza algo nuevo, pero
algo había cambiado en su interior, algo que no esperaba. De repente,
comenzó a ver las cosas desde una perspectiva diferente. Empezó a realizar
cambios que llevaban mucho tiempo gestándose. Vendió dos de sus casas y
un gran espacio de oficinas en Manhattan. Se dio cuenta de que prefería
vivir una vida sin la corte de adoradores que lo acompañaba a todas partes,
por lo que decidió prescindir de algunos miembros de su equipo. Diego no
dejaba de mirarlo con incredulidad y no hacía más que preguntarle si se
sentía bien.
¿Se sentía bien? No lo sabía con certeza.
Todos sus pensamientos giraban en torno a Kelly.
La facultad de Medicina estaba en las afueras de la ciudad. Cuando llegó,
ya estaba cerca de la hora de comer. Ajustó el cuello de su abrigo de piel y
se dirigió hacia la puerta, pasando junto a grupos de estudiantes.
¿Por qué no se había molestado en llamarla primero?
"Sabes por qué no la llamaste. Podría haberte rechazado y lo merecías".
Raúl avanzó hasta la oficina de información. La joven que estaba detrás del
escritorio se sonrojó cuando le preguntó dónde podría encontrar a una
estudiante de primer año llamada Kelly Collins.

–No… No podemos proporcionar esa información –le respondió,


tartamudeando. Raúl se inclinó sobre el escritorio y esbozó la sonrisa que
siempre funcionaba.
–¿Cree que la Facultad de Medicina estaría interesada en recibir una
donación? –la secretaria asintió.
–Entonces, ¿por qué no me dice dónde puedo encontrar a Kelly Collins?
Los estudiantes de primer año ya se habían marchado para almorzar, así que
Raúl salió corriendo, dejándola con la palabra en la boca.
La cafetería estaba abarrotada de estudiantes. Raúl escaneó la sala y
finalmente la vio. Al principio, le costó reconocerla. Lucía tan diferente.
Estaba riendo mientras conversaba con un pequeño grupo de personas y
llevaba una mochila llena de libros en la espalda.
Raúl sintió un apretón en el corazón mientras la observaba. Alguien en la
sala debió de reconocerlo, porque todos los presentes comenzaron a
volverse hacia él. Desde el otro lado del concurrido comedor, vio que el
rostro de Kelly palidecía. Había visto a Raúl y sus miradas se cruzaron.
Raúl finalmente se movió y comenzó a acercarse a Kelly. Sus pasos eran
torpes, como si le costara mover las piernas. Los estudiantes se habían
agrupado alrededor de ellos, formando un semicírculo. Uno de los chicos,
un joven rubio de ojos azules, parecía estar desafiante.
Kelly levantó la barbilla de repente, y Raúl pudo ver por qué parecía tan
diferente. Había experimentado varios cambios sutiles pero notables. Aún
llevaba el cabello largo, pero ahora estaba trenzado de manera complicada,
cayendo sobre uno de sus hombros. Además, ese día llevaba maquillaje. No
era excesivo, solo un poco de máscara y brillo de labios. Estaba radiante.
Con sus vaqueros y chaqueta corta, Kelly se mezclaba con la multitud, pero
destacaba de alguna manera. Raúl pronto se dio cuenta de por qué había
rechazado toda la ropa cara que le había comprado. En su nueva vida, no
había lugar para esas prendas costosas. De repente, recordó ese hermoso
vestido amarillo y blanco que todavía colgaba en su armario en su casa de
Cannes.
Kelly miró a Raúl con una expresión seria y reservada. No parecía estar
muy emocionada de verlo. De hecho, parecía más bien sorprendida y no de
la mejor manera. Se había quedado pálida como un fantasma, y sus ojos
parecían helados.

–Hola, Kelly –saludó Raúl.

