Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Epílogo
Capítulo 1
Kelly se sentía cada vez más inquieta a medida que se aproximaba la hora
de la cena. Su boca estaba reseca y sus manos vibraban incontrolablemente.
Consideró seriamente la idea de descartar el plan y comunicarle a Raúl que
todo había sido un equívoco. ¿Estaba realmente preparada para entregar su
virginidad a un hombre como él, que había sido tan explícito desde el
comienzo? Reflexionó sobre sus comentarios acerca de su apariencia y su
vestimenta.
Se soltó el cabello. ¿Cuál sería su nuevo papel a partir de ahora? ¿Se
convertiría en su amante, o simplemente se estaba adentrando en una
situación que la desbordaba?
Después de darse un relajante baño, buscó algo adecuado para vestir esa
noche, pero incluso eso la hizo sentir más confundida. Se había convencido
de que la ropa elegante no era importante para ella, pero mientras revisaba
sus sobrias faldas y blusas, deseó fervientemente la intervención mágica de
alguien.
Hizo lo mejor que pudo. No tenía idea de cómo embellecerse para captar la
atención de un hombre. Había pasado años sin usar maquillaje y la única
joya que poseía era una diminuta perla colgada de una cadena de oro, un
obsequio de su abuela. Se la colocó alrededor del cuello con dedos
trémulos, pero al verse en el espejo supo que no podía continuar con
aquello.
Las palabras de su madre siempre habían sido certeras. «Por más que la
mona se vista de lujo, siempre será una mona», reflexionó Kelly.
Se preguntaba qué pensarían Raúl al verla con su rostro sin maquillaje, su
vestimenta económica y ese par de chanclas que no mostraban un cuidado
impecable en los pies. ¿Cómo iba a presentarse así en la terraza? Empezó a
pasear de un lado a otro, lo cual solo aumentaba su inseguridad. ¿Y si lo
llamaba y le decía que había reconsiderado? Quizás se molestaba, pero al
final comprendería. Tal vez hasta sentiría alivio.
Titubeante, se acercó a la cama. El teléfono reposaba en la mesita de noche.
¿Qué podría decirle?
De pronto, alguien tocó suavemente la puerta y un instante después, Raúl
apareció en la habitación. La examinó de pies a cabeza, su expresión teñida
de incertidumbre.
–¿Desde cuándo entras a los lugares sin avisar? –inquirió ella.
–Creí conveniente venir a buscarte. Pero a juzgar por tu expresión, tu
ausencia en la terraza parece significar algo más que tu acostumbrada
demora –comentó Raúl.
Kelly negó con la cabeza, sin intentar ocultar sus emociones, sin pretender
que no le importaba.
–Raúl, no puedo hacer esto.
Raúl se acercaba lentamente. Con cada paso que él daba, el corazón de
Kelly palpitaba con mayor intensidad. Aunque solo vestía unos simples
jeans y una camiseta de lino, su presencia era impresionante. Kelly se sentía
cada vez más diminuta, como si estuviera menguando. ¿Cómo había
acabado en esta situación? ¿Qué pensamientos había tenido sobre aquellas
mujeres que había visto en el aeropuerto? ¿Cómo había llegado a considerar
la idea de tener un encuentro íntimo con Raúl Fernández?
–¿Qué es lo que no puedes hacer? –preguntó él.
Ella mordisqueó su labio nerviosamente.
–No puedo continuar con esto –admitió.
–Regla número uno: expresar indecisión no es la forma ideal de acoger a un
potencial amante. Y tampoco ayuda quedarse paralizada con esa expresión
de miedo –dijo Raúl con firmeza.
–Raúl, estoy siendo seria –insistió Kelly.
–Calma y permíteme verte –sugirió él con suavidad.
Vestía una camiseta rosa que parecía recién adquirida y su falda de
mezclilla atenuaba sus caderas, pero aun así…
–No tengo nada particularmente especial para vestir. Tampoco esperaba esto
–confesó Kelly.
–Pero eso es justamente lo que te hace perfecta; tu naturalidad y tu falta de
pretensiones. Tu autenticidad es rejuvenecedora –dijo Raúl.
Kelly lo miró con incredulidad.
–Creía que no te agradaba mi estilo habitual –dijo ella. Raúl se encogió de
hombros.
–Y no es que me fascine. No sueles realzar tus atributos, pero hay un
encanto singular en tu simplicidad. Incluso el más escéptico no puede
resistirse a unos ojos claros y al brillo de una piel saludable. Además, por
fin resaltas uno de tus mayores atractivos –tomó una mecha del cabello de
Kelly y la dejó deslizar sobre sus hombros–. Tu melena es el sueño de
cualquier hombre, y en este momento, eres el mío.
–Raúl… –articuló Kelly, sin palabras.
La ansiedad había desaparecido y en su lugar surgían nuevas emociones. La
mirada intensa y oscura de Raúl era una clara señal de que también él
experimentaba esos sentimientos.
De manera repentina, llevó sus manos a las caderas de Kelly y la acercó
hacia él. El corazón de Kelly latía con creciente intensidad. El calor de su
presencia masculina la envolvía.
–Kelly, mi dulce e inesperada Kelly –murmuró él.
Ella permaneció callada, y una parte de él se sintió aliviada por su silencio.
Por primera vez, experimentaba una punzada de incertidumbre. Observó
cómo ella lo miraba con ojos llenos de asombro y labios ligeramente
entreabiertos. Era una mezcla de inocencia y maravilla. Al acercarse a ella,
se vio inundado por un deseo más tierno de lo que había anticipado, aunque
la conciencia lo seguía de cerca.
No podía lastimarla. No la lastimaría.
–Acércate –le indicó, sujetando su rostro con ambas manos. Con lentitud,
inclinó la cabeza y comenzó a besarla delicadamente.
Al principio fue un beso ligero, apenas un mero roce, pero entonces todo
cambió. Metió la lengua en su boca y comenzó a explorar su cuerpo
completamente vestido, despertándolo poco a poco. Incluso el sabor de su
pasta de dientes le resultaba agradable.
Era la transformación más instantánea y sorprendente que había visto en
toda su vida. De repente Kelly se había convertido en fuego. Le sujetó del
cuello con fuerza y comenzó a tirar de él. Le besaba con una pasión que le
tomaba por sorpresa una y otra vez. Raúl gruñó al sentir sus dedos en el
pelo. Ella le empujaba con la pelvis y su absoluta falta de artificio le hacía
sentir… Podía oír el rugido de su propia sangre al correr por las venas, pero
no sabía muy bien cómo le hacía sentir eso.
De pronto se sorprendió a sí mismo quitándole la camiseta con la misma
desesperación que un adolescente lleno de hormonas. Le desabrochó el
sujetador y se echó hacia atrás un instante para contemplar sus pechos. Eran
completamente blancos y sus pezones eran del color del capuchino. Ella
intentó taparse con las manos, pero él se lo
impidió.
–¿Qué haces?
–Sé que son demasiado grandes.
–¿Estás de broma? –Raúl sonrió–. Son perfectos. Tus pezones son del
tamaño perfecto para la boca de un hombre. ¿Quieres que te enseñe lo bien
que encajan en la mía?
Kelly se sonrojó y dejó que le quitara las manos de los pechos.
–Raúl –murmuró al sentir sus labios alrededor de uno de ellos.
Pero Raúl no dijo nada. Se había olvidado de su diálogo juguetón
completamente. En realidad, no podía hablar. Cada vez se excitaba más
mientras le chupaba los pezones y jugar con ellos hasta hacerla gemir de
placer era una exquisita tarea. La falda vaquera restringía sus movimientos,
así que se la bajó por las caderas hasta que cayó a sus pies. Y cuando por
fin metió la mano entre sus piernas, sintió la humedad en sus braguitas.
Frotándola con suavidad, la empujó hasta tumbarla en la cama y entonces se
apartó de ella un momento.
–Quédate ahí.
–¿Crees que estoy en condiciones de irme a alguna parte?
–Nunca dejas de sorprenderme, así que no pondría la mano en el fuego.
Kelly le observó mientras se quitaba la ropa con impaciencia. Se sacó un
preservativo del bolsillo y lo colocó sobre la mesita de noche, junto a su
teléfono móvil.
Esperaba sentir asombro al verle totalmente desnudo y listo para hacer el
amor, pero no fue eso lo que sintió. Más bien experimentó un gran alivio al
verle quitarse los bóxer para tumbarse a su lado. Podía sentir el roce del
vello de su pecho mientras la besaba.
Él deslizó las manos por sus caderas. Metió los dedos por dentro del
elástico de sus braguitas y se las bajó hasta las rodillas. Le besó los pechos
y después el vientre. La tocó en su rincón más íntimo hasta hacerla
retorcerse de placer y de deseo.
De repente, Kelly se sintió como si fuera otra persona, otra mujer, una
mujer de verdad. Las diferencias entre ellos ya no importaban. Comenzó a
explorar su cuerpo tal y como había querido hacer durante tanto tiempo.
Tocó esos huesos angulados, los músculos duros. Deslizó las yemas de los
dedos sobre la suave superficie de su piel y arrastró los labios a lo largo de
su mandíbula hasta encontrar el calor de su oreja.
–Por favor –susurró, apenas consciente de lo que le estaba pidiendo.
–Por favor, ¿qué? –murmuró él, deslizando los dedos hasta llegar a sus
labios más íntimos–. ¿Esto?
Kelly no dijo nada audible, pero sí se aferró a él de una forma que lo dejaba
todo claro. Él buscó el preservativo y abrió el paquete. El ruido del plástico
resultaba estruendoso en mitad de la quietud que los acompañaba. Tras un
momento de expectación, se colocó encima de ella.
Kelly no tardó en sentir la punta gruesa, presionando contra su sexo.
Levantó la vista y buscó sus ojos. Esa mirada era lo más íntimo que había
ocurrido entre ellos hasta el momento.
–Raúl –susurró ella.
–A lo mejor te… duele un poco –dijo él–. No lo sé. Haré todo lo que pueda
para que no sea así.
Un segundo después entró en ella, lenta y deliciosamente, hasta llenarla del
todo. Kelly no sintió dolor. Hubo un momento de incomodidad, pero no
duró más que una fracción de segundo. Y fue entonces cuando el placer
comenzó a inundarla, disipando todas las dudas y los pensamientos
negativos para reemplazarlos con placer y satisfacción.
Él comenzó a moverse dentro de ella. Le decía cosas bonitas y jugaba con
ella. Hacía que todo pareciera posible. Al principio Kelly pensó que esa
sensación efímera y escurridiza que empezaba a sentir en un remoto rincón
de su cuerpo no era más que el atisbo de un imposible, pero cuando volvió a
suceder se puso tensa. Temía perderlo por el camino. Era como cerrar los
ojos ante un arcoíris y no volver a abrirlos de nuevo.
–Relájate, querida –murmuró él, empujando de nuevo.
A lo mejor fue precisamente ese apelativo lo que la hizo creer que cualquier
cosa era posible. Estaba al borde de algo mágico, intentando alcanzar algo
que la eludía, algo que parecía estar fuera de su alcance, y entonces… de
repente… ocurrió.
Su cuerpo se contrajo y todos esos arcoíris que parpadeaban se volvieron
nítidos y brillantes. Raúl echó atrás la cabeza y gruñó con todo su ser y el
cuerpo de Kelly pareció romperse en un millón de partes hermosas.
Capítulo 8
–Bueno, todo cambió cuando mis padres fallecieron –prosiguió Raúl, con
una suave caricia en el cabello de Kelly–. Victorio y yo éramos
inseparables, pero después del accidente de mi padre, todo se volvió más
complicado. Mi madre y yo nos quedamos solos, y aunque Amabel y su
familia nos apoyaron, ya no era lo mismo. La pérdida creó una brecha, una
especie de vacío que ni el tiempo ni la cercanía de los demás podían llenar.
Kelly escuchaba atentamente, absorbiendo cada palabra.
–Después de la venta del rancho, perdí contacto con Victorio y su familia.
Me sumergí en mi propio mundo, en mis estudios, en mis negocios. Era más
fácil así, sin los recuerdos constantes de lo que había perdido.
–Debe haber sido muy duro para ti –dijo Kelly, su voz llena de comprensión
y empatía.
–Lo fue –admitió Raúl–. Y esa es la razón por la que evito apegarme
demasiado a las personas o a los lugares. No quiero volver a pasar por el
dolor de perder a alguien cercano. Por eso me mantengo a distancia, por eso
no pienso en formar una familia. Es una forma de protegerme.
Kelly asintió, entendiendo sus razones. Aunque sus experiencias de vida
eran diferentes, podía sentir la profundidad del dolor y la pérdida que Raúl
había experimentado, y cómo eso había moldeado su visión del mundo y de
las relaciones.
–Mi padre y Amabel estaban juntos, de una manera que no dejaba lugar a
dudas sobre la naturaleza de su relación –continuó Raúl, su voz temblaba
ligeramente al recordar–. Fue un shock, verlos así. Era como si toda mi
infancia, todas esas memorias felices con Victorio y nuestras familias, se
desvanecieran en un instante.
Kelly se mantuvo en silencio, ofreciéndole un espacio seguro para
continuar.
–Después de ese día, mi relación con mi padre nunca fue la misma. Sentí
una traición profunda, no solo hacia mi madre, sino hacia todo lo que había
creído sobre nuestra familia. Eso cambió mi perspectiva sobre muchas
cosas, sobre la lealtad, el amor, la confianza. Me volví más cauteloso, más
reservado en mis relaciones personales.
–Eso explica muchas cosas –dijo Kelly suavemente, tratando de ofrecer
algo de consuelo.
–Sí –asintió Raúl–. Desde entonces, siempre he tenido cuidado en no
involucrarme emocionalmente de manera profunda. Me protege de la
posibilidad de sentir ese tipo de dolor otra vez. Y aunque he tenido
relaciones, siempre he mantenido una distancia, un límite que no permito
cruzar.