Ella no sonrió ni mostró entusiasmo por su presencia. Más bien, parecía


estar molesta. Su tono de voz era frío y distante.
–No te voy a preguntar por qué estás aquí –le dijo en voz baja–. Porque está
claro que has venido a verme, pero podrías haberme avisado, Raúl.
Raúl no esperaba una reacción así y la sorpresa se reflejó en su rostro.
Cualquier otra mujer se habría lanzado a sus brazos en cuanto lo hubiera
visto, pero Kelly estaba actuando de manera completamente diferente.
–Pensé que, si te avisaba, no querrías verme. ¿Es eso cierto?
Kelly se encogió de hombros como si no le importara mucho la respuesta.
–No lo sé.
El joven rubio dio un paso adelante, pero Kelly negó con la cabeza de
nuevo.
–No. Estoy bien.
–Tengo que hablar contigo, Kelly –dijo Raúl–. En privado.
Raúl lanzó una mirada desagradable al joven rubio de ojos azules que
estaba junto a Kelly.
Kelly dudó por un momento y luego miró su reloj. Raúl podía ver
emociones en sus ojos, pero no podía identificarlas.
–Tengo media hora antes de mi próxima clase, así que tendrás que ser
rápido.
–Pensé que nunca eras puntual.
–Eso era antes. He cambiado –respondió Kelly con determinación–.
Podemos dar un paseo. Vamos.
El frío aire del invierno les rodeaba mientras permanecían en silencio en el
patio. La hierba estaba empapada y los árboles desnudos se alzaban contra
el cielo gris.
–¿Qué estás haciendo aquí, Raúl? –preguntó Kelly, su aliento formando
nubes en el aire gélido.
Raúl sintió un nudo en la garganta y se esforzó por encontrar las palabras
adecuadas. No había planeado cómo abordar esta conversación, asumiendo
que el simple hecho de verla bastaría para aclarar las cosas. Sin embargo,
ahora se encontraba en una situación incómoda, con el corazón latiendo
más rápido de lo que le gustaría.
–Te quiero –dijo Raúl de repente, rompiendo el silencio–. Te quiero, Kelly
Collins.

Kelly sacudió la cabeza y apretó los puños. Deseó haber traído sus guantes
ese día, ya que había clavado sus uñas en su palma. El dolor agudo la ayudó
a mantener la compostura y centrarse en su rabia. La rabia era lo único en lo
que podía aferrarse en ese momento. Lo fulminó con la mirada. ¿Cómo se
atrevía a aparecer de repente en su vida de esta manera? ¿Cómo se atrevía a
ir a su facultad? ¿Quería romperle el corazón de nuevo?
El silencio que siguió fue tenso y pesado, como si estuvieran en medio de
una batalla de voluntades. Raúl esperó, con la mirada fija en Kelly, tratando
de entender sus sentimientos y pensamientos.
Las palabras de Kelly habían sido duras, y el nudo en su garganta se hacía
cada vez más grande mientras ella hablaba. Pero no iba a rendirse, no sin
haberse sincerado completamente.
–Lo del amor no es para ti, ¿recuerdas? –continuó Kelly–. Es la prioridad
número uno en tu lista de requisitos para tus amantes. No deben esperar
nada parecido de ti, ni campanas de boda ni nubes de confeti. Tus palabras,
Raúl… Esas fueron tus palabras. Y yo no tengo tiempo para declaraciones
de amor sin sentido. Si necesitas sexo, entonces búscate a alguien que te lo
pueda dar. No creo que sea un problema para alguien como tú.
Kelly intentó alejarse, pero Raúl la agarró del brazo, impidiendo que se
escapara. A pesar de sus esfuerzos, no pudo liberarse de su firme agarre.
–Tienes razón. Lo del amor no era para mí –admitió Raúl, sin soltarla–.
Porque nunca antes me había pasado. Pensé que nunca podría pasarme. El
amor siempre me había parecido algo negativo, destructivo y oscuro, lleno
de dolor, mentiras y traición. No me daba cuenta de que te puede hacer
sentir parte de algo más grande que tú mismo. No entendía que te puede
hacer sentir vivo. Y tú me has enseñado eso, Kelly. Me lo enseñaste como
nadie.
–Basta –le susurró ella, con la voz temblorosa–. Por favor, Raúl. Vete.
Él negó con la cabeza con determinación.
–No me voy a ninguna parte hasta que hayas oído lo que tengo que decir. Te
echo mucho de menos, más de lo que puedo expresar con palabras. Nada
parece tener sentido sin ti, y yo fui un idiota dejándote marchar.
Raúl escuchó atentamente las palabras de Kelly y sintió un dolor profundo
en su interior. Sabía que había cometido errores en el pasado y que había
hecho daño a Kelly. La miró con sinceridad, dispuesto a aceptar las
consecuencias de sus acciones.