Raúl se quedó mirando al techo, perdido en sus pensamientos. Kelly, a su
lado, reflexionaba sobre la historia que había compartido. A pesar de la
fortuna y el éxito de Raúl, su vida había estado marcada por momentos de
intensa vulnerabilidad y dolor. La comprensión de esto le daba a Kelly una
perspectiva más profunda sobre el hombre que tenía a su lado.
Kelly escuchaba, cada palabra de Raúl resonando con profundo dolor y
pesar. –Eso es… terrible –dijo Kelly, su voz apenas un susurro. La
magnitud de la traición y el sufrimiento que Raúl había experimentado era
abrumadora.
–Sí –dijo Raúl, con un suspiro pesado–. Esa experiencia me enseñó lo
frágiles que pueden ser las relaciones y lo destructivas que pueden ser las
traiciones. Vi de primera mano cómo las acciones de dos personas podían
desmoronar vidas enteras. Me prometí a mí mismo que nunca permitiría
que algo así me sucediera. Que nunca me volvería tan vulnerable.
Hubo un silencio entre ellos, lleno de una comprensión no expresada.
–Esa es la razón por la que soy como soy. No es solo una cuestión de no
querer hijos o una familia. Es que he visto lo peor que pueden hacer las
personas que se supone que deben amarte y protegerte. Y decidí que no me
expondría a ese riesgo.
Kelly asintió, comprendiendo ahora las capas de protección que Raúl había
construido alrededor de sí mismo. Su deseo de mantenerse emocionalmente
distante tenía raíces profundas, enraizadas en el dolor y la pérdida. Mientras
lo miraba, sentía una mezcla de compasión y respeto por la fortaleza que
había mostrado al superar tales adversidades.
–Oh, Raúl. Lamento mucho oír eso. Él negó con la cabeza y luchó por
controlar el torrente de emociones oscuras que había reprimido durante
tanto tiempo. Pero, por una vez, ese torrente seguía azotándolo, y quizás era
mejor así en esta ocasión. Jamás había compartido esto con nadie, y si se lo
estaba revelando a alguien a quien le era irrelevante, entonces quizá era el
momento de liberar esas oscuras ataduras con las que se había encadenado a
sí mismo durante tanto tiempo. –¿Quieres conocer el final de la historia? –
preguntó con amargura–. No es precisamente un relato para dormir. –Quiero
escucharlo.
–El esposo de la amante de mi padre también se sintió avergonzado. Se
había convertido en el motivo de burlas de todos, pero eligió una salida
distinta al aislamiento voluntario de mi madre. Optó por el único sendero
que consideró digno en tal circunstancia. Se colocó una pistola en la cabeza
y acabó con su vida. Fue Victorio quien lo encontró.
Kelly inhaló profundamente. –Oh, Raúl. Él dirigió su mirada hacia el techo.
–Bueno, ahí tienes mi historia. ¿Comprendes ahora por qué no creo en los
cuentos de hadas ni en la vida en familia? Se produjo un silencio. Kelly
parecía meditar sus palabras, buscando cómo responder. Pero algunas
situaciones carecen de palabras perfectas. Raúl lo sabía muy bien. –En
realidad, no –respondió Kelly con cautela–. Quiero decir, lo que sucedió fue
espantoso, pero al final, nada de eso te involucraba directamente, ¿verdad?
Nada fue tu responsabilidad. Que tu familia hiciera esas cosas no significa
que tú vayas a repetirlas. La infidelidad y la traición no son heredadas,
¿sabes? Él se giró para enfrentarla y sus miradas se encontraron. Vio
empatía en los ojos de Kelly y apreciaba su bondad. Kelly era inteligente, lo
suficientemente inteligente como para entender que había más en su
historia. –Pero he pasado mi vida en las pistas de carreras, y he observado
lo que esto les hace a los hombres, especialmente a los campeones. –¿A qué
te refieres? Él se encogió de hombros con resignación.
La llevaron a una mesa con vista al mar, donde el sonido de las olas
proporcionaba una melodía tranquila. Mientras Kelly reflexionaba sobre la
sombría perspectiva de Raúl hacia las relaciones y la fidelidad, se dio
cuenta de que su experiencia como piloto había reforzado sus creencias.
Consideraba que los hombres eran inherentemente incapaces de mantenerse
fieles, una visión amarga y contundente, especialmente viniendo de alguien
con quien acababa de compartir una conexión íntima. El mensaje era claro,
aunque doloroso para alguien con la inocencia y esperanza de Kelly.
Disfrutaron de ensaladas de mariscos acompañadas de zumos de lima y
coco. Raúl comía con un apetito voraz, como si hubiera estado días sin
comer. Al terminar, notó que Kelly apenas había tocado su comida. Dejó su
tenedor y la miró directamente a los ojos.
–¿No te gusta la langosta? –preguntó con curiosidad.
Kelly atravesó un trozo de langosta rosada con su tenedor y esbozó una
sonrisa forzada.
–La langosta está exquisita –respondió, tratando de disimular su falta de
apetito y el torbellino de emociones que le causaban sus pensamientos.
–Pero te quedan perfectas –dijo Raúl con una sonrisa, mirándola con una
mezcla de admiración y deseo–. No necesitas vestirte como una modelo de
pasarela para destacar. Tienes algo que ninguna de ellas posee.
Kelly se sonrojó ligeramente ante el cumplido.
–Gracias, pero no estoy segura de eso –respondió con una modestia
genuina.
–Estoy seguro –afirmó Raúl con convicción–. Eres auténtica, Kelly. Y eso
es algo que no se puede fingir o comprar. No importa lo que lleves puesto,
lo que te hace especial es tu esencia, no tu apariencia.
Kelly se sintió reconfortada por sus palabras. A pesar de las complejidades
y contradicciones en la vida de Raúl, había momentos como este en los que
su sinceridad y percepción la sorprendían agradablemente.
–Gracias, Raúl. Eso significa mucho para mí –dijo, con una sonrisa más
relajada ahora.
Raúl le devolvió la sonrisa y, por un momento, el entorno del restaurante de
lujo, las olas rompiendo en la playa, y las miradas de los demás comensales
parecían desvanecerse, dejándolos en un mundo propio, compartiendo una
conexión que iba más allá de las palabras.
Kelly sintió la honestidad brusca de las palabras de Raúl. La brisa marina
agitaba la sombrilla blanca sobre ellos, creando un ambiente que
contrastaba con la tensión de la conversación.
–Sí, te pregunté, pero no esperaba una respuesta tan directa –replicó Kelly,
su tono mezclaba sorpresa con un toque de defensa.
–No soy de los que andan con rodeos, Kelly. Si te ofendí, no era mi
intención. Solo trato de ser sincero contigo, como siempre –Raúl su tono
era serio, pero sus ojos mostraban un atisbo de preocupación.
Kelly asimiló sus palabras, reconociendo la intención constructiva detrás de
su franqueza.
–Entiendo –dijo finalmente–. Aprecio tu sinceridad, Raúl. Tal vez tengas
razón. Quizás es hora de experimentar un poco, no solo con la ropa, sino en
general. Gracias por hacérmelo ver.
Raúl asintió, aliviado de que su franqueza no hubiera dañado su relación.
–Solo quiero que te sientas cómoda siendo tú misma, Kelly. Eres increíble
tal y como eres, y si hay algo que quieres cambiar, debe ser porque tú lo
deseas, no por nadie más.
La conversación les había llevado a un entendimiento más profundo, y
mientras continuaban su comida, el ambiente entre ellos se suavizó,
regresando a una cómoda familiaridad.
–No tienes que sentirte intimidada –dijo Raúl, percibiendo el cambio en el
ánimo de Kelly–. Estás aquí conmigo, y eso es todo lo que importa.
Además, puede que descubras algo que te encante.
Kelly dudó un momento antes de asentir y seguir a Raúl hacia la tienda. Las
dependientas, con su aire de sofisticación y elegancia, la miraron
curiosamente cuando entraron. Raúl, con su habitual confianza, comenzó a
señalar piezas de ropa que pensaba que le quedarían bien a Kelly.
–Prueba esto –dijo, pasándole un vestido de color vibrante–. Te sorprenderá
cómo te sientes al ponértelo.
Kelly tomó el vestido, todavía un poco reacia, pero intrigada por la
propuesta de Raúl. En el probador, al mirarse en el espejo con el vestido
puesto, no pudo evitar sentirse diferente. La tela caía suavemente sobre su
cuerpo, y el color realzaba su tez de una manera que nunca había
considerado.
–¿Cómo me veo? –preguntó Kelly, saliendo del probador.
Raúl se volvió hacia ella, y su expresión lo decía todo. Sus ojos brillaron
con admiración y un destello de algo más, algo que le hizo a Kelly sentirse
repentinamente poderosa y hermosa.
–Increíble –dijo simplemente Raúl.
En ese momento, Kelly se dio cuenta de que este cambio era más que
superficial. No se trataba solo de la ropa, sino de cómo se sentía por dentro.
Raúl no solo le había mostrado una nueva forma de vestir; le había abierto
los ojos a una nueva forma de verse a sí misma. Y aunque todavía no estaba
segura de adónde llevaría todo esto, en ese instante, se permitió disfrutar del
momento, del sol de Cannes y de la nueva versión de sí misma que estaba
emergiendo.
Kelly tragó saliva, intentando controlar su nerviosismo. La situación era
nueva para ella, un desafío a sus inseguridades y una incursión en un
mundo que le parecía ajeno. Observó a Raúl desde su escondite detrás de la
cortina del probador. Él, con una tranquilidad que denotaba familiaridad
con el entorno, disfrutaba de su café, completamente ajeno a las
turbulencias internas de Kelly.
En un impulso de valentía, Kelly decidió enfrentar sus miedos. Salió del
probador con el primer conjunto que le habían dado, un vestido rojo
escarlata que abrazaba su cuerpo de manera que nunca había
experimentado. El espejo le devolvió la imagen de una mujer diferente,
vibrante y llena de vida. La tela del vestido realzaba sus características, y
por un momento, se permitió sentirse hermosa y confiada.
Raúl levantó la vista y su expresión cambió instantáneamente. Sus ojos
recorrieron a Kelly de arriba abajo, y ella pudo ver en ellos un destello de
aprobación y algo más profundo, quizás de admiración.
–Te ves espectacular –dijo Raúl, levantándose y acercándose a ella para
examinar el vestido más de cerca.
Kelly sonrió tímidamente. Las palabras de Raúl, aunque simples, tenían un
poder extraordinario sobre ella en ese momento. Se sentía vista, apreciada,
incluso deseada.
–Gracias –respondió, aún con una sensación de incredulidad.
Mientras probaba otras prendas, cada una revelando un aspecto diferente de
su personalidad que nunca había explorado, Kelly comenzó a relajarse. Se
dio cuenta de que este acto de probarse ropa nueva era más que una simple
actividad de compras; era un viaje de autodescubrimiento, un desafío a sus
propios límites y una oportunidad para redescubrirse.
Al final de la sesión, con varias bolsas en mano, Kelly salió de la tienda
sintiéndose renovada, no solo en su apariencia sino en su actitud hacia sí
misma y hacia la vida. Raúl, a su lado, parecía complacido, no solo por
haberla ayudado a ver su propia belleza, sino también por haber sido testigo
de su transformación.
Raúl, con una sonrisa en su rostro, miró a Kelly, cuyo reflejo en el espejo
mostraba una transformación notable. Había algo en el modo en que el
vestido amarillo de lunares y el sombrero de paja realzaban su belleza
natural, haciéndola brillar de una manera especial.
–No he comprado nada que no merezcas –respondió Raúl con suavidad–. Y
cada pieza refleja una parte de ti que quizás no habías descubierto aún.
Caminaron fuera de la tienda, con Kelly aun vistiendo el vestido amarillo
que la hacía resplandecer bajo el sol de la tarde. Sus pasos tenían un nuevo
aire de confianza, una elegancia recién encontrada que no había sentido
antes.
–No sé cómo agradecerte –dijo Kelly, mirando las bolsas llenas de ropa y
accesorios.
–No necesitas agradecerme –dijo Raúl, guiándola hacia el coche–. Solo ver
cómo te has transformado, cómo has empezado a ver en ti lo que yo veo, es
más que suficiente.
Kelly se sentía abrumada, no solo por los regalos, sino por la experiencia en
su conjunto. Había empezado el día sintiéndose insegura y poco segura de
sí misma, pero ahora, gracias a Raúl y a sus propios esfuerzos, veía un
mundo de posibilidades y belleza que nunca había considerado. Mientras se
dirigían de vuelta, sabía que este día sería un punto de inflexión en su vida,
un recuerdo precioso de auto-descubrimiento y cambio.
La intensidad del momento entre Kelly y Raúl era palpable. En la
habitación de Raúl, el ambiente se llenó de una tensión emocionante y
cargada de expectativas. Kelly se encontraba en un territorio desconocido,
tanto literal como figurativamente, pero había algo en la forma en que Raúl
la trataba que le hacía sentirse segura y valorada.
Raúl, con una mezcla de ternura y pasión, observó a Kelly. Sus ojos
recorrieron la lencería que él había elegido para ella, una elección que
realzaba su belleza de una manera que Kelly nunca había experimentado
antes.
–Te ves increíble –dijo él en voz baja, su tono cargado de admiración.
Kelly, aunque se sentía expuesta y vulnerable, también se sentía
empoderada por la mirada de Raúl. Era una sensación nueva para ella, una
mezcla de nerviosismo y excitación.
–Gracias, Raúl –respondió ella, su voz apenas un susurro.
Raúl se acercó a ella, cerrando la distancia que los separaba. Había una
promesa en su mirada, una promesa de intimidad y descubrimiento. Kelly, a
pesar de las advertencias de su mente, se dejó llevar por el momento, por la
conexión que sentía con Raúl y por la emoción de explorar algo nuevo y
desconocido.