–No me dejaste marchar. Me apartaste de ti. Sabes que lo hiciste –respondió


Kelly con firmeza.
Raúl asintió, reconociendo su culpabilidad.
–Sí, lo hice. Soy culpable de eso, así que a lo mejor no me merezco tu amor
por eso. A lo mejor no merezco una segunda oportunidad porque te lo eché
todo en cara –Raúl tragó con dificultad–. Así que, si me dices que ya no me
quieres y que no me quieres en tu vida, daré media vuelta y me iré de aquí.
No volveré a molestarte. Te doy mi palabra.
Ella le miró fijamente y tomó aliento.
–No te quiero.
–No te creo.
–Maldito bastardo arrogante.
–Si no me quisieras, no me mirarías de esa manera. No me pedirías con la
mirada que te abrace, y no entreabrirías los labios porque quieres que te
bese –insistió Raúl.
Kelly vaciló, sus labios temblaban, y Raúl extendió una mano para
estrecharla entre sus brazos.
–Contéstame con sinceridad. Eso es todo lo que te pido. ¿Todavía me
quieres, Kelly? ¿Te casarás conmigo y tendrás hijos conmigo?
–¿Hijos? –preguntó Kelly, sorprendida.
Ella se apartó de él y frunció el ceño.
–Voy a ser médico, Raúl. He trabajado duro para llegar hasta aquí y no
pienso renunciar a ello. Me quedan seis largos años de estudio, seis años
durante los que tendré que vivir en el sur de Inglaterra. Tú, en cambio,
seguirás con tu vida de la jet set. ¿Crees que algo así va a funcionar? No lo
creo.
Kelly se encontraba en un momento crucial de su vida, con importantes
decisiones por delante. La mirada de Raúl parecía atravesarla mientras
esperaba su respuesta. Sus pensamientos se agolpaban en su mente, y el
peso de la decisión que debía tomar la oprimía. El mundo a su alrededor
parecía detenerse, como si estuvieran solos en medio de un universo
suspendido en el tiempo.
Finalmente, Kelly tomó aliento y miró a Raúl con determinación. Su voz
era firme y clara cuando respondió:
–Sí, te quiero, Raúl.

Raúl la miró intensamente, como si estuviera buscando la sinceridad en sus


palabras. La lluvia fina seguía cayendo sobre ellos, pero en ese momento, el
mundo parecía más brillante y lleno de posibilidades.
–Entonces, ¿te casarás conmigo, Kelly? ¿Compartirás tu vida conmigo?
Kelly asintió con una sonrisa emocionada.
–Sí, Raúl, me casaré contigo. Quiero compartir mi vida contigo.
Los ojos de Raúl se iluminaron de alegría y alivio. Sin decir una palabra, la
tomó en sus brazos y la besó con pasión, sellando su promesa de amor y
unión. La llovizna continuaba cayendo sobre ellos, pero en ese momento, el
mundo exterior no importaba. Habían encontrado su camino de regreso el
uno al otro, dispuestos a enfrentar juntos cualquier desafío que el futuro les
deparara.
La confesión de Kelly resonó en el aire, y una mezcla de alivio y felicidad
se reflejó en el rostro de Raúl. No había esperado escuchar esas palabras, y
su corazón latía con fuerza de emoción. Habían superado obstáculos,
malentendidos y separaciones, pero finalmente habían encontrado su
camino de regreso el uno al otro.
Raúl acarició suavemente el rostro de Kelly con una mano, como si quisiera
asegurarse de que era real, de que ella estaba allí, frente a él.
–Kelly Collins, tú también fuiste como una enfermedad para mí, una que
nunca quise curar. Si esto es amor, entonces no quiero encontrar un
antídoto, porque quiero estar contigo en cada paso de este camino.
Sus ojos se encontraron, y el tiempo pareció detenerse mientras compartían
un momento de profunda conexión. Sabían que había desafíos por delante,
pero juntos estaban dispuestos a enfrentarlos.
–Entonces, ¿te casarás conmigo, Kelly? –preguntó Raúl con una sonrisa
tierna, sus ojos llenos de esperanza.
Kelly respondió con una sonrisa radiante y una mirada llena de amor.
–Sí, Raúl, me casaré contigo. Quiero compartir mi vida contigo.
El amor entre Kelly y Raúl floreció con intensidad en ese momento de
reconciliación y compromiso. Las lágrimas de emoción se mezclaron con
risas y besos, y su amor se fortaleció más que nunca. Habían superado las
barreras que habían interrumpido su relación en el pasado y estaban listos
para enfrentar el futuro juntos.
Kelly llegó a su clase de anatomía con el corazón lleno de alegría y gratitud
por haber tomado la decisión de darle una segunda oportunidad a su historia
de amor con Raúl. A pesar de todas las dificultades que enfrentarían, sabían
que su amor era lo suficientemente fuerte como para superar cualquier
obstáculo.
El destino había reunido a dos personas que se habían alejado una de la
otra, pero que finalmente habían encontrado su camino de regreso. Juntos,
Kelly y Raúl estaban listos para escribir el próximo capítulo de su historia
de amor.
Epílogo