En la habitación, con la puerta cerrada y el mundo exterior olvidado, Kelly
y Raúl compartieron momentos de cercanía y pasión, uniendo sus vidas de
una manera que ninguno de los dos había anticipado. Era un paso hacia algo
desconocido, pero en ese instante, ninguno de los dos parecía preocuparse
por el futuro. Lo único que importaba era el presente, el ahora, y la
conexión intensa que compartían.
–Ideal –le expresó, observándola de la cabeza a los pies.
–No soy ideal –respondió ella–. Mu… muchas gracias. –Mejor de este
modo –pronunció Raúl, asintiendo con su cabeza mientras rozaba su
pecho–. Porque en este instante eres absolutamente ideal para mí. La movió
hasta hacerla recostarse sobre la suave alfombra y le retiró el negligé para
situarse entre sus muslos. Kelly se tensó al sentir el calor de su boca en la
zona más secreta de su ser. Empezó a acariciar su cabello, jalándolo
delicadamente hasta hacer que él alzara la mirada.
–¿Raúl? –Solo necesitas relajarte. No te haré daño. Kelly cerró sus ojos,
pero su mente se despejó cuando él empezó a acariciarla con su lengua de
nuevo. Se agarró a él y se sumergió en las palabras que le murmuraba en
español. No mucho después, emitió un gemido de placer al experimentar un
intenso clímax que la dejó temblorosa y desconcertada. ¿Cómo iba a vivir el
resto de su vida sin volver a experimentar ese tipo de éxtasis? ¿Cómo seguir
viviendo sin él?
Raúl le plantó un beso en los labios en ese momento. Ella podía degustar el
sabor del sexo en su boca. –Desabrocha mi cremallera –le solicitó él. Ella
tragó saliva con esfuerzo. –¿Me vas a seducir aún más? –Eso intentaré."
Le instruyó en el arte de dar placer oral. Le enseñó a disfrutar de sí misma,
bajo su atenta mirada. La llevó a Mónaco, Antibes y Saint-Paul-de-Vence,
donde comieron en un renombrado restaurante adornado con obras de
Picasso y Miró. Degustaron un surtido de mariscos y brindaron con
champán en un pequeño establecimiento llamado Plan-du-Va, oculto entre
las montañas.
De regreso en la villa, la desvestía por completo con manos ávidas y la
amaba con pasión, con urgencia. Y cuando ella emitía gemidos de placer,
acariciaba su piel y susurraba palabras hermosas; le afirmaba que su cuerpo
era la esencia misma de la feminidad. Al terminar esa semana, Kelly se
sentía en el séptimo cielo. Sus sentidos estaban tan colmados de felicidad
que apenas lograba alimentarse o descansar.
Y su mente solo albergaba pensamientos de Raúl Fernández. Era como si se
hubiera fusionado con su ser, como un narcótico potente. De pronto,
empezó a comprender la esencia de la dependencia. Era sencillo aferrarse a
una emoción; una emoción que no era más que amor.
«Pero esto no es real», se repetía Kelly una y otra vez. No era más que un
cuento de hadas pasajero que, tarde o temprano, terminaría. Los
sentimientos que experimentaba no eran genuinos, y la situación tampoco lo
era. Había caído bajo el hechizo de su destreza como amante y le había sido
demasiado fácil olvidar que también era su empleada, pero lo era. En
esencia, nada había cambiado y no podía evitar preguntarse qué ocurriría
una vez que dejaran Cannes.
—Has permanecido muy silenciosa —le comentó él una tarde mientras
disfrutaban del sol cerca de la alberca. Kelly trataba de concentrarse en una
lectura, pero le resultaba inútil.
—Es que me invade un poco el cansancio. —No rodees el tema.
Acordamos ser francos el uno con el otro. Kelly posó el libro sobre su
abdomen y lo observó directamente. La ansiedad que se acumulaba en su
interior la llevó a reconocer que no podía continuar de esa manera.
No podía seguir ocultándose y pretendiendo que el futuro no estaba cerca.
No podía seguir negando sus sentimientos hacia él, porque no era verdad.
—He estado reflexionando.
—¿Acerca de qué? —Pues, sobre varias cosas. He estado pensando en lo
que sucederá cuando regresemos a Inglaterra. Raúl ajustó el sombrero que
portaba para proteger sus ojos del sol. Reflexionó sobre su cuestión y cómo
responder. Lo que ella acababa de expresar era la misma preocupación que
lo había ocupado durante días.
Además, era consciente de que no podía aplazar más los compromisos que
tenía en otros lugares. Debía asistir a una consulta médica en Londres, tenía
una serie de eventos y reuniones en Dublín y Buenos Aires, y, como si fuera
poco, una visita pendiente a Uruguay. Pero lo verdaderamente crucial no era
su agenda ocupada, sino cómo iba a manejar la situación que él mismo
había provocado
Exhaló un suspiro. Kelly le atraía. Le atraía intensamente, pero cuanto más
extendiera su romance, más la lastimaría, ya que eso era lo que él causaba
en las mujeres.
—No creo que eso sea un inconveniente.
—Quizás no. Pero aun así debemos enfrentar la realidad, ¿verdad, Raúl? No
tiene sentido ignorar lo que ha ocurrido, ¿cierto? Raúl frunció el ceño. ¿Qué
pensaba ella que había ocurrido? Habían compartido momentos íntimos.
Ella lo deseaba y él se lo había concedido.
La había emancipado. Ese había sido el acuerdo. La observó. Notó su nuevo
bikini naranja que se ajustaba perfectamente a su voluptuosa figura. Había
soltado su cabello, como a él le encantaba, y su piel lucía un bronceado
sutil. Él le había hecho un favor y le haría otro mayor al dejarla ir.
—Creo que eso no será un inconveniente —respondió con distancia—. De
hecho, planeo partir en cuanto lleguemos a Inglaterra. Tengo varios
proyectos que me ocuparán todo el invierno. Probablemente no nos veamos
hasta la primavera.
—Oh. Oh, claro. No lograba ocultar su sorpresa y desilusión. Raúl podía
ver que ella hacía un gran esfuerzo por sonreír, pero sabía lo suficiente
sobre las mujeres para darse cuenta de que detrás de esas gafas oscuras se
ocultaban ojos a punto de derramar lágrimas. Él tenía la habilidad de hacer
llorar a las mujeres. Era uno de sus talentos más destacados. Las dejaba
ansiando algo que no podía ofrecerles.
—Y pronto empezarás en la escuela de Medicina, ¿verdad? Te convertirás
en médico, en el más destacado del mundo. Kelly estuvo a punto de
confesarle que aún faltaba un año entero antes de que pudiera costear las
cuotas de la universidad, pero entonces captó el verdadero significado
detrás de sus palabras.
Las cuestiones prácticas se disiparon de su mente en ese momento.
Comprendió lo que estaba sucediendo y de repente se sintió mareada. Raúl
estaba poniendo fin a todo, con la misma indiferencia con que antes le había
despojado de su ropa para amarla. Estaba aplicando el corte del bisturí con
esa exactitud y frialdad que lo caracterizaban.
Planeaba irse. Recorrería el mundo y, al regresar, actuarían como si nada
hubiera ocurrido. Porque en realidad nada había ocurrido. Solo habían
compartido intimidad. E
so era todo. Nunca evolucionaría más allá de eso. Era un delirio creer que
alguien podría enamorarse por haber compartido la pasión. Era un delirio,
pero ella había cometido ese error. Kelly cerró lentamente el libro que leía.
—Eso es —dijo, rogando que su rostro no la traicionara—. Eso llegaré a
ser. El médico más sobresaliente del mundo. Él la observó.
—¿Y cuál era la otra cosa?
—¿La otra? —Mencionaste que querías discutir dos temas conmigo.
Kelly titubeó y luego lo recordó. Hacía solo unos minutos, cuando todavía
mantenía una chispa de esperanza en su corazón, había estado a punto de
compartir algo que pensaba que él necesitaba escuchar, pero, por fortuna, la
conversación tomó otro rumbo. Eso la había salvado de cometer un grave
error.
De pronto, escuchó el sonido de un motor de coche acercándose. Un
portazo y el eco de tacones resonando cada vez más cerca irrumpieron en el
ambiente. Sin embargo, esa interrupción fue fugaz.
La frialdad y el dolor opacaban todo lo demás. No había camino de regreso,
ni podían avanzar. Lo que había sucedido entre Raúl y ella había concluido.
Todo había terminado.
Ella lo miró a los ojos.
—Ya no es relevante —dijo ella. Francesca acababa de abrir la puerta
principal y caminaba hacia ellos, seguida de alguien con cabello rubio largo
y una minifalda de mezclilla, una figura que le resultaba ligeramente
familiar, pero que no debería haber estado ahí. Kelly parpadeó.
Era muy inusual. Era como ver un autobús de dos pisos en medio de un
desierto. Reconocía ambas cosas, pero una de ellas no pertenecía a ese
lugar. El semblante de Francesca no mostraba emoción alguna.
—Tu hermana ha llegado.
—¿Mi hermana? —preguntó Kelly, desconcertada. En ese instante, la rubia
de la minifalda apareció.
Capítulo 10
Kelly trató de esbozar una sonrisa, aunque sus labios parecían congelados
en una mueca. El alcohol comenzaba a sumir sus pensamientos en una
nebulosa, haciéndola sentir distante y como si estuviera observando desde
fuera. Bella echó un vistazo al reloj de manera disimulada.
–¿Qué planes tienen para esta noche? ¿Quizás estén disponibles para cenar?
–Lo siento –Raúl le dirigió una sonrisa rápida–. Kelly y yo tenemos un
compromiso que no podemos cancelar –respondió sin titubear.
Kelly parpadeó. ¿A qué compromiso se refería?
–Pero nos veremos en otro momento. Solo tienes que avisarnos con
antelación –añadió, tomando su teléfono móvil–. Y en cuanto a ti, puedo
pedirle a mi conductor que te lleve de regreso.
El gesto adusto de Bella no pasó desapercibido para Kelly, aunque a Raúl
parecía no afectarle demasiado.
Kelly se cubrió con su pareo para acompañar a Bella hasta la puerta. Un
escalofrío de temor recorrió su cuerpo mientras esperaba la inevitable
reprimenda de su hermana.
–¿Te das cuenta de que podrías convertirte en el hazmerreír de tu vida? –le
advirtió Bella una vez que estuvieron junto a la puerta.
–No entiendo a qué te refieres.
–¡Oh, por favor! Tu expresión lo dice todo, y recuerda que soy tu hermana.
Te conozco mejor que nadie. Es obvio que tienes una conexión especial con
él y que no puedes evitar mirarlo. No te culpo, es simplemente cautivador.
Lo único que me sorprende es que él haya elegido a alguien como tú. No
quiero herir tus sentimientos, Kelly, pero es importante que afrontes la
realidad. Estás caminando hacia un precipicio si no te controlas un poco,
porque sus intenciones son muy claras.
–¿Y cuáles son sus intenciones? –preguntó Kelly, sintiéndose en ese
momento como si estuviera hecha de madera.
–Él está actuando como un protector, como un mentor –dijo Bella–. Ha
transformado a la aparentemente reservada ama de llaves en una mujer que
disfruta tomando el sol junto a la piscina, aunque apenas quepa en su bikini.
Pero para él, esto es solo un juego. ¿No lo ves? Lleva mucho tiempo
aburrido y físicamente limitado, y está haciendo todo esto para distraerse.
Te descartará con la misma facilidad con la que se interesó por ti. ¿Y
entonces, qué harás?
Podría haber respondido de muchas maneras a su hermana, pero Kelly
eligió la respuesta que se esperaba de ella.
–Gracias por tu consejo. Lo tendré en cuenta. Quizás podamos encontrarnos
cuando vuelvas a Inglaterra.
Bella la miró con una expresión que parecía esperar algo más. Al ver que su
hermana permanecía en silencio, Bella continuó:
–Y espero que para entonces hayas reconsiderado las cosas.
–Yo también lo espero.
Bella sacudió la cabeza y su melena rubia ondeó en el aire.
–Eres un verdadero enigma, Kelly Collins.
Kelly la observó alejarse. Bella cruzó el frente de la mansión y se subió al
coche que la esperaba en la puerta.
¿Qué debía hacer a partir de ese momento? Kelly dio media vuelta y
caminó hacia la casa sin mucho entusiasmo. Había dejado su copa de
champán a medio beber junto a la piscina y aún tenía pendiente una
conversación que era inevitable. No podía evadir la verdad por mucho más
tiempo.
Raúl había estado nadando mientras Kelly estuvo ausente. Su cabello estaba
empapado y su cuerpo estaba cubierto de pequeñas gotas de agua. Se
desplazó a lo largo del borde de la piscina y se estiró un poco.
Kelly experimentó una sensación que hasta ese momento le era
desconocida. Era como si de repente hubiera aclarado su visión, como si
hubiera emergido de la niebla de la lujuria y el amor que la había envuelto
durante tanto tiempo, nublando su juicio. Lo vio tal como Bella debió
haberlo visto: famoso, magnífico, adinerado. Era uno de los solteros más
codiciados y había tenido romances con las mujeres más hermosas. ¿Cómo
se le había ocurrido que podría ocupar un lugar tan destacado durante
mucho tiempo? ¿Cómo podría lograr que alguien como él la quisiera?
Él alzó la vista y sus miradas se encontraron.
–Bella se ha ido –dijo Kelly sin más preámbulos.
–Sí –hubo una pausa–. No se parece en nada a ti, ¿verdad?
–No, no mucho –Kelly forzó una sonrisa–. ¿Te pareció atractiva?
–¿Si me pareció atractiva? ¿Por qué me preguntas eso?
–La mayoría de los hombres la encuentran muy atractiva.
–¿Oh, en serio? –su tono de voz sonaba misterioso–. ¿Qué ocurre, Kelly?
¿Crees que ella quería acostarse conmigo? ¿O piensas que tenía fantasías de
tenernos a las dos en la cama al mismo tiempo?
Kelly sintió como si una fina capa de hielo hubiera cubierto su piel.