La intimidad y el cariño entre Kelly y Raúl eran evidentes en su


conversación. Habían compartido momentos significativos y se habían
apoyado mutuamente a lo largo de los años. Sus palabras reflejaban un
amor profundo y duradero, y su complicidad era palpable en cada
interacción.
El tiempo había fortalecido su relación, y estaban agradecidos por los
momentos compartidos y las experiencias vividas juntos. Kelly y Raúl
habían encontrado la felicidad el uno en el otro, y su amor continuaba
floreciendo con el paso de los años.
Kelly y Raúl habían logrado encontrar un equilibrio en sus vidas,
combinando la carrera médica de Kelly con los negocios y la fundación de
Raúl. Su amor y apoyo mutuo les habían permitido superar obstáculos y
construir un futuro juntos.
La casa junto al mar y las vacaciones en lugares soleados eran refugios
donde podían relajarse y disfrutar de su tiempo juntos. La graduación de
Kelly con honores era un logro que ambos celebraban, reflejando el
esfuerzo y la dedicación que habían puesto en sus respectivas metas.
El amor y la complicidad entre Kelly y Raúl parecían más fuertes que
nunca, y estaban listos para enfrentar cualquier desafío que el futuro les
deparara. Habían encontrado su final feliz juntos, construyendo una vida
llena de éxitos y amor.
La boda de Kelly y Raúl había sido un momento especial y emotivo en sus
vidas. A pesar de las dudas iniciales de Kelly sobre el matrimonio,
finalmente habían decidido dar ese paso juntos. La ceremonia en la pequeña
capilla de Hampshire, rodeada de un hermoso paisaje, había sido el
escenario perfecto para su unión.
Kelly, con rosas blancas en el pelo y un vestido sencillo, había caminado
hacia el altar, donde Raúl la esperaba. El sonido de su vestido rozando los
adoquines había sido una melodía que marcaba el comienzo de una nueva
etapa en sus vidas.

El compromiso de Kelly por llevar el apellido de Raúl y convertirse en la


doctora Fernández reflejaba su amor y compromiso el uno al otro. Aunque
habían tenido sus diferencias y desafíos, habían superado todo para llegar a
este momento especial de su historia juntos.
La boda de Kelly y Raúl había sido un evento especial en sus vidas, pero
también había expuesto algunas de las dinámicas familiares y sociales que
rodeaban a la pareja. Bella, la hermana de Kelly, había mostrado un interés
inicial en los amigos ricos y famosos de Raúl, lo que había llevado a
algunas situaciones incómodas. A pesar de los celos iniciales, Kelly y Raúl
habían disfrutado del día y de la compañía de sus seres queridos.
La madre de Kelly, preocupada por la riqueza de Raúl en lugar de su logro
académico, continuaba mostrando sus prioridades. Sin embargo, Kelly
había decidido no perder el tiempo intentando cambiarla y se centraba en su
amor por Raúl.
Kelly había crecido y aprendido mucho en la universidad y en su relación
con Raúl. Su amor por él seguía creciendo y ahora anhelaba tener un hijo
con él, creyendo que su amor podría sanar las heridas emocionales de Raúl.
Su amor era fuerte y duradero, y estaban listos para enfrentar juntos lo que
les deparara el futuro.

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