–¿De veras?
Raúl apretó sus puños.
–No, no es cierto. ¿Qué tipo de hombre crees que soy?
–Sé qué tipo de hombre eres, ¿recuerdas?
–Aunque mi pasado pudo haber sido turbulento, te he tratado con respeto
desde que nos involucramos. He estado a tu lado todo el tiempo y he sido lo
más considerado posible. Pero parece que estabas ansiosa por echarme en
cara algo insinuando que tenía deseos inapropiados hacia tu hermana.
–Yo no...
–¡Sí lo hiciste! –se acercó rápidamente a ella, su rostro mostraba una
expresión de furia–. Puede que mi historial en el pasado justifique que
tengas una opinión tan negativa de mí. Sé que no he sido un santo, pero
tengo mis límites.
–Lo siento.
–Incluso si pensaras tan mal de mí, ¿de verdad piensas tan mal de ti misma?
¿No has aprendido nada, Kelly? ¿No has comprendido que el sexo no es un
pecado y que puedes ser tan hermosa y segura de ti misma como te
propongas? –sacudió la cabeza–. Pero sigues siendo esa mujer asustada en
el fondo, ¿verdad? Siempre estás dispuesta a imaginar lo peor de ti. ¿Por
qué te haces eso? ¿Extrañas ese disfraz invisible que has llevado durante
tanto tiempo? ¿Te aterra tanto enfrentar el mundo real que buscas cualquier
motivo para huir de él de nuevo?
Ella negó con la cabeza repetidamente, sintiendo sus acusaciones como si
fueran golpes de granizo.
–Tal vez tengas razón –le dijo, apartándose el cabello de la cara–. Pero si
tengo dificultades para encajar en la normalidad, quizás sea porque nada de
esto es normal. Me siento como alguien que saltó al lado equivocado de la
piscina. Este no es mi lugar y no encajo aquí. De hecho, no encajo en
ningún lugar.
–Entonces busca un lugar donde encajar –le dijo él en un tono serio y
reflexivo–. Eres una mujer inteligente. No me digas que estás pensando en
ir a la universidad para estudiar Medicina a los veintitrés años y luego
volver a convertirte en esa flor marchita. Eres capaz de muchas cosas,
Kelly, de cualquier cosa, si tienes el coraje de alcanzar y tomar lo que
deseas.
Kelly intentó hablar, pero sus palabras quedaron atrapadas en su garganta.
–Raúl...
–¿Realmente crees que repetiría una traición así después de todo lo que
compartí contigo acerca de mi pasado?
Si tienes alguna otra solicitud o necesitas continuar la historia, por favor
házmelo saber.
Kelly respiró profundamente, temiendo que las lágrimas pudieran escapar
sin control en el momento menos oportuno.
–Eres muy hábil dando consejos, ¿verdad, Raúl? Pero me pregunto qué tan
bueno eres poniéndolos en práctica.
Él soltó una risa amarga.
–¿Estamos a punto de iniciar un enfrentamiento?
–No, en realidad se trata de restaurar el equilibrio, no de anotarse puntos.
¿Te preguntas por qué saqué conclusiones precipitadas sobre mi hermana?
Bueno, ¿por qué no habría de pensar eso cuando tú, con gran énfasis, me
dijiste que no creías en la fidelidad masculina?
–Ahora estás tergiversando mis palabras.
–¿En serio? ¿No crees que más bien las estoy interpretando a mi manera? –
mantuvo su mirada fija en la suya–. Porque no creo que realmente creas
eso. Creo que es solo una excusa para mantener la distancia con los
compromisos.
–¿Una excusa?
–Sí –Kelly susurró–. Creo que lo que pasó con tus padres te lastimó
profundamente. Creo que te sentiste traicionado por la amiga de tu madre,
por tu padre y tal vez incluso por tu madre, por permitir que muriera de esa
manera. Creo que el dolor fue insoportable, y juraste que nunca dejarías que
nadie se acercara tanto. Y eso hiciste, viviste la vida que se esperaba de ti,
con todas esas casas y mujeres. Pero nunca fue suficiente, ¿verdad? Nunca
pudieron llenar el vacío que había dentro de ti. Al final del día, seguías solo.
Y seguirás así si sigues así.
–¡Basta! –gritó Raúl. De repente, tenía la urgencia de desahogarse, de
romper algo. Deseaba golpear la estatua de mármol al otro lado de la terraza
y verla despedazarse en mil fragmentos–. Puede que estés pensando en
estudiar Psicología, ¡pero te equivocas de cabo a rabo! ¿Es esto lo que
esperas, Kelly? ¿Quieres que te esté agradecido por este despiadado análisis
de mi personalidad? ¿Piensas que admiro tanto tu claridad que de alguna
manera veré la luz? Y, ¿qué imaginas que sucederá después? Cuéntame la
historia completa para que pueda verla con mis propios ojos. ¿Es este el
momento en que me arrodillo y te propongo matrimonio?
Kelly lo miró durante unos instantes, atónita. Sus palabras cortantes eran
como un filo que la hería profundamente.
Sacudió la cabeza.
–Puede que haya sido un poco ingenua, pero no soy tonta. Y si alguna vez
me casara con alguien, no sería con un hombre que ni siquiera tiene el valor
de enfrentar su propia verdad.
Raúl frunció el ceño y la miró intensamente.
–¿Me estás acusando de falta de valentía? Kelly negó con la cabeza.
–No me refiero al tipo de coraje que te impulsó a pisar el acelerador y
atravesar un espacio tan estrecho que nadie más había visto. Hablo del
coraje emocional necesario para enfrentar tus propios demonios y
superarlos de una vez por todas, como yo lo hice. Lamento lo que dije sobre
Bella. Fue solo un vestigio de mi pasado. No tenía derecho a acusarte de
eso y debería haber sido lo suficientemente fuerte para abordarlo.
Kelly sabía por qué había evitado responder las preguntas de Bella. No
pudo defenderse porque no tenía fe en la fuerza de lo que compartía con
Raúl. No quería que su hermana viera ni alegría ni tristeza en su rostro
cuando todo llegara a su fin, y su instinto la había guiado correctamente.
–De todos modos, al menos esto nos ha llevado al desenlace que ambos
sabíamos que era inevitable, aunque no haya sido tan amistoso como
hubiéramos deseado. Ambos sabemos que no puedo seguir siendo tu ama
de llaves.
Hubo una larga pausa antes de que Raúl hablara de nuevo.
–No, supongo que no –desvió la mirada–. ¿Qué planeas hacer entonces?
Kelly se tomó un momento para recuperar la calma, para hablar de manera
que pareciera que estaban discutiendo el clima.
–Buscaré otro trabajo hasta septiembre. Para entonces debería tener el
dinero suficiente para alquilar una casa.
Él frunció el ceño.
–Pero me dijiste que ya tenías un lugar en mente, así que en teoría podrías
mudarte en septiembre si tuvieras el dinero.
–Pero no lo tengo.
–Lo tendrías si yo te lo diera. Y antes de que digas algo, no hay problema
económico para mí y quiero hacerlo. Por favor, Kelly, no dejes que el
orgullo te impida aceptar lo que puedo ofrecerte. Al menos así podrás tener
tu final feliz.
Ella lo miró a los ojos. No era la única ingenua. ¿De verdad creía que eso
sería su final feliz? Pensó en el padre que la había traicionado, en la madre
que se había ido antes de tiempo. Pensó en lo solo que estaba, rodeado de
trofeos y casas. Tenía suficiente dinero en el banco para asegurar el futuro
de los hijos que nunca tendría.
–Muy bien. Lo acepto. Y quiero que sepas que te estoy enormemente
agradecida por tu generosidad, en todas sus formas –Kelly tomó una
bocanada de aire, pero las palabras salieron sin aliento.
–Pero hay algo más que debes saber, Raúl. Deberías saber que he llegado a
quererte. Y lo siento, porque sé que es lo último que querías. Yo tampoco
quería enamorarme de ti, pero en algún momento sucedió. Y no lo digo
porque quiera algo a cambio, porque no es así. No espero nada. Lo digo
porque, en el fondo, eres una persona a la que se puede querer fácilmente. Y
debes creerlo. No es porque seas sexy, o rico, y no es porque tengas toda
una habitación llena de trofeos y sepas pilotar un avión. Es fácil quererte
porque eres un hombre amable y atento, cuando te permites serlo. Y tal vez,
algún día, empieces a creerlo lo suficiente como para abrir tu corazón y
permitir que alguien entre.
Sus palabras se sumieron en el silencio. Raúl permaneció en silencio. Kelly
creyó ver un destello de luz en su mirada durante un instante, pero se
desvaneció rápidamente.
De repente, él sonrió. Esbozó una de esas sonrisas encantadoras como si
hubiera activado un interruptor.
–Una hipótesis interesante –dijo en un tono de voz que denotaba
aburrimiento–. Pero ya sabes que no me interesan todas esas teorías
emocionales que gustan tanto a las mujeres. Lo único que puedo decir es
que creo que vas a ser una médica excepcional.
Kelly lo miró intensamente. Había ignorado por completo lo que acababa
de decir. Había menospreciado sus palabras, pero... ¿Cómo podía haber
hecho otra cosa?
¿Por qué se sorprendía tanto si él simplemente estaba siendo honesto
consigo mismo? Las emociones no eran lo suyo, y siempre lo había
afirmado desde el primer momento.
Kelly se dio la vuelta y regresó a su habitación. No quería exponerse aún
más permitiéndole verla llorar.
Capítulo 11
Raúl miró a través de la ventana sin ver el sombrío paisaje gris de ese día de
noviembre. ¿Por qué se sentía así? Era como si llevara un peso inmenso
sobre los hombros que lo mantenía inmovilizado. Algo lo corroía por
dentro, pero no sabía cómo resolverlo. Y no tenía sentido. Había estado
ocupado desde que despidió a Kelly y la envió de regreso a Londres.
Después de dejar la Costa Azul, viajó a Nueva York. Allí contrató a un
entrenador personal y no pasó mucho tiempo antes de que estuviera al
volante de un coche de carreras nuevamente. Incluso ganó un trofeo en una
carrera benéfica.
Recordaba haber mirado el premio y pensar que para esa época ella debía
estar empezando la universidad.
Ella. Siempre era ella. Y no podía evitar sentirse decepcionado al darse
cuenta de que ni siquiera se había molestado en ponerse en contacto con él
para felicitarlo.
Sabía que su relación había llegado a su fin. Él mismo había tomado la
decisión de ponerle fin. Pero la carrera había sido noticia en todo el mundo,
en la prensa y en las noticias...
Sin embargo, no recibió nada de ella, ni una llamada, ni una postal. Nada.
Recordaba haber sentido una creciente e inexplicable ira. Después de todo
lo que había hecho por ella, ni siquiera se había tomado la molestia de
comunicarse con él para decirle "bien hecho".
Kelly, desnuda en sus brazos... hablando con esa voz suave y dulce...
deslizando un dedo por su barbilla y jugueteando con su cabello...
Había intentado distraerse asistiendo a numerosas fiestas, y había muchas
entre las cuales elegir. Desde fiestas junto a la piscina llenas de excesos
hasta reuniones más íntimas en los áticos minimalistas de Nueva York. Sin
embargo, no podía sumergirse en una piscina sin pensar en ella. No podía
acostarse en una cama sin pensar en ella.
Kelly sacudió la cabeza y apretó los puños. Deseó haber traído sus guantes
ese día, ya que había clavado sus uñas en su palma. El dolor agudo la ayudó
a mantener la compostura y centrarse en su rabia. La rabia era lo único en lo
que podía aferrarse en ese momento. Lo fulminó con la mirada. ¿Cómo se
atrevía a aparecer de repente en su vida de esta manera? ¿Cómo se atrevía a
ir a su facultad? ¿Quería romperle el corazón de nuevo?
El silencio que siguió fue tenso y pesado, como si estuvieran en medio de
una batalla de voluntades. Raúl esperó, con la mirada fija en Kelly, tratando
de entender sus sentimientos y pensamientos.
Las palabras de Kelly habían sido duras, y el nudo en su garganta se hacía
cada vez más grande mientras ella hablaba. Pero no iba a rendirse, no sin
haberse sincerado completamente.
–Lo del amor no es para ti, ¿recuerdas? –continuó Kelly–. Es la prioridad
número uno en tu lista de requisitos para tus amantes. No deben esperar
nada parecido de ti, ni campanas de boda ni nubes de confeti. Tus palabras,
Raúl… Esas fueron tus palabras. Y yo no tengo tiempo para declaraciones
de amor sin sentido. Si necesitas sexo, entonces búscate a alguien que te lo
pueda dar. No creo que sea un problema para alguien como tú.
Kelly intentó alejarse, pero Raúl la agarró del brazo, impidiendo que se
escapara. A pesar de sus esfuerzos, no pudo liberarse de su firme agarre.
–Tienes razón. Lo del amor no era para mí –admitió Raúl, sin soltarla–.
Porque nunca antes me había pasado. Pensé que nunca podría pasarme. El
amor siempre me había parecido algo negativo, destructivo y oscuro, lleno
de dolor, mentiras y traición. No me daba cuenta de que te puede hacer
sentir parte de algo más grande que tú mismo. No entendía que te puede
hacer sentir vivo. Y tú me has enseñado eso, Kelly. Me lo enseñaste como
nadie.
–Basta –le susurró ella, con la voz temblorosa–. Por favor, Raúl. Vete.
Él negó con la cabeza con determinación.
–No me voy a ninguna parte hasta que hayas oído lo que tengo que decir. Te
echo mucho de menos, más de lo que puedo expresar con palabras. Nada
parece tener sentido sin ti, y yo fui un idiota dejándote marchar.
Raúl escuchó atentamente las palabras de Kelly y sintió un dolor profundo
en su interior. Sabía que había cometido errores en el pasado y que había
hecho daño a Kelly. La miró con sinceridad, dispuesto a aceptar las
consecuencias de sus acciones.